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EN GUATEMALA: CONTEXTUALIZACIÓN, 1
RULE OF LAW E INSTITUCIONES
NOVIEMBRE 2020
RESUMEN
Palabras clave: propiedad privada, propiedad plural, posesión, rule of law, pluralismo
Autor: Jesús María Alvarado Andrade El Centro para el Análisis de las Decisiones
Centro para el Análisis de las Decisiones Públicas —CADEP— es el núcleo de
Públicas investigación del Instituto de Estudios
Políticos y Relaciones Internacionales de la
Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Universidad Francisco Marroquín. Fue
Internacionales fundado en el año 2002 con el objetivo de
Universidad Francisco Marroquín promover la teoría de la elección pública
Noviembre del 2020 —en inglés, public choice—, una
Guatemala herramienta de análisis que utiliza la
economía para estudiar la política.
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1. Introducción
El propósito de esta investigación es ofrecer un análisis exhaustivo que permita evidenciar los
retos que presenta la discusión académica sobre la propiedad o propiedades en la República
de Guatemala. Acotado al contexto de Guatemala —extensivo a la región centroamericana
en la medida en que se encuentren similitudes—, la presente investigación pretende disipar
equívocos conceptuales e institucionales que pueden afectar la comprensión y defensa de la
propiedad privada.
1
Catedrático de Derecho constitucional y de Teoría del Estado (Universidad Francisco Marroquín), profesor por
concurso de Derecho constitucional (Universidad Central de Venezuela), profesor de Argumentación Jurídica en
la Universidad Católica Andrés Bello, miembro de la Asociación Venezolana de Derecho Constitucional, miembro
del Consejo de Redacción de la Revista de Derecho Público (director, Allan R. Brewer-Carías), autor de diversas
publicaciones académicas en el ámbito del Derecho Público.
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Dada la inexistente literatura en el país sobre el tema de la propiedad privada, se hará uso
moderado de literatura comparada tomando en cuenta las particularidades del sistema
constitucional y administrativo del país, evitando con ello en todo momento una visión
libresca. Esta investigación mostrará que además de la hegemonía del concepto de
propiedad privada, de suyo absolutizada en la discusión política y social —pese a la refutación
normativa—, existe una relación entre el arreglo institucional y el irrespeto por los derechos
de propiedad.
Sobre este último aspecto del diseño institucional e irrespeto por los derechos de propiedad
no se ha meditado lo suficiente, al punto que muchas propuestas institucionales como las del
«pluralismo jurídico» tal y como se han planteado no coadyuvan a resolver el problema
(García Amado 1985; García Amado 2020) de la propiedad como se tendrá ocasión de analizar.
Téngase presente que además del arreglo institucional problemático y deficitario de
Guatemala se añade la inseguridad jurídica, la cual es el resultado de la ausencia de rule of law
(World Justice Project 2020).
Muestra de esta falencia institucional —entre otras cuestiones— son las constantes
usurpaciones a la propiedad; es decir, claras invasiones a terrenos, cuando no a evidentes
obstaculizaciones a inversiones extranjeras y nacionales en territorios disputados sin que el
Estado cumpla su función mínima de imponer orden y seguridad.
La distancia entre el ideal político del rule of law no se reduce al incumplimiento de los
principios de acceso a la justicia, independencia e imparcialidad judicial. También se debe a
la ausencia de «división de poder»; la ausencia de un régimen moderno de derecho
administrativo y a la existencia de un Estado unitario con una irracional política de
descentralización funcional que agudiza el mal funcionamiento de las diversas
administraciones públicas de suyo bastante alejadas de los cánones occidentales2.
2
El problema administrativo de Guatemala no se reduce a la vetusta legislación referida al Servicio Civil, sino a la
ausencia generalizada de legislación en temas de derecho administrativo. Las administraciones públicas en el
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Si bien se requiere de un sistema de justicia más independiente e imparcial que el actual para
posibilitar el ideal político del rule of law4, urge una comprensión más articulada del fenómeno
histórico de la propiedad o de las propiedades5. De hecho, cualquier análisis sobre la
propiedad en el país no debe ser eminentemente libresca, pues debe tenerse en cuenta que
la estructura económica y social no ha pasado en términos generales de un precapitalismo
inalterado. Este es un aspecto no menor y que permite dar cuenta de un cierto
entrecruzamiento de distintos «derechos» dependientes de diversas edades —«cazadores»,
«pastores», «agricultura» y «comercio»— en los términos de Adam Smith en sus Lectures on
Jurisprudence (1763).
Por tanto, en este estudio se analizarán diversos temas estrechamente conectados entre sí.
En primer lugar, se abordará el concepto de propiedad haciendo un uso selectivo de la
literatura más especializada, justificado ello por la ausencia de reflexión conceptual sobre este
tópico en el país.
En segundo lugar, se procederá a analizar cómo la propiedad —o, mejor dicho, las diversas
propiedades—, han estado condicionadas por modos de pensamiento ideológicos (Negro
Pavón 1996) que han imposibilitado u oscurecido el tema de la «propiedad plural». En este
país no cuentan con legislación exhaustiva en ámbitos como organización administrativa; procedimientos
administrativos; actividad administrativa; contencioso-administrativo y bienes públicos, etc.
3
Para esto véase Rubio Llorente 2005. Para Rubio Llorente, hay principios fundamentales del ordenamiento
jurídico que no dan lugar a derechos judicialmente exigibles. La Corte de Constitucionalidad de Guatemala, cada
vez más, considera que hay principios fundamentales del ordenamiento jurídico que dan lugar a derechos
judicialmente exigibles para, con ello, «superar» la supuesta anacrónica concepción de las normas
programáticas. Las sentencias referidas al proceso de selección y elección de jueces y magistrados (2019-2020)
son un ejemplo paradigmático de esto.
4
No es lo mismo rule of law que Estado de derecho, pero a efectos didácticos usaremos el primer concepto.
5
Véase el expediente 4670-2017 de la Corte de Constitucionalidad de Guatemala.
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sentido, es menester indicar que existen distintas propiedades y no solo la propiedad privada
en el sistema constitucional y administrativo. Por ello, se evidenciará que la propiedad privada
se encuentra constitucionalmente funcionalizada conforme a las exigencias de un
«constitucionalismo social» (Sabino 2009, 107 y ss.), el cual tiene impacto en diversos ámbitos:
agricultura; urbanismo, economía, etc.
Este hecho no se puede ignorar en tanto que, si bien tuvo lugar en Europa la Revolución
Industrial, la misma ha sido desconocida o no aplicable con la misma intensidad en esta parte
del mundo. Esto hace más perniciosa la imitación acrítica de realidades e ideas europeas
favorables a resolver la «cuestión social» en el plano normativo.
Por tal motivo debe repararse que la realidad económica de Guatemala sigue siendo la de un
país en extremo pobre (García Laguardia 1980), con escasos recursos naturales de gran
atractivo para el capitalismo mundial, poco industrializado, incomunicado y con grandes
problemas de capital humano. Todo ello sin contar con que produce productos de escaso
atractivo para el mercado internacional y dependiente absolutamente de remesas
provenientes de miles de nacionales que buscan oportunidades en Estados Unidos de
América.
6
Esto es comentado por Matteucci (2010); Panebianco (2009); Epstein (2006) y Carey (1995), entre muchos otros
autores. La Constitución de 1985 contiene una gran cantidad de «compromisos apócrifos» sobre los cuales no
se ha meditado. Esto se debe entre otras cosas a la ausencia de estudios jurídico-constitucionales de rigor en
Guatemala. Es menester destacar que el tan defendido «constitucionalismo social» nunca ha sido una realidad y
no lo será si se toma en cuenta la estructura económica del país. Como mencionó un defensor del
constitucionalismo social, la inexistencia de un Estado social no afectará a sociedades atrasadas como la de
Guatemala y su región. Lo que parece difícil es que acabe del todo en países como España, Italia, y buena parte
de países europeos (de Vega García 1997, 375).
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A este respecto debe mencionarse que las propiedades y la propiedad privada en tanto
institución jurídica depende de arreglos institucionales; de allí, la importancia de atender
tanto a las reglas formales como a las informales. Por ello, se incorporan en el análisis algunos
factores económicos, culturales y morales, además del factor político, que es el que en cierta
forma puede permitir transitar de una sólida red de instituciones extractivas a otra red
institucional de instituciones inclusivas en las cuales la propiedad cobre un sentido
determinante (Acemoglu y Robinson 2014).
En cuarto lugar, se analizará el marco institucional existente y cómo este impide la protección
de las propiedades, especialmente teniendo en cuenta perspectivas más favorables a la
libertad que las constitucionalmente asumidas en Guatemala. El objetivo último mostrar
alternativas a la situación institucional presente, culminando la investigación con unas
reflexiones finales.
7
Mientras en El Salvador se dan procesos de reforma legislativa orientadas a modificar el actuar de las
administraciones desde el punto de vista formal, en Guatemala no existe hasta la fecha, una preocupación
similar.
8
El retrato actual no varía mucho del ofrecido por García Laguardia (1980). En el documental Immigration Nation
(2020) de Netflix se muestra una cruda realidad. Una interpretación de lo visto en el documental sugiere que
cierta migración es atizada por grupos del narcotráfico y grupos ilegales que ven en ciertas personas un gran
negocio para colocar sus productos —ya no solo personas— al otro lado de la frontera de México. Esta es una
de las razones por las cuales el monto total de dólares recibidos en concepto de remesas se incrementa
sostenidamente desde el 2002.
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Este estudio tiene una pretensión de análisis institucional y, por ende, incorpora varias
disciplinas, aunque enfatiza que la propiedad es una categoría eminentemente jurídica. La
predilección inicial por las consideraciones jurídicas no es caprichosa, sino que luce
indispensable como base prioritaria del análisis.
9
En Guatemala (Ayau Cordón 2016) siguió la clásica definición del jurista Blackstone. Constitucionalmente, en
Guatemala se garantiza formalmente la «propiedad privada» (arts. 39, 40 y 119 j) como un «derecho inherente a
la persona humana», por lo cual, toda persona puede disponer libremente de sus «bienes» de acuerdo con la ley
(art. 39). Por de pronto, suprimiremos la importante distinción teórica entre «bien» y «cosa» por ser a estos efectos
irrelevante. En cuanto a la propiedad privada, la lex superior de 1985 indica que el Estado deberá crear las
condiciones que faciliten al propietario el uso y disfrute de sus «bienes» de manera que se alcance el progreso
individual y el desarrollo nacional en beneficio de todos los guatemaltecos. Aun cuando se menciona
constantemente la noción de «propiedad privada», la misma está funcionalizada socialmente, por lo que puede
ser expropiada por razones de utilidad colectiva, beneficio social o interés público debidamente comprobado
en cumplimiento de un procedimiento expropiatorio que deberá cumplir con unas ineludibles garantías
constitucionales (art. 40). Solo en caso de guerra, calamidad pública o grave perturbación de la paz puede
ocuparse o intervenirse la propiedad, o expropiarse sin previa indemnización. Pero esta deberá hacerse
inmediatamente después de que haya cesado la emergencia. La Constitución permite la expropiación de tierras
ociosas. Estas normas parecen remitir a claras reglas de responsabilidad. Como mencionaron Calabresi y
Melamed (1972), «si concediéramos a las víctimas un derecho de propiedad a no ser accidentalmente heridos
tendríamos que exigir a todos aquellos que emprendan actividades en las que terceros puedan resultar heridos
que negocien con estos antes de un accidente y que compren el derecho a cercenar un brazo o una pierna»
(1108). En otro sentido, refiriéndose a las tierras que históricamente les pertenecen a las comunidades indígenas
u otras comunidades (art. 67), el Estado debe mediante programas especiales y legislación adecuada proveer de
tierras estatales a las comunidades indígenas que las necesiten para su desarrollo (art. 68). A su vez, se reconocen
constitucionalmente formas de tenencia comunal o colectiva de propiedad agraria (art. 67) y también se
reconoce la propiedad pública (art. 121), cuya demanialización de las aguas es solo un ejemplo (art. 127). Es
menester destacar que la historia de la demanialización de ciertos bienes se remonta a la época romana en la
cual ciertos bienes eran sustraídos del derecho privado. Conforme al derecho romano, existía una distinción
entre Res publicae publico usui destinatae, Res extra commercium y la Res in pecunia populi, lo cual ratifica que la
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Otra visión más modesta ha tratado de advertir que habrá que conformarse con una
definición estipulativa de la propiedad privada, o a lo sumo, procurar entender qué se quiere
designar con esta mágica palabra, pues permite dar cuenta de un vasto conjunto de
derechos10 (Penner 2000b). Esto, de por sí, es un aspecto que requiere de cierta sensibilidad
para con el lenguaje jurídico que es gran medida lenguaje natural.
