Está en la página 1de 2

Pascal, Blaise (1623-1662)

Filósofo francés, nacido en Clermont. Trasladada su familia a París en 1631, la


esmerada educación que su padre le procura alcanza tanto las letras como las ciencias.
Su padre, Étienne Pascal, experto geómetra, se relaciona con Pierre de Fermat, Gilles
Personne de Roberval, Descartes, Gassendi y otros, con quienes frecuenta las
reuniones que Marin Mersenne convocaba en su convento de los Mínimos, en la plaza
de los Vosgos; a ellas asiste también su hijo, Blaise, de ingenio precoz y grandes
aptitudes científicas. En 1640, al cambiar su padre de cargo oficial, la familia se instala
en Rouen, donde B. Pascal publica, a los 16 años, su primer Ensayo sobre cónicas
(1640), que inmortaliza su teorema sobre este tema (“en todo hexágono circunscrito en
una cónica, las tres diagonales que unen los extremos opuestos concurren en un
mismo punto”). Por esta época se publica el Augustinus, de Ypres Jansen, introductor
del jansenismo, condenado por la Inquisición en 1641, y poco después, con ocasión de
hallarse enfermo Pascal, toda la familia entra en contacto con el jansenismo. Su espíritu
científico no decae, sin embargo, y repite en Rouen (1646) el experimento sobre la
presión atmosférica y el vacío, llevado a cabo anteriormente por Torricelli. Trasladado a
París, empiezan sus antipatías con Descartes; publica Nuevas experiencias referentes
al vacío (1647) y entra en polémica con los jesuitas (P. Noël), defensores en aquel
momento de las teorías aristotélicas y cartesianas de la imposibilidad del vacío (horror
vacui), e inicia gestiones para repetir su experiencia decisiva sobre el vacío en
Clermont, en la cima de Puy-de-Dôme, demostrando que existe un vacío entre la
columna de mercurio y el extremo superior del tubo, de donde se concluyó el «principio
de Pascal», y demostrando asimismo la relación entre el peso de la atmósfera y la
altura alcanzada por la columna de mercurio. El comentario sobre la experiencia
aparece, en 1648, como Relato de la gran experiencia del equilibrio de los líquidos.

Instalado definitivamente en París, trabaja en su Tratado del vacío (del que sólo
se conserva el prólogo) y en el Tratado del equilibrio de los líquidos y del peso de la
masa de aire (publicados póstumamente, en 1663). Explota comercialmente su
«máquina aritmética», antepasado de la máquina de calcular, construida por él en su
estancia en Rouen, y lleva una vida mundana de salón en salón parisino. En 1654
investiga sobre «matemática del azar» -estudios que forman parte del inicio histórico de
la teoría de la probabilidad-, sobre el triángulo aritmético que lleva su nombre, el
razonamiento matemático que llevará el nombre de razonamiento por recurrencia, o
inducción matemática, y otros trabajos que resultan inicios de cálculo integral. Pasada
esta época, no obstante, de intensa actividad científica, su vida sufre un giro radical,
que le vuelca a interesarse por otras cuestiones más humanas, además de las
científicas, al experimentar, la noche del 23 de noviembre de 1654, una experiencia
mística, que él mismo califica de «conversión» en su Memorial (hallado, tras su muerte,
cosido a un dobladillo de su ropa). A partir de este momento, se retira con frecuencia y
por períodos de tiempo -como hacían los llamados «solitarios»- al monasterio de Port-
Royal, sede espiritual del jansenismo, y donde está su hermana Jacqueline,
entregándose también él a una vida monacal. Redacta Conversaciones con el señor de
Sacy (su director espiritual), sobre el tema del hombre pecador a la vez que redimido,
enfrentando la visión estoica de la naturaleza humana de Epicteto con la del escéptico
Montaigne.

Al iniciarse la persecución ya más directa de los creyentes de Port-Royal y al ser


condenado por la universidad de París su gran valedor, A. Arnauld, los jansenistas
requieren de Pascal que contribuya a la difusión de sus ideas. Redacta entonces, con el
seudónimo de Louis de Montalte, las dieciocho Cartas provinciales (1656-1657) contra
los jesuitas, los principales adversarios del jansenismo, y en ellas ataca su modo de
plantear los problemas de la gracia y la predestinación, los sistemas morales y la
casuística, que desde su punto de vista son excusas para no admitir la realidad de la
naturaleza humana pecadora. A esta época pertenecen también El espíritu geométrico
y el arte de persuadir y Escritos sobre la gracia (1656). En 1658, al mismo tiempo que
aparecen sus investigaciones sobre la cicloide (curva, llamada en francés roulette, que
describe un punto cualquiera de una circunferencia que rueda sobre un plano), el último
de sus intentos de no abandonar la investigación científica, emprende la tarea de
redactar un tratado apologético general sobre la religión cristiana, que, debido ya a la
enfermedad que lo debilita, no puede sino esbozar, y que, recogido el material que
escribe ininterrumpidamente, da lugar al conocido Pensamientos (editados
póstumamente, 1670), cuyo título entero es Pensamientos de Pascal sobre la religión y
otros temas, hallados entre sus papeles después de su muerte. En ellos insiste sobre
las distancias que cree que hay que tomar respecto de la filosofía del racionalismo de
Descartes, para quien Dios, a su entender, sólo es un dios geométrico del que se
podría prescindir; recurre al esprit de finesse -espíritu de finura- que se guía por la
intuición y el sentimiento, al que se refiere seguramente cuando habla de las «razones
del corazón», distintas de las del entendimiento, y que opone y distingue del mero esprit
géometric, que no es sino la razón matemática, que usa definiciones y demostraciones.
En este contexto de la utilidad de no dejarse llevar únicamente por el espíritu
geométrico, expone su argumentación sobre la necesidad de creer en la existencia de
Dios, conocida como la «apuesta de Pascal»: Sólo hay dos posibilidades creer que Dios
existe, o no creerlo, y «es preciso apostar». Si se cree que Dios existe y realmente
existe, la recompensa es la felicidad eterna; si se cree que Dios existe y realmente no
existe, nada se pierde, igual que si se cree que no existe y realmente no existe. Sólo se
pierde cuando no se cree que Dios exista, existiendo Dios realmente: «si ganáis, ganáis
todo; si perdéis, no perdéis nada. Apostad, pues, porque Dios existe, sin vacilar».

FUENTE: CORTÉS MORATÓ, Jordi; MARTÍNEZ RIU, Antoni, Diccionario de filosofía en


CD-ROM, Herder, Barcelona, 1996.

También podría gustarte