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La economía moral es una noción utilizada por las ciencias sociales acuñada
originalmente por el historiador E.P. Thompson (como economía moral de la
multitud, 1979) para explicar el comportamiento popular en los motines de
subsistencias del siglo XVIII. Su uso se ha generalizado para describir o explicar
los comportamientos económicos que se definen a partir de valores morales o
normas culturales, en general distintos a los que presupone la ciencia económica y
hace al hombre un “homo economicus” (.es el concepto utilizado en la escuela
neoclásica de economía para modelizar el comportamiento humano. Esta
representación teórica se comportaría de forma racional ante estímulos
económicos siendo capaz de procesar adecuadamente la información que conoce,
y actuar en consecuencia).
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La economía moral también tiene manifestaciones más formales. Las tradicionales
prohibiciones cristiana y musulmana de la usura representan límites impuestos por
la religión a la actividad económica. La legislación, a su vez, puede determinar qué
tipo de contratos son legales y cuáles se consideran abusivos.
También los sociólogos han usado la noción de economía moral para dar cuenta
de los subentendidos en las transacciones económicas que crean obligaciones
extra contractuales. Por ejemplo, en las contrataciones laborales en contextos de
gran desempleo se ha identificado un acuerdo tácito entre el empleador y el
empleado, por el cual el empleador le da sueldo al trabajador a cambio de su
jornada normal, y el trabajador trabaja, además, horas extra no remuneradas a
cambio del favor de haberle contratado.
Los antropólogos han generalizado la noción de economía moral para dar cuenta
de todo tipo de comportamientos económicos que no se corresponden con el
criterio de racionalidad instrumental. Por ejemplo, se ha usado para explicar las
estrategias de cultivo en numerosas sociedades campesinas, donde los individuos
buscan asegurarse la subsistencia, pero no a aumentar la producción, vender e
invertir. O los comportamientos en los que se prefieren la independencia individual
antes que la participación en proyectos colectivos que supuestamente van a
permitir mayor bienestar, se han explicado haciendo referencia a una economía
moral.
Las sociedades menos vulnerables a las crisis alimentarias son, bien las pobres
pero autosuficientes y con mecanismos activos de economía moral, bien las
sociedades modernas con un sistema público de bienestar.
Las revueltas eran provocadas por precios al alza, por prácticas indebidas
de los comerciantes, o por hambre. Pero estas ofensas operaban dentro
de un consenso popular sobre lo que eran prácticas legítimas e ilegítimas
de comercialización, molienda, horneado, etc. Esto a su vez estaba
cimentado sobre una visión tradicional consistente de las normas y las
obligaciones sociales, de las funciones económicas propias de diversos
grupos dentro de la comunidad, las que vistas en su conjunto, puede
decirse que constituyen la economía moral de los pobres. Un atropello de
estos supuestos morales, tanto como las privaciones experimentadas, era
la ocasión para la acción directa.
Puesto que para los campesinos, continúa Thompson, la subsistencia depende del
acceso a la tierra, las costumbres del uso de la tierra y de los derechos sobre sus
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productos se vuelven aquí centrales (en vez de los referidos a la comercialización
de alimentos).(Thompson, Cap.5, p.341). La generalización que podemos hacer es
que la economía moral se manifestará en los elementos de los que la subsistencia
depende centralmente Por ejemplo, entre los agricultores y otros deudores
mexicanos organizados en El Barzón y otros grupos, la movilización se ha
organizado en torno a las reglas crediticias, que en épocas de altos intereses
amenazan su subsistencia.
