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LAS BIENAVENTURANZAS (Mateo 5,1-12)

Aquí se van a tratar las "Bienaventuranzas" desde la perspectiva bíblica, por tanto se
explicarán las palabras o términos, más relevantes. Los textos más antiguos que
disponemos del Evangelio fueron escritos en griego, sin embargo, la cultura de Jesús era
hebrea, por lo cual es necesario hacer algunas aclaraciones, para tratar de entender mejor
su mensaje.
Mateo, ya en sus relatos sobre la infancia, equipara a Jesús con Moisés (por ejemplo en la
matanza de los inocentes o en la huída a Egipto), basándose en el libro del Deuteronomio:
"Yo vuestro Dios suscitaré, de entre vosotros, un profeta como Moisés a él escucharéis.
Yo pondré mis palabras en su boca, y él os dirá todo lo que yo le mande" (Dt 18,15-18).
En el llamado, "Sermón de la montaña", donde Mateo recopila las enseñanzas de Jesús,
cuyo prólogo son las "Bienaventuranzas", se sitúa a Jesús paralelamente a Moisés en el
momento en el que se estableció la alianza entre Dios y el pueblo rescatado de Egipto, con
la mediación del profeta, que les transmitió los mandamiento, el decálogo, las tablas de la
Ley.
Jesús, tras haber llamado a sus primeros discípulos, comenzó a predicar la llegada del
esperado reinado de Dios, corroborando su autoridad mediante sanaciones, siendo así que
mucha más gente comenzó a seguirle. Entonces, de forma paralela a Moisés, cuando subió
al monte Sinaí, Jesús sube a un monte para transmitir al pueblo judío sus enseñanzas, de
parte de Dios.
Para empezar tenemos que tener claro lo que significaba para aquellas gentes la palabra
"bienaventurados". La mayoría de biblias traducen así el termino griego, menos la Biblia
de Nuestro Pueblo, que dice "felices", pero si nos quedáramos solo con ese término,
parecería que las bienaventuranzas, más que una ironía o paradoja, resultarían una
contradicción, sobre todo cuando se llega a: "felices los que lloran" (de tristeza se supone,
si luego serán consolados).
El término griego: bienaventurados, fue vertido del arameo: "baruk" que significa bendito
(agraciado por los dones de Dios). La relación del término griego (feliz, dichoso) con el
hebreo de "bendición", consiste en que ésta (don de Dios), aparece como incoada
(dado en prenda) a partir de un comportamiento; y su cumplimiento se sustenta en la
esperanza de la promesa de Dios. De hecho su raíz verbal hebrea es "hasar", que
significa: ser recto, ser honesto, prosperar, estar estable, correcto y (por tanto) feliz
(implícitamente hace referencia a encontrarse en un estado de salvación) (Isa 30:18).
En definitiva, en el Nuevo Testamento hace referencia a la alegría religiosa que invade al
que con su colaboración, participa, anticipadamente, de la salvación del reino de Dios
(Dan 12:8-13). Así podemos concluir que Jesús se está refiriendo a una actitud frente a
la vida, consistente en: la FIDELIDAD de la persona que CONFÍA en Dios. O, la
felicidad de la persona que encuentra sentido a su vida, desde la perspectiva de Dios; pese
a las contrariedades o dificultades.
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Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Pobres de espíritu: aquí no se utiliza la palabra griega que designa a las personas más
pobres (mendigos: supuestamente amparados por la Ley judía), sino a las clases medias
que sufren algún tipo de opresión (económica, política o social). Lucas, de cultura griega,
solo dice pobres, mientras Mateo, de cultura judía, dice "pobres de espíritu", porque está
vertiendo de la tradición judía el concepto de: Pobres de Yahvé. Este término (anawim
Yahvé) proviene del verbo hebreo (anav) que significa inclinar, abajar; abarcando así,
tanto a las personas "oprimidas" (pobres), como las personas que se "inclinan" ante la
voluntad de Dios (los piadosos).
[En el Anchor Bible Dictionary, distingue los siguientes tipos de pobres según la
terminología bíblica hebrea: el mendigo (’ebyôn), el campesino pobre (dal), el pobre
holgazán (maḥsôr), el pobre económico (ra’š) y el pobre oprimido (‘anî)].
Por lo tanto, Jesús anuncia la bendición, de la ayuda y protección de Dios (la
salvación), para aquellas personas oprimidas que, sin dejar de confiar en Dios; mediante
su oración y su fidelidad, perseveran realizando la voluntad de Dios. A estos, Jesús les
dice: que ellos (literalmente) "están siendo" el Reino de los Cielos, el Reino de Dios. Por
lo tanto, no se trata solo de una recompensa, sino que esas personas son los legítimos
propietarios, de lo que ellos mismos están construyendo.
De ahí viene que la concepción cristiana del Reino de Dios, difiera del judaísmo, cuyo
carácter, mayoritario, era más bien político, mientras que para los cristianos, consiste más
bien en el reinado de Dios; es decir que se cumpla la voluntad de Dios, ya en este
mundo, por medio de nosotros (Luc 17:20-21). Aunque, no podemos negar que es una
utopía; es un YA, inaugurado por Jesucristo, pero todavía no, hasta la Parusía (es deicr su
vuelta y presencia definitiva), donde serán los cielos y la tierra nuevos (Apo 21:1-7 y 2Pe
3,13).
Las siguientes bienaventuranzas son correlativas, y mediante un paralelismo sinonímico,
de sentencias encadenadas (según el estilo rabínico), se desarrollan el sentido y las
circunstancias que implican el seguimiento de Jesús.

