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Nicolas Juan Antonio Y Frapolli Sanz Maria - Teorias de La Verdad en El Siglo XX PDF
Nicolas Juan Antonio Y Frapolli Sanz Maria - Teorias de La Verdad en El Siglo XX PDF
TEORÍAS DE LA VERDAD
EN EL SIGLO XX
temos
JUAN ANTONIO NICOLÁS
MARÍA JOSÉ FRÁPOLLI
(Editores)
TEORIAS DE LA VERDAD
EN EL SIGLO XX
N. SM 1LG , J. R O D R ÍG U E Z ,
M . J. F R Á P O L L I y J. A. N IC O L Á S
Impresión ele cubierta:
Gráficas Molina
ÍNDICES
A utores ................................................................ 619
M a t e r ia s ............................................................................................................... 623
N ombres ............................................................... 625
PRESENTACIÓN
11
III
LOS EDITORES
TEORÍAS PRAGMÁTICAS
D E L A VERDAD
WILLIAM JAMES
CONCEPCIÓN DE LA VERDAD SEGÚN EL PRAGMATISMO
( 1906)
E d ic ió n o r ig in a l :
E d ic ió n c a s t e l l a n a :
O t r o s e n sa y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
B ib l io g r a f ía c o m p l e m e n t a r ia :
1.25]
Se cuenta que, cuando Clerk-M axwell era niño, tenía la manía de
pedir que se lo explicasen todo, y si alguien evitaba hacerlo mediante
una vaga explicación del fenómeno, lo interrum pía con impaciencia
diciendo: «Sí, pero lo que yo necesito que me digas es el porqué de
ello». Si su pregunta hubiera versado sobre la verdad, sólo un prag
matista podría haberle respondido adecuadamente. Creo que nues
tros pragm atistas contem poráneos, especialm ente Schiller y Dewey,
han dado la única explicación atendible sobre el asunto. Es una cues
tión delicada, con m uchos repliegues sutiles y difícil de tratar en la
form a esquemática que es propia de una conferencia pública. Pero el
punto de vista de la verdad de Schiller-Dewey ha sido atacado tan fe
rozmente por los filósofos racionalistas, y tan abom inablem ente mal
interpretado, que debe hacerse aquí, si ha de hacerse en algún sitio,
una exposición clara y sencilla.
Espero que la concepción pragmatista de la verdad recorrerá las
etapas clásicas del curso de toda teoría. Como ustedes saben, en pri
mer lugar toda teoría nueva es atacada por absurda; luego se la ad
mite como cierta, aunque innecesaria e insignificante, y finalm ente
se la considera tan importante que son precisam ente sus adversarios
quienes pretenden haberla descubierto. Nuestra doctrina de la verdad
se encuentra actualmente en el prim ero de estos tres estadios, con
síntomas de haber entrado en ciertos sectores del segundo. Deseo
que esta conferencia la conduzca, a ojos de muchos de ustedes, más
allá del estado correspondiente al prim er estadio.
La verdad, como dicen los diccionarios, es una propiedad de al
gunas de nuestras ideas. Significa adecuación con la realidad, así
como la falsedad significa inadecuación con ella. Tanto el pragma
tismo como el intelectualismo aceptan esta definición, y discuten
sólo cuando surge la cuestión de qué ha de entenderse por los térm i
nos «adecuación» y «realidad», cuando se juzga a la realidad como
algo con lo que hayan de estar de acuerdo nuestras ideas.
Al responder a estas cuestiones, los pragmatistas son analíticos y
concienzudos, y los intelectualistas son ligeros c irreflexivos, la no
ción más popular es que una idea verdadera debe copiar su realidad.
Como otros puntos de vista populares, éste sigue la analogía de h
experiencia más corriente. Nuestras ideas verdaderas de las cosas
sensibles reproducen a éstas, sin duda alguna. C ierren ustedes los
ojos y piensen en ese reloj de pared y tendrán una verdadera imagen
o reproducción de su esfera. Pero su idea acerca de cóm o «anda» — a
menos de que ustedes sean relojeros— no llega a ser una reproduc
ción, aunque pase por tal, pues de ningún modo se enfrenta con la
realidad. Aun cuando nos atuviéram os sólo a la palabra «andar», ésta
liene su utilidad; y cuando se habla de la función del reloj de «m ar
car la hora» o de la «elasticidad» de su cuerda, es difícil ver exacta
mente de que son copias sus ideas.
Adviértese que aquí existe un problema. Donde nuestras ideas no
pueden reproducir definitivam ente a su objeto, ¿qué significa la ade
cuación con este objeto? Algunos idealistas parecen decir que son
verdaderas cuando son lo que Dios entiende que debemos pensar so
bre este objeto. Otros mantienen íntegramente la concepción de la
reproducción y hablan como si nuestras ideas poseyeran la verdad en
la medida en que se aproximan a ser copias del eterno modo de pen
sar de lo Absoluto.
Estas concepciones, como verán, invitan a una discusión pragma-
lista. Pero la gran suposición de los intelcctualistas es que la verdad
significa esencialm ente una relación estática inerte. Cuando ustedes
alcanzan la idea verdadera de algo, llegan al térm ino de la cuestión.
Están en posesión, conocen, han cumplido ustedes un destino del
pensar. Están donde deberían estar m entalmente; han obedecido su
imperativo categórico y 110 es necesario ir más allá de esta culm ina
ción de su destino racional. Epistem ológicam ente se encuentran us
tedes en un estado de equilibrio.
El pragmatism o, por otra parte, hace su pregunta usual. «Adm i
tida como cierta una idea o creencia — dice— , ¿qué diferencia con
creta se deducirá de ello para la vida real de un individuo? ¿Cómo se
realizará la verdad? ¿Qué experiencias serán diferentes de las que se
obtendrían si estas creencias fueran falsas ? En resumen, ¿cuál es, en
términos de experiencia, el valor efectivo de la verdad?».
En el momento en que el pragmatism o pregunta esta cuestión
comprende la respuesta: Ideas verdaderas son las que podem os asi
milar, hacer vellidas, corroborar, y verificar; ideas falsas, son las que
no. Ésta es la diferencia práctica que supone para nosotros tener
ideas verdaderas; éste es, por lo tanto, el significado de la verdad,
pues ello es todo lo que es conocido de la verdad.
Ésta es la tesis que tengo que defender. La verdad de una idea no
es una propiedad estancada inherente a ella. La verdad acontece a una
idea. Llega a ser cierta, se hace cierta por los acontecimientos. Su
verdad es, en efecto, un proceso, un suceso, a saber: el proceso de ve
rificarse, su verificación. Su validez es el proceso de su valid-ación.
Pero ¿cuál es el significado pragmático de las palabras verifica
ción y validación? Insistimos otra vez en que significan determ ina
das consecuencias prácticas de la idea verificada y validada. Es difí
cil hallar una frase que caracterice estas consecuencias mejor que la
fórm ula corriente de la adecuación, siendo exactamente estas conse
cuencias lo que tenemos en la mente cuando decim os que nuestras
ideas concuerdan con la realidad. Nos guían, m ediante los actos y las
demás ideas que suscitan, a otros sectores de la experiencia con los
que sentim os — estando este sentimiento entre nuestras posibilida
des— que concuerdan las ideas originales, las conexiones y transi
ciones llegan a nosotros punto por punto de modo progresivo, arm o
nioso y satisfactorio. Esta función de orientación agradable es la que
denom inam os verificación de una idea. Esta explicación es en un
principio vaga, y parece completam ente trivial, pero ofrece resulta
dos de los que me ocuparé a continuación.
Empezaré por recordarles el hecho de que la posesión de pensa
mientos verdaderos significa en todas partes la posesión de unos
inestimables instrum entos de acción, y que nuestro deber para alcan
zar la verdad, lejos de ser un mandam iento vacuo del cielo o una «pi
rueta» impuesta a sí mismo por nuestro intelecto, puede explicarse
por excelentes razones prácticas.
La im portancia para la vida hum ana de poseer creencias verda
deras acerca de hechos, es algo demasiado evidente. Vivimos en un
mundo de realidades que pueden ser infinitam ente útiles o infinita
mente perjudiciales. Las ideas que nos dicen cuáles de éstas pueden
esperarse, se consideran com o las ideas verdaderas en toda esta es
fera primaria de verificación y la búsqueda de tales ideas constituye
un deber prim ario humano. La posesión de la verdad, lejos de ser
aquí un fin en sí mismo, es solam ente un medio prelim inar hacia
otras satisfacciones vitales. Si me hallo perdido en un bosque, y
hambriento, y encuentro una senda de ganado, será de la m ayor im
portancia que piense que existe un lugar con seres hum anos al final
del sendero, pues si lo hago así y sigo el sendero, salvaré mi vida. El
pensamiento verdadero, en este caso, es útil, porque la casa, que es
su objeto, es útil. El valor práctico de las ideas verdaderas se deriva,
pues, prim ariamente de la im portancia práctica de sus objetos para
nosotros. Sus objetos no son, sin duda alguna, im portantes en todo
momento. En otra ocasión puede no tener utilidad alguna la casa
para mí, y entonces mi idea de ella, aunque verificable, será práctica
mente inadecuada y convendrá que permanezca latente. Pero puesto
que casi todo objeto puede algún día llegar a ser tem poralm ente im
portante, es evidente la ventaja de poseer una reserva general de ver
dades extra, de ideas que serán verdaderas en situaciones meramente
posibles.
Alm acenam os tales verdades en nuestra m em oria y con el so
brante llenam os nuestros libros de consulta, y cuando una de estas
ideas extra se hace prácticamente adecuada para uno de nuestros ca
sos de necesidad, del frigorífico donde estaba, pasa a actuar en el
mundo y nuestra creencia en ella se convierte en activa. Se puede de
cir de ella que «es útil porque es verdadera» o que «es verdadera
porque es útil». Ambas frases significan exactamente lo mismo, a sa
ber: que se trata de una idea que se cumple y que puede verificarse.
«Verdadera» es el nom bre para la idea que inicia el proceso de veri
ficación; «útil» es el calificativo de su completa función en la expe
riencia. Las ideas verdaderas nunca se habrían singularizado como
lales, nunca habrían adquirido nombre de clase, ni mucho menos un
nombre que sugiere un valor, a m enos que hubieran sido útiles desde
un principio en este sentido.
De esta circunstancia el pragmatismo obtiene su noción general
de la verdad com o algo esencialm ente ligado con el modo en el que
un momento de nuestra experiencia puede conducirnos hacia otros
momentos a los que vale la pena de ser conducidos. Primariamente,
y en el plano del sentido común, la verdad de un estado de espíritu
significa esta función de conducir a lo que vede la pena. Cuando un
momento de nuestra experiencia, de cualquier clase que sea, nos ins
pira un pensam iento que es verdadero, esto quiere decir que más
pronto o más tarde nos sumiremos de nuevo, m ediante la guía de tal
experiencia, en los hechos particulares, estableciendo así ventajosas
conexiones con ellos. Ésta es una explicación bastante vaga, pero es
conveniente retenerla porque es esencial.
Entretanto, nuestra experiencia se halla acribillada de regularida
des. Una partícula de ella puede ponernos sobre aviso para alcanzar
pronto otra y puede «proponerse» o ser «significativa de» ese objeto
más remoto. El advenimiento del objeto es la verificación del signi
ficado. La verdad en estos casos, no significando sino la verifica
ción eventual, es m anifiestam ente incompatible con la desobediencia
por nuestra parte. ¡Ay de aquel cuyas creencias no se ajustan al or
den que siguen las realidades en su experiencia! No le conducirán a
parte alguna o le harán establecer falsas conexiones.
Por «realidades» u «objetos» entendem os aquí cosas del sentido
común, sensiblem ente presentes, o bien relaciones de sentido común
lales como fechas, lugares, distancias, géneros, actividades. Si
guiendo nuestra imagen mental de una casa a lo largo de una senda
de ganado, llegamos ahora a ver la casa, obtenem os la verificación
plena de la imagen. Tales orientaciones simple y plenamente verifi
cadas son, sin duda alguna, los originales y arquetipos en el proceso
de la verdad. La experiencia ofrece, indudablem ente, otras formas
del proceso de la verdad pero todas son concebibles como verifica
ciones prim ariam ente aprehendidas, m ultiplicadas o sustituidas unas
por otras.
Consideren, por ejemplo, aquel objeto de la pared. Ustedes,
como yo, consideran que es un reloj, aunque ninguno de ustedes ha
visto la máquina escondida que le da la condición de tal. Admitamos
que nuestra noción pasa por cierta sin intentar verificarla. Si las ver
dades significan esencialm ente un proceso de verificación, ¿no de
beríamos considerar las verdades que no se verifican como aborti
vas? No, pues constituyen el número abrum ador de verdades con
arreglo a las que vivimos. Se aceptan tanto las verificaciones direc
tas como las indirectas. Donde la evidencia circunstancial basta, no
necesitam os testimonio ocular. De la misma form a que asumimos
aqui que el Japón existe, sin haber estado nunca en él. porque todo lo
que conocem os nos induce a aceptar esta creencia, y nada a recha
zarla, de igual forma asumimos que aquello es un reloj. Lo usamos
como un reloj, al regular la duración de esta conferencia por él. La
verificación de esta suposición significa aquí que no nos conduce a
negación o contradicción. La «verificabilidad» de las ruedas, las pe
sas y el péndulo, vale tanto como la verificación misma. Por un pro
ceso de verdad que se verifique, existe un millón en nuestras vidas
en estado de formación. Nos orientan hacia la verificación directa:
nos conducen hacia los alrededores de los objetos con que se enfren
tan; y entonces, si todo se desenvuelve arm oniosam ente, estamos tan
seguros de que la verificación es posible que la omitimos quedando
corrientem ente justificada por todo cuanto sucede.
La verdad descansa, en efecto, en su mayor parte sobre su sis
tema de crédito. Nuestros pensam ientos y creencias «pasan» en tanto
que no haya nadie que los ponga a prueba, del mismo modo que pasa
un billete de banco en tanto que nadie lo rehúse. Pero todo esto
apunta a una verificación directa en alguna parte sin la que la estruc
tura de la verdad se derrum ba como un sistema financiero que ca
rece de respaldo económico. Ustedes aceptan mi verificación de una
cosa, yo la de otra de ustedes. Com erciamos uno con las verdades
del otro, pero las creencias concretam ente verificadas por alguien
son los pilares de toda la superestructura.
Otra gran razón — además de la economía de tiempo— para re
nunciar a una verificación com pleta en los asuntos usuales de la
vida, es que todas las cosas existen en géneros y no singularmente.
Nuestro mundo, de una vez para siempre, hubo de m ostrar tal pecu
liaridad. Así, una vez verificadas directam ente nuestras ideas sobre
el ejem plar de un género nos consideram os libres de aplicarlos a
otros ejem plares sin verificación. Una mente que habitualm ente dis
cierne el género de una cosa que está ante ella y actúa inmedia
tamente por la ley del género sin detenerse a verificarla, será una
mente «exacta» en el noventa y nueve por ciento de los casos, pro
bado así por su conducta que se acom oda a todo lo que encuentra y
no sufre refutación.
Los procesos que se verifican indirectamente o sólo potencial-
mente, pueden, pues, ser tan verdaderos como los procesos plena
mente verificados. Actúan como actuarían los procesos verdaderos.
Nos proporcionan las mismas ventajas y solicitan nuestro reconoci
miento por las mismas razones. Todo esto en el plano del sentido co
mún de los hechos, que es lo único que ahora estam os considerando.
Pero no son los hechos los únicos artículos de nuestro comercio.
Las relaciones entre ideas puramente mentales forman otra esfera
donde se obtienen creencias verdaderas y falsas, y aquí las creencias
son absolutas o incondicionadas. Cuando son verdaderas llevan el
nombre de definiciones o de principios. Es definición o principio
que 1 y 1 sum en 2, que 2 y 1 sumen 3, etcétera; que lo blanco difiera
menos de lo gris que de lo negro; que cuando las causas comiencen a
actuar, los efectos comiencen también. Tales proposiciones se sostie
nen de todos los «unos» posibles, de todos los «blancos» concebi
bles, y de los «grises» y de las «causas». Los objetos aquí son obje
tos mentales. Sus relaciones son perceptivamente obvias a la primera
mirada y no es necesaria una verificación sensorial. Además, lo que
una vez es verdadero lo es siem pre de aquellos m ismos objetos m en
tales. La verdad aquí posee un carácter «eterno». Si se halla una cosa
concreta en cualquier parte que es «una» o «blanca» o «gris» o un
«efecto», entonces los principios indicados se aplicarán eternam ente
a ellas. Se trata sólo de cerciorarse del género y después aplicar la
ley de su género al objeto particular. Se tendrá la certeza de haber al
canzado la verdad sólo con poder nombrar el género adecuadamente,
pues las relaciones mentales se aplicarán a todo lo relativo a aquel
género sin excepción. Si entonces, no obstante, se falla en alcanzar
la verdad concretamente, podría decirse que se habían clasificado
inadecuadamente los objetos reales.
En este reino de las relaciones mentales, la verdad es además una
cuestión de orientación. Nosotros relacionam os unas ideas abstractas
con otras, formando al fin grandes sistem as de verdad lógica y m ate
m ática bajo cuyos respectivos términos los hechos sensibles de la ex
periencia se ordenan eventualmente entre sí, de forma que nuestras
verdades eternas se aplican también a las realidades. Este maridaje
entre hecho y teoría es ilim itadam ente fecundo. Lo que decimos aquí
es ya verdad antes de su verificación especial si hemos incluido
nuestros objetos rectamente. Nuestra armazón ideal libremente cons
truida para toda clase de objetos posibles es determ inada por la pro
pia estructura de nuestro pensar. Y así como no podem os jugar con
las experiencias sensibles, mucho menos podem os hacerlo con las
relaciones abstractas. Nos obligan y debemos tratarlas en forma con
secuente, nos gusten o no los resultados. Las reglas de la suma se
aplican tan rigurosamente a nuestras deudas como a nuestros habe
res. La centésima cifra decimal de «, razón de la circunferencia al
diámetro, se halla idealmente predeterminada, aunque nadie la haya
computado. Si necesitáram os esa cifra cuando nos ocupamos de un
círculo, la necesitaríam os tal como es, según las reglas usuales, pues
es el mismo género de verdad el que esas reglas calculan en todas
partes.
Nuestro espíritu está así firm em ente encajado entre las limitacio
nes coercitivas del orden sensible y las del orden ideal. Nuestras
ideas deben conform arse a la realidad, sean tales realidades concre
tas o abstractas, hechos o principios, so pena de inconsistencia y
frustración ilimitadas.
Hasta ahora los intelectualistas no tienen por qué protestar. Sola
mente pueden decir que hemos tocado la superficie de la cuestión.
Las realidades significan, pues, o hechos concretos o géneros
abstractos de cosas y relaciones intuitivamente percibidas entre ellos.
Además significan, en tercer térm ino, como cosas que nuestras nue
vas ideas no deben dejar de tener en cuenta, todo el cuerpo de verda
des que ya poseem os. Pero, ¿qué significa ahora «adecuación» con
estas triples realidades, utilizando de nuevo la definición corriente?
Aquí es donde empiezan a separarse el pragmatism o y el intelec-
tualismo. Primariamente, sin duda, «adecuar» significa «copiar»,
aunque vemos que la palabra «reloj» hace el mismo papel que la re
presentación mental de su mecanismo y que de muchas realidades
nuestras ideas pueden ser solam ente sím bolos y no copias. «Tiempo
pasado», «fuerza», «espontaneidad», ¿cómo podrá nuestra mente co
piar tales realidades?
En su más amplio sentido, «adecuar» con una realidad sólo
puede significar ser guiado y a directamente hacia ella o bien a sus
alrededores, o ser colocado en tal activo contacto con ella que se la
maneje, a ella o a algo relacionado con ella, mejor que si no estuvié
ramos conformes con ella. Mejor, ya sea en sentido intelectual o
práctico. Y a menudo adecuación significará exclusivamente el he
cho negativo de que nada contradictorio del sector de esa realidad
habrá de interferir el camino por el que nuestras ideas nos conduz
can. Copiar una realidad es, indudablemente, un modo muy im por
tante de estar de acuerdo con ella, pero está lejos de ser esencial. Lo
esencial es el proceso de ser conducido. Cualquier idea que nos
ayude a tratar, práctica o intelectualmente, la realidad o sus conexio
nes, que no com plique nuestro progreso con fracasos, que se adecúe,
de hecho, y adapte nuestra vida al marco de la realidad, estará de
acuerdo suficientem ente como para satisfacer la exigencia. M anten
drá la verdad de aquella realidad.
Así, pues, los nombres son tan verdaderos o falsos como lo son
los cuadros mentales que son. Suscitan procesos de verificación y
conducen a resultados prácticos totalmente equivalentes.
Todo pensamiento humano es discursivo; cambiamos ideas; pres
tamos y pedimos prestadas verificaciones, obteniéndolas unos de
otros por medio de intercambio social. Todas las verdades llegan a
ser así construcciones verbales que se almacenan y se hallan disponi
bles para todos. De aquí que debamos hablar consistentem ente de
igual forma que debemos pensar consistentemente: pues tanto en el
lenguaje como en el pensamiento tratamos con géneros. Los nom
bres son arbitrarios, pero una vez entendidos se deben mantener. No
debemos llamar Abel a «Caín» o Caín a «Abel», pues si lo hacemos
así nos desligaríamos de todo el libro del Génesis y de todas sus
conexiones con el Universo del lenguaje y los hechos hasta la actua
lidad. Nos apartaríam os de cualquier verdad que pudiera contener
ese entero sistem a de lenguaje y hechos.
La abrum adora m ayoría de nuestras ideas verdaderas no admite
un careo directo con la realidad: por ejemplo, las históricas, tales
como las de Caín y Abel. La corriente del tiem po sólo puede ser re
montada verbalmente, o verificada de modo indirecto por las prolon
gaciones presentes o efectos de lo que albergaba el pasado. Si no
obstante concuerdan con estas palabras y efectos podrem os conocer
que nuestras ideas del pasado son verdaderas. Tan cierto como que
hubo un tiempo pasado, fueron verdad Julio César y los monstruos
antediluvianos cada uno en su propia fecha y circunstancias. El
mismo tiempo pasado existió, lo garantiza su coherencia con todo lo
presente. Tan cierto com o el presente es, lo fue el pasado.
La adecuación, así, pasa a ser esencialm ente cuestión de orienta
ción, orientación que es útil, pues se ejerce en dominios que contie
nen objetos importantes. Las ideas verdaderas nos conducen a regio
nes verbales y conceptuales útiles a la vez que nos relacionan direc
tamente con térm inos sensibles útiles. Nos llevan a la congruencia, a
la estabilidad y al fluyente intercambio humano. Nos alejan de la ex
centricidad y del aislamiento, del pensar estéril e infructuoso. El li
bre flujo de! proceso de dirección, su libertad general de choque y
contradicción pasa por su verificación indirecta; pero todos los cam i
nos van a Roma y al final y eventualmente todos los procesos ciertos
deben conducir a experiencias sensibles directam ente verificables en
alguna parte, que han copiado las ideas de algún individuo.
Tal es el amplio y holgado camino que el pragm atista sigue para
interpretar la palabra adecuación. La trata de un m odo enteramente
práctico. Le perm ite abarcar cualquier proceso de conducción de una
idea presente a un térm ino futuro, a condición de que se desenvuelva
prósperamente. Solamente así puede decirse que las ideas científi
cas, yendo com o lo hacen más allá del sentido común, se adecúan a
sus realidades. Es, com o ya he dicho, como si la realidad estuviera
hecha de éter, átomos o electrones, pero no lo debemos pensar tan
literalmente. El térm ino «energía» no ha pretendido nunca represen
tar nada «objetivo». Es solamente un medio de m edir la superficie de
los fenómenos, con el fin de registrar sus cambios en una fórmula
sencilla.
Pero en la elección de estas fórmulas de fabricación humana no
podemos ser caprichosos impunemente, como no lo somos en el
plano práctico del sentido común. Debemos hallar una teoría que ac
túe, y esto significa algo extremadamente difícil, pues nuestra teoría
debe m ediar entre todas las verdades previas y determ inadas expe
riencias nuevas. Debe perturbar lo menos posible al sentido común y
a las creencias previas, y debe conducir a algún térm ino sensible que
pueda verificarse exactamente. «Actuar» significa estas dos cosas y
la ligadura es tan estrecha que casi no deja lugar a ninguna hipótesis.
Nuestras teorías están cercadas y controladas como ninguna otra
cosa lo está. Sin embargo, algunas veces las fórmulas teóricas alter
nativas son igualmente compatibles con todas las verdades que cono
cemos, y entonces elegimos entre ellas por razones subjetivas. Esco
gemos el género de teoría del cual somos ya partidarios; seguimos la
«elegancia» o la «economía». Clerk-Maxwell dice en alguna parte
que sería un «precario gusto científico» elegir la más complicada de
dos concepciones igualmente demostradas, y creo que estarán uste
des de acuerdo con él. La verdad en la ciencia es lo que nos da la
máxima suma posible de satisfacciones, incluso de agrado, pero la
congruencia con la verdad previa y con el hecho nuevo es siempre el
requisito más imperioso.
Les he conducido por un desierto arenoso. Pero ahora, si se me
permite una expresión tan vulgar, empezarem os a paladear la leche
del coco. Aquí nuestros críticos racionalistas descargarán sus bate
rías sobre nosotros y para contestarles saldremos de esta aridez a la
visión total de una importante alternativa filosófica.
Nuestra interpretación de la verdad es una interpretación de ver
dades, en plural, de procesos de conducción realizados in rebus, con
usía única cualidad en común, la de que pagan. Pagan conduciéndo
nos en o hacia alguna parte de un sistema que penetra en numerosos
puntos de lo percibido por los sentidos, que podem os copiar o no
mentalmente, pero con los que en cualquier caso nos hallamos en
una clase de relación vagamente designada como verificación. La
verdad para nosotros es sim plemente un nombre colectivo para los
procesos de verificación, igual que la salud, la riqueza, la fuerza, et
cétera, son nombres para otros procesos conectados con la vida, y
también proseguidos porque su prosecución retribuye. La verdad se
liace lo mismo que se hacen la salud la riqueza y la fuerza en el
curso de la experiencia.
En este punto el racionalismo se levanta instantáneamente en ar
mas contra nosotros. Imagino que un racionalista nos hablaría como
sigue:
«La verdad — dirá— no se hace, se obtiene absolutamente,
siendo una relación única que no depende de ningún proceso, sino
que marcha a la cabeza de la experiencia indicando su realidad en
todo momento. Nuestra creencia de que aquello que hay en la pared
es un reloj es ya verdadera, aunque nadie en toda la historia del
mundo lo verificara. La simple cualidad de estar en esa relación tras
cendente es lo que hace verdadero cualquier pensamiento que la po
sea, independientemente de su verificación. Vosotros, los pragm atis
tas, tergiversáis la cuestión — dirá— , haciendo que la existencia de
la verdad resida en los procesos de verificación. Estos procesos son
meramente signos de su existencia, nuestros imperfectos m edios de
comprobar después el hecho del cual nuestras ideas poseían ya la
maravillosa cualidad. La cualidad misma es intemporal, como todas
las esencias y naturalezas. Los pensam ientos participan de ellas di
rectamente, como participan de la falsedad o de la incongruencia.
No puede ser analizada con arreglo a las consecuencias pragm áti
cas.»
Toda la plausibilidad de esta argum entación racionalista se debe
al hecho a que hemos prestado ya tanta atención. En nuestro mundo,
abundante como es en cosas de géneros similares y asociadas sim i
larmente, una verificación sirve para otras de su género, y una de las
grandes utilidades de conocer las cosas es no tanto conducirnos a
ellas como a sus asociados, especialm ente a lo que los hombres di
cen de ellas. La cualidad de la verdad, obtenida ante rem, significa
pragm áticam ente el hecho de que en un m undo tal, innumerables
ideas actúan m ejor por su verificación indirecta o posible que por la
directa y real. Así, pues, verdad ante rem significa solam ente verifi-
cabilidad; pues no es sino un ardid racionalista tratar el nombre de
una realidad concreta fenoménica com o una entidad independiente y
previa, colocándola tras la realidad com o su explicación.
He aquí un epigrama de Lessing que el profesor M ach cita:
1 Juanito c) Astuto dicc a su primo Fritz: ¿Cómo te explicas que los más ricos en
el mundo tengan la mayor cantidad de dinero? (N. del. T.)
preexistente en el hombre y que explica las hazañas hercúleas de sus
músculos.
En cuanto a la «verdad», la mayoría de las personas se excede,
considerando la explicación racionalista como evidente por sí
misma. Pero lo cierto es que todas estas palabras son semejantes. La
verdad existe ante rem ni más ni menos que las otras cosas.
Los escolásticos, siguiendo a Aristóteles, usaron mucho la distin
ción entre hábito y acto. La salud in actu significa, entre otras cosas,
dormir y digerir bien. Pero un hombre saludable no necesita estar
siempre durm iendo y digiriendo, como el hombre rico no necesita
estar siempre manejando dinero o el hombre fuerte levantando pesas,
liilcs cualidades caen en estado de «hábitos» entre sus tiempos de
ejercicio; c igualmente la verdad llega a ser un hábito de ciertas de
nuestras ideas y creencias en los intervalos de reposo de sus activida
des de verificación. Tales actividades constituyen la raiz de toda la
cuestión y la condición de la existencia de cualquier hábito en ios in
tervalos.
Lo verdadero, dicho brevemente, es sólo el expediente de nuestro
modo de pensar, de igual forma que lo justo es sólo el expediente del
modo de conducirnos. Expediente en casi todos los órdenes y en ge
neral, por supuesto, pues lo que responde satisfactoriam ente a la ex
periencia en perspectiva no responderá de modo necesario a todas las
u lte r i o r e s experiencias tan satisfactoriamente. La experiencia, como
Habernos, tiene modos de salirse y de hacernos corregir nuestras ac
í d a l e s fórmulas.
Lo «absolutamente» verdadero, es decir, lo que ninguna expe
riencia ulterior alterará nunca, es ese punto ideal hacia el que nos
imaginamos que convergerán algún día todas nuestras verdades tem
porales. Equivale al hombre perfectam ente sabio y a la experiencia
tibsohitamente completa; y si estos ideales se realizan algún día, se
realizarán conjuntamente. Entretanto, tendrem os que vivir hoy con
arreglo a la verdad que podamos obtener hoy y estar dispuestos a lla
marla falsedad mañana.
La astronomía ptolomeica, el espacio euclidiano, la lógica aristo
télica, la m etafísica escolástica fueron expedientes durante siglos,
pero la experiencia humana se ha salido de aquellos límites y ahora
consideramos que estas cosas son sólo relativamente verdaderas o
ciertas dentro de aquellos límites de experiencia. «Absolutamente»,
son falsas, pues sabemos que aquellos límites eran casuales y p o
drían haber sido trascendidos por teóricos de aquel tiempo lo mismo
que lo han sido por teóricos del presente.
Cuando nuevas experiencias nos conduzcan a juicios retrospecti
vos, podremos decir, usando el pretérito indefinido, que lo que estos
juicios expresan fu e cierto, aun cuando ningún pensador pasado lo
formulara. Vivimos hacia adelante, dice un pensador danés, pero
com prendem os hacia atrás. El prcsenle proyecta una luz retrospec
tiva sobre los procesos previos del mundo. Pueden éstos haber sido
procesos verdaderos para los que participaron en ellos. No lo son
para quien conoce las ulteriores revelaciones de la historia.
