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San Agustin - de La Perfeccion de La Justicia Del Hombre
San Agustin - de La Perfeccion de La Justicia Del Hombre
PRIMERA PARTE
LAS PREGUNTAS DE CELESTIO
II 1. "Ante todo -dice- hay que preguntar qué es pecado a quien niegue que
el hombre puede estar sin él. Cuál puede evitarse y cuál no. Si no se puede,
ya no es pecado. Si se puede, el hombre puede estar sin el pecado que puede
evitar. Porque no hay razón justa alguna para llamar pecado a aquello que no
puede ser evitado en modo alguno".
3. "Hay que preguntar de nuevo -continúa Celestio- qué es pecado. ¿Es algo
natural o accidental? Si es natural, no es pecado. Pero, si es accidental,
también podrá desaparecer, y lo que puede desaparecer puede ser evitado.
Y como puede ser evitado, el hombre podrá estar sin ello".
4. "Otra vez -dice- hay que preguntarse qué es el pecado: ¿es un acto o es
una sustancia? Si es una sustancia, tiene que tener un creador, y, si
convenimos en que tiene un creador, está claro que ya tiene que existir otro
autor independiente de Dios. Como esta afirmación es impía, hay que concluir
que todo pecado es un acto y no una sustancia. Y, si es un acto, puede ser
evitado precisamente por ser un acto".
III 5. "Hay que investigar -prosigue Celestio- si el hombre debe estar sin
pecado. Sin duda alguna. Entonces, si debe, puede; pero no puede, luego
tampoco debe. Y, si el hombre no debe estar sin pecado, luego se ve obligado
a vivir en estado de pecado. Y entonces no será pecado si está determinado
a tenerlo. Mas, si esto es absurdo, hay que confesar que el hombre debe
estar sin pecado, y es evidente que él no está obligado a más de lo que
puede".
7. "Cabe aún preguntar si Dios quiere que el hombre esté sin pecado.
Indudablemente que Dios lo quiere, y, sin duda, que también el hombre
puede. Porque ¿quién hay tan loco que llegue a dudar de que se puede
cumplir lo que, sin duda alguna, quiere Dios?"
IV 9. Vuelve a preguntar: "¿Por qué causa el hombre está en pecado, por una
necesidad de la naturaleza o por el libre albedrío? Si por necesidad de la
naturaleza, no hay culpa alguna. Si por el libre albedrío, se busca de quién
ha recibido esa libertad de decisión. Sin duda que de Dios. Pero lo que Dios
ha dado es ciertamente bueno, y esto no puede negarse. ¿Cómo entonces
se prueba que el libre albedrío es bueno, si está inclinado más al mal que al
bien? Porque está inclinado más al mal que al bien, si el hombre por causa
suya puede estar en pecado y es incapaz de estar sin él".
10. Insiste Celestio: "Dios hizo al hombre bueno, y, además de crearlo bueno,
le ordenó también hacer el bien. Sería impío decir que el hombre es malo por
naturaleza y negar que pueda ser bueno. Pero ni ha sucedido lo primero ni
se le ha mandado el mal".
13. "Todavía -dice- hay que preguntar: si el hombre no puede estar sin
pecado, ¿de quién es la culpa, del mismo hombre o de algún otro? Si es del
mismo hombre, ¿cómo es culpable si no puede menos de ser lo que es?"
15. "De nuevo hay que decir que ciertamente Dios es justo. Y no se puede
negar. Pero Dios imputa al hombre todo pecado. Y también hay que confesar
que no es pecado todo lo que no se imputa como pecado. Y, si hay algún
pecado que no pueda evitarse, ¿cómo Dios puede ser llamado justo
afirmando que imputa a alguien lo que es inevitable?"
Respuesta: Hace tiempo que ya se gritó contra los soberbios: Dichoso el
hombre a quien el Señor no le imputa el pecado 34. Cierto que no apunta el
pecado a los que le dicen con fe: Perdónanos nuestras deudas, así como
nosotros perdonamos a nuestros deudores 35. Y justamente no le apunta la
deuda, porque es justo lo que dice: La medida que uséis, la usarán con
vosotros 36. Pero hay pecado cuando o la caridad que debe haber no existe
o es menor de la que debe haber, pueda o no evitarlo la voluntad. Si puede,
es obra de la voluntad actual; pero, si no puede evitarlo, es porque lo ha hecho
imposible la voluntad crónica; y, sin embargo, puede ser evitado no cuando
se engalla la voluntad soberbia, sino cuando recibe ayuda la voluntad
humilde.
