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En materia de gestión y política ambiental, los instrumentos más utilizados internacionalmente

son de distinta naturaleza y se pueden agrupar en los siguientes tipos: i) de comando y control;
ii) económicos; iii) de educación e información, y iv) voluntarios. Los primeros son de carácter
regulatorio y establecen estándares o límites específicos que los distintos agentes deben
cumplir, por ejemplo, las normas de emisión o de calidad. Los segundos se basan en la
utilización de incentivos económicos o de mercado para generar los comportamientos
deseados; y los terceros, tal como lo indica su nombre, buscan educar e informar a los
diferentes actores de la sociedad sobre aspectos relevantes del medio ambiente, como pueden
ser las conductas que son ambientalmente beneficiosas o dañinas, los efectos de los distintos
niveles de contaminación sobre la población y los beneficios de las políticas de conservación,
entre otros. Finalmente, los instrumentos de carácter voluntario son aquellos implementados
por los sectores productivos, en los cuales, a través de acuerdos, elevan la protección del
medio ambiente por sobre los niveles establecidos en las normas o estándares (CEPAL 2015
guía metodológica: instrumentos económicos de gestión ambiental)

Veinte años difíciles, 1994-2014 (prólogo del libro gestión ambiental en Colombia
1994-2014 ¿un esfuerzo insostenible? De E. Guhl y P. Leyva)

I mposible separar la gestión ambiental de la realidad de los veinte años en

que se ha tratado de desarrollar lo estipulado en la Constitución de 1991


y en la ley 99 de 1993; Ernesto Guhl y Pablo Leyva describen en este libro
los fracasos y los éxitos de esta gestión y en esta presentación me reduciré
a reflexionar acerca del contexto ecológico, social y político de los procesos
institucionales orientados a realizar en el país las ideas plasmadas en los
nuevos textos constitucionales y legales logrados a finales del siglo pasado.
En especial trataré de describir cómo algunos de los conceptos dominantes
en ese periodo, los principales imaginarios que guiaron al país: el desarrollo
sostenible, el modelo neoliberal, el enriquecimiento fácil y el modelo autoritario,
afectaron y afectan la plena obtención de los objetivos que guiaron la
conformación del Sistema Nacional Ambiental (Sina).

Curiosamente, estos cuatro imaginarios continúan vivos en las mentes de


los colombianos, y en esas mentes se mezclan y se refuerzan o contradicen debido
a que en la vulgarización masiva de sus ideas, estas se han transformado,
adaptado o moldeado para adaptarse a los procesos y a las estructuras en que
necesariamente tenían que realizarse. Así, hay gentes que tratan de estar de
acuerdo al mismo tiempo con el desarrollo sostenible, el neoliberalismo y la
autoridad, y tratan también de enriquecerse aprovechando los resquicios, las
entretelas conformadas por las contradicciones de los cuatro grupos de ideas.
Sin duda, el más débil de estos cuatro imaginarios es el “desarrollo sostenible”,
pero al mismo tiempo es el más acogido en los grupos ambientalistas,
a pesar de que su definición en la ley 99, en donde se supeditó al aumento
del crecimiento económico, acentuó sus contradicciones internas. Muy tempranamente,
como sucedió en muchos otros países, el desarrollo sostenible
en Colombia fue cooptado por el modelo neoliberal, como lo explico en mi
libro Colombia: de lo imaginario a lo complejo. Reflexiones y notas acerca de
ambiente, desarrollo y paz (2003).
A mi modo de ver, el principal problema
del desarrollo sostenible estriba en haber usado la palabra desarrollo, fruto de
dos idealismos disfrazados de materialismo, el de Marx y el de Schumpeter.
Esa coincidencia ha logrado que el concepto que sirvió para motivar discusiones,
generar reflexiones e, incluso, fundamentar fallos judiciales que
ayudan a la causa ambiental, hoy se haya vulgarizado y se manipule en todos
los grupos interesados en imponer sus opiniones e intereses mediante
un ropaje lingüístico aceptado. Así, el “desarrollo sostenible” se convierte en
uno de los más poderosos instrumentos de simplificación de los problemas
ambientales, un imaginario que conduce al fracaso de cualquier intento de
solucionarlos debido a la falsedad de sus premisas y a sus contradicciones
con la complejidad de la realidad de los socioecosistemas.