James C. Scott (The Moral Economy of the Peasant, Yale University Press, 1976,
p.33), parte de un hecho fundamental en la vida campesina, el cual plantea con la
metáfora de Tawney: “la posición de la población rural es la de un hombre parado
con el agua al cuello permanentemente, de tal manera que basta una ola pequeña
para ahogarlo” (Tawney, Land and Labour in China). El temor a la insuficiencia de
alimentos ha dado lugar, en la mayoría de las sociedades campesinas pre-
capitalistas, sostiene Scott, a una ética de subsistencia.. Las técnicas agronómicas
al igual que muchos arreglos sociales, están orientados, en estas sociedades, a
limar las olas pequeñas que pueden ahogar a un hombre: patrones de
reciprocidad, generosidad forzada, tierras comunales, y otras, estaban destinadas
a suavizar las inevitables simas en los recursos familiares, lo que de otra manera
arrojaría a la familia por debajo de la subsistencia (p.3). En la base de las
rebeliones campesinas que Scott analiza en el sudeste de Asia está una furia y
una indignación que lleva a los campesinos a levantarse en protesta. Si
entendemos estos sentimientos, dice Scott, entenderemos lo que he llamado su
economía moral: su noción de la justicia económica y su definición operacional de
explotación, su visión de cuáles exacciones externas sobre su producto eran
tolerables y cuáles intolerables. Los modestos pero críticos mecanismos
redistributivos existentes en esas sociedades, proveen un seguro de subsistencia
mínima para los habitantes. (p.5) La seguridad estructuraba también las relaciones
con las élites externas. Se trataba, con éstas, de lograr un equilibrio entre
transferencias de excedentes campesinos a los gobernantes y la provisión de
seguridad mínima para el cultivador.
La imposición del sistema del capitalismo del Atlántico norte habría minado el
sistema de seguridad preexistente y violado la economía moral de la ética de
subsistencia. Habría significado la transformación de la tierra y del trabajo en
mercancías para la venta. Los campesinos perdieron derechos de usufructo
gratuitos y se convirtieron en arrendatarios o en trabajadores asalariados. El valor
de lo producido era crecientemente arrebatado por las fluctuaciones de un
mercado impersonal. Se trataba de una reedición local de la acumulación
originaria de capital: la producción de fuerza de trabajo asalariada por la
expropiación de su acceso a medios de producción y la eliminación de todas las
garantías de subsistencia provistas por el orden feudal anterior. La nueva clase de
implacables terratenientes hacían exigencias sobre las cosechas sin tomar en
cuenta las necesidades de los arrendatarios. Los campesinos resistían como
mejor podían y cuando las circunstancias eran favorables se rebelaban (pp. 7-8).
El problema para los campesinos durante la transformación capitalista del Tercer
mundo, es el de obtener un ingreso mínimo.
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Las protestas campesinas reflejaban esta inseguridad. Dos temas prevalecían en
ellas. En primer lugar, las exigencias que sobre los ingresos campesinos hacían
los terratenientes, prestamistas o el Estado, eran consideradas ilegítimas cuando
infringían lo que era considerado como el mínimo nivel de subsistencia
culturalmente definido. En segundo lugar, el producto de la tierra debería ser
distribuido de tal forma que garantizase a todos un nicho de subsistencia. Se
apelaba, para ambas cosas, al pasado, a las prácticas tradicionales.
Las más vulnerables, por su parte, serían aquellas sumidas en un rápido proceso
de modernización y proletarización, donde se ha pasado de una economía
agrícola de subsistencia a otra de mercado.
Leí con detenimiento el nuevo libro de AMLO, “Hacia una Economía Moral”, y con
ello entendí lo mejor y lo peor de la 4T. Un movimiento encabezado por un hombre
que legítimamente busca justicia social para los que han quedado atrás, pero que
todavía necesita diseñar soluciones a la par de ese reto. La 4T tiene un mandato
histórico para transformar a México, pero las medicinas que hasta hoy están
utilizando carecen de la ambición y la altura que sugirieron en su campaña.
“Hacia una Economía Moral” es un libro obligado para entender el huracán político
que está sucediendo en México y la razón por la cual AMLO es tan popular. En él
se lee a un Andrés Manuel honesto, justo y generoso. Un líder que no teme hablar
de valores y que busca reivindicar a la política como una profesión digna, y al
Estado como un garante de derechos.
El libro es también muy claro en definir conceptos que López Obrador utiliza y que
tienen a más de un analista confuso. Define “neoliberalismo”, no como una
doctrina económica que promueve el estado mínimo, la apertura comercial y el
libre flujo de capitales, sino simplemente como una forma de gobierno que “finca la
prosperidad de pocos en el sufrimiento de muchos”.
El problema principal del libro radica en que los “cómos” que propone para
contrarrestar la catástrofe neoliberal son insuficientes. Ayudarán a los pobres a ser
menos pobres, pero no pavimentarán el camino hacia crear una clase media. Ello
se debe a que sus propuestas no responden a su diagnóstico.