SEGUNDA PARTE
TEXTOS DE LA SAGRADA ESCRITURA
CÓMO SE CONSIGUE EN ESTA VIDA LA JUSTICIA CON LA OPOSICIÓN DE LA CARNE
18. Así, pues, mientras estamos desterrados lejos del Señor, caminamos sin
verlo, guiados por la fe y no por la visión 44; por eso dijo: El justo vivirá por su
fe 45; ésta es nuestra justicia durante el mismo destierro, que tendamos ahora
con un caminar recto y perfecto a aquella perfección y plenitud de la justicia,
donde la caridad será ya plena y perfecta en la contemplación de su
hermosura, castigando nuestro cuerpo y sometiéndole a servidumbre 46,
ayudando con limosnas, perdonando con alegría y de corazón los pecados
cometidos contra nosotros y perseverando en la oración 47; haciendo todo
esto con la profesión de la doctrina sana, sobre la que se edifica la fe
auténtica, la esperanza firme, la caridad pura 48. Esta es aquí nuestra justicia,
por la que corremos, hambrientos y sedientos, hacia la perfección y plenitud
de la justicia para después saciarnos de ella. El Señor dijo en el
Evangelio: Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres
para ser vistos por ellos 49, a fin de que nosotros no andemos nuestra
peregrinación con fines de gloria humana. Pues bien, en la explicación de la
misma justicia indicó solamente estas tres cosas: el ayuno, la limosna y la
oración. Esto es: el ayuno, para significar la mortificación total del cuerpo; la
limosna, para significar toda benevolencia y beneficencia de dar y de
perdonar, y la oración, para resumir todas las reglas del deseo de perfección.
Así, por la mortificación del cuerpo, se pone freno a la concupiscencia. Esta
no solamente debe ser frenada, es que no debe existir en absoluto. Y no
existirá en aquel estado perfecto de la justicia, donde no habrá absolutamente
pecado alguno. Porque incluso en el uso de las cosas permitidas y lícitas
manifiesta muchas veces su inmoderación; hasta en la misma beneficencia,
por la cual el justo atiende al prójimo, se hacen algunas cosas que perjudican
creyendo que aprovechan; incluso a veces por debilidad, bien cuando se
atiende de modo insuficiente a las necesidades de otros, bien cuando se saca
poco provecho de ello; y, al derrochar bondad y sacrificio, cunde el desánimo,
que oscurece la alegría, siendo así que Dios ama al que da con alegría; y
tanto más cunde cuanto menos aprovecha cada uno, y tanto menos cuanto
mayor es su progreso. Por todo esto, pedimos justamente en la
oración: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a
nuestros deudores 50. Así que pongamos en práctica lo que decimos: o
amamos incluso a nuestros enemigos o, si alguno todavía, párvulo en Cristo,
no llega a tanto, perdone de corazón al que, arrepentido de haber pecado
contra él, le pide perdón, si es que quiere que el Padre celestial escuche su
oración.
Pero la caridad, que es la más grande de las tres 53, no será destruida, sino
aumentada y completada por la contemplación de lo que creía y por la
consecución de lo que esperaba. En esta plenitud de la caridad quedará
cumplido el precepto: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda
tu alma, con todo tu ser 54. Porque, cuando existe aún algún poso de
concupiscencia carnal, que será refrenado, v. gr., por la continencia, Dios no
es amado por completo con toda el alma. Realmente, la carne sola no tiene
deseos sin el alma, aunque se hable de deseo carnal, porque es el alma quien
desea carnalmente. Pero entonces el justo existirá completamente sin
pecado, porque no habrá en sus miembros ninguna ley que guerree contra la
ley de su espíritu 55, sino que amará completamente a Dios con todo el
corazón, con toda el alma y con todo el ser, que es el mandamiento
primero 56 y principal.
