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Allouch, J. Letra Por Letra. Traducir, Transcribir, Transliterar. 308p PDF
Allouch, J. Letra Por Letra. Traducir, Transcribir, Transliterar. 308p PDF
Jean Allouch
© Jean Allouch
otra cosa si se pasaba por la cosa del otro. ¿Acaso no es justamente eso lo que
él ponía enjuego cuando recomendaba “domesticar”, e incluso “domar” (son
sus propias metáforas) al alienado? De aquí se desprende que esta forma de
decir no es suficiente y que la cuestión estriba más bien en la distinción de
los diferentes modos de ese pasaje; si bien es concebible, en efecto, que no
son todos equivalentes, de cualquier forma conviene delimitar con precisión
lo que los diferencia.
Como toda cuestión elemental, ésta es difícil de tratar. Si domesticar al
alienado para alejarlo de su alienación aparece efectivamente como una
forma de llevarlo a presentarse en un terreno que será otro para él (aquel
donde todos están consagrados a “la utilidad pública” - última frase del
tratado de Pinel), se intuye, sin embargo, que ese tipo de relación con el otro
difiere sensiblemente de la que se instituye para alguien apartir del momento
en que se le da la palabra. Sin embargo, esto sigue siendo confuso en parte,
y todo ocurre como si, en lo inmediato, no fuera posible explicitar los
diversos modos de ese pasaje con las palabras de todos los días. Así, por
ejemplo, no se está en condiciones de poder simplemente nombrarlos,
establecer una lista de ellos y, de esta manera, contarlos.
Ante esta dificultad, ¿lograremos enfrentamos, por ejemplo, a la oposición
de lo que dependería de la sugestión y de lo que estaría exento de ella?
Podemos, en efecto, pensar la domesticación como una forma de sugestión
y recordar que este término, desde un punto de vista nocional, y también
práctico, sirvió durante un tiempo para designar cierto modo de acceso -¿o
quizás debamos decir de no-acceso?- a la alteridad. Sin embargo, incluso si
consideramos el camino abierto por Freud como algo que se inscribe a
contrapelo de ese intento, no podríamos extraer de allí ninguna bipartición
para una clasificación de los diversos modos de este acceso/no acceso. En
efecto, resulta evidente que la sugestión plantea una cuestión en el psicoaná
lisis mismo (Freud da testimonio de esto) y no podría ser tomada entonces
simplemente como lo que el psicoanálisis rechazó para constituirse.
El descartar toda oposición demasiado reduccionista parece acrecentar la
dificultad. Con todo, ofrece la ventaja de dar un lugar a lo que se llama la
experiencia. Se calificará a ésta de “clínica” por el hecho de que se podrá ver,
en la clínica, uno de los intentos mayores de producir una descripción -si no
un análisis- de los diversos modos de la relación con la alteridad, de las
formas a la vez variadas y variables con que cierta alteridad no cesa de ser
aquello a lo que un sujeto se enfrenta, aquello a lo cual responde en su síntoma
(neurosis), a veces aquello a lo que responde en su existencia (psicosis) o en
su carne ( enfermedades llamadas “orgánicas”).
12 para una clínica psicoanalítica del escrito
3 Cfr. El término de "El hombre de los lobos”, J. Allouch y E. Porge, en Omicar?, no. 22/23,
1981, Lyse Ed., París.
introducción 13
“passeurs”, dio todo su peso a esta forma de testimonio. Sin embargo, este
peso no debe llevar a desconocer que la cosa era homologa al hecho de que
un analista no va generalmente a verificar la exactitud de una declaración del
analizante concerniente a un tercero, sino que se atiene, allí también, al
■testimonio indirecto.
Sin embargo, la decisión de valorar el testimonio indirecto no podría
j ustificarse a priori, puesto que depende de la verificación de la apuesta según
la cual, en ciertas condiciones, el testimonio indirecto efectúa mejor el bien
decir aquello de lo que se trata. Ahora bien, no elegiremos aquí construir el
tratado que fundamentaría la pertinencia de estas condiciones, sino que nos
internaremos en esta decisión a reserva de que algunas de ellas puedan
encontrar su formulación en el camino. La cosa no se juzgará entonces por
sus frutos, sino por una cierta calidad de estos frutos.
Hay aquí un eje metodológico para una clínica del escrito. Así, la fobia, el
fetichismo y la paranoia se estudiarán a partir de lo que Lacan dio testimonio
de haber leído acerca de ellos. Y ya que hay solidaridad entre la puesta en
práctica del testimonio indirecto y el tomar en cuenta el caso como caso, el
estudio del testimonio de Lacan se concentrará sobre algunas de sus lecturas,
aquellas sobre las cuales se detuvo el tiempo que fue necesario para examinar
las cosas en detalle; se tratará de su lectura del “pequeño Hans”, de André
Gide (con el testimonio indirecto que constituye el estudio de J. Delay) y del
presidente Schreber.
Pero consultar a Lacan en tanto lector (y por lo tanto consultarlo sobre lo que
es leer) reservaba una sorpresa. El cuestionamiento así entablado debía
conducir a evidenciar una forma de lectura en Lacan, forma que; una vez
enunciada, no podía más que ser reconocida por cualquiera que aceptara ver
lá cosa más de cerca. En efecto, podemos comprobar que cada una de estas
lecturas que Lacan prosiguió hasta recibir él mismo una enseñanza de ellas
(y así hacer enseñanza de esta enseñanza) se caracteriza por la puesta enjuego
de un escrito para la lectura, para el acceso al texto leído, a su literalidad.
Lacan lee con el escrito; y una clínica del escrito revela así ser una clínica
donde la lectura se confía al escrito, se deja engañar por el escrito, acepta
dejar que el escrito la maneje a su antojo.
Esto no quiere decir por cierto que cualquier escrito sirva igualmente.
Pensemos solamente en los seminarios consagrados por Lacan a la construc
ción del grafo que le iba a permitir leer uno de los más comentados chistes
recopilados por Freud. ¡Dos años! Pero hablar del cuidado que esto puede
a veces reclamar no significa responder a la pregunta sobre lo que funda la
pertinencia de tal escrito para ser el escrito que conviene al objeto de esta
16 para una clínica psicoanalítica del escrito
6 Lo que distingue a esta aventura de la práctica más común hoy consiste en que aquí
ei analizante supo que e! caso (el de su analista) era incurable, que no quedaba más,
por lo tanto, que despedirse y dar testimonio. Cfr. F. Peraldi, revista Interpretaron, no.
21.
7 Hemos escogido un orden de presentación que difiere del orden de elaboración.
introducción 17
Haremos observar ajusto título que apartir del momento en que transcribimos,
entramos en el campo del lenguaje y que el objeto producido por la
transcripción nunca es otra cosa que objeto determinado, él también, por el
lenguaje. Sin embargo, la transcripción toma esta determinación a contrape
lo, quiere anotar la cosa misma, como si la anotación no interviniera en la
toma en cuenta del objeto anotado l0. Hay ahí, para la transcripción, un
tropiezo real, ya que el objeto al que se apunta no será nunca el objeto
obtenido, pues es imposible que produzca el tal cual del objeto. La
9 R. Jakobson, Six legons sur le son et le sens. Les édidons de minuit, París, 1984.
10Los distribuidores en Francia (y en los países de hablaespañola) de la película estadounidense
titulada con la acrofonía E. T. eligieron no transcribir este título, lo que hubiera dado, una vez
escrito, ITI, sino transliterar E.T. (se trata de un grado débil de transliteración pues opera de una
escritura alfabética a otra escritura también alfabética y, además, con dos alfabetos que tienen
un origen común). Así, la clase culta pronuncia “id” donde el pueblo dice “eté”. Eliminemos
el hecho de la influencia cultural y entonces aparece más puro el fenómeno que diferencia la
transcripción de la transliteración: si se translitera, se produce otra pronunciación, si se
transcribe, se produce otra escritura.
introducción 19
11J. Lacan, "Intervención", en Lettres de l'Ecoíe Freudienne, no. 15, junio de 1975, p.72.
20 . para una clínica psicoanalítica del escrito
12Para un desarrollo de esta cuestión, cfr. aquí pp. 2 i 0-11. Cfr. j. Lacan: “No hay ninguna razón
para que no se pueda poner mi enseñanza en falta.” Sem. del 18 de enero de 1977.
introducción 21
P A R K E , D A V I S & C O .,
Maimfacturing Chvmiats,
0 U&iáe Street
1 Liberty | New York, D E T B O I T , M IO H .
Freud coquero
En los primeros pasos del camino abierto por Freud del psicoanálisis, está -
se dice- la histérica. La aserción es ciertamente fundada, salvo si nos
deslizamos de allí hasta convertir a la histérica en una teórica a la que Freud
le habría raptado su saber. Esta tesis -feminista- deja de lado lo que realiza
la histérica, que no es destacar una teoría sino producir, con respecto a su
interlocutor, la sugestión de que una teoría existiría efectivamente. Deja a
cargo de ese interlocutor la elaboración de lo que ella sólo le indica con
medias palabras, aún a riesgo de tener que rectificar el tiro; llegado el caso.
La operación de diferenciación en que Freud, con la histérica, renuncia a
hacer de bardo del discurso universitario será el objeto del próximo capítulo.
Se suele descuidar, en efecto, que hay para Freud en ese tiempo otro asunto,
el de la cocaína, no menos ineludible puesto que debía converger con la
cuestión de la histeria en un punto muy precisamente situable, o sea el sueño
llamado de la "Inyección a Irma" y su análisis, el primero, como se sabe,
inaugural del método fundado ese día.
Todavía hoy los especialistas se rompen las narices toda vez que se ocupan
del tema de la intoxicación. ¡Qué no imaginan emprender, con tal de lograr
que un sujeto cese de atenerse a un objeto de satisfacción!
Freud coquero (es decir cocainómano)... : un caso que habría podido
interesarles. ¿No lo considerarán ejemplar? Se privarán así de interrogar la
relación del sujeto con el tóxico de una manera que vuelva encarable lo que
hay que designar por su nombre, a saber, una separación. Esta posibilidad es,
en efecto, lo que diferencia el testimonio de Freud del de aquel otro drogado
26 acerca del camino abierto por Freud
leyéndola, a ella misma -puesto que es nuestro objeto- con el escrito. Escojo
para hacerlo la escritura propuesta por Lacan de lo que él llamó “discursos”.
Cada uno de esos discursos se encuentra definido por el hecho de que una
serie ordenada de letras (Sj el significante-amo, S2el saber, a el plus de gozar,
el sujeto dividido) ocupa allí cuatro lugares fijos y marcados. He aquí esos
lugares:
El agente ----------------- > el otro
la verdad la producción
A partir de uno cualquiera las tres permutaciones, únicas posibles (pues la
cuarta reconduciría al punto de partida) escriben los otros discursos:
1 En español: Psicoanálisis Radiofonía & Televisión, Ed. Anagrama, Barcelona, Í977, pp. 73-76.
2 J. Lacan,"Allocution prononcée pour la clóture du congrés de l'Ecole Freudienne de París le
✓ avril 1970, par son directeur”, Scilicet 2/3, Seuil, París, 1970, pp. 391-399
28 acerca del camino abierto por Freud
%
clínico (S J que la lesión ordena. El lector podrá observar que, escrita así, esa
relación no puede corresponder más que al discurso que Lacan llam a de la
universidad. R esulta de esto cierto número de consecuencias. Ante todo
escribir con S Lla lesión equivale a darle estatus de significante-amo. La cosa
es, en efecto, adm isible si se nota que la lesión, como pedestal sobre el que
la observación clínica se apoya, presentá esto de particular: que no remite a
nada observado. L a lesión no tiene, entonces, valor de un signo -como es el
caso en la neuritis, por ejemplo- que representaría algo para alguien. Freud
se esfuerza, en un prim er tiempo, por volver tangible esta lesión cuando en
el fin de su artículo Über Coca de 1884, propone utilizar la coca en el
tratamiento del asma, del vértigo y “de otras neurosis del nervio vago”
(p. 121 )3. Supone entonces una acción fisiológica directa de la coca en el lugar
mismo en que se supone que interviene activamente, la lesión nerviosa. La
coca apunta a la lesión como verdad última de la neurosis. Es así legítimo
escribir con S t la lesión, en el lugar de la verdad en el discurso de la
universidad. Escribirla S {consiste en tom arla como significante, desprender
la de esta m anera de la idea de que sería signo de un objeto. ¿Por qué
mantener, pues, tan resueltamente la suposición de esta lesión siempre
im aginada y nunca delimitada, en la histeria particularmente, si no es porque
ella responde a una exigencia del discurso?
En Radiofonía, Lacan escribe los cuatro discursos estableciendo entre ellos
ciertas relaciones. Señala, para lo que nos im porta aquí, que el discurso de la
universidad se esclarece con su “progreso” en el discurso del analista *. La
palabra progreso es puesta irónicamente entre comillas, puesto que no
designa más que la operación del cuarto de giro cuando la serie de términos,
al mismo tiem po que se mantiene como serie ordenada, gira en el sentido
3 Las indicaciones de página de este capítulo remiten, salvo advertencia diferente, al libro:
Sigmund Freud, Escritos sobre la cocaína, edición y prólogo de Robert Byck, traducción al
español de Enrique Hegewicz, Ed. Anagrama, Barcelona, 1980. (La edición en francés es:
Sigmund Freud - De la cocaine, Ed. Complexe, 1976).
4 Cfr. Scilicet 2/3 p.99 (En español: J. Lacan, Psicoanálisis. Radiofonía & Televisión, Ed.
Anagrama, Barcelona, 1977, p. 77).
Freud coquero 29
E l 30 de abril de 1884 Freud experimenta por prim era vez sobre sí mismo los
efectos de la cocaína. No vacilará en hacer de entrada un uso terapéutico de
ella: en el momento de escribir a su novia, al dirigirse a una recepción donde
deberá hacer un buen papel, cuando se sienta deprimido o sometido a dolores
dem asiado violentos de estómago, encontrará en una pequeña dosis de coca
con qué afrontar fácilmente la dificultad, calm ar sus dolores, superar sus
desfallecimientos. Envía cocaína a Marta, la da a sus hermanas y colegas,
tanto para ellos mismos como para sus enfermos. A partir del m es de mayo,
la administra a su amigo y colega Fleischl. Continuará recomendando su uso
hasta 1895, fecha de los Estudios sobre la histeria, aunque, es verdad, de una
m anera mucho más limitada. El 18 de junio de 1884, puso punto final a Über
Coca que, aparecido en julio, debía asentar su reputación al ligar su nombre
a la cocaína. Tendrá en efecto el testimonio de Nothnagel (p-139) pero
tam bién, más inesperado, el de Knapp, prim er o ftataólogo de New York a
quien encuentra en casa de Charcot.
Para situar la repercusión de este artículo, debemos dejar de lado lo que hoy
evoca el término de cocaína, y acomodamos al hecho de que ésta no era
entonces para nada un producto prohibido. La prohibición data de 1906. En
los años 1880, la cocaína gozaba en los Estados Unidos de una inocente
preferencia que superaba ampliamente los círculos médicos. El consumo de
vinos que contenían cocaína -los vinos M ariani- era cosa popular. La Coca
C ola iba a contenerla hasta 1903. La asociación contra la fiebre del heno
había adoptado la cocaína como remedio oficial. En resumen, el entusiasmo
era casi general con respecto a este maravilloso sustento que fortifica el
sistem a nervioso, ayuda a la digestión, estimula los cuerpos fatigados, calma
30 acerca del camino abierto por Freud
5 Jussieu, en 1749, coloca la planta en el genero ErytroxyíctL Hit 1786, Laraark lo nombra
“Erytroxylon-coca”. El alcaloide es aislado ea i S5S por Wohier,. químico de ía universidad de
Cotinga que había recibido hojas de coca transportadas pof ía fragata Novara.
4Siegfrid Bemfeld, l-os estudios de Freud sobre la cocaína, i 953. Textos retomados en S.
Freud, Escritos sobre la cocaína, op. cit.t 309-352.
Freud coquera 31
Esta esperanza desmesurada (el término vuelve cuatro veces en seis líneas),
este entusiasmo contagioso, son aquí, hay que subrayarlo, señalados como
tales por Freud, efectos de la cocaína, su magia. Efectos directos, por qué no
pues nada prohibe pensar que Freud haya ingurgitado -el hecho es incluso
muy verosímil- una dosis de cocaína para escribir más fácilmente Über Coca.
Ahora bien, se trata de un texto que satisface en todos los puntos las
exigencias que corresponden a este género de ejercicio: descripción botánica
precisa de la planta, datos históricos detallados de su utilización en el Perú,
recorrido completo de la literatura científica que le había sido consagrada,
fórmula química del alcaloide, estudio de sus efectos en los animales,
repertorio de lo que se sabe de sus efectos en el hombre con aporte de una
experimentación original y, para terminar, como se debe, análisis argumen
tado de sus numerosas indicaciones en función de hipótesis que conciernen
a las vías y a los modos de acción fisiológica del producto. Es esencial notar
que hay aquí solidaridad entre una presentación de un rigor universitario
incuestionable y una creencia ciega en la acción mágica del objeto así
introducido.
En efecto, las lecturas que se han propuesto sobre lo q ixc designamos como
“el episodio de la cocaína” pasan todas al costado de esta solidaridad. De ahí
esta designación que hace de él un accesorio, episodion. O bien considera
mos, como lo hace Jones, que aunque Freud pudo, por primera vez en su
carrera, salir de los caminos trillados apoyándose sobre “un hecho aislado”,
no supo, en cambio, mostrar suficiente espíritu crítico como para dar su
verdadero valor a ese hecho. (La lectura del texto Contribución al conoci
miento de la acción de la cocaína, de enero de 1885, muestra cuán errónea
es esta opinión de Jones.) O bien, opuestamente, y esta es la posición de
Byck, hacemos de Freud un precursor de nuestra moderna psicofarmacología
(el término es de 1920) en la línea de Moreau de Tours (1845): se señala
entonces el carácter cuidadoso de sus experiencias, el valojcparadigmático en *
psicofarmacología de la figura del experimentador que se toma a sí mismo
como cobayo, pero nos condenamos así á no poder dar ya cuenta del hecho
de que Freud, finalmente, renunció bastante rápidamente a proseguir sus
investigaciones “psicofarmacológicas”. Ahora bien, es claro que hay lugar
para dar cuenta a la vez acerca del interés de Freud por la cocaína y sobre
, la brusca mudanza que puso fin a ese interés. Si Jones minimiza su alcance,
Byck, al elogiarlo, lo eterniza al hacer de él un modelo. La dificultad nace
aquí de que uno y otro intentan escindir en dos dominios distintos los trabajos
científicos de Freud sobre la cocaína y su creencia en las virtudes milagrosas
del producto.
De ahí la especie de enceguecimiento que hace escribir a Bemfeld, quien sin
7 (Carta del 29 de junio de 1884, traducción de Joaquín Merino Pérez, en Sigmund Freud,
Epistolario I, Plaza y Janes. Barcelona, 1970. p. 110). Lo mismo en una carta del 2 de junio de
1884: “Y si te muestras indócil, ya verás quién de nosotros dos es el más fuerte: si la dulce niña
s que no come suficientemente o el gran señor fogoso que cieñe cocaína en el cuerpo”.
32 acerca del camino abierto por Freud
* En una carta del 30 de junio de 1884, Freud, al evocar su última separación, se describe a sí
mismo en esta situación como un soldado consciente de que debe defender una posición “perdida
por anticipado”.
Freud coquero 33
Esta cientificidad puede incluso ser designada como el punto en que Freud
diverge radicalmente de Moreau de Tours.
Con Moreau de Tours, el hachís abre al psiquiatra la vía iniciática -la palabra
viene de su plum a9- que le permitirá tener acceso a la fuente misma de la
locura. Decir la fuente se impone en efecto pues los diferentes “trastornos del
espíritu” no son más que los “signos exteriores” que se originan, todos, en un
supuesto “hecho primitivo” 10. “Al develar el hecho primitivo -escribe
Moreau de Tours-, la lesión funcional primordial de la que proceden todas las
formas de la locura como varios arroyos de una misma fuente, espero extraer
de ello algunas enseñanzas útiles con relación al mejor modo de tratamiento
de esta enfermedad” “ . “Esta enfermedad”: la locura es una enfermedad en
singular cuyo modelo es la excitación m aníaca12presentada como el modo
de ser loco que mejor corresponde a la actividad del pensamiento entregado
a sí mismo. “Nada es comparable con la variedad casi infinita de los matices
del delirio si no es la actividad misma del pensamiento”, observa Moreau de
Tours no sin pertinencia. De allí la analogía para él fundamental del sueño y
del delirio. Si en esos estados de locura, delirio o sueño, el pensamiento está
entregado a sí mismo, es porque ha sido lesionada la vida que resulta “de
nuestras relaciones con el mundo exterior, con ese gran todo que llamamos
universo” l3. Entonces la otra vida (pues según esta teoría al hombre le han
sido otorgadas dos vidas) que es imaginación y memoria y ya no voluntad,
se encuentra excitada y puede más así que la primera, y realiza con ella una
“fusión imperfecta”, resultado de la lesión supuesta. Al realizar, también,
esta fusión imperfecta en el que la consume, el hachís le abre de este modo
un acceso a esta otra vida, pero con la especificidad de que deja intactas su
facultad de observación e incluso de acción. De allí el interés para el
psiquiatra quien encuentra una confirmación de su teoría de la acción
específica del hachís en el hecho de que el nombre de los bebedores de hachís,
hachichiya, dio en lengua francesa el término assassin, asesino, término que
al principio nombró a los sectarios sirios que no vacilaban en matar con el
mayor salvajismo a los jefes cristianos o musulmanes, ferocidad que se
atribuía a la influencia del hachís.
La lesión aparecía así, en íyloreau de Tours, como el elemento explicativo
último de toda locura. El fin de su obra está consagrado14a dar una respuesta
a un problema controvertido apasionadamente: ¿lesión orgánica o lesión
funcional? Que se las arregle con una pirueta al imaginar la existencia de una
lesión orgánica no localizable como tal en el organismo, indica suficiente
mente que lo importante es mantener el apoyo tomado sobre la lesión como
significante. Pues ¿qué podría ser, entonces, si no un significante, esta lesión
orgánica sin órgano lesionado? Esta observación toma todo su alcance por su
corolario: la ubicación en un segundo plano de las diferencias que la locura
presentifica, que no son más que contingencias formales, secundarias con
respecto al hecho primordial. Pero, justamente, por ser consideradas como el
colmo de la extravagancia, por ser tomadas como insignificantes, esas
diferencias son, dé hecho, aceptadas como ligadas exclusivamente con el
juego del significante: “Una vez que ha sido roto el lazo de las asociaciones
regulares de las ideas, entonces los pensamientos más extravagantes, más
curiosos, las combinaciones de ideas más extrañas se forman y se instalan,
por decir así, de manera imperativa en el espíritu. La causa más insignificante
puede darles nacimiento exactamente como en el estado de sueño”11. Moreau
de Tours ilustra con un caso tomado de Esquirol esta extíftSifaBcla del
significante: “La dudad deDIfeStá dominada por una roca qué llam anlil?.
A un joven se le ocurre agregarla letra U a la palabra Die, iftMÉÉÉMifaugii
la palabra D1EV (Dios), y todos los habitantes de Die son dioses para él.
Pronto reconoce el absurdo de este politeísmo y concentra entonces la
divinidad en la persona desupadre como el individuo más resgetabfoifcssfá
comarca”. La teoríapaquiátricaijue funda la verdad de U n n salaltesión
desconoce correlativamente los efectos de significante de los iÉA&iÉS
embargo da testimonio, al menos en su tiema infancia.
En los años 1384-1885, Freud no está interesado en la psiquiatría sino en la
neurología. El hecho es fundamental para comprender en qué debió diverger
su proceder del de Moreau de Tours, siendo que partía de datos y experiencias
similares y que ambos trabajaban sobre la base de las mismas exigencias
epistemológicas. Mientras Moreau de Tours, al fundar su teoría sobre la
analogía, no choca jamás con el hecho que constituiría un tope, Freud se
atiene resueltamente, en cuanto a su manera de interrogar los efectos de la
cocaína, al primer principio de la termodinámica y cuestiona con ese
principio los citados efectos. Ahoraiiien, es por eso que'la cocaína llegará
a sobrevenir para Freud como un objeto caído. Tal es la tesis que hay que
demostrar ahora.
Sea O el estado dado de un organismo. Dispone en esteestado de una cantidad
de “fuerza vital”1* F. Esta fuerza puede ser convertida en una cantidad de
trabajo W, también determinada perfectamente a partir de O. De donde
tenemos la secuencia:
O -> F -> W
Ahora bien, el efecto estimulante de la cocaína, el milagro que realiza, puede
escribirse como un valor W’ superior a W : W’>W. La elaboración teórica de
Freud a partir de Uber Coca consiste en interrogar cómo esto es posible y,
más aún, si no hay allí, con la experiencia del coquera, un cuestionamiento
consunción por gastar menos energía para permanecer con vida. Dicho de
otro modo, si W parecía transformado en W’, de hecho no era así para nada;
más bien W había permanecido constante pero lo que era utilizado para
sobrevivir no era W sino co, tal que © < W. Esta hipótesis respeta la
preeminencia del principio de conservación de la energía incluso si sigue
siendo opaca la razón por la cual la sobrevivencia exige del coquero un gasto
reducido de energía.
Resumamos esas tres hipótesis:
Fórmula de partida : O -> F -> W
1“ hipótesis O -> F’-> W ’
2a hipótesis O -> F - W’
3a hipótesis O ~> F -> co... W
Sólo la tercera hipótesis está en conformidad con la fórmula de partida, salvo
en que introduce una separación entre energía utilizada y energía disponible,
entre y W. La cocaína sería ese objeto que permitiría que haya -¿siempre?
(ese siempre, como apuesta imaginaria, es lo que constituye un problema)-
un excedente de energía disponible con respecto de la energía efectivamente
gastada. Hay que notar que el conjunto de la argumentación de Freud permite
situar, sobre la fórmula de partida, cada una de las hipótesis:
0 —> F >W
1° 2° y
Ahora bien, esta focalización del estudio energético de la acción de la cocaína
va a la par -la cosa es decisiva- con la afirmación de que la cocaína actúa
indirectamente, es decir por la intervención de los centros nerviosos o
también de lo que Freud, en Über Coca, llama “las influencias psíquicas”. Sin
embargo, si bi^i el papel de los centros nerviosos estaba planteado desde el
comienzo con el postulado del carácter no convincente de las experiencias
hechas sobre animales, esos centros no son considerados en Über Coca más
que como uno de los lugares posibles en que puede intervenir, con un efecto
terapéutico benéfico, la cocaína. Esta se halla indicada, entonces, en los casos
de neurastenia, hipocondría, histeria, postración, melancolía, estupor, todos
ellos casos que deben relacionarse con un debilitamiento psíquico, con una
“actividad reducida de los centros”.