Durante el siglo XX, la noción de propiedad como un «derecho natural» fue sistemáticamente
criticada por los realistas jurídicos americanos11 (George 2009) en el contexto de la
potenciación administrativa del New Deal12 (MacLeod 2017). Esto forzó un sinnúmero de
esfuerzos conceptuales y teóricos para tratar de poder delimitar qué se entiende por
propiedad.
Esta abjuración del derecho de propiedad como derecho natural apegado a la tradición
(Finnis 2013) e, incluso, apegado a la adopción universal de estos principios a través de las
culturas, con todo y la pervivencia que aún tiene en los sistemas legales actuales (Epstein
historia del demanio se correspondía con el concepto de pertenencia. Como ha dicho Biondi (2019),
«primeramente al populus, después al soberano, sucesivamente a la nación, después al Estado. También la
calificación de público, que se suele dar al demanio, no es más que la reminiscencia de la terminología de los
romanos que hablaban de res publicae en el sentido de bienes pertenecientes al populus, o sea al Estado» (205).
Por último, el sistema constitucional de Guatemala reconoce el derecho de autor y el derecho de inventor (art.
42).
10
En contra de esta tesis, Epstein (2011) dice: «I think that Penner misunderstands how the classical system works
when he worries about a malleable system of property rights without some definable essence» (233).
11
Existen críticas a esta visión de concebir la propiedad desde una perspectiva iusnaturalista. Básicamente se ha
sostenido que los derechos naturales son ontológicamente extraños (Bulygin 1987). Quizás por ello algunos
pensadores liberales han asumido una concepción de la propiedad privada como valiosa en tanto medio para
alcanzar ciertos fines sociales como la eficiencia económica. Aportan sobre este tema Epstein (1989) y Dietze
(1988). Es menester destacar que el jurista Maine fue quién comenzó a desmitificar la concepción prevaleciente
aún hoy de la propiedad privada como institución de derecho natural. Fue Maine quien influyó en Hayek (2020),
de allí que el jurista austriaco empleara el término «propiedad plural». Maine no fue un adversario de la propiedad
privada, lo que hizo fue mostrar el «carácter anticientífico de la teoría que pretende justificarla. El capítulo de
Ancient Law que trata el problema no se centra en la propiedad individual como valor positivo o negativo sobre
su aceptabilidad moral o teológica, sino sobre modos de adquisición a título originario y acerca de la propiedad
común. O sea, que se plantea como exposición nacida y desarrollada en el terreno de lo jurídico, aunque tenga
profundas implicaciones de carácter ideológico y esas páginas estén recorridas por una profunda y auténtica
“politicidad”» (Grossi 1986, 74).
12
«The political triumph of the New Deal in the 1930s profoundly altered the prevailing understanding of
constitutional law» (Ely Jr. 2017, 20).
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2015) ha ocurrido tanto en el ámbito del common law como en el civil law. De allí que queden
pocas defensas de la propiedad desde esta concepción iusnaturalista13.
La crítica del realismo jurídico se abrió paso en Estados Unidos llegando a dominar la
jurisprudencia14, cuyo contrapunto está en las posiciones de los defensores del liberalismo
clásico15 (Epstein 2017) quienes han hecho énfasis en la trinidad de derechos de exclusión,
uso y disposición (Epstein 1985). Este debate en el contexto norteamericano, extensivo a otras
latitudes con los matices del caso (Rawls 2015), tiene en sus distintas aristas un fuerte
desencuentro, debido a las distintas posiciones existentes en cuanto al alcance de las
restricciones que impone el derecho moderno al derecho de exclusión en favor de fines
estatales.
Para la crítica libertaria, buena parte de los argumentos esgrimidos por Elinor Ostrom son
equivocados. Para esta concepción, la defensa de Ostrom de la propiedad privada en
conjunto con otras propiedades —admitiendo la premisa de la ciencia política estándar de la
existencia de un gobierno u Estado para que puedan respetarse los derechos de propiedad—
resulta controvertida y cuestionada (Block y Jankovic 2016, 299-300). Este aspecto se analizará
más adelante en el punto IV.
Esta crítica «libertaria» elude una distinción implícita en otras concepciones liberales, a saber:
la diferencia entre gobierno y Estado. El Estado tiende históricamente a ser un sistema
monocéntrico en contraposición a modelos como el federal que, de por sí, implican
13
Vale la pena contrastar esta hegemonía en contra del derecho natural con la obra de MacLeod (2015).
Hubiésemos querido profundizar en esta obra, pero ello ocurrirá en una próxima investigación que ampliará la
presente.
14
La intención de los realistas fue procurar reescribir la Constitución de los Estados Unidos con el objetivo de
hacerla más cercana a las expectativas intervencionistas del New Deal, de allí el uso abusivo del control
constitucional o judicial review, algo que, con mucho mayor dramatismo, ocurre ahora en la América española
con el llamado «neoconstitucionalismo». Véase Epstein (2006).
15
Es menester recordar que la propiedad privada, o, mejor dicho, la del modelo del individualismo posesivo, no
solo se ha visto enfrentada al antagonista modelo marxista, sino también al de la propiedad comunal.
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El modelo federal apunta a diversos gobiernos e, incluso, diversas jurisdicciones que recelan
de la existencia de un solo centro monocéntrico de poder, que es lo que ha ocurrido en
Guatemala, cuyo Estado unitario rechaza las ventajas del modelo federal. Esta cuestión puede
corroborarse con la lectura a fondo de El Federalista de Hamilton, Madison y Jay16. En este
sentido, gobierno y Estado no son lo mismo, y un gobierno federal en competencia con varios
estados y con competencias delimitadas, como ocurre en Estados Unidos de América, es de
por sí la negación de un Estado-Leviatán en contraposición a lo que se observa en Europa17 y
que se ha querido imitar en la América española.
Esta contraposición entre propiedad privada y otras propiedades ha tenido cierta implicación
ideológica. La ha tenido hasta el punto de que es menester recordar que para la concepción
liberal la propiedad era y es concebida como un derecho de defensa, opuesta al modo
moderno que hace de la propiedad un derecho prestacional como pregonan los partidarios
del «constitucionalismo social», con la ventaja que tienen éstos de tener el derecho positivo
a su favor (Santaella Quintero 2019).
16
Debe analizarse para esto a James Madison, Vices of the Political System of the United States by James Madison, y
Frederick Jackson Turner, The Significance of the Frontier in American History.
17
El federalismo estadounidense tiene retos especialmente luego del intento por suprimir la importancia de los
estados en aras de crear un Estado-Leviatán guiado por una sólida burocracia al estilo europeo. Para ver este
proceso, Greve (1999) y, con mucho provecho, Buchanan (2001).
18
La noción de derechos, que de por sí es polémica, lo es mucho más en la tradición liberal, donde no se puede
prescindir del lenguaje de los derechos (Spector 1995). Para un análisis a fondo de esta relación problemática
entre liberalismo y discurso basado en derechos consúltese García de Enterría (2009) y Bobbio (1991).
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initio antes de toda discusión ulterior. Como bien se ha mencionado, «la cuestión conceptual
precede a la cuestión normativa» (Pincione 2015, 2408).
Este intento por precisar qué ha de entenderse o qué se entiende por propiedad no debe ser
un tema que solo interese a juristas iusprivatistas, es decir, a aquellos que se interesan por las
cuestiones del derecho privado. También debe interesar a los iuspublicistas y politólogos 19,
pues el problema de la titularidad de los derechos requiere de un poder político que tenga
competencia para resolver conflictos de intereses entre dos o más personas y adjudicar —
básicamente, el juez si fuera el caso— quién cuenta con el respaldo jurídico. Es decir, ante
todo, se necesitará una intervención del poder político20 (Calabresi y Melamed 1972, 1090), de
allí la importancia del elemento institucional.
El análisis, además de su originalidad, tiene una deuda con la obra del jurista Hohfeld (2009)22,
quién permitió pulir ciertos conceptos jurídicos fundamentales. En su Some Fundamental
Legal Conceptions as Applied in Judicial Reasoning del año 1913, Hohfeld comentó un hecho
19
«[…] the basic structure of private property is public in this legal sense» (Austin 2018, 21).
20
Tómese en cuenta la crítica de Block y Jankovic (2016). Se excluye a los economistas por cuanto en esta área,
precisamente por estar más atentos a las elaboraciones conceptuales en el mundo anglosajón sobre la
propiedad, pueden conocer y dar aportes significativos.
21
En el trabajo de Calabresi y Melamed (1972) se hizo énfasis en que existen normas de propiedad, normas de
responsabilidad y normas de inalienabilidad. Véase, de igual modo, a Spector (1995).
22
«No one in the modern debate about property needs to be told that, from a legal point of view, ownership is
not a single right but comprises a bundle of rights» (Waldron 2012, 66).
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que no ha pasado desapercibido por la doctrina: «La segunda razón tras la tendencia a
confundir o mezclar los conceptos no jurídicos con los conceptos jurídicos consiste en la
ambigüedad y falta de precisión de nuestra terminología jurídica. La palabra “propiedad”
suministra un ejemplo llamativo. Tanto para los legos como para los letrados, este término
carece de una connotación definitiva o estable. A veces se emplea para indicar al objeto físico
con el cual se relacionan varios derechos, privilegios, etcétera; a veces se usa —con mucha
mayor discriminación y acierto— para denotar el interés jurídico —o conjunto de relaciones
jurídicas— que corresponden a tal objeto físico» (Hohfeld 2009, 35). Esto dará posteriormente
paso a la concepción de la propiedad como multital jural relations (Penner 2020a, 5).
Esta precisión no es baladí, pues muchas veces la palabra «derecho», la mayor de las veces en
el lenguaje vulgar apela a una aspiración, deseo o un ideal a alcanzar (Faúndez Ledesma 1988,
67-68), lo cual difiere plenamente de la noción más técnico-jurídica de «derecho». Así pues,
en sentido técnico, cuando se emplea el tema del derecho de propiedad se está aludiendo
básicamente a lo que los juristas denominan como «derecho subjetivo».
En el ámbito anglosajón, esta trampa del lenguaje ocurre de cierto modo, pues la palabra right
es algo diferente a la palabra law. La primera es precisa para poder sostener que se tiene
derecho a algo, mientras que la segunda apela al ordenamiento jurídico, es decir, al conjunto
objetivo de normas jurídicas. Lo que sucede es que, siguiendo a Hohfeld (2009), existe un
crisol de tipos de relaciones jurídicas. Hasta tal punto es así que, a veces la palabra derecho o
right no es tan precisa como otras como «pretensión» —claim—: A tiene una pretensión de
que B haga X si, y solo si, B tiene un deber —duty— hacia A de hacer X. En este sentido, toda
pretensión es correlativa de una obligación o deber, en algunos casos planteada esta cuestión
como principio de alteridad.
