1. Históricamente, el preceptor se originó en la antigua Grecia como alguien que ofrecía enseñanzas para el ejercicio de la ciudadanía y cargos de gobierno.
2. En la Edad Moderna, el preceptor se convirtió en un supervisor encargado de mantener el orden y aplicar castigos, continuando la tradición prusiana de vigilancia escolar.
3. Hoy en día, el preceptor juega un papel más de acompañante y referente cercano para los estudiantes, ayudando a crear una
1. Históricamente, el preceptor se originó en la antigua Grecia como alguien que ofrecía enseñanzas para el ejercicio de la ciudadanía y cargos de gobierno.
2. En la Edad Moderna, el preceptor se convirtió en un supervisor encargado de mantener el orden y aplicar castigos, continuando la tradición prusiana de vigilancia escolar.
3. Hoy en día, el preceptor juega un papel más de acompañante y referente cercano para los estudiantes, ayudando a crear una
1. Históricamente, el preceptor se originó en la antigua Grecia como alguien que ofrecía enseñanzas para el ejercicio de la ciudadanía y cargos de gobierno.
2. En la Edad Moderna, el preceptor se convirtió en un supervisor encargado de mantener el orden y aplicar castigos, continuando la tradición prusiana de vigilancia escolar.
3. Hoy en día, el preceptor juega un papel más de acompañante y referente cercano para los estudiantes, ayudando a crear una
La palabra preceptor deriva del latín “praeceptor, -ōris” y designa, según la
Real Académica Española a la “persona que enseña; a la persona que enseñaba gramática latina”, según datos históricos, en la antigüedad. Retomando las expresiones de Dora Niedzwiecki (2009) en su texto La historia de los preceptores coincidimos en que:
“Se ubica la presencia más lejana del preceptor en la educación helénica. En el
siglo V A.C., en la Grecia Antigua, el preceptor era quien, portando una sabiduría letrada, iba de ciudad en ciudad ofreciendo sus enseñanzas orientadas, entre otras, al ejercicio de la ciudadanía.”
Según esta autora (2009) su sentido original refiere precisamente al preceptor
con todas sus cualidades a quien atrae a la juventud, la capta, se apropia de ella. Y desde su significado más pedagógico refiere a quien acompaña a una persona indicándole qué debe y qué no debe hacer.
En la antigüedad, el pedagogo era quien cuidaba, protegía y formaba al niño en
su carácter y en la moralidad de sus costumbres. El término preceptor surge en la Grecia Antigua asociado a quienes ofrecían enseñanza apropiada para el ejercicio de la ciudadanía y cargos de gobierno. En Roma, el grupo de los patricios pagaba a maestros o preceptores a quienes encargaban la primera instrucción de los niños. La organización social del siglo XVIII introdujo la disciplina al interior de la enseñanza como paradigma de encauzamiento de las conductas.
En su proceso de modernización, la escuela del siglo XIX extiende su objetivo
germinal adoptando un formato de rígida organización burocrática y un sistema profesionalizado de control interno. El nuevo régimen de vigilancia tiene por finalidad la estabilidad social, y pone en marcha para ello un proceso de homogeneización de los individuos que se ajusta a un ideal de comportamiento y conformidad acorde a las normas que el cuerpo social ha establecido como válidas, y a las conductas que ha aceptado como lícitas. Las instituciones educativas adquieren una nueva función, devienen un aparato de saber, un observatorio permanente de evaluación, jerarquización y categorización de sus miembros (Foucault, 2004). En una pluralidad de ocupaciones específicas comenzará a despuntar y condensarse la figura del celador y más tarde la del preceptor. Se pondrá en marcha la concreción de una vigilancia escolarizada, y bajo la amenaza del castigo y la sanción, un sistema de relaciones ideadas para el encauzamiento riguroso de la conducta. A comienzos del siglo XIX, en Inglaterra, podemos encontrar el antecedente de la figura de preceptor más similar a lo que hoy identificamos como tal.
Pergolini y Rozitchner (1999) señalan que los británicos en su sistema de
enseñanza delegaban en los alumnos mayores el cuidado de los menores. Esta operación, señalan los autores, investía a los alumnos mayores de un poder que influía notablemente en los duros modos de hacer respetar las órdenes impartidas. A esto se suma la particularidad de que dicho cargo no requiriera ningún tipo de formación específica. Este perfil de preceptor que Marcos Sastre diseñaba en su Guía de preceptores, y que más tarde la revista “El monitor” también prefigura, termina de tomar forma décadas después en el Reglamento General de los Establecimientos del Consejo Nacional de Educación Técnica de 1965 (CONET), cuerpo normativo que apunta a funciones destinadas al mantenimiento del orden, la disciplina y la recta formación de los alumnos. Los preceptores pasan a ser encargados de la conservación y reproducción de ciertos rituales de control que remiten a la necesidad institucional de orden: respeto hacia los símbolos patrios, saludos a la hora de entrada y salida, puesta de pie como signo de respeto en el momento de ingreso del profesor al aula, etcétera. Se establece una división de tareas; los docentes enseñan lo importante, los auxiliares se encargan de aquello que debe saberse y que sin embargo ningún profesor tiene encomendado transmitir. Así, el preceptor, continuador de los celadores de los internados que cuidaban a los pupilos en sus tiempos libres, se convierten en docentes del curriculum oculto y guardianes de los rituales (tarea menor de reproducción del sistema, imprescindible para su funcionamiento). El preceptor se convierte en los ojos de la autoridad, en el cuerpo de guardianes de la institución. Un rol articulado directamente con el poder, carente de poder en sí mismo. Una ocupación instrumental y operativa del poder, vaciada, sin formación específica, en la que institución y sistema introducen su fin de controlar, vigilar y castigar. El preceptor deviene así un testaferro de la autoridad institucional. Si bien durante el transcurso del siglo XX, el lugar y función del preceptor soportarán variaciones de acuerdo a gobiernos y grupos de poder, uno de los períodos que vale destacar, por las modificaciones que imprimió en la tarea de este actor, es el que corresponde al proceso del último gobierno militar argentino, que se extendió entre 1976 y 1983. Durante estos años se agudizaron y profundizaron la vigilancia y el control en manos de los preceptores. A lo largo del proceso histórico, la función del preceptor entrega imágenes que oscilan entre dos formas de garantizar el orden o dos modos de control: una tendiente a la rigidez disciplinaria, la distancia y el control punitivo; y otra, más contemporánea, ligada a la presencia cercana, el acompañamiento afectivo y la puesta de interés en el establecimiento de vínculos en distintos niveles: entre los mismos compañeros de curso, entre alumnos y profesores, y también entre padres, profesores y alumnos.