He aquí, entonces, con esta debilidad psíquica un nuevo refrito de la lesión.
La debilidad psíquica es la explicación basal de esas enfermedades, su
supuesta referencia común. Freud se monta aquí a horcajadas sobre un
discurso que no es diferente del de Moreau de Tours. En su exposición
titulada Sobre el efecto general de la cocaína, leído ante la sociedad
38 acerca del camino abierto por Freud
la histérica en suma
J E. Jones, La vie et l'oeuvre de S. Freud, trad. franc., P.U.F., tomo I, p.248. (Hay edición en
español: Vida y obra de Sigmund Freud, Ed. Hormé, Buenos Aires, Tomo 1, p.237).
la histérica en suma 45
4 J. M. Charcot, Legons sur les maladies du systéme nerveux, t. IH, 1887, p.402. En adelante
mencionada así: LM.S.N.
46 acerca del camino abierto por Freud
'A T
Este objetivo es perfectamente identificado por Dejarme que, en 1911,
declara: “Por sus estudios sobre la histeria, Charcot supo sustraer a los
psiquiatras un territorio que éstos tratarán en vano de reconquistar. Cierta
mente, su doctrina sobre Iit‘histeria no permaneció .;;inía¿ta. Pero aunque
Charcot s¿SJo hubiera tenido el mérito de haber hecho comprender a los
médicos que, fuera de las lesiones materiales, los problemas planteados por
ciertos trastornos psíquicos ofrecían a su actividad un campo considerable,
•Sólo con eso le deberíamos todo nuestro reconocimiento,**12Sin embargo, lás
exigencias del discurso son tales, que ese “fuera de las lesiones materiales”
no podría concebirse de otra manera que como lesión funcional.
En Charcot, el calificativo de “funcional” viene a indicar que el tipo de lesión
que designa no es localizable (al menos hasta el presente) en la autopsia. La
11Freud. Sur le mécanismepsychique des phenoménes hystériques, 1S93. (O.C., Gp. df., Tomo II).
12Fresse Medicáis, París, abril de 1911.
la histérica en suma 49
hipnosis; pero lo hace para interrogar, con el caso Porcz» su articulación con
la teoría neurológica de la lesión,. '
Que la histeria corno cuadro oculte el significante-amo de la lesión funcional
es lo que Freud discute principalmente en “Algunas consideraciones con
miras a un estudia comparativo de las parálisis motrices orgánicas e
histéricas’’. Dicho texto da la razón a Charcot contra Briquet. Existe una
patología calificable de histérica fuera de su definición por la simulación: una
parálisis motriz histérica presenta características que permiten distinguirla
de una parálisis orgánica que afectaría a los mismos sitios del cuerpo.
Pero Freud va a volver esta patología contra lo que la hacía posible en
Charcot. ‘‘Puesto que únicamente puede haber una sola anatomía que sea
verdadera, y puesto que encuentra su expresión en las características clínicas
de las parálisis cerebrales, es completamente imposible que la anatomía sea
la explicación de las particularidades distintivas de las parálisis histéricas”22.
Aquí Freud rechaza el truco de prestidigitación qué constituye el término de
“lesión funcional”: o bien, dice él, ¡se trata de una lesión del centro nervioso,
y en ese caso, aunque sea transitoria o ligera, debe producir los síntomas
característicos de dicha lesión, lo cual está en Contradicción con la clínica de
la histeria; o bien - y ese será el camino abierto por él - hay que cambiar de
terreno y repensar diferentemente lo que ese término de “lesión funcional”
designa! "Uno se ve conducido'- dice - a creer que detrás de esta expresión
de "lesión dinámica " se esconde la idea de una lesión como el edema o la
anemia, que de hecho son afecciones orgánicas transitorias. Por elcontra-
rio, yo afirmo que la lesión en las parálisis histéricas debe ser completamen
te independiente de la anatomía del sistema nervioso, pues en esas parálisis
y otras manifestaciones, la histeria se comporta como si la anatomía no
exis tiempo como si no la conociera” M. Por lo tanto, el hecho de que la
parálisis braquial histérica no se acompañe de una parálisis situada del lado
del brazo paralizado contradiceja idea de utia lesión funcional; la clínica de
Charcot se opone a lo que la funda.
He aquí entonces a la “lesión funcional” desprendida de toda imaginanzación
usual de un referente; dicho de otro modo, tomada como un significante.
Interpretable de ahí en adelante, la lesión funcional es tomada al pie dé la
letra cotilo lesión de una función. Es sorprendeftte ver a Freúd, doce años
antes del texto sobre el chiste, apoyarse en un chiste para explicitar lo que
puede querer decir “alteración de la función”: “Se cuenta una historio
cómica a propóMto de un sujetó que se negaba a lomarte la mano porque un
soberano la había tocado. La relación de esta mano con la idea de reypa rece
tan importante para la vida psíquica de este hombre que se negaba a que esta
mano tuviera cualquier otro contacto "2i.
Esa proximidad con un relato cómico permite dar cuenta del síntoma
histérico. Supongamos una parálisis braquial histérica. La representación
misma del brazo no se manifiesta lesionada, puesto que, por el contrario, el
síntoma la revela “manos a la obra”. Por el contrario, existe - y ése es el
síntoma mismo - alteración de una función de esta representación: “Desde el
punto de vista psicológico, la parálisis del brazo consiste .en el hecho de que
la representación del brazo no puede entrar en asociación con las otras
representaciones que constituyen el Yo, del cual el cuerpo del sujeto forma
parte importante”. La “lesión funcional” es entonces interpretada por Freud
como una operación por la cual la imagen narcisista se encuentra lesionada
en una parte de sí misma. Estaparte, sustraída al orden especular, entra como
representación en relación con otra representación que, por el hecho de su
importancia para el sujeto, la atrae a ella, la quiere, de alguna manera, toda
para ella. Esta otra representación es calificada como “traumática” porque
implica un excedente de afecto del cual el Yo no puede desembarazarse; tal
representación es “causa de síntomas histéricos permanentes” porque realiza
la sustracción del registro del imaginario de uno de sus soportes simbólicos
que toma a su cargo ese excedente de afecto vecino de otra representación
y da a sí al síntoma su peso de real. La historia cómica hace sensible esa
relación de por lo menos dos significantes, donde el significante “mano”
representa al sujeto para el significante “rey”; con la consecuencia de excluir,
por ese hecho, la mano de los oficios de la limpieza, puesto que la limpieza
le haría perder esa realeza, incluso su nobleza. Seguro que durante el propio
tiempo de ese estrecharse de manoplas, un pensamiento informulado para él
mismo debió penetrar a aquel que, por estar así en presencia de la Real
Persona, no pudo más que prohibirse formular, en una injuria, el término:
“¡porquería!”.
Esta interpretación de la “lesión funcional” vuelve sobre la noción de
traumatismo que pierde su estatus, como se dice que uno pierde el hilo. En
efecto, para Freud, la discusión de la definición del traumatismo promovida
por la Salpétriére, va a implicar una modificación de la relación del médico
con el saber - con sus fallas, más precisamente.-
El síntoma histérico se presenta para Charcot a imagen del shock traumático;
nace de él tanto más naturalmente cuanto que no encuentra ningún obstáculo
por el hecho del shock nervioso. He aquí lo que Charcot enseña a propósito
de las parálisis histero-traumáticas de Pin y de Porcz: “...por un lado, la
sensación de pesadez, de pesantez, de ausencia del miembro contuso, y por
otro lado, la paresia que no deja de existir siempre hasta un cierto grado,
“ Ibid., p.208.
54 acerca del camino abierto por Freud
histeria - con decir que la enferma estaba afectada por una constitución
histérica y que bajo la presión intensa de excitaciones cualesquiera (subra
yado por Freud), podía, según su temperamento, desarrollar síntomas histé
ricos” "
Al rechazar el término de agente provocador como susceptible de metaforizar
lo que ocurre en ¿1 traumatismo, es el cualquiera de la excitación traumática
lo que Freud rechaza. Esa excitación no es cualquiera puesto que está ligada
a otra representación - a reserva de admitir que la otra representación,
insabida, sólo puede encontrar lugar con la puesta enjuego de otro discurso23.
En la época en que estuvo en París, Freud se hizo el portavoz de la histérica;
y los enfrentamientos con Charcot, aunque fueron discretos no dejaron de ser
registrados. Recordemos el incidente dé Anna O. Hubo otros. Un día,
Charcot, en contra de su propia tesis sobre las diferencias clínicas entre las
parálisis o anestesias de origen histérico y orgánico, sostenía que en ciertos
casos, y como consecuencia de una especie particular de lesión orgánica en
el nivel central, existe án^ógia completa entre la hemianestesia histérica y
la orgánica. Se cuestionaba así el punto mismo sobre el que Freud iba a
apoyarse para destruir, reinterpretándola, la hipótesis de la lesión funcional.
No es de asombrarse que inmediatamente haya insistido en presentar
objeciones. Esto es lo que dice: “Cuando, en la ocasión, me arriesgué a
planteatle la pregunta Súbré esMpuntó y üárgúmentarque aquello contra
decía la-teoría de la hemi-anopsia, me enfregfécím esté excelente Comenta
rio; 'la teoría está bien, pero eso no impide existir'. ” Si esas palabras debían
permanecer inolvidables para Freud, no es menos cierto que no í é S Í s u s
efectos como para que le cerraran el pico. En efecto, Freud agrega una
pequeña cosa que, como interpretación de la célebre sentencia, va a darle
retroactivamente su alcance: “Si solamente - escribe -se supiera lo que
existe ”29 Dicho de otra manera, lo que se trata de no impedir que exista no
es un mítico hecho bruto , sino realmente un saber.
Sj —» á
1 7 T
Ahora bien, ese saber no está tan seguro de su propia existencia como
parecería al principio. Eso es evidente cuando se interroga jai lógica clasifi
cadora que lo sostiene por detrás, en las relaciones que instaura entre el
cuadro y el síntoma. ¿Qué ocurre con el síntoma cuando se encuentra llamado
a integrar un agrupamiento donde el cuadro se constituye como “especie
i jjj
a “Es menester cuidarse de creer que el traumatismo actúa a la manera de un agentprovocateur
(en francés en el texto alemán) que desencadenaría el síntoma. Éste, vuelto independiente,
subsistiría luego”. S. Freud, O.C. Op.cit. Tomo II, p.32.
29 S. Freud, "Nota" a su traducción de Lecciones del martes, O.C. Op. cit.. Tomo I, p. 173
(Standard Ed, vol. I, p. 139). Ver igualmente: Freud, Mávie et la psychanalyse, traij. fr-, p.19.
(Presentación autobiográfica, I., Tomo XX, p. 13)
56 acerca del camino abierto por Freud
m, üp&fcp m¡
32 S. Freud, Charcot, O.C. Op. cit. Tomo III. p.14 (Standard Ed. t.IJI, p. 12-13).
s. 33 J, M. Charcot, Le$ons du Mardi, T. 1, p.231, citado por Trillat, Op. cit., p.17.
58 acerca del camino abierto por Freud
31P. Mane, "Eloge de J. M. Charcot” Bulletin de l'Académie de Medicine, 1925, XQL Citado
por G. Guillan, J. Ai. Charcot, sa vie, son oeuvre.
19J. M. Charcot L'hystérie, Textos escogidos por E. Trillat, p.101.
* J. M. Charcot, Ibid., p. 100.
41 S. Freud, Charcot, O.C. Op. cit.. Tomo III, p. 19 (Standard Ed. Vol. DI, p.17).
la histérica en suma 63
traducción,transcripción,
transliteración
' J. Lacan, Escritos 1, traducción Tomás Segovia, Siglo XXI, México, 1984, p.473.
2 J. Lacan, Seminario del 3 de julio de 1957.
3 Podemos dar cuenta de lo que “traducir” quiere decir, en una sociedad que no ha efectuado
la escritura de su lengua, con una hroma que los africanos de Banguá (una circunscripción
Bamileké) se contaban entre si, no sin encontrar en ello motivo de hilaridad. Hay que decir que
esta broma no fue dicha a los blancos sino después de la muerte del “traductor” africano del que
se trataba. La historia le ocurrió a*Un médico blanco de una misión protestante, el doctor
Broussous quien, para poder ejercer, udlizaba los oficios de un traductor africano llamado
André,pues no comprendía ni una palabra en banguá. Un día un granjero africano llegan In
consulta con una gallina. Se inicia entonces el siguiente intercambio de palabras:
- El consultante (se dirige en banguá a André): ¿Tendrá a bien el doctor que yo le traiga mañaíia
a mi mujer?
- El doctor (se dirige en francés a André): ¿Qué quiere que bagacon esta gallina?
- A.ndré (al doctor): Quiere que usted atienda a su mujer.
- El doctor (a André): ¡Qué la traiga!
- El consultante (intri gado por lo que acaba de oir sin comprender, se diri ge a André): ¿Qué dice
el doctor?
- André (al consultante): Dice que le entregues la gallina a mi mujer y que traigas mañana el
dinero con tu mujer.
traducción, transcripción, transliteración 69
quería decir al revés, al vés-re, "son poids” (su peso), y que así él “cargaba
su peso” al menos en el sueño. Consecuentemente, tomaba su alcance el
hecho de hacérselo saber a su mujer pues el chiste (no gran cosa como chiste,
pero el inconsciente si bien es snob, como dice Albert Cohén, no és mojigato)
decía a su oyente lo que el sueño había cifrado volviéndoselo aceptable. Su
respuesta alcanzaba así su dirección pero sin lastimarla.
En el div|n se presentaban, ciertamente, otras prolongaciones asociativas.
“Gordo” era disimulado,, censurado, en los comercios burgueses en que,
cuando niño, lo vestían. “Robusto”, decían de él, con un muy robusto
equívoco, “robusto”, ya que aplicado a un hombre como calificativo no tiene
nada de peyorativo. En resumen, había recibido la observación dé su mujer
como una castración imaginaria y la interdicción que se había impuesto a sí
mismo, sin saberlo, de darle una respuesta demasiado brutal que la hubiese
herido, no era más que la consecuencia de la imaginarización, en el lugar del
Otro, de la herida que él había recibido sin saberlo. El malentendido es aquí
patente, pues admitía ahora que su mujer, al decirle eso, estaba lejos de querer
destituirlo de su posición de hombre “robusto”: ¡para ella, gordo no evocaba
robusto, sino más bien el impedimento para serlo!
Sin embargo, ésas prolongaciones desorientan al lector; le hacen creer que
dicen lo verdadero sobre lo verdadero de ese sueño, siendo que no hacen,
como el sueño mismo, como su desciframiento en un chiste, más que medio-
decir esta verdad. Esas prolongaciones tienen ellas mismas otras prolonga
ciones y la nominación por Freud del ombligo del sueño quiere decir que no
hay ninguna posibilidad de alcanzar jamás eso verdadero sobre lo verdadero.
Es, entonces, legítimo atenerse a la secuencia (nunca tenemos que ver con
otra cosa): observáción de la víspera / sueño / chiste.
El sueño da al “has engordado” otra respuesta que aquella que fue formulada,
como si esta última no hubiese sabido resolver la cuestión que la observación
reavivaba. Llevar o no su peso, tal habrá sido esta cuestión. El futuro anterior
es aquí exigible pues la cosa no aparece más que en el tiempo tres, el de la
interpretación del sueño por el chiste. Se habrá tratado de llevar su peso como
uno lleva su edad o como uno “la lleva más o menos bien de salud”. ¿Qué es
lo que realiza el sueño con relación a esto? No traduce en otra lengua el anhelo
de este analizante de llevar su peso; y el empleo bajo la pluma de Freud del
término de Ubersetzung con este fin implica una definición tan laxa de lo que
es la traducción que nadie podría contentarse con ella. La extensión dé su
concepto abre entonces la vía a un tipo de interpretación que hay que llamar,
en efecto, abusiva. El “eso traduce... esto... o aquello” desprende la traduc
ción de lo literal y siguen, entonces, las imbecilidades que, en boca del crítico
72 los sesgos de lo literal
5“El contenido del sueño se da, por decirlo así, en una escritura de imágenes cuyos signos deben
transferirse uno por uno en la lengua de los pensamientos del sueño. Seríamos inducidos
evidentemente al error, si se quisiese leer esos signos según su valor de imagen en lugar de leerlos
según sus relaciones de signos” Estas líneas (Gesammelte Werke, H/III, pp.283/284) introducen
el término de rébus o también el dcBilderrdtsel -adivinanza pero también enigma con imágenes-
que Freud plantea como equivalentes.
6 Es decir que yo apruebo la malevolente lucidez de un F. Georges que permanece demasiado
reservado sin embargo en las conclusiones que extrae de lo que llama con tanta pertinencia el
efecto “Yau de Poéle”, haciendo referencia a esos diálogos aparentemente absurdos que se
construyen cuando alguien encadena con la última sílaba de una intervención, una frase que no
tiene forzosamente nada que ver con la de su interlocutor. (Así, por ejemplo, en francés, alguien
dice “Comment vas-tu” y le responden “yau de poele”. Es decir, en español, -¿como andas tú?,
-”bo de chimenea”) ¡Lastima qué F. Georges no prolongue sus consideraciones declarando sin
valor la escritura china donde el “Yau de Poéle” juega un papel tan decisivo! Observación válida
igualmente para el texto de Freud sobre ei chiste. Lo serio no está donde uno cree. Véase
Kierkegaard.
74 los sesgos de lo literal
el pas-de-barre fóbico
James J. Février relata la Historia sigúlfate: Abd Alláh ibn Táhir. gobernador
del Khorasan, recibió en el ano 844 una misiva que incluía por primera vez
signos-vocales. Ofendido por el hecho de que el gobierno centra! pusiera en
duda de esta manera su capacidad de lector, considerando como una descor
tesía hacia él esta introducción de los signos-vocales, Abd Alláh ibri Táhir
habría declarado: “¡Qué obra maestra sería sin todos estos granos de Cilantro
que le han espolvoreado!1”
Una clínica que fuera psicoanalítica se caracterizaría por una relación con lo
textual que no se negaría a aprender de esos granos de cilantro. Esta es la vía
abierta por Freud. Cuando Lacan -retomando ese hilo-, define la clínic'S
psfcoanalítfcaeGmo “el real en tanto que imposible de soportar”, su práctica
de lector invita a prolongar esta definición: este real es imposible de: soportar
de otra manera que no sea por el escrito. No es que el escrito vuelva a la
clínica psicoanalítica soportable, sino que es lo único que puede permitir que
Se haga valer su imposibilidad. Que lo logre -o no- es un asunto ya
introducido aquí. Sin embargo, sigue siendo cierto que, incluso si se rompe
las narices contra eso, un psicoanalista no se adentra sxa consecuencias en
esta vía. La primera de ellas es deshacerse efectivamente de la demasiado
célebre “intuición clínica” que es la consigna de Ja comprensión.
Sólo el pat&tesis’comprende, y quien pretende ‘‘comprender1’, pone la que
molesta entre paréntesis, así se mafttiéfté el bienestar de la evidencia.
2 Citado por J. C. Carriére, Humour 1900, ed. 'Tai Lu", París, p.314.
J La raison graphique, título de un libro de G. Goody en las Ed. de Minuit.
el “pas-de-barre’/óbico 81
pertinente volver a pasar en una segunda y una tercera vuelta de esta lectura
por este punto de encrucijada. :
¿De qué manera la intervención del padre real hubiera podido liberar al
“pequeño Hans” de este callejón sin salida? La castración simbólica que él
solicita varias veces -¡Pero cógetela de una vez! Permíteme que pueda
finalmente chocar contra la piedra*- sacando el asunto de manos del niño,
habría tenido un valorresolutivoal autorizarlo aponer asu falo pon un tiempo
en re-creo. ¿Por qué razón, se dirá, esperar esto de un padre real? DiígÉió det
otra manera: ¿en qué consiste el carácter devastador de la castración materna,
mientras que la que viene del padre tiene valor de salida? Si toda investidura
viene del Otro, no cualquier pequeño otro va a poder encontrarse en posición
de emitir un enunciado que, como dicen los lingüistas, tendrá valor
“performativo”. El niño sólo puede esperar su identificación sexuada, ese
don de la castración, esta anulación del objeto fálico marcado a partir de ese
momento de un “a cuenta” para un goce posterior, su legitimación de
falóforo, de alguien que está él mismo en posición de poder arriesgarse a la
eviración y que demuestra, comportándose como es debido con su mujer, su
propia dependencia del significante.
/
* La instauración de lafobia suple lafaltade estasolución. Que el objeto fóbico
se presente como parásito que puede ir hasta paralizar gravemente los
movimientos del sujeto, no autoriza a desconocer que este parásito no
solamente es designado con un nombre, sino más aún, y por eso mismo, que
es localizable; sólo paralizas! es tomado como señal de inhibición, a partir
de lo cual se encuentra instaurado un trazo que divide entre lo que es
trecueniable y lo que no lo es. Un miedo localizado, un miedo de algo que
se encuentra designado de manera precisa, es ya algo muy diferente del
colmo de la angustia (no “mucha angustia”, sino el colmo como angustia) de
introducir, para el sujeto, “la falffi en ser en la relación de objeto”.
Esta última cita formula, en Lacan, ei efecto metonímico. El objeto fóbico
sólo introduce una fractura en el UniVerfótMsujeto porque se constituye, no
metonímicamente, sino más exactamente con una metonimia. En el diálogo
del 9 de abril con su padre, el “pequeño Hans” declara que fue en Gmunden,
en ocasión de sus ultimas vacaciones de verano cuando, como él dice, “le dio
la tontería”. Jugando al caballo, uno de süs amigos se había lastimado, lo que
hacía que los otros dijeran todo el tiempo “Wegen dem Pferd”, es “a causa del
caballo”. Wegen es a la vez homófona y homógrafa en plural de Wagen
(carro), cosa que el padre y Freud no dejaron de notar. Este episodio es
anterior a la primera manifestación del síntoma fóbico (enero de 1908) por
algunos meses. Entre ambos, un sueño de angustia hace visible, para el
6 S. Freud, Cinq psychanalyses, P.U.F., París. 1967, p. 151. (En español: Obras Completas,
tomo X, Amorrortu ed., Buenos Aires, 1980, p.69).
el “pas-de-barre "fóbico 87
Gooáy observa que los primeros documentos escritos dé los que disponen los
doctossonslsten en una parte no desdeiítbte }Ven algunos lügaiss, mayori-
9 J. Goody, The domestication ofthe savage mind, 1977, traducido en 1979 en las Éditions de
Minuit bajo el título La raison grafique.
90 los sesgos de lo literal
10Estas observaciones demuestran su pertinencia al permitir resolver, sin más dificultades, una
cuestión que permaneció hasta ahora, para los doctos, en estado de enigma: ¿Cómo ocurre que
nuestro alfabeto haya conservado tan escrupulosamente desde su punto de partida fenicio el
orden de la sucesión de sus letras? Y tanto más curiosamente cuanto que este orden no dene
ningún sentido. La respuesta hará el papel de huevo de Colón por ser dada por la pregunta
misma. ¡Es que se tiene siempre necesidad de un orden que no tenga ningún sentido y la cosa
resulta tan infrecuente que no es cuestión de soltarla cuando uno se encuentra con ella en manos!
el "pas-de-barre ”fóbico 91
16Se encontrará el texto de este soneto citado por M. de Certeaü en: La possession de-Loudun.
Coll. Archives, Gallimard, París, 1980, p. 160.
94 los sesgos de lo literal
a ser necesario, con el tercer giro de la lectura, escribir lo que liga esos
elementos alfabéticos unos con otros, únicá manera de no dejar en el misterio
la apuesta simbólica de la proliferación imaginaria.
Ya no se trata en adelante, en efecto, de atenerse a un lenguaje conceptual.
Lacan es completamente explícito sobre este punto: él objeto fóbico “no es
accesible de ninguna manera ala conceptualización, si no es por intermedió
de esta formalización significante” n . la misma que, a título de grano de
cilantro, introduce c! tercer giro.
“Formalización” impiica fórmula. Sólo la fórmula es susceptible de entregar
la razón del progresó metafórico que ¡a observación atestigua. E! proceder de
Lacan se distingue aquí del de Lévi-Strauss; si ésto, en efecto, propone, para
terminar, una fórmula para “todo mito” ut Lacan escribe tina, serie de
fórmulas, cada una de las cuales corresponde a un recorte dado de la
fomentación mítica del “pequeño Hans”. A cada elemento alfabético ante
riormente transcripto responderá su fórmula, tales la regla ala que se somete
este tercer giro.
Hay conexión y cierre del tercer giro con el primero. Para comenzar,
conviene formalizar lo que había sido enunciado dél estatus dé la fobia como
lo que suple al defecto del don de su castración, que el “pequeño Hans” espera
de un padre real, y de una manera tanto más imperiosa cuanto que han
resultado incompatibles (esta incompatibilidad es laCrisis misma) su recien
te posición de falóforo y lo que hasta allí orientaba su mundo: su relación con
la relación de su madre con el falo imaginario.
¿Qué quiere decir ese “don de su castración”? Para escribir aquello de lo que
se trata, Lacan se apoya en ia escritura de la metáfora, contemporánea, hay
que notarlo, dé su lectura del “pequeño Hans”. He aquí esta escritura:
Se sabe que Lacan ilustró esta escritura con una metáfora tomada de Victor
Hugo: “Su gacilla no era avara ni tenía odio” {Sa gerbe n' étmtpos ovare ni
haineuse). La fórmula subraya el hecho dé que, en el tiempo mismo de la
producción metafórica, la substitución de “su gavilla” por “Booz” anula a
“Booz”. Ya no podrá tratarse en adelante de que él tome el lugar de “su
gavilla”, “el frágil hilo de la pequeña palabra su que lo une a él es un obstáculo
más...”15. Pero, correlativamente, esta abolición radical de su nombre propio
se presenta como un precio pagado por una creación, por un salto que es,
como se sabe, el acceso de Booz, a pesar de su edad avanzada, a la paternidad.
Esta relación anulación/re-creación es precisamente la misma que juega en
lo que concierne a la castración simbólica. Por ser puesto fuera del juego
temporalmente; %<pbjeto .^íalo imajpttáná* recibe allí su legitimación para
un goce ulterior; Lá salida del Edipo por la castración sim bólfe resulta así
Sasi^i^íí>l¿)dk'Stá: inscripta en Uná;fónnu|á que retoma en su disposición la
de la metáfora: «■
36 S. Freud, Cinq psychanalyses, Op. cit., p.l 38, (S. Freud, Obras completas, Op. cit., p.108).
el "pas-de-barre "fóbico 97
según cada ocasión, cabría proponer escrituras para las fórmulas que faltan
y desprender luego, a posteriori, las reglas de ortografía que quedan, en parte»
implícitas en el texto de Lacan. Sin embargo, dado que mi objetó no es aquí
el “pequeño Hans” sino la lectura que Lacan hace de él, considero suficientes
las Indicaciones retomadas aquí. Esas indicaciones permiten extraer algunas
conclusiones.