Bienaventurados los mansos: (para la cultura griega significa: apocado, más que
humilde; y no precisamente como una virtud, sino como una debilidad). Pero el término
hebreo del que proviene significa: bondadoso, benévolo.
De modo que esta bienaventuranza es como una glosa (una desarrollo explicativo) de la
primera bienaventuranza: los pobres de espíritu, requieren la cualidad de la mansedumbre,
consistente en: ser afable, bondadoso, atento, benévolo, cercano y amigable. Así se
mostró Jesús a su entrada en Jerusalén; como un "gobernante" (pastor de su pueblo), a la
antigua usanza, al entrar montado en un borrico, (cf. Gen 49:10-11; Jue 5:9-11; Zac 9:9).
Aquellos antiguos gobernantes (patriarcas, jueces o ancianos) primordialmente velaban
por la buena convivencia y el bienestar de la población, visitando a las familias y pre-
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ocupándose de sus problemas particulares. Jesús rehuyó de ser proclamado como rey,
porque no fue un mesías político, es decir un mesías rebelde o guerrero; pues muchos
judíos aguardaban la venida de un mesías que actuara, al estilo de Moisés cuando
derrotaron a los egipcios; solo que en aquel tiempo ansiaban la liberación de la opresión
romana. El más claro ejemplo del mesianismo pacífico de Jesús fue cuando mandó a
Pedro no usar su arma para defenderle, en el huerto de los olivos; o también la respuesta
que dio a Pilato: "Si mi reino fuera como los de este mundo, mi gente se habría levantado
en armas" (Cf. Jua 18:36).
Tras la segunda bienaventuranza se añade: "porque ellos poseerán la tierra", haciendo
una clara referencia al Salmo 36 (37), donde se contrapone que el destino de los que hacen
el mal será el castigo; mientras los que esperan en el Señor (v.9), los oprimidos (v.11), los
que hacen la voluntad de Dios, practicando el bien (v.22); los honrados (v.29), poseerán
la tierra; esta promesa es el paradigma de las promesas de la Antigua Alianza.
Merece la pena leer el Salmo 36 (37) completo, para entender esto:
No te exasperes por los malvados, no envidies al que obra mal: se secarán como la hierba.
Confía en el Señor y practica la justicia, habita en tu tierra con lealtad. Sea el Señor tu
delicia, y Él te dará lo que necesita tu corazón. Encomienda a Dios tus afanes y confía en
que Él actuará. Hará tu justicia como el amanecer, tu fidelidad como el medio día. No te
exasperes por el hombre que triunfa empleando la intriga: cohíbe la ira, reprime el coraje,
no te impacientes, no sea que obres mal. Porque los que hacen el mal serán excluidos,
mientras los que esperan en el Señor poseerán la tierra. Espera a su tiempo, que el
malvado desaparecerá; en cambio los que perseveren ante la adversidad poseerán la tierra
y disfrutarán de paz abundante. El malvado intriga contra el justo, pero el Señor se ríe de
él, porque tiene los días contados. Los malvados atentan contra los pobres y
desamparados; para acabar con los honrados, pero sus misma violencia los aniquilará.
Mejor es ser honrado con poco, que ser malvado en la opulencia. El malvado pide
prestado y no devuelve, el justo se compadece y perdona, La ambición del malvado
fracasará, mientras los que el Señor bendice poseerán la tierra. La boca del justo expone la
sabiduría, su lengua defiende el derecho, porque lleva en el corazón la ley de su Dios, y
sus pasos no vacilan. Confía en el Señor y sigue sus caminos, que Él te dará en posesión la
tierra, mientras el malvado será expulsado. Observa al honrado, fíjate en quien es bueno,
porque el pacífico tendrá un porvenir, mientras los malvados caen en su propia trampa,
llevándoles a su ruina. El Señor es quien salva a los justos, Él escucha sus gritos; el Señor
los protege y los libra, los libra de los malvados y los salva, porque se acogen a Él.

