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EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA FIGURA PRECEPTOR

La palabra preceptor deriva del latín “praeceptor, -ōris” y designa, según la


Real Académica Española a la “persona que enseña; a la persona que
enseñaba gramática latina”, según datos históricos, en la antigüedad.
Retomando las expresiones de Dora Niedzwiecki (2009) en su texto La historia
de los preceptores coincidimos en que:

“Se ubica la presencia más lejana del preceptor en la educación helénica. En el


siglo V A.C., en la Grecia Antigua, el preceptor era quien, portando una
sabiduría letrada, iba de ciudad en ciudad ofreciendo sus enseñanzas
orientadas, entre otras, al ejercicio de la ciudadanía.”

Según esta autora (2009) su sentido original refiere precisamente al preceptor


con todas sus cualidades a quien atrae a la juventud, la capta, se apropia de
ella. Y desde su significado más pedagógico refiere a quien acompaña a una
persona indicándole qué debe y qué no debe hacer.

En la antigüedad, el pedagogo era quien cuidaba, protegía y formaba al niño en


su carácter y en la moralidad de sus costumbres. El término preceptor surge en
la Grecia Antigua asociado a quienes ofrecían enseñanza apropiada para el
ejercicio de la ciudadanía y cargos de gobierno. En Roma, el grupo de los
patricios pagaba a maestros o preceptores a quienes encargaban la primera
instrucción de los niños. La organización social del siglo XVIII introdujo la
disciplina al interior de la enseñanza como paradigma de encauzamiento de las
conductas.

En su proceso de modernización, la escuela del siglo XIX extiende su objetivo


germinal adoptando un formato de rígida organización burocrática y un sistema
profesionalizado de control interno.
El nuevo régimen de vigilancia tiene por finalidad la estabilidad social, y pone
en marcha para ello un proceso de homogeneización de los individuos que se
ajusta a un ideal de comportamiento y conformidad acorde a las normas que el
cuerpo social ha establecido como válidas, y a las conductas que ha aceptado
como lícitas.
Las instituciones educativas adquieren una nueva función, devienen un aparato
de saber, un observatorio permanente de evaluación, jerarquización y
categorización de sus miembros (Foucault, 2004). En una pluralidad de
ocupaciones específicas comenzará a despuntar y condensarse la figura del
celador y más tarde la del preceptor. Se pondrá en marcha la concreción de
una vigilancia escolarizada, y bajo la amenaza del castigo y la sanción, un
sistema de relaciones ideadas para el encauzamiento riguroso de la conducta.
A comienzos del siglo XIX, en Inglaterra, podemos encontrar el antecedente de
la figura de preceptor más similar a lo que hoy identificamos como tal.

Pergolini y Rozitchner (1999) señalan que los británicos en su sistema de


enseñanza delegaban en los alumnos mayores el cuidado de los menores.
Esta operación, señalan los autores, investía a los alumnos mayores de un
poder que influía notablemente en los duros modos de hacer respetar las
órdenes impartidas. A esto se suma la particularidad de que dicho cargo no
requiriera ningún tipo de formación específica.
Este perfil de preceptor que Marcos Sastre diseñaba en su Guía de
preceptores, y que más tarde la revista “El monitor” también prefigura, termina
de tomar forma décadas después en el Reglamento General de los
Establecimientos del Consejo Nacional de Educación Técnica de 1965
(CONET), cuerpo normativo que apunta a funciones destinadas al
mantenimiento del orden, la disciplina y la recta formación de los alumnos.
Los preceptores pasan a ser encargados de la conservación y reproducción de
ciertos rituales de control que remiten a la necesidad institucional de orden:
respeto hacia los símbolos patrios, saludos a la hora de entrada y salida,
puesta de pie como signo de respeto en el momento de ingreso del profesor al
aula, etcétera. Se establece una división de tareas; los docentes enseñan lo
importante, los auxiliares se encargan de aquello que debe saberse y que sin
embargo ningún profesor tiene encomendado transmitir. Así, el preceptor,
continuador de los celadores de los internados que cuidaban a los pupilos en
sus tiempos libres, se convierten en docentes del curriculum oculto y
guardianes de los rituales (tarea menor de reproducción del sistema,
imprescindible para su funcionamiento).
El preceptor se convierte en los ojos de la autoridad, en el cuerpo de
guardianes de la institución. Un rol articulado directamente con el poder,
carente de poder en sí mismo. Una ocupación instrumental y operativa del
poder, vaciada, sin formación específica, en la que institución y sistema
introducen su fin de controlar, vigilar y castigar. El preceptor deviene así un
testaferro de la autoridad institucional. Si bien durante el transcurso del siglo
XX, el lugar y función del preceptor soportarán variaciones de acuerdo a
gobiernos y grupos de poder, uno de los períodos que vale destacar, por las
modificaciones que imprimió en la tarea de este actor, es el que corresponde al
proceso del último gobierno militar argentino, que se extendió entre 1976 y
1983. Durante estos años se agudizaron y profundizaron la vigilancia y el
control en manos de los preceptores. A lo largo del proceso histórico, la función
del preceptor entrega imágenes que oscilan entre dos formas de garantizar el
orden o dos modos de control: una tendiente a la rigidez disciplinaria, la
distancia y el control punitivo; y otra, más contemporánea, ligada a la presencia
cercana, el acompañamiento afectivo y la puesta de interés en el
establecimiento de vínculos en distintos niveles: entre los mismos compañeros
de curso, entre alumnos y profesores, y también entre padres, profesores y
alumnos.