Esta lectura sé ordena en tres líneas superpuestas:
1) El cifrado conceptual. Es el nivel de la traducción.
2) Una transcripción de las fantasías del “pequeño Hans” en Una Serie, de
elementos alfabéticos, ordenada temporalmente.
3) Una transliteración (planteada en principio y realizada en parte) de cada
uno de esos elementos, tomados uno por uno, y formalizados en otra escritura,
qüe toma su punto de partida en la escritura de la metáfora.
Sólo este tercer nivel es susceptible de dar cuenta del asunto, del surgimiento
de la fobia y también del hecho de que llega un tiempo en que ella cae en
desuso. En los últimos seminarios del año universitario 1956-1957, Lacan
manifiesta su vacilación en “dar una serie de formulaciones algebraicas”.
“Me repugna un poco hacerlo, por temer que, de alguna manera, los espíritus
no estén todavía completamente habituados a ello, abiertos a ese algo que,
creo, está a pesar de todo en el orden de nuestro análisis clínico y terapéutico
de la evolución de los casos, [algo que es] el porvenir. Quiero decir que todo
caso debería poder llegar a resumirse, al menos en sus etapas esenciales, en
una serie de transformaciones de las que les he dado la última vez dos
ejemplos...” (A continuación se retoma el comentario de las fórmulas
numeradas aquí como 111 y IV 27.
Es un hecho que este abordaje de la clínica psicoanalítica no encontró
prácticamente ningún eco; no hay un solo trabajo que haya hecho suyo él
modo de lectura aquí puesto en práctica. ¿Quiere decir, acaso, que se trata de
una simple cuestión de método? Ciertamente no, si se entiende por ello algo
que sería exterior y extraño a su objeto.
En efecto, no carece de riesgosaventurarse más allá del cifrado conceptual.
El peligro no está tanto en la formalización como tal (después de todo ella es
algo familiar para los instruidos) como en lo que reclama necesariamente, a
saber, la afirmación de que lo que laformalización escribe no es simplemente
para el analista sino que vale también para el sujeto del que hace caso.
Justificaré primero la pertinencia de esta observación, antes de ponerla en
-10 Lexa, La magie dans l'Egypte ancienne, pp. 77,78 y 88 y lámina LXXL J. Ph. Lauer,
Saqqarab, p. 180 y figura n° 155.
el "pas-de-barre"fóbico 101
Fragmento de los “textos de las pirámides”. El jeroglífico señalado presenta la siguiente partí
cularidad: sólo la parte anterior del bovino fue pintada de verde como cada uno de los otros je
roglífícos del texto; su parte posterior había sido tapada con yeso. Tales hechos se comprueban
en otros jeroglíficos que figuran otros grandes animales. Cír. Jean Philippe Lauer, Saqqarah,
Tallandier éd., París, 1976, p. 210, figura 155, fuera de texto.
Tales hechos son difíciles de interpretar pero hay dos pantos que quedan
adquiridos. Primero, se trata aquí de elementos del texto con iguales títulos
que los otros elementos textuales a los que acompañan. Este punto es
incuestionablé. Se podrá discutir mucho más sobre el segundo punto, pues
apela a la teología egipcia. Se sabe que no hay en los antiguos egipcios
adoración como tal de la imagen, pero que, en cambio, ésta es susceptible de
adquirir vida, de recibir, de albergar por un tiempo lo que llaman el Ka y que
tradujimos lo mejor que se puede -seguramente muy mal- por “el espíritu”.
Este posible albergue, que opera para la imagen, la estatua y también para la
momia, depende de la buena voluntad del Ka que puede decidir pasar la noche
vagabundeando por el valle o reocupar su imagen en la tumba (imagen que
yo privilegio aquí porque, como en el caso de Lacan, el cuerpo es pensado por
los egipcios como puesto en el plano). En una pequeña parte, sin embargo,
102 los sesgos de lo literal
fóbica como tal (una cifra, es decir “tino no comprende nada”), no es otra cosa
que el miedo, o sea la angustia aligerada.
F.l miedo es el afecto dé lá barra que, para el fóbico, no puede ser efectiva (en
el lugar del Otro) sino afectada. ¿No se habla, acaso, de afectación cuando
uno se encuentra una manera de ser simplemente,subrayada? '
F.n las pirámides de Unas o de Teti, se encuentra otra manera de marcar el
valor escritural del ideograma. En lugar de subrayar este valor con uno de los
rasgos más arriba enumerados, el escriba ha suprimido pura y simplemente
el ideograma w f, reemplazándolo, puesto que escribe el trilítero rmf
-con los tres unilítéros ^^m s=s?^ue corresponden, respectivamente, á r,
m y t. El caso merece nuestro interés pues basta con producirlo para que sea
demostrado que una transliteración puede hacer las veces de barra. No sólo
hace las veces de barra sino que es barra. Se trata, en efecto, de una
transliteración porque, en su preocupación por marear con una cifra el
escrito, el escriba pasa de una manera de escribir a otra manera al borrar
radicalmente esta vez todo resto pictográfico. Habría bastado con que este
procedimiento se generalizara para que la escritura egipcia dejara de ser la
bastarda que manifiestamente era para volverse una escritura alfabética ®.
Así resulta que, al transliterar ur.o por uno los conjuntos sintácticos antes
transcriptos, Lacan no introduce, con su álgebra, un cifrado suplementario
que tendría estatus de metalenguaje; el cifrado suplementario permanece en
la línea recta instalada con la fobia. O, támbién, para decirlo de otro modo,
no hay diferencia esencial entre lo que da a leer Lácan y lo que da a leer el
“pequeño Hans”. •
Esto no significa que la transliteración carezca de consecuencias. Permite, en
particular, situar la función del síntoma. Que la fórmula III de lá crisis no
satisfaga la de la metáfora da en contrapunto la función del síntoma fóbico
(IV) que, como pas-de-barre, paso de barra, instaura una disposición
isomorfa con la de la escritura de la metáfora. Es decir que el síntoma efectúa
L
Capítulo cinco
Mientras que los ciftamientos puestos enjuego para la lectura podían variar,
en Lacan por el contrario, se maniñesta como una constante ese modo de la
lectura y, correlativamente, ese abordaje del síntoma. Lacan lee el caso de la
joven homosexual con el esquema L; Schreber, con el esquema R, Joyce con
el nudo borromeo,... etc. Acabamos de concluir el capítulo anterior con la
importante observación de que ese modo de leer con el escrito implica que
el síntoma sea tomado en cuenta como aquello que suple la falla de la
transliteración. ¿ ♦
No hace falta proceder exhaustivamente para confirmar esto; todos pueden
hacer la experiencia. Pero puesto que se necesitan al menos dos ocurrencias
para poder decir: “...y así sucesivamente”, elegiremos ahora estudiar el texto
Jeunesse de Gide ou La lettre et le désir (Juventud de Gide o La letra y el
deseo), que, además de esa confirmación, ofrece la ventaja de presentar, con
el fetiche, su contrapunto a la fobia.
Veamos: se realiza un baile en la casa familiar de los Gide. Alertado por el
rumor inhabitual, el joven André se atreve a descender furtivamente algunos
escalones de la escalera; es menester ir a ver. Cito: “Nada tiene el aspecto
acostumbrado; me parece que voy a ser iniciado de golpe a una vida
misteriosa, diferentemente real, más brillante y máspatéticay que solamente
comienza cuando los niños pequeños están acostados .” Una bella Dama
1A. Gide, “Si le grain ne meurt” (hay traducción española: Si la semilla no muere, Ed. Losada,
Buenos Aires) en Poésies, Journal, Souvenlrs, N.R.F., 1952, p. 310..
2 Jean Oelay, La jeunesse de Gide, Gallimard, L I, p.147 y 148.
3 J. Delay, Op.cit.,1.2, p.636.
4Id., l I,p. 549.
3/d.,t. l,p . 173.
6 Id. L 2, p. 310.
donde el deseo bribón vale-nada 107
12J. Lacan, "Jeunesse de Gide", Ecrits, op. cit, p. 757. (Escritos, op. cit., p. 736).
13 J. Deláy, op. cit., 1.1, p. 252.
14 Cfr.: 1) La metamorfosis de Gribouille en vegetal (J. Delay.t. l,p.250);2)el juego de derretir
los soldaditos de plomo (t. 1, p. 142 y 149); 3) la frase "el estropicio me hacía desfallecer" a
propósito de Una lectura de Madame de Ségur donde una doméstica, a quien le hacían
cosquillas, dejaba caer al sUelo toda una pila de platos.
15 J. I-acan, Seminario sobre “Les formations de Vinconscient' del 26 de marzo de 1958.
J. Delay, op. cit., p. 402, t. 2.
donde el deseo bribón vale-nada 109
171. Delay, id.. t. I, p. 358, así como p. 297 (con la 0'a), t. 2, p. 381 (¡a suiza), y p. 223 (la
andaluza).
w J. Delay, L l.p . 357,
19J. D eiay .t l.p . 200.
x 20J. Deiay, t 1, p. 525.
110 los sesgos de lo literal
21 Ecrits, p. 762. (Escritos, op. cit., p. 742, traducción modificada por nosotros).
22Sobre el esquemaL, ver J. Lacan: Écrits, pp. 53,548,551 (Escritos, pp, 47,530,533) así como
el texto que lo introduce en el seminario Le moi dans la théorie de Freud et dans la techniaue
de la psychanalyse, sesiones del 2 de febrero, 25 de mayo y 1° de junio de 1955. Ver también,
aquí mismo: “el engarzamiento de la transferencia", cap. IX.
23 Ver J. Lacan. Le moi..., sesiones del 2 de febrero y 25 de mayo de 1955.
donde el deseo bribón vale-nada 111
más allá del principio de placer”. Por el momento, lo tomo en cuenta en tanto
escrito del cual depende una lectura.
Situar con el esquema L la empresa gideana puede parecer totalmente
inadecuado y lo es, en efecto, puesto que la posición de exclusión de su
relación con el semejante, de la que Gide da testimonio, prohíbe dar
consistencia a la línea a-a’; la disolución enturbia siempre, con la del otro, la
imagen que no cesa jamás de no hacerse “Yo” . ¿Hay que admitir por lo tanto
que un hecho de este orden obliga a no desestimar el esquema L, e incluso
invalida ese esquema? Esa no es la consecuencia que extrae Lacan quien, por
el contrario, funda sobre este obstáculo para la transliteración el carácter
necesario, para Gide, de su empresa.
Lacan nota “que se redoblan en las creaciones de! escritor, las construcciones
más precoces que fueron más necesarias en el niño, por haber tenido que
ocupar esos cuatro lugares que se volvieron más inciertos por la carencia que
allí se alojaba”24. Lo necesario de que se trata aquí es aquello mismo que
escribe el esquema L (directamente designado cinco líneas más arriba). Así,
leer con el esquema L, quiere decir reconocer que la empresa gideana se
escribe tanto “más” necesariamente con el esquema L cuanto que hay
obstáculo para la transliteración. Allí donde no se satisface a la transliteración,
está lo necesario; o sea, lo que, a título de suplencia, va a hacer que el esquema
se satisfaga a pesar de todo. Encontramos aquí lo que y a ha sido señalado en
lo concerniente al estatus del síntoma con el pequeño Hans.
Tener que ocupar los cuatro lugares del esquema L no es un asunto
desestimable. El estudio de Lacan desarrolla sus consecuencias -dicho de
otro modo, el asunto mismo.
En primer lugar, en el imaginario, donde el problema implica lo que Lacan
nombra “desdoblamiento”23 (diferente -como se verá- del “redoblamiento” ' ■
citado más arriba). El defecto de lo semejante trae un desdoblamiento, cuya
figura ejemplar encuentra Lacan en un estudio de Lévi-Strauss sobre las
máscaras26. La cuestión de lo que quiere decir “desenmascarar” se encontra
ba planteada en Lévi-Strauss a partir de un conjunto de rasgos estilísticos
análogos, señalados por los antropólogos, entre producciones artísticas de
poblaciones sin embargo muy alejadas: Uná de esas características había
recibido el nombre de “split representation” : un dibujo caduveo muestra un
rostro tatuado compuesto por dos perfiles adyacentes. El trazado sobre el
plano no respeta las leyes del trompe-l’oeil o perspectiva engañosa, que
tienen las dos dimensiones, pero elige reproducir sobre el plano soporte, sin
deformación, el decorado tal como habría podido ser dibujado sobre el rostro;
de allí proviene ese efecto de perfiles acolados. Lévi-Strauss interpreta esta
MJ. Lacan, Ecrits, p. 751. (Escritos, p. 731. Traducción modificada por nosotros).
35 J. Lacan, Ecrits, pp. 752 y 757. (Escritos, pp. 732 y 737).
24 Ver Cl. Lévi-Strauss, Antropología estructural, artículo "Arte", EUDEBA, Buenos Aires,
' 1968, pp. 221 a 228.
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donde el deseo bribón vale-nada 113
Reconocerse en Goethe será decisivo para Gide a partir de allí. El “yo no soy
igual a los otros” se prolonga desde entonces en un “yo soy elegido”.
Gide expresará de mil maneras ese entrecruzamiento que constituirá en lo
sucesivo la tensión de su vida; así, anota: “...cuando uno está envuelto por lo
admirable se tiene el mayor deseo de ver el en ‘otra parte’ (muy difícil de
escribir esto)”29. El pasaje de lo blanco del casamiento al de la hoja hace
posible la erección de la obra, pero de una obra que llevará necesariamente
el sello de ese desplazamiento. Sin duda vuelve a poner enjuego lo que se
encontraba simbólicamente sustraído (levanto aquí el aspecto alusivo de esa
“sustracción simbólica” que Lacan designa en la página 754 de los Ecrits-, p.
734 de los Escritos) con el amor de Madeleine; pero si el deseo encuentra su
ley ahí, es al precio de desautorizarse a sí mismo en lo que apunta a la obra,
a saber, su propia unidad. Pigmalión se consagra a su estatua no ignorando
que ella no será reconocida como una, más que después de su propia muerte.
Pero, ¿cómo fundar la unidad de una obra? Gide recibe de Goethe la
afirmación posible de la unidad, no la de un corpus entregado en su
completamiento, tanto más problemático cuanto que intervienen los peque
ños trozos de papel, sino la de un estilo; el estilo presentificado por el ideal
de la belleza clásica. De Helena, que lo encarna, Goethe escribe: “Sie istmein
einziges begehren!” (ella es mi único deseo); y Gide, al encontrarla “esplén
dida”, no hará suya esta única exigencia sino interpretándola como exigencia
de lo uno30.
No conozco nada más susceptible de hacer resonar el aforismo lacaniano
según el cual “El estilo es el objeto” que esta relación de Gide con su obra.
¿Se hará alguna objeción evocando el nomadismo? Sería olvidar que “esa
bella pal abra: NOMOS, pasturaje”31evoca a MONOS y que así el nomadismo
revela ser un monoteísmo: “Fíjese: yo creo que llamo lirismo al estado del
hombre que consiente en dejarse vencer por Dios”32.
A la obra monolito, Madeleine le ha dado un golpe fatal. Antes que nada, hay
que admitir que ella se encontraba con respecto a Gide en una posición en la
cual semejante acto -que Lacan calificó como el “de una verdadera mujer”-
podía surtir efecto. No es que deBamos sacar la conclusión, por el hecho de
que la obra invocaba, con respecto a ella, un “otra parte” (e incluía en esa otra
parte a Madeleine misma) de que esa escisión satisfacía a los que se prestaban
a ella. Gide anotó varias veces que toda su obra estaba inclinada hacia
Madeleine, que existía “para arrastrarla”33. Y será suficiente con que él le
confiese con medias palabras su alegría de no partir solo hacia Inglaterra para
29A. Gide, "De me ipse et a l i i s Citado por C. Martin, La maturité d'André Gide, Klincksieck,
p. 234.
30 Citado por J. Delay, L 2, p. 664.
11 Idem, L 2, p. 596.
32 Idem, p. 671.
33 Idem, p. 587.
donde el deseo bribón vale-nada 115
que en respuesta a ese demasiado evidente don de su fantasía, ella arrojé, una
a una, al fuego de su femineidad, esas cartas que tienen la característica de
ser a la vez parte de su obra y de su amor. En la juntura del imaginario y del
simbólico, en ese punto de torsión que circunscribe la escritura del esquema
% Lacan sitúa lo que para Gide produee irremediablemente un agujero, con
a destrucción de esas cartas. Ailí s t señala lo que habría implicado el cierre
dé la máscara, el cese del desdoblamiento; de ahí se desprende la razón por
la cuál, esforzarse por dejar ía máscara abierta ha sido una necesidad para
André Gide* Esta necesidad se funda en una imposibilidad de la cual obtiene
su real: no consentir en ese agujero se revela como imposible puesto que el
correlato de ese rechazo es esta necesidad dé rtíantertér abierta la máscara, de
tener ocupados esos lugares (a-a‘) que sólo tienen valor Siempre , uno en
relación con el otro, por ese agujero.
La letra como “redoblamiento de ét mismo”3,4no cesa de aparecer cada vez
más incapaz de suturar ese agujero; además, a Gide le hacía falta mantener
en el imaginario la idea de esta sutura como una apariencia. El acto de
Madeleine anula esa apariencia y, al hacer patente ¡a incapacidad de la letra,
desmídala imposibilidad de la cual es denegación (Verleugnung).
Fue necesario que Lacan se man tuviese firme en é p í escritura mínima de la
estructura qué fue el esquema L, para señalar en Gide “este intercambio
fatídico por él cual la letra viene a tomar el lugar mismo de donde deseo
se ha retirado’*®. Por el hecho de que Lacan tev# la delicadeza de no caíiítgar
de “fetichista” a Gide (¡qué lío, en efecto! ¡pero, sobre todo,.qué cantidad de
malentendidos!), no se percibió que su lectura, que prolonga el estudio de
Delay, es el más importante trabajo <cle.Lacan sobre el fetichismo. Este
“intercambio fatídico” es constituyente del objeto fetiche, y éste, al obtener
su consistencia de aquel intercambio, aparece así como el objeto literal que
es. Por eso se aclara que Lacan haya confundido la madre de Hans con la de
Gide: es a ésta última a quien le dijeron, con ocasión de la búsqueda de un
nuevo departamento, en relación con la obligación burguesa de tener una
puerta cochera lom o puerta de entrada: “Se lo debes a tu hijo"36.
Fuera de este apoyo del escrito, la clínica psicoanaiítica sólo puede virar
hacia lo peor; ese peor que Gide no encontraba en Freud (proyectaba pedirle
un prefacio para $n Córydón)t$óíO quyá'^xistencia no ignorába puesto que,
evocando lo que los médicos habían garabateado sobre el uranismo, no deja
de señalar, en términos perfectamente escogidos, “un intolerable olor a
clínica”17.
doctrina de la letra
“Esos que sejactan de leer las letras cifradas son más charlatanes aún
que los que presumieran de comprender una lengua que no han
aprendido
Voltaire, Dictionnaire philosophique, citado
por Cullmann: Le déchiffremeni des écritures et
des langues.
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Capítulo seis
lectura
de un descifram iento
* "Aquel que es el mismo, al introducir su une-bévue, había sin embargo cambiado,,.1Ver Jean
Allouch, "Ce á quoi l’unebévue obvie”, en L'unebévue N° 2, París, EPEL, 1993.
122 doctrina de la letra
4Freud, O. W., 11/111, p. 104. Consultaremos sobre este punto en discusión aquí a P. Vemus,
"Ecricure du réveetécriture hieroglyphique", en Littoral 7/8, ErésTcuIouse, 1981. En español,
"Escritura del sueño y escritura jeroglífica» Littoral 5/6, ed. La Torre Abolida. Córdoba. Rep.
Argendna, 1988.
5Lacan, “Introduction a l’édition allemande d’un premier volume des Ecrits", in Scilicet, 5, p.
11 a 17: “...el inconsciente...: un saber que sólo se trata de descifrar, ya que consiste en un
cifrado”.
124 doctrina de la letra
cadena de los genios, a fin de que los beneficios del cielo sean obtenidos."
Sería un error burlarse de esta traducción desbocada. Sería desconocer lo
posible de este estilo de la lectura, y no ver entonces que el psicoanálisis
contemporáneo dista de estar exento de ese género de facilidad. No creo que
sea injustificado calificar de “kircheriana” a esta clínica, puesto que! el
psicoanálisis dirige así un guiño de tierna complicidad a la Iglesia.
De Silvestre de Sacy, Champollion recibe el concepto de una “lengua
jeroglífica” . Este concepto yano se puede superponer a la noción kircheriana
de la escritura jeroglífica como notación directa de la intuición, como
escritura eminentemente superior, por escapar a la maldición de Babel. Este
último abordaje de los jeroglíficos, cuyo nervio encontramos nuevamente en
Leibniz con la idea de una lingua característica, les da un estatus de
excepción. El concepto de una lengua jeroglífica, por el contrario, aproxima
la escritura egipcia a la china, situándolas a las dos como representantes de
un supuesto estadio “ideográfico” de la escritura. Este estadio estaría
caracterizado por el hecho de que los términos escritos no. tendrían flexiones,
serían independientes e invariables. Pero hablar de “estadio” pide un plural.
Se trata, en efecto, de una teoría evolucionista -o, si se prefiere, progresista-
de la escritura que distingue en ésta tres tipos o, más precisamente, que
diferencia tres relaciones de la escritura con la lengua. De las lenguas
“bárbaras” , por no tener escritura, se dice que están sometidas a un continuo
cambio; las lenguas jeroglíficas (egipcia y china), tienen su vocabulario
estabilizado por la ideografía, pero, tomando en cuenta lo que se há dicho más
arriba sobre la naturaleza de esta ideografía, a estas lenguas jeroglíficas les
falta una gramática, lo que les impide sentar por escrito los matices del
pensamiento. Solamente las lenguas escritas fonéticamente (es el tercer tipo
de lengua y el segundo tipo de escritura), domo el griego o el latín, combinan
la estabilidad del escrito con la flexibilidad de la palabra.
Esta clasificación se apoya entonces sobre el prejuicio que ve en lo escrito un
instrumento de fijación de la palabra. No hay un solo texto sobre la escritura
que no retome este leitmotiv. La evidencia se impone aquí con tanta fuerza,
que conduce a desconocer lo que, según el adagio, trae en la experiencia una
doble desmentida: las palabras quedan y resultan ser operantes mucho más
allá de la muerte de quien las había proferido, y los escritos pasan, y de úna
manera tan notable que hay que realizar una organización compleja para
asegurar su conservación, desde el almacenamiento en microfilms en los
lugares con aire acondicionado hasta la simple carta que, a partir del
momento en que tiene alguna importancia, se debe certificar. ¡Cuánto
esfuerzo realizamos para evitarle a! escrito el basurero!
La consideración de los jeroglíficos egipcios bajo el concepto de una “lengua
lectura de un desciframiento J25
7 Jeroglífico no. 3651 (cfr. Lefevre, p. 408), antes llamado “nombre de bandera".
128 doctrina de la letra
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132 doctrina de la letra
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En ese recuadro, los dos signos de la tela plegada ya están ubicados como
anotando la letra X (última letra de IlxoX|iec); separado entonces de lo que
sería una doble sigma por un signo problemático: |Tj , podemos ver el
lectura de un desciframiento 135
pictograma del sol que, en lengua copta, se dice RE; tendremos entonces, por
lo que respecta a la parte derecha de este recuadro: “PE,?, £ £ ”• De ahí la
hipótesis, puesto que sabemos que el templo de Abu-Simbel fue construido
por Ramsés, de que se trataría aquí de la escritura de ese nombre. Champollion
encuentra una confirmación de esto unos minutos más tarde con otro
recuadro que se presentaba así:
funerarias, al nombre propio del muerto frente al cual el nombre del dios de
los muertos aparece también regularmente. Debe hacerse notar que estos dos
grupos de jeroglíficos están, en este caso, suficientemente traducidos sin por
eso haber sido descifrados. Champollion se apoya en ellos para localizaren
los jeroglíficos que ellos enmarcan la escritura de un nombre propio, los lee
como lo que marca con respecto al muerto, que se trata efectivamente, en lo
que rodean, de su nombre de Osiris muerto.
Este tipo de traducción que puede serparcialmente correcta y que permanece,
con respecto al texto, en una relación -bastante relajada, no tiene nadádé
excepcional. Una pequeña aventura, que Lacan relata en uno de sus
seminarios, presentifica una traducción del mismo tipo: un día que Lacan
entregaba una carta de presentación a un rey negro, observó que éste, que
manifiestamente no sabía leer, pero que se veía constreñido por la mirada de
sus súbditos a mantener una posición de prestancia digna de su función, la
mantuvo un largo rato en la mano y luego mostró, por medio de la excelente
acogida que ofreció al extranjero, que había recibido perfectamente el
sentido, aunque sé le escapaba completamente el texto.
El desciframiento de Antinoo prueba que puede haber un uso fonético de los
jeroglíficos sin la marca de un recuadro. Esto significa el adiós al modelo
chino. Pero esto no sucede sin que en cada nueva ocurrencia para ser
descifrada, sea tomado en cuenta para el desciframiento lo que Champollion
llama un “signo especial” (hoy se dice un determinativo) con esta función de
indicador del nombre propio que ha sido, de hecho, la del recuadro.
En el capítulo V del Précis, Champollion descifra los nombres de los dioses
, . . °
que localiza gracias a su determinativo: gf . A continuación propone una
serie de sesenta desciframientos para nombres propios de individuos, tam
bién marcados con uno, o mas bien een dos determiaativos, uno para !o¿
hombres* ■ :J f el otro para las mujeres: 5 .
Que el desciframiento de ¡os jeroglíficos no haya comenzado solamente, sino
habitado hasta ese punto en ía lecturade los nombres propios, es algo que no
deja de sorprender al que toma conocimiento de esto más de cerca. Sin
embargo, ¿quiere decir esto que se pueda considerar el desciframiento como
definitivamente adquirido con la transliteíación de los nombres propios? No
es evidente que una frase se pueda reducir a una serie de nombres propios,
y si se admite que el desciframiento de jeroglíficos se vio, en su principio y
en sus resultados esenciales, concluido con la posibilidad de leer las frases
de los textos egipcios clásicos, falta todavía dar cuenta de la forma según la
cual se ha podido, a partir de la introducción de un sistema que permita su
transliteración, pasar de la lectura de los nombres propios a la de las frases.
