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letra por letra

Jean Allouch

letra por letra


transcribir, traducir, transliterar

Traducción de Marcelo Pastemac, Nora Pastemac


y Silvia Pastemac.

ECOLE IACAN1ENNE DE PSYCHANALYSE


Revisión de la traducción: Elisa Molina
Diseño de Tapa: Virginia Nembrini
Producción Gráfica: March Ríos Producciones

© Jean Allouch

© Editorial Edelp S.A. Cerrito 520. 5° C. Cap. Fed.


Versión en español de la obra titulada lettre pour lettre, de Jean Allouch, publicada
originalmente en francés por Editions Éres, Toulouse, Francia, 1984.

Hecho el depósito que previene la ley 11.723


I.S.B.N. N° 987-99567-0-2
Nieri lo que dice el analizante, ni en lo que dice el analista hay otra cosa
que escritura...
J. Lacan, seminario del 20 de diciembre de 1977

En primer lugar, con el pretexto de que he definido el significante como


nadie se había atrevido a hacerlo, ¡ que no se imaginen que el signo no
es asunto mí<5¡ Muy al contrario es e l primero,- ser! también el último..
, Pero es necesario este rodeo.
J . Lacan Radiophonie (Radiofonía)
in Scilicet, 2/3, p. 65.

Al introducir en el psicoanálisis el tríptico transcripción, traducción,


transliteración, este libro intenta ceñir este “asunto” dando su consisten­
cia de escrito É ése “rodeo”.

Se ha intentado mantener ese camino abierto más acá de aquel punto


de caída señalado por iichtenberg cuando hacía notar que « C o m o io
dice magníficamente Bacon ( Wamm Organon. L. 1, 45 apha) ‘''Donde
el hombre percibe apenas un poco de orden, supone inmediatamente
denasiada”>> £Aforistnos, p. de la trad. francesa)
Introducción

para una clínica


psicoanalítica
del escrito

"En el psicoanálisis todo es falso,


fuera de las exageraciones. "
Adorno1

Un amigo interesado en el psicoanálisis, para quien mi opinión tiene


importancia -sin que, por otro lado, ni él ni yo sepamos exactamente por qué-,
me confió un día una pregunta que lo preocupaba: “¿Cómo definen ustedes,
decía, la salud mental?”
Ocurre a veces, con personas que no pretenden tener ninguna competencia,
que hasta pueden incluso considerarse como no muy enteradas del asunto,
que llegan a ciertas observaciones o interrogaciones de una contundencia
muy particular. Me pareció que éste era el caso, y di, con la ayuda de la
conversación, una respuesta que, inmediatamente después de haberla emiti­
do, pensé que era del tipo de enunciados de los cuales el locutor sabe, en el
momento mismo en que los formula, que dicen más de lo que él quería decir
originalmente. La salud mental, tal fue mi respuesta entonces, es pasara otra
cosa.
¡Vaya una definición! Notarán ante todo que nos dejaba a los dos en las
mismas, puesto que, como yo, este amigo sabía que no basta con imaginarse
que se pasa a otra cosa, ni siquiera con hacerlo todo para satisfacer esta
imaginación, para que ése sea efectivamente el caso. ¿Existe por ventura
siquiera unaoportunidad en que se pueda algún día atribuirle ese pasar aotra
cosa a un sujeto? ¿No debemos, por el contrario, rendirnos ante la evidencia
de que lo que aparece como cambio en una vida no es más que la tentativa (a
veces última) en que esa vida no cesa de no pasar a otra cosa? En ese sentido,

1n ta d o por M. Jay, en L'imagination dialectique, Payot, 1977, p.131


10 para una clínica psicoanalítica dél escrito

el interés de esta definición de la salud mental tendría un valor independien­


temente de la cuestión de saber si existe quien la satisfaga; muestra así nó ser
incompatible con esa designación délos humanos como “tan necesariamente
locos” de la cual Pascal excluía que alguien pudiera salvarse.
¿Qué es entonces el encuentro del psiquiatra y su loco sino un intento del
primero por volver operante, con respecto al segundo, el deseo de que pasé
a otra cosa...que no sea su alienación? Evoquemos la figura de Pinel (se
perfila siempre detrás de la de Charcot) organizando toda una puesta en
escena, convocando a algunos colegas para hacerlos sesionar, vestidos como
es debido, en un simulacro de tribunal revolucionario, para obtener de uno
que creía ser objeto de una condena de muerte por haber dicho en público
palabras de un patriotismo dudoso, y gracias a la absolución que le sería así
(en las formas) significada que renuncie a su creencia delirante, qué acepte
finalmente cambiar lo que Pinel ño teme designar como “la cadena viciosa
de sus ideas”. Se toma en cuenta aquí, de manera notable, el propio discurso
del alienado% Sin embargo, se pasa al costado de la alienación (de hecho,
el “tratamiento moral” fracasa) al apoyarse, para contradecirlo, sobre lo que
quedaría de razón en el loco, sobre ¡o que le haría admitir, por ejemplo, puesto
qüé un tribunal lo absuelve, que ya no le queda más que considerarse no
culpable y expulsar de inmediato esos delirantes pensamientos que hacían,
de él un postrado permanente.
Esta forma de empujar al otro a pasar a otra cosa se encontró nuevame nte, casi
tal cual, en el psicoanálisis. Sin embargo, el hecho de que la cuestión de la
salud mental sea planteada como tal, pero a pesar de todo en otro lugar
diferente del lugar donde ejerce el psiquiatra, introduce un notable desfasaje,
sugiere que hay algunos (no son excepcionales ¡os casos de psicóticos que se
encuentran en ésta situación) que consideran, al menos como posible, otra
forma de “salirse de eso’".
De hecho, es lo que dio a entender, en ciertos, momentos privilegiados, el
discurso del psicoanálisis. Así, quien se dirige a un psicoanalista, cuando ya
no puede sostener el no pasar a otra cosa, “sabe” (por lo menos con esa forma
de saber que implica toda efectuación) que no hay otea vía para salir de tal
situación que la dé autorizarse a internarse en ella. Si hay aquí una
posibilidad pata el pasar a otra cosa, sólo podría advenir siuno pasa, una vez
más, por la cosa del otro, lo que equivale a agregar más dé lo mismo. El
psicoanalista suscribe a eso en tanto acepta ante iodo reducir su respuesta al
monótono “asocie”, es decir, dando la palabra a quien se dirige a él, abriendo
así el campo al desarrollo de la transferencia.
Pero, se dirá, Pinel tampoco ignoraba que sólo era posible pretender pasar a

2 Ph Pinel, Traite médico-philosophique sur Valiénation mentale ou la manie. Año IX Réd.


Cercle du livre précieux, París, 1965, p.53 y 233 a 23.7.
introducción 11

otra cosa si se pasaba por la cosa del otro. ¿Acaso no es justamente eso lo que
él ponía enjuego cuando recomendaba “domesticar”, e incluso “domar” (son
sus propias metáforas) al alienado? De aquí se desprende que esta forma de
decir no es suficiente y que la cuestión estriba más bien en la distinción de
los diferentes modos de ese pasaje; si bien es concebible, en efecto, que no
son todos equivalentes, de cualquier forma conviene delimitar con precisión
lo que los diferencia.
Como toda cuestión elemental, ésta es difícil de tratar. Si domesticar al
alienado para alejarlo de su alienación aparece efectivamente como una
forma de llevarlo a presentarse en un terreno que será otro para él (aquel
donde todos están consagrados a “la utilidad pública” - última frase del
tratado de Pinel), se intuye, sin embargo, que ese tipo de relación con el otro
difiere sensiblemente de la que se instituye para alguien apartir del momento
en que se le da la palabra. Sin embargo, esto sigue siendo confuso en parte,
y todo ocurre como si, en lo inmediato, no fuera posible explicitar los
diversos modos de ese pasaje con las palabras de todos los días. Así, por
ejemplo, no se está en condiciones de poder simplemente nombrarlos,
establecer una lista de ellos y, de esta manera, contarlos.
Ante esta dificultad, ¿lograremos enfrentamos, por ejemplo, a la oposición
de lo que dependería de la sugestión y de lo que estaría exento de ella?
Podemos, en efecto, pensar la domesticación como una forma de sugestión
y recordar que este término, desde un punto de vista nocional, y también
práctico, sirvió durante un tiempo para designar cierto modo de acceso -¿o
quizás debamos decir de no-acceso?- a la alteridad. Sin embargo, incluso si
consideramos el camino abierto por Freud como algo que se inscribe a
contrapelo de ese intento, no podríamos extraer de allí ninguna bipartición
para una clasificación de los diversos modos de este acceso/no acceso. En
efecto, resulta evidente que la sugestión plantea una cuestión en el psicoaná­
lisis mismo (Freud da testimonio de esto) y no podría ser tomada entonces
simplemente como lo que el psicoanálisis rechazó para constituirse.
El descartar toda oposición demasiado reduccionista parece acrecentar la
dificultad. Con todo, ofrece la ventaja de dar un lugar a lo que se llama la
experiencia. Se calificará a ésta de “clínica” por el hecho de que se podrá ver,
en la clínica, uno de los intentos mayores de producir una descripción -si no
un análisis- de los diversos modos de la relación con la alteridad, de las
formas a la vez variadas y variables con que cierta alteridad no cesa de ser
aquello a lo que un sujeto se enfrenta, aquello a lo cual responde en su síntoma
(neurosis), a veces aquello a lo que responde en su existencia (psicosis) o en
su carne ( enfermedades llamadas “orgánicas”).
12 para una clínica psicoanalítica del escrito

Al invitar al analizante a volver a pasar por la cosa del otro, el psicoanálisis


ha introducido una forma nueva de recolectar el testimonio de la clínica. De
ello resultó una clínica psicoanalítica, cuyo rasgo notable es que no ha roto
radicalmente con la psiquiátrica, sino que ha introducido, con respecto a ella,
cierto número de rupturas, de desenganches, de desfasamientos, de despla­
zamientos de cuestiones, de reformulaciones e incluso de objetos “nuevos”.
Cada uno de esos elementos vale como la singularidad de una diferenciación
que logró establecerse; ya se ha dicho: “Dios está en el detalle”. ¿Acaso no
comprobamos que toda gran cuestión de doctrina psicoanalítica, cuando se
la estudia de cerca, remite a un punto localizado de una observación clínica?
Un ejemplo: por el hecho de que el análisis de Serguei Pankejeff no atribuye
otro sentido al lobo más que el de sustituto del padre, Freud sitúa, lo cual
estaba lejos de ser evidente, la oralidad como una pregenitalidad, como
marcada por lo genital3.
Así, la experiencia del análisis reelabora, a veces por fragmentos, a veces por
bloques enteros, el saber clínico. Este libro da cuenta, me parece, de esto.
Establece primero cómo y en qué el camino abierto por Freud rompió con
cierto abordaje clínico (será necesario precisar su estatus), introduciendo así
una nueva manera de interrogar a la experiencia, otra posibilidad de acceso
a la locura. A partir de esto, permite comprender cómo la clínica psicoanalítica
así inaugurada se encontró definida (pero también puesta en acción), con
Lacan, como una clínica de lo escrito.
¿Cómo situar el camino abierto por Freud, el desenganche a partir del cual
pudo comenzar a formularse una clínica psicoanalítica? Que la experiencia
analítica haya ocupado el lugar mismo donde desfallece lo que la lengua
francesa condensa bajo el término de “droga”, esa droga que debía, para
Freud, asegurar la estabilidad de la relación médico/paciente, mantenerla en
la evidencia triunfante de una bipartición no cuestionada, tabes lo que puede
leerse en la aventura de Freud como cocainómano (cap. I). El caso es tanto
más notable cuanto que es posible descubrir allí por qué vías puede cesar el
enganche de un sujeto con su síntoma. Es en esa falta misma de un
medicamento/síntoma, a partir de esa falta reconocida, que Freud iba a
hacerse primero el incauto de la histérica presentándose como el heraldo de
una teoría histérica de la histeria. De ládesfalleciente cocaína al sueño de una
inyección de trimetilamina, luego de la presentación de la trimetilamina
como fónnula hay un recorrido, una serie de fracasos diferenciables si no es
que ya diferenciados. El segundo de esos fracasos fue realizado por un
Charcot, quien supo elevarlo a la calidad de bufonería pública gigantesca.
Freud no lo suscribió en absoluto, pero puso su atención en esto y hasta tal
punto que, para marcar su elección de Ana O. en lugar de Porcz o Pin (dos

3 Cfr. El término de "El hombre de los lobos”, J. Allouch y E. Porge, en Omicar?, no. 22/23,
1981, Lyse Ed., París.
introducción 13

enfermos de Charcot que Freud conoció en la demasiado célebre presenta­


ción), dejó que su pluma fuera guiada por las sugestiones de la histérica
(Capítulo dos). La cosa freudiana, es sabido, no se detuvo allí, y es el sueñe
o, más exactamente, su interpretación analítica, lo que vino a desplazar el
simple juego de una oposición entre una versión universitaria de la histeria
y la teoría de la histeria tal como la propone la histeria misma.
Así, el análisis del desenganche al que le debemos poder hablar de una clínica
psicoanalítica se cierra aquí con una retoma de la cuestión del sueño
(Capítulo tres). Por lo menos provisoriamente, ya que ese hilo encuentra su
prolongación en la transferencia. Que el revelamiento de la transferencia sea
uno de los mayores frutos de la clínica analítica no quiere decir, sin embargo,
que haya podido resolverla. Se verá cómo, únicamente al término de un
camino a la vez clínico y doctrinario, es posible concebir un abordaje de la
transferencia. En efecto, nada puede afirmarse hoy para situar a la transfe­
rencia (o sea: después de Lacan, sobre todo después de la disolución de la
Escuela Freudiana de París tomada como un acontecimiento mayor del
“retomo a Freud” de Lacan) sin tomar en cuenta lo que Lacan señaló como
“el campo propiamente paranoico de las psicosis”. Por esta razón aquí se
propone al final del recorrido un ciframiento de la transferencia (Capítulo
nueve).
Se comenzó dicho recorrido clínico con la toxicomanía, y luego con la
histeria. Pero el hecho de haber tomado el asunto cada vez al nivel del caso,
de lo particular, no deja de procurar un beneficio de doctrina, que el análisis
del sueño pone claramente al desnudo. La clínica abierta por Freud, al
otorgarle al sueño, esto es el hecho decisivo, el valor de una formación literal,
se define entonces como una clínica de lo escrito; a partir de allí, armado con
esa clave, se pueden retomar algunas de las grandes cuestiones clínicas como
la fobia (Capítulo cuatro), el fetichismo (Capítulo cinco) o aun la paranoia i
(Capítulo ocho). ¿En qué puede una clínica de lo escrito renovar al análisis I
de esos diversos modos de la relación con el otro? Tal es la cuestión de la que
se espera que, de ser tratada, no deje de tener consecuencias sobre la práctica
del psicoanálisis. Así es como el análisis de la apertura freudiana, del desfase
del abordaje freudiano con respecto a cualquier otro establecido antes, se
desarrolla en extensión, despejando algunas vías de una clínica analítica que,
aún hoy, permanece en gran medida sin cultivar.
Sin embargo, a estos dos hilos enlazados (la historia del psicoanálisis, la
formulación de una clínica analítica), se agrega un tercero, doctrinario esta
vez (cfr. Tercera parle: doctrina de la letra). A decir verdad, no es pertinente
oponer la doctrina a la clínica, puesto que se demuestra, al contrario (la
14 para una clínica psicoanalítica del escrito

experiencia lo verifica en todas l,as ocasiones) que mientras más literal se


haga una observación, más próxima resulta de lo que se da a leer, más
fácilmente localizable será (a veces incluso formulado tal cual) el punto de
doctrina que se encuentra implicado en ella. Sin embargo,-sigue siendo cierto
que la cosa no es retomada automáticamente en la-doctrina; que hay en ella
algo de oportunidad, de una fortuna que depende de otro registro totalmente
distinto al de la maestría. De no haber tenido lugar tal oportunidad, no creo
que se hubiera justificado verdaderamente la recopilación de esoS estudios
clínicos en un libro; y quizá sin la puesta en juego de la nominación de que
se va a tratar ahora, la doctrina se habría encontrado una vez más no
i cuestionada por la clínica. Lacan: “La nominación es la única cosa de la que
J estamos seguros: de que hace agujero.” 4
Una clínica de lo escHto, ¿qué quiere decir? Basta con haber singularizado
así la clínica analítica para que se presenten cierto número de cuestiones que
resulta extraño qué hayan sido tan poco abordadas. La primera es quizá la
de la lectura; si un sueño debe ser tomado como un texto, ¿en qué consiste el
hecho de leerlo? Y de manera más general, si el psicoanálisis opera a partir
del hecho de que basta que un ser pueda leer su huella, para que pueda
reinscribirse en un lugar distinto de aquel de donde la ha tomado s, ¿qué se
necesita que sea esta, lectura para que produzca, sin otra intervención (efr. el
“basta”), una reinscripción del ser habíante en un lugar distinto?
Sobre este punto preciso, consultaremos a Lacan. Quiere decir que nos
dirigimos a él en cuanto lector, capaz de aclarar (cuando estudiamos de cerca
su manera de leer) lo que significa “leer” en psicoanálisis. Es claro que este
sesgo es específico, incluso si se puede notar que está en la línea recta de la
relación de Lacan con Freud, ya que es efectivamente como lector de Freud
que Lacan se posicionó, y que por haberse enganchado a la letra de Freud su
“retorno a Freud” pudo ser reconocido como efectivamente ír^udiano.
A partir de ese lazo disimétrico de Lacan con Freud, no hay ninguna paradoja
en elegir interrogar a Lacan, antes que a Freud, sobre lo que quiere decir
“leer” desde un punto de iásta freudiano. Esto se verifica en los hechos: la
lectura freudiana de! presidente Schreber o de Herbert Graf se vuelve más
aguda, más precisa, más rigurosa cuando es retomada por Lacan. Hay una
firme decisión metódica que contradice ¡o que se imagina de un plus de
verdad concedido al testigo directo, a la presencia, a la inmediatez; esta
decisión, al valorar, por el contrario, el testimonio indirecto, ya proporciona
una indicación sobre lo que puede ser una clínica del escrito. Sabemos que
Lacan, en la proposición llamada “de octubre de 1967”, al hacer depender la
nominación al título de analista de la escuela del testimonio indirecto de

4 Lacan, R.S.I., Seminario desgraciadamente inédito del 15 de abril de 1975.


5 lacan, Seminario desgraciadamente inédito dei 14 de mayo de 1969.
introducción 15

“passeurs”, dio todo su peso a esta forma de testimonio. Sin embargo, este
peso no debe llevar a desconocer que la cosa era homologa al hecho de que
un analista no va generalmente a verificar la exactitud de una declaración del
analizante concerniente a un tercero, sino que se atiene, allí también, al
■testimonio indirecto.
Sin embargo, la decisión de valorar el testimonio indirecto no podría
j ustificarse a priori, puesto que depende de la verificación de la apuesta según
la cual, en ciertas condiciones, el testimonio indirecto efectúa mejor el bien
decir aquello de lo que se trata. Ahora bien, no elegiremos aquí construir el
tratado que fundamentaría la pertinencia de estas condiciones, sino que nos
internaremos en esta decisión a reserva de que algunas de ellas puedan
encontrar su formulación en el camino. La cosa no se juzgará entonces por
sus frutos, sino por una cierta calidad de estos frutos.
Hay aquí un eje metodológico para una clínica del escrito. Así, la fobia, el
fetichismo y la paranoia se estudiarán a partir de lo que Lacan dio testimonio
de haber leído acerca de ellos. Y ya que hay solidaridad entre la puesta en
práctica del testimonio indirecto y el tomar en cuenta el caso como caso, el
estudio del testimonio de Lacan se concentrará sobre algunas de sus lecturas,
aquellas sobre las cuales se detuvo el tiempo que fue necesario para examinar
las cosas en detalle; se tratará de su lectura del “pequeño Hans”, de André
Gide (con el testimonio indirecto que constituye el estudio de J. Delay) y del
presidente Schreber.
Pero consultar a Lacan en tanto lector (y por lo tanto consultarlo sobre lo que
es leer) reservaba una sorpresa. El cuestionamiento así entablado debía
conducir a evidenciar una forma de lectura en Lacan, forma que; una vez
enunciada, no podía más que ser reconocida por cualquiera que aceptara ver
lá cosa más de cerca. En efecto, podemos comprobar que cada una de estas
lecturas que Lacan prosiguió hasta recibir él mismo una enseñanza de ellas
(y así hacer enseñanza de esta enseñanza) se caracteriza por la puesta enjuego
de un escrito para la lectura, para el acceso al texto leído, a su literalidad.
Lacan lee con el escrito; y una clínica del escrito revela así ser una clínica
donde la lectura se confía al escrito, se deja engañar por el escrito, acepta
dejar que el escrito la maneje a su antojo.
Esto no quiere decir por cierto que cualquier escrito sirva igualmente.
Pensemos solamente en los seminarios consagrados por Lacan a la construc­
ción del grafo que le iba a permitir leer uno de los más comentados chistes
recopilados por Freud. ¡Dos años! Pero hablar del cuidado que esto puede
a veces reclamar no significa responder a la pregunta sobre lo que funda la
pertinencia de tal escrito para ser el escrito que conviene al objeto de esta
16 para una clínica psicoanalítica del escrito

lectura. Ahora bien, la pregunta es decisiva puesto que la lectura escogió


ponerse bajo la dependencia del escrito, puesto que el objeto es quizás tan
sólo lo que resulta de la puesta en práctica del escrito en la lectura.
Lo abrupto de la cuestión no quiere decir que no se sepa que ésta encontró,
en otros campos, su solución. Implica que haya lectura y lectura y que no sean
todas equivalentes; ahora bien, hay un terreno, como el de la egiptología,
donde estas diferencias han entrado enjuego en el punto preciso en que, como
consecuencia de cierta lectura, esta disciplina pudo ser reconocida cómo tal,
es decir, como un procedimiento razonado. ¿Por qué se olvida que se “leían”
(esas “ ” constituyen todo el problema) los jeroglíficos mucho antes de que
Champollion los descifrara? ¿Y acaso no tenemos la impresión justificada
deque cierta lectura clínica es exactamente del mismo tipo que cierta lectura
de los jeroglíficos antes de Champollion? Tuvo razón ese analizante que se
despidió discretamente de su psicoanalista luego de esa sesión donde lo oyó
proferir la obscenidad según la cual, con lo que le decía ese día, él, el
analizante, realizaba “la castración sadico-anal de su padre”. ¡No hay que
dudar que este analista creía leer! ¡E incluso, al hacer esto, interpretar! Y
ciertamente no es la sustitución aquí de términos de Freud por términos
lacanianos lo que cambiará algo del estatus de ese tipo de lectura6.
Si bien hay efectivamente lectura y lectura, es necesario también captar
mejor lo que es leer con lo escrito -no solamente para establecer una especie
de abanico de diferentes lecturas, sino también para poner obstáculo al
desarrollo, en el psicoanálisis, de algunas de ellas. ¿Acaso fue una casualidad
que haya sido a propósito de la lectura lacaniana del “pequeño Hans”, es
decir, de un caso de fobia, de un caso bisagra entre la neurosis y la psicosis,
que se produjo la nominación que iba a permitir ordenar el conjunto de la
cuestión?7. De todas maneras, una vez franqueado el paso de esta nomina­
ción, vista aprés coup, la cosa padece, hablando con propiedad, trivial. En
efecto, leer con el escrito es poner en relación lo escrito con el escrito, lo que
se llama, allí donde ocurre frecuentemente que se deba pasar por esta
operación -es decir, en la filología- una transliteración. Reconoceremos,
entre diversas formas posibles de “leer”, la que se distingue como una lectura
con el escrito cuando se descubra que esta lectura no constituye callejón sin
salida sobre la transliteración.
La transliteración interviene en la lectura al enlazar el escrito a lo escrito; da
así su alcance a lo que se admite generalmente (y particularmente en Lacán,
quien sigue en esto la opinión general) como la secundariedad de lo escrito.
Esta secundariedad no adquiere importancia tanto con relación a una palabra;

6 Lo que distingue a esta aventura de la práctica más común hoy consiste en que aquí
ei analizante supo que e! caso (el de su analista) era incurable, que no quedaba más,
por lo tanto, que despedirse y dar testimonio. Cfr. F. Peraldi, revista Interpretaron, no.
21.
7 Hemos escogido un orden de presentación que difiere del orden de elaboración.
introducción 17

sino que más exactamente, la secundariedad de lo escrito con respecto a la


palabra es sólo la secuela de la secundariedad fundamental de lo escrito con
respecto a sí mismo. Lo escrito, esto es, lo que resulta de su definición por
la transliteración, tiene ya, una vez más, que ver con lo que Queneau inventó
creando el nombre de “segundo grado”. ¿Por qué imaginar menos presencia
en esta secundariedad cuando basta con admitir que es adyacente a ella otro
modo de presencia? Sobre lo que anuda a lo escrito con cierto modo-de la
presencia del otro, no es posible no consultar la experiencia psicótica; ella
permitirá que este cuestionamiento se prolongue, que se delimite mejor la
manera en qye el escrito puede desactivar cierta presencia respecto de la que
nos limitaremos a mostrar nuestro juego, en estas páginas introductorias
llamándola persecutoria8.
La transliteración es una operación a la que se apela tanto más cuanto más
difiere lo que hay para leer, en su escritura, del tipo de escritura con el cual
se constituirá la lectura. Sabremos aprés-coup si esta lectura literal habrá
sido efectivamente eso. Ahora bien, escribir lo escrito es cifrarlo y esta forma
de leer con el escrito merece entonces ser desi gnada como un desciframiento.
La referencia de Freud a Champollion para la interpretación de los sueños,
pero también, y de manera más general, para el análisis de toda formación del
inconsciente, la nominación por Lacan de estas formaciones como cifrados
(“cifrado inconsciente”), ¿confirmarían la revelación de cierta forma de
lectura para el psicoanálisis? ¿Confluirían con el privilegio otorgado en el
psicoanálisis freudiano a cierto tipo de lectura tal como su localización se
había revelado posible en Lacan? Más allá de esta eventual confirmación,
¿resultaba posible precisar mejor en qué se especificaba esta lectura?
Esta prueba debía mostrar que la transliteración no basta, por sí sola, para
definir una forma de la lectura; que ponerla en juego en la lectura es una
operación simbólica que revela estar articulada, en cada caso, con otras dos
operaciones que son la traducción (del registro de lo imaginario) y la
transcripción (operación real). Así, la cuestión de los diferentes tipos de
lectura encontró su formulación al construirse como la cuestión de los
diversos modos posibles de articulación de estas tres operaciones.
Es claro que, tanto en Freud como en Lacan, el empleo de los términos
“traducción” o “transcripción” está poco precisado. Así, Freud habla, a
propósito de la interpretación de los sueños, de “traducción”, pero es para
corregir la cosa diciendo que no se trata propiamente de la transmisión de un
sentido de una lengua a otra, sino más bien de un desciframiento como el de
Champollion. Ciertamente, descifrar no es traducir, pero se necesitó la
ubicación de la transliteración tanto en el desciframiento de Champollion

8 Cfr. Ei discordio paranoico, capítulo siete.


18 para una clínica psicoanalítica del escrito

como en el trabajo de la elaboración del sueño para poder, a partir de eso,


definir lo que focalizaba la traducción y la transcripción. Escribir se llama
transcribir cuando el escrito se ajusta al sonido; traducir, cuando se ajusta
al sentido, y transliterar cuando se ajusta a lá letra.
El objeto de este libro es la introducción de este tríptico en la doctrina
psicoanalítica, y luego el estudio de una primera ubicación de lo que se
encuentra aclarado, e incluso modificado por él.
Transcribir, traducir, transliterar. Cuando se mira tal o cual caso con un poco
de detalle, estas operaciones no aparecen nunca puestas en juego indepen­
dientemente unas de otras. Por eso, las definiciones que siguen, si bien no
dejan de tener efectos prácticos, consecuencias acentuadas, designan con
todo operaciones que son todas aislables, pero que no se encuentran en estado
completamente aislado; se trata más bien de la predominancia de una de ellas,
de una especie de juego que consiste en tomar ventaja y poder más, o incluso
en tomar el paso y ganar de maño (en contrapunto radical, entonces, con un
“no tomar”).
* Transcribir es escribir ajustando lo escrito a algo que está fuera del campo
del lenguaje. Por ejemplo (es el caso de transcripción más frecuente, o, por
lo menos, el mejor estudiado) el sonido, reconocido fuera de este campo a
partir del momento en que la lingüística sabe distiguir “fonética” y “fonología”.
No olvidaremos hacer notar, con respecto a esto, lo que separa a la lingüística
del psicoanálisis: allí donde un Jakobson se contenta con los dos términos,
sonido y sentido, y entonces, tan sólo con la transcripción y la traducción9,
se hace aquí referencia, no a dos sino a tres operaciones, no a dos sino a tres
términos. Se notará, además, que nos ejercitamos en transcribir -desde los
movimientos complejos de la danza hasta el simple juego de cara o cruz-
muchos otros objetos además de los sonidos.
¿ *

Haremos observar ajusto título que apartir del momento en que transcribimos,
entramos en el campo del lenguaje y que el objeto producido por la
transcripción nunca es otra cosa que objeto determinado, él también, por el
lenguaje. Sin embargo, la transcripción toma esta determinación a contrape­
lo, quiere anotar la cosa misma, como si la anotación no interviniera en la
toma en cuenta del objeto anotado l0. Hay ahí, para la transcripción, un
tropiezo real, ya que el objeto al que se apunta no será nunca el objeto
obtenido, pues es imposible que produzca el tal cual del objeto. La

9 R. Jakobson, Six legons sur le son et le sens. Les édidons de minuit, París, 1984.
10Los distribuidores en Francia (y en los países de hablaespañola) de la película estadounidense
titulada con la acrofonía E. T. eligieron no transcribir este título, lo que hubiera dado, una vez
escrito, ITI, sino transliterar E.T. (se trata de un grado débil de transliteración pues opera de una
escritura alfabética a otra escritura también alfabética y, además, con dos alfabetos que tienen
un origen común). Así, la clase culta pronuncia “id” donde el pueblo dice “eté”. Eliminemos
el hecho de la influencia cultural y entonces aparece más puro el fenómeno que diferencia la
transcripción de la transliteración: si se translitera, se produce otra pronunciación, si se
transcribe, se produce otra escritura.
introducción 19

transcripción se obstina (en el sentido en que no suelta suprcsa)sobre este


punto de tropiezoy, al obstinarses.'troprie^a, choca cooót De ahí su ubicación
como operación real en c&p$i$ido en quéXaQjgfe.con Kpyíé, deSpeSf{ real por
lo imposible. Pero U transcripción no podría p orsí sola teaer:adccso áeste
teal. Porque el escrito que pone en acción no encuentra en ella su estatus y
así ella no puede, manejando algo de lo que no sabe dar cuenta, de ninguna
manera auto-fundarse.
* Traducirs$ escribir ajos tando lo escrito al sentido. Ladper&ción correspon-.
de tanto más al imaginario cuanto que el fiaciuctQr( al tornar ét sentido cooio
referencia,-se ye impulsado a desconocef.su di mee siónimag in aria. Aparece
ásfebmo u n g t^esid ad q u e no l^yaleQjíia. de -no a causa de tal
o cual desfallecimiento Q,díficnifed,:s^e¡^íe eBpíipcipÍQ ■~:site<kpfirque la
traducción es una práctica no teoriziá)le; el sentido tomado coiBQ objeto da‘
ep electo inmmküeitnente demasiado asidero para la aprehensión (una de las
figuras de fe ín®rehénsibls)y künqae-iiiáS no sea porque siempreesposíble
que intervenga el infaltable'Sl!Jtó'<já&áRt#rogú^a:c&alqí0étMpreterida
haber captado un sentido con urt‘Tero sentíefo?” El
sentido, de esta manera, áí menos por lo que se dice, “se profundiza”, se
vuelve más denso,Jílás pesado, y elértíédosirvealasíutoque^ conál pretexto
de decirdvetdadero^ntiddprofundo deíacosa.jntefítáirnponei'saptopta
visión. : £ > É > e i psicoanálisis
ñión de "‘psicología de las pm&ndiáádes”, ■Yétaos, 'con el caso de ‘l a
castración sádico-anal de su padre”, citada más arrib&ihasta qué púnto la
profundidad del sentido crece en relación inversa a la literalidad de la toma
en cuenta de lo que sss'íradopeí' -1 V
Por eso generalmente la traducción pretende ser “literal’', lo que no designa
otra cosa que SU búsqueda de puntos de ancl^jéfuej'adeí Sólo transporte del
sentido al que séconsagraj la traducción necesita otra referencia además del
sentido para luchar contra lo que Lacan hacía notar cuando decía que el
sentido pierde como un i^ecíptcnte, agujereado. Con sentido no se detiene la
pérdida del sentido1'1.
*Traw&emresescribirajastandoloescritoaIesCrito;pís:esoíaespecificidad
de esta operación se advierte allí donde se trata de dos escrituras diferentes
en su principio misino. Podremos ver y,- rRe pareCei demüstTar¿ cdmo CSta
transferencia de una escritura (la que escribimos) á otra (la que escribe)
permiteseñalar como simbólicáíainstaneia de !a letra. Paro esta definición
de la letra por la transliteración no implica que debamos suponer algo como
una autonomía radical del escrito, que haya que mantenerlo como cerrado
sobre sí. Al contrario, la secundariedad de la cual la transliteración QMSáá?,
de alguna manera, las co nsecuencias, pide que se reconozcaque.el escrito se

11J. Lacan, "Intervención", en Lettres de l'Ecoíe Freudienne, no. 15, junio de 1975, p.72.
20 . para una clínica psicoanalítica del escrito

constituyó primero apoyándose sobre algo de un orden diferente al de laletra,


de un orden que la historia de la escritura muestra haber sido el del
significante -lo que designa también al orden numérico, o geométrico, o
musical..., etc. Esto quiere decir que la transliteración parte de la transcrip­
ción; incluso si es de la primera que la segunda puede, aprés-coup, extraer
su razón. Por otro lado, debe hacerse notar que, en su articulación más común
-no a la transcripción sino a la traducción- la transliteración, cuando se
impone concretamente, está al servicio dé esta última o, más exactamente, al
servicio del anclaje de la traducción en la literalidad.
Si transcripción, traducción y transliteración; si escritura del sonido, del
sentido y de la letra no se ponen a actuar de manera aislada, ¿cómo se
articulan estas operaciones? ¿Y cómo definir, desde estas diferentes articu­
laciones, lo que serían los diversos modos de la lectura?
No hemos pretendido forjar aquí una respuesta a priori desarrollando como
conceptos los términos “transcripción”, “traducción” y “transliteración”;
una búsqueda de este tipo hubiera dejado escapar, en efecto, el hilo mismo
de la cuestión que nq se refiere al estatus del concepto, sino al de la letra. Por
lo tanto, el estudio literal de ciertos casos debía, mejor que cualquier otro
procedimiento, mostrar algunas articulaciones posibles (en tanto que testifi­
cabas) de estas tres operaciones. Esta forma clínica ofrece el inconveniente
(o lo que parece serlo) de no permitir encarar la exhaustividad de las diversas
articulaciones dibuj adas; pero cada caso estudiado, por ser un caso concreto,
por provenir de un análisis literal se ofrece como susceptible de ser discutido.
Respondemos así en los hechos a la contundente afirmación de K. Popper
para quien eran refutables las interpretaciones analíticas. Ciertamente,
Popper es confirmado cuando la interpretación pretende ser una traducción
de las profundidades; pero una interpretación que consiste en una lectura-
desciframiento puede ser objeto de un examen racional u.
El análisis de la secuencia incidente de la víspera/sueño/interpretación; del
sueño (se necesita no un sueño solo, sino una secuencia así para que la
cuestión cifrada en un sueño se pueda cerrar) que introduce aquí el tríptico
transcripción-traducción-transliteración (Cap. III) muestra cómo un
psicoanalizante, por haber traduci3o (sin saberlo, por otro lado) una frase
escuchada la víspera y haber obtenido así algo inaceptable para su Yo, puede
verse llevado a retomar el asunto en sueños, a leerlo (transliterándolo con el
escrito que es el sueño) de otro modo. Mostraremos también cómo el juego
de estas tres operaciones interviene en algunas lecturas de Lacan. Finalmen­
te, con el señalamiento de su puesta en juego en e! desciframiento de los
jeroglíficos, mostraremos que no se trataba, en la referencia de Freud a

12Para un desarrollo de esta cuestión, cfr. aquí pp. 2 i 0-11. Cfr. j. Lacan: “No hay ninguna razón
para que no se pueda poner mi enseñanza en falta.” Sem. del 18 de enero de 1977.
introducción 21

Champollion, de una simple alusión capaz de aclarar el camino abierto por


Freud, sino de ese camino mismo.
Toda formación del inconsciente es un jeroglífico, en el sentido elemental
de resistirse a la captura inmediata, de no ser transparente y de que sólo se deja
leer con un trabajo de desciframiento. Pero si este trabajo reclama la
asociación libre, y apela con justa razón a la palabra del analizante, ¿qué es
lo que enlaza a ésta con aquél?
En Lacan, esta cuestión es la de la relación entre el significante y la letra. Al
presentar lo que es la conjetura de Lacan sobre el origen de la escritura (Cap.
Vil), mostraremos cómo la letra toma a su cargo el significante y hasta lo
separa de su referente (el objeto es metonímico) en la unión precisa donde la
letra encuentra su estatus literal en la transliteración.
De este modo, resulta coherente que haya sido un psicoanalista-Lacan- quien
hay a llegado a redefinir las modalidades de la lógica clásica a partir de “lo que
cesa de escribirse”. Sólo un abordaje de lo escrito en cuanto tal puede, en
efecto, dar cuenta del hecho de que es posible a veces que se desvanezca lo
necesario del síntoma; que aquello que, de escribirse, no cesa, llegue a cesar
de no escribirse. Tan sólo con citarlas así se pone inmediatamente de
manifiesto que estas definiciones lacanianas de las modalidades implican
dos modos de lo escrito; la transliteración es el nombre de lo escrito en tanto
que sólo toma existencia como escrito por ese redoblamiento.
Pero esa relación literal con la letra como “estructura esencialmente locali­
zada del significante” ¿no es acaso exactamente lo que presentifica el
psicóti'co? Y si hay que asociar' así, incluso asimilar la interpretación
delirante y la interpretación analítica, ¿qué es lo que vendrá a diferenciar, a
fin de cuentas, un psicoanálisis de lo que Lacan llamaba un “autismo de dos” 13?
Aquí se confirma que no deja de tener consecuencias, e incluso frutos, la
diferenciación de la transcripción, de la traducción y de la transliteración.
Como veremos resulta que da la posibilidad de precisar el estatuto de lo que
fue señalado por Lacan como “Nombre-del-Padre”, de enunciar lo que
particularizaa este significante y, al mismo tiempo, aquello en lo que consiste
el proceso de la forclusión.
“En el psicoanálisis -escribía Adorno- todo es falso fuera de las exageracio­
nes”; esto era otorgar un gran crédito al psicoanálisis. Diremos, más
limitativamente, que exagerar sobre lo escrito es la única posibilidad para el
pasar a otra cosa; eso el paranoico lo dice. La experiencia psicoanalítica
(“paranoia dirigida”, decía Lacan) bordea así la experiencia psicótica. Entre
las dos, está la fina hoja de la transferencia. ¿Hace la transferencia corte
cuando se cierra su efectividad? Dejando por el momento de lado la cuestión

15J. Lacan, Seminario inédito del 19 de abril de 1977.


22 para introducciónuna clínica psicoanalítica del escrito

de saber lo que, como falta, se obtiene de esto -o no-, nos limitaremos, en el


presente recorrido de la clínica analítica, a cifrar y así descifrar su forma de
ejecución de la intención con que Freud había marcado la necesidad diciendo
que nadie podía ser matado [tué] (Lacan, puesto que su punto de partida es
la paranoia, escribe “tu es” [tú eres]) in absentia aut in effigie.
¿Qué ocurre con la letra cuando, tras un tiempo de sufrir una demora en la
transferencia, y de perder luego -a veces- por ella, su valor neuróticamente
estimable de lo inédito, alcanza así su público? ¿El discurso viene entonces
a tomar el relevo al acogerla? Mostraremos que la discursi vidad no puede ser
recibida como la palabra final. Y que la letra que sufre una demora, én su
insistencia, no cesa de interrogar al análisis sobre el estatus -precario- que da
a lo sexual.
Primera parte

acerca del camino abierto por Freud


Este camino abierto es presentado aquí corno lo que abre el campo de una
clínica psicoanálitica.
Mostraremos que está apertura sólo fue posible al precio de rupturas
f Charcot, Breuer, Fliess) que, más allá de los Conflictos de personas,
debieron apelar nada menos que a cambios de discurso.
Leeremos entonces algunas de esas rupturas, tomadas entre las primeras,
con la escritura lacaniana de los cuatro discursos.
Habré sido necesarió'qué Freud encontrara serios obstáculos -y que haya
sabido no descuidarlos- para que se autorizara a apartarse del discurso
dominante.
El asunto de la cocaína es uno de esos obstáculos:; Freud coquero habría
sido, como tal, un médico según su anhelo; este obstáculo es entontes el
lúgar mismo de su ruptura con la medicina
En su ruptura con Charcot encuentra otro punto de obstáculo: allí lo vemos
obligado a dar la razón a la histérica, convirtiéndola por un tiempo (el del
método llamado “catártico ”) en la víctima de su discurso.
rjliíK sf.dative, Innic, and stimulaiita ef-
fei-ts of coin /'rvt hroxylou ami ¡t« pre-

COCA paratian.s, :im¡ wid** ÍU


tuedísal pfrtfti*‘<' »**• I M t<l«» wríl ktwnvu tu
thv tm^lií'itl ¡n-iifi-i-sítrit -(n h«h! «"Xtemled
CORDIAL. «-otMHH'n»,
Ci&H ha» I***# nxtrlH'ívely iw tl willí átí»f«' '
ifvit)*; iitr th«- rrfief of rtiortóij -<tn-
ilítifiii-'* ik’JwltUíiyi !)** nei vmirf {» <m. i«»
rW<U* >¡Ht V 1' * 1f
' . —*A — ttiif ti. :í« facíltiíili-.«K'f-
tly>| MvpMii. í<t _relu'V<? í!ií’ inoH>¡.¡
iií’í [tf fí'ífljí fxlnill^í-
PAL.A T A B LE m» «i**rttitÍ JílmH', in tuiniwii iiiWl ¥»ti»l;U'ljsÉ of
«•fM* íftitfttu at«<¡ ¡»,iht 'i :<>f thii y.»
PREPA RA TIO N ’ííjWW .Í!W&ií''.í •?
lit h «ytóit aff*n;t¡rtiÉ(í ith#;*}íiSMv-
ed it*e!f ¿1?,a JÍtufí r;tnkitijí in tiuHititttátíg
' OF iniportanct* \vi¡h iipiiim :ind (juinjiie.
The ( ’d»;rt Otidial preseni* the dr«*» in a
p ilíltrtilll' f< 1l‘» í , W IIt!lH >(uH n" it ü»pOÓ¡HÜ.V T¡»
COCA the?,Ía^(jl!if vlsiSS'^if pefw on -Df d e i i r ü t c n e r v -
o ítií o r g a n i/.a t io n , ■firt- w lin in i í hvoí»? *>f h ■i i

EtYTIMX- in its prepurtiiion the a.sti,m<'i‘i>l and liii-


¡n d i e n t f d .

ivr i.'onstltuo.iit» of Ooítn wbich 8iv. níit feX|


Y im ’■i'iiiiiittnM,
•• ulial to itn medicinal acliott lutve r Itfctítf
w|h!«' cure htt* heen takru tu
.

lain unchanged i he active pi'ini’ij ili* i-tK-Mítíi».


CONTA1N1NG (liwí Huid irtimv <>f the cordial represen!* HO
«{ttilm nf <ík-:¡ )eaVf* «I )|nrtlíty, the vo-
itic‘te employed Items n*i agwcalíle' cordial
In aa tigreetihlu vebicl*. of 8 rieh vhttrttft flaVW.
t h e actí vemcdieinnl
principie, freí* from r a&iéa 'rWs at KmmBb aíBf a lWB y f • n r i M l t n a p p ü « « U 4 H i » «-lar*
» ( < '» í ' « r 4 S a ! a s d ita
m
tfet* b itte r «sítriií* and 9* inuit ptogrmtrimmm wil! maaMieii
g « ü t C D U M litU C IltM i4» mm tH~ rrmmi9a ifis^Har Gxp<av*9m*>* la tfe# mm#
» * * W » S > s v f « r t í l w # , *** l a r M i l l a ilk r l|r t«> W «4 *v- a.
oi tbt* «irtig. 4“s, á* IntWMl 34»¿5te? pr*t*>suiU»<A.

P A R K E , D A V I S & C O .,
Maimfacturing Chvmiats,
0 U&iáe Street
1 Liberty | New York, D E T B O I T , M IO H .

Coca cordfar, extraído de R. Byck, Sigmund Freud* De la £ocaihe, Sd


Conipltíixe, Paifs, 1976. p. i 40.
Capítulo 1

Freud coquero

En los primeros pasos del camino abierto por Freud del psicoanálisis, está -
se dice- la histérica. La aserción es ciertamente fundada, salvo si nos
deslizamos de allí hasta convertir a la histérica en una teórica a la que Freud
le habría raptado su saber. Esta tesis -feminista- deja de lado lo que realiza
la histérica, que no es destacar una teoría sino producir, con respecto a su
interlocutor, la sugestión de que una teoría existiría efectivamente. Deja a
cargo de ese interlocutor la elaboración de lo que ella sólo le indica con
medias palabras, aún a riesgo de tener que rectificar el tiro; llegado el caso.
La operación de diferenciación en que Freud, con la histérica, renuncia a
hacer de bardo del discurso universitario será el objeto del próximo capítulo.
Se suele descuidar, en efecto, que hay para Freud en ese tiempo otro asunto,
el de la cocaína, no menos ineludible puesto que debía converger con la
cuestión de la histeria en un punto muy precisamente situable, o sea el sueño
llamado de la "Inyección a Irma" y su análisis, el primero, como se sabe,
inaugural del método fundado ese día.

Todavía hoy los especialistas se rompen las narices toda vez que se ocupan
del tema de la intoxicación. ¡Qué no imaginan emprender, con tal de lograr
que un sujeto cese de atenerse a un objeto de satisfacción!
Freud coquero (es decir cocainómano)... : un caso que habría podido
interesarles. ¿No lo considerarán ejemplar? Se privarán así de interrogar la
relación del sujeto con el tóxico de una manera que vuelva encarable lo que
hay que designar por su nombre, a saber, una separación. Esta posibilidad es,
en efecto, lo que diferencia el testimonio de Freud del de aquel otro drogado
26 acerca del camino abierto por Freud

célebre que fue Moreaü de Tours.


Es verdad que el drogado solicita un médico que está más cerca del cura que
del docto: pero, ¿es esto acaso una razón suficiente para plegarse a su
solicitud? Es tosería tanto como desconocer lo que Freud Consideró necesario
hacer saber a la comunidad de doctos a quienes se dirigía. Formularé la
cuestión de este modo: es por haber escrito su experiencia con la cocaína en
términos, ligados por las exigencias universitarias, de Un discursacientífico,
que Freud llegó a renunciar a tes “beneficios” de esta substancia tan
ponderada. Si entonces se da un estatus dé síntoma a este uso, la eliminación
del síntoma se vuelve posible para Freud cuando: él lo escribe. El síntoma
entonces cesse, de s ’écrire, cesa, de escribirse; cesa por escribirse.
Esto quiere decir, solamente, que Freud lee y |iga (homófonos en francés: til
y lie), con este escrito, la relación del coquero con su objeto y, a partir de ello,
como coquera, se separa de él. Por participar de k> escrito el síntoma se
vuelve inscriptible. Esta participación (convendrá precisar su estatus) funda
lo necesario del síntoma que, no cesa... en francés ne cesse, incluso al
escribirse... como síntoma. Que su real llegue a ser suprimido des'écrire, es
decir, en español, por escribirse, esto es lo que constituye una cuestión, un
problema.
El interés del apoyo tomado, aquí en las: definiciones lacanianas de las
modalidades lógicas usuale's depende del hecho de que permiten plantear con
más precisión esta cuestión del síntoma y de su supresión. La intervención
de las modalidades de lo necesario y de ló posible la desplaza en efecto, la
transforma en esta otra que va a tratar sobre el escrito: el termino escribirse
¿tiene el mismo alcance, ofrece las mismas consecuencias y tiene, finalmen­
te, el mismó sentido en los registros de lo necesario y de lo posible?
Dicho en otras palabras, el de s ’ecrire, en francés, de escribirse, por
escribirse, en español, en accionen § 5 ^ definiciones, esconderíaen su forma
singular un plural-; lo escondería pero también manifestaría su existencia con
el equívoco que aporta allí la coma, en francés, entre “de escribirse” y “por
escribirse”. La coma escribe ese plural, designa que hay maneras de escribir
y permite entrever que hay allí una relación entre el escrito y lo que Lacan
llama jugando con las palabras Feffagons, es decir las maneras (fagons) y los
borramientos (effagons), y, entonces, que hay un posible borramiento del
síntoma.
La cosa es demasiado abrupta para ser abordada de frente. Pero ¿cómo
descifraría de una manera que no hipoteque su solución? Respondo: con el
escrito. En efecto, es la única respuesta isomorfa con aquello de lo que se
trata. Si Freud lee su relación con el objeto cocaína con el escrito y con ello
cesa de depender de él, no podemos más que redoblar aquí su operación
Freud coquero 27

leyéndola, a ella misma -puesto que es nuestro objeto- con el escrito. Escojo
para hacerlo la escritura propuesta por Lacan de lo que él llamó “discursos”.
Cada uno de esos discursos se encuentra definido por el hecho de que una
serie ordenada de letras (Sj el significante-amo, S2el saber, a el plus de gozar,
el sujeto dividido) ocupa allí cuatro lugares fijos y marcados. He aquí esos
lugares:
El agente ----------------- > el otro

la verdad la producción
A partir de uno cualquiera las tres permutaciones, únicas posibles (pues la
cuarta reconduciría al punto de partida) escriben los otros discursos:

s , -> £ 2 M -> S l a -> S S2-> a


¿ a "a X T2% > ?
del Amo histérica analítico de la universidad

A falta de la disponibilidad de los seminarios que introdujeron y comentaron


esta escritura de los cuatro discursos, el lector podrá remitirse al número
2/3 de Scilicet, en páginas 96-971 y 391 a 3992.
Escogerlos aquí para la lectura es ciertamente un hecho contingente, tan
contingente como la supresión de un síntoma. Es decir que, lejos de
considerar que habría allí una debilidad de la lectura, reivindico esta
contingencia como esencialmente ligada a esta manera de leer que promueve
el psicoanálisis. Este libro apunta a ponerla a la luz. Para hacerlo, de entrada, ¿
nada mejor que practicar esa manera de leer.

Se impone aquí un poco de historia; la razón pronto se verá. La construcción


del término de neurosis data de 1785. Es decir que los primeros balbuceos de
una medicina centrada en lo anátomo-clínico le dieron un basamento
epistemológico. Esto es subrayar también que esta construcción, el término
mismo de neurosis lleva la marca de ello, se sostiene con un modelo lesional.
Los radicales itis y osis inscriben la oposición de las lesiones inflamatorias
y no inflamatorias. En 1889, Grasset quien, pese a todo (o sea, pese a
Laségue, que había escrito que “no fue dada nunca la definición déla histeria,
y no lo será jamás”), quería proponer algo que fuera contra esta impotencia,

1 En español: Psicoanálisis Radiofonía & Televisión, Ed. Anagrama, Barcelona, Í977, pp. 73-76.
2 J. Lacan,"Allocution prononcée pour la clóture du congrés de l'Ecole Freudienne de París le
✓ avril 1970, par son directeur”, Scilicet 2/3, Seuil, París, 1970, pp. 391-399
28 acerca del camino abierto por Freud

afirma lo siguiente: “L a histeria es una neurosis es decir (subrayado mío) que


no conocemos su lesión característica” En contra del adagio, aquí lo
desconocido explica lo conocido, pues la operación que define la histeria
como neurosis no se ha vuelto para nada nula por el hecho de que la lesión
sea aquí sólo supuesta.
Ahora bien, la apertura de vías freudiana no se efectuó en el interior de la
teoría lesional de la histeria como una nueva edición de esta teoría (como en
Janet, por ejem plo) sino que procedió a una reelaboración radical de la
articulación de la neurosis con la lesión. Establecer este punto será el objeto
del capítulo siguiente.
Propongo por ahora anotar con S2 la relación de la lesión (S j) con el saber

%
clínico (S J que la lesión ordena. El lector podrá observar que, escrita así, esa
relación no puede corresponder más que al discurso que Lacan llam a de la
universidad. R esulta de esto cierto número de consecuencias. Ante todo
escribir con S Lla lesión equivale a darle estatus de significante-amo. La cosa
es, en efecto, adm isible si se nota que la lesión, como pedestal sobre el que
la observación clínica se apoya, presentá esto de particular: que no remite a
nada observado. L a lesión no tiene, entonces, valor de un signo -como es el
caso en la neuritis, por ejemplo- que representaría algo para alguien. Freud
se esfuerza, en un prim er tiempo, por volver tangible esta lesión cuando en
el fin de su artículo Über Coca de 1884, propone utilizar la coca en el
tratamiento del asma, del vértigo y “de otras neurosis del nervio vago”
(p. 121 )3. Supone entonces una acción fisiológica directa de la coca en el lugar
mismo en que se supone que interviene activamente, la lesión nerviosa. La
coca apunta a la lesión como verdad última de la neurosis. Es así legítimo
escribir con S t la lesión, en el lugar de la verdad en el discurso de la
universidad. Escribirla S {consiste en tom arla como significante, desprender­
la de esta m anera de la idea de que sería signo de un objeto. ¿Por qué
mantener, pues, tan resueltamente la suposición de esta lesión siempre
im aginada y nunca delimitada, en la histeria particularmente, si no es porque
ella responde a una exigencia del discurso?
En Radiofonía, Lacan escribe los cuatro discursos estableciendo entre ellos
ciertas relaciones. Señala, para lo que nos im porta aquí, que el discurso de la
universidad se esclarece con su “progreso” en el discurso del analista *. La
palabra progreso es puesta irónicamente entre comillas, puesto que no
designa más que la operación del cuarto de giro cuando la serie de términos,
al mismo tiem po que se mantiene como serie ordenada, gira en el sentido

3 Las indicaciones de página de este capítulo remiten, salvo advertencia diferente, al libro:
Sigmund Freud, Escritos sobre la cocaína, edición y prólogo de Robert Byck, traducción al
español de Enrique Hegewicz, Ed. Anagrama, Barcelona, 1980. (La edición en francés es:
Sigmund Freud - De la cocaine, Ed. Complexe, 1976).
4 Cfr. Scilicet 2/3 p.99 (En español: J. Lacan, Psicoanálisis. Radiofonía & Televisión, Ed.
Anagrama, Barcelona, 1977, p. 77).
Freud coquero 29

levógiro. Así, escribir con S? la relación de la lesión con el saber clínico de


v • .
la neurosis, situar esta lesión como la verdad de ese saber puesto en posición
de agente de la acción terapéutica, reclama admitir -de conformidad con ese
progreso- el punto de partida de Freud como algo que corresponde al discurso
universitario. El interés de Freud por la cocaína es a la vez personal y
científico. Esta doble polaridad, mantenida por él a todo lo largo de su
tentativa con el objeto cocaína, va a hacer de ésta una tentativa fracasada, y
fracasada allí mismo donde logra inscribir los efectos de la cocaína en un tipo
de escritura sometido a las exigencias de un campo médico que corresponde
fundam entalm ente al discurso universitario. La cocaína habría sido ese
objeto que habría venido a confirmar ese discurso al ofrecer un garante a la
definición de la neurosis como soportada por el significante-amo de la lesión.

E l 30 de abril de 1884 Freud experimenta por prim era vez sobre sí mismo los
efectos de la cocaína. No vacilará en hacer de entrada un uso terapéutico de
ella: en el momento de escribir a su novia, al dirigirse a una recepción donde
deberá hacer un buen papel, cuando se sienta deprimido o sometido a dolores
dem asiado violentos de estómago, encontrará en una pequeña dosis de coca
con qué afrontar fácilmente la dificultad, calm ar sus dolores, superar sus
desfallecimientos. Envía cocaína a Marta, la da a sus hermanas y colegas,
tanto para ellos mismos como para sus enfermos. A partir del m es de mayo,
la administra a su amigo y colega Fleischl. Continuará recomendando su uso
hasta 1895, fecha de los Estudios sobre la histeria, aunque, es verdad, de una
m anera mucho más limitada. El 18 de junio de 1884, puso punto final a Über
Coca que, aparecido en julio, debía asentar su reputación al ligar su nombre
a la cocaína. Tendrá en efecto el testimonio de Nothnagel (p-139) pero
tam bién, más inesperado, el de Knapp, prim er o ftataólogo de New York a
quien encuentra en casa de Charcot.
Para situar la repercusión de este artículo, debemos dejar de lado lo que hoy
evoca el término de cocaína, y acomodamos al hecho de que ésta no era
entonces para nada un producto prohibido. La prohibición data de 1906. En
los años 1880, la cocaína gozaba en los Estados Unidos de una inocente
preferencia que superaba ampliamente los círculos médicos. El consumo de
vinos que contenían cocaína -los vinos M ariani- era cosa popular. La Coca
C ola iba a contenerla hasta 1903. La asociación contra la fiebre del heno
había adoptado la cocaína como remedio oficial. En resumen, el entusiasmo
era casi general con respecto a este maravilloso sustento que fortifica el
sistem a nervioso, ayuda a la digestión, estimula los cuerpos fatigados, calma
30 acerca del camino abierto por Freud

los dolores, libera de la toxicomanía a aquellos que están enredados en ella.


Freud, que leía The Detroit Therapeutic Gazette, tenía conocimiento de los
informes acerca de las victorias obtenidas sobre la opiomanía o el alcoholis­
mo gracias a el erytroxylon-coca 5. Una cita de Bentley retomada de un
comentario dei Louisville Medical News maestra el tono de las gacetas
especializadas: “Aunque uno no sea opiómano, se tienen ganas de probar la
coca. Un remedio inofensivo contra la tristeza, ¡qué maravilla!”. En 1c®
Estados Unidos, las cosas llegan al punto de que no se vacila en contar que
los policías: del sud habían debido adoptar una nueva pistola de calibre 3 8 _
¡pues 1os negros coqueras estaban protegidos, gracias ala cocaína, contra Tas
balas calibre 32! No eran entonces sólo peruanas esas leyendas que atri buían
a la cocaína las virtudes de una “planta divina que sacia a los hambrientas^
fartificaa fesdéWIesy Jes permite olvidar su miserable destinon (líber Coca?
P-93). • .
El tono era diferente en la vieja Europa: se hablaba muy p o tó de la cocaína.
No hay que excluir que el interés suscitado por UberCocasc. haya debido al
hecho deque se trataba del mejor estudio europea escrito hastaer.tonces.Este
trabajo, muy cuidadoso en el plano bibliográfico, confirmaba además expe­
rimentalmente los efectos milagrosos del remedio nuevo cuya apología
realizaba; y se sabe que, en su prolongación, Koller. “Coea-Koller”, según
el sobrenombre que, ifg-éniósamente,. Freud lehaMapuestó, debíadeScubrir,
justo un mes después de su publicación, las propiedades de anestésico local
de ese alcaloide. Pero, además del producto mismo, lo que retoma Freud, lo
que le importa, es un tono de entusiasmo cuyos indicios en Über Coca
Bemfeld6no deja de destacar: Freud escribe por ejemplo acerca de un “don”'
(Gabe) de cocaína allí donde hubiese debido hablaren términos científicos,
más prosaicamente, de una dosis. Bemfeld extrae de ello, con razón, la
conclusión de que ese texto está atravesado por una “corriente subyacente
muy persuasiva”. Freud le escribe a Mártha y habla allí de su texto como de
un “cántico a la gloria d éla cocaína”, confirmando asilo que le decía ya el
25 de mayo d e l 884 cuando acababa de obtener un brillante triunfo al curar
con la coca a un enfermo afectado de un catarro gástrico. “Sí todo va bien,
escribiré sobre esto un artículo y espero que la cocaína se cofccátlf al lado y
por encima de la morfina. Ella hace nacer en m í otras esperanzas y otros
proyectos. La tomo regularmeñte en muy pequeñas dosis para combatir la
depresión y la mala digestión y esto con el más brillante éxito. Espero lograr
suprimir los vómitos más tenaces, incluso si son debidos a algún grave
padecimiento; en resumen, sólo ahora me siento médico pues he podido
acudir en ayuda de un enfermo y espero socorrerá otros" (subrayado mío).

5 Jussieu, en 1749, coloca la planta en el genero ErytroxyíctL Hit 1786, Laraark lo nombra
“Erytroxylon-coca”. El alcaloide es aislado ea i S5S por Wohier,. químico de ía universidad de
Cotinga que había recibido hojas de coca transportadas pof ía fragata Novara.
4Siegfrid Bemfeld, l-os estudios de Freud sobre la cocaína, i 953. Textos retomados en S.
Freud, Escritos sobre la cocaína, op. cit.t 309-352.
Freud coquera 31

Esta esperanza desmesurada (el término vuelve cuatro veces en seis líneas),
este entusiasmo contagioso, son aquí, hay que subrayarlo, señalados como
tales por Freud, efectos de la cocaína, su magia. Efectos directos, por qué no
pues nada prohibe pensar que Freud haya ingurgitado -el hecho es incluso
muy verosímil- una dosis de cocaína para escribir más fácilmente Über Coca.
Ahora bien, se trata de un texto que satisface en todos los puntos las
exigencias que corresponden a este género de ejercicio: descripción botánica
precisa de la planta, datos históricos detallados de su utilización en el Perú,
recorrido completo de la literatura científica que le había sido consagrada,
fórmula química del alcaloide, estudio de sus efectos en los animales,
repertorio de lo que se sabe de sus efectos en el hombre con aporte de una
experimentación original y, para terminar, como se debe, análisis argumen­
tado de sus numerosas indicaciones en función de hipótesis que conciernen
a las vías y a los modos de acción fisiológica del producto. Es esencial notar
que hay aquí solidaridad entre una presentación de un rigor universitario
incuestionable y una creencia ciega en la acción mágica del objeto así
introducido.
En efecto, las lecturas que se han propuesto sobre lo q ixc designamos como
“el episodio de la cocaína” pasan todas al costado de esta solidaridad. De ahí
esta designación que hace de él un accesorio, episodion. O bien considera­
mos, como lo hace Jones, que aunque Freud pudo, por primera vez en su
carrera, salir de los caminos trillados apoyándose sobre “un hecho aislado”,
no supo, en cambio, mostrar suficiente espíritu crítico como para dar su
verdadero valor a ese hecho. (La lectura del texto Contribución al conoci­
miento de la acción de la cocaína, de enero de 1885, muestra cuán errónea
es esta opinión de Jones.) O bien, opuestamente, y esta es la posición de
Byck, hacemos de Freud un precursor de nuestra moderna psicofarmacología
(el término es de 1920) en la línea de Moreau de Tours (1845): se señala
entonces el carácter cuidadoso de sus experiencias, el valojcparadigmático en *
psicofarmacología de la figura del experimentador que se toma a sí mismo
como cobayo, pero nos condenamos así á no poder dar ya cuenta del hecho
de que Freud, finalmente, renunció bastante rápidamente a proseguir sus
investigaciones “psicofarmacológicas”. Ahora bien, es claro que hay lugar
para dar cuenta a la vez acerca del interés de Freud por la cocaína y sobre
, la brusca mudanza que puso fin a ese interés. Si Jones minimiza su alcance,
Byck, al elogiarlo, lo eterniza al hacer de él un modelo. La dificultad nace
aquí de que uno y otro intentan escindir en dos dominios distintos los trabajos
científicos de Freud sobre la cocaína y su creencia en las virtudes milagrosas
del producto.
De ahí la especie de enceguecimiento que hace escribir a Bemfeld, quien sin

7 (Carta del 29 de junio de 1884, traducción de Joaquín Merino Pérez, en Sigmund Freud,
Epistolario I, Plaza y Janes. Barcelona, 1970. p. 110). Lo mismo en una carta del 2 de junio de
1884: “Y si te muestras indócil, ya verás quién de nosotros dos es el más fuerte: si la dulce niña
s que no come suficientemente o el gran señor fogoso que cieñe cocaína en el cuerpo”.
32 acerca del camino abierto por Freud

embargo estudió la cuestión en sus menores detalles, que Freud no tuvojamás


la idea de utilizar las capacidades recuperadas gracias a la cocaína con otros
fines que los de trabajo. El día mismo, en efecto, en que terminaba Über
Coca, Freud escribía a Martha anticipando su próximo encuentro: “Si no te
molestan los graves hamburgueses, y eres capaz de darme un beso en cuanto
me veas y otros mientras vamos a Wandsbeck y un tercero... etc., me rendiré.
No llegaré cansado pues pienso hacer el viaje bajo la influencia de la coca
para dominar mi terrible impaciencia”7. En la correspondencia con Martha
se puede notar la fuerza de la metáfora guerrera, organizadora para Freud de
larelacióncon su novia. La cocaína absorbida por Freud viene aacentuaresta
fuerza, puesto que es lo que transforma a un soldado fatigado y torpe en un
conquistador lozano y glorioso8.
Esta metáfora guerrera remite a un artículo publicado en 1883-'por
Aschenbrandt quien relata que, en ocasión de unas maniobras de la artillería
bávara, pudo comprobar sobre seis casos, entre ellos el de él mismo, que la
cocaína vuelve a un hombre “más apto para ejercer un gran esfuerzo, para
soportar el hambre y la sed”; que ella es efectivamente este “alimento
benéfico para los nervios” cuyos efectos maravillosos había alabado
Mantegazza. Pero no hay que descuidar que se trata de un alimento muy
particular, en cuanto actúa en el punto mismo en que el desfallecimiento es
inevitable, caso de las maniobras militares en que se incita a los hombres a
desvivirse hasta el límite extremo de sus fuerzas. Entonces interviene la
cocaína que les permite, sin más alimento ni reposo, volver al combate
lozanos y dispuestos, como si la fatiga no los hubiese poseído un instante
antes.
Freud emprende sus primeras experiencias y publica Über Coca sólo algunos
meses después de la aparición del artículo de Aschenbrandt. Él confirma, a
su vez, las virtudes del milagroso producto. En este punto de coalescenda de
lo mágico y de lo científico, se siente y se dice, por primera vez, al fin
verdaderamente médico. Y con razón. Si el discurso médico en el cual se-
inscribe así está efectivamente caracterizado por tomar su apoyo sobre el
significante-amo de la lesión, la cocaína será ese objeto que, en el lugar del
Otro, dará consistencia a lo supuesto de esta lesión al ratificaren contrapun­
to su verdad.
De ahí el hecho de que la cocaína no es y no podría ser un medicamento como
los otros; es decir, un medicamento entre otros. Ella encarna, por confirmar
la lesión, lo que es necesario designar como lo que es el medicamento.
Resulta de ello que su acción no podría ser unívoca pues esta univocidad
dejaría lugar a otra acción posible y, entonces, a otro medicamento. Über
Coca marca perfectamente esta posición eminente. Hablando de “la acción

* En una carta del 30 de junio de 1884, Freud, al evocar su última separación, se describe a sí
mismo en esta situación como un soldado consciente de que debe defender una posición “perdida
por anticipado”.
Freud coquero 33

estimulante prodigiosa” de la coca, Freud escribe: “Un trabajo mental o


muscular de largo aliento puede ser realizado sin fatiga; se tiene la impresión
de haberse desembarazado de la necesidad de comer y dormir que general­
mente se hace insistente en ciertos momentos de la jomada. Bajo el efecto de
lacocaína podemos,si nos lo proponen, comer copiosamentey sin repugnan­
cia pero se tiene la impresión evidente de poder prescindir de comidas.
Cuando la acción de la cocaína se debilita, uno puede dormirse si se mete en
¡a cama, pero se puede igualmente continuar despierto sin dificultad. Durante
las primeras horas en que la cocaína actúa no es posible dormir perd. esta
ausencia de sueño no tiene nada de penoso" (p.110). La cocaína abre al
coquero el acceso a una dimensión en que a la vez puede y puede no, sin que
nada displacentero se produzca para él por la elección de una u otra
posibilidad ni tampoco por mantener en suspenso la alternativa. La potencia
se encuentra así elevada a la omnipotencia, incluyendo en ella misma la
potencia de poder no (lo que habítuaimente se nombra impotencia). Este
pampo de cohabitación de los posibles es el imaginario mismo.
En 1924, Freud escribe, a propósito del asunto de la cocaína: “El estudio de
Iacocaeraunaiíofrioítqueyo tenía prisa por terminar”. Según el testimonio
de Bemfeld, el término allotrion servía a los profesores de gimnasia para
designar peyorativamente “lo que aparta del cumplimiento del deber en
pro vecho de unamanía ode cualquier acción mala” (p. 327). Concluir de eso
que Freud “se apartaba de su trabajo científico serio en neuropatología” -es
la tesis de Jones- equivale a dejar escapar lo que el término mismo de
allotrion índica sobre una relación con el Otro.. La cocaína interroga la
alteridad, una alteridad que imaginariza el lej ano Perú del mismo modo que
e¡ hachís de Moreau deTouts encama el Oriente. El coquero es esa figura en
que se vuelve efectiva una manera de ser otro, otra manera de ser que no es
justam ente calificable de nada en particular. Moreau de Tours la llama
Fantasía-, Freud aloja allí un ideal demás y más potencia. Pero con el mismo
movimiento, apunta a demostrar, en términos que adopta por su alcance
científico, que lo que es verdad en Perú lo es también en Viena, que la magia
de la droga no corresponde en nada a una elucubración imaginativa local.
Über Coca es un texto antiracista. Ahora bien, tal intención no puede
encontrar realización, en Freud, más que al pasar por el zigzag simbólico
exigido por la ética de fa ciencia.
Como dan testimonio sus artículos ulteriores, el trabajo de Freud sobre la
cocaína consistió' en llevar la interrogación científica siempre más adelante
hasta cierto punto de choque.
34 acerca del camino abierto por Freud

Esta cientificidad puede incluso ser designada como el punto en que Freud
diverge radicalmente de Moreau de Tours.
Con Moreau de Tours, el hachís abre al psiquiatra la vía iniciática -la palabra
viene de su plum a9- que le permitirá tener acceso a la fuente misma de la
locura. Decir la fuente se impone en efecto pues los diferentes “trastornos del
espíritu” no son más que los “signos exteriores” que se originan, todos, en un
supuesto “hecho primitivo” 10. “Al develar el hecho primitivo -escribe
Moreau de Tours-, la lesión funcional primordial de la que proceden todas las
formas de la locura como varios arroyos de una misma fuente, espero extraer
de ello algunas enseñanzas útiles con relación al mejor modo de tratamiento
de esta enfermedad” “ . “Esta enfermedad”: la locura es una enfermedad en
singular cuyo modelo es la excitación m aníaca12presentada como el modo
de ser loco que mejor corresponde a la actividad del pensamiento entregado
a sí mismo. “Nada es comparable con la variedad casi infinita de los matices
del delirio si no es la actividad misma del pensamiento”, observa Moreau de
Tours no sin pertinencia. De allí la analogía para él fundamental del sueño y
del delirio. Si en esos estados de locura, delirio o sueño, el pensamiento está
entregado a sí mismo, es porque ha sido lesionada la vida que resulta “de
nuestras relaciones con el mundo exterior, con ese gran todo que llamamos
universo” l3. Entonces la otra vida (pues según esta teoría al hombre le han
sido otorgadas dos vidas) que es imaginación y memoria y ya no voluntad,
se encuentra excitada y puede más así que la primera, y realiza con ella una
“fusión imperfecta”, resultado de la lesión supuesta. Al realizar, también,
esta fusión imperfecta en el que la consume, el hachís le abre de este modo
un acceso a esta otra vida, pero con la especificidad de que deja intactas su
facultad de observación e incluso de acción. De allí el interés para el
psiquiatra quien encuentra una confirmación de su teoría de la acción
específica del hachís en el hecho de que el nombre de los bebedores de hachís,
hachichiya, dio en lengua francesa el término assassin, asesino, término que
al principio nombró a los sectarios sirios que no vacilaban en matar con el
mayor salvajismo a los jefes cristianos o musulmanes, ferocidad que se
atribuía a la influencia del hachís.
La lesión aparecía así, en íyloreau de Tours, como el elemento explicativo
último de toda locura. El fin de su obra está consagrado14a dar una respuesta
a un problema controvertido apasionadamente: ¿lesión orgánica o lesión
funcional? Que se las arregle con una pirueta al imaginar la existencia de una
lesión orgánica no localizable como tal en el organismo, indica suficiente­
mente que lo importante es mantener el apoyo tomado sobre la lesión como
significante. Pues ¿qué podría ser, entonces, si no un significante, esta lesión

9 Du hachisch et de la aliénation mentale, 1845. p.29.


10 Op. cit., p.392 y 31.
11 Op. cit., p.32.
12 Op. cit., p.36.
13 Op. c¿f.,.p. Vi.
u 0p. cit., p.391 a 400
Freud coquero 35

orgánica sin órgano lesionado? Esta observación toma todo su alcance por su
corolario: la ubicación en un segundo plano de las diferencias que la locura
presentifica, que no son más que contingencias formales, secundarias con
respecto al hecho primordial. Pero, justamente, por ser consideradas como el
colmo de la extravagancia, por ser tomadas como insignificantes, esas
diferencias son, dé hecho, aceptadas como ligadas exclusivamente con el
juego del significante: “Una vez que ha sido roto el lazo de las asociaciones
regulares de las ideas, entonces los pensamientos más extravagantes, más
curiosos, las combinaciones de ideas más extrañas se forman y se instalan,
por decir así, de manera imperativa en el espíritu. La causa más insignificante
puede darles nacimiento exactamente como en el estado de sueño”11. Moreau
de Tours ilustra con un caso tomado de Esquirol esta extíftSifaBcla del
significante: “La dudad deDIfeStá dominada por una roca qué llam anlil?.
A un joven se le ocurre agregarla letra U a la palabra Die, iftMÉÉÉMifaugii
la palabra D1EV (Dios), y todos los habitantes de Die son dioses para él.
Pronto reconoce el absurdo de este politeísmo y concentra entonces la
divinidad en la persona desupadre como el individuo más resgetabfoifcssfá
comarca”. La teoríapaquiátricaijue funda la verdad de U n n salaltesión
desconoce correlativamente los efectos de significante de los iÉA&iÉS
embargo da testimonio, al menos en su tiema infancia.
En los años 1384-1885, Freud no está interesado en la psiquiatría sino en la
neurología. El hecho es fundamental para comprender en qué debió diverger
su proceder del de Moreau de Tours, siendo que partía de datos y experiencias
similares y que ambos trabajaban sobre la base de las mismas exigencias
epistemológicas. Mientras Moreau de Tours, al fundar su teoría sobre la
analogía, no choca jamás con el hecho que constituiría un tope, Freud se
atiene resueltamente, en cuanto a su manera de interrogar los efectos de la
cocaína, al primer principio de la termodinámica y cuestiona con ese
principio los citados efectos. Ahoraiiien, es por eso que'la cocaína llegará
a sobrevenir para Freud como un objeto caído. Tal es la tesis que hay que
demostrar ahora.
Sea O el estado dado de un organismo. Dispone en esteestado de una cantidad
de “fuerza vital”1* F. Esta fuerza puede ser convertida en una cantidad de
trabajo W, también determinada perfectamente a partir de O. De donde
tenemos la secuencia:
O -> F -> W
Ahora bien, el efecto estimulante de la cocaína, el milagro que realiza, puede
escribirse como un valor W’ superior a W : W’>W. La elaboración teórica de
Freud a partir de Uber Coca consiste en interrogar cómo esto es posible y,
más aún, si no hay allí, con la experiencia del coquera, un cuestionamiento

" Op. riHpJÉk


16S. Freud, Escritos sobre la cocaína. cp. c it, p.l 16.
36 acerca del camino abierto por Freud

del principio de conservación de la energía. En efecto la intervención en O


de la cocaína tiene por consecuencias:
O (+ cocaína) -> F’ -> W’
Si F ’>F y W ’>W, entonces la dificultad corresponde al hecho de que se tiene
igualmente que (O + cocaína) = O. Es que nadie imagina que la débil dosis
de cocaína ingurgitada pueda ser en si misma portadora de la considerable
energía (convertida en trabajo) que procura al coquero; tampoco se concibe
que la cocaína pueda liberar en O una energía que sin ella subsistiría allí fijada
como una energía permanentemente no disponible. Al no haberse encarado
estas dos hipótesis, Freud se enfrenta en efecto con una acción de la cocaína
que contradice el principio de conservación de la energía. Según este
principio, los valores máximos se escriben así:
1. O -> F -> W V
mientras que con la cocaína se obtienen valores todavía superiores:
2. O -> F ’-> W ’
Freud discute el asunto como un hecho polémico que intentará reintegrar en
el saber científico constituido. A la primera hipótesis de una transformación
milagrosa de F en F \ hipótesis de la que no se puede decir nada, él conjuga
una segunda que sería más explicativa; la cocaína intervendría no en F sino
sobre la relación F -> W produciendo así F -> W ’. Permitiría que un trabajo
dado exija menos gasto de fuerza vital; de donde, a una fuerza vital igual
corresponde la posibilidad de efectuar un mayor trabajo. Esto define a la
cocaína como “medio de ahorro”.
Pero, además de que el fenómeno encarado sigue siendo enigmático, es
contradicho por los resultados de experiencias hechas sobre animales.
Sometiendo al hambre a animales con y sin cocaína, ciertos investigadores
comprobaron que los que habían sido tratados con cocaína sucumbían tan
rápidamente como los otros. Sin embargo esto no molesta realmente a Freud,
pues había tomado la precaución de rechazar, al comienzo de su trabajo sobre
la cocaína, la idea de que la acción de ésta debería ser semejante en los
animales y en el hombre. Le es posible admitir, entonces, como no contradic­
torios los resultados de esas experiencias con el testimonio de un cronista que
relataba que, en ocasión de una hambruna que hacía estragos en la ciudad de
La Paz, sólo sobrevivieron los coqueros (!).
Con este testimonio,encontramos de nuevo la cocaína como medio de ahorro.
Sin embargo, Freud introduce una tercera hipótesis: la acción de la cocaína
sería situable en W. Los habitantes hambrientos de La Paz que tomaban la
coca habrían tenido sobre los otros la ventaja de luchar mejor contra la
Freud coquero 37

consunción por gastar menos energía para permanecer con vida. Dicho de
otro modo, si W parecía transformado en W’, de hecho no era así para nada;
más bien W había permanecido constante pero lo que era utilizado para
sobrevivir no era W sino co, tal que © < W. Esta hipótesis respeta la
preeminencia del principio de conservación de la energía incluso si sigue
siendo opaca la razón por la cual la sobrevivencia exige del coquero un gasto
reducido de energía.
Resumamos esas tres hipótesis:
Fórmula de partida : O -> F -> W
1“ hipótesis O -> F’-> W ’
2a hipótesis O -> F - W’
3a hipótesis O ~> F -> co... W
Sólo la tercera hipótesis está en conformidad con la fórmula de partida, salvo
en que introduce una separación entre energía utilizada y energía disponible,
entre y W. La cocaína sería ese objeto que permitiría que haya -¿siempre?
(ese siempre, como apuesta imaginaria, es lo que constituye un problema)-
un excedente de energía disponible con respecto de la energía efectivamente
gastada. Hay que notar que el conjunto de la argumentación de Freud permite
situar, sobre la fórmula de partida, cada una de las hipótesis:
0 —> F >W
1° 2° y
Ahora bien, esta focalización del estudio energético de la acción de la cocaína
va a la par -la cosa es decisiva- con la afirmación de que la cocaína actúa
indirectamente, es decir por la intervención de los centros nerviosos o
también de lo que Freud, en Über Coca, llama “las influencias psíquicas”. Sin
embargo, si bi^i el papel de los centros nerviosos estaba planteado desde el
comienzo con el postulado del carácter no convincente de las experiencias
hechas sobre animales, esos centros no son considerados en Über Coca más
que como uno de los lugares posibles en que puede intervenir, con un efecto
terapéutico benéfico, la cocaína. Esta se halla indicada, entonces, en los casos
de neurastenia, hipocondría, histeria, postración, melancolía, estupor, todos
ellos casos que deben relacionarse con un debilitamiento psíquico, con una
“actividad reducida de los centros”.
He aquí, entonces, con esta debilidad psíquica un nuevo refrito de la lesión.
La debilidad psíquica es la explicación basal de esas enfermedades, su
supuesta referencia común. Freud se monta aquí a horcajadas sobre un
discurso que no es diferente del de Moreau de Tours. En su exposición
titulada Sobre el efecto general de la cocaína, leído ante la sociedad
38 acerca del camino abierto por Freud

psiquiátrica (la misma donde debía, algún tiempo después, presentar la


histeria masculina, versión Charcot), Freud enuncia que la psiquiatría “no
cuenta con muchos agentes capaces de aumentar la actividad de un sistema
nervioso deprimido. Es, por tanto, natural que pensemos en la posibilidad de
utilizar los efectos de la cocaína descritos anteriormente en aquellas formas
de enfermedad que interpretamos como estados de debilidad y depresión del
sistema nervioso sin presencia de lesiones orgánicas”17.
En la relación de Freud con la histeria, la cocaína está en el lugar mismo que
será el del tratamiento psicoanalítico.
El texto de 1885 Contribución al conocimiento de la acción de la cocaína es
un primer paso en la destitución de la cocaína como objeto privilegiado de
una acción terapéutica por fin a la altura de sus ambiciones. Este texto es el
único en que Freud desarrolla el punto de vista energético hasta lo mensurable.
Ahora bien, con esta introducción de medidas, el problema económico va a
volverse singularmente más complejo.
Contribución... nace de las divergencias que manifiestan, a medida que se
multiplican, los testimonios que dan cuenta de los efectos de la cocaína. Para
confirmar Über Coca, Freud aplica un “método de verificación objetiva”. Va
a recibir, ciertamente, de estas experiencias otra cosa que una confirmación;
pero ahí lo tenemos, en espera, ayudado por un médico amigo, armado de un
dinamómetro, provisto de un lápiz y papel, y en tiempos cuidadosamente
anotados, efectúa tres presiones sobre el aparato, inscribe las cifras obteni­
das, calcula los promedios, anota el estado de su estómago, repite estas
medidas durante siete horas, primero sin haber absorbido cocaína, luego “con
la cocaína en el cuerpo”. Recomienza estas experiencias durante varios días,
las compara y extrae cierto número de comprobaciones. ¿Cuáles?
En Über Coca, Freud escribía: “En este momento todavía no es posible
estimar hasta qué punto la coca puede aumentar los poderes mentales del
hombre”18. Este “hasta qué punto” dejaba abierta la posibilidad de una
progresión indefinida, sin máximo previsible de la ganancia en eficacia
mental. A fin de elucidar y de objetivar la cosa, Freud escoge ahora
concentrar su estudio sobre la acción de la cocaína en el nivel de la fuerza
motriz: ésta es, en efecto, susceptible .de medida. Lo esperaba aquí una
sorpresa: el descubrimiento de las variaciones de la fuerza motriz. Cierta­
mente, esas variaciones ya habían sido notadas. Pero este redescubrimiento
es decisivo en cuanto a la relación de Freud con la cocaína en el sentido de
que ya no le es posible, a partir de entonces, medir en valores absolutos la
acción de la cocaína. Esta acción no interviene sobre una constante sino sobre
algo que es por sí mismo variable. A partir de ello, la experimentación se
desplaza y Freud se pone ahora a medir las variaciones de la fuerza motriz

17Op. cit., p.160.


u Op. cit., p.l'l 1.
Freud coquero 39

independientemente de la cocaína. Comprueba así que hay lugar para


distinguir dos tipos de variaciones, puesto que la variación diaria debe ser
situada más o menos alta o baja'según los días. ¿Cómo situar, de ahí, la acción
de la cocaína?
Freud da, a las variaciones de un día a otro, el sentido de una manifestación
del “estado general”, del “humor”. Esto le permite sostener que la coca no
actúa directamente sobre la fuerza motriz sino por el intermedio de ese estado
general que, en los mejores días, se llama “euforia”. La cocaína provoca
euforia; Freud presenta desde Über Coca a esta euforia como “el estado
normal de una corteza cerebral bien alimentada que ‘no sabe nada’ sobre los
órganos de su propio cuerpo” . Es porque provoca euforia, porque interviene
al nivel del estado general que la cocaína permite al sujeto disponer de una
mayor fuerza muscular. Pero a este “mayor” va a ser posible asignarle ahora
un límite localizable como tal.
Sus experiencias le muestran a Freud que la cocaína tiene por efecto principal
colmar la distancia entre las malas y las buenas jornadas, en favor de las
segundas. “El aumento de la fuerza motriz es mucho mayor cuando la cocaína
actúa en malas condiciones del estado general, en un momento en que la
fuerza motriz es débil”. En estas condiciones, la cocaína permite al sujeto
disponer no ya de una cantidad casi ilimitada de fuerza motriz, sino de la
cantidad misma a la que puede aspirar razonablemente, pues ia experiencia
le ha demostrado que disponía de ella en algunos días afortunados.
Las experiencias sobre los tiempos de reacción confirman esto: la cocaína
disminuye los tiempos de reacción, pero, escribe Freud, “otras veces, cuando
me sentía de humor más alegre y más emprendedor, me encontré en
condiciones de reacción igualmente favorables”.
Esta consideración introducida por ,1a medida, impensable sin ella, se
presenta como efpunto de un cambio profundo de la relación de Freud con
la cocaína. En efecto, si la cocaína permite al sujeto disponer de una energía
que no es más que igual a aquella de la que dispone cuando su humor es
bueno, entonces ya no es un objeto necesario. Pero igualmento notable es el
hecho de que ella pierde su condición de ser necesaria allí mismo donde no
hace más que responder exactamente a este otro significante de la lesión que
es la debilidad psíquica. En el momento mismo en que Freud discierne el
objeto cocaína como lo que hace contrapeso a los efectos de la lesión, se
vuelve para él objeto susceptible de ser perdido.
Por esta escritura de los efectos de la cocaína, se deshace lo necesario del
enganche de Freud con este objeto. El asunto no está arreglado sin embargo.
A estas comprobaciones experimentales, Freud reacciona escribiendo: “Esto
no quita que incluso en este caso -es decir cuando el estado general es malo-
40 acerca del camino abierto por Freud

las fu©n&8 debidas a la accifón de la cocaína superan'ítktela el máximo


alcanzado en condicionéá noíitiales” . Sin embargo, si liegá a Uti&primera -
sustitución-al venir la cocaína al lugar de toque en e¡ estado normal provoca
la euforia- entonces otros podrán Venir a darle a lacpcaíná,en el aprés-'COup,
soestatos.de objeto metonónieo. De esto datestimonio, dos años más tarde,
Anhelo y temor de la cocaína. Freud liga allí la de la cocaína a un
“factor de predisposición individual” 19 que varía mucho, tanto de una
persona a otra, como en un mismo individuo.
Ahora bien, este factor presenta una particularidad notable: no es tomado
conao uno dé los datos de ia red del saber médico constituido. La acción d e :
la cocaína es así relacionada con un saber nb sabido, particularizado, no
sabido por particularizado. Por esto, resulta que el lugar del saber «orno
agente de- la acción terapéutica no pueda ser ya niantenidorya no hay más
medios para hacer d$la cócafna el objeto de una “indicación". “Como apenas.
se ha préáteda ateitóón á ifctór.de ía pred&postcidfi individual, y
gcneralmeníe no es posible conocer -el grado dé excitabilidad, considero
aconsejable abandonar dentro de la posible íá aplicación de la cocaína en
fprma de tnyecgién £yo suteaj^J sabca^níai para el tratamiento de'ítfecdo-
nes interaas y nerviosas"20
déjulio de 1.887. Responde, tratando de ponerle término, a la
recettlí^idación de 1885 que Freud-ttaMa formulado y luego
Óhíidado yque* ligada con ejasünto Fleischf, liíibria de aparecetíe, por lo que
lüegó octjro§, e0S9P una equivoeac|¿ií, óiia metida de pata: “Aconse^aaía sin
vaeilar, paiiaéste tipo de desitií^xltító^n|de lo^teorfinómanos) adáÉ^strar
la cocaína en inyefiCÍbn0S Subcutáneas y én dosi&dk&$3 a9»05-gramo!sin
temer aumentar las dosis”.
La escritura que peímile a Freud terminar realnaeote con esta equivocación
al?re lis posibilidad de su elaboración eítlel simbólico; y lo que en 1887 sigue
’ cátando en suspenso en sí! relación con la cocaína encontrará su cifrado con
el desciframiento, ocho añosmás tárete, del sueño inaugural llamado de “la
inyección a Irmaf, ■
Pero la histérica rio por nada tiene que ver en el acontecimiento de ese
desciframiento. Y sieTasUiito de la cojE^fta f&e ese <&pqpo en el que Fieüd
habría podido constituirse como autor -autor de esegran descubrimiento que
hubiera puesto el sello al dií®i¡jri$ universitario acefCade uft objeto que
respondía al fín a la lestÓnsypuesía- es, para terminar, la disyunción de la
producción de ese! dissurso,(o-sea el autor mismo) y de su verdad (o sea eí
Significante-amo dé la lesjqi^' lo que le quedaba íódfwía por xesfolvet a .rafe
de esta'aquívocación.

19Op. cit., p.220.


20Op. cit., p.220-221.
Capítulo dos

la histérica en suma

Charcot: He aquí, pues, una parálisis artificial del brazo compié


tamenteséáiéjante a una par^sfenatural. Esta mujer no sáfeépara
nada dónde está su brazo. (A la enferma quees presentada bajo
hipnosis); Cied%íos ojos y^psifide agarrar el brazo paialkgáoí
La enferma: ííb se dónde está; eso me irrita.
Charcot: N ó d cfíe nada; yo podría romperle el brazo antes que
despertar ea ella la sensibilidad. Peró, como ustede^pwedea -V<eiv
estos sujetos ap.'son dóciles.
La enferma: ¡Oh, no!
Charcot: Son muy difíciles de manejar; SÍtt embargo, Son bastante
cómodos.
Entonces, pérdida del sestido á¡ü8S6»lar, pérdida'5comp¡tóta de ü
sensibilidad. Aquí tenemos la línea circular que separa la parte
sensible de la parte insensible. (A la enferma): A ver, muQ^a los
dedos.
(La patente realiza manifestaciones de mal httsnar) -
Charüot: Vamos, no muestres tu maTcarácter.
Laenfenm: ¡Vaya! Te provocan y además hay qtKuestar contenta.
Charcot, (¡íjefe de cííni ■ Despiértela.
El jefe á i cttnká: Bueno. Ya está despierta
Charcot: Cuando uno se habitúa a estos sujetosr s<¡bé cónui
utilizarlos. Estas histéricas tienen una historia natural.'1

1Extraído de J. M. Charcot: Vhystérie. Textos seleccionados y presentados por E. Trillar, 1971.


"Paralysie hystéro trauraatique développée par suggestion".
1

Figura 2 Fase de las contorsiones


(Arco de círculo)
A. Delahaye y E. Lecrosnier

J. M. Charcot, Legons du mardi á la Salpétriére, Progrés médical éd., París,


1892-1894.
La histérica en suma, tal es el nombre dado aquí a la histérica de Charcot con
la cual tuvo que lidiar Freud , de octubre de 1885 a febrero de 1886, en la
Salpétriére. “En suma” la menciona sumada en el sentido en que el saber,
alguna vez, se presentó como suma. Pero “en suma” también la menciona en
sueño, en sommeil como se dice en francés; y así hubiera sido si la histérica
al gran Maestro, no se lo hubiese (que se me perdone la expresión) cogido
magistralmente. Hay solidaridad entre ese sueño provocado y ese sumario
del saber: eso es lo qué dice el título del presente capítulo; y está a cargo del
estudio el proporcionarle una demostración.
Para Lacan, el saber que se suma es aquel cuyo sentido se encuentra definido
por su lugar de agente % El hecho de que esto designe al discurso de la
universidad, indica que a ese discurso la hipnosis le va como un guante El
sueño de la histérica constituye la dicha de la universidad. Pero la h is p ía
es insomne, por ío cual depende de otro discurso.
Charcot se convirtió en el promotor de una versión universitaria de la histeria.
El saber sumado sfe designa como “cuadro”; colocado en lugar de agente, el
cuadro clínico funda su verdad en el significante de la “lesión funcional” y
tiende a convertir a su otro (histérica, pero, como se verá, también discípulo
médico) en esa pura mirada que es su soporte necesario; ese discurso produce
un “Charcot” cuya reputación de docente, que llegó mucho más allá de
Viena, debía atraer a Freud. Escribirla efectuación del discurso universitario
de la siguiente manera:

2 Cfr. "Cloture du Congrés de 70, Scilicet, 2/3, p.395.


44 acerca del camino abierto por Freud

cuadro clínico — > mirada (histérica/alumno)

lesión Charcot docente


revelará que la misma no dejó de tener consecuencias sobre la lectura de lo
que para Freud fue, en su relación con la histérica, la lección de la Salpetriére.
Freud no retomó por su propia cuenta la naturalización de la histérica.
Testimonio de esto lo constituye un incidente de apariencia anodina, pero
cuyas consecuencias no se deben desdeñar. Jones cuenta que un día Freud se
aventuró a exponer a Charcot el ejemplar tratamiento de Anna O., que él
conocía desde hacía ya tres años. Ciertamente recibió una respuesta del
Maestro, pero no la que, joven pasante intrépido, esperaba. He aquí lo que
Jones escribe: “Durante su permanencia en París, le contó a Charcot ese
notable descubrimiento, pero, dijo él, ‘los pensamientos de Charcot parecían
estar en otra parte’ y el relato lo dejó indiferente. Por otra parte, ese hecho
pareció atenuar por un tiempo el entusiasmo de Freud” 3.
No hay otra acogida posible en la Salpetriére a lo que Freud suscitó con Anna
O., sino esta indicación de un “otra parte” que representa algo no admisible.
Con respecto a la enseñanza que promueve, la indiferencia de Charcot es
obligatoria. Como respuesta, le manifiesta a Freud que esta enseñanza sobre
la histeria sólo puede excluir lo que él, Freud, sin duda ingenuamente, habría
deseado adjuntarle como un simple suplemento. Ese “otra parte” es leído
aquí, entonces, como el índice de otro discurso.
Sobre la importancia de este encuentro de Freud con la histérica de Charcot
están de acuerdo todos los que se han interesado por la historia, inclu'so la
prehistoria del psicoanálisis. Se dice que Freud habría sufrido “la influencia
de Charcot” sin interrogarse más sobre esta noción de influencia; aunque
habríapodido esperarse, de parte de los analistas, que no la dejaran inalterada.
Esta influencia de Charcot estaría especificada por dos lugares comunes bien
arraigados.
Primer lugar común: el gran Maestro de la neurología mundial, al poner en
juego toda su autoridad en el interés que le demostró a la histeria, a partir de
1870, dio sus títulos de nobleza £ esta enfermedad, e hizo posible en lo
sucesivo su abordaje científico. El gran Charcot habría hecho grande a la
histeria; por otra parte, él la llama “la gran histeria”. Puesto que se benefició
con el sello de un Charcot autor (ya que es autoridad - y comb tal
reconocida),esta histeria así autorizada habría sido - según esos historiado­
res—el punto de partida de lo que Freud se autorizó con la histérica. Pero
hacer sonar un siglo después los clarines de la fama y del renombre no
garantiza que, al hacerlo, el historiador nombre como conviene. Y la

J E. Jones, La vie et l'oeuvre de S. Freud, trad. franc., P.U.F., tomo I, p.248. (Hay edición en
español: Vida y obra de Sigmund Freud, Ed. Hormé, Buenos Aires, Tomo 1, p.237).
la histérica en suma 45

naturalización universitaria de la histeria no es tanto retomar la histeria en e!


discurso de la ciencia - una “puesta en ciencia” como se dice una “puesta en
escena”- como una manera, para la ciencia establecida, de protegerse de la
histeria. Freud no abrió camino para el psicoanálisis a partir de allí, salvo si
entendemos “a partir” como un repartir, una demarcación cuya efectividad
sólo es pensable si se marca en qué puntos su apoyo viene de otra parte.
Segundo lugar común, corolario del primero y no menos soberano: gracias
a Charcot, Freud habría pasado de la neurología a la psicología; y esto
constituiría, según la idea de los autores, un primer paso hacia el psicoaná­
lisis. En primer lugar, es falso que la enseñanza de Charcot fuera del registro
de una psicología; se trataba manifiestamente de una clínica de las enferme­
dades del sistema nervioso, o sea, de neurología.
Por cierto, en un punto muy precisamente localizable de su enseñanza sobre
la histeria, Charcot recurre a una explicación psicológica. El asunto merece
delimitarse con más detalle puesto que allí se encuentra puesta en juego la
noción de traumatismo como explicación de las parálisis histéricas, y
además, nada válido puede ser dicho de esta noción en Freud fuera del hecho
que su definición difiere de la que promueve Charcot.
Su teoría del traumatismo le permite a Charcot rendir cuenta de la distancia
comprobada entre la intensidad con que se impone, la permanencia de una
parálisis histérica y la poca importancia, “objetivamente”, del incidente que
fue su punto de partida. Para reducir esta desproporción, Charcot utiliza una
distinción, tomada de autores ingleses: si el shock (así lo escribía é l)
traumático no basta para explicar los efectos observados, entonces habrá que
admitir que en la histérica se sobreagregó otro shock calificado como
“nervioso”. Los trastornos sensitivos y motores “que se producen en los
miembros sometidos a una contusión no pertenecen,ni con mucho, a los
sujetos histéricos propiamente. En esos sujetos, sin duda se producen bajo
la influencia de los shocks aparentemente más ligeros y adquierenfácilmen­
te un desarrollo considerable sin proporción con la intensidad de la causa
traumática ” *. La referencia al shock nervioso es necesaria porque conduce
la desproporción a una igualdad: "Ese shock nervioso se produce cuando
sobreviene una emoción viva, un susto, el terror determinado por ún
accidente; sobre todo cuando este accidente amenaza la vida como se ve por
ejemplo en las colisiones de trenes. En esas condiciones, se desarrolla un
estado mental muy particular, recientemente estudiado con cuidado por el
Sr. Page, quien lo acerca, por otra parte muy sensatamente en mi opinión,
al estado de hipnotismo. En efecto, tanto en uno como en otro caso, puesto
que la espontaneidad psíquica, la voluntad, el juicio están más o menos
deprimidos u obnubilados, las sugestiones son fáciles; así, la más ligera

4 J. M. Charcot, Legons sur les maladies du systéme nerveux, t. IH, 1887, p.402. En adelante
mencionada así: LM.S.N.
46 acerca del camino abierto por Freud

acción traumática, por ejemplo dirigida hacia un miembro, puede conver­


tirse en la ocasión de una parálisis, de una contracción o de una artralgia ”5
La única “psicología” que hay en Charcot es esta decripción sumaria de un
estado mental. ¿Sería éste el mérito que Freud le habría otorgado, hasta el
punto de inscribirse a continuación en la misma huella?
La respuesta de la doxa es más que inexacta en este punto; con esa referencia
a la psicología, oculta la diferencia radical que prohibe asimilar las definicio­
nes del traumatismo de Charcot y las de Freud. Ahora bien, el abordaje
freudiano del traumatismo sólo puede encararse a partir de la exclusión de la
escasa psicología usada por Charcot. Por el vacío que realiza, la depresión de
las facultades psíquicas explica en Charcot la extensión del choque traumático,
su intensificación como síntoma. Es por no chocar con nada que la idea
sugerida por el choque traumático se desarrolla en extensión y el shock
nervioso es el nombre de esa página dejada en blanco. Nada semejante se
encuentra en Freud. Para Freud, el traumatismo está constituido por la
ligazón de la idea suscitada por el shock traumático con otra idea a la cual se
encontró ligada históricamente. Con el caso de Anna O., Freud presenta a
Charcot esta teoría del traumatismo: el choque traumático se metamorfosea
en síntoma por el hecho de que existe una “relación simbólica” 6que liga lo
que evoca a otra representación, aunque - el asunto es igualmente importan­
te - sin que el Yo “sepa algo sobre eso o pueda intervenir para impedirlo” 7.
Con esta primera teoría freudiana del traumatismo se impone la hipótesis de
un saber insabido; y la teoría le da al síntoma un valor de signo. Por ese hecho,
el síntoma se encuentra desplazado al lugar del otro y el saber insabido está
a la espera de su propia producción. La escritura del discurso de la histérica
en Lacan,
S —^ Sj ^
í x
en el que el S j del síntoma ocupa el lugar del otro y el S2del saber el lugar de
la producción, permite así calificar a esta teoría freudiana sobre el traumatismo
como “teoría histérica de la histeria”8. Ante Charcot, Freud se convierte en
el portavoz de la histérica, por ser, sin saberlo, su víctima, su incauto.
La teoría histérica de la histeria trastoca su versión universitaria. Si existe un
continuador de Charcot en el modo psicológico, se llama Janet y no Freud.