PRECEPTOS DE LA PERSEVERANCIA
IX 20. Dicho esto, oigamos los testimonios del autor a quien respondemos,
como si fuésemos nosotros mismos quienes los presentamos. En el
Deuteronomio: Tú serás perfecto delante del Señor, tu Dios 58. Ninguno será
imperfecto entre los hijos de Israel 59. Dice el Salvador en el Evangelio: Sed
perfectos, porque vuestro Padre celestial es perfecto 60. Y el Apóstol en la
segunda a los Corintios: Por lo demás, hermanos, alegraos, trabajad por
vuestra perfección 61. Y a los Colosenses: Amonestamos a todos, enseñamos
a todos con todos los recursos de la sabiduría, para que todos lleguen a la
madurez en su vida cristiana 62. Lo mismo a los Filipenses: Cualquier cosa
que hagáis, sea sin protestas ni discusiones; así seréis irreprochables y
limpios, hijos de Dios sin tacha 63. Y a los Efesios: Bendito sea Dios, Padre
de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales; él nos eligió en la persona
de Cristo -antes de crear el mundo- para que fuésemos santos e
irreprochables ante él 64. De nuevo a los Colosenses: Antes estabais también
vosotros alienados de Dios y erais enemigos suyos por la mentalidad que
engendraban vuestras malas acciones; ahora, en cambio, gracias a la muerte
que Cristo sufrió en su cuerpo de carne, habéis sido reconciliados, y Dios
puede admitiros a su presencia como a un pueblo santo sin mancha y sin
reproche 65. De nuevo a los Efesios: Para colocarla ante si gloriosa, la Iglesia
sin mancha, ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada 66. Y en la
primera a los Corintios: Sed sobrios y justos y no pequéis 67. Lo mismo en la
epístola de San Pedro: Por eso, estad interiormente preparados para la
acción, controlándoos bien, a la expectativa del don que os va a traer la
revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis más a los
deseos que teníais antes, en los días de vuestra ignorancia. El que os llamó
es santo; como él, sed también vosotros santos en toda vuestra conducta,
porque dice la Escritura: "Seréis santos, porque yo soy santo" 68. Por eso, el
santo David dice también: Señor, ¿quién puede habitar en tu tabernáculo o
quién puede descansar en tu monte santo? El que procede honradamente y
practica la justicia 69. En otro lugar: Con él viviré sin tacha 70. Y
también: Dichosos los que con vida intachable caminan en la voluntad del
Señor 71. Lo mismo en Salomón: El Señor ama los corazones santos, pues
acepta a todos los que son sin tacha 72.
Algunos de estos testimonios exhortan a los que corren a que corran bien;
otros recuerdan la misma meta adonde se dirigen corriendo. A veces no es
absurdo decir que entra sin tacha no porque es ya perfecto, sino porque corre
hacia la misma perfección intachablemente; y, sin delitos condenables, no
descuida tampoco purificar con limosnas los mismos pecados veniales. Es
decir, la oración pura purifica nuestro caminar, esto es, el camino por donde
caminamos a la perfección; y la oración es pura cuando oramos con
verdad: Perdónanos, así como nosotros perdonamos 73, para que, al no ser
objeto de reprensión lo que no es objeto de culpa, nuestro caminar hacia la
perfección sea irreprensible, sin tacha, de tal modo que, cuando hayamos
llegado a ella, no haya en absoluto ya nada que purificar con el perdón.
X 21. A continuación, nuestro autor aduce testimonios para demostrar que los
preceptos divinos no son pesados. Pero ¿quién ignora que, siendo el amor el
precepto general -porque el fin de todo precepto es el amor 74; por eso amar
es cumplir la ley entera 75-, no es pesado lo que se hace por amor, sino lo que
se hace por temor? Se lamentan de los preceptos de Dios los que intentan
cumplirlos por temor; en cambio, el amor perfecto expulsa el temor y hace
ligera la carga del precepto, que no sólo no oprime con su peso, antes bien
eleva a manera de las alas. Para alcanzar un amor tan grande como sea
posible en la carne mortal, es poca cosa el poder de decisión de nuestra
voluntad sin la ayuda de la gracia divina por Jesucristo nuestro Señor 76. En
efecto, hay que repetir que ha sido derramada en nuestros corazones no por
nosotros mismos, sino por el Espíritu Santo que se nos ha dado 77. La
Escritura solamente recuerda que los preceptos divinos no son pesados para
que el alma que los sienta pesados entienda que todavía no ha recibido las
fuerzas por las cuales los preceptos del Señor son tal como los recomienda:
ligeros y suaves, y para que pida con gemidos de la voluntad que le conceda
el don de la facilidad. Ciertamente, el que dice: Haz mi corazón sin tacha 78;
y: Dirige mis pasos según tu palabra para que no me domine la maldad 79;
y: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo 80; y: No nos dejes caer
en la tentación 81, y otras citas semejantes que sería largo recordar, pide
siempre lo mismo: cumplir los mandamientos de Dios. Porque no mandaría
cumplirlos si nuestra voluntad no interviniese para nada, ni la voluntad tendría
que acudir a la oración si ella se bastase por sí sola. Cuando nos recomienda
que los preceptos no son pesados, es para que aquel a quien le parecen
pesados entienda que no ha recibido aún el don por el cual no son pesados
y para que no se crea que los cumple a la perfección cuando obra de tal modo
que, siendo pesados -porque al que da de buena gana lo ama Dios 82-, sin
embargo, y a pesar de sentir su peso, no se desanima desesperando, sino
que se esfuerza por buscar, pedir y llamar 83.