138 doctrina de la letra
10A. Erman, H. Ranke, La civilisation egyptienne, Payot, París, 1976, p. 215 a 220.
lectura de un desciframiento 139
\ “R e ” / ----- > V “P E ” 1
í
Esta secuencia vuelve aparente el hecho de que, lejos de constituir por sí sola
el desciframiento, la traducción está, en el desciframiento, puesta al servicio
de la transliteración abasteciendo a ésta de su soporte homofónico, allí
mismo donde falla el nombre propio en su función que llamaré ahora
{desviando un término cuyo uso lingüístico conocemos) el shifter de la
homofonía. La lengua copta alimenta el desciframiento con la homofonía;
esa es la razón (resonante) del llamado que el desciframiento le dirige
cuando, queriendo leer otra cosa que no sean los nombres propios, tiene una
carencia de homofonía. Es necesario, allí donde se sospecha un sentido* no
traducir para transportar el sentido, sino traducir para tener significante
sobre el cual sentar el apoyo homofónico de la transliteración.
Tras haber presentado esto a partir de un ejemplo muy simple, daré ahora dos
más. Se habrá notado quizás en el recuadro de Ramsés, a la izquierda de su
nombre de Ramsés, una serie de jeroglíficos que fueron dejados de lado.
Champollion hace notar la muy frecuente aparición de este tipo de signos en
los recuadros. He aquí dos ejemplos: ° |j y .¿Cómo de
ben ser leídos? Las apelaciones de los faraones eran conocidas desde la época
ptoloméica. Que hayan sido nombrados en esa época “César”o “Autocrator■
no significaba más que retomar una tradición antigua que los llamaba
“Amados de Ptah”, “Siempre vivo''..., etc. Se disponía entonces de una lista
de estas apelaciones, se sabía su sentido, pero se era incapaz de decir, para
140 doctrina de la letra
1 X i __ , □
■ fi 'r
i H •. M ; ■0 A t " n griego' ■'
La inversión de la L y de la O corresponde al respeto del orden de las letras (en algunos recuadros)
en el momento de su transliteración. Cfr. Lettre á M. Dacier, plancha 1, recuadros no. 30 y 40.
Las dos primeras letras jeroglíficas <fe PTLOMES son identificadas por
Yoüng y por Gbampolíion con#cotTCspondiéfttesa Íasífi^ras P y> . ¿Quiere
decir estó que las fe s lecturas son del mismo, orden? Responder que no
142 doctrina de la letra
la “conjetura de L acan”
sobre el origen de la escritura
Lautráamont, Poésies 1
manera que no sea por una elección sometida a los prejuicios o inclinaciones
del lector?
Como la duda invita a la abstención, daremos a ésta su alcance positivo
concluyendo que el inconsciente está estructurado como ese lenguaje que no v
es posible, por el momento, designar.
Pero queda sin embargo el hecho de que eso se llama “lenguaje”.
Cuando se interroga el concepto de lenguaje en Lacan, viene inmediatamente
a la mente -otra fórmula- que no hay metalenguaje. Lacan no presenta este
enunciado como seguro, ni siquiera como una verdad que tendría, en la
realidad; un correspondiente adecuado con lo que afirma; se trata de lo que
los franceses llaman un p a ñ i pris, una posición tomada, término que, en
resonancia con una de sus connotaciones se contrae en parí, o sea que
implica, en francés, una apuesta.
Esta apuesta no es tan extraña como puede parecer a primera vista. Así, A.
Koyré demostró que la generalización rigurosa de la oposición lenguaje-
objeto i metalenguaje que efectúa la teoría de los tipos de Russell prorroga
la vigencia de la paradoja misma que trataba de evitar, pues la proposición
fundamental de esta teoría, la que plantea que “toda proposición debe ser del
tipo superior a su objeto” , no puede pertenecer, ella misma, a ningún tipo,
siendo justamente que su pertenencia a un tipo, ¿n esta teoría, forma parte
intrínsecamente de la definición misma de la proposición2. Al prohibir los
enunciados que tratan sobre todas las proposiciones, la teoría de ios tipos se
prohibe el enunciado, ese enunciado mismo, que la funda. La apuesta
lacaniana encuentra entonces con qué apuntalar su pertinencia allí mismo
donde se adoptó un partido contrario. No por ello deja de ser una apuesta que
sólo tendrá su alcance si se siguen rigurosamente sus consecuencias.
La primera de ellas se presen ta bajo una forma negativa: si se sostiene que no
hay metalenguaje, entonces el inconsciente no está estructurado como ese
lenguaje que se define con la oposición del metalenguaje y del lenguaje-
objeto.
Sin embargo, el enunciado no hay metalenguaje, como todo decir que no hay,
es insuficiente. Su objetivo es didáctico, y la inexistencia que parece escribir
(pero de la que no hace más que designar la posibilidad al limitarse a
transcribirla) no puede constituirse, de conformidad con la escritura de la
metáfora en Lacan, sino a partir del momento en que viene, en el lugar de lo
que se dice no ser, algo que está en una relación de vecindad metonímica con
lo que no es. Así, de la misma manera que en Wittgenstein el rechazo de la
teoría de los tipos sólo toma cuerpo al destacarte oposición entre el decir y
como tal -es decir con algo que, ya, se refiere a una primera manipulación
del objeto. La hemos llamado "simplificadora ” (a esta primera manipula
ción) cuando se trató de definir la génesis del trazo. ¿ Qué hay más destruido,
más borrado, que un objeto si es del objeto del que el trazo surge [si es] algo
del objeto que el trazo retiene, justamente su unicidad? El borramiento, la
destrucción absoluta de todas sus otras emergencias, de todas sus otras
prolongaciones, de todos sus otros apéndices, de todo lo que puede haber de
ramificado, de palpitante, y bien, esa relación con el objeto en el nacimiento
de algo que se llama aquí el signo, en tanto nos interesa en el nacimiento del
significante, es efectivamente el preciso lugar en el cual nos hemos detenido,
y es en tomo de lo que no carece de promesas donde hemos hecho, si se puede
decir, un descubrimiento, pues yo creo que lo es: esta indicación de que hay
-digamos en un tiempo, en un tiempo localizable, históricamente definido- un
momento en que algo está ya ahí, para ser leído, leído con lenguaje cuando
no hay todavía escritura. Es por la inversión de esa relación, de esa relación
de lectura del signo, como puede nacer luego la escritura en tanto ella puede
servir para connotar lafonematizaciórí'10.
El descubrimiento toma su punto de partida en la lectura del libro de J. G.
Fé vrier titulado Histoire de l ’écriture. Este primer dato, pronto se dará cuenta
el lector, no es exterior a la conjetura misma. Hay err esta lectura una manera
de leer que es homologa a lo mismo que la lectura pone a la luz. Recordemos
que el análisis de la lectura, por Lacan, del texto sobre el “pequeño Hans” hizo
valer una homología semejante. ¿En qué consiste ella esta vez? '
Después de haber citado el monumental trabajo de Février, Lacan invita a sus
oyentes de entonces a remitirse a él: “Ustedes verán desplegarse allí con
evidencia algo cuyo dinamismo general, cuyo resorte, yo les indico, porque
de alguna manera no está despejado, y está en todas parles presente”11. Es
decir que este ré&orte se encuentra en estado latente en el texto de Février.
Ahora bien, se va a tratar, precisamente, de la escritura como una función v
latente en el lenguaje mismo12. Aparece así que el modo de abordaje de
aquello de lo que se trata -la localización de una latencia- es del mismo orden
de lo que se trata: la escritura comó función latente. No hay diferencia
fundamental entre la operación de la escritura, en tanto vuelve manifiesta la
latencia de la escritura en el lenguaje, y la operación de descubrimiento de
esta operación. Es decir que ponerlo en la cuenta de un talento de autor o de
lector, sería desconocerlo pues por el contrario el autor se demuestra aquí
reducido en su descubrimiento a eso mismo que él descubre.
¿Cuál es entonces, ese resorte general de la historia de la escritora? Lacan
nota primero que el material que iba a constituir la escritura se encontraba ya
— — .
150 doctrina de la letra
13Se consu Itará sobre esto Máxime Gorce, Lespré-ecritures et i'evolution des civilisations, Klincksieck
ed., París, 1974. Sobre la preexistencia de las marcas se encontrará una confirmación reciente en C.
Chadefaut, "Egypte pharaonicque: de l'expression picturale á l'ecricure egyptienne", en Ecritures, Ed.
Le Sycomore, París, 1982, p.S7.
H M. Foucault, Ceci n'est pas une pipe, B. Roy ed., París, 1973, p. 10. (En español, Esto no es una pipa,
Ed. Anagrama, Barcelona, 1981).
la "conjetura de Lacan " sobre el origen de la escritura 151
t L h&
15
(Ei texto de Ésta imagen dice, debajo del dibujo, “esto no es una pipa”, y más
abajo: “Esta imagen que hace pensar inmediatamente en una pipa, demuestra
muy bien, gracias» las palabras que la acompañan, que es un obstinado abuso
de lenguaje el que haría decir: «Esto es una pipa»”). ¿
Si se admite, como lo sugiere su vecindad en el espacio del cuadro, que el
deíctico apunta a la figura a laque sigue inmediatamente (en elorden habitual
de la lectura), entonces, en efecto, se reconocerá la verdad de la leyenda: el
dibujo dé la pipá no es úna pipa. Sin embargo, cuando exhibiendo el dibujo
de una pipa yo interrogo a cualquiera y le pregunto: “¿Qué es esto?” la
respuesta “Una pipa” no deja de producirse. La debilidad mental de la
respuesta no hipoteca para nada su verdad: es una pipa, en efecto, y tanto más
cuanto que su presentiñcación en el simbólico pasa por el zig-zag, por el
ardid, de una presentación imaginaria. Ahora bien, se puede mostrar que ese
pasaje no es obligatorio para una puesta en presencia con si objeto del deseo.
Para hacerlo yuxtapondré aquí, al cuadro de Magritte, un relato que se
cuentan mutuamente losJfniños de diez años, una edad en que ensayan fumar
a escondidas, a falta de que sea con calma, pero una edad, también, en que
es muy necesario prohibírselo:
y.
16Machieu Hébrard tuvo la gentileza de escribir este texto, en francés, para mí, (que aquí hemos
sustituido por un texto diferente en español... para que diga algo equivalente):
Y . ???
X C ’ est simple!
Tu vois une panthére passer.
Tu mets ta baile.
Tu tires et tu la loupcs.
Tu prends la loupe. *
Tu fais un grand tas de sable et un petit.
Tu prends pas le tas haut mais le tas bas.
La panthére repasse.
Tu mets ta baile.
Tu rires et tu la tues. .-
Tu la prends par la queue.
Tu la fais toumer autour de ta tete.
£ a fait une circonférence;
une circonference égale 2R.
£ a fait deux pi panthére.
Tu prends une pipe.
Tu mets le tabac. í
Tu prends la loupe.
et tu allumes la pipe. „•
la "conjetura de Lacan ” sobre el origen de la escritura 153
La técnica, reiterada tres veces de ese don del objeto al Otro (A), de este
reconocimiento de una privación, es la del rébus de transferencia pero
recorrido aquí, de alguna manera, en sentido inverso:
— n oficial
rébus de transferencia
Producción del objeto
(simbólico)
de una privación
(real)
Pero estudiar ahora esta técnica (tomo este término en el sentido que Freud
le da en su estudio del chiste: la técnica del chiste es la vía primera para dar
cuenta de él) comprometería demasiado temprano y anticipadamente la
cuestión de la escritura. Basta para la presentación de lo que da su punto de
partida a la conjetura de Lacan con admitir que toda sociedad humana ha
constituido dos series de cosas: poruña parte objetos que el lenguaje nombra,
y por otra parte, signos, ftiarcas ‘o trazos que, por lejos que uno se remonte,
no pueden de ninguna nanera ser considerados como de un tiempo que sería
segundo, y de los que algunos son imágenes de objetos.
En lo que concierne a la articulación de estas dos series, todo ocurre como si
no se pudiera eliminar cierta ambigüedad sin la intervención de la escritura.
Esta ambigüedad, que se duplica en el grafismo mismo, es la única suscep
tible de explicar por qué se pudo creer durante largo tiempo, por ejemplo, que
el ideograma 13Que escribe el verbo yue figuraba pictográficamente una
boca de la que salía un soplo de voz, para corregir luego ,como da cuenta un
reciente estudio de Vandermeersch: en su grafía arcaica figura un
recipiente visto en un corte, lo que él llama el “porta-escrito”17. Pero lo
notable es que, si nos atenemos al grafismo solamente, es imposible decidir
y Vandermeersch, con motivos, produce todo un conjunto de otros ideogramas
30Se consultará, entre muchos otros, el artículo de J. Bottéro: “De l’aide mémoire a récriture”,
en Ecritures, op.cit., pp. 23 y 24 principalmente.
21Citado por E. Formenteili, en Ecritures, Op.cit., p.213. El análisis presentado más amba vale
para el principio de la llamada escri tura pictográfica. En los casos en que se habla prácticamente
de "pictografía", son puestos conjuntamente en acción otros modos de la escritura que hacen
intervenir, de hscho, otros principios. Así, se llegan a descifrar ciertos textos '‘pictográficos":
el levantamiento del indecidible corresponde entonces a la intervención de otros modos del
x escrito.
156 doctrina de la letra
relación (hemos visto que era siempre precaria, sin posibilidad de encontrar
se jamás estabilizada) entre las marcas, huellas, figuras, trazos o todo lo que
se quiera agregar -estando subsumido el conjunto aquí bajo el término, de
“signo”- y esos elementos del lenguaje que vienen a nombrar esos signos en
ía lectiira y por el hecho de la lectura. Esta lectura del signo hace ya girar la
relación con el objeto puesto que el mismo nombre vale para el objeto y para
ese trazo que lo representa, ese trazo que, fuera incluso de toda figurabilidad,
será, en el aprés-coup de esta lectura, identificable como un signo del objeto.
La lectura del signo objeta y a la idea de un isomorfismo del signo y del objeto.
En su seminario titulado D ’un Autre á l ’autre22, en ocasión de la sesión del
14de mayo de 1969, Lacan decía esto: “Unserque puede leer su huella... esto
basta para que él pueda reinscribirse en otra parte que allí de donde la ha
tomado". Esta reinscripción “en otra parte” corresponde exactamente ¿ lo
que en 1962, al presentar su “descubrimiento” sobre el origen de la escritura,
Lacan llamaba “lectura del signo”. El texto de 1969 se prolonga así: “En esta
reinscripción está el lazo que lo hace, desde ese momento, dependiente de un
Otro cuya estructura no depende de Esta prolongación corresponde
entonces al segundo tiempo de la implantación del escrito. Aquí aparece la
aridez de ese cierre: se lo ve consistir, en efecto, en la instauración de un lazo
de dependencia sin interdependencia, de un lazo de este ser con un Otro o
también de una relación del Sujeto con el significante tal que al mismo tiempo
la culpabilidad que habita al Sujeto se le revela sin objeto (puesto que uno no
se piensa culpable más que de aquello sobre lo cual se imagina tener
influencia: hay orgullo en la culpabilidad) y entonces se disuelve allí pero no
sin que esta dependencia no recíproca, sin contrapartida, aparezca al Sujeto
como lo que es, a saber, persecutoria.
Palpamos aquí la esencial proximidad de la persecusión literal (no hay otra,
a decir verdad, cfr. capítulo VIH) a la hipótesis del inconsciente. Así, la
apuesta de esta presentación de la estructura del inconsciente a partir de la
conjetura de Lacan sobre el origen de la escritura revela ser un posible
desplazamiento, y por lo tanto una renovación, de la relación del psicoaná
lisis con la paranoia. Si se admite la definición lacaniana del psicoanálisis
como una “paranoia dirigida” se ve que vale la pena interrogar cuál es la
operación de este segundo tiempo t?n que se constituiría el escrito.
Dicho segundo tiempo es el de la “inversión de esta relación” instaurada por
la lectura del signo: la conjetura admite que allí donde un elemento del
lenguaje había enlazado un signo al nombrarlo con el nombre del objeto,' es
ahora este signo el que es considerado como si escribiera este elemento del
lenguaje que lo leía.
¿Cómo saber la efectividad de esa inversión por la cual nace el escrito del
corte mismo que ella realiza? Para responder a esta pregunta conviene
franquear el estrecho umbral que escinde la presentación de la conjetura de
aquello que propongo como su interpretación obligada.
La efectividad de la inversión será establecida si es posible distinguir lo que
puede prácticamente parecer muy cercano, a saber, el signo en tanto el
lenguaje lo lee de aquel que escribe a este elemento del lenguaje. Esta
diferenciación es tanto más esencial cuanto que puede ser en efecto “el
mismo” trazado el que es susceptible de ser encontrado en una posición y en
la otra. Ahora bien, no hay más que una sola y decisiva manera de zanjar la
dificultad: estaremos seguros de que el signo vale como escritura del
significante del nombre cuando nos encontramos con el caso en que el
nombre se relacione no con el objeto que correspondía primero al signo (en
el tiempo 1 de la lectura del signo) sino con otro objeto cuyo nombre es
homófono (a veces sólo en una parte) del nombre con el cual ese signo era
leído. Se observa de inmediato que en ese caso, que es exactamente el del
rébus de transferencia, el signo ha tomado el nombre por objeto, ha tratado
ese nombre como un significante en su materialidad es decir en su literalidad.
Se trata, en efecto, en el caso de este nombre, de un significante en el sentido
lacaniano de este término puesto que este nombre, en el rébus de transferen
cia, es tomado como si denotara otro objeto, como susceptible de hacer valer
otra significación que la que el código le asigna. Con el rébus de transferencia
el escrito da al significante su estatus de significante al producir con el
mismo movimiento al objeto como objeto metonímico. La disyunción del
signo y del objeto aparece así como un hecho de escritura, pero igualmente
como un hecho constituyente de la escritura, puesto que en adelante todo
objeto con nombre homófono será susceptible de ser asociado al signo
considerado.
Podemos damos cuenta aquí cómo la conjetura de Lacan sobre el origen de
la escritura es el eje de su elaboración de las relaciones del Sujeto con el
significante y con el objeto. Esto, que puede parecer “teórico”, no es sin
embargo abstracto, sino que toca a los datos más concretos de la clínica. Si
algún analizante articula, por ejemplo, una frase como “agarrar el pecho: eso
me divierte” (f a m ’amuse, en francés), esto destaca una relación con el pecho
(la mamme, la mama) que no es la misma que la que habría estado implicada
por otra afirmación que, sin embargo, puede ser considerada equivalente;
algo como: “No es muy divertido agarrarla el pecho a este vejestorio que no
cesa de declararse fatigada”. La diferencia es ésta: en el caso del juego de
palabras en que se condensan el desgaste, la usura de la mama (m ’amuse) y
lo que ella puede suscitar de goce de la diversión (l ’amuse), la homofonía
158 doctrina de la letra
realiza una tom a en cuenta del significante com o tal, lo cual no efectúa,
incluso sin saberlo, la palabra quejosa. En el prim er caso el objeto “pecho”
no está ya asociado al signo como en la lectura del signo sino por el contrario
disociado de él por la intervención del significante como tal, escrito,
localizado en el lugar de la homofonía. Freud, com o se sabe, encuentra en la
descarga de la investidura, de la carga, que la risa es el índice del éxito del
chiste, la prueba de que el juego con las palabras alcanza y modifica la
relación con las cosas. A hora bien, el rébus de transferencia* tan importante
en cada una de las escrituras conocidas, no es otra cosa que un juego de
palabras, y por lo tanto, una formación del inconsciente que interviene como
tratamiento efectivo de eso de lo que se trata en el silencio de la pulsión.
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NACIMIENTO DE LA ESCRITURA
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C O N JE T U R A D E LA CA N
231. J. Geib, Pour une théorie de i'écriiure, Flammarion,. París, 1973, pp. VII, 233 y 284.
160 doctrina de la letra
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the heart of O síris A n i, victorious is he. he h atK gained power over it, not
Michel Foucault admite, como en efecto lo impone la sota lectura del signo,
quees “imposible definir el plano que permitiría decir que la aserción «Esto
no es una. pipa» es verdadera, falsa, contradictoria'’15 Entonces* para dar
cuenta de ¡o que realiza Magritte. se trata de remo ntar más-acá del cuadro con
el fin de interrogar, alif donde las condiciones no están reunidas en vistas a
ana leeturapuramente íogicizada, la operación de la que el cuadro sólo sería
el resultado. Foucault da este resultado coma un caiigramadeshecho. ¿Qué
quiere decir esto?
Foucault supone “que se formó' un caiigrama y luego se descompuso”. El
cuadro sería “la comprobación del ftaeaso y lo s restos irónicos?* de ese
caiigrama. La puesta en juega de esta suposición resulta,, de hecho, muy
esclarecedora. AI hacer del cuadro el resultado d é una disyunción del texto
y de la imagen, ella reveia el texto como imagen (a partir de esto reducida a
la imagen ‘Me é í mismo”) y revela también la imagen procediendo de la
misma pluma que e l texto. Pero,, más aún, esta suposición es la única
susceptible de dar tjaenta.de la negación .¿fesfono es) que el texto privilegia
y que elige escribir a despecho de la- imposibilidad apuntada iftÜS arriba;.el
decir que no, pues de estóse trata,, es, en el cuadro, éifsesto del no decir propio
de! caiigrama. En el caiigrama, en efecto, el acceso al decir está bloqueado
por la manera de presentar, el mirón, el voyeur, detiene al lector. Un
caiigrama no se descifra sin que se disuelva lo que él figura con el hecho
mismo que él figura. Dicho de otro modo, un caiigrama, sn tanto caiigrama,
no se descifra', y recíprocamente» un caiigrama no se mira sin que sea puesto
en juego con esa mirada el desconocimiento de ese texto que eonstitye su
textura. Dicho de otro modp, un caiigrama, en tanta wBgrama, n o se mira.
M. visto, ni: leido, ¿cómo tendría acceso un caiigrama al decir, a la palabra en
tanto ésta despliega sus efectos en el lugar de! Otra? Así, la suposición del
caiigrama dfclfecho da cuanta efectivamente del no decir caligramático al
destacar un imposible decir que no.
¿Es, acaso, el caiigrama deshecho (défait) la derrota (défaite) de) caiigrama?
¿Realiza el cuadro de Magritte una sepasación completa del texto y de la
imagen que caerían, como escribe Foucault, wo*áauno de su lado^ |I1MMÉI
ei cuadro, corno él escribe también17, “un borramiento del ^lagar común”
entre ¡os signos de la esettaía y las líneas de la imagen”? Podemos
regbepá^saqaífdertímiente.poreigoeeqtieFóueatíitsxtraealimaginarizar
It escéBadel desconeierto tfél maestro de escuela que se embrolla,balbucea,
.se reveit jflcapai d® decir con qué se relaciona '‘esto”, y provoca así-con su
burla, el escándalo de los alumnos hasta ía suspensión q*Wconstituye, con la
eaMadsí cuadro de Magritte, la diseminación de las letras defte^to mil
pedazos del, en adelante, irreconocible dibujo de la pipa. Pero ¿por qué
Ese texto circula, en francés, en una edición llamada “pirata” con las actas del congreso de
Roma donde lo menos que podemos decir es que ¡la religiosidad no falta! Se encontrará la
cita que mencionamos aquí en la página 10 de ese fascículo. (Existen en español diversas
versiones de calidad variada. N. de E.)
29Ibid.
la "conjetura de Lacan ” sobre el origen de la escritura 165
•,0 J. Lacan, L'insu que sait de Vuné -bévue s'aile á mourre. Seminario del 16 de noviembre de
1976; Cfr. Conferencia en Bruselas del 26 de febrero de 1977. Inéditos.
Cuarta parte
: J. Lacan, De ¡a psyckose paranoíaque dans ses rapports avec la. personnalité. París, 1a. edic.,
Le Frari^ois, 1932; 2da. edic., Seuií, 1973, p. 39. (En español: De la psicosis paranoica en sus
refaciones con la personalidad, 4ta. ed., Siglo XXI, México, 1985, p. 53)
3 Lacan, Ib id,, p. 67 y ¿8 (En español: ¡bid., p.61.)
4 Génil - Perrin, Les paranotaques, París, Maloine* 1927. p. 149.
1
No soy yo el que...
6 J. Lacan, De la psychose..., op. cit., p. 39. (En español: De la psicosis..., op. cit.. p. 36-37)
7J. Lacan, L'insu que sait de l'une - bévue s'aile a mourre, Seminario del 19 de abril de 1977,
inédito.
172 función persecutoria de la letra
enunciativo donde resultaba que uno decía lo que el otro había dicho;
expresado de otra manera, una forma de presentar el psicoanálisis a propósito
de la cual ya no es posible hoy dejar de interrogar si no habrá una enigmática
proximidad con el modo de dirigirse de la paranoia.
Lacan llegó a interrogar a Freud a partir de la paranoia. ¿Diremos que le
preguntó cómo dar cuenta del autocastigo en tanto que necesario? ¿O de lo
que podía dar al pasaje al acto esa función resolutiva que el casó Aimée
testimonia? Pero, en lugar de decidir demasiado rápido sobre la formulación
de la cuestión, me parece preferible juzgar el asunto por sus consecuencias.
En 1932, Lacan encuentra en la doctrina psicoanalítica los elementos más
aptos para dar cuenta en forma válida de la paranoia de autocastigo; la tesis
se apoya de manera decisiva en el genetismo de Abraham. Pero también
espera de la práctica psicoanalítica que no se niegue al tratamiento de las
psicosis, aunque sea al precio de una transformación técnica: el psicoanálisis
del inconsciente debería convertirse en un psicoanálisis del Yo.- Estas
indicaciones, que encontramos en la tesis, podrán parecer anti-lacanianas
para una mirada apresurada: no por eso deben ser desdeñadas. En efecto,
vienen acompañadas de ciertas consideraciones que muestran que Lacan, ya
desde esa época, estaba enterado de los problemas puestos de relieve por el
análisis de las psicosis paranoicas. Así ocurre, por ejemplo, cuando más allá
de la antinomia bien localizadasegún la cual el psicoanálista, inevitablemen
te, se vuelve el perseguidor, describe esta otra antinomia que es la de la
interpretación misma: considerada como lo que debería disolver el delirio,
o por lo menos ayudar a su disolución, no logra otra cosa que alimentarlo.
Se notará que, con respecto a este llamado a un psicoanálisis del Yo, la
intervención de 1936 en el congreso de Marienbad no debe ser situada como
lo que produce ruptura, sino como lo que da continuidad. El “estadio del
espejo” tiene como trasfondo la problemática de la paranoia; por otro lado,
la continuación, y muy especialmente lo que se llamará “estructura paranoica
del Yo” s, volverá explícito este trasfondo.