Esta noción reguladora de una verdad potencial mejor, se estable
cerá más tarde, posiblem ente se establecerá algún día, con carácter
absoluto y con poderes de legislación retroactiva, y volverá su rostro,
como todas las nociones pragm atistas, hacia los hechos concretos y
hacia el futuro. Como todas las verdades a medias, la verdad abso
luta tendrá que hacerse, y ha de ser hecha como una relación inci
dental al desarrollo de una masa de experiencias de verificación a las
que contribuyen con su cuota las ideas semiverdaderas.
Ya he insistido en el hecho de que la verdad está hecha en gran
parte de otras verdades previas. Las creencias de los hombres en cual
quier tiempo constituyen una experiencia fundada. Pues las creencias
son, en sí mismas, partes de la suma total de la experiencia del
mundo y llegan a ser, por lo tanto, la materia sobre la que se asientan
o fundan para las operaciones del día siguiente. En cuanto la realidad
significa realidad experimentable, tanto ella como las verdades que
el hombre obtiene acerca de ella están continuamente en proceso de
mutación, m utación acaso hacia una meta definitiva, pero mutación
al fin y al cabo.
Los m atem áticos pueden resolver problemas con dos variables.
En la teoría newtoniana, por ejemplo, la aceleración varía con la dis
tancia, pero la distancia también varía con la aceleración. En el reino
de los procesos de la verdad, los hechos se dan independientemente y
determinan provisionalmente a nuestras creencias. Pero estas creen
cias nos hacen actuar y, tan pronto como lo hacen, descubren u origi
nan nuevos hechos que, consiguientem ente, vuelven a determ inar las
creencias. Así, todo el ovillo de la verdad, a m edida que se desenro
lla, es el producto de una doble influencia. Las verdades emergen de
los hechos, pero vuelven a sum irse en ellos de nuevo y los aum en
tan: esos hechos, otra vez, crean o revelan una nueva verdad — la pa
labra es indiferente-— y así indefinidam ente. Los hechos mismos,
mientras tanto, no son verdaderos. Son, simplemente. La verdad es la
función de las creencias que com ienzan y acaban entre ellos.
Se trata de un caso semejante al crecimiento de una bola de
nieve, que se debe, por una parte, a la acumulación de la nieve, y, de
olía, a los sucesivos empujones de los muchachos, codetcrminán-
dose estos factores entre sí incesantemente.
Hallémonos ahora ante el punto decisivo de la diferencia que
existe entre ser racionalista y ser pragmatista. La experiencia está en
mutación, y en igual estado hállanse nuestras indagaciones psicoló
gicas de la verdad; el racionalismo nos lo concederá, pero no que la
realidad o la verdad misma es mutable. La realidad perm anece com
pleta y ya hecha desde la eternidad insiste el racionalismo, y la ade
cuación de nuestras ideas con ella es aquella única e inanalizable vir-
lud que existe en ella y de la que nos ha hablado. Como aquella
excelencia intrínseca, su verdad nada tiene que ver con nuestras ex
periencias. No añade nada al contenido de la experiencia. Es indife
rente a la realidad misma; es superveniente, inerte, estática, una refle
xión meramente. No existe, se mantiene u obtiene, pertenece a otra
dimensión distinta a la de los hechos o a la de las relaciones de he
chos, pertenece, en resumen, a la dimensión epistemológica, y he aquí
que con esta palabra altisonante el racionalismo cierra la discusión.
Así, tal como el pragmatismo mira hacia el futuro, el raciona
lismo se orienta de nuevo a una eternidad pasada. Fiel a su invete
rado hábito, el racionalismo se vuelve a los «principios» y estima
que, una vez que una abstracción ha sido nombrada, poseemos una
solución de oráculo.
La extraordinaria fecundidad de consecuencias para la vida de
esta radical diferencia de perspectiva- aparecerá claram ente en mis
últimas conferencias. Deseo, entretanto, acabar ésta dem ostrando
que la sublimidad del racionalismo no lo salva de la inanidad.
Cuando se pide a los racionalistas que, en lugar de acusar al prag
matismo de profanar la noción de verdad, la definan diciendo exacta
mente lo que ellos entienden por tal, se obtienen estas respuestas:
1 No olvido que el profesor Rickert renunció hace ya algún tiempo a toda noción
de verdad, como fundada en su adecuación con la realidad. Realidad, según él, es
cuanto se adecúa con la verdad, y la verdad está fundada únicamente en nuestro deber
fundamental. Esta evasión fantástica, junto con la cándida confesión de fracaso de Joa-
chim en su libro The Na tu re ofTruth, me parece indicar la bancarrota del racionalismo
en este asunto. Rickert se ocupa de parte de la posición pragmatista con la denomina
ción de lo que él llama «relativismus». No puedo discutir aquí este texto. Baste decir
que su argumentación en aquel capítulo es tan endeble, que no parece corresponder al
talento de su autor.
IGNACIO ELLACURÍA
LA REALIDAD HISTÓRICA COM O OBJETO
DE LA FILOSOFÍA
(1981)
E d ic ió n o r ig in a l :
O t r o s e n sa y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
B ib l io g r a f ía c o m p l e m e n t a r ia :
r, .
E d i c ió n o r i g i n a l : Inédito.
O t r o s e n sa y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
1 Tomo lo que sigue de mis siguientes trabajos anteriores: Evidence and Inquiry:
rowards Reconstruction in Epistemology, Blackwell, Oxford, 1993, especialmente el
capítulo 8; «The First Rule of Reason», presentado en un congreso sobre «New Topics
iu the Philosophy o f C. S. Pcirce», Toronto, 10.92, aparecerá en un volumen editado
por Jaqueline Brunning and Paul Forster, Toronto University Press; «“The Ethics o f
lielief” Reconsidered», aparecerá en Levvis Hahn, ed., The Philosophy o f R. M. Chis-
holm, Open Court; «Preposterisme and Its Consequences», presentado en un congreso
sobre «Scientific Innovation, Philosophy and Public Policy», Bowling Oreen, OH,
4.95, aparecerá en Social Philosophy and Policy y en Ellen Frankel Paul et al., eds,
Scientific Innovation, Philosophy and Public Policy, Cambridge University Press.
Este artículo se preparó para la publicación con la ayuda de una beca NEH #FT-
40534-95. Me gustaría dar las gracias a Paul Gross por sus útiles comentarios a un bo
rrador y a Mark Migotti por proporcionarme la cita de Nietzsche de la nota 4.
— Evidence and Inquiry. Towards reconstruction in Epislemology,
Blackwell, Oxford, 1993 (ed. east.: Evidencia e Investigación. Ha
cia una reconstrucción en Epistemología, Tecnos, Madrid, 1997).
— «Dry truth and real Knowledge: Epistemologies of Metaphor and
Metaphors of Epistemology», en J. Hintikka (ed.), Aproaches to
Metaphor, Kluwer, Dordrecht (en prensa).
B ib l io g r a f ía c o m p l e m e n t a r ia ;
3 Stephen Stich, The Fragmenta/ion o f Reason, Bradford Books, MIT Press, Cam
bridge, MA y Londres, 1990, p. 101; Richard Rorty, Essays on Heidegger and Others,
Cambridge University Press, Cambridge, 1991, p. 86 (trad. cast.: Ensayos sobre Hei
degger y otros pensadores contemporáneos, Paidós, Barcelona, 1993; «Trotsky and
the Wild Orchids», Common Knowiedge, 1.3, 1992, p. 141, y Consequences o f Prag-
matism, Harvester Press, Hassocks, Sussex, 1982, p. XVII; Jane Heal, «The Disinte-
rested Search for Truth», Proceedings o f the Aristotelian Society, 88, 1987-8, p. 108.
1 Samuel Butler, The Way o f Alt Flesh (1903), Signct Books, The New American
Y la pseudo-investigación está tan lejos de ser inusual que,¡
cuando el gobierno o nuestra universidad instituye una Investigación;
Oficial sobre esto o aquello, algunos de nosotros nos ponem os en
guardia. Peirce identifica un tipo de pseudo-investigación cuando es
cribe acerca del «razonam iento fingido»: intenta, no llegar a la ver
dad de alguna cuestión, sino argumentar a favor de la verdad de al
guna proposición respecto de la cual nuestro com prom iso ya está a
prueba de evidencia y de argumento. Tiene en la mente a los teólo
gos que inventan elaborados andamios m etafísicos para proposicio
nes teológicas que ninguna evidencia o argum ento les induciría a
abandonar; pero su argumento se aplica de igual modo a la «investi
gación» propicia y al «trabajo académico» guiado por motivaciones
políticas de nuestros tiempos. Y además hay lo que he llegado a con
siderar como razonamiento de pega: no intenta llegar a la verdad de
alguna cuestión, sino argumentar a favor de la verdad de alguna pro
posición respecto de la cual el único com prom iso de uno es la con
vicción de que defendiéndola avanzará uno mismo; también un fenó
m eno fam iliar cuando, como en algunas áreas de la vida académica
contem poránea, una defensa inteligente de una idea llamativamente
falsa o impresionantem ente oscura es una buena ruta hacia la reputa
ción y el dinero.
Pero necesitam os ir más allá de la tautología de que los investiga
dores fingidos y los investigadores de pega no están en realidad in
vestigando para ver lo que, sustantivamente, está mal en los razona
mientos fingido y de pega. Los investigadores de pega y los que
fingen no tienen como objetivo encontrar la verdad sino argumentar
a favor de alguna proposición identificada previamente a la investi
gación. Así tienen razones para evitar el examen cuidadoso de cual
quier evidencia que pudiera im pugnar la proposición a favor de la
cual pretenden argumentar, para minim izar u ofuscar la importancia
o pertinencia de tal evidencia, para hacer esfuerzos sobrehumanos
para disolverla mediante una explicación. F,1 investigador genuino, a
cambio, quiere llegar a la verdad de la cuestión que le concierne,
Library o f World Classics, Nueva York, NY, 1960, p. 259. Véase también Fricdrich
Nietzschc, The Gay Science [(1882), traducido por Walter Kaufmann, Vintagc, Nueva
York, NY, 1974, p. 76: «Quiero decir que la gran mayoría no juzga despreciable creer
esto o aquello y vivir de acuerdo con eso sin haber considerado previamente los argu
mentos últimos y más ciertos en pro y en contra y sin siquiera molestarse en indagar a
posteriori tales argumentos», trad. cast. Ch. Crego y G. Groot, F. Nietzsche, La Gaya
Ciencia, Akal, Madrid, 1988, § 2, p. 61].
(tinto si la verdad se ajusta a lo que creía al principio de la investiga
ción como si no, y tanto si es probable que su reconocim iento de la
Verdad lo lleve a obtener un plaza fija, o lo haga rico, famoso o po
pular, como si no. Tiene motivos, por tanto, para perseguir y evaluar
ol valor de la evidencia o de los argumentos com pleta e imparcial-
incnlc, para reconocer, ante sí mismo tanto como ante otros, dónde
mi evidencia o sus argumentos parecen más inestables y su articula
ción del problema o de la solución [parece] más vaga, para ir con la
evidencia incluso hasta conclusiones impopulares o conclusiones
i|tie socavan sus anteriores convicciones más profundamente sosteni-
(llis, y para aceptar el que otro haya encontrado la verdad que él es-
lliha buscando.
listo no es negar que los razonadores fingidos y de pega pudieran
hiparse con la verdad, y que, cuando lo hacen, podrían encontrar
buena evidencia y argumentos, ni que los investigadores genuinos
pudieran llegar a conclusiones falsas y ser engañados por evidencia
desorientadora. El compromiso con una causa y el deseo de reputa
ción pueden motivar un esfuerzo intelectual enérgico. Pero la inteli
gencia que ayudará a un investigador genuino a resolver las cosas,
ayudará a un razonador fingido o de pega a suprim ir la evidencia
desfavorable de manera más efectiva, o a inventar las formulaciones
más impresionantemente oscuras. Un investigador genuino, en con-
Iraste, no suprim irá evidencia desfavorable, ni disfrazará su fracaso
con afectada oscuridad; así, incluso cuando fracasa, no obstaculizará
los esfuerzos de otros.
El am or a la verdad del investigador genuino, com o esto revela,
no es como el am or de un coleccionista por los m uebles antiguos o
por los sellos exóticos que colecciona, ni es como el am or a Dios de
una persona religiosa. No es un coleccionista de proposiciones ver
daderas, ni es un adorador de un ideal intelectual. Es una persona de
integridad intelectual. No es, com o el razonador de pega, indife
rente a la verdad de las proposiciones a favor de las que argumenta.
No es, com o el investigador fingido, inam oviblem ente leal a alguna
proposición, com prom etido sin im portar cóm o sea la evidencia. En
cualquier cuestión que investigue, trata de encontrar la verdad de
esta cuestión independientem ente del color del que esta verdad pu
diera ser.
El argumento hasta aquí nos ha llevado más allá de la tautología
de que la investigación genuina está dirigida hacia la verdad, hasta la
afirmación sustantiva de que la falta de integridad intelectual es ca
paz, a largo plazo y como un todo, de im pedir la investigación. Pero
¿por qué, se preguntará, deberíamos preocuparnos por esto? Despuesj
de todo, en algunas circunstancias uno podría estar m ejor sin investi-i
gar, o m ejor teniendo una creencia injustificada que una bien funda
mentada en la evidencia, o m ejor teniendo una creencia falsa que¡
una verdadera; y algunas verdades son aburridas, triviales, poco im
portantes, algunas cuestiones no merecen el esfuerzo de investi
g arla s].
La integridad intelectual es instrum entahnente valiosa, porque, a
largo plazo y como un todo, hace avanzar la investigación y la inves
tigación que tiene éxito es instrum entalm ente valiosa. Comparados
con otros anim ales, no somos especialmente hábiles o fuertes; nues
tro fo rte es una capacidad para resolver cosas, por tanto para antici
par y evitar el peligro. Admitámoslo, esto no es en absoluto una ben
dición sin mezcla; la capacidad que, como Hobbes lo dijo, perm ite a
los hombres, a diferencia de las bestias, com prom eterse en el racio
cinio, también permite a los hombres, a diferencia de las bestias,
«m ultiplicar una no-verdad por otra» ’. Pero ¿quién podría dudar de
que nuestra capacidad para razonar es de valor instrumental para no
sotros los humanos?
Y la integridad intelectual es moralmente valiosa. Esto se sugiere
ya por la forma en que nuestro vocabulario para la valoración episté-
mica del carácter se solapa con nuestro vocabulario para la valora
ción moral del carácter: e.g., «responsable», «negligente», «temera
rio», «valiente» y, por supuesto, «honesto». Y «Es un buen hombre
pero intelectualmente deshonesto» tiene, para mis oidos, el auténtico
sonido del oxímoron.
Así como ei valor es p a r excellence la virtud del soldado del
mismo modo, podría uno decir sobresim plificando un poco, la inte
gridad intelectual es la del académico. (La sobresim plificación es
que la integridad intelectual misma exige un tipo de valor, la firm eza
que se necesita para abandonar convicciones de mucho tiempo frente
a evidencia en contrario, o para resistir consignas de moda.) Yo diría,
más bruscam ente que Lewis, que es completam ente indecente para
quien denigra la importancia o niega la posibilidad de la investiga
ción honesta el ganarse la vida com o académico.
Esto explica por qué a aquellos de nosotros que tenemos una es
pecial obligación a encargarnos de la investigación se nos exige mo-
5 Thomas Hobbes, Human Nalure (1650), en Woodbridge, .1. E., ed., Hobbes Se-
lections, Charles Scribners Sons, Nueva York, Chicago, Boston, 1930, p. 23.
miníente integridad intelectual; pero la explicación de por qué es
llluralmente importante para todos nosotros tiene que ser más obli-
gtm, El creer de m ás (el creer más alia de lo que la evidencia le auto-
rl/it a uno) no siem pre tiene consecuencias, ni es siempre algo de lo
i|tie es responsable el que cree. Pero a veces es ambas cosas; y enton
ces es moralmente culpable. Pensemos en el sorprendente caso de W.
K. Clifford del dueño de un barco que sabe que su barco está viejo y
deteriorado, pero no lo revisa y, consiguiendo engañarse a sí mismo
pilla creer que el barco está en condiciones de navegar, le permite
partir; es, como Clifford correctam ente dice, «verdaderam ente cul
pable» de las m uertes de los pasajeros y la tripulación cuando el
bureo se hu nd e0. El mismo argumento se aplica, mutatis mutandis, al
creer de menos (el no creer cuando la evidencia de uno autoriza la
creencia). La deshonestidad intelectual, un hábito de la tem eraria o
Irreflexiva form ación de creencia auto-engañosa, le pone a uno ante
c! riesgo crónico del creer de más o de menos m oralm ente culpable.
Por tanto, ¿qué ha ido mal en el pensamiento de aquellos que de
nigran el interés por la verdad? Desafortunadam ente, no la misma
cosa en cada caso, ni siquiera con los tres escritores que cité al co
mienzo de este artículo.
Stich com ienza ignorando la conexión interna de los conceptos
de creencia y verdad, y construyendo equivocadam ente la creencia
como [si no fuera] nada más que «un estado del cerebro aplicado
| inapped] m ediante una función-interpretación sobre una proposi
ción», o, com o le gusta decir para hacer la idea vivida, una ora
ción inscrita en una caja dentro de' la cabeza de uno, etiquetada
«Creencias». Esto lo conduce a la idea equivocada de que la ver
dad sería una propiedad que sería deseable que la tuviera una cre
encia sólo si la verdad es o intrínsecam ente o instrum entalm ente
valiosa. Entonces construye la confusión a partir de dos non sequi
láis m anifiestos: que, puesto que la verdad es sólo una dentro de
un rango com pleto de propiedades sem ánticas que pudiera tener
una oración en la cabeza de uno, la verdad no es intrínsecam ente
valiosa; y que, puesto que uno podría a veces estar m ejor con una
creencia falsa que con una verdadera, la verdad no es tam poco ins-
Irum entalm ente valiosa.
Con Heal uno se encuentra con un tipo diferente de dirección
‘ W. K. Clifford, «The Ethics o f Belícf» (1877), en The Elhics o f B elief and Other
/■'.ssaysy Watts and Co., Londres, 1947, 70-96.
equivocada. Ella apunta, correctamente, que no toda proposición
verdadera m erece ser conocida; también correctamente, que, como el
valor, la integridad intelectual puede ser útil al servicio de proyectos
moralm ente malos tanto com o buenos; correctam ente una vez más,
que lo que un investigador quiere saber es la respuesta a la cuestión
en la que investiga. Incluso su conclusión — que no hay ninguna
diosa Verdad, de la cuál los académicos puedan considerarse a sí
mismos como devotos— es suficientem ente verdadera; lo que hay de
equivocado en este asunto no es que sea falso, sino que sugiere que
si uno tom a el interés por la verdad como algo que importa, uno
debe negarlo. El valor instrum ental de la integridad intelectual no
exige que toda verdad m erezca ser conocida; su valor moral no re
quiere que sea un rasgo del carácter capaz de servir sólo en usos
buenos; y valorar la integridad intelectual no es, como la conclusión
de Heal sugiere, un tipo de superstición.
Y como Rorty más que sugiere cuando nos dice que ve la histo
ria intelectual de occidente como un intento «de sustituir un am or a
la verdad por un am or a D ios»7. Rorty está de parte de los que sos
tienen con vehemencia que no hay una única verdad sino muchas
verdades. Si esto significa que descripciones del mundo diferentes
pero compatibles pueden ser verdaderas a la vez, es trivial; si signi
fica que descripciones del mundo diferentes e incompatibles podrían
ser verdaderas a la vez, es tautológicam ente falso. Muy probable
mente, Rorty la ha confundido con la declaración de que hay muchas
declaraciones-de-verdad incompatibles.
Esto revela una conexión con una falacia ubicua. Lo que pasa por
verdad conocida no es a m enudo tal cosa, y declaraciones-de-verdad
incompatibles a menudo están presionadas por intereses en com pe
tencia. Pero obviamente no se sigue, y no es verdad que declaracio
nes-de-verdad incompatibles puedan ser verdaderas a la vez, ni que
llamar a una declaración verdadera sólo sea hacer un tipo de gesto
retórico o de golpe de mano a su favor. Esta últim a inferencia equi
vocada, como la inferencia de la premisa verdadera de que lo que
pasa por evidencia objetiva no es a menudo tal cosa, a la conclusión
falsa de que la idea de la evidencia objetiva es sólo una trola ideoló
gica, es un caso especial de lo que he decidido apodar la falacia del
10 Primo Levi, The Períodic Table, (1975), traducido del italiano por Raymond Ro-
senthal, Schocken Books, Nueva York, NY, 1984, p. 42. Debo esta referencia a Cora
D iam ond, «Truth: Defenders, Debunkers, Despisers», en Commitment in Rejlection,
ed. Leona Toker, Garland, Nueva York, NY, 1994, 19 5 -22 1, a cuyo trabajo dirijo a los
lectores para una discusión iluminadora de Rorty y Heal.
" Y otra razón también: que, en la investigación científica, la presión («circum-
pressure») de los hechos, de la evidencia, es relativamente directa (aunque no, creo,
tan directa como la cita de Levi sugiere). Merecería la pena recordar, en este contexto,
que Pcirce, un científico en activo tanto como el más grande de los filósofos america
nos, tenía formación de químico.
II. TEORÍAS
DE LA CORRESPONDENCIA
A. TEORÍAS SEMÁNTICAS
ALFRED TARSKI
LA CONCEPCIÓN SEM ÁNTICA DE LA VERDAD
Y LOS FUNDAMENTOS DE LA SEM ÁNTICA
(1944)
E d ic ió n o r ig in a l :
' ’ ■■: :i / • . ' / - / ; ¡¿f;^^
— «The Semantic Conception of Truth and the Foundations of Seman
tics», Philosophy and Phenomenological Research, IV (1944),
P P - 341-375. ,
H. Feigl, W. Sellars (eds.), Readings in Philosophical Analysis,
Nueva York, 1949, pp. 52-84.
E dición c a stella n a :
:: ' ’
- «La concepción semántica de la verdad y los fundamentos de la
semántica» en M. Bunge (ed.),’Antología semántica, Nueva Vi
sión, Buenos Aires, 1960, pp. 111-157.
Reimpresión de la anterior, L. Valdés (ed.), La búsqueda del signi
ficado, Tecnos, Madrid, 1991, pp. 275-312. Reproducimos el texto
de esta edición con autorización expresa de la empresa editora.
T r a d u c c ió n : E. Colombo.
O t r o s e n sa y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
B ib l io g r a f ía c o m p l e m e n t a r ia :
' Compárese Tarski (2) (véase la bibliografía al final de este trabajo). Esta obra
puede consultarse para encontrar una presentación más detallada y formal del asunto
que trata esta memoria, y en particular de los tópicos incluidos en las secciones 6 y 9
a 13. También contiene referencias a mis primeras publicaciones sobre los problemas
semánticos [una comunicación en polaco, 1930; el articulo Tarski (1) en francés,
1931; una comunicación en alemán, 1932; y un libro en polaco, 1933], La parte expo
sitiva del presente trabajo se relaciona con Tarski (3). Mis investigaciones sobre la no
ción de verdad y sobre la semántica teórica han sido reseñadas o discutidas por Hofs-
tadter (1), Julios (1), Kokoszynska (1) y (2), Kotarbinski (2), Scholz (1), Weinberg (1)
y otros.
1 Puede esperarse que aumente el interés por la semántica teórica, de resultas de la
reciente publicación de la importante obra de Carnap (2).
(|uc he tomado p arte3. En la segunda parte de este trabajo expondré
luis opiniones acerca de estas objeciones. Espero que las observacio
nes que formularé al respecto no sean consideradas de carácter pura
mente polémico, sino que se encuentren en ellas algunas contribu
ciones constructivas al asunto.
lin la segunda parte de este trabajo hago amplio uso de materiales
gentilmente puestos a mi disposición por la Dra. Marja Kokoszynska
(Universidad de Lwóvv). He contraído una deuda de gratitud con los
profesores Ernest Nagel (Universidad de Columbia) David Rynin
(Universidad de California), quienes me han ayudado a preparar el
lexto final y me han hecho varias observaciones críticas.
I. EXPOSICIÓN
' Esto se aplica, en particular, a las discusiones públicas durante el I Congreso na
cional para la Unidad de la Ciencia (París, 1935) y la Conferencia de Congresos Inter
nacionales para la Unidad de la Ciencia (París, 1937); cfr., por ejemplo, Neurath (1) y
( íonseth ( I).
4 Las palabras «noción» y «concepto» se usan en este trabajo con toda la vague
dad y ambigüedad con que figuran en la literatura filosófica. De modo que unas veces
se refieren simplemente a un término. A veces no tiene importancia determinar cuál
de estas interpretaciones se tiene en cuenta y en ciertos casos tal vez ninguna de ellas
se aplica adecuadamente. Si bien en principio comparto la tendencia a evitar estos tér
minos en toda discusión exacta, no lie considerado necesario hacerlo así en esta pre
sentación informal.
para que cualquiera pueda determinar si la definición desempeña real
mente su tarea.
En segundo lugar, debemos determ inar de qué depende la correc
ción formal de la definición. Por esto, debemos especificar las pala
bras o conceptos que deseam os usar al definir la noción de verdad; y
también debemos dar las reglas formales a que debiera someterse la
definición. Hablando con m ayor generalidad, debem os describir la
estructura formal del lenguaje en que se dará la definición.
El tratamiento de estos puntos ocupará una considerable porción
de la primera parte de este trabajo.
* Para la formulación aristotélica, véase Aristóteles (1), Gamma, 7, 27. Las otras
los formulaciones son muy comunes en la literatura, pero no sé a quiénes se deben,
’uede encontrarse un tratamiento crítico de varias concepciones de la verdad p. ej., en
sotarbinski (1) (en polaco solamente por ahora), pp. 123 ss., y Russell (1), pp. 362 ss.
clara (aunque esto se aplica mucho menos a la formulación aristoté
lica original que a cualquiera de las otras); en todo caso, ninguna de
ellas puede considerarse una definición satisfactoria de la verdad. De
nosotros depende que busquemos una expresión más precisa de
nuestras intuiciones.
Ahora bien, por una ley fam iliar de la teoría de la identidad (ley
de Leibniz), se sigue de (2) que en (1) podemos reem plazar la expre
sión «la oración impresa en la página 72, líneas 34-35, de este tra
bajo» por el sím bolo «s». Obtenemos así lo que sigue:
" Esto puede hacerse, a grandes rasgos, de la siguiente manera. Sea S un enun
ciado cualquiera que comience con las palabras «Todo enunciado». Correlacionamos
con S un nuevo enunciado S’ sometiendo a S a las siguientes modificaciones: reem
plazamos en S la primera palabra, «Todo», por «El»; y después de la segunda palabra,
«enunciado», insertamos toda la frase S entre comillas. Convengamos en llamar
«(auto) aplicable» o «no (auto) aplicable» al enunciado S, según que el enunciado co
rrelacionado S ’ sea verdadero o falso. Consideremos ahora el enunciado siguiente:
Todo enunciado es no aplicable.
Es fácil comprobar que el enunciado que acaba de formularse debe ser a la vez
aplicable y no aplicable, por consiguiente, constituye una contradicción. Puede no ser
del todo claro en qué sentido esta formulación de la antinomia no envuelve una pre
misa empírica; pero no me detendré más en este punto.
es obvio en el caso en que los fenómenos lingüísticos y, en particu
lar, las nociones semánticas, no intervienen de m anera alguna en el
asunto de una ciencia; pues en tal caso el lenguaje de esta ciencia no
necesita ser provisto de térm inos semánticos. Sin embargo, veremos
en la próxima sección cómo puede prescindirse de lenguajes sem án
ticamente cerrados incluso en aquellas discusiones científicas que
acarrean esencialm ente nociones semánticas.
Se presenta el problema de la posición que ocupa el lenguaje co
tidiano a este respecto. A prim era vista parecería que este lenguaje
satisficiera las suposiciones (I) y (II), y que por ello es incoherente.
Pero en realidad el caso no es tan simple. Nuestro lenguaje cotidiano
no es, ciertam ente, un lenguaje que posea una estructura exacta
mente especificada. No sabemos con precisión cuáles expresiones
son oraciones, y sabemos aún menos cuáles oraciones pueden to
marse como afirm ables. De m anera que el problema de la coherencia
carece de sentido exacto respecto de este lenguaje. En el mejor de
los casos sólo podem os arriesgarnos a conjeturar que un lenguaje
cuya estructura ha sido especificada exactamente, y que se parece a
nuestro lenguaje cotidiano tanto com o sea posible, es incoherente.
15 Al llevar a la práctica esta idea surge cierta dificultad técnica. Una función pre
posicional puede contener un número arbitrario de variables libres; y la naturaleza ló
gica de la noción de satisfacción varia con este número. Así, por ejemplo, la noción en
cuestión, aplicada a funciones de una variable, es una relación binaria entre estas fun
ciones y objetos singulares; aplicada a funciones de dos variables se convierte en una
relación ternaria entre funciones y pares de objetos; y así sucesivamente. Por consi
guiente, estrictamente hablando no se nos presenta una sola noción de satisfacción
sino infinitas nociones; y resulta que estas nociones no pueden definirse indepen
dientemente entre sí, sino que deben introducirse simultáneamente.
Para vencer esta dificultad empleamos la noción matemática de sucesión infinita
(o, posiblemente, de sucesión finita con un número arbitrario de términos). Conveni
mos en considerar la satisfacción, no como una relación de orden superior entre fun
ciones preposicionales y un número indefinido de objetos, sino como una relación bi
naria entre funciones y sucesiones de objetos. Con esta suposición, la formulación de
una definición genera, y precisa de satisfacción ya no presenta dificultades, y un
enunciado verdadero puede definirse ahora como aquel que es satisfecho por toda su
cesión.
14 Para definir por recurrencia la noción de satisfacción, debemos aplicar cierta
forma de la definición por recurrencia que no se admite en el lenguaje-objeto. Luego,
la «riqueza esencial» del metalenguaje puede consistir simplemente en admitir este
lipo de definición. En cambio, se conoce un método general que haga posible la elimi
nación de todas las definiciones por recurrencia, reemplazándolas por definiciones
normales explícitas. Si tratamos de aplicar este método a la definición de satisfacción,
vemos que, o bien debemos introducir en el metalenguaje variables de tipo lógico su
perior al de las que figuran en el lenguaje-objeto, o bien debemos suponer axiomáti
camente, en el metalenguaje, la existencia de clases más amplias que todas aquellas
cuya existencia puede establecerse en el lenguaje-objeto. Véase a este respecto Tarski
(2), pp. 393 ss., y Tarski (5). p. 110.
12. Consecuencias de la definición. La definición de verdad-
esbozada precedentem ente tiene muchas consecuencias interesantes.!
En prim er lugar, la definición resulta ser no sólo formalmente
correcta, sino también m aterialm ente adecuada (en el sentido esta
blecido en la sección 4); en otras palabras, implica todas las equiva
lencias de la form a (V). A este respecto, es im portante señalar que
las condiciones de adecuación material de la definición determinan
unívocam ente la extensión del térm ino «verdadero». Por esto, toda
definición de la verdad que sea materialm ente adecuada es necesa-;
riam ente equivalente a la que hemos construido. La concepción se
m ántica de la verdad no nos da, por así decir, ninguna posibilidad de
elección entre diversas definiciones no equivalentes de esta noción.
Más aún, de nuestra definición podem os deducir varias leyes de
naturaleza general. En particular, con su ayuda podem os probar las
leyes de contradicción y del tercero excluido, tan características de la
concepción aristotélica de la verdad. Estas leyes sem ánticas no de
bieran identificarse con las leyes lógicas de contradicción y del ter
cero excluido, relacionadas con ellas; las leyes lógicas pertenecen al
cálculo proposicional, es decir, a la parte más elemental de la lógica,
y no incluyen para nada el térm ino «verdadero».