5 J. M. Charcot, L.M.S.N.. p.392.


4 S. Freud, Sur le mécanisme prychique des phenoménes hystériques (En español: S. Freud,
Obras Completas Sobre el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos. Ea adelante
citamos O.C.-, Tomo II, Amorrortu Ed., Buenos Aires, 1980, p.27-34).
7 S. Freud, Charcot., O.C., Op. cit., Tomo IH, pp. 13-24.
* Denominación que le debo a A. Rondepierre.
la histérica en suma 47

En un texto titulado “Pierre Janet, psicólogo realista”9, Henri Wallon pone el


dedo sobre el postulado fundamental de esta psicología. “No hay necesidad,
escribe, de justificar con razonamientos o hipótesis, la eventualidad de un
acuerdo entre la persona y el medio psíquico y social. El hecho primitivo en
el plano psíquico es este acuerdo, exitoso o falllido, es la unión esencial del
acto y de su objeto. ”La idea de! shock nervioso, convertida aquí en “insufi­
ciencia psíquica”, tiene como función rendir cuenta de la histeria sin tener
que cuestionar este acuerdo postulado: "El molino puede estar muy perfec­
cionado, pero si la fuerza motriz es insuficiente en volumen, en fuerza de
empuje, no funcionará y sólo producirá gemidos discordantes o perturba­
ciones. Así, a falta de una tensión psíquica conveniente, lo que Janet llama
“función de lo real" se degrada; el acto se hace primero búdico, se convierte
en un simple simulacro, un desvarío sin eficacia real. Una nueva baja del
nivel trae consigo el ejercicio sin control, incoercible, obsesionado por
conjuntos funcionales desintegrados y parásitos. En el nivel más bajo,
vienen manifestaciones explosivas bajo la form a de actitudes pasionales o
histéricas, y finalmente simples espasmos musculares características de la
crisis epiléptica, ese gran mal o mal sagrado de los antiguos." Así, prosigue
este texto notable, “Janet planteaba algunos problemas que están entre los
más delicados de la psicología contemporánea; los de la personalidad no ya
como individuo “en tercera persona” sino como autor, almenos putativo, de
su propio destino frente a. sí mismo en tanto existencia única en el mundo;
del plano metafísico, el Yo tiende a pasar al plano psicogenético. ”
Esta larga cita señala la apuesta de la respuesta histérica que va nada menos
que hacia los fundamentos de la psicología. En su versión universitaria, la
histeria es pensada' como insuficiencia en la exacta medida en que es
remitida a la suficiencia del Yo para satisfacer lafunción de lo real; cosa que
únicamente quiere decir que se satisface ai principio fundador de la psicolo­
gía, el principio de un acuerdo entre la persona y el mundo exterior, el
Innenwelt y el Umwelt. Cuando Freud, bajo sugestión de la histérica, escribe:
“Se puede decir que la histeria es una anomalía del sistema nervioso basada
en una repartición diferente de las excitaciones, probablemente acompaña­
da por un exceso de estímulos en el órgano de la memoria”'0, de hecho
rechaza esta insuficiencia psíquica, debilidad, depresión o choque nervioso
- poco importa cómo se nombre a la cosa - que, en rigor, no podría tener
existencia puesto que contraviene al primer principio de la termodinámica.
El lector recordará aquí, que la modificación de la relación de Freud con la
cocaína sólo pudo ser efectiva por el apoyo recibido de este primer principio.
¿Cómo entender el indiscutible interés que Freud manifestó por la enseñanza
de Charcot una vez excluido el embrollo psicológico? Sobre este punto,

9 Bulletin de psychologie, París, noviembre de 1960.


,d Cfir. !a contribución de Freud sobre si tema de la histeria en !a enciclopedia Viílaret (S.Freud,
O.C., Qp cit. Tomo i, pp. 45-63).
48 acerca del camino abierto por Freud

Freud es totalmente explícito. Aunque atribuya al César de la Salpetriére “la


gloria de haber sido el primero en explicar la histeria", no deja de precisar que
lee esta “explicación” no en lo que Charcot sostiene como tesis sobre la
histeria, sino en su práctica avanzada, es decir, en la reproducción artificial,
bajo hipnosis, del síntoma histérico. Charcot, escribe Freud, “explicá ese
proceso reproduciéndolo”11. La explicación que Freust recibe de Charcot no
consiste más que en esta reproducción misma. En cuanto a lo que se presenta
como la elaboración que Charcot da de su práctica, Freud se toma*el trabajo
de indicar, no que él se separa de Charcot en este punto, sino más precisamen­
te que esta separación es asunto de Charcot, que no supo seguir la vía que
toma Freud, la vía promovida por la histérica. Este es el sentido del artículo
necrológico que le consagra a Charcot en 1893.
Si la reproducción de los síntomas histéricos bajo hipnosis es el punto dónde
Freud ve a Charcot elevarse a un nivel superior al de su tratamiento habitual
de la histeria, es porque por allí pasaba, para Charcot, la elaboración de uña
clínica de la histeria, la posibilidad de diferenciar finamente una ritanoplegia
braquial de origén histérico de una monoplegia orgánica.
Al final de este estudio, esta diferencia recibirá su anclaje epistemológico en
la relación del síntoma con el cuadro. Por el momento, basta con indicar que
en Charcot hay una clínica de la histeria; el Maestro presenta esta clínica.
Freud está tanto más, atento a eso cuanto que para él se va a tratar de tomar
nota del hecho, pero sin por eso relacionarlo en última instancia, como lo
proponía Charcot, con esa “lesión funcional” que bastaba con evocar para
que la histeria -¡ finalmente!- tomara su lugar en el marco de las enfermedades
del sistema nervioso.
S2

'A T
Este objetivo es perfectamente identificado por Dejarme que, en 1911,
declara: “Por sus estudios sobre la histeria, Charcot supo sustraer a los
psiquiatras un territorio que éstos tratarán en vano de reconquistar. Cierta­
mente, su doctrina sobre Iit‘histeria no permaneció .;;inía¿ta. Pero aunque
Charcot s¿SJo hubiera tenido el mérito de haber hecho comprender a los
médicos que, fuera de las lesiones materiales, los problemas planteados por
ciertos trastornos psíquicos ofrecían a su actividad un campo considerable,
•Sólo con eso le deberíamos todo nuestro reconocimiento,**12Sin embargo, lás
exigencias del discurso son tales, que ese “fuera de las lesiones materiales”
no podría concebirse de otra manera que como lesión funcional.
En Charcot, el calificativo de “funcional” viene a indicar que el tipo de lesión
que designa no es localizable (al menos hasta el presente) en la autopsia. La

11Freud. Sur le mécanismepsychique des phenoménes hystériques, 1S93. (O.C., Gp. df., Tomo II).
12Fresse Medicáis, París, abril de 1911.
la histérica en suma 49

lesión funcional es una lesión supuesta. La necesariedad de esta suposición,


como lo apunta E. Trillat justamente 13, consiste en que la lesión anatómica
es la piedra angular del sistema anátomo-clínico de Charcot. La lesión es
aquello con lo que se relacionan los síntomas, lo que funda y justifica su
agrupamiento en un cuadro clínico, lo que confirma ese agrupamiento como
enfermedad. La lesión da su médica legitimidad al método de localización
referencial de los elementos sintomáticos.
Análisis diferencial délos síntomas, lesión, método anátomo-clínico: una ley
rige, para Charcot, las relaciones de esos tres términos. Se formula así: La
localización de las diferencias sintomáticas puede ser llevada tanto más
lejos cuanto que no implica, por el hecho mismo de la referencia última a la
lesión, ningún peligro para el método. Esta ley autoriza, sitúa y limita a la
vez, lo que Charcot presenta con el nombre de histeria. El desplazamiento de
los intereses del Maestro de la esclerosis lateral amiotrófica a los convulsivos
epilépticos y sobre todo histéricos no implica ningún cuestionamiento a esta
ley. Por el contrario, se trata de hacer aparecer su deslumbrante verdad sobre
el nuevo y supuestamente inasible terreno de la histeria. Siendo una puesta
a prueba de la histeria, el método anátomo-clínico hará la prueba de su
validez.
Sólo hay que aportar pruebas en un juego de réplicas a un partidario-
adversario. Esta elaboración universitaria de la histeria toma sentido por
atacar de falsedad a todo lo que Briquet había puesto recientemente de moda;
es decir, la tesis de que la histeria está fundamentalmente definida por la
simulación14.
Briquet retoma, después de dos siglos, la teoría de Sydenham: la histeria no
es una enfermedad como las otras puesto que ningún síntoma o grupo de
síntomas la define. En 1681, Sydenham escribía: “La afección histérica no
sólo es muy frecuente, sino que se manifiesta también con una infinidad de
form as diversas e imita a casi todas las enfermedades que le ocurren al
cuerpo humano, pues en cualquier parte en que se encuentre, produce
inmediatamente los síntomas que son propios de esa parte del cuerpo "1J. La
histeria es esa formación particular de las pasiones que consiste en que se
manifiestan simulando cualquier síntoma. “Patología de segundo grado”,
Trillat brindó está feliz fórmula: como expresión pasional, sería asunto del
que se ocupa el moralista más que el médico.
La versión universitaria de la histeria que presenta Charcot se caracteriza por
pretender excluir la simulación. Dar una forma a la histeria, definirla como
lo que Charcot designa al nombrarla un “tipo fundamental”, frente al cual
todos los fenómenos histéricos observables se reparten en elementos del tipo

13J. M. Charcot, L'hystérie, textos escogidos y presentados por E. Trillat.


14 Briquet. Traité clinique et thérapeutique de l'hystérie, París, 1859.
* 15Sydenham, Dissertation sous forme de lettre, 1681.
50 acerca del camino abierto por Freud

o en variaciones accidentales es, ante todo, establecer que la “neurosis


histérica no es como muchos lo afirman todavía, incluso entre nosotros en
Francia, contrariamente a las enseñanzas de Briquet, 'un proteo que se
presenta con mil formas y que no se puede aprehender en ninguna'... ” Se
trata de probar que en el campo de la histeria "... nada está librado al azar;
por el contrario, todo ocurre según ciertas reglas bien determinadas,
comunes a la práctica del hospital y a la de la vida civil, válidas en todos los
tiempos, para todos los países, para todas las razas, reglas cuyas variacio­
nes mismas no afectan en nada a la universalidad, puesto que esas variacio­
nes, por numerosas que puedan parecer, se relacionan lógicamente siempre
con el tipo fundamental" 16.
Como cuadro, en cambio, la histeria se presta para la aprehensión. O bien la
histérica es una simuladora, o bien es igualable al cuadro; tal es la alternativa
ordenadora del trabajo de Charcot. Freud cuestionará la pertinencia de
esto.En tanto deja de lado la teoría psicológica del traumatismo para
atenerse a la experiencia misma de reproducción del síntoma histérico, la
idea de una “lesión funcional", que daría al cuadro su verdad, va a retener
por el contrario toda su atención. En primer lugar, Freud se separa - y de la
manera más resuelta - de la versión universitaria de la histeria, por la
interpretación del significante-amo de esta lesión.
Pero antes de ocuparnos de esta interpretación freudiana de la lesión
funcional, se plantea la cuestión de su articulación,en la concepción de
Charcot, con la teoría traumática anteriormente presentada. O. Anderson
notó en la enseñanza dei Maestro la ausencia de una profundización de la
relación entre esas dos teorías: lesional y traumática17. En efecto, la cosa no
está desarrollada y sólo falta abrir la puerta de la sala donde Charcot
presentaba a sus histéricas para esperar encontrar allí,, como Freud lo había
hecho, la respuesta a lo que se ha dejado ei^blanco en la teoría. *
He aquí, pues, el célebre enfermo Pin... que Freud pudo encontrar en la
Salpétriére; cuya observación, en todo caso, utilizó en la conferencia que
pronunció a su retomo para demostrar a los médicos de Viena la existencia
de la histeria masculina. En su informe sobre su estadía en París, anota qué
ese caso “constituyó durante casi tres meses el núcleo de todos Los estudios
de Charcot” 18. El texto de la lección de Charcot que presenta esta histeria
masculina se titula: Sobre dos casos de monoplegia braquial de naturaleza
histérica en el hombreI9. El hecho de que Charcot estudie simultáneamente
dos casos es tanto más notable cuanto que ello no encuentra ninguna
justificación a nivel de las presentaciones mismas. “Las observaciones -
anota Charcot - son asimilables desde todo punto de vista” 19. En primer

!6 J. M. Charcot, Carta prefacio a Richer, Études cliniques sur l'hystéro-epilepsie ou grande


hystérie, París, 1881.
17O. Anderson, Studies in the prehistory o f psychoanalysis, 1962, p.óO.
'* J. M. Charcot, LM.S.N., Lffl.
19J. M. Charcot, L M .SM , t.Clf p.333.
la histérica en suma 51

lugar, parecería que Pin sólo es introducido para completar el cuadro


presentado por el otro enfermo, un tal Porcz, en el cual no ha sido posible
encontrar “las zonas histerógenas”, como tampoco lo que la estimulación de
esas zonas desencadena regularmente, a saber, la gran crisis histérica. Si Pin
presenta los mismos síntomas que Porcz, con el agregado de zonas histérogenas
y crisis histéricas, eso quiere decir que la ausencia de éstas en Porcz podrá ser
considerada como accidental. Pero el hecho de que “algo falte en el cuadro” 20
de Porcz no es reductibie a ese accidente, pues, hace notar Charcot, “Esta
circunstancia no podría detenemos; el ataque convulsivo, como ustedes
saben, no es, ni con mucho, necesario para caracterizar a la histeria” 2I.
Entonces, ¿a qué responde la introducción del enfermo Pin en la discusión del
cuadro de Porcz?
Es notable que, a partir del diagnóstico de histeria, la observación de Porcz
desemboque en la suposición de la existencia de una lesión funcional en el
nivel central, mientras que la de Pin prosiga en las experiencias de reproduc­
ción del síntoma histérico - aquí, el de la monoplegia braquial - y culmina
en la etiología traumática de esos síntomas, es decir, en la teoría de la
articulación patógena del shock traumático y del shock nervioso. Entonces,
con la yuxtaposición de esas dos observaciones, encontramos aquí la res­
puesta que Anderson creía ausente de la enseñanza de Charcot.
Con Pin, la introducción de la etiología traumática apunta a colmar la laguna
que había en la observación de Porcz, de manera no accidental sino esencial;
sólo puede tratarse de algo que se encuentra en una posición similar a la del
traumatismo, o sea, la lesión funcional a la que conduce la observación de
Porcz, que e s , en efecto, lo que realmentefaltará siempre en el cuadro. Cosa
que tendrá por resultado, más allá de la acumulación de los signos clínicos
que confirman sin cesar el diagnóstico, suspender su certidumbre; como dice
Charcot, siempre habrá que “legitimar más aún las conclusiones en las cuales
nos detenemos” .
La teoría del traumatismo viene en lugar de la lesión funcional, pero no la
anula ni la subvierte. Es una tentativa abortada y tímida de dar cuerpo teórico
alo que no es localizable sobre el cuerpo anatómico. El interés dedicado a Pin
no es más que el interés desplazado destinado a Porcz; el significante de la
lesión funcional como verdad del cuadro sigue siendo decisivo para Charcot,
lo cual rinde cuenta del hecho de que se haya comprometido tan escasamente
con la teoría del traumatismo psíquico, contentándose, como lo hace notar
Freud, con una fórmela: la del shock nervioso.
El escalpelo de Freud corta transversalmente el texto de Charcot. Del caso
Pin conserva el hecho de la reproducción de la monoplegia braquial bajo

* J. M. Charcot, L.M.S.N., p.327.


21 Ib id.
52 acerca del camino abierto por Freud

hipnosis; pero lo hace para interrogar, con el caso Porcz» su articulación con
la teoría neurológica de la lesión,. '
Que la histeria corno cuadro oculte el significante-amo de la lesión funcional
es lo que Freud discute principalmente en “Algunas consideraciones con
miras a un estudia comparativo de las parálisis motrices orgánicas e
histéricas’’. Dicho texto da la razón a Charcot contra Briquet. Existe una
patología calificable de histérica fuera de su definición por la simulación: una
parálisis motriz histérica presenta características que permiten distinguirla
de una parálisis orgánica que afectaría a los mismos sitios del cuerpo.
Pero Freud va a volver esta patología contra lo que la hacía posible en
Charcot. ‘‘Puesto que únicamente puede haber una sola anatomía que sea
verdadera, y puesto que encuentra su expresión en las características clínicas
de las parálisis cerebrales, es completamente imposible que la anatomía sea
la explicación de las particularidades distintivas de las parálisis histéricas”22.
Aquí Freud rechaza el truco de prestidigitación qué constituye el término de
“lesión funcional”: o bien, dice él, ¡se trata de una lesión del centro nervioso,
y en ese caso, aunque sea transitoria o ligera, debe producir los síntomas
característicos de dicha lesión, lo cual está en Contradicción con la clínica de
la histeria; o bien - y ese será el camino abierto por él - hay que cambiar de
terreno y repensar diferentemente lo que ese término de “lesión funcional”
designa! "Uno se ve conducido'- dice - a creer que detrás de esta expresión
de "lesión dinámica " se esconde la idea de una lesión como el edema o la
anemia, que de hecho son afecciones orgánicas transitorias. Por elcontra-
rio, yo afirmo que la lesión en las parálisis histéricas debe ser completamen­
te independiente de la anatomía del sistema nervioso, pues en esas parálisis
y otras manifestaciones, la histeria se comporta como si la anatomía no
exis tiempo como si no la conociera” M. Por lo tanto, el hecho de que la
parálisis braquial histérica no se acompañe de una parálisis situada del lado
del brazo paralizado contradiceja idea de utia lesión funcional; la clínica de
Charcot se opone a lo que la funda.
He aquí entonces a la “lesión funcional” desprendida de toda imaginanzación
usual de un referente; dicho de otro modo, tomada como un significante.
Interpretable de ahí en adelante, la lesión funcional es tomada al pie dé la
letra cotilo lesión de una función. Es sorprendeftte ver a Freúd, doce años
antes del texto sobre el chiste, apoyarse en un chiste para explicitar lo que
puede querer decir “alteración de la función”: “Se cuenta una historio
cómica a propóMto de un sujetó que se negaba a lomarte la mano porque un
soberano la había tocado. La relación de esta mano con la idea de reypa rece

22 S. Freud, “Algunas consideraciones con miras a un estudio comparativo de las parálisis


,
motrices orgánicas e histéricasO . C. Op.cit. Tomo I, p . 197 y siguíenles. {Standard Ed„ vol.
I, p. 160 y siguientes) Traducimos de la traducción francesa presentada en el texto.
23Ibid.
la histérica en suma 53

tan importante para la vida psíquica de este hombre que se negaba a que esta
mano tuviera cualquier otro contacto "2i.
Esa proximidad con un relato cómico permite dar cuenta del síntoma
histérico. Supongamos una parálisis braquial histérica. La representación
misma del brazo no se manifiesta lesionada, puesto que, por el contrario, el
síntoma la revela “manos a la obra”. Por el contrario, existe - y ése es el
síntoma mismo - alteración de una función de esta representación: “Desde el
punto de vista psicológico, la parálisis del brazo consiste .en el hecho de que
la representación del brazo no puede entrar en asociación con las otras
representaciones que constituyen el Yo, del cual el cuerpo del sujeto forma
parte importante”. La “lesión funcional” es entonces interpretada por Freud
como una operación por la cual la imagen narcisista se encuentra lesionada
en una parte de sí misma. Estaparte, sustraída al orden especular, entra como
representación en relación con otra representación que, por el hecho de su
importancia para el sujeto, la atrae a ella, la quiere, de alguna manera, toda
para ella. Esta otra representación es calificada como “traumática” porque
implica un excedente de afecto del cual el Yo no puede desembarazarse; tal
representación es “causa de síntomas histéricos permanentes” porque realiza
la sustracción del registro del imaginario de uno de sus soportes simbólicos
que toma a su cargo ese excedente de afecto vecino de otra representación
y da a sí al síntoma su peso de real. La historia cómica hace sensible esa
relación de por lo menos dos significantes, donde el significante “mano”
representa al sujeto para el significante “rey”; con la consecuencia de excluir,
por ese hecho, la mano de los oficios de la limpieza, puesto que la limpieza
le haría perder esa realeza, incluso su nobleza. Seguro que durante el propio
tiempo de ese estrecharse de manoplas, un pensamiento informulado para él
mismo debió penetrar a aquel que, por estar así en presencia de la Real
Persona, no pudo más que prohibirse formular, en una injuria, el término:
“¡porquería!”.
Esta interpretación de la “lesión funcional” vuelve sobre la noción de
traumatismo que pierde su estatus, como se dice que uno pierde el hilo. En
efecto, para Freud, la discusión de la definición del traumatismo promovida
por la Salpétriére, va a implicar una modificación de la relación del médico
con el saber - con sus fallas, más precisamente.-
El síntoma histérico se presenta para Charcot a imagen del shock traumático;
nace de él tanto más naturalmente cuanto que no encuentra ningún obstáculo
por el hecho del shock nervioso. He aquí lo que Charcot enseña a propósito
de las parálisis histero-traumáticas de Pin y de Porcz: “...por un lado, la
sensación de pesadez, de pesantez, de ausencia del miembro contuso, y por
otro lado, la paresia que no deja de existir siempre hasta un cierto grado,

“ Ibid., p.208.
54 acerca del camino abierto por Freud

harán nacer, de manera natural en cierto modo, la idea de impotencia motriz


del miembro; y esta idea, en razón del estado mental sonambúlico tan
particularmente favorable a la eficacia de las sugestiones, podrá adquirir,
luego de una especie de incubación, un desarrollo considerable, así como
realizarse objetivamente al final bajo la form a de una parálisis completa
absoluta” 25. El lector convendrá en que no hay nada natural en el hecho de
que un golpe recibido evoque la idea de impotencia motriz del miembro. Para
algunos, si vamos al caso, la idea de “devolver golpe por golpe” no es menos
“naturalmente” sugerida. Pero sobre todo, esta evidencia de lo natural
implica que se trata de la misma idea que, al desarrollarse, provoca la misma
parálisis en Porcz o en Pin, y que esta idea es conocida por el Maestro desde
entonces. Shock traumático y shock nervioso sólo se articulan en esta
descripción por el hecho de que se encuentran planteados como no particu­
larizados. Con la apariencia de “natural”, el carácter de generalidad de la idea
es necesario, a fin de que permanezca al alcance del saber.
La interpretación freudiana de la lesión funcional como lesión debida al lazo
de la representación con otra representación implica que el pasaje al síntoma
de la primera depende de ese lazo mismo y no de un proceso de incubación,
de extensión, de la representación sola, tal como la teoría del traumatismo de
Charcot la considera. El agregado, por parte de Freud, de esta otra represen­
tación traumática es decisivo, pues así se escapa del saber; tanto del saber del
médico como del de la histérica.
El paso del método catártico es admitir que hay saber insabido.
Es por un acto único como Freud se pliega a lo particular del saber del
significante traumático y admite que no dispone de él. “Estaba demasiado
obscuro - le dice Katharina, la hija del dueño del hospedaje - como para ver
algo; ambos estaban vestidos. ¡Ah!,¡si yo supiera lo que me^disgustó! Yo
tampoco no sabía nada - agrega Freud -, pero la invité a contarme lo que se
le pasaba por la cabeza, pues estaba seguro de que ella pensaría justamente
en aquello que yo necesitaba para explicar el caso" 26.
El saber del traumatismo que Freud elabora deja lugar para la palabra de la
histérica, pues él espera de esta^alabra, de conformidad con la estructura de
su discurso, la producción de un saber insabido;
S -> S,
~ X
Esta acogida brindada a lo particular del S, no conviene a un discurso que
pone el saber en lugar de agente; de allí la necesariedad de otro abordaje del
traumatismo; “Nos contentábamos - escribirá Freud en sus Estudios sobre la

J. M. Charcot, L.M.S.N., LUI. p.453.


26 S. Freud, Comunicación preliminar. O.C. Op. cit. Tomo U.
la histérica en suma 55

histeria - con decir que la enferma estaba afectada por una constitución
histérica y que bajo la presión intensa de excitaciones cualesquiera (subra­
yado por Freud), podía, según su temperamento, desarrollar síntomas histé­
ricos” "
Al rechazar el término de agente provocador como susceptible de metaforizar
lo que ocurre en ¿1 traumatismo, es el cualquiera de la excitación traumática
lo que Freud rechaza. Esa excitación no es cualquiera puesto que está ligada
a otra representación - a reserva de admitir que la otra representación,
insabida, sólo puede encontrar lugar con la puesta enjuego de otro discurso23.
En la época en que estuvo en París, Freud se hizo el portavoz de la histérica;
y los enfrentamientos con Charcot, aunque fueron discretos no dejaron de ser
registrados. Recordemos el incidente dé Anna O. Hubo otros. Un día,
Charcot, en contra de su propia tesis sobre las diferencias clínicas entre las
parálisis o anestesias de origen histérico y orgánico, sostenía que en ciertos
casos, y como consecuencia de una especie particular de lesión orgánica en
el nivel central, existe án^ógia completa entre la hemianestesia histérica y
la orgánica. Se cuestionaba así el punto mismo sobre el que Freud iba a
apoyarse para destruir, reinterpretándola, la hipótesis de la lesión funcional.
No es de asombrarse que inmediatamente haya insistido en presentar
objeciones. Esto es lo que dice: “Cuando, en la ocasión, me arriesgué a
planteatle la pregunta Súbré esMpuntó y üárgúmentarque aquello contra­
decía la-teoría de la hemi-anopsia, me enfregfécím esté excelente Comenta­
rio; 'la teoría está bien, pero eso no impide existir'. ” Si esas palabras debían
permanecer inolvidables para Freud, no es menos cierto que no í é S Í s u s
efectos como para que le cerraran el pico. En efecto, Freud agrega una
pequeña cosa que, como interpretación de la célebre sentencia, va a darle
retroactivamente su alcance: “Si solamente - escribe -se supiera lo que
existe ”29 Dicho de otra manera, lo que se trata de no impedir que exista no
es un mítico hecho bruto , sino realmente un saber.
Sj —» á
1 7 T
Ahora bien, ese saber no está tan seguro de su propia existencia como
parecería al principio. Eso es evidente cuando se interroga jai lógica clasifi­
cadora que lo sostiene por detrás, en las relaciones que instaura entre el
cuadro y el síntoma. ¿Qué ocurre con el síntoma cuando se encuentra llamado
a integrar un agrupamiento donde el cuadro se constituye como “especie

i jjj
a “Es menester cuidarse de creer que el traumatismo actúa a la manera de un agentprovocateur
(en francés en el texto alemán) que desencadenaría el síntoma. Éste, vuelto independiente,
subsistiría luego”. S. Freud, O.C. Op.cit. Tomo II, p.32.
29 S. Freud, "Nota" a su traducción de Lecciones del martes, O.C. Op. cit.. Tomo I, p. 173
(Standard Ed, vol. I, p. 139). Ver igualmente: Freud, Mávie et la psychanalyse, traij. fr-, p.19.
(Presentación autobiográfica, I., Tomo XX, p. 13)
56 acerca del camino abierto por Freud

enfermedad” ” , es decir, como una entidad; de orden inmediatamente


superior?
El hecho de definir a la especie es suficiente para hacer aparecer en el primer
nivel lo que no era abordable antes de su constitución, a saber, que desde ese
momento un síntoma puede llegar a faltar. El caso ha sido expuesto con las
observaciones de Porcz y Pin. Dos consecuencias pueden ser extraídas de
está nueva ocurrencia, pero cada una demuestra la dificultad de una aprehen­
sión conceptual estable del síntoma, desde el momento en que su definición
se apoya en la de la especie mórbida.
- O bien sé decide que aquello que tenernos que considerar con ese
agrupamiento nuevo (puesto que se trata del primer agolpamiento menos un
síntoma) es una nueva especie y, en ese caso, al repetirse la operación, nos
vamos a encontrar con tantas especies como síntomas; dicho de oteo modo,
anulamos la distinción entre síntoma y especie que estaba planteada en el
punto de partida.
- O bien decidimos que esa falta de un síntoma no es esencial con respecto
a la especie;; decidimos que el nuevo agrupamiento es de la misma especie,
y entonces sacamos como consecuencia que hay una división del registro de
los síntomas» ya que la ausencia de unos no conduce a un cuestionamiento de
la especie que pensamos éstSr considerando, aunque," por el contrario, la
ausencia de lóS otros provoca el éSjestionamiento obligatoriamente: '■
Entonces, la opción es, o perder la distinción síntoma/especie, o dividir en
dos niveles jerarquizados la categoría del síntoma; pero esta operación, al
repetirse indefinidamente pulveriza finalmente la noción de síntoma.
¡Lo que uno no puede hacer, mejor abandonarlo! Y Charcot se queda en un
prudente retiro en cuanto a la interrogación de lá lógica clasificadora que está
detrás de la relación síntoma-cuadro. Esto no quiere decir que la cuestión no
se plantee, ni siquiera que no tenga su respuesta, puesto que lo que va a operar,
una estabilización de ésa relación síntoma/especie mórbida, precisamente se
llama, según él, “cuadro” - termino que debe ser entendido ahora no sólo
como equivalente al de especie, sino como pintura, de esas que se cuelgan en
los museos.
Es en la Salpetriére, en tanto que inagotable museo de las entidades mórbidas
donde Charcot, joven médico interno, decide instalarse. No abandona
entonces, sino que más bien realiza:, su anhelo de ser pintor. La nosología de
esta clínica déi cuadro es una galería de imágenes. Y la prueba cotidiana del
diagisósticosólo encuentraseguridad en esta captura de la mirada del otro qué
apunta al cuadro y que es la única que da su consistencia ai diagnóstico:

30 J. M. Charcot, Legons du Mardi, vol I, p.23.


la histérica en suma 57

El cuadro clínico va hasta someter a su orden aquello que, en la práctica


médica, depende de la fisiología. A llí también Charcot recurre a los extremos
para recibir confirmación de la corrección de su posición. Invocado por
Charcot, habla el Maestro de la fisiología, Claude Bemardr'Wo hay que
subordinar - dice - la patología a ia fisiología. Hay que hacer a la inversa.
Es menester primero plantear et problema médico tal como es dado por la
observación de la enfermedad; luego hay que tratar de proporcionar la
explicaciónfisiológica. Actuar de otra manera sería exponerse a perder de
vista al enfermo y desfigurar la enfermedadEn mi opinión - comenta
Charcot -estas son excelentes palabras. He insistido en citarlas textualmen­
te porque son absolutamente significativas. Hacen comprender suficiente­
mente que existe en patología todo un campo que pertenece como propio al
médico, que sólo él puede cultivar y hacer fructificar y que permanecería
necesariamente cerrado al fisiólogo, el cual, sistemáticcamente confinado
en el laboratorio, desdeñaría las enseñanzas de la sala de hospital’m.
Freud, formado en una clínica que tenía “tendencia ahacer una interpretación
fisiológica del estado clínico y de la inteirelación de los síntomas’7*8no hizo
suyo este “método francés” donde la imagen clínica y el tipo juegan un papel
fundamental. En el artículo necrológico, incluso atribuye á su carácter
exclusivamente nosografía), el viraje por el cual Charcot se mete en otra vía
que la que indica la histérica. Al método francés se le escapó la histeria por
haberse atenido a una preeminencia de lo escopleo como campo de ejercicio
de un goce intelectual, cuyo elogio hacía Charcot sin amilanarse. Freud, con
términos de un asombroso extremismo, consagra dos páginas a una presen­
tación del método clínico de Charcot: “No era un hombre de reflexión, un
pensador; tenía la naturaleza de un artista. Era, como decía él mismo un
'visueV (en francés en el texto alemán), un hombre queve. Eso era lo que nos
decía él mismo á propósito dé su método de trabajo. Tenía la costumbre de
mirar una y otra vez las cosas que nó comprendió, de profundizar día tras
día la impresión que extraía de ellas, hasta que repentinamente su compren­
sión cayera sobre él. En la visión de su espíritii, el caos aparente que
presentaba la repetición continua de los mismos síntomas, comenzaba
entonces a ordenarse. Las nuevas imágenes nosológicas emergían caracte­
rizadas por la continuidad constante de ciertos grupos de síntomas 32.
Charcot enseña presentando. Lo necesario de la cosa consiste en que sólo la
presen tación permite poner en presencia cuadró y mirada, tiempo puntiforme
donde “la luz es tal que afecta a los espíritus menos preparados” 33 .Ese golpe
de Charcot - como se habla de un golpe mortal - merece que nos ocupemos
de él, pués permite u s i elucidación del hecho hipnótico como fundamental­
mente ligado al discurso de la utüll^rsítíád.

m, üp&fcp m¡
32 S. Freud, Charcot, O.C. Op. cit. Tomo III. p.14 (Standard Ed. t.IJI, p. 12-13).
s. 33 J, M. Charcot, Le$ons du Mardi, T. 1, p.231, citado por Trillat, Op. cit., p.17.
58 acerca del camino abierto por Freud

Veamos entonces. paso a paso, una presentación de enfermo a la cual Freud


asistió. El relato de esas dos lecciones se titula: “Sobre un caso de coxalgia
histérica de causa traumática en el hombre”54
Primer examen, primera sorpresa: el diagnóstico es afirmado de entrada por
Charcot: “... este hombre vigoroso colocado delante de ustedes es un
histérico”. Hay un desafío en estas maneras, pues ese enunciado no está de
acuerdo con lo que los asistentes pueden constatar dé visu, o sea, un enfermo
cuya apariencia está'muy “alejada del tipo clásico aún hoy délos histéricos’*.
Lo que está enjuego no es tanto el establecimiento del diagnóstico como su
mostración, y ésta apuntará a colmar la brecha entre lo que se afirma y lo que
se da a ver.
El cuestionamiento del carácter orgánico de la coxalgia presentada toma su
punto de partida en un saber ya constituido. Hay una “afección histérica de
las articulaciones” distinta de una artropatía orgánica, descrita por Brodie en
1837. De esta distinción, Brodie estableció los puntos de referencia: en la
histeria, e! dolor está más extendido y es más intenso en la superficie, el
síntoma surge y desaparece brutalmente, a menudo como consecuencia de
una impresión moral; por otra parte, no hay ni atrofia del miembro ni
elevación de la temperatura. Sin embargo, segunda sorpresa, mientras que
ese tipo de distinción es típicamente aquello con lo cual Charcot constituye
su imagen clínica de la histeria, esta, vez él minimiza la importancia de esas
referencias: “Hay aquí, señores, no debemos disimularlo, matices muy
delicados.” Como lo indica su empleo del términü”di-simular”, la razón de
esa negativa no consiste en un rechazo de las localizaciones sintomáticas
propuestas por Brodie, sino en el «hecho de que este autor define la histeria
como simulación. Este es el segundo punto que entra en juego en la
presentación: mostrar que la histérica se identifica con el cuadro de la histeria
equivale a demostrar que no es una simuladora. El cuadro tiene por función
excluir la simulación.
Tenemos entonces a un enfermo que presenta todos tos Sigilos de una
afección articular con lesión orgánica: encogimiento del miembro inferior
izquierdo, articulación inmovilizada, dolor que crece con la presión, volu­
men inferior del muslo izquierda, actitud característica del coxálgico que no
puede mantenerse de pie. A partir de este último signo, se va a poder emitir
una duda acerca de la organicidad del caso.
Para hacer eso, Charcot introduce en la escena de ía presentación a alguien
que hace profesión de prestar su cuerpo a la mirada del otro. A este “individuo
sano, habituado a posar para los pintores’’, Charcot le pide que imite tanto
como sea posible, y después de haberla estudiado, la actitud del enfermo. Así,

34i. M. Charcot, LM.S.N., 1887, t.III, p.370 y siguientes.


la histérica en suma 59

la mirada de los asistentes va a poder captar que la deformación de los


pliegues en las nalgas, idéntica en el enfermo y en el modelo, depende
únicamente de la posición anormal de la pelvis. El signo “actitud caracterís­
tica” pierde, con esta prueba, su valor de signo dé una coxalgia orgánica;
aislado, corre el riesgo de ya no poder ser signo de nada, salvo como indicio
de un cuadro futuro donde podrá, con todo derecho, insertarse.
Pero éste cuadro futuro no podría por sí sólo constituirlo ese Signo. De allí la
necesidad de un segundo examen que, a diferencia del primero, se adelantará
esta vez alo que hay que producir: “Quiero examinar al enfermo desde otro
punto de vista. Voy a colocarme en la hipótesis de que está afectado por una
coxalgia sine materiab f buscar si los síntomas que presenta son conformes
a la descripción de Brodie,”
El.nuevo examen es decisivo, pues opera un cambio completo del diagnós­
tico. El punto eje es ahora el^igno de hiperestesia; un pellizco revela, en
efecto, una reacción hiperestésicÉt, sin proporción fio® Sa importafieiá de la
estimulación ejercida. “Insisto sobre esta hiperestesia de la piel junto a la
cadera porque ha sido revelada por i-amayoría dé los autores que han escrito
sobre la coxalgia histérica; merecería verdaderamente .ser deií|8ada con el
nombre de signo de Brodie,” Glorificar a Brodie por haber puesto a l a luz esta
hiperestesia como signo consiste en proceder con el célebre cirujano inglés
cotno los hombres de estado con un general que-se volvió demasiado
poderoso: una estrella más y un nombramiento en provincia calmarán un
ardor intempestivo. La hiperestesia, que én Brodiéera causa de la histeria de
las articulaciones, se convierte aquí en un signo. Es que el cuadro apela aúna
cierta concepción dé la causalidad; en primer lugar, por lo sigaiente: que la
cuestiones postergada'para después. Significa marcar algo este enviarla para
después; y Freud declarará que esta remisión se revela como suficiente para
hacer insoluble la cuestión de la causalidad de la hisléricaí “Después de que
los últimos desarrollas del concepto dé histeria 'ftetyan conducido tan 0.
menudo al rechazo del diagnásMeo €ítológie&r,se v&Mó necesario penetrar
en la etiología de la propia histeria. Chüfeót adelanté una simple fórmula
para eso: la herencia debe ser considerada como la única causa. En
€omecuemia, la histeria w&urm formé de degeneración, una parte de la
"famille névropaihique” (en franssé&eft el texto alemán).Tbifos los otros
factores etiológicos jugaban el papel de causa accidental, de agent
provocateur (en francés en el texto alemán)” 5S.
Definición del traumatismo y- concepción de la causalidad son solidarias.
Una causalidad ligada al cuadro no puede constituirse fuera.de esta pura
suposición de una referencia, designada aquí con el término de “degenera­

35 Freud, Etudes sur l’hystérie, trad. fr., p.l 18.


60 acerca del camino abierto por Freud

ción”, y que no es nada más que otro nombre de la lesión. Al rechazar el de


agente provocador, el método catártico plantea la cuestión de la causa ya no
a propósito del cuadro sino al nivól del síntoma, haciendo necesaria entonces
una revisión de la noción misma de causalidad. El paso del método catártico
consistirá en tomar los síntomas uno por uno para interrogar lo que ocurre con
la causa cada vez y tantas veces como ese “uno por uno” lo implique. Y cada
vez la falla de S2 es aquello mismo que obliga a Freud a cuestionar la validez
“del axioma ’cessante causa, cessat effectus’”, puesto que el anclaje del
síntoma está tanto más asegurado cuanto que su causa está ausente.
El gesto por el cual aquí Charcot le niega a la hiperestesia el estatus de causa
que tiene en Brodie, para integrarla como signo del cuadro, se revela entonces
como el tipo mismo de operación que vuelve insoluble la cuestión etiológica.
Pero no por eso zanja la del diagnóstico.
De allí viene lanecesidad de un tercer examen, que importa no tanto porque
introduce otro signo conforme al cuadro de la histeria (la hemianestesiá), sino
más bien por la manera como esta hemianestesia es introducida... En efecto,
todo ocurre como si Charcot desde ese momento tuviera que vérselas con la
imposibilidad de hacer jamás un cuadro por la simple acumulación de
signos. De allí sale ese simulacro de método deductivo que va a jugarse con
la hemianestesia. Si nuestro enfermo es realmente un histérico, dice Charcot,
entonces hay que suponer que él presenta esta hemianestesiá que es, más que
signo, estigma de la histeria. Existe realmente, en la casi totalidad de la mitad
izquierda del cuerpo, una anestesia completa al pinchazo y a la temperatura;
¡entonces, se trata de un histérico!
En cada uno de esos tres exámenes, el signo presenta un valor diferente:
-signo-índice de un diagnóstico futuro, es la actitud característica
del coxálgico de pie;
-signo-apoyo o signo-confirmador de la hipótesis diagnóstica, es la
hiperestesia;
-signo-prueba de la validez de la hipótesis, es la hemianestesia.
Ultimo en llegar, el estigma es el ideal del signo en tanto que es signo
transformado en argumento. Lo patognomónico del signo no es el afortunado
accidente de una clínica del cuadro, sino que asegura el anclaje.de su
idealidad en un real. Entonces, el signo designado como estigma, representa
al cuadro que, en cambio, hace del síntoma un signo que descarta así - en caso
de que eso pueda hacerse - su di(cho)m<£nsión significante.
Sin embargo, ese pase de magia que se apoya en un signo estigmatizado no
la histérica en suma 61

satisface plenamente a Charcot. Un cirujano eminente, revela él después de


ese tercer examen, extrajo las dos conclusiones siguientes de la exploración
del caso: “1) No existe en este sujeto huellas de una afección orgánica de las
articulaciones; 2) esté individuo, muy posiblemente, es un simulador.” La
discusión prosigue: “Evidentemente señores, después de la exposición que
antecede, no podríamos adherimos a esta última parte de las conclusiones”,
y más lejos: “Por dinámica que sea, la enfermedad es perfectamente legítima,
perfectamente real y nada, absolutamente nada, podría autorizamos a tachar
a nuestro hombre de simulación.” El tercer examen, aunque no cierre la
interrogación diagnóstica, sin embargo es suficiente para excluir la simula­
ción.
Si al término de esos tres exámenes no existe, hablando con propiedad, el
cuadro, sin embargo, hay suficiente de cuadro (como se dice que pongo
suficiente cantidad de relleno a cada empanada) como para excluir la
simulación. Ocurre que el cuadro es esta “trama apretada, cuyas estrechas
mallas, impenetrables, no podrían ceder el mínimo lugar alas creaciones de
la fantasía y del capricho” M. Una vez que el cuadro se introduce en la histeria,
la única simulación teóricamente encarable sería la que lo tomaría como
modelo. Charcot juzga altamente improbable esta posibilidad, pues implica­
ría, en la histérica, un saber de la histeria igual al del médico, y hasta
infinitamente superior, puesto que lo habría obtenido no por el trabajo clínico
sino por una gracia difícil de imaginar. El cuadro garantiza la histeria; es la
legitimidad que Charcot ofrece a la histérica.
Es por eso que, en la Salpetriére, la histérica no podía más que llevar las cosas
hasta los extremos. Puesto que el engaño se encontraba implacablemente
desalojado, puesto que cada manifestación sintomática era inmediatamente
retomada como signo en el universo del cuadro, sólo le quedaba a la histérica
la posibilidad de darle al cuadro mismo, valor de síntoma, de convertir lo que
debería acabar con el engaño en el lugar mismo de una simulación genera­
lizada. La gran desventura de lo ocurrido en la Salpetriére se reduce a un
hecho trivial, en suma: la sagacidad de un Lichtenberg no ha dejado de notar
que basta con cambiar de lugar un florero valioso con la intención de
protegerlo de un eventual accidente para que el accidente ocurra por el hecho
mismo de ese desplazamiento. La desventura de Charcot con la histérica es
su acto fallido, soplo de aire fresco que vá en contra del programa del que él
se había convertido en héroe, o sea “descubrir el engaño en cualquier parte
que se produzca, y separar de los síntomas reales que forman parte
fundamentalmente de la enfermedad, los síntomas simulados que el artificio
de los enfermos le agrega"?1
No hay Amo del engaño. Pero hay para la histérica una apuesta con esta

36 Richer, Etudes sur l'hystéro-épilepsie, Prefacio de Charcot, p.VIII.


17 Richer, Op. cit., p.l 11.
62 acerca del camino abierto por Freud

implantación de una versión universitaria de la histeria; es lo que manifiesta


el cierre final de esta presentación de un caso de coxalgia.
La segunda lección, que presenta el asunto como resuelto, se abre con el
anuncio de una victoria. El enfermo “ha comprendido mejor sus intereses y
se sometió a nuestro examen”. Este examen decisivo, puesto que por fin
permitió igualar al enfermo con el cuadro, ¿en qué consistió, como para que
el enfermo se haya negado firmemente a ser sometido antes a él?
Se había comprobado que la cadera se movía libremente después de haberle
suministrado cloroformo al enfermo. Aquí convergen la seguridad del
diagnóstico y la utilización del cloroformo. La histeria sólo se declara
aprobada con la cloroformización del histérico. Esta convergencia prohíbe
distinguir, como lo hace P. Marie n , entre un Charcot hipnotizador y otro que
sena un gran clínico. El poder de producir a voluntad el cuadro de la histeria
“aprovechando ese estado mental de los sonámbulos que es la credulidad
absoluta” encuentra en la hipnosis su condición de posibilidad. ¿Por qué no
ratificar esta declaración de Charcot que hace de ella “lo sublime del género
y el ideal en materia de fisiología patológica”39? Con la hipnotización de la
histérica, el ideal se hace realidad: "Poder.reproducir un estado patológico
es la perfección, pues parece que uno tiene la teoría cuando tiene entre
manos el poder de reproducir los fenómenos mórbidos ’,4°. El cuadro, y con
él el método clínico, sólo recibe su consistencia de una mirada hipnotizadora.
S2 —» a
i; ir
La presentación de la histérica en suma, en sueño, no dejaba de tener su efecto
sobre la asistencia; este efecto es de contagio de la hipnosis. Freud da
testimonio de eso cuando, describiendo la lección clínica de Charcot, habla
del Maestro como de un “mago” que subyuga a un auditorio por esta
enseñanza fascinada. “Cada una de sus lecciones era una pequeña obra de
arte, de construcción y de composición; estaba en un estilo perfecto y
producía una impresión tal que todo el resto de la jomada uno no podía
extirpar de sus orejas el eco de lo que él había dicho, ni desembarazar el
espíritu del pensamiento que había expresado”*1.
Lo que yo llamaré aquí eco-psicología, es esa operación cuyo producto es un
Charcot docente, y consiste en poner el saber, tomado como cuadro, en ese
puesto de comando de donde el otro es enfocado como un objeto que es causa
del deseo de dormir.
La eco-psicología es la psicología que conviene a la universidad; la hipnosis

31P. Mane, "Eloge de J. M. Charcot” Bulletin de l'Académie de Medicine, 1925, XQL Citado
por G. Guillan, J. Ai. Charcot, sa vie, son oeuvre.
19J. M. Charcot L'hystérie, Textos escogidos por E. Trillat, p.101.
* J. M. Charcot, Ibid., p. 100.
41 S. Freud, Charcot, O.C. Op. cit.. Tomo III, p. 19 (Standard Ed. Vol. DI, p.17).
la histérica en suma 63

la sostiene; como es efectiva, sena ese punto en el cual el discurso universi­


tario alcanza lo sublime. Que finalmente todo el “affaire” de la Salpetriére
haya caído en el ridículo, evidentemente no debe asombrar: lo ridículo está
a sólo un paso después de lo sublime. La versión universitaria, mejor aún, la
aversión universitaria de la histeria, equivale a vertirla en la cuenta de lo
sublime, convertirla en un saber en suma, un saber que se distribuye como ese
puñado de arena que cierto arenero del cuento infantil francés arroja a la
cabecera de la cama de los niños pequeños, no tanto para cerrarles los ojos
y hacerlos dormir, sino para que sirvan, como mirada, para lo que va a ser
causa de los juegos amorosos parentales.
Al entremezclar su traducción de las “lecciones del m anes" con notas de
lectura de su cosecha, Freud sabía que iba a disgustar a Charcot. De todos
modos lo hizo, y el asunto participa del mismo golpe que iba a ser asestado
contra la reputación de la Salpetriére con el anuncio de que la simulación no
escatimaba sus medios en ese lugar.
Charcot no ve que, al querer acorralar “el artificio del enfermo”, llega a
reintroducir él mismo este artificio reproduciendo, como dice sin darse
cuenta, “artificialmente los síntomas”42. En esto, confirma el' importante
descubrimiento de Breuer, y esta confirmación constituye el interés que
Freud le dedica a su trabajo. La indiferencia que le manifiesta aFreud cuando
éste le comunica su descubrimiento, tuvo por efecto hacer palpar directamen­
te al joven becario vienés que no se trataba de reconocerle al síntoma su
alcance de palabra, sino que se necesitaba otro discurso para este reconoci­
miento. Entonces, cabe pensar que esta indiferencia tuvo para Freud un
efecto de reactivación- y el método catártico, confirmado de hecho, pero
rechazado de derecho, iba a ser construido por él - hasta el descubrimiento
de la fantasía - como la práctica y la teoría conformes al discurso de la
histérica;
Durante un tiempo, Freud pudo ser portavoz de la histérica; fue así porque
podía autorizarse a ser el incauto de la histérica. Tal la lección de la
Salpetriére: para quien se pretende partenaire de la histérica, está excluido
el pretender escapar al ridículo.

n J. M. Charcot. LM.S.N., T.III, p.390.


Segunda parte

los sesgos de lo literal


Capítulo tres

traducción,transcripción,
transliteración

Su juego en una secuencia: incidente de la víspera,


sueño, chiste interpretativo

Leer con el escrito es aquello a lo que he tratado de atenerme en los dos


capítulos precedentes. Ciertamente, quien tomó conocimiento de lo que ha
sido dicho hasta aquí sobre la relación de Freud con la cocaína o de su
encuentro con la histérica de Charcot convendrá en que esta lectura renueva
su sentido. No carece de interés, sin embargo, preguntarse si esta renovación
define la lectura co-mandándola o si constituye más bien su secuela.
La cuestión parece serja de saber lo que se impone, entre la letra y el sentido;
o, también, y tal vez más justamente, si no deben distinguirse dos modos de
lectura según que prevalezca en ellos la letra o el sentido. La introducción del
escrito en la lectura, ¿viene a ratificar, a registrar para la lectura una
renovación del sentido, o bien juega fuera del sentido pero, sin embargo, no
sin llegar a modificarlo?
Pero, ¿no es demasiado reductora esta dicotomía? ¿No compromete la
cuestión más general de lo que se puede esperar deL escrito cuando se le da
aquel lugar que conviene, el lugar que le conviene, el que no lo refrena por
adelantado, por ejemplo, al revestirlo 'del corsé que, no sin sutileza se
construye con una ideología de la escritura?
Sobre el alcance de lo escrito se puede leer en La instancia de la letra en el
inconsciente o la razón desde Freud esto: "Lo escrito se distingue en efecto
poruña preeminencia del texto, en el sentido que se verá tomar aquí a ese
factor del discurso, lo cual permite ese apretamiento que a mi juicio no debe
68 los sesgos de lo literal

dejaral lector otra salida que la de su entrada, la cual yo prefiero difícil"1,


La función de esta preeminencia es impedir lo que puede haber allí de
demasiado flexible habitualmente en ese juego entre el imaginario y el
simbólico tan importante para nuestra comprensión de la experiencia2. A
esta flexibilidad, demasiado grande, se le pueden dar varias respuestas.
Distingo no sólo dos, sino tres respuestas.
La traducción se caracteriza por promover lo que sería una preeminencia no
sólo del sentido sino, más exactamente, del sentido único, del un-sentido;
ella se guía con este un-sentido para decidir sobre el falso sentido o el
contra-sentido pero sólo interviene como respuesta posible al juego dema­
siado flexible del imaginario y del simbólico si participa de lo literal, dicho
de otro modo, de otra cosa que de aquello que la orienta. Este anclaje en otra
parte le es tan indispensable que se puede desafiar a cualquiera a producir
un solo ejemplo de traducción en el sentido moderno de este térmifto
que sea de antes o de fuera de la invención de la escritura3. Hay allí un hecho
que, al menos en mi conocimiento, nadie ha señalado y que no ha recibido
entonces, afortio ri, toda la repercusión que merecería en una teoría de .la
traducción. Lo desapercibido de este hecho tiene su razón en el mantenimien­
to de una visión(corresponde aquí decirlo) de lo escrito como pura y simple
transcripción de la palabra.
La transcripción es esta otra manera de regular lo escrito que tom a apoyo no
ya sobre el sentido sino sobre el sonido. Este modo determina lo que se llama
la escritura fonética. Un sonido por letra, una letra por sonido, tal es la regla
de la transcripción formuláda, entre otros, por la gramática de Port Royal y
que todo escolarizado sabe que no es aplicada. Que yo diga de ella que es
inaplicable parecerá tal vez excesivo; el hecho está allí, sin embargo, no

' J. Lacan, Escritos 1, traducción Tomás Segovia, Siglo XXI, México, 1984, p.473.
2 J. Lacan, Seminario del 3 de julio de 1957.
3 Podemos dar cuenta de lo que “traducir” quiere decir, en una sociedad que no ha efectuado
la escritura de su lengua, con una hroma que los africanos de Banguá (una circunscripción
Bamileké) se contaban entre si, no sin encontrar en ello motivo de hilaridad. Hay que decir que
esta broma no fue dicha a los blancos sino después de la muerte del “traductor” africano del que
se trataba. La historia le ocurrió a*Un médico blanco de una misión protestante, el doctor
Broussous quien, para poder ejercer, udlizaba los oficios de un traductor africano llamado
André,pues no comprendía ni una palabra en banguá. Un día un granjero africano llegan In­
consulta con una gallina. Se inicia entonces el siguiente intercambio de palabras:
- El consultante (se dirige en banguá a André): ¿Tendrá a bien el doctor que yo le traiga mañaíia
a mi mujer?
- El doctor (se dirige en francés a André): ¿Qué quiere que bagacon esta gallina?
- A.ndré (al doctor): Quiere que usted atienda a su mujer.
- El doctor (a André): ¡Qué la traiga!
- El consultante (intri gado por lo que acaba de oir sin comprender, se diri ge a André): ¿Qué dice
el doctor?
- André (al consultante): Dice que le entregues la gallina a mi mujer y que traigas mañana el
dinero con tu mujer.
traducción, transcripción, transliteración 69

desmentido incluso hasta en las utilizaciones culta? del alfabeto fonético


internacional. Algo en la escritura resiste a su reducción a una duplicación de
la palabra, y, por más que le desagrade a Voltaire, la escritura no es una
palabra para los ojos. Más bien se trata en esto de uno de los ideales de los
que ella ha sido la ocasión. Imagínese, por otra parte, este ideal realizado:
entonces la escritura no sería ya de ningún auxilio para ese “apretamiento”
del juego del imaginario y del simbólico; duplicando estrictamente la
palabra, no haría ínás que reproducir su laxitud.

La tercera manera de hacer ese apretamiento se llama transliteración. Regula


el escrito no ya con el sentido o el sonido sino con la letra. Pero, sedirá, si
la letra es lo que escribe ¿cómo apoyarse en la letra para lo escrito? La cosa
puede parecer paradójica. A esta observación, responderemos de una manera
que, pienso, dará solución a la objeción. Sin querer de entrada definir su
concepto, diré más bien lo que nombra la transliteración. La transliteración
es el nombre de está manera de leer que promueve el psicoanálisis con la
preeminencia de lo textual; ella es ésta preeminencia misma, la designó, la
especifica, y la da por lo que ella es, a saber, una operación. Pero como esta
operación no es, hasta el presenta, conocida y practicada más que en ciertos
medios cultos especializados, conviene tal vez de entrada indicar que no
carece de pertinencia introducirla en el campo freudiana.
¿Qué hay de mejor que un sueño para hacerlo? Un analizante me cuenta un
breve diálogo que tuvo lugar con su mujer cuando los dos se encontraban en
la mesa. La noche precedente, él había soñado que un hombre llevaba sobre
Ufl hombro (épaule) un cuerpo humano plegado en dos | | de pronto, ese
cuerpo cargado aparecía como el de un pescado (poisson). Entonces, si él
relató este sueño a su tnujer, fue porque en ocasión de la comida le apareció
el chiste que lo condujo a recordarlo. Como el lector safee por experiencia, un
chiste se cuenta; eso va incluso hasta no poder no contarse. En esto el chiste
ex-siste como formación del inconsciente. Tal es el estatus que recibe de
Freud y que da cuenta de que un chiste puede constituir interpretación del
sueño. El decir del chiste implica ciertas condiciones a nivel del auditor,
quien debe estar de cierta manera enterado del asunto. La mujer de este
analizante estaba en verdad enterada del asunto, ya que una observación de
ella en el momento de acostarse había suscitado el sueño que él le contaba y
eí chiste venía a enlazar uno y otro felincidente de la,vísperscon el sueño),
Viéndolo desnudo la víspera por lá¡;noche, ella había observado que él había:
engordado y, reconociendo la cosa, él le había respondido informándole
acerca de su intención de emprender un régimen a partir del lunes siguiente.
Entonces, estando en la mesa, le parecía (era un domings), víspera del
eoittieffiú del régimen proyectado) qae el "poissoM*’ Jpescado) del sueño
Dibujo de Jean-Pierre Graüzere.
traducción, transcripción, transliteración 71

quería decir al revés, al vés-re, "son poids” (su peso), y que así él “cargaba
su peso” al menos en el sueño. Consecuentemente, tomaba su alcance el
hecho de hacérselo saber a su mujer pues el chiste (no gran cosa como chiste,
pero el inconsciente si bien es snob, como dice Albert Cohén, no és mojigato)
decía a su oyente lo que el sueño había cifrado volviéndoselo aceptable. Su
respuesta alcanzaba así su dirección pero sin lastimarla.
En el div|n se presentaban, ciertamente, otras prolongaciones asociativas.
“Gordo” era disimulado,, censurado, en los comercios burgueses en que,
cuando niño, lo vestían. “Robusto”, decían de él, con un muy robusto
equívoco, “robusto”, ya que aplicado a un hombre como calificativo no tiene
nada de peyorativo. En resumen, había recibido la observación dé su mujer
como una castración imaginaria y la interdicción que se había impuesto a sí
mismo, sin saberlo, de darle una respuesta demasiado brutal que la hubiese
herido, no era más que la consecuencia de la imaginarización, en el lugar del
Otro, de la herida que él había recibido sin saberlo. El malentendido es aquí
patente, pues admitía ahora que su mujer, al decirle eso, estaba lejos de querer
destituirlo de su posición de hombre “robusto”: ¡para ella, gordo no evocaba
robusto, sino más bien el impedimento para serlo!
Sin embargo, ésas prolongaciones desorientan al lector; le hacen creer que
dicen lo verdadero sobre lo verdadero de ese sueño, siendo que no hacen,
como el sueño mismo, como su desciframiento en un chiste, más que medio-
decir esta verdad. Esas prolongaciones tienen ellas mismas otras prolonga­
ciones y la nominación por Freud del ombligo del sueño quiere decir que no
hay ninguna posibilidad de alcanzar jamás eso verdadero sobre lo verdadero.
Es, entonces, legítimo atenerse a la secuencia (nunca tenemos que ver con
otra cosa): observáción de la víspera / sueño / chiste.
El sueño da al “has engordado” otra respuesta que aquella que fue formulada,
como si esta última no hubiese sabido resolver la cuestión que la observación
reavivaba. Llevar o no su peso, tal habrá sido esta cuestión. El futuro anterior
es aquí exigible pues la cosa no aparece más que en el tiempo tres, el de la
interpretación del sueño por el chiste. Se habrá tratado de llevar su peso como
uno lleva su edad o como uno “la lleva más o menos bien de salud”. ¿Qué es
lo que realiza el sueño con relación a esto? No traduce en otra lengua el anhelo
de este analizante de llevar su peso; y el empleo bajo la pluma de Freud del
término de Ubersetzung con este fin implica una definición tan laxa de lo que
es la traducción que nadie podría contentarse con ella. La extensión dé su
concepto abre entonces la vía a un tipo de interpretación que hay que llamar,
en efecto, abusiva. El “eso traduce... esto... o aquello” desprende la traduc­
ción de lo literal y siguen, entonces, las imbecilidades que, en boca del crítico
72 los sesgos de lo literal

literario, hacen de las novelas de Balzac la traducción del profundo senti­


miento, suyo, de lo irrisorio de la vida en sociedad. Eso no es ni verdadero
ni falso, y no hay nada que responderle, salvo sise observa que esta extensión
da razón a Popper en su crítica al psicoanálisis. Pues hay que admitir en efecto
que los psicoanalistas caen, quien mejor, en este género de imbecilidades. Yo
la llamo “inteligencia”, pues consiste en la pretensión de leer entre las líneas;
y si la práctica de Freud se funda sobre esta preeminencia de lo textual que
subraya Lacan, en el más alto grado, la indicación dada a los psicoanalistas,
consiste en que leer las líneas es la actividad en la que deberían desplegarse,
o sea, plegarse a ellas. El desvanecimiento de Champollion en el momento
preciso en que comunica a otro, su hermano, que él sabe leer las líneas, es un
hecho de estructura. Llamo “debilidad (mental)” a ese leer las líneas; no basta
hoy con que un psicoanalista invoque a Freud y a Lacan para que estemos
seguros de que no hace de la teoría psicoanalítica un uso de esa calidad que
da la primacía a la inteligencia sobre la debilidad mental4.
No es posible tampoco admitir que ese sueño transcriba en el sentido aquí
definido de una escritura del sonido; el “llevar/cargar su peso” no aparece allí
como escrito fonéticamente ni incluso como acabo de hacerlo aquí. En el
nivel del sueño, dos imágenes se suceden: primera imagen, un hombre lleva
un cuerpo humano sobre un hombro y, segunda imagen, ese cuerpo cargado
es el de un pescado.
Sin embargo, esta segunda imagen, tal es la lección aprés-coup del chiste
interpretativo, no es tomada en cuenta por el trabajo del sueño en tanto
imagen en el sentido de una pintura de la realidad; el pescado cargado no es
preferido a cualquier otro objeto susceptible de serlo sino en tanto que, en la
lengua del soñante, poisson (pescado) es homófono depoid son (peso suyo).
Semejante encuentro no podría darse, por ejemplo, en inglés. Y mi traductor
en esa lengua debefá escoger aquí: o bien citar los términos en francés, es
decir, renunciar a traducir, lo que no es propio de la vocación de un traductor,
o bien, recrear de extremo a extremo una secuencia en la que jugará-la
homofonía para el que habrá de ser su lector, lo que lo conducirá a reescribir
completamente, alrededor de un ejemplo de su cosecha, estas páginas,
ejercicio que sólo tiene ya un lejano lazo con la traducción. El sueño no
traduce y no es traducible. Escribe por el contrario: aquí, el son poids con la
imagen del poisson. Freud, como se sabe, no sólo compara sino que identifica
sueño y acertijo o répus. El sueño es una Bilderschrift, una escritura por
imágenes. Freud se dedica incluso a recalcar la cosa precisando que las
imágenes del sueño no deben ser leidas según su valor de imagen -Bilderwert-
sino tomadas una por una en la relación que cada una mantiene con un signo,

4 He aquí, entre una multitud, un ejemplo de “traducción” abusiva; se trata de un artículo de


Le Monde que da cuenta de los Entretiens de Bichat (Reuniones de Bichat) en que se lee: “el
insomnio, la obesidad por buiimia, la ennresis, las fugas y las conductas delincuentes traducen
a menucio una depresión subyacente”. Ls Monde, Io de octubre de 1980, p.l 1.
traducción, transcripción, transliteración 73

lo que el llama Zeichenbeziehung5.


¿Qué ocurre con esta relación de la imagen con un signo? En el caso
presentado, la imagen del pescado escribe el signo son poids (su peso). Tal
cosa es familiar para aquellos que se han interesado en las diferentes
escrituras: la designan a veces con el término de “rébus de transferencia” o
también “rébus ficticio”.
No hay que olvidar que una gran parte de los ideogramas chinos son forjados
sobre este apoyo homofónico6. Así la palabra dónxi que es el nombre para
“cosa” se escribe con dos caracteres dong y xi, sin preocuparse por el hecho
de que el primero significa “este” y el segundo “oeste”. Sólo es tomada en
cuenta la homofonía, que interviene de una manera que puede ser llamada
fuera de sentido tanto más cuanto que ella separa, por la operación misma del
rébus, el carácter para dong y el carácter para xi del objeto al que cada uno
remite, para interesarse solamente por la relación del carácter con el significante
del nombre del objeto. Este procedimiento que apelaba a la añadidura de lo
que se ha llamado “clave” con el fin de distinguir los homófonos, para
reintroducir sentido (sin esas claves, los homófonos así escritos serían
igualmente homógrafos) fue puesto en acción masivamente para la escritura
de la lengua china pero, igualmente, cada vez que fue necesario importar a
esta escritura palabras nuevas: cuando se escribieron los nombres propios del
panteón budista, pero también, recientemente, con la adopción de términos
técnicos y científicos. “Lógica” se escribe con dos caracteres que se leen
luóji; “aspirina” se escribe con cuatro caracteres: d-si-pi-líng. Que un feliz
concurso de circunstancias haga que, para la vitamina, los tres caracteres
escogidos sobre esta base homofónica wéitaming signifiquen, puestos juntos,
“proteger su vida”, no desmiente ciertamente sino que más bien confirma, por
su estatus de excepción (una excepción de la misma calidad permitió a Lacan
traducir el Unbewusste freudiano por la une-bevue, una equivocación, una
metida de pata), que hay allí dos operaciones que, como tales deben distin­

5“El contenido del sueño se da, por decirlo así, en una escritura de imágenes cuyos signos deben
transferirse uno por uno en la lengua de los pensamientos del sueño. Seríamos inducidos
evidentemente al error, si se quisiese leer esos signos según su valor de imagen en lugar de leerlos
según sus relaciones de signos” Estas líneas (Gesammelte Werke, H/III, pp.283/284) introducen
el término de rébus o también el dcBilderrdtsel -adivinanza pero también enigma con imágenes-
que Freud plantea como equivalentes.
6 Es decir que yo apruebo la malevolente lucidez de un F. Georges que permanece demasiado
reservado sin embargo en las conclusiones que extrae de lo que llama con tanta pertinencia el
efecto “Yau de Poéle”, haciendo referencia a esos diálogos aparentemente absurdos que se
construyen cuando alguien encadena con la última sílaba de una intervención, una frase que no
tiene forzosamente nada que ver con la de su interlocutor. (Así, por ejemplo, en francés, alguien
dice “Comment vas-tu” y le responden “yau de poele”. Es decir, en español, -¿como andas tú?,
-”bo de chimenea”) ¡Lastima qué F. Georges no prolongue sus consideraciones declarando sin
valor la escritura china donde el “Yau de Poéle” juega un papel tan decisivo! Observación válida
igualmente para el texto de Freud sobre ei chiste. Lo serio no está donde uno cree. Véase
Kierkegaard.
74 los sesgos de lo literal

guirse. La escritura jeroglífica hace también un amplio uso del rébus de


transferencia “desviando”, como dice a su manera Champollion, los
ideogramas “de su expresión ordinaria para representar accidentalmente el
sonido”. Así la maza | que se translitera hd escribe tanto el substantivo
“lástima” como este otro homófono que es, en la lengua egipcia clásica, el
adjetivo “blanco”; la canasta ^ n b ( t ) escribe “amo” o también “todo”, etc.
El procedimiento del rébus de transferencia no es análogo sino idéntico al del
sueño. Del mismo modo que el ideograma de la maza pierde su valor
pictográfico (valor por otra parte relativo) al escribir “lástima”, el pescado
(poisson) del sueño no interviene como figurando el objeto pescado, como
evocación de no sé qué universo acuático materno, sino como, escribiendo
poids son (su peso); es puesto por el texto del sueño en relación con el poisson
como significante, en el sentido lacaniano de ese término, es decir, en tanto
susceptible de significar otra cosa que lo que el código le atribuye a título de
un objeto. No hay señalamiento del significante como tal sin escrito.
Entonces, si la imagen del pescado tiene en el sueño valor escritural, debe
notarse que esta escritura no es alfabética. Pero en cambio, la homofonía
implica la escritura alfabética como lo muestran las transliteraciones presen­
tadas más arriba. El interés de la escritura jeroglífica corresponde al hecho
de que se ha mantenido como una escritura bastarda, ideográfica^ alfabética
(cosa impensable para alfabetizados, como lo subraya el libro de M. David
titulado Le débat sur les écritures et l’hiéroglyphe aux XVIIe. et XVIIIe.
siécles) donde no faltan los ejemplos, incluso en los escribas egipcios
mismos, de fragmentos de textos transliterados. La transliteración fue
practicada 4.000 años antes de ser nombrada: se tiene la prueba en el texto
llamado “de las pirámides” que data de las primeras dinastías.
La transliteración es el nombre de esta operación en que lo que se escribe
pasa de una manera de escribir a otra manera. Mientras la transcripción
apunta a la asonancia, la transliteración escribe la homofonía, que resulta así,
a despecho de su nombre, un concepto ligado a la escritura pues sólo la
escritura establece la puesta en correspondencia de elementos de discrimina­
ción vecinos.
¿Se dirá, acaso, que escogí aquí un sueño muy particularmente susceptible
de satisfacer la mostración de ese juego entre .dos modos de lo escrito? El
lector convendrá en que si la segunda imagen fue escogida por mí para
introducir la transliteración, la primera, en cambio, me es impuesta por el
relato del sueño. ¿Presenta las mismas características y se resuelve, también
ella, en un chiste? La respuesta es sí. El relato del sueño da la descripción ya
citada de esta primera imagen: “Un hombre lleva sobre un hombro (épaule)
traducción, transcripción, transliteración 75

un cuerpo humano plegado en dos”. ¿Porqué el hombro y porqué ese cuerpo


plegado en dos? La cosa fue dejada de lado hasta ahora y debe ser abordada
según la regla freudiana que invita a tomar las imágenes una por una. Ocurre
que este analizante -me entero después por su boca, de que permaneció un
tiempo perplejo ante esta primera imagen- habita en la inmediata proximidad
de una carnicería y que tiene con frecuencia la oportunidad de ver, en una
hora temprana de la mañana, al carnicero cargando sobre un hombro los
animales plegados en dos y llevados así del camión frigorífico al negocio
para ser cortados en pedazos. Esta evocación resulta suficiente para sugerirle
inmediatamente que la palabra épaule es del vocabulario de la carnicería:
paleta, espaldilla. Paleta de res, de ternera, de cordero... ¡él adora la carne!
Pero es un cuerpo humano el que es cargado y como, en la segunda imagen,
ese cuerpo resulta ser el suyo, la primera se lee ahora sin dificultad: je suis
porté sur l ’épaule, soy cargado sobre el hombro, pero también inclinado a la
paleta, como otros se inclinan a cometer tonterías. Después del equívoco de
épaule (hombro/paleta) ahora se vuelve patente el de porté sur (cargado
sobre/inclinado a).
Lacan observaba, en ocasión de un seminario, que la no-identidad consigo
mismo del significante se manifestaba de una manera tanto más notoria
cuanto que se apuntaba a la identidad. Así ocurre con la expresión un peso
es un peso. Ésta presenta dos ocurrencias de la misma palabra; sin embargo,
en cada una de esas dos ocurrencias el sentido es diferente. El segundo “peso”
del avaro, al que esta divisa sirve de guía, es mucho más que un peso, lo que
hace prohibir la permutación de los términos; bastaría que el segundo peso
viniera al lugar del primero y le dejara su lugar para que se acabara la avaricia,
pues la expresión se vuelve entonces el equivalente semántico de un peso es
sólo un peso. La expresión un peso es un peso pone, entonces, en juego la
homofonía, la misma que hace lazo entre épaule (hombro) y épaule (paleta);
entre étre porté sur (ser cargado sobre) y etre porté sur (estar inclinado a).
La primera imagen del sueño toma así apoyo en esta homofonía para escribir
je suis porté sur l’épaule (soy cargado sobre el hombro / estoy inclinado a la
paleta) con una escritura “figurativa”. Se trata, en efecto, de una escritura
pues el dibujo no ilustra ni tampoco sugiere ninguna cosa sino que vale sólo
por la puesta en relación de su trazado con la lengua del soñante, puesta en
relación que introduce -pero como enigma- el relato del sueño, y que el chiste
concluye, a] darle al enigma su solución, es decir al vaciarlo de su sentido.
Hay, en efecto, en el relato del sueño menos sentido que en lo que resulta de
su interpretación, a saber una frase que, asociando las dos imágenes, podría
formularse así: “Yo soy cargado sobre el hombro y cargaré su peso, el peso
de ese cuerpo que yo llamo “su” porque no lo admito como mío, ya que me
76 los sesgos de lo literal

obliga (al menos así lo imagino) a escoger entre la satisfacción de mi mujer


y la de mi paladar, inclinado a la paleta”.
Ahora es posible dar un estatus a los diferentes tiempos de la secuencia
presentada aquí:
1) El “has engordado”, oído la vispera de boca de su mujer, fue, sin que lo sepa
el sujeto, objeto de una traducción que hizo de esta frase, no integrable en el
sistema del Y o, el enunciado de una castración imaginaria sufrida por él. Esta
traducción se caracteriza por estar orientada; aparecería como no aceptable
para un jurado escolar que denunciaría en ella, con justa razón, la confusión
entre el vientre y el pene. Sin embargo, haber denunciado precedentemente
la cosa me vuelve más disponible para decir que aquí, “el error” de
traducción, el forzamiento que ella realiza, son perfectamente admisibles
porque la orientación dada es índice de una propensión del sujeto que puede,
entonces, admitir lo que tiene de arbitrario como correspondiente a su propia
inclinación. Queda el hecho de que le será necesario seguir esta pendiente
suya, pero, según la feliz fórmula de Gide, remontándola.
2) El trabajo del sueño elige cierto número de significantes que se caracte­
rizan por ser equívocos homofónicamente. “Etre porté sur’', “épatíle”,
“poids son”; lahomofonía es uno de los nombres de la no-identidad consigo
mismo del significante. Ella es un modo del equívoco. Una frase, en francés,
como il connait mieux mafemme que moi que puede traducirse tanto por
“conoce mejor a mi mujer que yo” como por “conoce a mi mujer mejor que
a mi”, es equívoca gramaticalmente, como vemos, en ese idioma, en el que
moi puede ser sujeto (“yo”) o complemento (“a mi”) según el caso. Sin
embargo, el privilegio del equívoco homofónico (un hecho notable en
psicoanálisis y confirmado, si fuera necesario, por cada uno de los
desciframientos de las escrituras llamadas muertas) corresponde a lo que
implica un abordaje del lenguaje que distingue sus elementos literales.'La
poesía vuelve notoria esta incitación con el juego de la rima. F. Ponge escribe:
“Para tener una veritable table (verdadera mesa) basta con sacarle a veritable
su insoportable veri, a insoportable su insoportable insoporte”7 (En español
podríamos inventar: “Para tener un precioso oso basta con sacarle a precioso
su poderoso precio, a poderoso su pederoso poder”). El poeta se deja capturar
aquí por el significante y confía a la honiofonía el cuidado de operar cortes
inesperados. Al poner sobre el tapete otros recortes del mismo carácter, se
constituiría un silabario (o sea algo que corresponde a lo escrito). Un paso
más y he aquí, con las palabras unilíteras y con la acrofonía, la distinción de
la letra como tal. El inconsciente es poeta. Freud cuenta que había sido
impresionado por la insistencia en los sueños de un paciente del nombre

7 Francis Ponge,. Envoi á H. Maldiney


traducción, transcripción, transliteración 77

propio Jauner. Interpreta esta insistencia proponiendo el término Gauner


(que se debe traducir “ratero”, “tramposo”) que resulta|er su homófono, por
la equivalencia en el hablar vulgar, en aleman, entre la G y . la J. Esta
proposición provoca un vigoroso rechazo del paciente': situación divertida
del “no eres tú, soy yo... quien tiene razón”. Pero entonces él paciente le
contesta que esa asociación le parece, con todo, demasiado atrevida: Das
scheint mir doch zu gewagt, y se le traba la /lengua con esta última palabra
que, pronunciada jewagt, confirma así con un lapsus la interpretación
propuesta pues éste lapsus retoma a su cuenta la homofonía que le daba su
fundamento8. Dar a la homofonía su estatus de escritura exige distinguirla de
la asonancia en que consiste no la transcripción sino su ideal. La homofonía
es un hecho de lenguage y solo se sostiene, entonces, con sé escrito. A
propósito dé la homofonía schreberiana, Lacan observa que “lo que es
importante, no es la asonancia, es la correspondencia término a término de
elementos de discriminación muy cercanos”*. La homofonía pone así en
relación la letra con la letra y se palpa aquí que una escritura transcriptiva
implicáis operación de la transliteracíSa. La implicafíür el hecho mismo dé
reducirla atal punto quepása desapercibida encuanto lasfefeasídeunaifiahetg
dado parecen ser colocadas allí en relación cada una con ella misma,
sugiriendo así que con esté “ella misma” ella no se diferencia. Por ello la
transliteración se vuelve m is manifiesta cuando esta, correspondencia se
juega con dos alfabetos y más todávfí entre dos maneras de escribir délas que
una es alfabética y la otra no.
3) Este último caso constipye, para terminar, lo que eí ¡tt&bajs del sueño
realiza con la puesta en imágenes. El sueño trañsÜfíru: escribe, en figuras,
elementos literales. Y la regla freudiana de tomar estos ilsméfttQl| uno por
uno para su deseifriUHieat® se presenta como la regla fundamentá} de sü
transliteración. Por haberse atenido estrictamente aesta regla un Champoííion
pudo volver legibles, por fin, los jeroglíficos egipcios.
'I’ráíss-literando, el sueño escribe.,A l .escribir,: el sueño- lee y, ante que todo,
lee Jo qué éüiá ®ísj»ra no pudo Mi ligado, dicho de otro modo, no pudo ser
leído, y leído con un escrito. En su réiaólóii con el incidente de la víspera, el
sueño se comporta a contrapelo 4eí primer movimieiÉo ijétsf jítí) que es de
evitación de lo qtte;pertarfe:iél principio de placer, osea SúttiiSqailidad.May;
sueño a partir de-otro movimiento, el que define con pertinencia la fórmula
de Bóris Vían que eotwteme ai sujeto de la: ciencia: cuando €Íejf#:feventBí
fiomenta-que fio logra hacer que la bomba que está .construyendo tenga un
radio de acción de ittis de tres metros y medio dice - “hay algo que falla atlí*
retornare ál ttMbajo inmediMainéite”. El stíeno retoma ai incidente de la
víspera leerlo con escrito. Así Préúd deelara que ei sueño qae «aüsfaee

8 J. Lacan, Seminario del 9 de mayo de 1956.


78 los sesgos de lo literal

mejor su función es aquel que uno no recuerda.


Lo que el escrito escribe tiene un nombre: se llama cifra. El sueño, pero
también toda formación del inconsciente, es un cifrado. Cifrar no es traducir,
incluso si la traducción puede ser legítimamente considerada como un modo
de cifrado, a decir verdad muy poco utilizado. Cifrar no es tampoco algo
reductible a un transcribir; que la transcripción esté implicada en el cifrado
no quiere decir que ella baste para definir su operación. Ésta no se produce
sino con la escritura no sólo del sonido sino también del escrito.
Ahora bien, como no dejan de afirmarlo en su ruidosa publicidad y desde su
primera página los libros de criptografía, en cuanto un sujeto se encuentra
implicado en un asunto, le es necesario pasar por el cifrado. La cosa, como
se ha visto, vale para el sujeto del inconsciente: hay cifrado allí donde algo
está en juego.
Así, que el sueño lea quiere decir que su cifrado tiene valor de desciframiento.
La transliteración, que escribe el escrito, es el nombre de la equivalencia del
cifrado y del desciframiento.
Transcripción, traducción, transliteración -escritura del sonido,, del sentido y
de la letra- forman un ternario.
Con las lecturas de Lacan (Lacan lector) que van a ser presentadas pretendo
mostrar ese juego del cifrado y del desciframiento, antes de demostrar su
equivalencia con Champollion.
Capítulo cuatro

el pas-de-barre fóbico

James J. Février relata la Historia sigúlfate: Abd Alláh ibn Táhir. gobernador
del Khorasan, recibió en el ano 844 una misiva que incluía por primera vez
signos-vocales. Ofendido por el hecho de que el gobierno centra! pusiera en
duda de esta manera su capacidad de lector, considerando como una descor­
tesía hacia él esta introducción de los signos-vocales, Abd Alláh ibri Táhir
habría declarado: “¡Qué obra maestra sería sin todos estos granos de Cilantro
que le han espolvoreado!1”
Una clínica que fuera psicoanalítica se caracterizaría por una relación con lo
textual que no se negaría a aprender de esos granos de cilantro. Esta es la vía
abierta por Freud. Cuando Lacan -retomando ese hilo-, define la clínic'S
psfcoanalítfcaeGmo “el real en tanto que imposible de soportar”, su práctica
de lector invita a prolongar esta definición: este real es imposible de: soportar
de otra manera que no sea por el escrito. No es que el escrito vuelva a la
clínica psicoanalítica soportable, sino que es lo único que puede permitir que
Se haga valer su imposibilidad. Que lo logre -o no- es un asunto ya
introducido aquí. Sin embargo, sigue siendo cierto que, incluso si se rompe
las narices contra eso, un psicoanalista no se adentra sxa consecuencias en
esta vía. La primera de ellas es deshacerse efectivamente de la demasiado
célebre “intuición clínica” que es la consigna de Ja comprensión.
Sólo el pat&tesis’comprende, y quien pretende ‘‘comprender1’, pone la que
molesta entre paréntesis, así se mafttiéfté el bienestar de la evidencia.

J. G. Février, Historie de l'ecriture, ed. Payot, París, p.270.


80 los sesgos de lo literal

He aquí una evidencia, elegida por su carácter paradójico, formulada en Le


chat noir (El gato negro) por Jules Jouy: “para el premio gordo de 500.000
francos, era perfectamente inútil vender tantos billetes, puesto qüe sólo gana
uno”2. La evidencia no se discute. ¿Cómo se opondría un argumento contra
la especie de satisfacción lindante, en la evidencia, con el mantenimiento de
una relación intuitiva con el real? Hay algo que está en juego en ese
mantenimiento.
Otra evidencia, la de ese padre de familia que me decía que no podía dejar de
tener hijos porque estaba fuera de discusión, para él, que uno de sus hijos
sufriera la posición de “último”, cosa que él mismo había tenido que soportar.
Está en juego aquí lo que se presenta como simbólicamente inasimilable en
la procreación. La Anne Desbaresdes de Moderato Cantabile formula con
precisión esta dificultad con la confesión que le suelta al profesor de piano
de su hijo: “no logro ser razonable y resignarme con este niño”. ¿Cuántos
segundos, o incluso enésimos hijos deben su vida a esta otra jugada de la que
se espera finalmente alcanzar aquella resignada razón?
El “ser razonable’’ está enjuego cada vez en una demanda de análisis. “Hay
algo que quisiera poner entre paréntesis, nada más que, mire,.no lo logro.”
Esta fórmula de una demanda de análisis señala el lugar fuera de los
paréntesis donde lo que insiste se resiste a la comprensión. ¿Ofrecerá, acaso,
el análisis una nueva comprensión, más amplia, más tolerante, donde el
síntoma encontraría finalmente, si no su reducción, al menos su inclusión?
Estos buenos sentimientos, por más loables que sean, aplican lo racional
sobre lo intuitivo, y se niegan, de hecho, a la presentación del síntoma fuera
de paréntesis. Ser razonable con aquello que está fuera del paréntesis exige
admitirlo como tal; pero esta aceptación sólo es practicable desde un apoyo
en otro lugar, solamente ahí donde esta razón podrá ser incautada por sí
misma haciéndose razón gráfica3.
Una clínica de lo escrito se apega al caso, pero de cierta manera. Se prohíbe
soltar demasiado rápido el caso para evocar otros casos, o incluso el cuadro
que los presenta en su generalidad: no espera gran cosa de las generalidades.
Y la prohibición a la que se somete es sólo el envés de la autorización que se
da de “regresar una y otra vez” al ¿aso. La primacía del caso tiene que ver
con la misma exigencia formulada por Freud a propósito de la interpretación
de las imágenes del sueño. Así como estas imágenes deben ser tomadas una
por una, de la misma manera se procede con el caso. Freud lleva la cosa tan
lejos que aconseja al psicoanalista, y lo repetimos con frecuencia, que aborde
cada caso sin tomar en cuenta lo que creyó aprender de otros casos. El
consejo es de lectura, de invitación a la lectura primero, porque leer no

2 Citado por J. C. Carriére, Humour 1900, ed. 'Tai Lu", París, p.314.
J La raison graphique, título de un libro de G. Goody en las Ed. de Minuit.
el “pas-de-barre’/óbico 81

depende de una inclinación natural. Pero, más aún, el consejo introduce a un


modo específico de la lectura. Y puesto que es de Lacan de quien recibí una
enseñanza sobre lo que podía ser ese modo d éla lectura, me fundaré aquí en
él, en tanto que lector, para despejarlo. Escojo para hacer esto dos lecturas
de Lacan: la del mal llamado “pequeño Hans" y el de la empresa gideana. A
lo literal del objeto fóbico hará eco aquí la fetichización del objeto letra
(Capítulo cinco).
¿Cómo lee Lacan el testimonio doblemente indirecto que dio Freud de la
fobia de Herbert Graf?
Lo lee al sesgo. Que ese sesgo sea aquí el de lo literal -lo cual se trata de
mostrar- no debe conducir a desconocer que esto es lo que dio un límite
prematuro a la formalización avanzada; esta formalización fue recibida por
el auditorio, desde el comienzo, como algo que era una metida de pata. El
resultado aparece hoy como un texto que, aunque no tiene menos de 400
hojas mecanografiadas, sigue siendo un texto abortado. Si el lector, acepta
no prejuzgar sobre la relación del texto con el aborto, estará de acuerdo en que
no hay motivo suficiente para impedir su lectura.
¿Diremos que el “pequeño Hans” es un texto porque sólo lo encontramos
como huellas escritas -primero por el padre y después por Freud- de una serie
de conversaciones que Max Graf tuvo con su hijo Herbert que tenía entonces
cinco años? Pasaremos de ahí a oponer dos dispositivos: el que asocia, a un
texto, un lector que se supone sereno, que se supone que tiene todo el tiempo,
que se supone que puede manipular a su gusto el texto en cuestión, y ese otro
dispositivo llamado entonces más vivo, más espontáneo, más rico, donde
alguien le habla a un interlocutor con una palabra pensada entonces como
fuera de la textualidad. No encuentro en Lacan huella alguna de esta
problemática. Lejos de presentar su lectura como diferente, a priori, de las
que un psicoanalista puede emplear con un'Snalizante, Lacan, con ese mismo
movimiento que había hecho que Freud se focalizara sobre el texto del
Presidente Schreber, toma la opción de leer ese texto como testimonio de la
palabra de un niño, más allá incluso de la interposición a veces asfixiante del
padre. El texto no es la palabra plasmada en papel; y oponer a priori una a
la otra implica arreglar de antemano la cuestión de lo escrito reduciéndola
imaginariamente a una transcripción pura. Solamente el prejuicio de la
escritura como transcripción puede sugerir que la escritura se ofrece a la
inmediatez.
No hay acceso inmediato a lo escrito: por lo tanto, no hay reconocimiento
posible de lo escrito para la inmediatez; por lo tanto no hay puesta en juego
posible a priori de la oposición escrito/no escrito.
82 los sesgos de lo literal

Si bien es legítimo admitte a título de texto {¿•'continuidad de las hojas


ennegrecidas por el impresor de Freudy reunidas sajo el nombre de Analyje
der Phobie eines fiinfjahrigen Knabert, en tanto que este anáB$is está
presentad.o^según las reglas de una ortografía precisa, a partir de. un alfabeto
dado, no por eso éSt4 permitido éoncluir de ahí cualquier cosa concerniente
al jussg® de la palabra¡y de lo e s ^ % 4ueseáesáiibllacon l$fobiadel;éaballo
y 'Sásíífc.su resolucijlp.r.
Así, hay razones para admitir lo indispensable de la lectura, su intervención
como necesaria-gara constituir lossérito.
Pero, ¿qué modo.$3 la lectura? Para definir ese modo, interrogaremos ahora
a la léctsjsa: del "pequeio Matis” presentada por-tapan.
F.1 paso a pasb de esta lectura es lo que sorprende de éntrala. Al contrario «le
los: métodos? de lectura líáRiada '‘rápida”, Lacart sigue al “peq^eBo HsajéT
huella por huella y caía día pof día. "Casi”, pórque !o que produce un csáte
en ¡o que dice Han® no se apoya en las distinciones deLcatemiario, sino en el
lugar mismo d¿;-.e¿e iáeeit, en él-juego de perirmtaéi$ne$:de un conjunto de
elementos -sicfnpreios mismos-pero que forman según lá ocasi<5Aeonñgu-‘
Eaciones sintácticas diferentes. Lalectura disfiTigue ÉStóS conjuntos, y los'
llanta lantasía^, A cada uno de ellos le es atribuido apropiadamente un
nombre, El calendario permite, un ordenamiento: 9 de abril: ío$dos calzones
- 11 de abril: labaílefay el taladro ~ 13 deábrikcaída de Anaa'- I4 d e abril:
la Caja grande...etc.
Con el fiSíafelecliiiiisttto de estacón ti niiidad, lá loctúrapu«íiiaclt¿xto deí
“pequeño Hans”. No ititiestro estáptíntuación siniplemeote pára indicar que
esta operacióti sólo depende de lo escrito, sino,'más aún, para c[ue no pase
desapej®ii>ida la ooovefgeit$a de ese modo de la tfeéiura con lo que sg dice
que la fobiaíBSfaura;pi^sa|H&8te una punttiáétÓíí4.
La puntuító^njutíga ün;;pa|Jáí i¿S^eGÍéivo en el trabajo de Lacan (entiendo
por esto tanto su enséíianía com osa práctica de psicoanalista en laque láü
sesiones llamadas “cortas”, qKe provocan tanta glbsa, po pueden encóniarác
su estatus más. que si son ¡denominadas sesiones puntuadas', con esto,
encontraríamos .$1 medio de ubicar que el escándaioqye pr o vocaron tien e qtje
ver exactamente con íamtémareacciónque la citada más arriba en ejtapólogo
de^Abd Afláh ibn Táhir) que puede ser considerada como habiendo tomado
por su cuenta una gránp&rtede lo qué, hastaahOra; en psicoanálisis,subsunlfa
el terminé de intétptetación. Así ocurre,, por ejemplo, la'interprgtación
lacaniatía dsl Sofito: ¿Sijítibír el tiempo puntütf de ^tíSidumbré,: “pienso:
luego existo”, va a producirimpiicaciones díferentesdeíasdesarrolladas por
Descartes.