En suma, “el estadio del espejo” daba testimonio de que, si bien la paranoia
podía ser aclarada por la doctrina psicoanalítica, era necesario modificar esta
iluminación misma. Dicho texto responde entonces a la profecía d é la tesis
según la cual, fuera del abordaje de “este problema, el más actual del
psicoanálisis” (el del tratamiento analítico de las psicosis), no podría haber,
para el análisis, más que un “estancamiento de los resultados técnicips en su
alcance actual, (cosa que) no tardaría en acarrear consigo un debilitamiento
de la doctrina” 9.
*J. Lacan, Écrits, op. cit., p. 114, (En español: Escritos, op. ciL, p. 106).
q J. Lacan, De la psychose paranotaque..., op. cit., p. 279. (En español: De la psicosis
paranoica..., op. cit., p. 253)
del discordio paranoico 173
Unos treinta años más tarde, en la lección inaugural del seminario de 1964»
65, con ocasión de una discusión sobre las relaciones del psicoanálisis; con
la ciencia, Lacan hace referencia, a lo que seria una paranoia exitosa. Por otro
lado, precisa inmediatamente, en una frase que debe citarse pues se encuen
tran allí ligados los dos términos de yo y de paranoia; "...no soy yo quien
introdujo la fórmula de la paranoia exitosa’’ i0. Ahora bien, si queremos
efectivamente considerar esta afirmación literalmente, será necesario admi
tir que el enunciado es inexacto: es efectivamente Lacan quien introduce esta
fórmula (en el instante mismo en que lo niega) ya que Freud, quien presentó
efectivamente la posibilidad de un éxito en contrapunto con la efectuación
paranoica, no por eso introdujo, como Lacan alusiva y abusivamente se lo
imputa aquí, la fórmula de una paranoia exitosa.
Someter a estudio las lazos del psicoanálisis con la paranoia a partir délo que
se ha llamado más arriba un segundo tiempo ofrece el interés particular de dar
toda su oportunidad a esta fórmula.
Hn efecto, se necesita una segunda persona, por lo menos ísfeeáda, para
articular un “no soy yo el que...”; adeíBÉi» se trata de HMIMPPHRMÉI su
pertinencia retomándolo, comó se puede hácéf tan tÉS^lmeñite, con una
respuesta que diría “Pero sí¿: es é r \ respuesta que perdería.de vista lo que está
en juego en todo el asunto haciendo intervenir allí demasiado pronto esta no
persona que es. segón Benveniste, la que llaman tercera. Por eí momento,
sólo se trata de “yo” y de “no yo”.
Puesto que su alcance noes el delá conformidad coa una realidad, siso otro,
¿cuál es entonces la verdad de ese “no yo”?
Podemos responder que presenta la cualidad de estar de acuerdo con la
fórmula de la paranoia exitosa que él introduce: ÜÜt^pSUj&ÉflfóÉi JSÉ
f ídeúXOKonvenire', esta aserción spinozista que tanto gustaba %Lacan vale
plenamente aquí. 2n efecto, un enunciado del tipo “soy yo el que...”, habría
sido descalificado de entrada frente ál modo patanales de enunciación,
mientras que el “aó s o y f p el qué...rt es precisamente uasde’la&afinnacioaes
principales que Lacan a la vez confirma y ratifica en ua Schreber.
Schreber, que había leído Ía;quinta,edítóóa del gatade de Kraepeiin, discute
en efecto, no sin mesura, no sin prudencia, no siadelieadsza.queeí psiquiatra
pueda reducir aquella de lo que da testimonio el paranoico; a, ía invención
arbitraria de su imaginación (ía del paranoico); y para demostrar que las
voces le vienen de un Otro completamente real -que él designa como lo
sobrenatural- da muestras de un #píriiü'Crft|CMán pEeCíss f eficaz corno el
de un psiquiatra, a ftn ds que éste no haga a un iado sus decires poníéadolcfs
*en la cuenta de ua defecto de su capacidad wamfk11<
10J Lacan, "La science et !a venté" en Cahiers pour VanQlyse, n° 1/2. París, Copedith, 1969, p.
27 (En español: La ciencia y la verdad en Escritos 0, op. cit., p. 853).
11 D. P. Schreber, Mémoires d'un névropathe, trad. p. Duquenne y N. Seis. París, Ed. Le Seuü,
1973, p. 77. (En español: Memorias de un enfermo nervioso. Ed. Carlos Lolhé. Bs. As. 1979 p.
75), y J. Lacan, Les Estructuresfreudiennesdans les psychoses, Seminario del 11 deenero, 19üó.
174 función persecutoria de la letra
Yo es erógéno n
Lacan abrió uno de los caminos del modo paranoico de enunciación exjíOr
niendo ¡a fórmula de i i i , “estructura paranoica del Yo”.
Esta fórmula tomada d©áB:i®SPde 1948. Hay varias maneras de referir
el desplazamiento de la jffsfefemátfea desde la iwsía ti* cinc se elabora
entoaejes en la misma veta¡def’El estadio dél esfejQ”Kretí>mado y publíiadó,
por otro lado, en 1949). Olía forma divertida podría consistir en subrayar el
cambio Je í& . la tesis es. en eféctospiBOzlaaa, mientras
que la *%sCFu$Sira pá5Msfca.-ítel Yo” pp apsya sálte1fifia de tte figuras
priwipste de Que W llis flfc ltc p É S i de
S p inosaH tgeluB aw isías respoft-
d i -mfe fM3jjpBÉL|SiÉÉ£ to x fyp s m 25®
n Yo he(s)reróger¿cj.
176 función persecutoria de la letra
13J. Lacan. De la psychose paranoi'aque..., op: cit., p.284 y 34!. (En español: De la psicosis
paranoica..., op. cit., p. 258 y 310).
178 función persecutoria de la letra
lf) Véase el comentario sobre Alcesíe de Moliere en fas páginas 173-i 76 de ios Ecriís. (En
español: j.Lacim, Escritos, pp 163-167).
del discordio paranoico 179
17J. Lacan, Écrits, pp. 141y 187.( En español: J. Lacan. Escritos, pp. 132-133 y 177).
180 función persecutoria de la letra
Esta expresión designa en Lacan el grado más bajo de una serie que va hasta
el pasaje al acto y donde se ordenan las formas de la organización del Yo con
el objeto» “los éstadio(s) de la identificación objetivante” **.
Haber puesto de manifiesto la estructura paranoica del Yo obliga á tener que
'dar cuenta del hecho deque clínicamente existen casos en los que algo reduce
esía paíanoía espontánea (porque hay una paranoia espontánea del Yo como
hay, lo sub. ayo L. Althusser, una filosofía espontánea del sabio), en los que
3Íg0 interviene con la consecuencia de desactivar sus efectos. Dicho/le otra
manera, la identificación objetivante no siempre va acompañada, con la
masáflStación dé la función persecutoria del objeto. ¿ ■
Pero si bien es cierto, por otro lado, que.no hay salida lógica para la
discordancia otgaslzadora de la estructura paranoica del Y o más que en el
pasaje al acto, si éste parece la continuación necesaria del desarrollo interno
de aquella, es entonces necesario convenirque las otras posibilidades de que
¿a testimonio la clínica no pueden ocurrir más que por otra dimensión* por
una intéSVencién SctefÍGí a esta dialéctica yoica, y qué interferiría con ella
hasta el p^ntod^IMdsíjCSF su desenlace.
En ios años que corresponden á los textos intetrogados ahora (esos sóbrelos
que digo que son de la veta abierta por “el estadio del espejo”) Lacan no ha
producido todavía la distinción de las tres dimensiones del real, el simbólico
y ei imaginario. Remitámonos a la página 102 de los Escritos donde el
psiesanálsísiss definido como el hecho de “inducir en el sujeto una paranoia
iMgp3a“ (esté panto Sera discutido más adelante); se puede cemprobar ahí
que la discusión se organiza según las categorías del espacio y del tiempo de
|a estética tíftlEéftdental, Para quien no ignoraba del todo lo que ocurrió
despiife* esto yueive;caduco un intento que apuntaría a rendir cuentas de un
término como el de identifieaciátt resolutiva, que está, sin embargo, en el
centro de la-etíasiíón, ya que Lacan nombra asi un modo de laldentificáción
que, lejos de alimentar al molinete paranoico, tendría como efectos por el
contrario, pasarle lá esponja.
jpü¿ tdentifits&ci&ft resolutiva: este término ofrece ef mismo tipo de ambigüéí'
dad que ei de la demo^ttación interpretativa convocado más arriba. Consi
derado en “lá guerra fría de las demostraciones ifltetpretati vas”, |a demostra
ción se vuelve mostración, un “hacer muestra de”, un resaltar donde la
operación demostrativa parece notenerofroaicar.ce que el de ostentación, de
-exMbicián, de sstisfección narcisista. Pero si esta demesí33 ra#a es efectiva
mente lo qué pretende ser, a saber una demostración, tendfá coiHQ:-efecto,
'* J. Lacan, Écrits, pp. UO-t 11.( En español: J. Lacan, Escritos, pp. 102-104).
del discordio paranoico 181
24J. Lacan. Le Moi dans la théorie de Freud et dans la technique psychanalytique. Seminario
dei 8 de junio de ! 955.
15i. Lacan, Écrits, op. cit., p. 1G9. ( En español: J. Lacan, Escritos, p. 102).
26i. Lacan, Le Moi.... op. cit. Seminario dei 25 de mayo de 1955.
27J. Lacan, Écrits. pp. 98, 168-170.( En español: J. Lacan, Escritos, pp. 91, 154-161).
186 función persecutoria de la letra
Hasta ahora se había tratado de seguir las indicaciones de M., sin atenemos,
como había resuelto hacerlo Guiraud, a una interpretación no verbal sino
verbosa que consiste en recibir el “c ’estLoulou Lloyd" como el indicio de una
“represión progresiva del sentido críticopor ei estado afectivo patológico” 31.
Por otro lado, M. ya se había tropezado con este tipo de “traducción”
obstinadamente sorda. Llegada la ocasión, incluso había tomado la pluma
para aclarar a la Academia de medicina y orientar su atención sobre hechos
que no extraen su consistencia más que de la cifra: '''¿Por qué hay personas
que vienen al mundo con fecha fija y por qué se vuelven locos con fecha
fija?...Para los doctores que sólo verían allí cifras que no tuvieran nada que
ver con la medicina, tengo información precisa a su disposición” 32. Pero
ahora es oportuno dar un paso más, presentar una conjetura capaz de dar
cuenta de aquello por lo cual fue necesario que M. leyera como “c ’est Loulou
L loyd' ésta imagen del celuloide que se ponía frente a su mirada. ¿Qué es lo
que necesitó esa lectura? ¿Y cómo produjo un descenso de la tensión en M.?;
dicho de otra manera, ¿En que la satisfizo?
Guiraud precisa que lo que él llama una “tendencia interpretativa” (o sea: la
producción más o menos sostenida de interpretaciones delirantes) “está
exclusivamente localizada en el tema delirante” M. Que cite el caso de M.
inmediatamente después de esta anotación clínica vuelve aún más extraño el
hecho de que no haya intentado ligar-el tema delirante resaltado por M. con
la interpretación "c’est Loulou Lloyd”. Esto justifica que intentemos produ
cir ese lazo.
El tema persecu torio del delirio de M. es simple: se lo acusa de asesinato. Los
perseguidores tienen entonces él aspecto de la policía, pero también el de su
novia y, más tarde, el de sü médico. Guiraud escribe: “Si M. considera a su
médico como un campesino es porque comprendió que se asociaba con sus
perseguidores’- L a imagen es más precisamente la de un campesino
endomingado, es decir, de un ser no precisamente cómodo (¡que me perdo
nen los campesinos!|,, que habita torpemente un traje demasiado bello y
demasiado inhabitual, que está demasiado incómodo por su atuendo como
para ser verdaderamente peligroso. Para M., la figura del campesino
endomingado viene a oponerse a la de sus perseguidores, superponiéndose
a ella, trae uña respuesta tranquilizante ala idea de que ese doctor Archambault
formaría parte del grupo de sus perseguidores.
Sin embargo, hay que dar una precisión, y de buena talla. Es que la
identificación del doctor Archambault con el campesino, si bien tiene
efectivamente ese alcance que yo llamaré contra-persecutorio (es decir,
persecutorio, ese “contra”, todos lo saben, es un “muy contra” en el sentido
de “muy pegado a”) no extrae su consistencia de lo que acabo de evocar aquí
¡Ohr dflel
El voto que formulo así, para la evocación homofónica de Odile (el objeto
perseguidor privilegiado de esta joven mujer), este voto, nunca satisfecho,
había acabado por hacer que viniera a consultarme. ¿Para demandarme qué?
El sentido por fin, el sentido de eso que se presentaba ante ella con -esa era
la expresión que ellausaba- “aspecto de decir". Esoteníamuy frecuentemen
te aspecto de decir...pero ¿qué? Eso era lo que ella me demandaba.
Lo que tiene aspecto de decir no dice, al' menos, no plenamente; si dijera, no
tendría ese aspecto. Aquí no hay palabra plena, la cual sería transparente a
sí misma, cuy a enunciación efectuaría completamente lo que coa ella quería
decirse, y que la habría provocado. Sin embargo, esta palabra que tiene el
aspecto de decirestá bien llena de lo que no dice. Tiene aspecto de decir sólo
porque dice que no dice y porque tiene entonces, igualmente, aspecto de no
decir. Lo que tiene aspecto de decir reclama un desciframiento: eso lo
sabemos ya desde que sabemos que tiene aspecto de decir. Entonces hemos
franqueado esta primera etapa deí desciframiento (que presenta a veces
dificultades considerables) que consiste en establecer que el texto que se
tiene entre las manos es efectivamente un texto cifrado. Que aquello con lo
que se enfrentaba pertenecía al orden de la cifra, era algo que esa joven mujer
sabía.
Fundándome en nuestras entrevistas, creo poder adelantar que esto último se
produjo como respuesta al enigma abierto por el “eso tiene aspecto de decir”
pero así, como introducción del enigma mismo, cuando las palabras en un
momento dado se pusieron a “resonar” masivamente. Ella encuentra, como
el poeta F. Ponge, una razón paraesa resón...ancia.Un poco nada más, porque
le fue necesario, más allá de la exuberancia de los juegos de palabras, venir
a consultarme. He aquí entonces una breve lista de estas resonancias
verbales:
* En la caja de una tienda ella paga unas compras con un billet etunepiéce
de 500 francs (un billete y una moneda de 500 F) (así se llamó durante
bastante tiempo a las actuales monedas de 5 F). Advierte, mientras paga, que
una persona a su lado observa esto con curiosidad. Se pone entonces a leer:
bi, es decir, dos; illet quiere decir que ella y est (ahí está); sobre cinq (cinco)
no sabe si es sein (seno) o saint (santo); cent (cien) es sans (sin) y francs
(francos) es franc (franco) de la franqueza.
* En el umbral, Odile pone fin a una visita en su casa diciéndole: “Saluf.
Ella interroga entonces: ¿Por qué me habrá dicho esa palabra? Ella lee
entonces: ga elle eut (ella tuvo eso).
* Al final de una sesión, cuando yo le decía “V áyase” ella lee ¡Bah ella sí es!,
como una observación que yo habría producido a propósito de la persona de
la que ella acababa de hablarme. Y a partir de ese momento, me interrogó:
¿Por qué le había dicho que ella sí es? Otra vez descifrará un “excelente” con
un “¡oh, ese es lento!"
* Con ocasión de un desayuno (petit déjeuner), se encuentra sola con un
hermano en la cocina. Este se había dirigido a ella diciéndole “bonjour mon
p e tif’ (Buenos días, pequeña). En ese momento, ella nota en él un aspecto
incómodo (géné). ¿Por qué? Es un lapsus el que viene, en el relato a dar la
respuesta: ella dice dégéné y entonces entiendo que ella devuelve a su
remitente la nominación de “p etif' (pequeño), al pensar de ese hermano: le
petit était géné (el pequeño estaba incómodo).
* En otra ocasión, mientras se ocupa de la mesa familiar, una hermana le dice:
“quita las miguitas”. Ella sale entonces furiosa del comedor. Leyó en
“miguita” (miettfe) algo que remitía, homofónicamente, a su propio nombre
e interpretó así esta frase como algo que manifestaba, en esta hermana, el
deseo de su propia puesta a ün lado.
Multiplicar más las ocurrencias no tendría otro interés que el de destacar más
el‘carácter pululante de estas interpretaciones. En cuanto a su forma, son del
tipo de “c ’est Loulou Lloyd’: son igualmente respuestas y procuran, también,
ese apaciguamiento (relativo) que se vuelve efectivo cuando, por la interpre
tación delirante, que es lectura (porque hay allí un hecho de lectura, es decir,
de escritura de lo que es leído), el significante leído se dislocá de este efecto
que su surgimiento en el Otro provocaba en el Sujeto, un efecto que es la
persecución que produce esa lectura misma que apunta a desactivarla.
La intuición delirante debe diferenciarse de la interpretación igualmente
calificada por el hecho de que no parece contar de la'misma manera con el
equívoco significante; será, por eso mismo, particularmente instructiva para
la presente discusión. Vale la pena entonces entrar, con toda la precisión de
que somos capaces, en los desfiladeros textuales que dan testimonio de tales
hechos.
194 función persecutoria de la letra
entre madre e hijo: no hay nada, en efecto, quepermitasuponer que uno y otro
deban satisfacerse con una misma cifra.
Asi, nos vemos obligados a admitir la seriedad de la cuestión de saber por qué
hubo, ese día, esa simultaneidad del “llevarse un pedazo de carne a la boca”
y del “mido de agua en el piso de arriba”. Y la multiplicación de esas
“intuiciones” en esa joven mujer aparece como la marca de una seriedad
particularmente elevada. ¿De dónde viene esta seriedad? ¿Con qué se
relaciona? Allí está precisamente la cosanotable que ella se toma el cuidado
de precisar. Afirma, en efecto, que no se le ocurriría realmente, A ELLA,
plantear semejante cuestión; la simultaneidad de los dos rasgos que se han
distinguido sólo sobreviene como enigma insondable (e insondable por eso
mismo) porque ella sabe que esa hermana, Odile, está perfectamente
enterada de eso. ¿Cómo sabe ella, no lo que sabe Odile (porque eso es lo que
ella pregunta, y es la razón por laqueella me ofrece todos los elementos del
expediente), sino el hecho de que Odile sepa? Interrogada sobre ese punto,
responde que si bien esa hermana no le ha dado, ciertamente, el sentido en
cuestión, en cambio carraspeó en ese momento, hizo un “hum hum” que
manifestaba intencionalmente a su hermana que ella (Odile) había tomado la
simultaneidad de los dos rasgos como significante, e incluso más, que ella
detentaba su sentido.
Si bien la intuición delirante se presenta aquí como un poco compleja, esta
presentación ofrece, sin embargo, la ventaja de desplegarla tanto como se
puede.
Es claro ante todo que, cuando señalo a la intuición delirante como un hecho
de escritura, no se trata de una analogía, sino del estatus mismo de la cosa.
En efecto, no hay ningún medio de situar la función del “hum hum” de otra
manera que comi^un determinativo, decir,, como algo que tiene que ver
específicamente con el campo de la escritura (y que Freud, por otro lado,
había tomado en cuenta como tal). El “hum hum” no tiene valor en sí mismo,
sino con relación a lo que concierne, a aquello a lo que se refiere, en este caso
la simultaneidad de los dos rasgos como significativa; el “hum hum” designa
a esta simultaneidad como significativa.
Lo ejemplar de este caso tiene que ver con la localización que se reveló como
posible de esta intervención del determinativo. Frecuentemente en su
jornada, esta persona sufre este tipo de interrogaciones. Así, caminando por
la calle, notará que un transeúnte con el que ella se cruza se rasca la punta de
la nariz en el momento mismo en que un acelerador produce un ruido
característico: ¿Por qué, preguntará, se rascó en ese momento? Otra vez será,
cuando visita en coche un parque zoológico, la pregunta de por qué el chofer
196 función persecutoria de la letra
a cuyo lado ella está sentada, le alcanzó unos lentes de sol justo en el momento
en que pasaban cerca de un árbol donde unos monos cargaban a sus hijos
sobre la espalda. Pero estas preguntas que se apoyan, todas, sobre la
simultaneidad, que encuentran en ella la confirmación de que efectivamente
está enjuego un sentido en lo que ellajunta, estas preguntas que suponen que
una razón está obrando sordamente en lo que ocurre simultáneamente, esas
preguntas implicaban en mí otra, de la que nada, por otra parte, me autoriza
a pensar que fuera de esencia diferente. En la superabundancia de los rasgos
posibles que podían ser tomados en cualquier instante como co-incidentes en
la simultaneidad, ¿qué era lo que provocaba que algunos fueran aislados,
notados, ligados hasta hacer de su simultaneidad, para ella, un enigma? La
respuesta de esto la da el carraspeo tomado como determinativo. Quiere decir
que conjeturo la intervención de un determinativo semejante allí donde no
logro, en el diálogo con ella, localizarlo (la lectura “¿¡y est -saintosein - sans
-franc” es también llamada por un determinativo, a saber, la mirada de esta
persona a su lado, que ella se da cuenta de que está dirigida hacia ese billete
y hacia esa moneda que acaba de colocar en el mostrador, mirada a partir de
la cual ella sabe que la persona en cuestión lee este depósito, lo que la obliga
a hacer, a su vez, su lectura).
La función del determinativo es indicar al lector lo que debe leer; más
precisamente todavía, en qué sentido debe descifrar tal elemento equívoco en
sí mismo. El determinativo interviene para eliminar el equívoco significante
en que consiste la homofonía y que se duplica en una homografía cuando se
pone en juego en la escritura la operación del rébus de transferencia. En la
escritura china, la clave tiene esta misma función. Si buscamos lo que, en la
lengua hablada, correspondería más al determinativo, lo encontraremos en
esos pequeños pedazos de diálogo gracias a los cuales un chino que no sabe
escribir elimina para su oyente el equívoco que porta una sílaba que acaba de
emplear. Allí donde uno que sabe escribir trazaría el ideograma correspon
diente (este ideograma que incluirá la “clave”, además de lo “fonético”)
veamos un ejemplo de diálogo que suple así a estos trazos efímeros, sin papel
ni pluma, ya que basta con el dedo y la palma de la mano: “Si habló de che
“vehículo” y el oyente manifiesta su vacilación entre varios homónimos
preguntando: “¿Cuál che?, responderá “huoche de che” el che de houche
“tren” (palabra compuesta con huo ‘fuego’ y che ‘vehículo’)” 37.
El determinativo tiene entonces el estatus de un elemento que, en la escritura,
responde pero también frena; sirve de tope al desarrollo de lo que provoca,
dentro del lenguaje, entre aquellos que lp habitan, lo que C. Beaulieux
designa como “el horror del equívoco” 3S. El estatus tan particular del
determinativo se localiza inmediatamente cuando se ve cómo juega el
37 V. Alleton, L'écríture chinoise, P.U.F., Col. "Que sais-je”, París, lera, ed., 1970, 2a ed.
revisada y corregida, 1976, p. 17.
3HCh. Beaulieux, Historie de iortographe fran$aise, lib. HTChampion, París, 1967, p. XIII.
del discordio paranoico 197
El panel de la homofonía
40S. Freud, Die Traumdeutung, G.W. U/DI. p. 554. (En español: S. Freud, Obras Completas,
La interpretación de los sueños, t. V, Amorrortu ed., Bupnos Aires, 1986, pp. 541-542.)
del discordio paranoico 201
11 D. P. Schreber, op. cit., p. 175. (En español: op. cit., p. 173). Términos subrayados por
' Schreber.
42Ibid., p.174. (En españokp. 172).
202 función persecutoria de la letra
puntuaciones para admitir que no hace otra cosa que tom ar su medida. Es
decir que podem os dejam os guiar sin tem or por su testimonio, hacer con
Schreber lo que Lacan, en un muy bienvenido juego de palabras homofónico
llam aba “autor-stop” (auteur-stop). He aquí cómo Schreber delimita la
homofonía:
“Y a lo dije, no es necesario que la hom ofonía sea absoluta; basta, puesto que
no captan el sentido de las palabras, con que los pájaros disciernan una
analogía en los sonidos; im porta poco que digamos, por ejemplo:
“Santiago” o “ Carthago”
“ Chiñesenthum” o “Jesum-Christum”
“Abendrot” o “A te m n o f1
“Arim an” o “Ackerm ann”
“Briefbeschwerer” o “H err P rufer schw ort” e tc ” 43
Schreber recorta aquí el lugar del “lape-prés”. Así como se dice que una
cuenta vale con la aproximación de*una unidad más o menos (ó l ’unitéprés),
diremos que la hom ofonía está en el lape-prés. El lape-prés es el nombre de
su diferencia con la asonancia.
en alemán, la term inación tum tiene una sonoridad particular. Por esto, la
palabra latina puede venir aquí como un equivalente de Chinesenthum” 44.
¿En qué consiste entonces el otro tipo de coordinación, ese que se califica de
“fonem ático” y de “puramente significante” ? ¿Bastaría aquí con remitirse a
Jakobson para encontrar definiciones que son ahora clásicas? M ás bien
escogeremos consultar las precisiones que están en el texto mismo de ese
seminario: “Lo importante es que esto no es cualquier cosa como asonancia;
lo que es importante no es la asonancia,, es la correspondencia término
término de elementos de discriminación muy cercanos que estrictamente no
tienen alcance, para un políglota como Schreber, en el interior del sistema
lingüístico alemán, (más que) por la sucesión, en una misma palabra, de una
N, de una D, de una E 45.”
por este mismo logro: en el momento mismo en que se lo enuncia a otro, por
primera vez, cae, desvanecido. Entonces, no está en cuestión su razón, sino
su destino.
Este resultado no debería casi sorprender, ya que no hace más que tomar al
pie de la letra la afirmación princeps de ese seminaria sobre las psicosis,
donde Lacan identifica la lectura hecha por Freud de Schreber pon un
“descifrado champollionesco” 48. Si, cómo lo dice también, Freud logra así
“volver a poner de pie el uso de todos los signos de esta lengua” *9, es porque
la cifra en que consistía era el fruto desecado de la operación misma que iba
a producir su desciframiento.
¿Hay algún otro interés, que no sea metodológico, en eSta ubicación que se
ha vuelto posible por la distinción aquí efectuada de tres operaciones que son
látíanscripción, la traducción y la transliteración? ¿Hay, apartirde esco, una
ganancia para el abordaje de la cuestión de la psicosis? Respondo tanto más
afirmativamente cuanto que esta ganancia ya fue indicada, pero sólo como
al pasar, y entonces que ahora sabemos que no Se trata más que de reforraularla
y de extraer.sus^implicaciones más inmediatas.
El significante eñ la psicosis resulta equivalente a un nombre propio. Esto
es lo que quiere decir que permite no una traducción sino que se presta a una
transliteración que define Sit literalidad y lo hace intervenir por tsíó É ü te
persecutorio.
