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Año 2020; annus horribilis

Rafael Rattia

Este largo y “eterno” año 2020 que parecía de nunca acabar fue, sin dudas, el año
más horrible y tenebroso por el cual ha transitado la nación venezolana desde que se
constituyó como República libre, autónoma, independiente y soberana por allá en
1810, año de la ruptura del nexo colonial con la corona metropolitana española.
En estos tortuosos e interminables meses del 2020, -como si fuera poco- la pandemia
mundial ocasionada por el mefistofélico “virus chino” conocido globalmente como
Covid19 se abatió sobre la población venezolana con una ferocidad implacable
causando saldos aún no suficientemente conocidos dada la indeterminación social,
demográfica-poblacional debido a la sesgada e interesada opacidad en el manejo de
las cifras de casos de contagios y fallecidos. Este horroroso año inamistoso con más del
98% de la sociedad se ensañó con inusitada crueldad contra los segmentos sociales
más débiles y vulnerables de la sociedad que, por múltiples razones, no pudieron
emigrar por aire, mar o tierra hacia cualquier lugar del planeta que les garantizara
salvaguardar la integridad física y moral en medio del holocausto revolucionario del
socialismo bolivariano. Ni un solo núcleo familiar venezolano se salvó de perder –
literalmente- a un miembro de su entorno familiar. Si no fue el hamponato reinante
que gobierna por la libre ciudades, calles, avenidas, pueblos y caseríos de todo el
territorio nacional que borró –homicidio mediante- a algún componente de la familia,
fue alguna terrible enfermedad incurable que segó una vida de la célula fundamental
de la sociedad o fue, para remate de la tragedia nacional, el efecto deletéreo del virus
chino.
El año 2020 en Venezuela fue el año de la proliferación de los “bodegones de
enchufados”, también fue el año de la “dolarización de facto de la economía nacional”;
simultáneamente también fue el año de la escasez del efectivo de la moneda nacional,
el risible hazmerreír del burlesco bolívar soberano. Año de la bachaquerización de la
compra-venta del combustible. Paradójicamente, fue el año en que “el primus inter
pares” hizo más cadena nacional de radio y televisión para bailar en medio de los
vomitivos charcos de sangre que dejaba a su paso las temibles hordas sanguinarias de
los “tontons-maccouttes” eufemísticamente autodenominadas FAES. 2020 significó el
año de la violación en flagrancia de los derechos humanos fundamentales. Urbe et
Orbe, la comunidad internacional presenció no sin un bochornoso dejo de
estupefacción las más asquerosas violaciones al sagrado derecho a la vida; los grupos
de exterminio con licencia discrecional para matar a opositores políticos llevaron a
cabo nauseabundas ejecuciones extrajudiciales instaurando la más innoble subcultura
de la muerte en Venezuela.
Durante los eternos 12 meses de este horroroso año 2020 muchos amigos y conocidos
se quitaron la vida voluntariamente por razones que saltan a la vista de todos los que
sufrimos los rigores de la tragedia nacional y que sería fútil y ocioso enumerar aquí.
Este año, el texto (Venezuela) fue las más de las veces desgarrado e ilegible en un
contexto (Latinoamérica-mundo) signado por la impotencia e indiferencia ante el
naufragio estructural de una nación que desde su nacimiento fue cuna de ideales y
voluntad emancipatoria y hoy es esquilmada vilmente por regímenes y organizaciones
delictivas y gansteriles de las más oprobiosas procedencias ideológicas y políticas que
plagan el orbe de miseria, hambre, destrucción y muerte amparadas en banderas
trasnochadas y anacrónicas totalmente de espaldas a los tiempos que corren en estas
primeras dos décadas del siglo XXI. Obviamente, los vejámenes y desafueros
perpetrados por la dictadura filocomunista no tuvo los naturales contrapesos de lógica
confrontación opositora en los últimos 9 meses del año debido al carácter despótico-
discrecional con que actuó el régimen totalitario conculcando elementales libertades
de asociación cívica y política para la intervención y el protagonismo público en el
ejercicio de la vindicta pública. La horrida y macabra tiranía comunista que se instauró
en Venezuela logró perfeccionar los mecanismos y dispositivos de coacción psicológica
y simultáneamente de coerción física contra los factores disidentes internos
quebrantando no pocas voluntades de resistencia políticas y cerrando y obliterando los
espacios otrora democráticos que permitían el libre ejercicio del juego democrático
mediante la cultura del sufragio. Durante este año 2020 la tríada del mal: Cuba,
Nicaragua y Venezuela se erigieron en los santuarios de grupos políticos armados
señalados por la comunidad internacional de la comisión de imprescriptibles delitos de
lesa humanidad. Por Caracas, antigua ciudad del brillo y esplendor que irradiaba el
progreso urbano de pujante ciudad cosmopolita, desfilaron militantes y agrupaciones
terroristas de las más diversas y heteróclitas filiaciones ideológicas y doctrinarias
convenientemente cobijadas en la coartada latinoamericana del Cártel de la violencia
lucharmamentista del Foro de Sao Paulo. Desde Caracas se exportó el nefasto espíritu
del odio y terror hacia otras capitales latinoamericanas como Quito, Bogotá, Santiago,
Lima, con el expreso e inocultable propósito de desestabilizar los sistemas
democráticos de la región e intentar, por fortuna fallidos, crear uno, dos, tres Vietnam
en este recodo del planeta sometido a la implacable pandemia de la neumonía de
Wuhan, mejor conocida como virus chino.

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