41. Lacan, La relation d'objet, Seminario de! 20 de marzo de 1957.


el ''pas-de-barre”fóbico 83

La puesta en una continuidad, fonológicam ente ordenada, de las


elucubraciones imaginarias del “pequeño Hans” puntúa el texto de su
análisis. Distingue en él elementos que son a su vez conjuntos de elementos,
nombra a cada uno, realiza una primera ubicación que respeta la exhuberancia
del texto y la vuelve sin embargo accesible.
Es notable que la puntuación pertenezca aquí a la lectura, que sea de su
incumbencia al estar de su lado. La puntuación está en el lugar del Otro; ésta
regla se verifica siempre a partir de que la lectura tiene que vérselas con la
cifra y se encuentra así obligada al destáftüüiíeiito. No hay desciframiento'
si no se introducen decisiones relativas a lapuntuaciójttdel texto por descifrar.
Pero enuáciar esta regla me obliga. Procederé entonces con el texto de esta
lectura de Lacan como él procede con el del "‘pequeño Hans”, adelantando
la observación dé queestalectura consiste en tres niveles. Escojo este
término de “oiveí” Como el que conviene por su (relativa) neutralidad al
comienzo de un emplazamiento para la lectura. Se revelaíá que no deja de1
tener pertinejicia el hecho dé que evoque con todo la'-metáfora de un
hojaldrado. Yael lectorpaedé|}ercíbir esta pertinencia si evoeásiSriplemente
la designación entre los que {jíkbian “argot” (en francés) de la oreja por la
“feuille” (hoja): Para ellos, no hab|á duda: se escucha con el escrito.
A estas tres niveles les corresponden tres tiempos de la lectura:
1er tiempo: del 13 al 27 de marzo de 1957 (2 seminarios + el comienzo del 27
de marzo);
2d0 tiempo: del 27 de marzo al 22 de mayo (fin del 27 de marzo + 5 seminarios);
3“ tiempo: del 5 al 26 de junio (4 seminarios).
En su primer tiempo, la lectura encuentra una orientación por la puesta en
jüego de cierto número de conceptos. Bste cifrado tiende entre dos polos la
problemática dei “ift^ e ñ o Háiis’’
Primero, un momento de crisis frente al cual lafobia aparece comq áando á
esa problemática Un comienzo de solución. Esta crisis sobreviene cuando la
manifestación en el jíié© de las primeras sensaciones orgásticas lo confronta
con un reaiinasiniiiablc simbdlicamente/Bn é^tol^difereacl^ctelanaltzán^
que “llevaba ® psgéwlKt sueñ<w;i^»áta qtiíéñ la ittterprieiÉiaén de su sueño
había tenido por efecto-dejarlo en libertad hasta tal punto que pudo, sin más
dificultad, decklir co m ea^3 itíietá),‘t í “pe5róííó!Hans” se ve tomado en ese
momento enij^a:<$s$s de i^ a 'g ia ^ d á á ta l qué no se puede esperar que un
solo sueño venga, para él, a levantar la hipoteca que atacaba a su hace-pipí,
84 los sesgos de lo literal

Estilita en mucho las sensaciones que recibe de él y, apesar de la prohibición


parental, no renuncia a la masturbación; este hecho -decisivo- resultará ser
saludable para él. Sin embargo, esto es lo que' introduce la crisis: no la
prohibición como tal, sino su efecto áprés-coup que, uniéndola con las
sensaciones experimentadas, le hacen palpar a la vez ei carácter satisfactorio
de lo que le ocurre y el hecho de que esta satisfacción no tiene un lugar en lo
que hasta entonces era su mundo. ¿Qué pasa con ese mundo para que este
elemento suplementario haga en él mancha hasta el punto de trastornarlo?
Es necesario tomar en cuenta aquí el hecho de que esta lectura del “pequeño
Hans" se inscribe en un tiempo de la enseñanza de Lacan en que la
introducción de la tríada castración / frustración / privación renueva la
problemática de la “relación de objeto”; sa despliegue en tres términos
apunta a darle un estatus susceptible de liberarla de la perspectiva estrecha­
mente genética que era la ortodoxia de los psicoanalistas de entonces. El
cuadro que pesum® la construcción de estos tres conceptos está dado, bajo su
.forma rola feomplsta, justo antes del. comienzo de la lectura del “pequeño
Hans®. He aquí el cuadro:

Agente Operación Objeto


Padre real* Castración simbólica Imaginario
Madre simbólica Frustración imaginaria Real
Padre imaginario Privación real Simbólico-

Si el acceso del fér hablante a un objeto heterosexual implica una puesta en


juego efectiva, historizada, de cada una de las tres operaciones, si esta matriz
(reencontramos, en línea o columna, los mismos tres términos de real,
imaginario ¡rsiáibóHeo, pero en un lugar diferente cada vez) «s ana contracción
a mínima susceptible de dar cuenta de este acceso, entonces no es ilegítimo
apoy arse en ella para ubicar en tal'o cual casó le que resalta de la falta de una
u otra de estas tres operaciones. ' 1
Asi, én el “pequeño Hans”, Oéaífela-ausencia ¡de la intervención de un padre
real qué.-pueda háfieí don de su castración al niño. Este 4$ el segundo polo
de:laobsifVaciÓti anunciado másarribá» Pero, como la cosa se manifestará
■tanto más necesariamente y de una manera tanto mas apida cuando los
eíeettesdesu faltasean más patentes, esauníóndelaííasftafiiónsimbólteéon
el padre rea! no podrá ser explicitada más que ai ténsíBO-fie la lectura.
el “pas-de-barre’yóbico 85

Las manifestaciones de su hace-pipí (hablaríamos en epistemología de un


“hecho polémico”) inauguran esta crisis que la angustia señala, en un tiempo
que precede por poco a la aparición del objeto fóbico. Hay crisis no tanto
porque el “pequeño Hans” oye de boca de su madre la calificación de
“cochinadas” para este elemento nuevo, sino porque ese rechazo no podía
más que ser reconocido como fundado por él, si no de derecho, al menos de
hecho: no hay lugar para la manifestación de su hace pipí en este universo
materno que era el suyo hasta entonces y donde el juego con el objeto del
deseo materno (por más literal que haya podido ser con esta mujer moderna
que le abría sus sábanas, lo llevaba con ella al baño y no dudaba en declararle
que ella también tenía un hace-pipí) sólo ofrecía al niño la posibilidad de
identificarse con ese falo imaginario materno. Ahora bien, encamar este
objeto implicaba que el niño fuera tomado en esta identificación por entero:
y un entero no tiene apéndice. Así, hay crisis desde ese principio donde el
niño no es tomado como metáfora del amor de la madre por el padre, sino
como metonimia de su deseo de falo. Su nueva posición de falóforo objeta
este por entero. Entre una posición y la otra, no hay mediación posible. Y
la venida de una hennanita viene a subrayar al “pequeño Hans” lo que se
presenta a partir de ese momento, en una tentativa que sería de integración
de su pene dentro de su universo imaginario, como su insuficiencia radical
-el “su” designa aquí tanto a su pene como al mismo “pequeño Hans”,
equivalencia que los psicoanalistas mantuvieron sin pestañear con ese
nombre de “pequeño Hans” que Freud, después de dudar, ratificó.
El “pequeño Hans” había sabido encontrar hasta entonces las referencias que
necesitaba, no en un cara a cara coa su madre, sino más exactamente en esa
relación de su madre con el falo imaginario; infiltrándose, deslizándose él
mismo en esa relación, jugando así a embaucar el deseo de su madre,
encontraba en^u compañera una complicidad amorosa y divertida. Ahora el
juego se vuelve trampa, se le aparece como tal. Ató está suspendido a las
reacciones de su compañera, de una compañera que se vuelve real en el
tiempo mismo en que el objeto enjuego aparece como imaginario, puesto qué
ella está en postura de dar su sanción a lo que se presenta como su
insuficiencia para satisfacerla. En este avatar de la frustración, las primeras
sensaciones orgásmicas toman valor de signo, representan para otro esta
insuficiencia no simbolizada, sometida al capricho de un Otro real.
Esta problemática de crisis merece tanto más interés cuanto que se encuentra
en la clínica de la paranoia. El enlace de una primera sensación orgásmica
con la insuficiencia para satisfacer al otro se presenta en ella como una
“invasión desgarradora”, una “irrupción tambaleante”5 frente a la cual el
delirio que se elabora justo después tiene el valor de apaciguamiento. Será

5J. Lacaa, Seminario dci 27 de marzo de 1957.


86 los sesgos de lo literal

pertinente volver a pasar en una segunda y una tercera vuelta de esta lectura
por este punto de encrucijada. :
¿De qué manera la intervención del padre real hubiera podido liberar al
“pequeño Hans” de este callejón sin salida? La castración simbólica que él
solicita varias veces -¡Pero cógetela de una vez! Permíteme que pueda
finalmente chocar contra la piedra*- sacando el asunto de manos del niño,
habría tenido un valorresolutivoal autorizarlo aponer asu falo pon un tiempo
en re-creo. ¿Por qué razón, se dirá, esperar esto de un padre real? DiígÉió det
otra manera: ¿en qué consiste el carácter devastador de la castración materna,
mientras que la que viene del padre tiene valor de salida? Si toda investidura
viene del Otro, no cualquier pequeño otro va a poder encontrarse en posición
de emitir un enunciado que, como dicen los lingüistas, tendrá valor
“performativo”. El niño sólo puede esperar su identificación sexuada, ese
don de la castración, esta anulación del objeto fálico marcado a partir de ese
momento de un “a cuenta” para un goce posterior, su legitimación de
falóforo, de alguien que está él mismo en posición de poder arriesgarse a la
eviración y que demuestra, comportándose como es debido con su mujer, su
propia dependencia del significante.
/
* La instauración de lafobia suple lafaltade estasolución. Que el objeto fóbico
se presente como parásito que puede ir hasta paralizar gravemente los
movimientos del sujeto, no autoriza a desconocer que este parásito no
solamente es designado con un nombre, sino más aún, y por eso mismo, que
es localizable; sólo paralizas! es tomado como señal de inhibición, a partir
de lo cual se encuentra instaurado un trazo que divide entre lo que es
trecueniable y lo que no lo es. Un miedo localizado, un miedo de algo que
se encuentra designado de manera precisa, es ya algo muy diferente del
colmo de la angustia (no “mucha angustia”, sino el colmo como angustia) de
introducir, para el sujeto, “la falffi en ser en la relación de objeto”.
Esta última cita formula, en Lacan, ei efecto metonímico. El objeto fóbico
sólo introduce una fractura en el UniVerfótMsujeto porque se constituye, no
metonímicamente, sino más exactamente con una metonimia. En el diálogo
del 9 de abril con su padre, el “pequeño Hans” declara que fue en Gmunden,
en ocasión de sus ultimas vacaciones de verano cuando, como él dice, “le dio
la tontería”. Jugando al caballo, uno de süs amigos se había lastimado, lo que
hacía que los otros dijeran todo el tiempo “Wegen dem Pferd”, es “a causa del
caballo”. Wegen es a la vez homófona y homógrafa en plural de Wagen
(carro), cosa que el padre y Freud no dejaron de notar. Este episodio es
anterior a la primera manifestación del síntoma fóbico (enero de 1908) por
algunos meses. Entre ambos, un sueño de angustia hace visible, para el

6 S. Freud, Cinq psychanalyses, P.U.F., París. 1967, p. 151. (En español: Obras Completas,
tomo X, Amorrortu ed., Buenos Aires, 1980, p.69).
el “pas-de-barre "fóbico 87

“pequeño Hans” , el hecho de que ya no hay manera de hacer mimos con su


madre. Hay un paso entre jugar al caballo, estar enganchado al caballo, como
Wegen lo está a dem Pferd, y encargar al caballo metaforizar lo que es capaz
de morder, en un tiempo en que la mordedura es lo que viene regresivamente
a ordenar la relación madre/hijo cuando se vuelve clara, para éste último, la
imposibilidad de satisfacer a la madre. “Ya que no puedo satisfacer a la
madre con nada -dice Lacan- ella se va a satisfacer como yo me satisfago
cuando ella no me satisface en nada, es decir, me va a morder como yo la
muerdo, porque es mi último recurso cuando no estoy seguro del amor de la
madre ” 1.
El caballo es un nombre para el agente de la mordedura. Localiza así su
eventualidad; metaforiza aquello de que se trata en la relación del “pequeño
Hans” con esta madre a la que está enganchado. Pero, por lo mismo, abre
como tal la dimensión metafórica, el juego de la metáfora, donde el caballo
como significante -la continuación de la elaboración lo muestra ampliamen­
te- va a recibir diversas significaciones, va a encamar tal o cual personaje u
objeto.
El objeto fóbico no suple la carencia de la intervención del padre real sino en
tanto es puesto en función de significante8, pero de un significante especi­
ficado para abrir al sujeto -como el significante del Nombre-del-Padre- la
di(cho)mansión significante como tal; dicho de otra manera, para instaurarlo
como sujeto.
Que esta metáfora inaugural constituya el fondo de una metonimia no
presenta aquí nada de excepcional: esto es la regla en cada proceso metafórico.
No es suficiente, sin embargo, mostrar que el objeto fóbico tiene valor de
significante; también hay que dar cuenta de la posibilidad de esta puesta en
función significante del objeto. Si los conceptos de objeto y de significante
son generalmente opuestos, ¿en qué puede consistir la operación de unirlos?
El objeto fóbico no es del orden de lo que se ha nombrado “objeto empírico”
o incluso “objeto material”, de algo del mundo que se daría directamente a
la percepción. Causa gracia advertir que si la clínica de la fobia no ha
avanzado mucho con el establecimiento de muy largas listas de fobias -cada
una recibió un nombre docto forjado a partir de su objeto-, por el contrario,
esta tentativa tenía el mérito de hacer valer, al retomarlo por su cuenta, el
hecho de que el objeto fóbico es un objeto tomado de una lista.
Lacan hace notar que esta lista tiene que ver con una heráldica. El edicto de
1696, que obligaba al registro de los escudos de armas portados, pero que
daba a cada uno (incluidos los campesinos, fueron 70 000) el derecho de

7 J. Lacan, Seminario del 5 de junio de 1957.


* J. Lacan, Seminario del 26 de junio de 1957.
88 los sesgos de lo literal

hacer registrar lo que quisiera, muestra que no hay oposición, muy al


contrario, entre la puesta en lista y el desarrollo de la heráldica. Si las armas
allí son llamadas “parlantes” , no es simplemente por permitir identificar al
combatiente cuya cara está oculta tras el casco, sino también y sobre todo por
el hecho de que los elementos que componían al blasón eran elegidos, en la
mayoría de los casos, como rébus, acertijo que da a leer el nombre de sus
poseedores. Hay algo que está en juego en este cifrado, que está suficiente­
mente indicado por el hecho de que Racine, después de haber elegido como
blasón a una rata (raí) y a un cisne (cygne) (homofonía) iba a abandonar a
continuación a la rata, y la destrucción de los blasones durante la revolución
francesa no es diferente en su naturaleza de lo que se hizo con el recuadro de
Akhenaton después de que los sacerdotes de Amon volvieran a tomar, las
riendas en sus manos. Relacionando así objetos que están dibujados o
grabados con elementos de la lengua que se hablaba entonces (principalmen­
te nombres propios) de tal manera que una lectura es susceptible de encontrar
allí con qué identificar cada uno de estos elementos, la heráldica revela ser
del orden de lo escrito. Ciertamente, se notará que dicha escritura no es capaz
de escribir todo lo que se habla, pero hacer de este “escribir todo” el criterio
de la escritura no podría tener como resultado, tomado seriamente, más que
la impotencia de no poder escribir nada en absoluto.
Así, la observación de Lacan que señala como figura heráldica al caballo,
objeto fóbico del “pequeño Hans”, se revela como dando a este objetó un
estatus de cifra y, como tal, escrito. Me excedo, pero sólo muy ligeramente,
en lo que enuncia esa primera vuelta de la lectura. Al hacer un escrito del
objeto fóbico, me otorgo esa “superioridad que adquirimos tan fácilmente
aprés-coup”, que Freud evoca en su texto sobre el “pequeño Hans” , puesto
que el estatus lacaniano del objeto fóbico no encuentra en Lacan su plena
justificación hasta cinco años más tarde con el seminario sobre La identifi­
cación (que no oculto haber leído...hastadonde se pueda decir “haber leído”),
donde se aborda de frente la cuestión de la escritura -texto que será retomado
aquí más adelante (Capítulo siete). Me limité a decir con' esta alusión al
seminario sobre La identificatión que lo escrito es presentado ahí de la misma
manera que el objeto fóbico lo está en el seminario sobre la “relación de
objeto”, como algo que tiene que ve¡r con una operación en la que el objeto
es puesto en función de significante.
Así, no es por un mero modo de hablar que se dice, como lo hace Lacan, de
que el caballo “puntúa” el universo del “pequeño Hans”. Sabemos que los
signos de puntuación aparecieron tardíamente en la historia de la escritura:
no solamente suponen el escrito, sino también una aprehensión de las
dificultades de su legibilidad. El objeto fóbico es señal. Avanzada contra la
el "pas-de-barre ”'fóbico 89

angustia, es incluso señal de señal, puesto que ésta misma, en su definición


freudiana, es también señal.
¿Es necesario fundar más este estatus de escrito del objeto fóbico? La cosa
fió parece superfiua. Interrogaré, entonces, la definición lacanianadeí objeto
fóbico como objeto extraído de una lista.
Si existe un punto én que él escrito juega un papel específico y hace algo tnás
que duplicar la palabra, éste es efectivamente la lista. Y resulta extraño
comprobar que los psicoanalistas, a la vez que en sus instituciones hacen
lista, no creyeron nunca apropiado interrogarse sobre lo que implica para un
sujeto este enlistado de su nombre. Es sabido que la proposición de Lacan
concerniente a la habilitación del psicoanalista, llamada proposición del
pase, instituía una instancia llamada “jury d ’agrément1’, jurado de consenti­
miento, muy precisamente encargada de decidir si había o no lugar para poner
en una lista él nombre propio del candidato»
La lista és correlativa de la nominación, y doblemente: no hay nominación
sin }l§ta, pero tampoco hay Ista que no implique úna noirunaciátt, la del rasgo
que regula la pertenencia a la lista, rasgo que puede estar, etertaiíifsstíf,
primero implícito, pero que la lista va a revelar, .y# |ga por istófibirlOi por
haberlo puesto a la luz al escribirlOi o bien, más indiíectaijiénté, al.volver
necesario su descubrimiento a fin de decidir si tal o eu«í «lemeixto «nuevo
candidato a la lista- es admisibleo no en ella. Queel tomate sea fruteo verdura
no carece de interés, al repercutir sobre lo que hasta entonces se sabía, de una
manera en parte confusa, en lo concerniente a lo que es una fruta o una
verdura. La lista formaliza, razón sin duda por laque uno se molesta tanto por
la falta a las formá$ (recftazg de hacer ejltiular comérdaí apolicialiñenté los
ficheros informatizados) incluso .Ja foiSíia denegada del consejo bien
intencionado: “no hay que tnoítastotse por eso”.
Las listas, aunque casi nunca se articulan vocalmente, no son sin embargo
desdeñables. Muy por el contrario; 3SÍ¡ las listas conciernen al sujeto en
ciertos puntos agudos de su existeaela; en su estado civil, sus amores, sus
compromis0 soeráaciudadano,susenfermedades,su;estatusdefion6ribayen-
te, su relación con la propiedad, su vida profesional... Y no se puede más que
aprobar aJaek Goódy por haber inaugoado, .muy freudianamente, sa estudio
de la lista, con lalecturadel QtfaráEnglisk Dictiomary donde el término list
remite al hecho de escuchar £í%£?ílftg),' al deseo (lusting), a un hecho de

Gooáy observa que los primeros documentos escritos dé los que disponen los
doctossonslsten en una parte no desdeiítbte }Ven algunos lügaiss, mayori-

9 J. Goody, The domestication ofthe savage mind, 1977, traducido en 1979 en las Éditions de
Minuit bajo el título La raison grafique.
90 los sesgos de lo literal

taria (así ocurre en la antigua Mesopotamia) no en obras literarias sino en


listas de orden administrativo o escolar. Presenta, con justa razón, a la lista
como algo que permite una serie de operaciones que, sin este apoyo tomado
sobre la escritura, no podrían sino malograrse rápidamente. Veamos, de
acuerdo con el procedimiento adoptado aquí, una lista:
- La lista se invierte: una lista de propietarios de tierras se transforma en lista
de tierras relacionadas con sus propietarios y permite así verificar la
exhaustividad de las informaciones poseídas.
- La lista introduce la cuestión de la exhaustividad: una lista de los rituales
se ordena según la de los días del calendario. De allí la posibilidad de
establecer otras listas, también exhaustivas: la de los rituales según sus
diferentes géneros, la de los rituales apropiados a cada uno de los dioses...
- La lista invita a la enumeración: la enumeración es una puesta en relación
de los elementos de la lista con la lista de los elementos de la serie numérica.
- La puesta en correlación de dos listas produce una tercera pero de un orden
diferente: una lista de objetos se conjuga con una lista de procedimientos y
esto proporciona el modo de empleo, la prescripción médica.
- La lista implica la jerarquía: parece incluso implicarla tan necesariamente
que se apela con frecuencia al orden alfabético con lo que se supone poder
evitarla10.
La lista lleva más adelante el análisis (en el sentido de la distinción de los
rasgos pertinentes): las palabras puestas en listas son clasificadas, ya sea
apoyándose sobre su sentido (las nociones del determinativo en láescritura
egipcia o de clave en la china son productos de la lista), o bien a partir de su
forma gráfica (lista de los signos jeroglíficos), o también fundándose sobre
la homofonía (principio aprofónico).
En resumen, hay un practicable, un espacio donde se puede circular, a partir
de la-lista, y el objeto fóbico en tanto que objeto de una lista confirma, con
su estatus de escrito, su función de abertura, de acceso para el sujeto a una
posición que define, a mínima, este rasgo del practicable.
El desarrollo de este practicable,íu función, sus efectos, se desprenderán con
el segundo giro de la lectura, es decir el enlistado de las sucesivas fantasías
del “pequeño Hans”. Lalectura se hará entonces víctima de su objeto al punto

10Estas observaciones demuestran su pertinencia al permitir resolver, sin más dificultades, una
cuestión que permaneció hasta ahora, para los doctos, en estado de enigma: ¿Cómo ocurre que
nuestro alfabeto haya conservado tan escrupulosamente desde su punto de partida fenicio el
orden de la sucesión de sus letras? Y tanto más curiosamente cuanto que este orden no dene
ningún sentido. La respuesta hará el papel de huevo de Colón por ser dada por la pregunta
misma. ¡Es que se tiene siempre necesidad de un orden que no tenga ningún sentido y la cosa
resulta tan infrecuente que no es cuestión de soltarla cuando uno se encuentra con ella en manos!
el "pas-de-barre ”fóbico 91

de recibir de él una enseñanza de método.


Queda el hecho de que este primer cifrado permite ya confiar al “pequeño
Hans” lo que le corresponde: la puesta enjuego del escrito es, en primer lugar,
asunto suyo, el de esta respuesta a la crisis que lo habita y por la cual liga su
suerte con la de una cifra. Poner el objeto en función de significante consiste
en darle valor de cifra. Allí está el Sinnrebus cuyo ejemplo canónico se debe
a Herodoto. Se trata del relato de un episodio de la guerra entre los escitas y
Darío. Éste recibió, de enemigos cuyo terreno él ocupaba, un mensaje
compuesto de cuatro objetos: un pájaro, un ratón, una rana y cinco flechas.
Como el portador del mensaje escurrió el bulto al ser interrogado sobre la
significación del mensaje, Darío lo interpreta, según su anhelo, como el
anuncio de una rendición. Pero tal no fue la opinión de su suegro quien,
consultado, leyó: A menos que ustedes se transformen en pájaros para volar
en el aire, en ratones para penetrar bajo tierra o en ranas pora refugiarse
en los pantanos, no podrán escapar a nuestras flechas” . Abundan los
ejemplos de tales Sinnrebus y no carece de interés hacer notar que la mayor
parte de los que son citados conciernen a un peligro, no se contentan con
prohibir sino que apuntan a producir miedo al lector que se extralimitase ante
la interdicción. El objeto es tomado allí como significante a tal punto que
puede, como todo significante que se respete, cambiar de valor al cambiar de
lugar. Así ocurre con la flecha que los cazadores Tunguses dejaban tras de sí
sobre la pista que seguían: la flecha podía significar, según su orientación
(paralela o perpendicular al trayecto de la pista) y según su posición (sobre
el suelo o enganchada a un árbol), ya sea que había lugar para dejar de seguir
esa pista, o bien que no había presas de caza más allá de este límite, o también
que estaba prohibido acampar en ese lugar. Pero, como lo observa Février!2,
quien cita esta observación etnográfica, se franquea un paso cuando se
utiliza, en lugar de objetos, signos forjados por la mano del hombre: nudos,
muescas, dibujos. Es ese mismo paso el que franquea con su fobia el
“pequeño Hans”, quien pone los puntos sobre las íes cuando precisa a su
padre que el caballo proviene de su primer libro de figuras, del dibujo de un
caballo que herraban13. -
Ese dibujo no es en sí mismo el objeto fóbico; se vuelve tal con motivo de la
fobia. Pero, ¿qué quiere decir esto? Implica advertir en primer lugar que ese
dibujo no es ya el objeto mismo en el sentido del referente y que con eso se
forja la fobia. Pero, ¿cómo? Tomando ese dibujo como un significante, o sea
como representante, no del objeto que evoca pictográficamente sino como
representante de la representación (es el Vorstellungsreprasentanz de Freud,
acerca del cual evaluamos aquí que es decisivo no traducirlo por “represen­

11 Herodoto, Libro IV, capítulos 131 y 132.


12James G. Février, Op. cit., p. 17.
13 Cfr. Les cinq psychanalyses, p.144. (En español: S. Freud, Obras completas, tomo X,
x Amorrortu Ed., Buenos Aires. 1980, p.62).
92 los sesgos de lo literal

tante representativo-’ ni “representante-representación” sino, efectivamente,


por “representante de la representación”).
La fobia es ese paso en que se tacha, se barra el objeto como referente con
la instauración de una cifra que no representa al objeto sino a ta representa­
ción. Esto me justifica el llamar pas-de-barre. paso de barra, a lo que aflat
realiza.
Sin embargo, ese pas-de-barre se presenta en la clínica de la fobia cotoo algo
flotante, en el septido depifecer de anclaje, como Sí no cesase de no, acceder
a la efectividad, como si el paso que realiza fuese permanentemente suscep­
tible de Ser reducido, como si el pos de la negación (en francés) pudiese, en
Cada instante abolir ú g a m de la instauración. A géig otra vertiente del pas-
de-barre responde la alegación fóbica de un retorno siempre posible de la
angustia y, en numerosos.teóricos, la definición dé la fobia como defensa
contra la psicosis.. Esta última traducción es demasiado brutal y demasiado
rápida; nos limitaremos aquí, más modestamente, a considerar legítimo el
miedo adyacente á laeifra fóbica considerándolo ligado á un pasible defecto
de la barra.
Esas d^s vertiénteS:déÍf®-ífc'fef^ son el ‘‘litoral” de la letra su función
de límite. La fobia es un mal pasaje, un mal paso, de ahí su carácter
frecuentemente transitorio. La letra fóbica es ese asidero que un alpinista
mediocre e imprudente no rehusará aunque sepa qué no es capaz, de
garantizarle sa seguridad, asidero desmoíóaable pero capaz, sin embargo,de
darle acceso, sí su movimiento se hace con suficiente vivacidad, a otro
asidero en el que podrá énconrrar un más sólido apoyo.
Con el emplazamiento delá fobia, del que acabo de dar cuenta, se cierra el
primer giró de la lectura.
Las fiíOSáS, por otra parte, parecerían péder permanecer en ese nivel que pone
en juego cierto número de conceptos de los cuales puede hacerse un
inventariorfriistraciÓHcastración privación, me táfQraymetonimÍa¿Ííft#giná-
rio simbólico real representación y representante de terepresentasión, falo,
demanda y deseo, etc. Este vocabulario, de hecho, ha dado algunos hartazgos
a ciertos oyentes, y alumnos de Lacan, Los textos- que son la huella dé esla
reacción a lafinseñanza de Lscaniafl envejecido, por otra parte, rápidamente “
,A lainquietud despertadapor un retoras á Freu.át ellos responden can fuertes
dosis de tranquilizantes que apuntalan la creencia de que aquello con lo que
hay que vérselas tiene un sentido psicoanalítico. Se ve que la cosa corre la$:
tfiífes, aún hoy, donde #evidente el sentido del sentido psicoanalítico: ¡es
el sentido sexual! Este efecto de adormecimiento está muy bienáeñaiaáSi por

14J. Lacan, Lituraterre, artículo aparecido en Littérature, París, N° 3, octubre de 1971.


15Después de la muerte de Lacan, esta manera se reconoce francamente como una reconsideración
de la semántica analítica. Se demuestra así no haber sido su alumno sino en la medida en que
él proporcionaba alimentos nuevos al insaciable apetito herrnenéutico.
el "pas-de-barre "fóbico 93

Du Bellay cuando comunica a su amigo Doulcin lo que provoca en él el


espectáculo de las poseídas. He aquí los seis últimos versos de ese soneto, en
francés arcaico 16:

Quand effroyablement écrier je les ois


Et quand les blancs yeux renverser je les vois
Tout le poil me hérisse, et ne sais plus que dire.

Mais quand je vois un moine avecque son Latin


Leur táter haut et bas le ventre et le tétin
Cette frayeur se passe, et suis contraint de rire.

(Cuando horrorosamente gritar las oigo


y sus blancos ojos darse vuelta veo
todo el pelo se me eriza, y ya no sé qué decir.

Mas cuando un monje con su latín veo


tantearles arriba y abajo el vientre y el pezón
Ese horror pasa, y estoy obligado a reír)

La comodidad obtenida responde al hecho de que la traducción del sentido


de lo que se entiende en sentido psicoanalítico es irrefutable. Bastará con que
un niño como el “pequeño Hans” llegue a hablar de lumpf para que se sepa
de inmediato, -y sin detenerse siquiera sobre la ligazón lumpf/strumpf,
suficientemente subrayada, sin embargo, porel redoblamiento de lahomofonía
en una homografía (semejanza de forma y de color entre las medias y el
excremento)- que se trata allí de una regresión a la analidad.
Es necesario un segundo giro de la lectura pues el cifrado conceptual se presta
demasiado fácilmente a un tipo de lectura definido por la sola traducción. El
segundo giro será, entonces, una manera de poner obstáculos a lo que se podía
imaginar a partir del primero. Este segundo giro es el punto exacto donde un
gran número de alumnos dejó de seguir a Lacan prefiriendo -se tratará de
precisar la razón de ello- adoptar, ante la formalización que él introducía, la
postura del alma bella, dicho en otras palabras, ofuscarse ante esas formas.
La principal característica de esta segunda lectura es la introducción del mito
tal como Lévi-Strauss acababa entonces de definir sus coordenadas; el mito

16Se encontrará el texto de este soneto citado por M. de Certeaü en: La possession de-Loudun.
Coll. Archives, Gallimard, París, 1980, p. 160.
94 los sesgos de lo literal

sirve de referencia para la lectura de esta producción lujuriosa que el


“pequeño Hans”, solicitado por su padre, desarrolla a partir de su fobia. En
un artículo de 1955* “The structural study o f myttí'17. Léví-Strauss había
mostrado que el mito no debe leerse como remitiendo a un acontecimiento
supuesto sino que presenta una combinatoria que, si uno obtiene los medios
para descifrarla, permite a cambio definir el mi to como “modelo lógico para
resolver una contradicción”18. Así, lo que Lacan nombra en adelante
“fomentación mítica” dél “pequeño Hans” rio está tomado en cuenta como
si hiciera alusión a acontecimijentQS psíquiteosi interiores -no hay equivalente
psíquico que se deba imaginar correspondiente a cada una de esas
fomentaciones:* sino como una serie d e sistemas coherentes de significantes,
cuya coherencia sólo aparece, por otra parte, al ponerlos en serie. Su función
es, para e¡ “pequeño Hans”, de íniegración de su genitálidad; lo que es del
orden dé la impasibilidad en el tiempo de la instauración de la fobia sólo
ocurre con la articulación sucesiva dé todas las formas de imposibilidad
implicadas en la ctíéStíSa de partida. •
No tengo ía intención de retomar aquí el detalle de esta lectura que es, en
efecto, una lectura en la que cuenta el detalle, pues el valor de cada
significante no está a priori, en un codigo preestablecido, sino qué depende,
para una fantasía dada, del lugar de los otros significantes con los que forma
m .conjunto sintáctico. B1 carácter equívoco* de los elementas enjuego sólo
aparece con la puesta en serie, con lo que Lacan llama, con Lévi-Strauss, ía
superposición de líneas^, On capítulo posterior (bife. Capítulo nueve) daráia
demostración del carácter necesario de esta superposición de lincas, única
capaz de dar cuenta déífectrode que un ienguaje formal determina al sujeto20.
Bastará con notar, por el momento, que Sa lista de las fantasías del “pequeño
Hans’,!eitada al comienzo de este estudia no es unafioritura deja lectura sino
el medio indispensable de su puesta en práctica.
Jf *
El segundo giro de la lectura establece ía serie de las fantasías, recorta cada
una de eüas a titulo de un ‘‘elemento alfabético”24.
Pero, si bien es verdad que el ffiül debe pasar por el imqgifiSfk* para ser
simbolizado, falta dar cuenta de esta' simbolización, de le que hace posible
para el “pequeño Hans” pacaje de una aprgég0Mñj3lifi&4é M relación
con ía madre a una aprehensión castrada del conjunto de la pareja
parentatnz. Con respecto a esta exigencia, la, puesteen un alfabeto ordenado
de la serie de fantasías del “pequeño Hans” noes más que un primer paso. Ya:

17Artículo La estructura de tos mitos, retomado en Antropología estructural. Eudeba, Buenos


Aires, 1968, pp. 186-210. (Edición francesa: La structure des mythes, en Anthropologie
structurale, Plon. París, 1953, pp. 227-255)
'* Op. cit., p.209 (Ed. francesa, op. cit., p.254).
19J. Lacan, Seminario del 3 de abril de 1957.
20J. Lacan, Escritos I, Siglo XXI, México, 1984, p.36 (Ecritsr Seuil, París, 1966, p.42).
■l i. Lacan, Seminario del 3 de abril de 1957.
32lbid.
el “pas-de-barre"fóbico 95

a ser necesario, con el tercer giro de la lectura, escribir lo que liga esos
elementos alfabéticos unos con otros, únicá manera de no dejar en el misterio
la apuesta simbólica de la proliferación imaginaria.
Ya no se trata en adelante, en efecto, de atenerse a un lenguaje conceptual.
Lacan es completamente explícito sobre este punto: él objeto fóbico “no es
accesible de ninguna manera ala conceptualización, si no es por intermedió
de esta formalización significante” n . la misma que, a título de grano de
cilantro, introduce c! tercer giro.
“Formalización” impiica fórmula. Sólo la fórmula es susceptible de entregar
la razón del progresó metafórico que ¡a observación atestigua. E! proceder de
Lacan se distingue aquí del de Lévi-Strauss; si ésto, en efecto, propone, para
terminar, una fórmula para “todo mito” ut Lacan escribe tina, serie de
fórmulas, cada una de las cuales corresponde a un recorte dado de la
fomentación mítica del “pequeño Hans”. A cada elemento alfabético ante­
riormente transcripto responderá su fórmula, tales la regla ala que se somete
este tercer giro.
Hay conexión y cierre del tercer giro con el primero. Para comenzar,
conviene formalizar lo que había sido enunciado dél estatus dé la fobia como
lo que suple al defecto del don de su castración, que el “pequeño Hans” espera
de un padre real, y de una manera tanto más imperiosa cuanto que han
resultado incompatibles (esta incompatibilidad es laCrisis misma) su recien­
te posición de falóforo y lo que hasta allí orientaba su mundo: su relación con
la relación de su madre con el falo imaginario.
¿Qué quiere decir ese “don de su castración”? Para escribir aquello de lo que
se trata, Lacan se apoya en ia escritura de la metáfora, contemporánea, hay
que notarlo, dé su lectura del “pequeño Hans”. He aquí esta escritura:

Se sabe que Lacan ilustró esta escritura con una metáfora tomada de Victor
Hugo: “Su gacilla no era avara ni tenía odio” {Sa gerbe n' étmtpos ovare ni
haineuse). La fórmula subraya el hecho dé que, en el tiempo mismo de la
producción metafórica, la substitución de “su gavilla” por “Booz” anula a
“Booz”. Ya no podrá tratarse en adelante de que él tome el lugar de “su
gavilla”, “el frágil hilo de la pequeña palabra su que lo une a él es un obstáculo
más...”15. Pero, correlativamente, esta abolición radical de su nombre propio

13J. Lacan, Seminario dei 19 de junio de 1957.


-4C. Lévi-Strauss, op. cit., p.252. Lévi-Strauss retoma, veinte años más tarde, esta fórmula para
leer !os ritos del noven practicados por los Íaímul de Nueva Guinea (Curso de 1974/75 resumido
en el Annuaire du College de France) así como en Du miel aux cendres, p.212 (De la miel a
las cenizas. Fondo de Cultura Económica, México, 1972, p ...) donde declara, sin más
justificación, que esta relación canónica no dejó de guiarlo.
23J. Lacan, Escritos 1, Ed. Siglo XXI, México, 1984, p.487. Trad. T\ Segovia.
96 los sesgos de lo literal

se presenta como un precio pagado por una creación, por un salto que es,
como se sabe, el acceso de Booz, a pesar de su edad avanzada, a la paternidad.
Esta relación anulación/re-creación es precisamente la misma que juega en
lo que concierne a la castración simbólica. Por ser puesto fuera del juego
temporalmente; %<pbjeto .^íalo imajpttáná* recibe allí su legitimación para
un goce ulterior; Lá salida del Edipo por la castración sim bólfe resulta así
Sasi^i^íí>l¿)dk'Stá: inscripta en Uná;fónnu|á que retoma en su disposición la
de la metáfora: «■

no difiere de la esájHWlt-iíe la metáfora más que por él valor de


los iérsxtÉas empleados: P designa el padre real en tanto agente'de la
castraciéñ lsimbólica, X inscribe ía-'posÍcí<5ri del varón en tanto anulada por
^ ;<^raé!ón. La fórmula se lee entoiiieegasí: la substitución por l*$ual el
padrereai ocupa el lugar del niño en una relación con lamadre imaginariamente
engañosa es congruente (~ ) con lá castración simbólica (es la hoz) donde el
ser áefaiiño, el X, encuentra el + s).
Nada de esto se produce con el,‘‘peqúeS© Hans” ; cuando, en un comporta­
miento mapifiía^uii^ítóe dirigido a su padre, leclara, en nombre de sus
pequeñas desdichas, querer ir a hacer mimos en el lecho con mamá -la cual
está encantada de abrirle sus sábanas- el padre deja a madre e hijo entregados
a sus tiernas efusiones, y no encuentra nada mejor que emitir algunos débiles
gritos que, notablemente, se dirigen precisamente a un Freud, quien, inventor
del Edipo, se supone que indica con ello a sus discípulos que ésta es,
efectivamente, la actitud que espera de un padre en casos semejantes26.
Cuando esos mismos arrumacos se vuelven para el “pequeño Hans” signos
de su insuficiencia para satisfacer a la madre (la llegada de una hermanita
confirma esta insuficiencia), entonces cambian de valor: de refugio que eran
aparecen ahora como una trampa. Es la crisis que Lacan escribe así: ■
(M + cp + a ) ^ s in +71 III
La secuencia entre paréntesis: madre + falo imaginario + sus pequeñosotros,
(aquí la hermana recién llegada), es la secuencia del deseo-fnatffifjiO, dicho de
otro modo, aquello con lo que el ‘'pequeño Kans” tiene que vérselas más allá
de ía como objeto; de allí el redefeiapiiento Se M ala yezeay. fuera
del paréntesis. La crisis consiste en ia-equivatencía

36 S. Freud, Cinq psychanalyses, Op. cit., p.l 38, (S. Freud, Obras completas, Op. cit., p.108).
el "pas-de-barre "fóbico 97

- del Yo del niño (m) aumentado por su pene real (ti)


- y de su relación con el objetQmatemo en tanto que, más allá de la madre
¿orno objeto, es asi) deseo a lo que se trata en adelante de responderá! éontado
efectivo.
Esta* equívaientífá funda iQvivtdei de una i n s u f i c i e n c i a p u e d e ser
planteada s|*íp sobre su íondo; A^i|sta fórmula no vale j^alápSIasGía sino
para aquello a lo que respóndela paranoia.
Aplicando ahora el método de lectura descripto para el segundo giro, ¿8
posible ponef ¿aserie esas ésfirituras; resulta de ello una observación muy
simple según la cual Ja última fórmula difiere de la$ dos precedentes, (así
Ó509Ode aquellas qUB;s ^gpii^| €® que no,exige, parae^ilÍ>H38& « $ jque una
joÍa-¿rnea.tBscribe,.enío!(ilée5í en hueco, lerque he llamado el pus-de-bárre.
que resulta asfel nombre de ésa encrucijada, deese tronco cemún a partir del
cual se separan la fobia y la paranoia. El pas-de-barre nombra el defacto de
la función metafórica ■
La respuesta fóbica instaura la metáfora aS ser ella misma una metáfora. Es
ló que constituye el.valar.de la definición del objsto fóbico como objeto
pttésto en futíéíóil dé sigHÍ^cante. Hay fobia parágl; “pequeño Hans*
porque su relación con su madre (egresa a la mordedura a causa dál8'<3i!Ísls¿
sino por la noroioafiión del caballo como metáfora del agente de la mordedura
én4l lugar mismo en gpe era. esperada la in%rvgnci4h,4e unpgdrét'i’al. De
al|f ta fórmula de la foMaéfi ^■tí6ni|J0,iitó^gtá'al:

El caballo edtoo. signí&anié (‘I) está en el Ii*gár de P éá n . Anula,


substituyéndola, la secuencia del deseo m aí^O ’, Esta fórmula de la fobia está
eneotaformid^eanladelam^ Comparadacón IH, fcay dhórabáría,
superposición de líneas, por medio de lo cual el caballo como stgnificanije
rt^áltará-’s^ceptíble ieiitrac en cane?d4& con otros.S!|»Ífii5aíBEéf y de
me taforizar así y a no sólo la mordedura sino además et arnés, la caída..., etc.■
Lacan escr&e algunas, de las fórmulas que corresponden. a las sucesivas
fantasías: da en particular la del punto del resultado final en que el “pequeño
Haá^vf&dísfefeyerido los ujgares, seeoíoca como padre imaginario. No es
fácil <4ár cuenta de esé progajtó-métafódtío pues la fbrmalixáición que s¿
introduce no esta completamente desarrollad^- Cómo, además, Lacan á<í
éscoge ^ s tó s a t las ligias de escritura que/introduce de.la misma maneia en
que?se puede preseiitar el juégodeuna axiomática, sinqque procede más bien
98 los sesgos de lo literal

según cada ocasión, cabría proponer escrituras para las fórmulas que faltan
y desprender luego, a posteriori, las reglas de ortografía que quedan, en parte»
implícitas en el texto de Lacan. Sin embargo, dado que mi objetó no es aquí
el “pequeño Hans” sino la lectura que Lacan hace de él, considero suficientes
las Indicaciones retomadas aquí. Esas indicaciones permiten extraer algunas
conclusiones.
Esta lectura sé ordena en tres líneas superpuestas:
1) El cifrado conceptual. Es el nivel de la traducción.
2) Una transcripción de las fantasías del “pequeño Hans” en Una Serie, de
elementos alfabéticos, ordenada temporalmente.
3) Una transliteración (planteada en principio y realizada en parte) de cada
uno de esos elementos, tomados uno por uno, y formalizados en otra escritura,
qüe toma su punto de partida en la escritura de la metáfora.
Sólo este tercer nivel es susceptible de dar cuenta del asunto, del surgimiento
de la fobia y también del hecho de que llega un tiempo en que ella cae en
desuso. En los últimos seminarios del año universitario 1956-1957, Lacan
manifiesta su vacilación en “dar una serie de formulaciones algebraicas”.
“Me repugna un poco hacerlo, por temer que, de alguna manera, los espíritus
no estén todavía completamente habituados a ello, abiertos a ese algo que,
creo, está a pesar de todo en el orden de nuestro análisis clínico y terapéutico
de la evolución de los casos, [algo que es] el porvenir. Quiero decir que todo
caso debería poder llegar a resumirse, al menos en sus etapas esenciales, en
una serie de transformaciones de las que les he dado la última vez dos
ejemplos...” (A continuación se retoma el comentario de las fórmulas
numeradas aquí como 111 y IV 27.
Es un hecho que este abordaje de la clínica psicoanalítica no encontró
prácticamente ningún eco; no hay un solo trabajo que haya hecho suyo él
modo de lectura aquí puesto en práctica. ¿Quiere decir, acaso, que se trata de
una simple cuestión de método? Ciertamente no, si se entiende por ello algo
que sería exterior y extraño a su objeto.
En efecto, no carece de riesgosaventurarse más allá del cifrado conceptual.
El peligro no está tanto en la formalización como tal (después de todo ella es
algo familiar para los instruidos) como en lo que reclama necesariamente, a
saber, la afirmación de que lo que laformalización escribe no es simplemente
para el analista sino que vale también para el sujeto del que hace caso.
Justificaré primero la pertinencia de esta observación, antes de ponerla en

27 Seminario del 26 de junio de 1957


el “pas-de-barre ”fóbico 99

discusión. Así, se puede notar que Lacan; a propósito de la fórmula de |>


crisis» no vacila en decir que “aquello de lo que se trata para el niño es tal vez
en efecto de hacer evolucionar eso” (la formula DI) o también que el pequeño
fóbico, por no atenerse a la solución provisoria del miedo a los caballos,
tendrá que vérselas con “esta ecuación (que) no puede ser resuelta más que
según sus propias leyes”2* (se trata de la fórmula IV). Está en la línea recta
de esas afirmaciones admitir, para terminar, que lo que hace que cese el
síntoma corresponde al hecho de que el niño, al jugar con los elementos del
sistema, se da cuenta de que se trata justamente de un sistema que se le
aparece, cuando lo experimenta como tal, dotado de lógica. La logificación
es la transformación decisiva.
Puede parecer insensato tener que admitir que el “pequeño Hans” tenía que
enfrentar este conjunto de pequeñas letras y de signos gráficos que constitu­
yen un álgebra y que Lacan introduce para la lectura de lo que Hans dio a
entender a su padre y a-Freud. O, también, para decirlo de otro modo, la
recomendación de Freud de “no confundir elandamio con el edificio mismo"
tendría valor no de consejo sino de comprobación de imposibilidad: no se
trata de confundir el andamio con el edificio, porque él mismo ese! edificio.
Se puede observar que es tal vez más insensato aún no admitir ese real de la
formalización. Pues, salvo sí se considera que el inconsciente es lo ilógico
mismo, no hay elección posible, debe admitirse efectivamente que esta
lógica de laque depende es, en efecto, laque se dice que es, pues, para aquella
que no se dice, como no se la dice, nada se puede decir de ella. ¿Se dice sin
embargo, con esto cualquier cosa? El asunto debe, ciertamente, ponerse a
prueba. Pero persiste elhecho, y no es poca cosa, deque a partírdel momento
en que se escribe la fórmula, tal prueba se vuelve posible: el cifrado formal
se presta a la refutación.
Esta discusión deberá esperar la introducción de nuevos materiales para ser
más desarrollada. Me parece sin embargo que la cuestión gana en precisión
cuando uno se da cuenta de que el último paso de la lectura del “pequeño
Hamf\ e l paso que Lacan indica al decir que sé trata de “transponer en una
formalízae:onw”, es identificable como transliteración.
A partir de allí, es desde ahora posible situar, para concluir, lo que ocurre con
el síntomaen, el campo del psicoanálisis. B&starápara esto que el lector, como
un ciego, se deje guiar por las fórmulas retomadas más arriba..
La fórmula IV corresponde a la emergencia del síntoma fónico. Escribe la
triple operación -de suplencia, de substitución y dé apertura- del objeto
puesto en posición de significante en la fobia,.

28 Seminario del 26 de jumo dé 1957.


29 Seminario del 26 de junio de 1957.
100 los sesgos de lo literal

IJ La suplencia a la castración simbólica c$5iTesponde al hecho de qug ‘I en


IV va en el lugar de P en II.
2) La substitución corresponde al hecho de que la secuencia: del deseo
materno (M + <p+ a) va en IV en el lugar de S en I.
3) Pero esos dos lugares sólo existen por el hecho de la barra que los separa;
esta barra, que produce dísconti nyidad entre IH y IV, escribe la superposición
de líneas, la apertura de la función metafórica como tal.
El pas-de-barre, el paso de barra que hace pasar de lila IV no es una simple
manera de cifrar; si bien es, en efecto* la fobia misma, debe ser posible
mostrar qiié el fóbico tiene que vérselas con esta baira, y de una manera que
corresponde a algo diferente de no se qué profundidad. La profundidad es la
coartada de lá traducción abusiva.
Para esta mostración, abandonaremos la i pendientes aireadas que, hace un
rato, constituían metáfora, p a li penetrar ahora en la asfixiante atmósfera de
las pirámides..
En el texto llamado “délas pirámides”, uno se sorprende de encontrar ciertos
ideogramas que se distinguen de la manera en que están escritos en cualquier
otra parte: los egiptólogos han hecho la lista de esos rasgos distintivos:
¡.ideogram as .q u e figuran animales o humanos .están dibujados
incompletamente: en lugar de en lugar de
2.ideogramas que estan cortados éñ dos-por una sección no grabada: así:
o también : •"
3.cuando la escritura esta en hueco sobre la pared, una parte del ideograma
es tapado de nuevo con la ayuda de un pequeño montón de yeso30

-10 Lexa, La magie dans l'Egypte ancienne, pp. 77,78 y 88 y lámina LXXL J. Ph. Lauer,
Saqqarab, p. 180 y figura n° 155.
el "pas-de-barre"fóbico 101

Fragmento de los “textos de las pirámides”. El jeroglífico señalado presenta la siguiente partí
cularidad: sólo la parte anterior del bovino fue pintada de verde como cada uno de los otros je
roglífícos del texto; su parte posterior había sido tapada con yeso. Tales hechos se comprueban
en otros jeroglíficos que figuran otros grandes animales. Cír. Jean Philippe Lauer, Saqqarah,
Tallandier éd., París, 1976, p. 210, figura 155, fuera de texto.

Tales hechos son difíciles de interpretar pero hay dos pantos que quedan
adquiridos. Primero, se trata aquí de elementos del texto con iguales títulos
que los otros elementos textuales a los que acompañan. Este punto es
incuestionablé. Se podrá discutir mucho más sobre el segundo punto, pues
apela a la teología egipcia. Se sabe que no hay en los antiguos egipcios
adoración como tal de la imagen, pero que, en cambio, ésta es susceptible de
adquirir vida, de recibir, de albergar por un tiempo lo que llaman el Ka y que
tradujimos lo mejor que se puede -seguramente muy mal- por “el espíritu”.
Este posible albergue, que opera para la imagen, la estatua y también para la
momia, depende de la buena voluntad del Ka que puede decidir pasar la noche
vagabundeando por el valle o reocupar su imagen en la tumba (imagen que
yo privilegio aquí porque, como en el caso de Lacan, el cuerpo es pensado por
los egipcios como puesto en el plano). En una pequeña parte, sin embargo,
102 los sesgos de lo literal

la imagen puede influir sobre la decisión del Ka presentándose por sí misma


con un aspecto que sea agradable a sus ojos, que le convénga por su belleza
-lo que implica, entre numerosas exigencias estéticas codificadas, que sea
una imagen completa-. Así, los diferentes tratamientos que el escriba hace
sufrir a los ideogramas se dirigen verosímilmente a los Ka(s) correspondien­
tes como para decir a cada uno de ellos: “Mira esta imagen ,truncada,
decapitada, tachada, ensuciada con un montón de yeso, ¡cómo podrías
decidir venir a habitarlo! ¡Hay otras imágenes para tí! ¡No te engañes sobre
el valor de éstas, no están en la pared de esta tumba sino en tanto signos de
escritura!”.
Así. la barra que atraviesa al león indica que se trata en efecto de un
significante, apuntado como tal por la marca que atraviesa lo que podría
quedarle de aspecto pictográfico. Pero a este significante comotai se le asocia
una suposición que no es la del escriba -quien, por su parte, tiene el cuidado
de precisar de qué se trata- sino la que él atribuye al visitante eventual,
considerado como susceptible de confundirse al desconocer el valor escritural
del dibujo y considerarlo solamente como,una imagen del objeto. El escriba
tiene, ciertamente, buenas razones para tomar en cuenta esta eventualidad, y
hay que admitir, en afecto, que el porvenir no lo ha desmentido porque
todavía hoy la opinión general ve en la pictografía el primer paso de la
escritura. El malentendido posible está en el lugar del Otro donde la letra debe
hacer litoral y eliminar así el malentendido. Por eso conviene poner los
puntos sobre las íes: el león tachado es un objeto fóbico.
Es divertido notar que el escriba no trata a su lector dé una manera diferente
de laque yo pongo en acción aquí con el mío al subrayar, en el lugar del objeto
fóbico, un significante que lo escribe localizado como tal.
A partir de esto es posible precisar lo que quiere decir “poner el objeto en
función de significante”. La cosa no se reduce a su punto de partida, que no
es, sin embargo, desdeñable, puesto que ya ei objeto de que se trata, caballo
o león, no es un hipotético “objeto bruto” Sino el dibujo de un objeto, un
dibujo que no es tomado como representante dél objeto sino como escritura
de su nombre. Es la operación del “rébus de transferencia” de lá que ya hemos
tratado aquí. Sin embargo, si elfVé£>¡<.xde transferencia” es un punto de apoyo
para ía fobia, no basta para definirla. Hay fobia, hablando con propiedad, por
esta marca suplementaria que escribe para el Otro que el objeto es puesto en
función de significante. La fobia tiene la •consistencia de un “rébus de
transferencia” señalado. De allí el hecho de que ella pone siempre en
movimiento el entorno del sujeto; y lo que le señala al entorno, incluso de la
manera más aguda (pues éste llega rápidamente a no saber qué hacer), !a cifra
el upas-de-barre”fóbico 103

fóbica como tal (una cifra, es decir “tino no comprende nada”), no es otra cosa
que el miedo, o sea la angustia aligerada.
F.l miedo es el afecto dé lá barra que, para el fóbico, no puede ser efectiva (en
el lugar del Otro) sino afectada. ¿No se habla, acaso, de afectación cuando
uno se encuentra una manera de ser simplemente,subrayada? '
F.n las pirámides de Unas o de Teti, se encuentra otra manera de marcar el
valor escritural del ideograma. En lugar de subrayar este valor con uno de los
rasgos más arriba enumerados, el escriba ha suprimido pura y simplemente
el ideograma w f, reemplazándolo, puesto que escribe el trilítero rmf
-con los tres unilítéros ^^m s=s?^ue corresponden, respectivamente, á r,
m y t. El caso merece nuestro interés pues basta con producirlo para que sea
demostrado que una transliteración puede hacer las veces de barra. No sólo
hace las veces de barra sino que es barra. Se trata, en efecto, de una
transliteración porque, en su preocupación por marear con una cifra el
escrito, el escriba pasa de una manera de escribir a otra manera al borrar
radicalmente esta vez todo resto pictográfico. Habría bastado con que este
procedimiento se generalizara para que la escritura egipcia dejara de ser la
bastarda que manifiestamente era para volverse una escritura alfabética ®.
Así resulta que, al transliterar ur.o por uno los conjuntos sintácticos antes
transcriptos, Lacan no introduce, con su álgebra, un cifrado suplementario
que tendría estatus de metalenguaje; el cifrado suplementario permanece en
la línea recta instalada con la fobia. O, támbién, para decirlo de otro modo,
no hay diferencia esencial entre lo que da a leer Lácan y lo que da a leer el
“pequeño Hans”. •
Esto no significa que la transliteración carezca de consecuencias. Permite, en
particular, situar la función del síntoma. Que la fórmula III de lá crisis no
satisfaga la de la metáfora da en contrapunto la función del síntoma fóbico
(IV) que, como pas-de-barre, paso de barra, instaura una disposición
isomorfa con la de la escritura de la metáfora. Es decir que el síntoma efectúa

31 Lefebvre, Grammaire de l'egyptien classique, p. 16.


/

L
Capítulo cinco

donde el deseo bribón vale-nada *


La letra fetichizada
En la página 318 del tonto V de los Cahiers André Gide
(Cuadernos André Gide) encontramos, de la pluma de la “Pe-
tite Dame ” , el testimonio siguiente: "...después él se ríe abier­
tamente porque yo le digo con un tono exasperado: ‘¡Usted
jamás dirá simplemente: esta mantequilla es amarilla! No,
¡usted tiene que decir: Negar que esta mantequilla sea ama­
rilla, sería ciertamente una locuraJ -Sí, dijo él irónicamente,
¡eso es lo que se llama el movimiento de la frase!”

“¡Oh!, imitar lo que uno imagina


André Gide

Mientras que los ciftamientos puestos enjuego para la lectura podían variar,
en Lacan por el contrario, se maniñesta como una constante ese modo de la
lectura y, correlativamente, ese abordaje del síntoma. Lacan lee el caso de la
joven homosexual con el esquema L; Schreber, con el esquema R, Joyce con
el nudo borromeo,... etc. Acabamos de concluir el capítulo anterior con la
importante observación de que ese modo de leer con el escrito implica que
el síntoma sea tomado en cuenta como aquello que suple la falla de la
transliteración. ¿ ♦
No hace falta proceder exhaustivamente para confirmar esto; todos pueden
hacer la experiencia. Pero puesto que se necesitan al menos dos ocurrencias
para poder decir: “...y así sucesivamente”, elegiremos ahora estudiar el texto
Jeunesse de Gide ou La lettre et le désir (Juventud de Gide o La letra y el
deseo), que, además de esa confirmación, ofrece la ventaja de presentar, con
el fetiche, su contrapunto a la fobia.
Veamos: se realiza un baile en la casa familiar de los Gide. Alertado por el
rumor inhabitual, el joven André se atreve a descender furtivamente algunos
escalones de la escalera; es menester ir a ver. Cito: “Nada tiene el aspecto
acostumbrado; me parece que voy a ser iniciado de golpe a una vida
misteriosa, diferentemente real, más brillante y máspatéticay que solamente
comienza cuando los niños pequeños están acostados .” Una bella Dama

* Título en francés: Ou le desir vaurien. Cfr. página 108 de este capitulo.


106 los sesgos de lo literal

repara en él y se acerca al niño; bajo los adornos y el vestido de seda, no


reconoce a una amiga de su madre que, sin embargo, había visto esa misma
mañana. Luego, llevado a la cama de nuevo, con el espíritu todo confundido,
surge este pensamiento, antes de hundirse en el sueño: "Existe la realidad y
los sueños; y además existe la segunda realidad”'. André Gide no tiene
todavía siete años.
Si la realidad es como “un espectáculo fuera de la realidad”2, no es posible
encontrar en ella esa garantía imaginaria sobre la cual se apoya la ilusión
común que, porejemplo, hace concebirque quien viene a una cita es el mismo
que la ha concertado. El Yo, objeto de la realidad, está marcado por su
escisión. Quien declaraba: “Como un descuartizado he vivido” 3 , gustaba de
citar este verso de Racine: “¿Por cuál turbación me veo yo transportado lejos
de mí?”4.
Así, cuando a la.edad de 11 años, en medio de sollozos, cuyo motivo se le
escapa, Gide hace escuchar a su madre su “¡Yo no soy igual a los otros! ¡Yo
no soy igual a los otros!”, hay que admitir, no que es diferente de otro de quien
diferiría por tal o cual rasgo(s); sino, más radicalmente, que está hecho de otra
pasta por no tener otro sobre el cual acomodarse como Yo5. ¿Será que el amor
de una Eco le faltó a Narciso? Pero en lugar de intentar prematuramente dar
la razón de esto, conviene seguir sus efectos.
Los llamaremos: de proteificación del Yo. El camaleón, al fallarle un color
extraído de su entorno, elaborará una teoría sexual infantil según la cual se
vuelve verde porque “piensa en hojas”6.
Pero el pensamiento huye. Y la cuestión de saber dónde se detendrá el
pensamiento se hace tanto más aguda cuanto que el Yo escolta y sigue. Gidt
tiene directamente que vérselas con eso en sus “obsesiones”: "He aquí cómo
comienza esto: en el silencio de la noche, ni bien me acuesto y apago la vela
en lugar de sueño, lo que viene es una melodía, una melodía corta y simple
en forma de fuga. Primero se desarrolla simplemente, luego, cuando
recomienza, surge como un eco, una adyacencia que se desarrolla enforma
de canon paralelamente a la primera. Luego una tercera se injerta en el
tercer compás... una cuarta quiere tomar impulso; trepa sobre la primerc
al unísono, pero con un timbre* dife rente; las distingo -empujan -todo se
mezcla hay que recomenzar - la primera ensaya una fioritura; la seguru.i
sigue; luego la tercera; -laprimerase apresura; las otras siguen scherzando..
Al poco tiempo es una obsesión insoportable; me levanto y, para acallarla.

1A. Gide, “Si le grain ne meurt” (hay traducción española: Si la semilla no muere, Ed. Losada,
Buenos Aires) en Poésies, Journal, Souvenlrs, N.R.F., 1952, p. 310..
2 Jean Oelay, La jeunesse de Gide, Gallimard, L I, p.147 y 148.
3 J. Delay, Op.cit.,1.2, p.636.
4Id., l I,p. 549.
3/d.,t. l,p . 173.
6 Id. L 2, p. 310.
donde el deseo bribón vale-nada 107

toco simultánemente muy fuerte en el piano unos acordes al azar; -y la


melodía irritante canta tanfuerte que produce una disonancia real al chocar
con el acorde superpuesto "7. La multiplicación gideana de los personajes es
del mismo género; Gide invita a que se incluya en esta lista su propia figura
de hombre de letras. Así, en Los monederos falsos, uno de los personajes,
Edouard, proyecta escribir una novela cuyo título sena “los monederos
falsos” y con este fin lleva un diario donde discute la novela futura. Pero
paralelamente (con ese “paralelo” mismo que André Walter dirige a
Emmanuelle -“Caminaremos paralelos...”-, la multiplicación de la imagen
reclame la posición en paralelo de dos espejos), Gide escribe Los monederos
falsos y propone, con su novela, otro libro titulado Diario de los monederos
falsos, en el cual tiene el cuidado de escribir que ese cuaderno “debe
convertirse en el cuaderno de Edouard” s. Ni Edouard, ni André Walter, ni
Tytire, ni Corydon... son soportes de identificación para André Gide. “No soy
el inmoralista, observa, me basta con haberlo escrito”9.
En términos gideanos: el “representar” (es decir: componer) no cesa de
presentificar lo que sería “Yo” como algo “puesto en abismo”. En el límite
extremo de este proceso de refracción del Yo, se encuentra su disolución que
es ese punto en el que se convertirá finalmente en algo, pero que sólo podría
hacerlo reduciéndose a nada. Gide jamás olvida que la posibilidad de su
disolución (que aquí se revela como punto de encuentro del imaginario y el
real) habita la imagen; que la nada, término de la serie, está igualmente
presente en cada uno de sus términos.
De esa nada, ese rien, que Delay leyó en el Viaje de Unen, ¿tal vez no señaló
suficientemente su alcance? Esa nada como “..marca de ese hierro que la
muerte trae a la carne cuando el verbo la ha desenredado de! amor”10se vuelve
a encontrar también:
- en la literatura que elige Gide , la cual, desencantada de la acción, es una
literatura donde no pasa nada. La Angele de Paludes se asombra de esta
manera de pescar: Tytire no atrapa nada; “¿Por qué?, pregunta Angele. -Por
ia verdad del símbolo. -¿Pero y si atrapara algo?- Entonces sería otro símbolo
y otra verdad”11.
-en la filosofía del acto gratuito, “Un acto que no está motivado por nada.
¿Comprende usted?, interés, pasión, nada.”

1id., 1.1, p. 563.


* A. Gide, Journal des faux monnayeurs, Gailimard, p. 31.
9 Citado por A. AngJés, André Gide et le premier groupe de la N.R.F., Gailimard, p. 38.
10J. Lacan , "Jeunesse de Gide", Ecrits, Seuii, París, 1966, p. 756. (Hay edición en español:
Escritos, traducción del francés por Tomás Segovia, Siglo XXI, México, décima edición
corregida y aumentada, 1984, p. 736. £1 capítulo "Juventud de Gide’4 fue traducido por
Armando Suárez. Traducción modificada por nosotros).
" Citado por J. Delay, op. cit., t 2, p. 415.
108 los sesgos de lo literal

- y hasta en su relación con su mujer, Madelaine, Reina de Urien (su nombre


de Reine, fuera de la e final m uda, sólo difiere del Rien, de la Nada, por una
permutación), cuyo tenor exacto señala Gide cuando escribe en Si la semilla
no muere: “Creí que todo entero podía entregarme a ella, y lo hice sin reserva
de nada.” Introducir una coma entre “sin reserva” y “de nada” bastará para
legitimar el lugar de ese “de nada” que, a pesar de parecer redundante desde
el punto de vista semántico en la frase de Gide, tomará, con lacoma, el sentido
de la réplica a los agradecimientos.
“Nada” es eso con lo cual Gide “no descuida su deseo” 12. Se puede decir de
él lo que escribe refiriéndose al pequeño Boris de Los monederosfalsos* “Le
parecía que se perdía, qüe se hundía muy lejos del cielo; pero sentía placer
en perderse y hacía de esta perdición misma su voluptuosidad” 13. El niño
Gide experimentó muy tempranamente que la disolución del Yo puede no ser
sin g o ce14. También el punto donde la disolución reduce el Yo a Nada es al
mismo tiempo aquél donde cesa el goce. Y cuando Gide necesita una fantasía
para que su deseo acceda al placer, para turbarse hasta aquel punto de
vacilación la encontrará en la figura del niño bribón, granuja, vago, bueno
para nada, vaurien.
Dejamos escapar e! asunto si hablamos aquí de “pedofilia”. No es cualquier
niño el que hace desfallecer a Gide, y sus relaciones sexuales Con un
Mohamed (encamación para él del bribón, del bueno para nada) nó hacen
más ruido que la palabra “palmas” en un verso de Mallarmé. Agarrar la mano
de un Mohamed es suficiente para darle cuerpo a la fantasía, permitirle
“gozar de desear” 13. O entonces, si uno elige mantener esta categoría de la
pedofilia, hay que apaciguar (¡si es que se puede!, -pero por supuesto no se
puede) las imaginaciones eróticas de legisladores neuróticos, haciéndoles
notar que el cazador de buenos para nada está provisto, no de un fusil con
cartuchos, sino de un fusil de exposición de aire comprimido cuyo gatillo es
accionado por un polvorín de goma fatigado16.
Pero gozar de su deseo -fórmula lacaniana para la perversión- no es desear.
Desear el deseo difiere tanto más claramente de obtener su goce cuanto que
dicho goce es una última manera de evitar el deseo. Basta con que una mujer
avance hacia Gide manifestándole lo que él puede creer que es su deséo para
que inmediatamente el turbio miedo que lo invade sólo encuentre escapatoria
en ese sobresalto que, inmediatamente, hace que se aparte. Ese movimiento
siempre se verifica en Gide. Por cierto que la aventura con Meriem (me-rien,
me-nada), no lo desmiente; niña-mujer cogida pensando en su joven herma­

12J. Lacan, "Jeunesse de Gide", Ecrits, op. cit, p. 757. (Escritos, op. cit., p. 736).
13 J. Deláy, op. cit., 1.1, p. 252.
14 Cfr.: 1) La metamorfosis de Gribouille en vegetal (J. Delay.t. l,p.250);2)el juego de derretir
los soldaditos de plomo (t. 1, p. 142 y 149); 3) la frase "el estropicio me hacía desfallecer" a
propósito de Una lectura de Madame de Ségur donde una doméstica, a quien le hacían
cosquillas, dejaba caer al sUelo toda una pila de platos.
15 J. I-acan, Seminario sobre “Les formations de Vinconscient' del 26 de marzo de 1958.
J. Delay, op. cit., p. 402, t. 2.
donde el deseo bribón vale-nada 109

no Mohamed, en connivencia con Paul Laurens, que había abierto la vía; y


no sin que la madre de Gide, al llamado de su hijo, acudiera hasta Biskra para
aliviarlo de tener que presentarse como falóforo ante una mujer. Ya sea ante
los avances de su tía (madre de Madeleine), de los de una andaluza de cabaret
o incluso de la corpulenta suiza, siempre se trata del mismo esquivar tan bien
observado por una prostituta de las callejuelas cercanas al bulevar Saint
Germain. Viendo a ese adolescente apartarse de su cercanía, ella le dice con
una voz “a la vez regañona, burlona, mimosa y jovial: “\Pero no hay que tener
miedo mi lindo muchacho!"- y Gide que agrega: “Un flujo de sangre me subió
al rostro. Y o estaba conmovido como si me hubiera librado de una buena”17.
Sobre todo no poder congraciarse con una mujer, atenerse a la posición del
muchacho poco agraciado, tal es el imperativo. “Si yo hubiera podido
descubrir con un gesto todo el misterio femenino, no hubiese hecho ese
gesto”18. Frase tanto más notable cuanto que, al ser pura implicación, no dice
nada sobre la posibilidad de ese gesto, excepto precisamente el decir de no
decir nada sobre él.
Ese acto de esquivar propio de su privación que hace desear a una mujer
aparece así como un punto fóbico que, con Gide, puede ser designado como
fobia a la mujer que ataca con vitriolo. Evocando sus relaciones con las
prostitutas, Gide escribe: “Muchos años después, estas apremiantes criaturas
me inspiraban tanto terror como las mujeres que atacan con vitriolo”19.
Sin embargo, una pesadilla le haría pasar más allá de este terror, límite más
aquí del cual se había mantenido. Delay cita este texto íntegro, pero yo
reproduciré sólo el final: "Yyo tenía miedo de ver; quería desviar los ojos,
pero , a pesar mío, miraba. Bajo el vestido no había nada.; estaba negro,
negro como un agujero; yo sollozaba de desesperación. Entonces, con sus
dos manos, ella tomó el ruedo de su vestido y luego lo llevó hasta por encima
de su cara. Se dio vuelta como una bolsa. Y ya no vi nada más; la noche ¿e
cerró sobre ella... Me desperté del miedo que sentía; la noche estaba todavía
tan negra que no sabía si no era también la noche del sueño”20. Si la
arrojadora de ácido desfigura, detrás de ese velo enceguecedor que es el
vitriolo no hay más que esa Nada que prohíbe hacer otra cosa salvo figurar.
Así, se revelan solidarios: 1° - el hecho .de que el Yo no cesa de exigir un
“representar”, 2° - el fracaso de ese representar (o sea la reducción del Yo a
la Nada) y 3o - la necesidad que, esa Nada bajo su vestido, constituye la
mínima manifestación de una mujer fatal.
Este primer recorrido, que evoca algunos de los principales temas de la
empresa gideana, va a servir ahora de trampolín para el estudio de la lectura

171. Delay, id.. t. I, p. 358, así como p. 297 (con la 0'a), t. 2, p. 381 (¡a suiza), y p. 223 (la
andaluza).
w J. Delay, L l.p . 357,
19J. D eiay .t l.p . 200.
x 20J. Deiay, t 1, p. 525.
110 los sesgos de lo literal

de Lacan. En efecto, hasta el presente no se comprendió la empresa misma,


o sea, la relación, en Gide, de la letra y del deseo. Eso es lo que resalta Lacan,
como lo indica ya el título del artículo compuesto de una repetición del de
Delay, a lo cual Lacan agrega: “o la letra y el deseo”.
Lo que se trata de explicar sólo es enunciado al final del artículo, pero no deja
de focalizar las observaciones anteriores, o sea: “...ese intercambio fatídico
por el cual la letra viene a ocupar el lugar mismo de donde se retiró el deseo”21.
Ahora bien, este intercambio que da su estatus de fetiche a la letra gideana
define la empresa tanto más necesariamente cuanto que él mismo depende de
la modalidad de lo necesario. De escribirse, la fetichización de la letra no
cesa.
¿Sobre qué se funda Lacan para legitimar en Gide lo necesario, de esta
sustitución del deseo por la letra? Responder a esto hará manifiesto al mismo
tiempo la manera de leer puesta en obra por Lacan - la misma que ya fuera
señalada con la lectura del pequeño Hans.-
Lacan lee a Gide con el esquema L. Pero ¿qué quiere decir aquí “con”? Eso
es lo que hay que precisar. Veamos primero ese esquema:

El esquema responde, cifrándolo, a una necesidad, la del sujeto del incons-


» cíente como sujeto estirado, no por elegante y con la ropa impecablemente
planchada, sino estirado por los cuatro costados que son un mínimo exigible
para la diferenciación de los sistemas del Yo y del Inconsciente.
f El esquema L escribe esta diferenciación como irreductible y toma en cuenta
al mismo tiempo el entrecruzamiento de esas dos dimensiones22. No mostraré
aquí cómo se trata de una transliteración en otro alfabeto del esquema del
| capítulo VII de la Traumdeutung, cómo inscribe una “estructura compara­
ble”23, cuya reescritura se manifiesta indispensable para tomar en cuenta “el

21 Ecrits, p. 762. (Escritos, op. cit., p. 742, traducción modificada por nosotros).
22Sobre el esquemaL, ver J. Lacan: Écrits, pp. 53,548,551 (Escritos, pp, 47,530,533) así como
el texto que lo introduce en el seminario Le moi dans la théorie de Freud et dans la techniaue
de la psychanalyse, sesiones del 2 de febrero, 25 de mayo y 1° de junio de 1955. Ver también,
aquí mismo: “el engarzamiento de la transferencia", cap. IX.
23 Ver J. Lacan. Le moi..., sesiones del 2 de febrero y 25 de mayo de 1955.
donde el deseo bribón vale-nada 111

más allá del principio de placer”. Por el momento, lo tomo en cuenta en tanto
escrito del cual depende una lectura.
Situar con el esquema L la empresa gideana puede parecer totalmente
inadecuado y lo es, en efecto, puesto que la posición de exclusión de su
relación con el semejante, de la que Gide da testimonio, prohíbe dar
consistencia a la línea a-a’; la disolución enturbia siempre, con la del otro, la
imagen que no cesa jamás de no hacerse “Yo” . ¿Hay que admitir por lo tanto
que un hecho de este orden obliga a no desestimar el esquema L, e incluso
invalida ese esquema? Esa no es la consecuencia que extrae Lacan quien, por
el contrario, funda sobre este obstáculo para la transliteración el carácter
necesario, para Gide, de su empresa.
Lacan nota “que se redoblan en las creaciones de! escritor, las construcciones
más precoces que fueron más necesarias en el niño, por haber tenido que
ocupar esos cuatro lugares que se volvieron más inciertos por la carencia que
allí se alojaba”24. Lo necesario de que se trata aquí es aquello mismo que
escribe el esquema L (directamente designado cinco líneas más arriba). Así,
leer con el esquema L, quiere decir reconocer que la empresa gideana se
escribe tanto “más” necesariamente con el esquema L cuanto que hay
obstáculo para la transliteración. Allí donde no se satisface a la transliteración,
está lo necesario; o sea, lo que, a título de suplencia, va a hacer que el esquema
se satisfaga a pesar de todo. Encontramos aquí lo que y a ha sido señalado en
lo concerniente al estatus del síntoma con el pequeño Hans.
Tener que ocupar los cuatro lugares del esquema L no es un asunto
desestimable. El estudio de Lacan desarrolla sus consecuencias -dicho de
otro modo, el asunto mismo.
En primer lugar, en el imaginario, donde el problema implica lo que Lacan
nombra “desdoblamiento”23 (diferente -como se verá- del “redoblamiento” ' ■
citado más arriba). El defecto de lo semejante trae un desdoblamiento, cuya
figura ejemplar encuentra Lacan en un estudio de Lévi-Strauss sobre las
máscaras26. La cuestión de lo que quiere decir “desenmascarar” se encontra­
ba planteada en Lévi-Strauss a partir de un conjunto de rasgos estilísticos
análogos, señalados por los antropólogos, entre producciones artísticas de
poblaciones sin embargo muy alejadas: Uná de esas características había
recibido el nombre de “split representation” : un dibujo caduveo muestra un
rostro tatuado compuesto por dos perfiles adyacentes. El trazado sobre el
plano no respeta las leyes del trompe-l’oeil o perspectiva engañosa, que
tienen las dos dimensiones, pero elige reproducir sobre el plano soporte, sin
deformación, el decorado tal como habría podido ser dibujado sobre el rostro;
de allí proviene ese efecto de perfiles acolados. Lévi-Strauss interpreta esta

MJ. Lacan, Ecrits, p. 751. (Escritos, p. 731. Traducción modificada por nosotros).
35 J. Lacan, Ecrits, pp. 752 y 757. (Escritos, pp. 732 y 737).
24 Ver Cl. Lévi-Strauss, Antropología estructural, artículo "Arte", EUDEBA, Buenos Aires,
' 1968, pp. 221 a 228.

á
\mmascartn
donde el deseo bribón vale-nada 113

conservación precisa de la decoración como dependiente del hecho de que


ese decorado “es el rostro”, “lo crea”, “le confiere su ser social”. Dicho de
otro modo, no hay ninguna suposición de un rostro que estaría detrás del
decorado. Lévi-Strauss da también el paradigma dé esa relación del ser al>
pare-Ser con las máscaras polípticas: muestra que no hay otro modo de
desenmascarar que el que ellas permiten y hacen manifiesto; a saber, abrir la
máscara,' desdoblarla al revés. Desenmascarar no tiene nada que ver con
develar, más bien es hacer exhibición de la máscara como tal. Presentarse
con la máscara abierta: tal es, en el imaginario, la postura gideana. Y mal que
le pese a Descartes, si Gide se adelanta desenmascarado sobre la escena del
mundo, hay que convenir en que el enunciado de ese hecho sólo ha sido
posible a partir del penetrante acercamiento de “Paludes” y los dibujos
caduveos; aproximación inimaginable sino fuera por el hecho de que Lacan,
leyendo a Gide, se mantuvo firme sobre el descubrimiento freudiano tal
como lo cifra entonces el esquema L.
Sin embargo, la empresa gideana no es reductible al problema de la persona;
la composición del personaje se “redobla” en él con las creaciones del
escritor. La manera como Lacan rinde cuenta de ese redoblamiento va a
eonfirmar, por una parte, en hueco lo que acaba de ser dicho sobre la postura
gideana en el imaginario, pero haciendo resaltar, por otra parte, y al mismo
tiempo, su contrapartida simbólica.
Si para Gide algo hubiera podido constituir una excepción al “no igual” y
hacer cerrar los postigos de la máscara políptica, eso fue ciertamente su amor
por Madeleine, “místico oriente” de su vida -aunque ella sólo iba a darle aesta
vida una orientación recodada en línea de puntos. Se conocen las circunstan­
cias en que este amor nació para ya nunca más desmentirse. Curar a
Madeleine de haber tenido que reconocer en su propia madre a una mujer que
ataca con vitriolo, protegerla en el futuro»de toda irrupción de la fatídica
figura, tal fue el voto fundador de ese amor.
Sin embargo, esta identificación, que encontró en Madeleine el eco más
propicio para su sostén, no dejó de revelarse sin resto. La cristalización del
ideal a la vez mortífero y angélico (“Ambos nos habíamos puesto esas
vestimentas blancas de las que nos hablaba el Apocalipsis...”27) que excluía
al deseo, preparó su reaparición como contrapunto justo un año después (fin
de diciembre de 1882 - Io de enero de 1884) cuando, al salir de una visita a
A. Shackleton, Gide vio posarse un pájaro sobre su gorra, “a la manera del
Espíritu Santo” -signo que interpreta inmediatamente de una manera casi
delirante y, puesto que es para él de “interés vital”28, lee en ese hecho su
predestinación de elegido. Teseo hace caso omiso de su cariño por Ariadna
encontrando .en la certidumbre de la obra a cumplir la fuerza de cortar el hilo.

27Citado por J. Delay, t i, p. 369.


3 J. Delay, L 1, p. 316.
114 los sesgos de lo literal

Reconocerse en Goethe será decisivo para Gide a partir de allí. El “yo no soy
igual a los otros” se prolonga desde entonces en un “yo soy elegido”.
Gide expresará de mil maneras ese entrecruzamiento que constituirá en lo
sucesivo la tensión de su vida; así, anota: “...cuando uno está envuelto por lo
admirable se tiene el mayor deseo de ver el en ‘otra parte’ (muy difícil de
escribir esto)”29. El pasaje de lo blanco del casamiento al de la hoja hace
posible la erección de la obra, pero de una obra que llevará necesariamente
el sello de ese desplazamiento. Sin duda vuelve a poner enjuego lo que se
encontraba simbólicamente sustraído (levanto aquí el aspecto alusivo de esa
“sustracción simbólica” que Lacan designa en la página 754 de los Ecrits-, p.
734 de los Escritos) con el amor de Madeleine; pero si el deseo encuentra su
ley ahí, es al precio de desautorizarse a sí mismo en lo que apunta a la obra,
a saber, su propia unidad. Pigmalión se consagra a su estatua no ignorando
que ella no será reconocida como una, más que después de su propia muerte.
Pero, ¿cómo fundar la unidad de una obra? Gide recibe de Goethe la
afirmación posible de la unidad, no la de un corpus entregado en su
completamiento, tanto más problemático cuanto que intervienen los peque­
ños trozos de papel, sino la de un estilo; el estilo presentificado por el ideal
de la belleza clásica. De Helena, que lo encarna, Goethe escribe: “Sie istmein
einziges begehren!” (ella es mi único deseo); y Gide, al encontrarla “esplén­
dida”, no hará suya esta única exigencia sino interpretándola como exigencia
de lo uno30.
No conozco nada más susceptible de hacer resonar el aforismo lacaniano
según el cual “El estilo es el objeto” que esta relación de Gide con su obra.
¿Se hará alguna objeción evocando el nomadismo? Sería olvidar que “esa
bella pal abra: NOMOS, pasturaje”31evoca a MONOS y que así el nomadismo
revela ser un monoteísmo: “Fíjese: yo creo que llamo lirismo al estado del
hombre que consiente en dejarse vencer por Dios”32.
A la obra monolito, Madeleine le ha dado un golpe fatal. Antes que nada, hay
que admitir que ella se encontraba con respecto a Gide en una posición en la
cual semejante acto -que Lacan calificó como el “de una verdadera mujer”-
podía surtir efecto. No es que deBamos sacar la conclusión, por el hecho de
que la obra invocaba, con respecto a ella, un “otra parte” (e incluía en esa otra
parte a Madeleine misma) de que esa escisión satisfacía a los que se prestaban
a ella. Gide anotó varias veces que toda su obra estaba inclinada hacia
Madeleine, que existía “para arrastrarla”33. Y será suficiente con que él le
confiese con medias palabras su alegría de no partir solo hacia Inglaterra para

29A. Gide, "De me ipse et a l i i s Citado por C. Martin, La maturité d'André Gide, Klincksieck,
p. 234.
30 Citado por J. Delay, L 2, p. 664.
11 Idem, L 2, p. 596.
32 Idem, p. 671.
33 Idem, p. 587.
donde el deseo bribón vale-nada 115

que en respuesta a ese demasiado evidente don de su fantasía, ella arrojé, una
a una, al fuego de su femineidad, esas cartas que tienen la característica de
ser a la vez parte de su obra y de su amor. En la juntura del imaginario y del
simbólico, en ese punto de torsión que circunscribe la escritura del esquema
% Lacan sitúa lo que para Gide produee irremediablemente un agujero, con
a destrucción de esas cartas. Ailí s t señala lo que habría implicado el cierre
dé la máscara, el cese del desdoblamiento; de ahí se desprende la razón por
la cuál, esforzarse por dejar ía máscara abierta ha sido una necesidad para
André Gide* Esta necesidad se funda en una imposibilidad de la cual obtiene
su real: no consentir en ese agujero se revela como imposible puesto que el
correlato de ese rechazo es esta necesidad dé rtíantertér abierta la máscara, de
tener ocupados esos lugares (a-a‘) que sólo tienen valor Siempre , uno en
relación con el otro, por ese agujero.
La letra como “redoblamiento de ét mismo”3,4no cesa de aparecer cada vez
más incapaz de suturar ese agujero; además, a Gide le hacía falta mantener
en el imaginario la idea de esta sutura como una apariencia. El acto de
Madeleine anula esa apariencia y, al hacer patente ¡a incapacidad de la letra,
desmídala imposibilidad de la cual es denegación (Verleugnung).
Fue necesario que Lacan se man tuviese firme en é p í escritura mínima de la
estructura qué fue el esquema L, para señalar en Gide “este intercambio
fatídico por él cual la letra viene a tomar el lugar mismo de donde deseo
se ha retirado’*®. Por el hecho de que Lacan tev# la delicadeza de no caíiítgar
de “fetichista” a Gide (¡qué lío, en efecto! ¡pero, sobre todo,.qué cantidad de
malentendidos!), no se percibió que su lectura, que prolonga el estudio de
Delay, es el más importante trabajo <cle.Lacan sobre el fetichismo. Este
“intercambio fatídico” es constituyente del objeto fetiche, y éste, al obtener
su consistencia de aquel intercambio, aparece así como el objeto literal que
es. Por eso se aclara que Lacan haya confundido la madre de Hans con la de
Gide: es a ésta última a quien le dijeron, con ocasión de la búsqueda de un
nuevo departamento, en relación con la obligación burguesa de tener una
puerta cochera lom o puerta de entrada: “Se lo debes a tu hijo"36.
Fuera de este apoyo del escrito, la clínica psicoanaiítica sólo puede virar
hacia lo peor; ese peor que Gide no encontraba en Freud (proyectaba pedirle
un prefacio para $n Córydón)t$óíO quyá'^xistencia no ignorába puesto que,
evocando lo que los médicos habían garabateado sobre el uranismo, no deja
de señalar, en términos perfectamente escogidos, “un intolerable olor a
clínica”17.

14 i. Lacan, Ecrits, p. 761. (Escritos, p. 741. Traducción modificada por nosotros).


3SId., p. 762. (Escritos, p. 742. Traducción modificada por nosotros).
K J. Lacan, La relation d'objet, seminario inédito del 15-5-1957.
37 A. Gide, Corydon, Gailimard, París, p. 30.
Tercera parte

doctrina de la letra

“Esos que sejactan de leer las letras cifradas son más charlatanes aún
que los que presumieran de comprender una lengua que no han
aprendido
Voltaire, Dictionnaire philosophique, citado
por Cullmann: Le déchiffremeni des écritures et
des langues.

“Para saber lo que eso significa,


no busquemos lo que eso significa"
Lacan, Seminario del 20 de noviembre de i 957.

I
I
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Capítulo seis

lectura
de un descifram iento

Leer con el escrito es esa manera de leer que da a la lectura el valor de


desciframiento al plantear la equivalencia del cifrado (es la función del
escrito puesto en juego) y del desciframiento.
La criptografía distingue dos sentidos de la palabra “desciframiento”. Dado
un texto cifrado, el que desea leerlo se puede encontrar en dos posiciones muy
diferentes frente a ese texto; o bien conoce el procedimiento de cifrado y
dispone, por ejemplo, de la clave y de los alfabetos a los que ésta remite en
un sistema llamado “de sustitución”, o también de la figura que ha regulado
la modificación del orden de las letras en un cifrado por “transposición”. En
general, resulta bastante sencillo, entonces, producir el desciframiento, pues
el receptor conocS las convenciones que sirvieron para el cifrado del lado del
emisor. Por el contrario, si resulta que el que quiere leer desvió la letra/carta
del destino previsto, entonces tendrá que descifrarla en otro sentido de la
palabra: con frecuencia, deberá ubicar el procedimiento de cifrado partiendo
sólo del texto y reconstruir, una por una, el conjunto de las convenciones.
Algunos diferencian esta segunda y mucho más compleja operación y la
llaman “descriptado”.
Hablar de “descriptado” implica dar, de rebote, a la palabra “desciframiento”
la significación del “descifrado”, en el sentido en que decimos, de alguien
que sabe música, que procede al descifrado de una partitura que aborda por
primera vez. Preferiría aquí la palabra “desciframiento” a la palabra
doctrina de la letra

“descifrado”. La elección subraya en el significante la equivalencia (que


vamos a demostrar) entre el cifrado-y el desciframiento, equivalencia que
sería transmitida por la oposición cifrado/descifrado si este último término
nó estuviera reservado para la transcripción, por ejemplo digital, de una
partitura leída. Preferir la palabra “desciframiento” se justifica principal­
mente porque se le hace soportar los dos sentidos distinguidos más arriba (cfr.
párrafo anterior); en un desciframiento como el de los jeroglíficos, veremos
en efecto estas dos formas de intervenir una tras otra.
Hay una segunda razón que me lleva a elegir este último término, que
indicaré sin desarrollarla; se sostiene con la evocación de la mentira que
inscriben sus últimas sílabas, dicho de otra manera, por el carácter funda­
mentalmente mal hecho del lenguaje como tal. Y al humorista que, al leer el
título del presente capítulo, me interrogara diciendo “una de esas cifras
miente, ¿y la otra?”, respondería “la otra también, pero eso no impide efectos
de verdad”.
Una vez que esta observación terminológica ha sido ajustada (y de un modo
que contraviene lo que entre algunos psicoanalistas franceses contemporá­
neos se desarrolla en tomo a la metáfora de la cripta), llego a la cuestión que
va a plantearse al desciframiento champollioniano y que justifica que nos
detengamos en él. Esta muy simple pregunta es la siguiente: ¿descifrar es
traducir?
Es notable el fracaso de la lingüística contemporánea en la producción de una
teoría de la traducción. Que el lector abra por ejemplo el libro de G. Mounin
consagrado a los Problémes théoriques de la tr a d u c tio n Por el número de
sus referencias, la calidad de sus ejemplos, la exigencia a la que se somete de
hacer un recorrido completo de la cuestión, este trabajo adquirió el estatus de
una referencia obligatoria. Sin embargo, como lo indica ya la marca del
plural inscrita en su título, se pone en evidencia durante la lectura que, en lo
que concierne a una teoría de la traducción, el autor se da por vencido, termina
por colocar la práctica de la traducción en un relativismo que no excluye por
suerte lo que efectivamente debemos llamar “Si-Dios-quiere-con-suerte”.
Decir, en efecto, como lo hace Nida, citado por Mounin en su conclusión, que
la traducción “consiste en producís en la lengua de llegada el equivalente
natural más cercano al mensaje de la lengua de partida, primero en cuanto a
la significación, luego en cuanto al estilo” 2 no es, ciertamente, un enunciado
que pueda ser presentado como una definición teórica de la traducción; y hay
que agradecerle al autor por haber sabido despejar, sin ocultarlo, que “la
lingüística contemporánea desemboca en definir la traducción como una
operación relativa en su éxito, variable en los niveles de la comunicación que
alcanza.” 3

1 G. Mounin, Les problémes théoriques de la traduction, Ed. Gallimard, 1963.


2 Op. cit., p. 278.
3 Op. c it, p. 278.
lectura de un desciframiento ¡21

Diré que esta conclusión está fundada y, a la comprobación que establece


honestamente, le agregaré solamente: ¡y no sin razón! Es que la práctica del
traductor desborda de hecho lo que él desea producir, a saber una traducción,
y llamar “traducción” a la vez a la traducción propiamente dicha (o sea la
primacía dada al sentido en esta operación compleja) y a lo que la desborda,
pero que sin embargo la funda, viene a ser lo mismo que crear un objeto
compuesto donde ni siquiera una gata reconocería a sus gatitos.
¿Qué quiere decir, por ejemplo, que sea una buena traducción la que propone
Lacan para el Unbewusste freudiano que vertió en francés con “l ’une
bévue”?* Es tanto más interesante estudiar este caso cuanto que encontramos
hechos del mismo orden, por ejemplo, en los análisis en francés de quienes
han estado sumergidos en su primera juventud en un medio donde se hablaba
otra lengua, ya sea franceses que han residido en el extranjero, ya sea
extranjeros de origen.
La “une bévue” vierte el Unbewusste de dos maneras. Esta traducción
propone por un lado un equivalente semántico para el término traducido.
Ciertamente esta equivalencia podría discutirse, y podríamos preferir, desde
ese punto de vista, el término de inconsciente. Pero ¿cómo decidir entre la
posición de aquel que encontraría demasiado obsesiva la traducción por
“l ’une bévue”, y la de quien la escoge poniendo como objeción al término de
inconsciente el argumento de que favorece un fracaso al acentuar al
Unbewusste como negación de lo conciente? No quedaría otra opción sino
apelar al conjunto de la obra de Freud, pero, con la discusión desplazándose
de un nudo a otro de esta obra, corremos el riesgo de esperar mucho tiempo
antes de que se introduzca un acuerdo entre los interlocutores, ¡suponiendo
que no hayan olvidado en el camino lo que había estado en el punto de partida
de sus debates! Lo cómico de la cosa no contradice, sino que más bien
subraya su seriedad. Su razón*depende de que, siguiendo la fórmula
lacaniana, “el sentido pierde” (como pierde un tonel) y que el un-sentido, que
debería dar su regla a la elección del traductor, es inestable por naturaleza;
muestra, en el instante en que creemos tenerlo, la cuestión de su sentido
revelando así que siempre y desde ya el sentido del sentido (meaning o f
meaning) habita el un-sentido.
Así, resulta ser necesario, para poner fin a la eternización del debate, la
intervención de otra di(cho)msensión. Esta es notable en el ejemplo que
hemos considerado. La une bévue no sólo vierte el Unbewusste en cuanto al
sentido, sino también como significante; el pasaje de una a otra lengua
mantiene, con la homofonía de los dos términos, la literalidad del primero.
Hemos dado ya, aquí mismo, su nombre de transliteración a esta transferen­
cia de la letra. ¿Se replicará, acaso, esgrimiendo el caracter incompleto de

* "Aquel que es el mismo, al introducir su une-bévue, había sin embargo cambiado,,.1Ver Jean
Allouch, "Ce á quoi l’unebévue obvie”, en L'unebévue N° 2, París, EPEL, 1993.
122 doctrina de la letra

la homofonía? No vería ningún inconveniente en esto, sino más bien la


oportunidad de indicar su diferencia con la asonancia, que es aquello sobre
lo cual se ajusta la transcripción. Esta distancia, esta disyunción entre la
homofonía y la asonancia es un hecho de lenguaje tan fundamental que llegó
incluso a recibir su nombre de aquél que hizo del lenguaje una pasión, a saber,
el cantante Bobby Lapointe, quien llamó a eso el lape-prés (lame cerca),
jugando con la homofonía con ápeuprés (más o menos, aproximadamente).
El “lape-prés” es ese resto que marca que el objetivo de la asonancia tropieza
con la imposibilidad de la transcripción. El presidente Schreber da testimo­
nio, lo veremos (cfr. Capítulo ocho), de que la homofonía le basta para
desactivar el carácter venenoso de lo que le machacan los pájaros parlantes.
Así, la une-bévue traduce (sentido) y translitera (letra) a la vez al Unbewusste
freudiano. Y el inconsciente aparece ahora como el nombre de la une-bévue
ontologizada.
Nada impide, por supuesto, que nombremos “traducción” a estas dos
operaciones; sin embargo, se gana en precisión si se las distingue. Que hasta
ahora no se haya localizado esta transliteración es un hecho del que debo dar
cuenta. La razón de esto reside en que los dos alfabetos que se ponen enjuego
-aquí el alemán y el francés-, si bien difieren notablemente, vienen, sin
embargo, de una misma familia, la que agrupa a las escrituras llamadas
“fonéticas”, y que así esta familiaridad hace creer que se trata simplemente
de una traducción que contó con la ayuda de un afortunado cúmulo de
circunstancias. Sin embargo, basta con que el traductor tenga que vérselas
con un primo más lejano de esta misma familia, como la escritura árabe, para
que reconozca como tal la operación de la transliteración. ¿Cómo transliterar
los nombres propios occidentales que vienen, por un tiempo, a mostrarse a
la luz de la actualidad? Esto preocupa a bastante gente como para ser el objeto
de ponencias en congresos, para que se intente responder a la necesidad cada
vez más clara de un sistema de transliteración de los elementos modulados
de manera diversa del alfabeto latino en escritura árabe. No porque la
transliteración juegue ampliamente allí donde nos enfrentamos con dos
modos diferentes de la escritura (como era el caso del cifrado del sueño
expuesto en el Capítulo III) debemos dejar de lado la diferencia de la
transliteración con la traducción, allí donde aquella interviene de manera
menos fácil de detectar.
La transliteración, que escribe lo escrito, es un cifrado. Y el fracaso de la
elaboración de una teoría de la traducción sorprenderá menos si notamos que
estos intentos, al descuidar la di(cho)rmensión de la cifra, han excavado sus
propios callejones sin salida al centrarse exclusivamente en la del sentido.
lectura de un desciframiento

¿Descifrar es traducir? Esta pregunta, por poco que tratemos de no prolongar


semejante negligencia, se transforma en esta otra: ¿cómo se articulan, en el
desciframiento, la traducción y la transliteración?
La obra de Freud abre un lugar a esa pregunta con la fluctuación en el uso que
hace del término Übersetzung. Si bien, en efecto, algunas veces Freud parece
identificar la interpretación del sueño con una traducción, otras veces precisa
que no se trata de una transferencia de sentido de una lengua a otra.
Corrigiéndose a sí mismo, escribe, por ejemplo: “Nos parece más correcto
comparar el sueño con un sistema de escritura que con una lengua. De hecho,
la interpretación de un sueño es análoga de comienzo a fin al desciframiento
de una escriturafigurativa de la Antigüedad como los jeroglíficos egipcios” 4.
Tenemos el testimonio, en sus obras, pero también en sus lecturas, de que
Freud tenía un conocimiento serio de los jeroglíficos egipcios; podemos
entonces estar seguros de que, al evocar aquí la operación de su desciframiento,
no lo hacía sin haber reflexionado cuidadosamente. Sin embargo, si bien
Freud permite que cohabiten pacíficamente las dos palabras, “desciframiento”
y “traducción”, Lacan, que introduce en la doctrina psicoanalítica el temario
real/simbólico/imaginario, acaba con esta fluctuación disociándolas: “El
inconsciente no traduce sino que cifra” 5. Esta fórmula, corolario de la que
se cita más frecuentemente (“El inconsciente está estructurado como un
lenguaje”), la aclara quizás más de lo que se cree. Desarrollaré este punto en
el próximo capítulo. Por el momento, la distinción lacaniana de la cifra y del
sentido será un apoyo suficiente para presentar en un desciframiento el juego
de la traducción y de la transliteración.
¿Cómo intervinieron éstas dos operaciones en el desciframiento de los
jeroglíficos? Esta es la pregunta con la que interrogo ahora el texto de
Champolliom t
Champollion era un hombre de su época. Quiere decir que compartía con un
Silvestre de Sacy, que había sido su profesor, con un Quatremére y con otros,
toda una serie de opiniones sobre aquello en lo que debía consistir la escritura
jeroglífica. Estas opiniones, organizadas en una verdadera teoría de la
escritura, eran el resultado de una larga serie de elucubraciones a que habían
dado lugar los jeroglíficos. Los nombres de Kircher y de Warburton se
habían distinguido particularmente en ese linaje. Kircher afirmaba que sabía
leer los jeroglíficos; proponía, por ejemplo, para el nombre de un faraón que
hoy se translitera “Apries” la siguiente lectura: “Los beneficios del divino
Osiris deben ser procurados por medio de ceremonias sagradas y de la

4Freud, O. W., 11/111, p. 104. Consultaremos sobre este punto en discusión aquí a P. Vemus,
"Ecricure du réveetécriture hieroglyphique", en Littoral 7/8, ErésTcuIouse, 1981. En español,
"Escritura del sueño y escritura jeroglífica» Littoral 5/6, ed. La Torre Abolida. Córdoba. Rep.
Argendna, 1988.
5Lacan, “Introduction a l’édition allemande d’un premier volume des Ecrits", in Scilicet, 5, p.
11 a 17: “...el inconsciente...: un saber que sólo se trata de descifrar, ya que consiste en un
cifrado”.
124 doctrina de la letra

cadena de los genios, a fin de que los beneficios del cielo sean obtenidos."
Sería un error burlarse de esta traducción desbocada. Sería desconocer lo
posible de este estilo de la lectura, y no ver entonces que el psicoanálisis
contemporáneo dista de estar exento de ese género de facilidad. No creo que
sea injustificado calificar de “kircheriana” a esta clínica, puesto que! el
psicoanálisis dirige así un guiño de tierna complicidad a la Iglesia.
De Silvestre de Sacy, Champollion recibe el concepto de una “lengua
jeroglífica” . Este concepto yano se puede superponer a la noción kircheriana
de la escritura jeroglífica como notación directa de la intuición, como
escritura eminentemente superior, por escapar a la maldición de Babel. Este
último abordaje de los jeroglíficos, cuyo nervio encontramos nuevamente en
Leibniz con la idea de una lingua característica, les da un estatus de
excepción. El concepto de una lengua jeroglífica, por el contrario, aproxima
la escritura egipcia a la china, situándolas a las dos como representantes de
un supuesto estadio “ideográfico” de la escritura. Este estadio estaría
caracterizado por el hecho de que los términos escritos no. tendrían flexiones,
serían independientes e invariables. Pero hablar de “estadio” pide un plural.
Se trata, en efecto, de una teoría evolucionista -o, si se prefiere, progresista-
de la escritura que distingue en ésta tres tipos o, más precisamente, que
diferencia tres relaciones de la escritura con la lengua. De las lenguas
“bárbaras” , por no tener escritura, se dice que están sometidas a un continuo
cambio; las lenguas jeroglíficas (egipcia y china), tienen su vocabulario
estabilizado por la ideografía, pero, tomando en cuenta lo que se há dicho más
arriba sobre la naturaleza de esta ideografía, a estas lenguas jeroglíficas les
falta una gramática, lo que les impide sentar por escrito los matices del
pensamiento. Solamente las lenguas escritas fonéticamente (es el tercer tipo
de lengua y el segundo tipo de escritura), domo el griego o el latín, combinan
la estabilidad del escrito con la flexibilidad de la palabra.
Esta clasificación se apoya entonces sobre el prejuicio que ve en lo escrito un
instrumento de fijación de la palabra. No hay un solo texto sobre la escritura
que no retome este leitmotiv. La evidencia se impone aquí con tanta fuerza,
que conduce a desconocer lo que, según el adagio, trae en la experiencia una
doble desmentida: las palabras quedan y resultan ser operantes mucho más
allá de la muerte de quien las había proferido, y los escritos pasan, y de úna
manera tan notable que hay que realizar una organización compleja para
asegurar su conservación, desde el almacenamiento en microfilms en los
lugares con aire acondicionado hasta la simple carta que, a partir del
momento en que tiene alguna importancia, se debe certificar. ¡Cuánto
esfuerzo realizamos para evitarle a! escrito el basurero!
La consideración de los jeroglíficos egipcios bajo el concepto de una “lengua
lectura de un desciframiento J25

jeroglífica” tenía como consecuencia plantear como irrealizable su


desciframiento. Silvestre de Sacy, en su Lettre au citoyen Chaptai, de 1802
enunció claramente la razón de esto: “Como los caracteres jeroglíficos son
representantes de ideas y no de sonidos no pertenecen al terreno de ninguna
lengua particular.” Consecuencia: al teneren sus manos el texto de lapiedra
de la Roseta, desdeñará el texto “jeroglífico” para centrar su intento de
desciframiento sobre el texto demó tico Juzgado menos “jeroglífico” por ser
menos figurativo. Pero, como un error trae muy fácilmente otro, y aun
cuando nota con razón que este último texto incluye manifiestamente más
signos que las 25 letras que habían sido mencionadas por Plutarco, reduce
inmediatamente el alcance de lo que descubre negándose a deducir de eso que
el demótico no debía ser una escritura enteramente alfabética, para elegir la
suposición de que las letras debían modificar sus formas según su lugar en
las palabras. Vemos, en este asunto, una ilustración ejemplar de la manera
en que una teoría puede volver inoperante a la lectura.
Sobre la razón de este fracaso, Madeleine David, en su estudio sobre Le débat
sur les écritures et l’hiéroglyphe au XVIle et XVIIIe siécles, aporta una-luz
capital. Este libro fue escrito para responder a la pregunta de saber por qué
fueron necesarios dos siglos -no menos- para que alguien se decidiera a
aplicar la noción de desciframiento a las escrituras llamadas “muertas” y muy
especialmente a la jeroglífica. La cuestión toma su relieve porque, en los
mismos tiempos, casi nadie dudaba del hecho de que se trataba efectivamente
deuna verdadera escritura. M. David designa con la expresión perfectamente
apropiada de “prejuicio jeroglífico” el hecho de que estuviera fuera de
cuestión imaginar y entonces, afortiori, admitir que unos signos -incluso un
conjunto de signos- que se presenten como figurativos, puedan tener una
función escritural, puedan, al igual que las letras, anotar una lengua. A llí
donde esa se escribe, eso no es figurativo, allí donde es figurativo, eso no
escribe- o aun, lo que viene a ser lo mismo, eso escribe la esencia misma de
las cosas (Kircher) o las ideas como desprendidas de todo soporte en el
lenguaje (Sacy).
La Bilderschrift freudiana, pero también el rébus de transferencia de los
historiadores de la escritura (presentado en el capítulo tres), toman, frente a
esta alternativa, un valor de hechos polémicos, vuelven insostenible desde
ese momento el carácter exclusivo de este “o”. Llamo “alfabestismo” al
prejuicio jeroglifista, pues es un efecto del alfabeto; efecto de más e incluso
en exceso: entre los alfabetizados, la escritura no se piensa más que como
transcripción. “Donde el hombre percibe apenas un poco de orden, supone
inmediatamente demasiado” s.
Tendremos la oportunidad de hacer notar hasta qué punto el desciframiento

* Fórmula de Bacon citada por Lichlenberg y retomada aquí mismo en exergo.