Es decir, las propuestas que hace son justas, pero tienen una visión muy corta. La
4T tiene el capital político y social para ir al corazón de la pobreza (que hoy en día
son los cinturones de pobreza urbanos), y para buscar crear una economía de
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negocios y agricultores medianos (una clase media). La pobreza hoy tiene un
rostro urbano y femenino. En lugar de ello, tal parece que “Hacia una Economía
Moral” mira primordialmente hacia lo rural.
Así, mientras que al tema del campo se le dedican 17 páginas del libro con
propuestas concretas, a los temas relacionados con la industria, los servicios y el
comercio se les dan menos de dos páginas. Cuando habla de iniciativa privada, se
limita a agradecerle Carlos Slim, Carlos Salazar y Antonio Valle su participación.
En cuanto a inversión extranjera, el libro adolece de consideraciones importantes
como fomentar la inversión productiva y desincentivar la especulación financiera.
Como una gran conclusión haremos un resumen bien estudiado del libro “Hacia
una Economía Moral” de AMLO:
Hacia una economía moral consta de una introducción, tres capítulos, un prólogo
—escrito por Enrique Galván Ochoa, veterano periodista de La Jornada—, y un
epílogo, en 190 páginas. En el primer capítulo, el autor hace referencia a la
corrupción, que como ya lo ha comentado ad nauseam, considera que es el
principal problema de nuestro país. A este primer capítulo le asignó 17 páginas o 9
por ciento del libro. El segundo capítulo está dedicado a describir —desde su
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perspectiva—, ‘el fracaso del modelo económico neoliberal’, al cual asigna 19
páginas o 10 por ciento del libro. Por último, en el tercer capítulo enumera y
describe las ‘nuevas’ políticas para la transformación, que son diez, escritas en
120 páginas, representando casi el 64 por ciento del documento.
Las diez políticas son: (1) Cero corrupción (8.3 por ciento de las 120 páginas del
tercer capítulo); (2) austeridad republicana (4.2 por ciento); (3) separación del
poder político y del poder económico (9.2 por ciento); (4) democracia participativa
(5 por ciento); (5) política exterior y solución de raíz al fenómeno migratorio (5.8
por ciento); (6) el Estado como promotor del desarrollo (25.8 por ciento); (7)
finanzas públicas sanas (3.3 por ciento); (8) un país con bienestar (19.2 por
ciento); (9) cambio de paradigma en seguridad (10 por ciento); y (10) una
república amorosa y fraterna (9.2 por ciento).
Como se puede apreciar, el sexto punto — el Estado como promotor del desarrollo
— es al que el presidente le asignó el porcentaje más alto del número de páginas.
Cabe destacar que no dice ‘el Estado como rector de la economía’, sino ‘el Estado
como promotor del desarrollo’, lo cual me parece adecuado para un país con tanta
desigualdad y falto de crecimiento, como el nuestro. Las políticas en esta sección
giran alrededor de cinco principios rectores: (1) Apoyar la economía popular; (2)
fortalecer el mercado interno; (3) impulsar proyectos para el desarrollo regional; (4)
fomentar la participación de la iniciativa privada; e (5) intensificar el comercio
exterior y la captación de inversión extranjera. En este sentido, no observé
ninguna política nueva, con respecto a las que hemos leído en La Salida, el Plan
Nacional de Desarrollo (PND) o que hemos escuchado en las conferencias de
prensa ‘mañaneras’. Esto, en mi opinión, brinda consistencia a las políticas que ha
planteado y llevado a cabo nuestro presidente y reduce incertidumbre para
quienes piensan que puede salirse de las pautas que ha marcado desde su
campaña.
Considero que los dos cambios más significativmos que noté con respecto a La
Salida y al PND reflejan un ejercicio de realismo: (1) No menciona que “a fines del
sexenio la economía habrá alcanzado una tasa de crecimiento de 6 por ciento, con
un promedio sexenal de 4 por ciento”, como también lo notó Urzúa en su columna
de ayer; y (2) noté una disminución significativa en el énfasis de ‘rescatar la
soberanía energética’ y no se menciona la cancelación de la ‘mal llamada reforma
energética’.
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Bibliografía
López Obrador, Andrés Manuel. 2019. Hacia una economía moral. Ciudad de
México: Ed. Planeta, 2019.
Powelson, John P. 1998. The Moral Economy. Univ. Mich. ISBN 0-472-10925-1.
Scott, James. 1977. The Moral Economy of the Peasant: Rebellion and
Subsistence in Southeast Asia. Yale.