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POR

~~~ I
J. l. MARROQUÍ
.APP ETO :J C~
EDITORES

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
.. La Guardia Blanca.-Es el título de una novel n. escritl\ en
glés por onan Doyle y publicada en espaflol por la ca~a de Appleton
Nueva York, que acabamos ue lecr con toda complacencia. una vez
r une ii. su ingenio y f<Í.cil 1 nguaje. un tema muy bien ur<1ido y (
cione' sumamente intere ·ante~. En h\ GUllnlia Blullca ellcolltramos
dio. históricos de IEl }i~dacl Media trazuuo con uua. lllltlll'filidau pn:m
de tal modo bien pintado lo cuadros, de tal lllan m de:crittls h ~ CO'tUI
b .. (' .... CJ.lle I parece tí uno encontrn,r:e en aCJ.uelltL edll.u y tmbnl' conocillliet
eOIl los pCI'~onll.jeL' 'omienza. In ncción en un convento de monj<',. 11
>ntndo eOIl todo' . ns a.dminículos d ma.no ma' tra y hlPgo
el' ciente inter'.. d ~eollnndo ell

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EL MORO

POR

JOSÉ MANUEL MARROQUfN


DE LA ACADEMIA COLOMBIANA Y CORRESPONDIENTE
DE LA ESPAÑOLA

EDICIÓN ILUSTRADA CON DIE?


Y SEIS FOTOGRABADOS

Neo DE LA REPUBLlCA
BA ...r.rA LU'S _ ANG(l ~RA .. <30
61SUO,~
CA-rALOG CION

NUEVA YORK
D. APPLETON Y COMPAÑÍA
EDITORES
1897.

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.
CoPYRIGHT, 1896,
!:SY D. APPLETON AND COMPANY.

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americanas ¡ '!I 8e per eguirá á los qU6la 1'eproduzcan f1·audu-
lentamente.
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de Colombia.

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EL MORO

e PíTUL 1
;\fARIO.-lÍi primer mal pa o en la carrera de la viull..-Lo caro
que me cue ta. mi sal vaeión.-Cambio oc domicilio.-Ernpiezn. á
rayar mi mala e trelln.-Buena soci uau.-Ln. r 'cogidu.-.. . 1 hl1-
cen la lirnpi zn.-Competeneia entre natllrale:s y fora t ro .-Me
doy á filo ofar.

1 QuÉ tribulación t En un pantano de los muchos que


hallan á la orillas del Funza e ve medio sumerO'ido
potrico de doce horas de edad. En sns ojillo negros
vivos se pintan la angll tia y la orpresa que le oca iona
r descubrir que el rnundo, en donde ha acabado de apa-
cer, creyendo no hallar en él más que la gratas sensa-
iones que le produjeron el e pectácnlo de la naturaleza,
1 movimiento y los primeros tragos de leche, sólo ofrece
eligros y amarguras Con la de maña propia de su
. erna edad, brega por salir del atolladero; pero de cuan-
o en cuando se le agotan las fuerza y deja caer la linda
abecita sobre un mogote,* como desalentado y resuelto á

* En ciertll.s tierras bajas y anegadizas, la holladura de los animo.-


s forma grietas tortuo~a que se cruzan en toda direcciones, cor-
ndo el césped. El agua permanece en las hendeduras y deja el
sped dividido en pequeñas porciones bastante firmes para q~e se
G

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rendirse á su destino. La tuadre, con las orejas aguza
das, sacudiéndo e los costado con la cola, udorosa y a~i
tada, corre ya para un lado, ya para otro, relincha, trat
de penetrar ha ta. el paraje en que su cria va á perecer,
huele el suelo, r trocede y vuelve cien vece á los mi m 8
puntos por donde inútilmente ha procurado entrar. Pero
aunque lo con iguiese, i qué auxilio podría prestar al ob-
jeto de sus an ia ~ É te ren ueva sus esfuerzos para :~l­
varse, pero cada uno de los que hace sirve para ahondar
má 1 hoyo en que agoniza.
De repente se oyen pisada de eaballos; la ye ua de'"'
cubre que e acerca el mayordomo de la hacienda y que lo
acompaña un alnansador. En su pecho angu tiaao bata-
llan la e peranza de que vengan á alvar á su hijo y la i
nata e quiv z que la o liga á huir iempre que la rrente e
le acerca; la e quivez triunfa y la yegua ,leja, no in
detener~e de vez en cuando á relinchar y á mirar hacia el
sitio fune too
Lo dos jinetes II gan ha ta la: orilla. del pantano·
nada ' n, porque unos juncos les ocultan la cabecita de
potro que es lo único que lo queda fuera del fan 0, y se
al jan rápidamente. n mozo que llega á la márgen
opue ta del río y que ha visto 10 que e tá pasando, 108
llama á grandes gritos que hacen renacer la confianza en
el acongojado pech de la madre; pero corre el viento en
la dirección meno avorable, y nadie oye aquell voces.
¡ Pobre potrico! 1Pobre madre!
El amansador, que e tá enseñando á revolver al po-
tro en qne cabalga, le hace dar una vuelta que lo deja

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LLEGO Á ESTE MUNDO 7
mirando hacia el río, columbra al mozo que grita y hace
señas; llama al mayordomo; ambos se enteran de lo que
ha sucedido; corren al lugar de la desgracia, se desmon-
tan y sacan al· potro del atolladeroJll_.
P ro é te no puede saborear el placer de verse en
sal vo: para sacarlo, le tiran de las orejas y de la cola con
toda la fuerza necesaria para vencer el peso de su cuerpo
y para desp garIo del lodo glutinoso en que estaba sepul-.
tado. ieute que se le arrancan aq nelIos miembros y
sabe de una vez todo lo que es el dolor.
Aquel potrico era yo.
Ya antes de haberme abismado, andaba titubeante y
haciendo pinitos sobre las pernezuelas, que no podían
con el cuerpo. i C6mo quedaría de descuajaringado des-
ués del truculento ajetreo! i Y qué grima no pondría
el mirarme el cuerpo embadurnado y el ver destilár de
mis costados el fluido cenagoso! La crin se había pegado
al cuello, y éste parecía visiblemente grácil y endeble. ~'-
Hízoseme sufrir un lavatorio que miré, no como favor,
sino como nuevo tormento con que, por pura maldad, se
me marti rizaba.
Por la tarde vino á verme con el mayordomo el due-
¡fío de la hacienda en qlj..e vÍ la luz, es decir, la luz de las
estrellas, pues yo nací á media noche. Á esa hora ví es-
rellas; pero ví más cuando me sacaron del pantano.
La hacienda está situada en la Sabana de Bogotá. y se
llama" Utramar." ) Su dueño, D. Pr6spero Quiñones, había
aguardado con sumo interés mi venida al mundo, pues
fincaba grandes esperanzas en 10,que había de nacer de la
ama, que así llamaban á mi madre.
Oí la con versaci6n que tuvieron, y de ella inferí que
1i amo e§taba vivamente desazonado por lo que había su-

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EL MORO

cedido, cosa de que no se me daban dos ardites, pues yo,


gracias á ]os malos tratamientos que me habían h cho
sufrir los que me sacaron del pantano y al ejemplo de mi
madre, que se mostraba arisca para con los hombres, ha-
bía empezado á mirar á éstos como enemigos.
Lo que me confundía era ver hombres montados en
seres de mi especie; pues no entendía cómo, siendo aq ué-
los enemigos de los caballos, podían unÍl e con ésto de
una manera tan íntima.; ni cómo los caballos consentían
en dejarse montar.
Lo que oí á mi amo y al mayordomo pudo, según lo
comprendí mucho más tarde, inspirarme temores de mo-
rir, pero entónces, no tenía yo la mellor idea de la muerte:
yo había luchado ya con ella como con un enemigo invisi-
ble y desconocido. .
Oon grande cuidados nos trasladaron á mi madre y á
mí á una manga * inmediata á la casa del amo, á fin d po-
der cuidar de mí con más esmero. Mucho me maravilló
la vista de la casa y la de muchos otros objeto que se me
pre entaron y que no babía podido ver en mi potrero na-
tal. Sentíame muy quebrantado y molido; pero] que
más me atormentaba era el dolor de las orejas y sohretooo
el. de la cola. ¡ Ay, aun, no abía yo que este último era
no sé si principio, ó más bien negro presagio y fatídico
anuncio, de los males que me había de ocasionar esta des-
dichada parte de mi cuerpo!
Á poco tiempo y sin mayor dificultad, me restablecí
perfectamente y fní llevado con mi madre á un potrero"
grande en que había muchos otroR potros y ·yegllas.

* .1lfanga. Potrero muy reducido, regularmente inmediato , la


ca a principal de una hacienda.

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LLEGO Á ESTE MUNDO ~

1Qué aspecto ofrecía yo, tan diferente del que, recién I


I desembarrancado, había ofrecido 1 En ll1i semblante ha-
llaban todos cierta expresión de candorosa travesura.
En mi cabeza, pequeña y gl'aciosa, ludan los vivos y cu-
riosos ojuelos, y facciones de tal primor, que parecían
solicitar caricias. El cuerpecito corto, r Hizo y bien tra-
bado; el tupé empinado entre las orejas; la crin corta
y ergnida; el pelo de ésta y el de la cola fino, brillanto
y undoso; la cola delicada y airosa como las más airo-
sas plumas. Las personas que podían acercárseme se
r egodeaban rasando con la palma 111i piel suave y atercio-
pelada.
En el pot rero p asaba días muy agradables retozandc,
siempre que ln e lo pedía el cuerpo, con los demás potros
y oy endo las conversaciones que, á la sombra de unos ce-
rezos y á la lwra de la siesta, aco tumbraban tener las
yeguas; yo- no entendía todas esas pláticas, pero ello es
que me servían ele distracción y que ellas empezaron á
hacerme conocer el mundo. En e e potrero también
había pantanos aunque de poca profundidad, y me mor-
tificaba por extremo el ver que mi madre y otras ye-
guas por las cuales experimentaba cierta simpatía, se nle-
tiesen á pacer en él. Buenos ayunos me impuse por no
seguir á mi madre cuando incurría en esa que, á mi jui-
cio, era una inaudita temeridad.
Lo que turbaba algunas veces mi bienestar era la reco-
g"¡ da de las yeguas en la corraleja 6 .corral grande y
bien cercado. Por lo menos dos veces cada mes, disponía
el amo que se echase la recogida, ya para hacerles á los
potros y potrancas que estaban creciditos ciertas opera-
ciones de que hablaré luego, ya para apartar ó pasar á
otro :>otrero á los que debían venderse ó ser quebranta-
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EL MORO

* Quebranlctr uo potro. Montarlo por primera YCZ Ó comenzar al.


desbravarlo.
t Enlazador. El que coje un animal echán<lole de <le lejos un
lazo al cuello 6 á otra parte d 1 cuerpo.
t Rl'/O. uerda Ó oga con que. e enlaza. E ~ una corr El de c';wro
crudo retorcida, y de diez á veinte metros de longitud.

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LU:GO .Á ESTE MUNDO 11

on el rejo dió dos vueltas en el oramadero ,* Yo me alejé


iego y loco de espanto 'y de furor, y cuando el rejo quedó
'rante y me ví detenido de golpe, sufrí el más llOl'rible
cudjmiento. El lazo IDe comprimía las fauces y me
acía. re pirar con ruido y esfuerzo indecible; corn alre-
edor del brarnadero, perdiendo á ratos la vista y casi el
ntido; la priluera vez que, por falta de aliento, me paré
'rando del rejo con todas las fuerzas que DIe quedaban,
n las piernas tan echadas hacia adelante que ca i toca-
a el suelo con el vientre; vino el mayordomo con una
áqnima en la mano y trató de ponérmela; pero yo ma-
oteé y me sacuru con tanta de esperaCÍón, que, para suje-
'< rme, re 01 vieron echarme á la pata ó enlazarme de una

ata. Uno de á cabano me en lazó la izquierda y tiró á


arción, t como si quisiera arrancármela; en medio de
i martido me quedó el coraje suficiente para sacudirme.
, i re uello era ya un e tertor de agonizante; y las Seño-
y las criadas de la casa, que, á la puerta de la ~rra­
ja, estaban presenciando la tragedia gritaban. ' ¡ Lo
lhorcan, lo ahorcan t ¡ Afiójenle, por Dios t" De súbito
I ntí que me tiraban de la cola (¡ de la cola, mi dedo
alo !) para el lado izquierdo, y caí al suelo con estrnendo.
Por un rato no supe de mí, y cuando recobré el sentido,
; nía puesta la jáquima y me estaban trasquilando. Oor-
;áronme también las snperfluidades de los cascos y me
ltaron. Me levanté aturdido y con los ojos turbios, y
e dirijí hacia donde, más por el oído y po: el olfato

* Bramadero 6 botalón. Madero grande y fuerte que está, hincado


el suelo de la corraleja.
t Tirar á arción ó arcionar. Dar vuelta con el rejo en la cabeza de
silla para sujetar 6 hacer mover al animal enlazado, aprov chando
ro. ello la fuerza del caballo.

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12 EL MORO

que por la vista, advertí que se ha1laba el grupo de las


yeguas. Si entonces hubiera tenido la pre unción y la
arrogancia que entí año despúés, me hubiera avergonza-
do de dejarme ver en la ridícula figura que hacía des-
pués del tra qnilaruiento. Yo no tenía en qué 'rnirarmc,
pero mis com palieros de ra ura me servían de pejo.
La segunda vez que me cojieron para atusarme no
hu ho nec idad de que IDe echaran á la pata: cuando e -
tuve cOLnpletamente sofocado, caí, y un mozo se mo
sent' n 1 pe cuezo; me agarró una oreja con la mano
izquierda; y, c n la derecha, me a ió de las quijadas y me
levantó el hocico, con lo cual, aunque lne quedó libertau
para patalear DO pude levantarme.
El mi mo día en que esto sucedió: ví derribar yeguas
y potros de otras dos maneras. Habían v nido á la ha-
cienda unos vaqueros * de Sogamo o, di tro, esforzados::,
ágiles, fanfarrones y petulante, y declararon en voz alta
que los vaqueros de la Sabana no sabían manejar anima-
l " E to picó vivamente el amor propio de los mozos
de la hacienda, y uno de éstos, que se llamaba Damián,
dijo que iba á enseñarles á los forasteros á barbear.
Tenían en e e punto enlazada una potranca cerrera,
y Damián se le dirigió, yéndo e por el rejo j asió con
la zurda la oreja izqniel'da del animal; y con la mano
derecha, le agarró la quijada y e la .torció levantándola
al mismo tiempo que tiraba de la oreja hacia abajo. La
potranca perdió el equilibrio, cayó y Damián se le sentó
en el pe cuezo. Los forasteros miraron esa hazaña con

* Vaqu.em: Hombre amaestl'ado para la vaquería, esto es, para el


manojo de los animales bravos 6 ariscos de la especie vacuna. y de la
caballar.

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'E~TE ~UEV.A. 17
a orilla. de é te, vol vÍamo á tomar la del río y repetíamo
ta trnhan ría ha ta que un jinete, apostado de antellla-
10 on punto c nveniente, nos impedía egu··. ntr tenién-
]onos con ella. Otra veces, corríam s dirigi6ucJ n s
n toda formalidad hacia la corraleja; y, cuando íbamos
legando COl'rÍamos en otra dirección y fa tidiábamo de
linao á 1 recogedOJ'e.
r no e ' tolluerme d ma iad no hablo de lo último
ad cÍllli nto que nfrí en la hacienda en que 1 aMa na-
-id, ntr 1 cual bien pudiera hallar alguno cuya
intnJ'u erí. harto apaz do 'nm v r t entraña de
(Iue 1 an ta r la ión. J E e fué 1 tielll} o d la
'ri j '. E ·o fué D quo compr ndí 1
dcl ofi rí obro 1 el'.. u
i e pe le. En d \-arlo juv lliles habí y uiíado
uo, n un p rvenir r m to, iba á r Ollar mi n mbre
om actualm nte re onaban 1 d uainr y Fundama,
r 11C , de n ble raza. ¡ Vana ilu:'l.i' n . a no ~ ora
ad a:pil'ar ino á lucir pa ajeram nte y bajo el g bi rno
un jinet , las prendas que pudieran hac rme reputar
nen ervidor d 1 hombre.
en hacendado, D. Oe áreo, vecino de mi amo, pro-
u á é te que le vendiera alguno de sus mejores p tros;
, á fin de que el comprador pudie e e cojer, fuimos to-
llevado á la c rra] ja. Allí p rmaneci ron gran rato
, dos hacendad mirándonos y di cuti nd al principio
bre las cualidade que parecíamos t ner algunos do no -
tro y luego s bre el precio de aquel que fuera e cogi-
o Al cabo el c mprador, no sin titubear mucho, se in-
inó á tomar un alazán de muy buena apal'iencia; y se
raenó que lo en 1a 7. aran ; casi e trangulado por el rejo se
jó el alazán enjaquimar; D. Oe áreo quiso verlo pues-
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1 EL M

t al picad ro y entonce el que tenía el cabe tro en la


man le dió una vu Ita al brar ad r ,y tro muchacho,
armado d zurriago arre' al potl' para hacer q ne aira..e.
El potro e - re i tió p rfiadalnent y tira a d 1 cau tro
011 tanta fuerza que la fr nt, 1 cuello y 1 pinazo le
quedaron formando una. lín a l' cta. D. 1 ~áre d cIaró
(jue n quería llevar animal tan cerr r y pu lo jo
en mí, por haberle parecido d d ante po' ' nada infc-
ri r al alazán. 0, que bía le qué e trah ba y qu me
s ntía m vi o por la inc] inaci' 11 á ton lo nu que es
tan pr pío d ~ 1 P co afi ,me mo tI''. ba. tant d' ,jI Y
logr' aO'radar á , 1 uaI d idi' qu yo ría.
,1 1 o'id , n 1 pr' ci , ' fuÍ 11 "< do 1 l' - 11
paj de D. la tra hacienda, (jll ~ e llama II tl,-
tonuevo,
", ár era un vi j de corta tatura rdifl' n y
111 fletudo de ID jilla y nariz c loradas y 1 atilla'
abultad- y entr ana~ . .Ja _'pre i'n d u ('u cuan-
(la. rraba era la de up boca que ae be el abo-
real' un boc do e qui it, u onl'i a que re perma-
ncnt, ra la de qui n acaba dc hac r un benofi io y e tá
oyendo la accion do gracia ; n con v r a '1' n ver 'aha
comunmonte bre la n o idad de mora1izal' al pu blo
y d at nuar u penalidade. E pe nIa a de muy di-
v r os modo 'per entre sn negod , el que má le
llamaha la atenci' n rá 1 ue n i tía ~ll omp~'ar á hue-
v y ven 1 l' luego á pe de 01' be ,tias que tuvieran al-
guna milidad que pudi ra encubrí e Ó ellí rmedad d
qn pudieran curar e m diante el largo de can"o en el
m jor de us potr l' s. Para que no se de a redita e de-
ma jado el artícu10 con que co~n rcia~~ cni9,uba '(le mos-
trar siempre alguno caballos bueno 't y n propó ito 1 <

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omprarme :fué el de que yo irviera de reclamo para los
m prador que á él ocurrieran.
El gran conocimiento del mnndo que me precio de
ner, se lo debo en gran parte á l~ electa sociedad en
n viví mientras estuve en p der de mi amo D. e ál'
IantenÍans conmigo en el potrero caballos, yegua, mu-
l machos y ha ta burros de todas edade y de todn
lHliciones. Ilabía ntr ello benémeritos vet rall s
lne llevaban en la cruz ó n el 10m, ó n amba parte,
1 h ja de rvi io , bajo 1<1. forma de peladura mó ó
n lustro a, que, por di po i ·i' 11 del amo, e obaban
~a i t uos lo días con ungüento que diz que tenían la
irtud de hac r alir el pI.
Pe ra negociar 1 s aniI ale que no echaban pelo, ('1
o cuidaba de que 10 c mprad res no 1 vieran de n-
liado. Á los mu fia'o 7 e le daba a éllic, con' lo
u c p r alguno días, parecían má lucios. Á 10 pa-
one ~. se les aplica a y do en lo menudillos y las Cllar-
illas para que e le enjuta n; á los sarno o se le
l,adurnaba de aznfre y á t do e le adminl traban
urO'a y e 1 acaba el haba 'uand inO're~aban en aqu 1
pital; y se les almohaceaba, c pillaba y p inaba ca i
iariamente. Á nn caballo muy bueno que estaba allí le
Haba la mitad de cada oreja. El mi mo, e ~plicando
011 qué ro tivo adolecia de tan O'rave de:formidad~ n
onta a que había pertenecido al cura de un pu blo cuy
que eran díscolos y mal acondicionado, abolT '-
"n á u párroco, y una noche habían de fogado en 11
hallo las malas pklsi0ne que contra aquél abrigaban.

* Patón. Caballo que tiene hinchados lo menudillo y las cuar-


Un .

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D. Cesáreo, para dar á este animal el valor que tendrí'
si hubiera conservado la integridad de ns mier lbro
acordó de orejarlo por entero y fabricarle con piel de ter
nero nonato unas orejas que, adheridas á la jáquima po
medio de uno de los ingenioso artificio n que D.
re era tan fecundo, r tituyeran al caballo su prístina ga
llal'día.
e t4 ba pre ente el día que mi amo lo vendió
ca i me ahogó la. 1'i a cuando vi el empeno que tumab:
en regalarle al comprador la jáquima e n que le habí·
pre en.tado 1 cabal!. El comprador, que era un In
cito de TI gotá muy delicad y ncojido, rehll aba ob
tinadamcnt admitir el b equio' per en.r o por
fi' tanto, e gUl'ándole que tenía. el mayor placer el
que u ara la já uima en nOlll brc 'a yo, <}n , poni6ndos
muy col rad , el joven e d hizo en agradecimiento
tomó el p rtante II vándose el caballo c n la jáquima
la reja.
Á 'otl' bogotanito intonso, hacendado novicio, 1
vendió 1 patr' n una y gua de veinte año baciéndol
paIpaI' que t davfa no ]e hauía alido el colmillo, y a egn
l'ándole que, i]a veía sin diente, era porque los e tal>
mudando.
nando lo defectos de que adolecían las be tia
tinadas á aquel comercio fraudulento no eran fí icos
sino nlorales, D. Cesáreo hacía las montaran jinete que
por medio violento, la obligaban á enmendar e; p r
]a enmienda no aprovechaba ino por el tiempo indispen
sable para engañar á nn comprar:lOl\ 'nles es sabido qu
lo vicios Ó resabios que adquiere un individuo de mi
pecie ó de la especie mular, rara vez se curan radicalment
sino es con la muerte.

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GENTE NUEV.A. 21
Que los hombre ean de una naturaleza superior á la
e lo brntos no puedo dudarlo; pero llunca entenderé
a superioridad d 1 hombre con su di posición á enga-
l~r. T o me enorgnll zco intiendo que no puedo ha-
edo; y creo que aunque pudiera, me contendría ]a
Tergüenza. n hombre e sonroja de que otros epan
lue ha mentido y no BOllroja de abar]o él mi mo.
ué conf ión tan probiosa de que u propi jui·í 110
ale nada!
D. esáreo, que se e timaba ba tante para no sufrir
u e le tuvi e p l' ladrón, por borra -ho, p l' ]ibe1'-
ino ó p r hla f mo, no e e timaba ba tante para huir
n vilecere á su propio ojo mintiendo y enga-
ando.
Yo había cumplido tres año, y D. e"ú,1'eo di pu 'o
no e me empezara á amansar juntamente con un piro
rvuno de la misma edau. Yo debía sor qu oralltauo
r Geroncio, aman ad r de fuera de ]a hacienda, q ne
zaba n la comarca de bastante fama; y á mi compa-
l' tocaba habérsela con amián, el mozo de la hacien-
a de que ya he hecho mención. "Aunque éste se pre-
jaba de jaque y forzud y era tan zafio como podía serlo
In rú tieo de su estofa mi compañero se tuvo por afortu-
lado al saber que no iba ~í caer en manos de GOl' nei ;
)ues é te era aún má ordinario qne amián, y ademá
Damián respetaba al patr' n y podía por con ideración á
1, tratar con algún miramiento al potro que le mandaba
mansar.
El día del quebl'antamiento se nos enlazó y se no en-
quimó poco más ó menos de la manera que arriba queda
scrita e no taparon los ojos con el tapaojos ó ante jera
le la jáquima y además se nos envolvió toda la parte su-

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22 EL llORO

perior de la cabeza en una ruana "',f de suerte que quedarpos


privados del ejercicio e la vj ta y del oído. Procedió c
ntonces á almohacearno ; y por cierto que e",ta opera-
ción excitó en mí tel'ribleIuente la sen ilJilidad;fa que ya
r estaba bastante excitada. El sentir e uno frotado y ras-
cado con la almohaza e ordinariamente muy agradable,
pero cuando el que maneja ese instrumento tiene poca
habilidad, hace sentir dolores vivos en la pI' minencias
del cn rpo en que el hue o no e tá re guardado por la
Céll'ne.
Pn i ~l'onmc en eguida cinC/lera ó cincha c n un I' jo,
de cuya punta tiraron do moz con b tante fu rza; y
act c ntillu ,1llC chal' n encima una illa. o/'(jona t de
a iento Inuy hondo y c n coraza que el largo u~ y la
mugr habían h cho r lucí nt . ) puedo p nderar b. -
tante lo de agradable de la impr ión que me pI' lujo lá
grup ra por afectar la parte má en. jble d mi cuerpo y

* Ruana. Pieza del ve tiuo u la gente rú tica, 11 . adn tambi{-n por


la urbana cuando ~ale al campo. l{t'gularm nte le tela de hllm y
de color ob curo; el1a.dracla Ó un poco mi ancha que larga. Tiene '11
el c ntr una abertura, por la cUlll pasa la cabeza para que la ruana.
cubra los hombro y qu de pendiente u ello. 11 dimen ' ione' Ya-
rían, pero lo común e que tenga. el ancho n ce ario para que :m
orilla llegn ú. la ' muñeca.
t Silla orejona. Montura armaua obr un fu t que ti ne do ba-
rra por laclo. La. delantera e mlí. alta que la tra era . Aquélla termi-
na n una cabezn, cuya figul'a e a. emeja algo á la de una mano de ca-
Lallo, con la. ranilla ó el nelo vuelto hacia arriba. Lo que corresponde
á la 'uartilla es el cuello de aquella cabeza y e' en donde e le clan
vuelta al rejo etmndo e arciona. Ubl la illa un forro de vaquetu.
llamado COl'fiza q ne forma lo faldone, lo cuaJe, .on ca i sernicircn-
lar~ . obr h¡, coraza vá otro forro de quitar y poner llamado coji-
nete d la. mi ma forma. que la dicha coraza. Á u parte nnlcrior nlll
adheridas unas pequeña alforja qn también se llamañ cojinetes.

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GENTE KCEYA 23

en la que poco más tarde había de concentrarse toda lni


n ibilidad. Quit ndollle de,- pué la ruana q u me C11-
ría las oreja, me pu ieron la cabezada, atar n la rienda
á la cabeza de la illa y me levantaron 1 tapaojo. En
los prim ros instantes el aturdimi nto y la rabia me
d juron inmóvil; pero al cabo sentí qne se m llcoO'Ían
lo nel'vi de todo 1 cuerpo, é in tintivamcnte al' ueé el
pinaz , m tí el h cico entre los brazos y ]a cola ntre
la pi rna y empe ' á dar corcovo, leyantúnd me con
toda 1nis fuerza y volviend al 11 lo e n las pi rna rígi-
da ,de nerte q II el acudimi t ra e pantoso. ]lac l'
t e 1 que e llam, echar un brincada.
L ., 11 mbr ' juzcran lue 1 caballo rincam volun-
tal'Íam ente y por pura l'eueldía; pero están muy n aDa-
L" brincada una e pecie d convul ión excitada
iva y tan peno a , que aun ue eí
n ]0 con pguiría. uando los
hacemos corv ta p r gallardear y cuand daro s
juegan toda h al'ticulacione de nu s'-
ro uelop ; cuando damo una brincada, e susp nde 1
j ueg de Ja lná de as. ell
I.a que yo eché con la silla fu6 dilatada y r petida
tres veces, porque lo golpes que me daban]o estribos y
la co quilla que me hacían ]a retranca y ]a grupera, man-
tenían viva la prÍlner ill1pre~ién.
n mi cOmpáñel' el cervuno e hizo lo mi mo que
'onmigo, y l1eg' el momento de ]a montada. D. Ce áreo
rd llÓ que lo do potro fuésem s amadrinados, to e ,
ujetado' por sendo jinetes, que lebían seguir nuestros
UlO imiento é impedir que brincáramos. Damián e so-
meti' á ta dispo ición, pero G ronci declaró que no
ejaba que ]e amadrinaran su potro, porque él no tenía

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24 EL MORO

miedo. Á un luismo tiempo fuimos montados, y á un


tiempo mismo dijeron los amansadores: "de tapen." Yo,
en mi agitación, no pude ver lo que pa ' c n mi compa-
ñero; pero lu go supe que, no habiéndole el amadrinador
d jado meter la cabeza, no había podido hacer t1'a co a
que dar saltos hacia ad lante y tratar de correr. Yo
brinqué con Geroncio como había brincado con la silla,
pero eroncio e mantuvo firme.
uanuo ya estu ¡m s má so egad ,emp zaron los
aman~ador la tarea, con que tant no habían de ator-
mentar por much tiemp, de en fíarn á obedecer á la
rie da. P e ra ello, tomaban la de un ]ad , la ponían á la
altura de u r dilJa y tira ban lu , ta que lo oblig, van á
un á d oblar el pescllez y á vol el' el cuerpo.
De cuando en cuando, para forzarno á recular tira-
ban juntamente de las d rienda y con ena no daban
peq neñas s udidas. En med io de e e fatigo o ejercí i ,
recibíamos azotes dado con unos c01'bacho que ca 'i DOS
abrían las carne.
Con intervalo de á diez ' doce día se nos dieron.,
otJ'as dos montadas, en la ua1es pa ó poc má ó mellOS
lo mismo que en la primera; y n las po tel'iores, fnimos
cediendo, á la fuerza y al hábit ,con 1 que se vino á
tratar de que nos arrenda en y nos arregla n en forma.
Geroncio pasaba, DO ' lo por aman ador, ino tamhién
por picador (vulgo, chalán), y D. Cesáreo dejó á Geron-
cio el cuidado de arreglarme. En mengnaua hora tomó
tal d terminación, pu s á el1a se debió la d sgracia qtle
más ha acibarado Tui exi tenela y que no permitió que
D . Cesáreo sacara de ser dueño mío las ventajas que se
había prometido.
El sistema de Geroneio para acabar de domar un ca-

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UEYA 25
allo nuevo, para arrendado, para arreglarle el paso y
a,'a sllca'r le bJ'1-rJ, como él decía, C011 i tía únicalnente en
1 empleo de medios violentos y bárbaros. Á mí me ha-
í" trabajar in medida y in miramiento; hacía sobre mi
10 j rnada larga ~ me dejaba sin de can o hasta una
mana ntera' y, 10 que ra por, d montaba al an -
·h l' á la puerta de la. venta de que 1'a parroquiano, me
baja. atad á una de las columnas 1 la ramada (c VCl-tizo
n 'o ,í la ca a), y pa aba tr ó cuatro horas b 1>i nd ,
uganu ,con rsaudo y, n re ras veces, rin nd. Durante
h ra ,mortal ' para lnÍ lía y distra r el tedio con-
r and e II lo 'aball de otro parroquiano.
4 n una. J la oca 'ion ' n qu hallaban allí 111uchoo
aballo erl. 1<1. no he d un dorningo e itlliIn' la convel'-
ación y í con gu. to la que trabaron tr ' cuatro de ]0
ná gúrrul ~ y .' p rim ntad , obre la cír 'un #tancias
ue hacen más peno. a nn stra u rt. t n que hahía
l'vido á ciertos j' v nes ricos, hij s d un campe ino
u.y connotado 80 tení que n ha ía caballo má inf Hz
ti E'l que sirve á per onas, como sus antiguos amo, que
~ifran toda su vanidad en hacer jOl'nada en breví hno
i mpo. Una vez había llevado á uno de 106 j'venes de -
un extremo de Ja abana ])asta el otro, recorriendo
ona di tancia de cosa de veinte legua, en cuatro horas y
1 dia. Yo no sé si diría la verdad, ' si el ejemplo Je
¡os amo ~] habría aco tum brado á mentir; pues es cons-
nte que lo que tienen la afición quc á ésto dominaba,
tán iempr Ji pue . . tos á sacrificar la verdad á u ri lí-
ula pre unci' n; pero, por cxpcriencia pr pía, sé también
ue 108 que e tán dominado p r el1a í abusan erue]men-
de las fuerzas de su ca algaduras solamente para pro-
urarse la sati facción de referir que se han trasladado de

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2G EL Mono

cierto lugar á otro en tiempo más cCl'to que el que de 01'-


uiuario se empl a en recon'er la di tancia que lo epara.
Otro de lo interlocutore afirmaba que era tanto peor
la suerte de 10 caballos de cacerÍa, cuando é to e n
forzados á servjr por varios días continu s, t niendu' ú
veces que C01'r l' por ntre breña y precipici ,subienuo
y bajando, in aflojar el paso, cu ta tan escarpada que
nadie, sin la pecie de frenesí que po e el cazador, e
atrevería á recorrerla. Añadió qu , mientras aquel) s
SeDore de la jornadas mnravill a pa an por lo común
la nocbe en lugare en que bay potr ro ' pe ebr '1'a, 1 s
caballo de 1 cazadore pa an la noches ]e claro en cIa-
r , ya atado á un árbol, alIado del viv"ac de u am~, n
1 lue é to charlan, y enan á todo u al> r; ya ueIto
en lnat rra1 ' en pedregal s en qu liO pueden baBar
agua ni pacer una brizna de hierba.
Apoyando 1 J ar r del preopinante, un castaño muy
machucho, que tamhién había p rteneci lo á un cazador,
refiri' mara ilJosa y tremenda aventura en que e ha-
bía hallado cuando u dueño iba á caz<r por el Páramo
de lIingaza, n el que, amén de la cirenn tancia que
donde quiera bacen pen '0 y arrie gado el ejercicio de la
caza, e hallan á cada pa o, y aun en las cimas de los e-
rro ,tremedale e pantosos y de grande xtensión. Ex-
plicábanos el ca taño que los tremeuale son uno itios en
que el suelo ofrece la apariencia de UD prado cubi rto e
hierba, y en que, debajo de la capa que lo f rma y que es
Ilteramente blanda, e ha11a otra muy profund~l. de agua.
ó de bano. Oontaba que él había ..,paído va 'ía veces en
tremedales llevando encima á su amo; que á malas penas
habían podido entrambos mantener la eab za fuera del
hoyo que habían formado al hundirse; que uien cae en

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GEXTE 'UEVA 27~

un tremedal e ve más enterrado y más perdido con los


fuerzos que hace por salir; y, finalmente, lue solo e ca-
aron con vida mediante uno de aquellos milagros que
rueban que Di ,ó má probablemente el diablo, vela
e TI una solicitud lllUy e pecial por ]a s guridad de los
'azador .
Muy sabro. a estaba la plática, y ya dos de los tertu-
lianos habían emp zado á interrumpir la rela i ~ n del ca -
t ño para r batir su opinión y para u t ntar otras, cuan-
do oíl11 s que uu tI' jinct s se estaban de pidiendo de
la vent ra c n bi te de grue o calibre; y vimo qu e
11 ac rcauan chando tufarada apesto a de alc hol y de
tabaco.
ien hubiéramos qu rido pro]onO'ar la tertulia, no obs-
tante que ya era int lerable el dolor qne ntíam08 en ] s
1 ata ; pero fué preciso dejar para lnejor coyuntura lo
ue quedaba por decir.

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CAPíTULO 111
S )[.ARIO.-Mélodo de en afianza. ompl ado por mi pr c ptor.-Mi mala.
e trolla so U 'ja ver sobre el borizont . - oncurro á unas fiesta. y
am nizo un e pectáculo.-Qué e lómago le hacen stas CO.5as á D.
'c~ñreo.

Lo fines que d bía proponerse mi chalán eran el de


arrendarme bien yel de acostumbrarme á andar de pa '*
sin perderlo y sin amblar (vulgo sin r &raba'rm). Para
tale fines, aco tumbraba, como todos us comprofe ref::,
ponerme en lugar de freno, UD b zal de bielTo que fué
1i o al principio' per que dejó su ] ugar á un l'ozal de
diente cuando Geronci crey' que yo era indócil y que
t nía la. boca dema iado dura; para corregil'lne, me fati-
ga a ince antemeute haciénd me revolver y r cular. Al
cabo de algunos días declaró que ya era tiempo de poner-
me freno; empezó á hacérmelo usar con falsarrienda, y
siguió ejercitándome como antes. Tanto para ponerme
boca egún él decía, como para arreglarme el paso, ocu-
rrió á darme sentadas, esto es, á tener bruscamente las
riendas echando el cuerpo para atrá , con 10 que me obli-
gabn. á pararme en eco, doblando dernmdado los con'ejo-
ne. Ignoro qué efecto esperan los cll,alanes que á la

* Paso. Lláma e aquí paso 10 que técnicamente so conoce aire


6 marcha arNficial, modo de andar más suave que el trote 6 el ga opc.
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larga produzcan las sentadas: lo que sé es que á mí me
hacían eO'uir andando con mi do, de uerte que me iba
deteniend de cnando en cuaud , pues ya me par cía que
iba á. entir 1 sofrenazo, sobre todo al p rcibir cualqui r
movimi nto del jinete.
Mi amable in titutor dió en qu , para ens ñarme á ir
sobre la rj nda, debía u ar e puela , y con ella 111e lac ra-
ba los ijar la timo am nt. P r lo e mún, d ~ pué de
dos' tre violentos esp lazo, v nía una sentada.
Á mi e.·celente di po iciones natural e hubo de
d b l' que yo hubiera v nido n lo nce ivo á. ten r buena
oca y que no hubi ra p rdido 1 pa o que h, bía hel' da-
o de mi mayor. i he d jnzo-ar p r 1 que yo n-
ía, tod 1 que rOllC ac stumbraba hac r c nmig
ra lo m j r y lo n1/ eficaz que e podía e coger para
despojarme de mi bu ua cualidad s y para llenarme de
ici .
Me he detenido de pr p' íto contando esta" co a..c;, por-
que no el' ía que llegara nun a 1 punt n que había de
aIpar 1 má fUI1e t de lo re ultad que tuvo la tor-
eza de mi amansador. T o puedo habhr de o III 1-
quiera recordarlo, in llenarme de vero-üenza y de de pe-
ho. Pen al' en ello es pen~ar que mi suerte, que pudo
el' <.le la má envidiable, vino á ser de las más n gras;
que mi carrera quedó truncada y p rdído mi porv nir.
Aquel dia ólico abu o de la e puela y aquel maIde-
-ido bozal de hierro me hicieron . . . me bici r n . . .
l me atreveré á decirlo 1 . . . i me hicieron coleador!
Este infortunio parecerá in ignificante á muchos que
ignoren qué cosa es hacerse coleador un caballo. Hacer e
coleador ignifica incapacitarse para lucir las prendas más
recomendables; significa no poder el' u ado ni comprado

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por algún hombre rico y aficionado inteligente que sepa
cuidar y man jal' los caballo, que no nece ite agobiarlos
con el trabajo abu ando de su aliento, que tenO'a pinO'ües
potrcros y pesebreras bien aba t cidas; ignifi a vel e
condenado p r toda la vida á ser bj to <le zumba y di-
characho. Que el 10m bre que mire mi de gracia como
de poca m nta e figure hab l' e perado en u adole cencia
pertenecer á la má el vada de las clas s ocial s, brillar
p r 11 tal llt y nadar II comodidad ,y que un r vés
d f !'tuna ó una enfermedad cerebral 1 ha c ndenado á
n el' má ue p rtero de oficina Ó r particJ r 1 p ri' di-
e s: así podrá tener una id a, aunqne imp docta, de 10
qn fn' la ruina de t da mi p ranza".
ca pI' O'untal'á algún uri o: 'i Y qu', tenía que
ver el b zal d hierro on el coleo 1"
i h 1 ~ e infernal in, trum nto me la timaua la na-
riz ha ta el punto de d jar de cubierto el hue . El do-
lor y cierta desazón n I'viosa que 1110 hacía ntir exci-
taba en mí un violent deo, una necesidad Íl'r i tiblc,
el 30'it31'ru de alguna manera; . como el ú ie de mis
miembro que e taba en libertad de mov }'C'e era la cola,
no p día d jar de a udirla. L e p laz y más que
lo polazo, l mi do de experim ntar al~n , contri-
buían p derosamente á hacerme eutir aquella fatal ne-
ce ü]ad.
] pe r y lo má tri te que, una vez ad 11111'100 el
hábito d colear, n hay nada que pneda de ,rraigarlo.
Geroncio, no bien not' que yo empezaha á contraerlo, y
que e o l de acreditaría á él Y le valdría amargo repro-
che de D. Ce"áreo, e aplicó á apalearme la e la con el
guayacán d u znrriago cada vez que yo la movía;
pero ,i e remedio acrecentaba mi mortificaciones,

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o produjo el efecto de corregirme del maldecido re-
al io.
~Incha semanas hacía ya que me encontraba en po-
r de GeronC'io y D. Cesáreo le había mandado de ir
petidas vece q ne le llevara el p tro porque quería ver-
el'oncio le mandaba re ponder q u el p tI' ba bía
muy bueno; pero que 110 había a abado de arre-
nt raIn nt ; que acabaría en uno ua t dí Y
u iría á llcvár 1 muy Ironto.
] 1'0 lnel' ed :.í. bab r e cuchad cierta con el' a -io-
abía muy i n cuá le l'an lo d . igni que abri-
l muy bellaco' y a. í no me orpr >ndí uand, n
¡na madrugada montó otro cahall e l' unl n d s
'mpinche uyos y, 11 v<Índome del die. tro t IllÓ ,1 'ami-
d eí rta población alg o di tante n qu iban:i cole-
rar e una 11 ta. Debo 'onf sal' ue, á fin de tenerme
~r pUl'ud< para. aquella xpedición, me había d jado des-
an al' y me ha ía cuidado un p (' durm.t \ alguno día ;
, mo también que, n la po uda. del pu bIo á quc no
ra ladamos me di r n muy bu DO píen. o y !.'iempre
admini trar n á tiempo, no ob tunt qu' (j-cl'oncio
r
(. el ver muy rara veces en su al jamient y pa ' las
)rim r:¡ v intieuatro h ras que iguieron á nu tra Ilega-
l" n una ca. a donde se jugaba.
Alnan -i' el día en que d bían empezar la fie ~ ta y
D su prinleras horas me atnrdió el repique d la cam-
mna y 1 tra neo de los cohete con q ne se solemnizó la
¡ ta de igl ia.
Á medi día salí llevando á cuestas á Geroncio, quien,
uniéndose con unos cien jinete, partió para. el po-
r ro en qne e taban recogidos los toros que ba Ían de
idiar e en la plaza. Al entrar en ella lo toros y la

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'abalgata, se levant' la má al gre y alta vocería; 108


mú icos rompieron á tocar y atronaron 1 air centenarelS
de cohete..
Revu Itos y confundidos en la plaza lo b
I caballo, la gente de á pie y lo toro y ellVll lt
n nub de p ] o, r iuó allí por ba tante ti 1 po ulla
panto a. El al ald y lo aH' rec de la
~,]o qn la c t ab¡m, da un ' rden que
nadi at ndía para. bac r ce ar 1 tUIllUltO, y é t duró
hnsta qu un de lo jinet nlazó un t ro, ue vi ~ll­
do e parad del hatay , c ro nz' á 01'1' r ú embe.tir
y á hac r venir al uel on 1 l'ej á 1 s de á 1 i . <1 110
corrían d pa ,. rid r el nt lltad n -iert. Jir ei/m
r yend huir d 1 toro y ali ~nd le al ncn ntr . ~
n t e 1 (TJ'Ó u la g n t 1 á pie 1 . P
p co la plaza· y nt' n-fu' fácil ro t r al '0
y r part del gapa 1 ;]
dado fuera d toro e r
J ara m trIo p r fu rza.
j y ntramb quedar 11
a ta . ro ra preci o echa1'loL á la lJata :
poderle quitar el rejo d la ca "za y d jarl
plaza; y al otr ,para oItarlo ntro d 1
r nle también rejos á la pata y eronci tu
norte d n lazar de una de ell- uno do lo tor ; volvió
me la cnbeza dán 101e la pal la al t ro y metió ar ión.
La cincha estaba fi .la y me tremecí <1 e pant al s n
tir el ruid que hacía el r j en la abeza de la i11a
aquellos tirones con que parecía que el toro pl'et ndía de
rribarme ó arrancarme la silla de encima de 1 lomo.
fuí á encabritarme y no acababa de intentarlo liando m
sentí d rribado de e palda , con la silla entre la pierna

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enredado en el rejo. Me levanté loco y ciego y corrí
nétieam nte ba tu e tl'ellarm con una de las barrera,
ea una de las cerca, de los ángulos de la plaza, por
bre las cuales y por entre cuyos inter ticios miraban mi-
are " de p r 'onas el tUlnultuo o e pectáculo. Deteni o
llí pero aguijado por la illa que aún no e me había
pI' ndido, eguí mi v rtigínosa carrera por el rededor
la plaza, timulado, aplaudido, ilbad y má y má::;
n] )<] lIecido por toda la tu 1'ba que era te tigo de mi de '-
Jntnra. -r a yo haoía d jado ~parcid ]0 mí " r frag-
nto de la lllOntura, cuando sin abe!' óm me entí
t nido, agal'l'otado . acado d la. plaza. En la po ac1a
lcallc' á oir ] qu jido" y] r lliego d ronci ,que
había qu dad ,por fortuna para mí, en e tado de se-
uir tomanu parte en]a malhadadas ñe tu .
Á lla concurrí' el mayordorn de mi antigu amo
. Prú pero y tuvo ca . i n s s orada de YQ!:.!!!Q y de
OIloccr que yo era el potr vendido á e áreo.
'te supo de boca del mayord 1110 ]a hi toría de lo
cnrrid n la fíe ta, con lo lue tomó uu berrinche
ue hizo d r;::aparecer por un día entero la plácida ex-
re í'n de u fisonomía. Luego puso en movimiento á
do ]0 muchacho y peones de la hacienda á fin de que
e averiguase mi paradero y uno I ello. di' conmigo en
na po a la que e halla a á mitad lel camino del pueol
le la fiesta en la qne Geroncio todo contu o y maltre-
~llO e taba bizmándo e de cansando y trata~do de reco-
rar fuerzas para continuar el viaje.
l,Ii amo me recibi' de tan perver o talante como si
. , en vez de ser víctima, ,hubiera sido autor de las barra-
)U adas de Geroncio. Por fortuna con todo su mal hu-
or, viendo mi extenuación y las seflales que llevaba en
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la nariz, en los ijares y n t do el cuerpo, no pudo toma
otra det rminaci' n que la que t m', e t e ]a de bacerm
s Itar en el potrero más abundante n p st , ordenand
en ton en' rcrico que no e me toca e ni e ln inq ui tn
e n ningún pretesto ha ta que me hallara en el mi mo e
tado en que me hall ha antes de ir á mano del villall
aman ad r.
E8te desvcrgonzado, según ]0 sup de b a de un ca
marada que fué te tigo de ello, vino algun s día d 1 ué
á p dir 1 pe g de mi amansamient. r ntó ele á D
Ce ár o con la ab za entrapajada, con un Lraz
trill , c. bizb' jo y con air d lient v c ntrit .
nv n( ~ iÓll le c nt t' á mi ~ >fí r n mucho
. dánd 1 1 tratarni ent de 'lll ¿ (1 mo / p er
om > ár o vi ' que había dad n bIan
á levantar Illá la v z y á emllear
injuriosa, con 10 que r ncio e ulfurú de 1 bn no
ill'lllt' á áI', 1 vo, eó y 1 tr3 t' u
mi rabI, ha ta que lui amo, de 1 u',
lo má ,agrad que no le daría un havo am naz' al pa
tán con d man larIo por lo daño qu había can ad á u
p tI' de tanta e timaeión c mo y , y vo)vién 1 le la e
paldas se retiró á 1 interior de la casa.

"
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OAPíT LO IV
·~lAR.IO.-nine tnr mat rial y mal star moral.-Melan ólica. l' n ,'io-
n : y propó ito de cab llauo.-Adqui ro do bu no amigo y iO'o
un exc 1'uto ons jo.- ualidad s d mi nuevo amigos.- lercn-
gu du. principio á. u bitorü .-Alarmante int rrllpción d
htto.

E~ 1 Pai j p trero de c ba á d nde me 11 \"'ar n,


ía aniulal ningullo de mi e p ,de, con 1 qu por
rim ra v z n mi vida, me halló en ab oluta oledad.
reputal y como
C" mpañ ros á lo bne e que, en
úlllcr de e nta ú o henta é imitando, aunqu in a-
rlo, la c ndn ta qu , s gún he oído decir deb n ob-
rnl.l' lo h lubr 8 pr pal'auc n n 1 retir 1 ara la
u rte. 1... bueyes eon u nunca de lnentida gr ved d,
TI U air de h nrad z, e int O'ridad y d COl' 1nl'a DIe
piraban tal r spet , que nunca me habría atrevid á
ntre l' en r laei n " C n lJo ; ni me parecía probable que
on ell pudiera c municarrne p l' 1 s mi m ro dios de
ne nos rvim lo caballo en nu tro tl'at r cíproc .
racia á aquel ai lamiento en que me ha]}aba, caí en
na negra melancolía y me entr gué á ]a má d con 0-
doras cavilaciones.
Dí en repa al' ]08 snce de mi viáa, de e ta vida tan
rta todavía y ya acihar, da con tantos padecimientos.
editaba obre la crueldad y la. inju, ticia del trato que
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36 EL MORO

me habían dado los hombres; se me representaban a


vivo las e cenas en que yo había tenido parte, siempr
como víctima, .y otras en que había vi to maltratar inicua
mente á seres de mi especie; ponderaba la insen ibilida
• de que hizo prueba mi primitivo duefio cuando me entre
g' á un extrafio sin dar lllue tra alguna de sentimiento
sin hacerme una caricia y sin dirigirme una palabra d
cariño; recordaba al odioso Geroncio, que, antes de sabe
si yo lnerecería castigo, me aplicaba el más riguroso; m
llenaba de indignación contemplando que los 110m bl'
que habían sido testigos de mis quebrant s sólo en un ca
habían acudido á auxiliarme, y en un caso sólo había ba
bido quien manif '-' ta e compasión de verme sufrir. I "e
jo de mostrarse com pade~ido , por 1 común habían con
vertido mi cuitas en materia d e chacota y de gros ro e
tretenimiento.
Discurría también que si nne tros tiranos nos procu
ran 01 alimento y otras conveniencias, no lo hacen genero
samente, por benevolencia ni por afecto, sino porque les in
tere a conservarnos y mantenernos n un estado en qu
podamos servírles. Pen aba, finalmente, que las p1anta
que produce la tierra para Sl1 stentarno son tan nuo tra
como el aire y como la luz del sol, y que el hombre, lojo
de l1acernos favor cuando las destina á nuestro servicio
comete una iniquidad cuando pone límite y cortapi as a
uso que de ellas podemos hacer.
Estas y otras in ana cavilaciones me hicieron al cab
concebir una idea que tuve por original y extravagant
pero que ha debido ocurrhseles á mucho de los animale
sujet.os al hombre. "i Por qué, me dije, no he de huir d
lo hombres y de los lugares qne ello habitan, para ir
vi vir á lnis anc·has en alguna comarca que no se baIle i

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stada con su odio a pre encía. . Yo soy ba tante ágil
ara altar lo vallado y la zanja que en uentre en mi
amino y ba tante fuerte para alvar montaña y para
trav al' río. En el viaje únic y bastante cort qne he
Icho en mi vida, he vi to pr entárseme uce ivam nte
ucha llanura dilatadas y muchas y muy 1 janas sie-
I'a ; Y á varios de TIlis Sel jant s le h oído hablar de
i r1'a á d nde no han II O'ad ÜlO de pué d camin r
)01' emana ent ra al travé <.l terreno d poblado : el
und in duda ba tantc e pacio ara brindar mora-
a y u t nto á los animal 8 qu quieran vi ir libr é in-
ep ndí llt .'
1 principio no admití ta id a má qu e m una de
Inta que pued n er ir para dar ejercicio á la fantasía y
ntr tenimiento al ánimo; p r á fuerza de rumiarla
ine á familiarizarme c n lla y á formar el proyecto de
asar á nado el río que por un co tado cerraba el potr r ,
de em} ezar á caminar con con tancia y siempre en ut
i ma direcci' n hasta que diese con la que para mí d bía
e s r patria ad ptiva.
al e ios i yo habría pue to por obra mi de cabella-
da resolue;i' n, y cuántos trabaj me habría apar jad mi
t meridad, i durante el ti mpo que yo había re uelto
lejar tran currir ante de cometerla, á fin de recobrar el
vigor que eroncÍo me había h cho perder, no me hubie-
ra deparado la nerte un amigo prudente y experto que
e apartara de mi loco de ignio.
ierto día, cuando meno lo esperaba, vinieron á sa-
carme de mi melancó1iea abstracción d s relinches que
onaron nmy cerca del punto en que yo staba. Le anté
la cabeza y qu dé agradablemente sorprendido al yer que
se me acercaban dos caballos, grande el uno, zaino y de

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EL lORO

bizarra estampa; roano el otr, xtraordinarianlCnte pe


q ueño y muy graei o. e
rr pondí! s· 1 aludo relin
ehando muy xpre i varuente y le alí al encu ntr c 1
s~ti facción nada fingida. El haber hallad n ell s un;
comparría y trato agradable y afe tuoso, di ipó en part
la murria lue tan marchit m tenía, y ro di pn o á i
con docilidad las in trucciones y lo consejos que el zain
empezó á darJ e, d . de qu, tabl cida la confianza entr
1 do, 'ono i' mi ituaci' n y
yo m pr paraba á llevar á Ce 1> •
El zaino, que, gún me dij ,
era un caballo que fri aba Il lo trece año p r qn,
ID rc d :í su \'i O'or a e III pI xión, y á ]UI0 r · ,t¿l(l la
mayor parte d e n vida n p d r d aIll iutelicTent y
s Ji ·it ., enervaba. u aluJ y u fa ultade. Era mclS
de p jad y de 111ej re pli adera que todo -' 1 caba-
110 ue o ha ía. tratad . en la O'uerra y n largo viaj
11<11.>ía t enid a i ne almn lant e c n er á Jos hom-
br y á lo cabano ; y en ... uma, era 1 in ividu de la
e p -ie que m j r p día acon jar á un potr como y ,
que aunque I re nmí de mny . p rimentad y muy eo-
n·ido, tenía 1 ca. cn á la jin ta como cualquiera otro de
su misma edad.
E -te buen amigo me convenció in mucho trabaj de
que el int nt que yo abrigaba era una in ensat z de á
folio. llízome ver en primer lugar que cualquiera que
fuese el camino por dond huyera, mi dueño no tardaría
en de cubrir mi parad ro y en hacerm cog r, ya. por
medio de sus propio agentes ya p r 1 de la autori-
dades. Añadió que si, por rara ca ualidad, lograb, bur-
larme de las pe q ui a de D. e áreo, en nin una parte
había de faltar quien se apod rara de mí con10 de co a sin

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;;-.

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30

no podemos vivü·
ue e tá en man

p c rbitante que le
n p r ella úuicalll nt p r q n 1 ha cobrado cariiio
1 han co ra II mujer y u hijos. Ir vi to tam-
hi' n y tú v'erá tal ~ez en las haci nda caball VlCJ s é
inutilizados á quien s jubilan y mantienen desintere ada-
111 !lte n atención á 11 antiguo. servici Por último,
i 'e hubie ra r alizado tu sueñ ,habría ido á pasar en
a] o'ún d siert trabaj s más Cl'Uele que los que has p a-
l en mano de G r ncio.
nec ito afirmar que antes de lue Iorgante aC'a-
bnra de di cnrr1r, me tenía supera bundantemente cou-
encido y aún medio a ,'ergonzado de mi falta de se o.
El roanito que COll MOl·gante había venido al potrero,
ra jovial, vivaracho y bullicios ; varia veces babía in-
terrumpí]o á su com pañer con ob erva iones pr pias

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M 1

para confirmar más su dictamen, y noté que debía Je ha-


bar oído á menudo á personas dadas á las chanzas y á 1
donaire, porque se esforzaba por decir chi te. Habién-
dole yo cobrado bastante afecto, me dolía que, con e", e
vano prurito, de luciera sus amables prendas; y DO pude
dejar de amonestarlo sobre e e particular. Morgante dijo
que él ya lo había heeho otras vece, explicándole que ú.
los · animale no les es dado ni producir ni apreciar las
e pecies que los hombre llaman gracio. a , joco a ó gro-
te a ; y que, aún entre los hombre, la facilItad de pro-
ducirlas y la de apreciarlas, no se desarrolla ino nlediante
la cultura; por lo cual los salvajes no entiend n de chis-
te ni de chal zas; y 10 que ",e hallan en un e tad medi
ontr la civilización y la barbari ,solo celebran los chí t
dema iado tosco y se enfadan fácilmente con lo que con
0110 e chancean.
Yo había b CI'vado en el abal1ito roano otra rareza
que no abía explicarme, y sobre ello le lnoví on era-
ción á Morgante.-" ada es má obvio, me dijo: El JJIe-
'rengue, que a í e llama, nació de padre d ma iado hu-
mildes y fué criado como ca a110 de la má baja y abati-
da condición, y gracias á las vici itudes de la fortuna, él
ha tenido la de venir á ocupar una de las po iciones que
on má envidiables: boyes caballito de niño:'
E to me picó la curio idad, y en una clara y hermo. a
madrugada en que El Merengue y yo habíamos dormido
ya nue tras dos horitas, le hice presente mi de o de qno
me refiriera su historia. Él, que era chiflado y parlanchín,
gustaba infinito de ser escuchado y sobre todo de hablar
de sí mi IDO y no se hizo repetir la in 'inuación.
_" Nací, dijo, en la Calera, que como Vd. debe aber-
10, es un distrito montuo o situado al Oriente de Bogotá

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y cuyos moradores son en u mayor parte leñadores y car-
bon ro. Ello mismo trasportan á la capital 1 ,. pro-
d uct de 11 indu tria y lo ha en en be tias de carO'a de
la peor calidad la cuale se crían y pacen en lo llli. mos
montes de donde sacan la 1 ña. Por de c nta ,entre
ella nunca e ha vi t una s la que e t' O'orda y lucida.
Lo vecino de la a1era que van á B g tá con sn re-
na e reunen n cara ana para vol r á 11 ti rl'a.
d. va a á la ciudad y lo hagan alir p r el ca-
min d l orta, t ndrá oorada c ione e ver aqu 11as
alegre artida de viaj r : V u. v rú mucho 11 mbre
y mucha mujer s cabalgand
La muj r) ' van J)tada ~ bre la tiznada nj, lrnac, in
trib y in ap y ningull. Lo h ll1 re van á h }'ca-
jada, c n 1 pi rna. xc . i al ent a i rta , gl'a ias á lo
abultad d la njalma y dejando o eilar 10 pi . Lle-
van 1 01Jl urer s c n fu nda de cuer d terner qne
u an c 1110 precau ·i' n indj pen able (' ntra la lluYla .Y
llovizna (]n n fr 11 ntí ima en la húmeda r gión en
qu tienen 'u d mi ·ili En las do primera 1 gua ]el
camino van á toda la carrera d la be ti.. a1'r ando con
gritos y c n cha qui 1 d 1 s zurriago á las qu van de
va ÍO; y , 1 e detienen en una que otra venta en que
aIO'un de 1 d la partida co vida á tomar un r frigerio
á 1 que ya lo han oh equiado ' á u partí nIare a11liO'os
.Y a11 O'ftd . . cuando alen de la venta aO'uijan con O1á
abinc á BU cabalgaduras para alcanzar á 1 que van
adelante. í llegan al pie de la erranÍa que ti ~en que
tra montar, y el viaje e hace d de ese punto e n menos
precipitación y menos bllUa i bien no cesan la conversa-
ción, 1 gritos y las carcajadas.