126 doctrina de la letra

de los jeroglíficos se operó a contrapelo de esta “alfabestismo” del que


Champollion, como los otros, no estaba exento.
Como lo falso engendra tanto lo falso como lo verdadero, no nos extrañará
que sea por comparación errónea de las escrituras china y egipcia que
apareciera la primera grieta en esta teoría progresista de la escritura. Las
gramáticas chinéis datan, en Europa, del siglo XVTH. En 1811,Abel Remusat
publica nuevas informaciones sobre el fonetismo en la escritura china, más
precisamente sobre la forma de anotar los nombres propios extranjeros. Por
ejemplo, para escribir la palabra KHAN, que en mongol quiere decir
“emperador”, pero que tiene valor de nombre propio, ya que forma parte del
título y entonces no debe ser traducido, los chinos yuxtaponen el carácter que
se dice KO y el que se dice HEN: estos caracteres son entonces, en este caso,
tomados por su valor fonético, son elegidos especialmente como los más
susceptibles de expresar homofónicamente KHAN; y Remusat hace notar,
con respecto a esto, que los chinos usan una marca especial para designar este
uso fonológico de los ideogramas.
Cuando Silvestre de Sacy supo de esta marca, se le ocurrió, de acuerdo con
la comparación que él consideraba pertinente entre el chino y el egipcio, una
hipótesis: “Conjeturo que en la inscripción jeroglífica de Roseta, se empleó
para el mismo uso el trazo que rodea a una serie de jeroglíficos ”
Esta conjetura era, hablando propiamente, inexacta; este rasgo -llamado
“recuadro”- no es la marca de un funcionamiento anormal de la escritura
jeroglífica que se habría vuelto necesario para la anotación de los nombres
propios extranjeros. Extranjero quiere decir aquí griego, pues se supone que
estos nombres propios, como lo indicaría el texto griego, deben ser los de los
sucesores de Alejandro que tomaron el lugar de los faraones adoptando sus
atributos. Ahora bien, como los conquistadores traían con ellos la escritura
alfabética, se podía sospechar que la escritura jeroglífica de sus nombres, si
resultaba alfabética aquí, era producto de escribas que, con un conocimiento
del alfabeto griego, habrían inventado para la ocasión un alfabeto jeroglífico
sin otra relación más que la de la excepción con el funcionamiento fuera del
fonetismo que se pensaba que los jeroglíficos tenían. Si ese hubiera sido el
caso, se habría podido, eventualmente, descifrar esos nombres propios
extranjeros sin haber avanzado por ello gran cosa en cuanto al desciframiento
de los jeroglíficos propiamente dichos. Veremos que, por haber pasado el
umbral histórico de la conquista griega, dicho de otro modo, por haber podido
leer el nombre de un faraón que él sabía que había vi vido mucho antes de esa
conquista, Champollion considerará su desciframiento como adquirido. Sin
embargo, la contraparte de esta hipótesis según la cual los egipcios habrían
recibido el alfabeto de los griegos era que autorizaba a un intento de
lectura de un desciframiento 127

desciframiento de estos nombres propios, pues garantizaba que ese


desciframiento no cuestionaría la clasificación de las escrituras que era
evidente para todos.
El recuadro jeroglífico del universo, dicho de otra manera, de “lo que está
rodeado por el sol”, interviene en la escritura como determinativo deí
circuito, pero también, y principalmente, para marcar algo sobre lo que no
hay que precipitarse a decir que se trata del nombre propio del faraón. Los
egipcios designaban con el término de “gran nombre” no el, sino los cinco
nombres del faraón que formaban sus títulos. El primero de ellos se decía,
por ejemplo “nombre de fíorus” y se escribía sobre un jeroglífico que
figuraba el portal del palacio real *: § 5 . El recuadro tiene, para los títulos,
una función equivalente: rodea los dos últimos nombres del faraón, es decir,
su nombre de “Amo del dóble país” y su nombre de “Hijo de Re y amo de las
coronad*. Estos dos últimos nombres son los únicos que se graban cuando
no se muestra los títulos en su conjunto.
Así, el recuadro resulta ser, entre los antiguos egipcios, una de las marcas de
lo que M. Duras expeciílcó con el sintagma “su nombre de”, al ponerlo de
relieve en su obra. No hablaré, por el momento, de la especie de conmoción
que esta precisión trae para la manera en que concebimos generalmente el
nombre propio, y me limitaré a subrayar que en el recuadro se trata
efectivamente de una marca de “su nombre de”.
Esta marca difiere entonces de lo que suponía Sacys Sin embargo, relacio­
nando el recuadro con un uso “fonético” del jeroglífico, está indicación,
aunque es falsa, da en el clavo: efectivamente hay una homofonía sobre la
que se apoya la escritura jeroglífica, una homofonía que actúa por todas
partes (cosa que Sacy no se imaginaba) y por tanto también en los nombres
propios (lo, que el tampoco imaginaba, salvo en lo que concierne a los_
nombres propios extranjeros). Sacy da al recuaaro el valor de una señal que
marca un cambio excepcional de régimen de la escritura jeroglífica. Pero no
deja de ser cierto que este error de traducción designa con exactitud que hay
nombre propio -por no decir nombres- allí donde efectivamente ése és el
caso. Dicho de otra manera, la traducción localiza significantes del nombre
propio, es decir, justamente, de lo que no traduce. A partir de esta
localización, Champollion va a poder comenzar su desciframiento, apoyán­
dose en estos significantes para constituir lo que llamará su “alfabeto";dicho
de otro modo, para establecer, según lo veremos, la transliteración de los
elementos alfabéticos jeroglíficos en alfabeto griego, confiando en esta
homofonía que viene siempre al primer plano cuando se trata de los
significantes del nombre propio.

7 Jeroglífico no. 3651 (cfr. Lefevre, p. 408), antes llamado “nombre de bandera".
128 doctrina de la letra

El nombre propio no se traduce. Cuando hay que hacer pasar un nombre


propio de una lengua a otra adoptando (no hay otra posibilidad) las condicio­
nes escritúrales ligadas con la segunda, se intenta mantener en este paso lo
que Frege llamó “el color del nombre propio” (cfr. Frege, Ecrits logiques et
philosophiques, París, Seuil, 1971, p. 107; este punto será desarrollado aquí
mismo, en el capítulo ocho), se apunta a la asonancia para expresarla, a fin
de cuentas, por la homofonía. La frase “el nombre propio no se traduce” debe
entonces leerse como esas frases usuales dirigidas a los niños, del estilo “no
se habla con la boca llena”; no implica que el nombre propio sea intraducibie
(“Smith” quiere decir “herrero” , y “Sebek-Hopte”, nombre de “hijo de Re”
de un faraón, puede leerse “Sobk está contento”), sino que eso de traducirlo
no se hace (no diremos “M. Smith” como “Sr. Herrero” en español, ni
“Kierkegaard” como “Cementerio”).
Lo que importa en un nombre propio no es que pueda tener sentido. Tomar
en cuenta el nombre propio como tal consiste en ese rechazo mismo, en ese
tratamiento específico que lo mantiene como nombre propio sólo al precio
de no interesarnos más que en su color. Se tiene la prueba de que el nombre
propio ha sido considerado de esta manera desde los tiempos más remotos en
el hecho de que los desciframientos de las escrituras llamadas “muertas” han
tomado, en su gran mayoría, un apoyo sobre el nombre propio, apoyo que
resultó ser decisivo. Con respecto a esto, el desciframiento de los jeroglíficos
no tiene nada de excepcional.
No nos extrañará, entonces, que el comienzo de la operación champollioniana
se centrara sobre el juego de la letra en la escritura del significante del nombre
propio sin ningún cuidado por lo que sería el sentido de estos nombres. No
se tratará más que de una especie de juego de batalla naval, juego fuera del
sentido donde las determinaciones de los valores de las letras serán dados p o r
la relación de las letras con los lugares de los cuales Champollion podrá
decir “touché” cuando la letra sea ubicada por él en el lugar mismo donde la
esperaba.
El texto jeroglífico de la piedra de Roseta estaba trunco: sólo aparecía, escrito
en un recuadro, un solo nonjbre que, se suponía, era el de Ptolomeo. Esta
conjetura se basaba en el hecho de cfue el texto demótico, que nadie sabíaleer,
incluía un grupo de caracteres que aparecía en un número de ocasiones igual
al de las inscripciones del nombre de Ptolomeo en el texto griego. Un solo
recuadro no permitía proceder a confirmaciones, y estas conjeturas quedaban
sin consecuencias pues no eran confirmadas desde un punto de vista
estrictamente textual.
Champollion tuvo la idea de relacionar ese recuadro con los que estaban
lectura de un desciframiento 129

grabados en el obelisco de Philae, descubierto en 1815. Este obelisco


presenta la particularidad de asociar al texto jeroglífico de cada uno de sus
lados, un texto griego grabado sobre su pedestal» donde se podía leer una
demanda que los sacerdotes de Philae dirigían a Ptolomeo y a su mujer
Cleopatra. Ahora bien, uno de los recuadros del obelisco es idéntico al de la
piedra de Roseta. Había entonces muchas probabilidades de que fuera la
escritura jeroglífica del nombre de Ptolomeo.
Este: tipo de confirmación, por más interesante que sea, no es decisivo. Se
habría podido pasar así de confirmación en confirmación, volver cada vez
más verosímiles las primeras conjeturas, localizar con precisión qué nombres
propios estaban escritos y en qué lugares, designarlos con exactitud, sin qué
pudiéramos decir por esto que dichos nombres jeroglíficos fueran verdade­
ramente leídos. Aquí se revela que descifrar no es reductibie aun crecimiento
de la verosimilitud, incluso si estas identificaciones de un kircherismo
moderado son correctas. Descifrar implica poner enjuego otra dimensión,
hacer intervenir lo que Lacan llama “saber textual” , que es el único que da
su certidumbre a la lectura, al hacerla víctima del escrito.
Al confirmar la conjetura para Ptolomeo, el obelisco de Philae designaba de
rebote al otro recuadro como susceptible de contener la inscripción del
nombre de “Cleopatra”. Dos significantes: era suficiente para saltar más allá
de la verosimilitud introduciendo otro tipo de conjetura, con consistencia de
saber textual. He aquí estos dos significantes tal como se presentaban a los
ojos de Champollion:


o 0 \L__ H1¡
#
f- Á -

Para facilitar la exposición del desciframiento, llamo A al recuadro que se


encuentra sobre la piedra de Roseta y sobre el obelisco de Philae, y B al que
se considera susceptible de escribir el nombre de Cleopatra; los escribiré
ahora poniéndolos alineados según una doble convención:
1) partir de la izquierda hacia la derecha,
2) cuando dos signos superpuestos se presenten, anotar primero el que está
arriba.
130 doctrina de la letra

A ' p ^

,1 2 3 4 . 5 6. 7 8 9 . 10 11

B . ¡á Mm ^ D ;l i l i < C 3 % . O O

A pesar de la dificultad -magistralmente subrayada por Robert M. Pirsig8-


inherente al hecho de escribir un modo de empleo, intentaré precisar ahora •
la regla adoptada por Champollion. Se formulara así: ‘ cama el valor
alfabetice de una letra jeroglífica está dado por el lugar que ocupa en el
ordenamiento de los recuadros presentados más arriba, es$e, valor será
considerado comó aceptado -es decir, como equivalente homofónicámente
a undletradel alfabeto g riego- si, después de haber supuesto que esta misma
letra dgbe encontrarse nuevamente con el mismo valor en otro lugar (en él
otro recuadro o incluso en otro lugar del mismo recuadro), se encuentra
efectivamente allí.
Seguiremos el paso a paso de !a puesta en práctica de esta regía en
el recorrido de Champollion.
1. Si el recuadro A escribe el nombre propio de Ptolomeo, A 1 debe
escribir la letra II. Ahora bien, esa II debe encontrarse; igualmente en la
palabra KXeOTcatpa, precisamente en el quinto lugar. □ se encuentra
allí efectivamente. Champollion considera entonces como establecida la
equivalencia: Q ¡Si it.
2. Del mismo modo A 4 = B 2 da para Jfefc el valor A.
3. A 3 = B 4 permite agregar una tercera correspondencia a la clave
de lectura déla transliteración que se ha ido creando poco a poco: C¡ equivale
a O 9.
4. A 2 = B 10 da para ES el valor T.
5. Esta misma letra debería encentrarse nuevamente en B 7. Ahora bien, en
lugar de £ 3 está • . Champollion nota que en otros casos de la
escritura del nombre de K^ecmcrcpa, se tiene efectivamente y no O ;
no hace caso, entonces, de esta dificultad anotando en su alfabeto que
«jsTir: escribe de la misma manera qué j££ la letra T.
6. La última letra de IlTOA.u.r|q es una sigma, por lo que Champollion inscribe
¡K® _______
. * Robert M. Pirsig, Traite du Z¿m et de l'entretien des motocycleites, París, Seuil, 1978.
() Sabemos hoy que $ corresponde ai bilítero ¡f ; se debe pronunciar sabiendo que
corresponde en francés a la “h” aspirada de haine (odio) y al sonido “ou” de ouate (algodón)
es el ideograma no. 3482.
lectura de! un desciframiento 131

7. Encontramos en el nombre de KAfOTcatpa dos veces la letra A en dos


lugares que Corresponden a los lugares donde se repite el jeroglífico del
buitre; de ahí, la equivalencia: = A.
8. En B 3, el signo 3 debe corresponder a la vocal E. Este mismo signo
está presente pero de manera doble en A 6. Esto conduce a Champollion a
sospechar que su doblaje en A 6 escribiría: algo que se acercaría al diptongo
AI (de AIOIL), que escribirá a continuación H.
9. Como la lectura de los dos nombres propios parece asegurada ahora,
podemos permitimos completar,esperando confinnacíones posteriores: A 5,
o sea - debe equivaler a M; B 1, o sea ¿ i = K; y B 8, o sea = P.
10. Queda planteada la pregunta suscitada por B 10 y B II. Champollion
recurre aquí al que ha pretendido ser su rival para el desciframiento., a saber
Young, quien había emitido la idea de que se trataba en estos dos signos de
una desinencia femenina que aparecía siempre en los nombres de las diosas.
Esta serie' de identificaciones puede presentarse en un cuadro donde se
enmarca, en cada nuevo paso del desciframiento,, la letra que corresponde a
la numeración dada más arriba.

1 2 3 4 .5 , 6 7 8 9 10

1 A m
B E!
2 A n ffl
B \M rr

3 A n ro í A
B A lo j n
4 A n en 0 A
B A 0 ü fe
5 A n T 0 A
B A O n ffl T
6 A n T 0 A
3
B A Q n T ü
7 A n T o A
B A O a [a ] t A(T)

S A rr T 0 A y
fífl
B A E 0 n A T A(T)
9 A n T 0 A M H Z
B ■|KJ A E O n A T P A(T)
10 A rr 1 O A M H S
B K A E 0 11 A T ..
P A(TO)
132 doctrina de la letra

Este tiempo del desciframiento prescinde de todo apoyo tomado sobre el


sentido. Resulta así que después de haberse apoyado sobre la traducción (ya
hemos hecho notar su carácter parcialmente erróneo) del determinativo del
recuadro, el desciframiento de losjeroglíficos consistió en la solaimplantación
del sistema de la transliteración de la escritura jeroglífica en escritura griega,
de lo que Champollion llama su “alfabeto”, constituido por el conjunto de las
correspondencias, inferidas homofónicamente a partir de los nombres pro­
pios, de las letras jeroglíficas y de las letras del alfabeto griego.
La continuación del desciframiento va a alimentar con correspondencias
nuevas a la transliteración cuya implantación no está, hasta este momento,
más que en su inicio. Con las lecturas de “Ptolomeo” y “Cleopatra”, que
produjeron un inicio de alfabeto, Champollion va a emprender la lectura de
otros recuadros, y va a confirmar así las primeras correspondencias y va a
agregar otras nuevas. Este es el umbral que el desciframiento de Young
nunca pudo traspasar, será importante ubicar con precisión la razón de este
fracaso younguiano.
Champollion recurre entonces a un recuadro de Karnak, cuya equivalencia
en escritura demótica fue leída por Akerblad y presentada por él como
susceptible de escribir el nombre de Alejandro. He aquí el recuadro

Podemos escribir, respetando sus lugares, los equivalentes en el alfabeto


griego de las letras jeroglíficas ya conocidas. Se obtiene lo siguiente:

Es, entonces, muy verosímil que este recuadro escriba el nombre de


Este paso confirma entonces la conjetura de Akerblad y, al mismo tiempo, el
primer “alfabeto”. Permite completarlo con tres letras nuevas, que son:
^ =K
rA =n
lectura de un desciframiento 133

Champollion multiplica este tipo de procedimiento: Berenice, Vespasiano,


Arsinoe, Apolonio, Antiochus, Antígono...etc., le ofrecerán, para terminar,
40 signos jeroglíficos correspondientes a 17 letras griegas.
Puesto que nadie juzga bueno reeditar los textos de Champollion, aunque se
alardea de un interés por la escritura, doy aquí mismo “el alfabeto” de la
Lettre a M. Dacier.
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Reproducción fotográfica -con reducción- de la placa IV de la Lettre a Íví. Dacier.


134 doctrina de la letra

Se comprobará que no se presenta como un “alfabeto”, sino como una serie


de correspondencias, fundadas homofónicamente, entre dos alfabetos, el
jeroglífico y el griego. Este cuadro no es otra cosa que una clave de escritura
para la transliteración. Que algunos de estos datos hayan sido afinados a
continuación, e incluso corregidos; dicho de otra manera, que las
transliteraciones modernas se apoyen sobre una clave de escritura que difiere
parcialmente de ésta, no cambia en nada su estatus de principio. No se trata
ni de traducción ni de transcripción, sino efectivamente, como lo muestra la
existencia misma de este cuadro, de transliteración. ¡Esta es la razón esencial
del hecho de que el desciframiento de los jeroglíficos egipcios no se deba a
un intelectual influyente!
Sin embargo (esta es la fuerza del prejuicio jeroglífico), llegado a este punto,
Champollion no cree haber descifrado los jeroglíficos, más bien piensa que
simplemente ha leído nombres propios extranjeros, todos posteriores, en
efecto, a la invasión griega. Nada en su trabajo viene por ahora a contradecir
la comparación de la escritura china con la escritura jeroglífica, que era uno
de los pilares de la teoría de la escritura que estaba de moda en esta época.
Champollion nombra entonces “Jeroglíficos fonéticos” a este uso excepcio­
nalmente fonético de los jeroglíficos para la escritura de estos nombres
propios extranjeros, y admite que no ha desenmarañado nada del problema
propiamente dicho, o sea lo que él designa con un término que, justamente,
ratifica el prejuicio: “Jeroglíficos puros”.
¿Qué es lo que resultó ser decisivo para la eliminación de ese prejuicio, que
provocó que Champollion publicara con prisa su Lettre a M. Dacierl
Partiendo de la presentación que acaba de hacerse, el lector puede imaginár­
selo: se trata de la certidumbre, adquirida por él, de que sabía leer también los
nombres de faraones cuyos reinos estaban históricamente situados en fechas
muy anteriores a la conquista de Alejandro.
Todo se jugó en unos pocos minutos, el 14 de septiembre de 1822, cuando
Champollion tuvo entre sus manos unas copias de bajorrelieves del templo
de Abu-Simbel. Uno de los recuadros se presentaba así:

En ese recuadro, los dos signos de la tela plegada ya están ubicados como
anotando la letra X (última letra de IlxoX|iec); separado entonces de lo que
sería una doble sigma por un signo problemático: |Tj , podemos ver el
lectura de un desciframiento 135

pictograma del sol que, en lengua copta, se dice RE; tendremos entonces, por
lo que respecta a la parte derecha de este recuadro: “PE,?, £ £ ”• De ahí la
hipótesis, puesto que sabemos que el templo de Abu-Simbel fue construido
por Ramsés, de que se trataría aquí de la escritura de ese nombre. Champollion
encuentra una confirmación de esto unos minutos más tarde con otro
recuadro que se presentaba así:

En este último recuadro, el ibis debía figurar pictográficamente al dios Toth


y por lo tanto escribir, posiblemente, por el procedimiento ya situado aquí del
rébus de tranferencia, el significante TOT. Ahora bien, de la cronología
establecida por Manetho,.se conoce el nombre de un faraón de la dinastía
XVIII: Tuthmosis. Tendremos, entonces, para este recuadro, lo que sigue:
“TOT, ?, X”; de la conjunción de estas dos conjeturas concernientes a los dos
recuadros mencionados, aparece algo que va a confirmarlas de una sola vez
a las dos, o sea el hecho de que el mismo jeroglífico |j). escribe el “MO" de
TOtfio^ en el segundo recuadro y, en el primero, el “ME" de p£U£0^. Así
se demostraba que “el uso fonético” de los jeroglíficos no databa de la
invasión griega. Champollion está entonces en un estado de excitación
considerable: a mediodía, se precipita al Instituto donde trabajaba su herma­
no Jacques-Joseph; abre bruscamente la puerta de la biblioteca, le tira sus
papeles sobre la mesa, proclama triunfalmente “Tengo el asunto”, y se
derrumba inmediatamente desvanecido. Después de cinco días de enferme­
dad pasados en la cama, escribe su Lettre a M. Dacier relative á l ’alphabet
des hiéroglyphes phonétiques, que el destinatario lee en la Academia, del 27
de septiembre. #
Es un hecho notable que la Lettre á M. Dacier omita las lecturas de los
nombres de Ramsés y de Tuthmosis y, por lo tanto, no revele lo que la causó.
Champollion ya tenía suficientes enemigos como para echarse en contra a sus
amigos contrariándolos con lo que constituía una evidencia. Tener el asunto,
significaba haber agarrado, al menos en un caso (pero este “al menos uno”
era suficiente para subvertir la idea que se tenía del conjunto) “el uso
fonético” de los jeroglíficos fuera de toda supuesta influencia del alfabeto
griego. Eso cuestionaba nuevamente la oposición de lo “figurativo” y de lo
“fonético” que parecía evidente a todo el mundo y, con ella, la noción de
escritura jeroglífica como escritura directa de las ideas. Como esta noción
subsumía las escrituras egipcias y chinas, no nos extrañará que una de las
consecuencias más importantes del desciframiento champollioniano fue la
de disociarlas.
136 doctrina de la letra

La disociación es efectiva desde 1824, fecha de la primera edición dei Précis


du systéme hieroglyphique. Procediendo primero a un cifrado de los textos
jeroglíficos de que dispone, con la ayuda de la serie numérica, Champollion
comienza el trabajo de esta disociación. La escritura china, descrita por
Remusat, está compuesta por quinientos caracteres simples, y varios miles de
caracteres compuestos, constituidos por el enlazamiento de dos o varios
caracteres simples. Champollion no encuentra semejante proporción en la
escritura egipcia: cuenta, para un texto dado, 860 signos, de los cuales sólo
20 parecen enlazados. La escritura jeroglífica del Egipto antiguo se distin­
guiría entonces de la china por no ser puramente ideográfica. Una confirma­
ción de esto es dada por el texto de la piedra de Roseta, donde Champollion
cuenta 500 palabras griegas por 1419 signos jeroglíficos conservados; cada
uno de estos últimos no podría entonces corresponder a una pálabra.
Además, este texto jeroglífico tiene una proporción de 66 % de signos ya
transliterados a partir de los nombres propios de la Lettre á M. Dacier, esta
frecuencia de aparición es inadmisible con respecto a la teoría que pretende­
ría que, fuera de los recuadros, estos signos no tendrían más que un valor
ideogramático. A partir del momento que ya no se considera más como
“ideogramática” , la escritura jeroglífica se ve separada de la escritura china.
Champollion escribe entonces, desde el comienzo del Précis: “El uso
fonético de los jeroglíficos no está subordinado, sino que es central, es de
hecho ei alma de todd el sistema de escritura.”
De la Lettre al Précis, la generalización del fonetismo separa a la escritura
jeroglífica y a la china en otro punto más: la traducción del signo del recuadro
#St| libre, a partir de ahora, del modelo ehino|# 1recuadro puede leerse como
algo distinto de la marca de un uso ex&jjcionalmente fonético de los
ideogramas. Ahora bien, la corrección de esta primera traducción es
importante, pues permite la extensión d*í desciframiento, va a volver posible.
ésta exísfisión por el hecho de que otros jerogUSfos podrán venir en lugar del
recuadro eon esta misma función de:fftdleéde los nombres propios que füerá
ía del recuadro en los primeros pasos del desciframiento.
|£jüálesfueron estos otroS jeroglíficos^ Al comienzo del Précis, Champollion
propone una transliteración para fyitinoo, favorito ampliamente celebrado
por el emperador Adriano. El interés de lacosa no consiste en la transliteración
misma, sino en la localización conjo tal de ese nombre propio. Son, en efecto,
uno que precede y el otro que sigue a los jeroglíficos que escriben a Antinoo,
dos grupos de jeroglíficos que, esta vez, indican que se trata allí de un nombre
propio. El primero es el nombre mas usual para Osiris: 'ssgfen (hoy se
translitera ws-ir)\ el segundo grupo: ^1 | presenta como particularidad
lo siguiente: que sigue regularmente, en los manuscritos y en lás estelas
lectura de un desciframiento 137

funerarias, al nombre propio del muerto frente al cual el nombre del dios de
los muertos aparece también regularmente. Debe hacerse notar que estos dos
grupos de jeroglíficos están, en este caso, suficientemente traducidos sin por
eso haber sido descifrados. Champollion se apoya en ellos para localizaren
los jeroglíficos que ellos enmarcan la escritura de un nombre propio, los lee
como lo que marca con respecto al muerto, que se trata efectivamente, en lo
que rodean, de su nombre de Osiris muerto.
Este tipo de traducción que puede serparcialmente correcta y que permanece,
con respecto al texto, en una relación -bastante relajada, no tiene nadádé
excepcional. Una pequeña aventura, que Lacan relata en uno de sus
seminarios, presentifica una traducción del mismo tipo: un día que Lacan
entregaba una carta de presentación a un rey negro, observó que éste, que
manifiestamente no sabía leer, pero que se veía constreñido por la mirada de
sus súbditos a mantener una posición de prestancia digna de su función, la
mantuvo un largo rato en la mano y luego mostró, por medio de la excelente
acogida que ofreció al extranjero, que había recibido perfectamente el
sentido, aunque sé le escapaba completamente el texto.
El desciframiento de Antinoo prueba que puede haber un uso fonético de los
jeroglíficos sin la marca de un recuadro. Esto significa el adiós al modelo
chino. Pero esto no sucede sin que en cada nueva ocurrencia para ser
descifrada, sea tomado en cuenta para el desciframiento lo que Champollion
llama un “signo especial” (hoy se dice un determinativo) con esta función de
indicador del nombre propio que ha sido, de hecho, la del recuadro.
En el capítulo V del Précis, Champollion descifra los nombres de los dioses
, . . °
que localiza gracias a su determinativo: gf . A continuación propone una
serie de sesenta desciframientos para nombres propios de individuos, tam­
bién marcados con uno, o mas bien een dos determiaativos, uno para !o¿
hombres* ■ :J f el otro para las mujeres: 5 .
Que el desciframiento de ¡os jeroglíficos no haya comenzado solamente, sino
habitado hasta ese punto en ía lecturade los nombres propios, es algo que no
deja de sorprender al que toma conocimiento de esto más de cerca. Sin
embargo, ¿quiere decir esto que se pueda considerar el desciframiento como
definitivamente adquirido con la transliteíación de los nombres propios? No
es evidente que una frase se pueda reducir a una serie de nombres propios,
y si se admite que el desciframiento de jeroglíficos se vio, en su principio y
en sus resultados esenciales, concluido con la posibilidad de leer las frases
de los textos egipcios clásicos, falta todavía dar cuenta de la forma según la
cual se ha podido, a partir de la introducción de un sistema que permita su
transliteración, pasar de la lectura de los nombres propios a la de las frases.
138 doctrina de la letra

Una primera respuesta disipará la sorpresa señalada más arriba. Consiste en


la observación de que una frase puede tomarse como nombre propio. Erman
y Ranke, en su presentación de la onomástica egipcia, hacen resaltar que, en
la mayoría de los casos, los nombres propios de individuos eran frases10; un
niño sera nombrado:
- en referencia a los dioses: “Amon está satisfecho”, “El que fue dado por la
barca de Osiris”;
- en referencia a un faraón reinante: “Que Ptah conserve a Moriré tal con
vida”, “Yi su fuerza”, “Nefer-ke-Re está en la casa de Amon”;
- o aun, más prosaicamente, en relacséii contin acontecimiento familiar: un
niño cuyo padre murió antes de su nacimiento será llamado “su padre vive”,
otro del que se está particularmente orgulloso: “lo he deseado” o también
“bienvenido”:;jófra más, cuyamadre murió en el parto: “reemplázala”*w©tÍK
Estas frases subrayan laimportancia del determinativo dei nombre propio, ya
que es el único que permite distinguir la frase puesta en función de nombre
propio de su gemela en la cual se articulan estrictamente los. mismos
elementos.
Al dar una traducción de esos nombres propios, Erman y Ranke juegan con
aquella posibilidad dei nombre propio de hacer sentido. ¿Quién no se ha
ejercitado en ese juego? Sin embargo, el nombre propio como tal se
caracteriza precisamente por dejar de lado esa posibilidad: sólo se retienen,
del significante del nombre propio, los elementos literales. De ahí su estatus,
que Lacan llama de escritura, y su valor para el desciframiento. ¿Que pasó
entonces con el desciframiento en cuanto a la lectura de ocra cosa que no sean
los nombres propios? Si bien el “producir sentido” del nombre propio
muestra una vía de paso posible de la lectura del nombre propio a la de la
frase, se encofitfáotra víadeániaceqüé, cruzando a la primera, tuvo un papel
esencial én la extensión del desciframiento; se trata de la intervención, para
esta extensión, de la lengua copta. 7C.
Situar esta intervención se impone tanto mas cuanto que se podría imaginar
que más allá de cierto umbral, una vez que se emplazó el sistema de la
transliteración del alfabeto jeroglífico al alfabeto griego, ya no se trató, en el
desciframiento, más que de traducción. Para demostrar la falsedad de este
punto de vista, apelaré a un material que ya fue presentado aquí mismo.
Como la lengua copta es un dialecto del egipcio antiguo, ^latamente se
puede cuestionar la legitimidad del empleo dei término de "traducción” para
referirse a ella» Pero esta observación -demasiado genera! • no debe dispen­
sarnos del estudio de su puesta en juego en el desciframiento. En la página

10A. Erman, H. Ranke, La civilisation egyptienne, Payot, París, 1976, p. 215 a 220.
lectura de un desciframiento 139

134, presenté la lectura del nombre de “Ramsés” donde Champollion identi­


fica el pictograma del sol fundándose en el hecho de que, en la lengua copta,
“sol” se dice “Re”: O = PE. ¿A continuación de qué operaciones se obtuvo
esta identificación? Un círculo no es necesariamente el sol, y puede evocar
mil y una cosas. Champollion admite entonces sólo a título de una conjetura
que se trata efectivamente ahí del pictograma del sol. Traduce después la
palabra “sol” en lengua copta y obtiene así la palabra “Re”. Retoma entonces
al jeroglífico O » no para suponer que escribe la palabra “sol”, sino el
significante “Re”: dicho de otra manera, este retomo considera al jeroglífico
desde un punto de vista totalmente diferente del que se había puesto en acción
primero; los especialistas de la escritura dirían que el jeroglífico es tomado
entonces “fonográficamente” y ya no “pictográficamente”. He aquí entonces
la secuencia cuya culminación es la conjetura de la equivalencia deOcon PE:
desprendimiento
[jeroglífico] Pictografía [ Significación] traducción [ Copto ] del sentido
l O ' ------' “ sol” I ------------- > \ “R e ” ' >

[ Significante] escrito por [Jeroglífico] transliterado [ Alfabeto griego]


O

\ “R e ” / ----- > V “P E ” 1
í

Esta secuencia vuelve aparente el hecho de que, lejos de constituir por sí sola
el desciframiento, la traducción está, en el desciframiento, puesta al servicio
de la transliteración abasteciendo a ésta de su soporte homofónico, allí
mismo donde falla el nombre propio en su función que llamaré ahora
{desviando un término cuyo uso lingüístico conocemos) el shifter de la
homofonía. La lengua copta alimenta el desciframiento con la homofonía;
esa es la razón (resonante) del llamado que el desciframiento le dirige
cuando, queriendo leer otra cosa que no sean los nombres propios, tiene una
carencia de homofonía. Es necesario, allí donde se sospecha un sentido* no
traducir para transportar el sentido, sino traducir para tener significante
sobre el cual sentar el apoyo homofónico de la transliteración.
Tras haber presentado esto a partir de un ejemplo muy simple, daré ahora dos
más. Se habrá notado quizás en el recuadro de Ramsés, a la izquierda de su
nombre de Ramsés, una serie de jeroglíficos que fueron dejados de lado.
Champollion hace notar la muy frecuente aparición de este tipo de signos en
los recuadros. He aquí dos ejemplos: ° |j y .¿Cómo de­
ben ser leídos? Las apelaciones de los faraones eran conocidas desde la época
ptoloméica. Que hayan sido nombrados en esa época “César”o “Autocrator■
no significaba más que retomar una tradición antigua que los llamaba
“Amados de Ptah”, “Siempre vivo''..., etc. Se disponía entonces de una lista
de estas apelaciones, se sabía su sentido, pero se era incapaz de decir, para
140 doctrina de la letra

cada uii%qiié grupo de jeroglíficoslé corrcspóndíai-y con másrasaín elvaloc-


. literal de cada t^Qo de los? jejíqgiífieosde estos grupos. ■
P>
i r - . Tomemos el J^anargrupomencionado aquí. ChampoIlreai¿ dé $ü‘
“rifábeto’'^ ® é ^ t ^ :j3;#.Í|;y& s:T . § i^ o n é 'é |(l^ 0 s q u e é l!C6nJ^rtfíi.&he
escribir "ámádo péx Ptah” f ¡ éítc&i^éctjii^cia, que el terter jerogu8£a debe
equivaler a H. A partir de ahí, di cijtóo escribiíía “si¿ádo"; Ahora bien,
'‘am ar'^fiiet en c£>pto "tnét” d "oieiti’vGbainpollion'Concluye ento.ricéssu
; . lectura admitiendo que un© u otro de estos d6S Valores iSStSMErifopor elsigno
H . Ya no quedará'taás qtie confirmar estó atando cabos,para obtener
.' de este atar ssabos lá certidumbre de que se puede legítimamente comeftz^r
á csastíMr.'fetó ' I l , unaltsta ya no de i^ájbEMpropÍ<% $iíio de'Vetbós.,
En cuánto ai jfégundo grupo, sabemos sobíe áí que X es un .ideograma que
vida”-; Ahora bien, Ía vídase tic e encoptp ,*Sfi¿h” ; y
esta idtttíftéacióir recibe un comienzo ¿e confernacióncon una vajá^iife de
■f" que se esciíbe f /q"' ,
donde volvemos a encontrarla N de *‘ónkh'’
cOnftí j^WgíffiOíí1 . ■'ífaé ya ha sido tránslítéiado N. Este grupo de

escribir el adverbio "siempre”.


;■ No es necesario, me parecé,£GritÍEuar más hacia adelante esta lectura del
; • desciframiento champollioniano; su presentación mismo basta para
extraer cierto número de enseñanzas simples; -■
CtísndS jsfectarafcgíjf^ater con iap|fra,s¿vejí?onstreñi^al desctftaftáedto,
.. dejamos escapar su consistencia al señalarla con ei término de^tráduq^qii”.
2. El desciframiento pone en juego dos operaciones: la traducción y la
transliteración.
3. E n el desciframiento,' la traduccíón se vuelve hacía la homofonía
■ - ya sea que la loeaHeealíídoitde estástvjueg&ííraducc ion.del determinativo
delKQiafeBjnropjo);.
•.' - yasea.q96;I#^9diizca1alíí'd0nde siiapó.yt) fai{ai;; v^:'.
4. % & S8 *'tíá:Qfiresonante” a la ftáta aft^acÍÓ6
. tiene como contrapartida el hecho de que no se puede detectar más que en su

’. ]ppiu¿^V''ü''SS!á,.:la puesta gn cpitesgpndéiicifc tettft letra»' de dos
alfábetóS vUao forjado por el deseifraaü’entQ (,'alfabeto,'’jeróglMCoj, y el otro
ven ido d^^íyera ypBestp en función 4® cifrar al primero. De ahí...'
.... 5. La eqgW^Bcia detciftaüo y del descifráíiüsMp -la fránsfi^íaci^'íss'el
nomb^Jp^Píá eqsivitifencí^ divio qute¡ e^ ;6soíáio qo&íademostrar y.,.
lectura de un desciframiento 141

6, La ®óstl^iÓn de q u e ^ ü n modode lectura que no aparece más que con


el escrito.. í:
Subrayaré.‘-para concluir, q u & jp st^ é n te p o r no haberse AíeisdG a los
lincamientos del desciframiento articulados aquí, la lectura feeeha |orYoQj5g
de los nombres de P to lo m eo y de B erenice -que sin embargG'iSs- correcta
gldbalmettte- jte perdió inmediatamente en l^ a r e n a s m ovediza de un
*| eroglifismo” Kitefeer,
En la pági|iá.2l de la segunda edición de SU Ptéfefá ^l:826), t>|33^ p 9iyon
estudia la lecslisji.de Y j j w i l o s mffitess1mé(lü>$:.et'jSR Dr.
V o w g y y o , ¿ céiito e s q u e llegam os a r e s u ltm o s á ^ t é t t s s f , ¿ P a r que «í
sa b io m g is S S é ir a b ó después' d e su intento de a nálisis de los nom bres de
P to lp m e ó y 4 e B^penice, m ientras que, con los resultctétts cféí iftlf} le í una
mu¡titi^deHúhbresmdfsinilmyórd^ultad^Ds^c^ü,&xas, “iaedi&s’,1
lo vamos a eGÉi^cabaí^no efari^loS Hiism0s,' |)re<íj¿smente en ÍQ4igu^pt^-
Champolíióriisé dacotfio -‘‘fiai'óarazófi” (la éxpresián ésd©éí):Ía homoforií^l
dicho de otro modo, sabe no leer entre líneas, mientras que Young, invocando
una plüfafidad:^'*í 0^& ss, tres m te ttto s, :>vü¿Ne; ■fu
inconsistente.'
Esta 4isct»SiiÍR*S5is fundamental*: porquepfeisentSün :ca§o dÓBd&'se" puede
palpar que hay lectura y lectura, que es posible leer correctamente el nombre
Ptolomedt^í-mismo d í® d é -fe í^ ^ y .^ e fite .^ tí:^ o ^ ;.fiñ ;^ P 'e ^ 'W ® l0
leído verdadéramenté¿i^:<^J|;j:fiiéfi^tóente1, He aquí, para esta lectura de la
lectura younguiaaa»él nombre de Píqtomeo escrito en demótieo, en jerag&
ñco, después su tra^lit«a¿íét» ett iÉpiÍSto-^^<j:y:íálíSo.
,1 , 6 ■' 5 . 4 •■
3 2 1
<■» /n ■■ , - v i - ■ demótico
Y f;': i»

1 X i __ , □
■ fi 'r
i H •. M ; ■0 A t " n griego' ■'

¿■:\ E ' M O ' *• l : }': VT : P latín

La inversión de la L y de la O corresponde al respeto del orden de las letras (en algunos recuadros)
en el momento de su transliteración. Cfr. Lettre á M. Dacier, plancha 1, recuadros no. 30 y 40.

Las dos primeras letras jeroglíficas <fe PTLOMES son identificadas por
Yoüng y por Gbampolíion con#cotTCspondiéfttesa Íasífi^ras P y> . ¿Quiere
decir estó que las fe s lecturas son del mismo, orden? Responder que no
142 doctrina de la letra

implica decir en qué la identificación de □ con la P no tiene el mismo


estatus en Young y en Champollion. Young considera que □ corresponde
a la letra P fundándose en la semejanza de este carácterjeroglífico con la letra
demótica Z que Akerblad había señalado como Susceptible de escribir
P. En cuanto a Champollion, él escribe: “Expresé por mi lado que el cuadrado
era la letra P por la única razón 11 de que la P del nombre jeroglífico de
Cleopatra estaba expresado también por este mismo carácter.” La razón
champollioniana no es de apelación a una autoridad, no busca un fundamento
en la semejanza sino en la combinatoria. Ahora bien, a partir de la lectura de
las letras siguientes, esta diferencia de las dos lecturas va a producir
consecuencias absolutamente ubicables.
Consideremos ahora el carácter jeroglífico ■$ . Y oung llega a considerar que
su presencia no es necesaria para la escritura jeroglífica de “Ptolomeo” l2;
argumenta esto a partir de lo que él cree comprobar en una ausencia, según
él siempre locaiizable, de este mismo carácter en la escritura demótica del
nombre de “Ptolomeo”. Ciertamente, si nos remitimos al cuadro presentado
más arriba, el lector (a quien le facilité la tarea con esta presentación en un
cuadro) objetará que hay efectivamente una letra numerada cuarta en la
escritura demótica del nombre en cuestión. Si Y oung ve una ausencia, en este
cuarto lugar, es porque hace de lo que aquí es presentado en cuarto y en tercer
lugar -es decir C y / - una sola y misma letra demótica, allí donde
Champollion lee dos. La decisión de ver una ausencia de letra en el cuarto
lugar, no tiene nada de extravagante: nos daremos cuenta de esto si simple­
mente nos imaginamos en presencia de una serie de rasgos de los cuales no
sabemos a cuántas letras corresponden, situación donde la letra como
elemento discreto no está dada, sino que está por construirse. ¿Entonces que
es lo que condujo a Young a admitir como una sola y misma letra los dos
rasgos vecinos i y / ? Para él tuvo la fuerza de una ley el hecho de que,
puestos juntos, estos dos rasgos se parecen al signo hieráticodei león : ^ íaj.
La semejanza funda en él la identificación, hasta el punto de llevarlo a admitir
que puede haber en la escritura jeroglífica del nombre de “Ptolomeo” signos
que estarían de más.
El libro de Février no deja, a justo título, de poner en guardia contra esta
virtud otorgada a la semejanza. Una letra no puede, con respecto a otra letra,
ser considerada como “la misma” más que a partir del momento en que se
asocia, a la semejanza formal, gestáltica, una equivalencia de función. Esta
regla, fundamental para cualquier abordaje de la escritura, es desconocida
por Young, porque, allí donde se necesita la semejanza y la función para

11 Subrayado del autor (n. de T.)


11 ¡Saltarse una ietra no es poca cosa! ¡Champollion nunca se hubiera permitido esa ligereza!
Sabemos que en la “Proposition du 9 octobre 1967 sur le psychanalyste de l’Ecole” (Proposi­
ción del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela" (Cfr. Scilicet 1, p. 20,21),
Lacan señala el hecho de no perderse una letra como la condición para que :‘lo no sabido se
ordene como el marco del saber".
lectura de un desciframiento 143

deducir la identificación, él deduce, por el contrario, la función a partir de la


sem ejanza,.
He aquí ahora el tercer paso younguiano donde la enrancia va a resultar
irrecuperable. Al dejar de lado el carácter , Young se ve obligado a
dar al carácter vecino, el del león descansando, un valor disilábico: OLE.
Esta lectura abría el camino para todo tipo de fantasías en las lecturas
posteriores, pues surgía, como lo hace notar Champollion, de lo que él llama,
a propósito de esto, el “principio alfabético”, que no es otra cosa que el “letra
por letra” de la transliteración.
A partir de este. momento, es curioso ver que Young obtiene para terminar
ITtoteu.ai.oq -o sea, algo que sería una transcripción jeroglífica satisfactoria
de lo que se creía que era la vocalización de ese nombre propio en griego- allí
donde Champollion pudo, como lo escribe, “no obtener más que ¡TcoA-Liq”;
pero en un notable movimiento cruzado, esta transcripción perfecta resultará
a continuación no tener prolongaciones en posteriores lecturas (Young
propone “Arsinoe” para un recuadro donde uno de los jeroglíficos se parece
a una lenteja, que en copto se dice “arshin”, allí donde Champollion, con su
alfabeto, lee el título de “Autocrator”), mientras que la transliteración
champollioniana mostrará aprés-coup su valor de aliciente para el
desciframiento.
¿Que significa haber leído “Ptolomeo”? Después de haber discutido la
lectura de Young, Champollion da su respuesta: no es simplemente haber
ubicado, con mayor o menor exactitud, que tal recuadro escribía efectiva­
mente ese nombre, es “haber fijado el valor propio de cada uno de los
caracteres que lo componen y de tal manera que fueran aplicables en todos
los lugares donde esos mismos caracteres se presenten”.
La publicación del Précis.# volvía caduca la opósición jeroglífico fonético/
jeroglífico puro de la Lettre a M. Dacier...: el Précis mostraba y al mismo
tiempo demostraba que puede haber algo figurativo con valor de escritura de
lengua, que eso no tenía nada de excepcional; dicho de otro modo, que la
escritura llamada figurativa no estaba, por esencia, fuera del campo de lo
transliterable. Esto significaba trastornar la idea que existía hasta ese
momento de las diferentes escrituras, y no es poca cosa como lección el medir
hasta qué punto el desciframiento de los jeroglíficos se operó a contrapelo de
la concepción de la escritura figurativa como ideo-grafía. Más de un siglo y
medio después, hay que admitir que se ha asimilado muy poco de esta lección
del desciframiento, de ese desciframiento del que J. B. Fourier -en cuya casa
Champollion a los doce años, había tenido la revelación de su vocación- iba
a decir, al saber sobre él: “¡Pero si eso es geometría!”.
144 doctrina de la letra

Poco después de haber terminado su Précis, Champollion parte hacia Turín


para proceder a organizar la colección Drovetto. En medio de 50 estatuas
colosales, 30 momias, 5 000 figurillas, retienen su atención unos paquetes de
manuscritos de los cuales llama a algunos -a causa del su estado de deterioro-
su “basura”. ¡Cuál no sería su felicidad al encontrar allí toda una serie de
textos que describían los ritos funerarios! Leerlos le iba a permitir entregar
al mundo de los doctos nada menos que la religión egipcia. Pero tuvo que
admitir muy pronto que esos textos eran la copia de un solo y mismo ritual.
En su abatimiento, sin embargo, algo lo consolaría, y allí el lector reconocerá
lo que se debe designar como su seriedad, a saber, el proyecto que hizo
inmediatamente de enriquecer, con las variantes dadas en esas copias, su
cuadro de homófonas l3.

ChiiRipollioíi, LettresCkampQgtpti iejeune, Bibli. Egypt,, !90i,p. 54 y 80.


Capítulo siete

la “conjetura de L acan”
sobre el origen de la escritura

14Por favor, retírense de mi presencia, fabricantes de rébus


prohibidos por docenas, en los que no percibía antes, desde
la primera vez. como ahora, la juntura de la solución frívola '*

Lautráamont, Poésies 1

Se ha comentado mucho la fórmula, de Lacan que sitúa la hipótesis ¿el


inconsciente diciendo de él que está “estructurado como un lenguaje”. No
parece sin embargo que tantolos que han hecho de dieüa fórmula un
común -una lengua estereotipada- como los que lo reáiazan en nombre del
afecto, se hayan apartado mucho del efecto de sugestión propio de toda
fórmula. Es molesto que.se Ies escape así lo qué aquí faaif de dificultoso, de
brutal, lo que, en éSft.formtíla, resiste | la aprehensión y a la manipuiseidn.
Un lenguaje: la fórmula invita a admitir que hay lenguajes y la toma en cuenta
de este^lural (designado, por otra parte, por Lacan en un comentario de su
fórmula)1repercute sobre el enunciado y da valor de deíctico al un. Sólo que,
además de que no se encuentra, en Lacan, una lista establecida de los
lenguajes, no se sabe tampoco, entre aquellos que se puede intentar alinear
en una hoja de pape!, cuál es aquél que estaña en la postura de ser ese lenguaje
susceptible de responder por la estructura del inconsciente.
¿És, ac^o,el defei^deestadesignaciéñ taji acentuadó como pretendo? Hay
en efecto, en Lacan, numerosas indicácáónes que conciernen a ese lenguaje;
pero, justamente, esta pluralidad constituye una dificultad: ¿Se dirá» acaso,
que se trata deí lenguaje tai como lo describe sn Jakobson? ¿O del álgebra
lacaniana? ¿Ce ja teoría de los conjuntos? ¿Del lengua|e: de la topología?
Pero ¿qué modo de la topología? La riqueza, aquí como en otras partes,
estorba. ¿Cómo proceder, estonces, al deseíIpiBiejitQ de la fermulade ofra.

1 ,f. Lacan, Le savoir du psychanalyste, Conferencia en La Chapelle, Saint-Anne, dei 4 de


noviembre de 1971, inédita.
146 doctrina de la letra

manera que no sea por una elección sometida a los prejuicios o inclinaciones
del lector?
Como la duda invita a la abstención, daremos a ésta su alcance positivo
concluyendo que el inconsciente está estructurado como ese lenguaje que no v
es posible, por el momento, designar.
Pero queda sin embargo el hecho de que eso se llama “lenguaje”.
Cuando se interroga el concepto de lenguaje en Lacan, viene inmediatamente
a la mente -otra fórmula- que no hay metalenguaje. Lacan no presenta este
enunciado como seguro, ni siquiera como una verdad que tendría, en la
realidad; un correspondiente adecuado con lo que afirma; se trata de lo que
los franceses llaman un p a ñ i pris, una posición tomada, término que, en
resonancia con una de sus connotaciones se contrae en parí, o sea que
implica, en francés, una apuesta.
Esta apuesta no es tan extraña como puede parecer a primera vista. Así, A.
Koyré demostró que la generalización rigurosa de la oposición lenguaje-
objeto i metalenguaje que efectúa la teoría de los tipos de Russell prorroga
la vigencia de la paradoja misma que trataba de evitar, pues la proposición
fundamental de esta teoría, la que plantea que “toda proposición debe ser del
tipo superior a su objeto” , no puede pertenecer, ella misma, a ningún tipo,
siendo justamente que su pertenencia a un tipo, ¿n esta teoría, forma parte
intrínsecamente de la definición misma de la proposición2. Al prohibir los
enunciados que tratan sobre todas las proposiciones, la teoría de ios tipos se
prohibe el enunciado, ese enunciado mismo, que la funda. La apuesta
lacaniana encuentra entonces con qué apuntalar su pertinencia allí mismo
donde se adoptó un partido contrario. No por ello deja de ser una apuesta que
sólo tendrá su alcance si se siguen rigurosamente sus consecuencias.
La primera de ellas se presen ta bajo una forma negativa: si se sostiene que no
hay metalenguaje, entonces el inconsciente no está estructurado como ese
lenguaje que se define con la oposición del metalenguaje y del lenguaje-
objeto.
Sin embargo, el enunciado no hay metalenguaje, como todo decir que no hay,
es insuficiente. Su objetivo es didáctico, y la inexistencia que parece escribir
(pero de la que no hace más que designar la posibilidad al limitarse a
transcribirla) no puede constituirse, de conformidad con la escritura de la
metáfora en Lacan, sino a partir del momento en que viene, en el lugar de lo
que se dice no ser, algo que está en una relación de vecindad metonímica con
lo que no es. Así, de la misma manera que en Wittgenstein el rechazo de la
teoría de los tipos sólo toma cuerpo al destacarte oposición entre el decir y

1 A. Koyré, Epiménide le menteur, Hermán ed., París, 1947.


la “conjetura de Lacan " sobre el origen de la escritura 147

el mostrar, en Lacan es la oposición entre la palabra y el escrito la que viene


en el lugar del par lenguaje-objeto / metalenguaje. No decimos con esto que
esta oposición sea esencial.
He aquí, por ejemplo (para citar algo que esté en las antípodas del carácter
“acuñado” de las fórmulas precedentes) una observación muy “hablada” en
que Lacan com entad trabajo del matemático René Thom: “Si mi amigo René
Thom llega tan fácilmente a encontrar cortes de superficies matemáticas
complicadas, algo como un dibujo, un rayado, en fin algo que él llama tanto
una punta, (como) una escama, un fruncido, un pliegue, y a hacer de eso un
uso tan verdaderamente cautivante; si, en otros términos, hay una cosa que
existe, tal que se pueda escribir x que satisface la función <ftr, sí, si él hace
eso con tanta facilidad, no quiere decir que no persistirá en esto, mientras
no haya justificado de un modo exhaustivo aquello con lo que, pese a todo,
está efectivamente forzado a explicarles, a saber el lenguaje común y la
gramática para todos, <que no persistirá en e s t o una zona que llamo zona
del discurso y que es aquella sobre la cual el discurso analítico arroja una
viva luz'*3
Lo que se escribe en lenguaje matemático no está garantizado por un
metalenguaje y. además, no podría explicarse sin poner enjuego este habla,
esta palabra que se apoya en el lenguaje común. Así, el que no haya
“metalenguaje que pueda ser hablado” 4 quiere decir que lo que se nombra
con “metalenguaje” no es otra cosa que la palabra misma.
El escrito, entonces, ocuparía este lugar mismo que sería el del lenguaje-
objeto.
La substitución por la que la oposición escrito/palabra ocupa el lugar del par
lenguaje-objeto/metalenguaje ratifica el carácter no eliminable de la palabra:
hay palabra en el defecto del metalenguaje, justamente allí donde desfallece
para decir lo verdadero sobre lo verdadero.
Sin embargo, esto, que nos alejaría de la lógica al presentar un abordaje de
la verdad que no la reduce al bi-valor Verdadero/Falso, esto que entonces se
prestaría fácilmente para que se haga de la palabra el objeto de un culto (el
caso no carece de precedentes y hasta en el mismo psicoanálisis) recibe en
Lacan el contrapunto necesario para impedir, si se puede, semejante resbalón.
Así, la lógica como ciencia viene en apoyo para ese contrapunto. Como
“ciencia del real” (Lacan) la lógica muestra que no hay acceso a un real sino
por la puesta en juego de letras minúsculas. Tal es su sesgo desde Aristóteles.
Y en esto la experiencia de la lógica encuentra a la experiencia analítica en
la medida en que se sepa localizar que la definición restringida de la palabra
a la que obliga la experiencia analítica (lo que, durante un tiempo, se dijo con

7 J. Lacan. Le savoir du psychanalyste, op. cit.


4 J. Lacan, Ecrits Seuil, París, 1966, p.813. (En español, Escritos, Siglo XXI, México, 1984,
p.793). Términos subrayados por mí.
148 doctrina de la letra

el “eso habla”) conduce ciertamente a admitir no sólo que no hay en el ser


hablante función de la palabra más que en un campo de lenguaje sino
también, más precisamente todavía, y más limitativamente, que sólo hay
palabra en el punto de contemporaneidad de la escritura con el lenguaje.
En el seminario sobre L' Identification, Lacan señala esta contemporaneidad
como “la raíz del acto de la palabra”. Esta “contemporaneidad original de la
escritura con el mismo lenguaje”5 no asombrará al lector de estas páginas en
las que he presentado varias veces a la homofonía como uno de sus modos
más decisivos. Se notará que la aparente ambigüedad del término “homofonía”,
que se presta para que se imagine que tiene como referente algo del orden del
sonido, de la vocalización, no eSdífetefttC de la que lleva cóiftigo el término
“consonante'*: Contrariamente a lo .que su nombre sugiere (un nombre por
Otra parte tardío, posterior -y mucho- a la invención del alfabeto), ésas
consonantes suenan tan poco que los griegos, tenemos el testimonio de ello
en Platón, las nombraban cwpcova, las mudas6.
En ese mismo seminario Lacan precisa lo que entiende por “estructuración
del lenguaje”, o sea aquello mismo que esclarece la estructuradel inconscien­
te. Define esta estructuración, por la operación de la “localización dp la
primera conjugación de una.emisión vocal con un signo como tal”7. Ahora
bien, ésta operación no es semejante sino jdentificabie y, en Lacan, identifi­
cada. ébri.%«que sSÍa en juego en el- origen de la escritura. Así, conviene
descubrir, poner a la luz, cual fue la conjetura de Lacan sobre este punto, pues
es la única vía susceptible de esclarecer lo que ocurre con la estructura del
inconsciente. Si yo no vacilo en señalar aquí esta vía como única, es porque
esta veta no cesó de ser retomada en la serie de !6s seminarios. Así,'doce años
después de L' Identification-. “Es del lado de la escritura donde se concentra
aquello en que intento interrogar loque ocurre con el inconsciente cuando
digo que el inconsciente es algo en el real” y aún, en ese mismo sem.-'iario
(que, por otra parte, tiene por título uncídste ingépj9sb por homofonía), esta
sinfÜ^ón de lo escrito como pá^ajeObligado: “Sin lo que hace que el decir
llegue a escribirse, no hay medio de que yo les haga sentir la dimensión cuyo
saber inconsciente subsiste’t? .-
De una manera bastante inhabitual en él, Lacan presentó esta conjetura c.omo
un “descubrimiento*’ que ál. habría hecho. He aquí este texto de Lacan que
¿eirá enseguida estudiado punto por punto y luego interpretado:
■ la $$tr%tetur<jgión del lenguaje se identifica (si se puede decir) con la
localización de la primera conjugación de una emisión vocal con un signo

* i. Lacan. L'Identification, seminario inédito del 17 de enero dé 1962.


* Platón, Cratilo. Más tarde, las consonantes, symphona, suenan "con", y entonces... ¡no solas!
7 J. Lacan, Gp. cit., seminario del 10 de enero de 1962.
* J. Lacan, Les non-dupes errent. Seminario inédito del 21 de mayo de 1974.
9 J. Lacan, íbid., seminario del 19 de febrero de 1974.
la "conjetura de Lacan " sobre el origen de la escritura 149

como tal -es decir con algo que, ya, se refiere a una primera manipulación
del objeto. La hemos llamado "simplificadora ” (a esta primera manipula­
ción) cuando se trató de definir la génesis del trazo. ¿ Qué hay más destruido,
más borrado, que un objeto si es del objeto del que el trazo surge [si es] algo
del objeto que el trazo retiene, justamente su unicidad? El borramiento, la
destrucción absoluta de todas sus otras emergencias, de todas sus otras
prolongaciones, de todos sus otros apéndices, de todo lo que puede haber de
ramificado, de palpitante, y bien, esa relación con el objeto en el nacimiento
de algo que se llama aquí el signo, en tanto nos interesa en el nacimiento del
significante, es efectivamente el preciso lugar en el cual nos hemos detenido,
y es en tomo de lo que no carece de promesas donde hemos hecho, si se puede
decir, un descubrimiento, pues yo creo que lo es: esta indicación de que hay
-digamos en un tiempo, en un tiempo localizable, históricamente definido- un
momento en que algo está ya ahí, para ser leído, leído con lenguaje cuando
no hay todavía escritura. Es por la inversión de esa relación, de esa relación
de lectura del signo, como puede nacer luego la escritura en tanto ella puede
servir para connotar lafonematizaciórí'10.
El descubrimiento toma su punto de partida en la lectura del libro de J. G.
Fé vrier titulado Histoire de l ’écriture. Este primer dato, pronto se dará cuenta
el lector, no es exterior a la conjetura misma. Hay err esta lectura una manera
de leer que es homologa a lo mismo que la lectura pone a la luz. Recordemos
que el análisis de la lectura, por Lacan, del texto sobre el “pequeño Hans” hizo
valer una homología semejante. ¿En qué consiste ella esta vez? '
Después de haber citado el monumental trabajo de Février, Lacan invita a sus
oyentes de entonces a remitirse a él: “Ustedes verán desplegarse allí con
evidencia algo cuyo dinamismo general, cuyo resorte, yo les indico, porque
de alguna manera no está despejado, y está en todas parles presente”11. Es
decir que este ré&orte se encuentra en estado latente en el texto de Février.
Ahora bien, se va a tratar, precisamente, de la escritura como una función v
latente en el lenguaje mismo12. Aparece así que el modo de abordaje de
aquello de lo que se trata -la localización de una latencia- es del mismo orden
de lo que se trata: la escritura comó función latente. No hay diferencia
fundamental entre la operación de la escritura, en tanto vuelve manifiesta la
latencia de la escritura en el lenguaje, y la operación de descubrimiento de
esta operación. Es decir que ponerlo en la cuenta de un talento de autor o de
lector, sería desconocerlo pues por el contrario el autor se demuestra aquí
reducido en su descubrimiento a eso mismo que él descubre.
¿Cuál es entonces, ese resorte general de la historia de la escritora? Lacan
nota primero que el material que iba a constituir la escritura se encontraba ya

10J. Lacan, VIdentification, seminario del 10 de enero de 1962.


11 lo id., seminario dei 12 de diciembre de 1961.
IZ Vease nota 10.

— — .
150 doctrina de la letra

allí, presenté anteriormente a la puesta en práctica clel escrito. Ciertamente


no todo el material, pero esta restricción no anula el hecho enunciado. No se
sabe muy bien a que podían corresponder esas marcas diversas que no son
todas pictográficas puesto que, en la época magdaleniense, es por el contrario
su aspecto geométrico abstracto lo que impresiona a los observadores!3. Sise
han expresado numerosas y a menudo extravagantes interpretaciones en lo
que concierne a esas marcas, nos contentaremos aquí con la comprobación
de su existencia* una existencia anterior, estonces, a M invención de la
escritura; y .allí donde una escritura se encontró emplazada se sen esas
mismas marcas recuperadas en la escritura y para la escritura. A partir de esto
la cuestión del origen de la escritura es la de ésta recuperación misma.
Tal es entonces el punto de partida de lo que llamo aquí la conjetura de Lacan.
En el comienzo de la escritura está esta separación (que es la condición de
posibilidad de lo que acaba de ser designado como “recuperación”) entre el
material que va a servir a la escritura y el lenguaje cuya estructura no sabida
está sin embargo en acción en el blablá cotidiano. Así, ciertos términos del
lenguaje nombran los objetos que algunos de tos elemeíitos del material
figuran pictográficamente. Lenguaje; objetos y signó&, tres polos de una
especie de ballet.
F.1 ya ahí del material no es poca cosa: una cosa es un buitre y otra cosa es el
dibujo de un buitre; una cosa es el junco florecido y otra el dibujo dei junco
florecido...; una cosa es una galleta y otra e l.... Si bien estas dibujos remiten
pictográficamente al objeto son, pese a ello, de un orden distinto que él. El
hecho es paten te cuando se nota que obedecen, eomodibujos, a convenciones
que corresponden al dibujo o a aquello para lo que el dibujo ha sido
producido. El dibujo es siempre ya necesariamente infiel, figurativamente,
al objeto. Pero que haya ahí dos órdenes diferentes es, precisamente, lo que
va a permitir el arreglo -el zurcido, en el sentido de la costura- o, para decirlo
de otra manera, la puesta en relación.
La puesta en relación, el primer tiempo del ballet, comienza con esto: el
nombre del objeto puede ser tomado para designar lo que lo representa
pictográficamente. Del dibujo de un buitre puede decirse: “esto es un buitre”;
dei de una galleta: “esto es una galleta”. Hay un equívoco que vuelve posible
esta puesta en relación. Ha sido subrayado, muy pertinentemente, por
Magritte en ese cuadro de 1926 del que presentamos aquí una reproducción
[que preferimos a otra versión a la vez más tardía y más compleja pues si el
primero, como lo observa FOücault, *‘Sólo desconcierta por su simplicidad”14,
será esta simpljgtdad misma la que resultará expretfva].

13Se consu Itará sobre esto Máxime Gorce, Lespré-ecritures et i'evolution des civilisations, Klincksieck
ed., París, 1974. Sobre la preexistencia de las marcas se encontrará una confirmación reciente en C.
Chadefaut, "Egypte pharaonicque: de l'expression picturale á l'ecricure egyptienne", en Ecritures, Ed.
Le Sycomore, París, 1982, p.S7.
H M. Foucault, Ceci n'est pas une pipe, B. Roy ed., París, 1973, p. 10. (En español, Esto no es una pipa,
Ed. Anagrama, Barcelona, 1981).
la "conjetura de Lacan " sobre el origen de la escritura 151

t L h&

15

(Ei texto de Ésta imagen dice, debajo del dibujo, “esto no es una pipa”, y más
abajo: “Esta imagen que hace pensar inmediatamente en una pipa, demuestra
muy bien, gracias» las palabras que la acompañan, que es un obstinado abuso
de lenguaje el que haría decir: «Esto es una pipa»”). ¿
Si se admite, como lo sugiere su vecindad en el espacio del cuadro, que el
deíctico apunta a la figura a laque sigue inmediatamente (en elorden habitual
de la lectura), entonces, en efecto, se reconocerá la verdad de la leyenda: el
dibujo dé la pipá no es úna pipa. Sin embargo, cuando exhibiendo el dibujo
de una pipa yo interrogo a cualquiera y le pregunto: “¿Qué es esto?” la
respuesta “Una pipa” no deja de producirse. La debilidad mental de la
respuesta no hipoteca para nada su verdad: es una pipa, en efecto, y tanto más
cuanto que su presentiñcación en el simbólico pasa por el zig-zag, por el
ardid, de una presentación imaginaria. Ahora bien, se puede mostrar que ese
pasaje no es obligatorio para una puesta en presencia con si objeto del deseo.
Para hacerlo yuxtapondré aquí, al cuadro de Magritte, un relato que se
cuentan mutuamente losJfniños de diez años, una edad en que ensayan fumar
a escondidas, a falta de que sea con calma, pero una edad, también, en que
es muy necesario prohibírselo:

X. - Estás solo en el desierto.


Tienes un aparato de radio de transistores.
Quieres fumar.
¿Cómo te las arreglas?

y.

X. - ¡Es muy simple!


Ves pasar $ la maestra de la fRiüelá,

1STexto y dibujo de manos de Magritte. Tomado de Avec Magritte, de Louis Scucenaire, E.


Lebeer Hossmann, Bruselas, 1977, p.89. El comienzo de esta "tira cómica" de Magritte fue
publicado en La révolution surréaliste, n° 12, del 15 de diciembre de 1929, con el segundo
manifiesto del surrealismo.
152 doctrina de la letra

Te ve ahí, escapado de la escuela, y te dice, como de costumbre:


insolente!”.
Tienes el sol y la lente, sacas de ahí la lente.

Tomas el aparato de radio. ;


Esperas la hora en punto.
Escuchas la hora oficial.
Tocan los “tres pi” para la hora oficial por radio.
Tienes los tres pipa-ra la hora. ;
Tomas una pipa de las tres.
Tienes una pipa

Hay un mosquito que te molesta.


Lo dejas que te pique. .
Tienes una picadura.
Tomas la picadura. .
Y la picas más fina.

Pones la picadura en la pipa.


Tomas la lente y la pones al sol.
La enfocas en la picadura.
Enciendes el tabaco de la pipa.
Y puedes fumar.16

16Machieu Hébrard tuvo la gentileza de escribir este texto, en francés, para mí, (que aquí hemos
sustituido por un texto diferente en español... para que diga algo equivalente):

X. Tu es tout seul dans le desert.


Tu as un fusil et deux bailes.
Tu veux fumer.
Comment tu fais.

Y . ???

X C ’ est simple!
Tu vois une panthére passer.
Tu mets ta baile.
Tu tires et tu la loupcs.
Tu prends la loupe. *
Tu fais un grand tas de sable et un petit.
Tu prends pas le tas haut mais le tas bas.

La panthére repasse.
Tu mets ta baile.
Tu rires et tu la tues. .-
Tu la prends par la queue.
Tu la fais toumer autour de ta tete.
£ a fait une circonférence;
une circonference égale 2R.
£ a fait deux pi panthére.
Tu prends une pipe.
Tu mets le tabac. í
Tu prends la loupe.
et tu allumes la pipe. „•
la "conjetura de Lacan ” sobre el origen de la escritura 153

La técnica, reiterada tres veces de ese don del objeto al Otro (A), de este
reconocimiento de una privación, es la del rébus de transferencia pero
recorrido aquí, de alguna manera, en sentido inverso:

Nombre del objeto Homofonía


Objeto Imágen del Objeto tomado como (objeto metonímico)
significante

La lente O ra “lente” in-sol-lente


La picadura “picadura de tabaco” picadura
La pipa “pipa” tres pi para la hora

— n oficial

rébus de transferencia
Producción del objeto
(simbólico)
de una privación
(real)

Pero estudiar ahora esta técnica (tomo este término en el sentido que Freud
le da en su estudio del chiste: la técnica del chiste es la vía primera para dar
cuenta de él) comprometería demasiado temprano y anticipadamente la
cuestión de la escritura. Basta para la presentación de lo que da su punto de
partida a la conjetura de Lacan con admitir que toda sociedad humana ha
constituido dos series de cosas: poruña parte objetos que el lenguaje nombra,
y por otra parte, signos, ftiarcas ‘o trazos que, por lejos que uno se remonte,
no pueden de ninguna nanera ser considerados como de un tiempo que sería
segundo, y de los que algunos son imágenes de objetos.
En lo que concierne a la articulación de estas dos series, todo ocurre como si
no se pudiera eliminar cierta ambigüedad sin la intervención de la escritura.
Esta ambigüedad, que se duplica en el grafismo mismo, es la única suscep­
tible de explicar por qué se pudo creer durante largo tiempo, por ejemplo, que
el ideograma 13Que escribe el verbo yue figuraba pictográficamente una
boca de la que salía un soplo de voz, para corregir luego ,como da cuenta un
reciente estudio de Vandermeersch: en su grafía arcaica figura un
recipiente visto en un corte, lo que él llama el “porta-escrito”17. Pero lo
notable es que, si nos atenemos al grafismo solamente, es imposible decidir
y Vandermeersch, con motivos, produce todo un conjunto de otros ideogramas

17L. Vandermeersch, “ Écriture et langue écrite en Chine” , en Écritures, éd Le Sycomóre, París,


1982, p. 257 y 258.
154 doctrina de la letra

para demostrar io bien fundado de la identificación de ü como una vista


en corte del porta-escrito; apela, paradecirlo con otras palabras, a la escritura
china en tanto ya constituida. No hay, en efecto, ningún medio de proceder
de otra manera puesto que si alguna imagen del objeto constituye signo, esto
no es de ningún modo suficiente para que se pueda hablar de picto-grafla. Tal
“pictografía” participa de loque Eiiane Former.telli designó magistralmente
como el “sueño del ideograma”18, el de una escritura de signos que se
revelaría tanto más manifiestamente universal cuanto que |g mantendría
completamente fuera de la maldición de Babel. Semejante sueño, que es
como la otra cara dé! “prejuicio jeroglifista”, se alimenta de la misma fuente
de el alfabestismo; hace falta una aprehensión dei escrito decididamente
enredada en el alfabestismo para que la aserción “esto no es una pipa”
aparezca, en el contorno que le da Magritie, tan descarada.
Así, tenemos, por una parte, que no es necesario pasar por él dibujó de una
pipapara tener que vérselas con una pipa como objeto en el sentido freudiano
de este término, es decir como objeto perdido: este objeto, io constituye el
PIPA de “PI PAra labora oficial”. Por otra pane, también está aceptado que,
cuando se trata de nombrar e! dibujo de una pipa, no deja de suscitar esta
impresión de infamilier*9(infamiliar) que nace del carácter indecidible de tal
nominación puesto que se puede decir, a propósito de este dibujo, tanto que
“esto es una pipa” como que “esto no es una pipa”.
La conjetura de Lacan requiere entonces de entrada una eliminación, un
forzamiento de este indecidible; supone que sea puesto enjuego su “deseo-:
nocimiento sistemático” (P. Soury). Este desconocimiento es justamente lo
que Magritte llama “un obstinado abusó de lenguaje”, justamente eso que
hace que se llegue a decir, del'dibujo de una pipa: “esto es una pipa”. Ese
tiempo es entonces aquél en que io que pre-existe a la escritura como signos,
marcas o huellas llega a ser, con el lenguaje, hablando con propiedad, leído.
Que la puesta ea relaeíón consista en una “lectura del signo” quiere decir que
existe una lectura anterior a la escritura, que cierto “leer” precede al escrito.
Esta lectura es, entonces, distinta de aquélla aislada aquí en Lacan y
designada como una “lectura con escrito”. La lectura del signo es no sólo
anterior sino previa a lo escrito,e s un tiempo constituyente de éste. Magritte
toma como blanco esa lectura, pero que sea necesario tomarla como blanco
implica el reconocimiento de su importancia, subraya su modo dejé&siéncia,
al que un pintor puede ser sensible, y a tai punto de querervalerse de su abuso.
Imaginemos desarrollarse esta lectura como por sí misma en una '‘escritura”
que,entonces, no habríaroto con esta lectura sino que se atendría a ladecisión
de no hacer otra cosa que prolongarla: tendremos eátoncés,coíi la. idea de una
escritura llamada “pictográfica”, una de las figuras mayores del citado abuso.

'* E. Formentelli, “Rever Pideogramme: Mallarmé. Ségalen, Michaux, Macé", en Écritures,


op.cit., p. 209 a 233. (
113Según la feliz traducción, al francés, del UnheimUche freudiano propuesta por J. Nassif.
la "conjetura de Lacan " sobre el origen de la escritura 155

Así, la conjetura de Lacan apela al carácter primario, con respecto'a la


escritura, de cierta lectura que quebranta un indecidible. Este indecidible es
la condición de posibilidad del abuso mencionado; da igualmente su motivo
al hecho de que la pretendida escritura pictográfica supone -no se ha dejado
de notarlo20- que el lector sepa por anticipado lo que hay que leer allí (para
poder leer) lo que ella escribiría. ¿Cómo no se ve que esta observación misma
va en contra del señalamiento de la pictografía como una escritura? Que el
lector deba saber ya lo que conviene leer (y, entonces, que muchos documen­
tos sean indescifrables cuando no se dispone de ese saber) manifiesta en N
efecto que esta escritura “pictográfica’’ sería la que correspondería al
grado cero del cifrado; una cifra de escritura cifrada, que exige que el lector
sepa lo que; se supone que está cifrado no puede ser considerada, hablando
con propiedad, como una cifra, un elemento a descifrar. La pictografía
aparece así como el nombre del sueño de una escritura fuera de cifrado; se
reúne así al sueño de una escritura fuera del lenguaje elevando ciertamente
a su manera, pero del mismo modo, el carácter de escritura a la dignidad de
lo que Michaux llama un puro “punto inmóvil de evocación”21.
Se ve aquí cómo la conjetura permite zanjar ladiscusión en cuanto al estatus
de ciertos modos pretendidos “de escritura”; permite distinguir lo que
corresponde al escrito de lo que es imaginado en torno a él -y especialmente
entre aquellos que han palpado mejor que otros pues fueron marcados
definitivamente por eso- hasta qué punto la conclusión griega sobre el
alfabestio iba a ser inevitable para quien fuera a encontrarse en su continua­
ción. Pero se ve también cómo esta conjetura es capaz de esclarecer nuestra
manera de interrogar una cuestión clínica como la de la disiexia: si, en efecto,
deben distinguirse dos modos de la lectura de los cuales él primero, anterior
a la escritura, encuentra en el indecidible su suelo, se puede conjeturar que
le corresponde un tipo de disiexia aislable en sus defectos. Tales “tropiezos”
J tendrían por función hacer resaltar este indecidible como tal allí donde la
buena voluntad pedagógica intenta confortar su desconocimiento, bajo el
pretexto falaz de facilitar al niño el acceso al escrito fundándose sobre lo que
se supone ser una connivencia casi natural (la que Magritte llama “abuso”)
entre la imagen y lo que, del lenguaje, la lee. Se ve finalmente cómo un J.
Derrida falla en la cuestión de la escritura al suponer una “archi-escritura” allí
donde hubiera podido, a lo sumo, hablar de una “archi-lectura” para nombrar
esta lectura primera y constituyente, en su oportunidad, del escrito.
La lectura del signo, que se hace con elementos del lenguaje, instaura así una

30Se consultará, entre muchos otros, el artículo de J. Bottéro: “De l’aide mémoire a récriture”,
en Ecritures, op.cit., pp. 23 y 24 principalmente.
21Citado por E. Formenteili, en Ecritures, Op.cit., p.213. El análisis presentado más amba vale
para el principio de la llamada escri tura pictográfica. En los casos en que se habla prácticamente
de "pictografía", son puestos conjuntamente en acción otros modos de la escritura que hacen
intervenir, de hscho, otros principios. Así, se llegan a descifrar ciertos textos '‘pictográficos":
el levantamiento del indecidible corresponde entonces a la intervención de otros modos del
x escrito.
156 doctrina de la letra

relación (hemos visto que era siempre precaria, sin posibilidad de encontrar­
se jamás estabilizada) entre las marcas, huellas, figuras, trazos o todo lo que
se quiera agregar -estando subsumido el conjunto aquí bajo el término, de
“signo”- y esos elementos del lenguaje que vienen a nombrar esos signos en
ía lectiira y por el hecho de la lectura. Esta lectura del signo hace ya girar la
relación con el objeto puesto que el mismo nombre vale para el objeto y para
ese trazo que lo representa, ese trazo que, fuera incluso de toda figurabilidad,
será, en el aprés-coup de esta lectura, identificable como un signo del objeto.
La lectura del signo objeta y a la idea de un isomorfismo del signo y del objeto.
En su seminario titulado D ’un Autre á l ’autre22, en ocasión de la sesión del
14de mayo de 1969, Lacan decía esto: “Unserque puede leer su huella... esto
basta para que él pueda reinscribirse en otra parte que allí de donde la ha
tomado". Esta reinscripción “en otra parte” corresponde exactamente ¿ lo
que en 1962, al presentar su “descubrimiento” sobre el origen de la escritura,
Lacan llamaba “lectura del signo”. El texto de 1969 se prolonga así: “En esta
reinscripción está el lazo que lo hace, desde ese momento, dependiente de un
Otro cuya estructura no depende de Esta prolongación corresponde
entonces al segundo tiempo de la implantación del escrito. Aquí aparece la
aridez de ese cierre: se lo ve consistir, en efecto, en la instauración de un lazo
de dependencia sin interdependencia, de un lazo de este ser con un Otro o
también de una relación del Sujeto con el significante tal que al mismo tiempo
la culpabilidad que habita al Sujeto se le revela sin objeto (puesto que uno no
se piensa culpable más que de aquello sobre lo cual se imagina tener
influencia: hay orgullo en la culpabilidad) y entonces se disuelve allí pero no
sin que esta dependencia no recíproca, sin contrapartida, aparezca al Sujeto
como lo que es, a saber, persecutoria.
Palpamos aquí la esencial proximidad de la persecusión literal (no hay otra,
a decir verdad, cfr. capítulo VIH) a la hipótesis del inconsciente. Así, la
apuesta de esta presentación de la estructura del inconsciente a partir de la
conjetura de Lacan sobre el origen de la escritura revela ser un posible
desplazamiento, y por lo tanto una renovación, de la relación del psicoaná­
lisis con la paranoia. Si se admite la definición lacaniana del psicoanálisis
como una “paranoia dirigida” se ve que vale la pena interrogar cuál es la
operación de este segundo tiempo t?n que se constituiría el escrito.
Dicho segundo tiempo es el de la “inversión de esta relación” instaurada por
la lectura del signo: la conjetura admite que allí donde un elemento del
lenguaje había enlazado un signo al nombrarlo con el nombre del objeto,' es
ahora este signo el que es considerado como si escribiera este elemento del
lenguaje que lo leía.

22 El título de este seminario debe, en efecto, escribirse de este modo.


la "conjetura de Lacan ” sobre el origen de la escritura 157

¿Cómo saber la efectividad de esa inversión por la cual nace el escrito del
corte mismo que ella realiza? Para responder a esta pregunta conviene
franquear el estrecho umbral que escinde la presentación de la conjetura de
aquello que propongo como su interpretación obligada.
La efectividad de la inversión será establecida si es posible distinguir lo que
puede prácticamente parecer muy cercano, a saber, el signo en tanto el
lenguaje lo lee de aquel que escribe a este elemento del lenguaje. Esta
diferenciación es tanto más esencial cuanto que puede ser en efecto “el
mismo” trazado el que es susceptible de ser encontrado en una posición y en
la otra. Ahora bien, no hay más que una sola y decisiva manera de zanjar la
dificultad: estaremos seguros de que el signo vale como escritura del
significante del nombre cuando nos encontramos con el caso en que el
nombre se relacione no con el objeto que correspondía primero al signo (en
el tiempo 1 de la lectura del signo) sino con otro objeto cuyo nombre es
homófono (a veces sólo en una parte) del nombre con el cual ese signo era
leído. Se observa de inmediato que en ese caso, que es exactamente el del
rébus de transferencia, el signo ha tomado el nombre por objeto, ha tratado
ese nombre como un significante en su materialidad es decir en su literalidad.
Se trata, en efecto, en el caso de este nombre, de un significante en el sentido
lacaniano de este término puesto que este nombre, en el rébus de transferen­
cia, es tomado como si denotara otro objeto, como susceptible de hacer valer
otra significación que la que el código le asigna. Con el rébus de transferencia
el escrito da al significante su estatus de significante al producir con el
mismo movimiento al objeto como objeto metonímico. La disyunción del
signo y del objeto aparece así como un hecho de escritura, pero igualmente
como un hecho constituyente de la escritura, puesto que en adelante todo
objeto con nombre homófono será susceptible de ser asociado al signo
considerado.
Podemos damos cuenta aquí cómo la conjetura de Lacan sobre el origen de
la escritura es el eje de su elaboración de las relaciones del Sujeto con el
significante y con el objeto. Esto, que puede parecer “teórico”, no es sin
embargo abstracto, sino que toca a los datos más concretos de la clínica. Si
algún analizante articula, por ejemplo, una frase como “agarrar el pecho: eso
me divierte” (f a m ’amuse, en francés), esto destaca una relación con el pecho
(la mamme, la mama) que no es la misma que la que habría estado implicada
por otra afirmación que, sin embargo, puede ser considerada equivalente;
algo como: “No es muy divertido agarrarla el pecho a este vejestorio que no
cesa de declararse fatigada”. La diferencia es ésta: en el caso del juego de
palabras en que se condensan el desgaste, la usura de la mama (m ’amuse) y
lo que ella puede suscitar de goce de la diversión (l ’amuse), la homofonía
158 doctrina de la letra

realiza una tom a en cuenta del significante com o tal, lo cual no efectúa,
incluso sin saberlo, la palabra quejosa. En el prim er caso el objeto “pecho”
no está ya asociado al signo como en la lectura del signo sino por el contrario
disociado de él por la intervención del significante como tal, escrito,
localizado en el lugar de la homofonía. Freud, com o se sabe, encuentra en la
descarga de la investidura, de la carga, que la risa es el índice del éxito del
chiste, la prueba de que el juego con las palabras alcanza y modifica la
relación con las cosas. A hora bien, el rébus de transferencia* tan importante
en cada una de las escrituras conocidas, no es otra cosa que un juego de
palabras, y por lo tanto, una formación del inconsciente que interviene como
tratamiento efectivo de eso de lo que se trata en el silencio de la pulsión.

Una serie de esquemas explicitará la conjetura de Lacan, desde su suposición


de partida hasta su cierre en el rébus de transferencia.

PARTIDA lectura dei signo inversión d e la relación. rébus dertransferencia j

otro
O

[H 0«-

0 --------> Qs]

eje objeto | 1ojo nombre

NACIMIENTO DE LA ESCRITURA
J
V
C O N JE T U R A D E LA CA N

Pero, ¿cual es el estatus del rébus de transferencia? Daremos un paso más en


la interpretación de la conjetura de Lacan si sabemos leer el rébus de
transferencia como implicando necesariamente -a título de constituir su
resultado- la operación de una transliteración. Si, en efecto, el rébus de
transferencia se apoya (como, por definición, es el caso) en la homofonía, no
se debería descuidar que ésta (por 1a correspondencia que realiza entre los
la "conjetura de Lacan " sobre el origen de la escritura , 159

elementos del lenguaje de discriminación vecino?, pór el hecho de que sé


presenta ella ihisma torno constitüidá|K5rüna serifr de:idéií!jficaciones dé:
elementos de la cadena habisdá a Í0í iqué: toBi¿ en ibuenía unos traS'otros);
ocupa el lugar de un análisis alfabético de esta :é l rébus de
transferenciasálodísocia. él sigño del objeí» al ¿iiál es&ba primitiváménfe'
ligado (paráhacerlcescnbir el ncmbre-ítófflóíbnó-.de otró objeto) al potiér
eafelaciM 'e^'éscn.tte «fcl signócoftla escritura alfahetic a preseritífkada
en ei rébus de transferencia ptor ia botftofooía. Ahora bien, esta puesta sn
relación es úna transliteración.¿
Al seguir Ja conjetura de Lacáh en su lógica propia apacece asi que la
trafeHtferaCit3n,queeséribéel escritores iguáltacateasoiiiismo qUélo define,
iM ttanüiferaieslo íító?*tíf/B«^vlsij éseiKiaí ¿féGüvidád'{Wi^¿ifíeM¿f¿f),';'':
Al finaldclprefac|oasugrajM tología,G eíh23présentaf cQmounadificúltad
práctica, conüfegente con respecto a so objeto dé estudio, la falta de «oidad
de las convenciones para transcripción de Itó divérsas ‘“lenguas o escritu­
ras” . B a jo é lté B n in o d e :"ix a n s^ ^ ió n ’V C ^Ib& íaeadosórdenesdeproble-
m as, pero sin tomar éí recaudo de distínguírlos.apésárde q tie é n s it último
capítulo diferencia sin equívoco ios dos ^términos dé “ transcripción” y de
“tr^téíiléfadSn”. Descubriy é s ta ú lti^ p o iiio lo que define e! escrito equi­
vale entonces a distinguir eso qué
de h e c h i^ :^ tftó to ^ « í':íi^ :b ife á '^ # k ^ ^ íd e :^SC^fee-.'J
Gelb rio es, ciertamente, eiúnicócjue relégalos problemas de transcripción
y de transliteración iáuna discusión centrada exclusivamente en un puntéele;
vista de mayor o menor comodidad técnica. ¿Cómo no ver, sin embargo, que
la transliteración es e! nombre de ünaprácíica explícita de los que estudian
laS'diVersasescritur'as?LaeysstíGn%^Pce;i:c^ oIapaÍah% & ^j^ eo,i3n
mapa de £uropa,tftn groseramente que pasa desapercibida. ¿Córno Sé Hega,
por ejemplo, a nd te^er en cuentapata deíínir a íaeseritura. un faceto.tan
visible como el siguiente? Las ediciones serias de los textos jeroglíficos se
hacen en-tres niveles. El primereé§ e! fé*{ojerog!ffico misino, .tomíríd aquí
o allá, de los sarcófagos (¿por qu£ no?) o de los monumentos, con procedi­
mientos ,dei tipo de^ estampadp;,. el segundo nivel da, tetra por .lete, lá.
transHteracióndeltfi^ojeroglífioo.yelterceropropoheunatraduccián.Esto
demuestra, que los egiptólogos saben distinguir uerfnetamente, diferenciar,
ais 1ando ¡as, esas tres operac iones que son 1a tran scripción, Ia trans '.iteración
y la traducción. Champoíiion óbiígá. ¿Uná'yez reconocidos tales hechos.,
cómo sepretendepersistir saíáafirtnációhdequéel escrito ''traduce’Ven-la
identificaciófi dé la escritura (conto lo propone todavía un J. F. Sahrs) con
una lengua extranjera9 ,

231. J. Geib, Pour une théorie de i'écriiure, Flammarion,. París, 1973, pp. VII, 233 y 284.
160 doctrina de la letra

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goeth forth his heart to inhabit his body. Pleasant [is] his heart to the gods,

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I & III 4% ^
áb en Ausár A ni m a á y e ru -m f seyein - / a ni / áft
the heart of O síris A n i, victorious is he. he h atK gained power over it, not

Extraido de E. A. Wallis Budge, The egyptian book ofth e dead, Dover


publications, Nuéva York, Ia edición, 1967, p. 98.