Bienaventurados los que lloran (sufren con lamentos), porque ellos serán consolados:
Es innegable que el mal ontológico (existencial: muerte, enfermedad, catástrofes
naturales) es uno de los mayores misterios que ha de afrontar toda la humanidad. Pero el
mal moral, el que podemos causar o evitar, es responsabilidad nuestra. En el Antiguo
Testamento tenemos el mayor ejemplo de la consolación que Dios quiere dar a su pueblo
en el llamado "Libro de la Consolación de Isaías" (Is 40-55), en el que tras la casi total
destrucción, que sufrió el pueblo hebreo por los asírios (s.VI a.C.), Dios les anunció la
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vuelta del exilio y la restauración de su nación. Aquella experiencia la resume el Salmo
126:5 al decir: "Al ir iba llorando, llevando la semilla, al volver vuelve cantando, trayendo
sus gavillas".
En el contexto histórico de las bienaventuranzas, los cristianos fueron perseguidos por los
judíos, al igual que Jesús. Posteriormente, en el libro del Apocalipsis se narra, de manera
implícita, el añadido de la posterior persecución romana; y en cuyo libro se anuncia que
finalmente: "Dios enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá
llanto, ni lamentos ni fatigas, porque el mundo anterior habrá pasado" (Apo 21:1-5).

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia:


El concepto hebreo de justicia, se sitúa en el ámbito de las relaciones personales y la
convivencia en sociedad; precediendo a cualquier legislación o institución encargada de
establecer los derechos y deberes, o regirlos. De manera que las leyes serían un medio, y
la justicia su fin. Recordando aquello de: "El Sábado (la Ley) es para el hombre, y no el
hombre para el Sábado".
Por tanto, la justicia bíblica consiste en la conducta "ajustada", o adecuada, frente a
Dios y frente a cualquier persona, dentro de la designación de un orden en la sociedad,
establecido desde la creación de Dios (cf. Mar 2:27a - la duda de José).
Las mayoría de los biblistas concuerdan en que el centro de las Bienaventuranzas, radica
en esta. Al respecto, tenemos que tener en cuenta que el cristianismo no se contenta con
una ética de mínimos (decálogo-leyes apodícticas) (cf. Mat 19:20-21 - el joven rico) sino
que va más allá; pues para tratar de hacer una realidad la utopía del Evangelio, el reinado
de Dios, en este mundo; es preciso seguir la "Ley" donada por Jesucristo, consistente en
una moral de máximos. Es decir, no sólo hay que evitar hacer el mal, sino que además
debemos procurar el bien para los demás (Mat 5:17-20: "...si vuestra justicia no es mayor
de la de los escribas y fariseos..."; o Mat 25:34-40: "Venid a mi benditos... porque...").
Porque ellos quedarán saciados: tanto en la anterior bienaventuranza, como en esta, las
promesas que Jesús hace: "serán consolados", "quedarán saciados", se utiliza el verbo en
forma pasiva, como eufemismo para no nombrar a Dios, así como se utiliza en ocasiones
la palabra "cielo". Por tanto, significa que quien llevará a cabo su cumplimiento, el agente
de la acción, será el mismo Dios en persona. Otros ejemplos del "pasivo divino" son: "tus
pecados te son perdonados", me ha sido dado pleno poder en el cielo y la tierra", etc.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia:


Las acciones "efectivas" de compasión: por quien sufre, por el pobre o el necesitado, son
alabadas a lo largo de toda la Sagrada Escritura, siendo consideradas como el
requerimiento necesario para recibir las bendiciones de Dios (es decir, su protección y
ayuda, su salvación). En el Nuevo Testamento tenemos los mejores ejemplos: la parábola
del Buen Samaritano, la mujer adultera, y otros casos, en los que Jesús acoge y perdona a
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los pecadores; aunque su culmen es la escena de Jesús en la cruz, pidiendo a su Padre que
perdone a quienes lo han condenado. El Padre Nuestro concluye: Porque si perdonáis a los
hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a
los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas (Mat 6:14-15).

