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La Biblia es el libro de los libros, por lo menos lo es para los cristianos. Ésta contiene lo que
Dios ha querido revelar y comunicar a la humanidad. Esto quiere decir que la Biblia es la Palabra de
Dios, no una palabra caída del cielo, sino una palabra escrita bajo la acción del Espíritu Santo que
inspira al hombre en la tierra para que se establezca el plan de Dios, hecho palabra. Otra forma de
decirlo; es el modo como Dios habla con las palabras de los hombres. No cualquier hombre, sino
aquellos que Dios ha elegido, que poseen una capacidad auténtica, humana y espiritual; hombres
concretos que han experimentado, contemplado y escrito las grandes maravillas que Dios ha
experimentado con su pueblo en favor de la salvación de la humanidad.
Dios, desde el origen, se da a conocer y se revela a la humanidad en palabras humanas. Dios
sale amorosamente al encuentro con sus hijos para conversar con ellos. En la Sagrada Escritura
encontramos alimento y fuerza, pues en ella está viva y eficaz, la Palabra de Dios. Sin embargo, no
todo está en la Biblia, la Tradición Apostólica desde tiempos memorables, transmite las enseñanzas y el
ejemplo de Jesús y lo que los apóstoles aprendieron por el Espíritu Santo. Esto quiere decir que la
Tradición y la Sagrada Escritura van de la mano, unidas, pues ambas surgen de la misma fuente. La
Iglesia Católica no saca exclusivamente de la Sagrada Escritura todo lo revelado por Dios, conservando
la Tradición Apostólica como parte del misterio de salvación.
Dicho esto, es importante destacar que para transmitir la fe, se bebe tener en cuenta, la Biblia y
la Tradición; y de allí comenzar a buscar formas de que la fe se valla transfiriendo de generación en
generación sin perder ni el sentido ni las fuentes. Surgen entonces a lo largo de los siglos, documentos,
escritos, encíclicas que guardan comunión con las Sagradas Escrituras, la Tradición y las experiencias
que recogen de alguna manera, contenidos para esta transmisión de la fe. El depósito sagrado de la fe,
contenido en la Sagrada Tradición y en las Sagradas Escrituras, fue confiado por los apóstoles al
conjunto de la Iglesia:
“Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en
la doctrina apostólica y en la unión, en la Eucaristía y la oración, y así se realiza una maravillosa
concordia de pastores y fieles en conservar, practicar y profesar la fe recibida” (DV 10; CCE 84.)
Con la asistencia del Espíritu Santo, el Magisterio enseña puramente lo transmitido como
depósito de la fe y saca de él, todo lo que propone como revelación de Dios para ser creído. Es el
magisterio vivo de la Iglesia quien ejerce esta labor en nombre de Jesucristo, por los obispos en
comunión con el Papa, sucesor de Pedro. Por este servicio, todo el pueblo de Dios puede permanecer en
la verdad que libera profesando sin error la fe auténtica. (cf. DV 10; CCE 85-87)
TRANSMISIÓN DE LA FE
Desde la Pascua
La experiencia del Viernes Santo fue un duro golpe para
la débil fe de los discípulos. Muchos abandonaron al Señor
Jesús, porque creyeron que todo había sido un total fracaso. Sus
esperanzas murieron con la muerte en la cruz, dejaron sólo al
Señor y huyeron. Jesús les había hablado del “tercer día”, pero
ellos no habían comprendido lo que Jesús les había querido
decir. La sorpresa llegó la mañana del primer día de la semana.
La mañana del domingo Jesús resucitó. “Sólo el grano de trigo que muere dentro de la tierra, da fruto”.
En Galilea, Jesús se apareció varias veces a sus discípulos, conversó con ellos y finalmente les
dijo: “Id, y enseñad a todas las gentes, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado” (Mt.
28, 19-20). Con estas palabras, Cristo dio autoridad para predicar y le ordenó hacer discípulos en todo
el mundo. Alrededor del año 30, el día de Pentecostés en Jerusalén, la Iglesia comienza su predicación.
Primero en Galilea, y luego, cuando los discípulos tuvieron que huir de Jerusalén. Antioquía se
convierte en el punto de partida de la evangelización del Imperio Romano. Desde allí, partirá San Pablo
para sus viajes misioneros: Macedonia, Europa, Atenas.
La fe cristiana puede sintetizarse entonces en las palabras de Jesús cuando envía a sus apóstoles.
Esa es la fe que siguiendo el ejemplo y el mandato de Cristo, predicaron los apóstoles. Es la fe que
explican los Evangelios, de forma narrativa, para diversos destinatarios. Es la fe que vivieron los
primeros cristianos y la transmitieron a sus amigos, parientes y conocidos, con ocasión de sus
relaciones sociales y sus viajes. Ese núcleo primero de la fe cristiana se desplegó en los primeros siglos
a través de fórmulas de fe. Las más importantes son los
Símbolos de la fe o Credos (como el llamado Símbolo de los
Apóstoles y el Credo de Nicea-Constantinopla, que seguimos
rezando en la misa). Sirvieron como síntesis de la "tradición"
(del latín "tradere", entregar) de la Iglesia, que es vida y
doctrina, también para hoy, como condición para que la fe siga
transformando los corazones, las inteligencias y las culturas.