Yo nací en la Calera de una yegua de mi minmo color,

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42 EL ~IORO

p rteneciente á Romualu Ohinchilla, uno de 1 s carbone-


l' que pían má b tia de cal' u. Á lo d . anos de
edad fuí u clarado apto para entrar en jer ieio de las
funciones á que taba d tinad. Euuquétne com Re
du an mncho , empezando duna 'z á hacer lo que
debía seguir haciendo t da mi vida. Algo aIllusgué la
01' ja y frun í el cuerpo cnando entí n i ma ]a primera
caro-uita de leña, 1 ero on Romualdo no e p dían ga tal'
hanza . u zurriago nle hiz tOlDar in má l' quilor! s
1 a.mino de g tú" Y ,qu al an ch r e un do-
mingo ra potro, fuí n la nlaiiana d 1 lune un caballo
d arO'a h 'eho y d 1'ecllO. Tam} co tardé n l' ca a110
d . . . ue i11a, ioa á u ' -ir, 1 r ioa á uc 'ir mal P l'(lll
fllÍ montad in iUa yen enjalma, nada Il1 n qll
p r una muchacha el un di z aíi ]a qu i1'YICn-
d ::-:0 u ,] -abe tI' de}< cabeza a á gni a d rienda, me
11, il~ 1 P quí imo que he apr ndid en materia de
Pu ue d cil' e qu 1 que '\] é empíl'i -am nt .
TI' s ó cuatro afio haría que y taba a arr ando
1 ña carbón y < rbon r cuando aca C]O 1 uc. o lue
villo á d idir de mi d tin. Ibamo ciert día t do ]0
de la recua, calnino de la Calera cuando, ant que tonuí-
¡;: mo la cue ta, sobrevino, acompaña de fl1rio. a tempc -
tao, el aguacero má copio o que en aqu n lugares se·
ha vi t y nue tros du ños eguar ci r n n la ca as
(lue hallaron má á la mano; ya ca i había anochecido
cuando c ntinuamos el viaje, y yo, que había traído á
lomo á uno de]o muchacho d la c mpal a, Eefruí de
va 'ío y arrastrando el cahe tro de fiqu .;x- que mi jinete,

* Fique. Fibra que e aca de una variedad del agave americana.


Fique se llama también la. planta.

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AMIGO NUEVOS 43

por negligencia, no había recogido ni me había atado al


cuel1o, como debía haberlo hecho. Cerró la TI che, y yo,
e pantado con el estruendo de un torrente que las aguas
hablan formauo en cierto punto del camino, me extravié
u n poco, y, al dar un rodeo para voh-er á tomar la senda
que eguían mis compaTIeros, hice que el lazo que iba
arra trando se enrcda e en un espino seco, á hastante dis-
tancia del endero y me dejase en ineapac:idad de seguir
caminando; tiré con todas mis fuerzas, pero con ello
ólo con eguí apretar más las lazadas que me sujetaban.
Relinché entonces á todo relinchar, pero la recua iba ya
muy arriba y nadie oyó aquellas voces con que yo pedla
ocorro. "\T lé toda aquella aciaga noche y pa é el lia
io-uiente echándome unos ratos para desean 'al', y movién-
dome otros en diferent s direccione para ver de ('on e-
gtÚl' mi libertad. Al anochec r del otro día, s ntí con
in >fable delicia que unos transeuntes que habían debido
oírme relinchar, se me acercaban. Eran pnos mozos que,
no siendo de la Calera, no podían cono~rme. . U no de
ellos, que habría sospechado porqué estabá'yo al)], fué á
ue atarme, pero sus c0mpañeros se lo estorbaron dicién-
dole que mi dueño me babía, sin duda, atado á aquella
mat¡a mientras iba á hacer alguna cosa en las cercanías, y
que en todo caso era mejor no meterse con lo ajeno, no
fuera que luego recayerin sobre el10s so pechas de haLer
intentado robarme. Renuncio á pintar el amargo des-
con uelo con que vf alejarse á los que ya yo había bende-
id como alvadores, así como los tormentos que el ham-
bre, la sed y la impaciencia me hicieron experimentar en
dos noches y un día que permanecÍ en aquel suplicio. Al
amanecer del segundo día, me puse por la miT~il1la vez á
buscar algo con qué engañar el halnbre y tomé en la boca

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unos bejucos repugnantes y medio podridos que estaba
enredado al pie del e'pino; halléle al rna ticarlo cim'to
sabor que no le había hallado la otra veee que lo había:
probado, y era. un abor ill á e a alada que no me pare-
ció le agr¿ dable; incitado p l' él ma qu ~ mu ho rato,
ha t u f rmé un bocad qu, no sin r puo-nan ia, pude
trao-ar, La quijaua me dolían y no qni ' p r 1 pronto
Seo-I11r nla ticando aquel aliment , ino que me dirigí, tam-
bi ~n por la milé ima vez, hacia una mata de bu na y rba
que m había ro ocado nluch y que e taba d dedos
má allá del punt á d n e l nd nado a tI' lne per-
mitía II o-ar; , ta z ntí con orpre a que p ía p al'
de límite mordí la me ta n licie in .. lli a l , dí
nn pa o, y do , y tl'e y omp é á, tr tal' par ·i "nd . mo
un ntirm duefi (le mi m vimicnto .
d. habrá aído n qu aClu na e a al da que y
ba ía ma cad y triturad ra 1 luz de mi cab zal que
se ha í, confundid con 1 E laz tal a muy
sncio y a id a mugre e salada, 'uale niera
qu "n u orig n y u natural z~.
La libertad que babía l' cobr] era bi n dulce; pero
ella no mitiga a 1 hambre y la 'd que me 1 v raban;
e ta última nece ¡dad era la que má me apretaba y l ins-
tinto y la memoria me advjrtieron que como podí ati-
fac rla pront era bajando al camin d 1 rt, n 1 que
babía d hallar un arroyo de agua abundant y cri tali-
nas que lo atrav aba. Un cuart de b ra haría que e ta-
ba yo como el vado en me io del arroyo bebiend á lar-
go trag s y levantando la ca eza de cuan lo en cuando
para aborear el fre co y regalado líquido, cuando me ví
enrollado en una nuro rOBa partida de be tia njalmadas
y sin carga que much s arrieros iban aguijando con

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.AMIGOS NUEVOS

grande afán; uno de los zurriagazos que ellos iban


tribuyendo Cun profu ión, me cayó en el anca. y 111e hizo
seguir envuelto en la tropa de be tias; corrí con ella un
buen trecho per al cabo y gracias á una paraua de lus
arrieros y á la fatiga y á la inaní ión que ]ne aquejaban,
yine á quedarme atrá , con lo que los arriero 1 udieron
advertir que yo no ra harina de u co ta.l, y me deja.ron
11 paz. .Algo que quizá ería el amor patri ID incitaba
á dirigil'ln cuanto ante á mi querencia;] ro otra . . :1,
que indu ah] m nte era la. gazuza, me blig' á d tenerme
1 ar, pac r á la orilla del e< mino, n]a que, com á m nu-
do uecde n iti lnny frecn ntado, e hallaba provi-
Si'll de pa t ca ' , p r d ",- 1 nt ali lado
El itio n que yo J11e había pu to á sa ar la tripa d
mal aIT no distaba di z pa. le la puerta d un p tI' ro
que taha abi rtu; ví que en él, y principal mcn te hacia
la entr. da, , tahan el triguillo y 1 carretón que decían:
, 111 drn ;' n pud re i tir á la tentaci' n; 111e in talé
en 1 p tI' r como en mi prol ia ca a y In dí un h< l'taz-
go cual nunca 11 bía imaginad que podría dárm 1 'n mi
vida.. Á la lnañana igni nte fuí de ~ cu iert por un mu-
hacho de ]a haci nda á que pertenecía el potl' ro, y lle-
,rado á pre en ia del patr' n, excelente llj t , llamado
D. fanue], 1 nal di pu o que, mientra se averiguaba á
quién p rtenecÍa yo, e me di se ho pital idad, previa la
diliO'oncia de quitarme la enjalma y el bozal que después
de más de chenta horas de llevarlos, me fastidiaban obe-
ranarnen te."
Á este pasaje de su narración había llegado El
Mer ngue, y ya había amane ido, cuando fuimos inte-
rrumpid s p r do muchnchos de á caballo que, dán-
dOllo lo.. silbidos especiales de que se 11 a en toda la

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Sabana pal'a a<Yuijar á lo cabanos cuando e e ·ha la reco-
gida, no intÍtuuron quc debíarno ir á la c 1'ra1 ja. D b
advertir que 11 rgllnt e no había r unid un mo-
mentos aot . y ne fn'., lo mi mo lue 1 hi luitÍn, t stig
de un acto lnÍ que me llenó de v rgüenzc v d \ de pe-
cho: n bi n ví caball s Ds:il1ado y montad , · leó lllU-
q 11 inalr ente.
Aqu na ida á la corral ja me cau Ó [llO'una z zobl'u:
y e taba muy bien hallado con luí p tI' r
na c mpauí. de <in n ',} di frutaba, y no ría. In. ravilla
1 qn) el amo hubi e {] terminad 1 rivarmc de una y
otra co a, y a puner punt á mi' vacacion ti.

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CAPíTULO V
UMARIO.-Gracio o engafío qu suCre D. CcsÚreo.-l\f1i dato Robre la
vida lle Ierengue.-D fecto ele que adolece y disertación d \ l\I 1'-
gant nc rca de él.-l\Ierengu ,continuando II hi toría, pinta una
e cena de familia.

MI recelo eran infundado. El patr" n 010 qu l"Ía


er n qué estado no hallábamo y hacern s allll ha al'
1 inar. M tróse satí f eho; varia vece Ine vi" colear,
ero no hiz otra cosa que refiir á un mucha bo porque
on su descuido en limpiar la caballeriza había dado lugar
que lo mo quitos Se multiplicaran intoleraulemente.
l'd nó que ~e nos diese un buen pi n o de sal vad y
ue en s guida 110 Ita ell á nue tr potI' r .
na v z en él, me atreví á hacer á Morgante una"
regunta que de tiempo atrá, desea a dirigirle, pero
que e me habían atravesado en la g~rganta por el re p to
que me in piraba aquel digno caballo :-~ Vd. Y u com-
añ ro on de propiedad de D. esáreo. ¿ Á qué han
ehido el privilegio de venir á pacer en el Pai aj potre-
o que el amo no permite excepto en caso muy extra r-
inarlos que sea pisado má que por los bueyes que están
ebándo e ~
-Mi compafíero y yo, me contestó Morgante, per-
enccemos al Dr. Barrantes. Este es un abogado de
nena y lnuy merecida fama que está defendiendo á D.
47

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EL MORO

Cesáreo en un pleito de m ucha monta que lo preocupa


por extremo. D. Ce áreo no pierde oca ión de obligar á
u abogado: ",iempre le e tá enviando primicias de su
co echas, corderos cebados, manzanas exqui itas ú otros
regalos. Viendo que no otros no e tábamos muy bien
en la pe ebrera n que nos tenían, le in tó á nuestro du -
ño que nos en ia e á su hacienda, promeUén ole que nos
nidaría con esmero y qu nos nlandal'Ía portunamente
á la ciudad si mpr que se nos n ce ita .
-En ton s, repu e, el Doctor ti no un niño y éste es
el amo de Mer ngue.
í la. v r ad, r pondi', p ro n uno ólo el
}liu q 11 1 In nta. 1 no grandecit monta lo yc apaz
de man jarl . de u rte que con frecn neja acompana á
su padre en ]0 p eo, y aún e pera le cumpla la pro-
me !l qn le ha hecho de traedo á. H tonnev ,atendi ndo
á la invitación que D. Oesáreo t~í reit ránd le siempre
con viva in tancia .
Alniño al'lito que es el má, pequ ñ , 10 saca por
la calle á caballo un hom bre formal que acnu á la ca a
para varios mene tere. É te va á pie y lle a del die ,tI'
al caballit ,ofre iendo materia de h ervaci ne ú. la mu-
jeres y á. lo rou ·hacho. E to último á ve e p nen á
prueba la iO'ilancia . del conductor, tratando de arr al' Ó
de espantar á. Merengue.
-El amito, interrumpió é te, tiene la pi rnas tan cor-
tas que no le obr alen de la coraza y 010 e l:ostiene
á fue 'za de agarrarse de la cabeza de la il1ita.
Merengue se al rovechó de e tal' en u o de la palabra
para referirme otras particularidade acerca de los servi-
cios que prestaba á. los niño, confesando ingenuamentc
sus imperfecciones, entre las cuales se contaba la de no

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ner paso; ln refirió que en cí rto viaje de unas tres
O"nas que había hecho con Eduardito (el mayor de los
iüo) é te se había estr peado tanto, que el al borozo
Hl que había principiado la jornada se había trocado en
anto much ante d terminarla; que 1 calzones se )e
abían l' cogido, que la pi rna y otr part s del cuerpo
~ le habían excoriado hasta 01 punto de que arle p gadas
la l' pa y aún :i la illn, y f:inalm nte que el Dr. Banalltos
había vi to f rzado á llcvar al ni.ü en la d lantera de
l ¡Ila.Y á bus 'al' un llluchach que, montándo e en Ie-
110'11 ,1 'ondujera á la oasa.
-Lo qu calla, probabl mont p r m d tia, le dijo
q nc tion' ) rabio do re istirto, cl13ndo
otra be tia :i edil' d ,1 itio n (] no te 111011-
n y de tl'O iti n que e te ant ja J < rarte encabri-
in lot , andan lo hacia atrá y levantando la anea enan-
te' azotan. E te d fecto de luce todao tu buon.. pren-
a y uno de 1 que dc pojan á un caballo de tudo el
al r qne pudiera t n 'l'.
quí dí y un u pir ., jr á ser p ible me hubiera
ue to colorad. Pero, . admíl'e e el lect r t, con \"'e1'-
Ü liza y todo, dí un par le e le ; y para di imular, hi e
demán de ID rderrne el co tado, como ara e pantar UIlO.
quito que no había.
-T ng una excelente excn~a, dijo Merengue: ese do-
cto 10 tienen t do lo chiquirritines como yo.
-Cana, mentecato, replic' el otro: el que peqnen lo'
má no s excu a del pecado: tú mi ' mo confie a que
1 re abio es un defecto, y a í no puede di culparte ni aun
ignorancia.
-¿ y por qué, pre~nnté, es esa nulid~d tan común en
caballito pequ ño ?
4'
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50 EL MORO

-Por dos razones, repuso Morgante: la rimera es


de que, en e110s hay, C01no en las mula cierto instinto q
los hace egoístas y l' galones, esto es, que o induce
procurar e conveniencias y á ahorrar e incom didades au
á costa del buen desempeño de su oficio; la s gunda es 1
de qne, lo corto de u alzada, no permite de ordinario qu
los monten y los eduquen buenos aman adores, sino m
chachos inexpert s é incapac ....s de doctrinarlo.
-Ya e tiempo, dije á M rengue, de que Vd. me ac
be de referir su hi toria; t ngo curio ida<.l de ab r
Romualdo hiuchil1a dió con Vd. Y cómo pasó del d
minio de un carbonero al de un abogado.
- on lllucho gu to le expli aré á d. m b~ c a.
me respondí/). hinchilla no 11iz por encontl·arme, p
que una de gracia que a aeció la mi ma no·h en qne m
separé de la recua, le dió á entend r q ne ería inútil bn
carme. El camino de la Estancia de Romualdo iua el
un tr cho ba tante larg p r entre la orilla d 1 río de 1
al era y una larga grieta que taba anUJ1 iando el de
rrumbamiento de aquella parte d 1 camino. Las agua
del río habían ido dCl'rumband poc á p co el barran e
á cuyo pie corrían; en aquella aciaga noche, la crecient
acabó de socavarlo y además ahondó la grieta., con ]0 qu
aquel trozo del camino no pudo re i tir el peso de la
bestias y de las per onas que, sin advertir el rie go á qu
se exponían, entraron en él, y cayó en el torrente co
estruendo e pantable, sumergiendo en sus hinchados
bramadorc raudales á tres de las b tias de carga y
aquella hija de Romualdo que había ido mi aman adora
¡ Pobrecita! El caballo que más tarde me refirió esta ]ú
gubre historia me decía que nunca podría olvidar ni e
penetrante alarido que dió aquella niña al de peñarse, n

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~ '(JIJ.ELA Y

iasmo que en él hubieran podido excitar lo elogios que


mí hizo el vi jo picador, y la gallardía c n que yo ex-
"bÍ en su pre encía las habilidades que me adornaban, no
ejó de IDO trar sati fecho y de pagar! á D. Antera sus
ervicios sin r gatear demasiado. Oompr ID tiólo ade-
ás á que pasara unos días en IIatonuev , dándole á en-
ender que lo ha 'Ía por el agrado de gozar de u com-
anÍa; p ro rnovido allá en sus adentros por el deseo de
l:lcerle montar, c mo por ag aj , ulgnnos caballos que
ec itaban 1 cione de un jinete bien di tI'.
uando exp rimentó v rdad ra ati facción fué cnan-
]0, de pués de haberme dejado de cansar por ocho día ,
ne montó; p r mi ntra má prenda d llhrf. en ml,
lá e aumentaba su de pecho contra el villano que
abía tenl la culpa de que tales prenda. hubieran que-
ado mnpañadas para siempre.
Mi du ñ mpezó á titubear sobre si me c nservaría y
estinánd me á su servicio, ó i me vendería. Lo incH-
aban á lo pritnero mis e timables ualidad ; y á 10 se-
undo la e peranza de que é ta e ntribuirían á educir á
19ún comprador ba tantc cándido para no advertir mi
fecto, ' para no hacer ca~ o de él aunque II gara á ad-
ertil'lo. E t último partido tenía para e áre un
tractivo particular, porque, si lograba venderme bien, se
rocuraría dos gu tos: el de guardar en sn caja la suma
ne dieran por mí, y el de meter un clamo, como él decía,
sto es, el de conseguir un triunfo, por medio de arti-
añas.
Mientras se decidía por uno de los dos partidos, dis-
uso que me m ntara su mujer, á fin de poder, cuando se
res ntara el caso, asegurar sin mentira que yo era wn
aballo de mora j porque, aunque D. Oesáreo, como buen

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tratante en caballo, no se distingnÍa mucho por su amor
á. la v rdad, tenía por si tema, el decir de CUt ndo en
cuando, alguna que viniese en abono de sus demá a. evera-
cioue '.
Pretendielld t ntar 1 vad qlli o también que yo,
montad por D. Antero, fuera pr sentado en la calle de
la capital, así como lo padre d una muchacha que la
pres ntan á la sociedaJ cuando gui ren salir de lla y dar
á ent ndel' con dü,imulo que está á. di -'posición de quien
qui ra. llevár ela.
n Rog tá h, y Qi \mpre an ei nad s que paran la aten-
ci.ón en los nu vos ab,11 s que se presentan: 10. inteli-
ent tún en ac cho d ca in . para ]Jac r un bu en
n g cio, como 11 len ha erlo i lo dn i1 1 10 caball o
qu 1 l1am n la atención no son muy .' p l't : l . afi-
i llad . 1 gos andan i mpr t \ntad s del ant jo de t n r
un llcn caballo n u se pu lan lncir; y, aun lue jamá
bayan le ati facer tal antojo e regodean c llt mplando
una be tia herm ' y di tinguida rumiand la ilu i' n de
ue son duefío de ella y la de ql1 i no adquieren esa
bestia, e porque aguardan hacerse con otra m joro
ontaba D. Anter que en toda. su vi la no e había
vi . . to en aprieto como l que lo lnartirizó, mientra estuvo
exbibiénd me por lo' paraje públicos de la capital. Yo
e taba ba tante bien adestrado I ara que á. m} jinete no le
fuera n ce ario ir In vi 'ndom la rienda ni timulán-
dome de ninguna manera; pero como yo no había visto
nunca una población como B O' tá; como en la calles me
sentí aturdido por el e truendo de lo carro, p r la voces
y 1 andar de la nluchedumbre que iba, y venía y e cru-
zaba por donde quiera; como ntre los o deto que iba
viendo por entre una e pecie de nie1:>]a que ca"i me cega-

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E CUELA Y BAUTIZO 65

a, había algunos que me sorprendían, me puse torpe, in-


eci o y renuente; D. lltero con ideraba que, si me ha-
ía sentir 1 bocad ' me aln nazaba c n el talón ó con el
zot , yo haría púbJi o 1 que . n má diligencia debía
cultarse. Ii jinete, u ando de una prudencia que nunca
odré encarecer ba tan te, me lle'{ó como pudo y Sill que
curriera novedad d sde la Plaza de BoH al' ha ta ]a ex-
rte de la 3a Calle Real. Allí, en un almacén,
tiemp tI' Ó cuatro afici nad
3 de lo
; y, C0111 fue n c nocid d D. Ante-
o, lo obligaron á que detuviera. e lié de hab rme
xamina 1 ~ qu 11 i1 re con gran pI' lijidad y de ha-
l' (], vn Ita n t ru d e mi cu rp 1 ara lltem 1 lar-
bi n hjcieron á nter ucha pI' o-unt obre
i orig n y mi conuici nes y llegaron á indagar i mi
uefío ID daría p l' ci rta urna que á mi me parecí'
xorbitante con lo que me llené de orgullo. De pidió e
1 cabo nt ro, y cuand con un suaví imo toque á
a rienda me sio-nifi ó que debía guir . . . ' me atre-
eré á dccirlo. oleé. Ii admiradores soltaron la
nás in ultante carcajada; y un condenado pilluel ,que
rrimad á la puerta del almacén, había e tado presen ián-
1 10 todo, prorrumpió en alta voz: 'Mírenlo: i es o1>i '-
o. Vean cóm va echando uendicione." E te e el
hiate con que en la Sabana de Bogotá se hace irri i' n del
aballo que tiene la de gracia de . . . de hacer lo que yo
acía.
Al sab r mi amo cuál había sido el sonrojo que
. Antero y yo habíamos padecido, tuvo gran pe~a­
lumbre, pero aun no decidió lo que debiera hacerse con-
nigo.
Para ver de encubrir mi defect se probó si n ándo-
5
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66 EL MORO

me con retranca y atando á ésta la cola, se disimularían


sus movimientos; y se vió que aquello aumentaba en luí
el prurito de colear y no cubría el vicio sino muy imper-
fectamente. Se consul tó con varias personas experimen-
tadas s~bre si convendría hacerme cortar el nervio de la
cola, y unánimemente declararon que esa bárbara opera-
ción, tendría efectos contrarios al aseo y al buen parecer
y que mi parte posterior haría la más desairada figura s·
mi cola quedara colgando como un inanimado manojo d
cerdas.
Como no era imposible que yo me quedara sir~
viendo en la hacienda, se peIl Ó en bautizarme, est
es, en ponerme nombre. Tratóse de esta cue tió
cierto día de fiesta en que, de pas o, habían venid
dos hijos de D. Ce áreo, qne estaban e tudiand
en la capital y que, según se decía, eran muy dados á la
letras.
D. Antero expuso el dictámen de que, siendo yo moro,
y uebiendo más tarde volverme rucio claro, ó totalment I
blanco, no admitía duda que yo debía llamarme el Porce..
lano. Desechado este nombre, fueron propuestos el de
Rigoleto y el de Ernani por aquél de los estudiantes qn
era más filarmónico, pero no gu taron. Sucesivamente s
propusieron el de Mundarra, el de Aben-Humeya yel d
Mac-MahÓn. Contra la adopción del primero se objet"
que la gente mística, á quien disonaría el que un anima
macho llevase nombre acabado en a, convertiría el nombr
en .Muilarro " de los otr~s dos se dijo que veridrian
transformarse en Benjumea y en Mamón.' De la di
eusión resultó, por supuesto, 10 que resulta de casi toda

* Caballo moro. Caballo tordo.

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ESCUELA Y BAUTIZO

las discusiones, es decir, no resn lió nada; y vino á suce-


der que, no en virtud de resolución ninguna, sino por la
fuerza de los acontecinlÍento , yo no tuve al principio de
mi carrera otro nombre que el genér~los caballos de
mi color, y fuí conocido por E'lMor \

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CAPíTULO VII
SUMARTo.-Auto-bosquejo del autor interpolado con teorías muy meta-
fí ica .-Pintura del Tu rto Garmcndía.-Vi ' ita qu hace á mi
amo.-Cómo mi amo salió de sus perplejidadc cuando m no lo
pen aba.

NA vez q uc n esta narraClon he 11 gado á la época


en qu y me había des~ rrollad y educado todo lo que
había de desarrollarme y de ducarme, es tiempo de que
trate e ofrecer al lector mi propia pintura.
Procedo de estirpe o-ener a: lui padre d cendía
del uainá, orgullo de las márgene ' del Banca; y mi
madre, del Tundama, gloria del vallé que riega 1 oga-
~oso.

Ya be dicho que nací moro, por ]0 cual en mi infancia


parecía negro: raros eran los pelos blancos que anuncia-
ban que á mí me había de suceder lo que á lo individuos
de la especie humana, e to es, que con los años, el pelo
que me cubría había de irse emblanqueciendo. Mi alza-
da es la de aquellos caballos que, siendo grande, no vie-
nen á ser incómodos para el jinete por una excesiva altu-
ra; y lo largo de mi cuerpo guarda perfecta proporción
con ]a altura. Soy cenceño y todas mis formas son lige-
ras. La cruz muy hacia atrás, la cabeza descarnada y pe-
queña, llenas las cuencas, los ojos vivos, las orejas pe-
queñas, empinadas é inquietas, la crin escasa y sedosa, el
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EL TUERTO G RMENDíA 69

casco acopado. Dos son lo defectos de mi configm'a-


ción: soy un poco anquidel'l'ibado (vulgo, caído de anca ),
y otro poro propenso á llevar la cabeza levantada, sin
enarcar bastante el cuello. }tIi brazos estriban en el sue-
lo con firmeza, camino garbosamente, quista la cabeza, sin
levantar las manos con afectación y moviendo la piernas
con sol tura. Andando en manada con otras bestias, voy
ca i si mpre delante de toda.
unca he abido lo que es echar paso de dos y dos.
Mi pa o má natural e 1 gateado, en el cual parece que,
el una vez, no se mueve in una de la uatr pata
para de cansar ó para hacer d can ar al jinete, cuan
é .. te lnerec atencione, suelo tomar el trocllado, pa o
que se mueven imultáneamente el brazo y la pata op
t ,p ro sin librar bru camellt el peso del cuerpo o
los pies, como se hace cuando se trota, sino o tenieuu
1igeramen te el cuerpo obre un brazo y una pata, mien-
tras se pi a con los otro.
Á v ces tomo otro paso que es el q no d be tomar un
caballo bien criado cuando lleva á una señor , y que apá-
r ntementc se a emeja al de do y do ,pero TI ·1 cual no
a entamo p adarnente y produciendo a udimicuto la
mano y la P ta de un mi m lado. '\ galopar corto,
a entado y 1 al' jo p ro ]0 jin tes entendid cuidan le
que no j frite eRta. habilidad porque el hál it de alo-
par inc mpatible con ]a con ervación d 1 uuen pa .
Mi carr ra e tan vel z como puede serlo en un caballo
no adc trado en un circo, y é altar con aO'ilidad y sua ve-
ruente.
e mi brío no hablaré in e" poner pri mero lo que es
el brío, tal como yo lo c mprend y]o sient. El brío
no es, como acaso lo imagina el u]go de los hombre, ni

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70 EL MORO

un temor constante del castigo ni una muestra de impa-


ciencia ó de enojo contra el jinete.
El hombre y aquellos brutos que nacen para nevar
vida activa, sienten en ]os primeros años de 8U edad, un
irresistible impulso interior é instintivo que los incita al
movimiento y al ejercicio de las facultades que les son
peculiares. De ahí vienen la inquietud y la travesura de
10 niños y muchas de las locuras de los jóvenes; de ahí
vienen los retozos y los correteos sin objeto de los bece-
rros, de los potros, de los cachorros, de otros mucho ani-
males y hasta de los pollinos.
Como creo que ninguno de mis lectores habrá dejado
entír e e impulso natural, creo tambi én que ni uno
dejará de entenderme si le digo que el brío no es otra
que ese mismo impulso, impulso que no d ja de aní-
á un caballo de calidad en todo el tiempo de su vida.
ada tiene de singular el q ne en la constitución del
caballo entre la necesirlad del movimiento: e ta necesi-
dad le es común con otros bruto "', pue bien sabemos que
el león enjaulado gira incesantemente en el reducido es-
pacio de que puede disponer, y que 10 mismo se observa
en otros muchos animales montaraces.
En cuanto á dejarme dominar más ó menos por ese
impulso, 6 lo que es lo mismo, en cuanto á sacar á lucir
mi brío 6 moderarlo, yo procedo según el juicio que for-
mo del jinete. C?n un buen jinete, ágil y gallardo, me
complazco en mostrarme fogoso y en hacer alarde de to-
das mis buenas cualidades. La pasi 'n que siente el hom-
bre pOI' el caballo y el placer con que lo monta, no pro-
ceden únicamente del odio á la distancia y de la necesidad
de la expansión, ni de la fascinación que ejerce el movi-
miento rápido: el caballo, considerado sólo como vehícu-

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5

sin negar á emprender ninguna e peculación. Una vez


e había metido á carnicero y había encontrado el oticio
muy de u agrado, porque se reservaba siempre el ma-
tar las reses; y aún adl'ede les daba mal la puñalada
para recrearse á e pacio viéndolas agonizar. Mas, las
otras tareas del oficio s le hicieron insoportables; lo dejó
y actualmente no tenía otro que el d jugador; pero, á
ratos perdidos, se ocupaba también en beber y en toda
sp cie d entret nimi ntos jgualm nt edificativ s. De
la i te noches de ]a s mana p aba seí y media fuera
d u ca. a, y i alguna v z entraba en ella d día, ra para
dirle din r á su padre, que ya había r u lto 11 0'3.r e-
10. y á qui n, on t motivo el muy d sea taJo, le babía
Izad la man más de una vez.
u madre, fu ra de ser madI' , era tonta, y le propor-
cionaba din ro. Entrábale primero su hij con zalame-
ría , pero en seguida, si no recababa de ella inmediata-
lnente todo lo que venía á pedirle, le injurial él. y ]a
amenazaba. La infeliz ha ía ya empeñado " vendido las
alhajuelas que tenía, y vivla ohrecogida por mi do de que
u marido se inf rma e de los de atino que había come-
tido para alirn ntar]e us vicios al que era azote de su casa.
Se decía qne el Tuerto habla cometido varios asesina-
tos y que u víctimas habían sido mujeres y hombres in-
defen o. P r lo demá , no había mandamiento del De-
cálogo ni artículo del Código Penal que él DO hubiese
violado. Tolas autoridades y las poblaciones se habían con-
movido con cada uno de los atentados de Garmendía,
pero nadie se había atrevido á proceder contra él. ¡ Ay
del que lo hubiera acu ado, del testigo que hubiera de-
pue to en contra Buya, y del Juez que le hubiera levanta-
do un sumario 1

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76 EL MORO

No sé si habría exageración en lo que el público· decía


contra Garmendía; ]0 que sé es que él e jactaba públi-
camente de hab r quitado de en medio á todo el que le
había debido alguna,. de todas las fechorías que se le
achacaban y aún de algunas más.
Eran las nueve de la mañana de un domingo. Yo es-
taba atado cerca de la puerta de la casa, en la que DO res-
pirábamos Illás vivientes q1le D. Cesáreo, un pajecito y
yo. El resto de la gente de la casa estaba en el pu blo.
De repente 11 gó á la puerta el Tnerto é:1rmendía y, con
su voz á pera y d st mplada, llamó' . Ce áreo. Á
é te, gún lo ad vertí in trabajo, le hizo mal e tómago la
aparici' n e :iarm ndla.
Ofrecióle a i nt n toda la p lítica ue pudo, y ha-
iendo de tripa corazón, se le mo tI" atent y ob equio-
so, porque, como toda la gente de la comarca, le tenía
miedo.
- V eng , le dijo el Tuerto, á que me venda un buen
patón.
-Ay, mi amigo D. Lucio, re p ndió mi amo: cuánto
siento que Vd. haya v nido en tan mala oca ión : no ten-
go ahora ni un solo caballo de que di pOller.
-llum, hum i y la partida de patones que le he vis-
to en el potrero ~
-Esos . . . esos . . . esos . . . son ajenos.
-Vea, D. Oesáreo, el que quiero que me venda es
este moro que tiene ahí cogido.
-Pero, mi querido D. Lucio, si e e el caballo de
Macaria: es el único que le gu ta; y, además, no tengo
otra bestia en que ella pueda montar.
-Si no hace nadita que ví que lo estaban amansando.
¡ Ella qué vá á montar en ese potrejón 1

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MERENGUE Y SU CITARLA

a respiraclOn anhelosa y los pataleos de las bestias que


or algunos instantes pugnaron desesp 'rauamente por
alvar e.
Romualdo, al echarme de menos el día siguiente al de
a catástrofe, tuvo por cierto que yo era de los que habían
)erecido.
Obra de cuatro lneses haría que estaba yo á cuerpo de
rey en la hacienda de D. Manuel, quien no se había can-
ad de practicar indagacione , sienlpre infructuo as, á fin
de descubrir quién era mi dueño; yo había eng rdado
como un lechón, y todos decían que parecía una bolita;
1 pelo to co y aborrascado que antes ID cubría 1 cuer-
o había d saparecido y mi pi 1 r IUlllbraba como raso.
anuel hizo que me montara uno de su bijo, no sin
que antes me probara un muchacho de los que servían en
la hacienda. e aquella e pecie de examen re ultó que
fuí declarado muy roan o, u t ni~ r guIar boca y,
n fin, qu ra un caballito de silla. M j r hubieran
certado si hu ieran dicho que era un caballit de en-
-alma.
Pocos días despué cono í á MOl'gante, por haber ido
n él su dueño á visitar á . Manuel. El Señor Barra.,n.
me vi' , y como tuvie e de muy atrás el propó ito de
e mprar un caballito para sus niños, rogó á D. Manu 1
que me vendiera. ~ te no podía complacerlo por la sen-
cilla razón de que yo no era suyo; pero prometió que, si
alguna vez se averiguaba quién era mi dueño, haría lo
posible para que el Doctor quedara Eervido.
Todavía estuve p etrd'ido algunas semanas má , al cabo
de las cnales parecí por fin. Cierto día, estando yo en
un potrero que demora á orilla del camino por donde
tran itan los carboneros de la Calera tuve la humo-
BANCO DE l ~ REPUBLlCA
_ ~ del
Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango t. RANGO
~ Banco de la República, Colombia.
rada de colocar las quijada sobre un punto de la cerco
n que é ta se hallaba muy rebajada y Ine puse á mira
á lo que pasaban; ya hacía rato que me encontra
ba en mi punto de ob ervación, cuando ví que venía un
recua de be tia con cargas de carbón, fijé la atención en
ella y r econocí con un sentimiento, que era rnezcla d
placer y de llliedo, á varios de mis an iguos compañeros ;
un 1iO'ero relincho que lne arrancó aquella emoción, hiz
que los conductores de la recua me mirasen' uno de ello
dió v ce llalnando á olllualdo, que iba ya muy ad e-
lante, le lliz retroc del' y le mostró mi cabeza, que r
la única. parte de mi cuerpo que se podía divi al' de de
ca.min o.
¡ Pero puro al onejit !" (este es 1 nombre con
que se me ha ía bautizado en mi tierra), exclamó mi amo.
y se lDe ac rcó un poco.
' i oora esque puro l' dijo el que me
primero. " ¿ No vé que e 1 me mo Oon jo?
dos manchita blanca en la fr nte."
l. o tenía efectivamente una mancha
T

dos ojo, y otra más peql1eña en la nariz. 1i, en vez d


¡el' mi cab za ola, me hubieran vi to todo el cu rp , S
guro e tá q ne me hubieran conocido.
Cerciorado de que yo era yo, ó, llaLlando en 1
términos que n a el Dr. Barrante , verificada mi indenti-
dad, ROllmaldo acord' seguir ha ta Bogotá y al retorno
entrar n la ca a de la hacienda á tratar de recuperarme.
A í lo hizo y el ahí l' snItó que yo fuera c~mprado por
D. ~fanuel paJ'a mi actual señor, por una suma que cree
que alcanzó á indemnizar á Romualdo de toda la pérd:d
pecuniaria que había sufrido en aquella noche del desea- .
labro.

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ESCUELA Y BA "'0

na agrupaClor de cabaña ciega, inhabitadas y silencio-


s, de color opaco y uniforme; y, in elnbargo, en una
lOntonera se apacienta la lsta, deliciosamente, tal y como
recrea delante del pal aje más fresco y más ameno.
En una madrugada en que el cielo re plandecía cua-
do de estrella, vinieron 111uchos peones y se entregaron
la tarea de pasar el tl'iO'o de una de las haeinas á la éra,
n la que iban extendiéndolo. El cielo se iba poni nc10
o ado hacia 1 Orient ; corrían vientecillo suav tra-
ndo la aroma de mil llanta y el olor de la majada
lue d leita ,í,] h mbres que aman el campo; el \'1 nto
ambiaba á menud , y á intel'val traía l rumor de
lila fu nte qn el. no gran di -tanci e preclI itaba pur
ntre ri cos; las ave y todos los anirnale que viv 'Il con
>1 hombre llenaban el aire de cantos y de voces flpacibles;
. parecía como i toda la naturaleza quisiera lernnizar el
cto en que tul 110m re iba á r cibir en u manos el más
)recio o de los dones que le pr diga el eno de la tierra.
El trépito de mucha pisada, 111e hizo mirar en la
ireccióll n qlle se percibían, y ví venir Ilumer a yegua-
a, á la que se hizo entrar en la éra. En la confusión que
labía producido la precipitada marcha, la crías se habían
eparado de las madres y unas y otras relinchaban á COIn-
etencia. Colocado un peón en el centro de la éra, Lli-
ó á la manada á extender e por las orillas, y se puso á
. rrearla con silbiJo , con chasquidos del zurriago y con
O'rito , para que con lo ca co qnebrantara la mie. Así
trahajaron las yeguas largo rato y, cuando ya el sol brilla-
ba á alguna altura del horizonte, se las hizo salir, y se
acó el tamo de encima de la parva. Vohieron luego las
yeguas á su labor, y bien se echaba de ver lo duro de é ta
observando que había menguado el ardimiento con que al

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EL MORO

principio se había clesem peñado la tarea; ya n se relin-


chaba, e ijad aba bastante; lo potrico empezaban á
quedarse atrá y algunas yeO'ua provecta y marrulleras se
iban arrimando bonitamente al centro, en donde se daban
algún r spiro mientras l aguijador daba una vuelta y las
hacia continuar' al tr te. De la parva, ya muy triturada,
se levautaba un polvo sutil que, penetrando €n las narice ,
hacía estornudar á los animal .
Varia c e r pitió la op ración de acar á la ye-
gua ara d) Ütlnar y mi ntras d can a an al lado de la
éra, 1 s potric s aprov chaban la oca ión para exprimir
las ubr m ternas.
D >. mp fiad- p r la yeguas t da u tar a, se tra pa-
leó y e empez' á vent r lo u uedaba de la mi ; y
era d lici o re' mo de la orci ne arrojada al aire
on la pala, 1 vient n yaba la paja, mi ntra l
grano caía omo Hu via de ro, formand al ca r un ruido
qu aleO'raba lo coraz ne .
nando termin' la trilla, me qued' con ideran o que
si e1la ofrecía el e p ctáculo má animado y, al pr pio
tiemp el má apacible, daba á mi cong'ner un trabajo
harto fatig ; y que mi madre t nía sobrad ro tivo
para lnirarl con p ca impatía.
D. Ant 1'0, de 1 uó de hab rme m ntaclo muchas
veces, aunque iempre p r peas h ra , y de haber hecho
infructu am nte e n tan tes e fu rzos para corregirme de
mi mald id defecto, mand' decir á mi amo qne ya me
tenía arr glado; que !TIO i dijéramos que me babía
expedido mi diploma de cahallo de silla. D. Ce ár o di -
pu o que D. Antero viniera en per ona á hacer entrega
de la mía. Aunque la n ticia, que él ya aguardaba, de
que el c leo estaba en todo su vigor, enfrió todo el entu-

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]0, no tendría más atractivo que un coche 6 que otro ina-
nimado aparato de los que facilitan la locomoción. El
principal hechizo que tiene el caballo para el hombre,
con iste en que éste, cuando va montado, se ufana y se en-
vanece, sintiéndose á la par má vigoro o y más gallardo,
y se figura su persona embellecida con ]0 q ue embellece á
su cabalgadura; goza tanto o tentando lo atractivos de
que cree adornada u propia per ona como ost ntando Jos
ajenos que temporalmente ba e sUyOE!. Y es de notarse
que el caballo que antes de ser montado 10 parecía á su
jinete desprovisto de perfecciones, suele par cerle más 6
menos elegante cuando vá obre él.
El cabano, á n vez, i nte la propia elación qu po-
see á su jin te; y puede d Cll' e que, en ciertos momen-
to', el espÍl·itu que anima al jinete y el que anima al car
allo no son sino un s lo y mi mo e píritu. El jinete y
1 ca allo compenetran.
Cuando conozco que mi jinete es torpe y desgarbado;
cuando ecbo de ver que e trata oe jornada larga y labo-
no a, me contengo dentro de ciertos límit , i bien me
suelo complacer en a u tal' al jinete á quien cobro se-
ñalada antipatía; cuando me monta una muje!', procu-
r~ convertirme on una máquina, pero en máquina
inteligente y obsequiosa que sabe servir al pensa-
miento.
Cuando considero cuál es el ascendiente que ejerce la
mujer sobre el caballo; cuando recuerdo que he visto ca-
minar con sosiego y con aire pacífico, con tal que lleven á
una mujer sobre sus lomos, á varios caballos que sólo los
jinetes consumados podían montar sin peligro, me con-
venzo de que no hay exageración en nada de lo qne dicen
los hombres, cuando encarecen el poder y el prestigio que,

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en cada uno de ello y en u sociedad, ejerce ]0 que ellos
llaman la hermo a mitad del linaje humano.
Fuera d 1 brío genuino, hay tro, falo y artificial, que
es el de lo~ caballo in rte y apático p r naturaleza, á
los cuales han enseí1ado lo picador á t In r 1 pu la, el
azote y los ruido y movimjent súbito 'apaces de a ns-
tarlos. Las be tia s que ti nen ese brí e animan cuando
la aguija, dan un repelón y en eguida van acortando
gradl1ahnent 1 pa o y ntregán o e á su :fl jedad nativa,
ha ta qu, timulada de nu \'0 se agitan e turdi amente
e n de ord nado movimiento, para v Iv r p e de pué
á r ·lam r 1 e tigo. Tales b tias af tan r r que
u jinet ti ne a unto ue tratar n 'uanta per-
ona encn ntra, pu si mpr \le v n venir alguna,
aflojan 1 pe ,y al fin e paran i no han entido
1 efectos del enojo que u tor eza ex ita si mpre en
el jinet .
racio o lan es curren cuando en un camino se D-
cuentran d in ividuos que cabalgucn en b tia de las
que creen que n todo n uentro e de rigor parar e y dar
lugar á UD coloq lIio. ada uno pien a que el otro ti ne
alg que d cirle; e salndan con tibi za; se preguntan
mutuamente con lo oj s qué e ofrece; ntre atufados y
corrido, no hallan qué decirse, y al cabo igu n de mal
talante u camino, sosp chando cada cual ue el otro ha
querido bromear con él.
Protesto que no ha sido la vanidad quien me ha dic-
tado te mi O/Uto-bo q1.ujo. Para formarlo no he tenido
que hacer otra cosa que repetir 10 que acerca de mis cuali-
dades he ído r petir infinitas vece á lo conoc dores que
han tenido oca ión de con iderarla . eo lue al alabar
algunas, me he quedado corto si comparo 10 que he dicho

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con lo que la han decantado mis dueños cuando han tra-
tado de venderl e.
é que no e. toy, como los hombres, moralmente obli-
gado á. guardar mode tia; pero é también ue el mundo,
gran patrono le vicio y de de órdenes morales, confun-
diendo por única vez sus máximas con las que emanan de
lo principio más elevados cond na á los vanido os y lo
castiga con el azote má duro que tiene en sus manos, que
s la burla. ontemplando e ta co as yo no me habría
atrevid(J á d jar de el' mod too
En 1 capítulo anterior habíam dejad á mi amo D.
ár ind Ci80 en rd n al d tin qne babía darme.
AllOra v y á r f ru eÓ111 in uc él hubi J'a salí 1 de u
p rpl ji ad, vine á pasar á mano de otro du ñ , ' para
ha lar c n propiedad, de otro t nedo!'. Pero para que se
mpr nd bien lo gra e y 1 terrible de e ta cr1 i, s in-
di pen abIe que yo presente á 1 s 1 ctores un retrato del
Tuerto Ga'l'mendía.
El Tu rto armendía, por una irrisión de la suerte,
había recibido en la fuentes bauti male el nombre de
Era hijo úni o de cierto campe ino acomodado
que residía en uno de lo pu bl s comarcano, y andaría
en la época á que me refiero n los treinta y d s años.
e había tratado de educarlo, pero e fugó del primer co-
legio n que se le colocó y fué e Tpulsado d 1 s gundo.
Apenas i saMa leer lo iropre o y garrapatear su nombre.
us razonami ntos iban siempre puntuado con vizcaíno.,
empedrados de voce iDdecent s y salpicados de oh ceni-
dades. Si quería declarar una idea q ne pudiera expre-
sarse de más de un modo, él escogía, sin equivocarse
nunca en la elección, el modo más grosero y má vulgar;
y, si uno de tales modos era obsceno, seguro estaba que

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dejare de preferirlo. Era un mozallón fo'nido y n1uy
e forzado. Le atravesaba la frente, de la sbn izquierda
á la ceja derecha, un mechón de pelo. Su <jo izquierdo
ra reventón y parecía que sobre la pupila b había caído
una gota de sebo. Su carnes el' n abund tes y flojas,
su color, el del pergamino. Su tez parecía a mpre sudo-
sa ó má bien, erubad urnada de gra a. LOE pelos de la
barba se le podían contar desde l j El ah de su enor-
me som br ro se desmayaba y formaba un pi< por el lado
del' cho, merced á la t quedad C011 que lo tntaba. ada
vez que u aba de una de BUS co ,la mantjaba como si
e a fuera la última en que babía de servil' e ( Ha. ~ ,-
tapaba la b tollas d brandy, y de c rv za egol1án] ]al3
de un revé de su euchillo. e 1 r ciaba mwho e jinete
y de aquer, y efectivamente sobr salia con tal en todo
lo que exigi ra fu rza y brutal atrevimimto. saba
zalnarros * xc ival ente anchos y re ba< ,de cuero
de p lo muy largo; y puelas en que se balía gastado el
hi 1'1' de que pudi 1'a hacerse un buena larra. uau-
do iba á caballo, lo zamarros pendían ,obresaliendo
del estribo más de un palmo. Su znrria~o ra hecho
de un disforme garrote de guaya án. N Ul a dejaba su
cuchillo, que le pendía de un cinturón btrnizad por
la mugre y lustrado por el uso c ntin~(). También te-
nía un trabuco, pero ólo lo llevaba coruiO'o en oca-
sione solemnes. Su padre ]0 había habiltado más de
una docena de veces; pero él babía disipalo el dinero

* Zamarros. Especie de pantalon muy ancbo. de cuero bien


adobado, ó de t la grue a é impermeable, que tenieldo vano lo que
podría cubrir lo interior de lo mu los y la parte po m'ior del tronco,
defiende de la lluvia las piernas, y los verdadero prutalone de roces
daílinos.

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EL TUERTO GARMENDÍA 77
-Es que es muy manso; ya ]0 ha montado muchas
veces.
- ada, D. Cesáreo, yo me llevo el moro: me gusta
y se ]0 pago bien.
-No puede ser; no puede ser; nunca he pensado
venderlo.
-Vd. nunca ha querido hacer un negocio con migo.
-Tendría el mayor gusto en que hoy hiciéramo
uno; pero ya le digo. . . .
- i E que Vd. está pen ando que mi plata no vale lo
que vale la de cnalquiera otro?
- o e lne amo tace, mi D. Lucio ; Vd. debe e tar
seguro que y le tengo aprecio. . . .
-Qué aprecio, ni qué . . . (aquí dijo una expresión
que por respeto á los lectore tengo que omitir).
-Mire, mire, por Dio, mi amigo, lo que le digo es
la pura verdad. Si Vd. quisiera más bien uno do los ca-
allos q uc están en el potrero. . . .
- i No dice que son ajenos?
-Pero . . . pero . . . pero es que . . . que tengo
recomendación de vender algunos de esos.
-N o me haga tan cotudo. Yo estoy cansado de
saber que esos on los mochos viejos y dañados que Vd.
bace convalecer para metérselos á los p . . . (aquí tam-
bién omito una palabl'a). Pero yo no soy de los que se
dejan clavar por un viejo miserable. i Ya lo oye? _
D. Cesáreo se requemaba de ira. Se le babía enron-
quecido la voz, y la cara s.e le ponía alternativamente muy
pálida y muy encendida. Se echaba de vel' que, de mil
amores, habría pateado y echado de su casa á aquel bella-
co; pero mi dueño amaba sobre todas las cosas la tran-
quilidad; y, como todos los que aspiran únicamente á ese

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78 EL MORO

bien, era débil por todo extremo. Guardó silencio des-


pués de haber sido insultado por su salvaje interlocutor,
y éste continuó:
- i Sabe lo que hay, D. Cesáreo ~ Que Vd. está pen-
sando que yo me quedo con su plata.
-N o, D. Lucio; por Dios, no diga eso: si yo sé muy
bien que Vd. es un hombre honrado. . . .
-Pues entonces, véndame el moro.
- i Válgame Dios! Déjeme siquiera consultarlo con
Macaría: el caballo no es propiamente mío sino de mi
mujer.
-Nada. Disculpas. Póngale precio y ahorita mis-
mo me lo llevo.
-llasta eso: ni he pensado nunca lo que puede valer
ese cabano.
Yo era todo oídos para no perder una sílaba de aqllel
diálogo, de cuyo r suItado pendía mi destino. Nada sa-
bía yo entonces acerca de la índole y de los antecedent s
del Tuerto; pero para conocer lo grave del infortunio
que me amenazaba, me había bastado contem pIar su cara.
Ya un sudor frío había comenzado á bañarme todo el
cuerpo.
-Pues sepa, prosiguió Garmendía,.ya con la voz alte-
rada por la cólera, que no me voy sin el morito.
-N ada, mi D. Lucio, i sabe lo que hemos de hacer 1
Vd. se aguaI"da á almorzar con nosotros y después ha-
blamos.
-No puedo: allí no más nle están esperando unos
amigos.
D. Cesáreo sabía que los camaradas y los compañeros
habituales del Tuerto, sólo eran mejores que él porqne
no podía haber nadie peor ni siquiera igual. Con todo,

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EL TUERTO GARME~DÍA 79
hizo por mí el sacrificio, que nunca olvidaré, de decirle
á Garmendía. que ellos también podían venir á almorzar.
Por fortuna esta amable invitación no fué aceptada.
-No se puede; no se pued. Mire, D. Oesáreo, Vd.
no me emboda. Vd. no me d ja el caballo porque cree
que soy un tramposo; y á mí nadie me trata de tralD
poso. i Ya lo oye ~
El miedo, la indignación y la angustia me habían re·
ducido á tal estado, quc ya me fué imposible seguir oyen-
do el diálogo. N o volví á oir ni á ver na.da ha ta en el
momento maldecido en que sentí que el odio o Tu rto
me echaba encima su sina sin poner sobre el asiento los
estribos ni la cincha y dejándomela caer so re los lomos
desde muy alto.
Montó, me dió un rasgón * con las espuelas, me dejó
andar un corto trecho, me dió una sentada que estuvo á
punto de hacerme ir de espaldas; y despidiéndose de D.
esáreo le dijo: "Por sus quimientos morlacos (pesos)
no tenga cuidas, que una noche de esta los gano, y . . ."
El ruido de un zurriagazo con que, para hacerlo seguir
delante, envolvió al caballejo en que había venido, im-
pidió oír el fin de la frase. Poco se perdió, porque era
bien sabido que de la promesa que ella encerraba nunca
había de vol ver á acordarse. ~

*' Rasgón. Fuerte espolazo en los ijares.

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CAPíTULO VIII
SUMARIO.-Prendido al pecho.-Urgencia de marchamo .-IIacemo
lune.- o vamo, pero . . . no qu damos.-No. vamos, no
vamo , pero volvemo tí. quedarnos.-l\Ie hacen acar íuerzn~ u
flaqu za.-El grande a unto que apremiaba tí. nl'm ndía.-Que-
branto el ayuno.- onozco tierra nueva y nu va' a"'uas.-Yiílje
por agun.-¡ Ti 1'1'a !-En mie aj na.- igo un diálogo alarmanl .
-Continúo mi viaje.-Dulc afecto y 1'i ueñas e peranzas.-En
la pu rta do IIatonuevo.

POR muchas semanas he tenido suspendido e te tra-


bajo. Continuarl es volver á saborear las Hmargura de
lo día más negros <le mi vida. Paréceme que, al 01-
ver á ello con]a memoria, torno á entir las angustias y
]os martirios que llenaron todas sus inte.rminables hora.
Pero la voz secreta y misteriosa que me impele á hacer la
relación de mi vida, me manda renovar un dolor i1?:fando,
y fatalmente tengo que obedecer á ella.
Cuando salimos de la casa de Hatonuevo, no estaban
esperando ningunos amigos al amiqo D. Lucio: mal po-
dían estar cuando él babía a egurado que estaban.
De pué de dejar en su casa la be tia que nevaba de-
lante, siguió Garmendía camino de cierto pueulo, en cuya
plaza se desmontó. Atóme á la baranda del corredor ex-
terior de una casa, sin quitarme el freno y sin reparar en
que me dejaba al rayo de un sol que hacía ver chiribitas,
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sobre un empedrado escabro í imo, que había de mal-
ratarmc cruelmente los ca co , por estar yo entonce sin
1 rrad uras. El Tuerto des a pareció y no volví á verlo
la ta cerca del anochecer; villo á 1110 trarIes á uno ami-
os que lo acompañaban la que él llamaba reciente com-
ra. Propu o á uno d e11 que me monta e ara pro- í
arme, y él, que no deseaba otra cosa, estuvo al punto
obre mi l mo.
- i Á que no le prendes al p cbo ~ le dijo al jinete
no de los circunstante.
-¿ no n? Ah ra verá. Y me abrazó con la
ierna , clavándome la e puela en el pecho e n todas
us fu rz .._.
Mi !>rimer movimiento fué el de mirar con el rabo
1 jo 1 instrumento del martirio qne se me ha ·ía su-
ir· pero sentí a lnel1a c ntracci' n e 1 asm6dica que
ompaña y pt'oduce la brincada. La que yo e('hé en
IU Ha oca. ión fué violenta y prolongada; pero el pí aro
ue me había prendido, e mantuvo firme como i hubie-
echado raÍc en la il1a.
Me volvieron á atar y tornaron á de aparecor, y yo
tu ve clavado en el sitio en que me dejaron, ha ta cerca
la me ian che, padeciend los tormento de la rabia
potente, el can ancí, 1 hambre la ed y, en las últi·
a horas, el frío. Ademá me dolían las patas, las heri-
a de lijare, la boca y la nariz ]e pedazados por el
• no y el bozaL
uando hube llevado á armendía á otra casa del
·smo pueblo, en la que iba á pasar el re to de la noche,
soltaron en una manga repelada, en la que no había
ás agua que la de un cañ n que dos cerdos habían
cho varios hoyo para revolcarse en enos.
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Oí que Garmendía di' or len de que á la mañana i-
gui nte me e gie en y en illa en muy temprano, porqne
tenía mucho que hacer.
Pa é la noche bnscand hierba en 10 mi mos lngare
en que ya otras mucha L tia la habían u cado inútil-
mente, y acudiendo al arr yo á hacer e fuerzo por ven-
cer la repugnacia que me in piraba el cenago o líquido.
11e en illaron y me pu ieron el freno p o de pué d 1
amane er, y me dejaron atado á la puerta le la ca a, n
s ore un empedrad, como 1 día anteri r 1110 obre un
fangal, en el que permanecieron hundido mi pi s. fil
D. Lucio tardó cinc horas '11 1 vantar e. El mal sta
qll y u tía 1'a tan into] 'rab1e ne ca i me a1(,O"1'6 d
v '1'10, pues e pcra a quc, c lIlO tenía 'n11Jclw que lwar, m
m ntaría y si luiera mc haría variar dc suplici .
Pero él alió ha ta 1 extr mo d la can; puso
conver ar con un s polizones y con do de u amigo qn
encontró allí; luego anduv g-andul and on e1l po
otra call y t m' aguardiente n d ti nda. R petí
ue tenía qu irse y que se 1 había h eh tard p l' Il
11eO'a1 a á de prender e de los c mpañero. IJegó á p
nerse los zamarro y á Itar el cabe tro, p ro nt' nce
uno de lo camaradas le dijo qne i iba con ~l al billa
él 10 acompañaría luego. Fnéron al billar y yo e tuv
oyendo por co a de do horas los gol p s de la bola,
nan o volvieron ca. 'eron en la cuellta de que no había
almorzado di cutieron largamente obr si alm rzarían
no en el pu blo, re Ivi l' n el punto afirmativamente
¡;:e encaminaron á la ca a en que habían de almorzar.
eso de las dos de la tarde, parecía que ya e iba á empre
del' la jornada; pero el vagabundo que debía acompañar
Tuerto había olvidado hacer traer su caballo y hubo q

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sperar á lue se 10 trajeran. POI' fin montaron. 1i abo-
recido jinete me dió el rasgón y la entada de ordenanza;
ne dejó andar un poquito, y e volvió hacia la. plaza, en la
ne topó con otro virotes qne andaban también á calJaJl .
irigiéronse todos á una tienda, tomaron eerveza y ell-
endieron cigarro ; m ntar n y picaron en ademán de ir
mprender el iaj ; pero al pasar por otra tienda, e
e montaron, volvieron á beber, y salieron con aire de
ni n tá ya expedito y 1i to para marchar ' . Ya mon-
ad ~,empezaron á altercar: uno in taban para que toda
a compar a tomara 1 camino d cierta vellta di tante en
nele la chicha e taba muy bu na; tro in itaban á 1
C1l1ÚS á eguir para un pu ' lJlo inmediato n que vivían
é qué muchacha ; el punto 110 lleo-ó á deeidil" e; la
i cu 'Íón, que se bahía acalorado, l e ecó 1 ' gaznat ~, y
uh que yol ver á una de la tienda á l' fre ~ cár~ el .
n s guida se di 01 vió el grup ,el apar cí 'nd algunos
tomando vario . . la direcci' n de la venta y vario la del
ucbl de uc haoían hablado. arm ndía e q ued' t da-
ía e n sólo un cqmpañcl'o, anduvo y desanduvo muchas
al1es buscando á no é cuál de lo ' que e habían dcsapar -
id ; 10 encontró, pero mientra c nver aha con él le
rdió aquél con quien lo había bu cado. En esto se apa-
c1eron inopinadamente trcs de los que habían partido
ara el pueblo en que iban á ver mm'hacha ; el Tuerto
reconvino gr 'eramente increpándole el que, con el
n de separar e de él y de cabullírsele, habían fingido la
tención de irse á aquel pueol ; uno de los tres entró
explicaciones con ánimo pacífico; armendía no las
eptó ; di vidiéronse todo lo de la pandilla en do par-
a]jdade~ c engrescaron y armaron una chamusquina de
dos lo. demonios_

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Anocheció. Garmendla re ... o 1 i ~ quedarse en el pue-
blo. Me desensillaron y fuí á dar á la mi ma manga qua
la. noche anterior. Allí habría yo muerto de ed, pero llo-
vió copio amente, se recogió alguna aO'ua limpia en las
partes má bajas de la manga y pude b bor á. contento.
Si la relacióll que acabo de hacer de lo que me suce
dió en 1 s dos primero días que pasé en poder del Tuer
to, ha sido tan monótona y tan enojo a como ha visto e
lector, t cómo serían para mí e os dos días y otras d
noches en que se repitieron las mismas e cena y en q u
apuré la propias amarguras?
El ju 'ves sigui nte á aquel domingo aciago en qll
caí n las uña de larmendla, como á é te e le 1mbj
ag tado 1 dinero que había traído y c m e bubi el
au entado 1 cuartos e t e , l c mpañer
con taha para 1 jue o, d clal'~ de nuevo qn
qn hacer y empr ndjó la jornada. En
riguro o ayun y de forzado r po o sobr empcdra]o
fangale ,yo había rerdido el viO' r y la salud· los pie
ro dolían aglldam nte y no podía pon rlo en el suel
sin xpm-i mentar e tremecimi ntos que me hacían colea
freuéticarnente. El Tuerto se empeñ' en curarme y e
restituirme el aliento á fuerza. de ra gones y de latigazos
y, r negando como nn condenado contra el viejo D. Oes(,
reo, que le había metido carísimo un caballo, sin ad vertirl
que era col ador, me magulló el rabo y el anca á garr
tazo~.