Si bien se pueden así encontrar, en el libro de Gelb, ciertas afirmaciones que


parecen muy cercanas a lo que destaca la conjetura de Lacan, hay allí, sin
embargo, dos enfoques diferentes de la escritura; la conjetura de Lacan
excluye lasuposición de laexistenciade un estadio llamado “semasiográfico”
de la escritura, un estadio en que las figuras y las imágenes se comprenderían
por sí mismas sin corresponder a un signo del lenguaje hablaácr4. El sueño
del ideograma, como se ve aquí, no es asunto que concierne sólo a los poetas
sino que se encuentra también en los teóricos. Debe notarse que el supuesto
estadio semasiográfico de la escritura, al intentar circunscribir un modo del
escrito que no tendría correspondencia con lo que hace “signo” en el lenguaje
hablado, trata de dar existencia a una escritura que estaría fuera de la
transliteración, pues la operación de la transliteración es lo que explícita esta
correspondencia. No es asombroso, entonces, que Gelb reduzca a un simple
problema técnico el estatus de esta operación.
Dar, con la transliteración, su estatus de escrito al escrito no tiene como único
interés el de hacer un poco de limpieza teórica. Se puede también leer desde
allí, retomando a ello ahora, lo que yo nombraría en Magritte la teoría de las
pipas, con el fin de subrayar su importancia para el discurso de la lógica.

:4 Cfr. I. J. Gelb, Op. cit., p. 15.


La “corqzmra de Locan sobre ei origen de: Ut escritura. 161

Michel Foucault admite, como en efecto lo impone la sota lectura del signo,
quees “imposible definir el plano que permitiría decir que la aserción «Esto
no es una. pipa» es verdadera, falsa, contradictoria'’15 Entonces* para dar
cuenta de ¡o que realiza Magritte. se trata de remo ntar más-acá del cuadro con
el fin de interrogar, alif donde las condiciones no están reunidas en vistas a
ana leeturapuramente íogicizada, la operación de la que el cuadro sólo sería
el resultado. Foucault da este resultado coma un caiigramadeshecho. ¿Qué
quiere decir esto?
Foucault supone “que se formó' un caiigrama y luego se descompuso”. El
cuadro sería “la comprobación del ftaeaso y lo s restos irónicos?* de ese
caiigrama. La puesta en juega de esta suposición resulta,, de hecho, muy
esclarecedora. AI hacer del cuadro el resultado d é una disyunción del texto
y de la imagen, ella reveia el texto como imagen (a partir de esto reducida a
la imagen ‘Me é í mismo”) y revela también la imagen procediendo de la
misma pluma que e l texto. Pero,, más aún, esta suposición es la única
susceptible de dar tjaenta.de la negación .¿fesfono es) que el texto privilegia
y que elige escribir a despecho de la- imposibilidad apuntada iftÜS arriba;.el
decir que no, pues de estóse trata,, es, en el cuadro, éifsesto del no decir propio
de! caiigrama. En el caiigrama, en efecto, el acceso al decir está bloqueado
por la manera de presentar, el mirón, el voyeur, detiene al lector. Un
caiigrama no se descifra sin que se disuelva lo que él figura con el hecho
mismo que él figura. Dicho de otro modo, un caiigrama, sn tanto caiigrama,
no se descifra', y recíprocamente» un caiigrama no se mira sin que sea puesto
en juego con esa mirada el desconocimiento de ese texto que eonstitye su
textura. Dicho de otro modp, un caiigrama, en tanta wBgrama, n o se mira.
M. visto, ni: leido, ¿cómo tendría acceso un caiigrama al decir, a la palabra en
tanto ésta despliega sus efectos en el lugar de! Otra? Así, la suposición del
caiigrama dfclfecho da cuanta efectivamente del no decir caligramático al
destacar un imposible decir que no.
¿Es, acaso, el caiigrama deshecho (défait) la derrota (défaite) de) caiigrama?
¿Realiza el cuadro de Magritte una sepasación completa del texto y de la
imagen que caerían, como escribe Foucault, wo*áauno de su lado^ |I1MMÉI
ei cuadro, corno él escribe también17, “un borramiento del ^lagar común”
entre ¡os signos de la esettaía y las líneas de la imagen”? Podemos
regbepá^saqaífdertímiente.poreigoeeqtieFóueatíitsxtraealimaginarizar
It escéBadel desconeierto tfél maestro de escuela que se embrolla,balbucea,
.se reveit jflcapai d® decir con qué se relaciona '‘esto”, y provoca así-con su
burla, el escándalo de los alumnos hasta ía suspensión q*Wconstituye, con la
eaMadsí cuadro de Magritte, la diseminación de las letras defte^to mil
pedazos del, en adelante, irreconocible dibujo de la pipa. Pero ¿por qué

25 M. Foucault, Op. c itr p..l9..


✓ 26 IbitL. p\20.
zr M. Foucault, Op-. cit., p-.34.
162 doctrina de la letra

escena? ¿Por qué concebir el cuadro como el pizarrón de un salón de clases?


Y ¿se ha visto, acaso, alguna vez semejantes pizarrones de escuela revestidos
con el grueso marco que muestra la última versión de “esto no es una pipa”?
Se notará primero que la indeterminación del objeto del “esto” retorna
simplemente a la lectura del signo y no saca provecho del análisis que ha
precedido. Pero sobre todo es claro que es necesario el agregado de esta
escena pues el cuadro de Magritte muestra, por ser él mismo el objeto de una
mostración, que, contrariamente a lo que afirma Foucault, no efectúa
plenamente el borramiento del lugar común entre signos de escrituras y líneas
de imágenes. Ese cuadro sólo existe porque este borramiento sigue siendo
parcial, por el lazo de la imagen con el texto sobre el que persiste en apoyarse,
incluso si es para interrogarlo.
Entonces se plantea la cuestión de saber si no sería posible una derrqta más
radical del caligrama, si un modo del escrito no sena susceptible de separar
más la imagen y el texto, de llevar más adelante la realización del borramiento
de su lugar común.
Y, puesto que hay que ir a buscar la verdad de este borramiento en la boca de
los niños, escogeré no aquellos escandalosos, encantados con el aplastamiento
del maestro que concibe la diablura de Foucault, sino esos que, más
discretamente, entre ellos, se aplican (en el sentido del guerrero “aplicado”
de Paulhan), pues es muy necesario, a intentar privarse de fumar. Tienen a l.
menos la ventaja inicial sobre los primeros de plantear su cuestión poniendo
en juego no dos elementos -imagen y letra- sino tres, pues además de los dos
citados interviene el objeto.
Al obtener en la palabra prefabricada de su relato una pipa con la “pi para la
hora”, es decir gracias al apoyo homofónico, esos niños separan el significante
“pipa” de su objeto, rompen el lazo referencial. Su chiste resulta así del
mismo tipo que aquél sobre el que se funda el rébus de transferencia donde
el mismo apoyo homofónico disocia a la vez el significante del objeto y éste
de su signo pues, por el rébus de transferencia, este signo valdrá para otro
objeto. La separación de la imagen de la pipa del objeto que supuestamente
le corresponde estaña así más concluida si una escritura escogiése tomar la
imagen estereotipada de una pipa como cifra de las dos primeras sílabas de
la palabra que nombra esa especialidad culinaria vasca llam ada
“P¡PARRADA". Entonces, por este lazo de la imagen con el significante, la
imagen de la pipa ya no tendría razones para mantener su semejanza con el
objeto, prueba de que una disyunción se ha efectuado seguramente. Si es
verdad como fue mostrado más arriba, que la transliteración vuelve explícito
lo que él rébus de transferencia efectúa, entonces ella deberá ser considerada
la "conjetura de Lacan sobre el origen de la escritura 163

lo que el rébus de transferencia efectúa, entonces ella deberá ser considerada


Como la operación que despliega (en ei sentido de P. Soury) !o que el
caiigrama condensa. Entré los dos, ei cuadro de Magritte está como a mitad
de camino: no una escritura sino- una pintura que es una pregunta sobre la
escritura.
Souty llama “desplega” al hecho de producir una presentación de un objeto
topoiógico que aisia, mejor que otro, los puntos de singularidad caracterísitcos
de este objeto. La fórmula que enuncia que la transliteración despliega loque
et caiigrama condensa encuentra su confirmación en el análisis del caiigrama
que propone Foucault. El caiigrama -escribe- intenta atrapar las cosas en la
trampa de una “doble grafía”: alfabetiza el ideograma y reparte en una figura,
ea uniforma pití(ógramáticAÍá ¿ooótQna sucesión de lgs:éle;t|!efttósiiteralés
que suscita la escritura alfabética. Se ve que este “'doble" de Ja dóble grafía
se opone al trans de lo transliteral que, como atraviesa texto de una escritura
en otra, supone el desdoblamiento de lo que él caiigrama redobla. En este
sentida el caiigrama es el negativo de lo transliteral, opesfeífifi que se
confirma si se nota que el caiigrama intenta inscribir esé-íedoblamleate en
im&stoültaneídad allí donde la trateütetáfilónftéeesliade la sucesión; por set
ésta la única que permite el letra por letra de ios elementos transliterados.
Se ve, entonces, cómo ja Conjetura de Lacan permite prolongar íaliitéfpíe-
tación del “esto no es una pipa^ue FoBfcauít desarrolla. Que se haya podido
con ello descubrir la oposición de loealigramado y-á¿\o translitérado oo es
poca cosa, pues de allí resulta, si nos atenemos a una definición de lo escrito
per lo transliteral, que el caiigrama, deshecho o no, no es del orden de lo
escrito. Magritte pin/a. así fuese con "^gcrite”. Tai es la conclusión que
algunos encontrarán trivial.
Jugar con lo escrito no es necesariamente escribir. Se podría, a partir de esto,
interrogar sim o lapuesta.en juego de una f«n l<uf%. .!■ belleza (kallos} en la
presentación de. lo que enuncia el analizante sé consituye como un pave
(Lacan dice “últinufj obstáculo para, que cpse de no escribirse el saber
textual llevado por sus éñüneitóós.. Sin embargo, me parece deseable
préCiSíf ®ás bien CuaLéS i* Apuesta de la conjetura de Lacan en la doctrina
analítica. '
Esta apuesta consiste nada bmÉHC que en la diStinsÉfe misma dé los tres
registpos del simbólico, del imaginario y de! real. Si esto es exacto, lo cual
espero, demostrar de inmediato, habrá que convenir que, a partir de Lacan.no
hay otra elección posible más que dejar de lado esta conjetura y con ello
prohibirse el timar es 'Ctíéntt SStts W®ST®gistr9St o bien anicular el simbó­
lico, él imaginario f :el JSsal a partir del eserito.
164 doctrina de la letra

El 8 de julio de 1953, ante 63 personas (entre ellas 45 flamantes miembros


de la Société Fran?aise de Psychanalyse) Lacan inaugura la vida científica de
la muy recientemente fundada sociedad introduciendo por primera vez en su
enseñanza los tres registros del simbólico, del imaginario y del real.
Institucional y teóricamente, es una gran premiére.
Introducir S.I.R. obliga a Lacan a apuntalar, si no es que a justificar, la
distinción como tal de esos tres registros; se trata entonces de producir los
rasgos que pudieran permitir la identificación de cada uno de ellos. El
problema que se plantea es entonces el que es necesario llamar problema de
discreción o, para decirlo de otro modo, de discernimiento. Ahora bien,
cualquiera podrá verificar, remitiéndose a ese texto28, que la distinción del
simbólico y del imaginario, el hecho de que tal o cual elemento en el habla
del paciente sea señalado como correspondiente a uno u otro de esos dos
registros, no depende de otra cosa que de la operación del rébus de transfe­
rencia. He aquí ese texto:
“Para abordar de cierta manera el tema del que hablo, a saber el simbolismo,
diré que toda una parte de las funciones imaginarias en el análisis no tiene
otra relación con la realidad de lasfantasías que aquéllas manifiestan que
la que tiene -si ustedes quieren- la sílaba PO con el jarro de formas de
preferencia simples (POT, en francés) que ella designa. Como se ve fácil­
mente en el hecho de que en "policía” o "poltrón" esta sílaba PO tiene
evidentemente un valor por completo diferente. Se podrá utilizar el “p o t”
para simbolizar la sílaba PO, inversamente, en el término “policía” y
“poltrón ”, pero convendrá entonces agregar al mismo tiempo otros térmi­
nos igualmente imaginarios que no serán tomados por otra cosa que como
sílabas destinadas a completar la palabra”29.
Lacan precisa, algunas líneas más abajo: “N» es mío ese término1de que el
sueño es un rébus; es de Freud mismo”. Así, no es necesario apelar al texto
de 1962 que precisa en una conjetura sobre el nacimiento de la escritura lo
que está ya explícito desde antes del relato del congreso de Roma, y la
insistencia lacaniana que señala el significante en el “pot” (desde entonces
a la vez e indisociablemente “pote de mostaza” y “vacío”) encuentra su
estatus en el hecho de que ese PO es mencionado primero como una sílaba
-es decir una entidad que sólo tiene su estatus de tal por el escrito, i
Resulta aquí, entonces, que la transliteración, al mismo tiempo que circunscribe
al significante como significante al literalizarlo, opera la escisión de los dos
registros dei simbólico y del imaginario: al hacerse cargo, con el signo, del

Ese texto circula, en francés, en una edición llamada “pirata” con las actas del congreso de
Roma donde lo menos que podemos decir es que ¡la religiosidad no falta! Se encontrará la
cita que mencionamos aquí en la página 10 de ese fascículo. (Existen en español diversas
versiones de calidad variada. N. de E.)
29Ibid.
la "conjetura de Lacan ” sobre el origen de la escritura 165

significante como significante (fuera de sentido) la transliteración lo locali­


za, desuniendo así lo que, en el lugar del significante, correspondía al
imaginario y al simbólico.
Se puede igualmente identificar esta captura del significante en lo literal
como la vía obligada del borramiento. Sólo lo literal puede -según la bella
expresión de Lacan- "faire litiére de la lettre”, pisotear, echar por tierra,
hacer caso omiso de la letra y producir así la decadencia de esas palabras que
son la osamenta de la neurosis. Mallarmé: “Profiero la palabra para volverla
a sumergir en su inanidad'. Es necesario ese "faire litiére” para que la
palabra del Otro, en el analizante acceda a esa su inanidad.
¿Qué ocurre con el estatus del inconsciente al término de este recorrido?
La “conjetura de Lacan” viene a esclarecer lo que quiere decir que el
inconsciente esté estructurado como un lenguaje. Si lo que allí constituye
instancia, y en primer lugar insistencia, es en efecto la letra y no el
significante (lo que entonces permite dar cuenta de que pueda haber allí no
olvido sino efectivamente borramiento en el inconsciente, como la experien­
cia atestigua); que esté estructurado como un lenguaje querrá decir que está
estructurado como ese lenguaje cuya estructura sólo se revela por el escrito,
dicho de otra manera, por el escribir en tanto la transliteración le da su estatus.
La transliteración es el nombre de la operación por la cual el escrito cesa de
no escribirse.
La ganancia en precisión puede parecer escasa. Se trata, sin embargo, nada
menos que de la nominación misma del inconsciente, cuestión escamoteada
cuando el psicoanálisis jeduce sus ambiciones a un proselitismo de la
creencia en la existencia del inconsciente. ¿Hace falta un testigo de este
cuestionamiento por el escrito del concepto mismo del inconsciente? Se lo
encontrará sin dificultad al reparar en que es precisamente el mismo (a saber,
Lacan) que, al haber ceñido ya el inconsciente en cuanto “estructurado como
un lenguaje”, llegó a re-nominarío. Es verdad que “l ’une-bévué" (literalmen­
te “la una metida de pata; cfr. capítulo seis, p. 121) no pudo hasta ahora, al
menos según parece, abrirse apenas un lugar. ¿Será acaso porque se sabe
demasiado bien que otro nombre llama, nombra otra cosa?
Esta nominación fue, en Lacan, tardía. Es uno de los frutos dei cifrado
topológico del temario real, simbólico, imaginario por el nudo borromeo.
Haber precisado aquí el estatus lacaniano de la letra por la transliteración
permite situar* si no su razón, al menos el hilo por el cual la une-bévue (a la
vez traducción y transliteración del Unbewusste de Freud, como hemos
visto) corresponde al inconsciente estructurado como un lenguaje.
Si, en efecto, la toma a cargo del significante por la letra produce con la
166 doctrina de la letra

imaginario y del simbólico, entonces la transliteración (que es el nombre de


esta toma a cargo en tanto efectiva -esto es el borramiento-) es uno de los
sesgos esenciales por los cuales el imaginario y el simbólico encuentran su
estatus de di(cho)msensión del ser hablante. Ahora bien, esta implantación de
los tres registros como tales, donde la práctica analítica se redéñne como
anudamiento/desanudamiento de R.S.I., como su puesta en equivalencia,
que es al mismo tiempo la operación por la cual esas di(cho)maensiones
acceden a la irreductibilidad que es lo propio de la di(cho)m£Ensión, fue una
condición de posibilidad para que el Unbewusste pase a la une-bévue. La
transliteración se manifiesta entonces como un enlace, como un puente entre
el análisis tomado como simbolización del inconsciente y el análisis como
anudamiento que constituye las tres di(cho)maensiones del ser hablante. Así,
ella vuelve admisible que en Lacan haya podido haber un pasaje de una a otra
definición del análisis y que él haya llegado a “introducir algo que va más
lejos que el inconsciente’,3°.
Queda el hecho de que la diferenciación del real, del simbólico y del
imaginario no es reductible sólo a la escisión de los dos últimos. Además esta
diferenciación misma no podría ser encarada sin que sea interrogado el
estatus de ese significante singular que es, en Lacan el significante del
Nombre-del-Padre pues él sostiene, soporta esta diferenciación, es aquello
a lo que ella se atiene. La diferenciacióno puede entonces ser plenamente
estudiada sino a partir de las lecciones que el psicoanálisis no deja de recibir
de la psicosis.
Se podrá ver cómo el cuéstionamiento del estatus del inconsciente se redobla
con un nuevo cuestionamiento, no menos serio, de ese significante. Pero
todavía falta, primero, precisar ese estatus. Esto no está fuera del alcance de
una clínica psicoanalítica de lo escrito y en la medida en que el “campo
paranoico de las psicosis” (Lacan) es eseifcampo en que, más que en cualquier
otra parte, el atolladero sobre la letra revela ser un defecto radical.
En sus últimos seminarios (topología borromea de R.S.I.) Lacan hace
confluir el problema del Nombre-del-Padre y el del inconsciente y va hasta
aidentificarlos. Uno y otro son objeto, entonces, de unamismareelaboración,
requerida por el anudamiento borromeo de R.S.I. . Esta “puesta en
di(cho)maensión” sugiere así que habría otra manera (lo que la clínica llama
“lo normal” que no tiene aquí nada que ver con un promedio obtenido a partir
de una población de neuróticos) de prescindir del Nombre-del-Padre que
aquélla de laque da testimonio el psicótico pagando el precio de ello. ¿En qué
consiste esta otra manera? Hay que estudiar de cerca ese testimonio aunque
más no fuera para tomar la medida de esta cuestión como la misma que está
en juego en cada fin de análisis.

•,0 J. Lacan, L'insu que sait de Vuné -bévue s'aile á mourre. Seminario del 16 de noviembre de
1976; Cfr. Conferencia en Bruselas del 26 de febrero de 1977. Inéditos.
Cuarta parte

función persecutoria de la letra


Capítulo ocho

del discordio paranoico


Introducción del
“campo paranoico de las psicosis" 1

Así, Heráclito reprocha a Homero por haber dicho: "¡Ojalá


pudiera desaparecer la discordia entre los dioses y los hom­
bres!”. Pues entonces todo perecería.

Heráclito de Efeso, Fragmsnt, II.

En la tradición psiquiátrica, una verdad que se recibe como .adquirida opone


las psicosis paranoieaSs.a las otras, a las que son reágrupadas á vasas coa la
calificación de “discordantes”. Desde este punta dé vista, juntar los d@í
términos queiornian el sintagma “discordio paranoico” iiaglíea ^BSpíeHien-
te herejía.
En efecto, tanto en la escuela alemana, cuando steoRstituyó, eon Kraepelin,.
la entidad “Paranoia” como algo cfejinto de todo lo que tendría que ver con
una evolución demencia!, como en Francia donde,con Sériswc y Capgras, se
la separa deja psicosis alocinatoria, una de las características principales de
la psicosis así delimitada es el acuerdo que manifiesta cotí lo que podemos
concebir como lo que ha sido la personalidad anterior del sujeto.
Y puesto que ia tesis-de Lacan de 1932 ¡levó tan lejos como se pod ía (es decir,
hasta el punto donde toda la euesttón seiáiusfieptible de dar un vuelco, lo que
vendrá después lo probará) este lazo de la paranoia con la personalidad,
tomaré prestadas de esta tesis dos referencias particulares que pueden validar
la afirmación del valor determinante de su conjugación.
Kraepelin hace.-notar ^úm uerdo {antes y durante’el delirio) düü sujeto con
el color personal de las reacciones hostiles o: benévolas con respecto al
mundo exterior, la cúneordaneju de sú desconfianza ©í» el sestimiénto.
experimentado por étde sü propia insufieíenti% la de su aspiración
ambiciosa y aplsiopáda hacia la notoriedad, !a riqueza y él poder con -la

J. Lacan, Seminario sobre La relation d' objet (Inédito)


170 función persecutoria de la letra

sobreestima desmesurada que tiene de sí mismo" * (las itálicas soamíasj,


Sérieux -y Capeas: se fonda» ea la presencia o la ausencia de este acuerdo
para, en ei primer caso, establecer un diagnóstico de psicosis paranoica y, en
el; segundo, el de una psicosis alucinatoriaen sus comienzos» o sea, en un
momento en ei que puede no haber más que interpretaciones delirantes; dicho
de otro modo, no hay nada (fuera de !a ausencia justamente de ese
acuerdo) que permita distinguir este cuadro de aquél del'delirio de
interpretación de la locura razonante. “El delirante alucinado -escriben-
experimenta un cambio que lo inquieta: rechaza al principio los pensamien­
tos que lo asaltan. Tiene conciencia del desacuerdo de éstos con su menta­
lidad anterior: se muestra indeciso. Sólo llega a la certidumbre, a la
sistematización, ei día. en que la idea defirSíffis se fesi Vaafej átjgsflciSn, (...)
ííads séjnej&ftti t u n e en el delirio de.inte^rrtágióil, ?uyó :o ii|fas#piwd'e
en la lejanía” 3,
La evidencia de este acuerdo es lo que dio su peso a Iá noción de «na
“cBiistitócíónparaBtOfeá**; ella fílela que hizo escribir a Génil-Pemn; “uno se
vuelve iatetprgtádor ppriüe'ün# ¡e#. paranoica” * aserción cuyo aspecto
extrañamente pleonástico esconde ápenfsli léiisación de perversión dirigi­
da contra el paranoico (teoría del origen perverso de la psicosis); esta
evidencia fue, una ve? más, la que sugirió &, Dromard la metáfora del
patizambo; “Corno un patizambo crece armoaiosaroeíite con relación al
germen ene! eüalyaprgejílstía, del mismo modo loserpores déi interpretante
crecen como deben;®eceí‘en uji cerebro cple- ios implica a todos én potencia'
desde su ipfgen” 5
Contentada Cón esta definición de la paranoia como expansión, la tesis de
Lacan a la vez hace y no hace ruptura. Ella también afirma el acuerdo; sin
embargo, no lo vincula ya con la constitucióii, sino con lo que designa con
el término de: '‘personalidad”. Ahora bien, de este desplazamiento va a nacer
la posibilidad del vuelco evocado más: arriba, de! que Lacan toma nota con
Ocasiáii de la réédkün de su texto sobre ía,fisÍ£OÉs paranoica en sus
relaciones con la personalidad, cuando manifiesta, en su curso del 16 de
diciembre de 1976: “Si me resistí m usí» tiempo a la républlcáción de mi
tesis, es simplemente por !o siguiente: que la psicosis paranoica y la
personalidad como taino tienen relaciones...por el simple hecho de que son
la misma cosa”.
La tesis designa a esta cosa como algo que consiste en “relaciones de.
comprensión” a las ^ae stóbüyé un valor; objétiyo. Pero SjÉ, estisOilosfÍMiá,

: J. Lacan, De ¡a psyckose paranoíaque dans ses rapports avec la. personnalité. París, 1a. edic.,
Le Frari^ois, 1932; 2da. edic., Seuií, 1973, p. 39. (En español: De la psicosis paranoica en sus
refaciones con la personalidad, 4ta. ed., Siglo XXI, México, 1985, p. 53)
3 Lacan, Ib id,, p. 67 y ¿8 (En español: ¡bid., p.61.)
4 Génil - Perrin, Les paranotaques, París, Maloine* 1927. p. 149.
1

del discordia paranoico 171

fue necesario promover esta comprensión para delimitar los hechos de


discordancia (siendo ésta sólo el defecto de aquélla), la identificación, unos
cuarenta años más tarde, de la paranoia y de la personalidad vuelve admisible
hoy el hecho de que la discordancia, característica principal de la esquizofre­
nia, toma su definición de la personalidad, es decir de la paranoia.
Una vez que ha sido puesto de manifiesto este pedestal paranoico sobre el
cual se han construido -de manera concomitante, por otro lado- tanto la
paranoia como la esquizofrenia, una vez que se ha mostrado este rasgo que
permite señalar como paranoico al campo de las psicosis, se vuelve posible
interrogar a la psicosis, ya no a partir de la evidencia paranoica (la de la
personalidad definida como “la unidad de un desarrollo regular y
comprensible”, o sea aquello mismo que Lacan ubica aprés-coup como
paranoico), sino a partir de la paranoia misma, es decir, del tipo de discordio
que ésta presentifica6.
En suma, si no fuera por la insistencia de esa Vulgata psiquiátrica con
respecto a la cual el agregado más reciente de algunos términos del vocabu­
lario psicoanalítico sirve enojosamente como relleno, no tendría nada de
escandaloso admitir algo distinto de la oposición de la discordancia y el
acuerdo; admitir, al menos a título de una hipótesis para la lectura, que el
campo de la psicosis (y junto con él, el conjunto de la clínica) estaría mejor
delimitado si se considerara que uno no se enfrenta nunca a otra cosa que a
diversos modos del discordio.
De esto podría resultar una ventajade simplificación-' la que resultaría de la
validación, si fuera posible, de la aserción según la cual si “la neurosis es, en
su fondo, histérica” 7, la psicosis es esencialmente paranoica, lo cual no
quiere decir que todas las psicosis sean paranoias.
<0 *
El psicoanálisis no es ajeno al hecho de que esta pregunta pueda por lo menos
plantearse.

No soy yo el que...

No fue suficiente que los psicoanalistas centraran sus interrogaciones sobre


la articulación del análisis y de la histeria para que se acabara con los lazos
que, ya desde su principio fliessiano y a todo lo largo de su elaboración
doctrinaria, se establecieron con la paranoia.
No deja de tener importancia abordar el estudio de estos lazos desde el
segundo tiempo, el que se fundó sobre un “retomo a Freud” (cfr. Capítulo
diez). Conviene notar, en efecto, que este retorno implantaba un modo

6 J. Lacan, De la psychose..., op. cit., p. 39. (En español: De la psicosis..., op. cit.. p. 36-37)
7J. Lacan, L'insu que sait de l'une - bévue s'aile a mourre, Seminario del 19 de abril de 1977,
inédito.
172 función persecutoria de la letra

enunciativo donde resultaba que uno decía lo que el otro había dicho;
expresado de otra manera, una forma de presentar el psicoanálisis a propósito
de la cual ya no es posible hoy dejar de interrogar si no habrá una enigmática
proximidad con el modo de dirigirse de la paranoia.
Lacan llegó a interrogar a Freud a partir de la paranoia. ¿Diremos que le
preguntó cómo dar cuenta del autocastigo en tanto que necesario? ¿O de lo
que podía dar al pasaje al acto esa función resolutiva que el casó Aimée
testimonia? Pero, en lugar de decidir demasiado rápido sobre la formulación
de la cuestión, me parece preferible juzgar el asunto por sus consecuencias.
En 1932, Lacan encuentra en la doctrina psicoanalítica los elementos más
aptos para dar cuenta en forma válida de la paranoia de autocastigo; la tesis
se apoya de manera decisiva en el genetismo de Abraham. Pero también
espera de la práctica psicoanalítica que no se niegue al tratamiento de las
psicosis, aunque sea al precio de una transformación técnica: el psicoanálisis
del inconsciente debería convertirse en un psicoanálisis del Yo.- Estas
indicaciones, que encontramos en la tesis, podrán parecer anti-lacanianas
para una mirada apresurada: no por eso deben ser desdeñadas. En efecto,
vienen acompañadas de ciertas consideraciones que muestran que Lacan, ya
desde esa época, estaba enterado de los problemas puestos de relieve por el
análisis de las psicosis paranoicas. Así ocurre, por ejemplo, cuando más allá
de la antinomia bien localizadasegún la cual el psicoanálista, inevitablemen­
te, se vuelve el perseguidor, describe esta otra antinomia que es la de la
interpretación misma: considerada como lo que debería disolver el delirio,
o por lo menos ayudar a su disolución, no logra otra cosa que alimentarlo.
Se notará que, con respecto a este llamado a un psicoanálisis del Yo, la
intervención de 1936 en el congreso de Marienbad no debe ser situada como
lo que produce ruptura, sino como lo que da continuidad. El “estadio del
espejo” tiene como trasfondo la problemática de la paranoia; por otro lado,
la continuación, y muy especialmente lo que se llamará “estructura paranoica
del Yo” s, volverá explícito este trasfondo.
En suma, “el estadio del espejo” daba testimonio de que, si bien la paranoia
podía ser aclarada por la doctrina psicoanalítica, era necesario modificar esta
iluminación misma. Dicho texto responde entonces a la profecía d é la tesis
según la cual, fuera del abordaje de “este problema, el más actual del
psicoanálisis” (el del tratamiento analítico de las psicosis), no podría haber,
para el análisis, más que un “estancamiento de los resultados técnicips en su
alcance actual, (cosa que) no tardaría en acarrear consigo un debilitamiento
de la doctrina” 9.

*J. Lacan, Écrits, op. cit., p. 114, (En español: Escritos, op. ciL, p. 106).
q J. Lacan, De la psychose paranotaque..., op. cit., p. 279. (En español: De la psicosis
paranoica..., op. cit., p. 253)
del discordio paranoico 173

Unos treinta años más tarde, en la lección inaugural del seminario de 1964»
65, con ocasión de una discusión sobre las relaciones del psicoanálisis; con
la ciencia, Lacan hace referencia, a lo que seria una paranoia exitosa. Por otro
lado, precisa inmediatamente, en una frase que debe citarse pues se encuen­
tran allí ligados los dos términos de yo y de paranoia; "...no soy yo quien
introdujo la fórmula de la paranoia exitosa’’ i0. Ahora bien, si queremos
efectivamente considerar esta afirmación literalmente, será necesario admi­
tir que el enunciado es inexacto: es efectivamente Lacan quien introduce esta
fórmula (en el instante mismo en que lo niega) ya que Freud, quien presentó
efectivamente la posibilidad de un éxito en contrapunto con la efectuación
paranoica, no por eso introdujo, como Lacan alusiva y abusivamente se lo
imputa aquí, la fórmula de una paranoia exitosa.
Someter a estudio las lazos del psicoanálisis con la paranoia a partir délo que
se ha llamado más arriba un segundo tiempo ofrece el interés particular de dar
toda su oportunidad a esta fórmula.
Hn efecto, se necesita una segunda persona, por lo menos ísfeeáda, para
articular un “no soy yo el que...”; adeíBÉi» se trata de HMIMPPHRMÉI su
pertinencia retomándolo, comó se puede hácéf tan tÉS^lmeñite, con una
respuesta que diría “Pero sí¿: es é r \ respuesta que perdería.de vista lo que está
en juego en todo el asunto haciendo intervenir allí demasiado pronto esta no
persona que es. segón Benveniste, la que llaman tercera. Por eí momento,
sólo se trata de “yo” y de “no yo”.
Puesto que su alcance noes el delá conformidad coa una realidad, siso otro,
¿cuál es entonces la verdad de ese “no yo”?
Podemos responder que presenta la cualidad de estar de acuerdo con la
fórmula de la paranoia exitosa que él introduce: ÜÜt^pSUj&ÉflfóÉi JSÉ
f ídeúXOKonvenire', esta aserción spinozista que tanto gustaba %Lacan vale
plenamente aquí. 2n efecto, un enunciado del tipo “soy yo el que...”, habría
sido descalificado de entrada frente ál modo patanales de enunciación,
mientras que el “aó s o y f p el qué...rt es precisamente uasde’la&afinnacioaes
principales que Lacan a la vez confirma y ratifica en ua Schreber.
Schreber, que había leído Ía;quinta,edítóóa del gatade de Kraepeiin, discute
en efecto, no sin mesura, no sin prudencia, no siadelieadsza.queeí psiquiatra
pueda reducir aquella de lo que da testimonio el paranoico; a, ía invención
arbitraria de su imaginación (ía del paranoico); y para demostrar que las
voces le vienen de un Otro completamente real -que él designa como lo
sobrenatural- da muestras de un #píriiü'Crft|CMán pEeCíss f eficaz corno el
de un psiquiatra, a ftn ds que éste no haga a un iado sus decires poníéadolcfs
*en la cuenta de ua defecto de su capacidad wamfk11<

10J Lacan, "La science et !a venté" en Cahiers pour VanQlyse, n° 1/2. París, Copedith, 1969, p.
27 (En español: La ciencia y la verdad en Escritos 0, op. cit., p. 853).
11 D. P. Schreber, Mémoires d'un névropathe, trad. p. Duquenne y N. Seis. París, Ed. Le Seuü,
1973, p. 77. (En español: Memorias de un enfermo nervioso. Ed. Carlos Lolhé. Bs. As. 1979 p.
75), y J. Lacan, Les Estructuresfreudiennesdans les psychoses, Seminario del 11 deenero, 19üó.
174 función persecutoria de la letra

Este modo de enunciación en el que el sujeto no desconoce que habla de algo


que le habló, en que se encuentra, con respecto a lo que tiene para decir, en
la necesidad de deber hacer admitir que eso se sostiene con un “no soy yo...”,
en el que algún ser habla al sujeto quien, a partir de ese momento, sólo puede
hacerse testigo, frente a otro, de esta palabra; este modo de la enunciación es
lo que Lacan señala como “el fundamento mismo de la estructura paranoica” 12.
Dicho de otra manera, al regularse así sobre la estructura, se puede admitir
que, si bien hay delirios con temas de grandeza, no hay, en cambio, delirios
de grandeza: solamente de persecución.
Nombrar este modo de enunciación paranoico no obliga a reunir todo lo que
se desprende de él bajo el señalamiento diagnóstico de “paranoia”. El hecho
de que haya ahí un juego posible, diferentes vías, es incluso lo mínimo que
implica el término de paranoia existosa.
El modo de enunciación paranoico se puede relacionar, por medio de un
proceder del tipo “retorno a”, tanto con una práctica como la del control (debe
haber en efecto una razón para que no se logre dar a este “control” un nombre
menos persecutorio, es decir, más aceptable para el principio de tranquilidad)
como el procedimiento del pase: en los dos casos, la palabra, la del pasador,
la del controlado, abre su camino a partir del se-dice, al constituirse ella
misma como se-dice.
El se-dice responde a su manera -que no es cualquiera- al “no soy yo el
que...”. Y para emplear aquí términos elaborados por P.Soury, diremos que
la estructura del modo paranoico de enunciación está niejor “desplegada”,
mejor “aflojada” cuando la respuesta al “no soy yo el que...” pasa por una
réplica en tercera persona, por algo que no es un “eres tú” sino un “es él” , pues
ese é l exige la diferenciación de aquel a quien se habla de aquél de quien se
dice que él dice.
Cualquiera que se las haya visto, por ejemplo, con lo que el psicoanálisis, al
institucionalizarse, introdujo bajo el nombre de “control” , sabe que allí se
hace la experiencia de una no localización tanto de quién habla como de a
quién; un estilo como el de M. Duras vuelve sensible a eso, que la lingüística
situaría como un debilitamiento <le la función de los shifters. Todo ocurre,
en un control, como si este debilitamiento habitara permanentemente la
palabra del controlado que no logra colmarlo más que al precio de aportar
modificaciones apreciables al texto del psicoanalizante del que habla. Basta
así que el analizante le haya dicho “soñé con usted” (j’ai revé de vous) para
que, al relatar ese sueño en control (como ocurre que se hace), el controlado
tenga para escoger: o bien repetir pura y simplemente el “soñé con usted”, en
cuyo caso la dificultad consiste en que -como los equivalentes de las comillas

12J. Lacan, ibid.. Seminario del 30 de Noviembre de 1955.


del discordio pa ranoico \ 75

son difiÜtes.de producir en la lengua hablada- la frase evoca infaliblemente


ése otro sueño que sería aquel donde el controlado habría soñado con el
controlador, o bien, para evitar este equívoco al que no es insensible, el
controlado, modificando el texto, dirá de su analizante que él o ella “soñó
conmigo” lo que está lejos de ser seguro ya que nada dice, si nos atenemos
únicamente al texto del sueño, que el vous (usted-ustedes) en cuestión no
designe, además del analista, a toda su familia o cualquier otra cosa que se
quiera imaginar bajo lo que sería, á partir de ese moméíittí, ya no un vous
(usted)4é cortesía, sino un plural
El procedimiento dél pase estaba hecho también para poner en juego, el se-
dice. y hasta un punto donde ■hafefe depender de él la nominación, fg: que el
pasante nunca eta puesto en preseiJcia¡de la instincia nombradorayenteBces,
todo deptadíá tfe les’fiches cte los piadores, P q hay notalaacion que se
sostenga sin el apoyo sobre él sg-diee. Ssiá aserción que el pase ponía en acto
(al fundarse sobre ellBi.pódiía ver sa validación apoyadaá partfr détotúdio
de la patología de la nominación: Se puede aposfM qpíé el sit¡jd}0:^.ia
paranoia saldría ganando con eso.
Curiosamente, la práctica analítica parece distinguirse de esos Jf|íqs#inies-
tos con tos que ha balizado sus alrededores, ya <pe esaf® It presencia del
analizante. Pero toda la cuestión esiá en saber si el analizante eslS,állí áe ana
manera diferente de la del pasador de este discurso deí que da testimonio eri
Üf síntoma y que gjfc Ü también, bajó la acción de “no vo”. '
Nombrar “inconsciente” a “d&^ájcso de i Otro”, ¿hace que ese incons­
ciente ex-sista? ¿Y que ex-sistacómo? ¿Se maatenárttfíiera, de una manera
distinta de la del Dios de Schreber?

Yo es erógéno n

Lacan abrió uno de los caminos del modo paranoico de enunciación exjíOr
niendo ¡a fórmula de i i i , “estructura paranoica del Yo”.
Esta fórmula tomada d©áB:i®SPde 1948. Hay varias maneras de referir
el desplazamiento de la jffsfefemátfea desde la iwsía ti* cinc se elabora
entoaejes en la misma veta¡def’El estadio dél esfejQ”Kretí>mado y publíiadó,
por otro lado, en 1949). Olía forma divertida podría consistir en subrayar el
cambio Je í& . la tesis es. en eféctospiBOzlaaa, mientras
que la *%sCFu$Sira pá5Msfca.-ítel Yo” pp apsya sálte1fifia de tte figuras
priwipste de Que W llis flfc ltc p É S i de
S p inosaH tgeluB aw isías respoft-
d i -mfe fM3jjpBÉL|SiÉÉ£ to x fyp s m 25®
n Yo he(s)reróger¿cj.
176 función persecutoria de la letra

La doctrina de SpinOJutsepresentaen la tesis cómo Ja^tíhfcárconcepción"14


capaz de dar cuenta de la psicosis paranoica, ya no como un fenómeno
deficitario (cfr. aquí mismo lóscapftulos uno y dos) sino como un hecho de
discordancia frente a lo que sería el desabollo noíiaal de la
Lacan, después de haberlo puesto en exérgo, concluye su trabajO sébre una
proposición de la Ethique (Etica) que aparece primero en latín (p. 14), luego
en uña traducción en francés (p. 312) de la que se puede conjeturar que se
la debemos a él (nada se dice en la tesis sobre la procedencia 'de esta
traducción). De alguna masera, la tesis misma sólo íue el desarrollo de la
discüsidníjae daría comaj testificada dicha traducción. Ahora bien, ésta se,
efT ^ten^ Muy cspgciaimejnitepor la introducción^fermiíjo de^di^eor-
dancia”. Bajo una pluma tan infomaáa:S0bW!eísáner pslguiatrico, esto no ‘
podría deberse de ninguna manera a una casualidad. "5
Lá p t o p ú s i e i é ü “Q i t í i i b e t u n iu s a ff e c tu s a b á ffe c te d í te r iu s t c tr í tu m d i s c r e p á í,
quantum essentia unius ab essentia alierius dijfert” pone a actuar uno tras
otro ios dos verbos discrepare y differe que las traducciones habituales
.vuelven indistintos al hacerlos equivaler al únictif-verbo ‘^áifeíir1VÁsí ocurre
(¡qül a ( g d l c M n # ; ‘VouísetitftneitiePftp. individu differe du seniimeni •
d ’-unautreautantaue dijferede l'essencede l ’autre”(Todo
sentHWentQ .de u^ij^ívidMO difiere detsentústiéntp de .Otro tanto cojiío la
esenciadeuiio^difiaredelaesenciadeldtro),^ déLacan, por
su parte, téíria sn cuentásii dijferemáa inclusosi debe, para esío. pagár ei
precíade iíitíoduqir el vérbo moflírer (mOstrar) qué bascáríarobs en vano en
él texto latiñg¡ pero quees iiecesaíió para ljafeíár-yer la paíafeéaái^cordaneé- ■
(diseoídftnftia),sustantivo quese vuel véobiigaforiópor el carácter inusitado,
éri francés, dél: verbo discordér (discordar) (sin ernbargo. eStó vérbó habría
sido muy MI paramartteher el balanceo quees,éh- cambio, efectivamente .
dado por iatfaduceión habitual, por la reíteraetón del verbo “diferir”^; •
Apesar de sus incOnvenientes, éStaeléeción se aclara por la interpretación
que sigue inroediatamentea la traducción propuesta. En efecto, Lacah
desplazaeíltotjcesaqüelloen lóquesebasajya^ueallfdótjdeSpinqzahatoia
de dos individuos, éi pone en paralelo dos estados de tin mismo individuo
SU&ra^aiWo te iíiscordafiím deí paranoí<&-cáó tó.^ijé-Sería supétsoáalidad
normal.
Estadiscordanci a es, sinosatrevemosaáéeírioasi'la tesiadetátesis, aquello’
sobre lo cual ésta sccierra..
Petó si ai paralelismo {en el sentido spinozista) e.s su condicíón de posibili­
dad, no deja de ser cierto que sólo hay discordancia paranoica a partir de otra
suposición, aquella según la cual lo que sería la personalidad verdadera, es

14 J. Lacan, De la psychose paranoiaque..., op. cit., p.337. (En español: De la psicosis


paranoica..., op. cit., p. 307). Sobre loque sigue, consultar a R.Misrahi: "Spinozaenépigraphe
de Lacan", en Littnral, 3/4, febrero de 1982, p.73-85, ed. Eres.
del discordio paranoico 177

decir, en concordancia con $u esencia (io que es también el <»so de la


paranoia cuyo díscórdiGñosSSoSíiene más que f ^ ^ conftXintacián con ía
personalidad normal), podría ser conocido por otras ¡ndividualidades, ya que
ella es capaz dff.hac-ár C o n o c í eí. tótóocímiento que tiene de -0 :misma, de
hacer que este conocimiento encuentre el asentimiento social* '

Entonces sólo hay discordancia paranoica, en la tesis, sobre la base de que


debe postularse como objetividad delconOcimientó verdadero. Este postu-
lado nopodríasorprendérenana^^bfémáticadeeididamente spiáosaSía. Ha
efecto, si no descuidamos advertir que laesenciade la que se trata en la cite
no esotra cosa que el deseo, resulta que hay tantos deseos individualizados
como esenciasindividualizadas existen -y por ¡otanto«/«eíws. Así, despla­
zar, corno lo hace Lacas, las discordancias ínter- indi viduales a discordancia
iotra-individual es como poner en presencia uno de otro, en el lugar de la
individualidad fio uno, sino dos deseos tan discordantes como los de dos
individuos que no tienen, dicho de o to modo, relación dS discardanciamás
que por el hecho de que unconocimientoverdadero,.cldei/psiquiatfí¡,ptensa
en poner a uno en presencia del otro.
Esa es, en Lacan en 1932, la relación de la psicosis paranoica y de la
personalidad. Sévequeeita“íélacidjfrláS$íSponesobí¿^flHSínOplána: las
dos tienen que ver con ]a definición spinoziana del afecto. Por eso fio habrá
obstáculos para so identificación más tarde.
De todas formas, para atenernos ahora a lo que vino imnediatamente después
d é la problemática de 1932, est0 reeotdatorio bastarápará situar su cambio
de configuración, del que podemos encontrar un signo en la puesta en juego
de la fórmula hegeliana.dcl'cfeseo ya.no jsdjvidiicapzado sino planteado como
deseo de deseQ. AleXandre Koj4ve ptófíere sus íeccionés deintfOdncción a
la lectura de Kcgei en los años 1933-1939; Lacan, Queneau (que {as
publicará) y touíhos otoáfecábdeteron uña vétóbdéra ííiiseñainzá ert esas
lecciones.
El spinozismo de ia tesis tenía que excluir la interpretación clásica del delirio
de dos com o delirio inducidaj iB tesis “rechaza,v7 no 5Ín coherencia, esta
eventualidad!J. Es que una locura que fuera contagiosa no podría existir en
un saber que feilá hábría sócaVáífo p o rd én t^ í'au iiq aé sea s te p jto e n té pójr.
figurar allí a títulóde una posibilidad. En efecto, si la locura puede pasaríáé
un individuo a otro, riada giteaíitiza «pe el cMOéimientQ objetivo <ptó
podam os tener de ella no participe él misino del objeto conocido, no sea él
mismo un conocimiento defínanse;; Encambio^ialtK^ra-n'MM/ídrttótidesuíi
peligro para el saber psiquiátrico pues no sobreviene, segán la tesis, más que
eo índívidoos qne han estado mucho tiempo sumergidos en el mismo baño,

13J. Lacan. De la psychose paranoi'aque..., op: cit., p.284 y 34!. (En español: De la psicosis
paranoica..., op. cit., p. 258 y 310).
178 función persecutoria de la letra

embarcados en la misma gatera, jfí.nM1ii<l(|. |quiéft fftdíía tewpwto que


semejante desventura ligue al psiquíatra con su loco! ;
Pero precisamente, ese tipo de seguridad eae; la evidencia falta allí a partir
del momento en que el deseo es pensado como constituyéndose en el lugar
del Otro. Y la respuesta, a partir de ese momento, scxá localizar el DOS para
delimitar lo que será (o sena, ahí está toda la cuestión) susceptible de
depender de otro orden, y de escapar así a la locura de! dos, e incluso de
permitir contar tres.
JEn 1946, en Acerca de la causalidad psíquica, Lacan encuentra en Hegel -
especialmente en fe Iguraidel alma bellas la metáfora Capaz: de operar ésta
localización al ia'‘‘fórmula a # general tte la locura”.
t e p t o s is (1915) toma
aquí todo su alcance: el alma bella no reconoce su ser en lo que ella denuncia
cómo el desorden del mundo, y tampoco en la !ey de su corazón reconoce la
Imagen de ese mismo mundo simplemente invertida. Eliaecanismo de la
psicosis es concebido entonces por Lacan como el desconocimiento de una
identificación.
El Yo no tiene otra posibilidad constituyente que acordarse(en el sentido del
acomodamiento fotográfico) con la imagen del otro (esa era la puesta al día
del texto sobre el estadio del espejo), que acordar así a ese otro una parte
iHiportant¡Ktesu libido. Pera esta heterogeneldadAndamentál del Yo golpea
al Yo, atenta contra su susceptibilidad, no conviene a lo que en él -libido
narcisista obliga-, no cesa de pretender ai “Yo soy Yo”, de afirmar contra
viento y marea el carácter inalienable de esta propiedad del Yo de no ser más
que Yo. Frente a eso, que é$ etnarci^siá0 ,n#síi|0, la alíeridad aparece, por
sí misma,:pSíVseGUtorifj ®í objeto, por ser otro, es ya fuente da insatisfacción,
se presenta inmediatamente corno io que M. Klein ilaraabaun “objeto int¡gmo
malo”.
El desconocimiento de lo que ló constituye es®así iitsplifeMo necesariamenr
te en !a postura "alcestuosa” $eí ”f ó 'w- Así la fórmula lacaniana dé una
"estructura paranoica del Yo" debe leerse como no h ie n d o otra cosa, en
cierto sen ti áo, queaptintarun «erolario de este desconocimiento. Para el Yo,
cada elemento q^squitara este desconocimiento, es decir, qué-llevara al Yo
nuevamente a t s origen en el otro, presenta un valor persecutorio».
Na hay así salida fógiea para el Yo paranoico más que en el pasaje al acto.
Y | ;|i teiií %sfeía,:ubteidó el carácter resolutorio del pasaje aí scíft. Pero en
1946* Lacan corrige la interpretación cteesta#pt!ie:M!iK y a.fía es qpe el sujeto
satísima fe e?g|e!íci|.|i©ri:i ¡je un a®toei|Égé áelirio, gía®:

lf) Véase el comentario sobre Alcesíe de Moliere en fas páginas 173-i 76 de ios Ecriís. (En
español: j.Lacim, Escritos, pp 163-167).
del discordio paranoico 179

que, por el sesgo de una agresión suicida esencialmente narcisista, se deja


guiar por el voto de que el combate a duelo perseguidor / perseguido cese por
fin, incluso si hay que pagar para eso el precio más alto, el de la exterminación
de los duelistas.
El pasaje al acto es un extremo: es necesario captar, por eso mismo, que el
carácter intolerable para el Yo de esta discordancia esencial se refiere a que
no se constituye en el ser más que por el sesgo de una alienación n. Así, el
sentimiento de su propia insuficiencia se halla pegado intrínsecamente a la
piel del Yo. Está entonces en conformidad con su estructura paranoica que
todo objeto que venga a recordarle esta insuficiencia, que lo sitúe entonces
exactamente como lo que es, tenga valor de objeto persecutorio.
Si bien la clínica reserva aquí algunas sorpresas, éstas no son, a decir verdad,
tan extrañas como en principio podría pensarse. Así, objetos muy diversos
pueden ser persecutorios:
* las quejas de una madre judía, abandonada por su marido, y que no deja
de gemir por la desgracia que se abate sobre ella: un hijo leerá en esas quejas
su propia insuficiencia para remediar lo que abruma a esta madre -insuficien­
cia tanto más manifiesta cuanto que la querida madre rechaza, de la manera
más clara, todo remedio que el hijo podría aportarle;
* la angustia de una hermana histérica, aquejada durante la noche por
espantosas pesadillas y que pone a toda la casa en movimiento para ir a
verificar que ningún agresor se encuentra escondido en algún lugar: esta
angustia suscita en la que comparte su cuarto ese mismo sentimiento de una
insuficiencia aterrorizada;
* evocaremos también el caso más clásico de una noviecita que desliza
viciosamente en una conversación que con tal otro macho, en efecto, había
sido mucho mejor: la mala broma desencadena al instante (y para su mayor
estupefacción, pero sin que ella encuentre por eso la menor iluminación) lo
que la clínica lacaniana calificó de momento fecundo de la psicosis. Se
conoce el efecto de desencadenamiento de la vivencia de esta insuficiencia.
Si la clínica deja aparecer aquí un predominio de la apuesta fálica, esto se
refiere al hecho de que el falo se presenta como el significante más
susceptible de constituir signo de esa insuficiencia. La determinación fálica
de la erección narcisista encuentra su lugar de tropiezo en el significante
mismo de esta determinación.

17J. Lacan, Écrits, pp. 141y 187.( En español: J. Lacan. Escritos, pp. 132-133 y 177).
180 función persecutoria de la letra

La guerra fría de las demostraciones interpretativas

Esta expresión designa en Lacan el grado más bajo de una serie que va hasta
el pasaje al acto y donde se ordenan las formas de la organización del Yo con
el objeto» “los éstadio(s) de la identificación objetivante” **.
Haber puesto de manifiesto la estructura paranoica del Yo obliga á tener que
'dar cuenta del hecho deque clínicamente existen casos en los que algo reduce
esía paíanoía espontánea (porque hay una paranoia espontánea del Yo como
hay, lo sub. ayo L. Althusser, una filosofía espontánea del sabio), en los que
3Íg0 interviene con la consecuencia de desactivar sus efectos. Dicho/le otra
manera, la identificación objetivante no siempre va acompañada, con la
masáflStación dé la función persecutoria del objeto. ¿ ■
Pero si bien es cierto, por otro lado, que.no hay salida lógica para la
discordancia otgaslzadora de la estructura paranoica del Y o más que en el
pasaje al acto, si éste parece la continuación necesaria del desarrollo interno
de aquella, es entonces necesario convenirque las otras posibilidades de que
¿a testimonio la clínica no pueden ocurrir más que por otra dimensión* por
una intéSVencién SctefÍGí a esta dialéctica yoica, y qué interferiría con ella
hasta el p^ntod^IMdsíjCSF su desenlace.
En ios años que corresponden á los textos intetrogados ahora (esos sóbrelos
que digo que son de la veta abierta por “el estadio del espejo”) Lacan no ha
producido todavía la distinción de las tres dimensiones del real, el simbólico
y ei imaginario. Remitámonos a la página 102 de los Escritos donde el
psiesanálsísiss definido como el hecho de “inducir en el sujeto una paranoia
iMgp3a“ (esté panto Sera discutido más adelante); se puede cemprobar ahí
que la discusión se organiza según las categorías del espacio y del tiempo de
|a estética tíftlEéftdental, Para quien no ignoraba del todo lo que ocurrió
despiife* esto yueive;caduco un intento que apuntaría a rendir cuentas de un
término como el de identifieaciátt resolutiva, que está, sin embargo, en el
centro de la-etíasiíón, ya que Lacan nombra asi un modo de laldentificáción
que, lejos de alimentar al molinete paranoico, tendría como efectos por el
contrario, pasarle lá esponja.
jpü¿ tdentifits&ci&ft resolutiva: este término ofrece ef mismo tipo de ambigüéí'
dad que ei de la demo^ttación interpretativa convocado más arriba. Consi­
derado en “lá guerra fría de las demostraciones ifltetpretati vas”, |a demostra­
ción se vuelve mostración, un “hacer muestra de”, un resaltar donde la
operación demostrativa parece notenerofroaicar.ce que el de ostentación, de
-exMbicián, de sstisfección narcisista. Pero si esta demesí33 ra#a es efectiva­
mente lo qué pretende ser, a saber una demostración, tendfá coiHQ:-efecto,

'* J. Lacan, Écrits, pp. UO-t 11.( En español: J. Lacan, Escritos, pp. 102-104).
del discordio paranoico 181

contra las exigencias, inmediatas de la libido narcisista, el de destruirse a sí


misma dando la solución de aquello para lo cual había sido requerida: cuando
un problema se resuelve, ya no queda más que pasar a otra cesa. Déla misma
manera, la identificación resolutiva es efectivamente una identificación y,
por esta razón, alienante, al poner en juego esa discordancia primordial entre
el Yo y el ser que Lacan define (la discordancia) como “la estructura
fundamental de la locura” 19; pero en tanto resolutiva, esta identificación sólo
podría ser concebida como limitante del desarrollo de los efectos de esta
discordancia, como introductoria de una discordancia que constituya una
solución nueva (re-solutiva) y más tensa con respecto a una discordancia
anterior (implicada por el re de la solución).
El concepto de una identificación resolutiva supone entonces una sucesión
de fases. Así, la designación de la locura en la figura del alma bella aparece
sobredeterminada: no se trata solamente de talo cual figura del Espíritu cuya
problemática sería privilegiada*: sitio también, y al mismo tiempfi; de um
figura, de una fase extraída de una sucesión. La locura consiste en el
aplastamiento de la fase en la estasis. La identificación resolutiva sería lo que
libara al sujeto de ese aplastamiento.
Más tarde, en Lacan, vendrán a hacer eco de este abordaje de la paranoia esos
enunciados que la ubican como “un enviscarciento imaginario”, un
“congelamiento del deseo"10. Pero conviene hacer notar ante: todo que, si
bien la fórmula de la paranoia exitosadata efectivamente del Iode diciembre
de 1965, la descripción de lo que sería una paranoia exitosa es muy anterior,
ya que no se trata de otra cosa que de la descripción mism® del estadio de!
espejo.
El estadio delesptejjs ofrece efectivamente eiparadigmade unaidenM&sádiíi
resolutiva, de aquello por la cual se produce M una metamorfosis de las
relaciones del individuo con su semejante”5*1; y como 110 hay otra manera de
pasar la esponja sobre los efectos de la estructura paranoica del Yo más que
con esta identificación resolutiva, hay que considerar que lo descriptivo del
estadio del espejo da los elementos más aptos papa hacer valerlo que sería una
paranoia exitosa (por ejemplo, la disminucióffl “regocijante” de la tensión
producida, por la identificación fesolutiva),
¿Cómo.; precisar lo que era específico: de la identificación resolutiva,; lo que
la hacía una identificación alienante, ciertamente (ainguna Identificación
constituye excepción de esta alienación), pero de una manera tal que no
hipotecaba definitivamente el devenir dé !o que en ella se constituía?
La identificación que §e da con la imagen en el espejo (la primera dé las
identificaciones resolutivas) no és, lo iftdiffi éf más «jiie. un'“caso

19J. Lacan, Écrits, p. 187.( En español: J. Lacan, Escritos, p. 177).


20 J. Lacan, R. S. /., Seminario inédito del 8 de Abril de 1975.
:i J, Lacan. Écrits. OD.cit.. o. 188 ( En español J Lacan. Escritos, p. 17S).
182 función persecutoria de la letra

particular” 22. La insuficiencia, llamada entonces congénita, aparece allí


como un momento superado y tomaba el aspecto de esa prematuración que
Lacan señala como Discordia primordial (la mayúscula es de él). Que-este
caso particular se apoye sobre un orden genético con aspectos
“annafreudianos”, está igualmente señalado de manera explícita.
La identificación sólo es resolutiva si engendra “la cuadratura inagotable de
las reaseveraciones (recolements) del Yo” 23; pero que esto pueda ocurrir que
pueda llegar a ser efectivo, no depende únicamente de la dialéctica imagina­
ria. Sin embargo, si bien el lugar de esta juntura está descrito en la tesis, sólo
será mostrado verdaderamente con la introducción de un mecanismo capaz
de llegar a especificar la psicosis. Sabemos -pero, a decir verdad, sin saber
demasiado lo que sabemos al saber eso- que se tratará de la operación llamada
de la forclusión (Verwerfung freudiana).

Una paranoia que sería dirigida

La cuestión de lo que, al intervenir por otro sesgo que no sea el imaginario,


produciría como resolutiva o paranoizante una identificación imaginaria,
interesa en el más alto grado a la práctica psicoanalítica.
Ciertamente, ocurre que se asiste a desencadenamientos de delirios paranoi­
cos al comienzo del análisis, con ocasión de la expresión de la demanda
inaugural, o también después de que un análisis, se dice, haya tenido lugar.
Sin embargo, estos casos no deben favorecer, por su carácter excepcional,
una discusión que se estancaría en la excepción. La cuestión planteada más
arriba concierne al psicoanálisis, ya sea que éste se pretenda terapéutico,
didáctico o cualquier otra cosa que se prefiera. Recíprocamente, no está
prohibido esperar que su tratamiento en eí análisis renueve el saber de la
paranoia.
Observaremos -sin imaginar por ello que haya allí la más mínima antinomia-
que el mismo abordaje del psicoanálisis despejó la función estructurante de
la imagen en el espejo y denunció esa práctica del análisis en la que el analista
pretendería ser un espejo viviente pajra su paciente. En otro lugar, y
recíprocamente, se ha glorificado tanto más esta postura del analista reflejo
cuanto que se desconocía lo que estaba en juego con el espejo.
¿Cómo logra el análisis evitar un enviscamiento en el desconocimiento
autosuficiente que opone el Yo al Durcharbeitungl En 1948, la respuesta de
Lacan es la siguiente: induciendo en el sujeto una paranoia dirigida. Fechar
este texto no nos hará olvidar que fue retomado en 1966 para esa reunión

22J. Lacan, Écrits, p. 96.(En español: J. Lacan. Escritos, p. 89).


23J. Lacan. ibid., p.97. ¡No leer, en francés, recollement (nueva pegadura) en vez de recolement
comprobaciones, ratificaciones, reaseveraciones! (En español: í. Lacan, ibid., p. 90).
del discordio paranoico lg3

parcial que fueron los Escritos.


Si recordamos que la tesis tomaba el partido de excluir toda posibilidad de
inducción de la locura, que prefería, con Régis, hablar de “locura simultá­
nea”, será necesario entonces convenir en que el psicoanalista está aquí
llamado a lograr esta inducción qué el loco no logra. Vale la pena advertir
que de ello resulta un rebote, e incluso una renovación de la discusión sobre
el carácter comunicable o no de la locura, tanto más cuanto que no se ha
acabado con la insistencia de estacuestión. Lacan se preguntaba públicamen­
te, todavía en 1977, si el psicoanálisis no es “lo que se puede llamar un
autismo de dos”. Es cierto que esta cuestión que, en mi opinión, ha sido la
misma de cada uno de ios pases efectivos en la Escuela Freudiana, no había
podido ser abordada allí.
No puede parecer menos sorprendente la conjunción tictes dos términos de
“paranoia” y de “dirigida”, yaque el paranoico da testimonio, antes quenada,
de lo siguiente: se lo quiere dirigir, él mismo es un dirigido. Se explica así'
que pueda, llegada la ocasión, ser un dirigente eficaz, y:z que Is seteéíón-
burocrática de los altos'feácionarios se fúnda principalmente en el béísfto de
saber si manifestaron una tolerancia suficiente a ser dirigidos. ¡Lacan no
escribe, ciertamente, que el análisis consista en inducir en el sujeto una
paranoia dirigida! La fórmula sería a la vez pleonásiíca, paranoica, y
burocrática. Entonces, ¿qué será una paranoia dirigida?
Hay una sutileza incluida en esta fórmula. Se hará manifiesta inmediatamen­
te si se vierte la fórmula en los términos de Freud. Se diría entonces “neurosis
narcisista de transferencia” , o sea, un sin sentido que el punto de vista,
freudiano tendría la obligación, si se la ratifica como tal, de rechazar. Ese
carácter teratológico no es menor en Lacan, ya que introducir una paranoia
en el sujeto -aunque fuera dirigida- es to mismo que hacer prevalecer ahí la
relación narcisista cuando se trata, precisamente, de rodear esta prevalencia
y con ello, de eliminarla. Decir que habría aquí una especie de tratamiento
homeopático de esta relación no nos deja a salvo del disparate.
La sutileza consiste en no desdeñar esa prevalencia, en dejarla tomar en el
análisis un lugar tai que permita desactivar sus desarrollos “naturales” (cfr.
capítulo nueve). Esto quiere decir que hay un problema de la identificación
resolutiva y que si llevamos al análisis una paranoia dirigida, nos ponemos
en postura de no poder evitar más ese problema. Cuando Lacan planteacomo
didáctico todo análisis, acentúa este carácter inevitable. En efecto, admitir
que el fin del análisis didáctico no podría proceder de una última identifica­
ción, de una identificación <íón el analista, equivale a llevar tan lejos como
% permite la experiencia, ia cuestión misma de ía paranoia, sin ptiÉSag
184 función persecutoria de la letra

darle largas con la noción dé una identificación resolutiva cuya definición,


hay que admitirlo, permanecía brumosa. La identificación con el analista no
es resolutiva de la transferencia, no es una salida para la paranoia dirigida.
¿Qué quema decir que fuera de otra manera? Sería necesario, entonces,
admitir que allí donde había un psicoanalista, ¡oh, milagro partenogenético!
ahora tengamos dos. En esta perspectiva donde rige el dos, sólo habría
analista suplente, lo que quiere decir también que los psicoanalistas, contra­
riamente a las apariencias, vendrían necesariamente de a dos. Significa
igualmente implicar que el que se dirigiera a un analista, se las vería con al
menos dos: el que está ahí y el que estaría allí, verdadero analista, cuando ya
no está allí el que está allí. Hay que admitir que este escamoteo de las
dificultades ofrece muchas ventajas, no al neurótico, pero sí, ciertamente, a
la neurosis.
El privilegio de principio otorgado al didáctico por Lacan tiene como
correlato que no evacúa (por ejemplo con la ayuda de la falsa oposición
curador/curado) este punto donde el analizante y el analista se vuelven
suplentes uno del otro, lo que se presenta ineluctablemente como dificultad
cuando el analizante pasa al psicoanalista.
La figura dibujada aquí de este “do? analistas” no depende solamente de la
ficción teórica. Cuando se trataba, con la puesta en acción del pase, de
mostrar ¡o que se presentaba en el defecto de la identificación resolutiva con
el analista, de interrogar la posibilidad de otras salidas para la paranoia
dirigida, de aportar, de esta manera, una contribución (de la que hubiéramos
podido esperar que fuera decisiva) a la cuestión de la paranoia, resultó que
todo ese montaje resbalaba, pero no de cualquier manera, ya que este
resbalón consistió en interpretar el páse como un suplemento de análisis (se
decía incluso “una oportunidad suplementaria”), cómo otro lugar analítico;
en pocas palabras, se implicaba la existencia de otro analista, se llevaba así
todo el asunto de nuevo al interior del análisis, es decir, allí mismo donde no
podía, por definición, ser tratado. En esta histerización del pase, era
necesario que pasara desapercibida en el mismo impulso la distinción entre
nombrar e interpretar: ¿No estamos, acaso, de a dos, muy por encima de los
problemas de nominación? “Altistno” de dos.
Para captar lo que sería el psicoanálisis como paranoia dirigida, es netesario
tomar como contraste un psicoanálisis que paranoizaría al sujeto. Lacan
estudia esto principalmente en el seminario sobre el Yo. Se puede notar que
este seminario está aparejado históricamente con el seminario sobre las
psicosis, como estuvieron aparejados los textos de la tesis y del estadio del
espejo.
del discordio paranoia* Ig5

Si un psicoanalista llevara una cura conforme a la doctrina de la relación de


objeto, entonces esa cura tendría como efecto el de paranoizar al sujeto. Un
caso de Fairbaim, comentado largamente24, sostiene y a la vez confirma este
testimonio. Esta forma de analizar carga al Yo con sus pulsiones, primero
identificándolas por él (es decir, en su lugar) y luego poniéndoselas sobre la
espalda con el pretexto de querer que las admita como suyas.
No es esta ampliación del Y o lo que* designa la fórmula de la paranoia
dirigida: si hay una necesidad para la paranoia inducida, no es la de ofrecer
al Yo figuras de identificación nuevas, más completas y mejor ajustadas.
Más bien se trata de establecer un espacio imaginario para que pueda
“desarrolla( rse) esa dimensión de los síntomas, que los estructura como
islotes excluidos, escotamos inertes o automatismos parasitarios en las
funciones de la persona” «En una palabra, no hay isla sin espacio marítimo,
ni escotoma sin campo visual, ni parásito sin persona.
Con esta última y discreta alusión á la noción de personalidad y con ío que
hace allí contraste a título del síntoma, que* entonces, como la psicosis
paranoica de la tesis, es “patológica" por esta discordancia misma, se percibe
una ambigüedad: ya no es solamente la het(ser)ogeneidad del Yo la que es
persecutoria, sino el síntoma en cuanto tal.
El texto anticipa aquí lo que será su continuación tardía. Entre los dos, en el
seminario sobre el Yo, la distinción del gran Otro y del pequeño otro, la
articulación, con el esquema L, de lo que así se distingue (la relación
imaginaria a-a’, y lo que viene al S ujeto del inconsciente, o sea la línea A-S),
despliegan la posibilidad de una mediación de la relación imaginaria,
sugieren que no depende de ella misma que tome toda su amplitud esa
devastación de la que es portadora esencialmente. Bastará, por otro lado, con
remitirse al texto que introduce el esquema L para comprobar que esta
introducción viene justo después de una discusión sobre este tipo de práctica
del psicoanálisis que puede producir una paranoia postanalítica, e incluso
abastecer a esta paranoia, con la literatura que promueve, de un delirio prét-
á-porter. El esquema L es introducido entonces como la escritura de los
elementos esenciales capaces de permitir otra orientación de la práctica
analítica. El esquema L es un “cómo no paranoizar al paciente” 26.
Si la locura era la infatuación que resultaba de una identificación sin
mediación, si la alienación paranoica consistía en “un viraje del yo (je)
especular al yo (je) social”-7, Lacan ya no busca definir ahora con una nueva
identificación resolutiva lo que se constituiría en un obstáculo para la
efectuación de la estructura paranoica dei Yo (no estoy diciendo aquí que la

24J. Lacan. Le Moi dans la théorie de Freud et dans la technique psychanalytique. Seminario
dei 8 de junio de ! 955.
15i. Lacan, Écrits, op. cit., p. 1G9. ( En español: J. Lacan, Escritos, p. 102).
26i. Lacan, Le Moi.... op. cit. Seminario dei 25 de mayo de 1955.
27J. Lacan, Écrits. pp. 98, 168-170.( En español: J. Lacan, Escritos, pp. 91, 154-161).
186 función persecutoria de la letra

cuestión deláidentificactán resolutiva se encuentre definitivamente resucl-'


^; sabstio^pega>¿t pyQto ^ tí? rn ó yéstf fortsa
úlüm sdela idefitjficacióri con él.síntomaj,, En el motpento del informe de
Roma,Laca.nacenttíae{ hécboSe^ueftStaídépüñcácvóá'dichasinniediaciÓD
no podjrsa por ello provenir de una extraterritorialidad con respecto al
^ ts ^ to :c 9 6 ^ le n g a s ijis
pata encontrar allí lo que, en álgoiios casos, vuelVe {¿operante la mediación
de la relación imaginaria que él lenguaje produce sn el ser hablante.

■'■ Schrebervtíéltoa ponerdepie ■J

F fe^ ¿ :^ ^ -:l ^ áH v4a‘;‘ajá;.d!^s®artuéiHo.icKk£&|^ni0nfc^tíM^ííel'^)ttó-.del


presidente Schreber. Se considerará aquí que este Ssjk^amleníOTJO es una
simple manera de hablar, ni siquiera, una anal og ía. La continuación del texto
io explícita. Dicho texto hace notar que FVcud identifica los pájaros del.ciclo
schreberiaHOBonrnüchachf? jóvene^yíüego, déallí¿lGgra“¥atváraponer;
de pie:el.usóde todos los'signtó deestá íéngua’^ laquéel mismo Schreber
llama la lengua fundamental. Una identificación correcta de un significante
de taí modo locaSí¡ado(esdecix,esCrito)'Ofrece, si únose atíen esS oá sus;
resultados y. si se prosigue.un mismo modo de lectura, el conjunto de les.
en^Cr&ífes- propuestos;- asta identiíicsci^n .p^práte asf bo-solamente
“reconstituir toda la cadena del texto"’, siiio también la lengua misma de que
está hecho. Estas, son (lo hemos visto en el capítulo seis) las características
principales déÍdes¿ifiaraientóde}0 sjerQglfficósreáíiz^ 0 {^r Champollion: ■
PeroentonceSiSí fue necesario/que Freud volviera a poner de pie el texto dé
Schreber, sifué necesario un descifiimíiento^és gorqús su séntido no era
accesible a:una lectura :qu¡? s e hubiera caracterizado posr la inmediatez, es ■
píM'que este texto-se diferericiaba,. a pesar-de.las apariencias, de los escritos
Usuales quepermiten-imaginarestainmediaía accesibilidad.
Entonces, l'éer équivale aqúf &“descifrar"i leer implica así que él texto sea
tomadoeiicij^tacoinocifmTaltomaencuentasepresentaeoto,irieitidibÍe
en lo que coriciérns aí' texto efue da pata leer él psic<5tíco. E squek) qué
especifica su forma dé usar el lenguaje (eáiat forma es aquello sobre lo cual
la cuestión üe encuentra centrada* ahora) no llama ja atención por algo que
estaríarelajado.queinclusoseríadeficitariQ.sínopóreícontrano^porsunjúy^
partícularseriedad, porünaregulacióndélGquese produce comopalabra. o
escrito sobra el cristal mismo de ía*tengua; diCho de oíra-modo, sobre lo que,
de la-estnioturadel lenguaje, no se revela más-que por él eseritov '..
El péicótíco'ásienta'ssís': iriteíptstítóíosés^ftitóin&las sobre el esiiáíiWív-Esta

a J. Lacan, Estructures freudiennes..., op. cit., seminario del 19 de noviembre de 1955.


del discordio paranoico 187

és íá'iázén quelax vaelvéilegibles, qufcdesaüentasi} lectura, qúe, del mismo


modo, reclama su desciframiento y da al conjunta de sús producciones este
aspecto de desáudanúéato, de presentación a cielo abierto de las operaciones
del inCoosckrtfe, que Lacan había anotado en su tesis, y después había
reafirmado en el seminario sobre las psicosis: estas interpretaciones, escritas,
lo son demasiado. .
to'que.^£caaa llaáiQ*‘átitomatisiftédéia funéüSn del
discurso ’ que éspecifícaiapalaforadel psieóticá,que led asu ftbértideon
respecto al sentido, No obstante, ese dem asiado esc rita es atia pGSi&ilidad
■, para la lectura de las interpretaciones delirantes, y a que se puede contaz, de
ahí, con las operaciones de !a escritora, se pueda tomar apoyo ahí paca
descifirarsus interpretaciones, "
He aquí, entonces, dos lecturas orientadas de esta manera. La primera
i. intesg¿sí£Kii&i fueextraída_delgranardcuÍo deGuiraud30comdéicasQ más
ejemplar del mismo artfcuíO; ía.segunila será privilegiada pues, como pude
intotógár a turbación, el a¿mnto d®ía-ífit^r|w¿l¿á<ííi
delirante se vio, en suma, mejor desplegado.
C onsiderem os entonces la interpretación delirante m encionada varias veces
par Ouiraud y extraída de la observación de ati tal &$. - “Otra vez, al ver aun
eíifermeroconélcue}tódec«^fe^:(¡í®^wtój%saCó.laco.ncMsiót)dPq’je Sl
jjaégo de dámas:queúsáíehabíasido^via2o';¿e '4ÍetóamapoíLufí,Jafajt);>
:de sil patrón. . En. efecto, él .áesoto alsaciaao,
cellu lo id representa c’est L oulou L lo yd ( e s Lul ú Uoy<^p^|fá*S:3^.tai^a-
fiia de navegación qué transporté'e! paquete).” Esía iníerpretaeidn exige
varias observaciOnes. '*
Ea primer lugar, na esposibíe, para considerar cotnp" paríicillanhente
* signifícajiva aquflainterventiMridelacentoaísaCiano; en efecto,laobserva-.
ción 4$ testimonio del carácter babicual,.en ML, de e$te tipo de transforma­
ción. Así, ParíSipronunciado ala aixapjana daBaris, lo cual quiere decir qee
en esa ciudad $1 pueblo, báio ríe (d a s rít), se burladei mu ado y, entonces, que
hay buenas rabones para ser desdichado allí. Así se cxplica el “Mpo^esieori;
. el acento aisaciano” de Guiraud.
*■ Blprwner aconteeimíentoeansistió, paraM,, en la visióridelcelulaide. Digo
deí céluloidc y nó dei cuello de celuloide con el fin dé precisar aquello de lo
que se ■trata, a sabir, Cierto número de rasgos ^fle isoa distintivos■de esta
materia y por ello evocadores de su nombre. El cueifo, ál parecer, no juega
. ningún papel en ia interpretación deliraiftéque-sigae; o másprectxaraente, es
en.eía/^es-cou/)ide%staimerprctációneüandoéspesibie!íeciararquelo;que

29 J. Lacan, Estructures freudiennes.... op. cit., seminario del 14 de marzo de 1956.


30 ?. Guiraud, "Les formes verbales de rintefpretalíén délirante”, Armales Médico-
Psychologiques. París, primer semestre de 1921.
188 función persecutoria de la letra

se vio era celuloide. Ciertos rasgos constituyeron imagen de celuloide de la


misma manera que ciertos otros rasgos .pueden constituir la imagen de la
madera cuando, ai presentarle una tabla a alguien y ai pedirle que me diga lo
que le presento ahí, esa persona puede responder muchas cosas, “una tabla”,
“un plano”, “un rectángulo”, “un objeto” y, eventualmente, si se aíslan, si se
distinguen sus rasgos característicos: “madera”. Se considerará que hubo
entonces allí, para M., la presentación de la imagen del celuloide. El término
imagen se impone en efecto si tenemos el cuidado de no desconocer que el
objeto de celuloide no es captado como celuloide más que si es identificado
con la imagen'del celuloide que M. tenía en la cabeza. En el lugar del cuello
de! enfermero, M. se enfrenta con ei pictograma del celuloide.
¿Quiere decir esto que se trataría aquí de una escritura pictogramática?
Ciertamente no si entendemos con ello ana escritura que sería la figuración
en imagen de una serie de objetos. Én la interpretación delirante, el
pictograma del celuloide es tomado como algo que escribe un significante áe
la lengua, remite ala palabra “celuloide” (hasta aquí ei asunto no impide que
la clasifiquemos corno pictográfica), pero es para dar inmediatamente una
prolongación a esta remisión. El hecho decisivo es esa prolongación (cfr.
capítulo siete).
¿En quícñaáistio? M. no lee la imagen deleeluloide como algo que remite
ai objeto que sería el en sí del celuloide, sino como algo que escribe “c ’est
Loulou Lloytf’\ toma entonces, en su lectura, un apoyo decisivo sobre la
homofóníft. imagen del celuloide escribe el significante “e ’est Loulou
Lloyd'\ Sa opex&c&in dé esta lectura es la del rébus de transferencia.
¿Qué estatus hay que dar, en; esta lectura, a la imagen del celuloide (o si se
prefiere aquí, al objeto tomado como algo que se presenta a él misnio, como
la imagen de sSí mismo)? La lectura de M., que en el fondo es totalmente
trivial en’él campo de ta escritura, poné en jtiego'íin rébus de transferencia,
f pofseSf Sepuéde situarcomo un hecho de escritura. Como ya mostreen qué
sentido el rébus de tj^sfefértcíaéfS rcíentifieabtecon una transliteración (cfr.
capítulo tres), recordaré aquí la cosa en pocas palabras: como la homofonía
implica una escritura alfabética, la figura dé celuloide escribe,, én la interpre­
tación de M., lo que se escribe de ptra manera, a, saber ‘‘g’gstímilQü Lloyd”:
esta operación constituye entonces la puesta en relación de dos escrituras,
una figurativa y iaotra alfabética. La escritura figurad va. aquí, es lo contrario
de lo que uno se imagina que es la historia de la escritura; escribe lo que se
da, con la homofonía. en una escritura alfabética. Esta escritura del escrito
resulta ser, entonces, una transliteración, lo cual, en consecuencia, perrraté
asegurar que la interpretación llamada delirante es un hecho de escritura.
del discordio paranoico 189

Hasta ahora se había tratado de seguir las indicaciones de M., sin atenemos,
como había resuelto hacerlo Guiraud, a una interpretación no verbal sino
verbosa que consiste en recibir el “c ’estLoulou Lloyd" como el indicio de una
“represión progresiva del sentido críticopor ei estado afectivo patológico” 31.
Por otro lado, M. ya se había tropezado con este tipo de “traducción”
obstinadamente sorda. Llegada la ocasión, incluso había tomado la pluma
para aclarar a la Academia de medicina y orientar su atención sobre hechos
que no extraen su consistencia más que de la cifra: '''¿Por qué hay personas
que vienen al mundo con fecha fija y por qué se vuelven locos con fecha
fija?...Para los doctores que sólo verían allí cifras que no tuvieran nada que
ver con la medicina, tengo información precisa a su disposición” 32. Pero
ahora es oportuno dar un paso más, presentar una conjetura capaz de dar
cuenta de aquello por lo cual fue necesario que M. leyera como “c ’est Loulou
L loyd' ésta imagen del celuloide que se ponía frente a su mirada. ¿Qué es lo
que necesitó esa lectura? ¿Y cómo produjo un descenso de la tensión en M.?;
dicho de otra manera, ¿En que la satisfizo?
Guiraud precisa que lo que él llama una “tendencia interpretativa” (o sea: la
producción más o menos sostenida de interpretaciones delirantes) “está
exclusivamente localizada en el tema delirante” M. Que cite el caso de M.
inmediatamente después de esta anotación clínica vuelve aún más extraño el
hecho de que no haya intentado ligar-el tema delirante resaltado por M. con
la interpretación "c’est Loulou Lloyd”. Esto justifica que intentemos produ­
cir ese lazo.
El tema persecu torio del delirio de M. es simple: se lo acusa de asesinato. Los
perseguidores tienen entonces él aspecto de la policía, pero también el de su
novia y, más tarde, el de sü médico. Guiraud escribe: “Si M. considera a su
médico como un campesino es porque comprendió que se asociaba con sus
perseguidores’- L a imagen es más precisamente la de un campesino
endomingado, es decir, de un ser no precisamente cómodo (¡que me perdo­
nen los campesinos!|,, que habita torpemente un traje demasiado bello y
demasiado inhabitual, que está demasiado incómodo por su atuendo como
para ser verdaderamente peligroso. Para M., la figura del campesino
endomingado viene a oponerse a la de sus perseguidores, superponiéndose
a ella, trae uña respuesta tranquilizante ala idea de que ese doctor Archambault
formaría parte del grupo de sus perseguidores.
Sin embargo, hay que dar una precisión, y de buena talla. Es que la
identificación del doctor Archambault con el campesino, si bien tiene
efectivamente ese alcance que yo llamaré contra-persecutorio (es decir,
persecutorio, ese “contra”, todos lo saben, es un “muy contra” en el sentido
de “muy pegado a”) no extrae su consistencia de lo que acabo de evocar aquí

3! P. Guiraud, op. cit., p. 412.


32Ibid., p. 408
33Ibid., p. 409
34 P. Guiraud, op. cit.. p. 406 y 409
190 función persecutoria de la letra

como significación adyacente a la figura del campesino endomingado. La


identificación del doctor Archambault como perseguidor no es semántica',
tiene su razón en un hecho de escritura, es decir, de lectura del significante,
de una lectura específica porque no se precipita en la comprensión sino que
localiza como tal al significante, lo toma en cuenta como significante, es
decir, apartado de su valor en el código. El doctor Archambault -Guiraud lo
anota- es un perseguidor por la razón de llamarse Archambault y porque la
última sílaba de este nombre es homófona (siempre Alsacia) con el significante
Bauer que quiere decir campesino: se trata entonces de un campesino que.
afinque aparezca así bien vestido, no podría ser más que un campesino
endomingado y, por lo tanto, no sería peligroso...a menos que la policía no
haf aescogido precisamente este disfraz de campesino endomingado para su
investigación acerca de M.
Así se encuentra reconstituida la cadena de las operaciones que,'para
concluir, identifican al doctor Archambault como perseguidor. Hay aquí un
juego del estilo preguntas / respuestas, donde el perseguidor sé constituye
bajo el modo de no serlo, donde á la pregunta “¿es alguien del grupo de. mis
perseguidores?**, la repuesta ' ¡Vaya, claro que no! Ño es más que un
campesino endomingado, la prueba es.. ■ por el hecho de apoyarse sobre una
identificación simbólica (sobre la literalidad homofónica) y por producirse
así como afirmativa, aparece como tanto mejor fundada cuanto que se
encuentra, para terminar, denegada. Ahora bien, ese juego de preguntas /
respuestas, en que consiste la persecución misma, es igualmente localizable
en la interpretación delirante “c ’est Loulou L lo yd '.
Es necesari® hacer notar aquí que la palabra “celuloid" era, al comienzo de
este siglo, una paiabra de introducción reciente en la lengua francesa. Quiere
decir que una palabra como esta se les presenta primero a aquellos que se
verán llevados a encontrársela y luego a admitirla en su léxico, por su cara
significante. Sabemos que, durante un tiempo, esas palabras candidatas al
diccionario (o admitidas por este último desde hace poco) siguen siendo, para
una parte de !os locutores, palabras extrañas, semejantes a lo que se obtiene
de I® palabras usuales cuando se las repite muchas veces hasta asombrarse
de ellas. Hago, pues, la hipótesis de que, si bien la palabra “celuloide” era,
en efecto, conocida por M., no*debía ser’para él una palabra gastada por la
costumbre, constituida como un elemento del código: por eso se le presen­
taba como parcialmente enigmática, como susceptible de tomar a su cargo,
a título de significante y por el hecho de su relativa libertad, de su disponi­
bilidad, otro significante.
He aquí entonces la reconstrucción apres-caup de las diferentes operaciones
puestas en juego por la pfSffeccJÓn de la interpretación delirante.
del discordio paranoico 191

M. identifica ciertos- rasgos que extrae del cuello de un enfermero como


marca del celuloide. Este nombre mismo se encuentra entonces convocado
allí. Pero ese nombre tomado como significante evoca otro significante.
¿Cuál habrá sido éste? La respuesta aquí no podría más que ser una
conjetura. Y nos vemos reducidos a referimos al delirio, como nos invita a
hacerlo Guiraud, para sostener algunas proposiciones. Así, la palabra
“celuloide”, tomada como significante, pudo sugerir la palabra “celda”
(célula) pues es en una celda donde terminaría M. si su perseguidor policial
le echara el guante. Pero podría ser también el término “celulosa”, que
evocaría a esa novia farmacéutica que M. cuenta entre el número de sus
perseguidores. Podemos, de hecho, dispensamos de precipitamos al querer
validar tal o cual conjetura. Lo importante es que “celuloide” haya evocado
otro significante en estrecha relación con los perseguidores; este otro
significante tiene en efecto su lugar totalmente constituido entre el pictograma
del celuloide y “c ’est Loulou Lloyd', como hubo lugar para “Bauer” entre
el nombre de Archambault y el campesino endomingado. Podemos estar
seguros de la intervención de este significante, a juzgar por lo que hizo las
vecps de su respuesta, a saber, la transliteración del pictograma del celuloide
en “c ’est Loulou Lloyd’ -transliteración que, por su carácter rigurosamente
escrito, venía a asegurar a M. que no había ninguna otra cosa que leer en el
pictograma del celuloide más que eso que efectivamente él leía, a saber “c ’est
Loulou Lloyd’. “C’est Loulou Lloyd' equivale estrictamente al campesino
endomingado y presenta entonces el mismo alcance persecutorio. “C ’est
Loulou Lloyd' viste ai significante que confirmaría para M. la intervención
de sus perseguidores de la misma manera que el verdadero responsable del
asesinato de que se lo acusa (un empleado de su novia) supo, para cometer
su fechoría, vestirse con un traje gris que le pertenecía.
Se supone entonces que hubo, para M., con la imagen del celuloide, un
significante que se imponía, y que leer el pictograma “c ’est Loulou Lloyd'
fue para él una manera de contrarrestar esta imposición; la lectura debía ser
tanto más literal cuanto que lo que estaba en juego en ella era el hacera un
lado lo que se imponía borrando su causa material. La operación de la
interpretación delirante es así susceptible de ser condensada en una fórmula:
¡Es leído (c’est lu) el celuloide! La prueba es: “C ’estLoulou Lloyd'. Aquí
tenemos entonces a la interpretación puesta nuevamente de pie, es decir,
presentada a la manera de B. Lapointe.
Que se esperara que M. introdujera el juego de una respuesta encuentra su
confirmación en una anotación de Guiraud: “Le advierten por señales,
transmite su pensamiento por una especie de telégrafo sin hilos y recibe la
respuesta bajo forma de intuición” 35. Schreber también replica con una

33 P. Guiraud, op. cit., p. 405.


192 Junción persecutoria de la letra

homofonía para desactivar el efecto envenenador de los mensajes prefabri­


cados que le machacan los pájaros parlantes36'.
Así, la interpretación delirante se confirma como un hecho de escritora; pero
la intuición delirante, que difiere de aquélla sensiblemente, resulta no serio
menos.