En las palabras de Pincione (2015), existen conforme a Hohfeld (2009), otros tipos de
relaciones jurídicas como la noción de privilegio o libertad —privilege o liberty—, poder —
power— o inmunidad —immunity—. Así pues, Hohfeld sostuvo que la noción de derecho —
o right— hacía referencia a un sinnúmero de ventajas jurídicas y no solo a la cuestión de
pretensión —claim—, cuyo correlato es el deber de otro.
libertad, permisión— de realizar cierta acción debe diferenciarse del derecho como
pretensión a que otros no interfieran con el ejercicio de ese privilegio» (88).
Esta referencia a la obra de Hohfeld (2009) resulta importante toda vez que permite dar cuenta
de la complejidad del término «propiedad», pues al ampliarse la estrecha noción de ser
propietario de una cosa, deben tomarse en serio los distintos conceptos jurídicos
fundamentales y las diferentes relaciones jurídicas posibles, pues hay cuestiones tan variadas
como la pretensión de uso exclusivo, libertades de usar o no usar, poderes de cambio de los
derechos en relación con alguien o varios e inmunidades, cada una con sus particularidades
y efectos.
(Bulygin 1987) e, incluso, la referencia a la cuestión del sistema consuetudinario reta por igual
la defensa de los derechos humanos universales, absolutos e inalienables que se afirman en
la sentencia y en los tratados y convenios internacionales23.
Ahora bien, si se asume que los seres humanos requieren de cosas de la naturaleza que
tienden a transformar —reino del hombre— para cubrir no solo sus necesidades naturales
sino sus necesidades artificiales —Smith-Hume—, es evidente que además del elemento
jurídico existen otros aspectos económicos y culturales que han de ser tomados en cuenta.
Es evidente entonces, que las necesidades de los hombres obligan en un contexto de escasez
(Waldron 2002, 31) a que los individuos tengan la necesidad de contar con reglas jurídicas
23
En el punto IV se ofrecerán algunas consideraciones sobre esto.
24
Como hace notar Cass (2003), «Property is a thing. Or things are property» (3).
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que permitan a los individuos poder «transferir, cambiar o vender sus productos; porque estas
transacciones implican la capacidad de modificar la incidencia de esos derechos y
obligaciones iniciales que definen las formas más simples de propiedad» (Hart 1998, 243).
En este sentido, es menester indicar que ni la labor conceptual ni la reflexión en torno a las
justificaciones a la propiedad son temas estudiados en Guatemala. El tema de la propiedad
no es ni ha sido objeto de investigación en el país desde esta perspectiva26 pese a las explícitas
referencias normativas a la propiedad privada (art. 39), la propiedad agraria (art. 67), la
«propiedad indígena» (art. 68) y los bienes del Estado (art. 121), entre otros.
Recuérdese que la propiedad como derecho subjetivo patrimonial cuenta con expreso
reconocimiento internacional mediante tratados y convenios internacionales como la
25
Hago uso de esta distinción entre concepto y concepciones que puede encontrarse en Rawls (2015) y Dworkin
(2012, 74 y ss.). Habrá distintas concepciones de propiedad mientras mantengan al menos una idea básica de
propiedad como punto inicial, pero si lo que sucede es que hay concepciones de propiedad que no tienen nada
que ver con el concepto de propiedad acordado, entonces no cabe duda de que no se está frente a
concepciones de la propiedad sino frente a otra cuestión, que es probablemente lo que suceda en el caso de
los paradigmas diferentes del mundo indígena, ladino, etc. Respecto a las concepciones de la propiedad,
consultar Waldron (2002, 431 y ss.).
26
Vale mencionar que existe el Centro de Estudios Urbanos y Regionales (CEUR) como dependencia de la
Universidad de San Carlos de Guatemala que se dedica al estudio de los problemas urbanos y regionales.
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En los casos judiciales en los que el Estado de Guatemala ha estado involucrado (demandado)
se pueden encontrar consideraciones sobre justificación y distribución de la propiedad sin
tener claridad qué se entiende por propiedad desde el punto de vista social, político, jurídico
y académico28. Si existe un sentido mínimo de propiedad, entonces es esto lo que posibilita
la existencia de discusiones sobre la misma, es decir, conversaciones que tomen en cuenta
27
La Corte de Constitucionalidad de Guatemala no ha tenido una exhaustiva jurisprudencia sobre la propiedad.
Básicamente, como doctrina jurisprudencial refuerza aspectos literales de la Constitución como el hecho de que
«[...] el uso y disfrute de la propiedad privada alcance no sólo el progreso individual, sino el desarrollo nacional
en beneficio de todos los guatemaltecos (artículo 39)» (Corte de Constitucionalidad, expedientes acumulados
1079-2011, 2858-2011, 2859-2011, 2860-2011, 2861-2011 y 2863-2011 del 12 de noviembre de 2013) o
cuestiones como el afirmar que «[…] no es propio de la vida en sociedad el ejercicio absoluto de este derecho.
Tal afirmación encuentra también asidero en el principio que la misma Constitución recoge en el artículo 44
cuando afirma que el interés social prevalece sobre el particular. Ello en armonía con el principio del dominio
eminente del Estado sobre su territorio, según el cual este puede ejercer su actividad como ente soberano para
el logro de sus fines con la amplitud que le permite la Ley fundamental del país» (Corte de Constitucionalidad,
expediente 97-86 de fecha 25 de febrero de 1987). Vale mencionar que la Corte y los juristas en el país gustan
repetir la frase de que el interés social prevalece sobre el particular, pero nunca nos dicen qué entienden por
«interés general». Una crítica despiadada y correcta sobre esto puede verse en Nieto (1991). Otra alternativa
favorable al interés general con precisiones se puede encontrar en Rodríguez-Arana Muñoz (2012).
28
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) presentó el 7 de agosto del 2020 a la Corte
Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) el caso Comunidad Indígena Maya Q’eqchi’ Agua Caliente
contra el Estado de Guatemala. El caso tiene que ver «con la falta de legislación interna para garantizar el derecho
de la Comunidad Maya Q’eqchi’ a la propiedad colectiva, el otorgamiento y establecimiento de un proyecto
minero en su territorio, y la ausencia de recursos adecuados y efectivos para demandar el amparo de sus
derechos». Este es un caso que tendrá una repercusión importante en el país, entre otras cosas, debido a la
inacción de los organismos del Estado en legislar y normar en materias constitucionales. Véanse los puntos III y
IV de este trabajo.
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las diversas concepciones de propiedad (Grossi 2016) que favorecen distintos y diversos usos
del término.
En Guatemala, no existe una línea jurisprudencial articulada en relación con los derechos de
propiedad privada individual. Mucho menos existe una jurisprudencia que pueda dar cuenta
de la coexistencia entre distintas propiedades29. Como se tendrá ocasión de comprobar
dentro de los límites de este estudio, la Corte de Constitucionalidad ha indicado la existencia
de una omisión legislativa por parte del Congreso que está afectando a varios derechos
constitucionales al menos en lo que se refiere a otras propiedades distintas a la privada.
Así pues, debe tomarse en cuenta que, si bien la propiedad privada se insertó en una
atmósfera cultural y filosófica producto del nominalismo y la modernidad (Villey 2016) que le
permitió afianzarse como derecho subjetivo, es decir, algo perteneciente al individuo,
cuestión que el liberalismo afianzó30, es menester indicar que con el correr de los años dicha
atmósfera no es la dominante en el mundo y mucho menos en Guatemala. De ahí que
muchas de las ideas provenientes de otras latitudes no sean siempre favorables a la propiedad
privada, pues desde el punto de vista moral está clarísimo que la envidia y el odio al comercio
siempre han estado al acecho de la propiedad privada (Escohotado, 2008-2016) y estas
paradójicamente se elevan en momentos de prosperidad material.
29
No existe acceso ni estudios articulados sobre la evolución jurisprudencial del concepto de propiedad y las
formas en que los juristas y jueces en Guatemala interpretan las normas jurídicas, y en el que se pueda dar cuenta
de cuál es la teoría moral que subyace a sus razonamientos. En contraposición, véase el desarrollo fundacional
de la importancia de la propiedad privada desde el punto de vista judicial en Ely Jr. (2000, 1028). Han sido los
jueces en ciertos períodos de la historia de los Estados Unidos quienes han posibilitado el progreso material de
ese país. Véase Epstein (1985), Dietze (1988) y Ely Jr. (2007).
30
Basta con mencionar la Déclaration du 26 août 1789 des droits de l'homme et du citoyen, «la propriété étant un
droit inviolable et sacré, nul ne peut en être privé, si ce n'est lorsque la nécessité publique, légalement constatée,
l'exige évidemment, et sous la condition d'une juste et préalable indemnité» (art. 17), y la disposición del Código
Civil francés, «la propriété est le droit de jouir et disposer des choses de la manière la plus absolue, pourvu qu'on
n'en fasse pas un usage prohibé par les lois ou par les règlements» (art. 544).
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La palabra propiedad, conforme a las definiciones lexicográficas que permiten en cierta forma
una reconstrucción conceptual, significa el derecho de gozar y disponer de una cosa sin más
limitaciones que las establecidas en las leyes31.
A su vez, las normas de los códigos civiles, si bien reflejan la importancia de la propiedad, se
encuentran amenazadas por las exigencias del Estado administrativo de por sí legislativo. En
Guatemala, es probable —cuestión que requiere un estudio empírico—, que muchas de las
instituciones tradicionales del derecho civil no tengan relevancia para una vasta mayoría de
personas, tanto por razones de acceso a justicia y débil burocracia como por la existencia de
modos de producción precapitalistas33 que se encuentran de espaldas a las instituciones del
Código Civil y Mercantil.
31
Art. 348 del Código Civil del Reino de España. De igual forma, en Guatemala «la propiedad es el derecho de
gozar y disponer de los bienes dentro de los límites y con la observancia de las obligaciones que establecen las
leyes» (art. 464).
32
Esto es resultado de la imitación sui generis del método Langdell y al cada vez más pronunciado desdén por
las cuestiones teóricas por parte de las nuevas generaciones.
33
A tal respecto, luce pertinente rescatar las sabias palabras de Adam Smith: «commerce and manufactures
gradually introduce order and good government and with them, the liberty and security of individuals, among
the inhabitants of the country, who had before lived almost in a continual state of war with their neighbours,
and of servile dependency upon their superiors» (cap. 4, vol. 1). En otro giro, afirma: «I say, all these things, and
consider what a variety of labour is employed about each of them, we shall be sensible that without the
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Es decir, es posible que en muchos lugares del país pueda darse el caso de que muchas
cuestiones disputadas en materia de propiedad no se resuelvan jurídicamente a tenor del
derecho formal, sino que se resuelvan moralmente, especialmente, en aquellos lugares donde
los lazos comunitarios son fuertes y el Estado es inexistente. Esta circunstancia debe ser
tomada en serio, por cuanto existe una legislación en materia de propiedad que es usada por
un grupo reducido de personas, lo cual impide cierto dinamismo en el uso, internalización y
progreso de las instituciones jurídicas civiles y procesales existentes.
Además de las normas codificadas usadas por un porcentaje reducido de la población, debe
tomarse en cuenta el escaso acceso a la justicia y la estratificación social imperante (Rey 1973).
Estos son factores que impiden litigios judiciales y un desarrollo jurisprudencial favorable a la
propiedad privada como ha ocurrido en Estados Unidos —al menos hasta cierto tiempo—
en el que se ha favorecido el mercado libre y el afianzamiento total del ownership.
assistance and cooperation of many thousands, the very meanest person in a civilized country could not be
provided, even according to, what we very falsely imagine, the easy and simple manner in which he is commonly
accommodated. Compared, indeed, with the more extravagant luxury of the great, his accommodation must
no doubt appear extremely simple and easy; and yet it may be true, perhaps, that the accommodation of an
European prince does not always so much exceed that of an industrious and frugal peasant, as the
accommodation of the latter exceeds that of many an African king, the absolute master of the lives and liberties
of ten thousand naked savages».