Así, este “automatismo de la función del discurso” 30, que Lacan admite como
característico del hecho psicótico, parece consistir en una pululación de
equivalentes de nombres propios que el psicótico encuentra tanto ene! cuello
de un enfermero (“celluloid" transliterado “C ’estLoulou Lloyd”) como en un
significante dicho dirigiéndose a ella (“Salut” transliterado: “j a elle eu("¡,
evocado por la situación (“Ze ’petit éíait géné”), o incluso alucinado (los
millares de transliteraciones schreberianas).
Admitida como un hecho esta equivalencia, resultarán de ella cierto número
de consecuencias; en particular, podremos pretender aproximarnos, desde
ahí, a la difícil cuestión de la forclusión. Pero antes, conviene dar lugar a un
estudio del nombre propio tomado como cifra. En efecto, si los rasgos del
celuloide sobre el cuello del enfermero o el alucinado Chinesenthum valen
lo que valen ios recuadros de Ptolomeo y de Cleopatra, ¿qué definición del
nwnbre prespio se encuentra utilizada cuando, en lapsiEBSís, el significante
«# señalado ÉfÉÉiequivalente de él?
J*I. l,3~íin. ftfrJdiinnes.... op. cit-, Stíminüriü de: 16dCjiovicmbrc '.íc ¡956-
^ J. ffc.íitfjfarsíí'. .. op. cíí-, Scftiinunü del Í4 dt¡ íTiürzo de
206 función persecutoria de la letra
Hasta donde yo sé, no hay ninguna definición del nombre propio que se haya
apoyado en su notable especificidad en el desciframiento. No es que esta
especificidad no se haya localizado explícitamente: respondiendo a numero
sas necesidades de una información hoy universalizada, de una información
que debe atravesar la diversidad de las naciones, pero también de las culturas
y de las escrituras, algunos lingüistas se ocupan en establecer convenciones
para la transliteración de los: nombres propios. Por su parte, los servicios, de
la cifra saben apoyarse en el hecho de que los nombres propios, si bien ,se
cifran, no se traducen. Pero el efecto obscurantista de la división de los
campos del saber es tal, que entre estos dos campos y su abordaje en lógica
se abre la trampa donde se desliza como si no tuviera importancia el hecho
dé que el nombre propio se translitera.
El nombre propio sólo se translitera porque depende del escrito. Que el lector
se remita, si lo desea, a la discusión del debate entre Russell y Gardiner donde
vemos a Lacan, en su seminario sobré la identificación, abrir su camino entre
dos escollos que £e ©fresen para que venga a chocar contra ellos la cuestión
del nombre propio. Sus dos veces “no” (no son equivalentes) desembocan
en la tesis del carácter estrictamente escrito del nombre propio. Al querer
precisar el alcance de este señalamiento lacaniano no se me apareció
simplemente la falta de una definición del nombre propio como cifra, sino
mucho más: el defecto anotado resultaba ser el producto de una exclusión
locaíizable de manera precisa. El nombre propio como cifra era localizablc
como lo que su abordaje en lógica debía excluir para constituirse.
No se excluye que está exclusión de principio haya sido una de las razones
que condujeron a Lacan a apelar a otra lógica, una lógica de la fantasía, una
topo-lógica que primero tomó el aspecto de una lógica que se escribiría con
las superficies íopoiógicas clásicas y que luegQ.se focalizó no como lógica
modal, sifto nodal, ffemo nodología.
La exclusión localizada se presentaba entonces como, una verdadera encru
cijada. Es decir que se trata primero de hacerla valer cómo hecho allí donde
es operante, en los padres fundadores de lo que se llamó, aprés-coitp, el
logicismo.
Frege, en su artículo “Sens et dénotation”, escribe esto: por “signos” y
“nombres”, yo entiendo toda manera de designar que juegue el papel de un
nombreprópio: aquéllo cuya denotación es un objeto determinado...”jy justo
después, en el mismo párrafo: “La designación,de un obj#|(>singular puede
consistir en varias palabras u otros signos. Con fines de brevedad, llamare
del discordio paranoico 207
51 G. Frege. Écrits toxiques et philosophiques, Le Seuil. París, 1971. pp. 103 y i 04.
52B. Russell citado por F. Recanati, en La transparence et iénonciation, Le Seuil, París. 1979.
208 función persecutoria de la letra
N IV E L E S O P E R A C IO N E S C IF R A D O LECTU RA DEL
L O G IC O i O g S C IF R A M I E N T O
Referencia Transcripción SI NO --
"Sentida- Tradüciííén SI . NO
C o lo r Transliteración NO SI
Nombra a cada una de las tres rectas que unen a cada uno de los vértices del
triángulo con la mitad del lado opuesto: a, b, c. A partir de esto, podemos
denotar su punto de intersección (existe una demostración matemática de su
unicidad) de diferentes maneras, diciendo, por ejemplo: “intersección de a y
de b” o también: “intersección de a y de c”. Estas expresiones son, para
Frege, nombres propios del objeto. Denotan efectivamente el mismo objeto,
pero no tienen el mismo sentido. Como denotan el mismo objeto, su valor
de verdad es idéntico y son entonces sustituibles unas por otras en un cálculo;
pero lo que vuelve posible el cálculo, lo que vuelve pensable una progresión
del pensamiento, es esta diferencia en cuanto al sentido que es la única que
puede explicar que la sustitución no se reduzca a un simple marcar el paso en
el mismo sitio.
Frege sitúa el sentido definido de esta manera como lo que la traducción de
un enunciado es susceptible de transportar. Por ésto, es muy notable que lo
que se sostiene de esta manera despeja, en vaciado, algo que, en cambio, es
dejado de lado por la traducción, pero a lo que Frege no duda en otorgar el
estatus de un “nivel”. En esa bolsa que reúne lo que queda como resto de la
traducción, agrega a las “representaciones asociadas” (subjetivas, singula
res, no transmisibles salvo si se sigue un “camino que nos llevaría demasiado
lejos” 53), lo que él llama el color y la luz de las palabras, de las expresiones
o de las proposiciones. El rechazo de este nivel es fundador de la ideografía
fregeana. Pero esta fundación, que encuentra su legitimidad en la fecundidad
de sus consecuencias, se vuelve el punto donde se injerta una aserción que es
verdaderamente abusiva, ya que Frege enuncia que, de estas representacio
nes asociadas “no es posible hacer una comparación rigurosa”, o también que
“este color y esta luz no tienen nada de objetivo”. Tomando en cuenta la
importancia de esta discusión, reproduzco aquí los dos párrafos de “Sens et
dénotation” (Sentido y denotación) que me parecen condensar mejor en un
mínimo de lugar el conjunto de estos datos: distinción de los niveles, lugar
de la traducción, gesto de exclusión con ese suplemento de la afirmación del
carácter no objetivo de lo que es rechazado:
“En estas observaciones, podemos ver que las palabras, expresiones y
proposiciones completas, pueden ser comparadas a tres niveles. O bien
difieren tomando en cuenta las representaciones asociadas, o difieren toman-
’ * Ih id .
Laforclusión localizada
l£r, !a escriturajcgica, las comillas son una marca determinativa que indica
que el signo mismo vale como objeto denotado. Se tr.ata efectivamente de un
determinativo que, como en la escritura china o jeroglífica, tiene a su cargo
la eliminación de un equívoco significante.
Recordemos que la intervención del.determinativo permitió aquí distinguir
la interpretación y la intuición delirante; en ésta, el determinativo venía a
designar una simultaneidad significante como significante, mientras que,
■para aquella, la homofonía misma determinaba la cifra que la constituye. Es
entonces claro ahora que las comillas de la escritura lógica son idénticas a
lóS determinativo? de la intuición delirante. Como los determinativos, ellos
.designan como significante una simultaneidad que, en un caso (intuición
delirante), está dada así para ser tomada en cuenta, mientras que en la otra
(escritura lógica), debe ser excluida. De esta manera, la operación fregeana
de introducción de las comillas es identificable con la que presentifiqué con
el “hum hum” sobre el cual perdonará el lector que lo haya obligado a
detenerse tan largamente.
Además, cuando miramos de cerca el desciframiento de Champollion, nos
encontramos frente a esta misma puesta en juego de una simultaneidad
significante y de un determinativo: el recuadro permitió identificar los
nombres propios como nombres propios, localizarlos, y éstos, como escritos,
proporcionaron el apoyo homofónico que iba a dar las reglas de la
transliteración de los caracteres jeroglíficos a caracteres griegos.
Un cuadro pondrá de manifiesto, mejor que un largo desarrollo, cómo se
lesprende, de la convergencia de las discusiones anteriores, una operación
in dos tiempos; cómo cada una de las operaciones analizadas pone enjuego
a su manera un equívoco significante con la cuestión de su levantamiento.-
p mismo juego deán determinativo aparejado a una simultaneidad significante
,ma vez identificado, podrá aclarar la operación de la forclusión. Notaremos
antes que nada que dos razones vienen a apoyar esta conjetura. Al señalar el
caracter “champollionesco” de la lectura freudiana de Schreber, Lacan
sugiere que lo que “vuelve a poner de pie” al texto de Schreber no deja de
tener relación con la operación de la forclusión de que da testimonio este
texto, ya que constituye su sedimento. La segunda razón no es menos
importante: tras haber notado ya que el significante en la psicosis pulula
como algo que ocupa el lugar de nombre propio, podemos concebir la
existencia de un lazo entre esa proliferación del significante y esta operación
local de la forclusión que actúa, precisamente, sobre un nombre. A decir
verdad, es imposible dar cuenta de nada en ese “campo paranoico de las
psicosis” una vez admitido que la forclusión del Nombre-del-Padre consti
tuye su operación decisiva, si no se establece cómo, a partir de dicha
forclusión, ocurre esta proliferación del significante.
No es cualquier significarte lo que Lacan apunta como forcluido en la
psicosis, es el significante llamado del "Nombre-del-Padre”. En tásto que no
es cualquiera, este significante esíá neCesariaiiiente localizado. Esía legali
zación estará mejor, subrayada si tomamos el problema a contrarii.
Podemos imaginar -y, por ama Isdte, m nos privamos de hacerlo- que el
lenguaje está lejos de dar todas las sstisfacciisnes alas cuestiones que pueden
presentarse. Si, por ejemplo, soy niña y me encuentro en un tiempo en que
tengo que simbolizar mi sexo, me voy a topar con el hecho de que el lenguaje
no me proporciona ningún equivalente de ese significante sobre el cual el
varoncito puede fundarse para simbolizar el suyo. Me las veré, entonces, no
solamente con una ausencia en el imaginario, sino con un agujero en el
simbólico que es la razón de lo que Freud descubre como disimetría
ineludible entre el Edipo masculino y el femenino. Ahora bien, la experien
cia muestra que un agujero como ése en el simbólico no produce necesaria
mente una psicosis. Si, del mismo modo, pero no por las mismas razones, a
alguien se le mete en la cabeza plantear al significante la pregunta de su
existencia singular, algo que se formularía como un “¿por qué estoy aquí?”
o también “¿por qué voy a desaparecer?”, ese alguien encontrará también un
agujero, ya que el significante no puede responderle a un sujeto cualquier
cosa sobre la cual éste lo interrogue más que si lo considera como ya muerto,
es decir, si lo inmortaliza61.
El significante del Nombre-del-Padre presenta entonces la especificidad de
que, si no es tomado en una primera simbolización, si hace agujero en el
simbólico, para el Sujeto, resulta esta “cascada de las modificaciones del
significante” ^ donde se realiza una transformación radical de la relación del
Sujeto con el lenguaje, cuyo fin ha sido interpretado aquí como pululación
aquel donde la huella del paso es leída “paso” y así es borrada en tanto que
pictograma del paso, en tanto que impronta de una marcha. El pictograma
Ke sufre una vicisitud semejante pero que sólo puede reconstruirse a partir
del tercer tiempo.
Este conteo 1-3-2 es, por otro lado, igualmente verdadero en el caso del
“paso”. El tercer tiempo es el del rasgo que viene a rodear la huella borrada,
que ratifica así definitivamente este borramiento al tomar esta huella borrada
como algo que escribe este homófono del “paso” primero que es, en la lengua
francesa, el pas (no) de la negación. Es entonces en el aprés-coup de este
tercer tiempo cuando el borramiento, constitutivo del segundo, puede ser
considerado como una homofonía. Ya hemos identificado como
transliteración esta operación del rébus de transferencia en que la huella del
“paso” viene a escribir un pas de negación / borramiento de la huella.
Igualmente, para el carácter Ke, convendrá estudiar este juego del punto de
partida concreto (en el signo) y del equívoco (homofónico) desde el tercer
tiempo.
En este tercer tiempo, el signo A da, que se traduce “grande”, vino, al igual
que la delimitación alrededor de la huella de paso borrada, a agregarse a Ké
para dar: 5 ■ Sin embargo, el conjunto forjado de esta manera no escribe
de ningún modo “gran poder”, como se espera a veces cuando se supone que
fuera de la escritura llamada “fonética”, es la semántica la que preside el
destino de lo escrito. Este conjunto escribe la palabra “impar” en el sentido
de “falta”, de “metida de pata”. Éste lazo entre í y ^ , por una parte y
por otra £ no está ajustado sobre el sentido. ¿De qué está hecho entonces?
Lacan hace notar aquí que este último carácter compuesto se pronuncia yv,
este yi es escrito así por el carácter compuesto apoyándose en el hecho de que,
en cierta época de la lengua de que da testimonio el Yi-King, ha sido próximo
fonéticamente a Ké. Hay entonces, igualmente aquí, un tiempo dos qtie es de
borramiento homofónico.
Pero el interés de referirse a la lengua y a la escritura china obedece al hecho
de que ésta viene a apoyar la metáfora de la rueda de molino, ya que en ella
podemos designar apilamientos de rébus de transferencia como el que acaba
de mostrarse. El significante no solamente viene, sino que “viene de regreso
a batir el agua del flujo con las aspas de su molino”, y la escritura china, más
que cualquier otra, es capaz de dar cuenta de esta reiteración, puesto que toma
cuerpo precisamente de ella misma.
El punto de equívoco es, en esta siguiente vez, el yi. Lacan hace notar que
si agregamos ^ mu, que es el determinativo de todo lo que es de madera.
220 función persecutoria de la letra
De la nominación
ft3 Cfr. j. Ailouch. "La passe ratée du vise-consul” (en Lettres de l'Ecole, boletín interno dé la
Écoie Freudienne de París, marzo de 1978. Este texto es retomado parcialmente en Omicair? 12/13
del discordio paranoico 223
61J. Lacan, L'insu.... e! 19 de abril de pocas palabras, háy que resaltar ía cuestión de
saber si ^psicoanálisis -íes pido perdón, pido perdón, ai menos a los psicoanalistas- no es lo
que podemos llamar un autismodedos.Hny,cnn todo, una cosaque permite forzar este autísmo,
es justamente que la lengua es un asuntó común y que es justamente allí donde estoy, es decir,
capaz de hacerme oir por todo el mundo aquí, estoes loque garanazaC...) qué el psicoanálisis
no cojee irreductiblemente en ¡o que llamé haca un momento autismo de dos. Además su veta
spinozista, notaremos la sorda ironía de una acerción dirigida a un público que no cesaba de
invalidar ésta aserción.
w 1. Lacan. Ou pire, seminario inédito del 1S de marzo de 1972.
Quinta parte
Dicho de otro modo: ¿qué ocurre al final del recorrido de la letra que sufre
demora en la transferencia? Y la discursividad -que es el nombre lacaniano
de la letra que sufre demora cuando constituye lazo social- ¿es acaso el suelo
que conviene, para el "letra p o r letra" donde la función persecutoria de la
letra no llevaría a la psicosis como su atolladero ineludible?
Capítulo nueve
el “engarzam iento 19
de la transferencia*
3Alusión al sofisma desarrollado por J. Lacan en “Le temps logique et l’assertion de certitude
unticipée” (El tiempo lógico y la aserción de certidumbre anticipada), Écrits, pp. 197 a 213
(Escritos, trad. de Tomás Segovia, Siglo XXI, México, 10* edición, 1984, pp.187 a 203).
230 la letra que sufre demora
evidente que el rey haya sido ajeno a lo que pretende haber sufrido por el
hecho de la lubricidad y de la astucia de su hermano. ¿Acaso evocaremos la
figura de un rey incapaz de gobernar? Cuáles son, pues, sus faltas, errores y
pecados que han convertido a esta víctima en alguien a quien el cielo condena
“a errar por la noche y a ayunar durante el día en la prisión de las llamas”?
Lo importante es que Hamlet no se plantea la pregunta ni tampoco se la
plantea al espectro. No interroga tampoco al lazo entre lo que fundaría esta
condena y el fin trágico de su padre. Sin embargo, basta con imaginar por un
instante que Hamlet haya estado en posición de abordar estas cuestiones para
concebir que su respuesta al espectro se hubiera encontrado ipso facto
modificada: hubiera interrogado a la enrancia nocturna de esta figura fantas
magórica, y su intención de hablar sin testigos ya no le hubiera parecido tan
lógica. Desde ese lugar, del cual iba a arrancarlo el amor del padre, habría
podido entonces escuchar lo que era dejado de lado por ese arrancamiento
mismo, habría podido situarse con respecto a las palabras paternas de una
manera tal que ellas lo habrían conducido a hacer otra cosa que no fuera
simplemente tragárselas.
He aquí entonces a Hamlet subido en la escena paterna. Al llamado del
espectro, interesado por la puesta en ejecución de su venganza, pero sin que
se sospeche su demanda, responde en Hamlet la tentativa de restaurar la
figura de un padre ideal; es decir, divinizado, allí donde ese padre, aunque
más no fuera por haberse revelado como mortal, le presentaría esta figura
como justamente aquello de lo que Hamlet tenía que hacer el duelo.
Una vez sellada la complicidad del padre con el hijo, la imagen del espectro
desaparece de la escena. Se produce entonces algo así como un recubrimiento:
la escena, contemplada por los espectadores, deviene escena paterna; de ahí
j en adelante, todo va a jugarse bajo la mirada del espectro que, en la sala, tomó
a su cargo la mirada del espectador. Sólo existe tragedia para él, mirada
espectral, inquisidora, en espera de la consumación de su venganza; y la
continuación sólo aparecerá “trágica” para el espectador en la medida en que
ha adoptado sin darse cuenta el punto de vista del espectro.
Si el franqueamiento por ei> cual Hamlet accede a esta escena ahora
“patemalizada” puede ser señalado como “transferencia paterna”, esa trans
ferencia se especifica por ser sin análisis; dicho de otro modo, como acting-
out, según la fórmula lacaniana. El “sin análisis” consiste en que a la
aceptación por parte de Hamlet de la acción que su padre le asigna no
responde, en el lugar del Otro, más que esa mirada interesada en la realización
de esa acción.
el "engarzamiento " de la transferencia 231
El que esa mirada haya acaparado en la sala la del espectador es resultado del
juego de Shakespeare, en el sentido de “juego de manos” del hombre de
teatro. Ahora el espectador está aprisionado entre sala y escena. Se puede
encontrar la indicación de que ése es el caso notando hasta qué punto nos
hemos interrogado sobre lo que podría estar en el origen del impedimento en
que se encuentra Hamlet para ejecutar la sentencia paterna. La fuerza, la
insistencia de esta cuestión, coextensiva a la escena trágica, es propia del
interés que le dedicamos. En consecuencia, no se trata tanto de elegir entre
las múltiples respuestas (incluidas las psicoanalíticas) aquella que podría ser
la buena, sino de darse cuenta, en primer lugar, que es la propia cuestión la
que produce el impedimento. La pregunta es su propia respuesta en tanto que
es la pregunta que se plantea el espectro, convertida, sin que él lo sepa en la
del espect(ro)ador. Aquí la inhibición se revela como correlativa del acting-out.
La inhibición es lo que, en el acting-out, rechaza al acting-out, lo que designa,
más allá de la impotencia que aquélla representa, su punto de imposibilidad.
No puedo vengar a mi padre, pues si yo efectuara esta venganza a fin de
sostener la idealidad de su figura, quedaría el hecho de que sería poner esta
venganza en una dependencia con respecto a mi propia aceptación de
ofrecerle mi brazo; ese padre no se habría vengado, entonces, por sí mismo
y así se revelaría a mis ojos como no habiendo tomado a cargo sus propios
asuntos. Dicho de otro modo, desfallecería, al menos en ese punto (pero al-
menos-uno es suficiente para esta clase de desfallecimiento), de esaidealidad
del padre que se revela así a la vez como algo por lo cual acepto consagrarme
a su demanda y aquello por lo que no estoy en condiciones, sin embargo, de
realizarla hasta el fin. El acting-out es acto necesariamente inhibido.
La inhibición es el síntoma del acting-out. He aquí, pues, a Hamlet impedido;
o sea, (Lacan lo ha observado): impedicare, atrapado en la trampa. Será
necesario un nuevo franqueamiento, la introducción de otra escena, de la
escena sobre la escena, para que la trampa en el combate con Laertes aparezca
como tal. Hamlet no sabe que la espada de su adversario está envenenada,
sólo lo sabrá después de haber sido mortalmente herido por ella. Ahora bien,
solamente en ese momento podrá matar a Claudius, el incestuoso, el
fratricida, el usurpador: la desaparición de la inhibición es correlativa de ese
otro franqueamiento. Una vez que Hamlet está muerto, la trampa no actúa
más. El pasaje al acto efectúa lo que el acting-out inhibe. Pero si fue
necesaria esta transformación estructural del pasaje al acto para que Hamlet
alcanzara ese punto donde el amor sacrifica el bienestar del amante a la
satisfacción de la demanda del amado, para que Hamlet dé al espectro la vida
de Claudius, dicho de otra manera: para que le dé lo que no tiene, es que este
amor no podía volverse efectivo más que al precio de la reducción del amante
232 la letra que sufre demora
4 "Durch den Arbeitaufwand", escribe Freud. Se puede leer allí la primera inscripción del
"durcharbeiten" que Freud introduce en ese texto y del cual dice que hace la diferencia entre
, el tratamiento analítico y el tratamiento por sugestión.
5Se podía hacer una objeción evocando el Proyecto. Pero, ¿Quién había leído el Proyecto en
1914?
íu mira que sujre üemora
texto del Menón. El episodio llamado del torpedo (vaoxT| narké) designa la
operación de la reminiscencia como agieren , haciendo resaltar que no accede
a la efectividad sino pasando por ese entumecimiento (vocoxT): es el mismo
término) que es constitutivo de la transferencia -sin análisis- con Sócrates. La
reminiscencia es una narco-mnesia. El rechazo a la puesta enjuego inmedia
ta del narcótico en lugar de la demanda del médico tiene entonces como
efecto separar reminiscencia y rememoración. La operación de ese rechazo
no deja, sin embargo, de tener un resto ya que el “rememorar” freudiano, por
no confundirse más con la reminiscencia, tiene que vérselas ahora con lo que
la sostenía y que escapaba así necesariamente a sus redes. Con lo que se
esclarece el hecho de que la técnica hipnótica no podía de ninguna manera
plantear la cuestión del agieren (ya sea transferencia o acting-out):era el
acting-out el que la sostenía.
Una vez evacuado el obstáculo constituido por la demanda del médico, el
agieren es lo que, de la hipnosis, retoma en el rememorar. Que esto pueda
ahora ser nombrado no constituye un resultado pequeño. Sin embargo, la
nominación no arregla esta cuestión. Más bien, como toda nominación que
se respete, la plantea. Y el obstáculo muestra todavía su presencia.
¿Intentará, acaso, el médico intervenir con el fin de invitar al paciente a
proseguir en la vía del rememorar, e incluso con el fin de interpretar el
agieren ?Tendrá, en ese caso, como Freud lo escribe en Análisis terminable
e interminable, la impresión, “no de haber trabajado en la arcilla, sino de
haber escrito en el agua”. Aparece entonces de entrada que tiene poca
posibilidad de elegir; le es necesario admitir que el “dejar repetirse” bajo la
forma del agieren toma, en el análisis, el lugar del “dejar rememorar” del
tratamiento hipnótico6.
El “dejar repetirse” le da miedo al médico. Divierte leer los consejos dados
a los jóvenes analistas por clínicos a quienes se supone experimentados:
¡Sobre todo -enseñan- no dejen desarrollarse la transferencia negativa! Al
menor signo de transferencia negativa, interprete, en otras palabras (pues tal
es la concepción sobre la interpretación puesta enjuego aquí) haga saber a
su paciente que de hecho no es usted a quien apunta sino... á su papá, su mamá
o incluso su prima hermana; si usted no procede así va a la catástrofe, dicho
de otro modo (pues tal es la concepción sobre la catástrofe puesta en juego
aquí) usted no será ya el amo de la situación. Se nota que tales consejos
reintroducen la demanda del médico; y lo que se llama “interpretación de la
transferencia” no es entonces sino la formulación al paciente de una demanda
de no comprometerse más adelante en la vía de la transferencia. Uno se
prohibe con esto la localización de la inhibición correlativa con el agieren,
ya que esta inhibición es tanto más manifiesta cuanto más se precipita el
6S. Freud, C. W., tomo X, "Erinnern, W iderholen une Durcharbeiten", p.131. (S. Freud, O bra*
completas, Ed. Am orraría, Buenos A ires, 1980, Tom o XII, p. 153).
ux leira que sujre demora
sujeto en este modo del repetir. Pero nos privamos además de los medios para
intervenir sobre aquello para lo que somos consultados, pues la neurosis, por
su parte, no vacila en llevar mucho más allá el asunto, en empujar más allá
el bochín, para decirlo en términos del juego de bochas. Así, gracias a los
buenos oficios de algunos “mayores”, se ve a veces al analista prohibirse sólo
por él mismo.
La expresión de esta interdicción puede formularse así: yo no soy el que usted
cree. Este rechazo de la transferencia hipoteca todo lo que, desde el lugar del
Otro, puede retomar al analizante. En francés hay un matiz que es difícil
traducir, pero que también en español está subyacente, en la siguiente
situación: una joven francesa dice7 a su amigo: “Je ne compte pas sur toi, je
compte avec to í\ es decir: “No cuento sobre ti (literalmente: sur toi), cuento
contigo (literalmente: avec toi)”, ¿Cómo entenderme bien en adelante con
quien desconoce que no puedo entenderme más que con... él? No hay en esto
ninguna ilusión sino más bien una creencia, o sea el movimiento por el cual
nos dirigimos a algo en tanto es susceptible de hablamos. Esta definición
lacaniana de la creencia permite formular los efectos de su denuncia. El
analista que se sustrae a las consecuencias de su acto en tanto éste reclama
de él que acepte ser allí el soporte de la transferencia, desiste al mismo tiempo
al plano de la palabra, ya que es de allí precisamente de donde es esperada una
palabra que tuviera función de lectura.