22. Veamos también en estos testimonios citados cómo los preceptos que
Dios nos recomienda no son pesados. "Porque -dice él- los mandamientos de
Dios no sólo no son imposibles, sino ni siquiera pesados". En el
Deuteronomio: Y el Señor, tu Dios, volverá a complacerse en hacerte el bien,
como se complació en hacérselo a tus padres, si escuchas la voz del Señor,
tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código
de esta ley: conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el
alma. Porque el precepto que yo te mando hoy no es pesado ni inalcanzable;
no está en el cielo; no vale decir: "¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo
traerá, y nos lo proclamará para que lo cumplamos?" No está más allá del
mar; no vale decir: "¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá, y nos
lo proclamará para que lo cumplamos?" El mandamiento está muy cerca de
ti: en tu corazón, en tu boca y en tus manos. Cúmplelo 84. Lo mismo dice el
Señor en el Evangelio: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados,
y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es
llevadero, y mi carga ligera 85. Igualmente, en la carta de San Juan: En esto
consiste el amor de Dios, en que cumplamos sus mandamientos; y los
mandamientos de Dios no son pesados 86.
Una vez vistos estos testimonios de la ley, del Evangelio y de los apóstoles,
podemos elevarnos a esta gracia, que no comprenden los que,
desconociendo la justicia de Dios y queriendo imponer la suya, no se someten
a la justicia de Dios 87. Realmente, los que no comprenden las palabras del
Deuteronomio tal como las ha recordado el apóstol Pablo: Por la fe del
corazón llegamos a la justicia, y por la profesión de los labios a la salvación 88,
porque no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos 89; al
menos por este último testimonio del apóstol Juan, traído para probar su
opinión cuando dicen: En esto consiste el amor de Dios, en que cumplamos
los mandamientos; y: Los mandamientos de Dios no son pesados 90, deben
recordar, sobre todo, que ningún mandamiento de Dios es pesado para el
amor de Dios, que se derrama en nuestros corazones únicamente por el
Espíritu Santo 91 y no por el poder de decisión de la voluntad humana, al que
dan más importancia de la conveniente, con menoscabo de la justicia de Dios.
Amor que solamente será perfecto cuando haya desaparecido todo temor del
castigo.
Así, dice que "los testimonios de la Escritura que habría que poner como
objeción a quienes juzgan a la ligera sobre el libre albedrío o sobre la
posibilidad de no pecar, él los puede anular por la autoridad de la misma
Escritura. En efecto, dice, suele objetarse aquello de Job: ¿Quién está sin
pecado? Ni siquiera el niño de un solo día sobre la tierra" 92. A continuación,
como para responder a este testimonio con otros parecidos, trae lo que el
mismo Job ha dicho: Hombre justo y sin tacha, me he convertido en objeto de
mofa 93, no entendiendo que puede llamarse justo al hombre que se acerca
tanto a la perfección de la justicia que casi la toca. No niego que muchos lo
hayan podido conseguir aun en esta vida, en la cual se vive por la fe.
24. Estos testimonios confirman lo que dicho autor, en buena lógica, aduce,
tomado del mismo Job: Heme aquí próximo ante mi propio juicio, y sé que
seré hallado justo 94. En realidad, el juicio de que se habla allí es éste: Y hará
tu justicia como el amanecer, tu derecho como el mediodía 95. Por último, no
dijo: "Allí estoy", sino: Muy cerca estoy. Si quiso dar a entender por su juicio,
no con el que él mismo se juzgará, sino con el que será juzgado al fin del
mundo, serán encontrados justos en aquel juicio todos los que pueden decir
sin mentira: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a
nuestros deudores 96. Por este perdón serán hallados justos y porque
borraron con limosnas los pecados que aquí tenían. Por eso dice el
Señor: Dad limosna, y lo tendréis limpio todo 97. Finalmente, esto les dirá a
los justos que van al reino prometido: Porque tuve hambre, y me disteis de
comer 98, etc.
Sin embargo, una cosa es estar sin pecado -y esto se dice en esta vida
únicamente del Unigénito-, y otra estar sin tacha, lo cual se puede decir
también en esta vida de muchos justos, porque hay un modo de vivir virtuoso,
del cual, aun en las relaciones humanas, no puede haber queja justa. Así,
¿quién se puede quejar con razón de una persona que no quiere mal a nadie
y que ayuda fielmente a cuantos puede, ni tiene deseo alguno de venganza
contra quien le hace mal, de tal modo que pueda decir con verdad: Así como
nosotros perdonamos a nuestros deudores? 99 Y, no obstante, por lo mismo
que dice con verdad: Perdónanos, así como nosotros perdonamos, confiesa
que él no está sin pecado.