34
La cuestión moderna es que, aunque se considere que la igualdad como concepto criterial ha sido
desafortunado y que no significa igual riqueza para todos a lo largo de la vida, sí ha significado modernamente
con arreglo a la obra de Rawls que «quienes están en el fondo no tengan menos de lo que es necesario para una
vida decente, o evitar una gran desigualdad, o algo por el estilo» (Dworkin 2014, 422).
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La palabra propiedad se ha hecho compleja, entre otras cuestiones, por las complejas
concepciones (Philbrick 1938) de justicia imperantes. También han influido los constantes
eventos políticos y sociales que impactan en su concepción y, por si fuera poco, la extensión
del concepto de propiedad a objetos inmateriales (Waldron 2002, 33). Estos factores, entre
otros, obligan a que la legislación tienda a cambiar y adaptarse a estos cambios.
La composición de ese haz de derechos que componen esa palabra mágica denominada
propiedad ha de discutirse en el foro legislativo por excelencia —Congreso de la República—
, y es allí donde debería discutirse con meridiana claridad un concepto de propiedad 35 en el
entendido de control físico de bienes, es decir, cosas que son o pueden ser objeto de
apropiación (art. 442 del CC) excluyendo aquellas que se encuentran fuera del comercio por
su naturaleza o cosas que no pueden ser poseídas exclusivamente por ninguna persona y por
disposición de la ley (arts. 443 y 444), etc.
35
La posesión presume la propiedad. La posesión da al que la tiene la presunción de propietario, mientras no se
pruebe lo contrario (art. 617).
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En este sentido, cuando se emplea la palabra propiedad se está haciendo alusión a algo más
radical que la mera posesión momentánea, pues la propiedad es un «derecho que se
reconoce por la sociedad o el Estado, por la costumbre o por la convención o por la ley»
(MacPherson 1999; Pipes 2002). La propiedad, al complicarse los asuntos sociales por avances
tecnológicos u otros, va inexorablemente abarcando áreas más extensas no reducidas a
bienes materiales, sino también a bienes inmateriales36 o de otro tipo. Esto debería ser
comprendido por el legislador y por los sectores involucrados en tanto las dinámicas
tecnológicas y económicas obligan a mayores y más exhaustivos marcos jurídicos,
especialmente, cuando los involucrados y potenciales deudores de este marco legal no hacen
vida en la sociedad cerrada (Riesman 1964; Hayek 1981).
En efecto, tómese debida cuenta de la abismal diferencia entre las técnicas legislativas del
mundo anglosajón o europeo y las existentes en el país. Entendamos por técnicas legislativas
aquellas que indican «cómo conseguir ciertos objetivos a partir de determinados
conocimientos y, en consecuencia, utilizan o aplican saberes que, por tanto, cabe considerar
como más básicos» (Atienza 1997, 55). Esto sin contar con el escaso valor que se le da al utillaje
conceptual que en el caso de la propiedad es vital para poder abordar legislativamente la
cuestión.
36
Un ejemplo que muestra la diferencia abismal entre las discusiones en la región y la que acontece en el mundo
es la regulación de los algoritmos (Huergo Lora y Díaz González 2020). La legislación en Guatemala es precaria y
se ha sostenido erróneamente que el único problema son los intérpretes del derecho, desatendiéndose la
discusión política y social en torno a la calidad legislativa.
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En lengua inglesa, la palabra propiedad se emparenta con otra, ownership37, más ligada al
ámbito de las cosas. Si bien el término propiedad alude al derecho de gozar y disponer de
una cosa sin más limitaciones que las establecidas en las leyes, este concepto no puede ser
visible, pues se trata de normas que garantizadas por un Estado 38 no tienen propiedades
humanas, por lo que solo pueden comprenderse desde el ámbito normativo.
En el ámbito anglosajón, repárese que la noción de Estado no tiene «cabida la idea de una
voluntad atribuible a un ente abstracto, Estado, que vendría a ser el ordenador de la sociedad
y del derecho, que era lo que el viejo dogma de la personalidad del Estado presentaba e
intentaba justificar, desde concepciones absolutistas subyacentes y solo conceptualmente
travestidas» (García de Enterría 1992, 200).
Por ello, si bien se pueden observar atributos perceptibles de un objeto de propiedad, ello no
equivale a decir que se pueda apreciar con meridiana claridad qué cosa estamos aludiendo
con propiedad. En este sentido, es menester destacar que efectuar diversos estudios de
campo en una finca o en una ciudad, es decir, hacer investigación empírica, si bien es
relevante para hacer un análisis institucional y multidisciplinario, desde el punto de vista
jurídico no debe conllevar a incurrir en el error de considerar que ver la finca o la ciudad y ver
la interacción que ocurre con ese bien o cosa es suficiente para saber si hay respeto o no a la
propiedad39.
Si se toma en serio el tema de la propiedad, al menos como lo han concebido los deudores
de la tradición analítica (Penner 2000b), la cuestión pasa por concebir la propiedad como un
conjunto de elementos que pueden ser concebidos como entidades inmateriales
relacionadas con la noción de modalidad deóntica (Merrill y Smith 2014). Como mencionó
37
«Ownership, as we see, expresses the abstract idea of an object being correlated with the name of some
individual, in relation to a rule which says that society will uphold that individual’s decision as final when there is
any dispute about how the object should be used. The owner of an object is the person who has been put in
that privileged position» (Waldron,2002, 47).
38
Un análisis conceptual de soberanía permite dar cuenta de cuando los sujetos y las autoridades que ejercen
el poder político usan diversos conceptos derivados de la teoría de la soberanía e, incluso, cómo los mismos son
usados como causas de justificación de la realidad estatal. Esto invita a tener presente la necesidad de un
metaconcepto de Estado que sirva para determinar los rasgos característicos de la soberanía históricamente
(Brunet 2012).
39
Hay que considerar que se puede tomar con buen provecho la advertencia de Ostrom, Janssen y Anderies
(2007) y de Zambon (2019).
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De allí que, conforme a este jurista, se podría argüir que la propiedad implica un conjunto de
diversas relaciones o conceptos jurídicos fundamentales: derechos —o pretensiones—,
privilegios, potestades e inmunidades por parte del propietario. También estarían sus
respectivos correlativos: deberes, no-derechos o no-pretensiones, sujeciones e
incompetencias (Orunesu y Rodríguez 2018), cuestión que pasa por comprender que en
materia de legislación se requiere comprensión del resto del sistema jurídico.
Para Waldron (2002), la propiedad está definida en términos de recursos materiales, aunque
reconoce que la cantidad de objetos no incorpóreos ha ocasionado una proliferación de
definiciones de propiedad. Por ello, define la propiedad como las reglas que rigen el acceso y
el control de los recursos materiales alrededor de la idea según la cual los recursos, si bien son
objetos separados, cada uno asignado pueden llegar a pertenecen a algún individuo
particular (38), es decir, aprovechado individualmente40. Esta individualidad ha venido
difuminándose, no solo por la existencia de diversas propiedades, sino también por el cambio
de mentalidad y de moral41 en contra de la propiedad (Escohotado 2008-2016). La teoría
actual sobre la propiedad es reticente con la propuesta de concebirla como un haz de
derechos —bundle of rights42—, especialmente debido a la irrupción de la necesidad de
revestir con carácter de cientificidad al derecho, lo cual tocaba inevitablemente el discurso
sobre la propiedad. En efecto, conforme a la cientificidad de las ciencias sociales, el derecho
reclamaba también dicho estatus, al punto de que ciertos juristas comenzaron a forjar teorías
científicas de la propiedad, para lo cual era vital desentenderse de las embarazosas
convicciones que concebían a la propiedad como derechos sobre cosas (Ackerman 1978, 97-
113).
40
Para Reich (1964), la incorporación de un sinnúmero de derechos económicos o, más bien, derechos
prestacionales ha impactado en la concepción del derecho de propiedad (Rodotà 2019, 51 y ss.).
41
«Sin embargo, salvo en sociedades con una cohesión muy estrecha, la sumisión al sistema de limitaciones sería
una insensatez si no hubiera una organización para coaccionar a aquellos que trataran de obtener las ventajas
del sistema sin someterse a sus obligaciones. Hacen falta «sanciones», por lo tanto, no como el motivo normal
para la obediencia, sino como una garantía de que aquellos que obedecen voluntariamente no serán
sacrificados a quienes no lo hacen» (Hart 1998, 244).
42
«But if legal realism and its progeny insisted on anything, that property is not about things. According to this
wisdom, property is a bundle of rights and other legal relations availing between persons» (Smith 2012, 1691).
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Con arreglo al artículo 43 de la lex superior, precísese que toda persona cuenta con libertad de
industria, de comercio y de trabajo, salvo las limitaciones que por motivos sociales o de interés
nacional impongan las leyes. El artículo en cuestión contiene una reserva legislativa, es decir,
solo puede ser regulada dicha actividad mediante ley formal45. Ahora bien, conforme al
sistema constitucional de Guatemala, existen determinados bienes sobre los cuales el Estado
se ha reservado la propiedad o titularidad declarándolos de dominio público (arts. 121, 122 y
127). A su vez, desde el punto de vista del régimen legal general de la propiedad, se encuentra
en la codificación civil, Libro Segundo de los Bienes de la Propiedad y demás Derechos Reales,
diversas normas en el «Capítulo II. De Los Bienes con relación a las personas a quienes
pertenecen».
43
«Una de las cuestiones de la noción de la propiedad como un haz o paquete de derechos, más allá de sus
ventajas conceptuales analíticas, es que fue usado, según algunos, como un arma en contra de la visión de la
propiedad como derecho natural, básicamente, las relaciones entre personas y cosas fueron perdiendo
importancia, en tanto se centraban las novedosas visiones en relaciones entre personas, quizás, por exigencias
políticas, en tanto se procuraba que ciertas relaciones eran maleables en tanto interesaran a la sociedad, al punto
que si bien puede ser una categoría interesante, tiene sus problemas» (Smith 2012, 1697).
44
Para autores como Penner, hay, sin embargo, un problema en la idea de propiedad como haz de derechos. «In
the Realist view, the owner does not have rights but mere expectations, which might or might not be vindicated
in positive law as privileges. Legal Realists —and nearly all law professors who have succeeded them— view
property as bundles of privileges —property professors call them a bundle of sticks— which can be arranged,
re-arranged, redistributed, and re-assigned. First, local planning officials in regulatory actions, and then courts in
acts of judicial review, redistribute property privileges on the basis of putatively-expert evaluations of social
utility. In these ways, they continually draw and redraw the boundaries between property estates and between
each individual owner and the state. What we call “property rights” Legal Realists and their successors view as
mere products of public policy, though if a regulation goes too far in the judgment of the Supreme Court, then
the government might owe compensation under the Takings Clause» (MacLeod 2017, 437).
45
Corte de Constitucionalidad, Expediente 2280-2013.
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En este régimen legal general, se dice que «los bienes son del dominio del poder público o
de propiedad de los particulares» (art. 456), agregando además que «los bienes del dominio
del poder público pertenecen al Estado o a los municipios y se dividen en bienes de uso
público común y de uso especial» (art. 457). Esto significa que, si bien en las disposiciones del
Código Civil encontramos un régimen de propiedad privada, también encontramos un
régimen de propiedad pública, especialmente de aquellos bienes sobre los cuales ha
mediado esa figura del derecho romano conocida como publicatio o dicatio ad populum
(García de Enterría 1954, 20). Son bienes reservados al Estado al ser declarados como de
dominio público, lo que implica que los mismos son inalienables e imprescriptibles y, por
tanto, están sometidos a un régimen de derecho público.