Aplicando la teoría de la verdad a los lenguajes formalizados de
cierta clase muy amplia de disciplinas matem áticas, se obtienen
otros resultados importantes; sólo se excluyen de esta clase discipli
nas de un carácter elemental y de una estructura lógica muy elem en
tal. Resulta que, para una disciplina de esta clase, la noción de ver
dad nunca coincide con la de com probabilidad [probability]; pues
todas las oraciones com probables son verdaderas, pero hay oraciones
verdaderas que no son com probablesIT. Se sigue, entonces, que toda
cientos para estos fines. Sabemos, sin embargo, que en lo que respecta a la definición
tic la verdad vale justamente lo contrario. Por consiguiente, en general las nociones de
verdad y de comprobabilidad 110 pueden coincidir; y, puesto que todo enunciado com
probable es verdadero, debe haber enunciados verdaderos que no son comprobables.
La teoría de la verdad nos da, pues, un método general para efectuar pruebas de
coherencia [coiisistency] en las disciplinas matemáticas formalizadas, lis fácil adver
tir, sin embargo, que una prueba de coherencia obtenida por este método puede poseer
algún valor intuitivo, esto es, puede convencernos, o reforzar nuesta creencia, de que
la disciplina en cuestión es realmente coherente —tan sólo en el caso de que logremos
definir la verdad en términos de un metalenguaje que no contenga como parte al len
guaje-objeto (ver a este respecto lina observación en la sección 9) —. Pues sólo en este
caso pueden ser intuitivamente más simples y obvias las suposiciones deductivas del
metalenguaje que las del lenguaje-objeto, aun cuando se satisfaga formalmente la
condición de «riqueza esencial». Cfr. también Tarski (3), p. 7.
La incompletitud de una amplia clase de disciplinas formalizadas constituye el
contenido esencial de un teorema fundamental de K. Godel; cfr. Godel (1), pp. 187 ss.
La explicación del hecho de que la teoría de la verdad conduce tan directamente al teo
rema de Godel es bastante simple. Al deducir el resultado de Godel a partir de la teoría
de la verdad hacemos un uso esencial de! hecho de que la definición de verdad no
puede darse en un lenguaje que sea sólo tan «rico» como el lenguaje-objeto (cfr. nota
17); sin embargo, al establecer este hecho se aplica un método de razonamiento que
está estrechamente relacionado con el usado (por primera vez) por Godel. Puede aña
dirse que Godel fue obviamente guiado, en su prueba, por ciertas consideraciones in
tuitivas concernientes a la noción de verdad, aun cuando esta noción no figure explíci
tamente en la prueba; cfr. Godel (1), pp. 174 ss.
14 Las nociones de designación y definición llevan directamente a las antinomias
indispensable una distinción entre el lenguaje-objeto y el metalenguaje;
y en todos los casos la «riqueza esencial» del metalenguaje resulta ser
una condición necesaria y suficiente para lograr una definición satis
factoria de la noción en cuestión. Por consiguiente, los resultados obte
nidos al discutir una noción semántica particular se aplican al problema
general de los fundamentos de la semántica teórica.
Dentro de la semántica teórica podemos definir y estudiar algunas
otras nociones, cuyo contenido intuitivo es más complicado y cuyo
origen semántico es menos evidente; nos referimos, por ejemplo, a las
importantes nociones de consecuencia, sinonimia y significado20.
En este trabajo nos hemos ocupado de la teoría de nociones se
mánticas vinculadas con un lenguaje objeto individual (aun cuando
en nuestros argumentos no han figurado propiedades específicas de
este lenguaje). Sin embargo, también podríamos considerar el pro
blema de desarrollar una sem ántica general que se aplique a una am
plia clase de lenguajes objeto. Una parte considerable de nuestras
observaciones previas puede extenderse a este problema general; sin
embargo, a este respecto surgen ciertas dificultades nuevas que no
discutirem os en este lugar. Sólo observaré que el m étodo axiomático
(m encionado en la sección 10 ) puede resultar el más apropiado para
el tratamiento del problem a21.
de Grelling-Nelson y de Richard (cfr. nota 9). Para obtener una antinomia a partir de
la noción de satisfacción, construimos la siguiente expresión:
La función proposicional X no satisface a X.
Surge una contradicción cuando consideramos la cuestión de si esta expresión,
que es claramente una función proposicional, se satisface a sí misma o no.
Todas las nociones mencionadas en esta sección pueden definirse en términos
de satisfacción. Podemos decir, p. ej., que un término dado designa un objeto dado si
este objeto satisface la función proposicional «x es idéntico a T», donde «T» repre
senta el término dado. Análogamente, se dirá que una función proposicional define un
objeto dado si este último es el único objeto que satisface esta función. Para una defi
nición de consecuencia, véase Tarski (4), y para la sinonimia, Carnap (2).
11 La semántica general es el tema de Carnap (2). A este respecto véanse también
observaciones de Tarski (2), pp. 388 ss.
Espero que nada de lo que aquí se diga se interprete como una
pretensión de que la concepción semántica de la verdad es la «co
necta» o aun la «única posible». No tengo la m enor intención de
contribuir de manera alguna a esas discusiones interm inables y a m e
nudo violentas sobre el asunto: «¿Cuál es la concepción correcta de
Iíi verdad22?». C onfieso que no entiendo de qué se trata en esas dis
putas pues el problem a mismo es tan vago que 110 es posible alcanzar
una solución determinada. En efecto, me parece que nunca se ha
aclarado el sentido en que se usa la oración «la concepción co
rrecta». En la m ayoría de los casos se tiene la impresión de que la
oración se usa en un sentido casi místico que .se funda en la creencia
ile que toda palabra tiene un solo significado «real» (idea de tipo
platónico o aristotélico), y que todas las concepciones rivales real
mente intentan captar este significado único; pero, puesto que se
contradicen entre sí, sólo una de las tentativas puede tener éxito, y
por lo tanto una sola de las concepciones es la «correcta».
Las disputas de este tipo no se restringen, en modo alguno, a la
noción de verdad. Se producen en todos los dom inios en que se usa
el lenguaje común, con su vaguedad y ambigüedad, en lugar de una
terminología exacta, científica; y carecen siem pre de sentido y son,
por ello, vanas.
Me parece evidente que el único enfoque racional de estos pro
blemas es el siguiente: debiéramos aceptar el hecho de que no nos
enfrentamos con un concepto sino con diversos conceptos diferentes
denotados por una palabra; debiéramos tratar de aclarar estos con
ceptos todo lo posible (mediante la definición, o un procedimiento
axiomático, o de alguna otra manera); para evitar más confusiones
debiéramos convenir en usar diferentes térm inos para designar los
diferentes conceptos; y luego podremos em prender un estudio tran
quilo y sistemático de todos estos conceptos que exhiba sus principa
les propiedades y relaciones mutuas.
Para referirnos específicamente a la noción de verdad, sin duda
acontece que en las discusiones filosóficas — y quizá también en el uso
cotidiano— pueden encontrarse algunas concepciones incipientes de
esta noción que difieren esencialmente de la clásica (y de la cual la
concepción semántica no es sino una forma modernizada). En efecto,
en la literatura se han discutido varias concepciones de esta clase; por
ejemplo, la concepción pragmatista, la teoría de la coherencia, etc.
!! No citaremos los nombres de las personas que han formulado objeciones, a me
nos que dichas objeciones hayan sido publicadas.
verdadero si sus dos miembros— esto es, las oraciones representadas
por «p» y «q»— son verdaderos, o son falsos. Por lo tanto, la defini
ción de la verdad implica un círculo vicioso.
Si esta objeción fuera válida no sería posible ninguna definición
formalmente correcta de la verdad; pues no podem os form ular nin
guna oración compuesta sin usar conectivas preposicionales u otros
(orminos lógicos definidos con su ayuda. Afortunadam ente, la situa
ción no es tan grave.
Sin duda, un desarrollo estrictamente deductivo de la lógica es
precedido a menudo por ciertas declaraciones que explican en qué
condiciones se consideran verdaderas o falsas oraciones de la form a
«si p, entonces q», etc. (Tales explicaciones se dan a menudo esque
máticamente, mediante las llamadas tablas de verdad.) Sin embargo
esas declaraciones están fuera del sistem a de la lógica, y no debieran
considerarse com o definiciones de los térm inos en cuestión. No se
formulan en el lenguaje del sistema, sino que constituyen consecuen
cias especiales de la definición de la verdad que se da en el m etalen-
guaje. Más aún, esas declaraciones no influyen de m anera alguna el
desarrollo deductivo de la lógica. Pues en tal desarrollo no tratamos
la cuestión de si una oración dada es verdadera: sólo nos interesa el
problema de si es com probable24.
En cambio, desde el momento en que nos encontram os dentro
del sistema deductivo de la lógica — o de cualquier disciplina basada
sobre la lógica, tal como la sem ántica— tratamos las conectivas p re
posicionales como térm inos indefinidos, o bien las definim os m e
diante otras conectivas preposicionales, pero nunca mediante térm i
nos semánticos tales como «verdadero» o «falso». Por ejemplo, si
convenimos en considerar las expresiones «no» y «si..., entonces» (y
posiblemente también «si y sólo si») como térm inos indefinidos, po
demos definir «o» diciendo que una oración de la form a «p o q» es
” Cfr. Julios (1). Debo admitir que no entiendo claramente las objeciones de
Julios y que no sé cómo clasificarlas: por esto me limito a ciertos puntos de carácter
formal. Von Julios parece ignorar mi definición de la verdad: sólo se refiere a una pre
sentación informal en Tarski (3), en la que la definición no aparece para nada. Si co
nociera la definición real tendría que cambiar su argumento. Sin embargo, no dudo de
que también en esta definición descubriría algunos «defectos». Pues él cree que ha
probado que «por razones de principio es imposible dar tal definición».
Esta nueva objeción parece surgir de una incom prensión relativa
ii lanaturaleza de las conectivas proposicionales (por lo cual está de
alguna manera relacionada con la que tratamos anteriormente). El
autor de la objeción no parece advertir que la frase «si y sólo si»
(contrariamente a oraciones tales como «son equivalentes», o «es
equivalente a») no expresa una relación entre oraciones, puesto que
no combina nombres de oraciones.
En general, todo el argumento se funda sobre una obvia confu
sión entre oraciones y sus nombres. Baste señalar que — a diferencia
de (V)— los esquem as (V ’) y (V ” ) no dan ninguna expresión signi
ficativa si en ellos sustituimos «p» por una oración; pues las oracio
nes «p es verdadera» y «se da p» (es decir, «lo que declara p ocu
rre») pierden significado si se reemplazara por una oración, y no por
el nombre de una oración (cf. la sección 4 ) 26.
Mientras que el autor de la objeción considera el esquema (V)
como «inadmisiblemente breve», por mi parte me inclino a conside
rar los esquemas (V ’) y (V ” ) como «inadm isiblemente largos». Y
hasta creo que puedo probar rigurosamente esta afirm ación sobre la
base de la siguiente definición: Se dice que una expresión es «inad
misiblemente larga» si (I) no es significativa y (11) se ha obtenido a
partir de una expresión significativa insertándole palabras super-
11uas.
Las oraciones «p es verdadera» y «ocurre p» [«/> is the. rase»] (o, mejor, «es
verdad que p» y «ocurre que p») se usan a veces en tratamientos informales, princi
palmente por razones estilísticas; pero se las considera sinónimas de la oración repre
sentada por «p». En cambio, en la medida en que entiendo la situación, las oraciones
en cuestión no pueden ser usadas por Juhos como sinónimas de «p»; pues de lo con
trario la sustitución de (V) por (V ') o (V ” ) no constituirían ningún «adelanto».
lenguaje-objeto; y lo mismo se aplica a oraciones com puestas s ie m -;
pre que el térm ino «verdadero» figure en ellas exclusivamente como
parte de expresiones de la forma «X es verdadera».
Por este motivo, algunos lian insistido en que el térm ino «verda- ’
dero», en el sentido semántico, siem pre puede elim inarse, y que por
esta razón la concepción sem ántica de la verdad es del todo estéril e
inútil. Y, puesto que las mismas consideraciones se aplican a otras
nociones semánticas, se ha sacado la conclusión de que la semántica
en su conjunto es un juego puramente verbal y, en el m ejor de los ca
sos, sólo un pasatiempo inofensivo.
Pero la cosa no es tan sim ple27. No siempre puede efectuarse esta
clase de eliminación. No puede hacerse en el caso de los enunciados
universales que expresan el hecho de que todos los enunciados de
cierto tipo son verdaderos, o que todas las oraciones verdaderas tie
nen cierta propiedad. Por ejem plo, en la teoría de la verdad podemos
probar el siguiente enunciado:
!* La mayoría de los autores que han discutido mi obra sobre la noción de verdad
opinan que mi definición se conforma a la concepción clásica de esta noción; véase,
p.«j.. Kortabinski (2) y Scholz ( I).
A pesar de todo esto, creo que la concepción semántica se con
form a en m edida considerable al uso vulgar, aunque me apresuro a
adm itir que puedo estar equivocado. Y, lo que es más pertinente, creó
que la cuestión suscitada puede resolverse científicam ente, aunque
desde luego no mediante un procedimiento deductivo, sino con
ayuda del método estadístico de la encuesta. De hecho, sem ejante inf
vestigación se ha llevado a cabo, y de algunos de sus resultados se ha
informado a congresos y han sido en parte publicados35.
Desearía subrayar que, en mi opinión, sem ejantes investigaciones
deben llevarse a cabo con el máximo cuidado. Por ejemplo, si le pre
guntáram os a un muchacho de escuela secundaria, o a un adulto in te l
ligcnte sin preparación filosófica especial, si considera que una ora-l
ción es verdadera si concuerda con la realidad, o si designa unen
situación existente, puede resultar simplemente que no comprenda la
pregunta; por consiguiente su respuesta, cualquiera que sea, carecerá!
de valor para nosotros. Pero su respuesta a la pregunta acerca de sil
adm itiría que la oración «está nevando» pueda ser verdadera aun
cuando no esté nevando, o falsa aunque esté nevando, sería, natural-!
mente, muy importante para nuestro problema.
Por esto, nada me sorprendió (en una discusión dedicada a estos!
problemas) enterarm e de que en un grupo de personas preguntadas
sólo el 15 por 100 concordó en que «verdadero» significa para ellos:
«concordante con la realidad», en tanto que el 90 por 100 convino en j
que una oración tal como «está nevando» es verdadera si, y sólo si,
está nevando. De modo que una gran mayoría de esas personas pare
cían rechazar la concepción clásica de la verdad en su formulación
«filosófica», aceptando en cambio la misma concepción cuando se
la formulaba en palabras sencillas (haciendo a un lado la cuestión de
si se justifica en este lugar el uso de la oración «la misma concep
ción»).
liernays (1), vol. II, p. 269 (donde, dicho sea de pasada, no se la expresa como obje
ción). En cambio, no he encontrado ninguna observación a este respecto en el trata
miento de mi obra por los filósofos profesionales (cfr. nota I).
' 31 Cfr. Gonseth (1), pp. 187 ss.
La nieve es blanca.
Sólo implica que, siem pre que afirm am os o rechazam os esta ora
ción, debemos estar listos para afirm ar o rechazar la oración correla
cionada (2 ),
Véase Nagel (1) y Nagcl (2), pp. 471 ss. Una observación dirigida, tal vez, en la
misma dirección, se encuentra también en Weinberg (I), p. 77; véase, sin embargo sus
observaciones anteriores, pp. 75 ss.
el desarrollo de la semántica no pueden encontrarse vestigios de este
síntoma (a menos que estén envueltos algunos elem entos m etafísicos
en el lenguaje-objeto a que se refieren las nociones semánticas). En
particular, la semántica de los lenguajes formalizados se construye
de manera puramente deductiva.
O tros sostienen que el carácter m etafísico de una ciencia de
pende principalm ente de su vocabulario y, m ás específicam ente,
de sus térm inos prim itivos. Así, por ejem plo, se dice que un tér
mino es m etafísico si no es lógico ni m atem ático, y si no está aso
ciado con un procedim iento em pírico que nos perm ita decidir si
una cosa es denotada por este térm ino, o no. Con respecto a esta
opinión sobre la m etafísica, baste recordar que un m etalenguaje
sólo incluye tres clases de térm inos indefinidos: (1) térm inos to
mados de la lógica, (II) térm inos del lenguaje-objeto correspon
diente, y (III) nom bres de expresiones del lenguaje-objeto. Es,
pues, obvio que en el m etalenguaje no figuran térm inos indefini
dos de índole m etafísica (a m enos, nuevam ente, que tales térm inos
aparezcan en el propio lenguaje-objeto).
Hay, sin embargo, quienes creen que, aun cuando no figuren tér
minos m etafísicos entre los térm inos primitivos de un lenguaje, pue
den introducirse por definición; a saber, mediante aquellas definicio
nes que 110 nos proveen de criterios generales para decidir si un
objeto cae dentro del concepto definido. Se arguye que el término
«verdadero» es de esta clase, ya que ningún criterio universal de ver
dad se deduce en forma inm ediata de la definición de este término, y
ya que se cree generalmente (y en cierto sentido hasta pudo pro
barse) que jam ás se encontrará semejante criterio. Este comentario
sobre el carácter real de la noción de verdad parece perfectamente
justo. Sin embargo, debe advertirse que la noción de verdad no di
fiere, a este respecto, de muchas nociones de la lógica, de la m ate
mática, y de las partes teóricas de diversas ciencias empíricas, p. cj .,
de la física teórica.
En general, es preciso decir que si el térm ino «metafísico» se
emplea en un sentido tan amplio que abarque ciertas nociones (o m é
todos) de la lógica, de la m atem ática o de las ciencias empíricas, se
aplicará a fo rtio ri a aquellas de la semántica. En efecto, como ya lo
sabemos por la Parte 1 de este trabajo, al desarrollar la semántica de
un lenguaje usamos todas las nociones de este lenguaje, y aplicamos
un aparato lógico aun más poderoso que el que se usa en el lenguaje
mismo. Por otra parte, puedo resum ir los argumentos expuestos ante
riormente, afirm ando que en ninguna de las interpretaciones del tér
mino «metafisico» que me son familiares o más o menos inteligibles,
envuelve la semántica términos m etafísicos que le sean peculiares.
Haré una última observación en relación con este grupo de obje
ciones. La historia de la ciencia m uestra muchos ejemplos de con
ceptos que fueron juzgados metafísicos (en un sentido vago, pero en
lodo caso despectivo de este térm ino) antes que fuera precisado su
sentido; pero una vez que recibieron una definición rigurosa, formal,
se evaporó la desconfianza que se les tenía. Como ejemplos típicos
podemos m encionar los conceptos de números negativos e im agina
rios en la matemática. Espero que el concepto de verdad y otros con
ceptos semánticos tengan un destino similar; y me parece, por lo
tanto, que quienes han desconfiado de dichos conceptos a causa de
sus presuntas implicaciones m etafísicas debieran acoger con agrado
el hecho de que se dispone ahora de definiciones precisas de ellos.
Si a consecuencia de esto los conceptos sem ánticos perdiesen interés
filosófico, no harían sino com partir el destino de muchos otros con
ceptos científicos, lo que no es de lamentar.
” Esta tendencia era evidente en obras anteriores de Carnap [véase, p. ej., Carnap
( I ). especialmente Parte V] y en escritos de otros miembros del Circulo de Viena. Cfr.
ti este respecto Kokoszynska (1) y Wcinberg (1).
Uno de los principales problemas de la metodología de la ciencia
empírica consiste en establecer las condiciones en que puede consi
derarse aceptable una teoría o una hipótesis empírica. Esta noción de
aceptabilidad debe hacerse relativa a una etapa dada del desarrollo
de una ciencia (o a un cierto cúmulo de conocimiento). En otras pa
labras, podem os considerarla provista de un coeficiente dependiente
del tiempo; pues una teoría aceptable hoy, puede ser insostenible m a
ñana como resultado de nuevos descubrimientos científicos.
Parece a p rio ri muy plausible que la aceptabilidad de una teoría
depende de alguna m anera de la verdad de sus enunciados, y que
por consiguiente un m etodólogo, en sus (hasta ahora bastante in
fructuosos) intentos de precisar la noción de aceptabilidad, puede
esperar alguna ayuda de la teoría sem ántica de la verdad. Por consi
guiente, nos preguntam os: ¿Hay algún postulado que pueda im po
nerse razonablem ente a las teorías aceptables y que envuelva la no
ción de verdad? Y, en particular, nos preguntam os si es razonable el
siguiente postulado:
M Para otros resultados obtenidos con ayuda de la teoría de la verdad, véase Godel
(2); Tarski (2), pp. 401 ss.; y Tarski (5), pp. 111 ss.
nes. En particular, las investigaciones sobre la definibilidad ya han
producido algunos resultados interesantes, y prom eten más para el
futuro35.
Hemos tratado las aplicaciones de la semántica a la metamate-
inática y no a la matemática propiam ente dicha. Pero esta distinción
entre matemática y m etam atem ática no tiene gran importancia. Pues
la propia metam atem ática es una disciplina deductiva y, por consi
guiente, desde cierto punto de vista, es parte de la m atemática; y es
bien sabido que — a causa del carácter formal del m étodo deduc
tivo— los resultados que se obtienen en una disciplina deductiva
pueden extenderse automáticamente a cualquier otra disciplina en
que la disciplina dada encuentre una interpretación. Así, por ejem
plo, todos los resultados metam atem áticos pueden interpretarse
como resultados de la teoría de los números. Tampoco desde el
punto de vista práctico existe una nítida linea divisoria entre la meta-
matemática y la m atemática propiam ente dicha; por ejemplo, las in
vestigaciones sobre la definibilidad podrían incluirse en cualquiera
de estos dominios.
Sólo se da la lista de los libros y artículos a que se hace referencia en este trabajo.
E d ic ió n o r ig in a l :
E d ic ió n c a s t e l l a n a :
T r a d u c c ió n : M. M. Valdés.
1. EL PROBLEMA
7 S ig o la c o n v e n c ió n u s u a l d e la te o r ia « s e m á n tic a » d e la v e rd a d al c o n s id e r a r q u e
la v e r d a d y la f a ls e d a d s o n p r e d ic a d o s q u e s o n v e rd a d e r o s d e la s o ra c io n e s . S i lo s p r e
d ic a d o s d e v e rd a d y f a ls e d a d se a p lic a n e n p r im e r lu g a r a la s p r o p o s ic io n e s o a o tra s
e n tid a d e s n o lin g ü is tic a s , in te rp r é te s e e l p re d ic a d o a p lic a d o a o r a c io n e s c o m o « e x
p re s a u n a v e rd a d » .
H e e le g id o c o n s id e r a r a la s o r a c io n e s c o m o lo s v e h íc u lo s p r im a r io s d e la v e rd a d
Mentiroso. A manera de ejemplo, digamos que P(x) abrevia el predi
cado «tiene instancias impresas en los ejem plares de Teorías de la
Venlacl en el siglo xx, artículo 5, sección 1, párrafo 2.°». Entonces, la
oración
(x)P(x) 3 Q(x)
(1) La mayor parte (es decir, una mayoría) de las afirm aciones
de Nixon acerca de Watergate son falsas.
no porque piense que la objeción que dice que la verdad es primariamente una propie
dad de las proposiciones (o de los «enunciados») no es pertinente para el trabajo serio
sobre la verdad o para las paradojas semánticas. Por el contrario, creo que en último
término un tratamiento cuidadoso del problema bien puede hacer necesaria la separa
ción entre el aspecto «expresa» (que relaciona las oraciones con las proposiciones) y
el aspecto «verdad» (que putativamente se aplica a las proposiciones). No he investi
gado si las paradojas semánticas presentan problemas cuando se aplican directamente
a las proposiciones. La razón principal por la que aplico el predicado verdad directa
mente a los objetos lingüísticos, es porque se ha desarrollado una teoría matemática
de la autorreferencia para tales objetos. (Véase también la nota 32.)
Además, una versión más desarrollada de la teoría admitiría a aquellos lenguajes
que contienen demostrativos y ambigüedades y hablaría de las proferencias, las ora
ciones bajo una interpretación, y cosas similares, como aquello que tiene un valor de
verdad. En la exposición informal este artículo no pretende ser preciso con respecto a
estos asuntos. Las oraciones son los vehículos oficiales de la verdad pero informal
mente hablaremos en ocasiones de las proferencias, los enunciados, las afirmaciones
y otras cosas. Podemos hablar ocasionalmente como si cada una de las proferencias de
una oración en un lenguaje constituyera un enunciado, aunque sugiramos más ade
lante que una oración puede no ser enunciado en el caso de ser paradójica o in
fundada. Trataremos de ser precisos sobre estos asuntos sólo cuando consideremos
que la imprecisión puede dar lugar a confusión o malentendidos. Observaciones simi
lares se aplican 'a las convenciones sobre el uso de comillas.
las afirm aciones de Nixon relacionadas con Watergate y una evalua
ción de cada una de ellas con respecto a la verdad o la falsedad. Sin
embargo, supongam os que las afirm aciones de Nixon sobre Water
gate se encuentran repartidas por parejo entre la verdad y la falsedad,
excepto por un caso problemático:
Supongam os, adem ás, que (1) es la única afirm ación que hace
.luán sobre Watergate o, alternativam ente, que todas sus afirm acio
nes relacionadas con Watergate son verdaderas excepto, tal vez,
(I). No se requiere dem asiada habilidad entonces para m ostrar que
tanto ( 1 ) com o (2 ) son paradójicas: son verdaderas si y sólo si son
falsas.
El ejem plo de (1) pone de relieve una lección importante: sería
una tarea estéril buscar un criterio intrínseco que nos perm itiera cri
bar — por carecer de significado o estar mal formadas— aquellas
oraciones que conducen a paradojas. Ciertamente (1) es el para
digma de una afirm ación común que contiene la noción de falsedad;
justam ente este tipo de afirm aciones caracterizaron nuestro reciente
debate político. Sin embargo, ningún rasgo sintáctico o semántico de
(1) garantiza que no sea paradójica. Bajo los supuestos del párrafo
anterior (1) conduce a una paradoja’. Que se den o no dichos supues
tos depende de los hechos em píricos sobre las afirm aciones de Ni
xon (y del otro) y no de algo intrínseco a la sintaxis y a la semántica
de (1). (Aun los expertos más sutiles pueden ser incapaces de evitar
proferencias que conducen a paradojas. Se cuenta que Russell pre
guntó en una ocasión a Moore si siem pre decía la verdad y que con
sideró la respuesta negativa de M oore como la única falsedad em i
tida por Moore. No hay duda de que nadie ha tenido un olfato más
fino para las paradojas que Russell. Sin embargo, es obvio que no se
percató de que si, como él pensaba, todas las otras proferencias de
M oore eran verdaderas, la respuesta negativa de M oore no sólo era
falsa, sino paradójica4.) La moraleja: una teoría adecuada debe per-
; Hay varias maneras de hacer esto, usando una numeración de Godel no estándar
en la que los enunciados pueden contener numerales que designan sus propios núme
ros de Godel, o usando una numeración de Godel estándar añadiendo además constan
tes del tipo de «Jack».
* Si una oración afirma, por ejemplo, que todas las oraciones de la clase C son
verdaderas, dejaremos que sea falsa y fundada si hay una oración en C que sea falsa,
sin importarnos si son fundadas las otras oraciones en C.
una propiedad intrínseca (sintáctica o semántica) de la oración, sino
que generalm ente depende de los hechos empíricos. Hacemos profe-
rencias con la esperanza de que resulten fundadas. Las oraciones
como (3), aunque no son paradójicas, son infundadas. Lo anterior es
un tosco bosquejo de la noción común de fundamentación y no pre
tende sum inistrar una definición formal: el hecho de que pueda su
ministrar una definición formal será una de las virtudes principales
de la teoría formal sugerida en lo que sigue9.
13 Véase Martin (cd.), The Paradox o f the Liar, New Haven, Yale, 1970, así como
las referencias ahí mencionadas.
14 Véase la nota 9 anterior. Martin, por ejemplo, en su trabajo «Toward a Solution
to the Liar Paradox», Philosophical Review, LXXXVI, 3, julio de 1967, pp. 279-311 y
«On Grelling’s Paradox», ibid. LXXVII, 3, julio de 1968, pp. 325-331, atribuye a «la
teoría de los niveles de lenguaje» todo tipo de restricciones sobre la autorreferencia
las cuales deben considerarse simplemente como refutadas, incluso para los lenguajes
clásicos, por el trabajo de Godel. Quizá hay o haya habido algunos teóricos que creye
ran que todo lo que se dice de un lenguaje debe tener lugar en un metalenguaje dis
tinto. Esto importa poco; el asunto principal es: ¿qué construcciones pueden llevarse a
cabo dentro de un lenguaje clásico y qué construcciones requieren vacíos de valores
de verdad? Casi todos los casos de autorreferencia mencionados por Martin pueden
llevarse a cabo por los métodos ortodoxos gódelianos, sin necesidad de invocar predi
cados parcialmente definidos ni vacíos de valores de verdad. En la nota 5 de su se
gundo artículo, Martin se percata de la demostración de üódel de que los lenguajes
suficientemente ricos contienen su propia sintaxis, pero parece no darse cuenta de que
ese trabajo convierte en irrelevante la mayor parte de su polémica contra los «niveles
de lenguaje».
En el otro extremo, algunos autores aún parecen pensar que es útil para el trata
miento de las paradojas semánticas algún tipo de prohibición general sobre la autorre
ferencia. En el caso de las oraciones autorreferenciales me parece que ésta es una po
sición sin esperanzas.
rías germinas. Casi nunca hay una formulación sem ántica precisa de
un lenguaje que sea por lo menos lo suficientem ente rico como para
hablar de su propia sintaxis elemental (ya sea directam ente o m e
diante la aritm etización) y contener su propio predicado de verdad.
Sólo en el caso en que dicho lenguaje fuese form ulado con preci
sión formal podría decirse que se ha presentado una teoría de las
paradojas semánticas. Idealmente, una teoría debería mostrar que la
técnica puede aplicarse a lenguajes arbitrariam ente ricos sin im por
tar cuáles sean sus otros predicados «ordinarios» distintos a la ver
dad. Hay un sentido más en el que el enfoque ortodoxo sum inistra
una teoría, en tanto que la literatura reciente sobre el tema no lo
hace. Tarski muestra cómo puede proporcionar una definición m ate
mática de verdad — para un lenguaje clásico de prim er orden cuyos
cuantificadores tienen com o recorrido un conjunto— usando los
predicados del lenguaje objeto además de la teoría de los conjuntos
(lógica de orden superior). La literatura alternativa abandona el ob
jetivo de dar una definición m atem ática de verdad y se contenta con
tom ar la verdad com o un prim itivo intuitivo. Un solo artículo que
he leído dentro del género «vacíos de verdad» — un trabajo reciente
de M artin y Peter W oodruff— 15 podría considerarse como un inicio
de intento de satisfacer cualquiera de estos desiderata para una teo
ría. Sin embargo, la influencia de esta literatura sobre mi propia
propuesta resultará o b v ia16.
17 Interpreto a Strawson como si sostuviera que «el actual rey de Francia es calvo»
no logra constituir un enunciado pero que, sin embargo, es significativa, pues da las
direcciones (condiciones) para hacer un enunciado. Aplico esta idea a las oraciones
paradójicas sin comprometerme con respecto a su alegato original de las descripcio
nes. Debería aclarar que la doctrina de Strawson es un tanto ambigua y que lie elegido
una de las interpretaciones preferidas, la cual, creo yo, también es la preferida por
Strawson hoy en día.
de otra manera será indefinido. La generalización de esto para predi
cados n-ádicos es obvia.
