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“¿Quién subirá al monte de Jehová? Y ¿Quién estará en su lugar Santo?... El recibirá bendición de
Jehová, y justicia del Dios de salvación”. Salmos 24:3, 5
Son muchos los pasajes bíblicos en los cuales vemos a Dios tratando y comunicándose en los montes de
una forma especial con su pueblo. Estos lugares solían ser:
Sitios de adoración:
Noé adoró en el monte Ararat después del diluvio y Dios hizo un pacto con él.
Abraham subió a adorar a un cerro cuando llegó a Canaán.
Sitios de oración y obediencia:
Abraham subió al monte Moriah a ofrecer a su hijo Isaac en sacrificio a Dios.
En el monte Horeb Elías oró a Dios en un momento de angustia y recibió paz.
Jesús subió a un monte a orar antes de elegir a los doce apóstoles.
El Señor oró en el monte de los Olivos para pedir fortaleza en su agonía.
Cristo aceptó ser crucificado en el monte de la calavera.
Sitios de visión y revelación divina:
En un monte Abraham pidió dirección acerca de Lot y Dios le mostró su destino.
En el monte Sinaí Moisés vió a Dios y recibió las leyes para su pueblo.
Dios llevó a Moisés al monte Nebo para que pueda ver la tierra prometida y muera.
Josué reunió a Israel para recordarles las bendiciones de la obediencia en el monte
Gerizim, y las maldiciones en el monte Ebal, que estaban situados uno frente al otro.
En el monte Carmelo Elías vió una nube pequeña y profetizó el fin de una sequía.
En el monte Hermón Jesús se transfiguró ante sus discípulos y Dios les habló.
Sitios de manifestaciones sobrenaturales:
Dios respondió con fuego del cielo al profeta Elías en el monte Carmelo.
Cristo resucitado ascendió al cielo en el monte de los Olivos delante de los apóstoles.
Un monte representa además estabilidad y protección (Sal. 121:1; 125:1, 2). ¿Qué significa todo esto?
¿Cómo aplicarlo hoy? El lugar donde estaba ubicada originalmente la fortaleza pagana de los Jebuseos,
conquistada por el rey David, se llamó la ciudad de David y luego fue conocido como el monte Sión.
Con el pasar de los años Sión llegó a representar para los israelitas: la ciudad de Jerusalén, la nación
misma, el pueblo cristiano (Mt. 21:5) e incluso la nueva Jerusalén celestial (He. 12:18, 22).
I. ¿QUIÉN SUBIRÁ…? ¿Quién puede subir? VP. Hay qué saber cómo llegar a Dios.
“El limpio de manos y puro de corazón” Dice la VP “el que tiene las manos y la mente limpias
de todo pecado”. Esto habla de limpieza externa: aquellos que no ofenden a Dios al no hacer
daño a otros ni a sí mismo; los que usan su cuerpo para servir y honrar al Señor. Es quien está
libre de culpa ante Dios. Habla también de limpieza interna, la de un corazón regenerado por la
gracia de Cristo; alguien que anhela serle fiel y vivir en pureza.
II. ¿QUIÉN ESTARÁ…? ¿Quién puede estar? VP. Hay que aprender a tener comunión con él.
“El que no ha elevado su alma a cosas vanas…” equivale a dirigir el afecto a algo vacío,
temporal; es alguien que ama a Dios por sobre todas las cosas. “…ni jurado con engaño” es
decir no haber defraudado al prójimo a través de un acto religioso; alguien sincero. Este pasaje
fue dirigido originalmente a los levitas sacerdotes del templo.
Dios desea que tengamos acceso a su presencia, pero anhela más que estemos con él, para disfrutar de
sus beneficios. En los atrios hay adoración y purificación; en el lugar santo hay consagración y servicio.
Son muchos los que llegan a los atrios, pero pocos los que están en el lugar santo.