De la misma manera, la Ley de Minería en Guatemala, establece que «son bienes del Estado,
todos los yacimientos que existan dentro del territorio de la República, su plataforma
continental y su zona económica exclusiva. Su dominio sobre los mismos es inalienable e
imprescriptible y gozan de las garantías y prerrogativas que corresponden a todos los bienes
del Estado» (art. 8). Es el caso que no siempre en el ordenamiento jurídico opera «publicatio»
en materia de bienes46, sino que también, las hay en cuanto se refieran a servicios. Esta visión
dominante en el derecho administrativo, si bien cuenta con cierta presencia, cuenta con
matizaciones derivadas de los procesos de desregulación, liberalización, privatización y
despublicatio, en parte derivado de los avances de la ciencia económica, pero también de la
realidad, pues ambas han mostrado «la defunción de la titularidad pública de tantos servicios»
(Rodríguez-Arana 2005, 386).
A su vez, hay actividades en las cuales solo se declaran de utilidad y necesidad pública, como
en la Ley de Minería, el «fomento y desarrollo de las operaciones mineras en el país, así como
su explotación técnica y racional» (art. 7) cuyo único propósito es favorecer eventualmente la
posibilidad si median las causas de proceder a la expropiación. Esto es así porque, como
afirma la Constitución, en casos concretos, la propiedad privada podrá ser expropiada por
razones de utilidad colectiva, beneficio social o interés público debidamente comprobado
(arts. 39 y 40). Esta cuestión ocurre en diversas actividades como, por ejemplo, la explotación
técnica y racional de hidrocarburos, de minerales y demás recursos naturales no renovables
(arts. 125, 131 y ss.).
46
Aclárese que hay bienes nacionales de uso común (art. 458), aquellos a los que puede acceder el ciudadano
con las regulaciones estatales, y bienes nacionales de uso no común (art. 459), de los que el Estado se ha
reservado el uso y explotación.
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De hecho, en aquellos bienes, servicios o actividades sobre las cuáles no hay publicatio, la
administración pública no cuenta ni con legislación exhaustiva ni con los medios personales47
para poder favorecer la iniciativa privada. A medida que el Estado se hace más disfuncional,
no ocurre una vuelta al mercado, sino que se usa al mercado tangencialmente para, una vez
superada cierta crisis en la gestión de ciertos bienes o servicios, volver a intentar revivir las
tesis de la publicatio en aquellas actividades o servicios que en el pasado fueron consideradas
como servicios públicos48. Esto es un problema perenne en la América española (Mairal 1993).
47
«Una primera función del derecho es la de atribuir un determinado estatus deóntico a los comportamientos
de quienes viven en una comunidad y, en consecuencia, su objeto es el de separar lo que está prohibido de lo
que está permitido y de lo que está obligado dentro de ese marco. Así considerado, el derecho ofrece reglas
para decidir acerca de las controversias que puedan plantearse entre los miembros de una sociedad,
estableciendo límites a las pretensiones jurídicas entre las diferentes partes. En tal sentido, el conjunto de normas
que expresan el derecho sirve para regular comportamientos existentes de hecho en una sociedad, siendo su
función la de establecer límites a tales comportamientos» (Barragán 1995, 57).
48
En ausencia de leyes de administración pública y de procedimientos administrativos, salvo las disposiciones
de las leyes administrativas especiales, no existe un procedimiento bien elaborado para la expedición de las
autorizaciones, mucho menos para el de sus revocaciones, quizás por el simple y grave hecho de que las únicas
disposiciones normativas referentes a actos administrativos se encuentran en la vetusta Ley de lo Contencioso-
Administrativo, en sus normas iniciales denominadas diligencias previas.
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El rechazo a las propiedades es un asunto que tiene clara reminiscencia ideológica. Los modos
de pensamiento ideológicos (Negro Pavón 1996) han imposibilitado u oscurecido una
realidad innegable: la existencia de distintas propiedades y no solo la propiedad privada, que
está funcionalizada socialmente conforme al «constitucionalismo social» (Sabino 2009, 107 y
ss.) incompatible de suyo dicha funcionalización con los presupuestos del constitucionalismo
liberal (Panebianco 2009; Hayek 2008; Matteucci 2010).
Uno de los más insignes defensores de la propiedad privada, el premio nobel Friedrich A.
Hayek, escribió en The Fatal Conceit: The Errors of Socialism que el término propiedad privada
no era de su agrado. El desagrado de Hayek para con la palabra se explica en tanto su obra
intelectual fue deudora de juristas como Maine49 o Vinogradoff (1957). Maine fue un
historiador y jurista crítico con el «monopolio cultural romanista» 50, es decir, alguien que
«combatió con suficientes razones que la historia jurídica no es unilateral, ya que existe una
pluralidad de valores que Occidente se niega a vislumbrar» (Grossi 1986, 63). La referencia al
concepto de «propiedad plural» (Kirk 1953), en lugar de propiedad privada, era a todas luces
un reconocimiento en cierta forma al hecho de que es mejor hablar de propiedades, pues
básicamente los individuos en una sociedad libre y diversa, moderna e individualizada, hacen
uso de diversas propiedades, concepto que es diferente al de propiedad comunal (Kirk 1953,
87).
49
«El debate —ya lo hemos dicho— empieza con Maine; y empieza con él no porque el jurista inglés fuese
cronológicamente el primero en hablar, en el siglo XIX, del problema histórico de las formas de propiedad y
sobre todo de las formas de apropiación colectiva, sino porque fue el primero que lo afrontó con una conciencia
nueva, con una visión polémica contra la cultura oficial, introduciéndolo en la relación dialéctica entre
patrimonio consolidado de nociones y renovada visión de estas a la luz de nuevas adquisiciones metódicas y de
contenido» (Grossi 1986, 35).
50
«El monopolio cultural romanista cede ante concepciones y soluciones diferentes de los diversos problemas
que plantea el vivir asociado, o, al menos, debe contar con ellas» (Grossi 1986, 32). En otro pasaje dice: «El
historicismo maineano golpea a fondo el monopolio cultural romanista, se niega a concebir la historia jurídica
como historia de un solo canal obligado, o sea el de las manifestaciones del derecho romano, y redescubre una
pluralidad de valores a los que, al menos Occidente, no estaba acostumbrado. El desencantado hombre de
cultura inglesa, que se instala, disponible, en el cuadrivio de las civilizaciones y que alimenta en su interior, como
operador jurídico, el sensatísimo escepticismo de siete siglos de jurisprudencia de derecho común aventaja al
romanista culto» (63).
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1964, 36). Esto ha propiciado, como bien sostuvo Hayek (1981), que «se presenta en nosotros
el conflicto entre las dos actitudes, que podemos llamar las de nuestros sentimientos más
innatos, y la moral tradicional que hemos aprendido gradualmente y que nos ha permitido
mantener la sociedad extendida» (72).
Rescátese que en sociedades diversas hay diversos tipos de valores (Berlin 1988). En países
como Guatemala, la problemática está en que hay sectores sociales que defienden valores
claramente occidentales y otros que defienden valores comunitarios o tribales. Ahora bien,
no existe, ni debería existir constitucionalmente, un intento por poner fin coactivamente a los
valores tribales existentes e, incluso, a los sentimientos de altruismo y solidaridad como
instintos primitivos de ciertos grupos pequeños. Ello no es óbice para reconocer que
«estamos obligados a olvidar en la mayoría de nuestras vidas profesionales, en la mayoría de
nuestros esfuerzos por ayudar a vivir a nuestros semejantes» (Hayek 1981, 72). Este matiz
permite dar cuenta del valor constitucional que tienen las protecciones a los diversos grupos
étnicos entre los que figuran los grupos indígenas de ascendencia maya (arts. 66-70).
si se considera a la propiedad privada plasmada en los libros occidentales como la única que
vale la pena defender, es evidente que existirá un choque entre realidad histórico-social y
valores actuales, pues por mucho que la legislación promueva la propiedad privada se
requiere de cierta aceptación social y moral para que el derecho pueda tener aceptación.
En Guatemala, si bien se afirma que los derechos de propiedad son importantes para la
prosperidad material y un condicionante para el Estado de derecho —rule of law—, no se ha
reparado ni en la reflexión conceptual ni mucho menos en el hecho de cuánto el barro de la
historia51 nacional e internacional ha impactado en este tema. Ello sin contar con el hecho de
que no se ha tomado en serio el valor de la legislación y de la jurisprudencia, aunque a este
respecto, como dijo Maine52, «la influencia de los tribunales de justicia y su procedimiento
sobre la institución de la propiedad ha sido muy profunda. Sin embargo, este es un asunto
que excede en gran medida los límites de este tratado y nos obligaría a adentrarnos en el
curso de la historia del derecho mucho más de lo que pretendemos» (Maine 2014, 257).
Las diversas propiedades presentan retos intelectuales y normativos. Por décadas, la prédica
en favor de la propiedad privada escasamente garantizada en el contexto guatemalteco
eclipsó reflexiones en torno a otro tipo de propiedades como es el caso de los bienes
51
Estudiar la cultura jurídica desde supuestos históricos.
52
Este jurista ha sido considerado como el «patrocinador de cierta teoría sobre la propiedad colectiva primitiva»
(Grossi 1986, 54). De hecho «Maine no duda en extraer los datos históricos del secreto seno de la urna del pasado,
en liberarlos de todo oropel erudito, reducirlos a lo esencial, pensarlos insertados e insertables en líneas y reglas
amplias de desarrollo, pero lejos de hacer de esto una ocasión para conceptualizaciones, los hace entrar en
fricción con los mil datos variadísimos de la experiencia presente: solo esta comparación desacralizadora y
desenvuelta podrá señalar, en los prolongados períodos que son los únicos que cuentan, el sentido de la historia,
o sea de las instituciones humanas en el tiempo» (55). Agrega que: «En el jurista e historiador Maine son visibles
y profundísimas —lo que por otra parte es obvio— las huellas de la cultura inglesa. Como jurista señala en cada
pliegue de su razonamiento la pertenencia al hemisferio del common law, y aparece como el fruto típico de esas
escuelas jurídicas inglesas que, desde la Edad Media hasta el siglo xix, se negaron siempre a identificar su propia
tarea hermenéutica y didáctica con la elaboración de una dogmática y de una «construcción» jurídica; antes
bien, pensaron el mundo del derecho singularmente abierto a los hechos y receptivo a la ósmosis con las otras
ciencias humanas. Conciencia de la elasticidad del derecho y de la historicidad como su valor intrínseco,
desconfianza hacia las sistematizaciones conceptuales demasiado rígidas, exigencia de recuperar el mundo del
derecho para el ámbito más amplio de la historia, son motivos de fondo constantemente presentes y colocan a
Maine entre los productos culturales más representativos de la tradición jurídica británica. Como historiador,
denuncia su insularidad cuando reduce sus propias páginas a nítido soporte para su muy firme intuición, y
cuando, en una visión que se remite a siglos de empirismo triunfante, pide a la documentación histórica y a la
comparativa que acudan a fundamentar y a consolidar las capacidades intuitivas del observador» (55-56). Por
último, agrega que «la «jurisprudencia comparativa» de Maine constituye su propuesta alternativa: nace de la
insatisfacción por las dogmatizaciones barrocas del tardorracionalismo jusnaturalista y por los tormentos de la
jurisprudencia analítica que poco antes había encontrado en Inglaterra, como es sabido, sus propios corifeos en
Bentham y Austin» (59).
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Esto ha obligado a discusiones en torno a superar la tragedia de los comunes (Hardin 1968).
Esto, conforme a lo mencionado anteriormente, precisa del elemento tan importante que es
el haz de derechos, por cuanto «la afirmación de que es necesaria la imposición de derechos
de propiedad privada no dice nada acerca de cómo se definirá ese haz de derechos, cómo se
medirán los distintos atributos de los bienes implicados, quién pagará los costos53 de impedir
el acceso a los no propietarios, cómo se adjudicarán los conflictos sobre derechos o cómo se
organizarán los intereses residuales de los derechohabientes en el propio sistema de
recursos» (Ostrom 2015, 67).
