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no sabía cuál era la mejor forma de cumplir mis órdenes en esta situación,
así que decidí quedarme con él hasta recibir instrucciones.
–Hiciste lo correcto. Déjame hablar con él.
Laslo sostiene el walkie-talkie frente a mi boca.
–Hola –digo.
–Los formularios que autorizan a donar el cuerpo de su mujer al
hospital para que se hagan investigaciones y posibles transplantes ya están
listos, señor, así que, ¿podría regresar con el oficial Laslo?
–No.
–Si cree que será una experiencia emocional muy dura regresar,
¿podríamos encontrarnos en otro lugar donde pueda firmar?
–Hagan lo que quieran con el cuerpo. No quiero saber nada de ella
nunca más. No volveré a pronunciar su nombre. No regresaré a nuestro
departamento. Dejaré que nuestro auto se pudra en la calle hasta que se lo
lleve la grúa. Este reloj. Me lo compró ella y hasta lo usó unas cuantas
veces. –Lo arrojo por la ventana.
–Ey, ¿por qué no lo pasa para aquí atrás? –dice un hombre.
–Estas ropas. Ella compró algunas, las remendó todas.
–Me quito el saco, la corbata, la camisa y los pantalones y los tiro
por la ventana.
–Estos calzoncillos me los compré ayer –le digo al guardia–. Me
hacían falta unos nuevos. Ella nunca los tocó, así que no me importa
dejármelos puestos. Pero los zapatos no los quiero. Ella incluso les puso los
tacos con un aparato de zapatería que compró de segunda mano.
–Me quito los zapatos y los lanzo por la ventana.
El autobús se ha detenido. Todos los pasajeros se han bajado, salvo
Laslo. El conductor está en la calle buscando, estoy seguro, a un oficial o
una patrulla de policía.
Me miro las medias.
–De las medias no estoy seguro.
–Déjeselas –dice Laslo–. Parecen buenas y me gusta el marrón.
–Pero, ¿las compró ella? Creo que me las regaló para mi cumpleaños
de hace dos años, cuando me dio una canasta de picnic que contenía una
docena y pico de medias de colores distintos. Sí, estas son de aquellas –y
me las quito y las arrojo por la ventana–. Por eso intenté y aún tengo que
irme de la ciudad lo antes posible.
–¿Has oído? –dice Laslo frente a su walkie-talkie, y el hombre al
otro lado dice:
–Sigo sin entender.
–Verá –digo en el walkie-talkie–, pasamos muchos años juntos aquí
mi mujer y yo, toda nuestra vida de adultos. Estas calles. Aquel puente.
Aquellos edificios. –Escupo por la ventana–. Puede que hasta este autobús.
Taller LA LUZ MALA
Esposa en reversa
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