La Predicación Apostólica
Con la venida del Espíritu Santo surgió una comunidad llena de fe, de amor, de vida.
Compartían los bienes con los necesitados. Oraban y recibían la enseñanza de los apóstoles. Se trataban
como hermanos. (Hech. 2, 42) La gente quedaba asombrada de los prodigios que realizaban. Muchos
veían el testimonio de vida de la comunidad y se convertían. Así la comunidad de discípulos iba
creciendo cada día más y más. Como fruto de este crecimiento, poco a poco se va definiendo la fe. Para
los discípulos la fe era esa luz con la que creen, esa fuerza que los ilumina para conocer y para vivir al
Señor. En palabras del Papa Francisco, “la fe es un don de Dios, un regalo del Creador que se
presenta como una luz que ilumina el camino de la búsqueda, que enseña el itinerario a seguir y que
conduce a rectificar cuando la ruta ha sido errónea”.
Primeros textos
Con el transcurrir del tiempo y en virtud de las necesidades formativas del momento, se
elaboran textos catequéticos de ayuda para transmitir la fe. Más adelante, para explicar la fe a los niños
ya bautizados desde su primera infancia por sus padres cristianos, nacen los catecismos propiamente
dichos. Desde muy pronto contenían, con órdenes diversos, los cuatro elementos
o pilares de la vida cristiana: el Credo, los Sacramentos, los Mandamientos y la
Oración.
Concilio Vaticano I
Por distintos motivos en los últimos siglos venía creciendo la necesidad de defender la unidad
de la fe: primero por la separación de los protestantes, y luego por la Ilustración y el racionalismo. En
el Concilio Vaticano I se pidió un catecismo menor o pequeño "parvo catecismo" para toda la Iglesia;
pero no se llevó a cabo, quizá por la conciencia de que la unidad de la fe no debe mantenerse a costa de
la diversidad de las culturas, siendo así que un catecismo menor debe estar contextualizado para una
determinada región o país.
Breve Historia
Durante el Concilio de Trento (1545), además de muchos otros acuerdos, se
empezó la redacción de un catecismo universal para aquellos que estaban a cargo
de llevar la doctrina al pueblo. El Concilio juzgó conveniente publicar un
catecismo que ayude a los párrocos a exponer la fe e instruir al pueblo. No se pudo
terminar el Catecismo antes de la clausura del Concilio, así que el Papa Pío IV
encomendó a algunos obispos y teólogos para que terminaran esta obra tan útil
para la Iglesia.
El Concilio Vaticano II
El 25 de enero de 1959 el Papa Juan XXIII convocó un concilio ecuménico con el propósito de
reformar las instituciones de la Iglesia, reunificar a los cristianos, poner al día a la Iglesia Católica e
incrementar la vida cristiana. El Concilio duro desde 1962 hasta 1965. Juan XXIII no pudo concluir
este concilio, pues murió en 1963. Su sucesor, el Papa Pablo VI, concluyó el Concilio el 8 de diciembre
de 1965. En este Concilio participaron cerca de 2500 obispos de la Iglesia Católica, incluyendo a los
cardenales Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger.
El Concilio Vaticano II (que Pablo VI
llamó "el gran Catecismo de nuestro tiempo") no
dispuso la elaboración de un Catecismo universal,
sino que decidió impulsar la educación en la fe
dando orientaciones para la tarea catequética.
Quiso que se hiciera un directorio sobre la
instrucción catequética del pueblo cristiano, que
sería el Directorio catequístico general (1971),
mientras se dejaba la inculturación concreta de la
catequesis para las Iglesias locales, las Conferencias episcopales, los catecismos regionales y otros
subsidios adaptados a las distintas edades y a otras circunstancias.
Este primer fruto del Concilio se prolongó después, sobre todo con dos sínodos a los que
siguieron las correspondientes exhortaciones: la Evangelii nuntiandi (1974) sobre la evangelización en
nuestro tiempo, que entendía la evangelización en un sentido amplio como un proceso equivalente a
toda la misión de la Iglesia, y la Catechesi tradendae (1979) sobre la catequesis como elemento de la
evangelización; aquí se definía la catequesis como "educación de la fe de los niños, de los jóvenes y
adultos, que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de
modo orgánico y sistemático, con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana" ( C.T. n. 18).