¡Ohr dflel

El voto que formulo así, para la evocación homofónica de Odile (el objeto
perseguidor privilegiado de esta joven mujer), este voto, nunca satisfecho,
había acabado por hacer que viniera a consultarme. ¿Para demandarme qué?
El sentido por fin, el sentido de eso que se presentaba ante ella con -esa era
la expresión que ellausaba- “aspecto de decir". Esoteníamuy frecuentemen­
te aspecto de decir...pero ¿qué? Eso era lo que ella me demandaba.
Lo que tiene aspecto de decir no dice, al' menos, no plenamente; si dijera, no
tendría ese aspecto. Aquí no hay palabra plena, la cual sería transparente a
sí misma, cuy a enunciación efectuaría completamente lo que coa ella quería
decirse, y que la habría provocado. Sin embargo, esta palabra que tiene el
aspecto de decirestá bien llena de lo que no dice. Tiene aspecto de decir sólo
porque dice que no dice y porque tiene entonces, igualmente, aspecto de no
decir. Lo que tiene aspecto de decir reclama un desciframiento: eso lo
sabemos ya desde que sabemos que tiene aspecto de decir. Entonces hemos
franqueado esta primera etapa deí desciframiento (que presenta a veces
dificultades considerables) que consiste en establecer que el texto que se
tiene entre las manos es efectivamente un texto cifrado. Que aquello con lo
que se enfrentaba pertenecía al orden de la cifra, era algo que esa joven mujer
sabía.
Fundándome en nuestras entrevistas, creo poder adelantar que esto último se
produjo como respuesta al enigma abierto por el “eso tiene aspecto de decir”
pero así, como introducción del enigma mismo, cuando las palabras en un
momento dado se pusieron a “resonar” masivamente. Ella encuentra, como
el poeta F. Ponge, una razón paraesa resón...ancia.Un poco nada más, porque
le fue necesario, más allá de la exuberancia de los juegos de palabras, venir
a consultarme. He aquí entonces una breve lista de estas resonancias
verbales:
* En la caja de una tienda ella paga unas compras con un billet etunepiéce
de 500 francs (un billete y una moneda de 500 F) (así se llamó durante
bastante tiempo a las actuales monedas de 5 F). Advierte, mientras paga, que

J6 D. ?. Schreber, op. cit., p. 175.(En español: p. 173).


del discordio paranoico 193

una persona a su lado observa esto con curiosidad. Se pone entonces a leer:
bi, es decir, dos; illet quiere decir que ella y est (ahí está); sobre cinq (cinco)
no sabe si es sein (seno) o saint (santo); cent (cien) es sans (sin) y francs
(francos) es franc (franco) de la franqueza.
* En el umbral, Odile pone fin a una visita en su casa diciéndole: “Saluf.
Ella interroga entonces: ¿Por qué me habrá dicho esa palabra? Ella lee
entonces: ga elle eut (ella tuvo eso).
* Al final de una sesión, cuando yo le decía “V áyase” ella lee ¡Bah ella sí es!,
como una observación que yo habría producido a propósito de la persona de
la que ella acababa de hablarme. Y a partir de ese momento, me interrogó:
¿Por qué le había dicho que ella sí es? Otra vez descifrará un “excelente” con
un “¡oh, ese es lento!"
* Con ocasión de un desayuno (petit déjeuner), se encuentra sola con un
hermano en la cocina. Este se había dirigido a ella diciéndole “bonjour mon
p e tif’ (Buenos días, pequeña). En ese momento, ella nota en él un aspecto
incómodo (géné). ¿Por qué? Es un lapsus el que viene, en el relato a dar la
respuesta: ella dice dégéné y entonces entiendo que ella devuelve a su
remitente la nominación de “p etif' (pequeño), al pensar de ese hermano: le
petit était géné (el pequeño estaba incómodo).
* En otra ocasión, mientras se ocupa de la mesa familiar, una hermana le dice:
“quita las miguitas”. Ella sale entonces furiosa del comedor. Leyó en
“miguita” (miettfe) algo que remitía, homofónicamente, a su propio nombre
e interpretó así esta frase como algo que manifestaba, en esta hermana, el
deseo de su propia puesta a ün lado.
Multiplicar más las ocurrencias no tendría otro interés que el de destacar más
el‘carácter pululante de estas interpretaciones. En cuanto a su forma, son del
tipo de “c ’est Loulou Lloyd’: son igualmente respuestas y procuran, también,
ese apaciguamiento (relativo) que se vuelve efectivo cuando, por la interpre­
tación delirante, que es lectura (porque hay allí un hecho de lectura, es decir,
de escritura de lo que es leído), el significante leído se dislocá de este efecto
que su surgimiento en el Otro provocaba en el Sujeto, un efecto que es la
persecución que produce esa lectura misma que apunta a desactivarla.
La intuición delirante debe diferenciarse de la interpretación igualmente
calificada por el hecho de que no parece contar de la'misma manera con el
equívoco significante; será, por eso mismo, particularmente instructiva para
la presente discusión. Vale la pena entonces entrar, con toda la precisión de
que somos capaces, en los desfiladeros textuales que dan testimonio de tales
hechos.
194 función persecutoria de la letra

Un día en que su hermana Odile había venido caritativamente a compartir su


comida, una comida que, sin ese gesto, habría estado marcada por una
soledad demasiado dolorosa (porque el celibato como dolor era una eviden­
cia para todos en esa familia), dos acontecimientos son notados por esta joven
mujer. Ella se lleva un pedazo de carne a la boca y, simultáneamente, se oye
un ruido de agua que viene del departamento de arriba. La pregunta, a partir
de ese momento, se formula silenciosamente: ¿cómo es que se llevó el
tenedor a la boca justo en ese momento? ¿Qué significa esa (muy bien
nombrada) co-incidencia?
La cuestión no es tan extraña como puede parecerlo al principio. Todos
participamos más o menos de ese tipo de cuestionamiento sin el cual nuestra
ciencia histórica misma estaría en grandes dificultades. ¿Qué es lo que
provoca que uno prenda, en tal momento determinado, un cigarrillo? ¿Por
qué haber elegido, precisamente hoy, ir al peluquero? ¿O cortarse las uñas?
¿O consagrarse a un trámite que, desde un punto de vista que sería el de la
realidad, tenía su lugar ayer o habría podido esperar a mañana? Los
acontecimientos significantes no ocurren en un tiempo neutro, neutralizado
como linealidad de momentos que seríantodos equivalentes. Y sabemos que
si el psicoanálisis otorga mucha importancia a estas cuestiones supuesta­
mente menores, cosechó una cantidad suficiente de casos como para persistir
en este abordaje.
Un día en que una persona evocaba, frente a mí, el estado de salud de una
madre vieja y, para decirlo pronto, moribunda, un.estado de podredumbre
corporal del que diríamos poco si le aplicáramos el calificativo de “poco
apetitoso”, me puse, en la mitad de la sórdida evocación del carácter
eminentemente solidario de lo que es vida y lo que es podredumbre,
a...estornudar. ¿Por qué estornudar en ese momento? La respuesta vino de
ese analizante que respondió inmediatamente al estornudo: “si, ya sé, eso lo
deja a uno frío”. El me dio tetimonio de haber sabido leer en mi estornudo
la interpretación de lo que él me decía o, más exactamente aún, de lo que él
hacía al decirme lo que me decía. Había recibido entonces sin vacilación este
estornudo cómo una cifra, la cifra de lo que yo escuchaba. Medimos muy mal
la amplitud de la incidencia de la cifra en las múltiples pequeñas o grandes
decisiones a las que cada uno está destinado. Elegir la ropa para el día puede
dar lugar a un acontecimiento que no se puede situar, en el aprés-coup, más
que como un hecho de escritura: frecuentemente el análisis del sueño que,
la misma noche, precedió a esa elección, nos da su elemento determinante.
Vestir a algún otro puede valer igualmente como escritura; es efectivamente,
por otro lado, porque se trata entonces de una operación de cifrado que habrá,
con respecto a eso, en un momento dado y casi inevitablemente, un conflicto
del discordio paranoico 195

entre madre e hijo: no hay nada, en efecto, quepermitasuponer que uno y otro
deban satisfacerse con una misma cifra.
Asi, nos vemos obligados a admitir la seriedad de la cuestión de saber por qué
hubo, ese día, esa simultaneidad del “llevarse un pedazo de carne a la boca”
y del “mido de agua en el piso de arriba”. Y la multiplicación de esas
“intuiciones” en esa joven mujer aparece como la marca de una seriedad
particularmente elevada. ¿De dónde viene esta seriedad? ¿Con qué se
relaciona? Allí está precisamente la cosanotable que ella se toma el cuidado
de precisar. Afirma, en efecto, que no se le ocurriría realmente, A ELLA,
plantear semejante cuestión; la simultaneidad de los dos rasgos que se han
distinguido sólo sobreviene como enigma insondable (e insondable por eso
mismo) porque ella sabe que esa hermana, Odile, está perfectamente
enterada de eso. ¿Cómo sabe ella, no lo que sabe Odile (porque eso es lo que
ella pregunta, y es la razón por laqueella me ofrece todos los elementos del
expediente), sino el hecho de que Odile sepa? Interrogada sobre ese punto,
responde que si bien esa hermana no le ha dado, ciertamente, el sentido en
cuestión, en cambio carraspeó en ese momento, hizo un “hum hum” que
manifestaba intencionalmente a su hermana que ella (Odile) había tomado la
simultaneidad de los dos rasgos como significante, e incluso más, que ella
detentaba su sentido.
Si bien la intuición delirante se presenta aquí como un poco compleja, esta
presentación ofrece, sin embargo, la ventaja de desplegarla tanto como se
puede.
Es claro ante todo que, cuando señalo a la intuición delirante como un hecho
de escritura, no se trata de una analogía, sino del estatus mismo de la cosa.
En efecto, no hay ningún medio de situar la función del “hum hum” de otra
manera que comi^un determinativo, decir,, como algo que tiene que ver
específicamente con el campo de la escritura (y que Freud, por otro lado,
había tomado en cuenta como tal). El “hum hum” no tiene valor en sí mismo,
sino con relación a lo que concierne, a aquello a lo que se refiere, en este caso
la simultaneidad de los dos rasgos como significativa; el “hum hum” designa
a esta simultaneidad como significativa.
Lo ejemplar de este caso tiene que ver con la localización que se reveló como
posible de esta intervención del determinativo. Frecuentemente en su
jornada, esta persona sufre este tipo de interrogaciones. Así, caminando por
la calle, notará que un transeúnte con el que ella se cruza se rasca la punta de
la nariz en el momento mismo en que un acelerador produce un ruido
característico: ¿Por qué, preguntará, se rascó en ese momento? Otra vez será,
cuando visita en coche un parque zoológico, la pregunta de por qué el chofer
196 función persecutoria de la letra

a cuyo lado ella está sentada, le alcanzó unos lentes de sol justo en el momento
en que pasaban cerca de un árbol donde unos monos cargaban a sus hijos
sobre la espalda. Pero estas preguntas que se apoyan, todas, sobre la
simultaneidad, que encuentran en ella la confirmación de que efectivamente
está enjuego un sentido en lo que ellajunta, estas preguntas que suponen que
una razón está obrando sordamente en lo que ocurre simultáneamente, esas
preguntas implicaban en mí otra, de la que nada, por otra parte, me autoriza
a pensar que fuera de esencia diferente. En la superabundancia de los rasgos
posibles que podían ser tomados en cualquier instante como co-incidentes en
la simultaneidad, ¿qué era lo que provocaba que algunos fueran aislados,
notados, ligados hasta hacer de su simultaneidad, para ella, un enigma? La
respuesta de esto la da el carraspeo tomado como determinativo. Quiere decir
que conjeturo la intervención de un determinativo semejante allí donde no
logro, en el diálogo con ella, localizarlo (la lectura “¿¡y est -saintosein - sans
-franc” es también llamada por un determinativo, a saber, la mirada de esta
persona a su lado, que ella se da cuenta de que está dirigida hacia ese billete
y hacia esa moneda que acaba de colocar en el mostrador, mirada a partir de
la cual ella sabe que la persona en cuestión lee este depósito, lo que la obliga
a hacer, a su vez, su lectura).
La función del determinativo es indicar al lector lo que debe leer; más
precisamente todavía, en qué sentido debe descifrar tal elemento equívoco en
sí mismo. El determinativo interviene para eliminar el equívoco significante
en que consiste la homofonía y que se duplica en una homografía cuando se
pone en juego en la escritura la operación del rébus de transferencia. En la
escritura china, la clave tiene esta misma función. Si buscamos lo que, en la
lengua hablada, correspondería más al determinativo, lo encontraremos en
esos pequeños pedazos de diálogo gracias a los cuales un chino que no sabe
escribir elimina para su oyente el equívoco que porta una sílaba que acaba de
emplear. Allí donde uno que sabe escribir trazaría el ideograma correspon­
diente (este ideograma que incluirá la “clave”, además de lo “fonético”)
veamos un ejemplo de diálogo que suple así a estos trazos efímeros, sin papel
ni pluma, ya que basta con el dedo y la palma de la mano: “Si habló de che
“vehículo” y el oyente manifiesta su vacilación entre varios homónimos
preguntando: “¿Cuál che?, responderá “huoche de che” el che de houche
“tren” (palabra compuesta con huo ‘fuego’ y che ‘vehículo’)” 37.
El determinativo tiene entonces el estatus de un elemento que, en la escritura,
responde pero también frena; sirve de tope al desarrollo de lo que provoca,
dentro del lenguaje, entre aquellos que lp habitan, lo que C. Beaulieux
designa como “el horror del equívoco” 3S. El estatus tan particular del
determinativo se localiza inmediatamente cuando se ve cómo juega el

37 V. Alleton, L'écríture chinoise, P.U.F., Col. "Que sais-je”, París, lera, ed., 1970, 2a ed.
revisada y corregida, 1976, p. 17.
3HCh. Beaulieux, Historie de iortographe fran$aise, lib. HTChampion, París, 1967, p. XIII.
del discordio paranoico 197

determinativo en la traducción de un escrito que lo usa. Traducirlo sena una


falta, la de considerarlo como algo que constituye el texto cuando sólo (pero
ese “sólo” es esencial) forma parte de él como un índice que orienta al lector
de este texto hacia una significación; el determinativo no se traduce pero
orienta la traducción.
Ahora bien, este estatus, a la vez interno y extemo al mensaje, esta función
de índice para la determinación de su sentido, este juego de una respuesta
frente a una simultaneidad que constituye un problema (puesto que la
homofonía es el nombre de la simultaneidad cuando ésta interviene en la
pasta misma del lenguaje), eso mismo que, entonces, constituye el
determinativo se encuentra en el “hum hum”.
Al igual que la mirada sobre el billete y sobre la moneda de 500 francos, el
“hum hum”, en tanto que determinativo no es en sí mismo equívoco. No hay
duda sobre el hecho de que Odile sepa, incluso si no dice lo que sabe. Con el
carraspeo, ella indica que sabe. Designa entonces a la simultaneidad de los
dos rasgos como algo que constituye un sentido; no quedaría entonces más
que saber lo que esta hermana ya sabe. Y ese sentido tomado como
enigmático hace sentir aún más lo que tiene de persecutoria la presencia del
significante en el Otro. Porque la persecución está allí, sutil pero eficiente:
sabe lo que eso decía. Esto es lo que el determinativo indica. Pero
pasaríamos al costado del asunto si no lleváramos el análisis un paso más
lejos.
Si el “hum hum” y otros significantes con esta función determinativa son bien
identificables como tales, queda por hacer notar que én cada una de sus
ocurrencias operan, con respecto al uso establecido para los determinativos,
una especie de pasaje en el límite. Este extremo se puede palpar a partir de
Ái incapacidad, como depositario de un gran número de estos relatos de
intuiciones delirantes, para orientar mi lectura a partir de una lista predeter­
minada (o que yo mismo fijaría) de estos determinativos. A diferencia de lo
que ocurre con los determinativos de la escritura faraónica o con las claves
de la escritura china, no puedo decir aquí absolutamente nada en cuanto al
número de determinativos que está en juego; no puedo, afortiori, ni ponerlos
en lista ni decir de qué manera delimitan regiones en la significación.
Ciertamente, no sería imposible considerar cierta cantidad de lo que ella me
ha dicho, definir así un coipus y establecer de ahí la lista de los determinativos
que se revelarían como tales en ese corpus. Pero habría allí un forzamiento
y ese abordaje de corte científico pasaría completamente al costado de
aquello de lo que se trata, ya que por lo que se refiere al determinativo en
juego sólo es cuestión de señalar siempre una sola y misma cosa, a saber, la
simultaneidad de dos rasgos como significativa.
198 Junción persecutoria de la letra

Les determinativos no son equivalentes aquí solamente en tanto que


determinativos, sino también para'el terreno que' señalan. Este terreno es
siempre sí mismo; no es un terreno propiamente dicho* porque no es un
campo de la significación, sino la significación tomada como campo que se
encuentra designado cada vez. Lo que dice el determinativo es que un sentido
anida en la simultaneidad de dos rasgos; y poco importa así cuál es el •
determinativo utilizado en ese momento, ya que nunca determina más que el
hecbo tíílsmó de ese Sentido, ese:.seatíd^comá¿be#o. Esto eqttivale.a decir
que el determinativo no es tomado, en sí mismo, en una codificación, que no
tiene, habíand.a w m propiedad, cercanía con otros determinativos^ ya que
ead» uno de los otros es “él mismo” y entonces no tiene, ningún pedazo de
territorio que disputarse con él. Esta equivalencia completa (es. a la vez de
función y de ocurrencia;) hace, así, de cada determinativo un Ifgjtfflfante
liberado de su significado, liberado entoncesdela codíftÉicMn; por esto,
cada ocurrencia determinativa resulta ser significante no' en' el sentido
lingüístico sino psicoanaMíiée del término “significante^.
Resulta de ÉÉÉS análisis y del de la interpretación delirante que, cuándo
calificamos de ‘‘deiirante’- una interpretación o una intuición, queremos decir
con esto que está enjuego ahí, para el Sujeto, tina literalidad que preferimos
gsqtiivasf, en la mayoría de los casos, sobre la que se cree preferible hacer
rodeos. , • .
* La interpretación delirante es ana ltectaraqueseapoya sobre la homofonía;
esto es, que debe ser tanto más literal -más precisamente transliteral- cuanto
que se trata ahí de fundar la certidumbre de que, en lo que surge como
significante en el lugar del Otro, no hay otra cosa que lo que es leído. Esta

(se los llama psllsticós) se ven obligados a producir, permanentemente, a


falta de demostración, su asertidutnbre.
* En Ja átuición delirante se trata igualmente de una lectura, de utí mismo
juego de ptégpnta/respuesi&¿ de la elaboración de un escrito desde una'
lectura, pero hay suplencia del soporte kúnfófoB.iúop0 r la intervención de un
dkterminatip& que viené a designar (en el lugar de la homofonía que realiza
esta|nd|eációft “po? sí misma»’) una Simultaneidad literal como pefss&itoria
por ser significante... de no se sabe qué. salvo del hecho de que es sabido que
se lo sabe y de que ahí está la persecución.
La excelencia de la simultaneidad corno hecho de lenguaje es la homofonía..
De alilsu carácter privilegiado frente adiversas:U^p¡^03H5', (maHeras:j!ífoní,
borrar: effaeer) dei equívoco significante. “L'homme au faux nid" (“El
hombre dei falso nido”, homofonía de: |homophortíe!^SOlib lo escribe B.
Lapoitue |ís'£é falso nido es, para el citado “hombre", el lenguaje mismo:
del discordio paranoico 199

cuanto más se autoriza a su palabra, más falso suena) da su apoyo al modo


más inevitable del chiste; constituye en gran parte la sobredeterminación con
que se relaciona el síntoma neurótico; sirve de soporte a la introducción de
todas las escrituras llamadas ideográficas. Quiere decir que su intervención
en el campo de la psicosis no lo especifica para nada.
Freud no descuidaba, muy por el contrario, la importancia de las relaciones
de simultaneidad: “El (el sueño) restituye un encadenamiento lógico bajo la
form a déla simultaneidad; procede así un poco como el pintor que junta en
un mismo cuadro de la Escuela de Atenas o del Parnaso a todos losfilósofos
que nunca estuvieron juntos en un pórtico o sobre la cima de una montaña.
(...) Cada vez que aproxima dos elementos, garantiza un lazo particularmen­
te Intimo entre los elementos que les corresponden en los pensamientos del
sueño”. El lector notará que la intuición delirante no dice otra cosa, en cuanto
al carácter significativo de la aproximación de dos elementos que lo que dice
aquí Freud. Pero la continuación de esta cita donde Freud apela al juego de
dos modos de la escritura, uno alfabético y el otro silábico^frcTés menps capaz
de confirmar el lazo de la simultaneidad con lo escrito: “Ocurre como en
nuestro sistema de escritura, AB significa que las dos letras deben pronun­
ciarse como una sola sílaba, A y B separadas por un espacio en blanco son
reconocidas, una, A, como la última letra de una palabra, la otra, B, como
la primera letra de otra palabra” 39.
Una vez que hemos marcado de esta manera el lazo de la simultaneidad con
la escritura, seguiremos sorprendidos, a pesar de todo, de ver a Freud
llevando la cosa hasta que ésta le entregue el hecho mismo de la asociación
(die Tatsache des Assoziation).
En efecto, sabemos que en su esquema del aparato psíquico del capítulo VH
de la Traumdeutung, Freud da la simultaneidad como la ley del primer

39 S. Freud, Die Traumdeutung, G. W. .11/111, Fischer ed., p. 319.


200 función persecutoria de la letra

sistema de registro de las huellas mnémicas, el más próximo a la percepción


y, por lo tanto, el último que es atravesado antes de que el sueño se realice en
su forma alucinatoria.

Las huellas perceptivas se inscriben primero en S, y son ordenadas allí según


el principio de la simultaneidad. “Eso mismo, escribe Freud, es lo que
llamamos el hecho de la asociación.” Freud deja sin precisar- las otras
modalidades de la inscripción, las definiciones de cada uno de ios sistemas
de registro S2, S3, ... Pero al darse esta diversidad misma después de haber
excluido el sentido como razón de la simultaneidad (ya que la simultaneidad
es, en S., la razón de la asociación), delimita el lugar de una operación que
no podría ser ni una simple transcripción de las percepciones que actúan
sobre el sistema P ni una traducción de lo que sería su contenido, sino “otra
cosa aún” 40 que no parece posible situar de otra manera que no sea como
transliteración.

Encontraremos también esta operación perfectamente descrita en el comen­


tario lacaniano del uso de la simultaneidad homofónica que muestra el
presidente Schreber.

El panel de la homofonía

Schreber también da testimonio de una producción homofónica que consti­


tuye respuesta; en eso, su experiencia se superpone a la de M. y a la de muchos
otros.

En el conflicto de Schreber con los pájaros milagrosos, la homofonía es un


arma decisiva que llega hasta permitir que se ponga un término, aunque sea
provisional, a la persecución. Los pájaros milagrosos son uná nueva
presentación, en cierto momento del delirio, de los restos de “vestíbulos del
cielo”, es decir, de almas de personas que tuvieron acceso a la beatitud. En
la tensión permanente que existe entre los nervios divinos y los de Schreber,
los pájaros milagrosos, que son pájaros parlantes, son portadores de mensajes
prefabricados que Schreber toma en cuenta como “veneno de cadáver”
porque apuntan o a matarlo o a concluir el aniquilamiento de su razón. Esto
es lo que escribe Schreber sobre su forma de evitar lo peor cuando estos
pájaros se dirigen a él, sobre su forma de borrar el mensaje envenenado:

“Los pájaros milagrosos no entienden el sentido de las palabras que pronun­


cian; en cambio, parecen estar dotados de una sensibilidad natural a la
homofonía. En efecto, si perciben -mientras están muy ocupados en espetar

40S. Freud, Die Traumdeutung, G.W. U/DI. p. 554. (En español: S. Freud, Obras Completas,
La interpretación de los sueños, t. V, Amorrortu ed., Bupnos Aires, 1986, pp. 541-542.)
del discordio paranoico 201

sus frases aprendidas de memoria- ya sea en las vibraciones de mis propios


nervios (mis pensamientos), ya sea en las palabras que se dicen en mi
proximidad inmediata, palabras que dan un sonido idéntico o cercano al
sonido de las palabras que deben descargar, esto crea en ellos, al parecer, un
sobrecogimiento que los aturde completamente: por medio de esto vienen,
por así decirlo, a caer en la trampa (donner dans le panneau: a caer contra el
panel) de la homofonía, el estupor les hace olvidar las frases que quedan aún
por recitar, y helos aquí repentinamente dados a la expresión de un sentimien­
to auténtico” 4' .

El signo del “sentimiento auténtico” cs el rasgo en que Schreber reconoce,


“en la evidencia” ” , que ios pájaros milagrosos son antiguos nervios
humanos. Su humanidad aparece cuando, tras haber recitado sus frases
trilladas, dicen la parte que pudieron tomar de la voluptuosidad del alma
encontrada por ellos en el cuerpo ite ^ e te b e r. Manifiestan entonces-ése

“sentimiento auténtico" con las palabras “;Vaya tipo!*' o también: **¡Ah
caramba, mira!”, palabras que, coma el -‘hum hum” estudiado más arriba,
intervienen cpmo determinativos. Esto» determinativos se refieren aquí
también a la significación en cuanto tal.péro indirectamente, ya que son el
Signo de que lospájaros parlantes cayeron efectivamente en la trampa de la
homoforua>es decir, son algó que, al distinguir al significante como tal, al
tomarlo como objeto, lo desune de la significación y por eso lo designa en
vaciado. No hay sentimiento auténtico sino determinativos que afirman que
la homofonía no deja de tener efectos en el Otro.

En su relación con los pájaros milagrosos, echando desordenadamente en la


interlocución palabras homófonas a las recitadas, Schreber intenta entonces
detener la recitación -la descarga de las palabras-veneno- atrayendo hacia él
-lado “humano”- lo que en eso? pájaros permanecería todavía humano más
allá de la muerte. ¿Pero qué? Como determinativos de esta humanidad,
Schreber escoge palabras susceptibles de Ser signos de lo que comporta de
goce la dimensión como tal del cifrado. No hay que buscar en otro lado el
privilegio de la homofonía.

Al aniquilamiento que le produce el machacar de las frases prefabricadas,


Schreber reSpüñde con la homofonía; a los mensajeros de los dioses, leS;póhe
el panel, la trampa homofónica, como la más apta para recordarles iit tótíjg^ít
hUBisnidad haisa que en ese lugar del Otro, cuyos emfea^adores son los
pájaros, aparezca él determinativo de esta humanidad.

Schreber no exagera la importancia de la homofonía; bastacontnirarun poco


más de cércala historié de las escrituras, de las ortografías ó' inclasdtie las

11 D. P. Schreber, op. cit., p. 175. (En español: op. cit., p. 173). Términos subrayados por
' Schreber.
42Ibid., p.174. (En españokp. 172).
202 función persecutoria de la letra

puntuaciones para admitir que no hace otra cosa que tom ar su medida. Es
decir que podem os dejam os guiar sin tem or por su testimonio, hacer con
Schreber lo que Lacan, en un muy bienvenido juego de palabras homofónico
llam aba “autor-stop” (auteur-stop). He aquí cómo Schreber delimita la
homofonía:

“Y a lo dije, no es necesario que la hom ofonía sea absoluta; basta, puesto que
no captan el sentido de las palabras, con que los pájaros disciernan una
analogía en los sonidos; im porta poco que digamos, por ejemplo:

“Santiago” o “ Carthago”
“ Chiñesenthum” o “Jesum-Christum”
“Abendrot” o “A te m n o f1
“Arim an” o “Ackerm ann”
“Briefbeschwerer” o “H err P rufer schw ort” e tc ” 43

Schreber recorta aquí el lugar del “lape-prés”. Así como se dice que una
cuenta vale con la aproximación de*una unidad más o menos (ó l ’unitéprés),
diremos que la hom ofonía está en el lape-prés. El lape-prés es el nombre de
su diferencia con la asonancia.

En su estudio sobre la homofonía schreberiana, al final de su seminario del


9 de mayo de 1956, Lacan com enta esta separación. L a cosa se impone en
efecto, pues si bien es claro que ese combate, al que Schreber se ve obligado,
tiene lugar en un terreno donde no se tom a en cuenta el sentido (aquello de
10 que él da testimonio), queda por precisar en qué consiste el arma
homofónica. Lacan sigue aquí los pasos de Schreber al precisar la dimensión
de la hom ofonía de la siguiente manera: “Es en el plano de una equivalencia
fonemática, significante, puramente significante, puesto que vemos en
efecto que no llegaremos a dar en esta lista una coordinación satisfactoria
entre la necesidad de aire y el crepúsculo (la lista es la de las homofonías que
aparecen más arriba; “necesidad de aire” y “crepúsculo” traducen respecti­
vamente “A tem not” y “A bendrot”. Lacan descarta aquí, por lo tanto, la
hipótesis según la cual la traducción com o operación daría la clave del
asunto). Podrem os encontrarla siempre, p o r supuesto. Pero es muy claro que
no se trata de eso en el fenómeno elem ental del que, una vez más aquí,
Schreber, con toda su perspicacia nos lo pone en relieve en la relación de
Jesum -Christum con Chines enthum; (en esta relación, Schreber) les muestra
una vez más hasta qué punto lo que se busca es algo del orden del significante,
es decir, de la coordinación fonemática: la palabra latina Jesum-Christum no
está tomada aquí verdaderamente, lo sentimos, más que en la medida en que,

° D. P. Schreber, op. cit., p. 176. (En. español: p.173)


del discordio paranoico 203

en alemán, la term inación tum tiene una sonoridad particular. Por esto, la
palabra latina puede venir aquí como un equivalente de Chinesenthum” 44.

E n el fenómeno elemental no se trata de un m odo de la coordinación que se


prestaría a la traducción. Este punto, subrayado claram ente por Lacan, es
verdaderam ente decisivo: al excluir que esta lectura pueda fundarse en el
sentido, Lacan da a los términos en juego en el fenóm eno elemental un
estatus que los hace equivalentes a nombres propios. A decir verdad, esto
está en Schreber, pero no es poca cosa que Lacan (en lugar de decir minucias
en este punto, de lim itar su alcance) pura y simplemente, ratificándolo, lo
confirme.

¿En qué consiste entonces el otro tipo de coordinación, ese que se califica de
“fonem ático” y de “puramente significante” ? ¿Bastaría aquí con remitirse a
Jakobson para encontrar definiciones que son ahora clásicas? M ás bien
escogeremos consultar las precisiones que están en el texto mismo de ese
seminario: “Lo importante es que esto no es cualquier cosa como asonancia;
lo que es importante no es la asonancia,, es la correspondencia término
término de elementos de discriminación muy cercanos que estrictamente no
tienen alcance, para un políglota como Schreber, en el interior del sistema
lingüístico alemán, (más que) por la sucesión, en una misma palabra, de una
N, de una D, de una E 45.”

Ciertamente, no es una casualidad si se presenta una serie de letras en el


mom ento en que Lacan apunta a dar su estatus a esta equivalencia: en esta
correspondencia término a término que Schreber introduce con el recurso a
la homofonía, Lacan localiza una puesta en equivalencia de elementos como
tales, escritos.

** La transcripción que propongo aquí de este fragmento de seminario difiere notablemente de


la de J. A. M iller (cfr. Les psychoses, Le Seuil, París, p. 262. En español: Las psicosis, Paidós,
p. 330). La transcripción publicada enmascara sus propias dificultades, hace como si no
encontrara ninguna. El medio que se escogió para esto es de los más simples: se omiten las
frases que dan problema. De esto resulta una importante reducción del texto discutido aquí:
todas las proposiciones desde “...vemos en efecto...** hasta “...fenómeno elemental...” pasan por
el incinerador. Perdemos mucho con eso. En particular, poder ver que el término de
“coordinación*’ aparece en dos ocasiones y que así Lacan opone aquí dos tipos de coordinación.
Igualmente, ha desaparecido el “fenómeno elemental” que, como sabemos, es decisivo en
Lacan. Esta última omisión oscurece, además, la frase que sigue, donde no sabemos ib que
implica el “lo que se busca”, ya que no hay nada que precise a partir de este momento que esta
búsqueda es el fenómeno elemental mismo. En esta frase, el verbo tomar (“tomado") ha sido
omitido, lo que da a iaequivalencia en cuestión un aspecto estático, hace de ella algo que hubiera
estado ahí ya desde siempre, y evacúa así el valor de respuesta del recurso homofónico, nada
menos, entonces, que esta relación con el Otro que es lo que está en juego en el fenómeno
elemental.
45No sabemos a qué corresponden esas N, D, E, ya que la estenógrafa no supo anotar el ejemplo
que discute en ese momento Lacan. Leemos, en efecto, justo antes de esta cita : “No es cualquier
cosa loque es equivalente de... es..., no es cualquier cosa como asonancia.” ¿Quién, oyente de
aquellas épocas, podrá llenar los huecos? La proposición subrayada, lo fue por mí.
204 función persecutoria de la letra

Esto quiere decir que la correspondencia definida de esta manera sólo es


situabie como transliteración. Algunos seminarios antes, Lacan había
disociado (el 8 de febrero de 1956) lo que contituye el discurso'y lo que
depende del sonido: “Lo que ustedes oyen en un discurso, es otra cosa
diferente de lo que se registra acústicamente.” La respuesta homofónica de
Schreber a los pájaros parlantes, cuando provoca el retorno de su humanidad,
revela así que ellos han ubicado allí los elementos discretos de su propio
mensaje, elementos literales en el sentido de Lacan, ya que la letra.se define
entonces en él como la discreción significante misma. La letra como
“estructura esencialmente localizada del significante” está fechada el 9 de
mayo de 1957, o sea un año, día por día, después del seminario discutido aquí.
Distinguiremos entonces, en adelante, con Lacan, la asonancia qué es, en el
imaginario, la manera de concebir la homofonía cuando la escritura Se piensa
como transcriptiva, y la homofonía que es, en el simbólico, el nombre de la
operación de la transliteración cuando adquiere voz. El lape-prés designa
esta oposición como irreductible.
Una confirmación: en el escrito que retoma este seminario sobre las psicosis,
Lacan subraya esta consubstancialidad de la literalidad y de la homofonía
abordando esta última como “la dimensión donde la letra se manifiesta en el
inconsciente” 46. Este texto, que da como “sincrónica” a esta homofonía (lo
que fue designado aquí mismo como simultaneidad), supone entonces la
posibilidad de una correspondencia sincrónica de elementos. Bastará con
agregar el “término a término” de lo que se encuentra así co-ordinado, y
tendremos el conjunto necesario y suficiente de los elementos que constitu­
yen la transliteración.
Recordaremos aquí que, al utilizar esta correspondencia de elementos de
discriminación cercanos (elementos literales de las escrituras jeroglíficas y
griegas) gracias al apcyo homofónico que le aseguraba la no traducción del
nombre propio en cuanto tal, de esta manera, al poner a actuar una regla para
la transliteración de una a otra de las dos escrituras, Champollion pudo llegar
a leer los jeroglíficos de una manera diferente que un Kircher.
Así Schreber (pero los otros casos estudiados aquí invitan a dar a su
testimonio el estatus de ab uno disce omnes), en su relación con el machacar
de los pájaros parlantes, al tenderles el panel de la homofonía, procede a la
misma operación que Champollion, quien no despliega menos ese panel.
Uno y otro sólo se diferencian en esta operación por un hecho, pequeño y sin
embargo verdaderamente decisivo: Schreber realiza, sobre “centenas y
miles” 47 de ejemplos, una transliteración que debe lograr evitarle cada vez
e! ser aniquilado, mientras que Champollion es destituido subjetivamente

J. Lacan, Ecrits, p. 569. (En español: J. Lacan, Escritos, p. 55J).


47 D. P. Schreber, op. cit., p. 176, nota no. 90. (En español: p. 173).
del discordio paranoico 205

por este mismo logro: en el momento mismo en que se lo enuncia a otro, por
primera vez, cae, desvanecido. Entonces, no está en cuestión su razón, sino
su destino.
Este resultado no debería casi sorprender, ya que no hace más que tomar al
pie de la letra la afirmación princeps de ese seminaria sobre las psicosis,
donde Lacan identifica la lectura hecha por Freud de Schreber pon un
“descifrado champollionesco” 48. Si, cómo lo dice también, Freud logra así
“volver a poner de pie el uso de todos los signos de esta lengua” *9, es porque
la cifra en que consistía era el fruto desecado de la operación misma que iba
a producir su desciframiento.
¿Hay algún otro interés, que no sea metodológico, en eSta ubicación que se
ha vuelto posible por la distinción aquí efectuada de tres operaciones que son
látíanscripción, la traducción y la transliteración? ¿Hay, apartirde esco, una
ganancia para el abordaje de la cuestión de la psicosis? Respondo tanto más
afirmativamente cuanto que esta ganancia ya fue indicada, pero sólo como
al pasar, y entonces que ahora sabemos que no Se trata más que de reforraularla
y de extraer.sus^implicaciones más inmediatas.
El significante eñ la psicosis resulta equivalente a un nombre propio. Esto
es lo que quiere decir que permite no una traducción sino que se presta a una
transliteración que define Sit literalidad y lo hace intervenir por tsíó É ü te
persecutorio.
Así, este “automatismo de la función del discurso” 30, que Lacan admite como
característico del hecho psicótico, parece consistir en una pululación de
equivalentes de nombres propios que el psicótico encuentra tanto ene! cuello
de un enfermero (“celluloid" transliterado “C ’estLoulou Lloyd”) como en un
significante dicho dirigiéndose a ella (“Salut” transliterado: “j a elle eu("¡,
evocado por la situación (“Ze ’petit éíait géné”), o incluso alucinado (los
millares de transliteraciones schreberianas).
Admitida como un hecho esta equivalencia, resultarán de ella cierto número
de consecuencias; en particular, podremos pretender aproximarnos, desde
ahí, a la difícil cuestión de la forclusión. Pero antes, conviene dar lugar a un
estudio del nombre propio tomado como cifra. En efecto, si los rasgos del
celuloide sobre el cuello del enfermero o el alucinado Chinesenthum valen
lo que valen ios recuadros de Ptolomeo y de Cleopatra, ¿qué definición del
nwnbre prespio se encuentra utilizada cuando, en lapsiEBSís, el significante
«# señalado ÉfÉÉiequivalente de él?

J*I. l,3~íin. ftfrJdiinnes.... op. cit-, Stíminüriü de: 16dCjiovicmbrc '.íc ¡956-
^ J. ffc.íitfjfarsíí'. .. op. cíí-, Scftiinunü del Í4 dt¡ íTiürzo de
206 función persecutoria de la letra

El color del significante

Hasta donde yo sé, no hay ninguna definición del nombre propio que se haya
apoyado en su notable especificidad en el desciframiento. No es que esta
especificidad no se haya localizado explícitamente: respondiendo a numero­
sas necesidades de una información hoy universalizada, de una información
que debe atravesar la diversidad de las naciones, pero también de las culturas
y de las escrituras, algunos lingüistas se ocupan en establecer convenciones
para la transliteración de los: nombres propios. Por su parte, los servicios, de
la cifra saben apoyarse en el hecho de que los nombres propios, si bien ,se
cifran, no se traducen. Pero el efecto obscurantista de la división de los
campos del saber es tal, que entre estos dos campos y su abordaje en lógica
se abre la trampa donde se desliza como si no tuviera importancia el hecho
dé que el nombre propio se translitera.
El nombre propio sólo se translitera porque depende del escrito. Que el lector
se remita, si lo desea, a la discusión del debate entre Russell y Gardiner donde
vemos a Lacan, en su seminario sobré la identificación, abrir su camino entre
dos escollos que £e ©fresen para que venga a chocar contra ellos la cuestión
del nombre propio. Sus dos veces “no” (no son equivalentes) desembocan
en la tesis del carácter estrictamente escrito del nombre propio. Al querer
precisar el alcance de este señalamiento lacaniano no se me apareció
simplemente la falta de una definición del nombre propio como cifra, sino
mucho más: el defecto anotado resultaba ser el producto de una exclusión
locaíizable de manera precisa. El nombre propio como cifra era localizablc
como lo que su abordaje en lógica debía excluir para constituirse.
No se excluye que está exclusión de principio haya sido una de las razones
que condujeron a Lacan a apelar a otra lógica, una lógica de la fantasía, una
topo-lógica que primero tomó el aspecto de una lógica que se escribiría con
las superficies íopoiógicas clásicas y que luegQ.se focalizó no como lógica
modal, sifto nodal, ffemo nodología.
La exclusión localizada se presentaba entonces como, una verdadera encru­
cijada. Es decir que se trata primero de hacerla valer cómo hecho allí donde
es operante, en los padres fundadores de lo que se llamó, aprés-coitp, el
logicismo.
Frege, en su artículo “Sens et dénotation”, escribe esto: por “signos” y
“nombres”, yo entiendo toda manera de designar que juegue el papel de un
nombreprópio: aquéllo cuya denotación es un objeto determinado...”jy justo
después, en el mismo párrafo: “La designación,de un obj#|(>singular puede
consistir en varias palabras u otros signos. Con fines de brevedad, llamare­
del discordio paranoico 207

mos nombre propio a toda designación de ese-tipo” 31. He aquí ahora, de la


pluma de Russell: “El nombre mismo es sólo un medio para indicar la cosa
y no interviene en la aserción que usted hace de tal manera que, si una cosa
tiene dos nombres, usted hace exactamente la misma aserción sea cual sea el
que usted use” 52. Con estas citas, podernos captar inmediatamente el
problema: basta con imaginar a Russel encontrándose con Schreber e
intentando hacer que admita que el nombre no interviene en la aserción que
se hace. La asertidumbre del segundo es estrictamente opuesta a la aserción
del primero.
Es claro, ante todo, que la extensión que se da al nombre propio (Frege llama
“nombre propio” tanto a una palabra, como a un signo, una combinación de
signos, una expresión, una proposición afirmativa; esta extensión es el
reverso de la “brevedad” que muestra) es solidaria con el gesto quefunda su
definición en la referencia, en la denotación o incluso en la relación de objeto
en el sentido en que se diría que el nombre propio “relata” el objeto. La
referencia da su fundamento a este abordaje del nombre propio, lo que se
comprueba en el hecho de que es la base del principio de sustitutividad.
Todos los nombres propios que tienen como referencia un mismo objeto son,
por eso, equivalentes y, por lo tanto, sustituibles unos por otros salva veritate.
Ahora bien, si tomamos en cuenta el nombre propio como susceptible de
comenzar un desciframiento, aparece el hecho de que esta perspectiva no
puede ocurrir más que en un campo que difiere, fundamentalmente, del que
regula el principio de sustitutividad. Desde el punto de vista de la cifra, no
hay equivalencia entre:
C LEO PA TR A
Y
LA EG IPC IA EN A M O RA D A D E C A Y O JU L IO C ESA R
Y LU EG O DE M A R C O A N TO N IO
& *
Para el desciframiento, fue decisiva esta continuidad de elementos de
discriminación muy cercanos que compone el nombre de “Cleopatra”,
elementos que no debían ser cualesquiera, ya que el comienzo del
desciframiento sólo fue posible porque algunos de ellos se encontraron tal
cual y en el lugar correcto en el nombre de “Ptolomeo”. Otro nombre para
“Cleopatra” podría haber tenido el mismo referente pero no tener ninguno de
los elementos del nombre de “Ptolomeo” ; ese otro nombre no habría sido,
para Champollion, de ninguna utilidad. Contrariamente a Russell,
Champollion, como Schreber, parte del principio de que el nombre interviene
en la aserción que se hace.
La oposición que se ha mostrado aquí se puede resumir en una fórmula: la
logística define el nombre propio como una transcripción del objeto (la

51 G. Frege. Écrits toxiques et philosophiques, Le Seuil. París, 1971. pp. 103 y i 04.
52B. Russell citado por F. Recanati, en La transparence et iénonciation, Le Seuil, París. 1979.
208 función persecutoria de la letra

sustitutividad es la equivalencia de dos o varias transcripciones cuando la


denotación es la misma); Champollion lo define como una transliteración
obligatoria. Schreber responde igualmente a Chinesenthum fuera de toda
preocupación por una referencia común.
Pero.isi bien la distinción de la transcripción y la transliteración permite leer
en qué difieren estos dos enfoques, es necesario todavía decir cómo se sitúa
cada ufia frente á la traducción. Es el mínimo exigido por la diferenciación
de estas tres operaciones.
Aparte dél asunto de la traducción del determinativo, es decir, curiosamente,
de lo que no se traduce (no descuido este punto, que será tratado largamente
inmediatamente después de la discusión jásente), es'ñotableque Chamfoílion
haya po4¡d6 construir su “alfabeto” sin apoyarse en la traducción. Si bien
kleo - patra puede traducirse como “celebridad de la descendencia”, no es
jJOf ese sesfgo que este nombre jugó un papel anel áescíftórtüefttQ; y cuando
éste, mucho más avanzado, pudo ponerse a hacer hipótesis de traductor,. fue
pára' ponerle la mano encima al significante equivalente en la leügua'copta
y.pgf ahí; Egresar a la homofonía cuando el nombre propio ya no era el que
aseguraba este apoyo homofónico. Esto corresponde, por otro lado, a un
s^g^do íjfenpo del ffiáéjítátóento, aun tiemjk) que ya no esüfe apertura
de confirmación.
En '^ftflibié;;SÍ '|g defjhe el nombre propio como transcripción, estamos
obligados a apelar ipsofacto a un sentido. Esto se lee perfectamente en Frege;
^td>¿fedéei$iv<? in s u lta r lo'aqilí cuaríí&que lo veremos introducir en
esta discusión, él mismo, lo que llama tres “niveles" que son exactamente
c&rrglativfis dé te® pres opetábíones qubSon la:traftjS<írijjción, íá traduc^idti
y .ía transliteración. Encontramos entonces en Frege una confirmación del
interés de considerarlas como un tríptico.: Nos proponemos; entonces
est£ttó:©Eer CSmo la logística y una lectura del desciframiento tomán de
maneras diferentes su asidero en estos tres niveles u operaciones; un cuadro,
a pesar de cierta pes|iái|fey de las simplificaciones a las que procede, dará®!
valor, sin embargo a estos diferentes asideros:

N IV E L E S O P E R A C IO N E S C IF R A D O LECTU RA DEL
L O G IC O i O g S C IF R A M I E N T O

Referencia Transcripción SI NO --
"Sentida- Tradüciííén SI . NO
C o lo r Transliteración NO SI

P « a explicitar la articulación entre el sentido y la denotacsO», Freg&céttStru-


yé-:éi¡siguiente esquema:
del discomio paranoico 209

Nombra a cada una de las tres rectas que unen a cada uno de los vértices del
triángulo con la mitad del lado opuesto: a, b, c. A partir de esto, podemos
denotar su punto de intersección (existe una demostración matemática de su
unicidad) de diferentes maneras, diciendo, por ejemplo: “intersección de a y
de b” o también: “intersección de a y de c”. Estas expresiones son, para
Frege, nombres propios del objeto. Denotan efectivamente el mismo objeto,
pero no tienen el mismo sentido. Como denotan el mismo objeto, su valor
de verdad es idéntico y son entonces sustituibles unas por otras en un cálculo;
pero lo que vuelve posible el cálculo, lo que vuelve pensable una progresión
del pensamiento, es esta diferencia en cuanto al sentido que es la única que
puede explicar que la sustitución no se reduzca a un simple marcar el paso en
el mismo sitio.
Frege sitúa el sentido definido de esta manera como lo que la traducción de
un enunciado es susceptible de transportar. Por ésto, es muy notable que lo
que se sostiene de esta manera despeja, en vaciado, algo que, en cambio, es
dejado de lado por la traducción, pero a lo que Frege no duda en otorgar el
estatus de un “nivel”. En esa bolsa que reúne lo que queda como resto de la
traducción, agrega a las “representaciones asociadas” (subjetivas, singula­
res, no transmisibles salvo si se sigue un “camino que nos llevaría demasiado
lejos” 53), lo que él llama el color y la luz de las palabras, de las expresiones
o de las proposiciones. El rechazo de este nivel es fundador de la ideografía
fregeana. Pero esta fundación, que encuentra su legitimidad en la fecundidad
de sus consecuencias, se vuelve el punto donde se injerta una aserción que es
verdaderamente abusiva, ya que Frege enuncia que, de estas representacio­
nes asociadas “no es posible hacer una comparación rigurosa”, o también que
“este color y esta luz no tienen nada de objetivo”. Tomando en cuenta la
importancia de esta discusión, reproduzco aquí los dos párrafos de “Sens et
dénotation” (Sentido y denotación) que me parecen condensar mejor en un
mínimo de lugar el conjunto de estos datos: distinción de los niveles, lugar
de la traducción, gesto de exclusión con ese suplemento de la afirmación del
carácter no objetivo de lo que es rechazado:
“En estas observaciones, podemos ver que las palabras, expresiones y
proposiciones completas, pueden ser comparadas a tres niveles. O bien
difieren tomando en cuenta las representaciones asociadas, o difieren toman-

53 Frege, op. cit., p. 107.


210 función persecutoria de la letra

do en cuenta el sentido, pero no la denotación, o difieren también por la


denotación. Para el primer nivel, debemos observar que, como el lazo entre
las representaciones y las palabras, uno notará una diferencia donde otro no
la verá. La diferencia entre una traducción y el texto original debe limitarse
a este primer grado. Se podrán tolerar también las diferencias que se refieren
al color y a la luz que la poesía y la elocuencia se esfuerzan en dar al sentido.
Este color y esta luz no tienen nada de objetivo, y cada oyente o lector debe
recrearlas con la invitación del poeta o del orador. El arte sería imposible sin
cierta afinidad entre las representaciones humanas, aunque sea imposible
saber en qué medida exacta se responde a las prohibiciones del poeta.
A continuación, ya no se tratará de las representaciones ni de las intuiciones.
Hicimos alusión a ellas con el único fin de evitar que la representación que
se ha despertado en la mente del oyente por una palabra sea confundida con
su sentido o su denotación” 54.
Entonces, Frege identifica aquí lo lógico tal como él lo define con lo
transmisible, con lo objetivable, con Ío que es susceptible de ser juzgado en
común, en pocas palabras, con lo racional, y rechaza (es cierto que no deja
de mostrar cierta vacilación) en lo irracional, como algo que corresponde a
la intuición, todo lo que no es estrictamente conforme a lo que delimita este
juego del sentido y de la denotación que es la ideografía. A este rechazo no
le falta ni siquiera el temor del retorno inopinado de lo que considera su deber
mantener excluido: “Los lógicos desconfían de la ambigüedad de las expre­
siones en tanto que es la fuente de errores lógicos. Es, en mi opinión,
igualmente oportuno desconfiar de los pseudo-nombres propios que están
desprovistos de denotación” 53.
El campo abierto por Freud se caracteriza por no someterse a la alternativa
fregeana; en efecto, se trata del campo mismo de las “representaciones
asociadas” , pero se le ha sustraído lasuposición según lacual lo que se jugaría
allí estaría fuera de la racionalidad. Al condensar aquí lo que Frege
yuxtapone como lo que constituye ese nivel, llamaré color significante a
estas representaciones asociadas para indicar que es efectivamente por su
color que el significante representa al sujeto para otro significante, que este
color es eso mismo que se pone a bfillar un instante cuando, en el aprés-coup,
se vuelve aparente que la operación significante ocurrió fuera de la codifica­
ción y que implicó entonces otro modo de la referencia que la denotación
fregeana. Sabemos que Lacan apuntó, en el objeto a minúscula, la única i
referencia en cuestión en el discurso del analizante.
Si bien hay aquí efectivamente una escisión, ésta no podría concernir de
ninguna manera a la separación de la racionalidad y de su contrario sino, en

’ * Ih id .

55 Frege. op. cit.. p. 117.


del discordio paranoico 211

el interior del terreno de lo racional, a diferentes paradigmas de la racionalidad.


En un artículo a la vez reciente e interesante56/C. Guinzburg se apoya sobre
el parentesco expuesto por el mismo Freud37 entre la técnica analítica y el
método de atribución de las pinturas que se funda sobre ciertos rasgos
(Zugen) menores habitualmente desdeñados (este método fue inventado por
el médico y critico de arte Morelli), para introducir lo que él designa como
un “paradigma del indicio” . Este paradigma permitiría reagrupar, en una
misma familia que representaría cierto modo de la racionalidad, a Freud, a
Morelli, pero también a muchos otros, entre los que Arthur Conan Doyle no
es el menos conocido. La lectura, para ellos, es inevitablemente
desciframiento; pero el desciframiento consiste en hacer valer, sobre lo que
la lógica dominante desecharía, una racionalidad susceptible de interrogar,
en una curiosa vuelta de las cosas, a la ciencia misma.
Lo que volvió posible este desciframiento, e igualmente la respuesta
schreberiana o la lectura “c ’est Loulou Lloyd”, es precisamente el color de!
significante; incluso más: el significante como color. Él es el que llevó a
Lacan a decir que el analizante es poeta, es él quien obliga al psicoanalista
a prohibirse asimilar como equivalentes un “dolor de cráneo” (mal de cr&ne)
y un “dolor de cabeza”, ya que el primero puede resultar, por ejemplo, no
escribir otra cosa que la dificultad del sujeto, que designa él mismo así su
síntoma, para cráner (fanfarronear) por más tiempo. Tomando como rasero
el paradigma del indicio, elegir anotar “cefalea” es ya demasiado, es ya un
deslizamiento, es ya una grosería.
Así, sólo el color significante parece susceptible de hacer valer aquello de lo
que se trata cuando se trata del nombre propio como tal. El nombre propio
no se define ni por la denotación (transcripción) ni por el sentido (traduc-
ciqp). Esta última aserción sigue siendo verdadera incluso cuando conside­
ramos negativamente, como lo hace Gardiner, la relación del nombre propio
con el sentido. Decir que el nombre propio es una marca del objeto que se
caracteriza por no preocuparse por su sentido es, una vez más, definirlo con
relación al sentido.
Cuando el nombre propio se toma como un nombre propio, entonces se pone
de manifiesto que respetamos su color. Pero este respeto no es otra cosa que
el hecho de tomar al significante cómo objeto; no es otra cosa, en consecuen­
cia, que aquella forma que Lacan tiene para mostrar la constitución del escrito
(cfr. capítulo siete). Esta “effagons” no es entonces específica del nombre

56 C. Guinzburg, "Signes, traces, pistes", en Le débat, revista mensual, Gallimard, no. 6.


noviembre de 1980.
57 “Creo que su método (el de Morelli) está muy emparentado con la técnica médica del
psicoanálisis. Acostumbra también adivinar por rasgos desdeñados o no observados, por el
desecho (refuse) de la observación, las cosas secretas u ocultas”, S. Freud, Essais de
, psychanalyseappliquée, trad. ai francés de M. Bonaparte, Gallimard, 1978. p. 24. (En español:
S. Freud, Obras Completas, El Moisés de Miguel Angel, t. XIII. Amorronu ed., Buenos Aires,
1976, p. 227.)
212 función persecutoria de la letra

propio, sino que el nombre propio la ejemplifica: en el lugar del nombre


propio es inevitable este lazo de la estructura del lenguaje con el escrito. El
carácter impronunciable del nombre propio no es, contrariamente a lo que
muchos imaginan, una exclusividad del Dios de Abraham, de Isaac y de
Jacob. El nombre propio no asuena nunca, sino que se presta a la puesta en
juego de la homofonía (en el lugar de la referencia, en el defecto de la
referencia) a partir de lo cual se lee su color en la transliteración de su letra. ¡
Lo impronunciable del nombre propio puede lastimar el sentimiento de
cualquiera que, cotidianamente, haga del nombre propio un uso vocalizado.
Sin embargo, un pequeño paso al costado basta para volver menos sorpren­
dente esta impronunciabilidad: evoquemos Morella de Poe, que muere por
ser 11amadaporsu nombre, o aun, más cercana quizás por su contemporaneidad,
citaremos esa secuencia que M. Duras supo elevar al rango de un sintagma
al darle, por su estilo, todas las resonancias: “su nombre de”. ¿Quien no se
decidiría a admitir, si se ha dejado alcanzar por los textos de Duras, que si
decimos “Su nombre de Venecia”, hay algo que está más cerca de la verdad
del nombre que si se dice “Anna Maria Guardi”? Más lejano, pero igualmen­
te preciso, ese relato de la teología egipcia que ve al dios Re envejecido
decidiéndose a pedir ayuda a Isis (quien “era más astuta que millones de '
hombres y millones de dioses y millones de espíritus”) con el fin de volver
a tener el poder de gobernar al mundo; Isis no cesa entonces de hostigarlo para
que le revele su verdadero nombre, sobre el cual su poder estaba fundado,
pues ella planea nada menos que apropiarse de ese poder. Este es el final de
ese texto:
Cuando Isis le dijo a Re: “¡Dime tu nombre, padre divino, porque
aquel sobre cuyo nombre uno pronuncia un conjuro permanece con
vida! ” - "Yo soy el que hizo cielo y tierra, el que anudó las montañas J1
y creó lo que está encima. Yo soy el que hizo el agua...el que hizo al
toro para la vaca... Yo soy el que hizo el cieloylos misterios délos dos
horizontes, yo coloqué allí las almas de los dioses. Yo soy el que abre
los ojos -así se produce la luz, el que cierra los ojos- así se produce
la oscuridad; bajo cuyas órdenes se extiende la marea del Nilo, cuyo
nombre (sin embargo) no es conocido por los dioses. Yo soy el que ‘
hizo las horas -así nacieron los días. Yo soy el que abrió las fiestas
del año, el que creó el río. Yo soy el que creó el fuego vivó...soy
KHEPREpor la mañana, RE a su mediodía, ATOUMpor la noche. ” t
El veneno no fu e expulsado... El gran dios no estaba curado. Enton­
ces Isis le dijo a Re; "¡Tu nombre no está entre los que me dijiste!
Dímelo y entonces el veneno saldrá. ¡Aquel cuyo nombre es pronun­
ciado, ése vive! ” Pero el veneno quemaba mucho. Era más violento
que la llama y el fuego 53.
i
Cfr. Erman y Ranke, La civilísation égyptienne, Payot, París, pp. 337-340. I
del discordio paranoico 213

Impronunciable, intranscriptible, pero también no traducible como tal, el


nombre propio despliega su literalidad con la transliteración. La transliteración
del nombre propio le toma la palabra a la fonía (la phonie au mot, en francés,
anagrama de homophonie, au mot phonie), a algo que sólo extrae su
consistencia del escrito. Este “falso nido” (faux nid, B. Lapointe) nombra al
campo del lenguaje en tanto que no revela su estructura más que por lo
escrito, único susceptible de mostrar el escrito latente que lo constituye.
Hay diversos modos de abordaje de este campo y, por lo tanto, diferentes
definiciones de la letra, pero no sin que cada una tenga relación, empero, con
las diversas formas en que situamos la homofonía. Una confirmación de los
análisis precedentes lo constituirá el hecho de ver al discurso logístico, para
asentar una definición markoviana de la letra (la letra como idéntica a sí
misma por estar tomada “solamente como un todo” 59), una definición muy
diferente de la que es implicada en el trabajo de un Champollion (la letra
como “trans”, como letra de letra, como “estructura esencialmente localiza­
da” de un significante no idéntico a sí mismo), de verlo, digo, presentar a la
homofonía como su horrible pesadilla. Russell excluye aquello mismo sobre
lo que Champollion se apoyó. La argumentación de esta exclusión pasa por
la presentación, juntos, de los dos enunciados que siguen:
1) Sócrates es inmortal (una preocupación por la verdad me obliga a
modificar ligeramente el predicado de la célebre aserción).
2) Sócrates tiene ocho letras.
En 2) no es posible reemplazar como en 1) el nombre de Sócrates por la
expresión codesignativa “el maestro de Platón”, ni tampoco, para retomar
aquí el “el que” que no cesaba de no nombrar a Re en la lucha entre Isis y Re:
“El que, filósofo, dijo a su mujer que ella era la prueba de su paciencia.”
Según Russell, la confusión tiene que ver con el hecho de que en 2) la palabra
“Sócrates” no es el nombre del objeto que él denota en 1), sino más bien el
nombre de su nombre. Ciertamente, no hay ninguna razón para prohibirse
tomar un nombre propio como un objeto cualquiera que sería denotado por
un enunciado: Ese es el caso en 2): “Sócrates tiene ocho letras” quiere decir
que el nombre del objeto, tomado él mismo como objeto, tiene ocho letras
y no el objeto denotado en 1). Así, hay para Russell exactamente tanta
diferencia entre el nombre de Sócrates y el nómbre de ese nombre como entre
el nombre de Sócrates y el de Aristóteles. O más exactamente, si no nos
contentamos con enunciados de principio, hay que decir que habría tanta
diferencia en uno y otro caso si algo no viniera a sugerir lo contrario. ¿En qué
consiste eso? Bien, pues precisamente en la homofonía. Es ella la que
introduce el equívoco que hace que imaginemos que se trata del mismo

59 A. Markov, "Le concept d'ulgorithme”, en Ornicar?, no. 16, pp. 32 a 36.


214 función persecutoria de la letra

nombre propio en 1) y en 2). Va a ser necesario-entonces anular, reducir a


cero el juego de la homofonía distinguiendo, en la escritura estos dos nombres
propios, Sin que omitamos escribir que no denotan el mismo objeto. Para
hacer esto, Russell, después de Frege, usa las comillas. “Se sorprenderán -
escribe Frege-, quizás del empleo frecuente de las comillas. Sirven para
distinguir el caso en que hablo del signo mismo del caso en que hablo de su
denotación*

Laforclusión localizada

l£r, !a escriturajcgica, las comillas son una marca determinativa que indica
que el signo mismo vale como objeto denotado. Se tr.ata efectivamente de un
determinativo que, como en la escritura china o jeroglífica, tiene a su cargo
la eliminación de un equívoco significante.
Recordemos que la intervención del.determinativo permitió aquí distinguir
la interpretación y la intuición delirante; en ésta, el determinativo venía a
designar una simultaneidad significante como significante, mientras que,
■para aquella, la homofonía misma determinaba la cifra que la constituye. Es
entonces claro ahora que las comillas de la escritura lógica son idénticas a
lóS determinativo? de la intuición delirante. Como los determinativos, ellos
.designan como significante una simultaneidad que, en un caso (intuición
delirante), está dada así para ser tomada en cuenta, mientras que en la otra
(escritura lógica), debe ser excluida. De esta manera, la operación fregeana
de introducción de las comillas es identificable con la que presentifiqué con
el “hum hum” sobre el cual perdonará el lector que lo haya obligado a
detenerse tan largamente.
Además, cuando miramos de cerca el desciframiento de Champollion, nos
encontramos frente a esta misma puesta en juego de una simultaneidad
significante y de un determinativo: el recuadro permitió identificar los
nombres propios como nombres propios, localizarlos, y éstos, como escritos,
proporcionaron el apoyo homofónico que iba a dar las reglas de la
transliteración de los caracteres jeroglíficos a caracteres griegos.
Un cuadro pondrá de manifiesto, mejor que un largo desarrollo, cómo se
lesprende, de la convergencia de las discusiones anteriores, una operación
in dos tiempos; cómo cada una de las operaciones analizadas pone enjuego
a su manera un equívoco significante con la cuestión de su levantamiento.-
p mismo juego deán determinativo aparejado a una simultaneidad significante
,ma vez identificado, podrá aclarar la operación de la forclusión. Notaremos

K Citado por C. Imbert, “Écrits logiques etphilosophiques”, op. cit., p. 19.


TABLA 1
• TABLA
del discordio paranoico 217

antes que nada que dos razones vienen a apoyar esta conjetura. Al señalar el
caracter “champollionesco” de la lectura freudiana de Schreber, Lacan
sugiere que lo que “vuelve a poner de pie” al texto de Schreber no deja de
tener relación con la operación de la forclusión de que da testimonio este
texto, ya que constituye su sedimento. La segunda razón no es menos
importante: tras haber notado ya que el significante en la psicosis pulula
como algo que ocupa el lugar de nombre propio, podemos concebir la
existencia de un lazo entre esa proliferación del significante y esta operación
local de la forclusión que actúa, precisamente, sobre un nombre. A decir
verdad, es imposible dar cuenta de nada en ese “campo paranoico de las
psicosis” una vez admitido que la forclusión del Nombre-del-Padre consti­
tuye su operación decisiva, si no se establece cómo, a partir de dicha
forclusión, ocurre esta proliferación del significante.
No es cualquier significarte lo que Lacan apunta como forcluido en la
psicosis, es el significante llamado del "Nombre-del-Padre”. En tásto que no
es cualquiera, este significante esíá neCesariaiiiente localizado. Esía legali­
zación estará mejor, subrayada si tomamos el problema a contrarii.
Podemos imaginar -y, por ama Isdte, m nos privamos de hacerlo- que el
lenguaje está lejos de dar todas las sstisfacciisnes alas cuestiones que pueden
presentarse. Si, por ejemplo, soy niña y me encuentro en un tiempo en que
tengo que simbolizar mi sexo, me voy a topar con el hecho de que el lenguaje
no me proporciona ningún equivalente de ese significante sobre el cual el
varoncito puede fundarse para simbolizar el suyo. Me las veré, entonces, no
solamente con una ausencia en el imaginario, sino con un agujero en el
simbólico que es la razón de lo que Freud descubre como disimetría
ineludible entre el Edipo masculino y el femenino. Ahora bien, la experien­
cia muestra que un agujero como ése en el simbólico no produce necesaria­
mente una psicosis. Si, del mismo modo, pero no por las mismas razones, a
alguien se le mete en la cabeza plantear al significante la pregunta de su
existencia singular, algo que se formularía como un “¿por qué estoy aquí?”
o también “¿por qué voy a desaparecer?”, ese alguien encontrará también un
agujero, ya que el significante no puede responderle a un sujeto cualquier
cosa sobre la cual éste lo interrogue más que si lo considera como ya muerto,
es decir, si lo inmortaliza61.
El significante del Nombre-del-Padre presenta entonces la especificidad de
que, si no es tomado en una primera simbolización, si hace agujero en el
simbólico, para el Sujeto, resulta esta “cascada de las modificaciones del
significante” ^ donde se realiza una transformación radical de la relación del
Sujeto con el lenguaje, cuyo fin ha sido interpretado aquí como pululación

• i. !.;.!c:m. Es'ruaure freudiennes... op. cit.. Seminario del 21 de marzo de 1956.


01J. I-aenn. Écrits, op. cit., p. 577. (En español: J. L'ican. Escritos, pp. 558-559V
218 función persecutoria de la letra

de equivalentes de nombres propios.


Así, el significante del Nombre-del-Padre se presenta como particularizado.
Pero la metáfora lacaniana de la cascada implica, además, su localización;
según el Diccionario francés Robert, el término “cascade" (cascada) designa
tanto un salto de agua como una sucesión de saltos de agua. Pero, si la
sucesión supone un primer desenganche, el singular exige igualmente la
interrogación sobre este punto de ruptura a partir delcual el curso de las cosas •
cesa de ser lo que era.
En el sentido de la letra como "estructura esencialmente localizada del
sigwfieanW’, el significante del Nombre-del-Padre es, entonces, por su
localización, un significante, como tal, escrito. Por eso tenemos fundamen­
tos para ÍKS® valerla pertinencia de la metáfora de la cascada por contraste
con esa otra metáfora que en Lacan aborda, lo más cerca que le es posible a
una metáfora, la cuestión del lazo del lenguaje con el escrito: el rio sigue allí,
activo en su curso, pero en lugar de la caída brutal y sin control, se trata del
delicado roce qué tfene con él la rueda del molino de agua. He aquí este texto
extraído del seminario del 24 de enero de 1962:
“La de la letra con el lenguaje no es algo que deba cohsidéfarse en
una línea evolutiva. No se parte de un origen grueso, sensible, para despejar
de allí una forma abstracta. No hay nada allí que se parezca & algo
concebido como paralelo al proceso llamado del concepto, o incluso tan solo
de la generalización. Tenemos una serie de alternancias donde el significante
viene a batir el agua, si puedo decir, del flujo, con las aspas de su molino,
y su rueda sube nuevamente cada vez algo que brilla, para caer de nuevo,
enriquecerse, complicarse, sin que podamos nunca, en ningún momentoi
atrapar lo que domina del punto de partida concreto o del equívoco.”
De es te j uego del punto de partida concreto y del equívoco (que no es, por otro
lado, menos concreto), Lacan dio, justo antes del texto citado, dos ejemplos.
El punto de partida concreto es el signo: la huella de pasos de Viernes o el
carácter chino Ke,< °í , pero considerado al comienzo como algo que
transcribe, esquemáticamente, el encuentro duro de la columna de aire contra
la lengua y ei paladar en la oclusiva gutural, considerado entonces tan
figurativo cómo el trazado de la impronta del paso. En la terminología
propuesta aquí, esto corresponde a la operación de la transcripción.
Segundo tiempo del juego: el honramiento de la huella del paso realizado por
lo que se ha llamado “vocalización” o también “fonetización’*, pero que
estaría identificado de manera más exacta como una homofonía potencial (ya
que explícitamente el texto se refiere a la escritura fonética). Este tiempo es
dei discordio paranoico 219

aquel donde la huella del paso es leída “paso” y así es borrada en tanto que
pictograma del paso, en tanto que impronta de una marcha. El pictograma
Ke sufre una vicisitud semejante pero que sólo puede reconstruirse a partir
del tercer tiempo.
Este conteo 1-3-2 es, por otro lado, igualmente verdadero en el caso del
“paso”. El tercer tiempo es el del rasgo que viene a rodear la huella borrada,
que ratifica así definitivamente este borramiento al tomar esta huella borrada
como algo que escribe este homófono del “paso” primero que es, en la lengua
francesa, el pas (no) de la negación. Es entonces en el aprés-coup de este
tercer tiempo cuando el borramiento, constitutivo del segundo, puede ser
considerado como una homofonía. Ya hemos identificado como
transliteración esta operación del rébus de transferencia en que la huella del
“paso” viene a escribir un pas de negación / borramiento de la huella.
Igualmente, para el carácter Ke, convendrá estudiar este juego del punto de
partida concreto (en el signo) y del equívoco (homofónico) desde el tercer
tiempo.
En este tercer tiempo, el signo A da, que se traduce “grande”, vino, al igual
que la delimitación alrededor de la huella de paso borrada, a agregarse a Ké
para dar: 5 ■ Sin embargo, el conjunto forjado de esta manera no escribe
de ningún modo “gran poder”, como se espera a veces cuando se supone que
fuera de la escritura llamada “fonética”, es la semántica la que preside el
destino de lo escrito. Este conjunto escribe la palabra “impar” en el sentido
de “falta”, de “metida de pata”. Éste lazo entre í y ^ , por una parte y
por otra £ no está ajustado sobre el sentido. ¿De qué está hecho entonces?
Lacan hace notar aquí que este último carácter compuesto se pronuncia yv,
este yi es escrito así por el carácter compuesto apoyándose en el hecho de que,
en cierta época de la lengua de que da testimonio el Yi-King, ha sido próximo
fonéticamente a Ké. Hay entonces, igualmente aquí, un tiempo dos qtie es de
borramiento homofónico.
Pero el interés de referirse a la lengua y a la escritura china obedece al hecho
de que ésta viene a apoyar la metáfora de la rueda de molino, ya que en ella
podemos designar apilamientos de rébus de transferencia como el que acaba
de mostrarse. El significante no solamente viene, sino que “viene de regreso
a batir el agua del flujo con las aspas de su molino”, y la escritura china, más
que cualquier otra, es capaz de dar cuenta de esta reiteración, puesto que toma
cuerpo precisamente de ella misma.
El punto de equívoco es, en esta siguiente vez, el yi. Lacan hace notar que
si agregamos ^ mu, que es el determinativo de todo lo que es de madera.
220 función persecutoria de la letra

escribimos la palabra “silla” que es homófonade “impar” . Este determinativo


viene entonces en el mismo lugar adyacente y con la misma función
determinativa que fue primero la del A . Por supuesto, el conteo es artifi­
cial; estamos, de hecho, ya desde siempre en este apilamiento, de la misma
manera que “eso continúa así, no tiene razones para detenerse”. Y Lacan
sigue esta serie (extraída de entre numerosas otras series posibles): “Si
ustedes ponen aquí, en lugar del signo del árbol ^ , el signo del caballo
Sj ma, eso quiere decir “instalarse a horcajadas” y entonces levanta de
otra manera el equívoco homofónico. En pocas palabras, la metáfora del
molino es la metáfora de un apilamiento de rébus de transferencia.
He aquí una figuración de este juego de la rueda y del flujo del río donde se
sitúa la serie de los rébus de transferencia utilizando, como se hizo anterior­
mente, la transliteración pinyin para anotar, lo más precisamente que se
puede hoy, aquello de lo que se trata. El hecho de que haya que pasar así por
esta transliteración demuestra que se trata efectivamente de una transliteración
en cada puesta en juego del rébus de transferencia.
óJ - Ké es una parte del verbo “poder” que se escribe tanto keyi sftvc. co-
mo keneng ■ El pequeño cuadrado en el interior del carácter

\ Ké es el ideograma de la boca; a pesar de su anclaje en lo figurativo,


el carácter Ké es ya un carácter compuesto en sí mismo.

Jr -y i con A da, “grande”, el conjunto escribe yi, “imp


- yizi El conjunto obtenido anteriormente con mu
(que es el determinativo de la madera) escribe
el yi de yizi “silla”.
- yi El mismo conjunto obtenido anteriormente
j escribe el yi del Verbo “montar a horcajadas” cuan­
do se le agrega el determinativo del caballo ^ ma.
“No podría -enuncia Lacan en este mismo texto- haber articulación del
significante sin estos tres tiempos.” Los tres tiempos mencionados son
constitutivos del rébus de transferencia.
En consecuencia, la articulación efe esta operación como transliteración
muestra que no hay diferencia esencial entre esto que es constitutivo .de la
escritura, y la interpretación delirante tal como ha sido explicitada aquí. El
^molino o la cascada dependen ambos de la misma ley que ordena la caída del
agua. O también, para retomar aquí la respuesta que dio Lacan a la estúpida
interrogación de un notable de la Ecole Freudienne: sí, el significante en la
psicosis representa, como en otros lados, al Sujeto para otro significante.
del discordio paranoico 221

La relación del sujeto con el significante en la psicosis está indicada con el


equívoco del término “cascada”;el cascadeur, acróbata automovilístico, fue
primero el que tenía una forma de conducir apartada del buen manejo, el que
tenía una conducta desordenada, y después alguien que, en el manejo de los
coches, mostraba un dominio excép&ional. Del mismo modo, esta relación
del sujeto con el significante en la psicosis, si bien aparece efectivamente
como una separación* es una separación que, lejos de encamar otro modo,
lejos de diferir sustanciaimente de aquello con respecto a lo cual se separa,
por el contrario ejemplifica, depura, caricaturiza la relación dei sujeto con el
significante. El hecho de que prefiramos, como lo hizo tardíamente Lacan,
hablar aquí de “congelación” (Seminario dei 8 - 4-1975) es importante, sobre
todo porque este término apela a la persistencia de lo que no sufre más que
de avalares intencionales,
La cascada como serie de rebotes Implica una separación primera. La
forclusión del Nombre-del-Padre es esta desviación de las modificaciones
posteriores localizada por su valor de comienzo. Llegáremos más lejos con
esta metáfora interrogando; ¿en qué consiste e l accidente del terreno?
Responderemos comenzando por hacer notar el carácter compuesto del
significante del Nombre-del-Padre. Está forjBadOi-tP efetó* por dos partes
que los análisis anteriores nos llevan a distinguir fe o : tíña tfcñé el estatus dé
un determinativo, la otra tendría.el valor del nombre de unafu^ción (lo que
Lacan designaba como la “función paterna”) $i el determinativo no viniera
precisamente a elevar a este nombre, de ser una función, a la dignidad de un
nombre propio. El significante del Nombre-del-Padre no extrae su
especificidad más que de esta composición y su forclusión toma eltamino
de una disociación de estos dos componentes.
Así, es posible dar cuenta del hecho de que, en la psicosis, el significante se
presenta ocupando el lugar de nombre propio: todo ocurre, en efecto, como
si el determinativo del significante del Nombre-del-Padre liberado, despren­
dido, desunido y dispensado así de tener que marcar el significante de la
función paterna (empleamos aquí “marcar” en el sentido del juego de fútbol,
cuando un jugador marca a otro, lo sigue en todos sus desplazamientos), no
pudiera hacer otra cosa más que transportar esa marca cada vez que en el lugar
del Otro el significante se presentara como tal, es decir, con su efecto
persecutorio. Este sería el intento, en el psicótico, de una suplencia de la
fijación (como en un punto de almohadillado) mínima del significante conel
significado cuando falta, para esta fijación, el significante de! Nombre-del-
Padre en cuanto tal, es dccir, marcado como tal por su determinativo.
222 función persecutoria de la letra

En el lugar del Nornbre-del Padre, II disociación del determinativo de este


nombre y de la función paterna que él determina corno tal es el discordio
paranoico mismo» De ahí toma cuerpo un modo de hacer aserciones que se
ocupa de asegurar ¡a solidez de lo que se enuncia en la literalidad significante,
es decir, solamente allí donde eso sería posible...si lo fuera...cuando se
encuentra forcMdo él significante del Nómbre-del-Pádre-
El. carácter bífido, éotnpiest©*. de este significante, es legible en el texto;
iacaníanos-está escrito allí, en efecto, con. dos- mayúsculas, la primera en el
nombre de “Nombre”, después un guión, después “del" y, después de otro
guión,, otra mayúscula en el nombre de “Padre”- La primera mayúscula
situaría ai Nombre-del-Padre como un nombre propio de acuerdo con las
convenciones' ertepáíleas deL español de h oy; lá-segundá, por el contrario,
no estSjssüfícada para nada por estas contenciones sal vo como un rasgo de-
eminencia atribuida a aquello de lo que se trata. Esta iMína interpretación
es con firmada por la lectura de Schreber que hace Lacan, ía cual señala en él
nombre í/e Padre al significante forduido. Pero esta eminencia de la función
paterna está, en el significante del Nombre-del-Padre, retomada como
nombre propio: los dos guiones, leídos de derecha a izquierda, enganchan, la
majestad dei Padre con ía del Nombre. '
Así, el significante'délMombre^el-'Padré condefflaj.eBíSticomposiélétíflos
dos valores qué soporta,, éa eSíJáitoi (f en áfetoeés}, el verbo “nombrar”,
‘i^om b!^’'©! tanto “nombrar para un puesto” com o‘'dar un nombre”, tanto
“nombrar para” como “denominar'’6S. Y no podemos dejar de notar aquí que
el procedimiento llamado dei pase, ai poner en juego una nominación, al dar
a éste equívoco dél “nombrar” él estatus de un decir, al hacer dé él algo
efectivo, no podía no alcanzar al signifíéánte dei Nombre-del-Padre que,
hablando con propiedad, es este equívoco. t
Contrariamente a lo qae se ha imaginado, eí haí&oiae áe una nominación
posible ha sido el obstáculo imposible de franquear que impidió que el
conjunto dé la cuestión &la que el J?áse daba vida virara álahisteri^.

De la nominación

La relación entre “nominación” y Nombre-del-Padre no es analógica. No


solamente lo bífido del Nombre-del-Padre toma en cuenta el equívoco
implicado en toda nominación, Sino que un pocó.más tasde élí Lacas, cotí la
reelaboración de la cuestión de ía psicosis en ei cifrado de una topología
nodal, nos encontramos con la identificación del Nombre-det-Patíre y de ta

ft3 Cfr. j. Ailouch. "La passe ratée du vise-consul” (en Lettres de l'Ecole, boletín interno dé la
Écoie Freudienne de París, marzo de 1978. Este texto es retomado parcialmente en Omicair? 12/13
del discordio paranoico 223

nominación. El Nombre-del-Padre es el padre del Nombre64. De aquí, en el


seminario titulado R.S.I., el 15 de abril de 1975: “La nominación es la única
cosa de la que tenemos la seguridad de que hace agujero.’’
¿Quiere decir esto que el nombre no bastaría, por sí mismo, para hacer
agujero?
No abordaré aquí el estudio del cifrado topológico de esta cuestión. Las cosas
están, en los últimos seminarios, dispersas, incluso en estallido, lo que obliga
al lector verdaderamente a construir la tesis de Lacan; ésta es menos accesible
que nunca a la inmediatez. Ahora bien, nadie, hasta hoy, ha producido esta
construcción y estos últimos seminarios siguen, así, sufriendo una espera.
Sin embargo, las cosas fueron retomadas aquí mismo suficientemente desde
el principio para estar en posición de enmarcar lo que está en juego en esta
continuación. La cuestión no es nada menos que la de saber si es posible
prescindir del significante del Nombre-del-Padre65.
Por haber identificado el inconsciente freudiano como tercera persona, como
un “él” que sería la figura, no delirante sino delirada, donde se focalizaría
tanto como se pueda la tentativa de una domesticación de la persecución
significante Lacan produjo esta formidable conjetura de un inconsciente
no freudiano, de un inconsciente lacaniano67, donde lapersecusión resultaría
sostenerse sin el perchero de una figura del perseguidor. En este punto, lo que
habría podido ser una clínica del pase habría podido renovar la clínica,
analítica, de 1a psicosis, aquella donde la psicosis no deja sin cambios a la
doctrina analítica. Este punto es, en efecto, el que ha sido llamado de la
“destitución subjetiva”, es decir, de algo que sólo podría ser situable más allá
de la despersonalización.
Habría un progreso si prescindiéramos de la hipótesis freudiana, habría una
forma de simplificarla. Pero si la disolución de la E.FJP. forma parte, como
podemos convenir, de la enseñanza de Lacan, ¿acaso no indica, a mínima,
cuán prematura fue esa conjetura? Lacan dice, el 11 de febrero de 1975:

64J. Lacan, R. S. /.. Seminario inédito de! 11-3-1975: "...reduzco el Nombre-del-Padre a su


función radical que es la de dar un n o m b r e . E s t e seminario estudia lo que sería la
identificación del Nombre-del-Padre y del nudo borromeo suponiendo las tres consistencias
desanudadas y planteando al Nombre-del-Padre como cuarta cuerda que viene a anudar
borromeanamente las otras tres. Esta cuarta cuerda es el cifrado lacaniano del padre en Freud.
A partir de esto, la identificación citada más arriba depende del problema topológico de la
reducción de este nudo de cuatro a uno de tres aros de hilo (Cfr. capítulo diez).
65 Cfr. J. Iracnn. Le sinthome, seminario inédito del 13 de abril de 1976: "La hipótesis del
inconsciente tiene su soporte precisamente en el hecho de que este agujerito (se trata del
"verdadero agujero" delimitado por un nudo borromeo de tres como lo que inscribe e!
enunciado de que no hay Otro del Otro) pueda por sí solo proporcionar una ayuda. La hipótesis
del inconsciente, lo subraya Freud. es algo que no se puede sostener más que si suponemos el
Nombre-del-Padre. Suponer el Nombre-tí*}1*Padre, ciertamente, es Dios. Con eso del psico­
análisis, si tiene éxito, prueba que del Nombre-del-Padre podemos también prescindir.
Podemos también prescindir de el, con la condición de servimos de él".
, 66J. Lacan, L'insu que sair de l'une-bévue s'aile á mourre. seminario del 15 de febrero de 1977.
"El o ella, es la tercera persona, es el Otro tal como yo lo defino, es el inconsciente .
67 J. Lacan, Conferencia inédita del 26 de febrero de 1977, en Bruselas.
224 función persecutoria de la letra

“Nuestro imaginario, nuestro simbólico y nuestro real están quizás para


cada uno de nosotros en un estado de suficiente disociación como para que
solamente el Nombre-del-Padre haga nudo borromeo, haga que se manten­
ga junto todo eso.”
Sí la apertura topológica no deja de retomar de cierta manera el spinozismo
de los primeros pasos , Lacan se decide, para terminar, por el retomo a
Freud. Pero “retorno” tiene ahora una connotación de “recaída”. Si la causa
es claramente freudiana, eso no quiere decir que haya sido escuchada y
entendida.

El 20 de noviembre de 1963, en pleno periodo critico para el psicoanálisis en


Francia, cuando está en juego nada menos que la continuación de su
enseñanza, Lacan interrumpe su seminario (“Este seminario será el último
que haré’') titulado Les noms dupére (Los nombres del padre). Podemos leer,
en este último seminario, lo siguiente:
El Otro es el lugar donde eso hablji. De a h í la pregunta: ¿quién, más allá
del que habla en el lugar del Otro y que es el sujeto, quién está ahí, cuya voz
tem a el sujeto cada vez que habla? Es claro que si Freud po n e al mito del
padre en el centro de su doctrina, es en razón de lo inevitable de esta
cuestión. No es menos claro que si toda la teoría y la praxis del análisis se
nos aparecen hoy como en un atasco, es p o r no haberse atrevido, sobre esta
cuestión, a ir mas lejos que Freud.
Esta juntura, que el mito del padre bloquea en Freud, es la misma que es
excavada por lo que la doctrina analítica acepta acoger del campo paranoico
de las psicosis. ¿Se tratará, como algunos parecen invocar hoy, del resurgi­
miento del culto de una primitiva diosa madre? Lacan abrió otra vía al
designar el escrito como jo único susceptible de volver efectiva esta puesta
a prueba.

Que haya “pera?1 (padre) en "perseguidor” delimita lo que:está en juego en


cada análisis como la posible reducción de su nombre al significante
Cualquiera. La interpretación sólo parece delirante por depender del escrito:
cuando está escrito “ya no se puede poder decir por quién fu e pensado eso.
Incluso, en todo lo que está escrito; esto es con lo que ustedes se enfrentan” m.

61J. Lacan, L'insu.... e! 19 de abril de pocas palabras, háy que resaltar ía cuestión de
saber si ^psicoanálisis -íes pido perdón, pido perdón, ai menos a los psicoanalistas- no es lo
que podemos llamar un autismodedos.Hny,cnn todo, una cosaque permite forzar este autísmo,
es justamente que la lengua es un asuntó común y que es justamente allí donde estoy, es decir,
capaz de hacerme oir por todo el mundo aquí, estoes loque garanazaC...) qué el psicoanálisis
no cojee irreductiblemente en ¡o que llamé haca un momento autismo de dos. Además su veta
spinozista, notaremos la sorda ironía de una acerción dirigida a un público que no cesaba de
invalidar ésta aserción.
w 1. Lacan. Ou pire, seminario inédito del 1S de marzo de 1972.
Quinta parte

la letra que sufre demora

¿Introduciría acaso la clínica psicoanalítica -que, antes que nada, es la


clínica de cada psicoanálisis efectivo- la posibilidad de una manera de
prescindir del Nombre-del-Padre diferente de aquella cuyo testimonio es el
psicótico?

Tal es la interrogación en la que desemboca ese recorrido clínico que, desde


los primerísimos pasos del camino abierto p o r Freud (cocainomanía,
histeria), junto con el estudiodel sueño, de lafobia ,delfetichismo, permitió
extraer un modo de la lectura (definido por el tríptico transcripción /
traducción / transliteración) a partir del cual el campo paranoico de las
psicosis ofrecía, puesta al desnudo, la función persecutoria de la letra.

En Lacan, el cifrado de esta cuestión -la consideraremos, no sin razón, la de


la normalidad- es topológico. Pero considerarla como tal no deja de exigir
que se sepa a qué responde ese cifrado. En él mejor de los casos, la lectura
de la topología del borromeo está en sus primeros pasos.

¿Hay otra acogida posible de la función persecutoria de la letra por parte


de un sujeto? ¿Cómo lo abriría a esta acogida un psicoanálisis?

Dicho de otro modo: ¿qué ocurre al final del recorrido de la letra que sufre
demora en la transferencia? Y la discursividad -que es el nombre lacaniano
de la letra que sufre demora cuando constituye lazo social- ¿es acaso el suelo
que conviene, para el "letra p o r letra" donde la función persecutoria de la
letra no llevaría a la psicosis como su atolladero ineludible?
Capítulo nueve

el “engarzam iento 19
de la transferencia*

I. D el acting-out como transferencia


(inhibición, pasaje al acto y análisis)

En una conferencia-debate de noviembre de 1975 en la Yale University,


Lacan afirmaba a propósito de Freud: “Fue mientras escuchaba a las
histéricas cuando leyó que había un inconsciente.” Esta afirmación implica
ciertamente que el inconsciente nombrado así depende de lo escrito, que sus
formaciones (sueño, lapsus, acto fallido) “demuestran su estructura por ser
descifrables” '. Pero la afirmación dice más aún: rechazando la posibilidad
de una writing-cureTindica que hay que leer en lo que se oye. “... lo que se
lee -escribe Lacan en su postfacio redactado para la publicación del libro
XI-:de eso hablo, puesto que lo que digo está consagrado al inconsciente, o
sea a lo que, ante todo, se lee”.
La lengua francesa dispone de una expresión que requiere hacer la diferencia
entre leer (lire) y entender/oír (entendre): “Yo me entiendo bien con...”; la
expresión debe ser tomada literalmente: con X, yo me entiendo/oigo bien
(“me”, es decir: yo mismo). Esto indica que no ocurre tal cosa con la mayoría
de mis compañeros. Ciertamente, con ellos me entiendo, me oigo hablar, en
el sentido de que mi oído percibe, entiende las palabras que digo. Pero, a pesar
de eso, “yo no me entiendo con ellos” en otro sentido de la palabra
“entender”; con ellos -y por una razón que ignoro, aunque esta ignorancia
misma no me impide comprobar el hecho- ocurre que no leo io que les digo.
La posibilidad de leer allí donde eso se entiende, se oye, es tan fundamental
que basta con no tomar en cuenta el hecho para que la práctica analítica se

Véase, más adelante, página 238 de este capítulo.


1J. Lacan, “Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los Ecrits Scilicet 5,
p. 11.
228 la letra que sufre demora

vuelva opaca ipsofacto. Si un análisis consiste en pasar a la cosa.del Otro,


este pasaje no es concebible a menos de admitir que encuentra en la lectura
(en el sentido preciso de desciframiento) su palanca. “Para un ser que puede
leer su huella -o sea lo que Lacan llama “parlétre” (hablaser, ser hablante),
ese ser que, porque habla, puede leer lo que hace huella, y antes que nada en
su palabra- es suficiente con que él pueda reinscribirse en otro lado que allí
de donde la tomó. Esta reinscripción es el lazo que lo hace, a partir de
entonces, dependiente de un Otro cuya estructura no depende de él"2.
Para la lectura de lo que hace huella, la palabra es el trayecto en zig-zag
obligatorio. Así puede entenderse la fórmula expresada precedentemente
(capítulo cuatro, pág. 81): no hay acceso directo al escrito quiere decir que,
sin este zigzagueo, el escrito perdura en la ilegibilidad y, de hecho, simple­
mente no es leído (verdad válida incluso para el discurso matemático).
Trabajar con esto diferencia la posición del analista de la de un Champollion.
Que sea necesario, en lugar de sustraerse a ello, ahondar esta diferencia,
indica que no se tomará este camino si se evita la problemática psicoanalítica
del desciframiento; más bien se trata de cargar las tintas sobre lo que “leer”
quiere decir.
Además, en el análisis, la dificultad de la lectura no es reductible a este
zigzagueo del habla; en efecto, éste se redobla con lo que en la expresión
mencionada se indica justamente con la palabra “con”: yo me entiendo bien
con ... (tú, él e incluso: ello). Ahora bien, ocurre allí algo que realmente hay
que llamar inaudito (es decir no se entiende, no se oye nada): es suficiente
con que yo experimente que con X “me entiendo bien” para que inmediata­
mente, a ese X, yo lo ame. Notar que semejante advenimiento del amor está
de acuerdo con su fundamento en el narcisismo no es suficiente. Además es
* menester articular la relación de este “con X ’ y de lo que se lee en lo que se
entiende - cuando y solamente cuando- estoy con...
Entonces, este capítulo buscará dar razón de esta relación -que la doctrina
psicoanalítica llamó “transferencia”- proponiendo para ella un cifrado que
tenga valor de desciframiento.
Cabe sacar a la luz la manera como la cuestión de la transferencia apareció
en Freud, correlativa con el emplazamiento del dispositivo psicoanalítico
mismo. Sin embargo, si en este primer tiempo la transferencia es descubierta
en su equivalencia con el acting-out (el término de agieren, que hay que
' diferenciar de su traducción por “acting-out”, es el nombre freudiano de esta
equivalencia), ¿cómo desconocer que la equivalencia ha sido señalada sólo
en el aprés coup del retomo aFreud sostenido por Lacan? Aquí será necesario
comenzar por lo que vino después, y puesto que el señalamiento de la

2 J. Lacan. L'envers de la psychanalyse, Seminario del 14 de mayo de 1969.


el "engarzamiento ” de la transferencia 229

equivalencia antedicha pasa, en Lacan, por una diferenciación marcada entre


el acting-out y el pasaje al acto, presentaré en primer lugar esta última
oposición conceptual.
Acting-out y pasaje al acto tienen que ver con un borde; el franqueamiento,
el pasar el límite (extralimitarse) que ellos representan solidifica ese borde.
Pero en silencio: nada que ver con el ruidoso no-franqueamiento instaurado
por el síntoma fóbico, ni siquiera con ese movimiento del prisionero,
respuesta a una prueba lógica donde la certidumbre objetiva que muestra
ocupará el lugar de caución para la salida3. El franqueamiento silencioso del
acting-out o del pasaje al acto carece singularmente de pre-caución. Cierta­
mente eso no garantiza que no tenga consecuencias, molestas la mayoría de
las veces.
A este respecto (en cuanto a la falta de respeto), la lección de Hamlet se revela
como ejemplar. En ese instante decisivo en el cüal, franqueando las luces de
las candilejas, se interna en lo que será necesario nombrar como “la escena
paterna”, Hamlet dice qué silencio es el concomitante al franqueamiento: “It
will not speak, then I will follow it.” No hay retraso en esta decisión,
inmediatamente actuada, de ir a reunirse, en lugar apartado, con su espectral
padre. Sin embargo, los compañeros, Horado y Marcellus, forman una
barrera con sus espadas y sus cuerpos. Más allá de ese límite, el espectro ya
se aleja, llamando a Hamlet; el tiempo apremia: el espectro no subsiste más
que fuera de la luz que pronto llegará con el amanecer. Obscuridad, ausencia
de testigo: se trata de convertir en un conjurado a su hijo. Ni el consejo ni la
fuerza de la amistad llegan a constituir una barrera. Pasando allí el límite,
Hamlet sacrifica, sin interrogarse, su bienestary su vida a lo que él considera
que es su destino. No se da cuenta entonces de que el gesto mismo por el cual
se aparta de sus compañeros es el que hace ocurrir ese destino.
"It will not speak, then I will follow it”', ciertamente, la frase se dirige a sus
compañeros: “Delante de ustedes, no dirá nada; es por-eso que yo iré, a pesar
de vosotros, a un luger apartado con él”. Sin embargo, Hamlet no dice: “Lo
seguiré a fin de escucharlo hablarme”, sino realmente: “El no hablará...” . Ya
su frase ha franqueado lo que lo separa del lugar desde donde lo llama el
espectro; la frase se dirige a él y es respuesta anticipada a lo que, como
demanda, no ha sido formulado aún. ‘T ú no hablarás y por eso mismo te
seguiré; comprueba que éstas no son vanas palabras de mi parte, puesto que
ante ese primer llamado que me diriges, desecho toda preocupación por la
prudencia para ponerme a tu servicio en lo sucesivo.”
¿Qué ocurre con ese no-dicho.inaugural de la tragedia? Lacan, al término del
largo estudio que consagró a Hamlet, observa que, al fin y al cabo, no es

3Alusión al sofisma desarrollado por J. Lacan en “Le temps logique et l’assertion de certitude
unticipée” (El tiempo lógico y la aserción de certidumbre anticipada), Écrits, pp. 197 a 213
(Escritos, trad. de Tomás Segovia, Siglo XXI, México, 10* edición, 1984, pp.187 a 203).
230 la letra que sufre demora

evidente que el rey haya sido ajeno a lo que pretende haber sufrido por el
hecho de la lubricidad y de la astucia de su hermano. ¿Acaso evocaremos la
figura de un rey incapaz de gobernar? Cuáles son, pues, sus faltas, errores y
pecados que han convertido a esta víctima en alguien a quien el cielo condena
“a errar por la noche y a ayunar durante el día en la prisión de las llamas”?
Lo importante es que Hamlet no se plantea la pregunta ni tampoco se la
plantea al espectro. No interroga tampoco al lazo entre lo que fundaría esta
condena y el fin trágico de su padre. Sin embargo, basta con imaginar por un
instante que Hamlet haya estado en posición de abordar estas cuestiones para
concebir que su respuesta al espectro se hubiera encontrado ipso facto
modificada: hubiera interrogado a la enrancia nocturna de esta figura fantas­
magórica, y su intención de hablar sin testigos ya no le hubiera parecido tan
lógica. Desde ese lugar, del cual iba a arrancarlo el amor del padre, habría
podido entonces escuchar lo que era dejado de lado por ese arrancamiento
mismo, habría podido situarse con respecto a las palabras paternas de una
manera tal que ellas lo habrían conducido a hacer otra cosa que no fuera
simplemente tragárselas.
He aquí entonces a Hamlet subido en la escena paterna. Al llamado del
espectro, interesado por la puesta en ejecución de su venganza, pero sin que
se sospeche su demanda, responde en Hamlet la tentativa de restaurar la
figura de un padre ideal; es decir, divinizado, allí donde ese padre, aunque
más no fuera por haberse revelado como mortal, le presentaría esta figura
como justamente aquello de lo que Hamlet tenía que hacer el duelo.
Una vez sellada la complicidad del padre con el hijo, la imagen del espectro
desaparece de la escena. Se produce entonces algo así como un recubrimiento:
la escena, contemplada por los espectadores, deviene escena paterna; de ahí
j en adelante, todo va a jugarse bajo la mirada del espectro que, en la sala, tomó
a su cargo la mirada del espectador. Sólo existe tragedia para él, mirada
espectral, inquisidora, en espera de la consumación de su venganza; y la
continuación sólo aparecerá “trágica” para el espectador en la medida en que
ha adoptado sin darse cuenta el punto de vista del espectro.
Si el franqueamiento por ei> cual Hamlet accede a esta escena ahora
“patemalizada” puede ser señalado como “transferencia paterna”, esa trans­
ferencia se especifica por ser sin análisis; dicho de otro modo, como acting-
out, según la fórmula lacaniana. El “sin análisis” consiste en que a la
aceptación por parte de Hamlet de la acción que su padre le asigna no
responde, en el lugar del Otro, más que esa mirada interesada en la realización
de esa acción.
el "engarzamiento " de la transferencia 231

El que esa mirada haya acaparado en la sala la del espectador es resultado del
juego de Shakespeare, en el sentido de “juego de manos” del hombre de
teatro. Ahora el espectador está aprisionado entre sala y escena. Se puede
encontrar la indicación de que ése es el caso notando hasta qué punto nos
hemos interrogado sobre lo que podría estar en el origen del impedimento en
que se encuentra Hamlet para ejecutar la sentencia paterna. La fuerza, la
insistencia de esta cuestión, coextensiva a la escena trágica, es propia del
interés que le dedicamos. En consecuencia, no se trata tanto de elegir entre
las múltiples respuestas (incluidas las psicoanalíticas) aquella que podría ser
la buena, sino de darse cuenta, en primer lugar, que es la propia cuestión la
que produce el impedimento. La pregunta es su propia respuesta en tanto que
es la pregunta que se plantea el espectro, convertida, sin que él lo sepa en la
del espect(ro)ador. Aquí la inhibición se revela como correlativa del acting-out.
La inhibición es lo que, en el acting-out, rechaza al acting-out, lo que designa,
más allá de la impotencia que aquélla representa, su punto de imposibilidad.
No puedo vengar a mi padre, pues si yo efectuara esta venganza a fin de
sostener la idealidad de su figura, quedaría el hecho de que sería poner esta
venganza en una dependencia con respecto a mi propia aceptación de
ofrecerle mi brazo; ese padre no se habría vengado, entonces, por sí mismo
y así se revelaría a mis ojos como no habiendo tomado a cargo sus propios
asuntos. Dicho de otro modo, desfallecería, al menos en ese punto (pero al-
menos-uno es suficiente para esta clase de desfallecimiento), de esaidealidad
del padre que se revela así a la vez como algo por lo cual acepto consagrarme
a su demanda y aquello por lo que no estoy en condiciones, sin embargo, de
realizarla hasta el fin. El acting-out es acto necesariamente inhibido.
La inhibición es el síntoma del acting-out. He aquí, pues, a Hamlet impedido;
o sea, (Lacan lo ha observado): impedicare, atrapado en la trampa. Será
necesario un nuevo franqueamiento, la introducción de otra escena, de la
escena sobre la escena, para que la trampa en el combate con Laertes aparezca
como tal. Hamlet no sabe que la espada de su adversario está envenenada,
sólo lo sabrá después de haber sido mortalmente herido por ella. Ahora bien,
solamente en ese momento podrá matar a Claudius, el incestuoso, el
fratricida, el usurpador: la desaparición de la inhibición es correlativa de ese
otro franqueamiento. Una vez que Hamlet está muerto, la trampa no actúa
más. El pasaje al acto efectúa lo que el acting-out inhibe. Pero si fue
necesaria esta transformación estructural del pasaje al acto para que Hamlet
alcanzara ese punto donde el amor sacrifica el bienestar del amante a la
satisfacción de la demanda del amado, para que Hamlet dé al espectro la vida
de Claudius, dicho de otra manera: para que le dé lo que no tiene, es que este
amor no podía volverse efectivo más que al precio de la reducción del amante
232 la letra que sufre demora

a esa mirada fundadora del acting-out al cual, en el pasaje al acto, él da


satisfacción, aunque al precio de su propia vida, y este precio vale entonces
como ultimo modo, cuando ningún otro ha sidb posible, de interrogar al padre
y de decirle que no a la vez.
Esta articulación del acting-out y del pasaje al acto no se encuentra en Freud.
Ha sido introducida por Lacan; luego, curiosamente, fue objeto de contrasen­
tidos repetidos. En lo que respecta al término de acting-out, se debe a
Strachey, quien traduce así el agieren freudiano; esta traducción tuvo un
éxito considerable hasta el punto de venir a designar todo comportamiento
llamado “delincuente”. Dado este abuso, no será inoportuno interrogar los
textos de Freud a fin de extraer lo que lo obligó, a partir de su experiencia del
psicoanálisis, a sacar a ía luz este extraño avatar del acto que es el acting-ostt.
El artículo “Rememorar, repetir, perlaborar” de 1914 es a este respecto el
texto capital. Antes que nada se notará, no sin algo de asombro, que ese
articuló se cierra con una referencia a la abreacción (“Abreagieren
•#!)jetív0:dé'14 jttntlgua IS&nica hipnótica, i:é la ojal Freud escribe al comienzo
del artículo que “hay que recordarla siempre de nuevo”. Así, de entrada
aparece que la elección del término agieren en lugar de die Tat que se podía
esperar dé la pluma de un lector de Goethe, es mencionado para evocar la
abreagieren del “feliz” tiempo de la hipnosis. Esto permite exponer aprés-
coup que con la abreacción como objetivo del tratamiento del primer tipo, lo
que se lepedía a la histéricaencuentrasu estatus en elácting-out. De allí viene
esta definición de punto de partida: el acting-out es lo que surge como
problemático del Ctcto cuando el médico renuncia a su demanda de
abreacción.Entonces, el acting-out es correlativo del emplazamiento como
tal de la posición del psicoanalista: no es que no haya acting-out fuera del
análisis, sino más bien constancia de que fue necesario el p$coáná&I$ para
nombrarlo. Debemos precisar él detalle de esta correlación.
Freud distingue tres tiempos en el emplazamiento del dispositivo que da su
posición ai analista. El primero, el de los Estudios sobre la histeria, consistió
en estudiar la hipnosis, no como Bernheim para sugerir al enfermo que
abandone su síntoma, sino para descubrirlos recuerdos que lo han provocado
y producir la descarga emotiva de las tensiones concomitantes. Segunda
demarcación con respecto a la ambición terapéuticc el médico reduce
todavía sus exigencias de noreclamar ya la abreacción, sino simplemente los
hechos que han provocado la neurosis. La importancia de este segundo paso
•consiste en que la abreacción es tanto más radicalmente desechada cuanto
que algo viene en su. lugar; algo que Freud llama “gasto de trabajo”, y es lo
mismo qué el paciente «s invitado a producir concordancia con la regla
fundamental, gasto de las palabras de su libre asociación fuera de toda.
el "engarzamiento ” de la transferencia 233

vigilancia crítica4. En iugar de la abreacción, entonces, un “dispendio” que


es también un dis-pensamiento. Una vez enunciada la regia fundamental, ya
sólo le queda al médico llevar más adelante el movimiento de retiro de su
demanda; éste es el tercer tiempo caracterizado por el hecho de que el médico
ya no reclama de su paciente que éste le cuente los acontecimientos que han
provocado la neurosis. ¿Equivale a decir que con este retroceso llevado tan
lejos como se pueda, el análisis había terminado con la hipnosis?
La respuesta de Freud es sorprendente. Si bien la ruptura con la hipnosis
parece ahora consumada, como lo muestra el empleo del término “nueva
técnica” que viene de su pluma, queda el hecho de que ésta conserva de la
antigua algo que no es despreciable, puesto que se trata nada menos que de
su objetivo (Ziel), su mira. La hipnosis era la vía regia de la rememoración;
el análisis renuncia a la hipnosis, pero conserva el objetivo de larememoración.
¡Es extraño, y hasta paradójico, ver a alguien privarse del martillo para clavar
un clavo! Juzgaremos ei asunto por sus consecuencias.
Freud da testimonio entonces de que se presentan dos casos. Algunos de sus
pacientes se comportan como aquellos para los cuales se empleaba la técnica
hipnótica; rememoran de una manera muy satisfactoria, al punto que Freud
no vacila en decir que, a pesar de que no hace nada de su parte para ello, para
esos pacientes ¡el psicoanalista encarna todavía la figura del hipnotizador!
Pero llega un momento en que la rememoración fracasa. Pasan a integrar
entonces el segundo grupo de pacientes que no rememoran lo olvidado o lo
reprimido, sino que lo reproducen como “agieren”, cosa que Strachey
traduce: “but acts it ouf’. El agieren es lo que, del campo del hacer (die Tat)
se encuentra determinado por el fracaso de la rememoración. La fórmula
vale para la transferencia (los ejemplos dados por Freud lo testimonian) y
también para el acting out. El agieren así circunscrito es lo que produce
equivalencia de uno con el otro.
Entonces, ¿qué es lo que constituye la dificultad del rememorar? Freud, en
la primera edición de este artículo, aborda esta cuestión en tipografía más
pequeña; es una manera de señalar que se ve llevado aquí a introducir algo
totalmente nuevo5. Esa apertura de caminos se traza con una doble compro­
bación.
Primera proposición: se olvida mucho menos de lo que se cree olvidar. Los
hechos son casi siempre conocidos por el sujeto, pero antes dé que los
rememore, se encuentran como bloqueados, mudos , aislados tanto de lo que
los ha producido como de sus consecuencias; no constituyen acontecimiento.
Entonces, están excluidos no tanto de la memoria como de la existencia del

4 "Durch den Arbeitaufwand", escribe Freud. Se puede leer allí la primera inscripción del
"durcharbeiten" que Freud introduce en ese texto y del cual dice que hace la diferencia entre
, el tratamiento analítico y el tratamiento por sugestión.
5Se podía hacer una objeción evocando el Proyecto. Pero, ¿Quién había leído el Proyecto en
1914?
íu mira que sujre üemora

sujeto. Es difícil no entender aquí el rememorar como lectura; no se trata de


recordar lo que habría estado sumergido sino de leer lo que está allí y que,
sin embargo, no ex-siste, por no ser leído. Freud señala la nota de decepción
que espera al paciente cuando se compromete en ese trabajo de lectura. Pero,
¿decepción con relación a qué? Con relación a su espera de encontrar en el
análisis una reminiscencia que, hablando con propiedad, -eigentlich- sea'una
reminiscencia. Sólo la histérica, escribe humorísticamente Freud, estará
satisfecha en ese plano, rasgo de humor en efecto, pues al olvido al cual ella
dice que debe enfrentarse, Freud le dio el nombre de represión, o sea lo
contrario exacto del olvido.
Segunda comprobación: en el análisis ocurre que sea rememorado lo que no
ha sido sabido y por lo tanto no ha podido ser olvidado. Es la lección del
obsesivo a propósito de la cual Fréud declara que es lo mismo, para el trabajo
del rememorar, que los actos internos (cíerAkt) hayan sido durante un tiempo
concientes o que no lo hayan sidcrjamás.
Todavía más extraño es un tercer orden de fenómenos que se debe poner en
el legajo del rememorar. Se trata de ciertos acontecimientos de ía tierna
infancia cuya ocurrencia está establecida en el análisis con una completa
certidumbre, mientras que el sujeto, después del análisis, persiste en no
recordarlos. No obstante, la existencia de la neurosis es suficiente para
admitir la efectividad de esos acontecimientos.
Se ve que la manera como Freud aborda la cuestión del rememorar evoca el
tipo de argumentación cuyo paradigma dio con el ejemplo del caldero
agujereado. Cuatro proposiciones son desarrolladas aquí:
1° Nada de lo que ha sido experimentado es olvidado.
2o Uno rememora lo que jamás ha sido olvidado.
3o No se rememora de la misma manera lo que ha sido olvidado y lo que no
lo ha sido.
4o Se rememora lo que permanece olvidado incluso después de haberlo
rememorado.
Realmente hay que sacar 1$. conclusión: el “rememorár” freudiano
estatutariamente no tiene ninguna relación con el olvido.
Es decir que la dificultad, aunque también la novedad, del camino abierto por
Freud consiste en el hecho de que el concepto de la rememoración difiere del
de la reminiscencia.
Encontraremos-una confirmación de esto si nos referimos por un instante al
el "engarzamiento ” de la transferencia 235

texto del Menón. El episodio llamado del torpedo (vaoxT| narké) designa la
operación de la reminiscencia como agieren , haciendo resaltar que no accede
a la efectividad sino pasando por ese entumecimiento (vocoxT): es el mismo
término) que es constitutivo de la transferencia -sin análisis- con Sócrates. La
reminiscencia es una narco-mnesia. El rechazo a la puesta enjuego inmedia­
ta del narcótico en lugar de la demanda del médico tiene entonces como
efecto separar reminiscencia y rememoración. La operación de ese rechazo
no deja, sin embargo, de tener un resto ya que el “rememorar” freudiano, por
no confundirse más con la reminiscencia, tiene que vérselas ahora con lo que
la sostenía y que escapaba así necesariamente a sus redes. Con lo que se
esclarece el hecho de que la técnica hipnótica no podía de ninguna manera
plantear la cuestión del agieren (ya sea transferencia o acting-out):era el
acting-out el que la sostenía.
Una vez evacuado el obstáculo constituido por la demanda del médico, el
agieren es lo que, de la hipnosis, retoma en el rememorar. Que esto pueda
ahora ser nombrado no constituye un resultado pequeño. Sin embargo, la
nominación no arregla esta cuestión. Más bien, como toda nominación que
se respete, la plantea. Y el obstáculo muestra todavía su presencia.
¿Intentará, acaso, el médico intervenir con el fin de invitar al paciente a
proseguir en la vía del rememorar, e incluso con el fin de interpretar el
agieren ?Tendrá, en ese caso, como Freud lo escribe en Análisis terminable
e interminable, la impresión, “no de haber trabajado en la arcilla, sino de
haber escrito en el agua”. Aparece entonces de entrada que tiene poca
posibilidad de elegir; le es necesario admitir que el “dejar repetirse” bajo la
forma del agieren toma, en el análisis, el lugar del “dejar rememorar” del
tratamiento hipnótico6.
El “dejar repetirse” le da miedo al médico. Divierte leer los consejos dados
a los jóvenes analistas por clínicos a quienes se supone experimentados:
¡Sobre todo -enseñan- no dejen desarrollarse la transferencia negativa! Al
menor signo de transferencia negativa, interprete, en otras palabras (pues tal
es la concepción sobre la interpretación puesta enjuego aquí) haga saber a
su paciente que de hecho no es usted a quien apunta sino... á su papá, su mamá
o incluso su prima hermana; si usted no procede así va a la catástrofe, dicho
de otro modo (pues tal es la concepción sobre la catástrofe puesta en juego
aquí) usted no será ya el amo de la situación. Se nota que tales consejos
reintroducen la demanda del médico; y lo que se llama “interpretación de la
transferencia” no es entonces sino la formulación al paciente de una demanda
de no comprometerse más adelante en la vía de la transferencia. Uno se
prohibe con esto la localización de la inhibición correlativa con el agieren,
ya que esta inhibición es tanto más manifiesta cuanto más se precipita el

6S. Freud, C. W., tomo X, "Erinnern, W iderholen une Durcharbeiten", p.131. (S. Freud, O bra*
completas, Ed. Am orraría, Buenos A ires, 1980, Tom o XII, p. 153).
ux leira que sujre demora

sujeto en este modo del repetir. Pero nos privamos además de los medios para
intervenir sobre aquello para lo que somos consultados, pues la neurosis, por
su parte, no vacila en llevar mucho más allá el asunto, en empujar más allá
el bochín, para decirlo en términos del juego de bochas. Así, gracias a los
buenos oficios de algunos “mayores”, se ve a veces al analista prohibirse sólo
por él mismo.
La expresión de esta interdicción puede formularse así: yo no soy el que usted
cree. Este rechazo de la transferencia hipoteca todo lo que, desde el lugar del
Otro, puede retomar al analizante. En francés hay un matiz que es difícil
traducir, pero que también en español está subyacente, en la siguiente
situación: una joven francesa dice7 a su amigo: “Je ne compte pas sur toi, je
compte avec to í\ es decir: “No cuento sobre ti (literalmente: sur toi), cuento
contigo (literalmente: avec toi)”, ¿Cómo entenderme bien en adelante con
quien desconoce que no puedo entenderme más que con... él? No hay en esto
ninguna ilusión sino más bien una creencia, o sea el movimiento por el cual
nos dirigimos a algo en tanto es susceptible de hablamos. Esta definición
lacaniana de la creencia permite formular los efectos de su denuncia. El
analista que se sustrae a las consecuencias de su acto en tanto éste reclama
de él que acepte ser allí el soporte de la transferencia, desiste al mismo tiempo
al plano de la palabra, ya que es de allí precisamente de donde es esperada una
palabra que tuviera función de lectura.