Un esquema apropiado para manejar las conectivas es la lógica
trivalente fuerte de Klcene. Supongamos que ~,P es verdadera (falsa)
si P es falsa (verdadera) y que es indefinida si P es indefinida. Una
disyunción es verdadera si al menos uno de los disyuntas es verda
dero, sin im portar si el otro de los disyuntos es verdadero, falso o in
definido IS; es falsa si ambos disyuntos son falsos, de otra manera es
indefinida. Las otras funciones de verdad pueden definirse en térm i
nos de la disyunción y de la negación de la m anera usual. (En par
ticular, entonces, una conjunción será verdadera cuando los dos con
juntos son verdaderos, falsa si al menos un conjunto es falso; de otra
manera será indefinida.) (3x)A(x) es verdadera si A(x) es verdadera
para alguna asignación de un elemento de D a x; falsa si A(x) es
falsa para todas las asignaciones a x, de otra m anera será indefinida.
(x)A(x) puede definirse como ~X3x) ~A(x). Es, por lo tanto, verda
dera si A(x) es verdadera para todas las asignaciones a x, falsa si
A(x) es falsa para por lo menos una de dichas asignaciones, de otra
manera es indefinida. Podríamos convertir lo anterior en una defini
ción formal más precisa de la satisfacción, pero no nos tom aremos
esa molestia ■
'* Así, la disyunción de «la nieve es blanca» con una oración del tipo del Menti
roso será verdadera. Si hubiésemos considerado que una oración del tipo del Menti
roso carece de significado, presumiblemente hubiéramos tenido que considerar que
cualquier oración compuesta que la contuviera carecería también de significado.
'* Las reglas de evaluación son las de S. C. Kleenc en su Introduction lo Meta-
malhematics, Nueva York, Van Nostrand, 1952, Sección 64, pp. 332-340. La noción
de Kleenc de tablas regulares es equivalente (para la clase de evaluaciones que él con
sidera) a nuestra exigencia de la monotonicidad de N más adelante.
Me ha sorprendido mucho oír que el uso que hago de la evaluación de Klcene se
compara ocasionalmente con la propuesta de quienes están en favor de abandonar la
lógica estándar «para la mecánica clásica» o de postular valores de verdad extra, es
decir, además de la verdad y la falsedad, etcétera. Esta reacción me sorprende a mí
tanto como presumiblemente sorprendería a Kleene quien intentó escribir (como lo
hago yo aquí) un trabajo de resultados matemáticos estándar susceptible de ser pro
bado en la matemática convencional. «Indefinido» no es un valor de verdad extra, de
la misma manera que — en el libro de Kleene— no es un número extra cu la sección
63. Tampoco debería decirse que «la lógica clásica» no vale en general, ni que (en
Kleene) el uso de funciones parcialmente definidas invalida la ley de la conmutativi-
dad para la adición. Si algunas oraciones expresan proposiciones, cualquier función
de verdad tautológica de ellas expresa una proposición verdadera. Obviamente las fór
mulas que tienen componentes que no expresan proposiciones, incluso aquellas con
forma de tautologías, pueden tener,funciones de verdad que tampoco expresan propo-
Queremos apresar una intuición que de alguna manera es del si
guiente tipo: Supóngase que estamos explicando la palabra «verda
dero» a una persona que todavía no la entiende. Podemos decir que
tenemos derecho a afirm ar (o negar) con respecto a una oración que
es verdadera precisam ente cuando las circunstancias son tales que
podem os afirm ar (o negar) la oración misma. Nuestro interlocutor
puede entonces entender lo que significa, por ejemplo, atribuir la
verdad a (6) («la nieve es blanca»), pero puede aun sentirse descon
certado con respecto a las atribuciones de verdad a aquellas oracio
nes que contienen la palabra misma «verdadero». Dado que inicial
mente no entendió estas oraciones, carecería igualmente de valor
explicativo, inicialmente, explicarle que llamar a esas oraciones
«verdaderas» («falsas») equivale a afirm ar (negar) la oración misma.
Sin embargo, la noción de verdad, como una noción que se aplica
incluso a varias oraciones que contienen en sí mismas la palabra
«verdadero», puede irse aclarando gradualm ente a medida que refle
xionamos más. Supongamos que consideram os la oración
siciones. (Esto sucede bajo la evaluación de Kleene pero no en la de van Fraascn.) Las
meras convenciones para manejar los términos que no designan números no deberían
de ser llamadas cambios en la aritmética; las convenciones para manejar las oraciones
que no expresan proposiciones no son, en ningún sentido filosóficamente importante,
«cambios en la lógica». La expresión «lógica trivalente», ocasionalmente usada aquí
no debiera dar lugar a confusiones. Todas nuestras consideraciones pueden formali
zarse en un metalenguaje clásico.
diante una generalización existencial. Una vez que esté dispuesto a
afirm ar (7), también estará dispuesto a afirm ar (8). De este modo, el
sujeto será capaz eventual mente de atribuir la verdad a más y más
enunciados que contienen la noción m isma de verdad. No hay nin
guna razón para suponer que todos los enunciados que contienen
«verdadero» habrán de decidirse de esta manera, pero la mayor parte
se decidirán. De hecho, nuestra sugerencia es que las oraciones «fun
dadas» pueden caracterizarse como aquellas que eventualmente lle
gan a tener un valor de verdad en este proceso.
Por supuesto, una oración típicamente infundada como (3) no reci
birá ningún valor de verdad en el proceso que acabamos de esbozar. En
particular, nunca será llamada «verdadera». Pero el sujeto no puede ex
presar este hecho diciendo «(3) no es verdadera». Dicha afirmación en
traría directamente en conflicto con la estipulación según la cual se
debe negar que una oración es verdadera precisamente en las circuns
tancias en las que uno negaría la oración misma. Al imponer esta esti
pulación hemos hecho una elección deliberada (véase más adelante).
Veamos cómo podemos dar a estas ideas una expresión formal.
Sea L un lenguaje de prim er orden del tipo clásico, interpretado, con
una lista finita (o incluso denumerable) de predicados primitivos. Se
asume que las variables recorren un dominio no vacío D y que los
predicados primitivos n-arios se interpretan mediante relaciones
n-arias (totalmente definidas) sobre D. La interpretación de los pre
dicados de L se mantiene fija a lo largo de la discusión siguiente.
Asumamos también que el lenguaje L es lo suficientemente rico
como para poder expresar en L la sintaxis de L (digamos, mediante
la aritmetización) y que algún esquema de codificación [coding
scheme] codifica secuencias finitas de elementos de D en {irito] ele
mentos de D. No tratamos de presentar rigurosamente estas ideas; la
noción de estructura «aceptable» de Y. N. Moschovakis lo h a ría 20.
Debo enfatizar que una buena parte de lo que haremos a continua
ción puede obtenerse cuando consideram os hipótesis mucho más dé
biles sobre L 21.
u f . es, asi, un lenguaje con todos los predicados interpretados menos T(x). T(x)
no está interpretado. El lenguaje JL (S|t S2) y los lenguajes JLa definidos más adelante,
son lenguajes obtenidos a partir de al especificar una interpretación para T(x).
n Escribo entre paréntesis «códigos de» o «números de Godel de» en varios luga
res para recordar al lector que la sintaxis puede representarse en L mediante la asigna
ción de números de Godel o algún otro artificio codificador. Por descuido algunas ve
ces omito la cualificación entre paréntesis, identificando las expresiones con sus
códigos.
mos que = L (S’„ S \) , donde, como antes, S ’, es el conjunto de
(códigos de) oraciones verdaderas de a y S \ es el conjunto de todos
los elementos de D que o no son (códigos de) oraciones de L „ o son
(códigos de) oraciones falsas de f¿u.
La jerarquía de lenguajes que acabamos de dar es análoga a la je
rarquía de Tarski para el enfoque ortodoxo. T(x) se interpreta en L a+i
como el predicado de verdad para Pero surge un fenómeno inte
resante en el presente enfoque que se expondrá con detalle en los si
guientes párrafos.
Digamos que (S '„ S',) amplía a (S„ S2) [simbólicamente, (S+„
S‘,) > (S„ S,) o (S„ S2) < (S+„ S+2)] si y sólo si S, c S1,, S, c S^2 . In
tuitivamente esto significa que si T(x) se interpreta por ( S ,\ S*2) la
interpretación concuerda con la interpretación dada por (S„ S2) en
todos los casos en los que esta última es definida; la única diferencia
es que una interpretación por (S,+, S ‘,) puede dar lugar a que T(x) sea
definida para algunos casos en los que era indefinida cuando se in
terpretaba por (S„ S,). Ahora, una propiedad básica de nuestras re
glas de evaluación es la siguiente: 9 es una operación monótona (que
preserva el orden) sobre < ; esto es, si (S„ S,) < (S, %S /) , 9 ((S„ S,))
<9 ((S ,\ S2+)). En otras palabras, si (S,, S2) < (S ,\ S2') entonces cual
quier oración que sea verdadera (o falsa) en % (S„ S2) retiene su va
lor de verdad en % (S ,\ S2'). Lo que esto significa es que si la inter
pretación de T(x) se am plía dándole un valor de verdad definido a
algunos casos previamente indefinidos, ningún valor de verdad pre
viamente establecido cambiará ni sé hará indefinido; cuando mucho,
algunos valores de verdad previamente indefinidos se vuelven defi
nidos. Esta propiedad — hablando técnicam ente la monotonicidad de
9 — es crucial para todas nuestras construcciones.
Dada la monotonicidad de 9 , podem os deducir que para cada a ,
la interpretación de T(x) en L aH amplía la interpretación de T(x) en
L q. El hecho es obvio para a = 0, dado que, en J£0, T(x) es indefinido
para toda x, cualquier interpretación de T(x) lo amplía autom ática
mente. Si la afirm ación vale para L,) — esto es, si la interpretación de
T(x) en Lp., amplía la de T(x) en L |S— entonces cualquier oración
verdadera o falsa en Lp permanece verdadera o falsa en £ |M. Si ve
mos las definiciones, esto dice que la interpretación de T(x) en ]¿ÍU2
amplía la interpretación de T(x) en L 1M. Memos, pues, probado por
inducción que la interpretación de T(x) en L „+1 siempre amplía la in
terpretación de T(x) en ]¿a para toda a finita. Se sigue que el predi
cado T(x) crece, tanto en su extensión como en su antiextensión, a
medida que a crece. A medida que a crece un mayor número de ora
ciones llegan a ser declaradas verdaderas o falsas, pero una vez que
una oración es declarada verdadera o falsa, conservará su valor de
verdad en todos los niveles superiores.
Hasta aquí, hemos definido solam ente los niveles finitos de
nuestra jerarquía. Para a finita, sea (Sla, S2o) la interpretación de
T(x) en J£a. Tanto S lK como S2a crecen (como conjuntos) a medida
que a crece. Hay entonces una manera obvia de definir el prim er ni
vel «transfinito», llamémosle «]¿ ro». Defínase simplemente }Lm =
(S|,c¡> S2n) en donde S lra es la unión de todos los S lo, para a finita y
S2B, similarmente, es la unión de S2ít, para a finita. Dado pode
mos entonces definir %atl, ¥-m}, etcétera, de la misma manera
como lo hicimos para los niveles finitos. Cuando volvemos a llegar a
un nivel «límite», tom am os una unión com o lo hicimos antes.
Formalmente, definim os los lenguajes %a para cada ordinal a . Si
a es un ordinal sucesor ( a = +1), sea JZa = J£ (S,„, S , J en donde
S la es el conjunto de (códigos de) oraciones verdaderas de y S2a
es el conjunto consistente en todos los elementos de D que o son
(códigos de) oraciones falsas de o no son (códigos de) oraciones
de JK. Si X es un ordinal límite, = (S u , S2Í ) en donde S u = Uw>.
S, p, S2, = U|¡(). S2|). Así, en los niveles «sucesores» tomamos el predi
cado de verdad sobre el nivel previo y en los niveles límite (transfi-
nitos) tomamos la unión de todas las oraciones declaradas verdade
ras o falsas en niveles anteriores. Aun cuando incluyamos los niveles
transfinitos, sigue siendo verdadero que la extensión y la antiexten
sión de T(x) crecen al crecer a.
Hay que notar que «crece» no significa «crece estrictamente»;
hemos afirm ado que S¡„ £ Sia+1 (i= l, 2), lo cual perm ite que sean
iguales. ¿Continúa el proceso indefinidam ente con cada vez más
oraciones que se declaran verdaderas o falsas, o llega el momento en
el que el proceso se para? Es decir, ¿hay un nivel ordinal c para el
cual S10 = S I<J+I y S2o= S2o+l de m anera que ningún «nuevo» enun
ciado se declare verdadero o falso en el siguiente nivel? La respuesta
debe ser afirmativa. Las oraciones de JL forman un conjunto. Si a
cada nivel se decidieran nuevas oraciones de JL, eventualmente ago
taríamos L en algún nivel y ya no seríamos capaces de decidir nin
guna más. Esto puede fácilmente convertirse en una prueba formal
(la técnica es elemental y bien conocida por los lógicos) de que hay
un nivel ordinal a tal que (S1o, S2(J) = (Sl0+I, S2ot|). Pero dado que
(S ,„ „ S ,GH) = cp ((S 1o, S J ) , esto significa que (S lo, S2o) es un punto
fijo. También puede probarse que es un punto fijo «mínimo» o «me-
ñor»: cualquier punto fijo amplía (SI(J) S, J . Esto es, si una oración
se evalúa como verdadera o falsa en ¿ 0, tiene el mismo valor de ver
dad en cualquier punto fijo.
Relacionemos con nuestras ¡deas intuitivas la construcción de un
punto fijo que acabamos de dar. En la etapa inicial (E 0), T(x) es
com pletam ente indefinido. Esto corresponde a la etapa inicial en la
que el sujeto no tiene ninguna com prensión de la noción de verdad.
Dada una caracterización de la verdad mediante las reglas de evalua
ción de Kleene, el sujeto puede fácilmente ascender al nivel }Cr Esto
es, puede evaluar varios enunciados como verdaderos o falsos sin sa
ber nada sobre T(x) — en particular, puede evaluar todas aquellas
oraciones que no contienen T(x)— . Una vez que ha hecho la evalua
ción, amplía T(x), com o en JZr Entonces puede usar la nueva inter
pretación de T(x) para evaluar más oraciones como verdaderas o fal
sas y ascender a ¿ 2, etcétera. Eventualmente, cuando el proceso se
vuelve «saturado», el sujeto alcanza el punto fijo J ( A l ser un
punto fijo, es un lenguaje que contiene su propio predicado de
verdad.) Así, la definición formal que acabam os de dar constituye un
buen paralelo de la construcción intuitiva previamente form ulada24.
Hemos estado hablando de un lenguaje que contiene su propio
predicado de verdad. Sin embargo, sería realm ente más interesante
am pliar un lenguaje arbitrario a otro lenguaje que contenga su propio
predicado de satisfacción. Si L contiene un nombre para cada uno de
los objetos de D y se define una relación de denotación (si D es no
denumerable, esto significa que L contiene un núm ero no denumera-
ble de constantes), la noción de satisfacción se puede reem plazar de
m anera efectiva (para la mayoría de los propósitos) por la de verdad:
por ejemplo, en lugar de decir que A(x) es satisfecho por un objeto a,
podemos decir que A(x) se vuelve verdadero cuando la variable se
reem plaza por un nombre de a. Basta entonces la construcción ante
rior. De m anera alternativa, podem os am pliar L a X añadiendo un
Es fácil m ostrar que hay puntos fijos que hacen verdadera a (12)
y ninguno que la haga falsa. No obstante, (12) es infundada (no tiene
ningún valor de verdad en el punto fijo mínimo).
Llámese «intrínseco» a un punto fijo si y sólo si no asigna a nin
guna oración un valor de verdad que entre en conflicto con su valor
de verdad en cualquier otro punto fijo. Esto es, un punto fijo (S |( S j
es intrínseco si y sólo si no hay ningún otro punto fijo ( Sf , S y
ninguna oración A de L’ tal que A e (S, n S' J U (S, n S+,). Decimos
que una oración tiene un valor de verdad intrínseco si y sólo si algún
punto fijo intrínseco le otorga un valor de verdad; es decir, A tiene
un valor de verdad intrínseco si y sólo si hay un punto fijo intrínseco
(S,, S,) tal que A e S, U S,. (12) es un buen ejemplo.
Hay oraciones no paradójicas que tienen el mismo valor de ver
dad en lodos los puntos fijos en los que tienen valor de verdad, pero
que, sin embargo, carecen de valor de verdad intrínseco. Considérese
P V “’P, en donde P es cualquier oración no paradójica infundada.
Entonces, P V -,P es verdadera en algunos puntos fijos (a saber, en
aquellos en los que P tiene un valor de verdad) y en ningún punto
fijo es falsa. Sin embargo, supóngase que hay puntos fijos que hacen
verdadera a P y puntos fijos que hacen falsa a P. [Por ejem plo, diga
mos, si P es (3).] Entonces, P V _,P no puede tener un valor de ver
dad en ningún punto fijo intrínseco, pues de acuerdo a nuestras re
glas de evaluación, no puede tener un valor de verdad a menos de
que uno de sus disyuntos lo tenga26.
2i Una paradoja del Mentiroso debida a H. Friedman muestra que hay límites a lo
que puede hacerse en esta dirección.
dadera a cualquier fórmula o su negación. (Las fórmulas paradójicas
siguen careciendo de valor de verdad en todos los puntos fijos.) El
fenómeno se halla asociado con el hecho de que,'bajo la interpreta-
ción-superevaluación, puede ser verdadera una disyunción sin que de
esto se siga que algún disyunto sea verdadero.
No es el propósito del presente trabajo hacer ninguna recom en
dación particular entre el enfoque trivalente fuerte de Kleene, los en
foques de superevaluación de van Fraassen, o cualquier otro es
quema (como la lógica trivalente débil de Frege, preferida por
Martin y Woodruff, aunque me inclino tentativamente a considerar
que este último es excesivamente aparatoso). Ni siquiera es mi pro
pósito presente hacer alguna recomendación firm e entre el punto fijo
mínimo de un esquem a particular de evaluación y los otros muchos
puntos fijo s’0. Ciertam ente no hubiéramos podido definir la diferen
cia intuitiva entre «fundado» y «paradójico» si no hubiéramos
echado mano de los puntos fijos no mínimos. Mi propósito, más
bien, es sum inistrar toda una familia de instrumentos flexibles que
pueden explorarse sim ultáneam ente y cuya fertilidad y consonancia
con la intuición pueden constatarse.
Tengo alguna incertidumbre con respecto a que haya una cues
tión fáctica definida sobre si el lenguaje natural maneja los vacíos de
verdad — por lo menos aquellos que surgen en conexión con las pa
radojas sem ánticas— mediante los esquemas de Frege, Kleene, van
Fraassen, o quizá algún otro. Ni siquiera estoy completam ente se
guro de que haya una cuestión de hecho definida con respecto a si el
lenguaje natural debiera evaluarse mediante el punto fijo mínimo o
mediante otro, dada la variedad de esquemas que se pueden elegir
para m anejar los vacíos ” . Por el momento no estam os buscando el
esquema correcto.
“ Aunque e! punto fijo mínimo se distingue ciertamente por ser natural en mu
chos respectos.
” No es mi intención afirmar que no hay ninguna cuestión de hecho definida en
estas áreas, o incluso que yo mismo no pueda estar cu favor de algunos esquemas de
evaluación frente a otros. Pero mis ¡deas personales son menos importantes que la va
riedad de herramientas a nuestra disposición, de manera que, para los propósitos de
este esbozo, asumo una posición agnóstica. (llago notar que si se asume el punto de
vista de que la lógica se aplica en primer lugar a las proposiciones, y que estamos so
lamente formulando convenciones sobre cómo manejar las oraciones que no expresan
proposiciones, el atractivo del enfoque que introduce la superevaluación disminuye
frente al enfoque de Kleene. Véase la nota 18.)
El presente enfoque puede aplicarse a los lenguajes que contie
nen operadores modales. En este caso, no solam ente consideramos la
verdad, sino que nos es dado un sistema de m undos posibles, a la
manera usual en la teoría modal de los modelos, y evaluamos la ver
dad y T(x) en cada mundo posible. La definición inductiva de los
lenguajes que se aproximan al punto fijo m ínimo tiene que m odi
ficarse conformemente. No podemos dar aquí los detalles32.
La aplicación del enfoque presente a los lenguajes con operado
res m odales, irónicamente, puede ser de algún interés para aquellos a
quienes les desagradan los operadores intensionales y los mundos
posibles y prefieren considerar las m odalidades y las actitudes pre
posicionales como predicados de oraciones verdaderas (o de ejem
plares particulares de oraciones). Montague y Kaplan, haciendo uso
de las aplicaciones elem entales de las técnicas gódelianas, han seña
lado que dichos enfoques pueden conducir probablem ente a parado
jas sem ánticas similares a la del Mentiroso ’3. A pesar de que se co
E d ic ió n o r ig in a l :
T r a d u c c ió n : M. J. Frápolli.
O t r o s e n s a y o s d f .l a u t o r s o b r e e l m i s m o t e m a :
[...] cualquier idea que nos lleve prósperamente de cualquier parle de la ex
periencia a cualquier otra, ligando las cosas satisfactoriamente, trabajando
i. LA ESTRUCTURA DE LA VERDAD
[...] piensan que cuando hemos apuntado a ciertos rasgos formales del pre
dicado de verdad (notablemente su rasgo ‘desentrecomillador’) y expli
cado por qué es útil tener un predicado como éste (por ejemplo como un
mecanismo para afirmar conjunciones infinitas), hemos dicho práctica
mente todo lo que hay que decir acerca de la verdad [ibíd., p. 424],
Este punto, a menudo atribuido a Leeds, fue hecho por Tarski en «The Semantic
Conception of Truth», Philosophy and Philosophical Research, IV (1944), p. 359.
Tarski nota también que el mero desentrecomillado no puede eliminar la palabra ‘ver
dadero' de oraciones como ‘la primera oración escrita por Platón es verdadera’. (Pero
tampoco ha mostrado Tarski cómo eliminar este uso del predicado de verdad a menos
que tenga una definición de la verdad para el lenguaje hablado por Platón).
vación). Putnam concluye que los predicados de verdad de Tarski no
tienen nada que ver con la semántica o con la concepción común de
la verdad: «Como tratamiento filosófico de la verdad, la teoría de
Tarski falla tanto como pueda fallar un tratamiento» (op. cit., p. 64).
Lo que está claro es que Tarski no definió el concepto de verdad,
ni siquiera aplicado a oraciones. Tarski mostró cómo definir un pre
dicado de verdad para cada uno de entre un conjunto de lenguajes
que se com portan bien, pero sus definiciones, por supuesto, no nos
dicen qué tienen en común estos predicados. Dicho de una forma li
geramente diferente: él definió distintos predicados de la forma ‘s es
verdadero, cada uno aplicable sólo a un lenguaje, pero no consi
guió definir un predicado de la forma ‘s es verdadero en L para ‘L’
variable. La observación fue hecha por Max Black 18 y posterior
mente por D um m ett19; pero por supuesto Tarski ha hecho esto atro
nadoramente claro desde el principio probando que ningún predi
cado único de este tipo podría definirse en un lenguaje consistente,
dadas sus asunciones concernientes a los predicados de verdad.
Dadas estas restricciones, nunca hubo ninguna posibilidad de que
diera una definición general del concepto de verdad, ni siquiera para
oraciones. Si consideram os la aplicación de verdad a creencias y fe
nómenos relacionados como afirm aciones y aserciones, es obvio de
otra manera que Tarski no intentó una definición realmente general.
Considerando lo evidente que es que Tarski no dio una definición
general de verdad, y el hecho de que quizá su resultado más impor
tante fue que esto no podía hacerse siguiendo las líneas que le hubie
ran satisfecho, es notable cuánto esfuerzo han puesto algunos críti
cos en el intento de persuadirnos que Tarski no consiguió ofrecernos
una definición tal.
Dummett dice en el «Prefacio» a Truth and Other Enigmas30 que
el «argumento fundamental» de su artículo anterior «Truth» era que
cualquier forma de teoría de la redundancia (y él incluye a las defini
ciones de verdad de Tarski en esta categoría) debe ser falsa porque
ninguna teoría tal puede captar el sentido de introducir un predicado
de verdad. Esto puede verse, argumenta él, en el hecho de que, si te
nemos una definición tarskiana de verdad para un lenguaje que no
entendemos,
* Para el desarrollo de este tema, véanse los trabajos de Putnam a los que nos re
ferimos en la última nota a pie de página; también Soames, op. cit.; y John Etche-
mendy, «Tarski on Truth and Logical Consecuencc», The Journal ofSym bolic Logic.
Lll (1988): 51-79.
amenace con introducir inconsistencias en la teoría o el lenguaje se
cumple al dar una definición explícita del predicado sin usar concep
tos semánticos; así, cualquier desafío a la consistencia que estos con
ceptos pudieran presentar ha sido evitado. Si el m etalenguaje es con
sistente antes de la introducción del predicado de verdad, está
garantizado que permanecerá así después de la introducción.
Las oracioncs-T que contienen predicados de verdad de Tarski
parecen transm itir hechos sustantivos acerca del lenguaje objeto, a
saber, que sus oraciones son verdaderas bajo las condiciones especi
ficadas por la oración-T ( ‘Schnee ist weiss’ es verdadero en alemán
si y sólo si la nieve es blanca), pero de hecho, dice Etcheinendy, «no
portan ninguna información acerca de las propiedades semánticas
del lenguaje, ni siquiera acerca de las condiciones de verdad de sus
oraciones» (su énfasis, op. cit., p. 57). La razón de esto es que las
oraciones-T son verdades de la lógica, y así no pueden decirnos nada
que la lógica sola no pudiera decirnos. Las oraciones-T son verdades
de la lógica, a su vez, porque se siguen de las definiciones de Tarski,
y éstas son simplemente estipulaciones; nos hemos desorientado a
causa de «la facilidad con la que leemos contenido sustantivo en lo
que se pretende como definiciones estipulativas, la facilidad con la
que reemplazamos el ‘si y sólo s i’ de la definición por el ‘si y sólo
si’ de los axiom as o teorem as» (op. cit., p. 58). Si queremos afirm ar
hechos sustantivos acerca de un lenguaje, debemos sustituir en las
oraciones-T y en todas partes un predicado que transm ita algo como
el concepto intuitivo de verdad. Si hacemos esto, «las oraciones que
hacemos se parecerán a veces sorprendentem ente a las cláusulas» en
las definiciones de Tarski y (si esto es correcto) darán como resul
tado inform ación genuina acerca de las propiedades sem ánticas de
un lenguaje.
Pero, y éste es el mensaje central de Etchemendy, las dos em pre
sas — la de definir la verdad de acuerdo con los objetivos de Tarski,
y la de proporcionar un tratamiento semántico formal pero sustantivo
de un lenguaje— no sólo son em presas totalmente diferentes, sino
que están en «una oposición bastante directa la una con la otra... Por
que sin dejar al lado el objetivo principal de Tarski, hay un sentido en
el que la semántica simplemente no puede hacerse» (op. cit., pp. 52-
3). La diferencia entre las dos es que la prim era exige un predicado
que pueda eliminarse sin residuos de todos los contextos, m ientras'
que la segunda requiere una noción de verdad «fija, metateórica».
Em plear el segundo concepto frustraría directam ente el sentido del
proyecto de Tarski. Así, la relación entre el logro pretendido y conse
guido con éxito de Tarski, por un lado, y el proyecto de proporcionar
una m anera de describir la semántica de los lenguajes interpretados,
por otro, es «poco más que un accidente fortuito» (op. cit., pp. 52-3).
Putnam, Soam es y Etchemendy están de acuerdo en que las ora-
ciones-T de Tarski sólo parece que expresan verdades empíricas
acerca de un lenguaje; son de hecho «tautologías» (Putnam). Ellos
difieren en sus valoraciones de la tesis en la que están de acuerdo:
P u tn am 27 cree que lo que Tarski definió «sim plemente no es la ver
dad en absoluto»; Soames y Etchemendy afirm an que Tarski sí que
hizo lo que se propuso. Soames mantiene que Tarski tenía razón al
dar un tratam iento deflacionista de la verdad, mientras que Etche
mendy cree que la semántica em pírica es un estudio legítimo que
Tarski no estaba persiguiendo.
¿Qué deberíamos pensar acerca de estas afirmaciones? Una cosa
es cierta: Tarski no estaba de acuerdo con estas valoraciones de sus re
sultados. En «The Semantic Conception o f Truth»28, hay una sección
titulada «Conformity o f thc Semantic Conception o f Truth with Philo
sophical and Common-Sensc Usage». Permítanme que cite de ella:
3i Etchemendy sugiere que el ‘si y sólo si’ de una definición no tiene el mismo
significado que el ‘si y sólo si’ de tina afirmación sustantiva, pero yo 110 creo que este
comentario deba tomarse en serio puesto que la diferencia 110 produce ninguna dife
rencia en absoluto dentro del sistema, y si tuviéramos que marcar la supuesta diferen
cia introduciendo símbolos diferentes, las reglas de inferencia del sistema tendrían
que alterarse. Rtchemendy dicc que su sugerencia no pretendía ser en serio (conversa
ción privada).
(iríamos dejar de darnos cuenta de que, si interpretam os las palabras
más o menos de la forma usual, expresa una verdad sustantiva. Ape
lando a la convención-T, Tarski nos invita a fijarnos en un rasgo aná
logo de sus definiciones de verdad.
¿Qué deberíamos concluir acerca de cómo Tarski pretendió que
tomáramos sus definiciones? Las indicaciones pueden parecer am bi
guas. Por un lado, tenemos su afirm ación repetida y explícita de que
él quería, y pensó que lo había hecho, «captar el significado real»
del concepto intuitivo de verdad, en la medida en que esto era posi
ble; por otra parte, él claram ente dependía del hecho de que sus defi
niciones permitieran la elim inación de todo el vocabulario semántico
explícito para garantizar que su concepto no introduciría inconsisten
cias en un lenguaje de otro modo consistente. Pero ¿muestra esto que
Tarski estaba confundido? Creo que no. Aquí hay una manera de ver
el asunto.
Las definiciones de Tarski dotan a sus predicados de verdad con
propiedades que aseguran que definen la clase de oraciones verdade
ras de un lenguaje. Si los predicados no tienen otras propiedades, sa
bemos que no engendrarán inconsistencias. Esto hace útiles a los
predicados para ciertos propósitos. Si pensam os en los predicados de
verdad como si tuvieran otras propiedades no especificadas, no po
demos estar seguros de que aquellas propiedades no causen proble
mas si se las hace explícitas. Pero no hay nada que nos prohíba traba
ja r dentro del sistema de Tarski y reconocer al mismo tiempo que los
predicados de verdad pueden tener otras propiedades esenciales,
siempre y cuando no hagamos uso de las propiedades no especifica
das. De esta forma, podemos tom ar todas las ventajas del logro téc
nico de Tarski y sin embargo no tratar a los contenidos de sus teorías
como «vacíos» o «m eram ente» formales.