25. La oración de Job: ¿Qué es lo que dice Job? Ninguna maldad había en
mis manos, sino que mi oración era pura 100. Ciertamente que su oración era
sin tacha, porque pedía perdón con toda justicia al que lo daba con verdad.
26. Su sentimiento. Y cuando habla del Señor: Que multiplica mis muchas
heridas sin motivo 101, no dice: "Que ninguna le ha producido con motivo",
sino: muchas sin motivo. Porque le ha multiplicado sus muchas heridas no a
causa de sus muchos pecados, sino para probarle la paciencia. En efecto,
cree que debió sufrir un poco a causa de los pecados, de los que no estuvo
exento, como confiesa en otra parte.
28. La existencia del mal en nosotros. El mismo santo Job dice de nuevo: Mi
conciencia no me arguye por uno de mis días 107. Nuestra conciencia no nos
reprende en esta vida, en la que vivimos de la fe, cuando la misma fe, por la
cual del corazón llegamos a la justicia 108, no descuida reprender nuestro
pecado. Por eso dice el Apóstol: Pues no hago el bien que quiero, sino el mal
que aborrezco, eso hago 109. Efectivamente, lo bueno es no amar
desordenadamente, y el justo, que vive de su fe 110 quiere este bien; y, sin
embargo, hace lo que aborrece, porque apetece con desorden, aunque no se
deje llevar de sus codicias. Si lo hace, entonces él mismo cede, consiente, y
obedece al deseo del pecado. Es cuando su conciencia le arguye, porque se
reprende a sí mismo, no al pecado que reside en sus miembros. En cambio,
cuando no permite que el pecado siga dominando en su cuerpo mortal para
obedecer los deseos del cuerpo, ni pone sus miembros al servicio del pecado
como instrumentos del mal 111, entonces el pecado ciertamente reside en sus
miembros, pero no reina en ellos, porque no obedece a sus deseos. Por eso,
cuando él hace lo que no quiere, esto es, no quiere codiciar y
codicia, reconoce la ley, que es buena. Además, él quiere también lo mismo
que la ley, porque quiere no codiciar, y la ley dice: No codiciarás 112.
Teniendo en cuenta que quiere lo que la ley también quiere, sin duda alguna
que obedece a la ley; y, sin embargo, tiene apetencias desordenadas, porque
no está sin pecado. Pero ya no lo realiza él, sino aquel pecado que habita en
él. Por eso, su conciencia no le reprocha durante su vida, es decir, en su fe,
porque el justo vive por su fe, y, por lo tanto, su fe es su vida. Realmente sabe
que el bien no habita en su carne, donde reside el pecado; pero, al no
consentir en él, vive por la fe, porque pide a Dios que le ayude en su lucha
contra el pecado. Y para que no habite del todo en su carne le acompaña en
el querer, aunque no le acompaña en el realizar perfectamente el bien. No le
acompaña a no hacer el bien, sino a hacerlo a la perfección. Puesto que,
cuando no consiente, hace el bien; y, cuando odia su concupiscencia, hace
el bien; y, cuando no cesa de hacer limosnas, hace el bien; y, cuando perdona
al que le ofende, hace el bien; y, cuando pide que le sean perdonadas sus
deudas, y afirma con verdad que él mismo perdona también a sus deudores,
y suplica no ser arrastrado a la tentación, sino librado del mal, hace el bien.
Sin embargo, no le acompaña a hacer el bien a la perfección, porque esto
sucederá solamente cuando aquella concupiscencia que habita en sus
miembros no exista más. Por lo tanto, su conciencia no le reprende cuando
se reprocha el pecado que habita en sus miembros y no tiene infidelidad
alguna que reprender. De este modo, su conciencia no le reprocha durante
toda su vida, esto es, por su fe, y, a la vez, está convencido de que no está
sin pecado. Que es lo mismo que confiesa Job cuando dice: No se te ha
ocultado ninguno de mis pecados. Has sellado mis iniquidades en un saco y
has anotado cuanto, a pesar mío, he transgredido 113.
