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LA EVALUACIÓN CUALITATIVA:
DELIMITACIÓN CONCEPTUAL Y
CARACTERIZACIÓN GLOBAL
1. Delimitación Conceptual.
Parece aconsejable entonces que las primeras reflexiones vayan dirigidas a la clarificación
terminológica que permita a la vez la dilucidación semántica de los conceptos.
Desde ahora mis concepciones apuntan a una clara, aunque no ajena, diferenciación de los
términos próximos que en algunas ocasiones han dado a confusiones, e incluso han
usurpado el espacio semántico de la evaluación. Me refiero a los términos medición y
calificación. Parece evidente que participan del mismo espacio semántico, pero en ningún
caso lo sustituyen. Por esta razón conviene distinguirlos, teniendo en cuenta que en este
intento de clarificación terminológica subyacen puntos conceptuales de referencia que en
algunos casos hacen difícil, por no decir imposible la reconciliación entre los campos
definidos. La misma falta de clarificación permite y legitima prácticas muy distintas, al
amparo de una misma actividad que globalmente, y por conveniencia, se denominan
evaluación.
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La ecuación elemental “medición = evaluación” evidencia los planteamientos básicos de
esta formulación y explica el intercambio conceptual confuso, que posteriormente se ha
extendido y aún perdura. El desarrollo de la pedagogía por objetivos y su interés en la
aplicación de pruebas objetivas, que son de tipo test en sus múltiples manifestaciones,
contribuyó significativamente a este equívoco, a esta tergiversación. Evaluar sería, según el
modelo experimental aplicado a esta área, medir resultados utilizando algún tipo de
instrumento formalizado que produce información para ser comparada con alguna clase de
escala estandarizada (Gardner, 1.977: 574).
El supuesto elemental de este enfoque descansa en la base de que los fenómenos que se van
a evaluar poseen atributos medibles significativos, y en consecuencia se pueden buscar los
instrumentos adecuados para tal propósito. Se entiende, de este modo, que lo que se busca
son datos numéricos objetivos que permitan el análisis estadístico. Los conceptos de
validez, fiabilidad, generalización e inferencia son términos claves para entender el
procedimiento experimental en el que se pretende controlar y tener en cuenta distintos tipos
de variables.
“A los alumnos – como a las plantas – les es dado un pretest (a las semillas se les pesa o se
las mide), y luego son sometidas a diferentes experiencias (condiciones de tratamiento).
Después de un tiempo, su logro (crecimiento o producción) es medido para indicar la
eficacia relativa a los métodos (fertilizantes) usados.”.
Lo que importa destacar en este punto es el énfasis que pone en la obtención exclusiva de
resultados numéricos. Ningún otro dato o consideración tiene cabida en los tales supuestos,
pues contaminarían el rigor del procedimiento científico.
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investigación experimental nos da como estadísticamente significativo es, además
educativamente significativo.
Con los supuestos de que parte el paradigma experimental resulta difícil encontrar el
equilibrio entre ambos extremos, sobre todo porque el modelo experimental de evaluación
está más preocupado por el rigor del método que por el contenido de lo que se está
evaluando, e impone restricciones arbitrarias y artificiales sobre las variables que escapan a
su control. Distorsiona así el propio campo de estudio, dejando de lado datos de
información “no objetivables” y relegados por su dimensión subjetiva.
En esta misma línea cabe cuestionarse, como señala LEVI STRAUSS (1.970) refiriéndose
a las ciencias humanas en general, si aquello que se experimenta – o se mide – en las
ciencias del hombre, en las Ciencias de la Educación entran de lleno, será lo más
importante. “sin duda hay en nuestras disciplinas muchas cosas que se pueden medir de
manera directa e indirecta; pero no es evidente que sean las más importantes” (Levi-
Strauss, 1.970: Cursivas mías).
Justamente, de aquí nace la reticencia sobre el experimentalismo que preside los afanes de
cientificidad cuando se aplica éste método a la evaluación educativa entendida como
evaluación del rendimiento académico de los alumnos o evaluación de los aprendizajes. Y
es que, en muchos casos, consagrados los esfuerzos al rigor exigido por el procedimiento
experimental, se fuerzan los asuntos educativos para acomodarlos a las técnicas
disponibles, en vez de condicionar y acomodar las técnicas a favor de los fenómenos que se
estudian. Tal vez sea esta la razón que explique por qué en nuestro medio de investigación
educativa tanto afán de experimentación sofisticada sirva para tan poco.
Sin salirnos de la racionalidad positivista, y volviendo a modelos en los que los términos
medición y evaluación se intercambian indistintamente, hay que tener en cuenta el que
procede de la concepción curricular de TYLER (1.977), si bien este autor advierte sobre la
necesidad de diferenciar ambos conceptos. En sus palabras, el proceso de evaluación
significa fundamentalmente:
En esta misma línea se inscribe el pensamiento de Maurice Jhonson (1.967: 134), para
quien la evaluación “implica una comparación del aprendizaje actual (de entrada) con el
resultado final de salida (producto)”, en referencia explícita a “la conducta manifiesta del
estudiante”.
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entendidos siempre en términos operativos, y más concretamente, como conductas
terminales que definen niveles de actuación bajo ciertas condiciones. Son concepciones que
reflejan una tendencia que ha marcado una etapa importante del devenir en el pensamiento
educativo, tanto por la profusión de trabajos a que dio origen como por su incidencia en el
quehacer didáctico.