C onsiderar el trabajo de Tarski bajo esta luz es adm itir que hay
un sentido en el que él no define un concepto de verdad, ni siquiera
para lenguajes particulares. Él definió la clase de las oraciones ver
daderas dando la extensión del predicado de verdad pero no dio el
significado. Esto se sigue en el momento en que decidimos que las
oraciones-T tienen contenido empírico, porque esto im plica que hay
más en concepto de verdad de lo que la definición de Tarski nos
dice. Mi argumento no es que Tarski pudiera, después de todo, haber
captado un concepto sustancial de verdad sino que no necesaria
mente nos confundim os si interpretam os sus sistemas formales como
teorías empíricas sobre los lenguajes. Al hacer eso, evitamos dos te
sis potencialm entc m utilantes acerca de la verdad tesis que, como
hemos visto, son bastante comunes hoy. Una es que el trabajo de
Tarski está bastante poco relacionado con el concepto de verdad
como lo entendemos comúnmente, de modo que, si queremos estu
diar la sem ántica de los lenguajes interpretados, debemos de tomar
otro rumbo. Caribdis es la tesis de que, aunque la versión de la ver
dad de Tarski es meramente descntrecomilladora. dice todo lo que
hay que decir acerca del concepto de verdad.
Mi propio punto de vista es que Tarski no ha dicho mucho de lo
que querem os saber acerca del concepto de verdad, y de que debe
haber más. Debe haber más porque no hay ninguna indicación en el
trabajo formal de Tarski de qué es lo que sus distintos predicados
de verdad tienen en común, y esto debe form ar parte del contenido
del concepto. No es suficiente señalar a la convención-T como esta
indicación, porque no dice nada de la cuestión de cóm o sabemos
que una teoría de la verdad para un lenguaje es correcta. El con
cepto de verdad tiene conexiones esenciales con los conceptos de
creencia y significado, pero esas conexiones no están tocadas por
el trabajo de Tarski. Es aquí donde deberíam os esperar destapar lo
que echam os en falta en las caracterizaciones de Tarski en los pre
dicados de verdad.
Lo que Tarski ha hecho por nosotros es mostrar en detalle cómo
describir el tipo de patrón que la verdad debe hacer, tanto en el len
guaje como en el pensamiento. Lo que necesitam os hacer ahora es
decir cómo identificar la presencia de tal patrón o estructura en la
conducta de la gente.
M Michael Williams dice que un deflacionista piensa que «lo que se lleva de un len
guaje a otro... es la utilidad, para cada lenguaje, de tener su propio mecanismo desentre-
comillador» — «Scepticism and Charity», Ratin (New Series), I (1988), p. 180— . Pero
aparte de asignar un significado claro a la «utilidad» de un mecanismo, está el hecho de
que en un lenguaje podemos hablar de la verdad en otro lenguaje; y aquí la generaliza
ción sugerida por Williams no puede hacerlo mejor que la convención-T, con su apela
ción esencial a la traducción.
ción como la satisfacción, que conecta palabras (términos singulares,
predicados) con objetos. Si consideramos la satisfacción como una
forma generalizada de referencia, Tarski ha m ostrado cómo la verdad
de las oraciones depende de los rasgos sem ánticos (i.e., referencia)
de ciertas partes propias de las oraciones. (Por supuesto, Tarski no
define el concepto general de referencia más de lo que lo hace con el
de verdad.) Así, incluso sin una respuesta a la cuestión de cómo sa
bemos cuándo una definición de verdad se aplica a un lenguaje
dado, Tarski ha mostrado cómo el concepto de verdad puede usarse
para dar una descripción clara de un lenguaje. Por supuesto, para dar
tal descripción, debemos captar el concepto de verdad primero; pero
podemos captar eso sin ser capaces de formular una descripción sis
temática de un lenguaje. La convención-T conecta nuestra com pren
sión ingenua del concepto con la ingeniosa m aquinaria de Tarski;
nos persuade de que los trabajos de la maquinaria están de acuerdo
con el concepto como lo conocíamos.
Esto es, entonces, lo que podem os aprender de Tarski acerca del
concepto de verdad: puesto que es obvio que no ha definido el con
cepto general de verdad, podemos ignorar la sugerencia de que sus
definiciones estipulativas captan todo lo que hay de este concepto.
Pero no hay razón para no hacer uso de la estructura que llevó a las
definiciones de Tarski. Para hacer esto, no necesitamos hacer ningún
cambio en los sistemas formales de Tarski; una vez que nos damos
cuenta de que esos sistemas no reflejan aspectos im portantes de los
conceptos de verdad y referencia, podem os considerar a los predica
dos de verdad y referencia (satisfacción) como prim itivos en las
cláusulas que llevan a las caracterizaciones recursivas de Tarski de
referencia y verdad. Si encontram os que la palabra ‘definición’ en
caja mal con la idea de que los predicados son primitivos, podemos
elim inar la palabra; esto no cambiará el sistema. Pero para honrar el
reconocimiento de que los predicados semánticos son primitivos, po
demos elim inar el paso final que para Tarski convierte las caracteri
zaciones recursivas en definiciones explícitas, y considerar los resul
tados como teorías axiomatizadas de la verdad '5.
mas bien un carácter accidental, dependiendo de factores inesenciales (tales como por
ejemplo el estado real de nuestro conocimiento)». Segundo, sólo una definición explí
cita puede garantizar la consistencia del sistema resultante (dada la consistencia del
sistema previa a la introducción de nuevos conceptos primitivos); y, tercero, sólo una
definición explícita puede dominar las dudas de si el concepto está ‘en armonía con
los postulados de la unidad de la ciencia y el fisicalismo’ («The Establishment o f
Scientific Semantics», pp. 405-6). El priiner peligro se evita si los axiomas se restrin
gen a las cláusulas recursivas que se necesitan para caracterizar la satisfacción; esca
pamos del segundo (menos concluyentemente) tan pronto como las maneras conoci
das de producir paradojas no se introducen; y la amenaza de que la verdad podría
resultar no ser reducible a conceptos físicos es una amenaza de la cual, en mi opinión,
ni podemos ni deberíamos querer escapar.
manizan la verdad haciéndola básicamente epistém ica, y aquellos
que prom ocionan alguna form a de teoría de la correspondencia.
M uchos filósofos, en particular recientemente, han mantenido
que la verdad es un concepto epistémico: incluso cuando no han
mantenido explícitamente esta tesis, sus posiciones la han implicado
a menudo. Las teorías de la verdad como coherencia se mueven ha
bitualmente por un m otor epistémico, com o lo hacen las caracteriza
ciones más pragmáticas de la verdad. El antirrealism o de Dummctt y
Crispin Wright, la idea de Peirce de que la verdad es donde la cien
cia acabará si continúa el tiem po suficiente, la afirm ación de Ri
chard Boyd de que la verdad es lo que explica la convergencia de las
teorías científicas y el realismo interno de Putnam, todas incluyen o
implican un enfoque epistémico de la verdad. Quine también ha
mantenido, al menos a veces, que la verdad es interna a una teoría
del mundo y así que en esta medida depende de nuestra postura epis
temológica. El relativismo acerca de la verdad es quizás siempre un
síntoma de infección por el virus epistemológico; esto parece en
cualquier caso ser verdad para Quine, Nelson Goodman y Putnam.
Aparentemente opuestas a estas concepciones está la idea intui
tiva de que la verdad, quitando algunos pocos casos especiales, es
completam ente independiente de nuestras creencias; como se dice a
veces, nuestras creencias podrían ser exactamente como son y sin
embargo la realidad — y así la verdad acerca de la realidad— ser
muy diferente. De acuerdo con esta intuición, la verdad es ‘radical
mente no epistém ica’ (así caracterizó Putnam el ‘realismo transcen
dental’), o ‘transcendente a la evidencia’ (para usar la expresión de
Dummctt para el realismo). (Tanto Putnam com o Dummett se opo
nen, por supuesto, a estas concepciones.) Si estuviéram os buscando
etiquetas para estas dos concepciones de la verdad, podríam os que
darnos con los adjetivos ‘epistém ico’ y ‘realista’; la aserción de una
atadura esencial a la epistem ología introduce una dependencia de la
verdad de lo que de algún modo puede ser verificado por criaturas
racionales finitas, mientras que la negación de cualquier dependen
cia de la verdad de la creencia u otra actitud hum ana define un uso
filosófico de la palabra ‘realism o’.
En la siguiente y última sección de este artículo, esbozo una
aproximación al concepto de verdad que rechaza ambas concepcio
nes de la verdad. No me propongo reconciliar las dos posiciones.
Considero insostenibles las concepciones epistém icas, e ininteligi
bles en último extremo a las concepciones realistas. Que ambas con
cepciones, que sin duda responden a intuiciones poderosas, están
fundamentalmente equivocadas está al menos sugerido por el hecho
de que ambas invitan al escepticismo. Las teorías epistém icas son es
cépticas de la m ism a manera en que son escépticos'el idealismo o el
fenomenalismo; son escépticos no porque hagan a la realidad incog
noscible, sino porque reducen la realidad a mucho m enos de lo que
creem os que es. Las teorías realistas, por otra parte, parecen arrojar
en la duda no sólo nuestro conocim iento de lo que es «transcendente
a la evidencia», sino a todo el resto de lo que creemos que conoce
mos, porque tales teorías niegan que lo que es verdad esté conectado
conceptualm ente de alguna manera con lo que creemos.
C onsiderem os el proyecto de dar contenido a una teoría de la
verdad. Las definiciones de Tarski se alcanzan norm almente a través
de varios pasos. Primero, hay una definición de lo que es ser una
oración en el lenguaje objeto; después una caracterización recursiva
de una relación de satisfacción (la satisfacción es una versión de la
referencia altamente generalizada); la caracterización recursiva de la
satisfacción se convierte en una definición explícita a la m anera de
Goltlob Frege y Dedekind; después la verdad se define sobre la base
de los conceptos de oración y satisfación. Estamos elim inando el
paso que convierte a la caracterización recursiva de la satisfacción en
una definición, haciendo así explícito el hecho de que estamos tra
tando a los predicados de verdad y satisfacción como primitivos.
Desde un punto de vista formal, es una cuestión de elección cuál
de los dos conceptos semánticos, satisfacción o verdad, tomemos
como básico. La verdad, como Tarski mostró, se define fácilmente
sobre la base de la satisfacción; pero, alternativamente, la satisfac
ción puede considerarse como cualquier relación que ofrezca un en
foque correcto de la verdad. El trabajo de Tarski puede parecer que
da señales inciertas. El hecho de que la verdad de las oraciones se
defina apelando a las propiedades sem ánticas de las palabras sugiere
que, si pudiéramos dar un enfoque satisfactorio de las propiedades
semánticas de las palabras (esencialmente, de la referencia o de la
satisfacción), entenderíam os el concepto de verdad. Por otro lado, el
papel clave de la convención-T para determ inar que la verdad, como
se caracteriza por la teoría, tiene la misma extensión que el concepto
intuitivo de verdad hace parecer que es la verdad más que la referen
cia lo que es el primitivo básico. La segunda es, crco, la concepción
correcta. En su apelación a la convención-T, Tarski asume, como he
mos visto, una captación previa del concepto de verdad; entonces
muestra cómo esta intuición puede com pletarse en detalle para len
guajes particulares. Esta compleción requiere la introducción de un
concepto referencial, una relación entre palabras y cosas — alguna
relación como la satisfacción— . La historia acerca de la verdad ge
nera un patrón en el lenguaje, el patrón de las formas lógicas, o gra
mática propiam ente concebida, y el entramado de dependencias se
mánticas. No hay forma de contar esta historia, que, siendo acerca de
la verdad, es acerca de oraciones o de sus ocasiones de uso, sin asig
nar papeles semánticos a las partes de las oraciones. Pero no se apela
a una comprensión previa del concepto de referencia.
Esta manera de concebir una teoría de la verdad va en contra de
la tradición. De acuerdo con la tradición, nunca podríamos llegar a
entender oraciones en su amplia o incluso infinita colección a menos
que entendam os las palabras, tomadas de un vocabulario finito, de
las que están compuestas; por tanto, las propiedades sem ánticas de
las palabras deben aprenderse antes de que entendam os las oraciones
y las propiedades semánticas de las palabras tienen prioridad con
ceptual porque son ellas las que explican las propiedades semánticas
— por encima de todo las condiciones de verdad— de las oraciones.
Creo que esta línea de argumento, que comienza con una perogru
llada, term ina con una conclusión falsa; así que algo debe estar mal.
El error es confundir el orden de la explicación que es apropiado una
vez que la teoría está, con la explicación de por qué la teoría es co
rrecta. La teoría es correcta porque ofrece las oraciones-T correctas;
su corrección se contrasta contra nuestra captación del concepto de
verdad tal com o se aplica a oraciones. Puesto que las oraciones-T no
dicen nada en absoluto acerca de la referencia, la satisfacción, o de
las expresiones que 110 son oraciones, la contrastación de la correc
ción de la teoría es independiente de las intuiciones que conciernen a
estos conceptos. Una vez que tenem os la teoría, sin embargo, pode
mos explicar la verdad de las oraciones sobre la base de sus estructu
ras y de las propiedades semánticas de las partes. La analogía con las
teorías de la ciencia es completa: para organizar y explicar lo que ob
servamos directamente, postulamos objetos y fuerzas no observadas
u observadas indirectamente; la teoría se contrasta mediante lo que
se observa directamente.
La perspectiva sobre el lenguaje y la verdad que hemos ganado
es ésta: lo que está abierto a la observación es el uso de las oraciones
en contexto, y la verdad es el concepto semántico que m ejor enten
demos. La referencia y las nociones semánticas relacionadas como la
satisfacción son, por comparación, conceptos teóricos (como lo son
las nociones de término singular, predicado, conectiva oracional, y el
resto). No puede cuestionarse la corrección de estos conceptos tcóri-
eos más allá de la cuestión de si ofrecen un enfoque satisfactorio del
uso de las oraciones.
Un efecto de estas reflexiones es fijarse en la centralidad del
concepto de verdad en la com prensión del lenguaje; es nuestra capta
ción de este concepto lo que nos perm ite dar sentido a la cuestión de
si una teoría de la verdad para un lenguaje es correcta. No hay razón
para buscar un enfoque previo, o independiente, de alguna relación
referencial. La otra consecuencia principal de la presente posición es
que ofrece una oportunidad para decir con bastante exactitud lo que
falta en una teoría de la verdad al estilo de Tarski en cuanto enfoque
de la verdad.
Lo que falta es la conexión con los usuarios del lenguaje. Nada
contaría como una oración, y el concepto de verdad no tendría por
tanto aplicación, si no hubiera criaturas que usaran oraciones al pro
ferir o inscribir ejem plares de ellas. Cualquier enfoque completo del
concepto de verdad debe relacionarlo con el intercambio lingüístico
real. Más precisamente: la cuestión de si una teoría de la verdad es
verdadera para un lenguaje dado (esto es, para un hablante o grupos
de hablantes) tiene sentido sólo si las oraciones de este lenguaje tie
nen un significado que es independiente de la teoría (de otra forma
la teoría no es una teoría en el sentido usual, sino una descripción de
un lenguaje posible). O para volver a la forma definicional preferida
por Tarski: si puede plantearse la cuestión de si una definición de
verdad realmente define la verdad para un lenguaje dado, el lenguaje
debe tener una vida independiente de la definición (de otro modo la
definición es meram ente estipulativa: específica, pero no es verda
dera de, un lenguaje).
Si supiéramos en general lo que hace que una teoría de la verdad
se aplique correctam ente a un hablante o grupo de hablantes, podría
plausiblemente decirse que entendemos el concepto de verdad; y si
pudiéramos decir exactamente qué es lo que hace que una teoría tal
sea verdadera, podríam os dar un tratamiento explícito — quizás una
definición— de la verdad. La evidencia última, como opuesta a un
criterio, para la corrección de una teoría de la verdad debe descansar
en los hechos disponibles acerca de cómo los hablantes usan el len
guaje. Cuando digo disponibles, quiero decir públicamente disponi
bles — disponibles no sólo en principio, sino disponibles en la prác
tica para cualquiera que sea capaz de entender al hablante o
hablantes del lenguaje— . Puesto que todos nosotros entendem os a
algunos hablantes de algunos lenguajes, todos nosotros debemos te
ner evidencia adecuada para atribuir condiciones de verdad a las pro-
fercncias de algunos hablantes; lodos nosotros tenemos, por tanto,
una captación competente del concepto de verdad tal como se aplica
a la conducta del habla de otros.
¿Hemos sentado ahora la cuestión de si la verdad es radicalmente
no epistémica, como los realistas declaran, o básicamente episté
mica, como mantienen otros? Podría decirse que la cuestión se ha
sentado en favor de la concepción subjetiva o epistém ica, puesto que
hemos seguido una línea de argumento que llega a la conclusión de
que lo que decide si una teoría de la verdad para un lenguaje es ver
dadera es cómo se usa este lenguaje. Pero de hecho la cuestión no
está sentada, porque los realistas podrían considerar que la cuestión
de si la teoría es verdadera para un lenguaje o grupo de hablantes
dado es de hecho empírica, pero sólo porque la cuestión de qué sig
nifican las palabras es em pírica; el problema de la verdad, puede
considerarse, tiene todavía que responderse bien por la teoría misma
o de alguna otra manera.
¿Contiene la teoría ya la respuesta? La contiene si hay funda
mento para la afirm ación de que una teoría de la verdad tipo Tarski
es una teoría de la correspondencia, porque entonces la teoría debe
en efecto definir a la verdad como correspondencia con la realidad
— la forma clásica de realism o con respecto a la verdad— . Tarski
mismo dijo que quería que sus definiciones de verdad «hagan justi
cia a las intuiciones que apoyan a la concepción clásica de la
verdad»; entonces cita la Metafísica de Aristóteles («decir de lo que
es que es, o de lo que no es que no es, es verdadero»), y ofrece como
una formulación alternativa
La verdad de una oración consiste en su acuerdo (o correspon
dencia) con la realidad.
(TarskiJ6 añade que la expresión ‘teoría de la correspondencia’ ha
sido sugerida por esta m anera de ver las cosas.) Yo mismo he argu
mentado en el pasado que las teorías del tipo que Tarski enseñó a
producir eran teorías de la correspondencia de un tip o 37. Dije esto
■” An Analysis o f Knowiedge and Valúa ¡ion, La Salle, YL: Open Court, 1946,
pp. 50-55.
" El argumento, atribuido a Frcgc por Church, puede encontrarse en Church: In-
troductión to Mathematical Logic, Vol. 1, Princeton University Press, 1956, pp. 24-25.
El argumento de Frege se ensaya en mi «Truc to the Facts».
«Truth», en Logico-Llnguistic Papers, Londres: Methuen, 1971.
Es evidente que no hay nada más en el mundo con lo que el enunciado
mismo pueda relacionarse. [...] Y es evidente que la demanda de que haya
(al relatum es lógicamente absurda. [...] Pero la demanda de algo en el
mundo que haga verdadero al enunciado [...], o a lo que el enunciado co
rresponda si es verdadero, es exactamente esta demanda [ibid., pp. 194-95],
Arthur Fine rechazó el realismo por algunas de las mismas razones que yo, y
añadió una refutación espléndida de la tesis de que una concepción realista de la ver
dad explica la práctica y el avance de la ciencia: «The Natural Ontological Attitude»,
en The Shaky Game: Einstein, Realism and (he Quantum Theory, Chicago: University
Press, 1986.
He clasificado a las teorías de la verdad como coherencia como
epistémicas, y esto necesita una explicación. Una teoría pura de la
verdad como coherencia debería mantener, supongo, que todas las
oraciones de un conjunto consistente de oraciones son verdaderas.
Quizás nadie ha mantenido nunca una teoría de tal tipo, porque es
una locura. Aquellos que han propuesto teorías de la coherencia, por
ejemplo, Neurath y R udolf Carnap (en un tiempo), han dejado claro
habitualmente que eran conjuntos de creencias, o de oraciones teni
das por verdaderas, cuya consistencia era suficiente para hacerlas
verdaderas; por eso clasifico a las teorías de la coherencia con las
concepciones epistémicas: ligan la verdad directamente con lo que se
cree. Pero a menos que se añada algo más, esta concepción parece
tan equivocada como Moritz Schlick47 mantuvo que era (la llamó un
«error asombroso»); la objección obvia es que son posibles muchos
conjuntos consistentes diferentes de creencias que no son consis
tentes entre s í48.
Hay teorías, similares en ciertos aspectos a la teoría de la cohe
rencia, que tienen más o menos el mismo problema. Quine mantiene
que la verdad de algunas oraciones, a las que llama oraciones obser
vacionales, está directam ente ligada a la experiencia (más precisa
mente, a patrones de term inaciones nerviosas excitadas); otras ora
ciones derivan su contenido empírico de sus conexiones con las
oraciones observacionales y sus mutuas relaciones lógicas. La ver
dad de la teoría resultante depende sólo de en qué m edida sirva para
explicar o predecir oraciones observacionales verdaderas. Quine
plausiblemente mantiene que podría haber dos teorías igualmente ca
paces de dar cuenta de todas las oraciones observacionales verdade
ras, y sin embargo que ninguna de las teorías pueda ser reducida a la
dada, sean lo suficientemente firmes corno para permitirnos trazar una línea nítida en
tre una intención fallida de que las palabras de uno tengan un cierto significado y un
éxito en el significado acompañado por una intención fallida de ser intepretado como
se pretendía.
” Véase mi «Communication and Convention», en Inquines into Truth and Inter
preta/ ion.
un número indefinidam ente amplio de oraciones del hablante sería
verdadera si fuera proferida.
Debe haber por supuesto algún sentido en que hablante c intér
prete hayan internalizado una teoría; pero esto no es más que el he
cho de que el hablante es capaz de hablar como si creyera que el in
térprete lo interpretaría de la m anera en que la teoría describe, y el
hecho de que el intérprete está preparado para interpretarlo así. Todo
lo que necesitaríam os de una teoría de la verdad para un hablante es
que sea tal que, si un intérprete tuviera conocimiento proposicional
explícito de la teoría, sabría las condiciones de verdad de las prefe
rencias del hablante56.
Una teoría de la verdad para un hablante es una teoría del signifi
cado en este sentido, que el conocimiento explícito de la teoría bas
taría para entender las preferencias de este hablante. Consigue esto
al describir el núcleo crítico de la conducta lingüística real y poten
cial del hablante, en efecto, cómo el hablante pretende que sus prefe
rencias sean interpretadas. El tipo de com prensión involucrada se
restringe a lo que podríam os tam bién llamar el significado literal de
las palabras, mediante lo cual quiero decir, más o menos, el signifi
cado que el hablante pretende que el intérprete capte, cualquiera que
sea la significación o la fuerza posterior que el hablante quiera que
el intérprete desentrañe57.
56 Esto es, por supuesto, mucho más de lo que ofrece cualquier teoría que nadie
haya sido capaz de ofrecer para ningún lenguaje natural. La condición no es, por
tanto, una que sabemos que puede satisfacerse. Sabemos, por otra parte, cómo produ
cir una teoría tal para un fragmento poderoso, quizá autosufíciente, del inglés y de
otros lenguajes naturales, y esto es suficiente para dar contenido a la idea de que la in
corporación del concepto de verdad a una teoría ofrece una intuición acerca de la na
turaleza del concepto. Podríamos tener que conformarnos al final con un sentido mu
cho menos preciso de 'teoría’ de los que Tarski tenía en la mente.
Me estoy saltando un grupo de problemas bien trabajado, tales como proporcionar
las condiciones de verdad de los condicionales subjuntivos, de los imperativos, inte
rrogativas, enunciados éticos, etc. He discutido (aunque ciertamente no solucionado)
la mayoría de estos problemas en otra parte.
57 Hay una intención no tocada por una teoría de la verdad que un hablante debe
pretender que un intérprete perciba, la fuerza de la preferencia. Un intérprete debe, si
es que entiende al hablante, ser capaz de decir si una proferencia pretende ser un
chiste, una aserción, una orden, una pregunta, y así sucesivamente. No creo que haya
reglas o convenciones que gobiernen este aspecto esencial del lenguaje. Es algo que
los usuarios del lenguaje pueden transmitir a los oyentes y que los oyentes pueden de
tectar suficientemente a menudo; pero esto no muestra que estas habilidades puedan
regimentarse. Creo que hay razones fundadas para pensar que no es posible nada
La tesis de que una teoría de las condiciones de verdad ofrece un
enfoque adecuado de lo que se necesita para entender los significa
dos literales de las proferencias está, por supuesto, muy discutida,
pero puesto que he argumentado a favor de ella ampliam ente en otro
sitio, trataré en su mayor parte la tesis aquí como una asunción. Si la
asunción está equivocada, muchos de los detalles a los que voy a
descender acerca de la aplicación del concepto de verdad se verán
amenazados, pero el enfoque general, creo, perm anecerá válido.
Una teoría de la verdad, considerada como una teoría empírica,
se contrasta por sus consecuencias relevantes, y éstas son las oracio-
nes-T implicadas por la teoría. Una oración-T dice de un hablante
particular que, en cualquier momento que él profiera la oración
dada, la proferencia será verdadera si y sólo si se satisfacen ciertas
condiciones. Así las oraciones-T tienen la form a y la función de le
yes naturales; son bicondicionales universalmente cuantificados, y
como tales se entiende que se aplican contrafácticam ente y que se
confirm an mediante sus instancias58. Así, una teoría de la verdad es
una teoría para describir, explicar, entender, y predecir un aspecto
básico de la conducta verbal. Puesto que el concepto de verdad es
central a la teoría, tenemos justificación para decir que la verdad es
un concepto explicativo de importancia crucial.
La cuestión que queda es: ¿cóm o confirm am os la verdad de una
oración-T? La cuestión es un tipo de cuestión que se plantea con res
pecto a muchas teorías, tanto en las ciencias físicas com o en psicolo
gía. Una teoría de la medida fundamental del peso, por ejemplo,
afirm a en form a axiomática las propiedades de la relación entre x e y
que se dan cuando x es al menos tan pesado como y; esta relación
debe, entre otras cosas, ser transitiva, reflexiva, y no-simétrica. Una
teoría de la preferencia podría estipular que la relación de preferen
cia débil tiene las mismas propiedades formales. Pero en ninguno de
los dos casos los axiomas definen la relación central (x es al menos
como una teoría seria concerniente a esta dimensión del lenguaje. Todavía menos hay
convenciones o reglas para crear o entender metáforas, ironía, humor, etc. Véase mi
«What Metaphors Mean?» y «Convention and Communication», en Inquines imo
Truth and Interpretation.
Si Esto de alguna manera responde a una crítica frecuente a las teorías de la ver
dad como teorías del significado. Por ejemplo, dado el caso (inusual) de dos predica
dos no estructurados con la misma extensión, una teoría de la verdad podría hacer una
distinción si hubiera circunstancias que nunca se dan pero bajo las cuales las condi
ciones de verdad dieran diferentes.
tan pesado como y , x es débilm ente preferido a y), ni nos instruyen
en cómo determ inar cuándo se da la relación. Antes de que la teoría
pueda contrastarse o usarse, debe decirse algo aperca de la interpre
tación de los conceptos no definidos. Lo mismo se aplica al con
cepto de verdad w.
Es un error buscar una definición conductista, o cualquier otra
clase de definición explícita o reducción completa del concepto de
verdad. La verdad es uno de los conceptos más básicos y claros que
tenemos, así es inútil soñar en elim inarlo en favor de algo más sim
ple o más fundamental. Nuestro procedimiento es m ás bien éste: nos
hemos preguntado cuáles son las propiedades formales del concepto
cuando se aplica a estructuras relativamente bien comprendidas, a
saber, a lenguajes. Aquí el trabajo de Tarski ofrece la inspiración.
Queda por indicar cómo una teoría de la verdad puede aplicarse a
hablantes o grupos de hablantes particulares. Dada la complejidad de
las estructuras a las que el concepto de verdad ayuda a caracterizar,
trozos comparativamente anémicos de evidencia, aplicados a una in
finidad potencial de puntos, pueden ofrecer resultados ricos e ins
tructivos. Pero no puede esperarse la formalización completa de la
relación entre la evidencia para la teoría y la teoría misma.
Lo que deberíamos exigir, sin embargo, es que la evidencia para
la teoría sea en principio accesible públicamente, y esto no es asum ir
de antemano los conceptos que tienen que ilustrarse. El requisito de
que la evidencia sea públicamente accesible no se debe a una año
ranza atávica de fundamentaciones conductistas o verificacionistas,
sino al hecho de que lo que hay que explicar es un fenómeno social.
Los fenómenos mentales en general podrían ser privados o no, pero
la interpretación correcta del habla de una persona por otra debe en
principio ser posible. La intención de un hablante de que sus pala
bras se entiendan de una cierta manera podrían por supuesto perm a
necer opaca para los oyentes más capacitados y eruditos, pero lo que
tiene que ver con la interpretación correcta, con el significado, y con
las condiciones de verdad tiene que basarse necesariamente en evi
dencia disponible. Como Ludwig Wittgenstein, por no m encionar a
” Expliqvé en la sección previa por qué creo que no debemos preocuparnos sepa
radamente acerca de la referencia o la satisfacción. Dicho brevemente, la razón es que
las oraciones-T no contienen conceptos referenciales. Puesto que las implicaciones
contrastables de la teoría son oraciones-T en cuanto aplicadas a casos, cualquier ma
nera de caracterizar la satisfacción que ofrezca oraciones-T confirmables será tan
buena como cualquier otra.
Dewey, G. H. Mead, Quine y muchos otros han destacado, el len
guaje es intrínsecamente social. Esto no implica que la verdad y el
significado puedan definirse en térm inos de conducta observable o
que no sea «nada más que» conducta observable; pero sí implica que
el significado se determina completam ente m ediante conducta ob
servable, incluso mediante conducta fácilmente observable. Que los
significados sean descifrables no es una cuestión de suerte; la dispo
nibilidad pública es un aspecto constitutivo del lenguaje.
Los conceptos usados para expresar la evidencia no deben com e
ter petición de principio; deben ser suficientem ente remotos de lo
que la teoría produce en último extremo. Esta conclusión final no es
más que lo que pedimos de cualquier análisis revelador, pero es difí
cil, al menos en este caso, satisfacerla. Cualquier intento de entender
la com unicación verbal debe considerarla en su lecho natural como
parte de una empresa más amplia. Al principio parece que esto no
puede ser difícil, no teniendo el lenguaje más que transacciones pú
blicas entre hablantes e intérpretes, y las aptitudes para tales transac
ciones. Sin embargo la tarea nos elude. Porque el hecho de que los
fenómenos lingüísticos no sean más que fenómenos conductuales,
biológicos, o físicos descritos en un vocabulario exótico de signifi
cado, referencia, verdad aserción, y así sucesivamente — la mera su
perveniencia de esta clase de un tipo de hecho o descripción sobre
otro— no garantiza, o ni siquiera alarga la prom esa de la posibilidad
de la reducción conceptual.
Aquí descansa nuestro problem a. Ahora bosquejaré lo que creo
que es al m enos la clase correcta de solución. El entorno psicoló
gico inm ediato de los logros y aptitudes lingüísticos tiene que en
contrarse en las actitudes, estados, y eventos que se describen en
expresiones intcnsionales: acción intencional, deseos, creencias, y
sus parientes próximos tales com o esperanzas, m iedos, apetencias,
e intentos. No sólo las distintas aptitudes proposicionales, y sus
servidores conceptuales form an el lecho en el que ocurre el habla,
sino que no hay posibilidad de llegar a una com presión profunda de
los hechos lingüísticos excepto si esta com presión se acompaña
m ediante un enfoque entrelazado de las actitudes cognitivas y co-
nativas centrales.