Curiosamente, el neoliberalismo se afirmó en el estado colombiano en el


mismo gobierno en que se expidió la Constitución que ha recibido el calificativo
de ecológica y en el que se logró la aprobación de la ley 99 y, probablemente,
algunos de los redactores e impulsadores de esa importante ley tenían
en sus mentes la necesidad de establecer unos límites y condiciones a las
fuerzas económicas que se desencadenaban con la introducción de los postulados
de libre comercio y de disminución de las funciones estatales mediante
la privatización de algunas instituciones. En ese sentido, debe recordarse que
fue bajo la Constitución de 1991 que se logró proteger adecuadamente los
parques nacionales, ampliar las áreas de resguardos indígenas y conformar
en el litoral del Pacífico las áreas de propiedad colectiva de afrodescendientes,
cambios históricos fundamentales en la protección de los ecosistemas, y
que la ley 99 avanza en varios puntos específicos como la protección de los
páramos y de la Sabana de Bogotá, áreas en que creo se ha logrado disminuir
la velocidad de su deterioro, pero que hoy muestran cuán difícil es el enfrentamiento
ambiental con ideas tan simples como las que todavía sustentan al
crecimiento del producto nacional bruto como único objetivo válido de la
sociedad colombiana.

Las contradicciones entre la gestión ambiental y la política económica


neoliberal se iniciaron hace cuarenta años, cuando aumentó la posibilidad de
extraer petróleo, y se aumentaron al final de estos veinte años cuando el plan
nacional de desarrollo adoptó a la minería y la extracción de petróleo como
una de las cuatro locomotoras necesarias para alcanzar la prosperidad de Colombia.
En la historia de la gestión ambiental de estos últimos veinte años,
esa actividad que implica la disminución del capital natural, o sea el deterioro
del patrimonio ecológico, se ha efectuado sin límite y sin el reemplazo de
ese capital, lo que ha llevado en algunos casos a la reacción de las autoridades
ambientales locales y en otros a la protesta de los ciudadanos.

Pienso que las políticas neoliberales han sido aceptadas con tanta facilidad
en Colombia debido a su coincidencia histórica con la dilución acelerada
de las normas éticas que dificultan la corrupción masiva, dilución producida
por el auge del narcotráfico que en el gobierno del presidente Ernesto Samper
(1994-1998) abarcó los rincones más lejanos. Es cierto que uno de los
fundamentos del neoliberalismo es el mantenimiento de los aparentemente
muy estrictos fundamentos éticos de los negocios en los países anglosajones,
pero en la práctica a ultranza del libre comercio y en la divinización del
aumento del producto es evidente que los deseos de enriquecimiento fácil
encontraron un contexto adecuado. La justificación teórica de los beneficios
económicos de la existencia de estos deseos infortunadamente coincidió con
el enriquecimiento ilegal producido por el narcotráfico, y ambas orientaciones
es posible que hayan actuado conjuntamente en la conformación de
justificaciones de la corrupción en los modelos mentales de muchos jóvenes
colombianos.

La gestión ambiental en los últimos veinte años se deterioró por ambos


tipos de enriquecimiento, el ilegal y el fácil: el primero afectó desde las actividades
de control de la deforestación en sitios específicos hasta el funcionamiento
normal de corporaciones enteras, y hoy es todavía factor principal
y directo del deterioro ambiental en las regiones afectadas por la extracción
de oro o por la deforestación para desarrollar cultivos o convertir la coca en
cocaína; el enriquecimiento fácil continúa influyendo en los continuos enfrentamientos
entre proyectos económicos conducentes a la utilización del
capital natural para obtener rápidos y altos rendimientos y los encargados de
hacer cumplir las normas que protegen el patrimonio ecológico.
En textos anteriores he insistido en las dificultades que al ejercicio de
la autoridad generan las características complejas del territorio colombiano;
son numerosas las experiencias históricas que muestran que el ejercicio de
la autoridad territorial ha sido débil debido a la conformación geomorfológica
del espacio, al vigor de la vegetación, a la abundancia de corrientes de
grandes caudales, a la forma como las tres cordilleras cortan en dos el país, a
la variación del clima, etcétera.