Yo tenía curio idad de saber cuál era la incumbencia


tan importante de que Garmendía hablaba siempre
anunciar su partida, y cuando hubimos llegado al términ('
del viaje, descubrí que todo se reduda á ver un gallo qu
le habían ponderado mucho y que pertenecía á un viej

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DE TODO UN POCO 85
on quien aquel holgazán había contraído amistad en las
aUeras de la comarca.
En hablar ociosidades y nadería sobre gallos, y en
urmuraciones contra medio género humano, pasó Gar-
nendía ese j neves, y e fué á d rmir en una ven ta illl e-
iata á la casa del viejo gallero. E a n che me soltaron
n una manga en que había tan poca hierba como en la de
as noehes anteriores. Yo, que ca i no había pa ad un b -
ado de de la madruO'ada del ábado, estaba c ro enloque-
ido por el hambre; hallé un pa80 en la zanja que media-
a entre la manga y un buen potrero; me aproveC'hé de él
me pu e á comer de esperadamente. La hierba era de
a n1 jor calidad~ pero muy e ca a; y, bu cand iti n
ue abundara, me alejé mu ho de la manga. En el 'xtre-
o opu to del potrero, encontré portillo; pa é p r él y e-
uí andand y comiendo alt rnativamente. uando rayó
1 dla, me hallé en una e peci e de p nín nla: y había
certado, no é cómo, durante la noche, que había ido oh -
urísima, á tomar el único camino seco que cOlTIunicaha
quel punto con 1 s terreno que había recorrido. o T"

e pesó encontrarme all], pue s me nguró que en e e


itio no había el Tuerto de dar conmiO'o. orría el mes
e May y las lluvias, que ya habían sido copio as y muy
ontinuadas, iban arreciando día por día. Las aguas que
.,asi por toda parte rodeaban 1 prado en que yo e taba
aeiendo muy á mi ahor, crecían vi iblement. De lo
uncos cuyo pie divisaba el día anterior, ya sólo se veían
s puntas; las hileras de sauce y de eucaliptos que, á
eehos, engalanaban las praderns y que yo babía visto di-
ujarse sobre el fondo verde del cé ped, de collaban ahora
bre la blanca y reluciente superficie de las agua y se
etrataban en ella formando paisajes encantadores. Ban-

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86 EL MORO

dadas de patos y de otras aves acuáticas subían del sur


de la Sabana atraídas por las lagunas formadas por el des-
bordamiento del río. Todo me anunciaba el peligro que
iba á corr r, pero yo no lo conocí. Duraute la noche
del sábado, las aguas subieron hasta cubrir el camino
por donde yo había entrado en la penín ula; me veía
como encerrado, pero el espacio en que podía p cer era
todavía regular, y no llegué á pen al' que pudiera fal-
tarme.
Cuando yo era j ven, creía que ninguno de los contra-
tiempo que les sobrevenían á lo demá p día caer obr
mí: a í 0111 ,ahora que BOy viejo~ creo qu han de sobre-
venirme ha ta aqnel) . que á nadie le s br vienen.
Por fin, en la tarde d 1 lunes eone bí algún recelo,
mas no tan vivo que me hiciera pen",ar en las dificultade
que tendría para , a]i1' á sitio no inundado. Ante que le
aur ra del día siguiente me hubi era ue t á la vj ta 1·
situación á que babía 11 gado, el aO'ua que mpezó á cu-
brirme los ca co y que iba subiend sen iblemente, m
advirti" que yo estaba pri ado de alim nt y am nazauo
tal vez de peligro aún más inmediato que el de perecer d
hambre.
Pa é las primeras boras del martes en zozobra mor 4

tal; el instinto de la con ervación me acon ejaba pcr


manecer ola ado en el pm:aje en que la inun aci" n m
babía orprendido, que era por lo pronto, el má se
guro; p ro el de asosiego que lDe po eía me forzaba
dar pasos, ya en una dir cción, ya en otra, oliendo el agu~
y buscando salina, como si, pocas horas antes, no hubies
visto que por donde quiera babía de encontrar aguas pro
fundas. En una ocasión en que anduve más, me deso
rienté; y queriendo volver al sitio de que me había apa

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8
tado, dí con uno en que el pi o era inclinado y resba-
ladizo y en que no Ille ra dable '0 tenerme ino con
esfuerzos constantes que me iban d jando oin aliento;
mas, por dese perados que fuer, n aquell s e fuerzos, no
torbauan que yo perdí e t rreno gradualmente. En
medio de esta agouía, divisé una garza que se abati6 so-
bre un punto no muy di tant , y que e puso á pe cal',
dando sefial s de t n r la patas 'obre 1 su lo. rroJf.-
me á nado hacia donde tab aquella av , y, má fácil-
tDente y en m no tiempo de lo que yo babía peu8ado,
11 O'ué á de"al jarla. eglú u vu 1 con la vi ta, e p -
ranuo In Hle O'uia.ra á otl'O pun t má cercano á la orilla
d 1 uO'ua 1 l' mi perauza qn dó burlada: el a e giró
r Dei llIa UD rato y fllé 1ueg á perder e en el horizon-
L< prueua que babía hecbo me di6 á conocer que
yo pouía nadar por bastante tiempo, y e to calm6 mi
turbación. irigí una intensa mira a en contorno y co-
lmnuré la parte superior de una cerca de pi dra que las
aO'ua habían cubierto ca i enteramente. Entonce di cu-
rrí: en donde hay asiento para una cerca debe haberlo
ara un caballo; me dí algún de canso y echándome re-
ueltamente al agua, gané el bajío y me coloqué jnnto á
la cerca. Encima de é ta vegetaban el liquen que llaman
arba de piedra * y otra planta compne ta de hoja y tallos
m'nosos y mollare, ue llaman ch1tpahuevo 6 Echeverría.
El hambre me oblig6 á pr bar de entramba. La prime-
;'a me pareci6 un pa to excelente para lo'" caballos de
ronce que, según dicen, adornan las plaza de ciertas
iudadcs mu.v remotas; la segunda, con su jugo vi coso,
e habría hecho vomitar i huhiera algo capaz de hacer

* Barba de piedra, Cladonia 'rengiferina.

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EL ?lIORO

vomitar á un caballo. De allí se di visaban las pU ntas de


los maderos de la puerta que interrumpía la cerca, y pude
llegar hasta esa puerta; u n poco apurado me í al tratar
de hacer pie, porque neontr' un barrizal y el lodo e ta-
ba pegajoso; pero al fin a ..enté la~ pata ore un pi
firme y alcancé á ver tierra libre de la inundaci' n, á Ulla
di tancia que podía recorrer nadando. i siquiera tuve
que nadar hasta la orilla, pue por largo tI' eho caminé
sin que el agua me llegara al vi otre.
~le hallé en un p tI' ro en que, al 1 arec r, no había
animal alO'uno, y no p n é en otra co a que n hartarm
de pa too Al día sigui nte, 1 pasos ue, in dejar d
pa er, iba dando para bu car 1 h1 ro que má me
glliltaban, me llevaron á una. part d 1 P tI' r qn 'tal a
mbra a de maíz; entré en 1 maizal y á P o í 1
grito de una chicuela que le avi aba á algun que halJía
un animal haciendo dañ. Vini ron pronto un mucba-
cho y la chica que había dad el aviso 1 cual e diriO'ién-
dome improperio y tirándome piedra y terrone, me
hicier n alir á un camino pú li o. 1 ad alg n u 1'i-
na , y lu 0'0 traté de orientarlll. IIatonn tá itua-
d al pie de una colina, y de cubrí con I' g CIJO que no
podría pintar, que e a colinas no estaban distantes.
Tomé 1 camino que me pareció debía He arme á mi qll -
rencia; pero, de pués d ha e1'l egnido por mucho rat ,
de cubrí que rec daba hacia la parte opne ta de Hato-
nuevo. En el recodo, había una venta y oí 1 que ha-
blaban dos mozos que se hallaban á la puerta.
- i i será éste, decía el uno, 1 caballo que me encar-
gó D . Lucio ~
-¿ De qué color dijo que era 1 repuso el otro.
-Dijo que era moro.

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DE TODO UN POCO 89
- i Ah malhaya un rejo, para cogerlo y ganarle á D.
Lucío una buenas albricias!
-¡ Á D. Lucio sí que le cogería Vd. albricias! M
las como en . . .
Como yo había apretado el pa ,aunque di imulada-
mente, de de que empecé á oir la conveI ación, no p r-
cibí el fin d la fra e. Fingiéndome muy espantado por
la presencia de un gozque que salió de la venta á ladrar-
e, tomé el O'alope, y, pasada una revuelta d 1 camino,
1 galope se e nvirtió en carrera. P r una v r da, vol í
1 camino que había s O'l1id primer y COlnen ·é ú andar
01' 61 en dir cción opue tu á. la anterior; y, palpitándo-
ne vio1ellt mente el pecho, de mi do y de ati facción,
legué á un punto 1ue con el' n 'Ío hahía fr cnentado
nucho, y de d nde 1 odía ir en dere 'hura á IJatonuevo.
Me apr uro, II g á una enlinencia, y me detengo á
spil'ar. Allí está la casa. . . . Ahí stará mi amo, mi
u n amo, que e tuvo di pu to á acrificar e por mí, ex-
oniéndose á almorzar c n una piara de patane inmun-
1 . . . . Má allá está el Pai. aje . . . . Columbro unos
nItos. . . . Si serán unos bueyes. . . . Si s rán nlÍ Mor-
ante y mi Merengue . . . . Siento como un aire fres-
o y sabro o que me llena los pnlmone ,que e difunde
01' todo mi cuerpo y ]0 llena de vida nueva. . . .
i Pero ué veo por este otro lado? . . . Vi nen tres
ombres á caballo. . . . ¡ Si uno de ellos fuera el Mal-
ito! . . . No; dos son má pequeño, el otro es como
1, pero ese no es su sombrerote gacho . . . . Sin embargo
creo que me miran mucho . . . . i Ah! el uno es Canta-
. cío, su satélite inseparable. . . . ¡ Maldición! ¡ Es el
uerto con un sombrero de ca~tor! . . .
Corro, y corro, y corro. Me detengo un instante para

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. /
90 EL MORO

mirar hacia atrás, y veo que mi pers guidore corren y


que gradualm nte e acorta la di tancia qu me epara
de Bo. Peto la 1 uerta de IIat nuevo e tá . 'a cerca.
i tU no he de encontrar allí algún ampar LleO"o.
¡ Ialdición! i Maldici/n! La pll rta e tú c rraua. fe
vuel para a á y para allá, y torno cien c s al medio
de la 1 uerta. iento el lazo que me cine 1 pecho y 1
cruz. i /mo 11 ~ ant licio pasa por 1 primer enlaza-
dor d la a ana. Iny rincand; l rejo at a....
En fin ya toy n la garra u mi v rdngo.

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CAPíTULO IX
UlIIARIO.-Último · brocha7.o· en un retrato ya !>bozado.-Agnante.-
D. l'{tr o n nguanLn..-Jui<:io umario y . nl ncia.-Qniebrn. la
oga por lo mú ' d 19nc1o.-La e tI' lla. d 1 Tu no mpi za It pa-
liel e r.-T n bro 'l. maquina ión.-L gran trtlg djn.-''''ul'lta al
hogar.

o continuaré la e p cie de <.liario qne f rma la ma-


r parte <.le lo d últimos capítulos; p ro í añadiré
lQ'Unos brochazo al retrat del Tuert arm nuía y al
étrico cuadro de mi padecimi ntos.
Si n aquel compendio d todas la malas pn i nos
labía algo que se pudiera calificar le 1 a i' n dominante,
OTIle atro\etia á afirmar ue la del Tuerto era 11 afi >ión
martirizar á lo animales.
En una ele las poblaciones que frecuentaba má acos-/
umbraba hacer tertulia en la b tica ; y como allí pudiera
charle el guante á un animal, perro, gato, ratón ó pollo,
mpraba digo mal, p día (porque él no c m praba nunca)
I1na botella de aO'uarrá , bañaba al animal n f:te líqui-
o le pegaba fuego y cuando le era po ible, le ce-
raba la puerta para recrearse con todo los lamentos,
dUH las con vul iones y todas las agonías de la. jnf Hz
riatura.
Yendo sobre mí, encontró una vez un asno cargado de
91
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92 EL MORe.

chamarasca (vulgo, chamiza). Apeóse, quitóle de la


mano 1 ronzal á una pobre indiecita que lo llevaba, y le
puso fuego á la leña de la carga. o é á quién compa-
decí más, si al animal, que, entre congoja horrible, que-
dó medio con umido por 1 fu go; ó á la iudia, que llo-
raba á gl'itos, de lá tima, de cólera y de miedo.
Di tingniendo, como di tinguía, á I armendía y á sus
habituales compañeros, un arrojo insensato, era eomún
que andu vi en á caball , á pa o precipitadí illlo, por lus
cue ta' má agrias y pOl' las euda máR l' baladiza y
má llena de fangale profundo. En cierta ca ión ba-
júbamo hacia TIna cañada por entre pedri o y 1 dazale ,
y uno de los caballo lneti' una m no ntre do madero
de un puente viej. El abalIo cay' y e oy' un tmqni-
do horripilante: 1 brazo se le había roto; el jlllCte le dió
. garrotazos en 10 dient para obligar! á sacar 1 brazo,
cuya parte inferior pendía y o cilaba como el badajo de
una campana. Alguien propu o (lue e matara al eaball )
y arlnendía ap .' este dictam n, añadiendo que á él le
tocaba matar1o. La d dicbada be tia había caído á tres
ó cuatro pa de un tallar, y el Tuerto qui o ocultar en
él al cabal lo, á fin de que, i n19una persona pa ara por el
sendero, no ]0 vie e ni le pre t, e auxilio. Para que e
levantara y andn viera ha ta el centro del matorral, acopt'
paja y rama secas hacia la cola d 1 caballo, y l ap}jc' I

un f' sforo encendido; cuando la be tia cayó donde él


quería, labró con su cuchillo una e taca de má de un
jeme y se la introdujo al animal en la boca, fijando un
extremo abajo de la raíz de los dientes inferiores y otro
en el paladar. " ASÍ, dijo el Tuerto, se mata al rango *
* Rango. Caballo de preciable. En lenguaje festivo ó muy or-
dinario se da también este nombre á. todo caballo,
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in necesidad de meterle el cuchillo: los ch a10 * y los
erros lo despenan de aquí á mañana."
Tenía aquel malvado un perro ue era á la v z instru-
ento y víctima de muchas de u ·rueIdade. El p 1'1'0
ra feo como u amo, taba cubierto de lanas larga, '
1 ás bicn de largas y asq nerosas cazcarria . i m pre se
eía flaco y averiado; 1'0 tenía un geniazo que suplía
or 1 ig r y la agilidad que pudieran faltar]. El infa.
ne Tuert lo azuzaba iempre que e ofrecía ca i' 11, cou-
ra cualquier co"a que tuviera vida. Le había pu to p r
om bre Ag uante ,. y le parecía el colm d lo in O' uioso
de lo chu co gritarle ' ¡Aguante, Aguante!" iempre
11 con 1 di nt tenía. narrad del hocico á alO'ún < ni-
nal, ó á una per ODa le 'taba atarazando ]a pant nilla.
Dcsde lo primeros día de mi supr ma d di ha, se
1 cIaró ntl'e 1 inmundo perro. yo una en mistad mor-
al. Él 11 gó á prendér me de 1 s labio . pero en otra
a. ión logré atizar}e una coz ma.gi tral que lo d jó balda-
lo p r lnncho Hemp .
i 1 Tnerto cr ía que Aguante no le oh d 'cía pun-
nalmente alguna de u inhumanas ' rdelle , ó si bacía
19o que no fu ra de u gu to COlno lad mI' ' au1lar cuan-
o él quería dormir, le arrojaba con ira lo uc encontra-
a á la man , aunque fuera una barra; ó le daba una tan-
a de patada, y aún lleg' el caso de que 1 hiriera di",pa-
fÍndole una arma de fucO'o.
El lector se habrá preguntado i cabe en lo verosímil
ue mi legítimo dueño y s ñor digiriera con paciencia y
ansedumbre los vejámeu s que su buen amigo D. Lu-

Gallinaza. También e de igna en olombiu. con el


robre de gallinazo.

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ci le hizo devorar. D. esáreo tenía sobt e do amor pro-
pio y dcma iado afecto á su co as para que le fue e dab!
tragar e el l' UO y lo in ulto.... Así fue qne para ver d
qu le enderezaran el tuerto que sc le babía becho, habló
con el Alcalde y con los J uece á quiene correspondía re-
primir las dema ías de Garmendía; p ro e funcionario
nada se atrevieron á intentar contra el Tu rto, y come-
tier n la indiscreción de divulgar la pecie de que D.
e áreo había ido á acu arlo.
E,t dió lugar á que GUl'mendía convoca e á los de su
cuadrilla á una se ión extraordinaria, en la que: p l' unani-
midad. d vot , e condenó á D. e~áre á recibir una
paliza. Para quc la enten ia pudienl 'jecutar c á man-
a1 va, e D cesitaba determinar día, hora y itío con vc-
nicntl ..
Entre l08 de la gavilla babía un tal Cupcrtino, que era
1 d' más dad cntre tod ; y quc ntre tod e di -
tin QUia p r u pI' nda física y In re: 1 . Lle\'a ba siem-
pre af itada. toda la barba, y la cabeza con tantelll nte
inclinada hacia el lado derech y hacia abajo. Lo. párpa-
d s no 1 d jaban de cubiertos lo ojos sino lo muy pre-
ci para que pudi ra mirar al suelo con una mode tia la
má edificativa. Su voz era meliflua y jamá afirmaha
naJa rotundamente. Á éste, como al má redomad,
tocó la comí ión de a\Terígnar, á la disl mulada, por medi
de lo criados y peones de Hatonuevo, qué oca i' n s ría
la má propicia para pillar á D. Cesáreo sol indefehso y
de .. apercihido; y la de empeñó sati factoriamente. La
sent ncia había sido dictada un lun s y el miércole si-
guient , por la tarde, debía D. Ce áreo ir á la hacienda
de i rto amigo cuya ca a di taba una legua de lIato-
nuevo. El camino que había de llevar no era público:

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ra una vereda que atravesaba potreros desiert03, y val'ios
em brados y lnatorrale. Mi señor montaría. en e a oca-
ión una yegua de pa o d do Y dos que todo el mundo
onocía perfectamente. n c to dat s, se decidió que
1 golpe se daría (', por mejor d cir, que e darían 10
Ipe ) cllando D. esár o regre ara á 'u a a, lo cual no
odía dejar de suceder á hora muy favorable para la em-
re a.
Llegó la tarde del miércoles. U n espía di' avi o de
~ne D. Cesáreo había emprendido d proy ctada excur-
ión, y entónee los que Labían de jeülltal' la ntencia
mb SC:lrOll n una pe",ura. inm c1iata á cierto ltlO en
~ue la ende TI an baba con iderabl ment .
a el 01 había d clinado mucho cuando mp zó nna
luvia do;:,heeha que 1 em oseados r putaron muy opor-
una, pues acr centaba las probabili lades de que 110 e
re ~e ntal'a ningún importuno testigo.
Se iba ha i nd dema iado tal' e; ya mCTIzaban á
[ pacicntar::-e, y ya repetida vece había algun alido
1 matorral á ver si se alcanzaba á p rcihir alguna co a.
e g<;>lpe dij uno: "Como qne lento alg." Todos
uardaron profundo sil ncio y aplicaron el oíd. Á los
oco instantes percibieron distintamente ruído de pa os de
na bestia y un <.lijo en voz muy queda : .( E el viejo:
1 paso de la y gua no deja duda." Oíase en efecto el
mpás duro y hocante del pa o de la yeO'ua. que venía
hapoteando por entre los lagunajo que había formado
1 aguacero. A po táronse entonces como 10 tenían acor-
ado, 'Y cuando la yegua y su jinete e tuvieron entre los
la gavilla, uno de ello se apoderó del cabe tro y detu-
o al animal, y 1 ~ demá. cayeron obre el jinete vomi-
'lndo denue tos y descargándole garrotazo.

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- i Y esto qué es 1 i Á mí por qué me peO'un~, c1a
mó una voz rou . difel' nte á la de D. e ár
-1 laldit can todo lo dia 1 1 bl'Ulll'
armendía. i E te no e el vi'j e cbino!
Hubo nt'nces maldicione y hla femía qu
el mi t 1'1. 1 qn montaba la y gua, 11e era un IDU
hacho y qn había sufrido la ] rimicia e la paliza, 1
p gar n aln'o má y le d jaron guir u camin .
El duello de la Lacieuua donde había 1 agu
cero á áreo, se hal ía emp liado n ue' ste pa ar
la noche n u a a, tanto para u n fu '1'. á 1110j, rs
CUIno para que tuvieran una i'n de tre ill ; Y c m
mi aUlO obj tara qu su mnj r pn aría gran nidado si n
1 v ía II 'gar, e le ofr ci' nviar un u(' ha 11 á dut
d ~ ue no e le d ía aO'uardar a 11 he. on i-I
e ár ; y, á fin d ahorrar ole tia al l, equi
o, recab' que 1 ro n aj l' fu á Ilat nuevo mon-
tad en la y gua en que él mi m 11 bía v nid .
1 aquí c' 1110 alQ'Uno d l pal d tinad para mi
í1 r, \ ini r fi á ca l' bre co tillas muy dif rente d
la uyas.
Entere: do D. Ce ár o del ca y cedí ndo á in tan i·
d su lnuj l' r 01 ió tra ladar e p r alO'ún ti mp á B
gotá, mientras hallaba medio de pI' veer á u guridad.
Tna v z en la capital, le expu o 11 cuita al Dr. Ba-
rrantes, u abogado, 1 ual era homLr le influencia y
diputado al ngre o. Á é te n 1 fué difícil xcitar
favor de u cliente 1 interés de las autoridade , ni con
eguir que á los empl ad s municipale que tan cobar le
mente fe habían con ucido e les conmina e y e les apr
mia e para que proc dieran ontra Garm ndía y c ntr
su cómplice. Ha,Ja obtuvo 1 Dr. arrantes la pro

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i TlJ.I!.anV L UVI

esa de que se en viaría fuerza al pueblo en que debían


ljuiciarlo .
En e ta situación las cosa , ocurrieron 108 uce o que
y á referir; ucesos que me repugna traer á la ID mo-
a, p ro que relato con cierto plac 1', por ser 1 úl timos
qu , á lo m nos en ta parte de llli narración, he de
'atar del aborrecido Garmendía.
Al declinar de ei rto día, me montó el Tuerto y e di-
. crió á un llanito olitari y campado, pero circuíJo
r tod s lad de maleza. En 1 centro d 1 llano lo
taba agl1anlando uno de lo amigote, y, snc ivmuente
11 ron 11 gan] uno á un , ba ta que e r uni ron cinc.
oté q II n t d s II movimjento guardaban caut la,
ne hablaban bajo y que permanecían con la nariz á lo
1atro viento, e m i recolaran que se le acecha e.
La con r ... ación que entablaron me dió á nt 'nder
le e tI'ataba nada m nos qu rl matar á un tal ven-
tño que, ha ta poco día ante, había ido muy (IOlllpin-
e ] Tu rto. pecto del motivo que babía para
n al' n co a tan gl'a ' I pu do decir que, al tratar
ella, se rel itió m ucho el nombre de una mujer.
n de los miem bl' de a lue} consí torio manife tó
unidamcnte que p día el' pI' ferible una paliza, por 10
uy arríe garlo que era cometer un homicidio; no bien
abó de hablar, cuand Garmendía 10 reprendió brutal-
ente, lo trató de gallina y 10 amenazó. Convínose en
ne tre días de pl.lés se con vidaJ'Ía á A vendaño á jugar
una venta bastante aislada en que otra veces habían
taJo reunidos; y que durante el ju go, uno de 108 de
gavilla, armaría una p ndencia con otro de los mismos;
n e los demás aparentarían tomar parte en el1a; que en
ledio de la trifulca se apagaría la vela y ne entonces
7

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.EL VI

Garmendía (que había de haber tomado rnuy bien s


medidas para no de orientar e n la ob uridad) le a ent
ría á la víctin1a en la cabeza un ganotaz tal e mo 61
bía. dar1 cn la oca ion solemnes.
uando, llegado l día iune to, llevé á cu sta al fac
neroso hasta el lugar en que debía verificar e la tl'ao- dü
me parecía que el cíel y la tierra e taban en bierto COIll
con una niebla negruz a y pesada; lo rUl110r oel vi
to, qu oplaba con ímpetu d aco ~ tumbrado, rn 1 arecÍal
ya rugidos de fiera gigant ca , ya g mid y ay last
meros de moribundo. Y andaba flojament y d mal
gana, y e t me valió tratamient aún llIá crueles qu
los ordinari .
L c" ball s d lo otros band ler ,reunido conmi
mig en la ramada de la casa, parecían tam bí ~n con tern
dos y brec gidos de e pant .
El juego había comenzad , y por largo rat n o se oy
ron más palabra que la qu icmpre se le o.y n á 1
tahur . In pinadam nte 11 gó á la casa un inoi ídu
q ne no era de la. confianza d 1 Tuerto; y in m barg
t m' part en 1 juego. Parecía que la pr ncia d e 't
extraño babía de de ncertar el horr ndo J lan; y a, Í 1
e peré por algnnos mom nt . ¡ Qné engaña 1 taba!
Pronto levantaron la v z dos de lo mal in
e to se empezó á oir todo lo que deberá
demonios armeu las zambra' que má ha'g an retell1bla
lo abismos.
Reinó p r fin un silencio más sinie tro que la escen
que acababa de verificar c. Garmendía alió inmutad
cubierto de sudor, jadeante y tembloro o; montó y partO
mos. Parecía indeci o r pecto del rn Jl1 bo que había d
seguir. Me ató á un árbol, se despojó de lo zamarros

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spl1elas y, á pie, se enC~lm in' sigilosamente al tea-
n ut ntado. Do allí volví' al cub de mucho

e v ía
u a 1110, c id uñuladas; 1 cuchillo
q ne él, c II harta zoz 1>1'a, }¡abí. ya
ID UI)" había apar eid en 1 nel0 y e tu a.
r ntndo. El extraño que e habín. introducid e ncon-
. ba b rido y nluy aq 11 jado y alt l'nati vam nte se q llO-
h :l y cha ba Il1aldiciones y alllenazas contra (xarm ndL
u paní. O'llado . .
El Tu rto andaba tan m hino y tan atarantado qne
e a ordó el atann. trá de la a a s xtendía
pradito, y yo me pus á pa r n él y á hu cal' agua;
, rienda cayeron al snelo y yo metí p r entr ellas una
~ la man Entre lo p rcanc de menor u. ntÍ. ue
ued n acaec 1'1 á un caball , ningun má enfado o
1 é te y nillO'uno más difí il de r mediar; 10 fuerzo
. le y ba ín. pe 1'a librarme de e a incomodidad no tenían
ro ef ct qn el de la timarr e y ro l'tjfi arme más.
ra pací n 10 ora dando a Ito para des m barazarme del
torb de la ri nda, me alejé de la casa, e í n un hoyo
le habían abierto á fin de acar barro para un tejar; ,
mo el fondo era de gr pa pcO'ajo a, y yo n 11 aba 11-
'emente de mis brazo, no pnde salir. La cabeza me

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100 EL lORO

quedaba fuera del- borde y alcancé á oir, aunque indistin


tam nte, gran ruido de voces que de la ca a se levant'
cuando empezaba á rayar el día. Luego reinó profllnd
silencio. Tono acabé nunca de con encerme de que m
era impo ible alir del hoyo, y estuve fatigánd me po
con eguirlo de de que caí hasta la tarde del día iguicnte,
hora en que una muchachuela que andaba past reaJld
unas ov jas me hubo visto y hubo dado á la dueña de l-
ea a 1 a is de que, entre el hoyo, e encontraba un
p bre be tia. La mnjere campe ina son compa i a
con los animales; y a í lo experimenté n e a oca 1
como en otras muchas. Por el momento, no había n 1
ca a ninO'ún varón, y la ventera n p r na, e n ayuda d
su criada, ac nl tió la rupre a de acarme d 1 hoy ,
cosa que ha oía impracticable Ja 'Í.rcun tancia do e tal' y
encab strado. Mu ho habían bregado y muy bañada
e ta an mi b n fact ra en barro y en sudor cuand
advirt.ier n que, mientra DO se me des nredase d 1
ríen a, trabajarían n an Para de mbarazarme, ocu
rrieroD al ingu1ar arbitrio le d Rpojarme de la brida
de la jáquima, e n ]0 que pude trepar á la rilla y v rm
en libertad. P ro el cab stro de la jáquima taba atad
á la illa, y jáquima y brida, enredado, venían arra tran
do y tocándome las patas.
l'Ucia á lo poco que se edu a á los caballo d m
tierra, roncho somo 00 q1tillO 08 y siempre que algúl
bjeto tal como rejo, correa ó bejuco DOS toca las pata.
experimentamos aquella tirantez nervio a qu nos hac
brincar. Yo dí unos pocos brinco, pues DO e taba par
más lozanías, y eché á andar, unas vece á carrera y otra
á trote, pero siempre agitado y excitado con el contuct
de aquellos arreos, y algo también por la novedad de 1

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situación cn que me hallaba, sinti ndo ]a cabeza libre y
de nu a, al mismo ti mpo que entÍa la silla s r lo lo-
mos. Naturalmente t rné el camino más ancbo y ás
trillado, y é te acertó á ser el d 1 pueblo. Mi llegada á
la plaza oca ionó gran bulla y c nmoción: p rece que,
nterada la aut ridade de lo uc os de la piZlllienta
noche se taban ocupando con celo y eficacia en bu ",car
arm ndía, uno de cuyo c lega e taba ya en la cárcel;
yo era nluy conocid corno caba110 del Tuert , y mi pre-
en ia e tu por in iClo d que él e halla1 a en la in-
mediacion d la población; y ha ~ ta nceJi' qu , en
vi ta dIe tado en qu y me pre cnta a f J'marOll
di \'el a onjetura 1n , pn aud d bo a n h ea toma-
r n proporci n e de notí ia. nabla n el pu blo qlli n
egnra e q llC armendía, huy nd á caball por ciert
ender , había caído y se babía quebrad una pi rna.
As guraban tr qu e el ribóll había tratad d atrav-
al' el río por un punt en que era invad abl0· que se
había ahogado y que yo había aUdo á la orina c n m ncho
trabajo: la gr da de que estaba embadurnad ba~ta las
r jas, n d jaba duda ninguna en cuanto á] a ertado
de esta ver iÓll.
ToJo mi cu rpo y todo los ar1' o que llevaba fueron
bj tI) de prolijo examen, y de tod lo que en mí e pud
b erval' e acaron con ocuencias má ó menos descabel1a-

Yo fuí entregado á un vecino á quien el Acalde nom-


ró depo itario, y é te me colocó en un rastrojo en que
o faltaban relieves.
A l otro día me llevaron á la puerta de la ca a munici-
al, y 10 primero que ví n el corredor que daba frente á
a plaza fué la fisonomía de mi buen amo D. e",áreo,

BANCO DE L,-\ REPUB Ll CA


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102 EL Mono
má plácida y risueña que nunca, y en la que ahora e re-
trataban todas la' bienaventuranza. Yo ignoraba que le
tuviese cadfi ; pero p r el júbilo que entí al v rI , caí
en la nenta de que e lo pI' f . aba muy acendrado. Ya
se vé, ahora que lo comparaba con el ex crable Tuerto,
me parecía nn ángel, un arcángel, un serafín. lcald
oyó con benignidad la reclamacione de D. e áre y di -
puso que yo ]e fue e eutr gado, con lo que el paj In
a i / del cab tro y tomó conmigo ,1 camino de llatonue-
o. Do igl s fuer n para mí la do h rH que tnrd.-
m en llegar. on ei n lenrr-ua <Iu tuvi ra, 11 p drí
encare er ba tante 1 aluoroz que inund / todo mi inte-
a ti 1"l'a b ndita y 1lI11 'h má. nUI1-
la ca a, mpar'· la impr Ri II s qu
m del itauan con la un i dad m rtal y la furia que m
habían agitado la última vez lue me habí acercado á e <
pnerta .
. Cesár o llegó poco d pué que mi conductor, e -
tu \' ('ont >mplalld me y pond rando los e trag- s qu
mí había eau ado 1 hab r ervido al Tuerto arrn ndía,
y 1i pu" lo que había el ha r e para cnrarme de las do-
lama de qu debla estar lleno . para hacer d saparecer
las infinita lacra que me afeaban todo 1 ncanijau
cuerpo. M . dió on cariño una palrnetada en el cuello
y en el anca, y mandó que e me 11 vara al potrero de an
Félix.
Al oír esta orden me asaltó un recel : l iría yo á que-
dar s parado de lforgante y de Merengue ~ on a pe-
nosísima duda entré al potrer , y con ella corrí de de 1.
puerta hacia donde alcancé á divi al' un grupo de b tia·
cuando me iba acercando, vi maravillau ,entre ellas u
objeto blanquizco y lustroso que me parecía una esfera

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fe acerc má y relinch , la e fera vuelve hacIa mí una
ab cita que la adornaba, relincha también y m sale al
ncucntro: es Mer ngue, que merc d á la vida r galona
que ha llevado por nI uch meses, ha tomado una forma
pw se asemeja má á la de una e f ra que á cualquiera
tra. 11 rengue me hu le, me palpa, parece como i
Iui iera besarme; nota en mí cierta inquietud; me adi-
iua y eclla á andar ha iénuOlne una s fía como para
ue 10 10'a. Lo sig , y i oh delicia! me efiala á Mor-
ante, que taba oculto tra un morro.
l

i Lo que es la vida 1 Las grandes al O'rÍas on com-


radas i mpl' con O'rand d ,1 res, con d lores i mpre
á ' 1arO' que Ua . p na hay aleO'rÍa pura yc mple-
a que no con ista n la c sación de una pena.

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CAPíTULO X
SUMARIO.-Forzado silencio.-Fastidiome de contar mi' trabajos y
propongo nuevo tcma.-E peculaciones obre la vaqllcría.- i 1
B, tuche.-l\1á.s especulacione .-Gordura y flaeura.- e levanta 1
sesión.-La juventud aspira á instruir c.-El Mohíno tiene la p -
labra.-Preámbulos y requilorios.-Un oyente meno.

EN los primero día de mi resid ncia en el potrero d


San Félix, tuve que reprimir mi apetito de charlar con
mis amigos, porque sobre él prevalecía el de em ball]a
hierba en mi pubre bandullo. M rengue, que, segúr
creo, pasaba dias enteros in comer por DO permitír 1
su pletórica obesidad, me iba acompaí1ando por dondc¡
quiera que yo pacla, me entretenía con su amena chácha."
ra, y me hacía preguntas que yo contest~ba co ligero
movimientos de cabeza. Morgante, que era la rudellci
misma, sólo se me acercaba dos ó tres es cada día
para informarse acerca de mi salud y ra decirme algu
na cosita que pudiera agradarme. I
Cuando, merced á los remedio que D. Cesáreo m
hacía aplicar, al descanso, y, sobre todo, al buen pasto,l
comencé á echar barriga y á mudar pelo, principiaron la
sabrosas pláticas, en las cuales mis dos amigos íntimos
otros de menos confianza que yo había encontrado en Sar
Félix, se impusieron en todos los deplorables suce os qUE
habían enturbiado mi existencia desde que yo había sid
104

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robado. Escuchaban mi relaciones horrorizados y sns-
p n o y tr ID cían di cnrri ndo q ne á ello podía
haberles tocado ó podía t carIe n lo sucsi o su rte tan
negra omo la que á. mí 111 había cabido.
E te t ma de c nver a ión llevaba trazas de no ago-
tar e Ill1nea, pues á ninguno de mi oyentes d jaban de
'urríl"'ele todos los días nuevas pregunta y nne 'o c-
ment rios.
Yo me fa tidié al cabo de tánto r petir y rumiar lo
que má olvidado quisi ra tener; y, para que variú emos
d a unto, expn e la ob erva i' n qu había hecho d qn
1 caballo d uno dc l amigo d arm ndía, c n ser de
1, Z 01' linari f o y r eh ll·h , n ~ 11 "ao, ventaja á los
que con él solíamos andar en xcur ione larga y lab -
riosa, iem pI' que e trata e d mo trar a ilioa 1 vi O'oro-
so e fuerzo, alient infatiO'abl, firm za para tener e en
lo n r r aladiz ., o edi neia perf etí ima á la
rienda rapidez en la carrera y le pr cÍ de los peligros.
- i no e toy engafiado, dijo un alazán tostado, caba-
n muy vleJ y de tanta e peri ncia como Iorgant, e
animal ha sido educado en alguna de aquella antigua y
grande haciendas de undinamarca ó de Boyaeá en que
hay crías de ganado bravo ó ari. co y de yeguas cerreras;
en una palabra, creo que ha ido caba.llo de vaquería.
-¿ Cómo era el caballo? pr gllntó un pajizo que for-
maba. parte de la tertulia. Era, dije, un caballo bayo
mono * careto y tre albo, tan grande como-v:d.
- ' Acabáramos !, repuso el Pajizo. i o e~tá marcado

* Bayo mono. aballo de color amarillo cuido con la crine, la.


cabeza. entera 6 arte do ella, el espinazo, la. bragadura y la~ extremi-
dades, negros 6 muy obscuros.

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en la pierna izquierda c n un fierro que repre enta. algo
como una cale 1'a d ca alJo ~
- í, eñ r; esas ña le c rr<: ponden.
-Ellt6nces lo conozco, y ha ta fui c m pañ ro suy
hace a1gun s año ; recuerdo qu e llamaba 1 E tuch .
Como dice el s ñor C.r ñal6 al lazn.n to tado), e ba ' 0
ID no na 'lO y ir' 6 a1b uno año en la ha ienda de
X, donde e m pI aban siempre m ncha b tia en la va-
quería, y uonde nllnca había llinguna qu , ,. continua-
ro nt ,ó n la oca i ne en que ra m n ·ter, no traba.-
jar, n la yaquería.
T ur alía en feoto p r l· s cualid de qnc le he
atribuíd
or saH:: n tI' 1
P rq 11 ca i t d era n t d a vía m .i r <] n
obre alir ntre otr que no hayan t ni 1
plina.
-En la vaquería continu" 1 Pajizo
los mú culo y toda la facultad
fuerza en 1 1 010 Y n 1 cuatr l' mo
andar p l' U Jos escabrosos y re baladizo
cias desfavorable, como cuand , pi ando 0bre ellos, u-
j ta 6 arra"tra á la arci6n á un animal ind' mit con]
cual 1 andar por fragosidades 6 por ladera de gr da hu-
med cida vi ne á er para "1 cosa de ju 0'0. iente la
aeci'" n de la. rienda tan á menudo y en tal variedad de
oc ion y de actitudes, que aprende á obed cerle como
una máquina b de ce al impul d u m toro El oficio
que de empeña ]0 aco tumbra á correr, éÍo altar, á atro-
p llar lo ob táculo y á arr0 trar los peligro que se 1
pre cntan de improvi O. IIasta u vista se hace má
perspicaz y penetrante.

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-En los Llanos de Ca anare, oh ervó 1Iorgante, vi que
las be tias 11 gan á adquirir en la aquería tanta inteligen-
cia, que el jillete pa ele dejar al ca ano 010 njetán]o la
res qu ba nlazado, mi ntra él e d monta y e ocupa
en otro mene ter.
- íO'anme Vd . ahora, int rvino el Alazán t stado, si
con un caballo doctrinado en la. vaquería, podl'á c mpa-
ra)"e un á quien e ba nseilado úni amente á andul' á
pa moderado, iempre iguiendo un camino má ó me-
no r ct ,trillau y liso, in tcn r u l' v lver in p as
. ces y todas é ta con pan a y COlll idad; in ha r u o
de su fuerzas má que para r i tir el pe o del jinete, ni
lne cor1' r ' altar in 11 oca i n s rarÍ '1ma .Y nun 'a in
prec ucionc y cuidado. 1 pe r qu mielltl'a más
digllo ue timación ea un potro, mád 1 ah 1'1':1 to o
j reicio fuerte ó xtraordinario, y má pronto c ex 1u. i-
valllente uestinad para el rvicio de 11 dueñ ó] tras
pcr ona que no pu en ó n sab n hacer con él otra co a
que dejarlo andar hacia adelante.
- Toes extraño, no con luyó l Pajizo, qu muchos
arup ino prácticos á quiene he oído di curri)' ohre la
mat ría. profesen la opinión de qu , conforme van u bdi-
idiénd e las hacienda antigna, y consignient m nte re-
uci ndose las cría de O'anado y de yeguas y o upando
las raza de animales mansos y de fá il manej el lugar
ne ante ocupaban los cerriles y bravíos, vayan desapare-
-iendo los caballos recomendables por las cualidade , tan
petecida por lo jinete de nuestra tierra, que, egún se
os dice, di tinguían al E tuche.
-Pero las ventajas de la vaquería prorrumpió un rucio
ordifión y apoltronado que no babía llegado á terciar en
a conversación, serán pura nuestros jinetes; que, lo que

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es para nosotros, el sistema que modernamente se ha intro-
ducido es infinitamente pr ferible. uando me aman a-
ron á mí, el principal cuidado d mi dueño no era el d
que yo re ultara capaz de servir bien en cualqui r géner
de trabajo: todo el punto fincaba en que yo me nlantn-
viera iempre gordo; y desde que salí de mano del pica-
dor, tampoco se ha atendido sino á que no me nflaqnezca;
cosa que creo hará que todos los circunstantes envidien 1.
suerte que me ha tocado.
- Te la envidianamo grandísimo remol' n, le dijo 1
Alazán to tado, que lo trataba con mucha llaneza, i no
sintiéram de tinado á pasar una vida mu He y reo-alon.
COIll la d 1 cerdo, y á. DO el'v1r en el mund má t.lll
para cl'iar carne y grasa; pero los caball d raza nobl
no sentimos llamado á fine más altos y participam
del orgullo que in pira al hombre el d o de sohre alir
entre sus emejantes por a]o-o más que por 1 pe o y el
volumen del cuerpo.
- ,á propó ito, int rrumpi' Morgante, he oído á al~
gouno hombre, y yo también he ob ervado, qne lOA ani~
males de tinad á la acti vidad y á la lucha, señaladamente
el hom br , el caballo y el p rr , no están aptos para ej r
cer cumplidamente las funciones á que u naturaleza lo
llama, ni pueden aprovechar todas la fuerza y toda la
facultade de que los ha dotado, cuando están cargados d
carnes y de grasa. He oído también que, por allá en re
gi nes muy remotas, hay uno hombres que se llaman l(
árabes y lo tártaros, para cada uno de Jos cuales el caball
es como una parte de su propio ser; y en cuya vida des
empeña el cabano papel tan importante, que sin él no
podría ni imaginar. Y, dicho sea de paso nosotros de cen
demos de los caballos árabes, y naturalmente, deberno

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participar de su condición. Pues bien, en los países que
habitan esos hombre, nunca se alimenta el caballo má que
lo preciso para no perecer de hambre, y sól por rareza se
e una be tia gorda. Sin embargo, en cuanto á vigor, lige-
l'eza, agilidad y aliento, no hay en nuestra tierra caballos
ue puedan competir con aquellos.
-Eso lo dice Vd., le respondió el amarranado Rucio,
orque Vd. siempre está flaco y no tiene e p ranza de en-
Ol'dar.
De esta sandez nadie hizo caso; y, como ya el palique
e hnbie e prolongado má de lo que á lo e tómago les
m'ecía razon ble, no di persamo , dirigi6n 10 e cuál al
bed ro, cuál á 1 itio en qu blanqu aban] flore del
arr tón y amarilleaban la de la chisacá, * cuál á otr s ya
. pelados y aparentem nte árido en que abían que ha-
ían de hallar pastos m no lozanos pero má JUCTO os.
Día e pu ~, n t rtulia compue ta de 10 mi mos ca-
allo que habíamos platicado br la vaquería, v Ivi' e e
unto á estar sobre el tapete. Tre ó cuatro caballos nue-
, que conocían muy poco mundo confe aron que ellos
así no habían vi to vaqueros funcionando.
- o, dijo uno, estaba cierto día en la plaza de un
ueblo de los de abajo de la abana, y vi que un hombre
ontado y acompañado de dos de á pie, trajo á la plaza,
nlazado, un novillo que debían matar al día siguiente;
1 pueblo se veía desierto; pero no bien se hubo el no-
1110 dejado ver n la plaza, pareció que la tierra brotaba
01' donde quiera mozos y chicuelos, los que en alegres
rupos y metiendo gran bulla, dieron á la soHtaria pobla-
..ión el más animado aspecto. Todos se quitaron las rua-

* Chisacá. Spilanfh1ls rnutisii.

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nas para servirse de el]as como de capas de torear; y to-
do corrían hacia el no illo, pero gua.rdando re petllo. a
di tan cia. ólo dos de ]os concurrentes lo llamaron y lo
ortearon de vera , arl'O trando el p ligI'o de la c rnada
y 1 que parecía mayor, de s r cogido por el rej. En-
tretanto, el que había traído el novillo seguía lIS movi-
miento ; y, al' iouan lo, 1 detenía cuando intcntalJa a-
lir de la pIe za, ó lo arra traba hacia el centro en ndo e
ob tinaba n pcrman ccr arrimado á una pared,] mism
qn cuando hacía ad mán ti met l' e n alguna ti nrla.
o me admiré de que el cahall del vaqu l' tuviera tanta
fuerza c mo ra mene trI ara ont ner al novillo ó par,
hacer! andal' á p . al' 11y .
E ta 1m id la única vez que he vi to función d va-
quería.
-Pue yo prOrrllm} i' tro de 1 s no atos, ni aún o
h vi t y juzg qa alglln de mi compañ '1' e hallan
n 1 mi. Ifl ca que y ; p l' lo ual le qu darfam . muy.
r c n ido á aq uel d 1 cir 'un tante que qni i ra y pt~- '
di ra ha "ernos el favor de oirec rno nna pintura d la
grand funCIones en que na tro congén re lucen u
11abilidad en campo va too
Todos los caballos machuchos e mirar n uno n. otros,
y alguno de ellos carra 1 e' como i, en el acto d ir á ha-
blar, le bnbi e pare id que el hacerl era pr'~uncl n y
petulancia y se huhi ra tragado las palabra y;1, m dio for-
mada.
Tras un ilencio em arazo o, el Alazán t , tado mostró
con ciert ademán di creto un caba1lo ID bino que, en
tiempos para él más pI" per ,había sido morcil1 , y que
para di imular la emoci' n que le cau aba el pre r que e
le había de in dtar á tomar la palabra, estaba con la pierna

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derecha muy e tirada y con el hocico sobre el anca izqui 1'-
da, fillgienllo 1'<1 cal' e c n lo dientes des p rudamente
una arIla que creo no t nía. o sé cuál otr aclaró]
que con aquella eña haMa querido igniticar el Alazán
to tado, y e formó un c Dci rto de in tancía enc:amill:\-
da á recabar d ·l Mohino que C(lDtal'a tod 1 que uI ie"e
r peet de la grandes funeion n que caball y \'aque-
hac n 1 rucua de s u d treza.
- ~ , dijo lllod estam nt 1 Mobin ,me el' ~ ] mú
indigllo de ocupar la at 'nción de e te auuit
eo corre ponder á]a b n vol encia con que
.' bablar, y t ngo nte ndiclo qu pu de hallar
que ign r \ ,"aria " par ti lllal'idade d e ne y · tu, ' al
ant ,gra ia. á mi extl' t a v j ' Z y á h b l' íd la tradi-
ie ne que ficlment e ban 'on servado en la haci nda en
lllc nud. en que pa é ]0 mej r d mi YÍ a.
nimado el fohino p r t da la tertulia á d e. embuchar
in cm pa 110] qu de u b ca e p raba ir, manife tó
nc a te todo, qu rrÍa hae r una de cripei' n par ial el 1
atr de 1 h ho qll , e proponía relatar y qn dcsde
lucg r nUllciaha al aplau. o á que podría par eer acree-
or, pue. t do 10 qu iba á el eir s lo había oído leer á
II primer duefl .
--tn dín, e nr]uyó en qn mi amo d jándome atado
, un ár 1, sent' obre la hi r a en un sitio amení imo
n que d bía hacer una mida camp t1'e e n u famiHa I

con vari amigo. , 1 leyó á é to, la de c1'i peion y los


lato que Vd . van á oir. 1"-0 la e enché at lltÍ ima-
cnt, así no deben maraville r de que]a reproduzca
e un modo ca i textual ni de que me xpliqnc muy por
fino. Ni e raro qne al nna "Z dé mue tra de pl'O-
ligiosa memoria, quien, como yo, teniendo muy pocas

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idea y muy poco en qué pensar, concentra en ocasión de-
terminada to as sus facultad e en un solo pun too
Ruego á los que van á favorecerme con su atenci' n
no pierdan de vi ta que mucha expr sion de que voy á
valerme, que pueden paree r un poco af ctauas n boca
de un caballo, no son mías sino d mi amo.
n potrieo, moro como yo, vivaracho, impaciente y
nervio o, fa tiJiado c 11 1 larg del preámbul v lvió las
anc , e retiró un p co y . . . . en fin, e pll. o á mord r
hierba y al cabo se alejó y no oyó ni una 1 alabra. ¡.Allá
se las haya 1

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GAPfTULO 1
U:l1ARTo.-De cripción que hace el Mohino ue la hacienda en que nació,
ue lo roueo y de otra .runcione~ .-Punto apa,rt .-R In 'ión de T

Morgaut que no me e lícilo r proclucir.-l\1aln. <1i~po ición de mi


Ilnimo.-Ln. natul'aleza gime conmigo.-Empa ho que de 'nZOlln. al
Mohino.-Facto con qu uo pruu 'nte ' caballo lo acan ue él.

-LA hacien la en que nací comenzó el ~1:ohin , es


na. de las de la abaDa e Roer tá. ~ mprende una
arte alta y montuo a, den minada p r la gente de la eo-
arca el 1~ára1n{), y otra 1 arte baja y llana, bañada. por
l río] unza. Pico elevado aCYrio peña cal canadas
rofunda uave recuesto y cimas anch y ca i planas
nbiertas de un cé ped semejante al Je 10 potreros ribe-
ño , diver ifican infinito 1 a pecto de la parte alta. En
19unas explanadas cubiertas de vegetación de un verde
aído y n gruzco, que á partes deja descubierta una tie-
ra negra y por a, de punta el pardusco y tIi te fraile-
, n.* De- lo má .cminent de la sierras de cienden arro-
os de aguas pUl'Í imas que á veces se e conden en la
ondonadas con triste murmullo y salen luego á disfrutar
la luz del ol.
U no de esos arroyos se precipita de unas rooas, cae en
na gran pila natural, y al estrellarse, e desata en gotas

* Frailejón. Eypelelia.
113

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4:

menudas, forma arco-id, II va una como melena de espu


ma y con su estru nd llena la hondonada. Las agua
rebo an y, al seguir su cur"o, pa un por debajo de u
puente cuy pi o iO'ual y cuyo arco ba tanto perfccto ha
rían atribuir al hombre aq uena fábrica, i 1 e carpad
los peña cos que pone en comuni ación permitie e 11 r
11er que en algún tiemlo se había transitad por el ¡ti
e11 que se encuentra.
P r encima de la otras cumbres y dominand
valle, y rgue su cima un cerro qu , p l' U figura c' ni
e apelli 'a el j>an de azú aJ'. Es hermo o v r de d
e ta itna, n maflan de p jada, c' t o 1. nub
d nan II r gÍón y e po II bl' la d planici
nlanu do mar bIaoc encerra o el má. peqll 'u
montaDa levada, é ilimi ad lotr por cl lado d
dente, donde se confund c n el ciclo.
Al declinar 1 día, bre todo cuando una lluvia g n
ral y copio a ha d ja diáfana la atmó fera, se vé d d
]>an de azúcar otro be11 cuadr. En ,u primer
mino e d cubre la abana c n n do ciudade~
pueblos y ca rí u em brado y sus ri a deh a
lagunas y su tortuo o no; en 1 e~llnd término del
dro, la nubes del oni nte; tomano forma .Y c 101' qu
cada vez parecen nuevos y má brillantes se confunden
c n las ierras 1 janas y añaden á las poblacione, á ]0
bo que y á 10 lago verdad ro , ciudad e , elva, piélago
fantá ticos.
Las falda occidentales de la erranía, que en uav
declive vi neo á confundirse con la llanura, e tán em
pl'adizadas; mas la v rde alforn bra que las cu bre, par c
á trechos despedazada, y bordada en ciertos paraje co
labores capricho as. Tal ilu ión producen la vetas d

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CONTINUA LA SESIO.l. 115
casquijo, las sementeras y los tallares que dan á su aspecto
pint re ca variedad.
El ganad que en su mayor parte era bravo, dividido
en hatajos, pacía ó ramoneaba diseminado en el Páramo.
Estaba hecho á tomar sal en los salegares, itios en que
había piedras aparejadas para que las reses lamieran en
ellas la al. Á esto parajes concurría el ganado siempre
que se le llamaba gritándole toy, toy, toy. Estos gritos
llevaban un aire tri te y prolongado, y un ritmo lento, y
los eco de los montes los multiplicaban r pitiéndolos
lne]anc" licam ute. Las vacas apene s lo oían, bramaban
llamando á ]0 be erro, y é tos con las vaca y 1 toros
se reunía.n n el salegar inmediato á su querel ias.
e ordinario se le dejaba re ire rse so egadamente, ó
sólo se le inqnietaba para enlazar alguna vaca vi .ia que
debía bajar e á pa al' su penúltimos días en un potrero
de ceba, ó un s toros que se habían vendido para ,:"U.e
fue en á solemnizar unas fie tas luciendo en ellas su
fiereza.
P ro cuando había llegado el tiempo de l08 rodeo'?, la
cosa terminaba de mny diverso modo.
Lo rodeos eran una función clá ica y solemne que se
celebraba anualmente en las hacienda ' de C1'ía., l' uniendo
tvdo el ganado para herrar y eñalar los terneros que hu-
bieran nacido en el cnr o de los últimos doce me e .
Herrar los animales es aplicarles un hierro candente
que deja marcado en su piel el fierro de la hacienda; y
eñalarl08 es hacerles alguna cortad ura, con la que, Ó se
es cercena cierta parte de las orejas, ó se les hace una
erruga ó col uajo en alguna parte determinada del cuerpo.
Señalado día para los rodeos e congregaban y se aper-
ibían para la solemnidad, no foÓ]O]O vaquero de la ha-

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116 EL MORO

cienda, sino otros muchos que, con invitación ó sin ella,


venían de los lugares circunvecinos.
Reunido un hatajo de ganado en su salegar respecti yO,
era rodeado por un cordón de vaqueros de á pie y de á
caballo, los cuales, después que las re es habían consu-
mido su ración de sal, y á una orden del patrón ó del
mayordomo, las arreaban y las hacían encaminarse hacia
la llanura, á fin de que queda en encerradas n un po-
trero mieutras llegaba el día de la forra.
No es dable ver ni aun imaginar co a de más anima-
ción que la atropellada marcha de aquella turba hetero-
génea, que ya rompía con ímp tu las mal zas má enma-
rañadas, ya trepaba por ri co cabro os haciendo rodar
el pe ri co; ya de ceIldía tumultuo amente á las cañad as,
en donde el estrépito de aquel río animado, la voc ría, el
ladrar de los perro yel bramar del ganado, iban á rennir e
ccn el estruendo de los torrente.
En medio de aquella turbulencia aturdidora, era co-
mún que una res e aprovechara del claro que los acci-
dentes del terreno hacían dejar á los va ue1' s que 1'0-
d aban el hatajo; y dispara e intrépidam nte por entre
breñas y jarales. Entonces varios vaqueros, á todo los
cuales les hacía cosquillas en las manos el rejo de enlazar
ocioso, abandonando sus puestos, emprendían la persecu-
ción de la res fugitiva, sordos á las reconvenciones que á
gritos les dirigían el amo y el mayordomo. Estas defec-
ciones daban lugar mnchas veces á que todo el hatajo
rompiese la fila de vaqueros y se dispersara.
Lo ql1e llevo descrito se repetía en cada uno de los
salegares, y á esto seguía la l'ebu8ca, que tenía por objeto
reducir á viva fnerza, esto es, por medio del rejo de enla-
zar, á las reses que, por ser más ariscas que las demás, no

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117
habían caído en la recogida general. Para tal operación,
digna de ocupar á lo vaquero más afamado, e echaba
mano de los mejores caballos. En e ta y en otras faena
semejantes, no era raro que hubie e que lajear -x- á un toro
furioso y pujante, andando por una torrent ra dc la mu-
cha que rvÍan de trochas, en que el pi o e c mponía de
dos planos inclinados con vergen tes en una línea, y de orui-
nano tan re buladizos como si estuvieran cuoierto de ja-
, n. También ocurría que, para escapar de la acometida
de una re , fuera preci o corr l' p l' nda com la que
acabo de pint l' y por asperezas horrible, teniend muchas
vece que romper malez tupid. a d aber e que un
va uero tillC. ba u h nra n u It, r 1 l'ej , uc diera lo
que sucediera. Yo vi amarrar 8eco á tre pa 0 ]e un
preci picio, sin que el vaquero hiciese ca o de que él y el
toro iban cue ta abaj , ni de que u caballo pi aoa sobre
un gre lal hum decido p l' la II u vía .
- ero e o hombr debían ser uno matl'oce8 t in-
terrumpió no é cuál d los oyentes.
- . JJ.Iatroce? i ué! si yo lo ví llorar como chi-
quillo y temblar como azogado una v z que se vie-
ron en peligro de ser reclutados: la vista de un soldado
ó la d una arma de fuego los ponía á punto de desma-
yar. e.
Repetidas las maniobras de la rebusca cuanto era me-
nester para reducir todo el ganado del Páramo á uno ó
dos potreros, podía dar... e comienzo á las tareas de contar-
lo, de apartar lo becerros que hubieran de ser marcados
con el fierro y seiíalados, y de apartar tam bién los toretes

* Lajea1·. Manejar á caballo una. res por medio del rejo.


t Matroces. Va.lentones desalmados.

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118 EL MORO

y las vacas viejas que habían de quedarse en los potreros


bajos para ser vendidos.
Una apartazón, ~ea de ganado bravo, sea de ganad o
manso, es operación de gran movimiento, en la qne el ca-
ballo aprende más en materia de boca que en ninguna
otra. Un vaquero de á pie hace de portero en la puerta
que comunica do corralejas; el que dirige la operación
va designando los animales que han de entrar á la que
está desocupada; los vaqueros, voleando -K- el rejo ó dando
zurriagazos, tratan de separar y de encaminar á la res ha-
cia la puerta; tal vez se deja dirigir, pero antes que e]la,
llegan otras; 1 portero se esfuerza por espantar á las in-
trusas, abriéndole campo á la que debe entrar, y, si entra,
le da muy ufano un onoro zurriagazo; pero, de cada
veinte casos, en diez y nueve, sucede que el portero, por
alejar e la puerta á los animales que no deben pa ar, aleja
de ella á los que debían hacerlo. A esta dificultad suele
añadirse la de que unos vaqueros arriman á la puerta un
hatajo, al mismo tiempo que otros, por di tint lado, tra-
tan de arrimar otro; los dos hatajo se e nfunden y se al-
borotan y queda perdido much trahajo. En e ta brega,
1 vaquero se para, revuel ve, y aguija al aballo cien vec s
por minuto; 10 hace correr en un espacio de d vara. , y
girar en un redondel del tarnañ de un plato.
Do ó tre bo tezos qne se les soltar n á otros tanto
de lo circunstantes, fueron parte á que el follino in-
terrumpiera su razonamiento.

* Volear. naccr girar al aire la lazada que se hace n la cxtremi-


dad del r jo. E to so practíca, ya para panLar y nrrival' á lo ani-
male , ya para di ponerse á arrojar dicha lazada (vulgo, lazo) á la
cabeza ó pie de un animal.

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CONTlNÚ A LA SESI6N 119
-Temo, dijo después de una breve pausa, haber fasti-
diado á Vds., y por otra parte, creo que será bueno que
tomemos un piscolabis. Ya saben Vds. que yo no puedo
comer sino muy despacio, gracias á los portillos que se
han abierto en mis encía, y lo que hoy he comido no ha
sido lo que reclaman mi flaqueza y mis achaques.
El Pajizo miró al cielo como para ver qué alto esta-
ban el sol, y declaró que era hora de tornar las once, con
lo que, inclinando la cabeza, más para empezar á esco-
jer hierbecitas que para manifestar nuestro asentimiento,
principiamos á esparcirnos por el potrero.