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios:


En la cultura bíblica, el corazón es considerado el órgano que rige y gestiona la voluntad
humana, donde residen su actitud y dimanan sus decisiones: la bondad o la maldad. Por
eso dijo Jesús: "lo que hace impuro al hombre no es lo que entra en él, sino lo que deja
salir, desde su interior" (cf. Mat 15:11). Un ejemplo del Antiguo Testamento sería: "El
hombre se fija en las apariencias, pero Dios mira en el corazón" (1Sam 16:7).
Según esta bienaventuranza, quien pueda alcanzar la plena pureza espiritual de su
conciencia, será quien más cerca podrá estar de experimentar, o de ver, como ve Dios.
Desde la perspectiva sapiencial del judaísmo, el "ver" es sinónimo de conocimiento, de
experiencia, de sabiduría. De ahí la comparación entre la luz y la oscuridad, y
paralelamente: entre la autenticidad y la falsedad; o entre el bien y el mal.

Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de
Dios:
Si antes hemos dicho que la justicia bíblica se encuentra en la dimensión de las relaciones
personales; la paz bíblica se sitúa en el plano de un estatus físico y sentimental, de modo
que su significado hace referencia: a la salud, la seguridad, la ausencia de conflictos, la
prosperidad material, y en definitiva al bienestar. Por ello la paz no se debe entender en un
sentido meramente interior. La paz implica un ser y un estar, a salvo; un estado de dicha
que, para ser pleno y auténtico, no se limita al individuo, sino que es preciso que abarque a
toda la fraternidad universal en su conjunto.
En el Antiguo Testamanto se identifica a Yahvé con la Paz; porque, no es lo mismo
conseguir o tener los dones (materiales) de Dios, que apreciar, valorar y reconocer, al Dios
de los dones. En definitiva, el ser humano influye de manera decisiva, con su forma de
proceder, mediante su trabajo y empeño, en establecer y mantener ese estado de paz.
Al respecto puede leerse el Salmo 112:
Bienaventurado quien teme al Señor y sigue sus caminos (su voluntad). Su familia poseerá
la tierra, la descendencia del justo será bendita. En su casa habrá riquezas y abundancia,
porque su caridad es constante y sin falta. En las tinieblas brilla como una luz, el que es
clemente y compasivo. Dichoso el que se apiada y presta, y administra justamente sus
asuntos. El recuerdo del justo será perpetuo. No temerá las malas noticias, pues su corazón
está firme en el Señor, su corazón está seguro, sin temor, hasta que vea derrotados a sus
enemigos. Reparte limosna a los pobres, su caridad es eterna (será recordada o, es

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constante, sin falta) y alzará la frente con dignidad. El malvado, al verso, se irritará,
rechinará los dientes hasta consumirse, pero la ambición del malvado fracasará.
En el Evangelio hay otras dos ocasiones en las que Jesús habla sobre la paz, en una dice
que no ha venido a traer paz, es decir: paradójicamente, instaurar su forma de paz
conllevará conflictos porque tendrán que afrontar la contradicción, por parte de algunos.
Por eso dijo también que, nos deja su paz, pero no como la entiende el mundo,
refiriéndose seguramente a la pax romana, que se imponía por la fuerza.
El calificativo de "hijos de Dios", era el título con el que los judíos se reconocían como el
"auténtico" pueblo de Dios, por ejemplo frente a los samaritanos. (cf. Mat 3:9).

Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino


de los Cielos:
Aquí se vuelve a incidir en la centralidad de la justicia, y en el premio del Reino de los
Cielos; pero por fin sale a flote, de forma más explícita, el trasfondo, ya no solo de
opresión, sino de oposición y persecución sufrida, a causa de seguir la voluntad de Dios,
transmitida por Jesucristo. Y así, finaliza diciendo: Bienaventurados seréis cuando os
injurien y os persigan, y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi
causa. Es decir, por tratar de instaurar la buena noticia, del reinado de Dios, ya en este
mundo, pese a las contrariedades.
Y como colofón concluye añadiendo: Alegraos y regocijaos, porque vuestra
recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los
profetas anteriores a vosotros.
La mayoría de los profetas sufrieron una dura oposición y tuvieron que afrontar el
conflicto con su pueblo y las autoridades religiosas, cuando el mensaje que transmitían, de
parte de Dios, era recriminatorio (al exigir el bien para "todos"). Pero, sin duda alguna, el
Profeta que más sufrió fue Jesucristo, que entregó su vida por el bien de toda la
humanidad, llegando hasta el extremo de poner en riesgo su integridad. Hasta el día de
hoy han sido, y siguen siendo muchos, los mártires (los testigos) que se han consagrado
(dedicado y entregado su vida por entero) por el bien de los demás. Y esto es lo que Jesús
nos pide hoy por medio de su Palabra; para que ésta, siga viva y eficaz entre nosotros.

Recordemos, como conclusión, las palabras que el Apóstol San Pablo, nos dejó en su carta
a los Romanos: "No os dejéis vencer por el mal, sino, venced al mal, con la fuerza del
bien". (cf. Rom 12:21) (cf. Mat 5:38-48).

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