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LOADO SEAS MI SEÑOR POR LA HERMANA MUERTE CORPORAL

En estos días en que en muchos países recordamos y


celebramos a la muerte con gran algarabía, vale la pena hacer
un alto para reflexionar en la muerte desde su sentido cristiano,
fuera de todo folclor y discerniendo todo del miedo malsano,
de dualismo sin sentido y del egoísmo materialista.

En la iconografía de San Francisco de Asís es común


encontrarlo representado con una calavera en las manos. Esto
no responde a algún episodio de su vida, sino a una tradición
artística iniciada desde la edad media donde se representaban
a los santos con algún elemento simbólico propio de su vida y
que el pueblo lo identificara y conociera, ya que la mayoría no
sabía o podía leer grandes biografías. San Francisco, junto a
otros santos se les representa iconográficamente con la
calavera porque fueron personas penitentes; la calavera es
alegoría de la mortificación (cuya raíz etimológica es “hacer
muerte”). Además, en el hermano de Asís encontramos una
particular familiaridad y serenidad con la muerte, la cual
integró en su vida llamándola “hermana muerte”.
Las crónicas nos hablan que se le asignó un
médico para que le diera un pronóstico de vida ante su
enfermedad de hidropesía.
El médico le responde «Hermano, con la gracia de
Dios te irá bien». Pero el santo advierte cierta
condescendencia y le insiste en que sea directo: «Hermano,
dime la verdad; yo no soy un cobarde que teme a la
muerte. El Señor, por su gracia y misericordia, me ha unido
tan estrechamente a Él, que me siento tan feliz para vivir
como para morir». (LP 100a-c).
Es aquí que el médico le dice que sus días de vida
no pasarían más de un mes, por lo que exclama
“Bienvenida sea mi hermana la muerte”» (LP 100d).
San Francisco no llama “hermana” a la
muerte porque la personifique, ni ignora su carácter
inexorable idealizándola falsamente, sino porque lo
une a la muerte redentora de Cristo y por eso la
acepta, la acoge y se hermana con ella. En el
Cántico de las Criaturas, compuesto en su lecho de
muerte, afirma que a la única muerte a la que hay
que temer es a la “segunda muerte”, que es la que
nos aleja eternamente de Dios.

Contemplar a la muerte, nuestra muerte futura, es


espiritualmente sano porque nos pone en perspectiva
de que la vida es solo un instante, pero el único que
nos avala, por la fe expresada en obras, para que la
muerte no sea un sinsentido, sino para que sea la
entrada a una mayor plenitud, porque Dios ha
asociado nuestra muerte con la suya, y ha convertido
a la muerte en puerta y puente que conducen a la
vida eterna, donde nos esperan los brazos cariñosos
del Sumo Bien...
¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida?
Nuestra muerte es una realidad y vivimos, a
veces, simplemente por obligación. Parece que sólo
dejamos pasar los días por pura inercia, sumidos en la
desidia y desilusión. Pero si no creemos estar aquí por
casualidad, tenemos que vivir en el sentido menos
estricto de la palabra. Vivir como pocos lo hacen para
darnos por completo en vida hasta que nos lleve la
inefable realidad que nos trasciende: Dios Amor Sumo
Bien.
La muerte adquiere sentido cuando se
ejercita una vida con sentido en nuestro aquí y ahora.

1. Textos para contemplar y meditar.


Mateo 16, 24-26
Mateo 25, 31-46
Testamento del Bienaventurado Hno Francisco.

2. Como si prontamente fueras a morir te invito a


escribir un Testamento de vida, para compartirlo a
los hermanos –libremente si lo deseás-.

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