Esta circunstancia obliga a tomar en serio que, si bien la distinción entre derecho público y
privado puede ser útil en cierto contexto, puede resultar inútil en otro54. Esto es especialmente
así si se toma en cuenta que muchos derechos de propiedad podrán toparse con
regulaciones que las burocracias imponen (Waldron 2012, 44) por lo que es relevante atender
seriamente al alcance que puede llegar a tener el derecho administrativo.
53
Sobre el costo de la legalidad y la creación de órdenes sin atención a las reglas jurídico-formales y a las
autoridades nacionales consúltese el trabajo de Pérez Perdomo y Nikken (1979). Se requiere un análisis empírico
para discernir cuánto de estas reglas jurídicas son aplicadas en el país y analizar cuántos casos judiciales civiles y
mercantiles se resuelven al margen de las exigencias jurídico-formales.
54
«The common law, by contrast, does not recognize a formal distinction between private and public law»
(Mahoney 2000, 18).
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Entiéndase que la palabra propiedad está acotada históricamente, por lo que no cabe la
menor duda que en gran medida la noción de propiedad moderna es deudora de la obra de
John Locke y de David Hume, entre otros, al menos en cuanto a su definición y justificación.
Es de sobra conocido el énfasis en la noción de propiedad abarcando la vida, la libertad y los
bienes raíces que ha sido distintivo de la tradición liberal (Hayek 2020). Aun así, esta definición
se ha estrechado considerablemente al punto que no asociamos actualmente la propiedad a
la vida y la libertad, lo cual obedece al hecho de que reservamos el término a los bienes raíces
y modernamente a la propiedad intelectual exclusivamente (Hayek 2020, 76).
Ahora bien, el valor de la propiedad privada no debe reducirse a tener, puesto que más bien
debe ser comprendido como múltiples posibilidades de acceso a «los medios materiales que
le permitan llevar a cabo un plan de acción. Si esto es así, la sociedad moderna ha permitido
que alguien pueda ser libre sin ser propietario, si seguimos de cerca el argumento sostenido
de que la riqueza no es sinónimo de la libertad»55.
55
Para Berlin (1988), «la libertad de un profesor de Oxford es una cosa muy diferente de la libertad de un
campesino egipcio» (194). Berlin analiza la confusión entre libertad y riqueza.
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En favor de una posición estatista (Reich 1964), se ha considerado incluso en un país pobre
como Guatemala que el Estado es rico y que debe derramar riqueza (Philbrick 1938). Esta
circunstancia global invita a pensar e idear mayores defensas y garantías en favor de la
propiedad privada, pero también en favor de las nuevas formas de propiedad, en tanto
amplían la noción de propiedad privada. De hecho, esto se manifiesta en Guatemala en las
discusiones en torno a la propiedad comunal56, etc. Cuando se apela a la propiedad se
pretende hacer pasar esta como si fuera un derecho único, cuando lo cierto es que es en
realidad un bundle of rights.
Ahora bien, es menester advertir que es discutido el hecho de que el rule of law comprende
una protección a la propiedad privada (Waldron 2012; Cass 2003). Para algunos, existe una
conexión entre el ideal político del rule of law y la propiedad privada, pero nunca entre el ideal
político del rule of law y conjuntos específicos de derechos debido a las diferentes
concepciones de propiedad. Los inevitables procesos de la legislación (Waldron 2009) y de la
regulación implican que la propiedad, en tanto institución jurídica, está condicionada a lo que
diga la legislación57, pues es esta la que va a definir de modo general los derechos de
propiedad. Por eso, una visión aislada, ensimismada o ideologizada de la propiedad puede
empañar la descripción y defensa genuina en tiempos modernos.
56
Lo que hay en el redescubrimiento de la propiedad comunal es, quizás, un intento por «liberar al pueblo —
agrario, por supuesto, y de las zonas montañosas más atrasadas— de las presiones jurídicas del individualismo,
dejándole recuperar sus impulsos comunitarios. En definitiva: espontaneísmo popular de origen germánico
frente a la artificialidad de las formas romanas de la propiedad individual» (Altamira 2018, 19). El autor
mencionado es claramente antimarxista al sostener que «este carácter de la comunidad tradicional según el
modelo espontáneo como nació, se ha continuado y se mantiene en nuestros días, bien distinto de los proyectos
de organización que se imponen de lo alto, y que muestran, junto a la pretensión de específicos sociales, el látigo
del socialismo gubernamental que no razona; y que es tan diferente a la vez, y por tantos extremos, del
comunismo-socialista del cual tan medrosos andan hoy los doctrinarios, que confundir ambas ideas sería un
error vulgar» (33).
57
«La propiedad privada, por ejemplo, es una situación compleja que incluye, además de expectativas negativas
—de perturbación por parte de otros— y de facultades —de uso o disfrute— también potestades —de
alienación o disposición—» (Ferrajoli, 2013b).
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Con ello se pretende indicar que hay muchos derechos que, en el ordenamiento jurídico,
implican mayor grado de intervención, por lo que es el derecho quien identifica quién podrá
poseer algo y qué precio habrá́ de pagarse si se le arrebata o destruye, ello sin contar con las
regulaciones sobre enajenación, etc. (Calabresi y Melamed 1972).
58
Véase con atención el proceso y legislación preconstitucional que favoreció la colonización de las tierras del
norte de la República. Este tema amerita un estudio específico. Entre otras, véase la Ley de Transformación
Agraria.
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59
Considero que en Guatemala esto es más pronunciado que en otras partes de la región. Véase Mejía, Navarro
y Moreno (2018).
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60
Un aspecto a considerar es la ausencia de estudios formales en relación al derecho español y al derecho
indiano. Por ello, en buena medida se desconoce la importancia de instituciones previas a la independencia y el
basamento de muchas actualmente existentes.
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Aun cuando la Constitución no es un pacto político —en tanto la Constitución es o debe ser
conceptualizada como norma jurídica— se requiere a su vez de ciertos usos o reglas no
escritas como las de tolerancia mutua y contención institucional (Levitsky y Ziblatt 2018, 147
y ss.) para que el sistema constitucional pueda funcionar debidamente. Las reglas no escritas
hacen posible que el subsistema constitucional funcione mejor desde cierta perspectiva, pero
no son en sí mismas el sistema constitucional.
En el caso de Guatemala, todo indica que desde el punto de vista del sistema constitucional
ambos subsistemas funcionan mal. En el caso de la propiedad, que es el tema que nos ocupa,
se puede observar cómo en el ámbito del subsistema normativo constitucional la Corte de
Constitucionalidad ha puesto en las últimas décadas en duda el modelo individualista de los
derechos y, por ende de la propiedad. Además, en el subsistema político-constitucional no
hay forma de llegar a acuerdos para que el subsistema constitucional pueda funcionar, y es
casi imposible que el Congreso tenga una agenda legislativa racional.
61
Corte de Constitucionalidad de Guatemala, expediente 2837-2006.
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como en otros lugares— una relajación de la propiedad sin que el legislador se preocupe por
establecer al menos los diversos estatutos que exigen estas propiedades o bienes62.
En Guatemala, por otra parte, la imitación jurisprudencial de todo cuanto ocurre en el Tribunal
Constitucional español es intensa. En materia de propiedad privada, sin la precisión de aquel
Tribunal, la Corte de Constitucionalidad guatemalteca ha venido a repetir todo cuanto ha
ocurrido en España. Lo que la famosa sentencia 37/1987 dijo en su momento en buena
medida ha tenido cierta recepción acrítica en el país. Esta sentencia inició casualmente la
«tendencia implícita a intentar desvalorizar lo que el derecho de propiedad como derecho
fundamental es en su misma esencia, una titularidad subjetiva plena y no una concesión,
como han tendido a verlo ciertas posiciones socialistas genuinas, presentes en nuestro
Derecho, por cierto, durante toda la época franquista, como contrapeso teórico de sus
contenidos autocráticos más visibles» (García de Enterría 1996, 134).
62
Para más información, véase Corte de Constitucionalidad de Guatemala, expedientes acumulados 1154-2003,
1398-2003, 1460-2003 y 1625-2003.
63
Sentencia 48/2005.
64
Corte de Constitucionalidad de Guatemala, expediente 199-95.
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A su vez, el cambio ideológico ocurrido en la formación jurídica, cuyo reflejo está en las
sentencias de los jueces constitucionales, ha abierto la puerta a un proceso de cambios
vertiginosos en lo que se refiere a la propiedad privada, siempre condicionada por un mayor
intervencionismo por parte del Estado.
No cabe duda de que son innegables los diversos cambios en la concepción liberal-
individualista de la propiedad (Schwartz Girón 1990), pese al mantenimiento formal de las
previsiones del Código Civil y su modelo individualista. En el caso de Guatemala, las amenazas
a la propiedad privada no se reducen a las mismas razones que en otros países con fuerte
derecho administrativo en favor del poder; la cuestión en Guatemala se debe a muchos
factores. Entre ellos, podemos encontrar la poca claridad con respecto al tema de la
propiedad comunal y, con ello, la inexistencia de un régimen jurídico-administrativo que
ofrezca seguridad jurídica en materia de inversiones nacionales y extranjeras en ámbitos
como la minería, aguas65; bosques; industrias, costas y ciudades -materia urbanística-. Tema
aparte son las deficiencias de registro referidas a propiedades66.
El derecho de propiedad puede ser objeto de la acción de amparo (art. 265) y, aunque la Corte
ha sido enfática en ir demoliendo el individualismo liberal, la ubicación de este derecho en la
Constitución le permite tener una protección reforzada dado que se encuentra dentro de un
título (II) cuya reforma constitucional requiere de una Asamblea Nacional Constituyente (art.
65
Para profundizar en este tema, véase Embid Irujo (2012).
66
Véase la Ley del Registro de Información Catastral.
67
Recordemos la afirmación de la Corte de Constitucionalidad en el expediente No. 443-97: «su ejercicio [el del
derecho de propiedad] no puede ser absoluto por ser propio de la vida en sociedad, lo cual es congruente con
el principio de prevalencia del interés social sobre el particular contenido en el artículo 44 de la ley suprema».
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EN GUATEMALA: CONTEXTUALIZACIÓN, 39
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278). Ahora bien, la concepción de la propiedad privada empieza a desvanecerse no solo por
la jurisprudencia nacional, sino también por la propia jurisprudencia de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos y ciertos trabajos de dogmática jurídica en materia de
derecho internacional de los derechos humanos68.
Debe aplicar medidas que tiendan a propiciar el desarrollo social, económico y tecnológico y
que prevengan la contaminación del ambiente y mantengan el equilibrio ecológico. Para
todo ello deben dictarse todas las normas necesarias que garanticen que la utilización y el
aprovechamiento de la fauna, de la flora, de la tierra y del agua se realicen racionalmente y
evitando males como su depredación (art. 97).
68
Es menester destacar lo que se ha dicho sobre la propiedad privada como derecho humano. «En el capítulo
relativo a los derechos civiles y políticos, el art. 21 de la Convención también consagra el derecho a la propiedad
privada, cuya condición de derecho humano es discutible, pero que ya había sido incluido —en términos
ligeramente diferentes— en el art. XXIII de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre. Es
importante observar que, aunque el art. 17 de la Declaración Universal de Derechos Humanos también
menciona este derecho, el mismo no logró sobrevivir el proceso de redacción de los Pactos Internacionales de
Derechos Civiles y Políticos y de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, ninguno de los cuales lo incluye
entre los derechos protegidos. En cuanto a su naturaleza, no obstante, su marcada condición económica, este
derecho presenta rasgos que también permiten caracterizarlo como un derecho civil; en este sentido, resulta
interesante observar que, más que un derecho de acceso a la propiedad, lo que se enfatiza es el derecho a no
ser privado arbitrariamente de la propiedad. De manera semejante, la Declaración Universal de Derechos
Humanos incluye el derecho de propiedad entre otros derechos civiles o políticos, lejos de los derechos
económicos y sociales que ella misma consagra» (Faúndez Ledesma 2004, 71-72). También: «Sin pretender negar
su importancia o su función en la estructura de la sociedad, la propiedad es un derecho que, al igual que muchos
otros derechos, no corresponde a la esencia de los derechos humanos, en cuanto derechos inherentes a la
persona como tal, que no dependen de un título de propiedad y que no pueden ser renunciados o enajenados,
como sí lo puede ser la propiedad; este es un derecho que no tiene que ver con la dignidad intrínseca del ser
humano, con el cual no todos nacemos, y que es desconocido para millones de desposeídos. Se trata de un
derecho que no deriva de la condición de ser humano, sino del hecho de tener o poseer determinados bienes,
cuya incorporación en el catálogo de los derechos humanos tiende a trivializar la importancia y la jerarquía de
estos derechos» (71-72).