Es pedir dem asiado que estas nociones intensionales básicas se
reduzcan a otra cosa — a algo más conductual, neurológico, o f i
siológico, por ejem plo— . No que podam os analizar ninguno de e s
tos tres básicos — creencia, deseo, y significado— en térm inos de
uno o dos de los otros; o eso creo, y lo he argum entado en otra
p a rte 60. Pero incluso si pudiéram os efectuar una reducción en este
trio básico, los resultados no alcanzarían lo que podría esperarse
sim plem ente porque el punto final — la interpretación, digam os,
del habla— estaría dem asiado próxim a a donde em pezam os (con
creencia y deseo, o con intención, que es el producto de la creen
cia y el deseo). Un tratam iento básico de cualquiera de estos con
ceptos debe em pezar m ás allá o por debajo de todos ellos, o en al
gún punto equidistante de todos ellos.
Si esto es así, un análisis del significado lingüístico que asuma la
identificación previa de intenciones o propósitos no lingüísticos será
radicalm ente incompleto. Y no ayudará el apelar a reglas o conven
ciones explícitas o implícitas, aunque sólo sea porque éstas deben
entenderse en térm inos de intenciones y creencias. Las convenciones
y reglas no explican el lenguaje; el lenguaje las explica a ellas. No
hay duda, por supuesto, de la importancia de m ostrar cómo están co
nectados significados e intenciones. Tales conexiones dan estructura
a las actitudes preposicionales y permiten un tratamiento sistemático
de ellas. Pero la interdependencia de las actitudes intencionales bási
cas es tan completa que carece de base esperar entender una inde
pendientemente del entendim iento de las otras. Lo que se busca, en
tonces es un tratamiento que ofrezca una interpretación de las
palabras de los hablantes al mismo tiempo que proporcione una base
para atribuir al hablante creencias y deseos. Un tratamiento tal pre
tende proporcionar una base para, m ejor que asumir, la individuación
de las actitudes preposicionales.
La teoría bayesiana de la decisión, tal como la desarrolló Ramsey
trata dos de los tres aspectos intencionales de la racionalidad que pa
recen los más fundamentales, la creencia y el deseo. La elección de
un curso de acción sobre otro, o la preferencia de que se dé un es
tado de cosas mejor que otro, es el producto de dos consideraciones:
el valor que se coloca en las distintas consecuencias posibles, y
cómo se juzga que serán esas consecuencias, dado que la acción se
realice o que el estado de cosas llegue a darse. Al elegir una acción o
estado de cosas, por tanto, un agente racional seleccionará una, el
El tipo tic modificación requerida se discute en Inquines ¡uto Truth and lnter-
p retalion.
cados y las oraciones más observacionales es sim ilar en algunos as
pectos al método de Quine en Word and Object (§ 7-10), pero es di
ferente en otros. La diferencia más importante concierne a los obje
tos o eventos que determinan el contenido comunicable. Para Quine,
son los patrones de las term inaciones nerviosas los que provocan el
asentim iento a una oración; una oración de observación de un ha
blante es «estim ulativamente sinónima» de una oración de observa
ción de un intérprete si los mismos patrones de estim ulación próxi
ma! provocaran el aceptar o rechazar las oraciones respectivas de
hablante e intérprete. La idea de Quine es captar en una forma cientí
ficam ente respetable la idea empirista de que el significado depende
de la evidencia directam ente disponible para cada hablante. En con
traste, mi enfoque es externalista: sugiero que la interpretación de
pende (en las situaciones más simples y básicas) de los objetos y
eventos externos sobresalientes tanto para el hablante como para el
intérprete, los mismos objetos y eventos son entonces considerados
por el intérprete com o el tema de las palabras del hablante. Es el es
tímulo distal lo que cuenta para la interpretación66. El significado de
este punto será ahora valorado.
La dificultad con lo que podríam os llam ar Teoría Distal de la
Referencia es que hace difícil explicar el error, el hueco crucial entre
lo que uno cree que es verdadero y lo que es verdadero; puesto que
la teoría distal basa la verdad en la creencia, el problema es crucial.
La solución depende de dos estrategias interpretativas íntimamente
relacionadas. Un intérprete dedicado a trabajar sobre los significados
de un hablante se da cuenta de más cosas que las que causan asenti
miento y disentimiento; se da cuenta de lo bien colocado y equipado
que está el hablante para observar aspectos de su entorno, y de
acuerdo con eso le da más peso a algunas respuestas verbales que a
otras. Esto le da los rudim entos de una explicación de los casos des
viados donde el hablante llama a una oveja una cabra porque está
equivocado acerca del animal más que acerca de la palabra. La estra
tegia más sutil y m ás importante depende de la interanimación de
oraciones. Con esto quiero decir la medida en la que un hablante
cuenta la verdad de una oracion como apoyo a la verdad de otras.
APÉNDICE
prob(s)des(s) + prob(t)des(t)
des(s o t) -------------—---------- — ----------
prob(s) + prob(t)
[Escribo ‘prob (s)’ para la probabilidad subjetiva de s y 'des(s)’ para
la deseabilidad de s.] Al relacionar la preferencia y la creencia, este
axiom a hace el tipo de trabajo que habitualmente se hace en las
apuestas; la relación es, sin embargo, diferente. Los eventos se corre
lacionan con oraciones que bajo la interpretación resulta que dicen
que el evento ocurre (‘la carta siguiente es un trébol’)- Las acciones
y los resultados también están representados por oraciones (‘el
agente apuesta un dólar’, ‘el agente gana cinco dólares’). Las apues
tas no entran directamente, pero el elem ento de riesgo está presente,
puesto que elegir que una oración sea verdadera es habitualm ente co
rrer un riesgo acerca de lo que será concomitantem ente verdadero.
(Se asume que uno no puede elegir una oración lógicamente falsa.)
Así vemos que, si el agente elige hacer verdadera en vez de falsa la
oración ‘el agente apuesta un dólar’, está tomando una posibilidad
sobre un resultado, que podría pensarse, por ejemplo, que depende
de si la siguiente carta es o no un trébol. Entonces la deseabilidad de
la (verdad de) la oración ‘el agente apuesta un dólar’ será la deseabi
lidad de las distintas circunstancias en las que la oración es verda
dera, sopesadas de la forma habitual por las probabilidades de esas
circunstancias. Supongamos que el agente cree que ganará cinco dó
lares si la carta siguiente es un trébol y que no ganará nada si la carta
siguiente no es un trébol; tendrá entonces un especial interés en si la
verdad de ‘el agente apuesta un dólar’ se em parejará con la verdad o
falsedad de ‘la siguiente carta es un trébol’. Abreviem os estas dos
oraciones por ‘s ’ y ‘t \ Entonces
Esto es, por supuesto, algo parecido a las apuestas de Ramsey. Di
fiere, sin embargo, en que no hay ninguna asunción de que «los esta
dos de la naturaleza» que podría pensarse que determ inan los resul
tados sean, en la term inología de Ramsey, «m oralm ente neutrales»,
esto es, que no tengan efecto sobre las deseabilidades de los resulta
dos. Ni hay tampoco la asunción de que las probabilidades de los re
sultados dependan de nada más que de las probabilidades de los «es
tados de naturaleza» (el agente podría creer que tiene una posibilidad
de ganar cinco dólares incluso si la siguiente carta no es un trébol, y
una posibilidad de que no ganará cinco dólares incluso si la próxima
carta es un trébol).
El axiom a de deseabilidad puede usarse para mostrar cómo las
probabilidades dependen de las deseabilidadcs en el sistem a de Jcf-
frey. Tomemos el caso especial donde t = s. Entonces'tenem os
/ . des(s o s ) - des(s)
(2 ) prob(s) = — - - - - - - - ■■■
des(s) - des(s)
(3) p ro b (s)= l
j des(s)
des(s)
dcs(s|s) = d e s ^ s)
65 Estoy en deuda con Stig Kangeen por mostrarme por qué un intento anterior
para solucionar esta problema no funcionaría. También él añadió algunos refinamien
tos necesarios a la propuesta actual.
" Para los detalles véase Jeffrey, The Logic o f Decisión.
En este punto las probabilidades y deseabilidades de todas las
oraciones han sido en teoría determinadas. Pero ninguna oración
completa ha sido todavía interpretada, aunque las conectivas oracio
nales veritativo-funcionales han sido identificadas, y así las oracio
nes lógicamente verdaderas o falsas en virtud de la lógica oracional
pueden reconocerse.
Hemos m ostrado cómo interpretar las oraciones más simples so
bre la base de (grados de) creencia en su verdad. Dados los grados
de creencia y fuerzas de deseo relativas do la verdad de las oraciones
interpretadas, podem os dar un contenido preposicional a las creen
cias y deseos de un agente.
B. TEORÍAS NO SEMÁNTICAS
RUDOLFCARNAP
OBSERVACIONES SOBRE LA INDUCCIÓN
Y LA VERDAD
(1946)
E d ic ió n o r ig in a l :
O t r o s en sa y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
— «Die alte und die neue Logik», Erkenntnis, I (1930), pp. 12-26.
— «Wahrheit und Bewáhrung», A des du Congrés International de
Philosophie Scientifique, fase. 4, París, 1936, pp. 18-23.
B ib l io g r a f ía c o m p l e m e n t a r ia :
— Coffa, A., «Carnap, Tarski and the search for Truth», Nous, 21
(1987), pp. 547-572.
— W. Stegmüller, Das Wahrheitsproblem und die Idee der Semantik.
Eine Einführung in die Theorien von A. Tarski und R. Carnap,
Springer, Viena, 1957.
— A. J. Ayer, «Truth», en The concept ofa Person and other Essays,
McMillan & Co., Londres, 1963, pp. 162-187 (ed. east.: «La s'er-
dad», en El concepto de persona, Seix Barral, Barcelona, 1969,
pp. 201-230).
O b s e r v a c i o n e s : F.1 ensayo «Remarles on índuction and Truth» es una
Tras leer las ponencias presentadas a este sim posio sobre pro
babilidad, encuentro que las opiniones de Ernest N a g e l2, Félix
K au fm an n 1 y Donald W illiam s4 coinciden con las m ias en muchos
aspectos fundam entales. El acuerdo no se lim ita a la actitud em pi-
rista general, com partida por más o m enos todos los participantes
en el sim posio. Tam bién coincidim os en algunas convicciones más
específicas: en que el concepto de probabilidad com o frecuencia,
por sí solo, no es suficiente; en que resulta im prescindible para el
m étodo científico dar con un concepto diferente de probabilidad, y
en que éste es un concepto lógico fundam ental para la contrasta-
ción de hipótesis a p artir de la evidencia dada y, por tanto, para la
inferencia no dem ostrativa. Tengo la im presión de que la diferen
cia principal que separa en dos bandos a los participantes en este
sim posio tiene que ver con la cuestión de la existencia y la fun
ción de ese concepto lógico de probabilidad o, en otras palabras,
con la posibilidad y la naturaleza de la lógica inductiva, entendida
com o la teoría lógica de la confirm ación y de la inferencia no de
5 Cfr. R. Carnap, «The Two Concepts o f Probability», loe. cit., vol. V (1945),
pp. 513-532, y R. Carnap, «On Inductive Logic», Philosophy o) Science, vol. XII
(1945), pp. 72-97. (Este último artículo apareció a la vez que la primera parle del
Simposio sobre Probabilidad; los demás autores no conocían su contenido cuando es
cribieron sus contribuciones para las partes segunda y tercera.)
4 11. Reichenbach, «Rcply to Donald C. Williams' Criticism ol'the Frequency Theory
o f Probability», Philosophv and Phenomenological Research, vol. V (1945), pp. 508-
512.
! Cfr. R. von Mises, «Commcnts on Donald Williams’ Paper», loe. cit., vol. VI
(1945), pp. 45 ss., y von Mises, «Comments on Donald W illiams’ Reply», loe. cit.,
pp. 611-613.
8 Quisiera aprovechar la oportunidad para aclarar algunos puntos en los que von
Mises no ha entendido adecuadamente mi posición (cfr. su segunda contribución, nota
anterior).
(I) He propuesto los términos 'explicandum' y ‘explicatum' meramente como
dos abreviaturas con las que referirme a dos conceptos utilizados frecuentemente por
los científicos, incluido von Mises, y por los filósofos en sus discusiones en torno a la
metodología de la ciencia. Por señalar un ejemplo notorio, la «teoría de la probabili
dad» de von Mises introduce el concepto de límite de una frecuencia relativa en una
secuencia con una distribución al azar (él lo llama «probabilidad») como un sustituto
exacto del usual pero inexacto concepto de frecuencia relativa a largo plazo (llamada
también a veces «probabilidad»). Así que, dicho con mi terminología, él propone el
primer concepto como un explicatum para el segundo, que sería el explicandum. Me
sorprende que von Mises considere mis conceptos de explicandum y explicatum como
“un tanto metafísicos». Supongo que, con todo, él está de acuerdo conmigo en que su
propia teoría, aunque basada en una explicación, no es de naturaleza metafísica sino
genuinamentc científica. (Por cierto, no puedo estar de acuerdo con von Mises en lo
concerniente a la región del reino científico a la que pertenece su teoría. Aquí, como
en publicaciones anteriores, von Mises sostiene que su teoría de la probabilidad es
A pesar de estar yo de acuerdo en lo fundamental con Nagel,
Kaufmann y Williams, quedan algunos asuntos en los que nuestras
opiniones difieren. Resulta tentador discutir todos esos problemas, y
estoy convencido, dado nuestro acuerdo en lo principal, de que la
discusión en torno a cualquiera de ellos resultaría fructífera. Sin em
bargo, en el presente artículo voy a limitarme a discutir dos cuestio
nes. Dichas cuestiones me parecen especialmente im portantes y, por
otra parte, la discusión previa ha despejado el terreno lo suficiente
com o para que sea posible avanzar un paso más hacia la clarifica
ción. En su excelente resumen del simposio, Kaufmann nos ha pro
porcionado un claro esquema de las diversas posiciones y las el ife-
empírica, una rama de ciencias naturales como la física. Sin embargo, aunque sus teo
remas se refieran a acontecimientos múltiples son, de forma bastante evidente, pura
mente analíticos; las pruebas de esos teoremas, a diferencia de lo que ocurre con
ejemplos de aplicaciones, no hacen uso de ningún resultado observacional que tenga
que ver con esos acontecimientos múltiples, sino únicamente de métodos lógico-mate-
máticos y de su definición de «probabilidad». Su teoría, por tanto, pertenece a las ma
temáticas puras, no a la física. F. Waismann ha discutido en detalle y ha aclarado por
completo esta cuestión en las pp. 239 ss. de su artículo «Logische Analyse des Wahrs-
cheinlichkeitsbegriffs», en Erkenntnis, vol. I, 1930, pp. 228-248.)
(2) No se caracteriza adecuadamente mi distinción entre probabilidad, y proba
bilidad, diciendo que el segundo de estos conceptos se aplica a acontecimientos múlti
ples o a juegos de azar, en tanto que el primero es el grado de confirmación de un solo
suceso. En realidad, el ámbito de la probabilidad, o grado de confirmación no se res
tringe a acontecimientos individuales sino que se aplica a todo tipo de oraciones,
corno expliqué en mi artículo anterior. De hecho, la mayoría de las aplicaciones más
importantes de este concepto se realizan con acontecimientos múltiples, con afirma
ciones estadísticas relativas a frecuencias en una cierta población o en una muestra de
ésta. [Cfr. los ejemplos de teoremas relativos al grado de confirmación que aparecen
en mi artículo «On Inductive Logic» (cfr. n. 5), §§ 9, 10, 12, 13.] La diferencia funda
mental es más bien la siguiente: la expresión ‘probabilidad.’ designa una función em
pírica, a saber, la frecuencia relativa, en tanto que ‘probabilidad!’ designa una cierta
relación lógica entre oraciones; estas oraciones, a su vez, pueden referir o no a fre
cuencias.
(3) Von Mises se pregunta si estoy abandonando mi anterior convicción de que
toda oración (verdadera) o bien es una verdad lógica (analítica, tautológica) o bien es
una verdad empírica, en el caso de aquellas oraciones (verdaderas) que establecen el
valor de probabilidad, o grado de confirmación de una hipótesis h con respecto a una
evidencia dada e (por ejemplo, “c(h,e) ~ q”). Pues bien; sigo manteniendo la misma
convicción. Las oraciones del tipo descrito son analíticas, tal y como he sostenido en
un artículo anterior («The Two Concepts o f Probability», cfr. n. 5, pp. 522 y 526). Los
enunciados de la lógica inductiva y los de la lógica deductiva se diferencian única
mente en que los primeros incorporan el concepto de grado de confirmación y están
basados en la definición de ese concepto, en tanto que los segundos son independien
tes de dicho concepto.
ren das existentes entre ellas. Al explicar mi postura, ha discutido
dos asuntos en las que sus opiniones difieren de las mias. Estas tie
nen que ver con la naturaleza de la inferencia inductiva y la legitim i
dad del concepto de verdad. En las dos secciones siguientes vuelvo a
ocuparme de estos dos asuntos.
En el artículo ya m encionado9, en artículos anteriores10 y, sobre
todo, en su último libro" (cuya prim era mitad proporciona un análi
sis detallado de la ciencia em pírica en general), Kaufmann ha expli
cado sus puntos de vista acerca de la naturaleza y el propósito del
método de la ciencia empírica. Yo estoy en gran parte de acuerdo con
sus posiciones generales acerca de estas cuestiones. Cuando Kauf
mann acertadam ente afirm a que mi concepción actual de la lógica
como una teoría basada en el análisis del significado se encuentra
más cercana a su posición que mi concepción anterior, yo puedo co
rresponder expresando mi satisfacción al descubrir que sus opinio
nes sobre la metodología de la ciencia empírica son ahora mucho
más parecidas que antes a las m ías y a las empiristas en general. In
cluso llegaría a clasificar sus puntos de vista actuales sobre esta m a
teria como una variante del empirismo. El que esta calificación esté
com pletam ente justificada depende principalm ente de cuál sea la na
turaleza de las «reglas del proceder científico». Si yo entiendo co
rrectamente cóm o concibe Kaufmann estas reglas, su intención es
que sirvan como definición de: «proceder científico correcto a la
hora de aceptar una oración»; supongo, por tanto, que aquellos enun
ciados basados en estas reglas son considerados analíticos y que, por
consiguiente, no contravienen la exigencia empirista. Nagel, por su
parte, sospecha que hay un ingrediente de lo sintético a priori en es
tas reglas y, por tanto, caracteriza la posición de Kaufmann como
apriorista y kantiana. No creo que esa caracterización sea acertada,
pero estoy de acuerdo con Nagel en que sería necesario aclarar algo
más este p u n to l2.
9 Cfr. n. 3.
10 Félix Kaufmann, «The Logical Rules of Scientific Piocedure», Philosophy and
Phenomenological Research, vol. II (1942), pp. 457-471; «Verification, Meaning and
Truth», Philosophy and Phenomenological Research, vol. IV (1944), pp. 267-284.
11 Félix Kaufmann, Methodology o f the Social Sciences, Londres y Nueva York,
1944.
El interesante debate entre Kaufmann y Nagel, que tuvo como punto de partida
uno de los artículos de Kaufmann (el segundo de los mencionados en la nota n," 10)
aparece en Philosophy and Phenomenological Research, vol. 5 (1945), pp. 50-58 (Na
gel), 69-74 (Kaufmann), 75-79 (Nagel) y 350-353 (Kaufmann).
La inferencia inductiva (esto es, no demostrativa) y la deductiva
me parecen análogas en lo fundamental. Creo justificado, por tanto,
hablar en am bos casos de «lógica», distinguiendo entre las dos teo
rías mediante las expresiones «lógica deductiva» y «lógica induc
tiva». Kaufmann, en cambio, encuentra una diferencia fundamental
entre ambos procedimientos de inferencia. En este punto radica
nuestra principal discrepancia.
La analogía que yo encuentro entre los dos ámbitos quizás se
perciba más claram ente con ayuda de los ejemplos siguientes, pre
sentados en dos columnas paralelas. Inserto de vez en cuando las ex
presiones «[K:+]» y «[K :-]» para indicar que Kaufm ann (al menos,
según yo lo interpreto) está de acuerdo o no, respectivamente, con
mis afirm aciones; un signo de interrogación significa que no estoy
seguro de interpretar la posición de Kaufmann correctamente.
D7. “Si X sabe que i en el mo 17. “Si X sabe que e, y nada más,
mento /, entonces aquella decisión de X en el momento t, entonces aquella deci
en / que esté basada en el supuesto j está sión de X en t que esté basada en la atri
racionalmente justificada.” bución de un grado de certeza de 2/3 a h
está racionalmente justificada (por ejem
plo, la decisión de apostar por h dos, o
menos, contra uno).”
15 Las citas de Kaufmann que siguen están tomadas de la segunda parte del ar
tículo «Scientific Procedure and Probability» (cfr. n. 3).
aplicación D6 y D7. Estoy por tanto de acuerdo con Kaufmann, en lo
tocante a D I, cuando rechaza la opinión de que “en el proceso de de
ducción se hace referencia a conocim iento empírico aceptado” . Ade
más, teniendo en cuenta la diferencia existente entre DI y sus aplica
ciones habituales (como, por ejemplo, la que encontram os en D6),
estoy asim ismo de acuerdo cuando añade: “Pero éste no es el caso,
aunque las inferencias deductivas, tanto en la ciencia como en la
vida diaria, se obtengan norm alm ente a partir de proposiciones váli
das. La cuestión decisiva es que la validez de las premisas resulta
irrelevante a la hora de llevar a cabo una inferencia deductiva.”
Hasta ahí, de acuerdo. Pero lo mismo vale para la lógica induc
tiva. Es cierto que las inferencias inductivas se obtienen norm al
mente, tanto en ciencia como en la vida diaria, a partir de premisas
válidas (conocidas, bien establecidas), como en 16. Pero esto es vá
lido sólo para la aplicación habitual. La cuestión fundamental es que
resulta irrelevante desde el punto de vista de la corrección de la infe
rencia inductiva en sí misma (11, por ejemplo), el que las premisas
(en el caso de II, la evidencia e) sean o no verdaderas y, en caso de
que lo sean, el que sepamos que lo son. El punto de vista de Kauf
mann según el cual la inferencia inductiva, en oposición a la inferen
cia deductiva, “tiene que ver de form a esencial con cuestiones de va
lid e/”, se debe, en mi opinión, a que no distingue, dentro de la lógica
inductiva, entre la relación lógica en sí misma y su aplicación a si
tuaciones epistém icas dadas (una distinción que el m ism o Kaufmann
realiza con tanta claridad en la lógica deductiva). Kaufmann concibe
la oración «h puede inferirse inductivamente a partir de e» como una
mera formulación elíptica de: «Si e es un elem ento del cuerpo de co
nocimiento bien establecido en el momento en el cual se realiza la
inferencia, entonces es correcto incorporar/; a ese cuerpo de conoci
miento.» Si sustituim os estas dos oraciones por mis formulaciones
11 e 16, ligeramente diferentes, podem os considerarlas análogas a DI
y D6 en lo siguiente: II no es elíptica sino com pleta; 16 no es más
explícita que 11 , sin que represente un caso especial de aplicación.
Kaufmann encuentra otra diferencia fundamental más entre la ló
gica deductiva y la inductiva. En su opinión, la formulación com
pleta de la relación inductiva entre dos oraciones debe referirse ex
plícitamente a ciertas «reglas de inducción presupuestas.» De este
modo, rechaza 13 aunque esté de acuerdo con D3. Se me ocurren dos
interpretaciones posibles del punto de vista de Kaufmann. (i) Quizás
quiera decir sim plemente que se presupone la definición de «grado
de confirm ación.» En eso estoy, naturalmente, de acuerdo con él.
Pero a este respecto no hay diferencia alguna entre la lógica deductiva
y la inductiva, ya que cualquier enunciado en cualquier ámbito presu
pone las definiciones de los términos que aparecen en él. (¡i) Ahora
bien, puesto que Kaufmann insiste en la existencia de una diferencia
entre la lógica inductiva y la deductiva, asumo que no se limita a su
gerir que se presupone la definición, sino (o además) reglas específi
cas de inducción. Si esto es lo que quiere decir, no puedo estar de
acuerdo con él. En mi opinión, una vez se formula una definición de
grado de confirm ación 110 es necesario invocar reglas adicionales
para probar enunciados con la forma II. Para mostrar que esto es así,
he definido una cierta función, c‘, que representa el grado de confir
mación, y a continuación he demostrado dos tipos de teoremas: ( 1)
enunciados específicos que atribuyen a c' un valor numérico particu
lar para dos oraciones dadas, e y h (como en II); (2) enunciados ge
nerales de los cuales se siguen, como casos particulares, aquéllos de
la forma (1 )M. Las pruebas de esos teoremas sólo hacen uso de la de
finición de c" (amén de los procedimientos deductivos habituales), sin
necesidad de introducir ninguna regla o postulado inductivos. Por
tanto, los teoremas no pueden contener referencia alguna a tales re
glas. Las opiniones de Kaufmann en este punto se basan en la creen
cia de que “a diferencia de la inferencia deductiva, aquélla fia infe
rencia inductiva] no revela ninguna relación interna entre las
proposiciones conectadas mediante las reglas.” A mi juicio, por el
contrario, los enunciados elementales de la lógica inductiva (II, por
ejemplo) expresan una relación puramente lógica entre dos oraciones,
de la misma manera que lo hacen los enunciados elementales de la ló
gica deductiva (por ejemplo, D I). En ambos casos, la relación es pu
ramente lógica, en el sentido de que depende tan sólo de los significa
dos de las oraciones o, para decirlo con mayor exactitud de sus
rangos. La relación deductiva consiste en la inclusión completa de un
rango en el otro; la relación inductiva, en una inclusión parciall5.
Otro punto en el que difiero de Kaufmann es su distinción entre
proposiciones aceptadas y rechazadas (si bien es posible que esta di
ferencia no sea de gran im portancia y podam os llegar a ponernos de
acuerdo). Cuando leí en las primeras publicaciones de Kaufm ann su
3. EL CONCEPTO DE VERDAD
Dcgree of Confirmation», Journal ofSym holic Logic, vol. 10 (1945), pp. 25-60; cfr.
en particular la p. 59. También ha sido abordado por Cari G. Hempel y P. Oppenheim
en «A Definition o f “Degree o f Confirmation”», Philosopliy o f Science, vol. XII
(1945), pp. 98-115 (cfr. pp. 114 ss.).
11 Cfr. la p. 5 3 1 del primero de los artículos míos citados en la nota 5, así como las
referencias que aparecen en la nota 21 de ese artículo.
miento que posee tan sólo un cierto grado de certeza, no certeza ab
soluta, y que por tanto podría ser refutado o debilitado por alguna
experiencia futura. (Esto último se entiende como una posibilidad te
órica; si el grado de certeza es lo suficientemente alto podemos, en
la práctica, descartar la posibilidad de una refutación futura).
Estoy de acuerdo con Kaufmann (y con casi todo el mundo) en
que oraciones como (3) siempre deberían entenderse en el sentido
(b) y no en el sentido (a). En la discusión que sigue presupongo esta
interpretación de las oraciones (3) y (4).
Ahora el punto decisivo para encarar nuestro problema en su in
tegridad es el siguiente: las oraciones (1) y (2) son lógicamente equi
valentes', en otras palabras, cada una de ellas implica la otra; no son
más que diversas form ulaciones del mismo contenido fáctico; nadie
puede aceptar una de ellas y rechazar la otra; si se usan con la inten
ción de comunicar, ambas oraciones transmiten la misma informa
ción aunque de form a diferente. La diferencia de form a tiene cierta
mente su importancia: las dos oraciones pertenecen a dos regiones
bastante diferentes del lenguaje. (Usando mi term inología, (1) perte
nece a esa región del lenguaje que llamo lenguaje objeto, mientras
que (2 ) pertenece a esa otra región que llamo metalengnaje, más
concretamente, a la región semántica). Esta diferencia en cuanto a la
forma no evita, sin embargo, su equivalencia lógica. A mi juicio, el
hecho de que tal equivalencia no haya sido tenida en cuenta por mu
chos autores (por ejemplo, C. S. Peirce y John D e w c y '\ Reichen-
b a c h 19 y N eurath20) ha dado lugar a m ultitud de malentendidos en las
discusiones actuales en torno al concepto de verdad. Es necesario
adm itir que siem pre que se afirm a la equivalencia lógica de dos ora
ciones en castellano es necesario añadir algunas matizaciones, de
bido a la am bigüedad de las palabras del lenguaje habitual (en este
caso la palabra ‘verdadero’). Pero la equivalencia es ciertam ente vá
lida si entendem os ‘verdadero’ en el sentido del concepto semántico
de verd ad21. Creo, como Tarski, que éste es tam bién el sentido en el
18 Cfr. John Dewey, Logic: The Theory oflnquiry, 1938, p. 345, n. 6, con citas de
Peirce.
19 Hans Reichenbach, Experience and Prediction, 1938; cfr. §§ 22 y 35.
20 Otto Neurath, «Universal Jargon and Terminology», Proceedings o f the Arísto-
telian Society, 1940-41, pp. 127-148; cfr. especialmente las pp. 138 ss.
!l Con respecto a esta cuestión, cfr. Alfred Tarski, «The Semantic Conception of
Truth, and the Foundations of Semantics», Philosophy and Phenomenological Research,
vol. IV (1944), pp. 341-376, donde se aclaran algunas confusiones habituales. Cfr. asi-
cual se suele utilizar la palabra ‘verdadero’ tanto en la vida cotidiana
como en la ciencia22. Sin embargo, ésta es una cuestión psicológica o
histórica en la que no necesitamos entrar ahora con mayor profundi
dad. En cualquier caso, quede claro que a lo largo de la discusión
presente uso la palabra ‘verdadero’ en este sentido semántico.
Las oraciones (1) y (3) no dicen, evidentemente, lo mismo. De
ahí se sigue una conclusión im portante que, a pesar de su obviedad,
se pasa por alto con frecuencia: las oraciones (2) y (3) poseen conte
nidos diferentes. (3) y (4) son lógicamente equivalentes ya que lo son
(1) y (2). De ahí se sigue que (2) y (4) tienen contenidos diferentes.
(Ahora queda claro que no es posible aceptar una cierta posibilidad
term inológica que Kaufmann toma en consideración: “ Si tenem os
presente en todo momento que podem os arrepentim os de nuestra
previa aceptación de una oración” [o, en otras palabras, que hemos
de usar siem pre la interpretación (b) y no (a)], “entonces podríam os
llam ar a las proposiciones aceptadas proposiciones verdaderas.”
Una convención tal sería, sin em bargo, fuente de confusiones, ya
que difum inaría la im portantísim a distinción entre (2) y (3). C ierta
mente, no puedo estar de acuerdo con Kaufmann cuando afirm a que
“tal cosa estaría en consonancia con una costum bre bastante exten
dida” . Bien es cierto que “serviría para establecer una conexión re
cíproca entre los térm inos ‘conocim iento’ y ‘verdad’” ; pero es pre
cisam ente en esta conexión o identificación donde yo sitúo el
origen de todo el lío.