II. Nadie puede ser tu es (tú eres, tué\ matado) in absentia


Nos vemos llevados a situar no la transferencia sino la relación de la
transferencia con el análisis.
Para hacerlo retomaré un procedimientopuesto en práctica una primera vez
aquí mismo, en el capítulo tres, donde fue desarrollada, a prepósito del sueño,
una secuencia (incidente de la víspera - sueño - interpretación del sueño por
el chiste) que era necesario tomar en cuenta para poner a la luz la lectura que
efectúa el sueño. Ahora, otra vez, deberá ser presentada una secuencia para
el estudio de la relación transferencia/análisis, o sea algo que se puede
nombrar también, con Lacan, un ‘¿recorrido subjetivo”.
' Tal recorrido es a veces localizable en el lugar mismo del sueño. Es por lo que
me apoyaré de entrada sobre el sueño llamado de “la inyección hecha a Irma”
para mostrar eso, en primer lugar.
"Es sorprendente que la interpretación propuesta por Lacan para ese sueño
inaugural mantenga la contradicción que un lector desconfiado sería condu­
cido a querer eliminar. El análisis no tiene nada que ver con una “filosofía de

7 En Sauve qui peut la vie... de J. L. Godard.


el "engarzamiento " de la transferencia 237

!a sóspeeba”j por más que deba, poreste fteebo. privarsc de la dicha de ver-
andar d&a®tgb¿ a Marx, Ffeud y Nietitóhe. Lacóntradicék5¡i|j en el punto dé;
partida, de 1a susodicha sospecha, correspondeal hecho de que.por una parte,:
Freud .afirinaque el sueño realiza el déséódé no ser responsable de la
enfermedad persistente de Irma, deseo manifiestamente preconsciente, pero
ese estatus preconsciente no le impide, por otra p&te, extraer del análisis de
este sueño la certidumbre de su teoría del sueño como real ización de un deseo
inconseíentc.Lo$maliciosos(lQSdescQníIadoslason).C0nctoyéndéelldqtíe
Freud no nos ha dicho todo *® no lo esfiotíde por; otra parte- y se encuenfran
así remitidos a lo indefinido de las investigaciones psico-biográficas. Al
hacer esto, deniegan que Freud dé este saeSo y esta interpretación como
prueba de su :teoría. Lá ünica léctiBa rjgtirosa es entonces aquella que,' sin
preSaponerque étdiscúrsotéódtW de Ffeudsea del orden de un mctalenguaje,
admite que el caracter probatorio de este sueñoes su ittterpretacidn. '
Ahora bien, este sueño se caracteriza por implicar dos momentos separados
por un instante de prisa -"Llamo rápidamente ¿l doctor M ”- que se produce
justo después de que el enfrentamiento dual con Irma alcanzara ei insopor­
table punto de angustia -pero justamettte¿ en éste caso, resulta que ftie
soportado; no ha habido despertar- para abrir luego It otra fase dondé ya no
se trata de confrontación imaginariardonde,pOfiellíamado alcongresodetós
sabios, “la incromtsió'a de los sujetos* (Lacan) se ordena en torno de la
fórmula alucinada de Íatrirrietilantína. Si entonces Frendestá autorizado para
admitir que ese sueño realizaba una efectiva disolución de su culpabilidad,
esto no puede entenderse y no toma su alcance verdadero sino ,áí ser referido
a éste orden de jjanqueamiento(íivvetáo de aqu él por ei cual H&mlettfeñe
acceso a la escena paterna), gracias ^ cuál pudo, retroactivsmente, admitir
el hecho de lá ilusión hájüta entonces mantenida de estar él mismo algo
vinculado en un asunto donde no se trataba más que de sti sdmstímiéRto al
.significante temario de la fórmula de la trimetilamina. Stichfierifcerg: HQue se
sueñen tantos cosas locan no me asombra, lo que me asombra es que se crea
Ser aquel que haceypiéñsatQdasesascos&s”^. ■.
Fue entonces necesario que el enfrentamiento narcisista, en un tiempo
primero, aléan2ara esepuhio dé añgtistóá en que Freud, horrorizado, mita
esas masas de carne blanquecina en el fondo de la garganta de Irma, para que
después, y solamente despoés. vinieraalaluzláfónnula de la trimeülamina.
Ahora bien, una secuencia semejante se encuentra én la experienóadefe
transferencia. Se puede comprobar, en efecto, queesunavezfranqu®®dGsl
tiempo en que cl agieren se manifiesta con un máximo de agudeza
(franqueamiento qufe no es efectivo stás <¡ue acóndiciÓn de quee¡ agieren
‘ e ncuentre departedél pskioan alista unsigno dec o nfirmHción)cUaf3doetíu n

*Lichtenberg, Apkorismes, p. 1SI.


m icuu que sujre aemora

tiempo segundo puede ser publicada una palabra que permaneció hasta
entonces en el estatus, estimable neuróticamente, de lo inédito. Yo nombro
al primer tiempo de esta secuencia el poner de relieve de la transferencia, que
dicho en francés, le monter en épingle du transferí, connota además lo que
tiene de engarzamiento, como el de una piedra preciosa en un alfiler de
corbata. Es el tiempo de la equivalencia, en el agieren, de la transferencia y
del acting-out o también, para decirlo de otra manera, una retoma de esta
necesidad muchas veces destacada por Freud con la afirmación de que “nadie
puede ser tué, matado (que se debe escribir igualmente tu es, tu eres) in
absentia aut in effigie”.
Llamar a esto el engarzamiento de la transferencia designa que está aquí en
acción una intención; pero también es, avanzando más, indicar que esta
intención no tiene alcances sino a partir de sus efectos en el lugar del Otro y,
entonces, que sus consecuencias (lo que se llama “análisis de la transferen­
cia” donde se separan transferencia y acting-out) están bajo la dependencia
de lo que vuelve al sujeto desde ese lugar del Otro. Digo que es esperado aquí
un signo de confirmación del agieren, que está allí la condición para que sea
franqueada al revés la rampa del agieren con la puesta a la luz -que sella ese
franqueamiento- del significante que no cesaba, en el agieren, de no
escribirse bajo el modo del rememorar freudiano.
Propondré ahora un cifrado susceptible de escribir los diferentes tiempos de
ese recorrido subjetivo, ó sea, principalmente, de ¡acondiciónde posibilidad,
del lado del psicoanalista, de la operación de disyunción de la transferencia
y del acting-out.
Por haber introducido, hace poco, el término “intención”, partiré de su
opuesto que es él puro azar, para proponer luego una transliteración del
esquema L en el lenguaje de lo que los Escritos nombran la “cadena L”,
haciendo la apuesta de que poner en correspondencia una estructura sincró-
nicameníe regulada y una serie sintácticamente ordenada podrá producir una
escritura de lo que implica, del lado del psicoanalista, el engarzamiento de la
transferencia. Que haya aquí además, unaexplicitación ejemplar del lazo de
k letra Con la transliteración merecerá ser subrayado, cuando llegue el
momento.
La cadena L es un dispositivo de registro de jugadas tiradas estrictamente al
azar. Si: se define la sintaxis como el conjuntó' de las reglas que fijan las
condiciones del registro de los términos, esto no quiere decir que esta sintaxis
no intervenga en la determinación de las jugadas. Estas jugadas, qug
podemos imaginar como de cara ó cruz, son transctjptas primero “+” o
según el caso. Nada es localizable, a este nivel, del efecto sintáctico. La
ei “engarzamiento" de la transferencia 239

secuencia de + y de tal cual, no permite decir nada de la apuesta, de la


notación. Tal deja de ser el caso, en cambio, si se reagrupa de a tres cada uno
de lósíéntíinosde ía serie que, a partir del tercero, se termina en cadajugada.
EstS Segunda escritura Se presenta como: un nuevo alfabeto cuyos términos,
si bien recubren el conjunto de las posibilidades dé sucesión, no son sin
embargo definidos, sin arbitrariedad. Se los. escoge en número de tres, y se
escribe:
lá simetría de la constancia: o sea +4-+ y
la disimetría: o sea + - -t - - - + -y + + -: (2.)
Si simetría ¡de la.alternaaeia: o sea' + * + y - + -; (3)
Ahora fetén, con esta sintaxis nueva aparecen unas imposibilidades de
sücftsííp: el que siga a un (3) no será en ningún caso un.(lkei4jM£ siga á un
(l) jamás será un (3). Reproduzco sepila jjsd de posibiíidaíé.s e icijpisibili-*
dades de sucesión presentada en los Escritos, página 4 1 9. • •

No es necesario proseguir más adelante con el cifrad© para ááMÍíir®oraqüé


no hay ley de sucesión -y por lo tanto no hay imposibilidad locaiizabie- sino
con ta transiiteMeién'de lo que es transcripto primero. La escritura de ía ley í
exige la transliteración en otx&^s^tüT&G#p<$s términos está»prMMsamenie.
definidos por una convención que es. esa convención misma, la regia de la
transUtemcüM. Esta solidaridad defa creación -con ía transliteración- de los
símbolos como tales y de ia escritura de la !ey es un íffgumesto ea au opinión
decisivo que justifica la pertíaeseSiade la distinción introducida aguí de la,
■transcripción -y 1$.'tránsitÉriglón, ”
Estaprimera transliteración tiéneiSinembargOi el iiicóS^enieníBíde introdu­
cir ufáálsparidad en !a probabilidad de aparición de los trésitjíiísótos .puestos
;©*l.jWpi|."pa que la profe^lidad atribuible Él (2J ss igual a la áte! ( l) más la
9 S e replicará interrogando: ¿no viene a ser esto ord en ar el az ar? Y bien, no.¡5ea el caso de la
exclusión de! (1) a partir del (3). Si se considera el (3) q ue se term ina después de una serie +
- -r. eü azar dará luego ya sea + y se tendrá entonces un (2), o b ien - y se je n d rá entonces un (3),
aquel que escribe la serie - + - Se nota aquí que se hubiese p o d id o p a ra r tam bién de esta serie
para ia m ism a dem ostración.
del (3). Ahora bien, el efecto sintáctico será tanto más puram ente m anifiesto
en la m edida en que a cada uno de los términos esté ligada la m ism a
probabilidad de aparición. Para satisfacer a esta exigencia suplementaria, se
introducirá una nueva sintaxis em plazada por una segunda transliteración. Se
anotará entonces:
a la conjunción de una sim etría y de una simetría, o sea:
(l)-(l), (3)-(3), (3 ) - ( l ) y ( l ) - (3)
P la conjunción de una sim etría y una disim etría, o sea:
(1 )-(2 )y (3 )-(2 )
y la conjunción de una disim etría y de una disimetría, o sea:
(2) - (2 )
8 la conjunción de una disim etría y de una sim etría, o sea:
(2) - (1) y (2) - (3).
L a nueva sintaxis está completam ente definida pues perm ite transliterar a
ciegas una serie cualquiera de (1) (2) (3) tom ando en cuenta en ésta serie un
prim er y un tercer térm ino, jugando el térm ino siguiente jugará entonces
como tercero para una m arca siguiente. Se escribirá, por ejemplo:

(2) (2) (1) (1) (1) (2) (3) (2) (2) (3) (3) (2) (1) . . .

85 a Pa yp 8 8 p a ...
E sta segunda transliteración, como la precedente y por las m ismas razones,
perm ite escribir una ley de las exclusiones que es dada en los Escritos bajo
la form a de un “repartitorio” . A quí tenem os otra presentación:

a o -> permiten n e y excluyen -> y 5


r aPy5
y P -> perm iten y excluyen -> a P

1er tiem po 2° tiempo 3° tiempo

El interés de esta presentación en un repartitorio corresponde al hecho de que


perm ite leer que ia ligazón así establecida no es reversible (del hecho de
poner a o 8 en posición de tercer tiempo, no se puede extraer la conclusión
de la presencia de a ó B en el prim er tiempo, consideración que vale
igualm ente para los términos de la tin e a de abajo) sino retroactiva (si a ó p
están en posición tercera, se puede sacar la conclusión de la presentación de
a ó 8 en el prim er tiempo).

Si se quiere evaluar, entonces, en una secuencia tan reducida como sea


posible la im portancia de las exclusiones debidas solamente al hecho
sintáctico, será necesario, para hacer ju g a r la ley de las exclusiones tanto en
el "ensañam iento" de la transferencia 241

el sentido de la serie como en el sentido retroactivo, tomar en cuenta a l menos


cuatro tiempos. Esta cifra “cuatro” indica ya que nos dirigim os hacia un
“parentesco” 10 entre cadena L y esquema L.

¿Cóm o se ordenan, en cuatro tiempos, las exclusiones? Dado uno cualquiera


de los cuatro términos en el tiempo uno, cualquiera de ellos puede aparecer
en el tiempo cuatro. Hay entonces dieciséis posibilidades dentro de las cuales
es fácil definir, para cada una de ellas, los términos excluidos en los tiempos
dos y tres. Sea por ejemplo a y y respectivam ente en los tiempos uno y cuatro,
a en el tiempo uno excluye y y 8 en el tres; por otro lado, y esto es un lazo
retroactivo, y en el cuatro excluye a y 5 en el dos. Hay entoces un término
- 8 - excluido a la vez en los tiempos dos y tres mientras que óc está excluido
en el dos y y e n el tres.
Cuando consideramos las 16 posibilidades desde el punto de vista de los
térm inos excluidos, podem os verificar que ellas se agrupan en cuatro veces
cuatro pares y cada uno de esos grupos de cuatro pares de términos extremos
da las mismas exclusiones en los tiempos dos y tres. Asi, para el ejemplo dado
m ás arriba, nada cam biaría en cuanto a las exclusiones si se reemplazase, en
el tiempo uno, a por 8 o también, en ei tiempo cuatro, y por 5. L a cosa aparece
con simplem ente consultar el repartitorio. Se pueden así reagrupar las
exclusiones en cuatro veces cuatro pares de términos extremos:

a y a (3 y a P y

a 5 5 5 Y P a P P 5 a

5 y a y 5 a P 5 Y P y a y 5 § p
J *
6 5 a a P P y y
extr. excl. extr. excl. extr. excl. extr. excl.

Tabla I Tabla III Tabla II Tabla IV

Q O Q O

extr. = términos extremos,


excl. = términos excluidos.

Es oportuno com parar estos cuadros con los cuadros O y D. presentados por
Lacan en ia página 43 de los Escritos. Para facilitar esta comparación,
reproduzco aquí esos dos cuadros:

10J. Lacan, Écrits, p.54 {Escritos, p.47).


la letra que sufre demora

a —^5—*5— y—-p—-p—-a 8—-a—-a—»P—*y— y—*5

5 P y a
a y y a p 5 8

CuadroQ Cuadro O

Surgen, de esta comparación, una comprobación y una pregunta. Se nota,


primero, que los cuadros O y f i inscriben el conjunto de las cuatro figuras
posibles de la exclusión. Pero Lacan, por una parte, reagrupa esas cuatro
figuras en dos cuadros y, por otra parte, escoge, en su presentación, entre las
cuatro posibilidades que son ofrecidas cada vez para designar el primer y el
cuarto término de cada figura, no cualquiera, sino muy precisamente, y las
cuatro veces, aquella que corresponde a un redoblamiento de los términos
excluidos en los tiempos segundo y tercero. Este redoblamiento es directo en
el nivel del cuadro O y cruzado en el cuadro O. ¿Por qué razón una elección
tan particular?
La respuesta depende de la pregunta misma, o sea del término “redoblamiento”
que ella destaca. Esta presentación, dicho de otro modo, señala y subraya a
la vez una pregunta planteada a la cadena: ¿Qué responderá ésta si, en una
secuencia mínima de cuatro tiempos se le pide hacer de manera de realizar
la citada secuencia de manera que haya redoblamiento de los términos
extremos y medios? Los cuadros escriben la respuesta que, aunque no sea
ambigua o evasiva, es, sin embargo, “sí” y “no”. “S f’: un redoblamiento
como este puede escribirse cuando el par de los términos que se redoblan
figura en los dos grupos metonímicamente representados por el cuadro O
(Cuadros 133 y IV de la presentación completa) ya que, en este caso, la
exclusión es cruzada; y “no”, cuando se trata del cuadro £2 (cuadros I y II)
donde la exclusión es directa. Los cuadros O y Í2 tienen por lo tanto un valor
discriminatorio en cuanto a la posibilidad o la imposibilidad del
redoblamiento. Así, por ejemplo, a a a a (O III) o y y y y (O IV) están
permitidos mientras que P ¡3 p j3 (Q II) y 5 8 5 8 (Q. I) son imposibles.
Tenemos, entonces, que a la probabilidad igual de aparición de cada uno de
los cuatro términos de la cadena responde, por el solo hecho de la elección
de una sintaxis para la transliteración, una disparidad, una suerte diferente
reservada a los a y y a los p 8. Se puede hacer notorio esto al destacar que
los a y los y pueden, cada uno por separado, constituir indefinidamente el
conjunto de la cadena mientras que la sucesión de los P 8 es más compleja.
el "engarzamiento " de la transferencia 243

Después de dos (3 que pueden sucederse inmediatamente, está excluido que


venga un tercer (3 salvo si un 5 viene a abrir esta posibilidad.
Reclamar el redoblamiento de los términos extremos y medios equivale a
demandar a la cadena que realice una primera aproximación con el esquema
L. Se trata de escribir, en los cuatro tiempos encadenados, los acoplamientos
dados con los cuatro términos del esquema: el redoblamiento inscribe los
paresS -m y a-A .Sinem bargo este parentesco permanece incompleto pues
rechaza, en el lugar de la cadena, el par imaginario a a’. Para escribir este
acoplamiento, sería necesario que una misma letra venga, en la cadena, en
posición dos y tres. ¿Es posible pedirle que satisfaga esta exigencia suple­
mentaria?
Hemos visto ya que solamente los ocho pares de extremos dados en el cuadro
O autorizaban el redoblamiento. Si queremos ahora escribir términos medios
idénticos, esos ocho pares se reducen a dos: cca y yy. a a a a y Yyyy quedan
como los únicos posibles. La razón de ello está- dada en el cuadro siguiente,
que es la respuesta de la cadena cuando se le pregunta cómo se comporta ella
cuando los tiempos dos y tres son ocupados por una misma letra. Como la
batería de las letras está limitada a cuatro, no hay, entonces, más que cuatro
posibilidades:

Tiempo UNO Tiempo DOS Tiempo TRES Tiempo CUATRO Resultados

Términos Escritiira del Términos


excluidos por par imaginario a-a' excluidos por el
el tiempo tres tiempo dos
P y a a Y 8 a a a a
P Y p P P a imposible
a 5 Y Y a P Y Y Y Y
a 5 5 6 y 5 imposible

La respuesta de la cadena presenta un aspecto “más claro que el agua”, tal que
no se ve aquí lo que se podría ganar transliterando de esta manera el esquema
L en cadena L. No queda, entonces, más que reconsiderar los datos
planteados al comienzo de esta tentativa para ver si un resultado más
productivo puede obtenerse modificando, incluso haciendo explotar, una de
las exigencias. Sabemos ahora que si queremos transliterar los cuatro
términos del esquema en cuatro lugares dados por los cuatro tiempos
escogidos como mínimo, obtenemos ó 4 a ó 4 y, y que estas series dan largas
al asunto. Por eso, ya no nos vamos a limitar a cuatro tiempos; dicho de otro
modo, a mantener la exigencia de Sa repetición, sino que esta vez la vamos
a poner a actuar ya no a partir de las a y , que eran las únicas posibles (Cuadro
íu miru que sujre üemora

O) cuando nos limitábamos al mínimo de cuatro, sino con ¡as 86. En efecto,
el fracaso del primer intento no fue totalmente en vano, porque desunió estos
dos pares de letras enseñando que se comportaban de manera diferente con
respecto ai redoblamiento.
El paso que debemos dar ahora corresponde al reinicio de la obra de la cadena
L por Lacan en 1966 con ocasión de la publicación de los Escritos. Este
suplemento -titulado “Paréntesis de los paréntesis”-, un nombre del
redoblamiento, no ha sido casi leído hasta ahora. Debe incluirse, en esa
atestiguación, ese filósofo que presentó una crítica del Seminario de la carta
robada, sin tomar en cuenta la elaboración de la cadena L con respecto a la
cual el “seminario”, se dice en los Escritos, no tiene sin embargo otro valor
que el de un simple “refinamiento” 11. Es cierto que, sosteniendo la tesis según
la cual la letra es infinitamente fragmentable, hubiera sido delicado producir
una demostración de ello a propósito del a y 8. No deja de tener coherencia
que la interpretación que resulta del cuento de Poe reduzca su alcance a un
juego “de identificación rival y dúplice de los hermanos” 1:. Por'esto
encuentra su confirmación el argumento del seminario que indica que no hay
otra posible salida dei callejón imaginario que tomar en cuenta la función de
la letra que sufre demora porque ella es laque ordena la posición de los sujetos
en la repetición.
De hecho, la objeción que concierne al estatus de la letra no era nueva. Había
tenido su precedente durante ei seminario del 20 de marzo de 1957, cuando
acababa de publicarse, en 1a revista Lapsychanalyse (n°. 2), el texto sobre La
carta robada. Tras haberlo conocido, en esta ocasión, uno de los participan­
tes objetó a Lacan que esta demostración del lazo esencial de la memoria y
de la ley sintáctica estaba manchada, si no es que privada de su válor de
prueba, por un vicio de partida que consistía en la definición, no unívoca
desde el comienzo, de los términos que están en juego. Así, la elaboración
de la cadena en 1966 aparece como la prolongación de la respuesta dada ese
20 de marzo de 1957, respuesta que es oportuno estudiar de cerca.
Esta respuesta admite, ante todo, el carácter fundado de la observación sobre
la que se apoya la objeción. Basta, en efecto, con escribir con la ayuda de un
grafo 13 el conjunto de las posibilidades de sucesión -este grafo. es lo que la
teoría de los autómatas designa como “formulación gráfica de las instruccio­
nes”- para que aparezca la necesidad de escribir en dos lugares diférentes
cada una de las letras. Así, la ^ a la que la sucesión de las jugadas accede ya
sea después de una 8, ya sea después de una a , no tiene el mismo valor
■sintáctico que esa otra P que sólo puede estar precedida por una 6 o una y y
seguida por una y o una 8, a pesar de que las dos conjugan efectivamente,

11 J. Lacan, Écrits, p. 42. (Escritos, p.35)


12 i. Derrida, La carie póstale, Ed. Flammarion, 1980, pp. 521 y 523, donde el cuento es
identificado como "una guerra doblemente confraterna!". (Hay edición en español: La tarjeta
postal. De Freud a Lacan y más allá, Trad. T. Segovia, Ed. Siglo XXI, México, 1986).
13 Este gralSpstá dado en nota en ios Écrits, en ia página 57. (Escritos, p.50).
el "engarzamiento '* de la transferencia 245

según la definición de partida, una simetría y una disimetría. Esta definición


no deja entonces de ser equívoca y la observación se prolonga, lógicamente,
en la proposición de disipar este equívoco distinguiendo, por medio de un
signo especial, dos tipos de P: así, escribiríamos ¡3 y (3\ Ciertamente,
tendríamos que generalizar esta operación para cada una de las otras letras
que también aparecen dos veces en el grafo de las instrucciones. Pero
entonces, nada indica que el primo tendría el mismo valor distintivo cuando
viene a marcar a , P, y ó 5, que no cargaría también él con el peso de este
equívoco que queríamos expulsar definitivamente. De ahí a pretender poner
en juego ya no cuatro sino ocho letras, no hay más que un paso, del que
podemos preguntamos, con todo, si efectivamente daría esa univocidad de
cada una de las letras que buscamos garantizar.
Esta discusión es fundamental pues se refiere a lo que ocurre, en cuanto al
estatus de la letra, con la transliteración. Ahora bien, la sintaxis de las a ¡3
y 8 se obtiene, tras una primera transcripción de la serie al azar, con dos
transliteraciones; dado que una sola basta para eso, la discusión ganará
simplicidad una vez que se haya retomado en el nivel de la primera sintaxis
producida por una transliteración, dicho de otro modo, la de los (1) (2) (3).
El grafo de las instrucciones que le corresponde (pag. 239) permite ver que
hay dos tipos de (2), de la misma manera que había dos tipos de 0: el (2) que
llamaré, por comodidad y sin juego de palabras, “de arriba” (du haut: dúo),
que sólo puede aparecer en la cadena después de un (1) o un (2) “de abajo”,
y que no estará seguido por otra cosa que un (2) “de abajo” o un (3) y el (2)
“de abajo”, que sólo viene en la cadena después de un (2) “de arriba” o un (3)
y sólo estará seguido por un (2) “de arriba” o un (1). ¿Por qué entonces no
usar dos marcas diferentespara eliminar el equívoco de este (2)? La pregunta
es tanto más legítima cuanto que estos dos (2) “de arriba” tienen, cada uno,
correspondientes definidos y, por io tanto, caracterizables en 1a serie de los
+ El lector verificará que al (2) “de arriba” le corresponden úuíccj nente las
dos disimetrías que se escriben + + - o — Las otras dos disimetrías, es decir,
H o - + +, no son transliterables más que con el (2) “de abajo”. Este se
caracteriza, entonces por el hecho de que el término repetido (ya sea + o -)
está, en la serie de los tres, en segunda y tercera posición, mientras que están
en primera y segunda posición cuando se trata del (2) “de arriba”. Escribir
las cuatro disimetrías simplemente con (2), equivale entonces a no tomar en
cuenta esta diferencia. »
Conviene notar que el carácter equívoco de la letra no está ligado
específicamente con el (2) y que, con respecto a esto, el grafo es engañoso;
hay también, si lo miramos con atención, dos tipos de (1) y dos tipos de (3).
Bastará indicar la cosa con un ejemplo; si una serie de (2) sigue a un (1) que
246 la letra que sufre demora

se escribe + + + y continúa con un (3), este (3) sólo podrá ser el que
corresponde a la serie + - + cuando el número de (2) incluidos entre (1) y (3)
sea igual a 1 5 9 13 17...etc., mientras que para la otra serie de número?
impares (3 7 11 15 19...etc.), este (3) deberá escribirse necesariamente - +
Esta regia se invierte si partimos de un (1) escrito — .
La caza del equívoco literal conduce así a reconsiderar las definiciones de
partida, a proponer un nuevo alfabeto compuesto y a no por tres, sino por ocho
letras: dos letras para el (1), dos para el (3) y cuatro letras para el (2).
Escribiríamos así:
a: + + +
}(D
b : ------
c: + - +
}(3 )
d: - + -
e: + - -
f: - + +
g: - - + . ( 2)
h: + + -
¿Habremos puesto con esto un dique al equívoco? El grafo de las instruccio­
nes que escribe las sucesiones posibles dé las abc...h presenta efectivamente,
esta vez, una letra diferente para cada uno de los cruces. He aquí ese grafo:

La homología con el grafo de las* a |3 y 5 es seguramente llamativa, pero ahí


donde teníamos dos veces la misma letra, tenemos esta vez dos letras
diferentes. Sin embargo, el equívoco de la letra ligue aquí, actuando, y por
el simple hecho de que hay, aquí nuevamente, una ley de sucesión.
En efecto: a una letra dada le pueden seguir dos letras (en el caso de las letras
a y b, una de las letras é | ella misma). Además, la regla de la transliteración
que se adoptó aquí exige el recubrimiento: si toda letra se compone a partir
"engarzamiento ” de la transferencia 247

de tres lugares, será necesario ¿palos+ y - q«e ocupan los dos últimos tugares
de una letra sean ‘io s mismos” que los que van a venir ,a ocupar los dos
primeros lugares de la sigoiénte letra. Basta con numerar estos lugares para
darse cuenta de que actáan corno ‘‘segundo” y *feteero” para la letra que
precede, mientras que valdrán caffio;*‘primero”,y “segando" para la letra que
sigue. Este simple cambio de lugar haee, con le Igualólo diferente. Se hace
aparente &xit&ji^&^BelesuíWfiffiMuéie.ha querido evacuarde la definición
de las letrm sigue enganchado a fas lugares, ■
Corno en la numeraeiániiama^ “de posictifef*, donde el valor numérico no
se apoya solamente en la cifra» sino que depende igualmente de su lugar (1
ealSSno tiene eimismo vafes que ! en f£}, venios 2ij§{í< !a
queia|etra rt0^tá def|nida|iiiS|sIetoei^«feella. misíttii No sé compone con
“ella misma” más que tOmátid#rdé;#:^ ó.litio; en lugar de la otra letra (y para
otorgarle en “ellamismá” otrosltíd) una parte de la otra letra con lacual **ella
misma” se coáslitaye. La translitersciéjí es el nombre de lo que Lacan1
designa como “la composición consigo mismo del silb ó lo primordial” 14»
Hace falta por lo menos ana “primera*' ®pflgKapára qué la grafía produzca,
por ella misma, una orto-grafía que deesta manera no eslf ttgáda más que al
hecho de la corrípo&ISa consigo mismo del símbolo.
Esto se confirma con una contíagwebíS, Basta con sáptíffi-fre! recubrimiento
donde se lee el equívoco liter^pfea qijeitíinedíMa^etiteyitná hays ninguna
ley de las sucesiones. La reeseriíuíi:áe®Balquieí' cadena de+- con el alfabeto
a b c...h produce entonces una simple reduplicación de la serie de los + tan
ai azar como ella, y será imposible extraer una ley de las sscesiones. Una
traducción como esta tampoco permite ubicar el efecto de 1¿ ióffiposición
eonsigó mismo del símbolo porqse lo exclttye de súioper^íóhpor
En cambio, desde la más: simple de las transilteraeioffiés j3énsab|eS, la que
exige que el recubrimiento corresponda ai menos sobre un signo (+ 8H | la
que, entotiees, se establece eos un alfabeto- compuesto por cuatro aeopia-
mientos posibles de + - (A = + +; B C mrfN| D m - +), aparece una ley
de las sucesiones:

14 J. Lacan, Écrits, ¡>.43. (Escritos. p.-*2).


Ídem.
'j tetra que sufre demora

Así, con la transliteración, el equívoco literal muestra que está en el


fundamento de la ley. La transliteración - el “trans” de la iteración literal- es
el nombre de esta operación que se funda sobre -y al mismo tiempo vuelve
manifiesto- el hecho de que la letra nunca es “ella misma” más que por el
equívoco donde este “ella misma” sólo es articulable en una relación con otra
letra.
Esto, me parece, proporciona todo su alcance a la respuesta que dio Lacan a
la objeción formulada. Tras admitir que había, en efecto, en el grafo_.de las
instrucciones relativas a las a (i y 8, un equívoco sobre cada una de las letras,
Lacan, lejos de extraer de allí la conclusión de que convenía por eso depurar
las letras multiplicando su número, aprovechó, por el contrario, esta objeción
para adelantar la siguiente observación: es ese equívoco mismo el qué da su
fundamento a ía ley. Toda grafía engendra, con el equívoco literal, una
ortografía; ésta no tiene otro anclaje más que en la grafía misma y, en
particular, no tiene ningún anclaje real, lo que la cadena demuestra al reducir
ese real a un puro azar.
Esta polémica habría podido contentarse con tomar argumentos sobre la
transliteración simple que se acaba de mostrar. En 1966, Lacan escoge
prolongar la elaboración de un cifrado más complejo en la medida en que se
trata de transliterar el esquema L con esta sintaxis de las a ¡3y 8.
El esquema L escribe la interposición de la relación imaginaria en la relación
dei sujeto con el Otro. La interposición es tensión porque sólo se sostiene
como interposición con aquello dentro de lo cual se interpone. El esquema
Is escribe el parletre , el “hablaser”, como tironeado. Esto quiere decir que,
en ciertos tiempos breves de apertura, se puede poner en jaque a la interpo­
sición: el síntoma, el acto fallido, el lapsus, pero también el chiste cruzan la
relación imaginaria, y, así atravesados, llegan al sujeto como significantes de
el "engarzamiento ” de la transferencia 249

Otro lugar. Estas formaciones del inconsciente se escriben sobre el esquema


L con la línea punteada que, más allá de la línea a-a", prolonga la línea A-5;
la línea punteada cifra ahí el aspecto puntual, local, evanescente de las
manifestaciones, en S, de esas formaciones. De esto resulta que ei lazo
directo A-S no puede constituir soporte para su elaboración. Hace falta allí
entonces otro circuito -que Freud llamó “transferencia”-, pero donde juegue
entonces el lazo a-a* como interposición. Con estos dos circuitos, ¿acaso hay
otra elección que la de caer de Caribdis a Escila? Allí donde el inconsciente
insiste en la pulsación de una apertura, eso no es articulable porque está
articulado, y allí donde sería articulable interviene la interposición.
Tenemos aquí las coordenadas del malentendido propio de las conversacio­
nes llamadas “habituales” en tanto que alimentan la comprensión. Dirigien­
do al otro una palabra de la que no sé lo que dice, es por el hecho de que
encuentro, en ese lugar, otro Yo, que me imagino que es efectivamente Yo
quien está en el origen de esta palabra de la que persisto así en seguir sin saber
nada. Esta es la situación habitual que apunta a producir una proyección (en
el sentido de la geometría descriptiva) de la pareja S-A sobre la pareja a-a’.
El síntoma es el obstáculo para esta proyección. Al subrayar (recuérdese aquí
lo que se ha dicho sobre la afectación del síntoma fóbico) la línea A-S, él se
opone a la proyección, vuelve patente la distinción de los cuatro términos del
esquema L. No hace otra cosa que manifestar mejor su dificultad.
¿En qué consiste su tratamiento con un psicoanalista? El análisis reclama la
puesta fuera de circuito del Yo del analista. Esto puede escribirse sobre el
esquema L: en A viene a’, la línea S-a’ viene así a recubrir, repitiéndola, la
línea A-S, y la de la relación imaginaria se superpone a la de la transferencia.
He aquí, entonces, este esquema L en el análisis que escribe la condición
necesaria para que ocurra análisis en el análisis.

a’ (otro)

Esquema L Esquema L en el análisis:


el “engarzamiento de la transferencia”
250 la letra que sufre demora

En una conferencia del 22 de junio de 1955 titulada “Psychanalyse et


cybemétique" (Psicoanálisis y cibernética), Lacan hacía notar que la puerta
cibernética, al no cerrar el cerco sino el circuito, volvía, con su cerradura,
posible el paso: eso pasa cuando está cercado. De la misma manera, la
experiencia analítica deja aparecer que el tiempo de la transferencia como
puesta en acto, pero también como cerradura del inconsciente (tiempo en que,
por el hecho del lazo transferencial (m-A), la relación m-a’ está engarzada)
permite que pase sobre la línea A-S esa corriente que yo llamaré aquí
metáfora de un proceso de simbolización.
La condición de esta secuencia reside en el hecho de que a venga efectiva­
mente en A, que sea puesta bajo la dependencia de A, con respecto a la cual
ya no hay, a partir de esto, más que una función de forro.
Con todo, esta escritura del engarzamiento de la transferenciacon el esquema
L presenta el inconveniente de volver indistinta la secuencia temporal (la
serie de las “jugadas”) cuya toma en cuenta es lo único que puede dar su
alcance al engarzamiento. Dicho esquema presenta esta secuencia sincróni­
camente, no la escribe en tanto que secuencia. Por eso es oportuno
transliterar el esquema L en cadena L con el fin de poner a prueba la
posibilidad de una escritura de la dependencia real de la simbolización a su
condición imaginaria.
Del fracaso de un primer intento de transliteración a partir de los cuatro
tiempos del cuadro O, se llegó a la conclusión de que igra necesario pasar por
más de cuatro tiempos y apoyarse, a la vez, ya no en la repetición de las ay,
sino en la de las (35.
De acuerdo con lo que ya se anotó sobre las condiciones de aparición de las
(3 8 en la cadena, va a ser necesario entonces escribir el redoblamiento'
anotando una primera sucesión de las (3 sin interposición de 8, para desem­
bocar en una situación donde esta sucesión sea susceptible de presentarse
nuevamente en la cadena. Para la escritura de este recorrido, escogemos
inscrihir, en,cada cruce, el trayecto más largo.
La cadena L definida de esta manera es esta:
1: ¡3 a y |3yyy 5 y cc y a y [3y^y 8 y a 5 a a a a p a y a y a 5 a a c í
Es posible volver aúii más manifiestas las condiciones ligadas al redoblamiento
de las ¡35 traduciendo esto con los paréntesis y los corchetes (los llamaremos
igualmente “comillas”) de la escritura matemática. En matemáticas, el
corchete -to que Lacan designa como “paréntesis de los paréntesis?* se
carac teriza, una vez abierto, por no poder ser cerrado más que después de que
se ha cerrado el último paréntesis interior; del mismo modo en la cadena, el
ei “engarzamiento” de la transferencia 251

corchete abierto por la sucesión de dos (3no podrá en ningún caso ser cerrado
hasta que se presente una serie alternada de (3 8 (a la que corresponden la
apertura y eíiiérre de paréntesis interiores), pero podrá serlo, por el contrario,
si se presenta una; sucesión de dos 8 ífin. interposición de ¡3. La cadena
traducida así es esta:
2: (a y ( yyy) y a y a 7 (y y y) y o t ) a a a a ( a y a y a ) a a a
Esta re-escritura hace aparecer, con el redoblamiento de las P 5 , una serie -
correlativa, por otro lado, de este redoblamiento mismo- de lugares diferen­
ciados:
[M(N)0(N)M]P(Q)P
M nombra el interior del forro; N, el interior de Iqs paréntesis incluidos en las
comillas; O,tlo dentro dé las comillas, 'éstafuera de estos paréntesis; P,"
lo que es exferioraíavezéfas paréntesis y a las’éóminas, y Q, el interior de
los paréníesiSruera de las comillas.
Así se ve fáqiütádá la ubida^ióp de la correspondencia en qué in s is te la
transliteración del esquema L en «Jadena L. He ¿guí ésta correspondencaa:'
bajo la forma de un cuadro:

M: alternancia de las S : el sujeto dividido


dentro
oty Es : el Ello freudiano
de las
N: serie de y a a’: la relación im aginaria
comillas
0 : alternancia de las '¡a

fuera
P: serie de las a A : el cam po de lo simboiizable
de las
Q: alternancia de las a y E l “yo” psicológico
comillas

Podemos encarar ahora el apoyamos sobre esta transliteración del esquema


L para escribir el engarzamiento de la transferencia, pero sobre todo para
someter a la prueba de esta nueva escritura la condición de posibilidad del
pasaje al simbólico, de la inscripción, en el lugar del Otro, de los significantes
que están enjuego en el agieren del engarzamiento. Hemos visto que esta
condición residía, con el esquema L, en el recubrimiento de a’ y de A. ¿Qué
quiere decir esto, una vez que este esquema se ha re-escrito en forma de
cadena?
La cuestión es la del franqueamiento que pone en relación a S | A; este
franqueamiento es entonces franqueamiento de las comillas ^ no de los
252 la letra que sufre demora

paréntesis interiores o exteriores a las comillas. Esté cierre de las comillas


exige tres condiciones: 1) que hayan sido abiertas, 2) que haya habido cierre
del último paréntesis interno y 3) que el signo de paréntesis que sigue
inmediatamente después de este cierre no sea un signo de apertura de otro
paréntesis interno más.
La primera condición es el hecho inaugural de la transferencia: pasa en el
agieren ¡o que, como forro, está colgado de la división del sujeto por el
significante. La segunda, cierre del circuito pulsional, depende del
automatismo: el signo de paréntesis que viene después de la apertura de un
paréntesis interior necesariamente lo cerrará; asilo exige el funcionamiento
de la cadena. En cambio, hay alternativa para lo que ocurrirá con el?igno que
seguirá justo después, que, según el caso, abrirá un nuevo paréntesis interior
(pasando por y), o cerrará las comillas.
Esta alternativa corresponde al carácter efectivo o no de lo que llamamos
habitualmente “análisis de la transferencia”. El término no es muy afortuna­
do si sugiere que la transferencia encontraría su resolución al ser considerada
como objeto de un discurso. El interés de la sintaxis de la cadenaL es permitir
enfocar las cosas de otra manera.
¿De qué depende en esta sintaxis el franqueamiento de las comillas? La
cuestión se reduce a saber lo que se juega en O y M -o más bien conviene decir
“lo que se habrá jugado”, ya qua sólo se sabrá aprés-coup si hubo apertura
de un nuevo paréntesis, que se trataba de O, mientras que la cerradura de las
comillas permite concluir que se trataba de M. Ahora bien, en O, e
igualmente en M, se encuentra la escritura de la. relación imaginaria; la
alternancia de y a , que escribe esta relación después del paréntesis interno
de y , se concluye ya sea con la apertura de un nuevo paréntesis interno si el
número de y a es impar (caso O), o bien con 1a cerradura de las comillas, si
ese número es par.
Se revela así que la transliteración del esquema L en cadena L ofrece la
escritura de la condición necesaria para que el significante que está enjuego
eri el engarzamiento de la transferencia se inscriba en el lugar del Otro.
Esta condición depende del psicoanalista, con lo que (no digo “con qtiíen”),
posiblemente, el analizante se entiende bien. Este “con” escrito primero por
el recubrimiento de a’ y de A está retomado aquí en una secuencia: mientras
la pulsación de a siga remitido a y (dicho de otro modo, cuando el número
de a y sea impar), no podrá haber más que aperturas de nuevos paréntesis
interiores, y el engarzamiento sólo aparecerá en su función de obstáculo
sometido a la satisfacción pulsional a la cual remitirá (son los paréntesis
interiores). El síntoma permanecerá entonces como significante de una
el "engarzamiento " de la transferencia 253

apuesta que debe ser situada sobre otra escena, diferente del Es. Por el hecho
de que, inquietado por el síntoma, el sujeto se dirige a un partenaire que
puede autorizarse a dejar vacío el lugar de y y confirmar así lo que se
encuentra engarzado en a , se volverá posible, en 8, el franqueamiento de las
comillas y, más allá de esta salida, la inscripción en el lugar del Otro, o sea
en a , del rasgo significante que, por insistir en el engarzamiento, acaba por
ex-sistir como significante en el Otro; dicho de otro modo, llega a tachar al
Otro, por hacer agujero en él.
Capítulo diez

la discursividad

Sobre los tres puntitos del “retom o a... ”

La escritura lacaniana de los cuatro discursos ha sido, en cierto sentido,


primero considerada, “ingenuamente”, como capaz de ofrecer un cifrado
para la lectura del camino abierto por Freud de la clínica psicoanalítica (cfr.
capítulos uno y dos). Pero cuando llega al primer plano la cuestión de la
transferencia, de la letra que sufre demora en la transferencia, ya no es posible
limitarse a esta escritura como a un dato. Semejante postura sólo vale, en
efecto, al precio de dejar de lado, si no es que en suspenso o encubierta, la
puesta a la luz de la transferencia como tal e:n Freud. ¿Acaso encuentra, en
efecto, la transferencia en el discurso una de sus salidas posibles, o incluso
su salida? Aun si admitimos esta solución, no podremos considerar a priori
como seguro el hecho de que ella no eternice, en cada psicoanalista, una
transferencia a Freud que deja a su letra sufriendo demora. Así como hay, en
Kierkegaard, un Caballero de lafe, ¿se reduciría la finalidad del didáctico a
transformar al analizante que pasó al analista en un caballero de la discursividad
analítica?
Es inevitable la cuestión de saber si la discursividad no es el nombre de la letra
que sufre demora cuando constituye lazo social. ¿Produciría ella -
p(at)erversion obliga- como un cortocircuito sobre lo que podemos esperar
de una efectuación, de la transferencia? El presente capítulo mostrará que
Lacan, por su parte, no se atuvo a una versión discursiva de su lazo con Freud.
Hay una separación -productiva- entre una definición del psicoanálisis como
discurso y su abordaje como “un delirio del que se espera que traiga una
256 ia letra que sufre demora

ciencia” (Lacan, seminario del 11 de enero de 1977).


Lacan no fue freudiano desde'siempre, incluso si a continuación siguió
siéndolo para siempre. Pues hubo un día en que, entonces, como esos
conquistadores del Reino de España que llegados a nuevos puertos quema­
ban sus barcos para cortarse toda posibilidad de retomo, él franqueó el
umbral de una entrada definitiva en el freudismo. El ‘‘sin retomo posible”
está entonces tanto más establecido cuanto que se inaugura, en lugar de él,
otro retorno: el 7 de noviembre de 1955, Lacan instaura el movimiento de su
retomo a Freud.
El presente estudio mostrará cómo éste retomo fue objeto de tres versiones
sucesivas: mítica, discursivay topológica. Destacará cómo la conferenciade
Michel Foucault titulada ¿Q uées un autor?, del 22 de febrero de 1969, al
ligar el movimiento de un “retomo a...” con la discursividad, presentó una
especie de interpretación del retomo a Freud, haciendo que se volcara desde
un primer apoyo tomado en el mito a otra elaboración, dada por la doctrina
de los cuatro discursos. Esta segunda versión está relacionada con la
confirmación, realizada por Foucault, del carácter freudiano del retomo a
Freud (será necesario decir antes que nada por qué la cosa no esevidente).
Sin embargo, esta segunda versión no podría estár situada (y especialmente
en lo que concierne a sus aporías y a sus límites) más que en el aprés-coup
de lo que aparece, en el trabajo de Lacan, como una tercera versión -
topológica- de su retomo a Freud. Entonces, no postergaremos ya una
presentación de estáte re era versión, la única que puede permitir que se
otorgue su justo lugar a esta construcción de la discursividad que se produjo
a partir de foucault.

¿Freudiano?
Poco tiempo después de la aparición del Vocabulario del psicoanálisis
(1967), se atribuía a un antiguo alumno de Lacan, y (que, sin embargo, era
profesor), la siguiente respuesta, ala pregunta sobresurelación con ély sobre
el lugar que ocupaba Lacan dentro del movimiento analítico: “¿Lacan? Es
el 5 % del Vocabulario”.
No es- completamente un chiste; la frase ni siquiera es, hablando con
propiedad, “ingeniosa”,, más bien dinamos que es tontita. Sin embargo,
circuló efectivamente como un chiste. Es que se hacía significar ahí lo que
'pretendía ser un punto de desembocadura de una transferencia con Lacan y
que, en un asunto “semejante” (¡nos lo imaginamos como tal!), estaba
implicado más de uno.
la discursividad 257

El hecho de que haya habido transmisión de la respuesta obliga a reconocer


que estaba construida sobre un punto de verdad. ¿Cuál? Hay que hacer notar,
ante todo, que el Vocabulario se debe, al igual que la respuesta, a antiguos
alumnos de Lacan; esta similitud de posición es un elemento importante en
relación con la respuesta. Además, después de quince años, todos admitirán
-segundo elemento- que ese 5 % no ayudó en nada a la lectura de Lacan, ni
a la de Freud, ni tampoco a la de su vínculo. Por eso, esta nulidad en lo útil,
ese costado sin píes ni cabeza, vuelve tanto más extraño dicho 5 %.
Eliminaremos esta extrañeza haciendo notar que la respuesta misma que la
establece (en el sentido de que la enuncia), es la que da la verdad de esto. El
conocimiento paranoico de este 5 % (cfr. la similitud citada más arriba) da
en el clavo, virtud que comparte con el chiste, cuando sugiere que el
Vocabulario del psicoanálisis sólo habría sido producido con el fin de
localizar a Lacan, con la malevolencia suplementaria (que afirma el carácter
no efectuado de la transferencia con Lacan) de dar a entender lo poco que eso
sería y de despreciar el suplemento. Por no responder a nada útil, ese 5 %
sería la causa de la empresa, su objeto a minúscula.
Este intento de localizar a Lacan sería así la verdad del Vocabulario, la que
daría cuenta de que, al menos para cierto público, ella ha sido divulgada. Pero
esta localización vale tanto por su intención como por su manera. Procede
del emplazamiento de una apariencia: existiría un “vocabulario del psicoa­
nálisis” en el que, aparte de Freud, quien se beneficia (¡pero esto, Dios sabe
por qué!) con la prima otorgada a veces al origen, serían recibidos algunos
autores que realizaron un descubrimiento el cual se ratificaría por la admisión
de un término nuevo en el Vocabulariol. Comprendemos que esta apariencia
necesite un jurado tipo Academia Francesa, para admitir o rechazar este o
aquel término. Los autores se pusieron ellos mismos las túnicas de los
académicos. '¿Pero por qué hablar aquí de apariencia? La cosa se hará notoria
con simplemente desarrollar las implicaciones de este procedimiento.
El término mismo de “vocabulario” sugiere que se admite que los elementos
de la doctrina están, entre sí, en una relación semejante a la que liga a las
palabras de una lengua; esto quiere decir en particular que nunca UN
agregado vendrá a trastornar la estructura, que ésta es ampliamente
independiente de aquéllos, que todo agregado tiene un carácter eminente­
mente facultativo. La admisión de la palabra “transistor” (en lugar de
“resistencia de transferencia”, su traducción), en el vocabulario oficial del
español no cambia la estructura de la lengua española. ¿Es esto lo que
testimonia Freud cuando se encuentra introducido (ya sea por él o por otra
pluma) un término nuevo en la doctrina?'

' Hay una vacilación en cuanto ai nombre de los componentes de este vocabulario. ¿Conceptos
o nociones? La introducción no resuelve esto. ¿Cómo no ver, por otro lado, que la enorme
preeminencia que se da allí a Freud es un efecto, una secuela, y por esto un reconocimiento
s implícito del retomo a Freud de Lacan?
En efecto, si la ecuación que iguala a Lacan a un 5 % de agregado a Freud no
se sostiene, debe anotarse que este modo aditivo vale también para el propio
Freud; ¿qué porcentaje agrégala pulsión de muerte al “primer Freud”? Esta
pregunta va en la misma dirección de una empresa como la del Vocabulario
del psicoanálisis, ya que trata a Freud, a Lacan y a otros de la misma manera:
sopesando (por lo menos en principio) cada término de ellos para decidir
excluirlo o adoptarlo.
Este enriscamiento de la lectura de Freud en una problemática del incorpo­
ra r/ rechazar permite identificarla como no freudiana en el sentido de que
este modo de la lectura no es el que Freud indica como capaz de producir una
interpretación. En Freud, leer es descifrar, lo que da un estatus diferente a
cada uno de los términos, ya que basta con que uno solo de ellos escape al
desciframiento para que éste último, y posiblemente hasta én sus propios
principios, sea cuestionado nuevamente (cfr. págs. 141/4 del capítulo seis).
Una lectura del desciframiento es una lectura que no tiene otra elección que
prohibirse elegir. ¿Qué sería un desciframiento si comenzáramos por
arrogamos el derecho de extraer, del texto por leer, algunos pasajes escogidos?
Resulta, entonces, que no basta con haber tomado algunos términos de Freud,
con haber tomado a Freud como objeto de una lectura, para poder llamar
“freudiana” a la elaboración que resulte de ello. Con respecto a esto, De
l ’interpretarían (Sobre la interpretación) es también un caso ejemplar2. Si
entendemos bien el término -incluso en lo que se indica allí de un no hay
elección- diremos que es de la castración de donde proviene una lectura
freudiana. En lugar de esto, consideramos, terrible y quizás mortal enferme­
dad del psicoanálisis contemporáneo, lo que llamaré, con Kierkegaard, la
falsa seriedad, de la que el Vocabulario del psicoanálisis es tan solo una
figura entre otras. La falsa seriedad es una de las formas más prácticas de
disertar (en este ¿aso sobre Freud, e incluso en términos freudianos) mante­
niendo al mismo tiempo ese discurso fuera del alcance del menor rasguño,
pregunta o modificación que podría venirle de su objeto (aquí, de Freud que,
de falsa seriedad, “tiene su dosis”).
La falsa seriedad hace estragos seguramente en otros lugares además de la
ampulosidad del campo freudiano y, para indicar en qué consiste y de qué
manera la inteligencia está a su servicio, elegiré una desventura ocurrida, no
hace tanto tiempo, según se dice, al filósofo marxista Lucien Séve. Con
ocasión de un viaje a Inglaterra, un periodista local, entre toda una serie de
asuntos, le preguntó: “¿cómo explica usted que haya tantos trabajos sobre
Marx y, en cambio, tan poco sobre Spencer?” Sacrificándose ante la ley de
un género que espera que uno tenga una respuesta para todo, L. Séve se lanza
en una gran explicación cuyo texto no tiene, en esta ocasión, ninguna

2 P. Ricocur, De V¡nierpretations Seuil ed., París, 1965.


la discursividad 259

importancia, ya que sólo cuenta ei hecho de que áquella tomó el lugar de la


carcajada que habría sido la respuesta que se hubiera producido si, menos
cargado con la falsa seriedad, se hubiera acordado de que existen, en ese país,
grandes comercios conocidos por todos bajo el nombre de “Marks and
Spencer”, y que la pregunta del periodista, que tomaba esto como fuente, era
una broma fundada sobre un juego de palabras.
Notaremos que, si la lectura de Freud que propone el Vocabulario del
psicoanálisis es no freudiana, eso no pone ninguna objeción a la empresa; en
efecto, ese vocabulario no pretende ser freudiano sino “del psicoanálisis”,
cosa que es notablemente diferente. Lejos de tener aquí, como en Lacan,
"consistencia por los textos de Freud” 3, el psicoanálisis es considerado como
pudo serlo para la psiquiatría o la filosofía (por otro lado, el Diccionario
Lalande es puesto explícitamente corno modelo), es decir, como una
disciplina que vale por encima de cualquier producción de autor. Por eso,
dicho trabajo es efectivamente una interpretación de Freud, lo que rio
contradice el hecho de que se reconozca, en esta promoción del psicoanálisis
en tanto separado -aunque sólo fuera en principio- de la doctrina freudiana,
una de las figuras clásicas del rechazo, francés al camino abierto por Freud.
“No freudiano” tomado como objeción sólo vale allí donde uno pretende ser
freudiano. Reivindicar a Freud tiene como corolario que nos pongamos bajo
su dependencia. Así, se puede (no nos hemos privado de ello, por otra parte)
contestar a Lacan: “¿Y el afecto? ¿Dónde deja usted al afecto?” contando
con el hecho de que Lacan (no se privaba de ello, por otro lado) está obligado
a responder. Y su respuesta puede conducirlo a modificar su interpretación
freudiana de Freud. Pero si, al dirigirme a los autores de un Vacabtílário del
psicoanálisis, les solicito qüe se pronuncien sobre el Umschrift o el
Gedankeniibertragung4en Freud, responderán tranquilamente que, dado las
pocas 'feces qüe esos términos son mencionados en !a literatura analítica, no
creyeron que fuera útil... pero que, si por casualidad... a h o r a q u e esto
no les interesa en lo más mínimo.
Así, el caso del Vocabulario dél:psfá@mi¡5Msí$ resulta jé r sjsmplaf porque
presentifica, y quizás allí donde no lo esperaríamos, una forma no freudiana
de tratar a Freud. Basta entonces para establecer el hecho de que estas
díMífSas formas fió son todas freúdianas. Tenemos que notar, sin embargo,
qüe si no nos apartamos del enunciado que afirma que no todas lasfirmas
de tratar a Freud sonjteudianas, argumentando, por ejemplo, su trivialidad,
eso conduce a piarsíear la pregunta sobre saber lo que califica cuino freudiana
a tal o cual relación con Freud.

3 J. Lacan, Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la escuela.


4 Sacado a la luz recientem entente, por suerte: cfr. W. Granoff, J.-M . Rey, L'occulte, objet de
la penséefreudienne, P.U.F., París, 1983. Se lleva allí, tan lejos com o se puede, una lectura de
Freud que se apoya e n las cuestiones provocadas por sus traducciones. Este método de. lectura
no es freudiano en el sentido en que Freud no lee sus sueños tratando de traducirlos. Esto no
quiere decir que esta lectura no dé frutos. Sin embargo, la anulación final de lo que se mostró
al inicio deja curiosam ente esos frutos en esa condición.
260 la letra que sufre demora

¿Por que el completar a Freud (E. Fromra se hizo el chantre de esto), o el


extraer de Freud (Laplanche y Pontalis se consagraron a ello), se resisten a
que se los ubique como una empresa freudiana, mientras que, a pesar de todo,
bajo una forma ciertamente ciega, ciertamente casi muda, ciertamente no
crítica, la consigna del retorno a Freud fue recibida (y ratificada de hecho si
no de derecho) como inscrita siguiendo el hilo recto del freudismo?
Podemos intuir que esta pregunta pone en juego unos homólogos diferentes
de los que Lacan mostraba5cuando subrayaba que en el psicoanálisis no se
trata tanto de hablar de la palabra como de hablar en el hilo de la palabra.
Igualmente, ser freudiano no consistiría solamente en hablar de Freud, sino
en hablar en el camino abierto por Freud. Sin embargo, tenemos la sensación
de que esta oposición es de un manejo demasiado delicado, de que esta
referencia a la palabra no basta para permitir que se despliegue la cuestión.
De hecho, su elaboración ha tomado históricamente otros sesgos.
Esto ao quiere decir que la cuestión fuera abordada de frente; pero después
ele la disolución de lo que se llamó Ecole Freudienne de París, y que oímos
nombrar también como “la escuela de Lacan” (todo el problema del presente
estudio está ahí, en esta doble denominación), parece que esta cuestión ya no
se puede evitar por más tiempo. ¿Qué quiere decir “freudiano” cuando se
plantea (o si se plantea, lo que viene a ser lo mismo, ya que “plantear” una
operación no es resolverla, ni siquiera validar la forma en que se la plantea)
que ese término vale como nomenclatura por la vía de Lacan?
No deja de tener consecuencias el hecho de ao detenerse durante un tiempo
suficiente en esta lógica particular según la cual “freudiano” vale por Lacan.
Veamos dos casos de trabajos recientes que sufren las consecuencias de no
haber estudiado, en el propio Lacan, las diversas elaboraciones de esta
cuestión. Ciertamente, no permiten que se la resuelva (ya que se ifata de
casos negativos y que, según el dicho freudiano “dass negative Falle nichts
beweisen")s, pero dan testimonio de la urgente necesidad de su abordaje.
Freud et le désir de l ’analyste es un libro cotizado, por lo menos en el sentido
■de que cuenta con el beneficio del imprimatur de la oficina que (según su
propio término) “massmediatiza# a Lacan. Pero, por encima de esta pre­
caución, hace falta un gran descaro para atreverse a escribir, en una tesis, y
además dedicada a Lacan, una frase como esta, que encontramos ya en la
introducción, y que no es otra cosa que un escobazo asestado al trabajo de
Lacan sobre Freud: “La problemática del deseo del analista, sin embargo, no
extrae su legitimidad de la operación lacaniana y de los cortes que Lacan
efectuó sobre el texto freudiano.” ¿Acaso el lector se verá cegado sobre el
alcance de semejante aserción, por lo perentorio del tono unido a los galones

5 i. L acan, Les formations de Vinconscient, sem inario inédito del 13 d e no v iem b re de 1957.
° 3. Freud, Inform a prelim inar, traducido ai francés p o r W , Granof? y R ey en L 'occiilzc,
objei de la pensésfreudienne, P .U .F., P sris. 1983, pág. 4 0 y pág. 212 p ara el com entario quíi dan
sobre e^to ios traductores.

í
la discursividad 261

universitarios? Niega, a prioii, todo valor de efectuación del freudismo al


retorno a Freud de Lacan. Tomar este retorno seriamente equivale a decir,
contrariamente, que Lacan es freudiano porque la problemática del deseo del
analista, que él introdujo en el psicoanálisis freudiano, extrae su legitimidad
de su operación sobre Freud (de su retomo a Freud) y, por lo tanto, de los
cortes que efectuó sobre el texto de Freud. Por otro lado, yendo mucho más
lejos, Lacan no vacila en situar su retorno a Freud como una legitimación de
Freud (regresaré sobre ese seminario del 8 de enero de 1969 que lo dice
explícitamente) y recibe de Foucault (del lazo que Foucaulí pone a la luz entre
el “retorno a...” y la instauración de una discursividad) una confirmación de
su legitimación de Freud.
Es curioso, por eso, comprobar que una tesis que da la espalda a eso se pierde
inmediatamente en las arenas movedizas. En efecto, como única justifica­
ción de lo que afirma, el autor declara que se puede considerar como
equivalente al deseo del analista, lo que él señala en Freud como las rúbricas:
“la sugestión, los ideales de! analista, la idea del fin del análisis (¡como si, en
Freud, el fin del análisis fuera una idea!), la ética de Freud”. Eso es tanto
como decir que todo está en todo y viceversa. Lo vemos: a falta de un 5ondeo
(forage) correcto del lazo Freud / Lacan, la diarrea (foirage) no se hace
esperar, esto vale quizás como el signo del carácter especialmente bien
templado, “remojado”, de este lazo.
Michel de Certeau no esquiva el problema de su implantación; se unce a é l7.
Pero sin tomarse el tiempo suficiente para desplegar lo que fue ei retomo a
Freud de Lacan, da inmediatamente, prematuramente, un sentido a ese
retomo interpretándolo como un “retomo de Freud”. Esta fórmula deja ver
lo que designa, si imaginamos una escena y un personaje que, después de
haber “estado en la escena” y luego haberse sustraído, regresa asi! a de nuevo:
como el Zorro, cuyo “retomo” a las pantallas del cinematógrafo era anun­
ciado por una publicidad, que hoy ya pertenece al pasado, o, en negativo,
Bjórn Borg que se particularizaba por no lograr hacer realidad su retomo. En
esta visión del “retorno de Freud”, Lacan es toreado como una reencarnación
de Freud. Esta puede interpretarse de dos maneras diferentes, y las dos se
encuentran en el trabajo de Michel de Certeau. Puede valer, mágicamente,
como un retomo de Freud en otro cuerpo, y entonces “Lacan” no sería más
que un nombre de Freud; o bien, en una perspectiva más hegeliana de la
historia, Lacan es acogido como realizando a Freud, como el cristianismo
“realiza” al judaismo. Aquellos a los que el psicoanálisis concierne estarían
entonces en una posición similar a ia é¿ los cristianos (sabemos que los
primeros cristianos esperaban un retomo inmediato del Mesías), para los
cuales una primera venida del enviado del Padre basta para dar cuerpo a la

7 M ichel de Certeau, "Lacan; une ethique de la parole". Le dibai, no. 22. Gailim ard e d .
noviem bre de 1982.
262 la letra que sufre demora

t esperanza de su retorno. De hecho, el artículo de Michel de Csrteau se cierra


con esta espera y presenta así la inestimable virtud de vMiwsr público lo que
ciertos analistas dicen en sordinas. ¿El retorno a Freud de Lacan se épcuentra
entre estos dos polos posibles: una reencarnación mágica 0 una paróusía?
Uno dé tos datos esenfiíalés: de ía cuestión que plantea ©s el hecho de que
cierto número de personas ló admitieron como Jteijdiano. Muchos de eilos
se apartaron después de este su reconOcámiento suyo. Se hace á$úí Otra
^elección”, la de dar razón de este reconocimiento. Pero, como fue mudo en
su propio acto (las retiradas no lo fueron menos), como permaneció casi sin
• Ser cuestionado (salvo a la manera silvestre de las retiradas nombradas más
arriba), darle larazón exigirá que se produzca su razón. Este reconocimiento
’WhéRD da tazón al “retorno a Freudrfjf admite así que la vía de ese retorno es
aquella donde se elabora “la. razón según Freud” (Lacan),' £t# íiltft macera,
sitúa ese retomo como el punto bisagra éntre lo que Jó reconofiírj' lo qt» él
reconoce. Entonces, interrogando a este retorno, lograremos quizás mostrar
la razón de este reconocimiento que ratificaba dé facto su pertenencia al
camiñVllÉiÉtíj! por Freud.
ApaitíMfcJ instanteen que es pronunciada la “consigna” de un “retorno a...”,
wSflM ütia problemática específica. Primer elemento: ella Ig'imcia por un
salto. Así, veremos cómo Lacan, desde fü lejis hasta l§55, fue pri^ejó
lacaniano y no freudiano (justificaré esto después de esta introducción). Si
* tim e un alcance semejante a "freudiano ", solo puede ser en
este tiempo anterio%ale0 inpwmis® éilfiCfflt defflM¿íelfreudismo. Mas allá
de este compromiso, y por él, estos dos términos cesan de ser susceptibles de
ser confrontados.
Como “freudiano”, Lacan peauncia y a la vez deja de tener una doctrina
persor.-ala (persortaiie). Este ultimo término toma'aquí algo del ala para
anotar cómo la paranoia da su marca a la persona haciéndola tener un valor
M lP producto, el de una aferaciós de “personación” revelada, en
vaciado, por la despersonalización. ¿Acaso nos sorprenderemos del hecho
de que «na tesis sobre La psicosis paranoica en sus relaciones con la
personalidad se presente corno una doctrina person-ala? En efecto, era lo
menos que se podía esperar si es cierto que esta tesis fue efectivamente
portadora de una apuesta y, entonces, que su enunciación está en el hilo de
sus enunciados.
Ai consagrarse a un retorno a Freud, ufíi retoma que metamórfósea en
“freudiano” a quien se consagra a él, Lacan efectúa un salto, cambia de
re gii tro enunciativo: y a '^ & M 't^ ^ p a r a él, a p f M A i t t ’M H É L de
sostener su decir propio, sino de decir (en esto consiste desde ese momento

Lo que es un psicoanálisis, especialm ente el fin de un psicoanálisis didáctico e c o &ste tipo ífs
psicoar.aiistí; que, se^ufil'rw rife, no se torna p o r un o.n<'ii¿5Ui. que peiigco y;i
espera que ei analistó sea....otro, eso es algo que u n a clínica íiei pase hubiera oodido soltar.
Zü discursividad 263

su propio decir) lo que fu e el decir de Freud. La problemática que se


introduce a partir de esto, aparecerá si pronominalizamos simplemente esta
proposición. La frase
L A C A N Y A N O D IC E L O Q U E D IC E L A C A N , SIN O L O Q U E D IC E F R E U D

se transformará en esta otra, más enigmática


L A C A N Y A N O D IC E L O Q U E É L D IC E S IN O L O Q U E É L D IC E

En el lugar que Freud ha llamado “dritte Person”, el recubrimiento posible


de estos dos “él” condensa toda la problemática de! retomo a... Basta con que
supongamos la efectividad de este recubrimiento, de una absorción, como lo
implicaba su interpretación en la teoría de la reencarnación, para que la frase
se reduzca inmediatamente aún más:
É L Y A N O D IC E L O Q U E É L D IC E , S IN O L O Q U E É L D IC E

Aquí se ve sepultada toda posibilidad de decir, ya que a la vez “él dice” y “él
no dice’\..”io que él dice”. Este fuera del decir (horsdire) se encuentra
señalado, me parece, en algunos textos literarios. Este sena, por ejemplo, el
alcance del se dice en Duras. En sus textos más sobrecogedores, no podemos,
durante un tiempo, localizar quién habla. Esta cuestión se le presenta al
lector; lo deja, por un instante, sin posibilidad de responder, pero puede -por
ejemplo, releyendo el texto- terminar por saberlo. Este breve fracaso del
juicio de atribución designa entonces tanto mejor el fuera del decir (horsdire),
su indecente (orduriére) efectividad, cuanto que esta designación se hace
discreta, tan discreta como un momento de desvanecimiento. Ocurre lo
mismo con el “¿Qué importa quién habla?” de Beckett, colocado por
Foucault en el inicio de su conferencia de 1969; evoca y opera, a su manera,
una suspensión del decir, ya que se lo puede leer también como una pregunta
que replicaría (retomando lo que acaba de decirse) a alguien que habría
declarado que importa saber quién habla (pero justamente, si eso importa, es
que no es evidente) o, al contrario, como el borramiento de este voto, y la
forma interrogativa ya no sería ahí más que un modo de la afirmación.
Al designar así ese salto por el cual Lacan se presenta como freudiano,
estamos muy cerca no del inconsciente sino de la razón del inconsciente
como hipótesis (de su lugar en la doctrina), lo más cerca posible de lo que
permitiría dar cuenta de que Lacan, cierto día, haya podido atribuirse el
inconsciente. En efecto, la hipótesis del inconsciente bordea el fuera del
decir a! prohibir la puesta en equivalencia del “él dice lo que él dice” con el
“él no dice lo que él dice”, interdicción (inter-dicción, es oportuno decirlo en
264 la letra que sufre demora

este caso) que se produce con la hipótesis de que el sujeto “dice algo diferente
de lo que él dice”. El retorno a Freud, por el lazo que instaura entre Lacan
y Freud, plantea entonces, al decir, una pregunta más fundamental que la que
le es dirigida por la hipótesis del inconsciente. Esta diferencia de nivel es
análoga a ¿a que está enjuego cuandb, frente a un niño anoréxico, la buena
intención nutricia propone, con estúpida malicia: “¿Quieres zanahorias o
papas ?”;.evidentemente, esto supone que ha sido resuelto el problema.
El retomo a Freud se deja entonces atrapar en esta pregunta, que ahora se ha
vuelto inevitable, de saber cuándo alguien está en esa postura de decir lo que
otro dijo ... ¿quién es el que lo dice? ¿Es ese alguien o es el otro?
En un capítulo anterior, llamé enunciación paranoica al modo de enuncia­
ción no déspersonalizado sino despetsonalizante que consiste en ofrecer su
propio decir al testimonio de lo que otro dijo -frase que, aunque la escribo,
no la puedo escribir, ya que “su propio” y “otro” son justamente lo que ese
modo de la enunciación cuestiona en su estatus 9. ¿Acaso no estaba ya
apuntada la enunciación paranoica en la definición restringida de la palabra
pfodiicid&en el psicoanálisis con el “eso habla” ? La última palabra de Lacan
sobre la palabra consistió en una acentuación del “eso habla*£js:la califica­
ción de la palabra como “palabra impuesta”.
¿Por qué fue Lacan, en vez de algún otro, el que se precipitó en un retorno a
Freud? ¿Por qué puso él su decir bajo la dependencia del de Freud?
Comenzamos aquí a entrever que es porque él, más que cualquier otro, se
había constituido en el testigo del paranoico en tanto que impone situar la
palabra como algo que no es nunca otra cosa que una palabra impuesta.

El giro anterior 10propiamente lacaniané ■

S i Lacan no fue freudiano desde siempre, ¿cómo situar sus trabajos anteriores
a su Compromiso en el ifetldismo? La respuesta es fácil de producir: Lacan
comenzó por ser laCaniano. Notaremos que esta respuesta presenta aquellos
primeros trabajos como los únicos propiam ente calificables com o
“lacanianos”, ya que todo lo que siguió a la instauración del retomo a Freud
no cesó nunca de referirse a Freud.
Hubo, en un tiempo, una doctrina lacaniana. Es la de la tesis de 1932, que
se presenta como una doctrina person-ala, como la doctrina de un autpr, y de
un autor que, en cierto campo, reivindica su originalidad, pretende aportar
algo: no solamente la definición de una nueva entidad nosógráfica (la
paranoia de auto-castigo) sino, con ella, una nueva concepción de la paranoia

9 Cír. Capítulo ocho, págs. 187 a !92.


10L ’avant-tour (giro anterior, homofonía con avant-tout - ante todo y con aventure -aventura),
en correüación con retour (retomo). 0
la discursividad 265

y, por esto, de la enfermedad mental y, por lo tanto, de la relación que el


psiquiatra sostiene con ella, y, en consecuencia, de la psiquiatría. Sabemos
que los surrealistas reconocieron inmediatamente eso n. Pero la tesis misma
no dice otra cosa; juega con las cartas sobre la mesa. Podemos leer, por
ejemplo, una frase como esta: “Sin embargo, hay un punto de la teoría
psicoanalítica que nos parece particularmente importante para nuestra
doctrina (el subrayado es mío) y que se integra a ella inmediatamente.”
Leemos también, en el estudio del caso de las hermanas Papin 12: “A decir
verdad, aunque hayamos establecido estos acercamientos teóricos (con
Freud), la observación prolongada ... nos había conducido a considerar la
estructura de las paranoias y de los delirios vecinos como enteramente
dominada por la suerte de ese complejo fraternal.” Lacan sólo puede enfocar
estos “acercamientos” con Freud (trata con Freud como de potencia a
potencia) porque él es el que acaba de producir una nueva concepción de la
paranoia (cfr. “nuestra doctrina”), que no es la de Génil-Pérrin,
constitucionalista, ni la que, a partir de Clérambault, daría cuenta del delirio
paranoico como una tentativa racional de explicar los fenómenos elementa­
les.
¿Cuál es, en esta época lacaniana, el lazo de Lacan con Freud? ¿En qué le
importa entonces Freud a Lacan? Es notable que la primera pregunta que le
plantea aFreudsealadelautocastigo. Freud es consultado como alguien que
puede proporcionar elementos de respuesta: “...aunque más no fuese por
contentarnos con el perchero del autocastigo -escribirá Lacan unos 33 años
más tarde-...desembocábamos en Freud” 13. Pero es todavía más notable (al
menos si lo confrontamos con la opinión hoy admitida que pretende que
Lacan tomó en cuenta sobre todo el Freud de la primera tópica) que lo que
le interesa a Lacan en Freud es su segunda tópica. Sin embargo, como ella
depende de la teoría del narcisismo y como la doctrina lacaniana desarrolla,
sobre la función de la imagen, cierto número de tesis específicas, el apoyo
sobre Freud no llegará hasta impedir la formulación de serias objeciones a la
doctrina freudiana.
“El narcisismo -leemos en la tesis- se presenta en la economía de la doctrina
analítica como una térra incógnita” !4. Esta es una afirmación importante
porque apunta unafalta en Freud, hecho que, después del enganche de Lacan
en su “retomo a Freud”, permitirá precisar este retorno a Freud como un
retorno a lo que falta en Freud. Freud no supo localizar la función de la
imagen en la constitución del Yo. Vemos aquí que la invención del estadio
del espejo, la comunicación de éste en Marienbad en 1936, va en la misríia
dirección que esa localización de una falta en Freud. Pero ya la tesis libera

11 Remitirse al artículo de Crevel que da cuenta de la tesis en Le surrealisme au Service de la


révolution, no. 5.
12 Se lo encuentra en la edición de Seuil, adjunto a la tesis, cfr. p. 396; la cita anterior está en
la página 323. (En español, respectivamente: págs. 345 y 294.)
13 J. Lacan, Écrits, op. cit., p.66. (En español; Escritos, op. cit., pág. 60).
14 Lacan, T esis, p. 322. (En español, pág. 293.)
uu icau que su/re demora

al Yo desuniendo en su concepto lo que depende del narcisismo (y que está


intrínsecamente ligado a él; esto será confirmado por el “estadio del espejo”)
y lo que concierne a la función de percepción / conciencia (que no hay lugar
para asociar por más tiempo al Yo).
Estas consideraciones teóricas tienen, por supuesto, su importancia en lo que
se refiere a la forma como se interpreta la paranoia. Y la crítica lacaniana de
Freud encuentra ahí su prolongación con la observación de que el impulso
í > agresivo del pasaje al acto no es aclarado por la invocación, a propósito de
él, en la doctrina analítica, de unapulsión homosexual (por su trastocamiento
en agresividad), sino que es la función de la imagen como tal la que da cuenta
del amor homosexual y de su transformación, y no a la inversa. (Este lazo
de la agresividad con el narcisismo nunca fue desmentido por Lacan, sino al
contrario, aún más solidificado cuando desunió la pulsión agresiva de la
pulsión de muerte; la agresividad narcisista confirma entonces su anclaje en
el imaginario, mientras que la pulsión de muerte, por esta desunión, es
susceptible de ser entendida como'constitutiva del simbólico. Por otro lado,
Lacan prácticamente no insistió -es lo menos que podemos decir- sobre la
interpretación de la paranoia por la homosexualidad; esto es por la presenta­
ción de la dimensión del imaginario.)
En la tesis, vemos que la doctrina lacaniana trata a la doctrina analítica como
un conj unto de enunciados donde hay unos que deben ser tomados y hay otros
que deben ser abandonados (¡Vaya, vaya!); pero más aún, hay un verdadero
desafío lanzado al psicoanálisis: si él pretende abordar la paranoia (y fuera
de este abordaje, se le dice, está consagrado a la esclerosis), le será necesario
aceptar transformarse él mismo, desplazar su centramiento sobre el incons-
. cíente en provecho de una mejor toma en cuenta del Yo. Lacan da aquí una
lección al psicoanálisis, antes de consagrarse él mismo a la tarea de responder
‘ * a este desafío que él lanzabaal psicoanálisis, al introducir en éste, cuatro años
más tarae, “el estadio del espejo”. Así lo vemos en la página 280 de la tesis
’ (en español, pág. 254): “...nos parece que .el problema terapéutico de las
j ■psicosis vuelve más necesario un psicoanálisis del yo (subrayado por él) que
un psicoanálisis del inconsciente”. Lacan no debe a Freud los primeros
I lincamientos de lo que iba a ser una de las tres dimensiones del ser hablante,
a saber, el imaginario. Incluso es eso lo que diferencia su doctrina de la
' paranoia de la que produjo el psicoanálisis, mucho antes de ser lo que él va
a intentar introducir en Freud.

]
la discursividad 267

Naves quemadas

Solamente hay un hecho nuevo, el primer hecho nuevo desde que el oráculo
funciona, es decir, desde siempre: es uno de mis escritos que se llama La chose
freudienne (La cosa freudiana), donde indiqué lo que nadie había dicho nunca.
Sólo que, como está escrito, naturalmente, ustedes no lo han oído.

Lacan. el 17 de febrero de 1971

El hecho de que Lacan haya comenzado por defender su propia bandera


impone la cuestión de saber cuándo dejó de ser lacaniano. Propongo la fecha
del 7 de noviembre de 1955 como la del día en que quemó sus naves. Estuvo
ese día en Viena para hablar de La cosa freudiana, título de la conferencia
donde él anuncia por primera vez, y como una “consigna” l5, su “retorno a
Freud”.
Esta proposición no implica que digamos que, antes de esa fecha, Freud no
contaba para Lacan. Pero una cosa es afirmar, como él lo hacía en 193616,
que “Freud está en la vanguardia con respecto a todos los otros en la realidad
psicológica”, o también, como lo hace en 1950, que la importancia de la
“revolución freudiana” se confirma con el uso que se da en psicología a la
noción de culpabilidad, o, como lo reconoce el informe llamado “de Roma”
en 1953, que el psicoanálisis como disciplina que no debe su valor científico
más que a los conceptos de Freud, da lugar para retomar sobre su historia en
la obra de Freud para criticarlos mejor y establecer sus equivalentes en el
lenguaje de la moderna antropología 17, y otra cosa es constituirse en “el
anunciador” (esta palabra, tomada de otro vocabulario que no es el de la
ciencia, lo subraya suficientemente) de un “retomo a Freud”.
Este análisis nos obliga entonces a admitir que en el sentido del “retorno a
Freud”, Lacan no era “freudiano” en el momento del informe de Roma. Es
molesto que esto pueda lastimar a los que no quieren reconocer en Lacan otra
cosa que ese freudismo. Recurramos al texto mismo Función y campo de la
palabra y del lenguaje en psicoanálisis: hay ya un espacio entre este “en
psicoanálisis” y “la cosa freudiana”. En el informe de Roma, el retomo a
Freud sólo es dado como un desvío -incluso si es obligatorio, sigue siendo un
desvío-, como un medio para dar nuevamente su cientificidad al psicoanáli­
sis. Efectivamente, es porque hay un desfasaje decisivo entre este lazo con
Freud y el que instaura la consigna creída de un “retomo a Freud”, que Lacan
podrá a continuación dar al psicoanálisis otro estatus que no sea científico,
y ante todo reconocerlo, con Foucauit, como un discurso.

19J. Lacan, Écrits, op. cit., p.402. (En español: Escritos, op. cit., pág. 385).
'* J. Lacan, Écrits* op. cit., p.88. (En español: Escritos, op. cit., pág. 88).
17Sustraigan laexigencia de esta puesta en equivalencia y obtendrán la ideología que subtiende,
la empresa del Vocabulario de psicoanálisis.
El punto de viraje es ese 7 de noviembre de 1955: ese día, “freudiano” toma
un valor específico, un alcance que nunca le había pertenecido hasta
entonces. A quien consideraría “tardía” esta fecha, le haré notar que en 1953
Lacan está lejos de pensar en fundar una “Escuela freudiana”, crea, con otros,
una “Sociedad Francesa de Psicoanálisis”, algo, entonces, que no implica, en
su título, ninguna referencia a Freud. Será necesario esperar mucho tiempo,
exactamente hasta 1964, para que el régimen de la “Sociedad” ceda su lugar
al de una “Escuela” en el tiempo mismo en el que (no sin u.na ligera
vacilación), “freudiano” aparece en el título en lugar de la referencia
nacional, y “psicoanálisis” se encuentra a la vez excluida por la localización
en París de este freudismo. Es tanto más legítimo subrayar estás últimas
sustituciones, cuanto que un formidable “azar” (!) deja intacta la sigla, como
para marcar, con esta estabilidad acrofónica, que los lugares sori efectiva­
mente “los mismos”. . ■<
.

1953: Société Fran$aise de Psychanalyse


1964: École Frarajaise de Psychanalyse, corregido inmediatamentepor:
École Freudienne de Paris

Roma, Viena y más tarde París, el umbral franqueado entre Función y


Campo... y La cosafreudiana se significa también en la geografía. En 1964,
la Escuela se reivindicará como “freudiana” localizándose en París, renun­
ciando así con un mismo movimiento a presentar al psicoanálisis como
“naturalmente” o “evidentemente” inscrito en la ciencia, y a continuar
tomando a Freud con las pinzas de la nación francesa, que es la verdadera
finalidad del pichonismo. 1964 prepara el terreno donde vendrá a alojarse
la discursividad. Pero este movimiento tiene su verdadero punto de partida
en 1955 con La cosafreudiana y la separación que ella instituye enfrie Viena
y Roma.
Lo que ocurrió después demostró, al repetir la operación, que Roiíía es el
lugar dónde viene aproclamarse el dominio, francamente adquirido, sobre un
poder. En Roma, estamos “en el infórme”. Quiere decir que ya no cuenta
tanto el contenido como el reconocimiento concedido públícamenté por la
institución al más valiente de sus guerreros. Es en calidad de conquistador
que Freud tiene dificultades con Roma. La presencia de Lacan en Viena, en
tierra de Freud, tiene un valor totalmente distinto. Bastará con detenerse en
esto un instante para admitir que era inconcebible que la consigna-de un
la discursividad 269

retomo a Freud pudiera ser lanzada desde otro lugar que no fuera desde la
tierra de Freud: era lógico estar allí en cuerpo para decir que faltaba acudir
allí, y que entonces sólo podía tratarse de retornar allí.
Viena fue entonces un acontecimiento. Lacan se metamorfosea allí en
“freudiano” (se trata de precisar lo que eso quiere decir) al enunciar “la cosa
freudiana” como aquello que no podía constituirse más que en el movimiento
de un retomo a Freud. Al hacerse el anunciador de él, Lacan, ese día, en
Viena, se encaram a al escenario de este retomo.
¿Qué es lo que volvió posible, y en ese momento preciso, este enganche de
Lacan en el freudismo, en ese freudismo? La cuestión no puede no ser
planteada, incluso si es necesario esperar al final de este estudio para
responder a esto; ¿Freud no se disculpaba acaso de tener que actuar como
esos malos historiadores que, en el curso de sus reconstrucciones, predicen
tanto más fácilmente el futuro cuanto que ya lo conocen? Responderé
entonces ahora, a reserva de dar apoyo más adelante a esta afirmación, que
es porque tiene en su poder, desde el 8 de julio de 1953 18, el tríptico del
simbólico, del imaginario y del real; es porque no solamente dispone de cada
una de estas categorías, sino de estas categorías en tanto que son tres, que
Lacan puede iniciar la operación de un retomo a Freud, que puede, entonces,
“él mismo” quemar sus naves ahí. A partir de entonces, el problema teórico
que no cesará de trabajar este retomo, que no cesará de ser trabajado por este
retomo, será el de la articulación de Freud con S.I.R. La cosa sólo será tratada
de frente con la última versión de ese retomo; pero ya a partir de su tesis, y
de la manera en que Lacan introdujo otra definición del Yo en el freudismo,
podemos pensar que una de las soluciones posibles, quizás la más inmedia­
tamente al alcance del retom oaFreud, consiste en experimentarR.S.I. como
lo que le falta a Freud.