En la historia de la guerra actual es evidente


que los grupos ilegales han sobrevivido en los espacios en donde se dificulta
la presencia de las autoridades legítimamente constituidas. Paradójicamente,
la imposibilidad del ejercicio de la autoridad legal ha conducido a formas
autoritarias extremas y al auge de grupos autoritarios muy violentos en los
territorios aislados. La gestión ambiental, de por sí compleja, necesariamente
benevolente y necesitada de posiciones respetuosas de los intereses de todos
los ciudadanos y de las otras especies, vinculada más al conocimiento científico
que a las normas jurídicas, no sobrevive en esos ámbitos sin autoridad o
manejados por autoridades totalitarias y mafiosas. La guerra y el narcotráfico
constituyen un contexto explicativo indispensable sin cual es difícil comprender
la experiencia real de la gestión ambiental colombiana.

Pienso que es necesario reflexionar acerca de la tragedia que está detrás


de todos los esfuerzos hechos por los ambientalistas, esos esfuerzos es indispensable
que continúen y que se tengan en cuenta si se logra avanzar hacia la
paz. Los trabajos y las opiniones que se presentan en este libro dan testimonio
de como una solución compleja, como es la creación del Sistema Nacional
Ambiental, logró reunir a miles de personas interesadas en la salud de los
ecosistemas, gentes que por fin encontraron un espacio en donde cumplir
sus sueños, jóvenes que encausaron en otras profesiones, en tecnologías específicas
la posibilidad de desarrollar sus ideas y sus destrezas. Sin embargo,
esas ilusiones nuevas, esos conocimientos innovadores, apenas han logrado
arañar el espeso tejido de los intereses generados por un contexto económico
y político fuertemente respaldado por las tendencias internacionales dominantes,
y esos arañazos han sido motivos para despertar reacciones muy airadas
de los voceros de las empresas afectadas y de algunos columnistas que se
consideran representantes del sistema dominante.
En un escenario más pacífico, los textos que el Foro Nacional Ambiental
ha logrado reunir en este libro deberían tenerse en cuenta cuando se trate de
planificar y realizar un nuevo país; con sus pocos recursos, los ambientalistas
trataron de construirlo en 1993, fundamentados en la Constitución más
ecológica y en la ley más ambientalista. Mucho de lo que se ha hecho puede
servir como plataforma para que una sociedad más compleja se enfrente a los
dogmas antiguos que nuevamente, cuando se firmen los acuerdos, tratarán de
imponer sus recetas y sus modelos. Para triunfar como tercería, el ambientalismo
tendría que mantener sus formas de ver el mundo, su mirar profundo
y amplio, su deseo de cambiarlo, su capacidad de ver interrelaciones, su con
sideración de lo pasado, su ambición de percibir el futuro, y su respeto por
la otredad.

Mirando así a Colombia, es posible que en los próximos años las estructuras
constitucionales y legales planteadas con tanto entusiasmo en la década
de 1990 por fin puedan evitar o, por lo menos, disminuir el deterioro del
ambiente y avanzar hacia el buen vivir. La tarea no es fácil, además de los
obstáculos y las taras ancestrales que generaron los fracasos el futuro traerá
también un contexto ecológico pleno de riesgos, como lo reconocen Guhl y
Leyva. El enorme impacto del fenómeno de la Niña en el funcionamiento del
país nos reveló la vulnerabilidad aguda de nuestro territorio ante los cambios
climáticos. La concentración de la población, del poder y del dinero en la
región andina y en las cuatro ciudades principales puede conducir a situaciones
de muy difícil manejo, y será necesario considerar el futuro integralmente
para poder plantear soluciones complejas, de alto nivel técnico-científico,
orientadas hacia un ordenamiento urbano-rural diferente.

Finalmente, es preciso insistir, como lo hacen Ernesto Guhl y Pablo Leyva,


en que a pesar de todo las ideas ambientales han hecho posibles logros increíbles
no alcanzados por países que en ese periodo han sido más ricos, más
ilustrados o más pacíficos. Mucho de lo estipulado en la ley 99 es responsable
de estos avances extraordinarios y se los debemos a Manuel Rodríguez y a sus
grupos de colaboradores, así como a algunos de los ex ministros y viceministros,
especialmente a Juan Mayr y a unos cientos de funcionarios del Sina y
voluntarios no gubernamentales que sostuvieron con su mística una gestión
ambiental innovadora en un contexto de guerra, narcotráfico y corrupción, y
en un conjunto de ecosistemas que puede ser calificado como el más diverso
y complejo del planeta.

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