Kaufmann llega a la conclusión de que mi concepción, si bien
acorde con “el punto de vista tradicional”, “es incompatible con el
principio heurístico que descarta la posibilidad de verdades inm uta
bles en el caso de las proposiciones sintéticas. Es imposible que nin
guna metodología empírica confirm e en grado alguno aquello que
está excluido por un principio general (constitutivo) del proceder
empírico. Es imposible alcanzar un conocimiento (perfecto o imper
fecto) de la verdad invariable de las proposiciones sintéticas, y no
debido a las limitaciones del conocimiento humano, sino porque la
25 Reichenbach, op. cit., n. 20, p. 188: “Así pues, no hay ninguna proposición que
pueda verificarse de manera absoluta. El predicado que indica el valor de verdad de
N eurath 24 y otros autores opinan que se debería abandonar el con
cepto sem ántico de verdad, al menos en su aplicación a oraciones
sintéticas que se refieran a objetos físicos, ya que no es posible con
cluir con certeza absoluta si una oración es verdadera o no. Estoy de
acuerdo en que no es posible concluir tal cosa en esos términos. Pero
¿es acaso válido inferir sobre esa base que el concepto de verdad no
es admisible? Una inferencia tal parece presuponer la siguiente pre
misa mayor P: “Un térm ino (predicado) debe rechazarse si nunca po
demos decidir con certeza absoluta si el término puede emplearse
adecuadamente en una instancia dada cualquiera.” La argumentación
desarrollada por los autores citados sería válida si se presupusiera
este principio P, y no veo cómo se podría alcanzar la conclusión
m encionada sin recurrir a ese presupuesto. Pero no creo que dichos
autores crean realm ente el principio P. En cualquier caso, es fácil ver
que aceptar P acarrearía consecuencias absurdas. Por ejemplo, nunca
podemos decidir con absoluta certeza si una sustancia determinada
es alcohol o no; así que, de acuerdo con el principio P, deberíamos
rechazar el término ‘alcohol.’ Y lo mismo vale, evidentemente, para
cualquier térm ino del lenguaje físico. Asi pues, supongo que todos
estaremos de acuerdo en sustituir P por un principio más débil; este
principio, P \ que enuncio a continuación, es ciertam ente uno de los
principios del em pirism o o, si se quiere, de la investigación cientí
fica: “ un térm ino (predicado) es un térm ino científico legítimo (tiene
contenido cognoscitivo, posee significado empírico) si y sólo si es
posible confirm ar, al menos en algún grado, una oración que asigna
el térm ino a un caso dado” . «Es posible» significa aquí «si se dan
una proposición, por tanto [!], expresa una cualidad meramente ficticia y tiene su lu
gar únicamente en un mundo científico ideal. Sin embargo, la ciencia real no puede
hacer uso de él. La ciencia real utiliza en cambio constantemente el predicado que ex
presa el peso de la proposición.”
Comparto el rechazo de Neurath a la posibilidad de un conocimiento absoluta
mente cierto: por ejemplo, cuando critica a Schlick, quien creía que el conocimiento
proporcionado por ciertas oraciones básicas («Konstatierungen») era absolutamente
cierto. Cfr. Neurath, «Radikaler Physikalismus und “Wirkliche Welt”», Erkennlnis,
vol. IV (1934), pp. 346-362. Pero no puedo estar de acuerdo con él cuando, tomando
esta tesis como punto de partida, termina impugnando el concepto de verdad. En el ar
tículo citado más arriba (nota 20) afirma lo siguiente (pp. 138-139): «Utilizando la
terminología tradicional, podemos decir que una determinada persona acepta ciertos
enunciados en un momento dado, y que esa misma persona no los acepta en otro mo
mento, pero no podemos decir que algunos enunciados son hoy verdaderos y no lo son
mañana; “verdadero” y “falso” son términos “absolutos” que debemos evitar.»
ciertas observaciones especificabas»; «en algún grado» no tiene por
qué im plicar necesariamente una evaluación numérica. P' es una for
mulación sim plificada del «requisito de confirm abilidad»23; éste, me
parece, coincide en lo esencial con el «prim er principio de la teoría
probabi 1istica del significado» de R e i c h e n b a c h y ambos son ver
siones menos estrictas del requisito de verificabilidad, formulado
anteriorm ente por C. S. Peirce, W ittgenstein y otros. Así que, de
acuerdo con P \ ‘alcohol’ es un término científico legítimo, ya que es
posible confirm ar en algún grado la oración ( 1) siempre y cuando se
lleven a cabo las observaciones oportunas. Pero esas mismas obser
vaciones confirm arían (2 ) en el mismo grado, ya que ésta es lógica
mente equivalente a (1). Por tanto, de acuerdo con P \ ‘verdadero’ es
igualmente un término científico legítimo.
ÉDlGlÓNCASffBIJíANAí ¿
spl'Zy.}*: v > V . \ \ * \ - v ' V ; ; v :; -i
— «Verdad», en Ensayos Filosóficos, Alianza, Madrid, 1989,
pp. 119-132. Reproducimos el texto de esta edición con autoriza
ción expresa de la empresa editora.
T r a d u c c ió n : A. García Suárez.
O t r o s e n s a y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
B ib l io g r a f ía c o m p l e m e n t a r ia :
5 Peirce marcó un inicio al señalar que hay dos (o tres) sentidos diferentes de la
palabra ‘palabra’, y pergueñó una técnica ( ‘contar- palabras) para decidir qué es un
‘sentido diferente’. Pero sus dos sentidos no están bien definidos, y hay muchos más
— el sentido ‘vocablo’, el sentido del filólogo en que ‘gramática’ es la misma palabra
que 'glamour', el sentido critico textual en que el ‘el’ de 1. 254 ha sido escrito dos ve
ces, etc. . Con todas sus 66 divisiones de los signos, Peirce no distingue, creo yo, en
tre una oración y un enunciado.
6 ‘Histórico’ no significa, por cierto, que no podamos hablar de enunciados futu
ros o posibles, un ‘determinado’ hablante no necesita ser algún hablante definido.
‘Emisión’ no necesita ser una emisión pública - la audiencia puede ser el hablante
mismo.
referencia a la misma situación o evento7. Hablamos de ‘el enunciado
de que E ’, pero de ‘la oración «S»’, no de ‘la oración de que S ’ \
Cuando digo que un enunciado es lo que es verdadero, no lengo
deseo alguno de aferrarm e a una palabra. ‘A serción’, por ejemplo,
serviría tan bien en la mayoría de los contextos, aunque quizá sea li
geramente m ás amplia. Ambas palabras comparten la debilidad de
ser un tanto solemnes (mucho más de lo que lo son las más genera
les, ‘lo que dijiste’ o ‘tus palabras’) — aunque quizá seamos general
mente un poco solemnes cuando discutimos la verdad de algo— .
Pero ambas tienen el mérito de referirse claramente al uso histórico
de una oración por un emisor, y de no ser por tanto exactamente
equivalentes a oración. Pues es un error de moda el tom ar com o pri
maria ‘(La oración) ‘S’ es verdadera (en el lenguaje castellano)’.
Aquí la adición de las palabras ‘en el lenguaje castellano’ sirve para
enfatizar el que ‘oración’ no se está usando como equivalente a
‘enunciado’, de modo que precisam ente no es lo que puede ser ver
dadero 0 falso (y, además, ‘verdadera en el lenguaje castellano’ es un
solecismo, presumiblemente mal modelado, y con deplorable efecto,
sobre expresiones como ‘verdadera en geom etría’).
¿Cuándo es un enunciado verdadero? La tentación es responder
(al menos si nos limitamos a enunciados ‘directos’): ‘Cuando corres
ponde a los hechos’. Y como trozo de castellano normal difícilmente
puede esto ser incorrecto. En realidad, debo confesar que no creo
realmente que sea incorrecto en absoluto: la teoría de la verdad es
una serie de perogrulladas. No obstante, puede al menos ser deso
rientador.
" El problema está en que las oraciones contienen palabras o recursos verbales
que sirven tanto a los propósitos descriptivos como a los demostrativos (por no
mencionar otros propósitos), frecuentemente a ambos a la vez. En filosofía confun
dimos lo descriptivo con lo demostrativo (teoría de los universales) o lo demostra
tivo con lo descriptivo (teoría de las mónadas). Una oración en cuanto normalmente
diferenciada de una mera palabra o expresión se caracteriza por contener un mínimo
de recursos verbales demostrativos (la ‘referencia al tiempo’ de Aristóteles); pero
muchas convenciones demostrativas son no verbales (señalar, etc.), y usándolas po
demos hacer un enunciado con una sola palabra que no es una ‘oración’. Así, len
guajes como el de señales (de tráfico, etc.) usan medios muy diferenciados para sus
elementos descriptivos y demostrativos (la señal en el poste, la localización del
poste). Y por muchos recursos demostrativos verbales que empleemos como auxilia
res, debe siempre haber un origen no verbal para estas coordenadas, lo cual es la
clave de la emisión del enunciado.
Uso las siguientes abreviaturas:
Tomo eeqE como mi ejemplo en lo sucesivo y no, pongamos por caso, ecq Julio
César era calvo o eeq todos los nudos son estériles, porque estos últimos son capaces
en sus diferentes formas de hacerlos pasar por alto la distinción entre oración y enun
ciado; tenemos, aparentemente, en el primer caso una oración susceptible de ser usada
para referirse a sólo una situación histórica, en el otro un enunciado sin referencia a al
menos (o a cualquier particular) una.
Si el espacio lo permitiese otros tipos de enunciado (existencial, general, hipoté
tico, etc.) deberían ser examinados; éstos plantean problemas más de significado que
de verdad, aunque siento incomodidad con respecto a los hipotéticos.
cho precisam ente correspondiente —para todo gorro la cabeza en
que ajusta— .
Es i) lo que lleva a algunos de los errores de las teorías formalis
tas o de la ‘coherencia’; ii) a algunos de las teorías de la ‘correspon
dencia’. O suponem os que no hay nada, excepto el propio enunciado
verdadero, nada a lo que él corresponda, o en otro caso poblamos el
mundo de Doppelgánger lingüísticos (y lo superpoblamos luju
riantemente — todo pedazo de hecho ‘positivo’ veteado por una con
centración masiva de hechos ‘negativos’, todo m agro hecho deta
llado enriquecido con generosos hechos generales, etc.— ).
Cuando un enunciado es verdadero, hay, por cierto, un estado de
cosas que lo hace verdadero y que es loto mundo distinto del enun
ciado verdadero sobre él; pero igualm ente por cierto, sólo podemos
describir este estado de cosas con palabras (ya sean las mismas o,
con suerte, distintas). Sólo puedo describir la situación en que es
verdadero decir que estoy sintiendo mareo diciendo que es una en la
que estoy sintiendo marco (o experim entando sensaciones de náu
seas) ” ; sin embargo, entre el enunciar, por muy verdaderamente que
sea, que estoy sintiendo mareo y el sentir mareo hay un gran abismo
perm anente H.
‘Hecho que’ es una expresión pensada para usar en situaciones
en que la distinción entre un enunciado verdadero y el estado de co
sas acerca del cual es una verdad se olvida; como frecuentemente
sucede con ventaja en la vida ordinaria, aunque rara vez en filosofía
— ante todo al discutir la verdad, donde es precisam ente nuestro co
metido separar las palabras del mundo y distanciarlas de él— . El
preguntar ‘¿Es el hecho de que E el enunciado verdadero de que E o
aquello de lo que es verdadero?’ puede que alumbre respuestas ab
surdas. Tomemos una analogía: aunque podemos preguntar sensata
mente ‘¿M ontamos la palabra «elefante» o el anim al?’, y asimismo
sensatamente ‘¿Escribimos la palabra o el anim aí?’, es un sinsentido
preguntar ‘¿D efinim os la palabra o el anim al?’ Pues definir un ele
fante (suponiendo que alguna vez hagamos esto) es una descripción
,s ‘Es verdad que E’ y ‘Es un hecho que E’ son aplicables en las mismas circuns
tancias; gorro ajusta cuando hay una cabeza en la que ajusta. Otras palabras pueden
cumplir el misino rol que ‘hecho’; decimos, por ejemplo, ‘La situación es que E’.
14 Podríamos usar ‘nueces’ incluso como una palabra en código; pero un código,
como una transformación del lenguaje, se distingue de un lenguaje, y una palabra en
código despachada no es (llamada) ‘verdadera’.
Kasi-enkontraa-moohair-day limpiay thaa,
Mee-voloontad estaa-torthecda (rota),
17 Sólo con violencia al castellano podemos señalar la distinción del inglés entre
‘a (natural) sign o f something’ y ‘an (artificial) sign fo r something’. (N. del T.)
'* Berkeley confunde estos dos. No habrá libros en los riachuelos fluyentes hasta
el inicio de la hidrosemántica.
4. Algunos han dicho que:
Los siguientes dos conjuntos de axiomas lógicos son, como Aristóteles (aunque
no sus sucesores) los hace, enteramente distintos:
2" Aquí hay mucho sentido en las teorías de la verdad como ‘coherencia’ (y prag
matistas), a pesar de que no logran apreciar el trillado pero central punto de que la
verdad es un asunto de la relación entre palabras y mundo, y a pesar de su obstinado
Gleichschallnng de todas las variedades de fallo enunciativo bajo el solo rótulo de
‘parcialmente verdadero' (en adelante incorrectamente igualado con ‘parte de la ver
dad’). Los teóricos de la ‘correspondencia’ también a menudo hablan como alguien
que sostuviese que todo mapa es exacto o inexacto; que la exactitud es una sencilla y
la única virtud de un mapa; que toda provincia no puede tener más que un mapa
exacto; que un mapa a escala mayor o mostrando diferentes rasgos debe ser un mapa
de una provincia diferente; etc.
lamente tiene que decidirse es si una determ inada acción fue hecha
libremente, no logramos avanzar; pero tan pronto nos volvemos en
cambio a los demás numerosos adverbios usados en la misma cone
xión (‘accidentalm ente’, ‘involuntariam ente’, ‘inadvertidam ente’,
etc.), las cosas se vuelven más fáciles, y llegamos a ver que no se re
quiere ninguna inferencia concluyente de la forma ‘Ergo, fue hecho
libremente (o no librem ente)’. Al igual que la libertad, la verdad es
un m ínimum neto o un ideal ilusorio (la verdad, toda la verdad y
nada más que la verdad sobre, pongamos por caso, la batalla de Wa-
terloo o la Primavera).
E d ic ió n o r ig in a l :
O t r o s e n sa y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
B ib l io g r a f ía c o m p l e m e n t a r ia :
S"H” sí- V' Vív ■. i.! y .'. '.t • Ifv .. • ¡• ? . < : - - i •'iV.'Vk ‘
Traducido a partirde la 2 . a edición revisada y am
O b s e r v a c io n e s :
pliada por el autor. 1.a edición original alemana es Zu einigen Fragen
der marxistischen Theorie der Wahrheit, Dietz Verlag, Berlín, 1954.
La primera edición del texto en lengua polaca es de 1951.
1 Así pues, eliminamos conscientemente las expresiones que poseen la forma gra
matical de una proposición enunciativa, como los juicios estéticos y morales; y tam
bién eliminamos aquellas expresiones que se diferencian de las proposiciones enun
ciativas por su forma gramatical, como las normas morales. Este discutido y
complicado problema no puede ni debe resolverse, por así decirlo, al margen de otras
cuestiones. Aquí sólo queremos mostrar brevemente nuestra posición en este asunto.
En consonancia con la posición que hemos adoptado, la verdad le corresponde a
los juicios que reflejan fielmente la realidad. Así, para poder hablar sobre la verdad,
tenemos que habérnoslas con un juicio que enuncie algo sobre la realidad. Por el con
trario, en el caso de los otros juicios mencionados hablamos de compatibilidad o de
no compatibilidad con un sistema de valores admitido (valores estéticos, morales u
otros). Aquí existe una conexión con la realidad, pero indirecta mediante el sistema de
valores dado; este sistema está ligado a la realidad de una forma complicada y es su
«reflejo», en un sentido específico de esta palabra. No se debe eliminar la diferencia
de estas dos relaciones entre determinados juicios y la realidad, calificando simple
mente los juicios como verdaderos o falsos y haciendo surgir la convicción equivo
cada de que con estos enunciados tenemos que ver con juicios sobre la realidad como
ocurre en los juicios del tipo «esta casa tiene dos pisos».
Esto aparece aún más claramente en el caso de las normas. Las normas poseen
una forma distinta de la de las proposiciones enunciativas y no enuncian nada sobre la
realidad, sino que contienen prescripciones sobre lo que debería ocurrir. Por eso no
pueden ser calificadas como verdaderas o falsas, pues esta calificación sólo tiene sen
tido en referencia a juicios que enuncian algo acerca de la realidad. En el caso de los
juicios normativos, es totalmente cuestionable si las proposiciones que los expresan
pueden ser deducidas como proposiciones enunciativas. Ciertamente no es posible si
se trata de una deducibilidad lógico-formal. En mi opinión existe una deducibilidad en
sentido genético, pero que no justifica en modo alguno que se eliminen las diferencias
entre los respectivos tipos de juicios y proposiciones, calificando las normas como
verdaderas o falsas con algún significado especial de estas palabras.
la conciencia además del ámbito del entendimiento, como sentim ien
tos, vivencias estéticas y otros similares. Es cierto que estas formas
están vinculadas a fenómenos del intelecto, sin embargo no remiten
a él; pero en cada una de ellas encontramos un reflejo del mundo ob
jetivo. Visto desde el m aterialismo dialéctico, ésta es la única posi
ción posible; pues cuando reconocemos la existencia objetiva de la
realidad y la relación entre el sujeto y el objeto como fundamento de
la conciencia humana, entonces tenem os que ver en cada una de es
tas formas de conciencia su correspondencia objetivares decir, he
mos de ver en esta o aquella form a el reflejo de la realidad objetiva.
A pesar de esto, no caracterizamos todas estas formas reflexivas
como verdaderas o falsas sino que, tanto en el lenguaje cotidiano
como en la terminología científica, las valoramos com o agradables o
desagradables, satisfactorias o insatisfactorias. Reservamos expresa
mente la valoración mediante los adjetivos «verdadero» o «falso»
para el ám bito del entendimiento, sin negar por el momento que la
relación reflexiva — aunque de forma diferente y específica para
cada uno de los casos mencionados— no existe sólo en el ámbito del
entendim iento sino también en las restantes áreas.
Pero el problem a que acabam os de m encionar no se elim ina
m ediante la lim itación del análisis al ám bito del conocim iento in
telectual, pues está incluido en su m arco. De lo que se trata es de
si reservam os la apreciación de la verdad al intelecto, es decir, si
reflejam os el reflejo de la realidad objetiva en el intelecto hum ano
bajo la form a de conocim iento, de pensam iento cognosccnte, sólo
a los ju icios o si debem os extenderlo a los conceptos, representa
ciones y sentim ientos.
Esta cuestión está relacionada con la calificación de los concep
tos o representaciones como verdaderos o falsos que hacen los clási
cos del marxismo. La dificultad que conlleva es sólo aparente: el
análisis de los textos muestra que, cuando hablaban de ello, los clási
cos entendían los conceptos o representaciones en un sentido amplio,
es decir, como ideas cognoscitivas a las que adjudicaban la verdad en
los casos en que se correspondían con la realidad objetiva. En estos
casos no se trata de conceptos o representaciones en el sentido pro
pio de estas palabras, sino en un sentido amplio en el que el juicio
coincide con la idea cognoscitiva. Con este significado sí pueden ser
verdaderas o falsas. Además, los clásicos hablan de la corrección de
las representaciones, de las percepciones sensoriales en el sentido de
su relación subjetiva; esto es, en el sentido de que perm iten la form u
lación de un juicio verdadero.
Ilustraremos esta concepción de la corrección de las representa
ciones y los conceptos con algunos ejem plos tomados de los escritos
de los clásicos:
Es patente que aquí están mezcladas dos cuestiones: I. ¿Existe una ver
dad objetiva? Es decir, ¿puede darse un contenido en las representaciones
humanas que sea independiente del sujeto, que 110 dependa ni de los hom
bres ni de la humanidad?'
2 Friedrich Engels, «Die Entwicklung des Sozialismus von der Utopie zur Wis-
senschaft», en Karl Marx y Friedrich Engels, Ausgewáhlte Schríften in zwei Blinden,
Dietz Verlag, Berlín, 1953. vol. II, p. 90.
! W. I. Lenin, Materialisnius und EmpiriokrUizi.imus. Kritische Bemerkungen über
eine reaktionare Philosophie, Dietz Verlag, Berlín, 1952, p. 99.
J Op. cit., p. III.
verdad tam bién sería una propiedad de las percepciones sensoriales,
de las representaciones y de los conceptos.
Los representantes de esta postura argumentan del siguiente
modo: Si se afirm a que la verdad es una propiedad de los juicios y al
mismo tiempo se proclam a que es una propiedad del conocimiento
(esto es precisam ente lo que hace nuestro trabajo) no se puede afir
mar que no es una propiedad de las partes constitutivas de cada co
nocimiento y, por tanto, también del juicio — de las representaciones
y conceptos— .
El problem a exige un comentario adicional con independencia de
esta argumentación que yo tengo por falsa — pues no ocurre que una
propiedad del todo tenga que ser también propiedad de las partes— .
Según mi opinión, respecto a las percepciones sensoriales y re
presentaciones la cuestión es muy sencilla. Simplemente no es ver
dad que existan percepciones sensoriales y representaciones aisladas
—independientes— a partir de las cuales — como si fueran ladri
llos— se construye el acto del conocimiento. Más bien es al contra
rio: las percepciones sensoriales y las representaciones, en tanto que
unidades de conocimiento aisladas, son el fruto de una abstracción
que culm inaría en el acto total del conocimiento. Precisamente por
eso, la percepción y la representación aisladas del acto de juzgar que
está inseparablemente unido a ellas, son un producto de la fantasía
(con la excepción de los estados de semisueño, anestesia y otros si
milares en los que la función cognoscitiva transcurre de forma anor
mal, por lo que podemos excluirlos de nuestro campo de acción). Así
pues, es correcto decir que una percepción sensorial y una represen
tación se corresponden o no se corresponden con la realidad (se
puede usar otra terminología con este mismo fin) y reservar el tér
mino «verdadero» para el juicio respectivo (la impresión que produ
cen dos bolas al tocarlas con los dedos cruzados no se corresponde
con la realidad y el juicio procedente de ella sería falso si no corri
giésemos esa impresión mediante una percepción visual). Introducir
aquí el térm ino «verdadero» o «falso» sólo significaría que usamos
esos términos de forma ambigua, lo que acarrearía consecuencias fa
tales si no nos diéramos cuenta de ello. Pero si tenemos clara esa am
bigüedad ¿por qué complicarnos la vida por no introducir una term i
nología especial?
Sin duda, el problem a de los conceptos es más com plicado y
sirve también frente a todos los ataques de los adversarios de la teo
ría que reconocen que la verdad es una propiedad de los juicios. Los
conceptos — así lo dicen— tienen un contenido com plejo, pues de
hecho son la «cristalización» de muchos juicios (dicho en un sentido
no transferible: el contenido de los conceptos se puede expresar con
la ayuda de m uchos juicios). Así pues, si la verdad es una propiedad
de los juicios ¿por qué no ha de ser también una propiedad de forma
ciones superiores que se componen de muchos juicios?
No cabc duda alguna de que en esta concepción la verdad es
tanto una propiedad de los juicios como de los conceptos, entendién
dolos como «haces» de juicios, com o «expresión recopiladora» de
juicios o como se quiera describir. Pero ¿de qué estamos hablando
aquí? Hablamos del aspecto genético de los conceptos, de que los
conceptos a partir de los cuales se construyen supuestamente los ju i
cios — com o a partir de elem entos— son, de hecho, una estructura
construida genéticamente a partir de juicios. ¿Entendem os realmente
esto por «concepto»? ¿Concebimos la palabra «concepto» siempre
de esta manera?
¡Claro que no! Es suficiente con recordar el prim er argumento de
los adversarios (que contradice abiertamente al que se acaba de intro
ducir) para darse cuenta de la diferencia entre estas concepciones y
significados. Según el primer argumento, el concepto es una parte
constitutiva del juicio y, en virtud de ello, una propiedad del juicio
como un todo tam bién le corresponde al concepto como parte. De he
cho, en la Lógica el concepto aparece como parte constitutiva, como
elemento del juicio, porque la Lógica (al menos algunas de sus con
cepciones) no se interesa por el aspecto semántico de las expresiones
con las que opera en su cálculo. En este caso, tampoco se puede ha
blar de la verdad del concepto. Basta con preguntar por el significado
del nombre o por el contenido del concepto, es decir, basta con «des
cifrar» una «abreviatura» de cómo es el concepto para que se muestre
que estamos tratando con toda una serie (con frecuencia muy com
pleja) de juicios. Pero entonces la cuestión se convierte en trivial: na
turalmente la verdad es la propiedad de un conjunto de juicios, si es
que es propiedad de cada uno de ellos por separado.
Así pues, cuando hablamos de conceptos, siempre hay que preci
sar en qué sentido lo hacemos: en sentido lógico-formal o en sentido
genético. Dependiendo de cuál de los dos se trate se puede o no se
puede hablar de la verdad o no-verdad de los conceptos.
Cuando formulamos la afirm ación de que la verdad es una pro
piedad de los juicios, no explicamos suficientem ente lo que hemos
de entender por «juicio». Pero esto no es sencillo ya que surgen pro
blemas sobre la cosmovisión universal relacionados con aquél, según
confirm a la historia del problema.
En Psicología entendemos por «juicio» una vivencia psíquica de
terminada — el acto judicativo de que algo es de esta m anera o de
esta otra— . Por ejemplo, vemos unos objetos cualesquiera, de los
cuales dos son blancos y otros dos negros y juzgam os (experim enta
mos el acto judicativo) de que hay cuatro objetos, puesto que 2+2=4.
En este sentido es en el que hablamos de juicios en el significado
psicológico de esta palabra.
Pero surge la cuestión de si la verdad caracteriza únicam ente a
los juicios en sentido psicológico. El juicio «dos y dos son cuatro»
¿no sería verdadero incluso cuando nadie lo experimentara como
acto judicativo? Algunos filósofos, sobre todo entre los lógicos m a
temáticos, han sostenido consideraciones semejantes sobre la con
cepción de los denominados juicios lógicos, que eran algún tipo de
entidades ideales en el espíritu del idealismo platónico. A tales «jui
cios lógicos» ha de corresponderles verdad, con independencia de
que alguien realm ente los experimente o no. El iniciador de esta con
cepción fue Bernhard Bolzano y sus ideas fueron recogidas, por una
parte por lógicos como Frege y Russell y por otra, por fcnomenólo-
gos como Husserl. Como es sabido, esta concepción está em paren
tada con el idealismo objetivo de tinte platónico. Tal posición con
duce — como se indicó antes— a una concepción idealista objetiva
que afirm a que la verdad sería una especie de atributo de ciertas
esencias reales independientes y de los juicios lógicos, como el olor
pertenece a la flor (Russell) — y conduce también a la concepción de
la «verdad en sí» que es independiente del acto del pensamiento y
que se basa en sí misma (Husserl)— .
Antes de pasar a responder a esta cuestión, nos remitirem os críti
camente a cierto intento de responderla de forma nominalista. T. Ko
tarbinski, que aplicó el criterio del reismo al problema que nos inte
resa, propone en sus «Elem entos» 5 Una solución basada en la idea de
que la verdad no es la característica de los juicios concebidos de
forma psicológica o lógica, sino que lo es de las proposiciones. No
existe ninguna cosa que sea un juicio lógico — piensa Kotarbinski—
por consiguiente no existen tales juicios, no pudiendo poseer tam
poco cualidades como la verdad o la falsedad. Tampoco existe nada
semejante a un juicio en sentido psicológico. Todo esto hay .que en-
E d ic ió n o r ig in a l :
T r a d u c c ió n : M. J. Frápolli.
O t r o s e n s a y o s d e l a u t o r s o b r e el m is m o t e m a :
B ib l i o g r a f í a
1. ¿QUÉ ES LA VERDAD?
1 L.o difícil del problema puede juzgarse a partir del hecho de que en los años
1904-25 el Sr. Bertrand Russell ha adoptado sucesivamente cinco soluciones diferen
tes de él.
que hay tres clases que pueden ser sugeridas. Porque usam os ‘verda
dero’ y ‘falso’ tanto para estados m entales2, tales como creencias,
juicios, opiniones o conjeturas; como tam bién para enunciados u
oraciones indicativas; y en tercer lugar, de acuerdo con algunos filó
sofos, aplicamos estos térm inos a ‘proposiciones’, que son los obje
tos de juicio y el significado de las oraciones, pero ellos mismos ni
juicios ni oraciones.
De acuerdo con los filósofos que creen en ellas, son estas propo
siciones las que son verdaderas o falsas en el sentido más fundamen
tal, siendo una creencia llamada verdadera o falsa por una extensión
de significado según que lo que se crea sea una proposición verda
dera o falsa. Pero en tanto que la existencia de tales cosas como estas
proposiciones es generalmente (y, en mi opinión, correctamente)
puesta en duda, parece mejor no em pezar con ellas sino con los esta
dos mentales de los que ellas son los supuestos objetos, y discutir los
términos verdadero y falso en su aplicación a estos estados mentales,
sin com prom eternos a nosotros mismos antes de lo necesario con
ninguna hipótesis dudosa sobre la naturaleza de sus objetos.
La tercera clase que consiste en enunciados u oraciones indicati
vas no es un rival serio, porque es evidente que la verdad y la false
dad de enunciados depende de su significado, de lo que la gente
quiere decir m ediante ellos, los pensam ientos y las opiniones que se
pretende que ellos transmitan. E incluso si, como algunos dicen, los
juicios no son más que oraciones proferidas para uno mismo, la ver
dad de tales oraciones no será todavía más prim itiva que, sino sim
plemente idéntica a, la de los juicios.
Nuestra tarea es pues dilucidar los térm inos verdadero y falso
como se aplican a estados m entales y com o estados típicos que nos
conciernen podem os tom ar por el momento a las creencias. Ahora
bien, sea o no filosóficam ente correcto decir que tienen proposicio
nes como sus objetos, las creencias sin duda tienen una característica
que me atrevo a llamar referencia proposicional. Una creencia es ne
cesariamente una creencia de que alguna cosa u otra es así-y a s í},
por ejemplo que la tierra es plana; y es este aspecto suyo, su ser «que
la tierra es plana» lo que propongo llam ar su referencia proposicio-
: Uso «estado» como el término más amplio posible, no deseando expresar nin
guna opinión como la naturaleza de las creencias, etc.
5 O, por supuesto, de que algo no es así y así, o de que si algo es así y así, algo no
es du tal y cual modo, y así sucesivamente en todas las posibles formas.
nal. Tan im portante es este carácter de la referencia proposicional
que estam os dispensados a olvidar que una creencia tenga ningunos
otros aspectos de caracteres en absoluto, y que cuando dos hombres
ambos creen que la tierra es plana decimos que tienen la misma creen
cia, aunque puedan creerlo en diferentes momentos por diferentes ra
zones y con diferentes grados de convicción y usar diferentes len
guajes o sistemas de ideas; si las referencias preposicionales son las
m ismas, si son ambos «creencias de que» la misma cosa, habitual
mente ignoramos todas las otras diferencias entre ellas y las llam a
mos la misma creencia.
Es usual en lógica expresar este parecido entre las creencias de
dos hombres no diciendo como he hecho que tienen la misma re
ferencia proposicional, sino llamándolas creencias en la misma pro
posición; decir esto no es, sin embargo, negar la existencia del carác
ter de la referencia proposicional, sino meramente adelantar una
cierta concepción de cómo este carácter debería de analizarse. Por
que nadie puede negar que hablando de una creencia como una
creencia de que la tierra es plana le estam os adscribiendo algún ca
rácter, y aunque es natural pensar que este carácter consiste en una
relación con una proposición; todavía, puesto que esta concepción ha
sido disputada, em pezarem os nuestra investigación a partir de lo que
es indudablemente real, que no es la proposición sino el carácter de
la referencia proposicional. Tendremos que discutir este análisis más
tarde, pero para nuestros propósitos inmediatos podemos aceptarlo
sin análisis como algo con lo que estamos todos familiarizados.