Nos vamos acercando entonces a la figura de preceptor con un término que


“…se utiliza para designar a personas encargadas de acompañar y orientar la
educación de un niño o de un adolescente, más comúnmente en internados y
antiguamente incluso en el hogar”.
Podría decirse entonces, que según dicta la historia y la etimología de la
palabra, el preceptor es un maestro dedicado a impartir ciertos preceptos,
entendidos estos como mandatos, normas, criterios, pautas para el
comportamiento, tanto en lo educativo, como en otros contextos.
Aplicado concretamente al ámbito de la educación, en algunas Universidades
de Estados Unidos, los preceptores han sido y son estudiantes con méritos,
estudiantes recientemente recibidos e incluso docentes destacados en
determinadas áreas que brindan clases de temáticas específicas dentro de una
asignatura en particular; asistiendo así, a los docentes titulares de dichos
espacios curriculares, en especial en grupos de estudiantes muy amplios en
número.
En Argentina, como lo destaca Niedzwiecki (2009) en su texto investigativo
sobre los preceptores, “ya en 1877, en El Monitor de Educación y Enseñanza
Primaria señala respecto del preceptor que es sinónimo de maestro, profesor,
instructor, mentor” y se lo relaciona directamente con la enseñanza de
costumbres, de hábitos a los estudiantes.
En 1862, Marcos Sastre, quien fuera Inspector General de Escuelas, publicó La
Guía del Preceptor (que se aplicaba a la educación primaria), con detalladas
instrucciones de las funciones de esas figuras escolares, siempre asociándolas
a la trasmisión de pautas, relacionadas con la disciplina y la buena conducta.
A su vez, El Reglamento General para los Establecimientos de Enseñanza
Secundaria, Normal y Especial, citado por Dora Niedzwiecki (2009), versa:

Los preceptores son los empleados especialmente destinados a conservar el


orden y la disciplina en lo que respecta a los alumnos. Y (art. 74): Corresponde
a los preceptores: 1. Vigilar la conducta de los alumnos; 2. Cooperar a la
formación de buenos hábitos de los alumnos mediante su consejo.

Puede verse claramente que la figura del Preceptor en épocas anteriores, en el


contexto de nuestro país, estaba siempre asociada al mantenimiento del orden,
a la vigilancia de los estudiantes, al cumplimiento de reglas y, por consiguiente,
a la aplicación de sanciones en el caso de trasgresión de las mismas. Esto,
asociado directamente al modelo prusiano de organización escolar (“vigilar y
castigar”).
El rol del preceptor también se relacionaba con la realización de ciertas tareas
administrativas diarias como la toma de asistencia, el llenado de los libros de
temas docentes, entre otros.
Con el correr del tiempo, los cambios sociales diversos y la universalización de
la educación secundaria, el rol del preceptor se ha reformulado
considerablemente. Hoy en día, se lo reconoce como un actor en las
instituciones educativas con la capacidad y la posibilidad de aportar a la
construcción, puesta en práctica y evaluación del proyecto educativo del lugar
donde desempeña sus funciones. Podría decirse que es un miembro activo de
la comunidad escolar que aporta su mirada de la realidad de todos los
integrantes de la misma y que, con ello, permite que el desarrollo de cada
jornada en la escuela se lleve delante de la forma más armónicamente posible.
Al ser el referente más cercano y permanente que tienen los estudiantes, por
su presencia durante toda la jornada escolar, lleva adelante un contacto directo
y cotidiano con los jóvenes que le permite llegar a ellos de otra forma y, por
tanto, brindar luego a sus compañeros docentes, directivos y también a las
familias, una mirada distintiva, cercana y confiable de los mismos y sus
procesos. De esta forma, el preceptor es y será siempre una pieza fundamental
en el mecanismo Institucional escolar.
En su investigación y artículo “La historia de los preceptores”, Dora Niedzwiecki
(2009) describe a estos auxiliares docentes con estas palabras: “actores
institucionales de presencia constante, primera línea de autoridad y referencia,
ligados al establecimiento de los vínculos.”
Y, nos hacemos eco de las mismas, porque las consideramos muy válidas y
clarificadoras sobre el rol real que los Preceptores tienen dentro del ámbito
escolar y porque también nos demuestran, de alguna manera, los deberes que
los mismos tienen para con la Institución de la que forman parte, y para con las
personas con las cuales se relacionan dentro de la misma.

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