Aquella tarde me sentí triste, y para ver de espantar
la murria, renové las instancias con que en vano había
importunado otras veces á Morgante á fin de que me refi-
riera las campañas en que se había encontrado. E ta vez
condescendió mi amigo, pero exigió de mí formal promesa
de que gnardaría ecreto obre lo que me iba á contar.
Mediante la palabra que empellé de no oltar ninguna
acerca de eJIo, me hizo una interesante relación que siento
no poder repro lucir para entretenimiento y solaz del lec-
tor. Morgant había hecho sus campañas sirviéndole á
un jefe, circunstancia que le había sido favorable para po-
der hacer detenidas ob ervacione sobre la suerte de la'
bestias que en e ta tierra llaman de brigada. Dicha rela-
ción me tu \ ' 0 su pen o, pero cuando hubo conc]uído, noté
que, lej s de di ipar e con ella mi me]ancolla ésta se ba-
bía b eho más negra. Lo que í en aquella oca ión me
hacía temblar con iderando que yo podía alguna vez ser
declarado elemento de guerra, como están expuestos á
serlo todos 10 cabanos paisanos mío, ha ta lo que perte-
necen á ministro diplomáticos. Desde aquel día me do-
minó un horror por la milicia y por la guerra, comparable

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12 EL MORO

únicamente con el que me infundía la idea de vol ver á


caer en la garras del Tuerto Garmendía, horror que, dicho
sea de paso, nunca dejaba de asaltarme y constituía para
mí una verdadera obsesión.
En aquella tarde, era tal n~i abatimiento, que cuando
Morgante se separó de mí, sin dejar yo de exp rilllental'
profunda repugnancia por la soledad, no tuve ánimo para
seguir á mi amigo.
llochecía. El círculo del horizonte se había reducido,
y llatonnev e taha como encerrado en una bóveda for-
mada por nubarrones denso, pardo ó cobrizo, aquellos
á dond alcanzaban algunos reflejos del Poniente; y ne-
gro otro, en donde ya reinabnn las sombras de la n che;
trnenos s rdo se dilataban pavorosamente por aquel e pa-
cio entenebr cido, y parecían amenazas de un mon truo
gigantesco que, al ir acercándose, fuera ensoberbeci ndose
. má , y reforzando sus bramidos. En los intervalos, el si-
lencio parecía más fúnebre que aquellos ruidos estupendos
y medrosos.
i E ta hosquedad de la naturaleza 'ería presagio de des-
venturas? Mi melancolía me inclinaba á pen arl . Pero
qué i no se complace á veces la naturaleza en reir y en
o tentar u alegre pompa en las horas de mayor calami-
dad? i Muchas de las más amarga lágrimas que derra-
man los humanos no brillan á los rayos más puros del sol ~
i Por qué un cielo encapotado no ha de cobijar alguna vez
escenas apacibles y corazones tranquilos ~
Tras una noche que para mí fué larguísi.ma, amaneció
un día nebuloso y frío. Todos 10 caballos del potrero
parecían mustios y taciturnos, y no se dió puntada en
orden á que se continuara la relación del Mohino. Éste,
que había probado el placer de ser escuchado, y que natu-

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CONTIK ÚA LA SESIÓN 121
ralmente deseaba seguir saboreándolo, pero que era mo-
de to y nada petulante, no osaba poner de manifiesto sus
deseos; pero andaba inquieto y se acercaba, ya á un grupo
de caballos, ya á otro; dirigía miradas intelTogadoras; y,
en fin, dejaba adivinar que e taba que no se le cocía el pan
por despotricar 10 que faltaba de su r lato.
Así pasó el día, y durante la noche MOl'gante yel Ala-
zán tostado recorrieron el potrero, y con fino di imulo para
no ir á ofender al Mohino, hicieron entender que al día
siguiente era preci o que todos nos reuniésemos y que in-
, vitá emos al venerable narrador á con ti nuar su relaciones.
Has pueden, me dijer n á Ini, er Ó no el' int re antes;
pero no hay que d jar d airado á nuestro pobre compañe-
ro; y, en fin, e nece ario salir de eso.
Dicho y hecho. 1 otro día, después del desayuno, se
reunió la tertulia, yel M hino, conciliándose nue tra aten-
ción con un exordio que, á no dudarlo, tenía pre ?enido
desde la anteví ra, y sin encubrir la satisfacción que,
IDO autor, no podia dejar de sentir al 1 grar un audito-
rio, pro iguió su razonamiento en los términos que verá el
lector en el capítulo siguiente.

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OAPíTULO XII
SUMARIO.-El Mohíno pro ¡gue y termina u rolación.-Mirada hacia
01 orvenir.- oy llamado al ervicio ac!,h·o.-Do cómo, por una
sentencia el! cau , a civil, e me impu o una grave pena.-La 01 -
dad y la sociabilidad.- ale á la e cena un nue\·o personaje.-Pin-
tura de un tipo.

- TRA una noche que los terneros, y apartados, pa an


respondiendo con ince antes berri o á lo bramidos ma-
ternales, viene una mañana que ca i iempre es clara y
serena, pues para los rodeo e e coge el tiempo n que
In no probabilidad e haya de lluvia y de nublado. En
lugar conveniente, arde una h O'u ra, n la que e tán ca-
len tánoo e los fierros. Los vaqueros forman compañías
de á cuatro, á. fin de que cuando uno enlace un ternero
haya quien ayude á sujetarlo. Regularmente se prohibe
que á la conaleja en tI' n para la herranza vaquer s á
caballo' p 1'0 la prohi idón no l' petada.
mienza la fUDci v n. Cerca d la. boo-uera entre nu-
b de hUI o y d P lvo y oleadas de calor sofocant ; en
medio de una bulla atronadora, mezcla confu a el ' roe-
nes, r O'años, di puta, chi tes de grue o ealibre y b n'idos
pen trante ; entre uua enmarañada red de r jo que Su
cruzan por toda part s yacen cuatro ó soi terneros aga-
rrotad s y sujeto ; un vaquero tien á cada uno a ido oe
la barba; otro tira de la cola hacia atrá si el ternero es pe-
122

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UN NUEVO TIPO 123
J
ueño, ó metiéndola por entre las piernas y sacándola por
n lado, la mantiene sobre el ijar. Otros dos, con sendos
ejos, sujetan las patas traseras y las delanteras.
El hierro viene de la hoguera y pasa á manos del pa-
trón; si al aplicarlo éste sobre la parte del animal, que
deba ser mal'cada se levanta instantáneamente una nnbe
de humo espesa y blanca, la operación queda bien ejecu-
tada, y es breve, pues no se da tiempo al becerro de pata-
lear y sacudirse; si sale poco humo, y éste es obscuro, lleva
u regaño el peón encargado de calentar los fierros; el ani-
al pugna por soltarse, y sus movimientos, comunicados
al fierro, ponen al que lo maneja en la necesidad de apli-
carlo má de una vez; y como es muy raro que acierte á
01 ver á colocarlo en donde lo aplicó la primera, el ternero
queda mal herrado.
Lts vaqueros que lo tienen, impacientes por ir á enla-
zar otro, llaman á gritos y con installcias al que ha de ha-
, erle la señal y al que ha de echarle un poco de sal en la
oca, aga ajo con que se consuela al maltratado becerrillo.
Cada ternero es traído al itio en que debe sufrir las
peraciones descritas, enlazado con uno ó c n muchos re-
jos; él Y los que ]0 traen penetran sin ceremonia y sin
iramiento por entre cualquier grupo qne se halle cerea
de la hogn fa; el t roero y el r jo hacen venir á tierra á
las per onas con quiene topan; á la sazón se están levan-
tando, ya despachados, dos ó tre terneros que, ciegos de
dolor y de coraje, cierran con qnien pueden; quién rueda
n el polvo; quién cae sobre la hoguera; quién hace una
nerte; quién sale arrastrando enredado en un pegnjón de
rejos llevado por un becerro que se levantó sin que lo hu-
bieran soltado bien; quién, finalmente, habiendo traído
n becerro á la aroión en un caballo cosquilloso, propor-

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124 EL MORO

ciona á los concurrentes, si los rejos le tocan las patas al


bruto, el espectáculo adicional de una b1~in()ada. Parece
que en Hquel1ío, en aquel laberinto indescriptible, debe-
rían verse accidentes horrorosos, piernas y brazos rotos, y
hasta de a trosas muertes; pero yo nunca he ~isto que en
rodeos sobrevenga de mán alguno.
Lo que sí dejaban los rodeos era copioso asunto de
con versaci6n : cada uno de los que habían tomado parte
en e110s refería sus proezas y sn percances, empleando
hipérboles, 6 algo más que hipérbole, con la profusión
con que, según antigua fama, suelen los cazadores contar
los uyos. Y era lo Lueno que nadie prestaba atención al
relato de aventuras ajenas, porque nadie hacía otra cosa
que acechar la ocasi6n de em pezar el de las propias.
El rodeo de yeguas era en mucho semejante al del ga-
nado vacuno. 1)ara recoger las que pacían en el Páramo,
se corría mucho, y era preciso apo 'tal' vaqueros en ciertos
sitios para atajarlas y hacerlas tomar las veredas que con-
ducen á los terrenos bajos. El día de herrar las crías, se
atu",aba por un parejo á las mismas y á sus señoras ma-
dres; no quedaba alma viviente (si es que las yeguas y los
potros son almas viviente) con crin en el pe. cuezo ni con
cerda en el rabo. Como los animale de n ne tra e pecie
on, cuando no están domados, mucho má arrebatado é
impetuo os que la rese vacunas, la función era, si no más
animada, mucho más peligrosa que la de la herranza de
terneros. Lo era obre todo para las yegua, de las cuales
siempre salían averiadas tres ó cuatro; y años hubo en
que algunas sufrieron la avería que para ellas debía ser la
postrera.
En otras haciendas de la Sabana los rodeos sólo se di-
ferenciaban de los que he procurado describir, en que el

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UN ~UE

ganado se recogía batiendo el monte, lo -mismo que lo


baten lo cazad res para acorralar la bestia que perignen.
Aquí terminó la relación del Mohino. Los q ne se la
habían pedido le dieron las gracias por la condescendencia
de que había usado, y algunos de los oyentes le dirigieron
las má lisonjer s alabanzas por la manera COlDO había
hecho su narración. Yo noté q ne alguno de los q ne con
má calor se las había dirigido, la cen uró acremente de -
pué que nos hubimos dispersado, asegurando que había
estado pe ada y muy poco interesante. Así es el mundo.
Ya bacía algunos me es que yo estaba á cuerpo de rey
n el potrero, y había recobrado mi vigor y mis carn s.
~1i piel parecía satinada y mi color habla cambiado nota-
blemente: sobre un fondo blanco de plata, se me habían
formado rued de pelo negro, desvanecidas en los bordes.
o era entonces lo que creo q oe se llama un rucio rodado.
Al sentil'me rejüvenecido, comencé no sé i á e peral'
, á temer una mudanza en mi situación. Mi porvenir ra
bscur : i Me re crvaría D. Oe áreo por fin para u el' i-
cío, ó me vendería? ¿ E taría yo egu!' de no volv r á
aer en la garras del infernal armendía, que, repután-
ome suyo, n d jaría de hacer e fuerz s por l' c brarme,
i lograba como tI' v ce dejar burlada la J u tlela ~
ierto dí, fuÍ coO'ido y llevad á. la ea a en donde e
le en illó con 1 arreos del amo. É ~ t ante de m ntar
me hizo pasear por el mayordomo diciend que aunque
era man o, como había desean ado tánto podía hacer
aZgo. No puedo ocultar que e. to me ofendió much : yo
ra demasiau noble para no sentir que mi amo d scon-
fiase de mí. N o obstante, después que él me hubo monta-
do, me conduje de manera que él no se cansó de elogiarme.
o necesito decit: que el rabeo estuvo en todo su ang , ni

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.l!;L .M.Vl\U

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~-----------------~~~urO-II-~~~------'-

Acostumbrado, como yo lo e -taba, á la dulzura de


un trato íntilll y franco c n un amigo tan sen ato y dis-
creto como MOl'gante y con otro tan amen y afectuotiO
como M rengue, entí al verme separado de 110 todas las
amargnra d la oledad.
Lo hombre ignoran aca o, pero deberían haber ob er-
vado, que el caballo necesita de ociedad lo mi mo que
ellos.
uando un Cc:1.ballo e tá solo n un p trero, se olvida
de comer por andar recorriendo la orilla de la cerca ya
para ver de dar con alguna salida á fin de ir á buscar
om pañÍa, ya para l gir un punt de d d nde pu da
ot al' 1 s callll vecill y columbrar á al uno de us
em jante . 'om sabe q oe todoo e tos participan de
u ciauilidad, relincha á menud e p rundo que baya
alguno qu ati noa á Sil llamamient. Y si donde e~hí B
n una caballeriza 6 ramada, y i habién] ellcontrado
allí con otr baIlo viene á quedar e l , inquieta
e agita, tira el cab tr que 1 nj ta, ncabl'ita y
cal'ba con i IIlpa iencic. La u rt le del ~ r tal v z un
mpañ ro de u p el ,y nt nce lo r ibe ~ n alO'un B
le aq nello l' Hn 'b08 trémulo 01' ves y rcc gido 11
¡'m ~ 1 aball 1 cariñ y la ati-

p ha tado r uní] e n tI'


mÍn
d

al' n e en ningún caso indif rente la


om añÍa con otra be -tia. "e n caballo f go ~ mal do-
ad y cspantadiz , Heva con o i g á u jinete cuando
a al lado de otrc be tia, 6 detrá d ella.

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12
y á tal grado llega. la sociabilidad del caballo, que
lo confieso con rubor) admite gusto o, y tal vez bu ca, ]
compañía del asno y (lo que c n más ru b r confieso),
falta de otra, hasta la de la mula.
En cierta ocasión, vi perecer entre crueles agonías
un caballo, víctima de u adhe ión á otro cuyo pesehr
era. contiguo al que él ocupaba. Lle\'áron e á e te otr
y aquél, que e taba atado á una viga del techo, empezó
agitarse violentamente. La verja de la entrada era alta
estaba formada de balan tr s 1 untiagudos. El caball
quiso saltarla, y detenido por el cabestro en medio de
salto, fué recibido por las puntas de los balaustre, la qn
se le intl'Odujeron en la parte inferior del vientre. L
sacudimientos del infeliz y el peso de su cu rpo, que ten
día á d scolgar e hacia atrás, hicieron que aquello in tru
mento de su martirio, fuesen p netnlndole hacia el p
eho. desgarrándole todas las entrañas.
El vínculo que á mí me ligaba con ~Iorgante y c r
Merengue no era simplementc la instintiva. simpatía qU(
nace de la convivencia; era aquel sentimiento que 1
hombre llaman ami tad, y que, entre 11 ,al decir ti
ellos mi m6 , es tan raras vec s pura y duradera.
Desde que se hiz frecuente el que me montas n mi
amos, tuve roce casi diario c n Emigdio, muchacho
un trece años, á qni n 10 rú. tiC' , uprintl ndo 11na
que le par cía redundante y ., ' ti ca, llame ban Enl'idio,
y como ólo a í se le llamaba a í lo llamaré yo también.
Entre mis memorias aO'radablo, o 'oña1a tanto la qn
bago de aquel muchacho, á qlúen tomé m1lcha 1 y q u
no puedo dejar de decir algo acerca de él.
Los hombros no se can an do repetir que para ell s TI
hay en este mundo felicidad cumplida· por y sé de v~

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U~ NUEVO TIPO 129
·os que, á lo menos por algunos afios, gozan de la vida
on plena frlución. Esto son los muchachos (vulgo, cIli-
os) de Jas haciendas de la Sabana de Bogotá que están
estinados á ervir directamente á las pers nas de lo pa-
trones, in formar parte de la ser idumbre domé tica pro-
iamente dicha, y teniendo por arma suya la caballería,
omo diríamos i se tratara de militares.
Las convicciones que en orden á esto ad luid rozándo-
e con Emidio, se han robustecido mediante 10 que p -
ré Hamar nli trato con otros mil arrapiezos de la propia
alea, de toda la cual se formará el lector idea cabal i lo-
ro retratar á Emidio.
Emidio dormía en la vivienda de sus padres, rancho
ue no di taba. do tiros de fusil de la. casa de D. Ce",áreo.
lmorzaba y comía en é ta ó en la paterna, ó n una ven-
ta, s gún la naturaleza de las ocupaciones del día; y era
)' cuentl imo que comi ra ó almorzara, en uno mismo, en
,oda tres part . En la faltri lleras jamás le faltaba
na pr vi i' n d pan y panela, que allí repo aba en amor
compaña con un bolsillo (vulgo porta'lnMl edas) de bo-
nil1ado' con la cacha d una navaja que había perdi-
"lo la cuchillas; y con otros cachivach de menor uti-
lidad.
E taban d tinada. á u s rVlcl Ó eran de su 171a,
oda la be. tia de ínfima at goría esto eR toda la. qt e,
01' u vejez Ó p r alguno ajes incllrabl se hallaban
inutilizade para el Rervicio de 1 patrone y aún ara
1 de lo va nero. Per entre tale be tia había algu-
as que con ervaban el brío y los buenos pa o , cualida-
es que lu 'ían en prove -ho de Emidio, el cnal hacia en
llas us bizarría, coro pudi 1'a el jinete má galán. Á
e le daban dos pit de que n caballería se le can-
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130 EL MORO

sara, ó se le cayera, ó le renglleara un poco. Casi tod


sus quehaceres eran de los que se despachan á caball
de suerte que disfrutaba ilimitadamente del placer
montar, que, de todos los imaginable, es el primero par
los m uchachos de la Sabana de B gotá.
Emidio recogía muy temprano las vacas que debían or
deñar e, é iba luego á eelwr la recogida de los cabano •
cogía y ensillaba el que hubiera de montar 1 patrón, fr •
. cuentemente remudaba el suyo, y basta la hora en qn
encerraba los becerros de la vacaa de leche, se ocupa b
en hacer] s mandado al amo y al ama, mandados entre
los cuales n nnca faltaba el de ir por el pan á la ,'enta d
la comarca en que mejor 10 ama aban. Allí recibía su
adehala (vulgo, ñapa).
En las funcione de vaqu tÍa, mangoneaba como
mejor; en ella y en 1 de empeñ de sus funciones 01'·
dinarias, iba haciéndo e con umado enlazador y vaquer ,
así corno, en oca ion \ que á menudo e presentaban
aprendía á tener e en una brincada. Sus triunfos com
jinete y como vaquero, que para él y para la gcnte de su
fera, ran 1 colmo d la gloria terr na1, d jaban má
satí fecha. su naciente ambici' n, qu pud iera quedar la el
un eonqui tador el día de su entrada en la capital del im
perio subyugado.
i alguna vez pudi ra la alegrfa ser enf rmedad y
diría que Emidio pade Ía de aleo-rla, como un hip con-
drÍaco padece de In lancoJía. Á veces, yen]o á caball ,
echaba á correr á rienda suelta y dejaba escapar p nc-
trantes grito á fin de d ahogar el júbilo quc 10 inunda-
ba. Otras veces iba ilbando y cantando encarnizada-
Iuente y con el desentono propio de los sabaneros.
Era mestizo de indio y blanco; y llevaba en la cara y

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UN NUEVO TIP O 131
n las manos los matices caract rí ticos de las dos castas;
a frente, iempre protegida por el sombrero, era mucho
más clara que el r to del emblante. Era feo, y sin em-
bargo su fisonomía lo hacía amable á cuantos lo trataban .
Sus arreos de montar eran los de desecho que había
."n ]a hacienda, y siern pre se veían cbafallados á fuerza
:le añadiduras y costuras hechas con cabuyas * 6 con co-
rreitas de cuero crudo.
En su traje de entre semana, no había á veces una
; la pieza que él mismo bu biera estrenado. Para]a octa-
a t de la parroquia 6 para alguna otra solemne ocasión,
ataviaba, mediante los esfuerzos combinado de la ma-
:ire, de la patrona yaun de él mismo, con camisa limpia y
i m brero, ruana, pantalones y alpargatas nueva , y es de
lvertil' que lo flamante pantalones de manta,:t: siendo
3iempre dema iado largos para sus pierna, estaban arre-
mangado , del pr pío mod qne los descchado por D .
("e ál'e que v nÍan á ser de su uso. En tales dí de
ala, contrastaban la piezas nuevas de su traje, y obre
t do la limpia camisa, c:on ]a cara y las ruan chafarrina-
, a ; pues lo que era para lavarse, no bahía fe tividad
ne 1 pareciera bastante solemne.
E te uadro d la dichosa vida de El1lidio tenía su
mbra. i C6mo no ha ía de tenerla? nand cometía
na. tunantada i la e a II O'aba inmediatc mente á eono-
~imieTlto d' n patrón ó de us padr ', llevaba una tanda

.,.. Ualmyas. eu rdns d fiqu e.


t .Antonom(t ·tiC'amentc , <l t~ el nombro de octat'a á la d el orpu,,-
hristi; yesto nnque u celebración e tran 'fiera ti cualquier día del
ilo.
t )llanta. T ,la de algod ón qlle . fubrica en ulguno~ lugares del
orle de olombia y que la. g e nte de campo u a para vestirse.

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132 EL MORO

de azotes que le hacía poner los chillidos en el cielo; pe


así como las tinieblas on 10 que hace apreciar lo que val
la luz, esos sinsabores le hacían saborear má á Emidio 1
dulzuras de la existencia. Yo no habría aprendido á r
godearme con los bienes de descansar en UD bnen potrer
de comunicarme con mis amigo, de verme bien trata
por mi amos y de lucir con orgullo mis prendas, i la a ~
versidad, encarnada para mí en Geroncio y en Garmendía~
no file hubiera ofrecido un término de comparación.
Por ba tante timnpo fué Emidio quien me cogió, nl
almohaceó, me peinó, me en illó y me desensilló; á 1
mano eos consiguientes á estas operacione, él añadí
otros que yo int rpretaba como caricia, y ademá me ha
bIaba mucho y con nlucho carillo, con lo que vine á c
brárselo tan entrañable, que no llevaba á mal el que III
monta e en pelo, como lo hacía para traerme y llevarIn
siempre que e creía seguro de no el' observado por ho
bre nacido.
Hago sefíalada mención de esta última circunstanci
porque siempre me ha indignado y me ha hecho entirm
n vilecido el que otr s muchacho ' peon bayan cm.
tido 1 abu o de cabalgar en pelo sobre mí, fraudul nta
clandestinamente.

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CAPíTULO XIII
Ul\IARIO.-Anuncios de mi enajenación.-Con,iértome en caballo
urbano.-l\1i primera impresiones.-La pe rcra .-Pa eos te-
rapéutico .-Revolcal e es una nece idad.-Viua euentaria.-
ómo algo de la inacción.-Lo caro que costó una lecci6n sobre
el modo do atar una be tia.

CONSTERNA.DO y abatido quedó mi amo con la pérdida


el pleito: no creo que hubiera podido quedarlo en su-
erior grado si toda sn fortuna se hu bies deshecho y si
a miseria y el hambre hubieran tocado á n pu rtas.
odo lo de ID bolos que antes del de calabro acostum-
raba hac r, le parecían tan de pdmera nec ida como
10 indisp n able para la subsistencia; hasta el que con-
í tía en colocar productivamente la parte de u r nta que
le cuando en cuan.do de tinaba, por no ten r otra co a
eor que hacer con ella, á acrecer su capital.
e ,a a de lamentar e y repetía que]e l'U f rzo-
o d pr nd r e de mucha de su co a , aun de las que
ás quería; ntre estas últimas ibamos c ntad u ca-
, allo, y le í decir que, si lograra deshacers de mí por·
que puuiera valer sin el defecto del colo, haría el sa-
rUido de venderme.
omo fueron muchas las personas que le oyeron tales
specie, éstas 11 garon á oídos de otra que daban
133

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134 EL MORO

comprar caballo, lo que explica el suceso que voy á


ferir.
Oierto dla festivo llegó á la hacienda un cabalIer
que al punto supe se llamaba el Señor Ávila y era c
rnerciante de Bogotá, el cual iba á proponer á D. Oe
reo que le vendiera un caballo bueno y muy manso. R
n.rióle que la vida sedentaria que llevaba en el almacé !

había quebrantado su salud, por 10 cual los médicos l '


habían aconsejado que diariamente hiciese ejercicio á ca'
baIlo. Expuso que él era ignorantisimo en materia d~
caballos y que, así, se atendría ciegamente al juicio dC:i
D. Oesáreo en orden á la elección del que había de toma~
y al precio que hubiera de pagar por é1.
Yo admiré la ingenuidad con que el mercader confe {
su fa1ta de conocimientos hípicos.
Puedo decir que él es el único hombre de cuanto bE;
conocido que. ha hecho semeja.nte confesión, aunque h i

conocido innumerables que no han puesto para adquirit


tales conocimientos, otro medio que el de montar una qu
otra vez en caballos man os y doctrinado .
Dados los antecedentes del negocio, era imposible qUE'
el Señor Ávila y mi amo no se aviniesen; y he aquí qu
al dla siguiente al de la negociación, era yo propiedad de
Señor Ávi1a. y estaba instalado en una pesebrera de la
capital.
entíame yo ese día tan aturdido, que no pued de I

flnir la emoción que dominaba entre las qne c nfllsa I


mente me poseían. Me halagaba verme en situa ión ta
nueva para mí, situación qne me pareela má elevada
honrosa que la de un caballo de hacienda. Yo era aú
joven, y en la juventud siempre seduce la novedad.
venía además una idea vaga de que, en la ciudad y baj

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AMU l\U.ti U 135
el dominio de un sujeto acaudalado y respetable, estaba
yo más asegurado contra cualquier tentati va del Tuerto
Garmendía. .
Pero por otra parte, el vel'lne encerrado entre paredes
y pisando empedrado, yo que estaba habituado á enseño-
rearme con la vista de todo el horjzonte; á reputar mío
un espacio amplio y abierto alrededor del sitio que ocu-
para; á respirar el aire libre, puro y em balsamado de las
praderas; y á recrearme en compañía de amigos ó de
emejantes míos, su piraba por la vida que, tal vez para
iempre, había dejado.
No podía perdonarle á D. Oesáreo el que, dando mues-
tras de insensibilidad, me hubiera, por decirlo así, echado
de su ca a, por conseguir en cambio unas monedas. En-
tonces más que nunca, me sentí maravillado de que los
hombres estimen tánto el dinero, cuya utilidad no poc1e-
mo comprender los animales; y entonces n1lás que nunca
ponderé la ventaja que ] s 11e amos á los hombres no
viéndonos agitados, atormentados y divididos por el an-
helo de la riqueza.
Sin embargo de e to, yo gemía en mi interior acordán-
dome de mi antiguo amo,'y mncho má de la eñora Doña
Macaria, que había llorado á lágrima viva al verme salir
de Raton uevo. Á Emidio y á otras per onas de la ha-
cienda, a í COlno á vari s de mis compañeros, les consa-
gré también muchos suspiros.
Las pesebreras en que fuÍ colocado no eran de las me-
jores. Su dueño afectaba creer que lo mejor para que
la b stias se mantengan gordos es el método y la sobrie-
dad: sólo á horas determinada se llenaban las pesebre-
ra , aunque á otras aquejase el hambre á los parroquianos;
y digo mal cuando digo que se llenaban, pues nunca las

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vi llenas. La escasa hierba fresca y sabro a que se n
daba iba revuelta con paja ó tamo de trigo, alimento
que los caballo de la abana somos muy poco aficionado
Lo escaso del crédito de que gozaba el establecimient
hacía que ninguna bestia permaneciera en él por much
tiempo, de que resultó que, mientras estuve aHí, no tuvie
ra sino relaciones pasajera con algunos caballos. Par
colmo de males, faltaba el aseo, y los malos olores y lo
mosquitos me atormentaban.
Mi nuevo amo principi' con mucho fervor á poner en
práctica el con ejo de 1 s facultativo. Todas las maña-
na , lloviera ó tronara, era yo llevado á la ca a por el mu-
chacho que cn ella servía, que se Hamaba Juan Luí, uno
de los marrulleros má in ignc que he con cido, per aun
más simpático y de pabilado que marrullero.
Del primer pa eo que dió el Señor Á Ha qu el' tan
hechizado, que al apear ~ e dijo á su mujcr qne nunca ha-
bía. de dejar pasar un día sin salir á caballo· que, mm·ce
á e te paseo y al viaje quc babía hecho á llatonue o, e
sentía vigorizado; que tenía muy buena gana de almorzar;
que no c lnprendía cómo tantas per ODas que pneiJen dar
tales pa cos se priven de ello ; y, ·finalment , que era
pr ·i o nviar algún rcO'alo á D. Cesáreo, pue no]e qu -
daba duda d que s'l á la benev 1 ncia y ob equio ida
de a IU 1 eIl sujet d bía el hab r e becho p r un pr -
cio, r 'lativamente mod ra í im con un caballo qn, n
concepto uy , era el cúmulo d la perfeccione qne pue-
den adornar tÍ. un individuo de u e pecie.
E t 1 gi ,lejo de halagarme, me avergonzó: pen é '
en el condenado coleo, y al acordarme d '1 c Ieé, com
había colead cien mil veces sin que mi amo se percatara
de ello ó de que él colear era un feo vicio.

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A

Al otro día el paseo fué má temprano, y más tempra-


o aún al siguiente: tal era el entu, ia m con que el
ñor '" vila había tomado el métod curativo que se le
abía prescrito. (J nos día salíamos por la vía del Norte
a ta Ohapinero ó más adelante; otros días por la de
ccidente, ha ta Fontibón; otros por la de Soacha ó la
e Yoma a; y aun hubo día que trepamos por 1 camino
baqne.
Á lllí me agradaban los paseos, y me habrlan aprove-
hado, si el alimento que se me daba hubiera ido abun-
ante: el trabajo de una ó dos horas diaria e excelente
ara un caballo qne come lo que necesita c mel'. Pero,
]a verdad sea dicha, com '0 comía mucho meno, empe-
zó á cargarme la puntualidad e n que mi amo se aplicaba
II remedí ; y, á ojo vistas, empecé á de m drarme.
E . to últilno fné ob ervado por cierto amigo del eñor
\vila, má in truíd ,que él en cuant á caballos; yacon-
ejó que e me tra lada e á otra pe ebrera de m jor re-
utación que aquellas de que yo era hué ped cn la actuali-
'lel. El con cj fné egllido, y no puedo negar que mi
itlladóp m joró consid rablemellte. Entro otra vent-
ja de qu emp cé á gozar en mi nue o alojamient , mc-
ece particular menci ~ n la de qne los vecinos que me
tocó tener en los pe ebre inm diato al mí , ql1 . eran ca-
all 'muy tratabl ., perman ei ron allí por nlUcho tiem-
o y c n igui ntemente pude trabar ami tad y platicar
largamente eon ello.
Tal \" z cau ará e trañ .za al lector, si n c cahallo
aber que entre las incomodidades que en la pesebrera
le hacían n. pirar má por mi vida de campcsino,
no ocupaba ínfimo 1uO'ar la impo ibilidad ele revolcarme
después d 1 trabajo. o sabré explicarlo ni habrá acaso

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138 EL MORO

qUien 10 explique, pero es ]0 cierto que el revolcarse


fin de una jornada ó de cualquiera otra tarea produce l
descanso, un deleite y bienestar indecibles. Parece qu
se aflojan los músculos que han tra ajado y que entran e
ejercicio los que habían estado ociosos. Por otra part
el restregarse los lomos contra el suelo sustituye á la i
presión desagradable que ha dejado el contacto con 1
silla y que el udor hace más mole ta, con otra tan del
liciosa como la que experimenta todo el que siente coms
zón y se rasca á su gusto. Á muchos hombres les he oíde
decir que al sentir gran cansancio nos han tenido en vidia
á los que solemos revolcarnos, y aun nos han imitado.
Una mañana no fué por mí Juan Luie, y á la siguiente
tampoco. Supe que de esta omisióll del paseo tenJa la,
cuI pa un catarro de mi runo. Días después, nueva omi·
sión: era que había trasnochado en un espectáculo y no
se había podido levantar temprano. Otra vez fué el mal
tiempo y otra el correo 10 que no permitió montar á mi
dueño. Llegó día en que dejó de salir porque le dió pe·
reza; y otro, y otro, y tro sucedió lo mismo. Los dJa
en qne no había pa eo llegaron á ser más frecuentes qu
aquello en que ]0 llabía. En fin, á los dos ó tres m esea
de haber comenzado á hacerlos, mi amo 110 yolvió á salb'
á caballo.
-E ta es, le decía su médico al ñor Ávila, ]a hi tori.
de todo los enfermos á quienes se 1 l' cribe el pas o á pi
ó á caballo: al prin ipio, mucho fer 01' y mucha puntuali-
dad; luego se empieza á hacer demasiado caso de los es-
torbos que se presentan y aun á verlos venir con agrado'
entran la pereza y el aburrimiento, y al cabo prevalecen
los hábitos antiguo.
-V d. tiene razón, l' plicaba el Señor Á vila; pero no

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AMO NUEVO 139
uede negarEe que hacer todo los días un viaje largo ó
orto in ir á otra co a que á vol er, agotaría la paciencia
e un anto; y todo el mundo ha experimentado que lo
ue se hace y se repite por obligación, aunque sea en sí
osa placentera y sabro a, viene á producir ha tío y fas ti-
io invencible.
Pero el Señor Á vila, abrigando uno dc sos propósi-
os que nunca se cumplen, aguardaua halla e alguna vez
n d' p) ición de contüluar haciendo ejercicio á caballo,
quería cons rvarme en u poder. Entre tanto y me
a tidíaba ub rallanlente y exp rimen taba 11 mi cuerpo
o abominables efectos do la inacción. l~l dueño y el
dmíni trador de las p ebreras iO'noraban que á un ea-
allo que no se monta hay que dejarlo 'ada día por algu-
a ó alguna horas en libertad de llacer ejercicio. Mila-
ro fné que á mí no me hubieran acometido las mi mas
olen ia que aqll jaban á mi amo, que eran eí cto de la
ida seu 'ntaría y que habían dado oca ión á que él me
omprara.
En muoha s mana, ól una vez Se lí del í rzado re-
o o, y esto fné del mod <Iu voy á XlIi aro Juan
uis e pirraba poI' montarm. En lo días n que el
oñor Ávila oaualgaba, 'mo sacaba lo la pesebrera ó de la
casa lle\áncl ID del die tro y apenas dohla la ulla c qui-
na e d tenía para encaramár eme. Las primera veces
que 10 intent' yo lne ponÍ< á aquella truhanada y me
r huía do man ra que, haciend centr en mi cal> za d ,-
ribía 'írcnl s on el anca. Pel'o la be tia, que ha sido
hecha para vivir 'ujeta á 10 hombres, tarde' t >mprano
es upeditada por la porfía c n que cllalql1i ra de elJo~,
sea grande ó pequeño, p dero o y forzado ó d valido
yencl nque, trata de acostumbrarla á hacer algo que le
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E MORO

repugne. Juan Luis me habituó al cabo á dejarme mo


tar, y con ello se granjeó alabanza de los amos, por 1
ligereza con que desempeñaba el oficio de traerme á 1
ca a. La holganza en que yo me encontraba cuando h
bieron ce ado los paseos, era para Juan Luis tan enojo
como para mí mismo: si él hnbiera sido el enfermo, s
guro e tá que las higiénicas excursiones se hubieran int&1
rrumpido.
Apretado al fin por la gana de montar, concibió y
llevó á cabo un atrevido proyecto. En la tarde de cierto
día de fiesta, pidió licencia á la eñora de ]a casa y la o
tu o de eUa para ir á ver á una hermana suya que estaba¡
muy mala en el IIospital. Para]a gente de la cla e do
Jnan Lui , nadie está malo: el que no está sano está 1')2Uy
malo.
Dirigió e á la pesebrcras y me pidió en nombre del
cñ r Á vila. acóme, eehóme jetera * con cl lazo qn
ser 'ía de cabe tr ,cabalgó y emprendió una excur ión
p r los ah dedores de la ciudad, hu. endo de los siti e
que le pare ía d b rse temer 1 peligro de ser visto por
per nas c nocidas del eñor Á vila. Por lo lados del
ur y del riente, rec rrimos aquello arrahale en que
abundan 1 tejar y n que la tierra, n lugar de
prouucir fr ca, aromáticas y 1 zunas plantas que ale ren
la vi. ta con ns flor s y que con 11 semillas f cunu n el
su·] que le da vida, no producen má que barro. ¡Qué
tri te me pareció el a pecto de e os lugar ! En eIl
e tá la tierra como de olIada y llena de herida, y parece
que de allí huye la ,ida.
* Jcfera. Lazada hecha con
be tia y lo cubre el barboquejo.
5;ervir de rienda.

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AMO NUEVO 141
El higiénico paseo le excitó á Juan Luis el apetito y
e detuvo á la puerta de una venta de las del
arrio de Las Oruce , en la que había gran concurrencia
un jaleo infernal. Me ató á una columna dejando el
abestro tan largo que rozaba el piso, y echando un mal
ndo. Mientras él se refocilaba en la tienda, varios mo-
os maleantes que, ya más que refocilado , se baIlaban á
a puerta, me espantaron y me hicieron dar una vuelta,
on lo que el cabe tro se me enredó en las pata. obre-
xcitado por 1 s c s :¡uilla que me hacía el lazo y por la
ambra que armaron aquello tuno, me encabrité, salté,
. é del lazo y, al tirar, apreté la manea que ya me ligaba
s brazos; me agité y sacu<.lí de ap deramente, Lasta
ue caí con vi lencia. Juan Luis, lleno de afán y de es-
anto, pugnaba por J satarme, pero ni 61n1 nadie babrÍa
ido capaz de de hacer el perver o nudo. Ya, atraídos
or la bulla, habían salido y me rodeaban todo 10 parro-
uianos de la venta, y uno de en acó su cnehillo y cor-
, el lazo. Yo me levanté magullado y atnrdido y, iem-
re aguijado 1 r el trozo de cabe tro que había quedado
que lne tocaba la ' p' ta , c rrÍ in aber á <.l'no '. Va-
ias de las pOl nas c n quiene me encontraba trataban
e atajarme, p ro yo no p día contenel'lll '.
Divao-ué, no é cuánto ti mpo por calles y encrncija-
as, y al cerrar la n ch , habiendo sid guiado por nn
tint ci go, llegué á la puerta de mi p 8cbr ras. 1n-
rodujér nme en mi departamento, no in ob ervar que
o llegaba harto asend reado.
Juan Luis, t;eO"Úll lo upe mú tarde por hab l' oído
iertas con ver aciones, pen ó no volver á la casa del
eñ r Á vila; pero, con iderando que, si se fugaba no
odría aear su ropa; y esperando que alguna casuali-

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dad 10 librara de reconvenci nes y castigos, volvió á 1
casa..
Al dJa siguiente, el dueño de las pesebreras man
avi ar al Sefior Á vila que yo, de pué de ha er ido ac'
do por Juan Luis, me había aparecido sólo y llcll<
de turnore y excoriacione. Interrogado Juan
negó que él me 11l1biera sacado y peIjuró que
pa ado la tarde del domingo en el Ro pital.
pendiente de mi amo verificó un careo entre J ua.n Lui
y lo mozos de las pe ebreras, en el que aquél e VIO
compelido á confe al' que él era quien me había saca-
do. l{,econvenido por su amo, explicó el suceso di-
ciendo que, al salir del IIospital, se había encontraGo con
unos parient ' S que habían venido de n pueblo; que ésto
tenían vehom nte deseo de c nocerllle porque habían oíd
que yo era un caball hermo í iIno; qne mo había acad
basta la call , in al jHr e de la puerta. de las pe 001' ra ;
que allí habían formado tumulto unos paseante que iban
borracho. lo que adr de me habían e pantado; que y
hahía huíd < 1'1'e atándol 1 abe tI' y que to las la
lilicrencia q ne habían h cho 61 y su 'ompañ ros por al-
cammrme, y luego para lescubrir mi paradero habían ido
infructuo
I~oquerido en s O'uida para que explicara por qué n
había dad portunamente avi o de 1 ue había cu-
rrid ,dij (in él lo iba á dar el lnnes pero que, cuand
había alido á. comprar la lech se había ncontra lo co
uno d su compañ ro de la ví pera, y por él había sabí
do q ne yo había vuelto á las p ebreras.
E ta explicación pareció poco plausible. El
" vila fluctll' entre ca tigar él mismo al gal pín
en manos de la policía ó simplemonte echarlo de

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AMO NUEVO 143
s vacilaciones dieron tiempo para que la cosa e enfria-
y para que e calmara todo enojo; de que re nltó que
abrazase el más benigno y menos enfado o de los tres
ictámenes; e to e , el de expulsar á Juan Lui .
Así aprendió (ó debió aprender) éste, entre otras co-
s, que á un caballo se le debe atar alto y en COI'tO y de
1 suerte qne, al tirar del cabo suelto del cabestro, el
udo se deshaga fácil y totalmente.

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CAPíTULO XIV
SUl\IARIO.-Cometo algo como un sacrilegio.-M6ntamo mi ama y
<liablo hace que no pueda port. rme bien con lla.-Me veo ree
plazado por un mal rocín.-En un potrero.-E 'pecLáculo la~
mo o y tristes reil xioncs.-Un jinete tÍ pedir de boca.-Bello p
yecto y mú bella realizaci6n.-El dín más glorio. o.-Blanuo ' ar
110 .-Por qué no obsequio al lector con una de cripci6n <lel al
de Tequendama.

POR allá entre l s entresijos de la memoria, se me h


Lía quedado trasconejada una aventura que dió
un gran su to y á muchas carcajada reprj mida,..
En la temporada en que D. e áre y Da.
me montaLan á menudo ,e recihió en IIatonuevo la vi it
de unas reHgiosas extranjera, y corno é ta fu n 1ll
aficionad á montar, e áreo dispu 1 ara agru ajarl
q u diesen con él un pa 'eo p r 10 potr r ,no toda á t
vez, ] nes no había má que do silla, ' s a galápagos,
muj 'r, ino de do en d s.
To órne á mí cargar nad m no que con la 11 t erior
ñ ra muy acatada y rever nciada. de cuantos la trn.
han. Cuando partim s d la ca. a, yo vÍ salir adelante
muy apri a al (l, a110 de la otra religio a con lo cual e
tí gana d ir á paso más vivo de lo que convenía á 1:
jinete com el que lle",aba. La venerable señ ra eutl
en cuidado, y D. Cesáreo pie' para ponér ele al lado
144

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atar de tranquilizarla; el haberme alcanzado el caballo
mi amo me avi vó má ; en esto un largo rosario lleno
e cruces y medallas que pendía de la cintura de la re-
aiosa, empezó á hacer ruído y aún á darme golpecitos;
reté lnás el paso y el miedo de la señora llegó á lo
mo. Extendió la mano buscando la de D. Ce áreo,
, éste se la alargó; así asidos, siguieron por un rato; al
11, al dar los dos caballos un salto muy corto y ligero
,ra pasar una zanjita, la religiosa, por apoyarse más en la
ano que tellía agarrada que en la silla, cayó al enelo y
dó un poco, con lo que su blanco hábito quedó á trechos
n manchas de color de la hiel'ba y de color de tierra.
Un jinete que se apoya en algo que esté fuera de la
stia en que va montado, pierde el equilibrio; y, si no
ede afirmarse en la silla apretando las piernas (como no
lede hacerlo quien va á mujeriega ), viene al uelo inde-
ctiblemente.
Dc pués de la barraba ada de Juan Luí, volví á aquel
poso que me era tan antipátie. 1:-'" a hacía ti mp que
1 mi cuerpo había desaparecido todo ve tigi de los ma-
llamientos y la timadura , cuando lañora Doña Paz,
ujer de mi amo, determinó ir con su marido, con
s hija may re , Mercedes y Matild , y con lo nifl S y
ifia, ú una hacienda en que re.jdía una hermana de
lLlIa eiiora. El eñor Á ila d cIar' que D ña Paz no
día hacer el viaje de ninguna manera más e' ro da y
eO'ura que yendo en mí; I señora, que había na iu y
habia criado en una de las comarcns de olombia n
e las nmj r R n aprend n á m ntar y que úlo ha.bía
algad para ubir dell-[a dalena á la abana, lo rehu-
a porfiadamente y aseguraba qne se moriría de miedo
¡ llegaba á v rse sobre un cahall ; pero la p rtinaci. de
10

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su marido fué mayor que la de el1a, y quedó acordado q
yo llevaría á la dama sobre mi lomo.
Llegó el día eñalado para la expedici' n. Las seño
no qni "ieron montar en la ca a, para no dar en las call
un espectáculo que habría llamado demasiadamentc
atención; y los caballos fuim trasladados á una quint
en cuyo patio se efectuó la laboriosa operación de hac
montar á las señora. Doña paz quiso que me pa ea
para ver si yo era bien 'lnan ito, y me mont' á mujeri
gas uno de los mozos que nos había llevado, el cual se e
brió las pierna con una ruana grande que debía hacer 1
veces de amazona. Yo me reí para adentro de estas pI'
canciones, é hice todo lo posible por in pirar confianza
mi señora. En otra la de ayudarle á rnontar tomar
parte todos lo pre entes: uuo tenía el taburete que d bj
servir de e calón, otro o tenía el galápago por mi la
derecho, tros dos me tenían de la rienda; tro guarda1=:
1 s guantes, el pañuelo y el latiO'nillo para entr garIo.
Doña Paz cuando estuvi ra ya bien aconlOdada. Uua p
sona apretó las cincha después que hubo subido; otr
haciendo que previamente le pu lera ]a mano izqui re
en el hombro y que con la derecha se ap yara en el gal
pago, le arregló las faldas; otro, finalm llte, alargó
acortó el e tribo hasta que mi señora, que ignoraba CÓl
le convenía lIevarlo, declaró de puro fa tidiada, que
e taba en el pnnto debido.
Durante esta e c na, Doña Paz respiraba nora y
gu tio amente, temblaba un poco hacía exclamacion '.'
e encomendaba fervor am nte á los . antos.
Partimos. Al principio, todo anduvo tan á pedir
deseo, qu mi ama rnpezó á cobrar ánimo y á alabar
lnansedumbre y la suavidad de mi In vimi nt s; pe

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VIDA. NUEVA 147
os vino de cara un:t ráfaga que le arrebató el soro brero
Matilde y me lo echó á los pies. Yo, espantado, me
aré un instante, puse la barba contra el pecbo y agucé
orejas. Doña Paz no cayó, pero volvió á ponerse
nerviosa. Más adelante, vi una casa que quedaba á la
rilla del camino y á cuya puerta había caballos, y pro ce-
iendo (lo confieso) como un caballo vulgar y mal nacido
dando por sentado que debíamos entrar á aquella vivien-
a, empecé á saborear el bocado y acercarme á ella an-
ando de lado, cosa con que nli señora se creyó perdida.
na trataba de encaminarme bien, pero no acertaba á ba-
rIo.
Las mujeres, y aún los hombres, cuando no han apren-
ido á montar, manejan la brida desmañadamente, sepa-
ndo el codo del cuerpo y levantándolo, y llevando las
.endas altas y flojas.
Finalmente, Doña Paz pudo seguir; pero estaba de
io que, en aquel viaje, perdiera yo para con mi señora
1 buen crédito de que no sin jn ticia di~frutaba. Ella
bía exigido como condici6n para ir á caballo que un
ozo campesino que hacía de 1 aje fuera constantemente
• su lado. Yo me amadriné al cab;;¡]!o en que él iba; y,
mo el mozo e hubiera adelantado para cumplir cierta
den que se le di', yo l' linché, y mi relin h puso má
panto en 1 p cho de mi ama, qne hubiera p elido P -
r]e el rugido de una fiera: ella creía que el relincho
'a s ñal de rebeldía y de irritación contra el jin te.
y no fué éste el último percance: ya tal vez iba la-
• ndo con regularidad. 1 corazón de mi s ñora, cuando
maldito in 'ecto penetró en uno de mis oídos y mpe-
á hacerme entir un cosquilleo intolerable; arrisqué la
ja y me puse á saducir muy á menudo la cabeza, en lo

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148 EL MORO

que Doña Paz vió nuevos peligro. En resolución, ella d


claró que de ninguna manera seguiría en un caballo q
iba matándola á sustos y que, á seguir en él, prefirir
echar á andar á pie. En esta. ocasión ya no valieron ru
gos ni persuasiones, y el Señor Á vila, después de madu
deliberación, no halló solución mejor para el proble
que se le presentaba, que di poner que su consorte m09!
tara en el caballo del crja~o, que éste montase en el. qu,:
llevaba al mismo Señor Avila, que no era muy bueno, !

que él seguiría sobre mi lomo. El caballo del criado e


lerdo por todo extremo, y desde que se hizo el caro bi i

hubimos de seguir paso ante paso, lo que nos quemaba 1


sangre á mí y á los dem~s caballos de raza que iban en 1
expedición, y ocasionaba á los jinetes grave ineomodida
é impaciencia.
La estancia en la hacienda término del viaj ,fuá pa
roí deleitable, pues nada deseaba yo tánto después del la
go encierro en las pesebreras como esparcirme á mis : : .
chas on un potrero. Felizmente aquel en que me Losp
daron era de los mejores de la Sabana.
Cuando, rebasando del grllpo de cerezos. DogaIcs q
le servía como de portada, pude dornjnar la xten ión
potrero, se me ensancbó el ánimo y la vista se 111e r g
cijó. Hacia la entrada, la hierba estaba más tupiua, ]07.t
na y floreciente, por el' aquella la parte más h lbda
más nutrida por el a ono con que la próvida naturalc
ha di puesto que los animales restituyan á la tierra 1
elementos de ]a vida.
La llanura, in terrumpida únicamente por pequen
eminencias, estaba cubierta por un inmenso y alegre tap
de fondo verde-azulado y claro, f rmado por 1
gramas, y lucía h~bores de plata y oro on que 1

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aban el trébol y la chisacá en primaveral y lujosa
orescencia.
Algnnos árboles, esparcidos en desorden, ofrecían su
ombra á los huéspedes de la deh a.
Oerrábala por uno de sus costados el río, que á la
ón estaba de bordado y se en enaba en los sitios más
ajos de sus márgenes. Por la citerior, corría una hilera
e sauces llle, fornidos y podero os, como árboles que are-
en al borde de la8 agua8, habían vencido con su pe o á
tierra que los sustentaba y se inclinaban atrevidamenté
obre el río.
Por entre su ramaje, se veía recbispear inquieta la luz
el sol, reverberando en las ondas menudas y movedizas
ne el viento levantaba.
Mientras estuve en e ta hacienda, tuve oca ión de ver
aballo desempeñando una de las tareas más penosas á que
los b mbres han podido sujetar á mis semejante. lIabía
una máquina no ~ i de aventar trigo ó de trillarlo á la
que se da a movimiento por medio de un lllecani rn que,
más bien que para un fin industrial, parecía inventado
ara e tigar y martirizar á. los infelic animales. El
abano, ncerrado en un r cinto d que no puco alir, e
e forzado á dar eternamente un pa ° ob1' una tabla que
aja con el pe o de la b tia' é ta da otro pa o bre una
lueva. tabla que, e le pI' nta' ql1e baja c m la prime-
nera, atrayendo á la que le igue; pi a la é tao baja y
hace v nir otra sohre la cual tiene l caballo qn poner
las manos. quel movimi nto, que sem ja una ru 1
esa iUa, y que e. jgual al que hace un cahaJlo que va
ubiendo, no pu de suspenderlo in caer. Un caballero
111e e 11a11nb. de visita en la hacienda y qne e tuvo con-
templando aquel suplicio, dijo que se parecía al de un tal

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-150 EL MORO

Sísifo, personaje que yo no había oído nombrar' y qne


recordaba unos ver os de un Señor Olmedo, igualmente
desconocido para mí, versos que, si mal no me acuerdo,
decían, hablando de un caballo:
"Ufano, da en fantá tica carrera
Mil y mil pasos sin salir de] puest.o ."

Á mí me pareció oportuna la cita, aunque no era apli-


cable en cuanto á lo de la ufanía.
Uno de los pobres caballos que tenían destinados para
aquella ímproba 'labor era cojo: no podía prestar otros
servicios y lo obligaban á hacer aquel que no podía dejar
de prestar aunque lo hiciese á costa de esfuerzos violentos
y de vehementes dolores.
Este espectáculo, corno antes lo habían hecho otros
igualmente capaces de lastimar mi sensibilidad, me sugi-
l'ió la desconsoladora reflexión de que yo podía llegar al
estado mü:erable á que habían v nido aquellos caballos.
Una vez inutilizado por los años ó por algún accidente,
mi suerte podía ser la de ellos, ú otra tal v z peor. Para
. cuando yo sea muy viejo ó para cuando esté baldado, DO
puedo abrigar otra esperanza que la de haber in pirad
cariño al amo en cuyo poder envejezca ó quede inválid ,
y la de que él sea tan bueno, que desintere adamcnte me
mantenga ha ta el fin de mis días.
Mi ama volvjó á la ciudad en una yeO'ua muy man8fl~
y muy d' ·i1, pero muy zonza y muy f a. Á mí me tocó
al regreso cargar con [ercede, la mayor de las Á ila ,
joven despierta y alegre, que no había montado muchas
veces en su vida, pero á quien reconocí por jinete consu-
mado a] enas estu o obre mi e palda. Durante el viaje,
para aprovecharse de mis buena prendas, picaba y se ade-

: ' . , .~ . J j "
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VIDA NUEVA 151
lantaba por largos trecho, aguardaba á los demás de la
comitiva, y volvía á ad lantar e. Tan pagada quedó de
mí, que, á fin de vol verme á montar, y antes de que llegá-
ramos á la ciudad, propuso á su padre que, dentro de
breve término y convidando á algunas personas, encabe-
za e un pa eo al Salto de Tequendama. El Senor Ávila,
que era hombre campechano, y que mimaba á su hija
cuanto el1a m recía ser mimada, que parece no era poco,
convino en ello; y así fué que, de de que llegamos á Bo- .
gotá, se hicieron los preparativos y la invitaciones para
el paseo.
El día fijado partimos por la tarde para el pueblo de
Soncha, en el que debíamo pernoctar. Formaban la co-
mitiva del eñor Ávila sus hijas y sus hijos y seis ó siete
per nas extrañas. No me sorprendió que Da. Paz no
fue e de la comparsa, pues bi n eabido me tenía que el
montar á cabano no era su pasi' n dominante.
o n habíam s alejad gran cosa de la ciudad cuan-
do empecé á oir caluros s el gios de la figura que hacía-
In s M I'ccde y yo. Ya yo estaba enterado de que, á
juici de lo hornbres, n hay para una mujer ocasión de
o tentar sus atractivos y de extremar su gentileza, como
la de ir bien montada. Por tro lado, también me c n -
taba que ]0 que má l' alza la 11 rmo ura y las bu na
parte d nn cabaBo, e 11e al' sobre í á una mujer bella
que monte con .oltura y gallardía. r tanto a uellos
logi me inflaron obre man 1'a y tant má cuanto
t nía para í que eran m r cidí irnos. Yo no pu o juz-
g. l' de la belleza de la muj res; pero, s gún lo que en
aquella y en otras mucha oca i ne oí á los hombres
ere d s era una de las muchachas más garridas de su
ti mpo.
_PUBLICA
f. . ... "JI':";í
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152 EL MORO

N o puedo ponderar mi satisfacción ni el a linc( con


que procuré hacer brillar todas]a prendR que debía. á ]a
naturaleza y á la educación. Pompeándome soberbia-
mente, simulaba una fogosidad capaz de poner en cuidado
á los buenos jinetes, y obedecía á la rienda adivinando el
pensamiento de mi señorita. Llevaba la cabeza, COTIlO
siempre, quieta y erguida, pero logré enarcar el cuello
má~ que de costumbre.
El elo de la linda amazona, sus amplias faldHs y mis
crines, impelidos hacia atrás, cuando el viento nos venía.
de cara, se agitaban y onden ban airosamente.
Lo que no pude i ay! fué abstenerme de colear. Á
trueque de no colear aquel día hubiera yo consentido en
permanecer por una semana en poder del Tuerto Gar-
mendía.
Todo elogio que de mí hacían las per onas conocedo-
ras de caballos que iban observándome, terminaba on la
exclamación que tánta. veces me había atorm ntado los
oídos: "Qué lástima que sea coleador! "
M rcedes estaba para casarse, y e cae de su peso que
el no io era de los del pa eo. Juntos é te y aquélla ' y
casi iempre eparado de los derná , hicieron el viaje de
ida y de vuelta, y me ofrecieron c yuntura para impo-
nerme en 10 que son los coloquios de lo enamorados.
Yo había imaginado que blles coloquios e c ro ondrÍan
de finos y d Ji ado onc pto y qll en e11 d ubri-
ría cierta seriedad, pue to que, todo bien con idera lo, Il
ellos se trata de 10 má erio y má tra en ental qnc hay
en la vida de 1 hombr s. ¡ Qué de n~añ ! Ni los
mismos novio ni yo p dríamo decir qué fné lo que ha-
blar n: tan insu tancial fué todo ello. A lH hu b qu jas
r 'íprocas y mil veces repetidas sobre imaginado y Ule-

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VIDA. NUEVA 153
nudísimos agravios y desdenes. Bnrbujeaban preguntas
tales como i me quieres 1 i me adoras? i me idolatras?
y lloviznaban respuestas sazonadas con mi am(Yl', m'b
lucero, ángel mío, mi cielo, mi enccvnto, mi gloria.
y cuenta, que los enamorados no eran ningunos pa-
lurdos ni ningunos cursis: él era doctor y mucho más;
ella sabía discurrir sobre literatura y sobre artes por modo
tan encumbrado y tan por lo fino, que, cuando hablaba de
eso, yo no podía entender una jota.
Enajenados los dos amantes, repitieron que aquel ha-
bía sido el más dichoso día de su vida; protestaron que
jamá se olvidarían de ninguno de los objetos que, en lo
sucesivo, pudieran recordárselo; y ncarecieron el afecto
que siempre me habían de profesar á mí que tanto babía
contribuído á hacerlo delicioso.
Ni fué sólo el amartelado galán qnien declaró que,
montado sobre mí, Mercedes se había mostrado en la ple-
nitud de su deslumbradora belleza. Ya en unos térmi-
nos, ya en otros, todos los de la comiti.va expresaron e e
lni mo concepto. Rubo quien propusiera que e nos re-
trat< ra, y la propo ic:ión fllé acogida· con aplau.o y entll-
ia mo.
Pocos días despué se puso por obra el sacar el re-
trato; yo no 10 vi, porqu ,cuando se hizo, el fotógrafo
nos dcj' ir sin mo trárno lo, pero upe que de él había
r ultado un cuadrito pr cioso, y que M rcedes, no que-
:r1endo que u imag n compl ta fuera á andar en mano
xtrañas, volvió la cab za y di pu o los pliegues d 1 v 10
e m::tnera que no quedas n retratada su fac -ione .
Entre 10 placere d aquel pas o no puedo contar el
ue m habría pr curado la vi ta del Tequcndama: de de
1 paraje en que quedarnos atados los caballos mientras

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154 EL :M RO

nue tros jinetes bajaron á su orilla, no podía contemplarse,


y hubimos de contentarnos con oir el estruendo solemne
de la catarata, y con sentirno , cuando avanzó el dJa, en-
vueltos en las nieblas con que, como con velo que oculta
misterios angu tos, se cubre el Tequendama cuando pasa
la hora de ofrecerse á la contemplación de los mortales.
IIe aquí porqué no puedo regalar al lector, como desearía
hacerlo, con una descripción <.lel Salto de Tequendama.

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OAPíTULO XV
UMARIO.-Entre soldado . - il'VO si Cupido antes ele servir si Marte.-
Mal de muchos . . . .- j Fuego!- e alTiva mi instinto antimar-
cial.-Mudanza ele domicilio.-Cuasi-discurso sobre la nece idad
ce echar e.- e abre el hipódromo.-Sueños de gloria.-Nueva pa-
sada que me juega mi eola.-Primeras impresiones en el Circo.-
Seguudas impresiones.-Yo tambi>n corro.- 6rdidos misterios
que se me revolan.

TR 8 otra temporada de fa tidiosa holganza en la


esebreras, me vi sorprendido cierta mañana por UD sol-
ado que, llevando orden escrita de mi amo para que me
ntr garan, me S3CÓ y empezó á conducirme por call 8
ue y no cOllocía. Yo ibá amilanado y trémulo con la
ea de que se m hahía de tinado á servir en el ejército,
osa á que, como ya lo saben los lectores, tenía yo el bo-
rol' más profundo. Juzgué, e o sí, que de gnerra no se
ataba por lo 1 ronto, pues la eiudad, según los indi íos
ne por donde quiera se me pre entaban, e taba de fie tao
a pu Ttn y vent ns e veínn decorada e n f tone,
Tona, band ra y gal1ardet ; la gente andaba endo-
lingada y formando grupo, y cad::t individuo roo traba
u talante que e taba ó se proponía e tal' de holgueta.
cordé, á mayor abnndami nt ,qne n la noche ante-
or, había e tado oyendo el traqueo de infinitos cohete ;
que en todn las última b ras las campanas de las igle.