XIII 31. De igual modo, él ha dejado sin resolver esta otra cuestión; peor aún,
la ha exagerado y puesto más difícil al citar un testimonio que prueba
precisamente en contra suya: No hay quien obre bien; ni uno solo 127, y
porque, al referir testimonios contrarios, es como si él mismo demostrase que
hay hombres que obran el bien. Lo cual demuestra ciertamente que, aun
cuando el hombre haga muchas cosas buenas, una cosa es no hacer el bien
y otra no estar sin pecado. Por lo tanto, los testimonios aducidos no van contra
el dicho de que en esta vida no hay un hombre sin pecado, pues él no
demuestra en qué sentido se ha dicho que no hay quien obre bien; ni uno
solo 128. "Efectivamente -advierte- que el santo David dice: Confía en el Señor
y obra bien" 129. Pero éste es un precepto, no un hecho. Precepto que
ciertamente no guardaban los hombres de quienes se dijo: No hay quien obre
bien; ni uno solo 130. Igualmente, lo del santo Tobías: No temas, hijo; somos
pobres, pero seremos ricos si tememos a Dios y nos apartamos de todo
pecado y hacemos el bien 131. Es muy cierto que el hombre llega a ser rico
cuando se aparta de todo pecado, porque entonces no tendrá mal alguno ni
necesidad de decir: Líbranos del mal 132. Aunque también en este caso todo
el que progresa con recta intención, al hacerlo, se aparta de todo pecado; y
tanto más se aleja cuanto más se acerca a la plenitud de la justicia y a la
perfección del mismo modo que la concupiscencia, que es el pecado que
habita en nuestra carne, aunque permanece todavía en nuestros miembros
mortales, sin embargo, no deja de disminuir en los que progresan. Por lo
tanto, una cosa es ir alejándose de todo pecado que aún está presente en las
obras actuales, y otra haberse alejado de todo pecado, como sucederá en
aquel estado de perfección. Es indudable, no obstante, que tanto el que ya
se ha alejado como el que todavía se está alejando están obrando el bien.
Entonces, ¿en qué sentido se dice: No hay quien obre bien; ni uno solo 133,
cita que él ha propuesto y que ha dejado sin aclarar? Yo digo que este salmo
condena a un pueblo donde no hay ni uno solo que obre bien, mientras quiera
seguir siendo hijo de los hombres y no ser hijo de Dios, cuya gracia hace
bueno al hombre para que pueda obrar bien. De este bien ha de entenderse
lo que se dice en otro lugar: Dios observa desde el cielo a los hijos de los
hombres para ver si hay alguno sensato que busque a Dios 134. Este bien,
que consiste en buscar a Dios, no había quien lo hiciese, ni uno solo, pero en
aquella raza de hombres que está predestinada a la perdición. Porque la
presciencia de Dios ha observado a éstos y ha publicado la sentencia.
XIV 32. Insiste Celestio: "Aducen también aquello del Salvador: ¿Por qué me
llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios" 135. Tampoco ha aclarado
esta proposición, sino que se ha limitado a traer otros testimonios contrarios
para intentar probar que el hombre también es bueno. Porque él mismo ha
dicho que había que responder con aquello del mismo Señor en otra parte: El
hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas 136; y otra
vez: Que hace salir el sol sobre los buenos y los malos 137; y vuelve a
insistir: Está escrito en otro lugar: "Las cosas buenas han sido creadas para
los justos desde el principio" 138; y de nuevo: Los que son buenos habitarán
la tierra 139.
XV 33. Continúa: "También se nos dice: ¿Quién puede gloriarse de que tiene
limpio el corazón?" 146 A esto contesta igualmente con muchos testimonios,
queriendo demostrar que el hombre puede tener un corazón limpio, sin
explicar el testimonio aducido en contra suya: ¿Quién puede gloriarse de que
tiene limpio el corazón? 147, no vaya a ser que la divina Escritura aparezca en
contradicción consigo misma en este y en otros testimonios con los que
responde.
Por mi parte, al replicar a todo esto, digo que la frase: ¿Quién puede gloriarse
de que tiene limpio el corazón?, no es sino continuación de aquello que
estaba escrito, antes: Cuando el Rey justo esté sentado en su tribunal 148.
Porque, efectivamente, el hombre debe pensar, por grande que sea su
justicia, que nada puede encontrarse en él digno de culpa, aunque él no lo
vea, cuando el Rey justo se haya sentado en su trono, a cuya mirada no
pueden ocultarse nuestras faltas ni aquellas de las cuales se dijo: ¿Quién
conoce las faltas? 149 Cuando el Rey justo esté sentado en su tribunal, ¿quién
puede gloriarse de que tiene limpio el corazón o de que él está limpio de
pecado 150, a no ser, tal vez, estos que quieren gloriarse en su propia justicia
y no en la misericordia del mismo juez?