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EN GUATEMALA: CONTEXTUALIZACIÓN, 40
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Las constantes presiones sociales y sanciones legales (Epstein 2015) afectan sin lugar a dudas
a la propiedad privada. Este cambio vertiginoso en el ámbito constitucional ha tenido su
impacto en la legislación civil y en la política (de Molinari 2019) a tal punto que «el propietario
es, por su índole, un ciudadano con el cual más puede contar el poder constituido porque,
inevitablemente, se inclina a la conservación del orden vigente» (Grossi 1986, 20), siendo los
no propietarios los que tiendan al cambio.
El contraste entre un sistema como el de Guatemala —por extensión, todos los de la región—
y el de Estados Unidos de América estriba en hechos históricos muy concretos que
favorecieron una mejor situación económica e institucional para los países del common law
(Vinogradoff 1957). De hecho, en el caso de los países del orbe del common law, lo que ocurre
es que hay una constante dispersión del poder que impide la concentración de poder. De ahí
que, en rigor, exista al menos en principio la separación de poderes. Además, ha existido
históricamente en el ámbito del common law una mejor posición y estatus para los jueces,
quienes han coadyuvado a conseguir mejores resultados económicos (Mahoney 2000), algo
que no ocurre en Guatemala por la constante apelación a concebir a los jueces como
burócratas. Es por ello por lo que en Estados Unidos de América se da la poliarquía y una
revisión judicial menos pantomima que la que acontece fuera de allí.
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tradición y la religión, solo viene a evidenciar que no existe aún un «Estado máquina»
(Matteucci 2010).
Esta contraposición entre los Estados Unidos de América y el resto del mundo ha venido
cambiando por cuanto en el país del norte —derivado del proceso de administrativización
de la sociedad— se ha acelerado en las últimas décadas un discurso contrario al rule of law.
Además de la pérdida del ideal de rule of law, el poder de lo que en ese país se denomina deep
state y la delegación de los poderes del Congreso a entidades administrativas han afectado a
determinadas instituciones históricas (Hamburger 2017).
Sin embargo, la Constitución de ese país, si bien muy importante, no explica del todo la
riqueza y la libertad que ostenta, por lo que han de considerarse otros factores. La estructura
madisoniana difiere de la latinoamericana en tanto no depende ni ha dependido de un solo
factor o de una técnica concreta de limitación del poder. De hecho, la geografía ha sido un
factor importante hasta el punto de que no es baladí referir que la constitución de ciudades
no diseñadas es un tema a tener en cuenta, pues difiere por completo de la idea de ciudad
ordenada latinoamericana (Brewer-Carías 2012).
En Estados Unidos, las ciudades —que son miles— no cuentan con el avasallante número
poblacional del contexto de la América española. En esta parte del mundo, por el contrario,
no solo hay pocas ciudades, sino que las mismas cuentan con una población bastante
elevada. Como bien expuso Adam Smith (1996) en La riqueza de las naciones, «los gobiernos
absolutos de España, Portugal y Francia, por el contrario, rigen también en sus colonias, y el
poder discrecional que esos gobiernos habitualmente delegan en sus funcionarios de menor
rango es ejercido allí, debido a la enorme distancia, con una violencia extraordinaria. Bajo todo
gobierno absoluto hay más libertad en la capital que en ningún otro lugar del país. Al propio
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Frente al intento de demoler el federalismo en América del Norte (Greve 1999), diversas voces
desde la ciencia política, con gran conocimiento del derecho constitucional de Estados
Unidos en las últimas décadas, desarrollaron investigaciones teóricas que muestran cómo la
separación de poderes y el federalismo devienen en factores importantes para las
administraciones públicas e incluso en aspectos vitales para las políticas públicas y la
administración. Podría ser el caso, como expuso Vincent Ostrom (1961), que Gargantúa sea
necesaria para ciertas cuestiones en el ámbito municipal o metropolitano —ciudades—, pero
no para ciertos tipos de bienes.
69
Véase también Acemoglu y Robinson (2014).
70
Una visión del urbanismo de los años setenta y ochenta representativa en la región postulaba lo siguiente:
«Por otra parte, en todo el proceso de urbanización que hemos tenido y sufrido, la autoridad administrativa ha
carecido de instrumentos efectivos para hacer prevalecer ese interés colectivo sobre el interés particular. Ha
carecido, insisto, de un derecho urbanístico, y en su actuación, con los pocos instrumentos jurídicos de los cuales
dispone, siempre ha encontrado de frente a toda la estructura jurídica de la propiedad privada, construida con
características de derecho absoluto y, por tanto, estableciendo una limitación y una barrera ante la intervención
del Estado para la protección de los intereses colectivos» (Brewer-Carías 1980, 37). Para enfoques recientes, ver
Cordero y Parejo (2019).
PROPIEDAD PRIVADA Y PROPIEDAD PLURAL
EN GUATEMALA: CONTEXTUALIZACIÓN, 44
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de que «el marco jurídico dentro del cual las decisiones de los titulares de propiedad privada
han de coincidir con el interés público deberá, por tanto, ser más casuístico y adaptado a las
circunstancias locales de lo que requiera cualquier otra especie de propiedad. Tal
«planificación urbana», que en general se apoya en el mercado, dicta normas para el
desarrollo de ciertos sectores de la ciudad —dejando, de todos modos, que el particular actúe
libremente— y constituye una parte no despreciable del esfuerzo que impulsa al mercado a
operar con mayor eficacia» (Hayek 2008, 778).
71
Título IV de la Constitución.
72
La potestad legislativa corresponde al Congreso de la República y solo existe un Congreso (art. 157).
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sostener que lo que acontece en Guatemala con sus características históricas, culturales,
socioeconómicas ha propiciado una revuelta contra el Estado unitario.
Sin embargo, lo que existe es una cierta descentralización en determinados lugares con
poblaciones rurales e indígenas en las cuales, por cierto, a veces coinciden importantes
recursos naturales73 que son objeto de disputas.
Esta cuestión invita a pensar que lo que en Guatemala se denomina Congreso no es más que
una Asamblea Nacional o Legislativa destinada en principio a legislar con más facilidad -cosa
que no ocurre al menos en los temas álgidos-, pero en el cual no se ha logrado una
representación política que exija mayor libertad económica (North y Weingast 1989, 809). Por
ello, el Congreso reduce los intentos legislativos importantes y constantemente es deferente
73
Véanse Ley de Áreas Protegidas, Ley Forestal y Ley de Protección y Mejoramiento del Medio Ambiente.
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EN GUATEMALA: CONTEXTUALIZACIÓN, 46
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con los intentos burocráticos por suprimir la reserva legal y regular vía reglamentos en
violación del principio de legalidad (arts. 152-156).
Este Estado en Guatemala, como se ha dicho, es más una presencia citadina que real en el
territorio del país. No es baladí que la mayoría de las personas prefieran acudir a la ciudad
quedando el resto del país acéfalo en cuanto a competencias constitucionales propias y
autonomía para poder atraer inversión, legislar en los términos más favorables a sus
necesidades, contar con una separación de poderes en el ámbito municipal, etc. Por eso, en
buena medida, el Estado deja amplios espacios para la arbitrariedad nuda, porque es, en
definitiva, un Estado nominal. Esto no implica que ese Estado-máquina planteado en la
Constitución no pueda cumplir con algunas de sus funciones, pues, al menos en términos
generales, logra hasta ahora mantener un «sistema monetario eficiente y seguro» (Hayek
2008, 507), aunque sea incapaz de poder reducir la arbitrariedad administrativa, entre otras
cuestiones.
Si bien el Estado de Guatemala ha sido acusado de Estado que falla en sus tareas más básicas
por el Fragile States Index74, ha venido introduciendo regulaciones de todo tipo —a veces en
detrimento del principio de legalidad— conforme a recomendaciones, exhortaciones,
reglamentos, decretos y sentencias de organismos internacionales, en muchos casos,
ignorándose la escasa capacidad del Estado (Andrews, Pritchett y Woolcock 2017).
74
The Fund for Peace.
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constitucional no hubo discusión en torno a la filosofía política que debe subyacer a la lex
superior sino «cuál iba a ser el papel de la Ciudad de Guatemala» (Karnes 1982, 57 y 58).
Esta falta de discusión en Guatemala ha obviado que la estructura constitucional es algo más
importante que la lista de derechos, pues una determinada estructura constitucional es la que
permite que muchos derechos puedan disfrutarse debidamente. En este caso concreto, lo
que debería preocupar desde el punto de vista institucional es que la «la propiedad esté lo
suficientemente repartida para que el individuo no dependa de personas determinadas y
evitar que únicamente tales personas le proporcionen lo que necesita o que sólo ellas le
puedan dar ocupación» (Hayek 2008, 302).
En efecto, teniendo en cuenta lo disputado del asunto, resulta menester indicar que el Estado
de Guatemala no tiene una política de discriminación hacia los valores y tradiciones propios
75
Corte de Constitucionalidad, Expedientes 1467-2014; 1822-2011 943-2017.
76
Corte de Constitucionalidad, Expediente 943-2017, p. 16.
77
Corte de Constitucionalidad, Expediente 4670-2017.
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En lugar de analizar el sistema político-administrativo del país, lo que ha acontecido que tiene
relevancia para el tema de la propiedad o de las propiedades es que se apela política y
jurisprudencialmente a la existencia de ciertos usos tradicionales por parte de ciertas
comunidades con pretensiones de normatividad. La Corte de Constitucionalidad no ha
especificado con meridiana claridad la naturaleza de ese «derecho indígena»78 y si este es
compatible con la Constitución. A lo sumo, la lex superior solo indica que el Estado reconoce,
respeta y promueve sus formas de vida, costumbres y tradición79 (art. 66).
De hecho, la Corte elude un tema harto complejo como es la posibilidad de que existiendo
formas de vida, costumbres y tradiciones incompatibles con los derechos humanos pueda ser
posible un control de constitucionalidad por medio del amparo, en especial si se toma en
cuenta la propia lógica de la sentencia, que básicamente puede conllevar a negar la
universalidad de los derechos. De hecho, al propugnar una cierta relativización moral para
hacer posible que las distintas autoridades de los pueblos establezcan «normas y
procedimientos propios» y la escasa claridad en cuanto a los mecanismos de «coordinación y
cooperación entre el derecho indígena y el sistema de justicia oficial»80, el razonamiento de la
Corte parece llevar a cierta pendiente resbaladiza peligroso para el Estado de Derecho.
78
Esta afirmación de la Corte amerita un estudio exhaustivo atendiendo a los problemas jurídicos, políticos y
sociales que engendra: [el derecho indígena]«supone la existencia de múltiples sistemas que provienen de los
pueblos de origen maya y de aquellos no descendientes que habitan el país, que si bien comparten valores en
común, cada uno posee características singulares que los tornan diversos, pero que al compartir una similar
historia social y política, han formado una unidad colectiva respecto al derecho estatal. Es decir, que es
insostenible la pretensión de la existencia de un derecho indígena propio y único, que resulte aplicable a todos
los pueblos originarios que habitan en el territorio del país; ello atendiendo a la realidad cultural, histórica y
social».