155
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156 EL MORO

sias habían estado á menudo echadas á vuelo. El soldado


me 11 vó á la casa de un oficial, que, según lo supe más
tarde, era hermano de un dependiente de mi amo, y ha-
bía ocurrido á este para ue le permitie e servirse de mí
en cierta fiesta nacional, que era la que se celebraba aquel
día.
El oficial me hizo dejar en el patio de la caSi1 y empe-
zó á enviar al oIdado á diferentes puntos á fin de conse-
guir arreos de montar, artículo del cual se hallaba despr -
visto: de una parte vino el galápago; de otra la brida;
de otra la gualdrapa, y de otra vinieron los estrib ;
pero otro oficial que llegó ya montado hizo ver al pri-!
mero que los arreos que le habían prc tado estaban muy
trélídos y poco elegante ; y siguió la brega del oldad,
hasta que e con iguió un galápago mejor y se adquirí'
c rtidmnbre de que no era po ¡hle hacPI e con brida,
cstri o y gualdrapa de mejor apariencia qne 1 s ya con e-
guidos. En qniparse, acicalarse y relamer e también
empleó el oficial hastante tiempo; per i mpre pud
montar, como se lo h,lbía propu to, dos h ra antes d
aquella n que debía reunirse on sus j fes y tomar part
en la función que había de e 1 brar e.
Empl ó aquella do horas n lucir su cabalgadura
su nnif rme, r corriendo mnchas can s, y pasando y re~
pa anu incan abl m nte por una n qll e hallaba cí rta
v IItana á la cual ene ntró a ornada una v c ,y tl'n
no á una muchacha que debía do el' la ñora d su
pon al ientos.
Iba muy entonado y garb so (á lo m no
ba 61 mi m ), con el en rpo tie o y echad hacia atrú
con las pierna bien ) tirada y c n 1 pies abi rto
fu rtem nte al oyados en los stribos.

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157
Por fin hizo rumbo á donde su deber lo llamaba y be
detuvo á la pu rta de un diticio en que e taban ya renni-
dos lo lnás de 10 militares que, junto con los altos ma-
gistrado, habían de encab zar la tiesta. La cabalgata
transitó por buena parte de la ciudad, deteniéndose en
algunos itios en que se pronunciaron discursos.
Ya en la plaza mayor, y mientras los cuerpo hacían
evoluciones y vi tosos jercicios, los de á caballo staban,
ya parados en torllO de los jefes, teniendo para el público
las apariencias de estar r cibiendo importantes órden s,
ya andando á buen pa o con aire de quien va á hacer algo
muy indispensable.
Yo había vi to que el oficial te calzaba bota con e~po­
lines, y aunque él no se atrevió á. emplearlos, la ola id a
de que los tenía tan cerca de mi vientr , me hizo colear
de",aforadam nte. Tuve, si el con uelo de notar que los
má de los caballos de los otros militares coleaban poco
memos que yo.
La prim ra d c:lrga cerrada que hiz la tropa me sor-
prendió y azoró ba tan te, con ]0 que mi jiu te 8 vió un
poc>o apurado y tuvo quo echar mano á mis crines; en las
otra, logré In strar algo de serenidad. Cuando todo los
cuerpos, á una, omp zar n á hac r fu g gran ado, mi
a ro ro, mi turbo ci'n, mi an nadat iento me dominaron
de mod qu no tuve ánim para otra cosa que para se-
guir maqnjnalmento n pos do los tro caballo . y todo
ermanecim. n tanto que 1. repitaci'n ti rdndora, los
torr nte de fueO' y la nn be de humo n tenían atorto-
lados, describi nd ,dentro del cuadr que formaban 1 .
hatanones, un círculo por el que corríamo con nu' tros
jinetes, en una fuga 11 e nunca. 110 alejaba. del objeto que
pr ducía nlle~tro sobr alt.

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En las últimas horas de aquel día, mi jinete pa ó otl'
docenita de veces por la con abida ventana; y má vece
habría pa ado i yo no le hubiera hecho sufrir un SODI'Oj
que debió de retraerlo por mucho tiempo de ponerse de
lante de los bellos ojos que lo fascinaban. Fué el cas
que, babiéndose encontrado con un con cido frente á la
ventana, 10 detuvo y lo movió conversación á fin de goz
por más tiempo de la presencia de la ninfa. Yo, que
no había estado en reposo hacía no sé cuántas horas, di
allí una muestra de lo que es la debilidad de la naturaleza
caballuna.
Las impre ioues que dejó en mí el servicio pre tad
al oficial, estuvieron muy 1 jos de mitigar mi odio á la
milicia y á la guerra. o no ignoraba que el fuego de
ese día era de mojiganga, ruído, y humo vano; pero ima-
giné lo pavoroso que debía ser áquel e trnendo cuando en
una batana cada una de la cien mil d tonaciones puede
ser anuncio de la 1 nerte de a trad'l. de un hombr ó de
la de un caballo. Y si, de la condllcta que b er ' con-
migo el oficial, hubiera de a al' indicio s ure el roo 1
de trat r los militare á la caballería, podía. quedar B -
guro de que, si alguna vez mi mala um'te m 11 vaba e
servir en el jél'cito, mi ida, ya. de guarnici' n, ya on
campaña, no había de ser de las más II vad rus.
r este tiempo aca ió un suco o que r puté com
de los má pró pero de mi vida. Mi am ,ign ro por qué,
me hiz mudar de 11 ebrera ; y en la que vine á hahi-
tar e acostumbraba hac r pa ar la noche á las he tia sne1-
tas en un potrero. o era é te grand ni muy pinO'üe;
T

pero en él se podía e ti 1'a1' y sacudir lo miem br s á


placer, y, lo que vale má , p día uno chal' e. Ellector
humano, sto es, el que pcrten zca á la specie humana y

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lb~

esté, además, dotado de la virtud de la humanidad, sabrá


poner e en el luga.r y compadecer e debidamente de un
caballo cuyos cuatro delgad s remos tienen que so tener
el enorme peso de su cuerpo; que permanece percnne-
ente por semanas y tal vez por me es enteros ncerrado
n un recinto estrecho, de suelo duro, inclinado y sucio,
onde no puede echarse. . Es maravilJa que los hombre,
ara quienes el acostarse es necesidad diaria y de las pri-
nera , 110 se percaten de que lo caballos debemos experi-
nentar esa mi roa nece idad, ni de que en no otros ha de
el' má prenlÍo a, pues las cuartillas sobre que e libra el
c"o del cuerpo caballuno, no son de ordinario mucho má
rne as que lo xtremos inferior s de las picrnas humana .
no puede alegar",e que el caballo tiene doble número
e pie porque es notorio que 1 peso de nue tro cu rpo
obrepuja en más del doble al del cu rpo de un hombre.
Parecc que n aquel pals de que, según lo rcferl, me
ablaron do cahallo extranjer ,se habitúa á lo p tros
aco tal' e, á ello y á todos 10 indí vidu
T de nn tra
p cíe qu viven al lado d 1 11 mbre, se le pone y e les
mlle y limpia t do los día una buena cama.
P ro en e ta nu tra ti na en donde se d ja crecer
potro en e tudo snlvaje, no e ]e infunde aquel hábito,
i al caballo ya domado s 1 da otra cama que el santísi-
suelo, ni cuando tá n una pesebrera, hay quien se
nela del martirio á q u le omete no arr glando el
. o de suert qne en él pueda etar chado.
De te dc cuido vien n mucha parte el que los má
los cabano conterráneo TDlOS se vuelvan patone y se
utilicen n]a fior de sus año .
o fué la circnn tancia de <¡ue he hablado la única
e me hizo bendecir la mudanza de alojamient. ra-

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160
ciasl á ella, pude tener, como se verá adelante, la
agradable de las sorpre as y pasar unos días placent ros.
Á los que iban á ser compañero. míos, los encontr
enfrascados en animadísima conversación sobre unas ca
rreras de caballos que se staban preparando. Ya vario
de los interlocutores habían sido en ayado , y otros ha
bían presenciado los ensayos. Todos e taban impuesto
de los detalles del asunto, asunto que absorLía su aten
ción y que excitaba en ellos ardiente ntusiasmo. TI
cÍanse pronóstico" y conjeturas á granel sobre el éxito d
cada una de las carreras y de las apuestas que estabal
ya anunciadas, y se disputaba con calor soure el mérito d
los caballos que habían de correr. Yo lo scuchaba tod
.Y Fentía nacer en mí el entusia mo. Com los lectores 1
habrán ob ervado, mis virtudes favoritas
mildad y la modestia, ni 1 ncogimiento y el amor á l·
honrada medianía mis hábito más arraigados. En TI1"
ardimiento, me puse á fanta ear triunfos hipoc1rómi o .
á e cuchar y saborear con mi imaginación el estrepit d
enloquecedores aplausos.
Bien e me alcanza a que yo no podía ac:pirar á g l
rias de aquel linaj : nI mi ed uca ión ni el géncr
vida qne llUbía lle\rad me LacÍan apto para competir e
la carrera on otros caballos adestrad s para tal ej rciei
pero so no e oponía á que yo me regodease C011 aqu II
('a tillos en el aire. i e qué erviría la imaO'inación
n sirviera para hac \rn s gozar de l que no t nemo'?
Yo me alampaba p r ver las ca!'!' r as y m dejaba h
lagar por la esperanza d s r m ntado 1 or allrono (p
qui lera con urrir á ella á caballo· 11 g' el lía 'n (ll
el bían verificar e · y tu \'e b. sati facci{ n de s r llevad
ca a del novio de Mer 'ccles á quien 1 enor Ádla haL

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¡FUEGO! 161
ofrecido mis servicios para aquella ocasión. Estaban vién-
dome ensillar mi futuro jinete, y unos amigos suyos muy
currutacos que lo acompañaban; montó aquél para exa-
minar si las aciones estaban en el punto conveniente; yo
coleé apenas sentí encima al jinete; y los amigos, escan-
dalizados de que él fuera á dejarse ver en un caballo co-
eador, lo persuadieron, no sin gra.n trabajo, á que desistie-
a de exponerse á las zumbas de todo el público. U no
e 105 amigos le ofreció puesto en el coche en que pensu-
a ir al h1 pód romo; él aceptó el con vite y yo fuÍ ver-
onzosamento despedido.
IJas pe ebreras qnedaron casi desocupadas, y tri tes
omo dos cementerios: sus inquilinos, ya conducidos del
iestro, ya llevando bizarros jinetes, ya cargando gente
obretona y pelafustanes á quieIles no se les daba un pi-
oche de exhibirse mal montados con tal de que pudiesen
el' l'ls carreras, estaban asistiendo á ellas, y aun tomando
TI ellas parte activa, pues en nuestra pesebreras estaban
lojados tres de los caballos que debían correr.
Ha ta se hallal'on i caso pasmoso! hasta se hallaron
os sujetos bastante de preciadores (le la pompas y vani-
ades del mundo para sacar dos de la mulas que estaban
on nosotros, á fin de concurrir montados en ellas al in-
.... tanto espectáculo. i Podréis conten r la risa?
Yo devoré, desesp rado é iracundo, el nltraje que se
e había hecho snfrir y maldije de todo coraz' D Y. P r la
. cnmilloné ¡ma vez á mi torpe aman adore 1
}fi despecho subió de punto cuando, al anochecer,
stituídos los camarad:ls á sus pesebres, y libres má.s
rde en el potrero, soltaron ]as lenguas para referir lo
o habían vi to para hacer comentarios sohre los lances
habían presenciado; para enmendar UDOS las rela-
11
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162 EL MORO

ciones que otros hacían y para jactarse del acierto co


que habían pronosticado triunfos y vencimientos. Mo
hino, acoquinado y taciturno los escuchaba yo á todos,
temblando de que con alguna pregunta nle forzaran á
declarar que no había presenciado la función, y á explicar
por qué, después de haber esperado concurrir á ella, me
habían dejado con tantas narices.
Á los ocho días debía haber otra; pero yo no me con-
gratulé de ello~ pues tenía por seguro que aquello no ha-
bía de ser para mí sino nueva ocasión de desengaños y
desazones.
Empero, resultó mejor de lo que esperaba. Ernes-
to, el hijo mayor del Señor Ávila, ya pollancón, alcanzó
de su padre licencia para ir en mí al hipódromo. Ernes-
to era amigo de hombrear, petulan te, bullicioso y fanfa-
rroncito; esperaba lucir sobre mí como había lucido su
hermana, y no daba importancia á lo del raueo.
Cuando, con Ernesto sobre mi lomo, llegué al Circo
todo en él tenía aire de TIesta y de conmovedora expecta-
ción: el animado gentío ceñía como corona viviente el
espacio en que se había de contender por la victoria; y
como flores de esa corona, resaltaban á trechos los traje
y vistosos atavíos de las damas que, ora en tablados, ora
en sus coches, atraían las miradas de la turba; en lo alt(
de los postes que marcaban la pista, flameaban al vient(
banderolas de o-ay s matices, con rumor que provoca a (
regocijo; en un palco lujosamente engalanado se o tent,
ban los objeto con que blancas manos habían de premi
á los jinete que triunfaran en las carreras de bonor; In
notas de una música militar agitaban el aire y hacían lati
lo corazones con sensaciones indefinibles. En los SOl
bIantes de todos los espectadores se pintaba la emoció

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¡FU

propia de quien ve ya llegar un momento que se ha e pe-


rado con anhelo y en que el ánimo se ha de conmover
pr fundamente.
V nrios de los caban s que habían de correr estaban á
la vi ta, y de llos no qnitaban la suya muchos de lo
oncurrentes, mirándol con el interés con que entre los
h mbr s e mirado el per onaje que vá á hacer alguna
o a grande y extraordinaria. N faltaba q nien se tu-
ie e por afortunad pudiendo acercarse á algu no de
aquellos animal y tocarlo.
Con algo como un sobrecogimiento, se oyó la s ñul
ue anunciaba 1 principio de una carr ra; reinó ilencio
e de ierto, y todo el mundo clav' an iosamente la vi ta
n tres caballos que, con sus jockeys ó jinetes á cue tas y
irand y ncabritándose eon impaciencia, aguardaban la
oz que había de ordenarles arrancar. Una ... dos . ..
re, gritó el que pI' sidía la fnnción y e yeron las
)1Sa las de lo caballos qn resonaban como si el suelo de
a pi ta cubri~ra un ubterráne .
i a singular! V inticuatl'o hora d spué, pocos
e acordarían ya del éxito de aquella lucha, éxito que úni-
amente tendría importancia para los que de él 1 raban
u r , y para lo du ñ de lo abe nos mp ñud n 1
. nce; y, sin emburO' ,no había ntr lo concurrentes
i uno que no hu i 1'a abrazad el partido de alguno de
tI' . cc bdl ; que D se afanara al ero 'In 1 d u
voción p 1'día t rr no, y que no s llenara de alborozo
1 "er que 1 ganaba.
i envidia ni entusia mo excitaron en mí las vict rías
eanzada por caballos qu llegaron á la meta despn6 de
al er agotad su aliento y de hab r"c dejado azo,tar como
tias de car::,a. Ganar a í una carrera puede satí facer

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164 EL MORO

la necesidad de que las apuestas queden decididas; pero


no llenar de orgullo al venc dor. Entusiasmo y envidio
excit6 en mí un castaño de mucha alzada y de forma
ligeras, cuellierguido como yo, al cual, de pué de haberle
ganado la carrera á un competidor digno de él, le obr'
aliento para triunfar en una carrera más.
Terminado el espectáculo, Ernesto, que nunca 1
había visto más gordas, quiso aprovecharse de ]a liberta
en que se hallaba y de mis ervicios, lozaneando y diva-
gando por el Oirco y por us alrededore en comparría de
cierto amiguito con quienes se había juntado. Uno de
ellos le propu o que aposta en á correr, en lo que convino
mi jinete. Oon vanidad pueril, que, con lllá propiedad,
puedo llamar pot1'il, me complací al ver que e me ofre-
cia coyuntura de probar que yo también sabía correr,
y no sentí sino que fneran muy pocas las personas que
habían de admirarme, pues casi toda la concurrencia s
había ya retirado.
U no de los amiguito dió las tres voces de regla, y ID l
competidor y yo partimos á e cape. Á poco de habe r
arrancado, el contrincante de Erne to, que era tan lnton·
so como él, dejó ir u caballo por entre los p te, con J
que tuvo perdida la apue ta, y no supimos más de él
Ernesto, aturdido por el impetn de la cal'/'era, p81'did f
lo estribos y la cabeza y agarrado á mi crin "', no pcn t

ba ya en apuesta. ni n ca a. que no fuera contenerm"


a1varse del peligro n qu II b taratada lo había puest
omo él tiraba fuertemente de la 1'i nda y por otra pUl'h
yo no me seutía ya e timulado por la competencia con
otro cahallo, l' olvÍ parar, y, trabndo de hacerlo pront
tuve que dar los bru co y Juro saltos qu da un caball
cuando termina la carrera sin ir acortando gradualmell

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¡FUEGO! 165
los pasos. on los sacudimientos, Ernesto saltaba del
galáI ago; y fué mucha fortuna qne siempre hubiera vuel-
to á caer sobre él.
Ya había cerrado la noche cuando vol ví á mis pese-
breras, y fuÍ soltado inmediatamente al potrero. Allí se
charlaba y se altercaba con más calor que nunca. La no-
velería me llevó á un corro en que se hallaba Orión, uno
de los caballos que habían corrido aquella tarde. Éste
dialogaba con un alazanito que alardeaba de muy conoce-
dor en materia de carrera , y los demás del grnpo escu-
chaban en sUencio.
- l y cntónces por qué, estaha diciendo el Alazanito,
recon vino su amo de Vd. al jookey ?
-Pues porque me aguijó demasiado, contestó non,
al fin de la carrera, y corno el otro caballo iba aflojando,
udo la cosa salirle muy mal.
Yo entonces, echando mi cuarto á espadas, pensaría, ]e
dije, su amo de Vd. que su jockey habría debido reservar
1 aliento de Vd. para lo últimos momento.
- j Qné rcserva ni qué cuerno! r plicó Orión.
-Entónces no comprendo ..
-Pues es claro: de lo que se tratal,a era de evitar
ue yo gana e la carrera.
- hora c01nprendo menos. iNo habla Vd. de su
1110, del qne debía tener el más vivo interós en que Vd.
a ganara?
- Pucs no que no. i Y de quién sino de él e toy ha-
lando?
-E que Vd. no está en autos, intervino el AIaza-
amo de Orión lo que le interesaba era que su
aballo 1 erdie e la carrera, porque babía ap stado bajo
ano á 1avor del de su adversario, arrie gando fuertes

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166 EL MORO

snmas por medio de ciertos agentes; mientras que á fa-


vor de su propio caballo, para cubrir el expediente, sólo
había aventurado una suma insignificante.
- i y es posible que eso se haga? i Y la vergüenza .Y
el oprobio de la derrota para el amo y para e] caballo?
Jamás hubiera yo podido admitir que en las caneras se
aspirara á otra cosa que al honor de la victoria.
-¡ Qué candor! Es necesario que Vd. sepa que en
los más de los negocios que tratan los honlbres, cuando
está de por medio el interés, no hay de ordilllu-io ver- !
güenzas, ni oprobios, ni honores, ni victorias, ni cosa que;
valga. Los fraudes, las ruindades y las triquiñuelas son I
en esos negocios moneda corriente. Y cuando lo que se
trae entre manos es algo aleatorio, como las carreras, las
riñas de gallos, y los ju gos de suerte, los hombres hacen
menos escrúpulo de despojarse unos á otros de sus intere-
ses, confesando implícitamente que las propiedades de lo,
jugadores merecen, por no ser tan bien habidas como la
de los que con el trabajo crean la rjqueza, menos res-
peto qne las de aquellos que la producen por medio del
trabaj .
-i Y es muy frecuente, pregunté yo á Orión, el que
los que int rvienen en las can'eras se valgan de artería
como ]a de que Vd. me ha hablado 1
-No mucho, por fortuna; pero las hay de diver a
e perie . ucede, por .i mpIo que á un nu le cabal 1
se le hac pasar por el bochorno de perd l' una, do ó má
carrera, mediante los artificios de que s Rlrve el jockey,
ajustándose á las in truccione que ba recibid de su amo;
con esto el caballo se desacr dita; sn dll ñ se las com-
pone de ma.nera que '1 no tenga que perder sino poco
ningún dinero; y el día menos pensado, manda al jOC'I:e y ¡

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¡FUE

que corra el cahallo como es d bido; apue ta á su favor


y gana cuant quiere. Mucho me div rtí un d esto
días viendo el parchazo que le p garon al más famo o de
eso trapi ondi tas: uno de u auversarios sobornó al
jockey, y cuando mi hOlnbre esperaba que su caballo per-
dería la carrera y le haría ganar la grue a suma que había
pue to al caballo de sn contendor, vió con estupefacción
y con rabia que aquél vin á ser el ganancio o. llá en
su foro interno, condenó al bellaco del jockey á 11 var
una zurra; per éste tuvo buen cuidad de seguir corrien-
do p r u propia cuenta y con ns propios pi s para ~on­
fundir e entre la turbamulta; y, contento con lo que su
obornador le había paO'ado, e guardó bien de volvér ele
á poner delante á u amo, ni para pedirle su estipendio
ni para otra co a ninO'una.
- o, dijo el Alazanito, pre encié, hace algún tiempo,
tro cari lanc. Debían correr un hay y un mor-
-i11. El dueño del ba.' ord nó á II jockey que p r-
la carrera; y >1 del mor ·iUo le previno lo
prOl io á u jockey. Ll gó 1 mom nto de partir y
arrancaron c n ímpetu; hacia la mitad del e paci que
bían recorre }', i han ya á galop y 1 jin tes hacían ade-
nán de az tal' á 108 abano; p ro al mi mo tiemp , los
nt nían con la brida. n p o má adelante, y andan-
] la o á lad iban al tI' t e. i] jod'eY8 ó jin t hu-
)i ran id Ji t habrían salid d l emp n convjni ndo
< r á la m ta á Ull ti mpo mi mo y in d jar d co-
rer; pero uebían de ser uno grandísim 3 0'an o , y no die-
n en el hito. Ll O'Ó un ID m nto n qUl 1 8 vi; v nir
par ado y pa á pa o. Ent nc 8 el pu h1 , u y ha-
ía 1 ~ vantado na vo ería atrona ra invadi ; la pi ta, le
alió al encnentro á los euitad j ockrY8, at 1 ndrflndolos

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1

c n una rechifla soberana y apedreándolo . . . digo mal


porqn piedras no hahía por allí, arr jándole por 1
tanto lo que, pudiend servir igualmente para el caso,
abundaba mucho en aquellos sitios tan frecuentados por
los animales de nuestra especie.

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CAPíTULO XVI
SUMARtO.-Un amigo de la infancia.-También tiene su defecto.-
Di ·ertación freno-Iógica.-¡ Yo conozco esa '10Z /-Otro amigo.-
Nuevas de l\ferengue.-Actual destino del otro amigo.-La colo-
nia penitenciaria.-Un adiós tal vez eterno.

LA con versaci' n sobre las carreras y sobre las malas


artes con ue á eces la convierten n ilícita granjería,
ocupó parte de la noche. Á los primeros albores, vi á
rión, cuya estam pa y cuyo color no había di tinguido en
la ob curidad, y me parecí' qu no me era de conocido.
e fij' II él on curio a atenci' n y nn á ca r en que no
ra otro que el cervuno, amigo de mi infancia, y, puedo
clr que condí cipul0 mio: á quien el] tor vió montado
r Damián 1 rnismo día en que á mí me mone ron-
I io por primera v z. Acerqu ' [ eje y le pr gunté i no
e cono fa; '] me mil" dot nidamente y, c n cierto em-
ah, me confe ó que no se ac rdaba de haberme visto.
.Iuand le bub declarad quién era yo, j Rom bre ! * ex-
lam' ¿ quién diablo te había d c n c r i tú ra De-
ro <> poc meno, y ah ra tá rucio ~ uánto c lebro
olv r á vert t
- i Y cómo te fué con tu amansador?, le dije.

rión en c ' te pa. aje u:a la palabra llombre como in-

169

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170 EL MORO

-Muy bien: el amo le iba á la mano á Daroián para


que no me maltratara.
- y después de Damián, i quién siguió montándote
para doctrinarte ~
-Un picador bastante malo que me dejó con un de-
fecto muy grave que . . .
-¡ Cómo! i te hizo coleador?
-¡ Quita allá I 1yo coleador! Me hizo cabeceador.
- Vaya, dije, tú y yo estamos en los extremos.
- i Cómo así?
-Eso yo me lo sé. Y dime, i tú te llamas de veras
Orión?
-¡ Ca! no: este noro bre es postizo: cuando á uno lo
ponen en la categoría de caballo de carrera, lo desbauti-
zan y le encajan un nombre altisonante. Mi verdadero
nombre es el Brandy.
-¡ El Brandy! ¡ N oro bre maldito!
- i IIombre! iY eso por qué?
-Ni ese nombre ni lo que él representa se le caían
de la boca al Tuerto Garmendía.
-¿ y quién es ese Tuerto ~
Esta pregunta dió margen para que yo refiriera á mi
colega la negra historia de lo que me sucedió con aqu 1
perdulario. Concluída mi relación, el Cervuno me hiz
la de su vida, en la cual nada había habido de extraordi-
nario. Llam' me, í, la atención el mucho hincapié que
hizo n la p' imas e nsecuencias que para él babía t ni-
do l hábito de cabecear y en lo sin al> res que le había
oca ionado. E te defecto, me decía, ha ido cau a mil
veces de que mi jinetes se pongan de mal humor, 10 que
no ha p dido meno de redundar en perjulcio mío. Ha
sido muy frecuen te que, no sé si para castigarme y para

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PALI

ratar de corregirme, ó simplemente para desfogarse, el


·inete me dé s frenadas como tirando á desquijararme, y
la llegado el caso de que nle dé palos en la cabeza. No
me montan sino muy raras veces per onas finas y delica-
clas, pues les incomoda, y aun á mucha les infunde miedo,
1 que yo vaya cabeceando, ta ca.ndo el bocado y estiran-
o el pescuezo para tirar de la rienda.
Esta humilde confe ión de mi condiscípulo provocó
a mía; y de llano en plano le declaré ue yo era co-
"ador.
Á que un caballo adquiera el defecto de que tú ado-
ces, le observé en seguida, puede contribuir lo malo .Y
o pesado de casi todos los frenos que se usan aquí. Á
a embocadura se le debe hacer un arco para que la
en gua quede en libertad, el cual sirve ademá para que
uien nos embrida nos haga recibir el bocado por los
ientos, in tocarnos los dientes. Pero 10 malos pica-
ores se han figurado que mientras más largo y to co sea
quel arco, ro jor ha de poder e sujetar á la bestia; no
ay quien sepa cuá 1 e el oficio d 1 arco, gra ias á todo lo
ual, se le inutiliza, atra ve. ando u base con una cade-
illa. De aquí el qu lo frenos de nue tra tierra sean
an malo, duros y pe ado com tú y yo] tenemos ex-
erim ntado, y el que infinito caballo se habitúen á ca-
ecear, á tascar el bocad y á]] al' abi rta la boca.
Sea de 110 1 1ne fuere dijo nton e Orión 10
i rt e qu á mi vicio de cabecear debo la especie de
O'radaci6n 111e he ufrido cuando se me ha de tina 10
ara la carrera. En te paí, nde no hay carr 1'a ino
v ntualm nt , lo común e::! qu nadie haga c 1'1'e1' un ca-
>a110 ~xento d dcfe (). 1 que adolece de alguno que
haga inc' modo, se le prueba, y si se ve que es de bue-

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172 EL TiIT~'-------------------~

na carrera, se le destina al hipódromo, con tando con que


á los muchachos campesinos que suelen servil' de jockeys
no se les han de dar tres pitos de que los caballos tengan
cualesquiera milidade y resabios.
Aquí cesó el palique, porque llegó la hora de que se
no trasladara á las pesebreras. n ,ato hacía que e tába-
mos encerrados, cuando sentí los pasos de un caballo que
traían de fuera, y un relincho que me llegó al alma
Adviérta e que yo no he dicho al alrna sino por acomo-
darme al estilo más común de expresarse: yo no entiendo
entrar en cuestión alguna metafísica con los lectores ni
c n nadie. Aquel relincho engendró en mi espíritu
(¡ vuelta á la metafí ica !) una ilu ión de que no qu ería
dejarme seducir por 111iedo de aparejarme un desengaño;
1 ero, apesar de esta precaución, no pude dominar en todo
el día el anhelo de que llegara la hora en que ha ía de
desalucinarmo ó de descubrir que el oído y el corazón no
me habían engafíado. Apenas tomé algnno que otro bo-
cado, y pasé aqu 1 largo día e carbando, dando vn Ita y
:lean do la cabeza por encima de la reja. Anocheció por
fin, salí al potrero, rel inché y . . . si 12. e cena hubiera
pa ado entre per ~ onas humanas, podría yo decir que m
había hallado en los brazos de Morgante. No me hall'
en u brazo ; pero me hallé al lado de aquel amigo e
quien e habían concentrado ca i to o los afectos que, en
mi condici'n podía experimentar. El alb rozo de Mor
gant al v .. me, fllé, me par c igual al mío.
-i y M l' ngue ?--fué la primera d e las infinita pre-
guntas que le hice.
-Merengue fué vendido, y no he vuelto á saber d
él. 1J n client d 1 r. Barrant , qu d oi' de g~nar su
1 it , les r gaIó á los niños del ab gado un excel nte y

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PALIQUE 173
precioso caballito de paso, y nuestro pobre amignito estu-
vo ya de más.
- i y Vd. pertenece todavía al Dr. Barrantes 1
-No. Visto ue yo me iba volviendo demasiado yie-
jo y que pocas ó ningunas veces le servia, se deshizo de mÍ.
Compróme un cura de cierta parroquia de la Sabana'
que es al fin y al cabo aficionado á los buenos caballos.
Todo u contento y toda su vanidad se cifran n tener en
u cuadra tres ó cuatro bestias e cogidas, y e ]e llena la
boca cuando dice: mis caballos. Bien echó de ver que
yo era viejo; pero, de pu' s de cerciorarse de que mis
diente se hallaban en buen estado, decla.ró que yo podía
servir aún por algunos años, y me coro pró por un precio
muy moderado.
-¿ y qué vida lleva Vd. en la parroquia?
-La má envidiable. lIis compañeros y yo somos
mirados por la ervidumbre del Seilor Cura y por la gene-
ralidad de su. feligre es eorno cosas ca ·j agradas; los
piensos son abundantes y el servicio es má que lleva-
d ro.
-Vd. es el caballo más afortunado que h cono ido.
-N o lo niego. Sin embarg ,n todas la época de
mi vida han ido tan felices como la preseute. 1: n tú
abes que estuve en campañas y . . .
- i Ah ! hora que me aeu rdo . . . . También e tn-
YO Vd. en no 'é qué tierra qne llaman el innerno dIos
caballo.
en 10 Llanos de Ca anare.
d. lne pI' metió referirme lo que había yi to
por allá. Ahora es tiempo de que me cumpla a pro-
me .. a, por u . quién no asegura que é ta no ha de ser
la última v z que e terno reunidos 1

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4 EL MORO

Aquí su piramos ambos, y, pa ada la emoción que no


hizo experimentar aquel como pre entimiento mío, }-I 1'-
gante principió á hablarme de los Llanos.
-En todo el vigor de la juventud e taba yo cuando
nevé allá á mi dueTIo de entonce", rico negociante q ne
especulaba sacando ganado de los Llano para el valle d
ogamoso. Dicho ujeto gustaba de tratar e bien, y por
lo mi mo cuidó con suma diligencia de que yo no me des-
medrara ni e tuviera sometido á las privaciones y sufri-
mientos que, en aquellas comarcas, afligen á los indivi-
duos de nue tra e pecie; y con todo, el que yo hubiera
salido de ellas sano y salvo, aunque flaco y con lacras, se
miró como prueba tan extraordinaria de mi robustez y de
mi pujanza, que en atención á ello fuí comprado á mi sa-
lida á ogamoso por un precio exorbitante.
Lo Llanos son un territorio que, por su exten ión di-
latadí ima y por lo perfecto de su ni el, parecería un
gran mar interior que por artes desconocida se hubiera
solidificado.
La natu l'al za parece haberse querido apar jar en es
planici sin fin un escenario digno de su magnific ncias.
Pero aquello no es más que un sober'hio cuadr. El pla-
cer que e goza apacentando n él la vi . tu n con trap .
las p nalidad s de una vida que no se o ti n ino lu-
cband ; y que no se o tien hoy ino para la lucha de
mal1ana.
r t da part cruzan y riegan e a r gi' n rí cau-
daloso y l'iachuel Llu ve allí la d t rcera 1 art s
del añ ; la lluvia forman otras corri nte temporán a
y hacen crecer los ríos; de suerte que ca,.] t do 1 t rrit -
ri permanece inundad p r mucho e . cnando la
agua bajan, merced á la evaporación, cl su 10 queda cu-

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J:'ALH.lU.hi 1'(5

bierto de despojos que se corrompen é infeccionan el


aire. El sol, que abrasa aquel suelo siempre húmedo, le-
vanta vapores que queman los pies, al mismo tiempo que
los vientos impetuosos que vienen de remotas regiones y
que soplan con pertinacia atosigadora, tienden á refrescar
el cuerpo. En grandes espacios, cubren la tierra hierba ~
que sirven de alimento á los ganados, mezcladas con otras o
infinitas que de nada sirven; y hay inmensas porciones
de terreno ocupadas por bosques en que v getan innume-
rables e pecies de árboles y de plantas, en que anidan y
pululan millones de millones de aves, ode reptiles y de in-
sectos, y en que tienen su guarida lo animales monte es
y las fieras más brava". En muchas partes, la tierra está
cortada y cruzada por hendeduras profundas y e tre-.
chas; de tal manera que una bestia no puede asentar
las cuatro patas sobre el espacio continuo que ellas dejan.
En aquellas casi desiertas llanuras, á cuyos confines no
alcanza la vista; en aquellos bosques en que los siglos han
acumulado los despojos de millares de millares de gene-
raciones de animal s y de vegetales, en las odllas de
aquellas corrientes, en aquellos marjales profundos y dila-
tado. , hierve y bulle la vida. Pero e a vida que rebo a
y se exhala, e en mucha parte la vida de los eres que
despojan de la suya al hombre y al caballo.
La riqueza de los habitante8 de aquella región ca i
desierta c nsiste en ganado vacuno; y c mo cada hatajo
no pue]e su tentar e sino paciendo en una inmensa cxten-
ión de ti rra r ser los pastos poco nutritivo, allá es
desc n cida la di i ión y acotación de los terrenos por
medio de cerca. El dueño de un hato, para poder e n-
servarlo, para vital' que Sil reses se mezclen con la
ajenas, para atendcr á la curación de las que aparecen

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176
con gusaneras y para apartar' cojer las que han de ven-
der e, n una palabra, para sabanear, como allá e dice,
nece ita diariamente de lo s r icío de mucho vaqueros
de á caballo y consiguientemente ha mene ter gran nú-
. mero de b stias.
Pero nue~tra e pecie no Inedra como no medra tam-
poco la humana ni la canina en aquella comar a.
Yo he oído en mi vida mucha", con el' aciones doctas,
y alguna de ellas me han informado de que cierta lla-
cione tienen colonia penit ncíaría á donde deportan á
1 s reos de algunos delito para qne en ellas 10 purguen.
Una de la secciones dv Colombia. tiene tarn bién u colo-
nia p nitencíaria para caballo , y á ella van 111 ncllos á x-
piar el de~ito de no valer lo que valen los caballos de bue-
na raza.
En efecto, del Tolima se envían á 10 Llano mana-
das de ca aUos condenad s á ser ir para la vaquería, á
padecer y á morir pr cozluente en esas ti rras jnho pita-
laria y esquivas. s' porqué, ya que lo hombre de-
c] man tanto contra la trata de n gro, no alzan tam ién
su v Z c ntra la d cabanos.
L s vaqu ro le un hato andan siempre y 1 bacen
tod á. cahano; y com para el rn ne r mil in" 10'1l íiL
cante ti 11 n que rocorr r en un dfa ó 11 alo'unas hora'
e paci ('a i inc nm n ürable jamá ('an inan ino á r -
vi nta cincha, de mod que, el
xij á un {'abalIo d
de d s mínut ,e]
por ]arg y nJortale hora. Y tnn ac tmnurado tán
aqu 11 s jinote á 11 v:\r In. ca algadura arrera abler'ta, a
q ne á can ra abierta los hac n andar ha ta n las ulle
de la p blacione , aunque sólo tengan que recorrer un

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distancia de cien pasos. Y no hay para qué decir que los
vaquer s siempre paran de tenazón, maltratándoles la
hoca á los pobres caballos.
Estos tienen que aprender á correr por sobre aquellos
terreno agrietados de que te hablé al principio, so pena
de introducir las patas en las hendeduras y de rompér-
selas.
Ni 'iquiera la sombras bienhechora de la noche pro-
curan siempre al caballo que trabaja en los Llano el
alivio que ofrecen á los demá. En los interminables me-
ses de Hu ia é inundaciones, vienen masas inmensas de
mo quitos y zancudo que envuelven á 1 otros animales
como en una nueva y maléfica atmó fera. Esos voraces
in ecto atormentan con BUS picaduras hasta tal extremo,
que las bestias, en lugar de aprovechar la noche, paciendo
y de can ando, la pasan defendiéndose de aquellos enemi-
gos y corriendo inútilmente en busca de repo o contra
ellos.
-¿ En los Llanos, interrumpí, se usa del rejo de enla-
zar d 1 mi mo m do que en nuestra 8abana?
-Para el act de nlazar á la re, e procede como
aquí; pero una vez enlazada, se la sujeta, no n la cabeza
de la i11a il10 á la cola del cabano, ya] é::ste iem-
pre resiste lo tirones y arrastra á la re volviéndole la
grupa .
.Al oir e to experimenté una impresi'n que me hizo
col ~U' con fuI' r: CIlla e la lúe m lin te y c n lIa me
discipliné ha ta que me quedó adolorida y como de co-
yuntada.
-Tod s los trabajos, prosiguió M rgante, todo los
trabaj y f, tiga. del caballo que sirve en 1 JJan se
podrían quizá conll ar, i el clima enervant ,1 sole
12

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abrasadores y lo ruin del alimento, no agotasen la vitali
dad y no mantuviesen postradas las fuerzas. Por dich
sos pueden tenerse los caballos que sucumben más presto
sin que la muerte dé tiempo á que los atormenten las eu
ferrnedades, que allí son abundantes y variadas, y los mé
todos curativos, tan crueles de ordinario como las dolen-
cias mismas. .
Cuando Morgante hubo terminado su razonamiento
concerniente á los Llanos, clar aba ya.-IIoy, me dijo,
es sábado, y mi dueño, el Sr. Cura, d be irse á la parro-
quia á decir misa mañana. Así es que vamos á sepa-
rarnos.
- i y cuándo volveremos á vernos ~ le pregunté.
-Quién sabe. Mi amo viene con alguna frecuencia;
pero es muy fácil que en sus próximas vi itas á la capital
venga en otros caballos.
-De suerte que, si cuando Vd. vuelva, yo, por cnal-
quier evento, no estuviera en estas pesebreras, no podre-
mos vernos.
-Por desgracia, eso es muy po ibIe.
Nos pusimo á p star, pero sin apartarnos uno de otr .
Cuando vimos venir al mozo que debía llevarnos á nue -
tros pesebres, nos dijimos adiós. i Este adiós, pensé, será
acaso el último ~

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CAPíTULO XVII
SUMARIO.-Casi mudo de dllefío.-Á tierra calicntc~-EnIcrmeelad y
curación.-Dos po adas contigua .-Alarma.-Un baflo.-E tu-
dios sobre los caballo ele ti rrn. caliente.-lnsecto maléficos y
ave benéfica .-Tomo una ave por otra.-EIl\lagdnlena.-Un pa-
saje.-En todas partes se cuecen haba .

'. ') facultativos á quienes el eñor . c\ vila había con-


sultado últimalnente obre su cr6nica dolencia, no habían
hecM figurar el caballo entre los ingredientes de las nl(}-
dicmas que recetaban. Mercedes y su amartelado llovi
cshban ya ca. ado " ab ortos en su felicidad, no habían
w.elto á. acordarse de mí; Ern sto no obtenía de sus pa-
r s licencia para m ntarme. Yo]e era, pues, totalmente
nútil á mi amo. Un socio ó dependiente ~ uy examinan-
]0 cierto día los libro de cuenta ' de la éa~a, le hizo notar
de mi manutención montaban ya á. una

or tan grasos con idcracione el efior ~ vila d t :r-


inó aHr de mí .Y a.j lo dió á ent nd r á. mn ha. per 'O-
as. Presentósele como comprador un joven bien por-
d , perteneciente á familia muy di tingllida, hijo de un
ljeto de fn -te que gozaba de la mejor r putación ; el tal
ven propuso á mi amo que ]e permitiera pI' barl e por
os ó tres días, pasados lo cuales, si yo le acomodaba, se
179
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1 O EL MORO

quedaría conmigo. "Por el precio, concluyó, no


remos."
El Señor Ávila se avino á ello ignorando que se las ha'
bía con una linda pieza, y ateniéndose á. que un hijo' del
Señor D. Fulano no podía dejar de ser persona de cuent
y ro uy formal.
Para probarme, Pachito, que así llamaban todos á mi
nuevo ocupante, dispuso y emprendió un paseo á ciert
pueblo de los del Occidente de la Sabana, -- ~1 ~.~~ 1 1
acompañaron dos de sus amigos. En el F
con otros camaradas que estaban de expec
caliente, y éstos, sin necesidad de exce ivas
redujeron á que siguiesen en su compañía.
Héme, pues, en camino para una reg
tiempo de 'eaba conocer.
En la Boca del Monte, esto es, en la ese
serranía por donde se empieza á bajar p
Magdalena, me llamó la atención que el frí
1:) condensase, por decirlo así, para dar su ~
por aqnellado se despiden de eUa.
En descenso casi continuo, y á veces
el camino en la dirección de las v rtiente
por entre agrias e carpa, ya por entre tal
de la montaña. Los árbol seculares y ~
la vi ten, muchos de 1 s cuales tocan co
troncos de lo q nacieron más arriba,
penumbra impon nte como la de un tem h
como producidos bajo sus bóvedas, e 1
voz humana y todo los demá rumores, que, al repercu
tir en los peñascos y al dilatarse por el mont , resuena
con misterio a solemnidad.
Cuando se llega á cierto recodo del calnino, la vi t

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CAMBIO DE CLIMA. 181
que estaba como comprimida, se escapa de golpe y co-
lumbra regocijnda un sector del inmenso horizonte del
valle, cuyos remotos confines están casi siempre borrados
por brumas que se levantan de un suelo abrasado por
el sol.
El camino sigue en ziszás; la soberbia perspectiva
vuel ve á perderse y el viajero acelera el paso para tornar
á recrearse en ella.
Habríamos ido bajando dos ó tres horas, cuando em-
pecé á ver una vegetación, nueva para mí, y á cono-
cer el plátano y la caña de azúcar. El canto de la chi-
charra taladraba los oídos y, mezclado con el de muchas
a ves y con el zumbido de miles de insectos, daba idea
de aquella exuberancia de vida y de la inagotable fe-
cundidad que, según lo que yo había oído, son distin-
tivos de la tierra caliente. El aire estaba embalsamado,
no por tal ó cual flor, por tal ó cual planta, sino por
una amalgama de infinitas fragancias quc subían de las
tierras más bajas.
Yo iba embelesado con todo esto, y figurándome que
todo el monte era orég{JjJU), cuando cm pecé á sentir cierta
incomodidad en lo cuartos traseros. Má adelante, esta
incomodidad se fué convirtiendo en dolor y en envara-
miento en dicha parte; y al cabo me sentí inútil para
seguir con mi jinet . no de Jos de la comparsa declaró
qne yo e taba encalambrado, como su 1 n estarlo las bes-
tias sabaneras que bajan á tierra caliente sin estar acos-
tumbradas á hacerlo, y me recetó un baño. Este remedio
me fué admini trado en 1 primer arroyo que hal1amos, y
montando el ñor D. achito en una bestia de carga que
tomó en alquiler á uno arrieros, seguimos nuestro camino.
En el primer pueblo á que llegamos me derramaron en

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182 EL MORO

la grupa una botella de aguardiente. No sé si por l


eficacia de los remedios ó por obra del de can o, que es 1
que yo más creo, me sentí curado antes de veinticuatr
horas.
La segunda jornada fué muy corta y terminó en una
población importante y grande, en la que los pa eante
determinaron pasar dos ó tres días. Las bestias fuimos
alojadas en un gran patio interior, ó más bien corral, e
donde nos hallamos reunidas con otras muchas, mulas las
más; y á todos los cuadrúpedos y bípedos allí congrega-
dos nos echaban el alimento en el suelo. E te e taba
formado de de pojos eculares de lo que se les había
echado á otras bestias que, según indicios inequívoco de-
jado por ellas, habían comido y bebido de 10 que se les
había echado.
En cuanto á líquido, había algunos en el corralín,
pero no el que habíamos menester para mitigar nue tri
sed, de manera que Due tros dueños tenían que di poner
que, en manada, no 1levasen á un abre adcro un p c
distante.
Los alimentos que se nos suministraron, nuevos para
mí, me parecieron tan malos, que sól constreñido por el
ham bre pude usar de ellos. Los veO'etales de quc sc
comp nía nuestra comida eran h jas cuyos bordes estal an
proví t de ieTras, y me parecieron á pera, corre as y
poco incitativa. Cuando no ser ían nn tI' píen
t ní< m icr pre con ddado pues la mulas extraña._ e
al'rim< ban á participar de él, y ga taban tan poca dll 'a-
ción que, obre comcr de gorra, def ndian á mordisco y
á oces el plle to que usurpaban. Y i mi compañero
y yo acudíamo á tomar la torna llando le ech an su
ración á las bestias que habían menoscabado las TIue tras,

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CAMBIO DE CLIMA 183
nunca faltaba un arriero ó paje que, á znrriagazos, nos
hiciera respetar la propiedad ajena.
En aquel lugar debía yo experimentar el más cruel
sobresalto, y entrar en un cuidado que había de amar-
ar mi existencia. Jamás había yo dejado de temer el
contratiempo que allí me sobrevino; pero siempre me
babía halagado con la idea de que tal temor fuera pura
aprensión hija de mi temperamento.
El corral en que yo e taba confinaba con el patio de
una casa en que admitían hué pedes de condición inferior
á la de mi poseedor actual; y los dos recintos estaban
dividido por una muy rala cerca de palos. Ya yo ha-
bía ad ertido y hecho notar á mis compañeros que la
tal ca a contigua era un belén de día y de noche. De día
metían, sacaban, ensillaban y desensillaban bestias; la
patrona de la posada repartía órdenes, regl-lIios y tornisco-
nes entre 10 criados y los chiquillos; é tos se desgañi-
taban chillando; los huéspedes pedían á todas horas
almuerzos y comidas, hablaban á gritos, tocaban tiple,
cautaban, reñían, retozaban y se reían e n carcajadas atro-
nad ra ; un a no, los marranos, las gallinas, los ganso,
10 pavos y los perros contribuían cuanto les ra dable
para hac l' aquel somatén más estrepito o. De noche, sin
que ce asen del to o la baraúnda y la jarana taban to-
cando á la puerta de la ca a y á la de la ti nda anexa á
l1a lo. hu~. p d qu v nían d cor1' r la tuna, y tros
p.rr luie n q ne ]a e taban corrí ndo.
". e o de la siete de ]a tercera noche que pa amos en
aqnel lugar por sobre t do el alboroto habitual, se hicie-
ron entir las oces y las pi adas de]a cabalgaduras de
unos viandantes qu II gaban á hospedar e en aquel pan-
demonium. Entráronse atropelladamente al patio atrave-

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1 4 EL MORO

sando á caballo la sala de la ca a


con grosera familiaridad.
Uno de los recién llegados, echando juramento,
quejaba de que su mula venía coja, y, entre bromas
veras, amenazaba con pegarle fuego á la poblaci / n i el
ella no le proporcionaban una bu na bestia en que con
tinuar su viaje. Yo conocí esa voz y me e tremeCÍ.
Que el lector aJivine qué voz era e a.
En mi turbación y mi espanto, no pn e pen ar ino
la fuga; la puerta del corral estaba mal cerrada y la que do
la ca a daba salida á la calle se veía abierta. Ya iba yo á
escaparme, cuando advertí que, si el camino que yo t mar
para huir fuera el mi IDO que Garm ndía había de guir
al otro día, era muy fácil que él diera conmigo, y egur
que, al encontrarme abandonado, se al oderara de mí.
Es cierto que de D. Pachito 110 podía yo e peral' mu-
cha defensa, pues ya había conocido que ra un taramba-
na y un blandengue incapaz de hacerle frente al Tuerto;
pero al fin y al cabo, iempre era mejor que, si yo caía cn
man s del enemigo de mi repo o, hubie e iquiera qui 1
se lo noticiara al eñor Á vila. i tí d 1 propó ito d
huir y pasé la noche en amarga congoja. Cuand ama-
necí/, me acogí á un ángulo d 1 corral que no se divi ah
d de la casa vecina; pero á un maldito arriero se 1 an-
tojó colocar en él su mulas y m hizo alir hacia 1 n-
tI' . apenas e d ui ] / v 1ví á mi a i]o; él t rl /
echarme de allí y en e t e trajín e tuvim s el arri r y
y he ta que él ante O'i / sus mulas y las sacó á la calle
para cargarla .
urante el ía no v lví á entír la oz del Tu rto ni
la de sns acompañantes. P r la noche me echaron le
hi rba al pie de la cerca de pal ,y al pie de la misma,

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CAMBIO DE LIMA 1 5
or el otro lado, estaba de pachando su pienso la mula coja
que Garmendía había llegado. Venciendo mi habitual
pugnancia á tratar con mulas, le movi conversación á
uélla, y de e te modo pude enterarme de que el Tuerto,
"pué de haber ido per eguido in excesiva 8aña en la
marca que había sido teatro de sus últimas fechorías, y
e haber e retraído por algún tiempo, osaba ya mostrar e
muchos lugares, como seguro de la impunidad. Por
pronto yo no tenía gran riesgo de ser descubierto por
, pue , según mi interlocutora, en el viaje actual lleva-
a rumbo contrario al de D. Pachito.
e n todo, cuando al día siguiente me montó éste
ara continuar su expedición y me sacó á la calle, no me
gaba el sudadero al cuerpo, y en todas la persona que
>ía creía reconocer al aborto del infierno.
Seguimos de cendiendo. Por el sitio en que terminó
uena jornada pasaba un río, y allí gocé por primera vez
la d licí d 1 baño en tierra caliente. or la rnafia-
la unos muchacho de la ca a en quc habíamos p ado,
s 11 varon á mí y á mis compañeros al río, dc nudáron-
á la orilla, entraron n el agua con no tro llevándo-
d 1 dic tro y se pu ieron á echarnos por el cuerpo
lbos de agua, interrumpiendo á menudo e :1 tarea para
afiar ello mi m , dando ch apuzo n e , nadando y
hándose aO"ua unos á tro.
no d )0 a allo dió un ej mplo que] él má de-
ríamos haber eguid, echándo e dentro d 1 río. ~ P r
ué no e tamo aco tumbrado todo 1 caball á bañar- .
le te m do siempre que e nos pre nta una co-
'ient capaz de cubrirn el cu rp ?
.En aquella excul'sÍ' n iba yo hacien o e tu ios sobre
condición y la suerte de los caballos en la tierra calicn-

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1 6 EL MORO

te. uando hube visto mucho de


tados n Ha, form.é el concepto de que e
on pI' pios para que los indi iduo de nue tra p cie
de"arrollen y prosperen, ni menos para que UDa bue
raza se perfeccione ó siquiera se con er e sin deg ner,
La piel del caballo calentano da mue tras de lo que aca
de afirmar. En la l' gión inferior de la cabeza, y á v'c
en toda ella, igual q ne en otra partes del cuerp, 1 peI
ralo y dema iado corto, de manera que deja á d c
bierto la epidermi. A Í, la pi 1 del caballo vivo se a
meja mucho á la de la be tia ó el toro difunto, piel qu
conv rtida en zurrón ó en forro de una va lJa y lna
tratada por el uso y el frote, se ve como curtida y ma
chita.
L colore de los caballos son
de teñidas, siempre apagado y caíd ; ca i t da la b
tia pareccn ahulnada. . La ru ia bIan a e tán salpic.
da de nlanchita b curas que hac n en ellas el mis
fect ue la peca ~ en 1 r tr hUlnano.
La oreja de toda la bestia están de mayada y c<
colgnnte , ]0 cual, unid al de mad jamiento d 1 P . cuO
z , da á ]a l)e tia el aspecto má mustio y desmazala
que ilnaginari' 1 u de.
qu 1 defect de las reja vi ne en much part
las garrapata que e pr nd n en la raíz y en el int ri
Je a tI 110 mi m bY' n d nd ncn ntran habita '·í'
, moda y su tanci E t bicho un an
c . tan rande e ti', O' que L l' el' á la, be ti,
parte d la l' ja; y hay ad má
rara que]a hace 'a l' d raíz.
na n cL me qu d; admira lí l' o al v l' que un c,
ball0 que estaba pací nd junto á mí COD intí' lue ciert

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CAMBIO DE CLIMA 1 7
jaro se posara en su cuello, y allí eneal'amado, le picara
orejas. Manue téle mi asombro, y él, riéndo e ue mi
orancia, me explicó que hay pájaro que prestan á las
tias 1 servicio de limpiarlas de garrapata, por lo cual
das cUas, no sólo 110 los e pantan, sino que los reciben
n gu to y con agradecimiento.
Á la noche siguiente vi sobre una mula algo como un
jaro que hacía no sé qué movimiento, ml ntr s ella
recía adormilada. Tuve la mala intención de e pan tal'
animalito para que la mula siguiera padeciendo con sus
rrapatas; pero al punto pen é que esa acción era pro-
a dd Tuerto Garmendía, y me retiré muy quedo. Al
1'0 día vi que á la mula le fluía un hilo de sangre del
io en que yo había vi to al pájaro, y le dije :-IIola,
n que el pájaro que anoche te estaba quitanuo Jas garra-
tus también te sangró.
-Va 'a d. á hacer mofa de su abuela, me conte t ~ .
lalquiera otro que hubi l'a vi to que un mUI'ciélag me
taba hupand, habría hecho la buena obra de e pan-
'lo ' de de pertarme.
V 1viendo á mi a unt , aíiauiré qu, i los cab l10s
lelltanos no le deben mucho á la naturaleza, todavía le
b n ID no á la educación. La. clave, 1 fundamento, el
áutern d 11a e tá II la. b ca y]as be tia calentana
1 en muy poco de freno. ~ i todas 11a re ponden á
t qn d 1 bocad flulando 1 ci 1 e n 1 ho ·ico.
on indecible júhilo l1 crué á la rilla. del fag lal na,
con cí, y hasta me di cn su ao-na un remojón. [e
rdé de nue tro humilde Funza y III par 'ió, cot jado
n el majestuoso y soberbio río como una. misera11e
e(luÍa.
En una hanienda <]u visitam y P l' la cual a 'a

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1 8 EL MORO

otro río caudaloso y magnífico, tuve ocasión de asistir á


espectáculo de grande animación y atractivo, y aún to
en él, con mi jinete encima, una pequeña parte.
Tratábase de pa ar de una margen del río á otra u
numcrosa manada de toros ariscos y bravos. Forman
herradura para cúbrir ]0 que llamaré la retaguardia y ]
flanco d 1 hatajo, se le hizo seguir ha ta un p]ay'
Allí muchos vaquero" de á pie y varios de los de á
baIlo que se desmontaron y desnudaron, se arrojaron
agua, al mismo tiem po que con gritos y con cha quí
de zurriagos se hostigaba á los toro para que se arr J
sen también. Al principio se arremolinaron y·amena
ron romper la fila de vaqueros; unos pocos la rompier
efectivamente y se esparcieron por la llanura, ponien
grande espanto en la gente que por allí se encontrab
Por fin los toros más animo os ó los más aco ado se
mcrgieron en el río y fueron seguidos por los demá
Fué de ver entonces cómo los vaqueros, que nunca h
hieran po ido acercarse á uno de aquellos feroce ani
lc estando en tierra, los guiaban, los atajaban, se 1 s a i~
á veces de 10 cuernos y les daban cachetes: se diría
aquellos brutos, sintiéndose fuera de su elemento, ponía
confiadamente su suerte en manos de los vaqueros, q
parecían hallarse en el suyo.
El hatajo y sus conductores fu ron á tomar ti rra
un pI. yón que quedaba mncho más abajo q ne el otr
ya allí estaban apostad B algunos vaqu ro para imp
que lo toros e de parramaran.
E tas funcione e llaman pasajes en la comarca
que e v rificó la que pre encié.
Ya de vuelta para la abana, vi itamo un trapicl
Allí vi que en ninguna parte falta. modo de atormentar

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CAMBIO DE CLIMA

caballos imponiéndoles servicio duro y desproporciona-


á sus fuerzas. Entre la bestias destinada á tirar del
ayal, habla. tres caballos que habían servido mucho como
illa, y á los cuale , en su vejez, se les había jubilado
n aquel destino. Los días que no iban al mayal, iban
acarrear caña y, hallándose, como se hallaban, llenos de
ataduras, se les echaba encima una carga pesadí ima
e les laceraba las caderas y que se aseguraba sobre el
o apretando con exce o los rejos que la sujetaban.
Al cabo, e ta dura labor toca únicamente á algunos
aIlos; pro, egún lo que oí referir, hay otra en que
decen todo : el día de San Juan se solemniza montan-
á caballo todo el mundo para correr sin ton ni son por
cercanía de las poblaciones.
Tanta importancja dan los calentano8 á esta fiesta, que
enas ha pasado la de un año, empiezan á apercibirse
ra la del otro. Y es tan de caj' n que todo individuo,
rón ó mujer, monte y corra en ella, que, por no pade-
l' la pena y la vergüenza de omitirlo, aquellos para
ienes no alcanzan los caballos y yeguas que baya en la.
Ji dicción de ca a ciudad ó pueblo, echan mano hasta
las pobres mulas.
En tal día tan placentero para los hombres 4Como
iago para las bestia , de de que Dios echa u 1uz ha ta
en entrada. la. noche, se ve á la muchedumbre cabalga-
ra l' partida en gru p ir y venir en de af rada carre-
in pizca de miedo á tI' piez y á encontr nes, gri-
ndo á gañote suelto: '¡ an Juan! 1 an Juan t '
Los jinetes re tauran á menud su fuerzas con tra-
s, y muchos descansan mi ntras dejan u al' de sus
balgaduras á los que se han quedado á pie; p ro para
bestias no hay tregua, ni l' p o, i refrigerio: siem-

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1 O EL MORO

pre corre que te corre, y esto bajo los rayos de un sol q


hace trinar los grillos.
Al día siguiente continúa la jarana en honor de
Eloy; se de cansa luego tre días, y vuelta á toruelline
para festejar á San Pedro.
y cualquiera. que sea el trabajo d 1 caballo en tier
caliente, es más duro y pesado que en la Sabana, pu
allá hay que batallar con la flaqu za, la la itud y la Boj
dad que hacen experimentar el clima y la falta de jugo
dad de los pastos.
¡ icho os los caballos y dicho ·os todo los vid nt
á quienes ha tocado habitar en la Sabana de TIogotá!

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CAPíTULO XVIII
~rARIO . -Interrogatorio á la mula coja.-Regreso.-Torno á vivir en
1 campo.- tro nuevo amigo.-G1·acia : no siento comezÓn.-
'abaJl de ro 'dico.-Infau ta noticia.-E condi<lo.-Fune to !';u-
.-Mi último a ilo.-En campaña.-Bauti roo de fu go.-En-
tu ia mo b 'lico.-.. . oble hazaña '.-1, Dónde está la gloria j

ENc.AM.INÁ.l:mON S ya hacia la Sabana, llegarnos á la


ln.ción en que ~'o Jne había hal1ado tan cerca de Gar-
ndía, y en ella hicimo noche, alojándono n la misma
ada en que, de ida, nos habíamos hospedado.
En el patio d la contigua estaba todavía la mula coja ;
al erla, m o re alté, figurándome que 1 Tuerto taTTI-
co se había au enta]. Ella me tranquiliz'" articipún-
me que aqn 1 b tent t se había marchad en otra be -
, y qu ella, ha ta que ~aDara d ]a c j ra, corría al
idad del amo de la h p dría.
