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son de distinta naturaleza y se pueden agrupar en los siguientes tipos: i) de comando y control;
ii) económicos; iii) de educación e información, y iv) voluntarios. Los primeros son de carácter
regulatorio y establecen estándares o límites específicos que los distintos agentes deben
cumplir, por ejemplo, las normas de emisión o de calidad. Los segundos se basan en la
utilización de incentivos económicos o de mercado para generar los comportamientos
deseados; y los terceros, tal como lo indica su nombre, buscan educar e informar a los
diferentes actores de la sociedad sobre aspectos relevantes del medio ambiente, como pueden
ser las conductas que son ambientalmente beneficiosas o dañinas, los efectos de los distintos
niveles de contaminación sobre la población y los beneficios de las políticas de conservación,
entre otros. Finalmente, los instrumentos de carácter voluntario son aquellos implementados
por los sectores productivos, en los cuales, a través de acuerdos, elevan la protección del
medio ambiente por sobre los niveles establecidos en las normas o estándares (CEPAL 2015
guía metodológica: instrumentos económicos de gestión ambiental)
Veinte años difíciles, 1994-2014 (prólogo del libro gestión ambiental en Colombia
1994-2014 ¿un esfuerzo insostenible? De E. Guhl y P. Leyva)
Pienso que las políticas neoliberales han sido aceptadas con tanta facilidad
en Colombia debido a su coincidencia histórica con la dilución acelerada
de las normas éticas que dificultan la corrupción masiva, dilución producida
por el auge del narcotráfico que en el gobierno del presidente Ernesto Samper
(1994-1998) abarcó los rincones más lejanos. Es cierto que uno de los
fundamentos del neoliberalismo es el mantenimiento de los aparentemente
muy estrictos fundamentos éticos de los negocios en los países anglosajones,
pero en la práctica a ultranza del libre comercio y en la divinización del
aumento del producto es evidente que los deseos de enriquecimiento fácil
encontraron un contexto adecuado. La justificación teórica de los beneficios
económicos de la existencia de estos deseos infortunadamente coincidió con
el enriquecimiento ilegal producido por el narcotráfico, y ambas orientaciones
es posible que hayan actuado conjuntamente en la conformación de
justificaciones de la corrupción en los modelos mentales de muchos jóvenes
colombianos.
Mirando así a Colombia, es posible que en los próximos años las estructuras
constitucionales y legales planteadas con tanto entusiasmo en la década
de 1990 por fin puedan evitar o, por lo menos, disminuir el deterioro del
ambiente y avanzar hacia el buen vivir. La tarea no es fácil, además de los
obstáculos y las taras ancestrales que generaron los fracasos el futuro traerá
también un contexto ecológico pleno de riesgos, como lo reconocen Guhl y
Leyva. El enorme impacto del fenómeno de la Niña en el funcionamiento del
país nos reveló la vulnerabilidad aguda de nuestro territorio ante los cambios
climáticos. La concentración de la población, del poder y del dinero en la
región andina y en las cuatro ciudades principales puede conducir a situaciones
de muy difícil manejo, y será necesario considerar el futuro integralmente
para poder plantear soluciones complejas, de alto nivel técnico-científico,
orientadas hacia un ordenamiento urbano-rural diferente.