Nos vamos acercando entonces a la figura de preceptor con un término que
“…se utiliza para designar a personas encargadas de acompañar y orientar la educación de un niño o de un adolescente, más comúnmente en internados y antiguamente incluso en el hogar”. Podría decirse entonces, que según dicta la historia y la etimología de la palabra, el preceptor es un maestro dedicado a impartir ciertos preceptos, entendidos estos como mandatos, normas, criterios, pautas para el comportamiento, tanto en lo educativo, como en otros contextos. Aplicado concretamente al ámbito de la educación, en algunas Universidades de Estados Unidos, los preceptores han sido y son estudiantes con méritos, estudiantes recientemente recibidos e incluso docentes destacados en determinadas áreas que brindan clases de temáticas específicas dentro de una asignatura en particular; asistiendo así, a los docentes titulares de dichos espacios curriculares, en especial en grupos de estudiantes muy amplios en número. En Argentina, como lo destaca Niedzwiecki (2009) en su texto investigativo sobre los preceptores, “ya en 1877, en El Monitor de Educación y Enseñanza Primaria señala respecto del preceptor que es sinónimo de maestro, profesor, instructor, mentor” y se lo relaciona directamente con la enseñanza de costumbres, de hábitos a los estudiantes. En 1862, Marcos Sastre, quien fuera Inspector General de Escuelas, publicó La Guía del Preceptor (que se aplicaba a la educación primaria), con detalladas instrucciones de las funciones de esas figuras escolares, siempre asociándolas a la trasmisión de pautas, relacionadas con la disciplina y la buena conducta. A su vez, El Reglamento General para los Establecimientos de Enseñanza Secundaria, Normal y Especial, citado por Dora Niedzwiecki (2009), versa:
Los preceptores son los empleados especialmente destinados a conservar el
orden y la disciplina en lo que respecta a los alumnos. Y (art. 74): Corresponde a los preceptores: 1. Vigilar la conducta de los alumnos; 2. Cooperar a la formación de buenos hábitos de los alumnos mediante su consejo.
Puede verse claramente que la figura del Preceptor en épocas anteriores, en el
contexto de nuestro país, estaba siempre asociada al mantenimiento del orden, a la vigilancia de los estudiantes, al cumplimiento de reglas y, por consiguiente, a la aplicación de sanciones en el caso de trasgresión de las mismas. Esto, asociado directamente al modelo prusiano de organización escolar (“vigilar y castigar”). El rol del preceptor también se relacionaba con la realización de ciertas tareas administrativas diarias como la toma de asistencia, el llenado de los libros de temas docentes, entre otros. Con el correr del tiempo, los cambios sociales diversos y la universalización de la educación secundaria, el rol del preceptor se ha reformulado considerablemente. Hoy en día, se lo reconoce como un actor en las instituciones educativas con la capacidad y la posibilidad de aportar a la construcción, puesta en práctica y evaluación del proyecto educativo del lugar donde desempeña sus funciones. Podría decirse que es un miembro activo de la comunidad escolar que aporta su mirada de la realidad de todos los integrantes de la misma y que, con ello, permite que el desarrollo de cada jornada en la escuela se lleve delante de la forma más armónicamente posible. Al ser el referente más cercano y permanente que tienen los estudiantes, por su presencia durante toda la jornada escolar, lleva adelante un contacto directo y cotidiano con los jóvenes que le permite llegar a ellos de otra forma y, por tanto, brindar luego a sus compañeros docentes, directivos y también a las familias, una mirada distintiva, cercana y confiable de los mismos y sus procesos. De esta forma, el preceptor es y será siempre una pieza fundamental en el mecanismo Institucional escolar. En su investigación y artículo “La historia de los preceptores”, Dora Niedzwiecki (2009) describe a estos auxiliares docentes con estas palabras: “actores institucionales de presencia constante, primera línea de autoridad y referencia, ligados al establecimiento de los vínculos.” Y, nos hacemos eco de las mismas, porque las consideramos muy válidas y clarificadoras sobre el rol real que los Preceptores tienen dentro del ámbito escolar y porque también nos demuestran, de alguna manera, los deberes que los mismos tienen para con la Institución de la que forman parte, y para con las personas con las cuales se relacionan dentro de la misma.