Me había pe ad no haber inqnirido de la dicha mula
al'mendía solía acordar e de mí, y ahora nlO aproveché
la. coyuntura para hacerle un interrogatorio.
- ' Algnna. v z, le dij ,ha oíd al Tu rt hablar de
caballo moro de que cree haber ido dn TI •
-No una in mucha veces me c nt tó. abal-
nt ahora, 1 día que se fué, b miDand d mí y re- -
ando de mi c jera, d ía que si tuvi ra su caballo
ro, no se vería en embarazos.
1{)1

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- i Y ha dado á entender que conoce su paradero?
-Allá en la nobana, le he oído que, en no sé q
lance, se le había perdido y que tenía por seguro que'
lo había robado un señor de cuyo nombre no me acuer
y contra quien se deslengua en improperios cuantas vec
le mienta.
- i Será un D. Cesáreo?
-El mismito. e me antoja que ese caballo
es Vd.
-N o te engañas. i Y á tí cómo te adquirió?
-No sé más ino que un día me sacó de los potrer
de su padre.
- i y cómo te trata?
- Oomo lo trata todo; como si me tuviera en u p
d r, no para aprovecharse de mis servicios sino para m
tarme.
Quedé, pues enterado de que el Señor D. Lucio n
perdería ocasión de ecbarme la garra; y de de aquella n
che fueron mis recelos má vivo y má acerbos.
~legado que hubimos á B gotá, D. Pachito mc envi
á mi pe ebreras. o é i con el eñor Á vila e di cu
p' del abuso que tan desverg nzadamente hizo de la COI
fianza que en él tuvo cuando me puso en sus manos.
Mi amo, con aquel escarmi nto, no qui o volver á ro
terse á tratante de cabal/os y me confió á un amigo uy
ncargándole que m venui ra. Por gran a ualidad e
amiO'o del eñor" iIa ra dncñ de la ha i n4a que á 1
Y á otros caball n había de rito aqu 1 lazán t sta
de marra. o tuve O'ran placer en ir á a ha ien
que ya miraba con simpatía. En ella empecé á hallal
tan á mi sabor com n Hat nn v , y hasta tuve la f
tuna de dar con un compaíiero que muy pronto vino á s

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NUEVA CAMPANA 193
migo mío de toda mi satisfacción. Llamábase Gul1iver
reunía en su individuo algo de la sensatez y la exp~­
iencia de Morgante, con algo de la jovialidad y travesu-
a de Merengue.
Recuerdo el lance que dió ocasión para que comen-
áramos á tratarnos con familiaridad. Estábamos una
arde reunidos á tiempo que un ca.ballejo muy desmirria-
o que habían abandonado en el camino y que fraudulen-
amente se había metido en el potrero, se nos acercó en ade-
án de querer alternar con nosotros en la conversación.
i compañero, como caballo benévolo y urbano, no ~e
trevió á mostrarle desprecio, y yo no quise manifestarme
enos bien criado que él. Con esto, el pobre rocín co-
ró confianza y se me fué arrimando hasta que, levan-
ando la cabeza, se puso á rascarme fuertemente la cruz
on los dientes. Yo me retiré un poco, y él volvió á la
arga; torné á retirarme, y él ¡dale gue le darás! Por
n le dije: "gracias: no siento comezón."
Gulliver se rió entonces para adentro, y cuando la
isa le dejó libre la voz, me dijo: " No ve Vd. que le
uiere dar á entender que espera que Vd. tenga la bon-
ad de rascarle la misma parte que él ]e rasca á Vd. ? "
~Iiré entonces hacia la cruz del jamelgo, y vi quo en
lla tenía. una cal va Pl'oducida por la sarna. Una de las
entajas que lo caballos les llevamos á los hombres (y no
de las menore) con lste en no conocer la sen aci' n
Jne ellos llaman a8CO. Sin embargo, en aquella coyun-
ura, pude formar cabal idea de lo que es esa sensación.
Mi nuevo amigo pertenecía al dueño de la hacienda;
éste, por temporadas y para que en él hiciese sus visitas,
e 10 enviaba á un cuñado suyo muy querido, que era
no de los má insignes médicos de la capital.
13
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194 EL MORO

Sabiendo esto, le dije una vez que, hallándose, como


en mi sentir se hallaba, dotado de grande espíritu de ob·
senración, él d bía haber hecho m uchas y muy curiosas
observaciones sobre la medicina y sobre los que la pro-
feoah.
-No muchas, repuso: no he oído las conferencias del
Doctor con los dolientes sino cuando alguno de éstos 1
ha detenido en la calle para hablarle de su enfermedad y
para pedirle consejos ó recetas. Esto lo hacen algunos
aún sabiendo que el Doctor ha declarado que no quiere
ni debe ocuparse en consultas sino en su casa, á hora de-
terminada, ó en los domicilios de los enfermos. Pel'o
parece que entre los hombres sucede que cada cual se cree
excepción de todas las reglas cuya ob ervancia es incómo-
da. Además, cada enfermo juzga que su curación, que
para él mismo es el asunto de mayor monta, ha de ser lo
propio para su médico.
He oído también una que otra plática curio a en lo
zaQ'Uanes de las casas de los enfermos ntre su anegado
y el Doctor. Aquéllos le quieren sacar expre iones en
que puedan fundar esperanzas, y 1 Doct r, no pudiendo
dárselas sin comprometer su reputaci'n, busca efugios
para no herir su sensibilidad.
Otras veces los dichos allegado se meten en honduras
científicas y di cuten con el Doctor, quien se ve amarg
para no tenerle que decir que, i aben má qll él n
han debido llamarlo. Fr cuentemente aprov han de
a conferencia en el zaguán para in inut rle al facultativ
por medio de exordio y de circunloquio 1 ara d rar la
píldora, que tal vez sería bueno que se asociara con uno
de sus comprofe ore. Y si la c nferencia e entre varios
facultati vos que han visto al enfermo, es de admirar la
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NUEV A CAMPARA 195
arrullería con que cada uno evita el comprometerse y
rata de largarle el muerto al médico de cabecera.
- i y qué tal vida se pasa cuando se le sirve á un mé-
ico?
-Bastante agradable cuando el médico lo tiene á uno
n buenas pesebreras. Lo malo es que uno se echa á
erder en ese oficio. El jinete, no teniendo que recorrer
e una vez sino una distancia muy corta y 110 pudiendo
ener gusto en cabalgar para ir desmontálldose cada rato,
01' buen jinete que sea, se aburre de manejar bien el ca-
allo; no lo levanta, y lo deja andar de cualquier modo;
, como las calles de la ciudad no ofrecen piso cómodo y
urno en ellas se presentan á menudo diversos obstáculos
ara que el caballo camine con desembarazo, éste viene
á perder el brío y el garbo y á habituarse á andar como
desmazalado y adormecido.
-i y á Vd. le ha sucedido eso?
No callaré que, al hacer esta pregunta, bunó allá, allá
n 10 más recóndito de mi sér, algo como un a omo de
nvidiosa complacencia: yo esperaba que mi amigo res-
ondiera que s1 adolecía de algún defecto. El recuerdo
del mío, clavado como una espina agudí iroa en mi pecho,
levantaba en él un sentimiento que ni quería yo confesar-
me á mí mismo.
-Yo, contestó Gulliver, cuando estoy por algunos me-
es dedicado á. la medicina, empiezo á volverme apático
y tomo un troch dito que se parece al trote como un hue-
vo se parece á otro. Lo peor es que doy en caminar con
la cabeza caída el pescuezo estirado y las orejas despa-
rramadas. Pero apenas vuelvo acá, me monta mi amo y
en un periquete recupero mi brío y vuelvo á ser todo lo
que he sido.
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196 EL MORO

Llevando cierto día á mi amo por el camino público


se encontró él ~con unos conocido suyos, los cuales ]
dieron la infausta nueva de que había e tallado en no s
qué partes de la República una revolución, y la de qu
ya se e taban los partidos apercibiendo para la guerra.
Esta n ticia no me hizo menos horrenda impre ión que
las qu , algún tiempo ante, había recibido sobre el Tuer-
to 1 arm ndía. Mi norl' r á é te no era muy uperior al
que la guerra me infundía. Día de pué, vimos Gulli-
ver y yo que por el camino pasaba tropa conduciendo á
muchos hombres que, según supimo ,iban destinados á
ingresar en el ejército. Más tarde vimos unos hombres
de á caballo que, armados de lanzas, vinieron á la ha-
cienda y por orden ó con con entimiento del amo, se
llevaron dos caballos de poco valor y una silla que olía
servil' para los vaqueros. Á medida que iba pa.. ando el
tiempo, se multiplicaban y e hacían más claro los indi-
cio de que la guerra e taba ya en cndida.
Día llegó en que viruo que 1m ro diano e cuadr'n de
campesinos, medio disfrazados de militare, r c 10 y e
llevó varios bueyes gordos y varios caballos del llano que
por el río estaba dividido de nuestro potrero.
El du ño de la haci nda vi' afeitada la barba de u
v cino; y en la noche d e e día no hizo llevar á ulli-
ver y á mí á lo que la g nte de la comarca llama el Pá-
ramo.
En la parte má aO're te y esquiva. de 1 s mont de la
hacienda e halla una calla a cubierta de lozana y ir c.
v g taci'n, cuyo col r contra tu c n el opaco y ombrÍo
d t dIque la circunda. llí se unen un c 1'1'0 empi-
nado y riscoso, cubierto á trcch s de ID nte verdinegro, y
una loma árida y ca i desnuda en que crecen frail jones
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NUEVA CAMPAÑA 197
que de lejos semejan manadas de carneros. Algunos es-
tán quemados, y parecen fantasmas negros que cuidan de
los rebaños.
En aquella cañadR se nos ocultó; y, con cercas de ma-
dera i mprovi adas y toscas, se cerraron las salidas por
donde pudiéramos escaparnos.
Cuando amaneció, reconocimos el sitio y nos pareció
demasiado fre co y poco abundante en hierbas alimenti-
cias. La niebla que cubre muy á menudo aquellos cerros
daba á nuestro retiro el aspecto má lúgubre. Las plantas
que crecen en esas alturas exhalan cierto olor resino o,
nada de agradable, pero á mí me parecía que allí olía á
soledad.
Todo contribuía en aquel paraje á aumentar la melan-
colía que de no otros se había apo erado considerando ]0
precario de nuestra situación y la alternativa en que nos
veíamos de ser cogidos por IR tropa ó de ayunar en nue -
tro retiro, no sabíamo por cuánto tiempo.
Un carbonero, habitante de una choza situada en las
inmediaciones de la caliada, recibió orden de cuidar de
no otros, y hay que confesar que hizo todo lo que pudo
en beneficio nn tro; p ro 10 que podía era poco; todo
se reducía á racionarnos on hoja y cogollos de oh7.lsque,*
alimento flojo pero no de agradable. Para colmo de des-
di has no podíamos tomarlo con gusto porquo habíamos
oído a egurar que entr el cbusqne e encuentran COTI-
did muy á menudo unos insect s que por u color no
pueden distinguhse de las hojas verdes y que vulgar--
monte llaman tembladera. t Díce e generalmente que

* Gh1lsq1¿e. }i~ p cíe el hel cho, ele tall largo, fu erte y nneloso.
t T embladera. Insecto de la familia de los fasmidos.

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198 EL MORO

dicho insecto es un veneno activo que causa pronta muer


te á la bestia que 10 traga.
El carbonero que cuidaba de nosotros desapareció;
por las conversaciones que, con llorosos ojos y voz que-
brada, tuvieron en presencia nuestra su mujer y sus hija,
supimos que el marido había sido cogido y que estaba d
soldado. Esto nos hizo comprender que la guerra se había
encrudecido, é hizo subir de punto nuestra tristeza.
Días y días iban pasando, in que suceso alguno in-
terrumpiera la in ufrible monotonía de nuestra vida.
¡ Ojalá, aunque yo hubiera perecido de tedio, no hubiese
venido el acontecimiento que me hizo cambiar de situa-
ción!
Una noche, al primer canto del gallo de la choza de
los carboneros, lne parece que ulli ver se ha. echado y ) o
me echo también. lIacia la madrugada me levanto, paz-
co un poco y relincho. Á mi relincho no conte ta el de
luí compafiero. Me le acerco, lo olfateo, y se apodera de
mí una inquietud mortal. Luce 1 alba y á sus primeros
re p1andores percibo que mi amigo tiene el vientre mons-
truo amente inflado, 1 dientes de cubierto y los ojo
sin brUlo. Está tendido obre el lado derecho y el bra-
zo y la pierna del opuesto se ven rígidos y 1 vantados
del suelo. úbito espanto se ap dera de mí y huyo de
pavorido hasta un extremo del cercado.
¡ La muerte! 1la mu rte t
Mi amigo no es, y in embarg ahí tá. Ahí está bU
11 mbre y yo tengo, c mo ant s la idea de su s r.
i Qué falta 1
i Mi terio impenetrable t Envidio á los hombre, que,
según cr o, co prenden 1 mi terio de la mu rte.
Los animales no comprendemos la muerte; pero 108

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NUEVA CAMPANA 199

caballos manifestamos el horror que nos inspira, retirán-


donos sobrecogidos de los cadáveres y de las osamentas de
nuestros congéneres.
Á mi amigo no se le podían hacer, por falta de quien
oficiara, los funerales que se les suelen hacer á los caba-
1108: no se le podía desollar.
Al mediodía, las negras y asquerosas aves que siguen -
á la muerte por dondeq aiera para hartarse con sus despo-
jos, caen sobre el cuerpo inanimado y lo mutilan y 10 des-
trozan, alegrando su festín con graznidos, saltando y ale-
teando en torno del cadáver, en una danza grotescamente
fúnebre.
Alguna de ellas introduce la calva cabeza en las cavi-
dades del vientre; rasa con el pico un extremo de los in-
tcstino ; mira maliciosamente Fi hay algún peligro que
temer, y extiende y arrastra la presa hasta el punto que
escoge pnra hartarse con ella.
Un mal hombre que, expnlsado de la estancia de que
disfrutaba en el monte, andaba en acecho de ocasiones
para hacerlo daño al amo de la hacienda, el cual ya estaba
preso, había denunciado mi ocultación y la de mi compa-
ñero y ofrecido guiar á los soldados á quienes se enviase
por nosotros; pero el ama, sabedora de la muerte de
Gullivel', que atribuye á envenenamiento con temblade-
ra, ordena que al anochecer del día siguiente al d 1 desas-
tre e me ]]eve á la casa.
Colócanme en la caballeriza y allí 8e me manticne con
salvado, con hollejos y con lo que se puede ballar á pro-
pó ito para alimentarme, y se procura evitar el peligro de
que alO'ún extraño vea meter en la casa comestibles que
denuncien mi presencia en ella.
Cierto día se ve venir un piquete de caballería. La

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200 EL MORO

señora dispone que una criada me introduzca en 1


alcoba y me oculte tras las cortinas de una cama. LI ga
los soldados; unos ocu pan las salidas de la casa, y otros
penetran en ella y em piezan á registrarla prolijamente,
en bu ca, según dice el oficial que manda la partida, de
armas, de monturas y de caballos que se sabe tienen allí
escondidos. La señora contero pla silencio a el allana-
miento de su domicilio; pero cuando los soldados inten-
tan introducirse en su alcoba, defiende la entrada con
verdadera energía, esto es, con firmeza y sin cólera; les
afea á los militares el atrevimiento de violar las habita-
ciones privadas de una señora, y ellos, de pués de confe-
renciar entre sí en voz baja, se retiran y salen á montar.
Yo estaba salvado.
Pero, en mi escondite, hay una ventana que está en-
treabierta; un militar, ya montado, se acerca por la parte
exterior de la casa á e, a ventana; yo olfateo el caballo y
siento sus pasos, y un ciego y maldecido instinto me hace
relinchar.
Todo estaba perdido.
Hice mis primeras armas bajo la silla del oficial que
DJe había aprehendido. Él pasó casi una semana desem-
peñando comisiones como aquel la, á que e debió mi cap-
tura. Luego ftú á dar á un pof/rero de brigada muy in-
mc iato á cierta po lación en que estaban acantonadas
dos division s. Allí no se dejaba en paz á 1 ca all ni
aun en altas horas de le n he: durant ]0 minutos en
que no estábamo en la c rraleja se nos taba reco icndo
para 11 varnos á ella. Ora se necesitaban caballos para
una patrulla; ora para unos ticiales dc infantería que
iban á marchar con su cuerpo; ora para un piqu te que
iba en comisión á rccoger ganauo y be tia por los cam-
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NUEVA CAMPA~A 201
pos; ora para despachar un posta; y era tal el desorden
que no fué raro el que, para una sola co a de esas, se nos
recogiera dos y tre veces; ya se había cogido cierto nú-
mero de caballos y resultaba que se necesitaban más ó que
algunos de los que se habían en "iado al cuartel debían ser
cambiados por otros mejores.
Los más de mis conmilitones eran de la más ruin apa-
riencia, por lo cual yo, que no la tenía mala á pe ar del
ayuno á que había estad ujeto en el Páramo, era esco-
gido muy á menudo para toda cla e de servicios. Llevé
y traje postas, haciendo jornada in verosímiles; figuré en
patrullas, y serví á las comisiones proveedoras de carne y
de bagc jes.
Lo peor era que los soldados de la guardia de brigada,
siempre apasionadísimos por m ntar, me preferían á to-
das las demás be tías y me montaban en pelo para echar
la recogida y para todo lo que les era lícito hacer á ca-
ballo. Entónces probé 10 que es ser montado por dos
ji netes, pues era común que el soldado á quien se per-
mitía ó se ordenaba que se irviese de mí ofrecí ra á
otro llevar10 á grupas ó consintiera en que las ocupa .
La continua desazón, la p na y el miedo que me tor-
tnraban lleo-aron á u colmo nando me vi' destinado á
servir en un e cnadrón que salía formalmente en busca
del en migo.
e ncluídA. la prim ra jornada, se nos hizo pasar la
noche en un potrero. La sigui nte la pa amo 1 ca a-
lIos con ]a sil1a aunque sin brida, buscand hierbajo. en •
uno p dr gales que cirCUlan el campam nto. 11uchos
centinolas, apo tados al efecto, nos impedían alejarnos.
El tercer ía acampamo en un lugar en que había Dluch
sembrados, y allí pudimos los caballos sacar el vientre de
BANCO DE A REPU BlICA
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202 EL MORO

mal año. Á algunos muy bisoños les costó caro el harta


go, pues se lo dieron de plantas que no estaban en buen
sazón, y enfermaron gravemente.
En el e 'cuadrón no se observaba método para usar de
los caballos: una vez sueltos y mezclados, ninguno sabía
á quién le había de tocar montarlo; y cuando era tiempo
de distribuírnos, cada soldado trataba de apoderarse del
que mejor le parecía; con lo que era común que, entre
varios, se d is putasen á mojicones el derecho á cierto ca-
ballo. Á mí no me montó dos veces un mismo soldado.
Cuando se iba aeercando el día del combate, menudea-
ron más las órdenes y las contraórdenes, las marchas y
las contramarcha8, y todo género de medidas .para ver de
acordar un plan y para preparar la ejecución de cada uno
de los que sucesivamente se adoptaban.
En uno de los campamentos que ocupamos en esos
días, me sentí de golpe todo espeluznado y tembloroso:
había oído que se mandaba comunicar una orden al 00-
'mandante Ga;rmendía. 1Al Comaudante Garmendía!
i Pero no podrá ser otro individuo á quien haya tocado
llevar ese apellido siniestro ~ No. En todo aquel día se
le sigue mentando mucho, y pocas veces se profiere el fa_
tídico nombre sin acompañarlo con pítetos que no dejan
lugar á duda.
¡ Conque yo staba en inminente riesgo de ser des-
cubierto por el infame y to en circunstancias en que le
sobraban medios y autoridad para apoderarse de mí 1
omo los gallinazos huyen cuando el águila cae sobre
el cadáver que e tán dev rando, huyeron los temores y
las zozobras qne me conturbaban cuando no me repres n-
taba delante otro enemigo que el que podía de un golpe
quitarme la vida.

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NUEV A CAMPAN A 203~

¡ Conque Garmendía impune, conque Garmendía em-


pingorotado y con un grado militar, conque Garmendia
en todas partes!
Otro día estuvimos á la vista del enemigo, y se hicie-
ron prevenciones para un combate. Aquella noche se
acampó al raso, y los caballos bubimos de tenernos por
muy afortunados pudiendo beber de un arroyo; pues lo
que era en comer no se podía pensar.
Un rápido y bien encubierto movimiento del enemigo
dejó sin efecto los planes concebidos. N ue tra retaguar-
dia, compuesta en mucha parle de las voluntarias,* vino
á qnedar convertida en vanguardia, y esas mujeres infeli-
císimas que no conocen más que una virtud, pero que
dan de ella el ejemplo más heroico, recibieron las prime-
ras descargas de la vanguaruia enemiga.
En medio de la confusión ocasionada por la sorpresa,
y del gran baru110 producido por la multitud de órdenes
y de toques de cajas y de cornetas, yo me dejé conducir
por mi jinete sin saber en qué dirección ni con qué :fin
me movía: nada supe hasta que me vi entre mis compa-
ñeros de fila, haciendo alto en un sitio desde el cual no
se veía el resto de los cuerpos ni sus maniobras, por estar
DO otro al abrjgo de unos morros poco elevados; yo
aguardaba oir el tronar de las bocas de fuego, igual que el
día de aquella fiesta á que asistí en la Plaza de Bolívar;
pero no oía sino descarO'as interrumpidas y rara vez cerra-
da , que partían ya de UD punto, ya de otro distante.
De tarde en tarde venía algún jinete y esparcía entre

* Voluntari as. Mujorc de ínfima. condición que acompaffan ti.


los oldlldos en campaña y 1e5 procuran y les n.parejan el sustento y to-
das las posibles comodidados.

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204 EL llORO

la gen'te de á caballo la noticia de que toda iba bien


Por fin, y al cabo de tre ó cnatro horas de combate, vin
un ayudante del General en J cfe, con cara muy placente
ra, y dió orden de que avanzara la caballería.
Cuando coronamo lo morros, quedó á nne tra vi ta
una planicie larga y de pejada, limitada á un lado y otro
por pequeñas eluinencia, por bo quecillos y por mator-
rales. Al pie de los morro se veía un grupo de Jefes, y,
poco má allá, la banda de una división rompía á tocar
una marcha gu rrera; con us notas se confundían á ve-
ce la de la diana que en puntos distantes tocaban las cajas
y la cornetas; nuestro estandarte ondeaba majestno a-
mente y las band rola de nuestras lanzas, agitadas por el
viento, producían un rumor que alentaba y que parecía
anunciar la victoria. t Quién podrá creerlo ? Yo, yo
que solía desfallecer con sólo oir hablar de milicia y de
combate, sentí mi pecho henchido de entusülsmo bélico;
ta qué el freno, piafé, erguí la cabeza, s ntí que mis ojos
dcsp dían 4estellos y di pasos fuera de la fila. Mi jinet ,
que, p r la cuenta, estaba muy lejos de xperimentar la
noble emocioncs que á mí me agitaban, tir; bnl camente
de la brida y con el asta de la lanza me apaleó torpemente
la cabeza. y 1 anca.
un se oían descarga de fu llena por un lado, pero e
iban al jando y al cabo c aron del todo. Apareció un
grupo de oficial que, á todo correr se acer ar n al de
los J f¡ 8 y anunciar n que los re to d 1 rr ito enemig ,
qu , al abrigo de un b que habían c tado ha iendo re-
si t neia, e habían retirado en d orden.
Entónc s un hombre, un zambo de catadura espanta-
ble y patibularia que se hallaba entre l s men ajeros de
la victori9, y que no habla tomado parte en la pelea, se

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NUEVA CAMPANA 205

cercó á mí, hizo desmontar á mi jinete, me montó y


compañado de otros que se destacaron de dif rentes
uerpos, emprendió la persecución de los derrotados.
Uno de sus compañeros le hizo fuego á un fugitivo
ue iba corriendo en una mula, aguijándola con esfuerzos
esesperados; el tiro hirió á ]a bestia, la cual cayó opri-
niéndole una pierna á su jinete. El perseguidor djó á
ste infeliz un lanzazo por el costado, haciéndolo hipar de
n modo que me beló la sangre.
El zambo di \Tisó á otro desgraciado que iba á pie, cor-
iendo hacia la cima de una colina, y me hizo dirigirme
ras él á carrera tendida. Cuando]o iba alcanzando, el
ugitivo, ya falto de aliento, se volvió hacia su persegui-
or, hincó las rodillas, juntó las manos, y, con voz inter-
umpjda y alterada por el jadeo y por el ten'or, suplicaba
al sayón que, por su madre y por todo ]0 que quisiera en
1 mundo, ]e perdonase la ida. Pero aquel cobarde ne-
esitaba roo tr r su lanza teñida de sangre.
Por ]a noche, me reuní con varios camaradas que per-
tenecían á u n e cnadrón di tinto del mío, y me informa-
ron de que á 110s les había tocado desempeñar en la jor-
nada un ofi i pun o menos inglorioso y repugnante que
1 que me ha ía tocado á mí. Los habíftn colocado á reta-
guardia de un batallón que d bía tomar una trinchera;
mas nue tros jinete no habían d habér ela con los que
la def ndían sino con nuestro infante, á lo cuale, ca o
qn int ntaran huir ó c jar d bían contener, valiéndose,
si era ne.ce ario de las lanzas.
Oomo no hallá emo junto á una tienda de campafla
en que varios de nue tros oficiales discurrían n voz baja,
oímo u conv ración.
- o comprendo, decía uno, porqué, habiendo estado

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206 EL MORO

la cosa tan apretada como estuvo, no se hizo obrar á 1


ca ballería.
-Para mí es claro, respondió otro: al General no 1
convenía que nuestro Jefe participara de sus laureles.
- i y qué puede convenirle más al General que roan
da una acción que asegurarse el triunfo?
-Pues ahí verás.
Á mí DO me cabía la lengua en la boca. ¡ Qué no mo
hubiera sido dable decirles que, así como al dueño de un
caballo que corre en el circo puede convenirle que ésto
pierda la carrera, á un General puede interesarle com-
prometer el éxito de una batalla y hasta perderla!
i En dónde está la gloria? me decía yo: en alguna
parte debe estar; pero de seguro no está en donde inter-
vengan las pasiones de los hombres.

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CAPíTULO XIX
UMARlo.-Un héroe en ciernes.-Cómo debe ser un jinete.-ITazaffa
glorio a debida á mi cobardía.-Carga de caballería que se malo-
gra.- oy botín de guerra.-Noticias de la campaffa.-Mi nuevo
amo y su íamilia.- oy bautizado y pue. to en soga.-La calma en
pos de la tempestad.-Algo sobre patología y terapéutica.

1 QUÉ cierlo es aquello de que no hay mal que por


~ien no venga! Enfermé de una mano, y esto me pro-
uró un desean o de algunas semanas, desean o que pude
rovechar muy bien, pues lo pasé en un excelente po-
r ro expropiado á un partidario de la mala causa.
Ya yo había recobrado mi vigor y parte de mi carnes,
nando se me dió un destino tal como nunca podía haberlo
perado.
Uno de los generales tenía un hijo de unos diez y iete
. t lJamado ami10 á quien se ]e antojó venir tÍ segar
,ir~Jes n lo campos de batalla. Era un jovencito deli-
~'l]o aunque fornido y de buena talla; de lindas facc] -
, , de voz dnlc y arO' ntina, de modale uave y, s giln
decía rl mucha e peranza. Era el encanto de 11 fami-
ea y]a aleO'ría de u ca u. El neral n s atrevi' á
) onerse á la bizarra determina ión de su hijo; pero la
adre y las hermanas de Camilo no pudieron oir hablar
J ella sin prorrumpir en sollozos ni sin hacer cuanto C8
207

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208 EL MORO

imaginable por apartar al objeto de su ternura de los peli


gros á que trataba de exponerse. Al cabo, no babiend
habido nada capaz de quebrantar la varonil entereza de
adolescente, fué preciso ceder, y Oami lo se preparó par
marchar, no sin que previamente se interpusiese el vali
miento de muchos de los Jefes del Ejército á fin Qe qu
en los campamentos, en las marchas y sobre todo en ]as
funciones de armas, se cuidase del novel guerrero como
de la joya más preciosa y más delicada.
El General conocla mis buenas partes y yo fuí esco-
gido para el servicio de Oamilo. El día, que, en el patio
de su casa, montó para partir, fuí testigo de las caricias
de que se le colmó, del amargo duelo que se hizo y de todos
los extremos con que se desahogar.on los pechos amantes
y atribulados de la madre y de las hermanas del que iba,
según ellas lo entendían, á buscar una rnuerte segura y
desastrada.
Una preciosa niña de siete ú ocho años, acariciándome
con sus suaves y blancas manecitas, y hablándome con
acento de infinita ternura, me recomendó que cuidase d ,
su hermanito y que se lo trajese sano y salvo. i Quién
habría podido resistir á tales halagos y á aquella voz he-
chicera ~ Yo comprendía bien que, proponiéndome dE>
empeñar fiel mente el encargo que se me confiaba, tOlr
sobre mí la más pesada re ponsabilidad; pero, no obsta
te, hice allá en mi interior la r solución más firme de cor-
re ponder á la confianza de la angelical criatura.
Por otra parte, amiJo se ganó mi voluntad, gracias á
sus atractivo . . , á la blandura con que me trataba, á la so-
licitud con qu cuidaba de mí; y, ]0 que fué más singn-
lar, á que en él hallé un jinete que, por venirle de abo-
lengo las buenas disposiciones y por haberse ya ejercitado

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E LA PELEA 209

teligcntemente en la equitación, era un eaballista coo-


mado.
Un buen jinete es aquel que, mientras va cabalgando,
se olvida de que tiene que gobernar á un animal en
yas acciones no puede dejar de tomar parte. Quien
e montar no mira el vehículo que lo lleva con la in-
ferencia con que mira el suyo quien va en un coche, en
vagón ó en un barco. UD hábito que fácilmente ad-
iere un hombre bien di puesto, hace que éste, cuando
á caballo, t nga la lnellte fija en la rienda y en los mo-
mientos de la cabalgadura, sin dejar por e o de pensar
de hablar libremente todo lo que pensaría y hablaría si
tu viera arrellanaao en una poltrona de su cuarto.
E toy muy lejos de quel'er decir que el jinete deba
dar paz á la pueIa y á la rienda: puede acaecer que
toda una larga jornada no sea necesario mover la una
la otra; pero el jinete die tro con no hacer nada suele
e r mucho. El que no lo es y se precia de picador
. tiga inútilmente al cabano y muy á menudo lo des-
ja oe alD'una de sus buenas cualidades ó le hace ad-
irir resabi s.
amiI0 llevaba siempre la rjenda alta y moderada-
nte tirant , el pecho adelante el cuerpo del' cho, los
bien a entados en los stribo, con 108 talones ml:ls
jos que la8 puntas, y con éstas diriD'idas má hacja mis
jas que hacia afuera. Cabalgado por Camilo pude
-ir mis habilidade y entí que caminaba con firmeza,
,ándome má en lo cuart s traseros que en 108 brazos,
ya articulaciones superiores jngaban desembarazada-
nte.
Camilo, con O'rado dc alférez 2 0 , fué agregado al E -
o Mayor; pero su brioso e~ píritu le hizo mirar esa
14
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210 EL MORO

colocación como nn abrigo que los Jefes le procurab


contra peligros y azares, y solicitó con hidalga porfía q
se le destinara á otro servicio. Consiguió que se le i
corporase en un escuadrón que estaba guarnecien
cierto pneblo im portante, pero que no tardó en en trar
acti vidad. En varias refriegas pudo mi alférez hac
prueba de sn intrepidez, y yo me vi en conflictos por
temor de sentirlo, cuando menos lo pensara, caer ah'av
sado por una bala. Las escenas de la despedida y sob
todo las lágrimas y las súplicas de aquella nma que c
hechicero candor y con mimoso acento me había confia
la suerte de su hermano, se me repre entaban y me co
movían tanto más vivamente, cuanto mayor era el pelig !

á que mi jinete se exponía.


Hasta la ocasión de que voy á hablar, todo había si !
tortas y pan pintado: en esa pude estimar má que nun
el afecto que Camilo me había inspirado y lo in vencib
del horror con que miraba cualquier desastre de que p
diera ser víctima.
El escuadrón y una columna de infantería babí
arrollado fuerzas enemigas á la entrada de un puebl
éstas habían ocupado las casas y, al abrigo de ena ,
proponían hacer resistencia. Dióse orden de avanzar bl
cia el centro del poblado penetrando por las calles; 1
soldados de infantería avanzaban reparándo e en los hu
cos de las puertas, y no caían Bino algunos hombres q
recibían á quemarropa las descargas de lo nernigos ap
tados en las ventanas; pero los de caballería no podí
recorrer una calle in peligro casi inevitable.
Camilo se hallaba en una bo acalle con varios jinet
que debían a anzar de uno en uno ó de dos en dos; e
traron los primeros y cayeron; cayeron también los

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211
Camilo iba acompañado de un húsar negro, de
tatura procer sa, de aspecto tan fiero y de mirada tan
rva cuanto él era valiente, fiel y abnegado. El negro
nía orden de ir por dondequiera cosido con Oan'lilo y de
otegerlo en toda coyuntura, en cnanto el bien par cer
comportase. E ta había sido la única medida á que el
neral había podido apelar para proveer á la seguridad
u hijo sin lastimar su quisquilloso pundonor.
Llega el momento en que mi jinete ha de acometer la
rmidable aventura; me da de la e puela; se inclina
ure mi cuello y arranca, seguido del húsar. Pasamos
'ólumes por delante de una de la ventana que vomi-
ban fuego; en el frente de la que sigue están hacinados
cuerpos de tres caballos y los de varios hombres:
ueno es una barrera de carne sangrienta erizada de
iembros convulsos, que obstruye la calle; veo allí la
uerte, la muerte de mi jinete y la mía; me sobrecoge
spanto súbito, y me ci ga y se hace dueño de mis
vimientos. La puerta de la ca a á que pertenece la
tal ventana se hana veinte paso más acá, J la veo fran-
y e paciosa; revolviéndome bruscamente, la tomo y
e veo en un corredor; el negro nos ha eguido, ve por
la puerta á los soldados que debían habernos matado, y
grita con voz de tempe tad: "i Ríndanse, cananas!"
Los soldado que, gracia al estrépito que nosotro
bíamo cansado al entrar, debieron de er er e atacad s
r la espalda por un regí miento entero, se quedaron sus-
nso y atónito ; p ro cuando vieron que el aH rez y
húsar entraban en la pieza, sable en mano, d jaron
r los rifles de las suya ó volví ron hacia arriba la u-
ta. R cuerdo que uno de ello le dCeJa á Oamil , con
re contrito y suplicante, que él estaba sirviendo por la

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212
fuerza y que babía abrigado la intención de pasarse
nuestras filas.
Pronto tuvimos alIado varios de los nuestros y pro!
to tocaron diana nuestras cornetas y nuestras cajas en 1
plaza del pueblo.
¡ Lo que e~ la gloria, lo que son los honores, lo que e
el mundo! Oamilo fué ascendido á alférez primero,
debió su ascenso á un acto de cobardía de su caball
Eso y mucho más merecía el denodado mancebo; pero
honor que en esta jornada le procuró la ciega fortun
pudo habérselo procurado á un cobarde.
Las vicisitudes de la guerra me separaron de m
incomparable alférez, de quien no volví á tener noticia,
lne llevaron á un cuerpo de caballería diferente de aqu
á que primero había pertenecido.
Después de muchas malas noches y de muchos peore
días asistí al hecho de armas con que había de cerrarse
carrera.
Debía combatirse en un campo medio montuoso e
que, según reconocimientos hechos previamente, podí
obrar la caballería.
Esta fué colocada á retaguardia y debía e peral' .0r<1e
de dar una carga. Ya se había estado oyendo por u
buen rato el fuego de fusilería y algunos tiros de cañól
cuando llegó aquella orden. Yo obedecí á la espu 1
porque no podía hacer otra co a; pero i cuán lejos estnv
r de experimentar aquel ardimiento que, en mi estren
me j ncitó á la pelea 1
Or o que ya estábamos á medio tiro de fu il del en
migo cuando nos vimos detenidos por una gran torrenter
absolutamente insal vable por los caballos. Debía
urgir el reforzar á los combatientes que peleaban p

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EN LA PELEA 213
quel lado, pues se mandó á los jinetes desmontarse y
n"ojarse por el barranco para ir á tomar parte en la re-
riega. Los caballos quedamos bajo la custodia de unos
OC08 lanceros.
Al cabo de mucho tiempo vino un oficial y reconvino
uramente á nuestros guardias por no haber ido á pelear,
, sin hacer caso de la legítima excusa que alegaron, los
chó delante de sí á cintarazos.
Los caballos huímos á la desbandada y yo vine á ha-
Iarme solo en una vereda, en cuyas orillas trataba de pa-
er, no obstante el estorbo del freno. Si nosotros éramos
encedores ó vencidos, no lo sabía, ni lo supe nunca, ni
e importaba saberlo. Ya iba anocheciendo cuando vi
enir hacia IDl, montado en un jaco muy mal trazado, á
1l hombre de ruana y zamarros, con lanza y con una
inta de color vivo en el sombrero. Apoderóse de mí,
esensilló y soltó la bestia que lo traía, me desensilló, de-
ando tirados los arreos que yo llevaba, me puso los suyos
montó en mí. Siguió por la vereda y, después de ha-
er dejado atrás dos ó tres recodos, tiró entre un matorral
divisa que traía en el sombrero y el asta de la
nza, guardándose el hierro entre el bolsillo de los za-
larros.
Oaminamos toda la noche, y á e o de las eis de la
afiana hicimos alto en una casa. El ama, que ra cono-
ida de mi jinete, lo saludó llamándolo D. Bcrnabé ; y lo
bseqnió con un buen desayuno, como á mí con un regular
ienso de hierba fresca.
En aquella casa habían pa ado la noche varias perso-
as, las que, con mn stras de vivo interés, pidieron á D.
rnabé noticias de la guerra.-Según han asegurado,
ijo uno de 108 curioso", ayer se estaban batiendo por
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214 EL MORO

esos lados de donde Vd. viene; y no se ha sabido


resultado del combate.
- Yo no sé nada de eso, le contestó. Yo no veng
sino de buscar una mula que se me salió antenoche de 1
estancia, y la indina quién sabe por dónde ha cogido.
Por aquí barrunté yo que me las había con un zorr
muy poco amigo de comprometerse y de soltar prenda
Por fortuna, e tudiálldolo despu' s muy e pacio amente
pude conocer que, si en cuanto á lo del mentir no era mu
escrupul0 o, en todo lo demás mostraba ser un campesin
sanote, honrado y chapado á la antigua.
Mediodía era por filo cuando, sin haber pisado ningú
camino bien trillado y abierto, llegamos á la entrada d
cierta hacienda en medio de la cual se veía una casa pa
jiza de bu na apariencia. De esta vivienda salieron d sa
lado, saltando y meneando las cola, dos perros, que a
encontrar e con mi jinete, se deshicieron en agasajos
Esta, dije en mis adentros es la casa de D. Bernabé,
probable m nte va á ser la mía.
Saliónos al encuentro en el patio la familia de m
dueño, muy regocijada pero disimulando su júbilo y ha
blando en voz recatada como si á poco pasos de la estan
cia hubiera quien e tuviese espiando lo que en ella pa aba
tal era el terror que la guerra civil había difundido en lo
campo.
Componían la familia la señá Pioquinta, con orte d
mi dueño' Sll hija R sita, zagala que de u padre llabí~
heredado 1 color ru bio, y cuya t z estaba como empaña
da y scamo a, m rced á la inclemencias atmosféricas
Meregilda, ahijada del amo con un pequ ñuelo llamad
icanor, que llevando una di forme barriga al aire
andando dificultosamente, se ballaba, ó encaramado sobr
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EN LA PELEA 219
cesita derribar al suelo al caballo y sujetarlo á fin de que
permanezca tendido. Recuerdo que una vez que me sa-
caron el haba, me echaron pialera para derribarme. La
pialera es, no sé si decir un procedimiento ó un aparato, de
que se usa de la manera siguiente: se dobla un rejo de
_enlazar; con el extremo en que se halla el doblez se le
pone collar á la be tia; un extremo del rejo se pasa por
el collar, por debajo del espolón de una pata, y otra vez
por el collar; hecha esta maniobra por ambos lados, un
hombre tira del cabestro, y otros dos de lo rejos que se
han pasado por las patas, hasta que el animal viene al
suelo. Esto es por í sólo capaz de producir un daño
mayor que el provecho que pueden hacer las medicinas y
las operaciones que exigen el empleo de la tal pialera.
De lo que me contaba mi malogrado amigo Gulliver,
con relación á la época en que le sirvió á un médico, in-
fiero que los hombres civilizados cuando se ven acometi-
dos de una enfermedad resisten á ella con todas sus fuer-
zas y se ienten alentados por la e peranza de la curación.
No sucede lo mismo con los caballos ni, egún creo, con
los demás brutos ni con los salvaje. El viviente que
sólo obedece á instintos naturale , se rinde descorazonado
á la muerte apenas se le pone delante uno de sus mi-
nistros 6 precursores.

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CAPITULO XX
SUl'tIARIO.-Qué será mejor entre servir tí caballeros 6 servir á gente
rústica.-La. paz.-Acto de nobleza. con que me capto el afecto de
mi amo.-Cómo celebraron unos fieles el Vierne Santo.-Felices
pascuas.-Abu os de un depositario y su castigo.-Vuelvo al ho-
gar.-La casa. de D. Bernabé.-Idilio.

VIVIENDO en tanto retiro y sosiego, combatía el fasti-


dio de mis largos ocios repasando los sucesos de mi vida
y rumiando las especies que de las conversacion s con
mis amigos me habían quedado más grabadas en la me-
moria. Mi actual situación me hizo pensar en ciertos
coloquios y discusiones en que se babía ventilado esta
cuestión: ¿ Qué le conviene máa á un caballo, servir á
personas de alcurnia, ricas y delicadas, ó pertenecer á
gente campesina y humilde?
o había oído exponer razones de mucho peso á ]08
q ne sostenían que ]a suerte de los caballos de la gente
acomodada era preferible á la de los otro. Así lo entía
~forgante· pero en este punto su dictamen no era de
tanto peso como en otros; p rque i cómo podía él com-
parar la ituaci6n de que su buena suerte no lo ba1 ía de-
jado deca. r n nnca, con la de las bestias de los pobres ~
" El caballo, decía él, que se halla en po er de un labrie-
go, está sujeto á las mismas estreche ce que su dueño, pasa
por los altibajos que él, y naturalmente ha de verse ab1'u-
220

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mado con un trabajo mayor que el que tiene que sobrelle-
var el caballo de un rico."
"Los ricos, se le contestaba, cuidan con prolijidad y
alimentan profusamente á sus caballos lo más del tiempo;
pero fácilmente incurren en descuidos que á éstos les
cuestan muy caro; los ricos están asediados por aten-
ciones que les hacen olvidar frecuentemente la de cuidar
de sus bestias; y sucede que éstas, después de haberse es-
tado hartando por años, tengan que ayunar al traspaso por
días ó por semanas . . Descansan largamente, y el día me-
nos pensado se ven sujetas á una tarea desproporcionada
á su aliento.
Su caballo le representa al labriego un valor que él
estima tanto como el de su labranza, y no ahorra esfuerzo
para conservarlo en buen estado, en lo cual casi siempre
le ayudan su famiHa y su servidumbre.
Á todo esto se agrega que el caballo no se siente de
ordinario ligado por el afecto con un amo que está muy
arriba; mientras que con facilidad cobra cariDo á los
hombres que están más cerca de la naturaleza, y se mues-
tra más dócil para con ellos. De esto dan pruebas todos
los animales que, estando sueltos en un potrero, se entre-
gan más fácilmente á cualquier rapazuelo campesino que
á personas de condición más elevada."
Con todas estas cosas andaba yo á vueltas en mi jnte-
rior, y discurría que en breve había de poder formar jui-
cio completo acerca de la cnestión.
Aquello de que con los pobres podamos congeniar y
avenirnos mejor, me hacía recordar la observación que le
oí á no sé qué cabano extranjero, de que allá en esos paí-
ses adelantadísimos (no me acuerdo cómo se llaman), el
tener bestias de silla y el montarlas es lujo y regalo que

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J!.L JUU.tl.U

solamente los ricos se pueden permitir. Al dicho caball


extranjero le hacía títere e] que aqul puedan los pobres
poseer caballos, emplearlos como elemento de su industria
y procurarse el placer de cabalgar.
N o sé cuánto tiempo había corrido, pero si sé que no
había sido poco, desde que quién sabe si derrotado ó vic-
torioso, había yo dejado la honrosa profesión de las armas.
Con bastante sorpresa, me vi cierta mañana en il1ado y
montado por D. Bernabé; y con placer indecible me
hallé en campo abierto y en movimiento. La paz ha
venido, me dije; y me afirmé en esta dulce creencia
cuando vi muchos cabanos paciendo sosegadamente en
las dehesa.
Al llegar á la plaza del pueblo en cuyos términos
radicaba la estancia de D. Bernabé, fué éste deteni-
do por varios vecinos que estaban tertuHando en cor-
rillo.
- i Caramba, exclamó uno, caramba con el patoncito
en que se ha ar'm ado * D. Bernabé!
- i ASl si es bueno ir á guerrear! añn.di' otro.
-Ese mocho, agregó un tercero, se ]0 cogió mi compa-
dre por ]0 menos á un General.
- ada, nada, les contestó mi amo, con una sonrisita
socarrona. Si este caballito se lo había comprado yo á
un señor chiquin nireño; y con miles trabajos lo hemos
tenido escondido todo este tiempo.
-¿ y cómo le fué d campaña, padrino ~ Por aquJ
dijer n que Vd. había sido de 1 derrotad en
-Enredo, enredos. Á mí si me tuvieron al1á unos
días, e que para que les sirviera de baquiano; pero con

* A1·marse en una cosa es, en lenguaje sabanero, adquirirla.


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223
las mojadas me picó el reumatismo y me tu ve que
retirar.
Ouando íbamos alejándonos del corri110, alcancé á oir
que uno de los tertuliantes decía :-Á lUÍ no me la 'TíLete
el vi jo: el caballo es quiteño.*
-6 quién sabe si será topacio," concluyó el compadre.
D. B rnabé siO'uió montándome, y siempre se mo tró
muy ati fecho de mis servicio. La eñá Pioquinta me
montaba también, ya para ir al mercado, ya para concur-
rir á la mi a parroquial en aquellos día festivos en que
tocaba á su marido quedarse cuidando de ]a ca a.
El precio en que po lía estimárseme era demasiado
con iderable para que D. Bernabé, que vivía modcstísima
y económicamente, se decidiera á conservarme en su s r-
vicio, una v z que me declaró ca a suya. Es probabilí-
sima que hubiera tratado de venderme no mucho de pué
de terminada la guerra; p ro un uce o que voy á ref 1'ir
1 illspir" tal cariño ba ia mí, que en mucho ti mpo no
miró siqui ra como po ible 1 renunciar á mi pose ión.
o h conocido camp ino ninguno pw, al oír rumor
d cazadore ó de cual squi 1'a per na qu p l' ígnen
una pieza el caza, sea y nado, conej "armadillo, no
sienta invencibl bree x itaci{ n y no abandon cnalqui r
fa TI. Ó cntr tenimicnto, bi n para tomar parte n la Cá-
cería bi n para ver n l' ultado.
iel't día alcanzó D. Bernab á ir ladrid y voc
qu le di r n á ntender qn p r Hna c lina cercada á ~u
ca a, ,- e iba per iguiendo á un z no. ir aqu 11 , 1I1 n-
tal' y hac rnle partir á 'arr ra, t do fué uno. uando

* Qllitetro no ignifica en l)te puaje natural de Quito, tiino qui-


tado.

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II gamos á la cumbre de la colina, ya el zorro y sus pers
guidor s la babían traspue to y se habían metido entre
malczas, al pie dc la eminencia.
Descendiendo desatentadamente en eguimiento de 1
cazadores, doy en un hoyo disimulado con hierba tupi-
das, y sin saber c6mo, me siento volcado, de cansando en
el suelo sobre la silla. ~Ie levanto azoradí imo, y
Bernabé queda suspendido de la montura. orpr ndid
y conturbado, voy á huir á carrera, y aun llego á mover-
lTIC para disparar; pero, viendo que mi amo no sc de -
prende de mí, me contengo y me pongo á temblar. B.
Bernabé, en un paroxismo de miedo y de congoja, ora
levanta fervientes deprecacionc , ora me habla con ac uto
blando y suplicante, in; iéndose de cariño os diminutivo,
para que, calmándome, lo libre de la desastrosa ron rte
que tan de cerca 10 amcnaza.
Pasa tiempo. Yo no quiero arrastrar á mi amo; no
quicro, no; pero me estremezco y me angusti como él,
porque a10'0 que es más p dero. o que mi quercr me i ITI-
pul a á emprender la carrera, y m parece que mi volun-
tad va á quedar ojuzga a.
Por fin llega álguien. ?, Pero quién ~ Una chica de
c sa de doce años que ha ido atraída por la bulla de lo
cazadores, y que quién abe i ",erá capaz de ayudar á mi
pobre dueflo. Este le pide anxili . ella me acer <, y
yo retrocedo y bufo. Por fin m toma el cab tro, y
B rnabé le manda qne me baje 1 tapa j . Per aun a. í
n fácil qu 10 f'alve porque tien el pie engargantad
en 1 e tribo y la pi rna cefiida con la ación qu di' una
vuelta en c ntorno de ella cuand yo di la que originó t
catá tr fe.
La vocería de los cazadore se ac rca otra vez, y si lle-

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DILEMAS Y FIE TA 225

n á donde nos hallamos, todo e tá perdido. En este


nflicto supremo, D. Bernabé consigne 801e untarse un
co, y la muchacha hace por la centé ima vez, y ya con
Hz r ultado, 1 esfuerzo necesario para de hacer la mal-
ita vuelta, y acar el pie del e tribo.
Mi amo, refiriendo este e panto 'o lance, decía que toda
culpa la había tenido el haber montado llevando el pie
umático envuelto en unas vendas de bayeta, y tan abul-
do, que, al tiempo de la caída, no pudo alir del e tribo.
To e da co a peor, añadía sentenciosamente, que un
Izad , ' ('ualquier otra C08a, que no deje soltar fácil-
ente lo e tl'ibo ."
De entónc . en adelante, D. Bernabé repetía mucho:
Despuél:> de Dios y María antí ima, á lo que le debo la
. da es á la nobleza de e te caballito.' Y, cuando al-
ien le propollÍa que ITle vendiera, olía declarar que, en
ención á 110, nunca d haría le mÍ.
Ya pen aba yo que la fortuna había cesado de bato l'
1'ar para mí u rneda· p ro e taba e crit que mi vida
:tbía de ser un encadenamiento de aventuras y p ri-
CÍa.c:;.
TI al)ía llegado la Semana Santa. El jueve se tra ladó
la parroquia toda la familia para perman cer allí hasta
le se canta Olo'r ía. Á mí se me envió á la e tancia,
di pn, o qn un mu hacho que Ha servirl á mi amo,
ii)' 1'a de la. ('a. a n la n eh d 1 jne,"es y 1 vi rn ,.y
echara. mi .lien • in 1 e1']111c1 de que él a i tiera á
funcion d aquello do día .
o de 1a d s de la tarde, turh' 1 ilen".
o que r inaba n todos aqn 110 nntorno el ruido de
. pas cant 1 , Y no tard' cn ver apar CCl' do h rn-
muy sospecho a catadnra que e me acercaron; lllC
15
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226 EL MORO

tomaron del cabestro y me sacaron de la estancia buscan


los senderos menos trillad<.-s y más cubierto por la ram
Caminaron conmigo obra de una hora, y al cabo de el
llegaron á un sitio rodeado de e pe uras, en el que 1
estaban aguardando otro tres hombre que cu todiab
tres caballos y cinco mulas. Se viajó esa tarde y la noc
siguiente por veredas y atajos, sin que al principio pudie
yo adivinar hacia dónde nos dirigíamo .
Los cinco hombres se hablan acomodado sobre otr
tantas cabalgaduras, y á mí me había tocado sustentar
pe o del que par da de má cuenta. íbamos trepan
unos cerro, y pude al cabo advertir que nos íbamos en
minando á un de lo pu blos del Oriente de Cundin
ITlarca.
Yo había oíd muchas veces que por e e lado ncostun
braban los cuatrero conducir la bestia que robaban, par
sacarlas á los Llanos de un Martín, en los que hallaba.
completa seguridad para sus persona . y para los productc
de su honrada ind u tria: recordan o ta esp cíe y c 1
templando la facbas de 1 conductor y u man ra
peditiva de viajar, pue iban desem barazad de eq ni raj~
de bastimento y de uanto pudi ra rvhle d e t r t
caí en que aquella gente eran ladrone y en que mis co
pañero y yo e tábamos destinado á p l' C r, i no n le
lanos de Casan are, de que Mor ante me había h ch
formar id a tan halaO'ü ña en lo d an fartín, h >,
mano g mel de 1 , tro.
Rayaba la aur ra cnand, n l . afu ras d 1 pu bl
no detnvim y d s de los s fiore ladrones fueron á
de cubierta. V lvi ron trayendo ]a fau ta nu va de ql
no sól e !ta1lal a la poblaci' n en calma y silencio, i
qne en un mal cercad corral de cierta ca a situada ha

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DILEMAS Y FillSTAS: 227
lado por donde debíamos salir, y aislada de las demás
abHaciones, se veía una bestia blanca, que estaba dicien-
o cogedme. Prosiguióse la marcha con gran cautela, y
ando hubimos llegado á un costado del corral susodicho,
os detuvimos mien tras uno de los bergantes abría un por-
°110 para sacar por él la blanca bestia . .
Pero el hombre pone y Dios dispone. Los hombres,
decir, los ladrones, habían puesto que á esa hora estu-
ieran todos los habitantes del lugar sumidos en profun-
o sueño; y Dios había dispuesto que en la ca 'a del
calde, que era mismitamente la que se asaltaba, la se-
ora .Alcaldesa y sus hijas estu viesen vistiendo una ima-
n que debía figurar en la procesión del Sábado Santo.
Los ladrones que de liturgia habían sabido lo bastante
ra elegir la hora en que todos los habitantes de la casa
e D. Bernabé debían hallarse en la iglesia de la parro-
uia, y que acaso habían hecho aquella elección tomando
cuenta que el Viernes Santo es el día de su patJ'ono
estas, no supieron lo bastante para advertir que la ma-
rugada del Sábado Santo es una hora abominable para
ejecución de una em presa como la que ellos traían en-
e manos.
La cautela empleada para sacar la bestia, habría bas-
do y sobrado para que el gatuperio pudiera con umarse,
i la familia alcaldesca hubiera estado entregada á las
ulzuras del sueño; pero hallándose, como se hallaba en
i, la, no pudo faltar quien percibiese el ruido, ni menos

uien alcanzase á notar q ne la bestia blanca iba . aliendo


era del cercado. Cundió el alarma. El Alcalde y dos
ozos que lo acompaflaban salieron arruados, aquél de
abuco y éstos de truculentos garrotes. Los cuatreros,
ás prontos que la vista, saltaron sobre las bestias que

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22 EL MORO

hallaron más á la mano y emprendieron la fuO'a.


me toe' quedar abandonado y á merced del lcalde,
cual me depositó al día siguiente en manos de un vecin
De los ladrones, fueron cogidos dos que se extraviaron
salir del pueblo.
El depositario no pecaba de escrupulo o y, en pod
suy ,trabajé y ayuné bastante. Cuando me tuvo bi
tra ijado y despeado (pues . Bernabé me tenía in h
raduras y m~ hacían buena falta), el grandísimo ganapá
concibió el desatinado propósito de echarme carga. M
chas fiales de paciencia y de man edumbre había y
dado en los últi mos tiempos; pero á e ta prueba no pu
re i tiro Mientra me echaban la carga, teniendo los j
tapado, nada pnde intentar; mas apenas me destapar
los ojos, les di paré á lo arrieros unos pares de coces ;
brinqué como no había brincado de de que aqu 1 foIl'
de marras me prendió aZpecho.
D rribé la carga y, con ella en la barri a, e panté
1 tra b tia ha ta tal punto qn do de ella dier
c n sn. carga en 1 uelo. En fin gra ¡as á mi energí
hub la de fazagatos en aquel patio en que habían
profanar mi lomo.
i Qué sabr so es para un caballo no e tal' ob11O'a
como lo e tú un hombre, á perd nar las injuria! En rr
pecho hervía el de eo de vengar el últim ultraje qu
me había inf ríd ;. 7 la u rte no tard' n ofrecerm-
vuntura de ver sati f cllo mi anhelo, y ha ta de verlo c
mado in que á mí pudiera quedarme rato.
El depo itario h bía h cho obre mí una excur i' n,
volvía para u ca a p r un camino malí im qu l1uvi~
recientes habían hecho casi intransitable. LI gamo
un punto en que yo esperaba poder pa ar sin manifi t
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DILE?llAS y FIESTAS 229
eligro escogiendo la parte del camino más baja y fango-
; pero el jinete me forzó con la rienda y la espuela á
ornar una ladera gredosa y demasiado inclinada: no
ubo remedio: las cuatro patas 8e me de lizaron y, dando
na soberbia costalada, le rompí una pierna á mi jinete.
Allí lo dejé dando ayes, y bonitamente me encaminé
una estancia que habíamos dejado atrás y en la que yo
abía visto abundancia de hierbas frescas y aromática,
ras las cuales e me habían ido los ojos. No me fué di-
ícil meterme en la estancia; pero yo había echado la cuen-
a sin la hué peda. i])e qué me podía servir, estando
mbridado, pasearme por aquel lujoso suelo? Pasé una
oche toledana, encabestrado, como aquel día que siguió
1 del gran desagui ado del Tuerto Garmendía, y padecí
1 suplicio que dicen que sufrió no sé qu.é caballero que
taba muriéndose de sed y vi ndo el agua á dos deditos
e sus labios sin poderla probar. Pisoteé bestialmente
In maizal y unas hortalizas, y lo dejé todo en un e tado
lue daba grima. Amaneció y el dueño de la heredad,
nebatado de ira al ver cl estrago que yo había causado
n ella, me apaleó y me llevó al coso del pueblo.
El coso e un establecimiento público en que los ani-
nales vulgare purgan el delito de haber metido el diente
n mies ajena. ¡ Pero que yo, yo, el Moro, el que e taba
. tratado con la incomparable Mercedes, el noble bridón
el Alfér z amilo, me hubiera visto encerrado en un
o. !
Al cabo fuí rescatado y volví á casa del p rniquebra-
o depositario.
Allí me junté con un caballito abanero muy ladino
muy avispado con quien habí con traído ami tad en e
mi mo lugar, y él me contó que al pueblo, dcl cual había

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230 EL MORO

venido hacía poco, había llegado un sujeto, averiguand


el paradero de un caballo rucio que le habían robado de
de la Semana Santa.
-i y da señas de ese caballo? le pregunté con sum
iuterés.
-Sí, y por esas señas juzgo que Vd. es el eaball
buscado.
- i y cuáles son las del sujeto?
-Me es muy fácil pintáraelo á Vd. con todos BUS p
los y señales, porque me fijé mucho en él.
-Veamos, pues i cuáles son esas señas?
-Estatura mediana; color rubio empañado por el sol
y el viento; pómulos arrebolados y salientes; la mejillas
hundidas como si se las estuviesen chapando. Oon la
boca hace hociquillo como si siempre estuviera para dar
un beso. Ruana de listas de colores, sombrero de Jipi- ,
japa de copa muy baja.
-No diga Vd. más, no diga Vd. más. Es D. Ber-
nabé.
Al cual debió de costar]e muchos pujos el recabar de
la autoridad que yo le fuera entregado, porque, contra
su costumbre, permaneció fuera de su casa por muchos
días.
En el viaje de regreso purgó el pecado de cicat ría
con que iempre traía gravada su conciencia, manteni én-
dome sin h errad ur< , con ver e preci ado á cabalgar, no
en mí, que e taba despeado, sino en una yegua qu , du-
rante mi ausencja, había comprado, y que fué ]a caba-
llería de que se sirvió á la ida.
Decía D. Bernabé que á él no le gnstaba herrar lo
caballos porque se acostllm braban á e tal' herrados; y
que, además, en sus tiempos, no habiendo casi quien su-
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DILEM AS Y FIESTAS 231
iera herrar, sólo se herraban cuando habían de servir
para fachendear en las calles de la ca pital. Con el pro-
pio criterio hubiera podido decir que no le gustaba darles
e comer porque se acostumbraban á comer; ni usar de
los fósforos porque en su tiempo no se encontraban.