LA JUSTICIA DE JOB
XVI 37. Del mismo modo, va en contra suya el testimonio de las Escrituras
que ellos suelen citar: No existe sobre la tierra ni un solo hombre justo, que
obre bien y no peque 176; y como si se respondiese con otros testimonios que
el Señor dice del santo Job: ¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no
hay otro como él: es un hombre justo y honrado, que teme a Dios y se aparta
del mal 177. Ya hemos discutido este punto más arriba. Y, sin embargo,
tampoco ha demostrado cómo, de una parte, Job pudo estar sin pecado
alguno en la tierra, si estas palabras hay que entenderlas en este sentido, ni,
de otra parte, cómo puede ser verdadero el texto que cita: No existe sobre la
tierra ni un solo hombre justo, que obre bien y no peque 178.
XVII 38. "Asimismo, se nos dice según él: Ante ti no se justifica ningún
viviente" 179. A este testimonio casi no ha respondido para otra cosa sino para
que parezca que las Escrituras santas están en conflicto, y cuya concordancia
nosotros debemos demostrar. Porque dice: "Es preciso aclararles aquello que
el evangelista afirma del santo Zacarías cuando dice: Zacarías e Isabel, su
esposa, los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin falta según los
mandamientos y leyes del Señor" 180. Estos dos justos ciertamente habían
leído en los mismos mandamientos de qué manera podían limpiar sus
pecados. Porque Zacarías hacía todo lo que se dice en la carta a los Hebreos
acerca de todo sacerdote tomado de entre los hombres, que ofrecía
ciertamente sacrificios también por sus propios pecados 181.
De qué modo hay que entender entonces la expresión sin falta, creo que ya
lo he demostrado de sobra más arriba.
"En otra parte insiste en que el bienaventurado Apóstol dice también: Para
que fuésemos santos e irreprochables ante su mirada" 182.
Aquí se trata, para que podamos llegar a serlo, de si hay que entender
por irreprochables a los que están absolutamente sin pecado, o, por el
contrario, de si irreprochables son aquellos que no tienen delito, y en este
caso no se puede negar que, aun en esta vida, los ha habido y los hay; y, a
pesar de eso, no hay ni uno solo sin pecado por el hecho de que no tenga
mancha alguna de delito. De donde se deduce también que el Apóstol cuando
va a elegir a los ministros que ha de ordenar, no dice: "Que sea sin pecado"
-porque no podría encontrarlo-, sino: Que sea irreprochable 183, lo cual
ciertamente era posible. Sin embargo, ese individuo no demuestra tampoco
de qué modo, según su opinión, debemos entender lo que está escrito: Pues,
ante ti no se justifica ningún viviente 184. Sentencia que aparece
clarísimamente por el versillo que le precede: No entres en juicio con tu
siervo, pues ante ti no se justifica ningún viviente 185. Teme el juicio, porque
desea la misericordia, que triunfa sobre el juicio 186. Esto significa no entres
en juicio con tu siervo: "no me juzgues según tú, que eres sin pecado", pues
ante ti no se justifica ningún viviente 187. Lo cual se entiende sin dificultad de
esta vida. Y lo de no se justifica se refiere a aquella perfección de justicia que
no existe en esta vida.
XVIII 39. Sigue Celestio: "Los contrarios insisten: Si decimos que no tenemos
pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros" 188. Y se ha
esforzado en refutar este testimonio evidentísimo con otros testimonios en
parte contrarios, puesto que el mismo San Juan en esta misma carta
dice: Esto os digo, hermanos: que no pequéis. El que ha nacido de Dios no
peca, porque la simiente de Dios está en él, y no puede pecar 189. Lo mismo
en otro sitio: El que ha nacido de Dios no peca, sino que el nacido de Dios le
guarda, y el Maligno no le toca 190. "En este mismo sitio -insiste-, hablando
del Salvador: Que apareció para evitar el pecado. El que permanece en él no
peca; el que peca no le ha visto ni le ha conocido 191. Igualmente en otro
lugar: Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo
que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él,
porque le veremos tal cual es. Y todo el que tiene esta esperanza en él, se
hace puro, como puro es él" 192.