79
Debe destacarse el problema que plantea la Ley de Titulación Supletoria, especialmente el artículo 3: «Queda
expresamente prohibida la Titulación Supletoria de: […] b) Bienes inmuebles situados en la Franja Transversal
del Norte y cualesquiera de las zonas de desarrollo agrario a que se refiere el Decreto 60-70 del Congreso.
Conforme sus reglamentos y normas privativas, el Instituto Nacional de Transformación Agraria resolverá el
otorgamiento de títulos en las áreas a que se refiere este literal. Se exceptúan de esta disposición las fracciones
no mayores de cinco mil metros cuadrados que se encuentren comprendidas dentro de los límites urbanos de
una población, siempre que no afecten las zonas de desarrollo agrario».
80 El proyecto de reforma constitucional naufragó, entre otras cosas, por esta situación.
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Si lo que se quiere decir es que el Congreso debe dictar legislación que concrete las exigencias
constitucionales para las comunidades indígenas, ello es obvio por cuanto el «derecho
indígena» será derecho en tanto exista reconocimiento del Estado. Como indica la misma
Corte aun sin afirmarlo categóricamente, si hay un conflicto con el sistema de justicia oficial
debe prevalecer este último.
La cuestión del «derecho indígena» parte del simple hecho de que no es independiente del
reconocimiento del Estado81. En efecto, si de lo que se trata es de que además del régimen
jurídico-legal de la propiedad debe existir un régimen legal de la propiedad comunal
indígena, ello es algo que cuenta con respaldo constitucional. Como ha referido la Corte, no
son inconstitucionales los artículos 456, 485, 460, 504, 1074, 1125, 1129, 1130; 442 al 916— del
Código Civil por no mencionar el tema de la propiedad indígena sino que, a lo sumo, lo que
debe ocurrir es que el Congreso dicte un mecanismo especial de protección de la propiedad
comunal indígena a través de una legislación especial.
La existencia del régimen jurídico legal en materia de propiedad contenida en el Código Civil
es general por lo cual dicho régimen no vulnera normas constitucionales. Repárese en que la
Constitución emplea la palabra pueblo82 refiriéndose a todos, independientemente de su
condición étnica, y solo emplea una connotación diferente al emplear el término población
indígena (art. 76) evidenciando que el constituyente tuvo mucho cuidado en no emplear el
término «pueblos indígenas».
81
Como afirma García Amado (2020) refiriéndose a un sistema complejo, «ahí no hay varios sistemas jurídicos,
sino uno solo que organiza la producción de sus normas mediante la combinación de mecanismos
institucionales propios y de reconocimiento de la juridicidad de las normas que emanen del funcionamiento de
otros mecanismos. Pero estas últimas normas son Derecho, en ese territorio estatal, porque el Estado y su sistema
jurídico como tales las reconocen; no son Derecho por sí y en sí mismas, sin más. Si lo fueran, el territorio o grupo
del que nacen y al que se aplican tendría su propio sistema jurídico y las validez y aplicabilidad de sus normas
en ese mismo territorio no estarían sometidas a ningún condicionamiento por otro sistema». Esto es aplicable
enteramente a Guatemala y su sistema en tanto el llamado derecho indígena no es derecho «por sí y en sí
mismos, sin más» sin reconocimiento del Estado.
82
Arts. 45, 141, 152, 157, 161, 182, 184 y 277 entre otros.
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EN GUATEMALA: CONTEXTUALIZACIÓN, 50
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Este «pluralismo» pretende eludir el aspecto jurídico formal por lo que debe tenerse presente
que «no puede ser un reflejo directo de situaciones de hecho, sino que ha de estar dotado de
la fuerza normativa suficiente para moldear lo que una determinada sociedad debe llegar a
ser. Asumir la postura relativista no solo entraña el peligro de conducir a una verdadera
desintegración de la trama social y jurídica, sino que además encierra el riesgo de legitimar
situaciones de universalización imposible o que se encuentran en franca contradicción con
los principios éticos racionalmente aceptables» (Barragán 1995, 53).
En efecto, bien puede decirse que este malestar con el escaso radio de acción y presencia del
Estado en el territorio no es una razón suficiente para eludir el «papel del derecho frente a las
diversidades culturales», pues el derecho, ante todo, tiene una función unificadora que «debe
ser cumplida contra todo evento, ya que el mismo tiene que ser único —en más de un
sentido— dentro de los límites físicos que definen su marco de aplicación. Naturalmente que
esta postura permite evitar algunos de los riesgos del relativismo; sin embargo, encierra ella
misma el peligro de dotar de un mecanismo de imposición peligrosamente directo a modelos
morales no suficientemente justificados o argumentados» (Barragán 1995, 53). Vale advertir
83
Corte de Constitucionalidad, expediente 4670-2017, p. 48.
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que esta vía solo consideraría «que dichos universos solo son diferentes sin que en propiedad
se pueda hablar de superioridad o inferioridad» (68).
En lo que concierne al «pluralismo jurídico», resulta importante destacar que por diversas
sentencias proferidas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos se ha venido a
reconocer que el derecho de propiedad en el caso de las comunidades indígenas no solo
aplica a sus territorios, sino también a «los recursos naturales ligados a su cultura que ahí se
encuentren, así como los elementos incorporales que se desprendan de ellos»84. La Corte
matiza que los recursos protegidos por el derecho de propiedad comunitaria son aquellos
que las comunidades «han usado tradicionalmente y que son necesarios para la propia
supervivencia, desarrollo y continuidad de [su] estilo de vida», por lo que el Estado, e incluso
terceros, en actividades que puedan afectar la integridad de las tierras y recursos naturales
«deben seguir ciertas pautas que el Estado debe garantizar: la participación efectiva de las
comunidades afectadas; su beneficio en términos razonables y la previa realización de
estudios de impactos sociales y ambientales»85.
En este sentido, una exigencia que ha impuesto la Corte Interamericana de los Derechos
Humanos ha sido reconocer que existe un deber de los Estados en conformidad con el
derecho internacional de los derechos humanos en dar «certeza geográfica» a la denominada
propiedad comunitaria86 al punto que ello debe traducirse en acciones muy concretas que
tiendan a delimitar, demarcar y titular el territorio87. Si el Estado de Guatemala no se preocupa
legislativa, administrativa y jurisprudencialmente por resolver los problemas más acuciantes
que presenta el ordenamiento jurídico existente, es evidente que los desafíos y problemas en
materia de propiedad se harán más intensos en aquellos territorios con población indígena,
especialmente, si en ellos, hay recursos naturales que pueden ser necesarios para la
prosperidad material de todos los guatemaltecos.
Aunado a ello, la posesión de la tierra insiste la Corte, debe ser suficiente para que las
comunidades indígenas obtengan reconocimiento oficial de la propiedad y el consiguiente
84
Caso Corte Interamericana de los Derechos Humanos, Comunidad Indígena Yakye Axa vs. Paraguay; Corte
Interamericana de los Derechos Humanos, Caso Pueblo Indígena Kichwa de Sarayaku vs. Ecuador; Corte
Interamericana de los Derechos Humanos, Caso de los Pueblos Indígenas Kuna de Madungandí y Emberá del Bayano
y sus Miembros vs. Panamá.
85
Corte Interamericana de los Derechos Humanos, Caso del Pueblo Saramaka vs. Surinam.
86
Corte Interamericana de los Derechos Humanos, Caso Awas Tingni vs. Nicaragua.
87
Caso de la Comunidad Mayagna —Sumo— Awas Tingni vs. Nicaragua, párr. 153.
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7. Reflexiones finales
Como se indicó, «la cuestión conceptual precede a la cuestión normativa» (Pincione 2015,
2408), lo cual invita a una reflexión en torno a la propiedad privada en Guatemala como paso
88
La Corte ha indicado que «en el caso de comunidades indígenas que han ocupado sus tierras ancestrales de
acuerdo con sus prácticas consuetudinarias —pero que carecen de un título formal de propiedad— la posesión
de la tierra debería bastar para que obtengan el reconocimiento oficial de dicha propiedad y el consiguiente
registro», Corte Interamericana de los Derechos Humanos, Caso de la Comunidad Moiwana vs. Surinam, párr. 131.
89
Corte de Constitucionalidad, expediente 4670-2017, p. 48.
90
Corte Interamericana de Derechos Humanos, Caso Comunidad Indígena Yakye Axa vs. Paraguay, párr. 141.
91
«Si hay un ordenamiento que repele a la límpida y monocorde cultura jurídica del siglo XIX es precisamente la
propiedad colectiva en sus variadas formas; y digámoslo más claramente: todo ordenamiento comunitario que
viniera a contaminar la relación directa e inmediatamente soberana entre un sujeto y un bien» (Grossi 1986, 23).
«Para el jurista perteneciente a la cultura oficial del siglo XIX, educado o deseducado por dos mil años de
elaboración teórica centrada solo en la propiedad individual, el concepto de apropiación colectiva escapa a sus
esquemas ordinarios» (24).
92
«Modern necessities have compelled us to create a more active and powerful instrument, the police power,
with which the state has increasingly met the obstinate individualism of private property in the last three-
quarters of a century. Today, everybody concedes that property rights are, to some extent, subject to regulation
by the state-in this country, of course, primarily by the forty-eight states, subject to their constitutions and to the
due process clause of the fourteenth amendment of the Federal Constitution. But the extraordinary strength
among us of doctrines of political and economic individualism has tended to restrict regulation within narrow
limits and to make it correspondingly ineffective» (Philbrick 1938, 710).
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El afán de novedad por lograr resolver ciertas cuestiones no ha tomado debida cuenta del
efecto que tendrían esas medidas aventuradas y, con ello, ha renunciado a la perspectiva
histórica y conceptual. Este afán de novedad por importar el llamado «pluralismo» puede
esconder —no siempre— un intento por hacer pasar situaciones de hecho como derecho a
secas. A su vez, el desdén para con los asuntos constitucionales ha propiciado un
policentrismo libresco que ignora el sistema político-constitucional y no coadyuva a una
mejor protección de las propiedades.
Además, la ausencia de fuertes convicciones morales en favor de la sociedad libre agudiza los
intentos por reescribir la Constitución por medios judiciales sin que sea necesario el proceso
de reforma constitucional. Debido a la pérdida de la discusión democrática en el país, cierta
presión social procura que las cortes se conviertan en activistas y resuelvan conflictos
eminentemente políticos prescindiendo del riesgo inherente que ello conlleva, a saber, el
socavamiento del orden constitucional gracias a la instrumentalización política de la justicia.
La escasa legislación en temas álgidos del Estado ha ignorado que se hace necesaria una
construcción jurídica de la administración. Esta «no significa otra cosa que poner esta
actividad del Estado en una relación con el orden jurídico» (Kelsen 2014, 775). Por tanto, la
reflexión conceptual de la propiedad invita a mayores análisis político-constitucionales y
administrativos, pues una institucionalidad disfuncional también propicia una pésima defensa
de la propiedad privada y de las propiedades. Ello sin contar con la necesidad de estudios
empíricos que muestren la abismal diferencia entre la legalidad formal y lo que ocurre en la
realidad con el objeto de contextualizar mejor la legislación necesaria para el país.
nuestro contexto que en el de los Estados Unidos de América, al menos si se es deferente con
el derecho histórico.
Solo si se comprende qué se entiende por propiedad privada, su diferencia con otras
propiedades, los retos que presenta la propiedad privada en conjunto con otras propiedades
y la necesidad de que cesen las trabas burocráticas, el intervencionismo y el proteccionismo
por parte del Estado con el objetivo de favorecer mayor inversión puede el país ir conociendo
y obligándose a conocer, practicar y exigir derechos de propiedad. El inevitable impacto
político que esto generaría derivaría en el despertar del mercado, que siempre influye en el
sistema político-constitucional.
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