La yegua recién adquirida, que se llamaba la Alcancía,
era rucia como yo, barrigona, de largo y estirado cuello
con valona * y de orejas largas y divergentes. Su com-
añÍa me fué de mucha utilidad en todo el tiempo que
ermanecí en poder de D. Bernabé, pues con su conversa-
ción me ayudaba á divertir mis ocio.
Mi recuperación fué muy festejada por la familia; y
o mismo sentí hondamente, como ya la había sentido
tra vez, aquella suave emoción que una vuelta al hogar
ha hecho en todos tiempos palpitar dulcemente los cora-
zones sensibles.
i Con qué d lectaci' n tan abro a volví á ver aquella
rú tica "ivienda, aquella e tancia y aquellas escenas apa-
ibles que, sin turbar el áuimo, recrean á los que saben
gozar de lo pectáculo que ofrece la madre naturaleza!
En la ca a todo re piraba amable sencillez: en la re-
ducida ala, en la que abusivamente me colé más de cua-
tro veces para recoger granito de maíz, alternaban la
pesa la me a con gran cajón a egurado con su cerrojo y
con los tahur t labrados con hacha y f rrados en cuer
cnld 10 t rcio de papa de maíz y de trigo que tam-
hién rvÍan de a lentos. En el teRtero fronterizo á la
puerta e taba el alta'/', c mpue to de viejas e~tampa de
sant ,de pedazos de papel pintado, de espejitos rninús-

* Yalonrt. Crin del cuello recostada en la forma en que sue] n


llevarla la mulas.

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232 EL Mono
culos, de rótulos pintarrajeados, de oraciones impresas
de plumas de pavo real. De estacas clavada en la par
des, pendían rejos de enlazar, un arnero, un tiple y lo
som breros y las ruanas domingueras. Adornaban tam
bién las paredes algunos hacecillos de espigas de-trigo
unas mazorcas de maíz, muestras de la última cosecha.
Las puertas de las alcobas no tenían madera sino delga-
das cortinas.
En las columnas del corredor estaban aseguradas algu-
nas patas de venado que servían de ganchos para colgar
zamarros, zurriagos y aparejos de bestias de carga.
En un tramo que formaba escuadra con el de la sala,
estaba la cocina, delante de cuya puerta se vela el pati
humedecido por el agua que muy á menudo derramaba
Resura d una olla y de una artesa que lavaba allí mu-
cha vec s cada día.
En otro lado del patio se hallaba gran parte del año
una tosca mesa, sentadas delante de la cual, en taburete
enn grecidos por la vejez, dos indias jornalera, sin di-
traerse nunca de su ocupación, estaban escogí ndo trigo,
valiéndose, ya del arn l' ,ya de las manos, á gui a de
quien cuenta plata.
erraba el pati , por los dos co tado en que no habÍc.
edificio, una hilera de arboloco8 * interpolado con ro a-
les ilve tres que e enredaban y aun se enmarañaban en
una cer a f rmada de cañas de m.úz e rea que p l' su
innata. d bilidad y p r hallarse siempre d teriorada, daba
luQ'ftr á] frecuentí imos regafio de la 8eñá Pioquinta
á las dos sirvienta porquo dejaban que]o marrano y el
burro invadieran el patio.

* Arboloco Polyumia pyramidali .

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DILEMAS Y FIESTAS 233
En ciertas épocas del afio nos era permitido á los cua-
rupedos que habitábamos la estancia vagar por casi toda
lla, y arrimado yo á la casa, me entretenía observando
as costumbres de los compañeros de diversas especies que
llí tenía.
Los cerdos, atentos en todos los instantes de BU des-
ansada vida á las cuestiones del condumio y del regalo,
, apretados siern pre por la necesidad del baño, lo toma-
an á la continua; pero, como no hallaban un pozo de
gua pura, e revolcaban ó se tendían voluptuo amente
ntre el barro; sin dejar, eso sÍ, de gruñir, como si nunca
es pareciese bien ni la comida que Re ura les ecbaba ni
1 nido de fanO'o que ellos mismos se aparejaban.
Los perros, Corbatín y Oonfianza, se echaban al sol en
1 patio; dc golpe, con ademán de quien se acnerda de
ue tiene una diligencia que de empeñar, se levantaban
1 al'tÍan á tr te hasta cualquier punt ; se volvían al
ismo que habían dejado, en el que, con los ojo y con
s narices, buscaban sitio adecuado para colocar la ca-
za; y, como hallaban que todos eran iguale, se deci-
ían por cualquiera, se echaban y se enroscaban, sirvién-
oles 10 brazo de almohada. Pero las moscas venían á
urbar n r po 0, y ello, con rápido volv r de cabeza con
á rápid c a quido de lengua y con ligerÍ imo abrir y
rrar de boca, trataban de cazarlos. Otras v ce se vol-
Ían panza arriba dando unos gruñi Hos de ati facción
ue e citaban la envidia de los que los oían. i percibían
19ún rumor extraño, sacudían la per za en un santiamén,
acudían á ver i era llegada la oca ión de cumplir con
u el ber do defender la casa.
1 pavo 11 pendía ]a eterna faena de recoger y alargar
1 cueHo y de andar mirando bacia todos lados, para bacer

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234 EL MORO

la rueda. llenchido de van idad y poniéndo e colorad


como unas bra as, echaba la cabeza tan atrás como le e
posible, y con visible esfuerzo, extendía su abanico d
plumas, tratando de rozar el suelo con las más bajas
haciendo ruido como de bombo, para advertir á todos lo
que podían mirarlo que no debían privarse del soberbi
e pectáculo que tenía la magnanimidad de ofrecerles gra
tis. De pués de marchar pompeándose y volviéndose
diversos lados como para no dejar cha queado á ningú
espectador, d shacía la rueda, y vol vía á todas parte mi
radas con que preguntaba: i Eh 1 i Qué tal les be pare
cido á Vds.
Las palomas, ora en el suelo, ora sobre el techo de 1
casa, se camelaban con blandos arrullos y giraban 1110
trándo e unas á otras por ambos lados y cuidando de n
mover la cabeza como si temieran chafar el pulido p1u ;
maje.
En aquella hora de inefable y melancólico encanto e
que la naturaleza. y los ani males se pr paran para el d s
canso nocturno, el toro con mugido pr fnndos y pausa
dos que parecían salir de una tinaja, s guido de un alle
gro de bramidos agudo~, aparentaba estar gobernand
una grey n umero a, no la muy l' ducida que encab zaba
la cual · ']0 se componía de una yunta de oeyes y de un
vaca con S11 mamoncillo y con otra cría.
La gallinas de pué de haber garruleado todo e
santo día, r partiendo avisos, advertencia, amone te
ciones y regaños con aquella riqueza de lenguaje quo le
es p cuEar á los individuos de su ralea y que le hace ha
llar tan gran variedad de frases expresivas y bien acen
tuadas, se daban las buenas noches y empezaban á mira
hacia todos lados con ademán de quien se cree rodead

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DILEM . A.S y FIESTAS 235
e asechanzas, y á buscar, en el gallinero ó en un cerezo
e fuera del patio, el sitio en que habían de pasar ]a
oche; ya parecía que habían dado con el que buscaban,
uando emprendían nuevos paseos y vueltas. Una y diez
eces se paraban, tendían el cuello hacia un lado ,inmó-
ile , ponían el oíQO como para percibir bien un rumor
ejano y sospechoso; hacían ademán de ir á dar un pa o
permanecían con la pata levantada, temerosas de hacer
ui o; al fin, muy quedito, ponían la pata en el uelo y,
n aire de maliciosa cautela, miraban con un solo ojo,
ue parecía estar descubriendo señales (vi ibles ÚDica-
ente para ella) de la aproximación de un enemigo.
1 cabo lavaban la vista en el lugar que habían elegid ,
ncogían la zancas, y con estrepitoso aleteo, ganaban el
iti n q n habían determinado pernoctar.
Ese itio elegido por cada gallina de pué s de tan pro-
ijo examen y de tan maduras deliberaciones, venía á r
1 mismo, ni má ni menos, en qu había pasado ]a noche
nter' or y aca o t das las del año, Allí solían refunfuñar
. armar reyertas unas c n tras s bre d r cbos al goce de
al ó cual parte del gallinero ó de las ramas del cel' ZO.
Do de una colina c 'rcana se dilataba á veces por 1 s
mhitos de la campiña la voz son ra, pura y rou i al de
n mucha ho que les gritaba á otros dici 'ndol que
mo cerdos e habían entl'ado á la labranza; , qu , cuan-
u i r:m llevaran 1 azadón que s 1 había que lad
Jlfano P dr junto al e 1vio; , que no flleran á dejar
bjerta la puerta del rastr jo.
V nía luego 1 alto . Hencio de la noeh ,interrumpid
'] por el er al' de laEl ranas por ladrid El ] jano , por
1 canto d lo de ela o gall . y por]o gorjeos de
na avecilla que, engañada por recplandores fugitivos

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236 EL MORO

que semejaban relámpagos, creía que todavía era tiemp


de despedirse de la luz vespertina 6 que ya era el de salu
dar á la de la aurora.
¡ Dichosos, dichosos mil veces los que habitan en e
campo si conocieran los bienes de que está en su roan
disfrutar 1 *

* Aquí el Moro, sin saberlo, citó un pa~aje de Virgilio.

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CAPíTULO XXI
UMARIO.-Alquilado.-Vuelvo á fiestas.-Di quisición sobre la em-
briaguez y sobre los borrachos.-Peligro en que me veo de pa al'
una noche toledana.-l\1atado.-Sobre las romerías en general.-
Proyecto de una romería particular.-En un potrero.-Lastimoso
e pectá.culo.-Lo que es un caba.llo puntero.

Yo, en mi calidad de cosa, había pasado ya por casi


odas las situaciones. Había sido adquirido por accesión,
comprado, robado, recobrado, dado á prueba, prestado,
expropiado, ocupado como botín dé guerra, hurtado y de-
ositado.
ó10 me faltaba ser alquilado.
y lo fuí.
Iban á celebrarse unas fiestas de plaza en un ]ugarón
de que no distaba mucho la casa de D. Bernabé; y á va-
rios mozalbetes de la capital se les antoj" ir á divertir e
n na. Á uno de los tales, que qu ría jI' en buen ca-
ballo le aconsejó un estndiante de la ni ver idad, orilln-
d d 1 pueblo en cnya jnrisdicción vi íam ,que ocnrri e
á D. Bernabé. Híz lo así y, mediante la inter ención
d 1 padre del estudiante, convin en alquilarme para uno
solo de los días de la fiestas. No par cía cosa suya el
xpon rme á 10 rie gos que podla orrer: D. Bernabé
ra por extremo apegado á todo lo que pos ía J mirado y
237

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3 EL MORO

precavido como el que más en cuanto al modo de maneja


su mode ta fortuna. Pero se le ofreció por mi alquil
una suma tan con iderable, que no pudo resi tir á la ten-
taci' n.
Recibi' me el mancebito, á quien su compañeros lla-
maban Pepe, en un itio basta donde babía podido llegar
en un ómnibus, y allí me en illó y me montó.
Resultó el' de aquell jinetes pre umidos, miedosos,
pero amigo d bizarrear y lustrearse, que se regodean
montando un caballo al que c n ci rto m do de man jar
la rienda y con algunos talonaz s di imulado , se 1 pue-
da hacer tornar la aparien ia de potro dí colo y zahare-
fío; pero que pued calmar e y c:on vertirse en la caba-
nería má reposada y egura, con ólo que el jinete Jo
apetezca. Pronto de cubrió el mío que vo era de es s
caballo, y durante t do el día, se aprovechó á ati facción
de u de cubrimiento. I

Por d gracia uya y mía, la montura que había


procurado era matadora,. y ]0 eché de v r lllUy pre to;
y ya puede barruntar lIctor qu ~ fect pI' duciríall ]
e c: zor y la incomodidad que emp cé á e ' p rimentar.
Aquel día 11e ' el rabeo á su máximum d actividad.
P pe n par' mientes TI 110, Y ante de que 11 gá -
mo al pue 1 ,no me d j' andar ino arac 1 and , ha-
ci nd pi rna y altand zanjit". Tmnhiéu apo tó á
d 1 s tro caball r t .
iba br un '3 hallit muy c nccfio y d
b nita e tampa que ni p ía 11 val' 1 mi III 1 a qu _ 1
demá , ni pudo comp tir c n ningun , ni tuv alí ot
para r i tir á la fatiga de a u 1 día. e b 110 Y caba-

ller iban muy finchad He ar la palma


entre t d s lo caballo. q u habían de

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xhibirse en las fiesta. Fiábanse en que el primero no
ndaba sino á altito, haciendo e carceos y fingiendo que
o e dejaba sujetar por la brida sino merced á la destre-
a del ji nete. Buen cha co se llevaron, pues desd lo
onlienzos de la jornada, ya fueron objeto de las zum bas
de los gracejos de todos los de la compar¡;:a.
Cuando llegamos al pueblo de las fiestas, ya ha1ían
a ado lo encierro, y mientras llegaba la hora de l08
"08, tu ve má que suficiente tiempo para hacer ob erva-
ione. Á la entrada del lugar, por ambos lados del ca-
ino, y en un solar que formaba parte de uno de los cos-
ados de la plaza, se habían levantado toldos ó tienda de
ampaña y se habían colocado me as de juego. En aqué-
la se ervían alm n rzos y se de pachaban, amén del
icor nacional, alma y vida, alfa y omega de toda aquella
arana, mistela, guarrú , masato"* dulces y bizcocho .
En las me8as de juego, dominaba obre los otros el de
a lotería; y por obre la algazara que por toda parte se
vantaba, prevalecían la voces de lo pill tes que la can-
aban.
En torno de cada toldo y aun d ntro de él, e jun-
aba la rústica J' bullid ra turba. De entre ella br taba
na nlO'arabJa compue ta de voces simultáneas, la más
e la cuale n eran at ndidas ni entendida por nadie.
e ntre la palabra que fluían á rau ales, s']o do se
li tinguían de cuando n cuando: la chicha y el el/ar-
illo.
rr ahía allí muchos mozo camelando á las muchachc ,
r lnilgadas y v rgonzo ica ,admitían el único obse-

* El guarr(i,S y el masato ·on bebida. un poco (' ·pe~·, medio Ier-


nentada , en cl1ytr composición entran el arroz y el maí.z.

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quio que sus desmañados galanes acertaban á hacerles, e
cual consistía en brindarles bebidas y en apurar la qu
babía sido brindada, de pué que, ligeramente y (!omo po
DO hacer desaire, los rojos (ó DO rojo) labios de las enco
gidas beldades habían tocado el borde del vaso ó de 1
tolullla.
Á intervalos, se suscitaba entre la plebe que, en expec
tación de novedades, vagueaba por la plaza, alegre voce-
ría y silbidos penetrante. Era que un galopín había em-
pezado con gentil denuedo á trepar por la cucaña (vulgo,
va1'a de premio), había hallado el empeño superior á su
fuerzas, y descendía rápidamente.
Mi jinete, seguido de u compañero, maripo eaba
por donde quiera, iempre á pa o largo, envueltos todos
en nubes de polvo y abrasados por un sol de fuego. El
D. Pepe entraba á una tienda á caballo, llegaba al m -
trador, pedía brandy ó ani:ado para í.y para sus compin-
ches; bebían, salían, encendían cigarrillo y segtúan corre
que te corr , hasta qu alguno proponía nueva libaci' n.
El que tomaba la delantera r pena la hazaña de penetrar
á caballo en la tienda, y . . . da capo.
Cada vez que se ene ndían los cigarrillos y se con-
tinuaba el movimi nto, parecía que ya los de la compar a
iban á ejecutar alo-ún nuevo y formal de ignio; pero
nada: vuelta á las carrera, y á los giro y á las tienda
y á 10 cigarrillos. . Cómo me acordaba yo de los tiem-
pos d 1 Tu rto Garmendía!
i T ro, t ro!
Al oir e ta aclamación conmovedora, huye mucha
parte del gentío y se apre ura á buscar en las barreras y
junto á las puertas y á las ventana, sitios en que, in
riesgo, se pueda gozar del e pectáculo. La plaza queda

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DI QUISICIONES y OTRAS ME~UDENCIAS 241

edio despejada, pero casi todos los jinete8 permanecen


ella.
El toro, en el primer ímpetu de su furor, corre por
lnto á las paredes y á las barreras buscando en quién
sfQgarlo; acomete á las ruanas y á los sombreros con
ue, á mansalva, lo provocan los concurrentes que se ha-
an en lugar seguro. Se aploma al cabo en una esquina,
carba y, con los ojo, dispara centellas; parece que no
·ere aventurar otra salida sin tener bien asegurado el
lpe y escogida la víctima. Muchos hombres se quit3n
ruana y con ella lo oTIvidan á una suerte; pero cuando
toro se l' suelve á embestir, se hace el vacío en torno
yo; vuelve á parar e y á escarbar; los de á caballo se
vienen, tratando de ol>1igarlo á ponerse en movimiento,
si e mcnea, escapan á carrera. Por fin, y gracia á los
irnos que infunde la bebida, hay mozos que sortean el
ro; con esto e alientan otro , y no tardan en caer tres
uatro, á qui nes sus compañeros levantan, más ó ro nos
ndereados, los abrazan por la spalda y los acuden vi -
ntaroente para r ducir1 s y aju tarles 1 s huesos y las
scera que con el trompazo y el revolc' n hayan salido
tl lngnr.
a no e puede entrar á las tiendas: á la puerta de
da una e ha improvi. ad una uarrera; pero los d ]a
llUlgata, con atinada previ ión, 8e han pI' venido con
t ' Ila de licor ,de las cualc beb TI con la debida fre-
ni.
D. P pe, al ntado por las libaciones y confiando en
i agilidad, va animándo e á provocar al toro, y 11 ga
. tu á pa al' por d lante de su a. tas y á to ár las c n
a ruana que lleva en la mano. Á veces el ti ro bruto
hace roa que inclinar la abeza, á veceR me a sta una
16
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242 EL MORO

cornada y parte á darme alcance, pero yo dejo uurlada s


arrogancia.
Muy á pechos tomé aquel entretenimiento que bri
daba satisfacciones á mi vanidad y en el cual no hallab
mayor peligro. Yo babía vivido muchas veces en íntim
familiaridad con los toros, y no concebía que pudiera
hacerme daño.
Por clásica que fuera la función J por sensacional
que fuesen los lances que ella ofrecía, los señoritos s
aburrieron, y con razón, pues, si bien se apuraba el cas
todo se reducía á aguardar: aguardar á que alguien s
atreviera á hacer una suerte; aguardar á que el toro s
determinara á embestir; aguardar q ne cierto ganapá
que había pro'metido montar en el toro se decidiese
ponerlo por obra; aguardar que, con complicadas
tumultuosas maniobras, se metiese al coso ó toril
toro que había llenado u misión sobre la plaza; agl1
dar que con otras maniobras semejantes, se le diese s
cesor.
Acordaron los donceles salir e de la plaza, y á mal
penas lograron que se despejara y se abriera una de le
puertas de la barrera. Ya en la calle, se d jeron á ro
rearnos á los caballos con el fastidioso ir y venir y det
nerse en las tiendas y continuar el jaleo en que habia
estado antes de los toros.
Ya me ]0 tenía muy advel,tido uno de los caLall
sesudos y observadores con quienes yo había intimad
de todos los percances que pueden sobrevenirle á t1l
bestia, ninguno puede comparar. e con el de tener qu
cargar con un borracho. Á un ebrio le queda de homb
todo 10 que, de ridículo, tozudo y aborrecible puede cab
en la criatura hu mana. En]a em uriaguez, se pone en j
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DISQUISICIOXES y OTRAS MENUDENCIAS 243

go todo lo avieso, ruÍn y miserable que puede afrentar y


envilecer.
El jinete más diestro, si está bebido, se pone inútil y
orpe para manejar su cabalgadura, y la maltrata ociosa-
ente.
Bien lo experimenté aquella tarde, en la que el zar-
am pIín que me montaba me parecla un Tuerto Garmen-
I a reencarnado en un hominicaco desmañado y babieca.
Dura suele ser la condición de los brutos de mi espe-
ie; pero equé penalidades y qué miserias no quedarán
ompensadas con la fortuna de no podernos embriagar?
Pareela como si aquellos cal vatruenos, aconsejados por
1 diablo, se hubieran propuesto dar, en breve espacio,
jemplos de todas las chambonadas que puede cometer un
inete incapaz. Desmontáronse dos á la puerta de una
ienda, no ataron sus caballos y los dejaron á la buena de
ios. Por de contado, los caballos tomaron las de Villa-
¡ego, y uno de los dos jinetes pagó con las setenas su
ntería, pues tuvo que pagarles largamente á unos mozos
, ue ]e cogieron la bestia, y perdió un estribo y el enoan-
~hado, * prendas que fueron robadas quién sabe dónde,
erced á la fuga del caballo.
El otro no pudo ser habido antes de que cayera la
rde; y es muy probable que tomara el camino de una
acieuda distante, que era su querencia.
Otro de los de la trulla montó sin echar de ver que el
ballo estaba atado á una columna; fué á hacerlo andar,
el caballo se irritó, forcej '3 ó, se encabritó y al cabo ruó ,
na gran costalada, de la qne el jinete salió harto bien
1
* Encanchado. Ruana de tela impermeablet que se usa cuando
eve.

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244: EL MORO

librado, dado que sólo salió con dos descalabraduras de


las de padre y muy señor mío.
Entre otras donosas travesuras, nuestros aprendices de
tunantes hicieron la de tumbar los bolos con que estaban
jugando unos patanes. Oon esto se armó la gorda, y el
D. Pepe recibió una pedrada en la cabeza que le hizo per-
. der la poca que le quedaba. Buscál'onle una posada y lo
llevaron á dormir la mona.
Yo quedé atado á un árbol en el corral. Mi jinete
había anunciado que por la noche concurriría á un baile
á que lo habían invitado; pero no estaba la. Magdalen
para tapetanes. Yo volví á acordarme de los tiempos de
mi cautiverio garmendiano, y concebí sedo temor de pa
sar una noche sin cena y con freno.
Pero para un caballo no se da cosa como pertenecer á
un amo solícito y apreciador de sus bienes. Oomo D I

Bernabé hubiese sabido de boca de un vecino lo borrasco·'


sas que estaban las fiestas, y barruntado lo que conmig I
iba á acontecer, montó en la Alcancía y se puso en ca
mino para acudir á mi rescate.
j Ira de Dios! ¡Qué sofoc6n fué el de aquel hom.
bre, tan manso y tan benigno de ordinario, cuando, á es
de las nueve de la noche, dió conmigo y vi6 en qué situ••
ción me había dejado el perillán de D. Pepito! Maldij
la hora en que había. cometido la borricada de alquilarm .
maldijo al canalla que á ello lo había inducido, y maldij
al sa.lvaje que, después de haberme exprimido el alquiler.
pen aba pagar mis servicios con una truculenta trasn
chada.
Pero éste, en realidad, no pensaba en e o, ni podí
pcnsar cn cosa alguna. D. Bernahé ]0 encontró dornlid
como un leño, en una cama en que había dejado ya clar
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DISQUISICIONES Y OTRAS MENUDENCIAS 245

señales (y otras no muy claras) de haber bebido más de lo


que su e tómago podía comportar.
- i Grandísimo perdulario 1 le gritó D. Bernabé, Vd.
iene que pagarme mi caballo: ahí me lo ha dejado medio
muerto.
- i Qué-qué-qué ~ balbuceó Pepe.
-Que Vd. es un tunante, y que me tiene que pagar
i caballo.
-No, no; ahora no monto .
. - j Borracho de los diablos! i Miren cómo lo tiene
1 aguardiente 1
--N o, gracias; no bebo, no hebo.
-Eso es. Hágase el gracioso.
-Hombre, Martín, déjame dormir: no seas sobado.
-¿ Á que cojo una tranca y le quito las ganas de em-
romar1
Al fin, la inercia y el entontecimiento del borracho,
udieron más que los coléricos ímpetus de mi amo, y par-
imos para nuestra casa.
Yo había estado matado; pero lo había estado en la
...ampaña., y mis mataduras podían sobrellevarse, porque
qué eran sino gloriosas heridas recibidas por la patria
por no sé qué cosa muy decantada y estupenda ~
ero estar matado por haberle servido á un botarate,
ué cosa con que, en mucho tiempo, no pude confor-
arme.
"y si en unas pocas horas en que ocasionalmente he
tado alquilado, le decía yo el día siguiente á mi COIll-
añera la Alcancía, me han dejado en situación tan Jasti-
osa, i qué suerte será la de las bestias de alquiler ~ Al
e se sirve de una bestia alquilada, nada le importa que
la perezca de hambre y de sed; no se le da un ardite de
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246 EL MORO

que el trabajo la agobie; ni se le da nada si la mata de


muerte ó si la n~ata de matadura."
Por aquel tiempo, D. Bernabé y su familia estaban
madurando un gran proyecto que había sido concebido
muchos años antes.
Hay ciertas cosas que cada hombre sabe que ha de
hacer ó que han de sucederle por lo menos una vez, como
morirse, casarse ó vacunarse. Los campesinos de la Sa-
bana de Bogotá y de muchas otras comarcas cuentan entr
tales cosas el hacer una romería á Ohiquinquirá. * Á nin
guno le falta ocasión de hacer una promesa, dado que '
ninguno le faltan aprietos, sustos, penas, deseos y aspira
ciones. ítem más; á los campesinos pobres, que siente
como todo el mundo la comezón de viajar y de conoce
tierras, no se les ocurre hacer otra peregrinación que aqué
lla, ni ell08 creen que buenamente se pueda emprende
otra.
D. Bernabé y la 8eñá Pioquinta, tenían, pues, medi
tada una expedición para cumplir cierta promesa hecll
desde luengos años; pero en ninguno de los anteriores a
que corría se había podido incluir en el presupuesto d
gastos la partida necesaria. Mncbas veces había de 'tin(
do D. Bernabé para ese fondo, ya cierta cría de uno d
sus animales, ya una parte del producto de una semo
tora; y la señá Pioquinta el de uno de sus marran os
el valor de una ruana de las que solia. tejer. Como sle
pre sucede que los tiempos actuales están trabajo808, nc
bahía llegado el de poner por obra el piadoso designi

* Chiquinqu,irá. P oblaci6n importante del Departamento de B


yacá, en Colombia, en que se venera una imagon milagrosa do 1
Virgen.

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1 !ClONES Y OTRAS MENUDENCIAS 247

Los fondos que sí se habían conservado intactos y que


habían ido creciendo, eran los que, para el anhelado viaje,
habían ido reuniendo en una alcancía Rosita, Meregilda y
Resura, las que temblaban de ser condenadas á quedarse,
si cuando llegara el tiempo de emprender la romería, fal-
taba dinero para costearles el viaje.
Mis servicios iban á ser indispensables y, como yo
estaba muy mal traído, gracias al buen humor del D.
Pe pillo, mi amo tuvo por conveniente que yo descansara
bastante; ocurrió á un pudiente hacendado vecino, con
quien tenía gran amistad, y obtuvo permiso para colocar-
me en un potrero de muy ricos y jugosos pastos.
Allí tuve ocasión de observar un contraste que me
hizo la impresión más profunda.
Desde una orilla del potrero se domi naba cierto cami-
o público, y en él vi desde el primer día un desventurado
jam 19o que iba arrastrando peno amente los restos de una
xi tencia que, de eguro, babía sido harto amarga, y esta-
a próxima á xtinguirse. u dueño, baIlándolo ya inútil
ara tod servicio, lo había arrojado al amino, en donde
1 mí ro, con los dientes gastados, mermados y flojos,
ugnaba por roer las orillas que recuas ent ras y hatajos
e ganado que transitaban por allí, repelaban á porfía
a i diariamente.
El caball jo que parecía haber ido caRtaño, tenía en
arte del cuerpo el pelo hir uto, largo y lanudo; en otras
)art s e l v ían calvas negra y escamosas producidas
)or la sarna y mataduras de diferentes edades, unas enco-
lada y purul ntas, otras cubiertas de costras que se iban
vantando por los bord s, otras cicatrizadas. El cuero
archito. agujereado d jaba adivinar la forma del esque-
eto y de cada uno de los huesos que 10 componían. Tenía

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24:8 EL MORO

el infeliz los apagados ojos, las cuencas profundísi mas,


los menudillos monstruosamente hinchados, las cuartillas
tendidas, los cascos prolongados, de figura de calzadores.
Para andar buscando briznas de hierba, tenía que asentar
en el suelo los espolones, y lo mismo para estar de pie y
para tomar ciertas posturas imposibles en que se le veía
cuando pugnaba desesperadamente por rascarse con los
dientes la sarna que le devoraba las piernas y los lomos.
Como era natural, su situación empeoró en breve, y los
gallinazos, con su acierto nunca desmentido, hicieron el
diagnóstico funesto. Desde entónces velaron sobre el en-
fermo con tenacidad incontrasta.ble~ ora cerniéndose por
sobre el sitio en que agonizaba, ora posándose en los árbo-
les yen las cercas, á respetuosa distancia, pero sin perderlo
de vista.
Llegó á la postre un día en que el paciente no pudo
levantarse. Los voraces pájaros se le fueron acercando
recelosos, y advirtieron que todavía podla defenderse.
Pasó tiempo, y el más atrevido de ]os pajarracos le picó
un ojo. Sacudióse el desdichado con desesperación, pero
1013 esfuerzos lo acabaron de postrar. Cuando expiró, ya
no tenía ojos y se le veía det:garrada la piel en varias de
las partes más sensibles del cuerpo.
En los mismos días en que estuve contemplando e tas
escenas, tuve largos coloquios con un caballo bayo naran-
jado, barriO'ón y peludo, que parecía vivir sólo para abo-
rear las delicias de una xistencia epicúrea y sibarítica.
Como yo babía notado que al tal bayo no e le impo-
nía tarea de ningún linaje, 10 pregunté á qué feliz cir-
cunstancia debía su envidiable privilegio.
-E , me contestó, que yo soy puntero, y que en estos
días no ha habido viaje.

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DISQUISICIONES Y OTRAS MENUDENCIAS 249

- i Y qué cosa es ser puntero ~


- i Cómo! i Vd. no tiene noticia de los caballos que
desempeñan las importantes funciones que están enco-
mendadas á los individuos del gremio á que pertenezco ~
-Ningu.na. Ni aun había oído nunca la palabra
puntero.
- i Pero dónde ha vivido V d. ~ Puntero es el ca-
ballo destinado á ir siempre á la cabeza de una recua, ya
vaya cargada, ya vaya de vacío; ora se componga de mu-
las, ora de muletos.
- y bien, un puntero i qué oficio va desempeñando ~
-¡ Toma I Pues encabezando, guiando la manada de
bestias. Sin él, éstas se desbandarían y no seguirían el
ruro bo debido.
-De modo que un puntero está obligado á conocer
todos los caminos.
-N o: eso sería ocioso. Al puntero 10 lleva del ca-
estro un muchacho.
-Entonces no me parece el destino muy impor-
ante.
- i Cómo que no le parece á Vd. muy importante I (y
sto lo dijo ya muy enfurruñado). .
-No se me acalore. Es que esto de tener que vivir
ozándose con mulas . . .
- i Y qué? Las mulas son conmigo dóciles y sumí as.
na que otra se toma tal vez la lib rtad de hac r ademán
e morderme 6 de cocearme; pero e o no es rollS q ne una
u stra de cariñosa confianza, y no un acto de reb ldía
.,ontra mi autoridad.
Acabáramos, pen é yo: á ee-te mentecato lo que le
autiva es el amor á un mando que imagina ejercer.
avilé después sobre lo que son las flaquezas caballunas,

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250 r EL MORO

que á cada bestia le hacen reputar el oficio que desempe-


ña como el nlás indispensable y el de más cuenta.
Luégo me contó el bayo por qué trámites había venido
á parar en puntero.
-Yo nací, me dijo, en un distrito de la tierra caliente.
Allí crecí y allí trataron de aman arme; pero soy vivo
de genio, y á mí no me gusta dejarme embromar de na-
die. Mordía y coceaba á los que me cogían y á los que
me ensillaban, y cuando tenía encima un jinete, me cla-
vaba en un sitio. Si con azotes ó con la es} uela hadan
por estimularlne, yo tiraba mordi cos y coc s á la pi mas
del que me montaba. Mi dueño, desesperanzado de
amansarme, lne hizo servir en un trapiche; allí í no ha-
bía remedio: por más que me ensoberbeciera y me rebe-
lara, era inevitable tirar del mayal. Con esto creyeron
haberme domado; pero la primera vez que me montaron
se convenci ron de que conmigo no podían gastarse bro-
mas. Fuí vendido y sucesivamente pa é á pod r de mu-
chos dueños. Llegué á manos de uno que TI hall' com-·
prad l' por haber e ya extendido derna iado mi buena
fama, y e o fué 1 que me d stinó para puntero.
Yo me quedé meditando. Comparaba la suerte do
e te haragán inútil y pro untuo o con la que había t cau
á aqu 1 de dichadí imo ro ín qu había agonizado y falle
cid en la vía pública el cual, según lo at stiguaba 1.
hoja de rVJClO qn 11 yaba n el e pinazo y en ]
10m s, había ido de grande utilidad para su dueñ
" i Con qué desigualdad, concluí, reparte SUB dones 1
naturaleza! "

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CAPíTULO XXII
UMARlo.-Prevenciones para la romería.-Cupido las facilita.-Parti-
mos.-La naturaleza no no acompaña en nuestro regocijo.-Pri-
mer contratiempo.-Segundo y t ercero.-No juntamos con un
religioso y con un laico.-Cuarto percance.-Percance quinto.
-Encuentro alarmante.-Entl'evi ta fraternal.-Alarma superla-
tivo.-Quieren comprarme.-Un caballo jubilado.-Ull despena-
miento.

TODO llega y, como llega todo, llegó el día en que ha-


bía de comellzarse la preparación próxima para el suspira-
do viaje á Ch:iquinquirá. Di púsose que la casa y l-
canor queda n á cargo de una comadre de la señá
Pioquinta; una señora de la del pueblo inmediato u-
ministró galápago para Rosita; y c n un vecino del pro-
pio pueblo, c lebró D. Bernabé no sé qué compl:icada ne-
gociación, mediante la cual aqu '1 daba aballo para la
isma chica, no gratuitamente, pero de manera que tí lni
amo no le costaba de embolo ni qu branto a]O'uno.
a lean cía, que debía ir montada altel'nativam nte
01' los do con orte , era ya madI' de un p tri , 1 cual
01' de contado d bía fiO'urar en 1 pel'son 1 de la xpe-
dición.
Faltaba aún un elem nto :in j pen able para que el
v:iaje fuera Ulla romeríc genuina y no un mero paseo.
Faltaban]o músicos, que, á todo tirar, no podían bajar
BANCO L;~ . ~l Ré.PU BLlCA
' -_ _ _ _----"-"lI.U..~'_'_"tCA LU ,r
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Luis Ángel. Arango ELBanco
ARANGO
de la República, Colombia.
J!:L ORO

de dos, uno para que acompañara á los romeros tocand


el tiple, y otro para que acompañara á é te, tocando e
alfandoque ó la chucl¿as:* La cosa iba ofreciendo al
gunas dificultades, pero é tas quedaron allanadas com
por encanto, apenas un mozo muy listo y apue to, que
llamaba Jeremías y que era un poco pariente de D. Bor
nabé, hubo sabido la nece idad que se trataba de sati fa
cero Jeremías tocaba el tiple que lo 1 acía LabIal', y com
se halla e de tiempo atrá prendado de Ro ita, le vino ro-
de do el ofrecerse como compañero; y ofreció también
c mo tal á un hermanito suyo capaz de desempeñar la
otra parte de la orquesta.
La par imonia era una de las cualidades salientes de
mis dueños; pero tratóse de la expedición á Chiquinqui-
1'á, y viéranlos Vds. ga. tar sin duelo para acopiar basti-
mento, como si se entuviesen previniendo para un viaje
de muchas semanas á través de algún yermo.
Lo avÍos se acomodaron en un par de p etacas t que
d Lían er carO'adas por el urro de la casa. De arrier
no había ab oluta. nece idad dado que una acémila tan
tratable e mo el jnmento podía ser manejada por D. Ber-
nabé con auxilio de 108 demá peregrinantes.
Oaballeros 10 tres amos, D. Bernabé en la Alcancía,
Ro ita en un ruc] m la 10 Y la eñá Pi quinta n ,1
humilde servidor de d. ; n una madrugadita muy
paca y lluvi a y on el camino fan o y re baladiz

compon
tapa.

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DE MAL EN PEOR 253

e elnprendió la primera jornada. Á pesar de 10 poco


avorable de la circunstancias para las expansiones del
oimo, todas las fisonomías, plácidas y risueñas, expresa-
an la más pura satisfacción.
Los músicos que, como Meregilda y Resura, iban pé-
ibu andando, en cuanto lo permitían la latitud y las es-
abrosidades del sendero, se mantenían al lado de Rosita
, ,de entendiéndose de que música, miel y ventana, no
egan pm' la rnañana, hacían vibrar las aguano as aoras
atinales con el torbellino * más arrebatado y estimu-
ante.
En la pre ente ocasión, como en todas aquellas en que
o cargaba á mi ama, llevaba el clásico sillón á que ella
o había querido sustituir con el moderno galápago inglés.
s el sillón una verdadera silla, poco diferente del mueble
el mismo nombre que, colocado en el snelo, sirve de
siento. Está forrado de paño rojo y guarnecido c TI ga-
ón blanco ~ amarillo. La que an la caba7leJ'a en sillón
a vuelta 11acia un lado del camino, y tan encumbrada,
ue la tablilla sobre la cual apoya los pio queda casi á la
ltura del pinazo de la bestia. La señá Pi quinta, so-
re la mantilla, que le formaba capucha, llevaba ruana
i tada on f 1'1'0 de b yeta azul celeste, y tod iba coro-
ado por el sombrero dominguero. En las jornadas en
ue iba so la yegna, yo la contemplaba y, á mi pare-
el' t nía un aire augusto y patriarcal que in pÜ'aba res-
eto y envidia.
Era ya tan raro el u o del illón, que la vi ta del de
i ama, junto con la de otras particularidades del grupo

* Torbelli¡~. Aire mu iCR,l indígena compuesto de una' pocn. no-


as que s repiten invariablemente á tiempo igllale~.

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254 EL MORO

que formábamos, atraía sobre él inteusas miradas de cu


riosidad y donaires y chocarrerías de ]a gente que lo veía
pasar por las poblaciones y por otros pal'ajes concurri-
dos.
El primer día, antes de que llegásemos á la venta en
que se debía almorzar, empezó á desencapotar e el cielo, y
á orearse la ropa de las viandante, que venía pegada á las
carnes, no obstante que todas iban aparentemente prote-
gidas contra la lluvia pfu. las ruanas que llevaban encima
de las mantillas.
En la venta mencionada, yo que era un poco conoce-
dor en achaque de amores, eché de ver cuál era el móvil
que había impul ado á Jeremías á hacer su oportuno ofre-
cimiento. Todas las cuatro hembras se habían detenido
á la sombra de un alar, un poco lejos de la tienda; J ere-
mías mandó servir chicha, las convidó y ellas se remilga-
ron y se hicieron de pencas. Instó más, y entonces fue-
ron encaminándo e hacia la tienda, como con recelo '
cortedad y dando tiempo cada una para que otra toma e
la delantera. Á la puerta de la tienda se pararon bien
pegaditas á la pared, medio tapernjadas con las mantillas,
y hubo nece idad de nuevas porfías para que, poquito á
poco y si mpre como c n desconfianza, fue en entrand .
La señá Pi quinta fué quien primero enlabió la totuma,
d sI ués de haber soplado sobre el líquido que contenía, á
fin de Lac r salir por el b l'de 1 s cuerpos xtraños :.a.l1C
br nadaban en la up rficie. El anfitrión cuid' de ha-
cer beber á Ro ita en t tuma e p cia1, para 1 Tler él en -
seguida lo labios en donde la pI' opinante había posado
los suyos.
Ouando, de pué de haber almorzado n pu irnos en
movi miento, ya el ci lo resplandecía sereno y despejado;

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aire estaba diáfano, y al través de él y en el confín
ptentrional del horizonte, se divisaban las sierras azules
ue habíamos de trasponer. Este espectáculo renovó el
19ocijo en los pechos de los sencillos peregrinos; y,
omo para expre al' ese afecto, los rústicos instrumentos
hacían oír con aires cada vez más vivos.
Aun no clareaba el segundo día, cuando D. Bel'nabé,
on la o:fic~osa ayuda de los músicus, se puso á recoger
lS bestias en la manga en que habíamo pasado la noche.
a Alcancía, yo y el jumento, fuimos fácilmente hallados
cogidos, á pesar de que la madrugada estaba obscura;
ero el caballo de Rosita no pareció, ni aun después que
uoo amanecido. Hiciéronsele reclamaciones al dueño
, e la po ada, y él perjuró que la manga era segura y
ue jamás por jamás se había escapado de ella animal al-
uno. Montado en mí D: Bernahé, y en la yegua el
ermano de Jeremías, salieron á buscar al rucio melado
01' todos los potreros y sembrados circunvednos, hasta
ue lo columbraron e1'\ cierto potrero; trataron de entrar,
ro hallaron la puerta cerrada con canda.do. Bu caron
1 portillo por donde el prófugo debía haberse entrado y
o encontraron ninguno: la cerc:1, que era de piedra, e8-
ba recién reparada y en estado floreciente. i Cómo ha-
ía ido á dar allí el demonio del rucio melado ~ Esto fné
) que mi amo no pudo averiguar. Yo sí tu ve exp1ica-
·ón del fenómeno la noche siguiente, en la que 1 mismo
cío me d cIaró que él no e dejaba encerrar en ninguna
arte; que el pa to era de todos; que él no comprenuía
r qué 10 habían de obligar á roer pelambreras, cuando
abía terrenos cubiertos de hierba, y que él sabía saltar
rcas y zanjas como un p 1'1'0.
Yo me acordé entónces de otros caballos conocidos

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EL MORO

míos, dotados de la mi ma recomendable cualidad qu


adorna a al rucio melado .
.F ué forzo o acudir al dueño del potrero en demand
de la llave, y resultó á la po tre que la segunda jornad
no se em prendió basta las nueve de la mañana.
Mal empezó el día, y mal debía seguir, y todo por cul
pa del rucio melado. Ro",ita sabía poco de equitación
,,', á vec ,aburrida de ir al paso de los pedestres, se ade
lantaba á más andar y aguardaba á la comitiva á la som
bra de un árbol; en uno de los ratos en que su caban
iba andando de pri a, tropezó é te con ba .. tante fuerza, co
lo que asu tó á Rosita; y tra el tropezón, se alborot'
é hizo movimientos irregulares y bru coso Repú os
del snsto la damisela, y sin e camarse ccn 1 ocurrido
volvió, 110 obstante algunas amonestaciones materna., <
tomar la delantera; el caballo, al doblar un recod de
camino, d 'scubrió de súbito un montón de piedras, Cjl1
debi r m d ant jársele o am nta caballuna y, pantado
se r huy' vl01cntam nte; Ro ita, aunque ha tante de.
c nccrtada, no habría caído, p r 1 melado iguió agita
dí imo, andando á saltos y al cab d1' con na en tierr.
P r f rtnna, para R sa, todo paró en una leve desol1a
dura en la manos y n el afán que la oh1' 'coO'ió al r
á su fanta ía las con ecuencias de una caíd,

He
1 ha en fiado á aO'uardar.

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DE MAL EN PEOR 257
Este castigo, pensaba yo, además de ser inconducente,
injusto, dado que ni las bestias ni los hombres tropie-
n ni se asustan porque quieren tropezar ó asustarse.
tas son cosas que á uno le suceden: no son cosas que
o hace.
En la tarde de aquel mismo día, que fué calurosísima,
parejaron con nosotros un religioso que nevaba para-
las abierto, y un músico que 10 acompañaba; y entram-
s trabaron conversación con D. Bernabé.
Oomo el acompañante hubiese manüestado extrañeza
observar que Jeremías y su hermano tocaban con tesón,
n curarse de la fatiga, el religioso le hizo saber que la
tumbre de llevar música en las romerías de nuestro
cmpo, es piadosa memoria que se hace de las más an-
guas, las cuales diz que se solemnizaban, no sólo con
strumentos músicos, sino también con el canto de him-
B sagrados.

En esto, el potrico de la Alcancía, que sin cesar iba


·ableando por el camino, vió que su señora madre se ha-
a parado para no sé qué lnenester, y queriendo aprove-
lar ~ e de tal coyuntura para exprimir el eno materno,
16 á arrimársele, y lo hizo con tan poca maña, que me-
ó la cabeza por entre ]as riendas y el cuello del caballo
Su Paternidad, el cual caballo se apartó muy mal gui-
do y quiso eguir sn camino. El potro, pugnando por
.8a¡;;lr e, tiró de las riendas y ~e neabritó; el caballo
zo lo propio, y puso en mortal apuro al Reverendo
adre, el cual dejó caer el paraguas á los pies de su ca-
19adura, introduciendo así un elemento má de des-
den y de confn i6n. Las n1uj res hacian aspavientos
á chillidos, invocahan á la Virgen de hiql1inqnirá;
i amo y los otros varones animaban al Padre á que se
17
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258 EL MORO

mantuviera firme, y despizcándose por darle socorro


por deshacer el enredo, alborotaban má al caballo y
potrico. Al fin esta tragedia tuvo desenredo, sin que n
die pudiera fundadamente preciarse de haber contribuíd
á que éste fuera feliz.
El Padre, pálido y tembloroso, declar6 que era mu
arriesgado viajar en compafíía de un animal tan loco COal
el potrico, y él Y su compañero picaron y siguieron
buen paso. Obra de media hora haría que se habían de
pedido, cuando vimos que, en revolucionaria carrera, de
pojado de varios de sus arreos y arra tI'ando la brida, v
nía hacia nosotros el caballo del músico. D. Bernabé
los de á pie lo detuvieron, lo embridaron y siguieron co
él, llevándolo del diestro y haciendo conjeturas, á cu
más negra, sobre la suerte que debía haber corrido e
jinete. Á cada paso encontrábamos de pojos: aquí e
cojinete; más allá la maleta de la ropa; luégo la bols
con el clarinete, y enseguida un e tri o. Todo lo iba
recogiendo Jeremías y su hermano e n aplau o de
Bernabé, que decía sentenciosamente qne n un camin
es necesario que todos nos ayudemo uno á otros.
Más adelante, topamos con el Padre, que, viniendo
un pasito muy reposado, pretendía alcanzc r y atajar al c
baIlo de su compañero. Á éste se le lmlló tendido al pi
de una cerca, muy magullado y contuso; pero más atribu
lado por la pérdida del clarinete y de sus otl' s cachiv,
ches que por la dolencia que 10 aquejaban. Decía qne d
é tas podía sanar de baldc, mientra 111e de aquella pérdid
no se podía resar<.:ir sin d ombol o de diner. Ya tran
quilizado con la certeza de qu nada e había perdíd
cont6 con voz de~mltyada y doli ntc que había ido á darl
de beber á la bestia á un arroyo, quitándole la brida si

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DE MAL EN l>EOR 259
esmontarse; que el caballo se había azorado al sentir el
eno en la rodillas, que había. di parado y lo habla der-
cado en un pedregal.
, Bucna lección, discurrí yo en mis adentro, para les
ue acostumbran cometer la animalada que ha cometido
e pobre hombre."
Llegamos á Ohiquinquirá en época que lo era de
rande afluencia de gente de diver as regiones. Yo me
i en un potrero inmediato á la ciudad, mezclado con
ultitud incontable de bestias de todas la procedencias,
za , condiciones y cataduras imaginable. Entre ellas
lumbré cierto caballo que había visto en poder de uno
los virotes de la pandilla de Garmendía, y esta fatal
rcunstancia me hizo tener como fácil y probable que el
uerto e hallara entre la turba de holgazanes y gente de
ronce que había yo visto hormiguear en la población.
or una vereda que atra ve aba el p trero, vi luégo pa ar al
ueno de la bestia sospech a, y con ell se apoderó de
Í gran obre alto, aunque discurría que quizás aquel be-
tre no habría caído en que yo era el 1rloro de marras,
11 s en lo últimos tiempo yo había perdido casi todo el
lo negro y era ya rucio blanco.
En tod caso yo nada podía hacer para proveer á mi
guridad y me puse á aguardar 1 que la uerte me tu-
·era r servado.
D mi negra cavilacion s vino n. diRtraerme un inci-
nte de agradable. ndaba yo cabiz ajo y apartado de
das las otras bestia , cuando se me acercó un macho ru-
o que no había vi to antes; el cual, dirigiéndo cm con
. rt air )cillo de gazmoñería, me dijo con acento muy
1zarr' n :
-Lo alcancé á ver, hermanito, y vine á saludarlo.

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260 EL MORO

-Hum, hum, le respondí.


- i N o me conoce ~ . . . Yo sí lo conocía y tenía m
chos deseos de tratarlo.
Yo le vol ví la grupa, callado como un pez.
-Si de veras soy su hermano, porfió el mulo: soy
hijo de la Dama, el que tuvo cuando Vd. estaba ya
decito.
-Bien, bien.
y me puse á pacer, aunque no sentía apetito.
-Oon que es orgulloso i no ? Yo no soy mas que u
pobre macho; pero, aunque le pese, los dos somos de un
misma sangre.
Yo, dándole siempre el anca, pude hacer cierto ruíd
el que mejor podía expresar el desdén y la antipatía co
que miraba al bastardo.
-Yo no pensaba que fuera tan déspota, concluyó
y me dejó en paz.
La aparición de cada una de las innunlerables pers
nas que entraban á coger bestias, avivaba la zozobra qu
me consumía; y ésta me hizo sali r de tillo una madrug
da en que, á.la luz de la luna, descubrí q n~ unos jinete
andaban recorriendo el potrero, corno en busca de algun
bestia. El grupo me pareció ser el que tan impr ::lO 11
vaba siempre en la fantasía, el del Tuerto Garmendía COI
sus á láteres. Ouando se me acercaron un p eo, in a
ertir que yo no debía atraerme su atencjón, ecb á '"
rer. omo, según parecía, trataban de ver de cerc
cada nna de las bestia, á fin de reconocer la que busc
ban, corrieron, me acorralaron y se pu ieron á discuti
sobre si yo sería el caballo que necesitaban· se me acere
ron mucho y declararon que no era ese. En tal momen
sentí lo que debe sentir el que ve asegurada la felicida

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DE MAL EN PEOR 261
e toda su vida; pero al mismo tiempo renegue, lmpa-
ien te, de la vergonzosa debilidad que me hacía vi vil'
tormentado por el temor de un peligro tal vez imagi- .
ario. En 10 sucesivo debía yo experimen.tar si mis rece-
os carecían ó no de fundamento.
Apercibidos estábalnos ya para tomar ]a vuelta de
uestra casa y aguardábamos el momento de partir en el .
atio de la casa en que D. Bernabé y su familia se habían
ospedado, cuando el dueño de aquélla, que había simpa-
izado con el mío y que le daba el tratamiento de tocayo,
e dijo señalándome:
--i Ouánto vale el rucito ~
-Quién sabe, tocayo: me han estado ofreciendo por
locho cargas de trigo y ciento cincuenta pesos, y no he
luorido darlo.
- i Quiere vendérmelo por doscientos pesos?
*-Tal vez no, tocayo: ya le digo 10 qne me han ofro-
ido por él.
-Pero e que ya está un pooo viejo.
y entónces me dió un pellizco en un cachete y aguar-
ó á ver cuánto tardaba en deshacerse el pliegue que me
abía hecho en el pellejo.
-Nueve aílos) dijo mi amo, nueve años es lo má que
uede tener.
Entónces el tocayo me abrió la boca y 1110 examinó los
ientes.
- ada, tocayo, repuso; mÍrele los dientes y los colmi-
los. Do ciento pe it s le doy, porque me ha gustado;
ero no me alcanza á servir do años.
- y que es el del sillón de Pioquinta.
-¿ Sab , tocayo? Le doy aquella muleta parda y
chenta pesos.

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262 EL MORO

-No puede ser, tocayo. Si me da la muleta y 1


do cientos pesos . . .
La. señá Pioquinta escuchaba atentamente este diá
logo; y en el movimiento de su labios se conocía qu
e taba rezando por que no se realizara el negocio.
En fin, la negociación, que e prolongó mucho, termi
nó sin que D. Bernabé aceptara ninguna de las propue
tas de su tocayo; pero sirvió para que yo me enterase d
que muy en breve podía er enajenado y cambiar d
situación. Oon grandes extremos había en otro tiemp
encarecido D. Bernabé el agradecimiento que me debía
i pero s ría mucho que un hombre se mostrara tornadiz
para con una p bre b tia, cuando es tan común que to
do e110s se muestren inO'ratos para con sus 8emejantes ~
o era vero ímil que mi amo quisiera correr el rie g
de que yo, llegando á extrema vejez, me hiciera invendi-
ble: t do dependía ya de que hallara quién ofreciera po
mí precio su bido.
De nuevo me a aItó el t mor que ya otra veces ID
había torturado, de que mis últit o días fu ran tan amar
gos como lo de fiucb de mi semejant qu había vi
to de tillad á trabajo viles y abrumad r ,ó abandona
dos n las vía pública. Á D. B rnab~ 110 le permitía 1
limitado de su facultad e imitar á cierto cino uyo pu
diente y O'enero o qu había jubilado á un cabe llo par'
r c mp n al' ]os bueno y la1'O'o 1'\'lC1 que, mi ntra
estuv an y vi or pro t' á u familia y á él 1111 m .
e on e te caballo s lía yo c nv r al' cuand '} e arri
maba á. la cerca que di idía su potrero de la estancia d
mi amo. omo yo ha bia sido moro y e taba ya blanc
como un lirio. Annqne 1 obraba alhnento e encontra-
ba flacucho y extenuado porqne había perdido casi todo

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DE MAL EN PEOR 263
os dientes; tenía hinchadas y entOl'pecirlas las coyuntu-
a ; permanecía echado lo má del día, y cuando el ha m-
re y la sed lo compelían á levantarse, lo hacía pujando
quejándose. Gracias á la generosidad de su amo, su
ida e habla prolongado más allá del término ordinario
e la de su semejantes. En la época á que me voy refi-
iendo, hacía diez años que no trabajaba.
No: yo no me atreVÍa á esperar tan buena suerte, por
ás que la gratitud obliga e á mi amo para conmigo, y
nsideraba que acaso habría oe tener que bendecir la
ano que me quitara la vida para abreviar las penas que
abían de amargar sus postrimerías.
Acordábame de varias bestias que había visto d spe-
a?'; y, con suma viveza, se me representaba la imagen
e una pobre yegua que despenaron en Hatonuevo. Se
e había qucbrado una pierna y se la veía padecer atroz-
mente; le dier n una puñalada en el pecho, pero fué tan
nal dirigida, ue no hizo mas que encrudecer sus tortu-
ras; entónces D. Cesár o mandó traer su escopeta y se la
de cerrajó en la nuca; la yegua, en una convulsión supre-
ma, se levant' obre las tres patas que le quedaban yense-
guida se desplomó inanimada.

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OAPíTULO XXIII
SUMARIO.-Regreso.-Un compañero.-Incidente de unacampaña.-L
caja militar.-Al que de lo ajeno se viste . . . .-El e ero.-Cóm
un recluta hubiera podido ser l'escatado.-Suerte de la bestias d
carga.-En calle ango tao

HÍZOSE la mayor parte del viaje de retorno en compa


ñía de un convecino de D. Bernahé, que, con su familia,
regresaba á la Sabana. E",te convecino traía su bastiment
en unas petacas que cargaba un caballo rosado * que, por
ser de bllena alzada y de no mal pelaje, parecía haber sido
en mejores tiempo de categoría menos humilde que la de
acémila. Le comuniqué á dicho cahal10 esta observación,
y él me explicó por qué curiosa manera había sido degra-
dado.
-Yo era, me dijo, caballo de silla, y mi dueño bacía
de mí la mayor estimación. Vino una guerra, y una 00-
mis1:ón militar cayó de improviso sobre todas las bestia
de mi amo. Incontinenti fuÍ destinado al rvicio de un
e cuanrón que estaba en marcha. E te cuerpo entró poe
d ,pué en una refriega, sufrió rechaz ,y entre do luce,
tomó posiciones en un lugarejo en que 108 jefes, á favor
de la obscuridad de la noche, pudieron disponer e paciosa-

* Rosado. Par co que los caballo rosado ó rosillos de Colombia


son los que en E paila se llaman rubicanes.
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NUEVOS APRIETOS 265
ente ]a retirada. Conducían una . carga de dinero en
ro; y, como se tratase de escoger en la brigada la bestia
ue pareciera más vigorosa, para que la llevase, pusieron
os ojos en mí, que, como recién alistado, estaba más lucio
• fortachón.
Tomando en cuenta que se nos había de perseguir con
layor empelio si la fuerza vencedora ú otras enemigas se
m'cataban de que, entre el bagaje, iba cosa tan llamativa
n todo tiempo, pero más apetitosa aún en el de guerra,
e acordó que los sacos que contenían el oro, bien en vuel-
os en encer~dos, fueran escondidos dentro de unos tercios
le cal que pOl' acaso se hallaron en el lugar; y que yo,
011 mi carga de cal, siguiese por atajos y custodiado por
ln piquete de soldados disfrazados de arrieros, hacia un
araje en que estaba acampada una fuerza respetable y
miga. Emprendióse el movimiento. Mis copductores,
erced al descalabro de la vi pera y á la idea que se les
ncajó en la cabeza de que todo el mundo babía de adivi-
al' que lo que conducían era un te oro, iban po~eídos de
ledo cerval. Yendo nosotros por la falda de una SieJTa,
1 recodar uno de sus contrafuertes, quedamos inopinada-
nente á ]a vista de la columlla venc dora, que iba desfi-
ando por la cre ta de ]a misma sierra. Mi conductores
e creyeron perdidos, se dispersaron y me dejaron solo.
o me puse á pacer y fuÍ a vnnzando insensiblemente
lasta que llcgu; á cierta explanada en que había una
-hoza; los hahitant., de ésta me cstuvjeron mirando
omo picados de curiosidad; r gi traron los alrededores
ratando d descu bri r quién me babía llevado por allí; y,
labiendo caído la tarde sin que tal cosa se descubriera,
novidos por la compasión que les causaba el ver que yo
'ba á pasar la noche con mi carga, me tomaron del ronzal,

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266 EL :llORO

lne acercaron á la choza y me descargaron.


la vivienda se vela un cobertizo que habían levantado pnr
resguardar un horno, el cual e taba ya desmoronándose,
allí colocaron la carga. Á la mañana siguiente diero
aviso de lo sucedido al dueño del terr no, que era 11
campesino acomodado, llamado D. Tadeo, el cual vin
lTIUy diligente á ,~er qué cucaña le re ultaba. No fu
de preciable la que consiguió declarándose depositario d
mi individuo y de mi aparejo, hasta que
s gún le oí decir, á quién pertenecíamo. Lle ónos con
igo á su casa; y, como yo había siuo hallado con carga
p r cabano de carga me tuvo y me confirm', ignorand
lue yo era, con creces, mejor ca ano de illa que los ma
talone en que él montaba.
La guerra fllé motivo de que D. Tadeo me tu i
por algún tiempo e condido entre mat rrales· y cuan
do, por desgracia, vino la paz, empezó á llevarme á ticrn
caliente carga o de harina, de papa, e sal ' le otro
artículos, y á hacerme vol ver á la abana. cargado o
miel.
Por ntónce no 11 'gué á hac r 1 t l' el' viaje, p rqn
al seO'unoo 1ne salió dueño, omo suele d cir uando e
que lo de un animal ilegítimam nte ocupad durant
una revolución, ó á raíz d ella, lo encu ntra p r ca nali-
dad. 1i ocupante y el propietario tuvi ron u palabra,
y ocurrier n á la Aut ridad del pu bl má c r nn < 1
lugar ocl ncn ntr ; per de t d llo vino á re uHar (Ine
el que e taba O' zanc1 le mi ~ rvi 'io aneara u títul ,
,to <]ue me comprara.
Esta parte de la rolaci' n del Ro ado me hizo discurrir
111e á mí también podía alinn un ño, y que hn ta podían
cr d s 1 s que me alieran; mae al punto me ocurrió que

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NUEVO APRIETOS 267
o estaba en el orden natural el que me reelamasen, ni el
r. Ávila que se acordaría de mí como de las nubes de
ntaño; ni la entidad á la cual había rvido en la guerra,
ado que ésta, al no hallarme en las brigadas, me debió
e llorar por muerto.