!a sóspeeba”j por más que deba, poreste fteebo. privarsc de la dicha de ver-
andar d&a®tgb¿ a Marx, Ffeud y Nietitóhe. Lacóntradicék5¡i|j en el punto dé;
partida, de 1a susodicha sospecha, correspondeal hecho de que.por una parte,:
Freud .afirinaque el sueño realiza el déséódé no ser responsable de la
enfermedad persistente de Irma, deseo manifiestamente preconsciente, pero
ese estatus preconsciente no le impide, por otra p&te, extraer del análisis de
este sueño la certidumbre de su teoría del sueño como real ización de un deseo
inconseíentc.Lo$maliciosos(lQSdescQníIadoslason).C0nctoyéndéelldqtíe
Freud no nos ha dicho todo *® no lo esfiotíde por; otra parte- y se encuenfran
así remitidos a lo indefinido de las investigaciones psico-biográficas. Al
hacer esto, deniegan que Freud dé este saeSo y esta interpretación como
prueba de su :teoría. Lá ünica léctiBa rjgtirosa es entonces aquella que,' sin
preSaponerque étdiscúrsotéódtW de Ffeudsea del orden de un mctalenguaje,
admite que el caracter probatorio de este sueñoes su ittterpretacidn. '
Ahora bien, este sueño se caracteriza por implicar dos momentos separados
por un instante de prisa -"Llamo rápidamente ¿l doctor M ”- que se produce
justo después de que el enfrentamiento dual con Irma alcanzara ei insopor
table punto de angustia -pero justamettte¿ en éste caso, resulta que ftie
soportado; no ha habido despertar- para abrir luego It otra fase dondé ya no
se trata de confrontación imaginariardonde,pOfiellíamado alcongresodetós
sabios, “la incromtsió'a de los sujetos* (Lacan) se ordena en torno de la
fórmula alucinada de Íatrirrietilantína. Si entonces Frendestá autorizado para
admitir que ese sueño realizaba una efectiva disolución de su culpabilidad,
esto no puede entenderse y no toma su alcance verdadero sino ,áí ser referido
a éste orden de jjanqueamiento(íivvetáo de aqu él por ei cual H&mlettfeñe
acceso a la escena paterna), gracias ^ cuál pudo, retroactivsmente, admitir
el hecho de lá ilusión hájüta entonces mantenida de estar él mismo algo
vinculado en un asunto donde no se trataba más que de sti sdmstímiéRto al
.significante temario de la fórmula de la trimetilamina. Stichfierifcerg: HQue se
sueñen tantos cosas locan no me asombra, lo que me asombra es que se crea
Ser aquel que haceypiéñsatQdasesascos&s”^. ■.
Fue entonces necesario que el enfrentamiento narcisista, en un tiempo
primero, aléan2ara esepuhio dé añgtistóá en que Freud, horrorizado, mita
esas masas de carne blanquecina en el fondo de la garganta de Irma, para que
después, y solamente despoés. vinieraalaluzláfónnula de la trimeülamina.
Ahora bien, una secuencia semejante se encuentra én la experienóadefe
transferencia. Se puede comprobar, en efecto, queesunavezfranqu®®dGsl
tiempo en que cl agieren se manifiesta con un máximo de agudeza
(franqueamiento qufe no es efectivo stás <¡ue acóndiciÓn de quee¡ agieren
‘ e ncuentre departedél pskioan alista unsigno dec o nfirmHción)cUaf3doetíu n
tiempo segundo puede ser publicada una palabra que permaneció hasta
entonces en el estatus, estimable neuróticamente, de lo inédito. Yo nombro
al primer tiempo de esta secuencia el poner de relieve de la transferencia, que
dicho en francés, le monter en épingle du transferí, connota además lo que
tiene de engarzamiento, como el de una piedra preciosa en un alfiler de
corbata. Es el tiempo de la equivalencia, en el agieren, de la transferencia y
del acting-out o también, para decirlo de otra manera, una retoma de esta
necesidad muchas veces destacada por Freud con la afirmación de que “nadie
puede ser tué, matado (que se debe escribir igualmente tu es, tu eres) in
absentia aut in effigie”.
Llamar a esto el engarzamiento de la transferencia designa que está aquí en
acción una intención; pero también es, avanzando más, indicar que esta
intención no tiene alcances sino a partir de sus efectos en el lugar del Otro y,
entonces, que sus consecuencias (lo que se llama “análisis de la transferen
cia” donde se separan transferencia y acting-out) están bajo la dependencia
de lo que vuelve al sujeto desde ese lugar del Otro. Digo que es esperado aquí
un signo de confirmación del agieren, que está allí la condición para que sea
franqueada al revés la rampa del agieren con la puesta a la luz -que sella ese
franqueamiento- del significante que no cesaba, en el agieren, de no
escribirse bajo el modo del rememorar freudiano.
Propondré ahora un cifrado susceptible de escribir los diferentes tiempos de
ese recorrido subjetivo, ó sea, principalmente, de ¡acondiciónde posibilidad,
del lado del psicoanalista, de la operación de disyunción de la transferencia
y del acting-out.
Por haber introducido, hace poco, el término “intención”, partiré de su
opuesto que es él puro azar, para proponer luego una transliteración del
esquema L en el lenguaje de lo que los Escritos nombran la “cadena L”,
haciendo la apuesta de que poner en correspondencia una estructura sincró-
nicameníe regulada y una serie sintácticamente ordenada podrá producir una
escritura de lo que implica, del lado del psicoanalista, el engarzamiento de la
transferencia. Que haya aquí además, unaexplicitación ejemplar del lazo de
k letra Con la transliteración merecerá ser subrayado, cuando llegue el
momento.
La cadena L es un dispositivo de registro de jugadas tiradas estrictamente al
azar. Si: se define la sintaxis como el conjuntó' de las reglas que fijan las
condiciones del registro de los términos, esto no quiere decir que esta sintaxis
no intervenga en la determinación de las jugadas. Estas jugadas, qug
podemos imaginar como de cara ó cruz, son transctjptas primero “+” o
según el caso. Nada es localizable, a este nivel, del efecto sintáctico. La
ei “engarzamiento" de la transferencia 239
(2) (2) (1) (1) (1) (2) (3) (2) (2) (3) (3) (2) (1) . . .
85 a Pa yp 8 8 p a ...
E sta segunda transliteración, como la precedente y por las m ismas razones,
perm ite escribir una ley de las exclusiones que es dada en los Escritos bajo
la form a de un “repartitorio” . A quí tenem os otra presentación:
a y a (3 y a P y
a 5 5 5 Y P a P P 5 a
5 y a y 5 a P 5 Y P y a y 5 § p
J *
6 5 a a P P y y
extr. excl. extr. excl. extr. excl. extr. excl.
Q O Q O
Es oportuno com parar estos cuadros con los cuadros O y D. presentados por
Lacan en ia página 43 de los Escritos. Para facilitar esta comparación,
reproduzco aquí esos dos cuadros:
5 P y a
a y y a p 5 8
CuadroQ Cuadro O
La respuesta de la cadena presenta un aspecto “más claro que el agua”, tal que
no se ve aquí lo que se podría ganar transliterando de esta manera el esquema
L en cadena L. No queda, entonces, más que reconsiderar los datos
planteados al comienzo de esta tentativa para ver si un resultado más
productivo puede obtenerse modificando, incluso haciendo explotar, una de
las exigencias. Sabemos ahora que si queremos transliterar los cuatro
términos del esquema en cuatro lugares dados por los cuatro tiempos
escogidos como mínimo, obtenemos ó 4 a ó 4 y, y que estas series dan largas
al asunto. Por eso, ya no nos vamos a limitar a cuatro tiempos; dicho de otro
modo, a mantener la exigencia de Sa repetición, sino que esta vez la vamos
a poner a actuar ya no a partir de las a y , que eran las únicas posibles (Cuadro
íu miru que sujre üemora
O) cuando nos limitábamos al mínimo de cuatro, sino con ¡as 86. En efecto,
el fracaso del primer intento no fue totalmente en vano, porque desunió estos
dos pares de letras enseñando que se comportaban de manera diferente con
respecto ai redoblamiento.
El paso que debemos dar ahora corresponde al reinicio de la obra de la cadena
L por Lacan en 1966 con ocasión de la publicación de los Escritos. Este
suplemento -titulado “Paréntesis de los paréntesis”-, un nombre del
redoblamiento, no ha sido casi leído hasta ahora. Debe incluirse, en esa
atestiguación, ese filósofo que presentó una crítica del Seminario de la carta
robada, sin tomar en cuenta la elaboración de la cadena L con respecto a la
cual el “seminario”, se dice en los Escritos, no tiene sin embargo otro valor
que el de un simple “refinamiento” 11. Es cierto que, sosteniendo la tesis según
la cual la letra es infinitamente fragmentable, hubiera sido delicado producir
una demostración de ello a propósito del a y 8. No deja de tener coherencia
que la interpretación que resulta del cuento de Poe reduzca su alcance a un
juego “de identificación rival y dúplice de los hermanos” 1:. Por'esto
encuentra su confirmación el argumento del seminario que indica que no hay
otra posible salida dei callejón imaginario que tomar en cuenta la función de
la letra que sufre demora porque ella es laque ordena la posición de los sujetos
en la repetición.
De hecho, la objeción que concierne al estatus de la letra no era nueva. Había
tenido su precedente durante ei seminario del 20 de marzo de 1957, cuando
acababa de publicarse, en 1a revista Lapsychanalyse (n°. 2), el texto sobre La
carta robada. Tras haberlo conocido, en esta ocasión, uno de los participan
tes objetó a Lacan que esta demostración del lazo esencial de la memoria y
de la ley sintáctica estaba manchada, si no es que privada de su válor de
prueba, por un vicio de partida que consistía en la definición, no unívoca
desde el comienzo, de los términos que están en juego. Así, la elaboración
de la cadena en 1966 aparece como la prolongación de la respuesta dada ese
20 de marzo de 1957, respuesta que es oportuno estudiar de cerca.
Esta respuesta admite, ante todo, el carácter fundado de la observación sobre
la que se apoya la objeción. Basta, en efecto, con escribir con la ayuda de un
grafo 13 el conjunto de las posibilidades de sucesión -este grafo. es lo que la
teoría de los autómatas designa como “formulación gráfica de las instruccio
nes”- para que aparezca la necesidad de escribir en dos lugares diférentes
cada una de las letras. Así, la ^ a la que la sucesión de las jugadas accede ya
sea después de una 8, ya sea después de una a , no tiene el mismo valor
■sintáctico que esa otra P que sólo puede estar precedida por una 6 o una y y
seguida por una y o una 8, a pesar de que las dos conjugan efectivamente,
se escribe + + + y continúa con un (3), este (3) sólo podrá ser el que
corresponde a la serie + - + cuando el número de (2) incluidos entre (1) y (3)
sea igual a 1 5 9 13 17...etc., mientras que para la otra serie de número?
impares (3 7 11 15 19...etc.), este (3) deberá escribirse necesariamente - +
Esta regia se invierte si partimos de un (1) escrito — .
La caza del equívoco literal conduce así a reconsiderar las definiciones de
partida, a proponer un nuevo alfabeto compuesto y a no por tres, sino por ocho
letras: dos letras para el (1), dos para el (3) y cuatro letras para el (2).
Escribiríamos así:
a: + + +
}(D
b : ------
c: + - +
}(3 )
d: - + -
e: + - -
f: - + +
g: - - + . ( 2)
h: + + -
¿Habremos puesto con esto un dique al equívoco? El grafo de las instruccio
nes que escribe las sucesiones posibles dé las abc...h presenta efectivamente,
esta vez, una letra diferente para cada uno de los cruces. He aquí ese grafo:
de tres lugares, será necesario ¿palos+ y - q«e ocupan los dos últimos tugares
de una letra sean ‘io s mismos” que los que van a venir ,a ocupar los dos
primeros lugares de la sigoiénte letra. Basta con numerar estos lugares para
darse cuenta de que actáan corno ‘‘segundo” y *feteero” para la letra que
precede, mientras que valdrán caffio;*‘primero”,y “segando" para la letra que
sigue. Este simple cambio de lugar haee, con le Igualólo diferente. Se hace
aparente &xit&ji^&^BelesuíWfiffiMuéie.ha querido evacuarde la definición
de las letrm sigue enganchado a fas lugares, ■
Corno en la numeraeiániiama^ “de posictifef*, donde el valor numérico no
se apoya solamente en la cifra» sino que depende igualmente de su lugar (1
ealSSno tiene eimismo vafes que ! en f£}, venios 2ij§{í< !a
queia|etra rt0^tá def|nida|iiiS|sIetoei^«feella. misíttii No sé compone con
“ella misma” más que tOmátid#rdé;#:^ ó.litio; en lugar de la otra letra (y para
otorgarle en “ellamismá” otrosltíd) una parte de la otra letra con lacual **ella
misma” se coáslitaye. La translitersciéjí es el nombre de lo que Lacan1
designa como “la composición consigo mismo del silb ó lo primordial” 14»
Hace falta por lo menos ana “primera*' ®pflgKapára qué la grafía produzca,
por ella misma, una orto-grafía que deesta manera no eslf ttgáda más que al
hecho de la corrípo&ISa consigo mismo del símbolo.
Esto se confirma con una contíagwebíS, Basta con sáptíffi-fre! recubrimiento
donde se lee el equívoco liter^pfea qijeitíinedíMa^etiteyitná hays ninguna
ley de las sucesiones. La reeseriíuíi:áe®Balquieí' cadena de+- con el alfabeto
a b c...h produce entonces una simple reduplicación de la serie de los + tan
ai azar como ella, y será imposible extraer una ley de las sscesiones. Una
traducción como esta tampoco permite ubicar el efecto de 1¿ ióffiposición
eonsigó mismo del símbolo porqse lo exclttye de súioper^íóhpor
En cambio, desde la más: simple de las transilteraeioffiés j3énsab|eS, la que
exige que el recubrimiento corresponda ai menos sobre un signo (+ 8H | la
que, entotiees, se establece eos un alfabeto- compuesto por cuatro aeopia-
mientos posibles de + - (A = + +; B C mrfN| D m - +), aparece una ley
de las sucesiones:
a’ (otro)
corchete abierto por la sucesión de dos (3no podrá en ningún caso ser cerrado
hasta que se presente una serie alternada de (3 8 (a la que corresponden la
apertura y eíiiérre de paréntesis interiores), pero podrá serlo, por el contrario,
si se presenta una; sucesión de dos 8 ífin. interposición de ¡3. La cadena
traducida así es esta:
2: (a y ( yyy) y a y a 7 (y y y) y o t ) a a a a ( a y a y a ) a a a
Esta re-escritura hace aparecer, con el redoblamiento de las P 5 , una serie -
correlativa, por otro lado, de este redoblamiento mismo- de lugares diferen
ciados:
[M(N)0(N)M]P(Q)P
M nombra el interior del forro; N, el interior de Iqs paréntesis incluidos en las
comillas; O,tlo dentro dé las comillas, 'éstafuera de estos paréntesis; P,"
lo que es exferioraíavezéfas paréntesis y a las’éóminas, y Q, el interior de
los paréníesiSruera de las comillas.
Así se ve fáqiütádá la ubida^ióp de la correspondencia en qué in s is te la
transliteración del esquema L en «Jadena L. He ¿guí ésta correspondencaa:'
bajo la forma de un cuadro:
fuera
P: serie de las a A : el cam po de lo simboiizable
de las
Q: alternancia de las a y E l “yo” psicológico
comillas
apuesta que debe ser situada sobre otra escena, diferente del Es. Por el hecho
de que, inquietado por el síntoma, el sujeto se dirige a un partenaire que
puede autorizarse a dejar vacío el lugar de y y confirmar así lo que se
encuentra engarzado en a , se volverá posible, en 8, el franqueamiento de las
comillas y, más allá de esta salida, la inscripción en el lugar del Otro, o sea
en a , del rasgo significante que, por insistir en el engarzamiento, acaba por
ex-sistir como significante en el Otro; dicho de otro modo, llega a tachar al
Otro, por hacer agujero en él.
Capítulo diez
la discursividad
¿Freudiano?
Poco tiempo después de la aparición del Vocabulario del psicoanálisis
(1967), se atribuía a un antiguo alumno de Lacan, y (que, sin embargo, era
profesor), la siguiente respuesta, ala pregunta sobresurelación con ély sobre
el lugar que ocupaba Lacan dentro del movimiento analítico: “¿Lacan? Es
el 5 % del Vocabulario”.
No es- completamente un chiste; la frase ni siquiera es, hablando con
propiedad, “ingeniosa”,, más bien dinamos que es tontita. Sin embargo,
circuló efectivamente como un chiste. Es que se hacía significar ahí lo que
'pretendía ser un punto de desembocadura de una transferencia con Lacan y
que, en un asunto “semejante” (¡nos lo imaginamos como tal!), estaba
implicado más de uno.
la discursividad 257
' Hay una vacilación en cuanto ai nombre de los componentes de este vocabulario. ¿Conceptos
o nociones? La introducción no resuelve esto. ¿Cómo no ver, por otro lado, que la enorme
preeminencia que se da allí a Freud es un efecto, una secuela, y por esto un reconocimiento
s implícito del retomo a Freud de Lacan?
En efecto, si la ecuación que iguala a Lacan a un 5 % de agregado a Freud no
se sostiene, debe anotarse que este modo aditivo vale también para el propio
Freud; ¿qué porcentaje agrégala pulsión de muerte al “primer Freud”? Esta
pregunta va en la misma dirección de una empresa como la del Vocabulario
del psicoanálisis, ya que trata a Freud, a Lacan y a otros de la misma manera:
sopesando (por lo menos en principio) cada término de ellos para decidir
excluirlo o adoptarlo.
Este enriscamiento de la lectura de Freud en una problemática del incorpo
ra r/ rechazar permite identificarla como no freudiana en el sentido de que
este modo de la lectura no es el que Freud indica como capaz de producir una
interpretación. En Freud, leer es descifrar, lo que da un estatus diferente a
cada uno de los términos, ya que basta con que uno solo de ellos escape al
desciframiento para que éste último, y posiblemente hasta én sus propios
principios, sea cuestionado nuevamente (cfr. págs. 141/4 del capítulo seis).
Una lectura del desciframiento es una lectura que no tiene otra elección que
prohibirse elegir. ¿Qué sería un desciframiento si comenzáramos por
arrogamos el derecho de extraer, del texto por leer, algunos pasajes escogidos?
Resulta, entonces, que no basta con haber tomado algunos términos de Freud,
con haber tomado a Freud como objeto de una lectura, para poder llamar
“freudiana” a la elaboración que resulte de ello. Con respecto a esto, De
l ’interpretarían (Sobre la interpretación) es también un caso ejemplar2. Si
entendemos bien el término -incluso en lo que se indica allí de un no hay
elección- diremos que es de la castración de donde proviene una lectura
freudiana. En lugar de esto, consideramos, terrible y quizás mortal enferme
dad del psicoanálisis contemporáneo, lo que llamaré, con Kierkegaard, la
falsa seriedad, de la que el Vocabulario del psicoanálisis es tan solo una
figura entre otras. La falsa seriedad es una de las formas más prácticas de
disertar (en este ¿aso sobre Freud, e incluso en términos freudianos) mante
niendo al mismo tiempo ese discurso fuera del alcance del menor rasguño,
pregunta o modificación que podría venirle de su objeto (aquí, de Freud que,
de falsa seriedad, “tiene su dosis”).
La falsa seriedad hace estragos seguramente en otros lugares además de la
ampulosidad del campo freudiano y, para indicar en qué consiste y de qué
manera la inteligencia está a su servicio, elegiré una desventura ocurrida, no
hace tanto tiempo, según se dice, al filósofo marxista Lucien Séve. Con
ocasión de un viaje a Inglaterra, un periodista local, entre toda una serie de
asuntos, le preguntó: “¿cómo explica usted que haya tantos trabajos sobre
Marx y, en cambio, tan poco sobre Spencer?” Sacrificándose ante la ley de
un género que espera que uno tenga una respuesta para todo, L. Séve se lanza
en una gran explicación cuyo texto no tiene, en esta ocasión, ninguna
5 i. L acan, Les formations de Vinconscient, sem inario inédito del 13 d e no v iem b re de 1957.
° 3. Freud, Inform a prelim inar, traducido ai francés p o r W , Granof? y R ey en L 'occiilzc,
objei de la pensésfreudienne, P .U .F., P sris. 1983, pág. 4 0 y pág. 212 p ara el com entario quíi dan
sobre e^to ios traductores.
í
la discursividad 261
7 M ichel de Certeau, "Lacan; une ethique de la parole". Le dibai, no. 22. Gailim ard e d .
noviem bre de 1982.
262 la letra que sufre demora
Lo que es un psicoanálisis, especialm ente el fin de un psicoanálisis didáctico e c o &ste tipo ífs
psicoar.aiistí; que, se^ufil'rw rife, no se torna p o r un o.n<'ii¿5Ui. que peiigco y;i
espera que ei analistó sea....otro, eso es algo que u n a clínica íiei pase hubiera oodido soltar.
Zü discursividad 263
Aquí se ve sepultada toda posibilidad de decir, ya que a la vez “él dice” y “él
no dice’\..”io que él dice”. Este fuera del decir (horsdire) se encuentra
señalado, me parece, en algunos textos literarios. Este sena, por ejemplo, el
alcance del se dice en Duras. En sus textos más sobrecogedores, no podemos,
durante un tiempo, localizar quién habla. Esta cuestión se le presenta al
lector; lo deja, por un instante, sin posibilidad de responder, pero puede -por
ejemplo, releyendo el texto- terminar por saberlo. Este breve fracaso del
juicio de atribución designa entonces tanto mejor el fuera del decir (horsdire),
su indecente (orduriére) efectividad, cuanto que esta designación se hace
discreta, tan discreta como un momento de desvanecimiento. Ocurre lo
mismo con el “¿Qué importa quién habla?” de Beckett, colocado por
Foucault en el inicio de su conferencia de 1969; evoca y opera, a su manera,
una suspensión del decir, ya que se lo puede leer también como una pregunta
que replicaría (retomando lo que acaba de decirse) a alguien que habría
declarado que importa saber quién habla (pero justamente, si eso importa, es
que no es evidente) o, al contrario, como el borramiento de este voto, y la
forma interrogativa ya no sería ahí más que un modo de la afirmación.
Al designar así ese salto por el cual Lacan se presenta como freudiano,
estamos muy cerca no del inconsciente sino de la razón del inconsciente
como hipótesis (de su lugar en la doctrina), lo más cerca posible de lo que
permitiría dar cuenta de que Lacan, cierto día, haya podido atribuirse el
inconsciente. En efecto, la hipótesis del inconsciente bordea el fuera del
decir a! prohibir la puesta en equivalencia del “él dice lo que él dice” con el
“él no dice lo que él dice”, interdicción (inter-dicción, es oportuno decirlo en
264 la letra que sufre demora
este caso) que se produce con la hipótesis de que el sujeto “dice algo diferente
de lo que él dice”. El retorno a Freud, por el lazo que instaura entre Lacan
y Freud, plantea entonces, al decir, una pregunta más fundamental que la que
le es dirigida por la hipótesis del inconsciente. Esta diferencia de nivel es
análoga a ¿a que está enjuego cuandb, frente a un niño anoréxico, la buena
intención nutricia propone, con estúpida malicia: “¿Quieres zanahorias o
papas ?”;.evidentemente, esto supone que ha sido resuelto el problema.
El retomo a Freud se deja entonces atrapar en esta pregunta, que ahora se ha
vuelto inevitable, de saber cuándo alguien está en esa postura de decir lo que
otro dijo ... ¿quién es el que lo dice? ¿Es ese alguien o es el otro?
En un capítulo anterior, llamé enunciación paranoica al modo de enuncia
ción no déspersonalizado sino despetsonalizante que consiste en ofrecer su
propio decir al testimonio de lo que otro dijo -frase que, aunque la escribo,
no la puedo escribir, ya que “su propio” y “otro” son justamente lo que ese
modo de la enunciación cuestiona en su estatus 9. ¿Acaso no estaba ya
apuntada la enunciación paranoica en la definición restringida de la palabra
pfodiicid&en el psicoanálisis con el “eso habla” ? La última palabra de Lacan
sobre la palabra consistió en una acentuación del “eso habla*£js:la califica
ción de la palabra como “palabra impuesta”.
¿Por qué fue Lacan, en vez de algún otro, el que se precipitó en un retorno a
Freud? ¿Por qué puso él su decir bajo la dependencia del de Freud?
Comenzamos aquí a entrever que es porque él, más que cualquier otro, se
había constituido en el testigo del paranoico en tanto que impone situar la
palabra como algo que no es nunca otra cosa que una palabra impuesta.
S i Lacan no fue freudiano desde siempre, ¿cómo situar sus trabajos anteriores
a su Compromiso en el ifetldismo? La respuesta es fácil de producir: Lacan
comenzó por ser laCaniano. Notaremos que esta respuesta presenta aquellos
primeros trabajos como los únicos propiam ente calificables com o
“lacanianos”, ya que todo lo que siguió a la instauración del retomo a Freud
no cesó nunca de referirse a Freud.
Hubo, en un tiempo, una doctrina lacaniana. Es la de la tesis de 1932, que
se presenta como una doctrina person-ala, como la doctrina de un autpr, y de
un autor que, en cierto campo, reivindica su originalidad, pretende aportar
algo: no solamente la definición de una nueva entidad nosógráfica (la
paranoia de auto-castigo) sino, con ella, una nueva concepción de la paranoia
]
la discursividad 267
Naves quemadas
Solamente hay un hecho nuevo, el primer hecho nuevo desde que el oráculo
funciona, es decir, desde siempre: es uno de mis escritos que se llama La chose
freudienne (La cosa freudiana), donde indiqué lo que nadie había dicho nunca.
Sólo que, como está escrito, naturalmente, ustedes no lo han oído.
19J. Lacan, Écrits, op. cit., p.402. (En español: Escritos, op. cit., pág. 385).
'* J. Lacan, Écrits* op. cit., p.88. (En español: Escritos, op. cit., pág. 88).
17Sustraigan laexigencia de esta puesta en equivalencia y obtendrán la ideología que subtiende,
la empresa del Vocabulario de psicoanálisis.
El punto de viraje es ese 7 de noviembre de 1955: ese día, “freudiano” toma
un valor específico, un alcance que nunca le había pertenecido hasta
entonces. A quien consideraría “tardía” esta fecha, le haré notar que en 1953
Lacan está lejos de pensar en fundar una “Escuela freudiana”, crea, con otros,
una “Sociedad Francesa de Psicoanálisis”, algo, entonces, que no implica, en
su título, ninguna referencia a Freud. Será necesario esperar mucho tiempo,
exactamente hasta 1964, para que el régimen de la “Sociedad” ceda su lugar
al de una “Escuela” en el tiempo mismo en el que (no sin u.na ligera
vacilación), “freudiano” aparece en el título en lugar de la referencia
nacional, y “psicoanálisis” se encuentra a la vez excluida por la localización
en París de este freudismo. Es tanto más legítimo subrayar estás últimas
sustituciones, cuanto que un formidable “azar” (!) deja intacta la sigla, como
para marcar, con esta estabilidad acrofónica, que los lugares sori efectiva
mente “los mismos”. . ■<
.
retomo a Freud pudiera ser lanzada desde otro lugar que no fuera desde la
tierra de Freud: era lógico estar allí en cuerpo para decir que faltaba acudir
allí, y que entonces sólo podía tratarse de retornar allí.