En esta línea de clarificación podríamos situar todo lo que representa la pedagogía por
objetivos, que propone modelos similares de evaluación. En este contexto, la evaluación,
convertida en mera técnica, se aproxima peligrosamente a la medición y a la calificación,
llegando a confundirse con ella.
El principio general que refleja esta concepción podría quedar enunciado así: “primero
defina los objetivos educativos en términos operativos, mejor aún, en comportamientos de
conductas explícitas observables; y luego evalúelos, es decir, compruebe su logro mediante
técnicas apropiadas”.
El formato parte técnicamente de la fórmula: “que el alumno sea capaz de…”, a la que
sigue un verbo de acción. Al eliminar los elementos subjetivos e interpretativos de lo que
pueda entenderse por aprendizaje y quedarnos sólo con datos empíricos concretos, el
resultado final, se podrá concluir desde dentro de la misma formulación, será una
evaluación con bases científicas, pues sobre los resultados concretos se aplicarán
instrumentos de medida científicos que aseguren al mismo tiempo la objetividad requerida,
y el control y eficacia del currículo.
Este modelo técnico entiende la evaluación como producto. Su aplicación es muy simple:
Una última reflexión sobre el modelo de evaluación derivado de los objetivos operativos es
la objetividad proclamada desde los supuestos tecnológicos que sustentan el propio modelo,
y que se explica por la lógica interna de la concepción positivista en la que se sustenta. La
objetividad, entendida como imparcialidad, se nos ofrece como uno de los grandes
atractivos de la evaluación según objetivos conductuales. Se evalúa – se mide – según
criterios “objetivos” establecidos, que pretenden corregir cualquier interpretación subjetiva
o evitar prejuicios supuestos. Quien actúa según ellos al final del proceso instructivo
manifiesta aprendizaje, verificable en la conducta exitosa que sigue; y quien ejecuta de
modo no contemplado en los objetivos enunciados o sencillamente no actúa, no manifiesta
aprendizaje, conducta esperada (es decir, fracasa, que es lo que quiere decir el reprobado).
De acuerdo. Pero no se dice nada sobre los intereses a los que tal forma de entender la
objetividad sirve. Lo cierto es que en ningún caso serán los del alumno, puesto que los
objetivos le vienen dados desde otras instancias (profesor, administración, libros de texto,
programas, la materia de estudio o cualquier otra fuente). Tampoco serán los intereses que
se derivan de una concepción abierta de la educación, ya que el aprendizaje se logra una
vez que se alcanzan todos los objetivos ya propuestos. Y esto, , lejos de ser neutral y signo
de objetividad, es una decisión arbitraria y privilegiada que parcializa todo el proceso.
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Por otra parte, la conducta observable manifiesta simplemente la respuesta esperada a una
información dada, que ha sido seleccionada con anterioridad. ¿En función de qué criterios?
¿En qué sentido se puede decir que han sido seleccionados con objetividad, sobre todo
cuando no se conocen? ¿Qué opción ofrece, a quien la recibe pasivamente, de reinterpretar
la misma información, de reaccionar ante ella, cuestionar y debatir los contenidos que
“objetivamente” se transmiten? ¿Qué criterios de objetividad explícita aplica quien
selecciona las parcelas de ciencia y de cultura que se imparten?.
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no para descartarlas como ajenas o perturbadoras del proyecto evaluativo, sino como parte
integrante del mismo. Se reconocen como tales situaciones reales en las que intervienen
variables de tipo psicológico, cultural, social e institucional. Lejos de eliminar, manipular o
aislar estas variable situacionales, en la evaluación cualitativa es indispensable tomarlas
como un todo contextual. Podemos hablar con propiedad de evaluación situada, que no es
distinta pero añade un matiz diferenciador.
Desde los presupuestos de que parte, el profesor – evaluador, instalado en una actitud
cualitativa identificada con la racionalidad práctica, debe re- definir su propia función y
orientarla más a la investigación, a la coparticipación, a la deliberación y a la innovación
que el ejercicio de la autoridad legitimada y a la reproducción de una situación anclada en
la esterilidad científica y en el inmovilismo metodológico más regresivo.
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cohesión de las ideas y de los principios que conforman el currículo como proyecto. En
él, todo debe funcionar coordinada y solidariamente.
En primer lugar, conviene tener en cuenta que no hay formas de investigación – y menos
en las ciencias sociales y humanas, las Ciencias de la Educación entre ellas – que sean
inmunes al prejuicio y al error humano. La ciencia, cualquier ciencia, la hacen los seres
humanos y en la misma medida el componente subjetivo es consustancial al proceder
humano, científico en este caso. Puede aumentar el control sobre la intervención e
influencia del hombre, pero nunca podremos prescindir de él ni del componente de
subjetividad que lo conforma.
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En el momento de la evaluación, además del profesor – evaluador, el sujeto –
evaluado tiene algo que decir, y lo dice participando directamente en el proceso de evaluar.
Sustraerle esta posibilidad anularía todo intento de actuar desde una actitud cualitativa que
cohesione todas las acciones. Sólo el constructor puede decirnos lo que construye. Si lo que
construye es el aprendizaje, el razonamiento también es válido.
Según esta premisa, resulta difícil dar una respuesta unívoca y contundente.
En consecuencia, ningún método o técnica se toma de modo exclusivo o aislado de un
contexto dado, pues cerraría las puertas a otras posibilidades metodológicas apropiadas y en
principio válidas. Se trata, más bien, de combinar diferentes técnicas que arrojen luz sobre
el problema planteado.