11 F echa de la prim era reunión “científica” de la S. F. P. Lacan dio allí una conferencia cuya
im portancia, quizás sería conveniente adm itirlo, es lo que im pide su publicación.
Retomo I - Diana, Acteón
y el no reconocimiento de los perros

"El Otro como tal sigue siendo un problema en la doctrina, en la teoría de Freud;
aquél que se expresó en lo siguiente: ¿qué quiere la mujer? - La mujersería, en este
caso, el equivalente de la Verdad. "
Encoré (15 de mayo de 1973)

Kierkegaard se dirige a Berlín para probar, al efectuarla, si la repetición es


posible; Lacan se dirige a Viena para comenzar, al anunciarlo, el retomo a
Freud. Pero la analogía puede ser llevada un paso más lejos (dando quizás
estos dos desplazamientos como dependientes de un solo y mismo gesto): el
texto de La repetición es una carta de amor dirigida a Regina, a la que todavía
no es “la eterna novia”; apunta a obtener “el reinicio” (como se traduce
también) de las relaciones con Regina. La cosafreudiana está, también,
dirigida a una mujer; está dedicada “a Sylvia”. Ahora bien, con esta
ubicación de cierto lugar (vamos a ver que se trata de una posición clave)
dado a una mujer (¿sostenido por ella?) en La cosa freudiana, se encuentra
situada de entrada _la! primera versión del retorno a Freud.
La cosafreudiana es el único texto de los Escritos que esté dedicado a una
mujer; y, según mi conocimiento al menos, sólo hay un texto más de Lacan
que fue ofrecido a una mujer, pero ofrecido de una manera quizás menos
sorprendente, porque es habitual cuando se trata del texto de una presenta­
ción de tesis.
Michel de Certeau anota que la tesis está dedicada a Marc-Fran?ois Lacan,
“hermano en la religión” y ve ahí una confirmación de su interpretación del
“retomo a Freud” eomo realización cristiana del judaismo de Freud. Pero,
al hacer esto, olvida leer la otra dedicatoria, este homenaje, quizás más
secreto, más púdico en todo caso, y que sin embargo se deja descifrar
fácilmente ya que su cifrado sólo consiste en una traducción en griego. La
tesis es ofrecida, entonces, a Marc-Francpois Lacan, pero también a M.-T. B.*
“esa, dice el texto griego, sin cuyaoresencia a mi lado, yo no habría llegado
a ser lo que llegué a ser1'.
¿Llegado a ser qué? (en efecto el “lo que” impide interrogar: ¿Quién?).
Entonces no tanto “Jacques-Marie Lacan”, el que firma esta tesis, sino
“lacaniano”, en el sentido en que Marc-Francois presentifica esta referencia
;omún, fraterna! y religiosa. En el nivel de la tesis de 1932, Lacan es
‘lacaniano” en el sentido de Marc-Fran?ois. Pero las cosas no se quedan allí,
la discursividad ni

y esencialmente a causa 4e una m ujer * Es lo que aparece, en todo caso, en


el aprés-coup, cuando en 1955 la cosa, que desde ese memento era “freudiana”,
es vuelta a poner en las maíios de una mujer. De la cosa lacaníana a la
freudiana, tenemos, entonces, desde el punto dfi vista de una puesta a la luz
de las configuraciones enunciativas,- los dos triángulos siguientes:

La psicosis paranoica . la cosa freáiana


(puesta a la luz de su raíz
en el complejofraterno)

Lacan (Marc-Fran$oisíf Freud

Lacan (Jacques) Lacan

V amos a ver cómo, en La cosafreudiana, la primera introducción del retomo


a Freud es homologa de lo que acabamos de indicar sobre su enunciación.
Una vez más aquí, resulta que Lacan cumple con el principio spinozista: idea
vera debet cum suo idéalo convenire.
En La cosa freudiana hay dos mitos con los cuales el retomo a Freud se
encuentra a la vez construido, pensado f sostenido como proposición. El
primer mito, militar, es el del héroe traicioftado; hubo un acto heroico, el de
Freud al elaborar su o6ra, después ésta obra fue delegada a otros, a aquellos
que llamaré con una palabra que se encuentra en el texto, a saber “la guardia” '
(la que muere pero no se rinde, al menos según se dice), después, la traicióp
de la guardia que, al mismo tiempo, se traiciona a, sí misma en tamo que
guardia y, finalmente, su huidá lejos del centro ¡desperaciones que está (por
aquí el costado de tira cómica del mito pasa a ío trágico, ai tocara] real) a la
W z áBí d0fide.se encuentra Freud y aMfdondéh0C;!e estrc^&s k t persecución
peMtica.del nazismo conquistador. Estees el espec.tácslo 1ÉHIÉ'¡fesde París,
de una horda que huye de Viena en un tren “que no debía detenerse hasta los
confines de nuestro mundo” 30, espectáculo que hace que Lasan, después de
ver desaparecer, en el horizcgpte del oeste, a la guardia en desbandada, se
vuelve hacia Freud, como preguntándole lo que pudo haber dicho o hecho,
verdaderamente, para que las cosas hayan llegado a este extremo.
Esta es la primera elaboración, én el mito; del retomo a Freud, la que
pone en equivalencia “retomo a Freud” con “vuelco del freudismo”, ya que

4
* R ew áeu taB aquí ífcJSS8¡,.J6tí|:$ já- lfes.¡;(!«fvBnéJSn p a u l a s se o pere/de Ju.ig i rreud.
la ruptura por la cuai el primero cesa de ser freudiano para volverse j-unguiano. Una tnisma
intervención, y dos efectos contrarios: por eso, si liica lo mejor que puede b a ^ f un boinbrc es
ser el incauto de una issjer, no puede tratarse de cualquiera,
:0 J. Lacan. Écrits, op* dr.. p.402. (En español: Escritos op. cit., p.385).
r

el freudismo no es entonces nada más que lo que huye de Freud. Lacan


precisa que ese retom o no es un retomo de lo reprim ido21 sino una% m a de
posición antitética.
Se trata efectivamente de un mito, el del héroe traicionado. No solamente
porque encontramos ahí el conjunto de los elementos que componen ese
mito, sino también y sobre todo porque son utilizados como mito, lo que se
revela si notamos simplemente que Lacan no cuestiona tal o cual de sus
elementos en ningún lugar de este texto, por ejemplo, el gesto por el cual
Freud confía.su obra a una guardia cuestionamiento que hubiéramos podido
esperar de un análisis político de la situación del psicoanálisis en 1938.
Lacan se encuentra, durante un instante, en posición de tener el asunto en su&
manos (su continuación dependerá del retorno a Freud), porque; ve, desde
París,io que se está produciendo entre Freud y su guardia; posición ésta que
fue la de una mujer en el triángulo anterior y que será la de una mujer en el
siguiente:
Freud

Lacan

La guardia

Pero, a partir del momento en que se comprometió en el retomo, a Freud,


Lacan viene á ocupar nuevamente el lugar de la guardia; es ahora el retomo
a Freud el que se ocupa de la guardia de Freud. Aquí hay lugar para proponer
otro mito, para apoyar, esta vez, ya no el comienzo del retomo a Freud, sino
lo que lo va a sostener al menos por algún tiempo. El lugar dejado vacío por
el hecho del pasaje de Lacan a la guardia será ocupado en este caso, una vez
más, por una mujer.
El mito que, desde 1955 hasta 1969 (fecha de la elaboración de los cuatro
discursos) sostuvo el retomo aFretftí es dado en La cosafreudiana. Es el de
Acteón, transformado en ciervo y luego devorado por sus perros, por no
haberse dado vuelta ante la visión de la desnudez de Diana. El segundo mito,
“más grave” -dirá Lacan- es ante todo una interpretación del primero: la
huida de la guardia es retomada aquí como la de unos perros que se habrían
negado a devorar a Acteón a pesar de que su encuentro con Diana lo había
transformado en ciervo. Estos perros no se engañan, preservan a Acteón.
Con esto se oponen á la caza, manifiestan así que no la reconocen como lo

21 Id. p. 403. (En español: Id. p.386).


la discursividad 273

que es, una caza de la Verdad, donde los cazadores están dispuestos a pagar
el precio que la Dama exige. ¿Pero podemos siquiera sea hablar aquí de un
“precio” cuando, si recibimos la muerte de la diosa que no podría dejarse
m irar desnuda (es decir, sin su arco), esta misma muerte vale como un don,
el don (de amor) de esta desnudez que ella no tiene y que un mortal logró,
sin embargo, sustraerle?

iQ ué resulta de esta retirada de los perros? Nada más que una dispersión
donde cada uno de ellos, por no haber hecho de Acteón su presa y, entonces,
por no poder presentarse con él frente a la diosa, se vuelve “la presa de los
perros de sus pensamientos” 22. Releamos esta página 395 de los Escritos
para oir, hoy por fin, el extremismo del cual da pruebas Lacan en esta
introducción del retorno a Freud. Porque, si devorarse a sí mismo es lo que
resulta de la retirada (por lo tanto: lo peor), la alternativa, que es el retomo
a Freud, tiene por horizonte algo como una destrucción colectiva (la que no
se produjo en el momento de la primera caza), en una comunión “casi
mística” donde Freud/Acteón, devorado ahora por los perros, le ofrecería
este devorar mismo a la Diana ctoniana para recibir de ésta, con la muerte de
todos, una confirmación de que, como la Verdad, fue efectivamente “toca­
da”.
Sólo una visión limitada de la locura puede escandalizarse con este extremis­
mo (o simular estar escandalizada); pues ¿cómo oponerse al extremo de la
locura si no es dentro de un compromiso igualmente extremo?
Retomar a Freud, es retomar con él esta caza de la Verdad; su fin no puede
consistir más que en el gesto que se remite a ella, ofreciéndole lo que ella ha
rechazado, ya que la posición desarmada en que es sorprendida, en el baño,
es esa misma que viene a ocupar frente a ella aquél que pretende convertirla
en su presa. En este punto límite, las categorías, las diferenciaciones mismas *
desfallecen: el montero se convierte en presa y la presa se vuelve sombra y
el montero falla así, pero de la buena manera, en su caza de la Verdad.
Tenemos aquí, entonces, esta muerte transfigurada, sublime, anunciada de
entrada, puesta de entrada en el horizonte del retom o a Freud. A pesar de que
ella apele, lateralmente, ala formidable energía del masoquismo (aunque ella
sea quizás una forma de tratarlo), no está de más usar los encantos del
alejandrino para invitar a nuevos perros a semejante empresa. Veamos
presentados como tales, los cuatro alejandrinos que se encuentran al final de
la conferencia pronunciada en Viena:

~ La elección de devorarse a sí mism o antes que cejar de cuidar del O tro se vuelve patente en
!a experiencia de un psicoanálisis y. especialm ente, en los casos de psicosis. Pero es una regia,
para todos, que cuestionarse es más fácil, contrariam ente a ¡o que s e d i c e , q u e cuestionar al Otro,
es decir, que ponerlo a la escuela de su falta.
274 la letra qu'e sufre demora

Actéon trop coupable á courre la déesse,


proie oú se prend, veneur, l ’ombre que tu deviens,
laisse la meute aller sans que ton pas se presse,
Diane á ce qu’ils vaudrons reconnaitra les chiens...

(Acteón demasiado culpable caza a la diosa,


presa donde se prende, montero, la sombra en que te conviertes,
deja que la jauría corra sin apurar tu paso,
Diana, por lo que valdrán, reconocerá a los perros...)

De acuerdo con el carácter anunciador de la conferencia, el texto de La cosa


freudiana termina con tres puntos suspensivos. También sobre tres puntitos
se volcará esta versión del retomo a Freud cuando el retorno pase al discurso.

Retamo II La discursividad
-

Ha habido gente ¿jr cada vez hay más- que se interesó;en el “retomo a Freud”
de Lacan, incluso para comprometerse en él, y con frecuencia muy adentro
desde un punto de vista personal. Se trataba, eri su mayoría, de lo que Lacan
llamaba ‘‘casos de verdad”. Pero esto no impedía cierta opacidad mantenida
en cada uno de estos compromisos: el acuerdo dado al “retomo a Freud” era
ala vez efectivo, confuso y, finalmente, silencioso, salvo este reconocimien­
to de que estaba en juego allí una verdad, con toda certeza, la del freudismo
mismo; dicho de otro modo, de cierta relación con la verdad. ¿Tal vez hay
que ver este silencio como la necesaria contrapartida de la participación
efectiva de los perros en lá caza, como el signo de un compromiso demasiado
poderoso? El hecho es que la intervención de Michel Foucault vino de otro
lugar, y que, desde 1955 hasta 1982, Lacan no recibió nunca la menor
interpretación de su "retorno a Freud", salvo enfebrero de 1969,y por obra
de Foucault.
Con su conferencia, titulada “¿Qué es un autor?”, Michel Foucault procede
a una presentación del “retomo a...” como hecho de discurso; confirma así
a Lacan el carácter freudiano de su retorno a Freud (este tipo de confirmación
es un componente fundamental de la inteipretación analítica) situando (el
agregado es, también, constitutivo de ese tipo de interpretación) a Freud
como instauradorde un discurso. Es porque Freud habrá .sido el instaurador
de una discursividad que tuvo lugar un “retorno a Freud”. Esto es lo que
Lacan oye ese día de labios d'e Foucault. Se produjo por ello la construcción
la discursividad 275

lacaniana de los cuatro discursos.


Veamos ante todo los datos cronológicos:

* 22 de febrero de 1969 - Conferencia 1


queología del saber está en prensa).
18 de ju n io de 1969 - Lacan es echado de la E cole Nórmale
Supérieure, donde se llevaba a cabo la que
aparecerá aprés-coup com o él ditim o semi­
nario fundado sobre la topología de las su­
perficies: D'un Autre á l'autre.

* 26 de nov. de 1969 - P rim e ra se s ió n de L'envers de la


psychanalyse, prim era lección en la Facul­
tad de Derecho, prim era mención del “ dis­
curso" en e l sentido de la doctrina de los
cuatro discursos.

A partir de ese 26 de noviembre de 1969, el término “discurso” no será


simplemente, én Lacan, una palabra del vocabulario corriente (Cómo en el
“Discurso de Roma”), sino el nombre de una noción (como en “discurso del
amo”). Esta diferencia es tanto más marcada cuanto que se inscribe en una
tipología de los discursos.
No por eso Lacan se atendrá, a partir de ese momento, a un uso estricto del
término “discurso” ; al hablar igualmente de “discurso capitalista” o de
“discurso de la ciencia”, se verá obligado a precisar de qué se trata en su
doctrina de los cuatro discursos, distinguiéndolos como “discursos radica­
les”. Tenemos aquí una dificultad taxonómica que, como veremos, no deja
de tener importancia para el pasaje a una tercera versión del retomo a Freud.
La construcción de cuatro discursos radicales es esencialmente el producto
de una escritura: hay cuatro discursos porque esta escritura proviene de un
'“alfabeto” de cuatro létras, porque cuatro letras nunca pueden ocupar más
que cuatro lugares, y porque si se mantiene la serie de las cuatro letras como
una serie ordenada, así como la disposición de esos cuatro lugares, rió quedan
más que cuatro “frases” posibles .
Como hecho de escritura, los cuatro discursos sellan el nuevo valor dado al
“discurso”: a partir de ese momento está desunido de la palabra, y toma en
el escrito el estatus de un “discurso sin palabra”, mientras que en su acepción
habitual, el discurso permanece ligado a la palabra, incluso si esta palabra ya
no lo es totalmente por tener que presentarse como una palabra rituaüzada.
Esta construcción se puede precisar mejor como la conjunción de dos series

3 Algunos se pusieron inmediatamente a intentar modificar el orden de las letras (una empresa
a la que Lacan se opuso de inmediato) pero, curiosamente, a nadie se le ocurrió cambiar las
relaciones con los lugares (que, sin embargo, era fácil de pensar puesto que estaban nombra­
dos).
276 la letra que sufre demora

escritas y mantenidas separadas hasta esta fecha del 26 de noviembre de


1969. La primera serie, la más antigua, es la transcripción de la -definición
lacaniana del Sujeto como “lo que es representado por un significante para
otro significante”, lo que da:

$ —> Sj —
->Sj
Laotra serie, mucho más reciente (vistadesde este 26 de noviembre de 1969)
fue construida en la inmediata prolongación del gesto de la administración-
de la Ecole Nórmale Supérieure echando / cazando (chassant quiere decir las
dos cosas, ¡qué casualidad!) al seminario de sus locales. El día dé su última
presentación en la calle tilín, Lacan ubica este acontecimiento como un
intento para liquidarlo, del mismo orden que el de 1953. Para captar la
lección que él va a extraer de este acontecimiento, es necesario recordar ante
todo que fue en esos locales de la E.N.S, donde Lacan, viéndose con los ojos
que lo veían, los de los “príncipes de la universidad” (como él los'llamaba),
iba a acreditar su decir comG algo que era una ¿nseñanza u . Pero si obtuvo
la comprobación de que su enseñanza no era universitaria, ella vino, esta vez,
ífle la administración de la É.N.S.^ya que-«so fue lo que el director adminis­
trativo le dijo en el momento mismo en que lo echaba23. Desde ese momento,
Lacan concluyó que debe haber varios tipos de enseñanza, una “universita­
ria” y, por lo menos, otra que no lo sería.
Hay aquí en el nivel de la doctrina, una toma en cuenta muy notable de. un
acontecimiento sobre ei que nos equivocaríamos si lo considerásemos como
puramente institucional. Lacan, excluido de uno de los lugares destacados
de la universidad, propone inmediatamente una escritura de la posición
universitaria. Esta escritura la hace codearse con la posición del amo y de la
histérica, cada una de las cuales responde a úna de las tres realizaciones
posibles de la serie

S, S2 a
cuando ,la insertamos en los tres lugares marcados como se muestra:

La conjunción de estas dos series de escritos* ana antigua, la otra


muy reciente, da la serie de las cuatro letras que van a escribir los cuatro
discursos:

24 “Aquí es donde se advirtió que lo que yo decía era una enseñanza”, J. Lacan, sem inario del
26 de noviem bre de 1969.
23 A trapado en la torm enta del acontecim iento, Lacan llegará a llam ar a su enseñanza
“antiuniversitaria” . Este tipo de deslizam iento es lo que prohibirá la utilización de los cuatro
discursos. Pero si bien eso lo prohíbe, no lo im pide, com o el post-Lacan lo ostentó
desgraciadam ente. ,
la discursividad 277

Pero el hecho de que la doctrina de los cuatro discursos sea el resultado de


una operación de escritura no da cuenta del hecho de que lo que se llamaba
“posición del amo”, “posición histérica o “posición universitaria”, sea
llamado discurso en ei momento mismo en que, de la calle Ulm (sede de la
E.N.S.) a la plaza del Panteón (sede de la facultad de Derecho, donde
continuará con su seminario), de D 'un Autre á l ’autre a L ’envers de la
psychanalyse, eso se reescribe.
¿Por qué la toma en cuenta de la posición universitaria (que se volvía
especialmente urgente con la exclusión del seminario) es realizada como
discurso? ¿Diremos que, al proponer que se distingan cuatro discursos unos
meses después de La arqueología del saber (que se ofrece como una
descripción de estos tipos particulares de regularidades que Foucault llama
“discursos”), Lacan experimentó la influencia de Foucault? Pero justamen­
te, al introducir, entre palabras y cosas, este nivel del discurso, Foucault
forcluye ese tipo “de explicación” con que se alimentaba “la historia de las
ideas”. Más bien -lo mostraremos- hay que ligar la adopción de la discursividad
a la conferencia del 22 de febrero de 196926 en tanto que ella produjo una
interpretación del retomo a Freud.

Uno de los elementos que permiten afirmar si una intervención tuvo un


alcance interpretativo es su efecto de corte; leemos aprés-coup que esta
intervención habrá jugado como corte. Ahora bien, ese fue precisamente el
caso, me parece, con esta conferencia.
Consideraremos, para mostrarlo, la serie de los seminarios. D 'un Autre á
1‘autre se deja áprehender como el último que tom a un apoyo decisivo sobre
la clásica topología de las superficies (la clasificación de éstas últimas es
adquirida en el siglo XIX); el paso que efectúa, con respecto a L ’acte
psychanalytique (que lo precede) es laarticulación, gracias al plano proyectivo,
del “en form a de a minúscula del A mayúscula”. Ahora bien, en los
seminarios siguientes, ya no se tratará de estos objetos topológicos, ya no se
tratará de este “en forma”: estos seminarios estarán casi exclusivamente
centrados alrededor de la escritura de los cuatro discursos (diferente, en su

^ Én Lino ral, n°. 9, Ed. Eres, TouJouse, junio 1983.


¿ 16 la letra que sufre demora

modo, de la escritura topológica) y sus secuelas “semánticas”. Esto seguirá


siendo cierto hasta la introducción de una nueva topología y, con ella, de una
nueva y tercera versión del retomo a Freud.
Entonces, hay efectivamente un corte notable, en noviembre de 1969, en la
perforación de Lacan. Es, por otro lado, visible en sus oyentes; así como la
escritura topológica los dejaba perplejos, reservados, si no es que aburridos,
incluso molestos por perderse, en todo caso sin voz (¿qué ecos hubo de D'un
Autre á l’autrel Ninguno), la doctrina de los cuatro discursos provocó
inmediatamente numerosos trabajos de alumnos (lo cual no quiere decir que
todos fueron afortunados)..
Quizás se admitirá que hay allí efectivamente una ruptura en la continuidad
de los seminarios aunque rechacemos qüe Foucault feij^a tenido algo que ver.
La discursividad habría estado “en el aire”, en Francia, en los años 1970, y
tanto Lacan como Foucault se habrían agarrado de eso. A decir verdad, esta
explicación, ai igual que una que se apoyara en la influencia, no presenta el
más mínimo interés. Pero, como salimos ganando si precisamos las cosas
todo lo posible, ¡o haré aquí antes que nada desde un punto de vista semántico
y después desde un abordaje literal.
SEMANTICO: Este punto exige un recuento (rápido puesto que el texto es
accesible) de los puntos desarrollados por la conferencia “¿Qué es un autor?”
Foucault, como primer paso, hace del autor una función. Pero, una vez
enunciado, el desfasaje individuo / función no puede más que prolongarse
con la observación de que esta función-autor no interviene de la misma
manera sobre todo. Hay cierto tipo de autores.' (Foucault los llama
“instauradores de una discursividad”) que han producido más que una obra
jgjWÉpftK ía posibilidad y la regla de formación de otros enunciados. Estos
últimos pueden, en sú contenido, diferir notablemente de los textos fundado»
res; aun así, esos textos fundadores los hicieron posibles y pertenecen
entonces a eso mismo (que nombramos, por esta razón, “discurso”) que los
primeros textos han fundado. Apoyándose en esta discursividad, la confe­
rencia distingue de una manera notablemente esclarecedora las posturas
enunciativas, los tipos de producción, los estatus respectivos de los tres
modos principales del autor: el literario, el científico y el fundador de una
discursividad.
A propósito de este último, Foucault desarrolla un análisis que presenta al
“retomo a...” como intrínsecamente ligado con toda formación discursiva.
Este es el punto decisivo, el punto donde Lacan va a aceptar el desafío. Como
oyente de la conferencia, es el punto cuy a pertinencia extrae dé entrada. Pero
lo que sólo aparece en el aprés-coup de la construcción de la doctrina de los
la discursividad 279

cuatro discursos, en el acontecimiento de esta construcción, en esta construc­


ción como acontecimiento, es el punto delicado en que el análisis semántico
de Foucault es innovador, y que Lacan recibirá como una solicitud de
apoyarse en la discursividad. Este punto es el siguiente: Foucault presenta
el “retomo a...” como un “retomo de...”, puesto que el fundador de una
discursividad, hacia quien el retomo.[.retorna, es el mismo que, en tanto que
fundador de una discursividad, produjo ese retomo como lo que no dejaría
de ocurrir.
Así, por primera vez desde 1955, el "retomo a Freud" era presentado como
un "retomo de Freud", es decir, como freudiano. No es necesario que
evoquemos aquí una reencarnación de Freud, un Freud que regresaría; pero
este retomo es efectivamente “de Freud” en el sentido en que, en tanto que
instaurador de una discursividad, Freud había diseñado el lugar de esto y,
hablando con propiedad, lo convocó a ese lugar (desmarcado con respecto al
freudismo) para ser esa operación que no puede no producirse en el orden de
la discursividad.
Entendemos que Lacan haya resultado animado por un vivo ardor, que la cosa
no haya llegado a oídos sordos, y que se haya producido tras esto toda una
retoma lacaniana de lo que Foucault había introducido. Ciertamente, esta
construcción de Lacan tiene sus propias exigencias, retoma por su cuenta y
por lo tanto a su manera la cuestión de la discursividad; y no hay lugar para
suponer que se trate, en Lacan y Foucault de “la misma” discursividad.
Afirmo más simplemente, pero también con más precisión, el acontecimien­
to de una interpretación cuyos efectos se prolongan en el detalle de algunas
formulaciones lacanianás posteriores. Todo ocurre en cierto nivel (aquél
donde Lacan señala la pertinencia del análisis de Foucault) como si él
realizara el programa que aquel día Foucault había propuesto. Veamos-,
puestos en un cuadro, los diferentes puntos que podemos aislar, en el análisis
de la discursividad tal como lo produce Foucault, que sirvieron como apoyo
para la doctrina de los cuatro discursos:
1) Texto: “...regresamos al texto mismo...”
"...elprivilegio dado a la letra de Freud... ” (Escritos, p. 350)
2) Campo: “Ellos abrieron el espacio para otra cosa que no era ellos mismos,
y que sin embargo pertenece a lo que ellos fundaron.”
"...el campo del que Freud hizo la experiencia sobrepasaba las avenidas que
él se encargó de preparamos..." (Escritos, p. 387)
3) Enunciación: “...Casi no oiríamos el sonido de una indiferencia: “Qué
280 la letra que sufre demora

importa quién habla”” ' -


“El sujeto del discurso no se sabe a s í mismo en tanto que sujeto que sostiene
el discurso; que él no sepa lo que dice ; ... vaya y pase, siempre se lo ha
suplido. Pero lo que Freud dice es que él no sabe quién lo d ice " (10 de
febrero de 1970)
4) Relaciones sociales: “...la manera como ellos (los discursos) se articulan
sobre relaciones sociales...”
"...esta noción de discurso debe tomarse como lazo social ...” (19 de
diciembre de 1972)
5) Lugar del sujeto: “¿Cómo, según qué condiciones y bajo qué formas, algo
como un sujeto puede aparecer en el orden de los discursos? ¿(Jué lugar
puede ocupar en cada tipo de discurso?”
Una característica de los cuatro “discursos radicales ” aislados p o r Lacan
es el lugar que ocupa a llí el sujeto, un lugar que es diferente en cada caso
y que es nombrado de manera diferente.

6) Tipología: “Un análisis como éste, si fuera desarrollado, permitiría quizás


introducir una tipología de los discursos.”
Al distinguir ; a p a rtir del 26 de noviembre de 1969, el discurso del Amo,
Histérico, Universitario y Analítico, Lacan produce una tipología cpnstitui -
da p o r estos cuatro discursos radicales .

7) Instauración: “Hablo de Marx o de Freud como instauradores de


dicursividad.. ” /
El reconocimiento de Freud como instaurador de discursividad es lo que el
“retom o a Freud " admitía sin saberlo. Escribir la fórm ula de un “discurso
psicoanalítico,f, cierto día (el 26 de noviembre de 1969), explicitaría este
reconocimiento: entonces , ese discurso cesa de no escribirse .

8) Retom o a ...: “Un movimiento que tiene su propia especificidad y que


caracteriza justamente a los instauradores de discursividad.”
“Retom o a Freud” - la consigna es proferida en Viena el 7 de novietnbre de
1955, al mismo tiempo que es reconocida “la cosa freudiana ” Corté: Lacan
cesa de se r lacaniano sellando su lazo con Freud en el “retom o a S re u d ”.

9) Suspensión: “...a diferencia de la fundación de una ciencia, la instauración


discursiva no forma parte de sus transformaciones posteriores, permanece
necesariamente retirada o suspendida sobre ellas. La consecuencia de esto
es que definimos la validez teórica de una proposición con relación a la obra
la discursividad 281

de estos instauradores
“Freud me regarde ” (Freud me mira / Freud me concierne) (Lacan el 8 de
enero de 1969), que debe entenderse en los dos sentidos de “yo me ocupo de
é l” y de “él me vigila "

10) Olvido: “...es necesario que primero haya habido olvido, no olvido
accidental, no recubrimiento por alguna incomprensión, sino olvido esencial
y constitutivo.”
“Freud obtuvo lo que quiso: una conservación puramente form al de su
mensaje...esto volvía inevitable la represión que se produjo de la verdad
cuyo vehículo ellos (sus conceptos) eran. ” (E scritos, p. 458)

11) Falta: “...regresamos a un cierto vacío que el olvido esquivó o enmasca­


ró.”
Que haya una falta en la teoría analítica es ¡o que me parece ver surgir en
cada instante. (16 de enero de 1957)

LITERAL: Ceñir más de cerca -dicho de otro modo, en su literalidad- lo que


fue la interpretación dei retomo a Freud que produjo Foucault en ese
momento permitirá precisar lo que es “Freud” en la expresión “retomo a
Freud”. Se plantea, en efecto, la pregunta (puesto que Freud está tomado aquí
a la vez como autor de una obra y como instaurador de un discurso) de saber
cómo interviene el “retomo a Freud” con respecto a esta doble determina­
ción. Foucault, ya desde el anuncio de su conferencia,, interrogaba: “¿Que
puede significar “el retomo a...” como momento decisivo en la transforma­
ción de un campo de discurso?” Es la pregunta misma del retorno a Freud.
particularmente de lo que opera sobre Freud a partir del momento en que
sabemos que es el de Freud en el sentido que se precisó más arriba.
He aquí la lectura que hizo Lacan de esta frase del anuncio; no solamente aísla
y por lo tanto la distingue, sino que la dice, como lo voy a mostrar, de cierta
manera: subraya el lugar de “Freud” en “retomo a Freud” como un lugar
posiblemente vacío (son los tres puntitos) y sitúa de allí lo que quiere decir
que Freud sea puesto en ese sitio:
“En el anuncio que hizo de su proyecto de la interrogación “¿Qué es un
autor”?, la función del “retomo á” -puso tres puntitos después- se encontraba
al final, y debo decir que -por ese solo hecho- me consideré convocado allí.”
(La transcripción es mía y, p o r lo tanto, también la puntuación. La frase está
extraída del seminario que siguió inmediatamente a la conferencia.)
282 la letra que sufre demora

¡"Convocado” ! Lacan no dice que tuvo ganas de ir a oír a Foucault, o que


consideró que era un deber hacerlo. Este “convocado” no es del registro de
la estética en el sentido en que Kierkegaard la fija a la categoría de lo
interesante, no es tampoco del registro de una obligación moral que el Sujeto
se impone a sí mismo, el “convocado” sitúa en el Otro la decisión del
encuentro, indicando al mismo tiempo que no hay ningún medio (salvo
cayendo en lo peor) de sustraerse a ello. ¿Acaso no se dice en francés que uno
se rend, “se rinde” (¡Abajo las manos!) o “se dirige”, “acude” a una
convocatoria?
En ese mismo seminario D ’un Autre ál'autre encontramos, poco antes, una
réplica de Lacan que se refiere a su lazo con Freud, pero que, sobre todo,
confirma que hay lugar para desplegar, efectivamente, como lo hago aquí, tan
lejos como se pueda, las resonancias de este “convocado”. El asunto -eso es
lo que es- merece titularse “Freud lata de sardinas”. Su punto de partida es
una publicación que un lingüista conocido consagraba a Quelques extraits du
style de J. Lacan 27. “O bien saboreemos -se puede leer en ese texto- la
majestad tranquilamente bretoniana con la cual Lacan dice: Freud y yo (p.
868)” .- Ninguna competencia “científica” alcanza a justificar esta “majestad
tranquilamente bretoniana”, pero un poco de competencia habría debido
prohibir al autor la invención de ese “Freud y yo” que buscaremos en vano
en la página indicada de los Ecrits (En español: Escritos, páginas 846-847).
Aunque este artículo haya tenido alguna responsabilidad en la exclusión de
la E. N. S. (motivada por la necesidad de hacerle un lugar a una enseñanza
de la lingüística), tiene importancia por la respuesta que le dio Lacan.
Descaro por descaro, intimidación por intimidación, Lacan (desconociendo
que el “Freud y yo” es, en este caso, una invención del profesor) responde
primero destacando su trabajo sobre Freud: “¿Por qué, para este autor, que
confiesa no tener la más mínima idea de lo que Freud aportó, hay algo
escandaloso, por parte de alguien que ha pasado toda su vida ocupándose
de él (el subrayado es mío), en decir “Freud y yo”? Pero, más allá de este
argumento, a la vez legítimo y falaz (¡supone que el trabajo da derechos!),
Lacan produce en esa ocasión la última interpretación de su lazo con Freud
antes de la introducción de la discursividad.
Esta interpretación se engancha en el perchero de una historieta que ya se
utilizó cuando se trataba de mostrar cómo la pulsión escoptofílica puede ser
afectada por la castración28. Según esta historieta, Petit-Louis y Lacan están
en un barco, para una partida de pesca. Una lata de sardinas que flotaba cerca
de la embarcación fue el pretexto, en boca de Petit-Louis, de 1a ingeniosa
observación siguiente: “A esá lata, tú la ves porque la miras (tu la regardes).
¡Bien, pues ella no necesita verte para mirarte (te regarder)'.” En su “Freud

* G. Mounin, Quelques extraits du style de J. Lacan, N.R.F. no. 193, 1 de enero 1969.
Esta castración ocune cuando el sujeto reconoce su imposibilidad de dominar el punto en el
Otro desde donde lo que él da para ver se mira.
la discursividad 283

me regarde (me mira / me concierne)’', que constituyó su respuesta al


lingüista, Lacan identifica entonces a Freud con esa lata dé sardinas que no
tiene necesidadde «éfloparam irarlolfere^ariíe^. Este “Freudme regarde”
está sobredeterminado. ya que dice tanto “Freud posa su mirada sobre mí”
como “es asunto mío”. Pero esta desconstrucción en dos enunciados no debe
hacer que escape el hecho mismo de la sobredeterminación que, como tal,
tiene un.valorsignifíeaníe; la s^redeterm inación indica que éste asunto «
úméés0» 68’SÍ mío m ás q as porque tettgpqué mérmelas con esa mirada en
el Otro, esta mancha (tache) cuya i§|ftt#ncia como mirada no me deja otra
elección más que “mancharme” en la tarea (tache) de ocuparme de eso: si lo
hago ex-sistir, su misma insistencia se verá aligerada. Así, “toda una vida”
se eacueiitta^coiivwada'’.
¿Qué es lo que, en el Otro, puede tener semejante impacto? Responderemos
regresando al texto que refiere esta convocatoria: “por ese solo hecho me
consideré convocado allf’. Pero ¿qué hecho? Hay aquí una dificultad de
lectura y, por lo tanto, un interesante problema de transcripción del semina­
rio. Podemos, en efecto, de acuerdo con lo que parece que Lacan quiso decir,
admitir primero que este hecho consiste en que Foucault puso la función del
“retomo a” iÉtérmino de su anuncio; pero debemos considerar también que
Lacan profiere el texto del anuncio (que es un texto escrito, un texto que tiene
frente a sus1ojos), y que se encuentra entonces obligado, para oralizar este
escrito, a precisar que Foucault puso “tres puntitos después” de retomo a.
Ahora bien, otro hecho viene a ser dicho con ocasión de esta obligación: ya
no es simplemente que Foucault haya puesto “retomo a” al término de su
anuncio, sino qué haya puesto estos tres puntitos justo después de “retomo
a” . No es poco, ya que estos tres puntitos están en lugar de “Freud” en la
expresión “retomo a Freud”, Como se acostumbra en la puntuación del
francés (y del español),fos tres puntitos, en Lacan, son la marca de un lugar
vacío39. Yo opte^apartir de ahí, por la segunda jéetárade la frase, afirmando
que son estos tres puntitos, tomados como algo que marca un lugar vacío, los
que fueron “eser solo hecho*8que está en el origCB1deí “eonvócadQ"!*
Pero aquí está laprueba de que efectivamente «stos t a i puntaos* puestos en
ese lugar, con ese valor, son los que tuvieron un alcance de interpretación. Si
nos remitimos a la feaSé dé LSfUfl* veremos que, él sitúa allí ccmo función el
“retomo iafléré incluso que es Foucault quien, en su anuncio, había
escrito “la función délretentó a” . Ahora \3tenrw? es así. En ningdft lügardél
anuncio, ni tampoéo en laxonferentía, Foucault habló del,
“retomo a..-.” f FoHcaiilt SntredaEé “la función áátet”, escribe “retorno á,..”,
pero nunca había dé ia fup.ción dél retorno á; que resulta ser entonces una
creación de Lacan, uiíágregadoqoeélle desliza subrepticiamente a Foucault.

MEl íj’.s.i!íj senúmirio ... Ou pire incluye estos tres puntúes. alcomentario, con ocasiónde
, !aprimera sesión ÍHde diciembre de í973, Uacan precisa que sirven para "marcar un lugar
vacío*’. UnJugrjj' vctsíí) nopt.Tesoes tíRÍligarao :narcaáa. Lasfímüa de ;afobia datastiítKinio
de esto.
284 la letra que sufre demora

¿Qué quiere decir esto? Al funcionalizarel “retomo a..,", Lacan confirma el


alcance reconocido aquí de estos tires puntitos, ya que una función es algo que
le hace un lugar a una variable y, entonces, este lugar marcado con tres
puntitos está tanto más asentado como lugar virtualmente vacío cuanto que
es el lugar mismo donde viene a inscribirse una variable. En efecto, si hay,
como lo dice ese día Lacan, una función “retomo a...”, podemos igualmente
escribir esto:
RETORNO A...
o esto: f (x)
Así respondemos entonces a la pregunta que se planteó sobre saber lo que era
“Freud’' en la expresión “retomo a-Freud”. Si este retomo es una función,
entonces Freud es lo que la lógica de las funciones predicativas llama un
argumento, un termino definido y susceptible de venir a ocupar el lugar de
una variable en una función lógica. Freud es el argumento del retomo a
Freud. Pero, al mismo tiempo, damos cuenta del “convocado”, pues si esos
tres puntitos tuvieron ese efecto, aparece ahora que es porque estaba fuera
de cuestión, para Lacan, poner una variable en él lugar de este argumento.
Quiere decir también que en la expresión “retomo a Freud”, “Freud” es
tomado no como cualquiera. Pero, si no se reduce a esto en el momento del
retomo, ¿es porque su nombre de “Freud” no se puede reducir al significante
cualquiera30? Esta última pregunta es homólogade laque planteabaFoucault
en el anuncio de su conferencia: “¿Qué puede significar el “retomo a., " como
momento decisivo de la transformación de uñ campo de discurso?” En esta
formulación, Foucault revela una gran prudencia, ya que se contenta con
hacerle un lugar aquí, sin decirla como tal, a la eventualidad de que esta
“transformación”, que él Califica, con todo, como “decisiva”, no sea otra cosa
que una destrucción de la discursividad. Si el “retomo a...” es una operación
efectiva, ¿qué resulta de esto para la discursividad? ¿Es acaso esta destruc­
ción un pasáje a otro discurso o una salida -¿pero hacia dónde?- de la
discursividad?

Aportas y límites de la discursividad


Podemos concebir que es (en particular) porque la discursividad desarrolla
en ella misma cierto número de aporías -si no es que de paradojas- que fue
construida una tercera versión (ya no discursiva sino topológica) del retomo
a Freud. Una de las aporías, quizás la más sobrecogedora, concierne al
tratamiento infligido a “Freud” cuando, por el retomo a Freud, se encuentra

10i. Lacan (Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la escuela).


la discursividad 285

como argumento de una función cuya necesidad él mismo había instaurado.


El “retomo a...” revela el acto instaurador de una discursividad como un acto
complejo: si no puede “en su esencia misma” (Foucault) no ser olvidado, es
porque es constituyente tanto de este olvido como del retorno que lo va á
levantar. El olvido de "Freud" es tan freudiano como el retomo a Freud.
Además, el carácter, reductibie de este olvido exige que admitamos que el
acto instaurador ha introducido igualmente los elementos para la localiza­
ción del olvido. Este acto instaurador, con un soló y mismo movimiento, a
la vez
* crea una obra,
* funda un discurso,
* se deja (¿se presta para?) ser olvidado como acto,
* provee los elementos que permiten la localización de este olvido,'
* da su levantamiento como posible.
Ahora bien, si la fundación de un discurso crea la posibilidad de que otros
enunciados, aparté de los del fundador, vengan á inscribirse en “su” discurso,.
si tiene una función de reunión, los tres últimos puntos mencionados más
arriba distinguen, en un movimiento opuesto, sus propios textos. El “retomo
a...”, al reanudar con el acto, al levantar el olvido primario, es también aquello
por lo cual el fundador de un discurso ya no es tomado más que como autor
de sus propios textos, o más bien no sería ya tomado más que como tal
salvo...justamente...la operación misma del retomo. El fundador de un
discurso sólo es reconocido en su acto allí donde se lo considera el autor de
sus propios textos. Esíe es el punto por el cual “retomo a Freud” equivale a
“retomo al texto de Freud”; es también el punto donde el fundador de un
discurso resulta depender del “retomo a”, ya que este “retorno a” es la única
cosa que lo hace existir como lo .que fue además del autor de una obra: el
fundador de un discurso. Freud depende de Lacan de una manera incompa­
rablemente más estrecha que Duras del M.L.F. (Movimiento de Liberación
de la Mujer), o Gide de Delay. Es que el discurso analítico, instaurado por
Freud, es también “de Lacan”, pero no es de la misma manera ni por las
mismas razones a la vez “de Freud” y “de Lacan”.
El retomo a Freud, al leer a Freud. divide a Freud en dos figuras: la del.
fundador de una discursividad de Ja que, en el límite, sólo da testimonio la
existencia misma dé este retomó, y la de un autor cuya lectura es lo único que
puede permitir reconocer por qué fue de ese tipo de autor que produjo más
que unaóbra, un discurso. Un esquema reunirá la mayoría de 14®elementos
de esta problemática.
286 la letra que sufre demora

A U T O R de u n a T E X T O (sobre) LECTURA v
o b ra

retom o com o
más
vuelco

IN S T A U R A D O R ACTO > (o lv id o ) m D IS C U R S O ►R E T O R N O A . . .
de un discurso

Aquí, de una manera quizás más ineludible que en otros lugares, el autor
aparece, en la dependencia en la que él está de lo que lo lee (el retomo), como
un “autor mediato”, como una “función autor”, como producido por la
lectura. ¿Estamos midiendo la formidable potencia que le reconocemos aquí
a la lectura? Es exactamente igual a la energía puesta a actuar en el olvido
esencial que excluía toda posibilidad de una lectura inmediata.
¿Por qué fue necesario este olvido? ¿Por qué la lectura, el reconocimiento
del acto instaurador, no fue posible de entrada? Esta última pregunta se une
a otra, de la cual no es más que la contrapartida: ¿qué ocurre con un discurso
cuando se vuelve efectivo el reconocimiento de lo que fue para él su acto de
instauración? Ahora bien, no encontramos ni en Foucault ni en Lacan una
respuesta a estas dos preguntas que vaya en la dirección de esta problemática
de la discursividad. La razón para esto es quizás que las respuestas no están
al alcance de la discursividad, que exigen ser tomadas por otro sesgo.
En todo caso, esto es lo que atestigua la existencia misma, en Lacan, de una
tercera versión de su retorno a Freud; este nuevo abordaje, topológico, vuelve
articulable una respuesta a estas preguntas, aunque al precio, es cierto, de
reformularlas. ■
Pero yo veo otra razón para la existencia de una tercera versión del retomo
a Freud, una razón que no viene de laproblemática general de la discursividad,
sino de su implantación propiamente lacaniana, esto quiere decir que es
interna a la escritura de los cuatro discursos.
Esta escritura, como toda escritura que se respete, puede escribir ciertas cosas
y no otras, y entonces obliga, en algún momento, a optar por otro modo de
lo escrito. Aunque trivial, un hecho como este no es por ello desdeñable. Al
distinguir el lugar llamado del agente y el de la producción, la escritura de
los cuatro discursos no puede mostrar cómo, en la operación de un psicoaná-
la discursividad 287

lisis, el psicoanalista puede encontrarse producido, como objeto, en este


lugar del agente. En cambio, la figura topológica del plano proyectivo
permite, puesto que es posible inscribir en ella cierto corte (el que Lacan
llama “ocho interior?’), escribir esta separación de a minúscula y de A
mayúscula, escribir a minúscula, como agente-producto, y al mismo tiempo,
la operación que, al tachar a A, lo transforma en un “campo abandonado del
goce”. Ahora bien, como la doctrina de los cuatro discursos fue introducida
con el fin de deletrear cuatro formas según las cuales “el saber es el goce del
Otro”, es molesto que la escritura de estos cuatro discursos sea groseramente
inepta para dar cuenta de la operación de vaciamiento del goce en el Otro (cfr.
seminario del 26 de noviembre de 1969).
La escritura de los cuatro discursos es una escritura de estados, no de lo que
los produce o los transforma; nó logra asir estas transformaciones más que
interpretándolas como cambios de discurso. Pero sería necesario que la
distinción de cuatro discursos radicales recubriera la totalidad del campo de
la experiencia para poder suponer que no hay más cambios que los que están
dados por estos pasajes regulados de un discurso al otro. Vimos que tal
forzamiento de la experiencia nunca estuvo contemplado, al menos por
Lacan.

Retom o III - Si lo que le falta a Freud...


Podemos poner como fecha el 14 de enero de 1975, en la segunda sesión del
seminario titulado parala invención del cifrado nodológico del retomo
a Freud. ¿Hay acaso uti verdadero cierre áe esta tercera y ultima versión con
la entrada misma de este retorno que, como lo hemos notado, es inmediata­
mente posterior a la presentación de ese tríptico? ¿Habrán sido necesarios
tilinta años para reunir el 8 de julio de 1953 (fecha de !a conferencia oientínca
que presentó a S.I.R. por primera vez) con el 7 de noviembre de 1955
¿(conferencia de "ffcÉfc a la operación de m retorno a “la ¿osa
freudiana”5¡l ¿Treinta agos para que se planteará, .tente, el problemaSe-
la articulación de FreuScon R.S.Í.? Este tipo de cosas, lo sabemos, avaliza
lentamente. ¿Es esta, como decía Pierre Soury, “la buena lentitud” de la
efectuación del retorno a Freud?
Esta sesión del 14 de enero de 1975 es especialmentejmportante: por primera
vez, Lacan in to fe é ^ feomoiáLeon lo que puede tener áe.específico, el nudo
borromeo conM¡ÜCffi aallfós de cuerda31. '
Ahora bien, en esta misma sesión, encontramos también:

31 Se consultará sobre estos puntos los trabajos de P. Soury Cen Uttoral nos. 5 y 6, y también
su opúsculo vendido por la Escuela de la Causa), así como M. Viltard, “Uñé présentation de
lacoupure: le nceud borroméen généralisé” ,en Littoral n° 1, Ed. Eres, Toulouse, mayo de 1981.
(En español: “Una presentación dei corte: el nudo borromeo generalizado” Littoral no. 4. Ed.
La torre abolida. Córdoba. Argentina, 1987.)
288 la letra que sufre demora

*•una clav&de escritura para una lectura histQQZada del conjunto del
trabajo de Lacan. Esta clave coincide con la puntuación que introduzco
aquí' siguiendo el hilo del “retorno a Freud”: Latían hace notar que primero
.puso el acento-sobre el imaginario (éste es el Lacan lacaniano de la tesis» del
estadio del .espejo- y del conjunto de trabajos que preceden a La cosa
freudiana, luego sobre lo simbólico (este es el Lacan freudiano, comprome­
tido en la operación de únteteme a Freud, soportado primero por un mito y
luego-pensado, a partir de Foucault, como acontecimiento de discurso), y
finalmente sobre el real que; a pesar de haber Sido nombrado ya en 1953, soló
encuentra su ¿status con el nudo, borromeo y, por ío tanto, esencialmente, el
día en que, al introducir el nudo de cuatro, se vuelve pensable abordar la
cuestión...del borromeo generalizado como la cuestión despropio
borromeaflismo. En efecto,si bonomeqgeneraíizado és esffenotable nudo de
tres que puede obtenerse por una puesta en continuidad cierta presenta-
ción del nudo, de ¿üatfO...Á esta tercera acentuación le corresponde entonces
* una nu#va -versión del retamo a.Freud cifrada ahora con esta
presentación del nudo de cuatro.
Así;, el mismo díaen.que introduce ese nudo, Lacan día una nueva señaliza­
ción ,de su própio trabajo y una nueva versión de su retorno á Freud,
Antes de esta fecha del 14 de enero de 1975, Lacan había puesto en
correspondencia la escritura de! nudo borromeo y la serie de los enteros
naturales, y había sugerido con esto que cierto nudo borromeo podía escribir
el cuatro. Ciertamente, esla numeración escrita nq es muy cómoda para
realizar las operaciones de aritmética elemental, pero como numeración
escrita ofrece el hecho notable de que comienza en el tres. Con esta
preséntaeíófit del nudo borromeo, ét¡fiteo ?erá'escrito como sigue:
#

Vemos, que eseoncebible escribir cualquierentero naturalá partir del tres, y


por lo tanto, entre ellos, el número cuatro. Pero el nudo de cuatro introducido
por Lacan el 14 de enero de 1975 es tornado por otro sesgo: ya no es

32 Según esta coincidencia, la preeminencia del imaginario valdría desde 1932 hasta 1955, la
del simbólico desde 1955 hasta 1975. y la del reai después de i 975.
la discursividad 289

simplemente otra presentación, sino una toma en cuenta de una especificidad


del cuatro borromeo, quizás alcanzada gracias a esta otra presentación.
Heia aquí. Está tanto más justificado que llevemos allí las diversas identi­
ficaciones de las consistencias a las que procedió Lacan cnanto que, de
inmediato, él mismo interpretó de esta manera su lazo con Fread.

La lectura del retomo a Freud con este nudo de cuatro descansa sobre cierto
número de decisiones que pueden ser expiicitadas como sigue:
1) Hay, en Freud, elementos susceptibles de acoger el imaginario, el
simbólico y el real; son cofno puntos favorables a un injerto, más particular­
mente,. a estos injertos.
2) Hay, en Freud, la exigencia de una efectuación de un anudamiento
borromeo.
3) Pero este anudamiento, por el hecho de la no puesta a la luz de las tres
consistencias, responde a algunas exigencias específicas;particularmente, la
designación hecha por Freud de una “realidad psíquica” que no tendría así
otra fundón que la de ser esta cuarta consistencia que viene a asegurar el
anudamiento borromeo.
¿Cuáles son, en Freud, los elementos susceptibles de aceptar este injerto del
real, del simbólica y del imaginario? ¿Qué es lo que, en Freud, vendría a
confirmar que estos tres nombres que se le “deslizarían bajo- los pies”
(Lacan), lejos de venir como cuerpos extraños ala doctrina freudiana, por el
contrario la revelarían a ella misma? Como- en este estudio no sé trata de
plantearle estas preguntas a Freud, me contentaré con mencionar cómo
¿yu La letra que sufre demora

Lacan las respondió en aquel momento.


* El simbólico, a primera vista, aparece como lo que presenta menos
dificultades. Corresponde a lo que Lacan subrayó más abiertamente en
Freud: las formaciones del inconsciente, a partir de la cuales el freudismo se
encuentra centrado nuevamente por la función de la palabra y por el campo
del lenguaje,
* Para ubicar en Freud lo que correspondería al imaginario, Lacan
regresa a sus primeras consideraciones sobre Freud. Unos cincuenta años
más tarde, esta reconsideración es tanto más notable cuanto que se presenta
como una reinterpretación de los primeros juicios. Lacan, como lo mencio­
né, encontraba en ese entonces que la teoría analítica del narcisismo era
insuficiente; después, El estadio del espejo prolongó positivamente esta
observación fijando el narcisismo' a la imagen, negando así al Yo de la
segunda tópica toda función perceptiva. Ahora Lacan, situado de otra
manera en su relación con Freud, revierte esta primera argumentación: el
hecho de que Freud atribuy a al Yo un papel en la percepción vale como un
reconocimiento, por parte de Freud, del imaginario, reconocimiento que de
alguna manera viene “de rebote”, puesto que la percepción es lo que viene a
tapar el agujero del imaginario. Si Freud liga ese tapón con el Yo, admite
implícitamente que el Yo encuentra su estatus por el imaginario33.
* Para la articulación de lo que respondería, en Freud, a la categoría
del real, hay que remontarse hasta el seminario anterior a R.S.I.; Lacan
designa ahí un nombre del real en Freud: lo oculto34. Nos atrevemos hoy, por
fin, a comenzar el abordaje de la cuestión de lo oculto en Freud.
Si admitimos la validez de estas correspondencias (cada una merecería ser
discutida), se desprende de ello que se vuelve pensable la operación a la que
se consagra Lacan de “deslizar bajo los pies” de Freud R.S.I.
Freud no distinguió R.S.I.; por lo tanto, tampoco pensó en anudarlos. En este
sentido, “contrariamente a un número prodigioso de personas, desde Platón
hasta Tolstoi, Freiid no era lacaniano”. Esta afirmación es importante pues
(salvo en el caso en que lograríamos reducirla) se presenta como un escollo
a todo intento de interpretar el jetomo a Freud como un retomo de Freud en
el sentido de la reencarnación. Si Lacan es una reencarnación de Freud,
entonces lo que es “de Lacan” es también “de Freud” y Freud es necesaria­
mente lacaniano.
Pero a pesar de no haber pensado en anudar a R.S.I., Freud no escapa por ello
del anudamiento. En efecto, este anudamiento no puede no producirse, pues
se sitúa en el nivel del principio. En Lacan, hay solidaridad entre este

33J. Locan, Seminario dd 17 de diciembre de 1974.


34 i. Lacan, Seminario del 11 de diciembre de 1973.
la discursividad 291

principio de un anudamiento borromeo de las tres dimensiones.habitadas por


el ser hablante y estas tres dimensiones mismas que, si son efectivamente lo
que se dice,. a¡saber dimensiones* no podrían ser distinguidas- únade otra por
el Sentido; entonces, es necesario homogeneizarías para darles su estatus de
dimensión, para poner a prueba la cuestión de saber si se mantienen juntas,
como “tres dimensiones”, independientemente de lo que cada una pueda
recibir de sentida al ser nombrada de tal o cual manera. Esto- es lo que está
en juego en. el borromeo: si hay un nudo borromeo' con tres círculos de hilo,
entonces la- invención de R.S.L se confirmará como la de tres dimensiones
susceptibles de tomar el lugar, hasta entonces sólidamente protegido de las
coordenadas cartesianas.
Este punto donde Freud, como todos, como cualquiera 35r está sometido al
anudamiento, es también é l punto agujero donde tanto “freudiano” cotno
**lacanianowse encuentran reducidos en su alcance calificador. Éste punto no
se puede convertir en índice por ningún nombre propio; éstos están tanto más
radicalmente excluidos de ahí cuanto que el lugar está ocupado por “borromeo”,
que es el nombre dé la cuestión de la dimensión:
En cambio, los nombres propios tienen justificada su función designadora
cuando se trata de la “realidad psíquica” en Freud (esta cuarta cuerda qué él
hilvana entre otras tres -R.S ,I.~ simplemente apiladas,-con el fin deconstituir,
a pesar de todo, el anudamiento), consistencia “que hay que referir a la
función llamada del padre”, o cuando se trata de su reducción en Lacan, con
el pasaje del nudo de cuatro al nudo de tres.
Llegado a este punto de Ja elaboración de su lazo con Freud,.Lacan, desde el
13 de enero hasta el 11 de febrero de 1975, franquea el umbral al enunciar,
en el curso de esta última sesión, que hay en Freud “elisión de mi reducción
al imaginario al simbólica y al real como los tres anudados”. Leimos bien:
ELISION.
Una elisión es una falta localizada como tal; por ejemplo,, hay en ‘Télision”
una elisión, la de una a minúscula cuya elisión está tanto más asegurada
cuanto que en su lugar viene el apóstrofeque le impide reaparecer en ese lugar
y señala su elisión. Por otro lado, la retórica, al clasificar a la elisión como
un meíaplasmo por supresi&tf, subraya ella misma esa falta como localizada.
Así, Lacan. no se contenta aquí, entonces, con producir una implicación,
como lo hacía un mes antes; no dice simplemente que si uno desliza bajo
Freud R.S.L y si uno lo considera como sometido al anudamiento, entonces
su “realidad psíquica” debe tomarse como esta cuarta cuerda que- viene a
anudara las otras tres. ‘Ahora Lacan va mucho más lejos, ya que, al hablar
íleaaaelisfón en Freud, señala ana falta en Freud,pero también una falta “de

35 Como Joyce, Cfr. J. Lacan, Le sinthome, en« particular, seminario del 11 de mayo de 1976.
292 la letra que sufre demora

Freud” en el sentido de que es Freud el que la produce, en que es el texto de


Freud el que es portador de esta elisión, el que la designa como él apostrofe
designa la elisión de “a” en “Vélision”.
La “realidad psíquica” es este apostrofe que elide (no elude), pero que
también señala la elisión en Freud de la reducción posible de la p(at)er-
versión. Con su cifrado dentro de una escritura nodal, el retorno a Freud
resulta ser, para terminar, un retorno a lo que le falta a Freud: le falta a Freud
la falta de la versión del padre.

¿Re-agujero (retrou) a Freud?

* Hubo una doctrina lacaniana anterior


a la operación del retorno (retour)
a Freud. ...retorno a Freud
* Hubo, en Viena, el anuncio de un
retorno a Freud con tres puntitos
al final. retorno a Freud...
* Hubo también esta reelaboración del
retomo a Freud a partir de su
introducción, por Foucault, como
hecho de discurso. retorno a...Freud

* Finalmente, provocado por la


inestabilidad de estos tres
puntitos, este desplazamiento de “r”. ¿re...agujeró a Freud?
(re...trou)

En Caracas, en una de sus últimas intervenciones públicas, Lacan decía:


“Vengo aquí antes de lanzar mi Causa freudiana. Ustedes pueden ver que
me atengo a este adjetivo. Ser lacanianos les corresponde, si ustedes quieren.
Yo soy freudiano.”
A partir del presente estudio de las tres elaboraciones sucesivas del retomo
a Freud, ¿cómo responder a esta solicitación, si es cierto que la hay? Hago
notar antes que nada que ninguno de los reagrupamientos que invocan a
Lacan se presenta (junio de 1983) como una “escuela lacaniana de psicoaná­
lisis”. Con toda razón, ya que el retomo a Freud volvió caduco definitiva­
mente todo apoyo sobre Lacan en tanto que calificador. Queda Freud. Pero
como nos abstenemos de precisar lo que quiere decir “freudiano” con Lacan,
la discursividad 293

esta referencia a Freud está hoy retirada hacia atrás con respecto a la
problemática del retorno a Freud.
Si nos mantenemos en el reconocimiento del carácter freudiano del retorno
a Freud, si nos atenemos a este freudismo, ¿cómo responder? Si hubiera
resultado que R.S.I. es lo que le falta a Freud, entonces el retomo a Freud
habría operado una perforación efectiva en Freud. Y no vemos por qué nos
prohibiríamos, a partir de esto, nombrar como sería conveniente a una
institución para el psicoanálisis, o sea: escuela borromea de psicoanálisis. El
psicoanálisis se reinscribiría entonces más netamente en la ciencia (el
problema del anudamiento borromeo es matemático, Lacan pretendía tratar­
lo “matemáticamente”; él trabajaba en este tratamiento de una manera
privilegiada con el matemático Pierre Soury), y la existencia de una “tercera”
versión del retorno a Freud manifestaría que la transformación decisiva de
una discursividad, realizada por la operación de un “retomo a...”, es una
destrucción de la discursividad, una salida a la ciencia de la discursividad (no
la instauración de un discurso diferente o el pasaje a un discurso diferente).
Semejante paso se encuentra en la extrema avanzada del retomo a Freud;
supone la solución de cierto número de problemas hoy apenas abordados. He
aquí, sin afán de exhaustividad, algunos de estos problemas:
* ¿Confirmará una lectura de Freud a R.S.I. como falta en Freud?
¿Qué utilización, qué reorganización de los conceptos de Freud resulta de la
localización de esta falta?
* ¿Cuál es el estatus matemático de la topología lácaniana? Pero
también y recíprocamente: ¿En qué cuestionaría dicha topología (como lo
atestiguaba el trabajo de P. Soury) lo que sería el primado del algebrismo en
matemáticas? ¿Encuentra acaso el tríptico de R.S.I., en el nudo borromeo
generalizado (de donde se engendra un campo que ya no es el de una
geometría de la sierra) el materna capaz de producir estos tres registros como
tres dimensiones?
* ¿Qué modificaciones son aportadas a la práctica analítica con la
puesta a la luz de estas tres dimensiones? ¿Tiene su anudamiento en cada
análisis la misma apuesta real que la perforación lacaniana de Freud: una
reducción de la versión del padre edípico?
i
1

\
Conclusión

el estatus psicoanalítico
de lo sexual

Yo enuncié, poniéndolo en presente, que no hay relación sexual. Este es el


fundamento del psicoanálisis.

Lacan, seminario del 11 de abril de 1978

* ¿Hay acaso, para un sujeto, un modo no psicótico y sin embargo


desubjetivante de acogida de la letra, un modo que sea capaz de tolerar lo que
ella vehiculiza como persecución? Esta pregunta se plantea tanto más
agudamente, cuanto mejor captamos el hecho de que sólo hay desligamiento
del significante por el sesgo de que la letra se hace cargo de él. Lo transliteral
es lo que sitúa y nombFa la operación de este hacerse cargo, dé este viraje de
lo “litoral” a lo “literal” 1por el cual la letra que él instaura encuentra su lugar
en el Otro, apartando del significante el goce que colindaba con él. ¿De qué
orden es la desubjetivación que resulta de esto? ¿Acaso tenemos que
lamentar, como muestra sorprendido Lacan, que Freud no haya introducido
como instancia el “él” 2?
* ¿Será necesario el mantenimiento, en su opacidad de al menos un
significante -llamado significante del Nombre-del-Padre- para que se sosten­
ga otro modo de ligazón del sujeto con el Otro? Pero si la neurosis implica
la metáfora paterna hasta el punto, a veces, de establecerla para constituirse
(fobia), ¿lo haría sin interrogar su función? Diferenciar la transcripción, la
traducción y la transliteración nos hizo dar un paso hacia la formulación de
la respuesta a esta pregunta al ofrecer el resultado (cfr. pág. 241/2 del capítulo

1 J. Lacan, "Lituraterre", in Littérature, París, octubre de 1971, Larousse éd.


3 J. Lacan. Sem inario del 19 de abril de 1977. “El hecho de que el análisis sólo hable del Yo
y del Ello, nunca del Él, es bastante asombroso. "Él” , sin em bargo, es un término que se
impondría, y si Freud desdeña tenerlo en cuenta, es efectivam ente -hay que decirlo- porque él
es egocéntrico, ¡e incluso superegocéntrico!” Cfr. J. Allouch, “Une femme a d u le taire" (“U na
mujer debió callarlo” ; hom ofonía con “une femme adultere”, “una m ujer adúltera”),en Uttoral ,
no. 11/12, Toulouse, febrero de 1984. (En español, Éres, Littoral 9, L a torre abolida, Córdoba,
1990).
296 el estatus psicoanalítico de lo sexual

nueve) de una ubicación de la bifidez del significante del Nombre-del-Padre:


este conjuga un determinativo y un nombre de función, pero de una función
elevada, por este determinativo, a la dignidad de un nombre propio. Esto -
ubicado a partir del “campo paranoico de las psicosis”- no deja de tener
consecuencias en el análisis del neurótico. ¿Si es efectivo, conduce acaso
este análisis a desunir estos dos componentes con el efecto de reducir la
función paterna a una p(at)er-versiónl
* Pero la efectuación de la transferencia no deja de tropezar con lá letra que
sufre demora. ¿De qué depende el carácter a veces no sobrepasado de este
“que sufre demora”? ¿Qué goce se satisface con esto?
Esta última pregunta confluye con la del estatus de lo sexual en psicoanálisis.
Para concluir provisoriamente este recorrido clínico, mostraremos cómo lo
sexual permanece señalado allí como un defecto de escritura, excepción que
confirma a la clínica analítica como una clínica del escrito.
“No hay relación sexuar. Este enunciado es una de las fórmulas decisivas
que fueron producidas por la reconsideración lacaniana del camino abierto
por Freud. ¿Basta acaso con verla así escrita como una frase formada
correctamente en español, para que se haga un hueco, para que llegue a su
lector, para que éste localice lo que está en juego en ella? Vamos a mostrar
que ese no es el caso, que ella permanece, a pesar de la aparente transparencia
de su sentido, inaccesible a la inmediatez.
El término mismo de “relación” -Lacan lo precisó muchas veces- designa
algo que sólo se sostiene por el escrito. Si hubiera una relación sexual, un
conector (lógico, o topológico) enlazaría un conjunto “hombre” y un conj un­
to “mujer”. La ideología del marxismo, por ejemplo, sugiere la existencia de
esta relación al proclamar que lá mujer es igual al hombre; pero esto no ocurre
sin que el obrero le ponga objeción al llamar a su mujer “la patrona”, es decir,
al reintroducir, dentro de laparejaproletaria, la causa de laplusválía. Un Otto
Weininger3lleva un paso más lejos la apariencia de lo sexual: al diferenciar
la oposición hombre / mujer de la oposición masculino / femenino, llegará a
escribir la relación sexual no como igualdad, sino como complemen tariedad;
¡un individuo que fuera 3/4 hombre y 1/4 mujer, encontraría por esto su
“mejor complemento” en ese otro, caracterizado como 1/4 hombre y 3/4
mujer! Frente a semejante resbalón, que encuentra su salida obligada en el
antisemitismo, el enunciado de que no hay relación sexual (así cómo el de
Freud que, aunque les desagrade a sus “partidarios”, se mantenía firme sobre
la esencia macho de la libido) pone, de alguna manera, un mínimo de orden.
La experiencia psicoanalítica prohíbe la reducción de lo sexual a semejante
“ley” (Weininger). Su recopilación de lo sexual está condensada en el

3 Otto Weininger, Sexe et caractére, éd. L’Age d'homme, Lausana, 1975. ¿Hace falla, acaso,
recordar e! enorme éxito de esta obra que, como lo hace notar R. Jaccard en su prefacio, se
encontraba en su cuarta reedición un año después de su aparición ( 1904)?.
conclusión 297

enunciado mismo que anota que entre hombre y mujer, no hay relación. Pero
esta transcripción de un defecto, de una falla, permanece semantizada;
traduce bien una de las principales puestas a la luz que se le deban al análisis,
sin estar en posición, con todo, de escribir este “no hay” como imposibilidad;
no escrito, (es decir, no transliterado por un escrito; es decir, no leído con esa
manera de leer que este libro intentó situar) conserva, hasta que se demuestre
lo contrario, el estatus de un hecho ciertamente decisivo pero, sin embargo,
contigente.
¿Contestaríamos, acaso, que las sábanas dentro de las chozas están arrugadas
a veces a causa de otras cosas que sueños agitados? Eso no sería una objeción
ya que, incluso si aceptamos el a priori de una redución de lo sexual a lo
genital, sobre lo cual la objeción se funda, seguiría siendo cierto que, si
tomamos la cosa por su lado bueno, el de sus avatares (el poder no poder bajo
las dos formas de la impotencia o la frigidez), resulta que estos últimos
participan mucho más de la imaginarización de una relación sexual que el
coito regulado desde el comienzo hasta el final, e incluso en sus más mínimos
detalles, por el significante. Que no haya relación sexual anota, ante todo,
que en el acto sexual cada uno de los participantes no se enfrenta nunca con
otra cósa que no sea el objeto de su fantasía, porque una simbolización de este
obj eto, de los significantes que están en juego en la gramática de esta fantasía,
permite que esta última intervenga en su función que consiste en volver al
deseo apto para el placer.
Podemos ver que el enunciado “no hay relación sexual” no podría de ninguna
manera ser concebido como una verdad primera. Esta verdad tampoco es
primera con respecto a su formulación por Lacan. No será inútil un breve
recorrido por su aparición, con el fin de introducir su desciframiento y de
precisar, a partir de ahí, el estatus de lo sexual en psicoanálisis.
Esta emergencia ocurrió en tres tiempos.
Tiempo uno: el acto sexual es un acto4. El acto no es la acción,
mucho menos el movimiento; el psicoanálisis lo hace manifiesto, y esto lo
vuelve diferente de cualquier sexología, con la observación de que el acto
sexual es irreductible a una gimnasia. La acción sólo tiene valor de acto en
tanto el sujeto depende ahí del significante, pero de cierta manera. Con la
distinción del acting out y del pasaje al acto (cfr. capítulo nueve) hemos
estudiado otras dos de esas maneras. Diremos, con Lacan, que hay acto
cuando la acción que está enjuego se encuentra sometida a la instancia de la
letra de tal manera que el significante, del que ella se hace cargo, opera ahí
por eso, y él mismo, como corte. El acto inaugura y por eso nunca va sin
inscripción. Con respecto a lo que él repite, se caracteriza por tener un efecto

4 J. Lacan. Seminario del 22 de febrero de 1967, inédito.


298 el estatus psicoanalítico de lo sexual

resolutivo; el precio será que el sujeto se preste ahí para soportar sus
consecuencias, a pesar de que las ignora durante él tiempo de su efectuación.
Así, el acto no tiene retomo. Estas indicaciones demasiado breves sobre el
acto no se dan aquí más que para recordar la problemática que da su alcance
*«i un hecho que, por lo que sé, no ha sido advertido; a saber, que el momento
mismo en que Lacan introduce en la doctrina analítica esta noción del acto
es también el momento en que señala lo sexual de ese término.
El acceso a unarelación genital tiene estatus de acto porque no es posible más
que en un sujeto que se encuentre en esta dependencia del significante que
el psicoanálisis llamó “castración”.
Tiempo dos: no hay acto sexual st Siguiendo de cerca, en la serie
de los seminarios, el señalamiento de lo sexual como acto, vemos que esto
no es la antítesis -en el sentido de la dialéctica hegelíana- de la primera
aserción. Más bien es un hecho exterior, suplementario y, en suma, no
necesario que, tomado en cuenta en el interior de la problemática del acto
sexual, va á introducir la negación que diferencia a este segundo enunciado.
Esta intervención es la de lo psicoanalítico designado ahora, también, como
acto. En el momento mismo en que introduce por primera vez el término de
acto analítico, Lacan produce su corolario con la afirmación de que no hay
acto sexual. En vez de intentar formular lo que “eso” quiere decir, seguire­
mos el hilo de esta consecución.
Tiempo tres: no hay relación sexual 1 El término de “relación”
sustituye ahora al de acto. Esta sustitución es de orden metonímico ya que
la inscripción que acompañaba al acto es ahora lo único que se toma en cuenta
con este término de “relación”. El acento se desplaza así de una inscripción
notarial a una escritura lógica! no hay conectar qué pueda ligar lo que sería
un signo “hombre” y un signo “mujer”.*
Esta metonimia no deja de tener consecuencias, en particular sobre la lectura
de lo que propone el español con el sintagma “el acto sexual”. Si gue sin haber
acto -y por eso el acto es requerido allí,- esa es la verdad de la afirmación del
tiempo uno, leída aprés-coup desde el tiempo tres- que pueda fundar-lo
sexual como relación. A paftir de este tiempo tres, también, podemos
sostener como una verdad, como un semi-decir, que no hay acto sexual. Las
afirmaciones de los tiempos uno y dos no se ven contradichas ni superadas
(Aufhebung), ni tampoco sobrepasadas ni “destacadas” en el tiempo tres; son
situadas. El acto sexual es efectivamente un acto, pero un acto al que se apela
a falta de la relación, un acto cuyo alcance sería fundar esta relacióii pero qué
no logra más que ocupar el lugar de ésta. Por eso, no hay acto sexual allí
donde no hay relación sexual.

3J. Lacan. Seminario inédito del 12 de abril de 1967.


6J. Lacan. Seminario inédito del 4 de junio de 1969.
conclusión 299

Vemos que este abordaje de lo sexual, en el tiempo tres, con la sustitución


del “acto” por la “relación”, pone el acento sobre el escrito y lo desune así del
acto; y el desplazamiento de una escritura tomada como registro, como
transcripción en una escritura matemática, no deja de traer consigo una
transformación de la problemática del acto. El acto no es la acción cuyo
agente sería el sujeto, sino lo que se produce como desubjetivación cuando
se llega a escribir una relación. Estamos aquí mucho más cerca de la forma
con que Michel Foucault sitúa lo que sería “el autor” (una función, cfr.
capítulo nueve), que de la problemática gideana del acto, a la cual, general­
mente, ha sido reducido este camino abierto por Lacan.
Se necesita el acto, ya que lo sexual no cesa, ... de no escribirse, por no
escribirse, entonces. Subrayamos aquí la coma al redoblarla con tres puntos
suspensivos, ya que es determinante para el sentido de la frase. Ella da su
alcance a la definición lacaniana de la imposibilidad: lo que, de no escribirse,
no cesa. Este es el modo de la relación sexual.
Al formular qüe no hay relación sexual, Lacan retoma de una manera lo más
apretada posible (pero no más, pero no demasiado) lo que yalo había hecho
detenerse en ese poverbio árabe que presenta al hombre como no dejando
huella en la mujer, al igual que el paso de la gacela sobre la roca. ¿Cómo, con
este no haber huellas obtendríamos el “no-hay-huella” que es el significante
literalizado cuando la huella de pasos {trace de pas) se transforma -esta és la
incidencia de la letra- en “no-hay-huella” (pas de trace) (cfr. pág.218/20 del
capítulo ocho)? Hace falta la huella para la escritura, es decir, para lo que
efectúa su borramiento.
Así, la imposibilidad señalada simplemente por la transcripción de que no
hay relación sexual permanece precaria (cfr. pág. 240 del capítulo nueve). Y
a pesar de que la experiencia analítica parecería confirmar, en cada caso, este
decir que no hay, su invocación sería insuficiente para fundar la imposibi­
lidad que ella garantiza. Evoquemos porun instante el teorema de incompletud
de Godel como figura ejemplar de una imposibilidad que tuvo acceso a su
certidumbre. La demostración asegurada por un juego regulado de letras
minúsculas, está fundada sobre el escrito; sólo una demostración de este tipo
aportaría el fragmento de real que es indicado, pero de lejos, de demasiado
lejos, por el enunciado que desmiente que lo sexual constituye relación.
¿Cómo saber si no se trata, en este enunciado, de una sugestión de la histérica
que el psicoanalista, sin saberlo, se habría tragado? Recordemos a Freud
obligado a desprenderse de la teoría traumática de la histeria, que era una
teoría producida por la histeria. No hay otra salida, para decidir en este tipo
de debates, que la de pasar por la puesta en práctica del escrito.
300 el estatus psicoanalítico de lo sexual

Pero, en esta problemática, no dejará de manifestarse una dificultad que hasta


ahora no se había notado, y que incluso aparecerá, en una primera observa­
ción, como una paradoja. Si el escrito debe venir, en efecto, a validar la
conjetura de la no relación sexual, será absolutamente necesario que esto
ocurra de tal manera que la relación sexual siga sin escribirse., Si no hay
escrito que dé lo sexual como relación, ¿cómo obtener, de un escrito, su
imposibilidad?
A falta de una demostración directa posible de la inexistencia do la relación
sexual (que implicaría la escritura de eso mismo que ella demostraría que no
se escribe), podemos entender que se necesite, para esta demostración, un
pas© hacia el costado. Este podría consistir en la escritura de lo que
constituye allí un obstáculo, incluso un tapón. ¿Hay acaso un escrito que sea
una metáfora pertinente de este obstáculo? Esta es una de las apuestas de la
introducción del anudamiento del rea:!, del imaginario y del simbólico en la
enseñanza de Lacan, y, con e sto ja introducción, también, de la cuestión de
una posible escritura del borromeanismo.
¿En qué medida esta escritura sería susceptible de anotar correctamente, de
transliterar como irreductible, lo que constituye obstáculo a la relación
sexual? Dada la manera como se ha tratado de situar el escrito, es legítimo
no pretender precisar más cuál es .el obstáculo del que se trata, ya que
solamente como escrito podría sernos presentado, y en el momento mismo
en que se escribiría la imposibilidad de la relación sexual.
No nos internaremos más dentro de está cuestión que atrae, a su vez muchas
otras: ¿En qué medida la topología lacaniana es una escritura? ¿Es correcto
identificar “escritura” y “aplanamiento”? ¿Existe sólo un nudo borromeo
(estatus “generador” del borromeo, generalizado)? ¿Cómo situar la
irreductibilidad cfel ternario R.S.I.? ... etc. Cada una exige numerosas
investigaciones particulares y los textos: mismos no están, hoy: en día
(septiembre de 1984) establecidos de manera crítica.
Sin embargo, incluso si dejamos, por un tiempo, las respuestas en suspenso,
no deja de ser cierto que el simple hecho de reconocer la pertinencia de estas
cuestiones, de admitir que se plantean efectivamente, no carece de efectos,
ya, sobre la manera que tiene el psicoanalista para abordar, su práctica y
elaborar la clínica que requiere. En efecto, hay allí una meta científica, un
horizonte de cientificidad, sin los cuales no habría existido, pura y simple­
mente, el psicoanálisis.
Por no haber podido ubicar la función del escrito en el análisis, se ha tratado
a Freud, nosin grosería, de “científicista”, desconociendo con esto lo que el
camino que él abrió le debía -necesariítfeente- a este horizonte. Del mismo
conclusión 301

modo, ha habido un endurecimiento en la postura hegeliana del alma bella


cuando Lacan, cortando de golpe una vez más con el lacanismo establecido,
declaró, con ocasión de uno de sus últimos seminarios, que él pretendía
resolver “matemáticamente** el problema del borromeo. Es cierto que
hubiera sido necesario realizar, en los dos casos, un pequeño esfuerzo para
revisar la idea que se tiene de la razón en la ciencia, para'Coloearseá tono con
un Fourier, que supo identificar inmediatamente el desciframiento de los
jeroglíficos como algo que tenía que ver con la geometría. ¿Se sabe, acaso,
que en 1983 hay todavía gente que escribe libros para decir que el trabajo de
Champollion, como algunos afirmaban en aquella época, fue solamente el
fruto de su fértil imaginación?
El análisis no tiene elección. Alejarse de esté horizonte dé fiieritiftiidad
nuncairesulta neutro; es, por sí mismo, un intento de respiíéltaftíá no relación
sexual, esforzándose por mantenerla como un hecho contingente. El amor,
el amor de transferencia, es ese intento dispuesto a pagar el alto precio de
análisis indefinidos. Si el amado (el eromenos) lo es en función de estos
signos que marcan para el amante (erastés) su exilio de la relación sexual,
entonces el amor, por querer paliarlo, es lo que viene a sostener que no está
radicalmente excluido que la relación sexual cese, de no escribirse8. Así, el
amor cortés se las arregla muy bien sin relación sexual (el análisis confirma,
repitiéndola, la experiencia de los trovadores), mientras que las relaciones
sexuales intervienen siempre, en lo que se llama la pareja, con el efecto de
poner un bemol sobre los destrozos que surgen por la enfermedad de amor.

El aire que ella tiene p sonreír


no se puede expresar ni M etier en la memoria,
. tan rtMev&y ?%^andie$ieRt:e es ese milagro

Dante.
El encanto de Beasriz no es despreciable. Romper un encanto sigue siendo
sin embargo, como ya ha si<Í0 dicho %la apuesta de cada psicoanallSlS, Y
como este da !a medida de sus efectos sobre las
investiduras libídinales del sujeto, noeslájescluiáo que la escriturade la no
relación tenga consecuencias sobre nuestra erótica misma.
El letra por letra es te¡ qüésfe6nc|iéfiti'a|eQlití) lo te$tiMoniaél Oulipo *) más
alejado de H $iJ « sts aí se r como supremo al llamarlo
amado.

7 J. Lacan, seminario del 20 de febrero de 1979.


* J. Lacan. Encoré. Seminario del 26 de junio de 1973.
* 9 Leclaire, Rompre charmes. Inter-Editíons, París. 1981.
*OULIPO: Acrofoníade "Ouvroir de Littérature Potendelle”. grupo que nucleaba a Raymond
Queneau. Georges Pérec y otros.
INDICE TERMINOLÓGICO
Y DE NOMBRES PROPIOS

No se han enumerado las ocasiones -demasiado numerosas- en que aparecen los


nombres propios de Freud y de Lacan. El guión entre dos números señala que el
término citado aparece de la página x a página y.

ABD ALLAS EBN TAHIR 79 Analogía 35, 55


ABRAHAM 172 ANDERSON 50
Abreacción 232 y 233 Angustia 85-86,92,102, 179,237
Abreagiren 232 ANNA O. (caso) 1 2 ,4 4,46,55
Acontecimiento 234 Anorexia 264
Acrofonía 18 Antología 301
ACTEON 272 Anudamiento 290
Acting-out 227-232,235,297 Apariencia 146,157,296
Acto 231-236,262,271,285,286,297,298 Apresuramiento 237
Acto fallido 61,248 Aprés-coup 16, 39, 72, 84,187, 210, 228, 232,
ADORNO-9,21 252, 256, 278
Afecto 53,102,145,259 ARCHAMBAULT .189-191
Agente 27, 39,43, 86, 287 ARCHEMBRANDT 31
Agente provocador 55, 59-60 ARISTOTELES 147
Agieren 228,232-233,235-239,251 Aritmética 288
Agresividad 226 Asociación de ideas 34
Agujero 115,217,223,253 Asociación libre 196,232
ALMEE 172 Asonancia 75, 83,122,201-205
AKERBLAD 132, 142 Autismo 183,224
AKHENATON 88 Autocastigo 172,265
ALCESTE 178 Autor 39,48,236-264,274-282,285-286
Alfabestisrao 125, 154, 155,163 Axiomático 97,236,238,247,251-252,273,278,
Alfabeto 18,69, 74,77, 82, 90, 95-96,98,102, 282,287.295
119,122,127,132-134, 140-141,199.208, Azar 238-239,245,268
239,246-248,275
Algebra 98-99, 102 BACON 7
Alienación 10-11 BALZAC 72
ALLETON 196 Barra 101-102
ALLOUCH 12,222 BEAULIEU 196
Alma bella 93. 178, 181 BECKETT 263
Alteridad 11-12 BELLAY (du) 93
ALTHUSSER 180 Belleza 101
Alucinación 200 BENTLEY 29
Amado 231,301 BENVENISTE 173
Amante 231,301 BERNARD 57
Amar 228 BERNFELD 30, 31-33
Amo (Maestro) 14, 27,44, 45.48, 54,62,276 BERNHEIM 232
AMON 88 Bilderschrift 72, 125
Amor 85, 107,113. 230-232,266,270. 272, 301 Bildenvert 39
Analidad 93 Borde 89
Analizante: cf psi coanalizante Borramiento-effa5ons 26, 165, 2 1 1 ,218-219,299
304 índice terminológico y de nombres propios

Borromeo (ver Nudo Borromeo)


BOTTERO 155 DACIER 133-134* 143 .
Büi^G 261 DANTE 301
BREUER 23,63 DARIO 91
BRIQUET49.52 DAVID 74, 125
BRODEE 59 Debilidad 72
BROUSSOUS 68 Decir 69, 8 2 ,9 9 ,2 6 3 ,2 6 5 ,268,299
BYCK 28, 31 Defensa 92
DEGERINE48
Cadena L 238-244,251,252 DELAY 15,106 y sig. 285
Caldero agujereado 234 Delincuencia 232
Cali grama 161 Delirio 10, 21, 33, 85,170, 177,200, 255,265
Camino abierto por (frayage) 6, 12, 21,233 Demanda 80, 229-232,235
CARRIERE 80 Denotación 208-211
Caso 1 3 -15,25,50,58,72,80-82,98,233,260 Dependencia 286
Castración 16,19,71,7 6,84,96-98,258,282, DERRJDA 155, 244
298 Descarga 232
Causa 25, 53,59-60, 296 DESCARTES 82 ' *$
CERTEAU (De) 261, 270 Desciframiento 17, 20, 43, 71,76-7$, 83, 119,
Certidumbre 50,229,237, 299 123, 186,192,205-208, 211-212,228,258,
CHADEFAUD 150 297,301
CHAMPO LLION 16-17, 21,7 2 ,7 4 , 77,124-144, Desconocimiento 26,34,101
159, 204,208,213, 228, 301 Desenmascarar 112
CHARCOT 10-13, 23,29, 37, 41. 67 Deseo 62, 85, 97,100, 105, 108, 177,237,
Chiste 1 5 ,5 2 ,6 7 ,6 9 ,7 1 ,7 2 ,7 4 ,7 5 ,1 5 3 ,1 5 8 , 261,297
2 36,248,256,257 Desligazón 295
Ciencia 26, 3 2 ,3 3 ,3 5 ,4 5 ,7 7 ,1 9 7 ,2 1 1 ,2 5 5 ,2 6 7 , Despersonalización 262
275,293,301 Despertar 237
Cifra 78, 83, 88,91, 102,123 Desplazamiento 12-13, 270
Cifrado 13,17; 20, 39,71, 88, 94,98,102,119, Determinativo 132,137, 195-202, 208,214,221,
140,155,194,201,225, 239,249,287 296
CLAUDIUS 231-232 Diagnóstico 56,59-60
Cleopatra 129-131,207 DIANA 272
CLEREMBAULT 265 Dibujo 7 5 ,8 8 ,9 1 ,1 0 1 ,1 5 0
Clínica 9,11-16,20-22,23,28,48-49,56-59,60- Dicho-mzensión 166
62,67-68, 85,98,166-179,225,255,296 Dimensión 291
Cogito 82 Dios 12,223
COHEN 71 Dirección 71
COLON 90 Discordancia 171, 176, 181
Combinatoria 94 Discurso 10,22,23-29,43, 46,54, 57, 63,225,
Codterciante de arena 63 252,255-294
Comillas 214-215,250-253 Discurso analítico 147
Comprensión 57, 79-80, 249 Discurso del amo (ver Amó)
Concepto 20, 83,87, 92,98,293 Discurso histérico (ver Histeria)
Conocimiento paranoico 257 Discurso universitario (ver Universitario)
Consistencia 56, 259, 289 Dislexia 155
Consonante 148 Disolución 13,260
Contradicción 94 Dispositivo 229, 232
Control 174 Dittre Person 263
Corte 82,260,277,297 Doctrina 14, 172,223, 257, 259, 265, 278
Cosa 15,19, 236,270 Don 86, 273
Código 74, 94 DOULCIN 93
Cómico 53 Droga 12
Creencia 10,31,92,236 DROMARD 170
'CREVEL 265 DROVETTI 144
Criptografía 78 Duelo 230
Crisis histérica 42 DURAS 127, 174,212,285
Cuadro 44, 48,49, 50-52, 55,56. 58-61,62 Durcharbeiten 182, 233
Culpabilidad 237-267
índice terminológico y de nombres propios 305

ECHO 106 FOUCAULT 150; 161-163, 156, 261, 263,267,


EDÍPO 96,217 274,276, 283-288, 299
Efectuación 10,231,255, 289, 298 FOURIER 143, 301
Egiptología 16,100, 159 Frase 7 5,76,275
Él 173,264,295 FREGE 206, 208-210, 214
Ello 251 FREUD (Anna) 182
Energía 35-39 Frigidez 297
Enfermedad mental 265 FROMM 260
Engaño (tromperie) 111 Frustración 84-85
Engarzamiento 227, 238, 249-250, 251-253 Fundamento 207
Enigma 75,196
Enseñanza 44,45, 81, 91,276 GELB 159-160
Enunciación 262-263, 271,279-280 General 80
Enunciado 278 GENIL-PERRIN 170, 265
Equívoco 76,94,245-249 Genitalidad 12,94,296-297
ERMAN Y RANKE 138, 212 GEORGES 73
Es 253 GIDE (Madeleine) 114
Escena 261,269 GIDE 15,76,105-123, 285
Escrito-escritura 6 y sig., 26, 67, 72,, 74, 77-82, GINZBURG 211
88-92,98,101, 124, 145,147, 227, 235,238 Goce 57, 86, 96, 287,295,296
Escritura figurativa 123,143,267,275-278,286, GODARD 236
296-300 GOETHE 232
Escuela Freudiana 260, 268 GOODY 80-89
Especie 56 GORCE 150
Esquema L 110-111, 185, 238, 241, 243, 248-252 GÓDEL 299
ESQUIROL 34 GRAF (Herbert) 14, 81
Esquizofrenia 171 GRAF (Max) 81
Estadio del espejo 172, 175, 181, 265-266, 290 Grafo 15, 245-247
Estética 282 GRANOFF 275
Estigma 60 GRASSET 27
Estilo 114 GRIBOUILLE 108
Estructura 21, 145, 148, 238, 257 GUILLAIN 62
Estupor 37 GUIRAUD 187-192
Etica 33
Etiología 51,59 Hacer caso omiso 165
Evidencia 79 HAMLET 229 y sig.
Excitación 55 HANS (ver Graf Herbert)
Existencia 12,55, 89, 233-234 HEBRARD 152
Experiencia 11-14, 22, 31, 35-39, 68,250,287 Hecho polémico 35-36
HEGEL 175, 177,178, 261, 298
FAIRBAÍRN 185 Heráldica 87, 88
Falo 85,86,94 HERODOTO 91
Falta 22 Hipnosis 43, 48, 52, 57, 62, 232, 233.235
Fantasía 63, 82, 90, 94, 98, 206, 297 Hipocondría 37
Fetiche-fetichismo 13, 15, 81, 110 Histeria 13, 23,25, 27, 28-40, 43-64, 67,171,
FEVR1ER 79,91, 149 222, 232, 234, 276, 299
Figuratividad 125 Historia 20, 44, 269, 277
Filología 17 Homosexualidad 266
Filosofía 259 Homófono-homofonía 72-77, 86, 87, 93, 121,
Fisiología 57 127, 139, 148, 157, 162,188, 192,196,205,
FLEISCHL 29 207,212,220
FLIESS 23 Homógrafo-homografía 73, 86, 93
Fobia 13,15, 16, 82, 83, 86, 91, 92, 94, 95, 97, HORACIO 229
100,102,103, 229, 295 Huella 14. 81, 82, 156, 200, 218.228,299
Fonética 68,72, 135-137 Humor 38
Forciusión 21, 205, 214, 217, 221
Formación del inconsciente 69, 77, 227, 248, 290 Ideal 60, 62
Formalizacióo 81, 89,90, 04-100 Identificación 68, 70, 142, 148, 178,244
FORMENTELL1 154,155 Identificación resolutiva 180, 184.
306 índice terminológico y de nombres propios

Ideograma 73,74, 100, 101, 126,196 Lapsus 7 7,193,248


Ignorancia 227 LASEGUE 27
Ilusión 236,237 LAURENS 109
Imagen-imagen narcisista 52-53,72-75.91,101, LAUTRÉAMONT 145
102,188,265,266 LECLAIRE 301
Imaginario 17,32,53,68, 83-85,94.103,151, Lectura 14-17,20.27, 3 1 ,4 4 ,7 8 , 81-83,85,90,
237,249 y sig., 266,269, 288, 290,300 9 2 ,9 3 ,9 4 ,9 7 -9 9 ,1 4 1 ,1 5 4 ,2 2 5 ,2 2 8 ,2 3 4 ,
Impedimento 231 2 3 6 ,2 5 5 ,258,283,285,298
Imposible-imposibilidad 18,60, 79, 87,94, 99, Leer 67,227
231, 239, 242, 247, 297,299 Legitimidad 49, 61, 86, 96,260
Impotencia 88, 231,297 LEIBNITZ 124
Imprimatur 260 Lengua 75,123, 257
Incauto 15, 23, 63, 80, 90,273 Lenguaje 1 8 ,7 6 ,7 7 ,9 4 ,1 4 5 .1 4 6 ,1 4 9 ,2 9 0
Inconsciente 17, 2 1 ,7 6 ,7 8 , 99, 145, 148,156, Lenguaje objeto 146,147
165,166,175, 204,223,227,249,250,263, Lesión 27-29, 32-34,37, 38, 3 9 ,4 3 ,4 8,50-55,58,
265 60
Indecidible 154, 155 Letra 13-22, 52, 67,69, 77, 81. 92, 101, 105,110,
Indice 60. 197 115, 140, 142, 203, 204,213,218,238,243,
Influencia 44, 277 244, 245, 246, 248, 270,275,279; 295, 297,
Inhibición 8 6,227,231,235 299
Iniciación 33 Letra-carta que sufre demora 244,296
Inmediato 14, 81 LEVI-STRAUSS 93-95, 111
Insistencia 22,283 Ley 114,239,244, 247,248
Insuficiencia 85 Libido 296
Inteligencia 72,258 LICHTENBERG 7,61, 125,237
Intención 238 Ligazón 46,240
Interpretación-interpretación delirante 13,16, 17, Lingüística 18, 282
20, 2 1 .6 9 ,7 1 ,7 2 , 75,77, 80, 82, 186,188, Lista 87-90, 94,139
190, 192,193, 198,215,216,220,229,235, Literal 115,141
236, 256,258, 259,272, 274.277-279,282, Litoral 92,101,295
283 Llave 73
Intromisión (de los sujetos) 237 Locura 1 0 ,1 2 ,3 3 ,3 4 .1 7 0 ,1 7 6 ,1 8 5 , 273
Intuición-intuición delirante 11,79, 80, 192,193, Locura .simultánea 177, 183
195,198,199,214-216 Lógica 2 1 ,5 5 -5 6 ,9 4 ,9 9 ,2 6 0 ,2 8 4 ,2 9 6
Lugar 247, 281
JAKOBSON 203
JANET 28, 46,47 M. (caso) i 87-192
JAY 9 Magia 30,32, 33, 261
Jeroglífico 16,21. 119, 123-124, 127-144 MAGRITTE 150,151,154-155, 160-161
JONES 31, 33, 44 Malentendido 7 L 101, 249
JOUY 80 * MALLARMÉ 165
JOYCE 105,29! Manía 33
JUNG 271 MANTEGAZA 32
JUSSIEU 29 Marca 101, 245
MARCELLUS 229
KATHARINA (caso) 54 MARIE 62
KIERKEGAARD 73, 255, 258, 270. 282 MARTHA PAPPENHEIM 29,30, 31
KIRCHER 123, 141,204 MARTIN 114
KLEIN 178 MARX 237,258, 280,296
KNAP 29 Masoquismo 273
KOJEVE 177 Masturbación 34
KOLLER 30 Materna 293
KOYRE 19,146 Matemática 250, 293,299
KRAEPEL1N 169, 173 Máscara 103
Melancolía 37
LAMARCK 29 Memoria 33. 233. 244
Lame-cerca 122.202, 204 Metalen guaje 103, 146, 147.237
LAPLANCHE Y PONTALIS 260 Metáfora 55, 83, 85. 87, 95-98, 100, 103, 146,
LAPOINTE 198, 203 2 18,250.300
índice terminológico y de nombres propios 307

Metáfora paterna 295 Ombligo del sueño 71


Metida de pata 39 OraJidad 12
Metonimia 21, 85-86, 146, 242, 298 Orgasmo 83, 85
Método catártico 54, 60, 63 Ortografía 98,247,248
MICHAUX 155 OSIRIS 138
Miedo 86,9 1,92, 99, 102 Otro (grande) 33.71, 85-86, 101-102, 153,156,
MILLER 203 161, 165,173-175,178, 185, 197,201,221,
Mirada 43,56-59, 63, 230,232,282,283 224, 230
Misticismo 273 Otro (pequeño) 10-11, 27 ,4 4 ,4 6 ,8 6 , 249
Mito 93-94,95, 271, 272, 288
Modalidad 21,27 P (at) erversión 255, 292
Modelo 31,94 Padre 12, 34, 80, 81, 84-87,95-97,99, 224,229-
Momento fecundo 179 232,261,291
MOREAU DE TOURS 26, 31, 33-34, 37 Padre edípico 293
Mostración 58,79,100, 140 Padre idel 231
Mounin 120, 282 Palabra í i, 16-17,21, 54, 63,69, 81,89,147-148,
Muerte 217, 273 228,230,236,238, 249, 260,263-269, 274,
Mujer 114 290
Mundo 84,95 PANKEJEFF (caso) 12
PAPEN 265
Narcisismo 228, 237,265, 290 Paradoja 284, 300
NARCISO 106 Paranoia 13, 15, 21, 85, 97, 156,169-173,180,
NASSIF 154 182, 183, 224, 262, 263-266, 296
Natural 53,54 Paranoia dirigida 180, 182,183
Necesario 21,109 Paranoia exitosa 173-175, 181
Negación 92,219 Parálisis histérica 45,52, 53
Neurastenia 37 Paréntesis 80, 96,250-253
Neurología. 34,44,45 PaS'de-barre 92, 97,100, 103
Neurosis 12,22,27, 28, 171,232,233,236,295 Pasaje ai acto 179,180,227,231,232,266,297
Neurosis narcisista 178, 183 Pasar a otra cosa 9-11,21,181,228
NIDA 120 PASCAL 10
NIETZCHE 257 Pase 15, 89, 92, 174, 222
No hay... 146,296 y sig. Pasión 49
Nodal 206 PAULHAN 162
Nombre 7 3 ,87,89,102,284. 289,295 Pedoñlia 108
Nombre propio 73,88, 95, 128,137,138,204- Pene 76, 85
208,211-214,216,221-222,' 291,296 Pensamiento 32,233'
Nombre-del-padre 87, 166,217,218,221-223, PERALDI16
225,295,296 Percepción 200
Nominación 14,15, 16.17,71, 89, 97,165,175, Percepción/Conciencia 266
222,236 Performativo 86
Normal 166,225 Persecución 17, 156, 172,174,179, 189,190,
Nosología 56 193,197-199,200,224,271,295
NOTHNAGEL 29 Personalidad 170,177
Nudo Borromeo 165,225,287, 288, 289,291, Perversión 108
293,300,301 Pesadilla 109
Numeración 247, 288 Petit-Louis 282
Número 12 Petite Dame 105
PICHON 183
Objetividad 177 Pictograma-Pictografía 79, 91, 101,139, 154,
Objeto 12, 16, 1 8 ,2 1 ,2 5 .2 8 ,2 9 ,3 1 ,3 5 ,3 6 ,3 8 , 188,191
62,72-74, 86, 87, 88, 89. 90.91,96-97.99 PIGMALION 114
101,149,211, 216.252,258,277 PIN (caso) 12,50-51,53
Objeto a 210.227,257,287 PINEL 10
Objeto fóbico 81, 85 Pintura 72'
Objeto metonímico 39, 153, 157 PIRSIG 130
Objeto perdido 154 Placer 297
Obsesión 234 PLATON 148,290
Olvido 233,234, 235, 281, 285 Plus-de.-gozar 27
I

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Sumario

Introducción para una clínica psicoanalítica del escrito......................9

Primera parte
acerca del camino abierto por Freud

Capítulo uno Freud coquero.................................................................25


Capítulo dos la histérica en suma....................................................... 41

Segunda parte
los sesgos de lo literal

Capítulo tres traducción, transcripción, transliteración......................67


Capítulo cuatro el “pas-de-barre” fóbico................................................ 79
Capítulo cinco donde el deseo bribón vale nada..................................105

Tercera parte
doctrina de la letra

Capítulo seis lectura de un desciframiento........................................119


Capítulo siete la “conjetura de Lacan” sobre el origen de la escritura 145

Cuarta parte
función persecutoria de la letra

Capítulo ocho del discordio paranoico................................................ 169

Quinta parte
la letra que sufre demora

Capítulo nueve el “engarzamiento” de la transferencia....................... 227


Capitulo diez la discursividad....................................................... 255
Conclusión el estatus psicoanalítico de lo sexual.......................... 295

Indice Terminológico y de Nombres Propios..........................................303

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