- i y Vd. supo, pregunté al Rosado, en qué vino á
arar la carga de cal?
- h, respondió, lo que ha pa ado con la carga de cal
muy curioso. D. Tadeo quiso ser depositario de los
o tale, mientras se averiguaba á quién pertenecíamos
no , los aparejo y yo. Desocupáronlo derramando 11
ontenido en el uelo del cobertizo, sin que nadie hiciese
lto en que entre la cal v nían unos lío muy pe",ad s.
ampoco hicieron ea o de ello, si acaso los vieron, unos
eones que llevaron parte de la cal, con la que D. Tadeo
uvo el buen pen amiento de blanquear su ca a, sin duda
ientras se averiO'uaba á quién pertenecíamo In cal, los
o tal ,1 s aparejo y yo.
Sobro la cal r tante y sobre 10 que ella encubría fue-
on cayend p lvo tierra que e de prendía de la pared,
]l1e ' 0 iba d on band , y paja que de e ndía del techo,
1u se iba 1n11)(1i ndo. Las gallinas carhaban obre
tquel 111 nt' 11 de d p jo. , p ro nunca ah ndahan mucho
) rqn ' la cal no p rmitía ne allí ubsistieran ins ctos de
que aquella · ave bu caban.
r, aco de r e tahan al pie d un dclgad tabique,
. la cama 1 1 vi jo dn fio le la hoza, al pie d 1 mi m :
ólo 1 tabi ne e int rponía entre la cah za del vi.i y
as pinO'ü talegas; á nn palmo de ella P¡.l aba el inf liz
a larO'as noche d \ \-TeIado á cau. a d los achaqnes .',
un má ,d la mi. eria. Él y u mujer no r eibían otr
uxilio qn el muy mezquino ne les podía procurar un

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268 EL MORO

muchacho de 14 ó 16 años, nieto suyo, que ganaba u


exiguo jornal cuando D. Tadeo le daba trabajo.
U n día cayó inopinadamente sobre aquel triste hoga
una parti.da reclutadora enviada por el Alcalde, y se apo
deró del muchacho. Los abuelos, deshechos en llanto
de rodillas delante del que encabezaba la partida, logra
ron, al parecer, ablandarlo. Llamó éste al anciano á siti
repue to y le dijo que cedería á sus ruegos si le d~ba cua
tro pe os.
i Cuatro pesos! El viejo nunca había visto reunid
suma tan cuantio a. Su mujer tenía un cuartillo, puest
á buen recaudo en una esquina del pañuelo que le cubrí,
el pecho; en la choza no babía más dinero: á lo meno
así lo pensaban sus míseros moradores.
El muchacho fué á formar parte de un batallón qu
se estaba organizando. Sus abuelos no habrán muerto d I
hambre, porque de hambre nadie muere en esta bendit
tierra, pero i cuáles no habrán sido sus amarguras!
No hace muchos meses, mi actnal dueño me envió á.
llevar al D. Tadeo algo que para él había traído de tierr.
caliente; pasé por las cercanlab de la choza, que est
abandonada, y vi que el montón de escombros había ere
cido mucho y que sobre él comenzaban á brotar alguna
hierbas.
-¿ y qué oficio le ha acomodado más á Vd.? pregunt
á mi interlocutor el de ca allo de silla ó el de acémilr.. ~
-La be. tías de carga, lne contestó, omos entre la
be tias lo que la plebe ó la clase obrera es entre los hom
bres; con la diferencia de que, para los proletarios, lo in
teresante y lo provecho o es que baya trabajo; y, para 10
animales de carga, lo apetecible y 10 perfecto es que no]
haya. Tan mal alimentados estamos cuando tenemos oen

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~TUEVOS APRIETOS 269
ación como cuando nos hallamos ociosos; y aun en 108
ás de lo caso, lo e tamos mucho peor cuando hacemos
·ajes con carga, pues los potreros Ó las mangas que, en las
osadas de los caminos y en las inmediaciones de lo pue-
los, se de tinan para nosotros, están siempre mondos y
pelados; mientras que, en los pocos días de de.,callso
ue se nos conceden, pacemos á veces en rastrojos ó en
rillas de los terrenos sembrados en que abunda la hierba.
-Pero á mí me parece, le ob ervé, que e preferible
evar una carga que nunca se impacienta con quien la
eva y que no maneja brida, espuela ni látigo, á ir mon-
ado por un sér viviente que da sofreuada , e polazos y
zotes, y que de foga en su cabalgadura el lnal humor
casionado por la fatiga y por los sinsabores que son ine-
itables en casi todos los viajes.
-Preferible sería en realidad, repuso el Ro ado, si la
arga fuera colocada sobre nue tro lomos de modo que
o nos catrara más incomodidad que la de aguantar su
o; pero á ésta, que rccrularm nte es la meno en ible,
agregan otra que son verdaderos martirios. Para que
a carga n e ladee, no 8e sabe hacer otra c a que apl'e-
al' las cinchas y las cuerdas que la n eguran; y de modo
an bárbar la aprietan, que a i les penetran en las ca1'-
1 ,y á menudo se la dilaceran. Por otra part , la b -
ia a Í ceñida a p nas puede re pirar. El pe o de la carga
iende á ha el' bnjar 1 do como cojines que componen
( enjalma, y por con jouiente la burda tela qne lo une
primp y roza el e pinazo, :le donde pI' vi nen las mata-
uras que en e a parte n s aflig n. i la paja con que e
a rellenado la enjalma no e tá repartida. con perfecta
o'ualdad y bien mullida ó i uno de los dos t ~rcios p a
ás que el otro, resultan las mataduras en los lomos. Y

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270 EL MORO

es sabido que matadura una vez abierta, casi Dunca se cur


sino en falso; por lo cual apenas se ve bestia de carga qu
no 11e\""e algunas, ya en actividad, ya latentes. Los apara
tos de que se usa para impedir que la carga e escurra ha
Cla adelante ó hacia atrá , DO sirven mas que para mortifi
carnos como las cinchas. En las subidas, el peso se carg
hacia la grupa; y en las bajadas, oprime la. cruz.
-e y sabe Vd., pregunté yo, porqué no se acostumur
en nueetra tierra armar las enjalmas sobre barras, ó par
hablar con propiedad, hacer albardas ~ Si se usara d
éstas, no habría para qué n pretar las cinchas de ]a besti
de carga sino moderadamente, como se aprietan las de l
de silla.
-Yayo había pensado en eso, repuso, observando qu
cierta cargas, como las de agua y las de leche, sí se lleva
sobre unos aparatos de madera que llaman angarillas
que dan idea de 10 que Vd. dice. Y no sólo tendría est
las ventajn que Vd. le atribuye, sino también la de libl'a
el espinazo de rozamiento fuerte, ]a de hacer que toda la
p~rte del lomo que va en contacto con la carga, re ista po
igual el peso de é ta, y la de que sería infinitamente má
fácil que ahora cargar y descargar una bestia. Para da
contc tación á la pregunta que Vd. me hace, le diré que
ignoro por qué no se ha tratado de introducir reforma en
el modo de cargarnoR, y que todas las be tias de carga da-
ríamos nD caluro o voto de aprobación al filántropo ~ J l'
mej r decir, acemilófilo, que introdujese las que con tant
nrgencia se nece itan.
La vida del Ro ado babía sido f cunda en a enturas,
pero ningún lance babía dejad en él tan indeleble impre-
si ~ n como el que, en los términos siguientes, me refirió
una noche.

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NUEVOS APRIETOS 271
-Iba, me dijo, con una carga muy voluminosa y con-
ucido por un arriero, hacia uno de los pueblos más dis-
antes de los del Oriente de Cnndinamarca.
Por entre olitarias y dilatadas montañas, serpentea
ol'izontalmcnte un ang tísimo camino. Es una corni a,
n eterno e calón formado artificialmente en las estriba-
iones de la serranía y que sigue las sinuosidades de é tao
or esta vía va el viajero, poseído de vértigo, rozándo .. e
r un lado con la peña tajada; y por otro, viendo, in
der apartar de él los ojos, el hambriento abismo que 10
melHlza y l atrae. ada vez que el camino que tiene
"lante recoda hacia una cañada, le parece que allí va á
altar suelo y que allí va á recibirlo el espacio vacío lue
desvanece.
Tan estrecha e aquella senda que si en ella un jinete
encuentra con otro, á malí imas penas puede seguir su
iaje. Si el encuentr de d b tías cargadas, nin-
una pucde pasar adelante. Para evitar conflictos, los
rrier08 que fr cuentan esa vía, aco tumbran gritar de
i nlpo en tiempo á fin d que lo. que vi nen 8e detengan
1l algún itio de los muy es ca o en que 1 ender e
n"ancha \ln poco.
En la CH i6n á que me refiero, y iQ'Ui nd e e cami-
, mi condu t r, que 1'. inexperto, no gritó, ni tampoco
) hiz otro arriero que venía hacia no otr ,ó si dió O'ri-
. , é ,to no fn ron oíd Dich [l1'r1e)' traía delunt
a mula con carO'a no men s abnltada que la mía. El
cnentro se verificó cn una de la p or s ang 'huas; la
HIla y yo n . paralTIOS T iránd n con cl rto e tupor;
' d arriero arr ~aron á la vez un exprp i vo viz aíno;
da uno tOUl' este natural é inocente d ,ahog c UlO
lsulto asestado á su persona. i era mene~ter tanto

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272 EL MORO

para que armaran qnimera, pues es sabido que todo ho


bre se siente aliviado cuando halla á quién echarle la culp
del contra.tiempo qne lo mortifica. Los arrieros comenz
ron á echársel"a recíprocamente del que tan perplejos lo
dejaba. Los ánimo fueron gradualmente caldeándose, la
increpaciones y los improperios acentuándo e, hasta qu
las bocas se cansaron de funciouar y vino el momento d
llegar á las manos. Mi arriero, para haber á las suyas
otro, pa ó á gatas por debajo de los tercios y por junto
lnis piernas y á las de la mula. Interpuestas ésta y s
carga entre mis ojos y los dos luchadol'e , poco me deja
ban ver del cOlllbate que se trabó, combate espeluzllant
en que cada golpe y cada traspié podían hace!' roJar á 111
hombre, y quizás á dos, á la vertjginosa sima á cuyo bord
licliaban; pero percibía el repugnante ruido de la cache
tina y me sentía horrorizado.
Parece que triunfó el arriero de la mula. Oon las me
jillaB echando lumbre, todo magullado y sangriento, des
pidiendo llamas por los ojos y resoplando como nn ani
mal, pasó por donde había pa ado su atagoni tao ¡ Qn
carnes e me pondrían al verlo arrimárseme, desen aina
su cnchillo y levantarlo sobre mi cnello con mano temhlo
rosa á la v z que con rápido movimiento! P r muert
lne di, y por mil veces muerto; pero el hombre no h
tomó conmigo ino con las cuerdas de mi aparejo.
Uno de los tercios cayó o re ]a senda· e] otro TCld
dando tumbos y el sinie tro fragor que ' to levantabm
fué debilitándo e y al cabo se apagó antes de que el bult
llegara al fondo del ahi Ino.
Empujad por el arriero vencedor hasta la orilla de
camino, y colocado en ella el tercio que quedaba, la mul
pudo pasar y seguir su rumbo con su bárbaro conductor.

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NUEVO APRIETOS 273
El mío, mucho más marchito y acardenalado que el
ro, se echó en el suelo, de allogando en denuestos la
bia que lo sofocaba, profirielld juramentos de venganza
ncareciendo lo apretado del trance en que lo ponía el
poder, perdido ya un tercio, cargarme con el que se
bía salvado.
i Quién podrá creerlo? i Quién que no haya observa-
con cuánta presteza y facilidad se apagan los rencores
aquellos hombres en quienes el amor propio no se ha
ndrado en las altas esferas en que reina una cultura re-
ada? El arriero de la mula, que sin duda se había per-
aclo de lo riguroso del conflicto en que había puesto al
o, desanduvo un buen trozo de camino y vino á propo-
le que, si le pagaba una peseta, le ayudaría á salir del
-ieto. El otro, no sin refunfuñar mucho, aceptó el auxi-
, y ambos acometieron la empre a de cargarme con 1
cio. Para ello el arriero extraño excogitó el expediente
olocar y afianzar sobre cada co tado de la enjalma un
de rama , y de poner el tercio encima de ellos sin que
can ara obre mi espinazo.
j uando llegamos al poblado, la gente se admiraba del
año de mi conduct r, y 1mb qui n exclamara: " j Pero
arrierG í que a'r dilo o! a í sl aunque uno se tope
otras bestias en 1 volador, siempre puede pasar."

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C PfTULO XXIV
SUMARIO.-Una boda.-La trata de be tia.- ómo de<::cubrí cuándo
lícito mentir y quitar lo ajeno.- ambio de profc.i6n.-Digre i
retrospectiva.-l\Ii nueva carrera de e tudios termina á la carre
- oy rebautizado.-Mi compaílero oficial.-E tá en un tri. q
me cure del c01eo.-L na de mis prendas e trueca en defecto.
Dos tragedia '.-Comienzo á decaer.-Né tor (alia , el Mocho).

TODO pasa, y corno pa a todo, paEó la peregrinació


Chiquinquirá y paso tiempo ufici nte para que qued
olvidada y para que aqu 110 de 1 s amores de Jerem"
llegase á u última sazón. Por más s fía ,y nevé
Ro ita á la iglesia el día del cas rio, tan as ño'r itad
tan peripue 'ta cual no la había vi to nunca. :Fué por
nunca e había propue to u madrina, corno se 1 propl
ntónce , repuHrla y emperifollarla con lo m jorcito
la parroquia p día dar d '
Aquella época d mi vida fu' señalada por las t
ti vas de venta ó enajenad' n y por] s c nato de com
que repetida 'Vece ro pu i r n á do d d de mudar
du ño.
Te tiO'o de la conf rencias negociaci n ,pr pue
y regateo que tuvieron lu~r en diferentes ocnsi ne ;
los logios, algo má que e aO'erados que de mí hacía
amo; de las r luciones poco ajustada á la verdad con
daba á entender á los que trataban d comprarm
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DE CAPA CAíDA 275
í habían ofrecido el oro y el moro, vine á enterarme de
na particularidad que me chocó infinito.
D. Bernabé era un hombre bueno, bueno como el pan,
ue pagaba puntualmente cuanto debía, que velaba á fin
e que en su casa reinasen las buenas co tumbres, y que
complacía en prestar servicios y en socorrer á los des-
aeiados siempre que el hacerlo no hubiera de costarle
nsible meno cabo en sus intere es. Y sin emb3.l'go, siem-
e que se trataba de adquisici nes ó enajenaciones de
stias, no hacía e crúpulo de decir mentiras ni de callar
disimular los defectos de lo animales que vendía. No
ngo para qué advertir qne e to que observaba en mi
lO, lo observaba en casi t dos los que ventilaban con él
guno de dichos negocios, a í como lo había notauo n
nchos tratant de caballo.
Aunq ue la religión y la moral son casos q ne no rezan
,nmigo, yo Cl' ía. p seer n ca a nocione. acerea de lo
e ellas soo, .Y tenía para ml que, si e malo mentir para
a cosa, igualmente malo debía r mentir para todas las
má ; y que, si malo pri v l' á un hombre de l( Sll. o
bi 'ouo ela como se las habían habido el Tuerto ar-
ndía y aqu 110s dev t de e ta que pI' tendieron
ladarme á lo Llanos, debía el' igualmente malo d -
jar á otro de lo que le p rtenece, valiéodo e de maula
de tra pacel'ía .
ca alguno ' de 1 vendedore e inclinaban á di .
rl'Ír como yo pues 1 oí vindicar ' c calnr am nt nan-
se les hacía el caJ'go de haber cuItado la roñas d ]os'
imale vendí o, a eO'urando qu 1 habían puesto á la
ta de 1 comprad r , ; y aun afirmando que se los ha-
n dejado m ntar. Dicho ea de pa o, que e to no me
i facÍa porque si con ver la bestia ó con servil e de ella
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276 EL MORO

por pocas horas, no se habían de cubierto sus defectos, qu


daba patente que é tos no eran de los que se ad ierten co
sólo mirar ó experimentar ligeramente al animal que ad
Iece de ello ; de suerte que el vendedor, que no pued
ignorar esta última circull tancia, engaña tanto mo tran
do y dejando probar la bestia, como engañaría si no 1
hiciera.
En resolución, yo vine á. per uadirme (y e8ta fué la pa
ticularidad que me chocó) de que mentir, ocultar la ver
dad y quitar lo ajeno, eran co a mala, excepto en aqu
110 ca 'o en que se trata de enajenar una be tia.
Tan de carrera iba el tiempo, y tan de prisa iba bla
queando mi pelo, que D. Bernahé no ocultaba ya el ansi
de de hacerse de mí. Yo llegué á aco tum brarme tánt
á. ser ofrecido cn venta, que no bien veía que se me ace
caba una per ona desconocida, iba arriscando el labio pa
mo trar 1 dientes.
P r mí se habían ofrecido sumas de dinero, mezqnin,
unas y menos exigua otras; unas á plazo y otra al C011
tad ; unas puras y otras In zc]ada con valores tales com
cargas de trigo ó de Jnníz, ne. es, ovejas, arreos de ro
tar, carro in válidos y ha ta p 1'ros.
Finalmente, cuando menos lo pen aba, me vi en pod
de un empresario de carruaje, llamado D. B rja, y tr;
ladado á un potrero que éste t nía en arrendami nto,
q ne di taba poco de B gotá.
ólo el lector que haya pa8ado de la clase de hom b
ci vil á la de militar, ó de ésta á aquélla· de la de sirvi 11
á la de amo, ó al contra.ri ; de ]a de sa ri tán á la de ga
tero ó vicev rsa puede hacer e cargo de] radical d
cambio que se efectuó n mi modo de vivir cuano f
con vertido en caballo de tir ). Par ci' me que ha
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DE CAPA CAÍDA 277
asado á habitar en un mundo nuevo, y que yo no
ra yo.
lle conversado con caballos extranjeros, no solamente
n la oca ión de que he hablado más arriba, sino en otras
arias, y estoy informado de que esto de trasf rmar de
olpe y porrazo á un caballo de sina en caballo de tiro,
'omo quien trasforma en coronel á un notario, es pecu- I

iaridad de nuestra tierra.


Parece que cuando en ella se generalizó el uso de los
arruaje de alquiler, era arco de igle ia y empre a de ro-
ano el conseguir una be tia de tiro y mncho más el edu-
al' un potro para ese oficio; merced á lo cual, se ocurrió
1 expediente de encomendár elo á los cabanos maduros,
a traqueados y curtidos bajo la silla, los cual s, si no
obresaHan por las prendas q ne deben distinguir á los de
. ro, á lo menos se prc taban á el' enganchados y á tirar
1 carruaje haciéndolo rodar mal ó bien en det rminada
ire 'ción, sin que hnbiera mayor peligro de un de boca-
iento de los animale ó de un de nueamiento de los
cí na]e
o' Lo caballo de raza, que comunmen te se
anifiestan ron. dúctiles ó acomodadizos que lo le veta
lebeya, han de puntado siempre má que é tos como
stias dc tiro, cualquiera que baya ido el mini terio á
ue e 1 haya dedicado en su primero años.
El i tema primitivo se fué d envolviendo con el
mpo hasta tal punt , qu , para que un C~ baJ1 fuera
c1urad id' ne para el tir , no se exigía de 61 otra. COD-
o ('ión que la de qu fuera barato.
ucesi vam nte han ido m jorando las cosa R, y llevan
azas de mejorar mucho má . pero el sistema primitivo
e ha abolido del todo, ni ha de abolirse mientras en
Sabana y en las comarcas circunvecinas haya caballos
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278 EL MORO

viejos ó tan enfermos de 1 s pies que ninguna persone


pueda montarlos sin poner sus huesos en inminente pe
ligro.
Veamos cómo fué mi estreno.
á la casa en que mi nuevo dueño habitaba y guardaba su
carruajes. Allí se le presentaron una señora, ya cotorro
na, y su marido, á solicitar un ómnibus para las iete de 1
mañana iguiente. El ómnibns debía llevarlos á una p
blación di tante algunas legua de la capital.
-Está bien, dijo mi amo; á las siete en punto ten
drán Vd. el ómnibus á la puerta de u ca a.
-Á las siete muy en punto, dijo el caballero:
V u. que nos urge infinito partir á e a hora.
-Sí, señor: no tenga Vd. cuidado.
-Pero lo que más le encargo, intervino la
que nos haga poner un caballos bien man ito .
- i Cómo no? mi eñora. T dos lo que tengo o
muy man os; y además e cog ré para Vd. la par ja d
má confianza.
- í, porque y sto.] fatal de los nervios, .Y cualquie
su to me pouría matar.
-Pierda cuidad , pi rda cuidado, mi eñora.
- y que vamo con Carm lita y on todos los niño.
y ya ve . . .
-E té cl. tranquila: cada uno de mis caballos
como una ov ja.
o habrían dado la eñora y 11 marid veinte pus
d pué de de pedir ,cuando . Borja llamó á un c
chero y le dijo:
-Mañana tien V d. que ir e con e a familia, ye bu
no que pr bemo te rn io.
- i y si saliera pícaro, y fu ra y rompi ra el ómnibus
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DE CAPA CAÍDA 279
-Nada: lo que hay que hacer es pOllerlo con el Oam-
alaohe, que ese no deja despedir al otro; y Vd. vaya
on cuidado.
Pues, señor: al otro día á las seis y media de la ma-
ana, estaba yo enganchado con el Cambalache, que Qra
n caballote de color indefinible, feo, huesudo, lanoso y
e crines abundantísimas, enmarañadas y repartidas á la
iabla hacia los dos lados del cueno.
Yo había visto cien mil y más veces, caballos de tiro
nganchados y trabajando; pero eso no fué parte á estor-
al' que yo sudara y temblara de afán, aguardando el ins-
ante crítico en que, puestos en movimiento mi compa-
ero y yo, habíamos de hacer venir sobre nosotros la
spantable mole á que estábamos pegados, y de empezar
sentir el estruendo medroso de aquella máquina cuando
odara por sobre las desiguales piedras del pavimento.
El tener los ojos casi cubiertos por las anteojeras, au-
entaba mis tenores, pues imaginaba sorpresas y peligros
ue me amenazaban por los co tados.
Estremecióse el carruaje, y yo me estremecí más, al
entarse el cochero en el pescante; no supe de mí, y que-
é tan entregado al ciego :instinto como si aquella fuese la
rimera vez que me hallara en manos de hombres que
rataran de emplearme en su servicio. No sé 10 que
asó al principio, ni ]0 que hico, ni lo que fué de mí,
ino cuando me sentí comprimido entre una pared y la
anza del ómnibus. La escena pasaba á 00 a de cien
a o de la ca a de donde habíamos arrancado. Estába-
08 rodeados de curio o , yel amo re~añaba desentonada-
ente al cochero y di ponía lo que debía hacerse. Segui-
os al cabo, pero yo andaba azoradlsimo, daba corcovos y
ejaba atrás al Oambalache, de lo que resultaba que fuése-
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280 EL MORO

mos fonnando una curva. Para que tomáramos la rect


el cochero azotaba al Cambalache; poro los trallazos m
estimulaban á mí mucho más que á él, Y el estrellamient
contra las paredes se repitió dos veces. D. Borja, qu
nos había seguido, ordenó al cochero que, no obstallt
que ya eran las siete y media, nos llevara á dar una larg
vuelta, y esto, según toda verosimilitud, para que yo ad
quiriese en quince ó veinte minutos los hábitos y la doc
trina que se me debería. haber infundido é inculcado e
quince ó veinte semanas.
El cansancio me hizo dócil á la rienda, y el cocher
nos llevó á la casa de los viajero, á eso de las ocho
media.
D jo á la consideración del lector cuál sería el talant
con que fuimos recibidos. El cabaI1ero, que estaba fo . . c
como un animal rnontaraz recién cogido, puso al cocher
y á su patrón como chupa de d6mino, yel coch ro ]e con
testó con aspereza que la tardanza se había debíd á qu
el caballo rucio había. dado mnch qno hacer. Tambié
dojo á la consideración del lector qu6 entrañas 1 s pon.
drían á la señora nerviosa y á la eñora Carm lita aloi
tan e pantosa nueva de boca del cochero. Empezaron 4

pedirle xplicaciones acerca de lo qne de mí afirmaba y él


que e taba torvo y bilioso con el tráfago de aq u na. ma
flan. , con ]0. reparata que 1 caball r le ha ía ndilgad
y ,obre t do con oírse llamar cochero * (pues la señ 1'a
lo dier n má de una vez to tratamiento), les conte tal>
á m día palabra y con todo el de abrimiento que cat
on las de un O'anapán mal criado y peor humorado.

* IJo cochero de la. aba.na. pretenden no ser designados mas ql1


con elllombre uo postillono .

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DE APA CAÍDA 281
El caballero tuvo que sustituir á las persuasiones
landas con que al principio había procurado animar á
as señorat:i á que montasen, otras expre iones más con-
orme con el humor que lo dominaba; y cuando al cabo
ubo montado la familia, las señoras, con voz temblona,
ogaban á los vecino que las encomendaran á Dios, é 1n-
ocaban ellas mismas á toda la corte celestial.
El arranque no fné muy á propósito para tranquilizar-
a. CLlando el cochero movió las rienda para hacernos
artir, salí con demasiada viveza, y cuando me contuvo,
e levanté de man os. N obstante el mal resultado de la
rimera prueba, el viaje se hizo felizmente, y con éste y
tro do en que a1'r tré nn coche, vin á quedar graduado
e caballo de tiro. Entónces pensó el aIDO en pon rme
ombre y en señalarme compañero. E ta vez fuí bauti-
ado c n el de el Oheque ,. mi eompaflero debía ser en lo
ucesi vo un rucio blanco llamado el Álbu1n. ran for-
lna habría sido para mí que e te colega e hubiera mos-
ado capaz de compI' ndeI' las ventajas y lo encantos de
ami tad, y al propio ti mpo, die tro y laborío . La
oluntad de nue tro dueño n s ligaba materialment en
s horas de trabajo, y el hábito en la ele libertad: en
quél1a, icndo bueno amigo, n - hahrÍamos ayudado
no á tI' ~ Y nne tra tarea habría id mt llevadera; en
-ta , ya que cierto in tinto nos hacía insepaI'abl \ , nos
bda . 'riJo de solaz una eonv l' _ación franca y am na.
ro el tal Álbum era nn taimad haragán quc, cuando
mm enganchados, no cogía el tiro, trotaha e n garbo
ca cceaba fingiendo pedir rienda p ro euida.ndo n
alidad d dejarme á mí tocIo 1 trahaj. nando el co-
lel'O era. inteligente no p erezos 1 castigaba con la
sta y lo obligaba á tomar en la faena la parte lue le
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2 2 EL MORO

correspondía; pero á los malos cacheros no se les daba


una higa de que la tarea no se repartiese equitativamente
entre los dos caballos.
El trato con mi colega carecía de todo atractivo, por-
que, amén de que no sabía hablar mas que de sí mismo, su
humor era desigual: hoy, se manifestaba cariñoso y cam-
pechano, y si mañana iba yo á hablarle jovial y amistosa-
mente, se me mostraba indigesto y desabrido.
Desde los primeros días había yo notado con indecible
satisfacción que, en la nueva carrera que se me había he-
cho tomar, el coleo, tormento de todas mis horas, era un
defecto infinitamente menos feo y notable que en mi an
tigua condición de caballo de silla.
En cierta ocasión en que un amigo de mi amo, con-
templando el tronco que formábamos el Álbum y yo, de-
cía que, siendo, como éramos, bastante parecidos y ambo
de buena estampa, quedaríamos de muy bnen ver si se
nos cortase la cola. Al oir yo esto, todos los nervios d
la mía se contrajeron y se declararon en rebelión, é hic I
con ella evoluciones imposibles, como si á la vez me hu-
bieran picado todos los insectos que pululan en la tierra.
Mientras mi amo y su amigo estuvieron discutiend
el pnnto, de puro cansancio cesé de colear; y, sin deja
de horripilarme pensando en la amputación, gocé antici
padamente del deleite que había de inundarme cnand
me sintiera impo ihilitado para menear el rabo. P r
estos contrarios smltimientos quedaron instantán ament
apagados con la ob ervación que puso término al debate
" No hay duda, dijo D. Borja, que la pareja quedaría mu
chic si se ]0 hiciese esa operación; pero la cosa no vale )e
pena de que yo me prive, sabe Dios por cuántos días, le
servicio de estos animales, cuando éste (y me mostró
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DE CAP A CAÍDA 2 3
í) no trota ni podrá ya aprender á trotar, con lo que
unca ha de venir á ser un caballo de tiro elegante."
De e ta manera, mi hábito de andar al paso, que había
onstituído una de mis 'prendas más recomendables cuan-
o ejercía mi primera profesión, vino á ser obstáculo para
ue brillara en la actual.
El incidente que acabo de referir me hizo pensar en
a presuntuosa extravagancia de ciertos hombres que pre-
enden enmendarle la plana á la naturaleza, árbitr infa-
ible y eterna maestra en materia de belleza y de gusto,
ercenándole al caballo una parte del cuerpo, tal como la
la, que parece haberle ido dada principalmente para
ermosearlo, si bien le es a imi mo necesaria para defen-
el' e de los insectos enemigos.
Yo, al saber que no sería mutilado y que había de
olear hasta 1 fin de mis días, sentí á la vez júbilo y tris-
eza, y los sentí tan neta y distintamente como si hu bi ra
ido un cabano el que se alegraba y otro el que se afli la.
El c Dcel to que obre mí tenía formado . Borja, fué
arte para que yo no fuera nunca con ¡derado como aba-
lo de lujo ni destinad ino cuando una c..rtrcma necesi-
ad lo pedía, á arrastrar carruaj de corte por las callcs
e la ciudad. J.Jas p ca vece que 11 vé ñora y caba-
leros v tido de gala a i8tir á una b da ó á prc nciar
n e pcctá n]o, a í c mo las muchas que f rmé parte de
n a on pañamicnto fúnebre, m entraban puj le u-
idad y trataba de tentar g ntil za; pero me ac rda-
a de que mi modo e andar no era e mpatible con la
rrogancia caractcrí tica de un cumplido ee baIlo de tiro,
me ponía á suspirar por los tiempos en q n me l'a dado
avonearme juzgándome objeto de admiración para la
ente y de en idia para mis semejante.
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284 EL MORO

A í como en otro tiempo la torpeza ó la perversida


. de un jinete me servía de tormento ó me hacía figurar
escenas trágicas ó ridículas, la mala educación é incap
cidad de algunos cocheros me hizo tomar parte en avent
ras que no puedo recordar sin desagrado.
E táhamos de viaje por un camino público.
bajando una pendiente fuerte y larga, y el cochero, qu
ignoraba ó tenía en olvido la regla á que debena. habers
ajustado, nos aguijó desde el priucipio del de censo.
Álbum tropezó, é impelido por la velocidad que lleváb
m s y por el peso del ómnibus, no pudo rehacerse y cay I

Rompió e la lanza, y yo, que me sentí detenido por


compañero, giré tomándolo como centro, y me hallé entl'
un laberinto de correas y de no sé euántas cosas. El ca
ruaje paró bru camente, quedó atrave ado en el eamin
y e tuvo á punto de volcar. Yo, estupefacto y ternbl
r o, habrÍ'::l. di parado si, mientras haeía mal encam
nados e .. fuerzo por desern barazarme, no hn biera dad
ti .ro po á varios de los que ocnpaban el carruaje para de
montar e y tomarme de la. ri ndas.
Harto más espeluznante que é ta, fué otra avcntnr
en que felizmente no tomé parte, pero que fu6 para mí d I
de a trosas consecuencias.
AlIado de un e che de D. Borja, que iba ocupado p
un lnatrimonio y tr niño, íbamo el Álbum y y e T
ulIcid por un IDU hach. Éram r levo para cuand
la pa.reja que iba trabajando rind i e la. tarea que le sta
s fial ada.
El coche se detuvo junto á una venta y 1 eochero
apeó, lo mismo que los viajeros. espll ~s de hab r t
mado en la venta un tente n-pie, la eñol'a y lo niñ .
acercaron al coche y montaron. Cuando vió esto 1 cab
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DE CAPA. CAÍDA. 285
ro, les dió voces, advirtiéndoles que, sin que el cochero
tuviera en el pescante, no debían haber montado. El
chero contradijo, asegurando que los caballos eran unas
ejas, y no dejó que la señora y los niños se apeasen .
11 esto, y mientras el caballero y el cochero se ocuparon
pagar lo que habían consumido, uno de los caballos se
180 á frotarse la cabeza contra la del otro. Con este
ovimiento, tiró de las riendas é hizo qne se deslizaran
r sus ancas hasta el suelo, de modo que, al caer, le toca-
n las piernas. Él se azoró y comunicó su agitación al
mpafiero; caminaron un poco, y cuando sintieron que
había quién los sujetase, apretaron el paso; las riendas
guieron haciéndole cosquillas al que primero se había
borotado, y éste apretó á correr llevándose tras sí al
mpañero, que ya estaba también despavorido y fuera
sÍ. El caballero corrió á pie desapoderadamente, pre-
ndiendo, enloquecido, alcanzar el coche y salvar á su
rnilia. El cochero montó en mí y Il)e hizo partir á es-
pe. íbamos encontrando el aire que cortábamos en la
rrcra, como saturado del terror de los que tratábamos de
1var y repleto de chi llidos y alaridos sobreagudos. Es-
nto os eran los vaivenes y los tumbos del coche cuando
opezaba con obstáculos. En los n10mentos en que íha-
os á alcanzarlo, vimos que el caballo de la izquierda le
maba ventaja al de la derecha, con ]0 que iba haciéndo-
arrimar á la orilla. Al fjn ]0 acosó y 10 precipitó en la
nja que limitaba el camino; él mismo fué anastrado, y
coche volcó sobre la zanja. Por fortuna, é ta contenía
r1'O cubierto de úUc!l6n,-* y el golpe no fué seco.
La imperdonable falta del cochero no oc::tsionó muer-
* Buchón. Planta acuáLicA., de hojas gruesa::; IormaJas de células
.nas do agua. Su nombro t'cnico es trianea.

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2 6 EL MORO

tes: pero sí fracturas, dislocaciones, contusiones,


y cardenales á porrillo. El coche, por de contado, qu
dó también fracturado, dislocado y contuso; la inf ,li
familia tuvo que tomar la vuelta á su casa en un carr
de bueyes que acertó á pasar oportunamente por el teat
de la tragedia.; y yo, á todo correr, traje al cochero bast
la ciudad para que tomara otro carruaje y trasbordara á
á los náufragos de la zanja.
Esta catástrofe marcó el punto en que yo debía c
menzar á decaer. Ya no estaba la soga para muchos tir
nes, y aquel infausto dla me hicieron correr con exce~
Cuando llegué á la ciudad, me agitaba el pecho una te¡
riLle palpitación; la dilatación de mis nances y el jade
precipitado y violento, auunciaron que yo estaba encalm
do (vulgo, asoleado), y se me dió una copiosa sangrí
De de esa fecha, mi respiración fué penosa y empecé
enflaquecer de ma.nera que ni el dilatado reposo ni lo
huenos pastos me hacían recobrar mis antiguas carne
y lo peor fllé que, al decaer físicamente, quedé colocad
en muy baja categoría: perdí mi posición social, com
quicn dice.
Antes de referir ]0 que empczó á acontecerme desd
que quedé en la condición de cabal10 barato, quiero r
tratar á N é tor, 1 muchacho que nos traía y nos llevab
á los cabanos de D. Borja, del potrero á la cochera y de 1
co 'llera al potrero. Tcndrfa di z y s i año y era ]a
guirucho y delgado. Se había criado en la ciudad, entr
Jos granujas que pululan en ella lo cnales lo llamaba
de mote el Mocho. E te apodo era la única herencia qu
le había dejado su madre, la .Afoella, que en buena Hd, b
bía dejado media orcja entre los dientes de la otra pote
cia beligerante.

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DE CAPA CA DA 287
éstor (alias, el .Mooho) no empuñó el rejo de enlazar
se encaramó sobre una bestia ha ta de pués que, impul-
do por noble ambición y enamorado de la vida carrua-
ra, por haber hecho viajes ha ta de doscientos metros
arra do á la zaga ó al e tribo de un carruaje, se le había
eselltado á . Borja solicitando colocación y declarán-
le que estaba dispuesto á desempeñar cualquier oficio á
e q ui iera destinado.
Fué a mitido, y tres días de pués del de su admisión,
ra a el rejo so bre un grupo de b tias acorralada y arre-
olinadas en un ángulo del potrero, y dejaba enlazada
que quería; montaba en el0 agarrándo e de las crines
1 caballo, abrazándole el cuerp con la pierna y su-
iendo á pujo ha ta quedar caballero.
Al priucipio funcionaba en el traje en que había ve-
id , que se omponía de tres piezas: sombrero redon-
de fieltro, qu agujereado por la c pa, podía er ir in-
i tintamente e rnhrer ó d g lilla; lo r stos de un
bretodo de paño color d tabaco, que, i alguna vez ha-
ía ido nuevo, lo había si o en poder de un indí viduo
má q ne D1cdiana tatura; y unos pautal ne n los
ale u e di tinguía cuál era remiendo y cuál t la or1-
inal.
acrificando II primeros ah 1'1'0 , Y mediante varios
ambios ó permuta pI' vey' mejor u O'uanlarropa que
ra 11 pI' 1 ia per ona; y cuando hu o anad la con-
nz de D. rja tuvo á u di. p ieí' n una illa de
utar que ha ía ervid á -in gen ra in . d mu-
hachos de su mi ma categoría, y unos zamarros coetáneos
le iHa.
~ e veía á é tor en pI no jercicio de su atribu-
iones y tal COlno debería retratár ele si se le retratara,

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288 EL MORO

dejándose zarandear por el galope largo, estrepitoso


muy levantado, de un caballo grande, seco y rabón; co
un sombrero de color leonado, de ala gacha y copa ta
ancha, que, entre ella y la frente, serVÍa como de cuña u
pañuelo hecho pelota que impedía al sombrero invadir 1
jurisdicción ue las orejas; una ruana tan desgolletad
que á menudo se escurría hombros abajo; y los ya me
cionados zamarros, cuyas extremic!¡l.des inferiores, guarn
cidas de calandrajos, y colgando hasta casi tocar el suel
duplicaban aparentemente la longitud de las piernas d
que los iba luciendo.
N o he querido que el nombre y la personalidad d
Hoclw queden envueltos en las tinieblas del olvido, po I
que él fué uno de los últimos, si no el postrero, de 1
seres humanos con quienes tuve roce y comunicació
que pareció estimar mis buenas cualidades y que me hiz
demostraciones de a~ec.to.
Los más de los payos á quienes he visto manejar be
tías, han tenido la aviesa costumbre de espantar y de p
garle con la jáquima ó de arrojársela, á aquella á qu
acaban de quitársela para dejarla suelta. Oon esto ha
en eñado á muchas á tratar de escaparse arrebatad,
mente, aun sin que hayan acabado de soltarlas.
N éstor y Emidio han sido de 108 poquísimos que, a I

desenjaquimarme, han procedido como debe un intel·


g ente mozo de caballos.

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CAPfT LO XXV
MARIO.-Con alas de cucaracha.-Maravilloso encadenamiento de
cau as y efecto .-De caballo de regalo á 1'ocín de molinero.-Ali-
mentaci6n mutua.-Cómo expío todos mi pecados de vanaglo-
ria.-Veo á. Merengue.-Un remedio peor que la enfermedad.-
Em pre a de tra portes.

SE dice e11 mi tierra que se haee una cosa con ala8 de


caracha, cuando, para hacerla, no se echa mano de los
mentos ó mateliales debidos, il10 de ~ros supletorios
comodaticio ,ó viejo, ó de desecho, que no cuesten
ro ó que cuesten meno que los nuevos y má adecua-

n a.las de cucaracha había e tablecido su agencia de


rr1),aje8 un D. Alipio, luenos conocido por e te nombre
por el apodo de Maravilla8, con el que se le de ig-
ba tan g lleralmente, que mucha veces oí á p r onas
tica dirigír le ' m ntarIo llamándolo Don Ma1'a-
la ,. y á tras de más cuenta, decirle eñor Mara-
1ft, .
IIabía con guido un ómnibu que pa aba por de los
¡mero qn fueron importado de]o Estados Unidos;
ro d 1 que no podría probar u identidad, pues entre la
zas que actualmente lo c mponían no se hallaba una
a de aquellas con que babía alido de la fábrica, ni ha-
do que se hubiesen e trenado en un mismo carruaje.
19 ~
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290 EL MORO

Juntamente con el ómnibns, campeaba.n en la


mante cOGhera tres cosas que, á falta de nombre adecua
eran designadas con el de coches, y cuyas piezas,lo mis
que los arneses correspondientes, se veían siempre rem
dadas ó aseguradas provisionalmente con pedazos de re
y con cordezuelas; y digo provisionalmente, porque ca
amarradura debía ser reemplazada por otra de laya ign
cuando acabaran con ella el tiempo y el uso, que todo
destruyen. .
Corno era regular, las bestias de tiro de la empre I

maravillesca, concordaban en edad y en calidad con i


material rodante.
¡ Cómo se enlazan á veces los sucesos, viniendo unos I

ser causa de otros con que no parecen tener ni la más 1 ~


mota conexión! La chambonada de la señora aquel.
que se montó en el coche sin cochero, fué causa de que i
mí me hicieran correr desaforadamente; las desaforad I

carreras lo fueron de que yo enferma.ra; mi enfermed I


me puso enteco; y mi extenuación fué motivo de que
Borja me vendiera y de que me vendiera por un prec :
de los que le acomodaban al Señór Maravillas.
Héteme, pues, en , poder de este empresario, y revnelt I
como lo habla estado allá en la flor de mis años, en I

Hospital que sostenía D. Cesáreo, con una manada


bestias inválidas ó caducas. Todas ellas estaban desro
dradas y macilentas y todas matada en el pecho por oh
de los collares demasiado grandes que se le hacía llcv
gracias á la impericia de D. Alipio y de los mozos
quienes habilitaba de cocheros.
Siendo malos los caballos y estando falto de vig
no se les hacia andar sino á poder de latigazos, con ]0 ql
iban d smejorándose más cada día y perdiendo la mue

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SE ACERCA. EL FIN 291
di posición que tuvieran para el desempeño del
io. Sucedía que un caballo de algún brío que había
pezado bien, era enganchado con otro que no quería ó
odía tirar; entónce venía sobre entrambos la grani-
a de azote, de que re ultaba q.ue el menos malo se
iera tan malo corno el peor.
Apenas se efectuaba una correría por la ciudad ó un
je fuera de ella, sin que los caballos asu taran y desazo-
an bravamente á los que iban en el carruaje y diver-
ran á los ociosos, resistiéndo e á caminar, acudiéndose
aciendo de atinos) si el cochero lo va.puleaba.
Cuando el viaje era largo, D. Alipio de pachaba con
arruaje un muchacho montado en alguno de los peores
a11os, el cual muchacho arcionaba cuando la pareja se
i tía á arrancar ó á seguir andando. E ta operación se
cticaba enganchando el rejo de enlazar en ]a lanza y
ando á la al>ción hasta que el carruaje empujaba á 108
allos, los cuales, no sintiendo la re istencia del ,ehÍ-
y sí los azote que arreciaban, olían p !lor e en mo-
iento, y siempre lo hacían á salto y con ímpetu des-
nado.
Cuando sobrevenían adversidades como las que nevo
has, Jos viajeros la tomaban con el cochero; y éste, ó
neerraba en una diplomática re erva ó grufiÍa excu a
el aire de la mayor displicencia. llacínn, ademá ,
ne prop' ito de bu cal' á Maravilla para d cirIc lo
mbres de la pa eua ; p ro él, com no sentía tran-
ila la c nciencia tenía buen cuidado de no pOllé) clcs
ante á]o agraviados hasta que ya e les hubiera
porado la c rajina.
Muchas zurribandas tuve que sufrir yo mi mo, y pasé
1 veces por el sonrojo de ser tenido por caballo resabia-
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292 EL MORO

do; pues, aunque nunca lo 1m, el vulgo tenía que re


tarme como tal, siempre que mi compañero se obstina
en no tirar.
Tengo que hacerme violencia para referir el lance q
más me humilló y de que con más vergüenza hago 1
moria.
Tocóme un día ser enganchado á uno de los armat
tes que, al rodar obre el pavimento de las calles, hacía
mismo de apacible estrépito que habrían hecho sus piez
i, dLgregada yechada en un gran zurr' D, hubieran i
arra tradas por un breñal.
Mi compañero era quizá el de peor trapío entre
de la manada. Tenía enorme cabeza, y cuello corto
tenue, con crines que, en la parte inmediata á la cr
habían ido cortadas y se erguían tie as á casi un pab
de a1tura. llabía sido mohino claro; pero hacia el vi
tre y los ijares, se había de teñido y había quedado
color de hoja seca. En las co tillas y en la grupa, la
luda piel le caía sobre puros hueso, y sin embargo, t n
la barriga inflada y volumino a. Parte de las cerda (
la cola, des endía hasta el u lo, y otra parte se le v
recortada y formando calone. .
Ilaci ndo un parénte i , comunicaré al lector la ex
cnción que el mismo mohino me había hecho del mo(
cómo había perdido ciertas porciones de la cerda d 1 c
llo y del rabo.-E tuve, me de fa, por al un dí
uno de]o p trero de la hacienda llamada la E tanzue
que partc límites con el área de la ciudad. Allí me
contré en compañía de más de doscientas b stias, muc}
de la cuales eran mulas calentanas. É sta se me fu r
arrimando, y llegaron á gastar conmigo tanta llaneza q
se entret nían en comerme la e rda. Lo propio le v
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E ACERCA EL FI 293
r con otras bestias, á las que dejaban de la vista de
as. Por supuesto que muchas de las tra quiladoras
á su vez trasquiladas.
Ahora ad vierto, dije entre mí, qué es lo que signi-
un dicho que oí repetir hace tiempo y que atribuyen
n señor de mucho ingenio: La El. tanzuela es un esta-
imiento de alimentación mutua.
Ahora vuelvo á tomar el roto hilo de mi narración.
En el fementido carruaje, mi astroso compañero y yo,
amos del campo una familia compuesta de do viejas,
señor lnuy feo y una señora coloradota, exuberante y
a. de cintajos y arrequiv ,quien, desde que entramos
ciudad, se e 'tal a esforzando desesp radam nte por
el' callar á un chiquillo que traía, y qu chillaba como
endemoniado. En el pe cante, acompafíaba al c cllel'o
criarla que traía dos pajaritos enjaulados.
En ese mismo día y á e a hora mi ma j coinci leucia
l! se verificaba por las call ~s qne condnc n á la Plaza
yor, por la má principale y pública, nn aparato o
file de coches, con que se olemnizaba la entrada de un
naje de mucho viso. Los balcones e taban engala-
s y r hosaban de gente, y por donde quiera bullía la
h lumbre, que apenas dejab pa o á la o ten tosa
El aire e taba lleno de aclamaciones y de alegre
i u.
Ahora bien, ó por m jor d ir, ahora mal, el zop n o
cochero, sin pensar en otra cosa qu en ajn tal' á las
rucciones que había recibido acerca del ru In bo que de-
seguir, nos llevó á de m oear en una de las cnlles
odichas; en ntró la bocacalle at tada de gente y ~m-
, á pedir permi o para que 10 d juran pa aro ucl10s
lo que aHí taban apiñados, eran gente truhán y ma-

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294 EL MORO

leante que, por ha.cer una chulada, se empeno en '


guir que e nos abriese pa o. Abriósenos, y cuan v
nos lo pensábamos, nos vimos arrollados por los coch
la procesión, cuatro ó seis de los cuales habían pa ad
Atrás venían otros, y a í fué que quedamos incorpo
en la po ro posa hil era.
N o bien nos vió allí la alborotada chusma, pror u~
en gritos, en risotada J en ilbidos atronadores.
las miradas se apartaron de los elegantes carruaj
las gentiles parejas de caballos, para clavarse en no
on el largo ajetreo y el ayuno de aquel día,
podíamos con el rabo; y el cochero, para bacerno a
aun á paso de procesión, tenía que de cargar obre n
tros una granizada de onol'OS latigazos, :l ue, por sí
habrían sobrado para llamar la atención del grot
grupo, que, con sus atalajes, formaba la v tu sta múq
Los aplau os burle cos y los dieharachos á que
ocasión la.. presencia de la india del pescante c n los
ritos, dominaban todos los otros rumores que hencht
aire; pero á in tervalo , se alcanzaba á ir á la criat
que, más sobreexcitada por todo aquel belén, berr
como un becerro.
La turba despiadada, ansiosa de hur o y de pá
para la ri a, a altaba el estribo y la ventanilla, e cu
ñaba el interior de la caja, y bacía descomedida y O)
bío, a irri ión de]o cuitado viajero.
y no hu b rem io. Penetrar por entre el g r
para cruzar la calle J tomar otro rumbo, era má ar
que atravesar una muralla. Fué preci o gnir el d
y negar á la Plaza, en la que una mnched 11m bre incoJ
ble aguardaba á la e mitiva. ViósenoB allí de golp
e talló un concierto de tempestades.
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SE ACERCA EL FIN 295
Allí, allí mismo, había yo, en otro tiempo, alternado
on lo bridones más soberbios; y, esponjado y desvane-
ido, me había esforzado por ostentar las prendas que me
dornaban y otras más de que, en mi presunción, imagi-
aba estar dctado.
Ilaciendo este mismo viaje, que tan ignominioso re-
lnt.e tuvo, al atrave~ar la plaza de cierto pueblo, se me
re::,entó un espectáculo que me contristó profundamente.
1 Merengue, aquel Merengue al que vi pasar largos días
le holganza, mimado por sus amos, exento de inquietudes
gordo como un cebón, pa aba por dicha plaza cargado
on dos barriles de agua. Como yo nunca lo había visto
marrido y demacrad , me habria sido impo ible conocer-
i la manchitas blancas que le agraciaban la cara no lo
istinguieran tan notablemente. Á él lo iban arreando
on un zurriago, y yo 110 podía d tenerme; lo saludé con
n relincho, él me lo correspondió, pero creo que no pudo
onocerm. 1 Qué no habría yo dado por conversar con
1! . Qué gratas uu encias no habríarnos Lecho de aquel
migo que temo no volver á ver!
Por aquellos mi, mos días enfermé de un ojo, gracias
un latigazo que en él había recibido. uando D. Ali-
io lo echó de ver trató de curarme introdu iéndome en
ojo enfermo uno polvos, colocándolos en un tubo y
pIando. El primer día no opu e resist ncia; pero,
mo ]a tal medicina me había cau ado e· ozor, la segun-
vez que int ntaron aplicármela, me rehuí, tiré d 1 ca-
! tro me levanté de manos. E to dió ocasión IH1ra
le yo conociera un tormento que no había ufrido jamás
que le ha ía visto padecer :i varia e tia. fe echa-
n acial. }'fc tomar n el labio uperior, me lo introdu-
ron en la argolla de rejo de un zurriago y lo dieron
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296 EL MORO

vueltas al palo, con lo que aquella sensibilísima parte d


mi rostro, quedó tan apretada, y yo tan supeditado, qu
bien hubieran podido quemarme á fuego lento sin qu
me sacudiera. Al otro día rehusé el remedio y DO 111
dejé tomar el labio; y entónces, como me habían asegura
do el labio con la argolla del zurriago, me a eguraron un
oreja.
~ ué en vano que me atormentaran, porque la pupil
me quedó cubierta con una nube.
j • i Tuerto, tuerto, tuerto! !! i Tuerto yo !
llabría preferido (y los lectores saben muy bien po
qué) quedarme ciego, sordo, de orejado, cojo, manco
muerto. 1Sí! ¡ hasta muerto y devorado por los gallina
zos y los perros!
En la empresa de Maravillas todo iba en decadencia
Iban en decadencia los sedicientes coches, y tan en de
cadencia, que ya los carroceros habían declarado que n
les cabía remiendo ni compo ición; íbamos en decaden
cia los cabal1os, que amén de e tal' decrépitos y quehran
tado , comíamos demasiado poco; iba en decadencia
mi 'mo Maravillas, que ya no lograba que el público acu
diera á u agencia sino en ca os de extrema necesidad
A í fné que él se vió en la de adoptar una nu va e pecu
lación.
Ha fundado EL PRO RE o, EM:PRE A e L01\ffiIANA D
TR PORTE PARA DE TR DE LA CIUDAD.
De lo de pojos de aquell que antar1.azo fueron 'mni
bu y coches, ha hecho con truir carro , y ha de tinad
los caballos á acarrear por las calles, en e o vehícul
teja, ladrillo, madera, fardo, muebles y todo lo acur
rcable.
¡ Adiós, brida! ¡ Adiós, anteojeras!
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<Il
o
~

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SE ACERCA EL FIN 297

reemplazada por un afrentoso cabezal de fique; éstas se-


rían ociosas: por más espantado que me sienta, ya no
puedo ni rehuirme ni desbocarme: ¡ ojalá estuviera para
tales lozanías 1
Ayer vi un mozallón que ha sido constituído superin-
tendente de El Proqreso, y me dije: "Yo he vi to esa
cara, i pero dónde y cuándo ~" Al cabo advertí que era
Juan Luis, el antiguo criado del Sr. Ávila. Me costó
trabajo conocerlo, porque ha pelechado: ha echado bigo-
te y ha echado pañuelo colorado al cuello, ruana de paño
y botines que sólo calza los días de gala.
Por causa diametral mente opuesta á la que me estorbó
onocer presto á Juan Luis, á éste le costó trabajo cono-
erme á mí. Yo soy ahora tuerto y estoy macilento y en
a espina. Mi piel es ya blanca como la del armiño, á lo
enos en las partes de ella en que no negrean calvas y
,acras; tengo los ojos sOñolientos; lacio y pendiente el
,abio inferior; me falta casi toda la cerda del tupé y de
a raíz de la co]a; el cuello se nle ha atenuado y aparen-
mente alargado.
De cada carro de los de El P'l'oq'l'eso tira una sola
estia. Como todas las de D. Alipio, somos ya reputadas
01' de desecho; como ningnna tiene qu6 perder, como
s conductores son zafios gañanes admitidos al servicio
Maravillas sin más condición ni r quisito que no ga-
al' a1ario crecido; conlO el trabajo en que e nos ocupa
. cede á nuestro aliento; y como, para masticar con las
a deterioradas dentaduras los secos, ma.los y e caso ali-
ento ' de que se nos provee, no podemos di poner de
I ras horas que de las de la noche, siento qne todo esto
, á acabar pronto, y será ]0 mejor.
Hoy he arré1strado un carro cargado de maderos pesa-
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298 EL MORO

dísimos, que, saliendo por delante de la cara, me ha


obligado á llevar la cabeza inclinada hacia el suelo, y ro
han magullado las caderas. IIe subido con el carro des
de la parte más baja hasta la más alta de la ciudad. L
fatiga y la flaqueza, así como las e cabrosidades de la
calle, me han hecho e te trabajo exce ivamente penoso
En una de las calles más pendientes, han abierto zanjas
han esparcido piedras grandes. Allí me he detenido y
exánime y hasta he retrocedido: cediendo al peso de
carro.
Los movimientos irregulares y mal dirigidos, han he
cho varias veces que una rueda quede hundida en una
excavación, ó el calTO atravesado en la calle. Los tran-
seuntes han puesto al conductor cual no digan dueñas, y
él se ha desfogado bla feinando, denostándome y dándome
azotes, palos y punzauas. Repetidas vece , sintiendo las
agonías ue la muerte . . . doblando la rodillas . . . .

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AP~ DICE
ESCRITO POR EL EDITOR

CUANDO hice ánimo de dar á la estampa la Autobio-


rafía de El .uIo'ro, que desgraciadamente hallé incon-
lusa, me sentí tentado á averiguar qué suerte había corri-
o el pobre cabano; y, sin mayores dificultades, conseguí
os dato que deseaba.
La noche del día en que ocurrieron los últimos suce-
os que él mi mo relató, fué desenganchado y quedó suel-
en el corralón en que les echaban de comer á las bes-
ia d D. Alipio. Á la mañana siguiente e le encontró
chado y in movimiento, á pocos pa os del charco que
rvía de abrevad ro. Se su citaron dudas sobre i sta-
a vivo ó muerto. Juan Luis se le acercó, lo punzó en
arias partes del cuerpo y dijo: "E tá m l1erto: ya no
lea."
EJ. EDITOR.

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íNDICE

CAP1T 'LOS PÁO


l.-LLEGO Á E TE IUNDO
1I.-GE ' TE ~ NUEVA .
III.-l\1AI,A E ELA.
lV.-AMIGO NUEVO
V.-MERENGUE y U H RLA
VI.-E CUELA y BAUTIZO
VIl.-EL T ERTO GARMENDfA
VIlI.-DE '1'000 UN PO O •

1
1
XII.-UN NUEVO TIPO 1
XII 1.-A)lO • UEVO 1
XIV.-Vm l' EVA 1
XV.-¡ F EOO! . 1
VI.-PALrQ E • 1
¿ VIl.- A . ml DE CLDtA 1
XVIlI.-NUEY MPA~A '
2
2
ME.' D E. lA 2
2
2
2
2
2

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1 DICE DE LAS LÁMINAS

a. hacienda" Ultramar," en la Sabana. de Bogotá Frontispicio


a. recogida y lo enlazad01"eS 9
a. hacienda de " Ilatonuevo ,. 17
39
61
<.i9
nU que el pícaro rr'nerto me echaba encim1\ u ~i1Ia 79
1 alegar 115
a pe ebreras 135
1 retrato re ultó un cuadrito precio. o 153
ulliver en ervicio de ~r é(lico 193
a sená Pioquillto. . 253
ballo de carga 265
oplarle unos polvos en el ojo 295
carro de El Progreso 297
ya no colea. • 299

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LAS AVENTURAS D~L

~ICARIO DE WAKEFIELD.
Por OLIVERIO GOLDSMITH .

ER IÓN castellana hecha con snmo esmero y la única


npleta en nue t·ra lengua, de e ta famo ísima obra,
l ider ada universalmente como LÁ !CA.
n tomo de unas 300 página, bien jmpreso, con pre-
s grabado y encuadernado artísticamente.
dición económica 50 centavo . De medio lujo 75

1, VICARIO DE W AKEFIELD. - " La novela más in-


ante en lengua. ingl '.a."-LoRD BYRON.
L VI ARIO DE W AKEFIELD.-" Excelente, inter -
, lo IDPjor de cuanto se ha e crito c mo novela
\ tica."-GoETHE.
L VICARIO DE W AKEFIELD.-" Lo más delicado le
to la inteligencia humana ha producido en II género."
ALTER SCOTT.
L VICARIO DE \V ArEFIELD.- " ingún otro e critor
1 ~rado con tan buen uc o llegar á los fin el 1
li tao P n ami nto, humorada y agudezas ahun-
n cada página."- W A lIINGTO IRVI G.

a. única ver i6n e pa.ñola d 1 1 AlU < DE W AKr..


), completa y corre 'ta e, la. publicada por

APPLETON y COMPAÑÍA,
EDITORES,

N EV 1 K.

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Nuevo Tesoro de Chistes,
Máximas, Proverbios, Reflexiones Morales, Historias, Ct
tos, Leyenda , extractadas de las Obras de BYRON, W AL
SOOTT, WASHINGTON IRV1N G, PRESCOTT, MOORE, FRANKl
A. . . . DI80N, COOPER, GrBBON, PALEY, GOLDSMITIl, HAWTHOI
:"~OBERTSON, STORY, MAR8HALL, Wy E, DIOKENS, BULV.
Hoox, MAOAULAY, BRYANT, POPE, DRYDEN, ETO., ETO., I
Nue'lJa Edición.

La 1 en el Desierto.
Aventuras de una Familia perdida en las SoJedades dE
América del Norte.
Por el Capitan MAYNE REID.
Traducida del Inglés por SIMÓN OAMACIlO y ANTONIO r
NANDEZ. Oon Doce Láminas por WILLIAM HARVEY.

Gil BIas de Santillana


(Historia de).
Pu blicada en frn por A. R. LE AGE, Traducida al
llano por el Padre Un tomo en 12°. Precio, $1.

El Ingenioso Hidalgo Don


de la Mancha,
Por CERVANTES,
agún el texto corregido y anotado por el
torno de 695 púginas en 12°. Pr cio, 1.50.
EDT' . "'N DE LUJO, con quince láminas y retrato de
te8. Un tomo de 695 páginas en 8°.

Nueva York: D . APPLETON y

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