Viena fue entonces un acontecimiento. Lacan se metamorfosea allí en
“freudiano” (se trata de precisar lo que eso quiere decir) al enunciar “la cosa
freudiana” como aquello que no podía constituirse más que en el movimiento
de un retomo a Freud. Al hacerse el anunciador de él, Lacan, ese día, en
Viena, se encaram a al escenario de este retomo.
¿Qué es lo que volvió posible, y en ese momento preciso, este enganche de
Lacan en el freudismo, en ese freudismo? La cuestión no puede no ser
planteada, incluso si es necesario esperar al final de este estudio para
responder a esto; ¿Freud no se disculpaba acaso de tener que actuar como
esos malos historiadores que, en el curso de sus reconstrucciones, predicen
tanto más fácilmente el futuro cuanto que ya lo conocen? Responderé
entonces ahora, a reserva de dar apoyo más adelante a esta afirmación, que
es porque tiene en su poder, desde el 8 de julio de 1953 18, el tríptico del
simbólico, del imaginario y del real; es porque no solamente dispone de cada
una de estas categorías, sino de estas categorías en tanto que son tres, que
Lacan puede iniciar la operación de un retomo a Freud, que puede, entonces,
“él mismo” quemar sus naves ahí. A partir de entonces, el problema teórico
que no cesará de trabajar este retomo, que no cesará de ser trabajado por este
retomo, será el de la articulación de Freud con S.I.R. La cosa sólo será tratada
de frente con la última versión de ese retomo; pero ya a partir de su tesis, y
de la manera en que Lacan introdujo otra definición del Yo en el freudismo,
podemos pensar que una de las soluciones posibles, quizás la más inmedia
tamente al alcance del retom oaFreud, consiste en experimentarR.S.I. como
lo que le falta a Freud.
11 F echa de la prim era reunión “científica” de la S. F. P. Lacan dio allí una conferencia cuya
im portancia, quizás sería conveniente adm itirlo, es lo que im pide su publicación.
Retomo I - Diana, Acteón
y el no reconocimiento de los perros
"El Otro como tal sigue siendo un problema en la doctrina, en la teoría de Freud;
aquél que se expresó en lo siguiente: ¿qué quiere la mujer? - La mujersería, en este
caso, el equivalente de la Verdad. "
Encoré (15 de mayo de 1973)
4
* R ew áeu taB aquí ífcJSS8¡,.J6tí|:$ já- lfes.¡;(!«fvBnéJSn p a u l a s se o pere/de Ju.ig i rreud.
la ruptura por la cuai el primero cesa de ser freudiano para volverse j-unguiano. Una tnisma
intervención, y dos efectos contrarios: por eso, si liica lo mejor que puede b a ^ f un boinbrc es
ser el incauto de una issjer, no puede tratarse de cualquiera,
:0 J. Lacan. Écrits, op* dr.. p.402. (En español: Escritos op. cit., p.385).
r
Lacan
La guardia
que es, una caza de la Verdad, donde los cazadores están dispuestos a pagar
el precio que la Dama exige. ¿Pero podemos siquiera sea hablar aquí de un
“precio” cuando, si recibimos la muerte de la diosa que no podría dejarse
m irar desnuda (es decir, sin su arco), esta misma muerte vale como un don,
el don (de amor) de esta desnudez que ella no tiene y que un mortal logró,
sin embargo, sustraerle?
iQ ué resulta de esta retirada de los perros? Nada más que una dispersión
donde cada uno de ellos, por no haber hecho de Acteón su presa y, entonces,
por no poder presentarse con él frente a la diosa, se vuelve “la presa de los
perros de sus pensamientos” 22. Releamos esta página 395 de los Escritos
para oir, hoy por fin, el extremismo del cual da pruebas Lacan en esta
introducción del retorno a Freud. Porque, si devorarse a sí mismo es lo que
resulta de la retirada (por lo tanto: lo peor), la alternativa, que es el retomo
a Freud, tiene por horizonte algo como una destrucción colectiva (la que no
se produjo en el momento de la primera caza), en una comunión “casi
mística” donde Freud/Acteón, devorado ahora por los perros, le ofrecería
este devorar mismo a la Diana ctoniana para recibir de ésta, con la muerte de
todos, una confirmación de que, como la Verdad, fue efectivamente “toca
da”.
Sólo una visión limitada de la locura puede escandalizarse con este extremis
mo (o simular estar escandalizada); pues ¿cómo oponerse al extremo de la
locura si no es dentro de un compromiso igualmente extremo?
Retomar a Freud, es retomar con él esta caza de la Verdad; su fin no puede
consistir más que en el gesto que se remite a ella, ofreciéndole lo que ella ha
rechazado, ya que la posición desarmada en que es sorprendida, en el baño,
es esa misma que viene a ocupar frente a ella aquél que pretende convertirla
en su presa. En este punto límite, las categorías, las diferenciaciones mismas *
desfallecen: el montero se convierte en presa y la presa se vuelve sombra y
el montero falla así, pero de la buena manera, en su caza de la Verdad.
Tenemos aquí, entonces, esta muerte transfigurada, sublime, anunciada de
entrada, puesta de entrada en el horizonte del retom o a Freud. A pesar de que
ella apele, lateralmente, ala formidable energía del masoquismo (aunque ella
sea quizás una forma de tratarlo), no está de más usar los encantos del
alejandrino para invitar a nuevos perros a semejante empresa. Veamos
presentados como tales, los cuatro alejandrinos que se encuentran al final de
la conferencia pronunciada en Viena:
~ La elección de devorarse a sí mism o antes que cejar de cuidar del O tro se vuelve patente en
!a experiencia de un psicoanálisis y. especialm ente, en los casos de psicosis. Pero es una regia,
para todos, que cuestionarse es más fácil, contrariam ente a ¡o que s e d i c e , q u e cuestionar al Otro,
es decir, que ponerlo a la escuela de su falta.
274 la letra qu'e sufre demora
Retamo II La discursividad
-
Ha habido gente ¿jr cada vez hay más- que se interesó;en el “retomo a Freud”
de Lacan, incluso para comprometerse en él, y con frecuencia muy adentro
desde un punto de vista personal. Se trataba, eri su mayoría, de lo que Lacan
llamaba ‘‘casos de verdad”. Pero esto no impedía cierta opacidad mantenida
en cada uno de estos compromisos: el acuerdo dado al “retomo a Freud” era
ala vez efectivo, confuso y, finalmente, silencioso, salvo este reconocimien
to de que estaba en juego allí una verdad, con toda certeza, la del freudismo
mismo; dicho de otro modo, de cierta relación con la verdad. ¿Tal vez hay
que ver este silencio como la necesaria contrapartida de la participación
efectiva de los perros en lá caza, como el signo de un compromiso demasiado
poderoso? El hecho es que la intervención de Michel Foucault vino de otro
lugar, y que, desde 1955 hasta 1982, Lacan no recibió nunca la menor
interpretación de su "retorno a Freud", salvo enfebrero de 1969,y por obra
de Foucault.
Con su conferencia, titulada “¿Qué es un autor?”, Michel Foucault procede
a una presentación del “retomo a...” como hecho de discurso; confirma así
a Lacan el carácter freudiano de su retorno a Freud (este tipo de confirmación
es un componente fundamental de la inteipretación analítica) situando (el
agregado es, también, constitutivo de ese tipo de interpretación) a Freud
como instauradorde un discurso. Es porque Freud habrá .sido el instaurador
de una discursividad que tuvo lugar un “retorno a Freud”. Esto es lo que
Lacan oye ese día de labios d'e Foucault. Se produjo por ello la construcción
la discursividad 275
3 Algunos se pusieron inmediatamente a intentar modificar el orden de las letras (una empresa
a la que Lacan se opuso de inmediato) pero, curiosamente, a nadie se le ocurrió cambiar las
relaciones con los lugares (que, sin embargo, era fácil de pensar puesto que estaban nombra
dos).
276 la letra que sufre demora
$ —> Sj —
->Sj
Laotra serie, mucho más reciente (vistadesde este 26 de noviembre de 1969)
fue construida en la inmediata prolongación del gesto de la administración-
de la Ecole Nórmale Supérieure echando / cazando (chassant quiere decir las
dos cosas, ¡qué casualidad!) al seminario de sus locales. El día dé su última
presentación en la calle tilín, Lacan ubica este acontecimiento como un
intento para liquidarlo, del mismo orden que el de 1953. Para captar la
lección que él va a extraer de este acontecimiento, es necesario recordar ante
todo que fue en esos locales de la E.N.S, donde Lacan, viéndose con los ojos
que lo veían, los de los “príncipes de la universidad” (como él los'llamaba),
iba a acreditar su decir comG algo que era una ¿nseñanza u . Pero si obtuvo
la comprobación de que su enseñanza no era universitaria, ella vino, esta vez,
ífle la administración de la É.N.S.^ya que-«so fue lo que el director adminis
trativo le dijo en el momento mismo en que lo echaba23. Desde ese momento,
Lacan concluyó que debe haber varios tipos de enseñanza, una “universita
ria” y, por lo menos, otra que no lo sería.
Hay aquí en el nivel de la doctrina, una toma en cuenta muy notable de. un
acontecimiento sobre ei que nos equivocaríamos si lo considerásemos como
puramente institucional. Lacan, excluido de uno de los lugares destacados
de la universidad, propone inmediatamente una escritura de la posición
universitaria. Esta escritura la hace codearse con la posición del amo y de la
histérica, cada una de las cuales responde a úna de las tres realizaciones
posibles de la serie
S, S2 a
cuando ,la insertamos en los tres lugares marcados como se muestra:
24 “Aquí es donde se advirtió que lo que yo decía era una enseñanza”, J. Lacan, sem inario del
26 de noviem bre de 1969.
23 A trapado en la torm enta del acontecim iento, Lacan llegará a llam ar a su enseñanza
“antiuniversitaria” . Este tipo de deslizam iento es lo que prohibirá la utilización de los cuatro
discursos. Pero si bien eso lo prohíbe, no lo im pide, com o el post-Lacan lo ostentó
desgraciadam ente. ,
la discursividad 277
de estos instauradores
“Freud me regarde ” (Freud me mira / Freud me concierne) (Lacan el 8 de
enero de 1969), que debe entenderse en los dos sentidos de “yo me ocupo de
é l” y de “él me vigila "
10) Olvido: “...es necesario que primero haya habido olvido, no olvido
accidental, no recubrimiento por alguna incomprensión, sino olvido esencial
y constitutivo.”
“Freud obtuvo lo que quiso: una conservación puramente form al de su
mensaje...esto volvía inevitable la represión que se produjo de la verdad
cuyo vehículo ellos (sus conceptos) eran. ” (E scritos, p. 458)
* G. Mounin, Quelques extraits du style de J. Lacan, N.R.F. no. 193, 1 de enero 1969.
Esta castración ocune cuando el sujeto reconoce su imposibilidad de dominar el punto en el
Otro desde donde lo que él da para ver se mira.
la discursividad 283
MEl íj’.s.i!íj senúmirio ... Ou pire incluye estos tres puntúes. alcomentario, con ocasiónde
, !aprimera sesión ÍHde diciembre de í973, Uacan precisa que sirven para "marcar un lugar
vacío*’. UnJugrjj' vctsíí) nopt.Tesoes tíRÍligarao :narcaáa. Lasfímüa de ;afobia datastiítKinio
de esto.
284 la letra que sufre demora
A U T O R de u n a T E X T O (sobre) LECTURA v
o b ra
retom o com o
más
vuelco
IN S T A U R A D O R ACTO > (o lv id o ) m D IS C U R S O ►R E T O R N O A . . .
de un discurso
Aquí, de una manera quizás más ineludible que en otros lugares, el autor
aparece, en la dependencia en la que él está de lo que lo lee (el retomo), como
un “autor mediato”, como una “función autor”, como producido por la
lectura. ¿Estamos midiendo la formidable potencia que le reconocemos aquí
a la lectura? Es exactamente igual a la energía puesta a actuar en el olvido
esencial que excluía toda posibilidad de una lectura inmediata.
¿Por qué fue necesario este olvido? ¿Por qué la lectura, el reconocimiento
del acto instaurador, no fue posible de entrada? Esta última pregunta se une
a otra, de la cual no es más que la contrapartida: ¿qué ocurre con un discurso
cuando se vuelve efectivo el reconocimiento de lo que fue para él su acto de
instauración? Ahora bien, no encontramos ni en Foucault ni en Lacan una
respuesta a estas dos preguntas que vaya en la dirección de esta problemática
de la discursividad. La razón para esto es quizás que las respuestas no están
al alcance de la discursividad, que exigen ser tomadas por otro sesgo.
En todo caso, esto es lo que atestigua la existencia misma, en Lacan, de una
tercera versión de su retorno a Freud; este nuevo abordaje, topológico, vuelve
articulable una respuesta a estas preguntas, aunque al precio, es cierto, de
reformularlas. ■
Pero yo veo otra razón para la existencia de una tercera versión del retomo
a Freud, una razón que no viene de laproblemática general de la discursividad,
sino de su implantación propiamente lacaniana, esto quiere decir que es
interna a la escritura de los cuatro discursos.
Esta escritura, como toda escritura que se respete, puede escribir ciertas cosas
y no otras, y entonces obliga, en algún momento, a optar por otro modo de
lo escrito. Aunque trivial, un hecho como este no es por ello desdeñable. Al
distinguir el lugar llamado del agente y el de la producción, la escritura de
los cuatro discursos no puede mostrar cómo, en la operación de un psicoaná-
la discursividad 287
31 Se consultará sobre estos puntos los trabajos de P. Soury Cen Uttoral nos. 5 y 6, y también
su opúsculo vendido por la Escuela de la Causa), así como M. Viltard, “Uñé présentation de
lacoupure: le nceud borroméen généralisé” ,en Littoral n° 1, Ed. Eres, Toulouse, mayo de 1981.
(En español: “Una presentación dei corte: el nudo borromeo generalizado” Littoral no. 4. Ed.
La torre abolida. Córdoba. Argentina, 1987.)
288 la letra que sufre demora
*•una clav&de escritura para una lectura histQQZada del conjunto del
trabajo de Lacan. Esta clave coincide con la puntuación que introduzco
aquí' siguiendo el hilo del “retorno a Freud”: Latían hace notar que primero
.puso el acento-sobre el imaginario (éste es el Lacan lacaniano de la tesis» del
estadio del .espejo- y del conjunto de trabajos que preceden a La cosa
freudiana, luego sobre lo simbólico (este es el Lacan freudiano, comprome
tido en la operación de únteteme a Freud, soportado primero por un mito y
luego-pensado, a partir de Foucault, como acontecimiento de discurso), y
finalmente sobre el real que; a pesar de haber Sido nombrado ya en 1953, soló
encuentra su ¿status con el nudo, borromeo y, por ío tanto, esencialmente, el
día en que, al introducir el nudo de cuatro, se vuelve pensable abordar la
cuestión...del borromeo generalizado como la cuestión despropio
borromeaflismo. En efecto,si bonomeqgeneraíizado és esffenotable nudo de
tres que puede obtenerse por una puesta en continuidad cierta presenta-
ción del nudo, de ¿üatfO...Á esta tercera acentuación le corresponde entonces
* una nu#va -versión del retamo a.Freud cifrada ahora con esta
presentación del nudo de cuatro.
Así;, el mismo díaen.que introduce ese nudo, Lacan día una nueva señaliza
ción ,de su própio trabajo y una nueva versión de su retorno á Freud,
Antes de esta fecha del 14 de enero de 1975, Lacan había puesto en
correspondencia la escritura de! nudo borromeo y la serie de los enteros
naturales, y había sugerido con esto que cierto nudo borromeo podía escribir
el cuatro. Ciertamente, esla numeración escrita nq es muy cómoda para
realizar las operaciones de aritmética elemental, pero como numeración
escrita ofrece el hecho notable de que comienza en el tres. Con esta
preséntaeíófit del nudo borromeo, ét¡fiteo ?erá'escrito como sigue:
#
32 Según esta coincidencia, la preeminencia del imaginario valdría desde 1932 hasta 1955, la
del simbólico desde 1955 hasta 1975. y la del reai después de i 975.
la discursividad 289
La lectura del retomo a Freud con este nudo de cuatro descansa sobre cierto
número de decisiones que pueden ser expiicitadas como sigue:
1) Hay, en Freud, elementos susceptibles de acoger el imaginario, el
simbólico y el real; son cofno puntos favorables a un injerto, más particular
mente,. a estos injertos.
2) Hay, en Freud, la exigencia de una efectuación de un anudamiento
borromeo.
3) Pero este anudamiento, por el hecho de la no puesta a la luz de las tres
consistencias, responde a algunas exigencias específicas;particularmente, la
designación hecha por Freud de una “realidad psíquica” que no tendría así
otra fundón que la de ser esta cuarta consistencia que viene a asegurar el
anudamiento borromeo.
¿Cuáles son, en Freud, los elementos susceptibles de aceptar este injerto del
real, del simbólica y del imaginario? ¿Qué es lo que, en Freud, vendría a
confirmar que estos tres nombres que se le “deslizarían bajo- los pies”
(Lacan), lejos de venir como cuerpos extraños ala doctrina freudiana, por el
contrario la revelarían a ella misma? Como- en este estudio no sé trata de
plantearle estas preguntas a Freud, me contentaré con mencionar cómo
¿yu La letra que sufre demora
35 Como Joyce, Cfr. J. Lacan, Le sinthome, en« particular, seminario del 11 de mayo de 1976.
292 la letra que sufre demora
esta referencia a Freud está hoy retirada hacia atrás con respecto a la
problemática del retorno a Freud.
Si nos mantenemos en el reconocimiento del carácter freudiano del retorno
a Freud, si nos atenemos a este freudismo, ¿cómo responder? Si hubiera
resultado que R.S.I. es lo que le falta a Freud, entonces el retomo a Freud
habría operado una perforación efectiva en Freud. Y no vemos por qué nos
prohibiríamos, a partir de esto, nombrar como sería conveniente a una
institución para el psicoanálisis, o sea: escuela borromea de psicoanálisis. El
psicoanálisis se reinscribiría entonces más netamente en la ciencia (el
problema del anudamiento borromeo es matemático, Lacan pretendía tratar
lo “matemáticamente”; él trabajaba en este tratamiento de una manera
privilegiada con el matemático Pierre Soury), y la existencia de una “tercera”
versión del retorno a Freud manifestaría que la transformación decisiva de
una discursividad, realizada por la operación de un “retomo a...”, es una
destrucción de la discursividad, una salida a la ciencia de la discursividad (no
la instauración de un discurso diferente o el pasaje a un discurso diferente).
Semejante paso se encuentra en la extrema avanzada del retomo a Freud;
supone la solución de cierto número de problemas hoy apenas abordados. He
aquí, sin afán de exhaustividad, algunos de estos problemas:
* ¿Confirmará una lectura de Freud a R.S.I. como falta en Freud?
¿Qué utilización, qué reorganización de los conceptos de Freud resulta de la
localización de esta falta?
* ¿Cuál es el estatus matemático de la topología lácaniana? Pero
también y recíprocamente: ¿En qué cuestionaría dicha topología (como lo
atestiguaba el trabajo de P. Soury) lo que sería el primado del algebrismo en
matemáticas? ¿Encuentra acaso el tríptico de R.S.I., en el nudo borromeo
generalizado (de donde se engendra un campo que ya no es el de una
geometría de la sierra) el materna capaz de producir estos tres registros como
tres dimensiones?
* ¿Qué modificaciones son aportadas a la práctica analítica con la
puesta a la luz de estas tres dimensiones? ¿Tiene su anudamiento en cada
análisis la misma apuesta real que la perforación lacaniana de Freud: una
reducción de la versión del padre edípico?
i
1
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Conclusión
el estatus psicoanalítico
de lo sexual
3 Otto Weininger, Sexe et caractére, éd. L’Age d'homme, Lausana, 1975. ¿Hace falla, acaso,
recordar e! enorme éxito de esta obra que, como lo hace notar R. Jaccard en su prefacio, se
encontraba en su cuarta reedición un año después de su aparición ( 1904)?.
conclusión 297
enunciado mismo que anota que entre hombre y mujer, no hay relación. Pero
esta transcripción de un defecto, de una falla, permanece semantizada;
traduce bien una de las principales puestas a la luz que se le deban al análisis,
sin estar en posición, con todo, de escribir este “no hay” como imposibilidad;
no escrito, (es decir, no transliterado por un escrito; es decir, no leído con esa
manera de leer que este libro intentó situar) conserva, hasta que se demuestre
lo contrario, el estatus de un hecho ciertamente decisivo pero, sin embargo,
contigente.
¿Contestaríamos, acaso, que las sábanas dentro de las chozas están arrugadas
a veces a causa de otras cosas que sueños agitados? Eso no sería una objeción
ya que, incluso si aceptamos el a priori de una redución de lo sexual a lo
genital, sobre lo cual la objeción se funda, seguiría siendo cierto que, si
tomamos la cosa por su lado bueno, el de sus avatares (el poder no poder bajo
las dos formas de la impotencia o la frigidez), resulta que estos últimos
participan mucho más de la imaginarización de una relación sexual que el
coito regulado desde el comienzo hasta el final, e incluso en sus más mínimos
detalles, por el significante. Que no haya relación sexual anota, ante todo,
que en el acto sexual cada uno de los participantes no se enfrenta nunca con
otra cósa que no sea el objeto de su fantasía, porque una simbolización de este
obj eto, de los significantes que están en juego en la gramática de esta fantasía,
permite que esta última intervenga en su función que consiste en volver al
deseo apto para el placer.
Podemos ver que el enunciado “no hay relación sexual” no podría de ninguna
manera ser concebido como una verdad primera. Esta verdad tampoco es
primera con respecto a su formulación por Lacan. No será inútil un breve
recorrido por su aparición, con el fin de introducir su desciframiento y de
precisar, a partir de ahí, el estatus de lo sexual en psicoanálisis.
Esta emergencia ocurrió en tres tiempos.
Tiempo uno: el acto sexual es un acto4. El acto no es la acción,
mucho menos el movimiento; el psicoanálisis lo hace manifiesto, y esto lo
vuelve diferente de cualquier sexología, con la observación de que el acto
sexual es irreductible a una gimnasia. La acción sólo tiene valor de acto en
tanto el sujeto depende ahí del significante, pero de cierta manera. Con la
distinción del acting out y del pasaje al acto (cfr. capítulo nueve) hemos
estudiado otras dos de esas maneras. Diremos, con Lacan, que hay acto
cuando la acción que está enjuego se encuentra sometida a la instancia de la
letra de tal manera que el significante, del que ella se hace cargo, opera ahí
por eso, y él mismo, como corte. El acto inaugura y por eso nunca va sin
inscripción. Con respecto a lo que él repite, se caracteriza por tener un efecto
resolutivo; el precio será que el sujeto se preste ahí para soportar sus
consecuencias, a pesar de que las ignora durante él tiempo de su efectuación.
Así, el acto no tiene retomo. Estas indicaciones demasiado breves sobre el
acto no se dan aquí más que para recordar la problemática que da su alcance
*«i un hecho que, por lo que sé, no ha sido advertido; a saber, que el momento
mismo en que Lacan introduce en la doctrina analítica esta noción del acto
es también el momento en que señala lo sexual de ese término.
El acceso a unarelación genital tiene estatus de acto porque no es posible más
que en un sujeto que se encuentre en esta dependencia del significante que
el psicoanálisis llamó “castración”.
Tiempo dos: no hay acto sexual st Siguiendo de cerca, en la serie
de los seminarios, el señalamiento de lo sexual como acto, vemos que esto
no es la antítesis -en el sentido de la dialéctica hegelíana- de la primera
aserción. Más bien es un hecho exterior, suplementario y, en suma, no
necesario que, tomado en cuenta en el interior de la problemática del acto
sexual, va á introducir la negación que diferencia a este segundo enunciado.
Esta intervención es la de lo psicoanalítico designado ahora, también, como
acto. En el momento mismo en que introduce por primera vez el término de
acto analítico, Lacan produce su corolario con la afirmación de que no hay
acto sexual. En vez de intentar formular lo que “eso” quiere decir, seguire
mos el hilo de esta consecución.
Tiempo tres: no hay relación sexual 1 El término de “relación”
sustituye ahora al de acto. Esta sustitución es de orden metonímico ya que
la inscripción que acompañaba al acto es ahora lo único que se toma en cuenta
con este término de “relación”. El acento se desplaza así de una inscripción
notarial a una escritura lógica! no hay conectar qué pueda ligar lo que sería
un signo “hombre” y un signo “mujer”.*
Esta metonimia no deja de tener consecuencias, en particular sobre la lectura
de lo que propone el español con el sintagma “el acto sexual”. Si gue sin haber
acto -y por eso el acto es requerido allí,- esa es la verdad de la afirmación del
tiempo uno, leída aprés-coup desde el tiempo tres- que pueda fundar-lo
sexual como relación. A paftir de este tiempo tres, también, podemos
sostener como una verdad, como un semi-decir, que no hay acto sexual. Las
afirmaciones de los tiempos uno y dos no se ven contradichas ni superadas
(Aufhebung), ni tampoco sobrepasadas ni “destacadas” en el tiempo tres; son
situadas. El acto sexual es efectivamente un acto, pero un acto al que se apela
a falta de la relación, un acto cuyo alcance sería fundar esta relacióii pero qué
no logra más que ocupar el lugar de ésta. Por eso, no hay acto sexual allí
donde no hay relación sexual.
Dante.
El encanto de Beasriz no es despreciable. Romper un encanto sigue siendo
sin embargo, como ya ha si<Í0 dicho %la apuesta de cada psicoanallSlS, Y
como este da !a medida de sus efectos sobre las
investiduras libídinales del sujeto, noeslájescluiáo que la escriturade la no
relación tenga consecuencias sobre nuestra erótica misma.
El letra por letra es te¡ qüésfe6nc|iéfiti'a|eQlití) lo te$tiMoniaél Oulipo *) más
alejado de H $iJ « sts aí se r como supremo al llamarlo
amado.
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Sumario
Primera parte
acerca del camino abierto por Freud
Segunda parte
los sesgos de lo literal
Tercera parte
doctrina de la letra
Cuarta parte
función persecutoria de la letra
Quinta parte
la letra que sufre demora