XIX 40. "Dicen de nuevo -añade Celestio-: No es del que quiere ni del que
corre, sino de Dios, que tiene misericordia" 200. A esto hay que responder,
según Celestio, con aquello que el mismo Apóstol indica en otra parte a
propósito de un hombre: Que haga lo que quiera 201. Insiste en que "lo mismo
está en la carta a Filemón sobre Onésimo: Me hubiera gustado retenerlo junto
a mí, para que me sirviera en tu lugar; pero, sin tu consentimiento, nada he
querido hacer, a fin de que ese favor no me lo hicieras por necesidad, sino
por voluntad 202. También en el Deuteronomio: Ha puesto delante de ti la vida
y la muerte, el bien y el mal. Elige la vida y vivirás 203. De nuevo en
Salomón: Dios hizo al hombre desde el principio y le dejó en manos de su
albedrío. Le dio mandatos y preceptos: si eliges los preceptos, ellos te
guardarán para cumplir en lo sucesivo la promesa dada. Ante ti puso el agua
y el fuego; a lo que tú quieras tenderás la mano. Ante el hombre están el bien
y el mal, la vida y la muerte; la pobreza y la honestidad son del Señor Dios 204.
Y en Isaías: Y, si sabéis obedecer, comeréis lo sabroso de la tierra; si
rehusáis y os rebeláis, la espada os comerá, porque lo ha dicho el Señor" 205.
Pero aquí los adversarios se ven descubiertos en todo cuanto ellos se quieren
ocultar, porque están demostrando cómo combaten contra la gracia o la
misericordia de Dios, que es lo que deseamos obtener cuando
decimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo; o: No nos dejes
caer en la tentación, mas líbranos del mal 206. Porque para qué pedimos en
la oración todo esto con tanto gemido, si depende del hombre, que quiere y
que corre, y no de Dios, que tiene misericordia? 207 No porque esto se cumpla
sin nuestra voluntad, sino porque la voluntad no cumple lo que se propone
sin la ayuda divina. Esta es la fe sana, que nos hace orar: buscar para
encontrar; pedir para recibir; llamar para que nos abran 208. El que se rebela
contra ella cierra contra sí mismo la puerta de la misericordia divina.
Un texto de Isaías
XX 43. Pero veamos cuál es el argumento que ha dejado para el final: "Si
alguno dijera: '¿Es posible que el hombre no llegue a pecar ni de palabra?',
habría que responder, según él, que si Dios lo quiere, es posible; pero Dios
lo quiere, luego es posible". E insiste: "Si alguno dijera: 'Es posible que el
hombre no llegue a pecar ni de pensamiento?', habría que responder: 'Si Dios
lo quiere, es posible; es así que Dios lo quiere, luego es posible'".
Conclusión
XXI 44. En conclusión, quien crea que ha habido o que hay en esta vida algún
hombre u hombres, excepto el único mediador de Dios y de los hombres, para
quienes no ha sido necesaria la remisión de los pecados, va contra la divina
Escritura cuando dice el Apóstol: Por un solo hombre entró el pecado en el
mundo, y por el pecado la muerte, y así se propagó a todos los hombres por
aquel en quien todos pecaron 230; y se ve obligado a sostener, con terquedad
impía, la afirmación de que es posible que haya hombres que se vean libres
y salvos de pecado sin el Cristo mediador, que libera y que salva cuando él
mismo ha dicho: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos;
no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores 231. En cuanto a quien
afirme que después de recibir el perdón de los pecados se puede vivir en esta
carne santamente, de tal modo que no se tenga en absoluto pecado alguno,
contradice al apóstol Juan cuando afirma: Si dijéramos que no tenemos
pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en
nosotros 232; porque no dice "hemos tenido", sino tenemos. Si alguien lo
entiende de aquel pecado que domina en nuestro cuerpo, según el vicio
contraído por la voluntad del primer hombre pecador, a cuyas sugestiones
pecaminosas el apóstol Pablo nos manda resistir; si entiende que no peca el
que no consiente en absoluto al pecado mismo para ninguna obra mala,
aunque domine en la carne, sea en hecho, dichos o pensamientos, a pesar
de que se revuelva la misma concupiscencia, llamada, de algún modo,
pecado, el cual consiste en consentir en ella, y que nos provoca a pesar
nuestro: quien lo entienda así, realmente distingue todo esto con sutileza,
pero tenga en cuenta el contenido de la oración dominical cuando
decimos: Perdónanos nuestras deudas 233. Porque, si no me engaño, no
habría sido necesario decir eso si jamás consintiera lo más mínimo a las
sugestiones del pecado ni de palabra ni de pensamiento, sino que habría
dicho tan sólo: No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal 234; y
el apóstol Santiago no diría tampoco: Todos pecamos en muchas cosas 235.
Porque no peca sino aquel a quien la concupiscencia maliciosa persuade
contra la ley justa, sea por engaño o por conquista, deseando u omitiendo
hacer, decir o pensar algo que no debía.