Contexto Social
Desarrollar un material catequético en una realidad tan peculiar resultaría un verdadero reto
para la Iglesia. Corría entonces el año de 1968, año de las revueltas estudiantiles en el mundo libre. Se
encontraba entonces un contexto polémico y escéptico, que hoy casi resulta pura arqueología. Las tres
emes (Mao, Marx, Marcuse), se agolpaban ahora contra los ya algo envejecidos nombres de Nietzsche
y Heidegger. Se trataba por tanto de afrontar (en esas clases Tubinguesas) una fe problemática, una fe
en crisis, y retomaba allí una famosa historia contada por Kierkegaard. “En Dinamarca, un circo fue
presa de las llamas. Entonces el dueño del circo mandó a pedir auxilio a una aldea vecina a un payaso
que ya estaba disfrazado para actuar. El payaso corrió a la aldea y pidió a los vecinos que fueran lo más
rápido posible a apagar el fuego del circo en llamas. Pero los vecinos creyeron que se trataba de un
magnífico truco para que asistieran a la función: aplaudían y hasta lloraban de la risa”. Ratzinger
Introducción al cristianismo, Sígueme, Salamanca, 39.
No le creían. Esta es la situación de los creyentes de la época. ¿Estará la solución tan solo en
que el payaso se cambie de ropa y se vista de calle?, se preguntaba. El que quiera predicar la fe y al
mismo tiempo ser suficientemente crítico, se dará cuenta enseguida no solo de lo difícil que es traducir,
sino también de lo vulnerable que es la propia fe, la cual experimenta en sí misma el inquietante poder
de la incredulidad. Por eso, el que quiera hoy día dar honradamente razón de la fe cristiana ante sí y
ante los demás, debe hacerse a la idea de que su situación no es distinta a la de los demás, a la de
aquellos que no creen. Se preguntaba entonces: ¿Cómo transmitir la fe al mundo de hoy, escéptico y
ávido de diversión, como aquel respetable público del circo?
Contexto Religioso
Como se ha mencionado en apartados anteriores, el racionalismo comenzó a tomar un auge
descomunal; una corriente filosófica que acentúa el papel de la razón en la adquisición del
conocimiento. Esto trajo consigo tanta confusión, que de alguna manera y como ataque a la Santa
Madre Iglesia Católica, surge la separación de los protestantes.
Pero a nivel catequético, se evidenciaban otras dificultades. Tal es el caso del planteamiento de
la catequización de niños y adolescentes lo cual reflejaba en cierta manera la concepción todavía
predominante en la Iglesia de quienes debían ser los destinatarios de la actividad catequética. En
principio lo encontraban erróneo, sin embargo,
estas acciones y destinatarios catequéticos
fueron de un gran provecho para el
discernimiento de la situación eclesial del
momento.
Otro detalle que se procuró superar, fue las polarizaciones que se habían planteado en la
catequesis, que entonces no se llamaban polarizaciones, sino "dicotomías". En la Exhortación de Juan
Pablo II Catechesi tradendae se las describe como "tendencias unilaterales divergentes". En diversos
aspectos de la catequesis se planteaba un aut - aut que tenía que ver con el contexto eclesial más
general, y que fue doloroso y empobrecedor. Por ejemplo, la contraposición entre catequesis tradicional
de acento doctrinal, orgánico y sistemático y catequesis antropológica y de la experiencia vital; entre
revelación y búsqueda personal, entre asunción de fórmulas y oraciones recibidas de la Tradición y la
vivencia interior y la creatividad personal; entre anuncio y sacramento; entre magisterio y testimonio.
Definición
La palabra Catecismo viene del griego κατηχισμός Katehesis (kata = "abajo" + echein =
"sonar“) que literalmente significa "sonar abajo" (hacer eco) es decir, adoctrinar. En latín se escribe
Catechismus Catholicae Ecclesiae por eso en las citas biográficas se cita “CCE” seguido por el número.
(CCE 1970) Es el texto en el que se presenta una exposición organizada y sintetizada de los contenidos
esenciales y fundamentales de la doctrina cristiana tanto sobre la fe como sobre la moral.
CAPÍTULO PRIMERO: Amarás al señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus
fuerzas
CAPÍTULO SEGUNDO: Amarás a tu prójimo como a ti mismo
A modo de Colofón
Hoy contamos con el Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio, como referencias para
la transmisión de la fe, en esta "tradición viva" que es la vida de los cristianos. Del Catecismo, Juan
Pablo II escribió que "es la exposición de la fe de la Iglesia y de la doctrina católica, atestiguadas e
iluminadas por la Sagrada Escritura, la Tradición Apostólica y el Magisterio de la Iglesia", y añadía:
"lo declaro como regla segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al
servicio de la comunión eclesial" (Constitución apostólica Fidei depositum, n. 4).
Sobre el Compendio del Catecismo, Benedicto XVI afirma que "es una síntesis fiel y segura del
Catecismo y contiene, de modo conciso, todos los elementos esenciales y fundamentales de la fe de la
Iglesia, de manera que constituye, como deseaba mi Predecesor, una especie de vademécum, a través
del cual las personas, creyentes o no, puedan abarcar con una sola mirada de conjunto el panorama
completo de la fe católica" (Motu proprio para su promulgación, 28-VI-2005).
Obispos de Bélgica. La transmisión de la fe. Carta Pastoral para el plan anual 2003-2004,
“Enviados a anunciar”, 5.
PELLITERO, R. El Catecismo de la Iglesia Católica en la evangelización. Facultad de
Teología. Universidad de Navarra. Pamplona. España. 2014.