La referencia proposicional no está, por supuesto, confinada a
las creencias; mi conocimiento de que la tierra es redonda, mi opi
nión de que el libre mercado es superior a la protección, cualquier
form a de pensar, saber, o tener la impresión de que tiene una referen
cia proposicional, y sólo tales estados de la mente pueden ser verda
deros o falsos. M eram ente pensar en Napoleón no puede ser verda
dero o falso, a m enos que sea pensar que fue o hizo tal y cual cosa;
porque si la referencia no es proposicional, porque si no es el tipo de
referencia que necesita una oración para ser expresada, no puede ha
ber ni verdad ni falsedad. Por otra parte, no todos los estados que tie
nen referencia proposicional son o verdaderos o falsos; puedo espe
rar que haga bueno mañana, preguntarm e si hará bueno mañana, y
finalm ente creer que hará bueno mañana. Estos tres estados tienen la
m ism a referencia proposicional pero sólo la creencia puede ser lla
mada verdadera o falsa. No llamamos a lo que queremos, deseam os
o nos preguntamos verdadero, no porque no tenga referencia propo-
sicional, sino porque le falta lo que puede llamarse un carácter afir
mativo o asertivo, el elem ento que está presente en pensar que, pero
ausente en preguntarse si. En ausencia de algún grado de este carác
ter nunca usamos las palabras verdadero o falso, aunque el grado
sólo necesita ser el mínimo y podemos hablar de una asunción como
verdadera, incluso si sólo se hace para descubrir sus consecuencias.
Para estados con el carácter opuesto de negación no usamos natural
mente las palabras verdadero o falso, aunque podemos llamarlos co
rrectos o incorrectos según que las creencias con la misma referencia
proposicional fueran falsas o verdaderas.
Los estados mentales, [pues], que nos interesan, a saber, aquéllos
con referencia proposicional y algún grado de carácter afirm ativo,
no tienen desafortunadamente ningún nom bre común en el lenguaje
corriente. No hay ningún térm ino aplicable a todo el rango desde la
mera conjetura al conocimiento cierto, y propongo hacer frente a
esta deficiencia'1 usando los térm inos creencia y juicio com o sinóni
mos para cubrir el rango completo de estados [mentales] en cuestión
[aunque esto implica una gran extensión de sus significados corrien
tes] y no con sus significados corrientes más estrechos.
Es, entonces, en consideración a las creencias o juicios cuando
preguntam os por el significado de la verdad y falsedad, y parece
aconsejable em pezar explicando que éstos no son sólo térm inos va
gos que indican aprecio o culpa de algún tipo, sino que tienen un sig
nificado bastante definido. Hay varios aspectos en los cuales una
creencia puede ser considerada como buena o mala; puede ser verda
dera o falsa, puede ser mantenida con un' mayor o m enor grado de
confianza, por buenas o malas razones, en aislam iento o com o parte
de un sistema coherente de pensamiento, y para que cualquier discu
sión clara sea posible es esencial m antener estas form as de mérito
distintas unas de otras, y no confundirlas usando la palabra «verda
dero» de una m anera vaga primero por uno y después por otro. Este
es un punto en el cual el habla cotidiana es m ás correcta que la de
1 [Debe quizá señalarse que el difunto Profesor C’ook Wilson mantuvo que estos
estados mentales 110 pertenecen de hecho...] Debería, sin embargo, señalarse que de
acuerdo con una teoría esto no es en realidad una deficiencia en absoluto, puesto que
los estados en cuestión no tienen nada importante en común. Conocimiento y opinión
tienen referencia proposicional en sentidos bastante diferentes y no son especies de un
género común. Este pumo de vista, defendido con la mayor claridad por J. Cook Wil
son (pero también implicado por otros, e.g., Edmund Husserl) se explica y se consi
dera más abajo.
los filósofos; por tom ar un ejemplo del Sr. Russell, alguien que
piensa que el nom bre del actual Prim er M inistro empieza por B pen
saría eso con verdad, incluso si derivara su opinión de la idea equivo
cada de que el Primer Ministro era Lord Birkenhead; y está claro que
al llamar a una creencia verdadera, ni queremos decir ni implicamos
que está bien fundada ni que es comprehensiva y que si estas cuali
dades se confunden con la verdad com o hace, por ejemplo, Bosan-
q u et5 cualquier discusión provechosa del tema se convierte en impo
sible. El tipo de mérito en una creencia a la que nos referimos
llam ándola verdadera puede verse fácilmente que es algo que de
pende sólo de su referencia proposicional6; si la creencia de un hom
bre de que la tierra es redonda es verdadera, así lo es la creencia de
cualquier otro de que la tierra es redonda, a pesar de la poca razón
que él pueda tener para pensar eso.
Tras estos prelim inares debemos llegar al punto: ¿cuál es el sig
nificado de ‘verdadero’? Me parece que realmente la respuesta es
perfectamente obvia, que cualquiera puede ver lo que es y que la di
ficultad sólo aparece cuando intentamos decir lo que es, porque es
algo para cuya expresión el lenguaje común está mal adaptado.
Supongamos que un hombre cree que la tierra es redonda; enton
ces su creencia es verdadera porque la tierra es redonda; o generali
zando esto, si él cree que A es B su creencia será verdadera si A es B
y falsa en caso contrario.
' Bernard Bosanquet, Logic, 2:' ed., vol. 11 (Oxford, 1911), pp. 282 ss. Por su
puesto él ve la distinción pero deliberadamente la borra, argumentando que un enfo
que de la verdad que permita que un enunciado nial fundado sea verdadero, no puede
ser correcto. Su ejemplo del hombre que hace un enunciado verdadero creyendo que
es falso, revela una confusión incluso mayor. Pregunta por qué tal enunciado es una
mentira, y contesta a eso diciendo que «era contrario al sistema de su conocimiento
determinado por su experiencia completa en el momento.» Aceptando esto, se seguiría
como mucho que la coherencia con el sistema de los conocimientos del hombre es
una marca no de verdín! (porque ex hypothesi tal enunciado habría sido falso) sino de
buena fie, ¡y esto se trae como un argumento a favor de una teoría de la verdad como
coherencia!
6 El Profesor Moore ha sugerido [«Facts and Propositions», Proceedings o f the
Arisloielian Society, Supplementary Volunte VII (1927), pp. 171-206; véase p. 178]
que la misma entidad puede ser tanto una creencia de que (digamos) la tierra es re
donda y una creencia de algo más; en este caso tendrá dos referencias preposicionales
y podria ser verdadera respecto de una y falsa respecto de la otra. Ésta no es en mi
opinión una posibilidad real, pero todo en el presente capítulo podría ser fácilmente
alterado para permitirla, aunque la complicación del lenguaje que podría resultar me
parece que sobrepasa con mucho la posible ganancia en precisión.
Está, creo, claro que en esta última oración hemos explicado el
significado de la verdad, y que la única dificultad está en form ular
esta explicación como una definición en sentido estricto. Si intenta
mos hacerlo, el obstáculo que encontram os es que no podemos des
cribir todas las creencias como creencias de que A es B puesto que la
referencia proposicional de una creencia puede tener cualquier nú
mero de formas diferentes más complicadas. Un hombre puede estar
creyendo que todos los A no son B, o que si todos los A son 5 , enton
ces o todos los C son D o algunos E son F, o algo todavía más com
plicado. No podemos de hecho asignar ningún límite al número de
formas que podrían ocurrir, y que deben, por tanto, ser comprehendi-
das en una definición de verdad; así que si intentamos hacer una de
finición que las cubra todas tendrá que continuar para siempre,
puesto que debemos decir que una creencia es verdadera, si supo
niendo que es una creencia de que A es B, A es B, o si suponiendo
que es una creencia de que A no es B, A no es B, o si suponiendo que
es una creencia de que o A es B o C es D, o A es B o C es D, y así su
cesivamente ad infinitum.
Para evitar esta infinitud debemos considerar la forma general de
una referencia proposicional de la cual todas esas formas sean espe
cies; podemos sim bolizar cualquier creencia como una creencia de
que p , donde *p’ es una variable de oración en el mismo sentido en
que ‘A ’ y ‘B' son variables de palabras o expresiones (o térm inos tal
como se llaman en lógica). Podemos decir entonces que una creencia
es verdadera si es una creencia de que./?, y p \ Esta definición suena
extraña porque no nos damos cuenta a prim era vista de que es
una variable de oración y por eso debe considerarse que contiene un
verbo; «y p » suena absurdo porque parece que no tiene verbo y esta
mos preparados para añadir tal verbo «es verdadero» que, por su
puesto, convertiría a nuestra definición en absurda, aparentem ente
reintroduciendo lo que tenía que ser definido. Pero lp ' contiene real
mente un verbo; por ejemplo, podría ser «A es B» y en este caso ter
minaríamos «y A es B» que com o una cuestión de gram ática común
puede estar sólo perfectamente.
Exactamente el mismo punto aparece cuando tomam os, no el
símbolo ‘/ ; ’, sino el pronombre relativo que lo reem plaza en el len
guaje corriente. Tomemos por ejemplo «lo que él creía era verda-
* En una oración como ésta «de hecho» sirve .simplemente para mostrar que la
oralio obliqua introducida por «él creía» ha llegado ahora al final. No significa una
nueva noción que tenga que ser analizada, sino simplemente una partícula conectora.
significa «Hay un Rey de Francia pero no es inteligente» y eso no es
lo que conseguim os sim plemente negando «El Rey de Francia es
inteligente»; y en oraciones más complicadas tales como «si él
viene, ella vendrá con él» sólo podemos negar o con un método es
pecial para la forma particular de la proposición, como «si él viene,
ella no necesariamente vendrá con él» o por el m étodo general de
prefijar «No es verdadero que -», «es falso que -» o «No es el caso
que -», donde [de nuevo] parece com o si dos nuevas ideas, ‘verdad’
y ‘falsedad’, estuvieran involucradas, pero en realidad estamos apli
cando sim plemente un camino indirecto para aplicar no a la oración
como un lodo.
En consecuencia nuestra definición de falsedad (creer falsamente
es creer p, cuando -p) es doblemente difícil de poner en palabras;
pero argumentar que es circular, porque define la falsedad en térm i
nos de la operación de negación que no puede siem pre ser traducida
en el lenguaje sin usar la palabra «falso», sería simplemente una
confusión. «Falso» se usa en el lenguaje corriente de dos maneras:
prim ero com o parte de una forma de expresar negación, correlativa
mente al uso de «verdadero» como una adición puramente estilística
(como cuando «es verdadero que la tierra es redonda» no significa
más que que la tierra es redonda); y en segundo lugar como equiva
lente a no verdadero, aplicado a creencias u otros estados de la
mente que tienen referencias proposicionales o derivadamente a ora
ciones u otros sím bolos que expresan aquellos estados de la mente.
El uso que estamos tratando de definir es el segundo, no el primero,
que en la guisa del símbolo -p estam os dando por supuesto y propo
nemos discutir más adelante bajo el epígrafe de negación''.
Nuestra definición de que una creencia es verdadera si es una
«creencia de que p » y p , pero falsa si es una «creencia de que p» y -p
es, debe subrayarse, sustancialm ente la de Aristóteles, quien conside
rando sólo dos formas «A es» y «A no es» declaró que «Decir de lo
que es, que no es, o de lo que es, que es, es falso, mientras que decir
de lo que es que es, y de lo que no es que no es, es verdadero»10.
Aunque todavía no hemos usado la palabra ‘correspondencia’, la
nuestra será probablemente llam ada una Teoría de la Verdad como
Correspondencia. Porque si A es B, podem os hablar de acuerdo con
La tierra es redonda
Es verdadero que la tierra es redonda
Cualquiera que crea que la tierra es redonda lo cree con verdad.
Es realm ente obvio que estos tres enunciados son todos equiva
lentes, en el sentido de que no es posible afirm ar uno y negar otro
sin contradicción patente; decir, por ejemplo, que es verdadero que
la tierra es redonda pero que la tierra no es redonda es claramente
absurdo.
Ahora bien el prim er enunciado de los tres no involucra la idea
de verdad de ninguna manera, dice simplemente que la tierra es re
donda. [En el segundo tenemos el prefijo «Es verdadero que» que se
añade generalm ente no para alterar el significado sino por lo que en
un sentido amplio son razones de estilo [y no afecta al significado de
los enunciados]. Así podemos usarlo m ás bien com o «aunque» al
conceder un punto pero negar una supuesta consecuencia, «Es verda
dero que ia tierra es redonda, pero aún así ...», o tam bién a veces lo
usam os cuando lo que vamos a decir ha sido puesto en cuestión:
«¿Es esto verdadero?» «Si, es com pletamente verdadero». Pero en el
último caso la frase «es verdadero que la tierra es redonda» está
cambiando desde significar simplemente que la tierra es redonda ...]
El significado del segundo, por otra parte, está menos claro:
puede ser un mero sinónimo del primero, pero m ás a menudo con
tiene alguna referencia a la posibilidad de que alguien crea o diga
que la tierra es redonda. Estamos pensando no meramente que la tie
rra es redonda, sino que porque es redonda cualquiera" que crea o
diga que es redonda lo cree o lo dice con verdad. Hemos pasado del
primero de nuestros enunciados al tercero. Pero el tercero no quiere
decir en un sentido nada más que el primero, y es meram ente el pri
mero pensado en conexión con la posibilidad de que alguien lo diga
o lo crea. Para tom ar un caso paralelo, podemos sim plemente decir
" Por ejemplo el hombre con el que estamos hablando puede haber sostenido eso
y nosotros lo concedemos. «Sí, es verdadero, corno dices, que la tierra es redonda,
pero -» o podemos haberlo sostenido y ser cuestionado «¿Es verdadero, lo que estu
viste diciendo de que la tierra es redonda?» «Sí, completamente verdadero».
«El tiempo en Escocia fue malo en julio», o podemos pensar en el
hecho con referencia a su posible efecto sobre uno de nuestros ami
gos y decir en cam bio «Si estuviste en Escocia en julio, tuviste mal
tiempo». Así también podemos pensar en la tierra como siendo re
donda como tema posible de una creencia y decir «Si piensas que la
tierra es redonda, lo piensas con verdad» y esto no cuenta más que
que la tierra tiene la cualidad que tú piensas que tiene cuando pien
sas que es redonda, i.e., que la tierra es redonda.
Todo esto es realmente tan obvio que uno se avergüenza de insistir en
ello, pero nuestra insistencia se ha vuelto necesaria por la forma extraor
dinaria en la que los filósofos producen definiciones de la verdad de nin
guna manera compatibles con nuestras perogrulladas, definiciones de
acuerdo con las cuales la tierra puede ser redonda sin ser verdadero que
es r e d o n d a L a razón de esto descansa en un número de confusiones
acerca de las cuales debe ser extremadamente difícil mantener la claridad
si hay que juzgar por su extraordinaria prevalencia. En el resto de este ca
pítulo estaremos ocupados únicamente en la defensa de nuestra perogru
llada de que una creencia de que p es verdadera si, y sólo si p, y en un in
tento de desenredar las confusiones que la envuelven.
El prim er tipo de confusión surge de la am bigüedad de la pre
gunta que estam os intentando contestar, la pregunta «¿qué es la ver
dad?», que puede interpretarse al m enos de tres formas diferentes.
Porque en prim er lugar hay algunos filósofos que no ven ningún pro
blema en lo que quiere decirse por ‘verdad', pero que toman nuestra
interpretación del térm ino por obviamente correcta, y proceden bajo
el título de «¿qué es la verdad?» a discutir el problema diferente de
dar un criterio general para distinguir verdad de falsedad. Ésta fue,
por ejemplo, la interpretación de K a n t15 y él continúa con bastante
12 Así de acuerdo con William James un pragmatista puede pensar tanto que las
obras de Shakespeare fueron escritas por Baeon y que la opinión de otra persona de
que Shakespeare las escribió podría ser perfectamente verdadera «para él». («The Mca-
ning of Truth», p. 274.) Acerca de la idea de que lo que es verdadero para una persona
puede no serlo para otra véase más abajo.
" Véase Krítik der reinen Vernunft, «Die transzendentale Logik». Einleitung III
(A57=B82): «Die alie und beríihmte Frage... Was isl Wahrheitl Die Namenerklarung
der Wahrheit, dass sie námlich die Übercinstimmung der Erkenntnis mit ¡toen
Gegenstande sei, wird hier geschenkt und vorausgesetzt; man verlangt aber zu wissen,
welches das allgemeine und sichere Kriterium der Wahrheit einer jedem Erkenntnis
sei». La razón por la que no puede haber (al criterio es que lodo objeto es distinguible
y por tanto tiene algo verdadero de él que no es verdadero de ningún otro objeto. Por
tanto no puede haber garantía de verdad sin tener en cuenta al objeto en cuestión.
razón diciendo que la idea de tal criterio de verdad es absurda, y que
para los hombres discutir tal cuestión es tan estúpido como ordeñar
una cabra m acho m ientras que otro sostiene un cedazo para recoger
la leche.
Y en segundo lugar incluso cuando estam os de acuerdo en que el
problema es definir la verdad en el sentido de explicar su signifi
cado, este problema puede exhibir dos com plexiones bastante distin
tas, de acuerdo con el tipo de definición con el que estemos dispues
tos a contentarnos. Nuestra definición es una en térm inos de
referencia proposicional, que tomamos por un térm ino ya entendido.
Pero puede m antenerse que esta noción de referencia proposicional
está ella misma necesitada de análisis y definición, y que una defini
ción de verdad en térm inos de una noción tan obscura representa un
progreso muy pequeño, si alguno. Si una creencia se identifica como
lo que el Sr. Jones estaba pensando a las diez en punto de la mañana,
y preguntamos qué significa llamar a la creencia así identificada una
creencia verdadera, para aplicar la única respuesta que hemos obte
nido hasta aquí necesitamos saber de qué la creencia del Sr. Jones
era una «creencia de»; por ejemplo, decim os que si era una creencia
de que la tierra es plana, entonces era verdadera si la tierra es plana.
Pero para muchos esto puede parecer meramente escam otear la parte
m ás dura y más interesante del problema, que es descubrir cómo y
en qué sentido estas imágenes o ideas en la mente del Sr. Jones a las
diez en punto constituyen o expresan una «creencia de que la tierra
es plana». La verdad, se dirá, consiste en una relación entre ideas y
realidad, y el uso sin análisis de la expresión referencia proposicional
simplemente oculta y escam otea todos los problem as reales que esta
relación involucra.
Esta carga debe adm itirse que es justa, y un enfoque de la verdad
que acepte la noción de referencia proposicional sin análisis no es
posible que pueda considerarse completo. Porque todas las muchas
dificultades conectadas con esta noción están realm ente involucradas
en la verdad que depende de ella: si, por ejem plo, «referencia propo
sicional» tiene significados bastante diferentes en relación a diferen
tes tipos de creencia (como m ucha gente piensa) entonces una am bi
güedad sim ilar está latente también en ‘verdad’, y está claro que no
tendrem os nuestra idea de verdad realm ente clara hasta que este y
otros problemas similares estén resueltos.
Pero aunque la reducción de la verdad a la referencia proposicio-
nal es una pequeña parte y con mucho la más fácil de su análisis, no
es una que, por lo tanto, podamos perm itirnos pasar por alto. [No
sólo es esencial darse cuenta de que la verdad y la referencia propo
sicional no son nociones independientes que requieran análisis sepa
rado, y que es la verdad la que depende de y debe ser definida vía re
ferencia no referencia vía la verdad]M. Porque no sólo es esencial en
cualquier caso darse cuenta de que el problema se divide de esta ma
nera en dos partes ”, la reducción de la verdad a la referencia y el
análisis de la referencia misma, y tener claro qué parte del problema
tiene en cada m om ento que ser abordada, pero para m uchos propósi
tos es sólo la parte primera y más fácil de la solución la que se re
quiere; a m enudo estamos interesados no en creencias o juicios
como ocurrencias en momentos particulares en mentes de hombres
particulares, por ejemplo, la creencia o juicio «todos los hombres
son m ortales»; en tal caso la única definición de verdad que pode
mos posiblemente necesitar es una en térm inos de referencia propo
sicional, que se presupone en la noción misma del juicio «todos los
hombres son m ortales»; porque cuando hablamos del juicio «todos
los hombres son m ortales» con lo que <nosotros> estamos realmente
tratando es con cualquier juicio particular en cualquier ocasión par
ticular que tenga esta referencia proposicional, que es un juicio «de
que todos los hom bres son m ortales». Así, aunque las dificultades
psicológicas involucradas en esta noción de referencia deben enca
rarse en cualquier tratamiento completo de la verdad, está bien em
pezar con una definición que es suficiente para muchísimos propósi
tos y sólo depende de las consideraciones más simples.
E d ic ió n o r ig in a l :
E d ic ió n c a s t e l l a n a :
O t r o s e n sa y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
2 Y los casos en que podría mostrarse más plausiblemente que tales frases desem
peñan el papel de referirse a un episodio son precisamente aquellos que se someterían
más fácilmente a otro tratamiento, a saber, aquellos casos en los que un hablante co
rrobora, confirma o garantiza lo que otro acaba de decir (cf. la sección IV ittfra).
quienquiera que io haya dicho es verdad») Mi juicio histórico impli
cado es falso; eso es todo.
5 Cfr. la sección V infra. La tesis de que todos los enunciados incluyen a la vez de
mostración y descripción es, dicho de manera aproximada, la tesis de que todos los
enunciados son, o incluyen, enunciados de sujeto-predicado (sin excluir a los enuncia
dos relaciónales).
-1 Cfr. la frase «Él es descrito como...» Lo que llena el hueco no es una oración
(expresión que podría usarse normalmente para hacer un enunciado) sino una frase
que podría aparecer como parle de una expresión usada de esta manera.
blecida entre las palabras, usadas de esa manera, y la cosa a la que
nos referimos. Cuando describim os correctamente, hay ciertamente
una relación convencionalmente establecida entre las palabras que
usamos al describir y el tipo de cosa o persona que describimos.
Esas relaciones, como el Sr. Austin subraya, son diferentes. Una ex
presión usada referencialm ente tiene un papel lógico diferente del de
una expresión usada descriptivamente. Están relacionadas de distinta
manera con el objeto. Y enunciar es diferente de hacer referencia y
de describir pues es (en tales casos) ambas cosas a la vez. El enun
ciado (algún enunciado) es referencia-cum-descripción. Para evitar
expresiones engorrosas hablaré de aquí en adelante de partes de
enunciados (la parte referencial y la parte descriptiva); sin embargo,
las partes de enunciados no han de tenerse por equivalentes a partes
de oraciones (o partes de episodios de habla) en mayor medida que
los enunciados han de tenerse por equivalentes a oraciones (o episo
dios de habla).
Aquello (persona, cosa, etc.) a que se refiere la parte referencial
del enunciado, y a lo que se ajusta o no logra ajustarse la parte des
criptiva del enunciado, es aquello sobre lo que es el enunciado. Es
evidente que no hay nada más en el mundo que esté relacionado con
el enunciado mismo de alguna manera adicional que sea propia de
él mismo o bien de las diferentes maneras de las que esas partes di
ferentes del enunciado están relacionadas con aquello sobre lo que
es el enunciado. Y es evidente que la exigencia de que tiene que ha
ber un tal relatum es lógicam ente absurda: un error-tipo lógica
mente fundamental. Pero la exigencia de que haya algo en el mundo
que hace al enunciado verdadero (frase del Sr. Austin), o a lo que el
enunciado corresponde cuando es verdadero, es precisam ente esta
exigencia. Y la teoría que responde decir que un enunciado es ver
dadero es decir que un episodio de habla está relacionado conven
cionalm ente de una m anera determ inada con tal relatum reproduce
el error-tipo incorporado en esta exigencia. Pues, m ientras que cier
tam ente decim os que un enunciado corresponde a (se ajusta a, es
apoyado por, está de acuerdo con) los hechos, com o una variante de
decir que es verdadero, jam ás decimos que un enunciado corres
ponde a la cosa, persona, etc., sobre la que es. Lo que «hace que el
enunciado» de que el gato tiene sarna sea «verdadero»,' no es el
gato, sino la condición del gato, esto es, el hecho de que el gato
tiene sarna. El único candidato plausible para el puesto de aquello
que (en el m undo) hace verdadero el enunciado es el hecho que éste
enuncia; pero el hecho que el enunciado enuncia no es algo del
m un do 5. No es un objeto; ni es tan siquiera (como algunos han su
puesto) un objeto complejo consistente en uno o más elem entos par
ticulares (constituyentes, partes) y un elem ento universal (constitu
yente, parte). Yo puedo (quizás) pasarte, o encerrar en un círculo, o
cronom etrar con un reloj las cosas o incidentes a las que se hace re
ferencia cuando se hace un enunciado. Los enunciados son sobre ta
les objetos; pero enuncian hechos. El señor Austin parece ignorar la
com pleta diferencia de tipo entre, por ejemplo, «hecho» y «cosa»;
habla como si «hecho» fuera justam ente una palabra muy general
(con algunas características desorientadoras, desgraciadam ente)
para «evento», «cosa», etc., en lugar de ser (como lo es) com pleta
mente diferente de estas últimas y, con todo, el único candidato po
sible para el deseado correlato no-lingüístico de «enunciado». Di
cho de m anera aproximada: la cosa, persona, etc., a que se hace
referencia es el correlato material de la parte referencial del enun
ciado; la cualidad o propiedad que se dice que el referente «posee»
es el correlato pseudom aterial de su parte descriptiva, y el hecho al
que «corresponde» el enunciado es el correlato pseudom aterial del
enunciado com o un todo.
Estos puntos se reflejan, desde luego, en la conducta de la pala
bra «hecho» en el lenguaje ordinario; conducta que el señor Austin
advierte, pero respecto a la cual no es lo suficientem ente cauto. «He
cho», al igual que «verdadero», «enuncia» y «enunciado», está ca
sado con cláusulas «que» y no hay nada sacrilego en esta unión. Los
hechos son conocidos, enunciados, aprendidos, olvidados, pasados
por alto, comentados, comunicados u observados. (Cada uno de esos
verbos puede estar seguido de una cláusula «que» o de una cláusula
«el hecho de que».) Los hechos son lo que los enunciados (cuando
son verdaderos) enuncian; no son aquello sobre lo que son los enun
ciados. A diferencia de los acontecim ientos que ocurren sobre la faz
del globo, los hechos no se presencian ni se oyen ni se ven, no se
! Esto no es, desde luego, negar que exista en el mundo aquello sobre lo que es un
enunciado de este tipo (aquello de lo que es verdadero o falso), a lo que se hace re
ferencia y se describe y a lo que la descripción se ajusta (si el enunciado es verdadero)
o no logra ajustarse (si es falso). Esta verdad de pcrogrullo es una introducción inade
cuada a la tarca de elucidar, no nuestro uso de «verdadero», sino cierta manera gene
ral de usar el lenguaje, un determinado tipo de discurso, a saber, el tipo de discurso
consislente en enunciar hechos. Lo que confunde la cuestión planteada sobre el uso de
la palabra «verdadero» es, precisamente, su embrollo con este problema mucho más
fundamental y difícil. [Cf. (2) de esta sección.]
rom pen ni se trastocan, no se interrumpen ni se prolongan, no se les
da un puntapié, no se destruyen, no se les enm ienda ni tampoco m e
ten ruido. El Sr. Austin toma nota de la expresión «el hecho de que»,
nos advierte que puede tentarnos a identificar hechos con enuncia
dos verdaderos y explica su existencia diciendo que, para ciertos
propósitos de la vida ordinaria, no hacemos caso de, o consideram os
irrelevante, la distinción entre decir algo verdadero y la cosa o episo
dio del que estamos hablando. Sería efectivamente erróneo — pero
110 por las razones del Sr. Austin— identificar «hecho» con «enun
ciado verdadero»; pues esas expresiones tienen papeles diferentes en
nuestro lenguaje, corno puede verse mediante el experimento con
sistente en tratar de intercam biarlas en contexto. Sin embargo, sus
papeles — o los de expresiones relacionadas— se solapan. No hay
ningún matiz, excepto de estilo, entre «Esto es verdadero» y «Esto es
un hecho»; ni entre «¿Es verdadero que...?» y «¿Es un hecho
q ue...?»6. Pero las razones del Sr. Austin para objetar la identifica
ción parecen erróneas, como también lo parece su explicación de la
usanza que (dice él) nos tienta a hacerlo. Puesto que piensa en los
enunciados como algo que está en el mundo (un episodio de habla) y
en los hechos como algo más que está en el mundo (aquello a lo que
«corresponde» o «sobre lo que es» el enunciado), concibe la distin
ción como de importancia decisiva en filosofía, aunque (sorpren
dentemente) susceptible de no ser tom ada en cuenta para propósitos
ordinarios. Pero no puedo concebir ninguna ocasión en la que podría
posiblem ente m antener que estaba «no tom ando en cuenta o consi
derando como irrelevante» la distinción entre, digam os, el que mi
m ujer me estaba dando a luz gem elos (a m edianoche) y el que yo
diga (diez m inutos más tarde) que mi m ujer m e había dado a luz
gem elos. Según la tesis del Sr. Austin, sin em bargo, mi anunciar
«El hecho es que mi m ujer me ha dado a luz gem elos» sería ju sta
mente tal ocasión.
En otra parte de su artículo, el Sr. Austin expresa el hecho de que
no hay límite teórico a lo que podría decirse con verdad sobre las co
6 Pienso que, en general, la diferencia entre ellas consiste en que mientras el uso
de «verdadero», como ya se ha reconocido, dirige sus miradas, hacia detrás o hacia
delante, al hecho efectivo o previsto de que alguien haga un enunciado, el uso de «he
cho» no hace generalmente esto, aunque puede hacerlo algunas veces. Ciertamente no
lo hace en, por ejemplo, la frase «F,l hecho es que...», que sirve más bien para prepa
rarnos para lo inesperado e inoportuno.
sas del mundo, m ientras que hay límites prácticos muy definidos a lo
que los seres hum anos efectivamente pueden decir y dicen sobre
ellas, m ediante la observación de que los enunciados «se ajustan
siem pre a los hechos m ás o menos laxamente, de diversas maneras
para propósitos diferentes». Pero ¿qué podría ajustarse más perfecta
mente al hecho de que está lloviendo que el enunciado de que está
lloviendo? Desde luego, los enunciados y los hechos se ajustan. Se
diría que están hechos los unos para los otros. Si se fuerza a los
enunciados a salir del mundo, se fuerza también a los hechos a salir
de él; pero el mundo no sería, de ninguna manera, más pobre. (No se
fuerza a salir del mundo también a aquello sobre lo que los enuncia
dos son; para este m enester se necesitaría un género diferente de pa
lanca.)
Un síntom a de la inquietud que el Sr. Austin siente respecto a los
hechos es su preferencia por las expresiones «situación» y «estado
de cosas», expresiones cuyo carácter y función son un poco menos
transparentes que los de «hecho». Son candidatos más plausibles
para ser incluidos en el mundo. Pues m ientras que es verdad que si
tuaciones y estados de cosas no son vistos ni oídos (más que lo son
los hechos), sino que más bien son resumidos o captados de un vis
tazo (frases que recalcan la conexión con enunciado y cláusula
«que», respectivamente), es también verdad que hay un sentido de
«sobre» en el que hablamos sobre, describimos, situaciones y esta
dos de cosas. Decimos, por ejemplo, «La situación internacional es
grave» o «Este estado de cosas se arrastró desde la m uerte del rey
hasta la disolución del Parlamento». En el mismo sentido de «so
bre», hablamos sobre hechos, com o cuando decimos «Estoy alar
mado por el hecho de que los gastos de alimentación hayan subido
un 50 por 100 en el último año». Pero m ientras que «hecho» está li
gado en estos usos a una cláusula «que» (o conectado no menos ob
viamente con «enunciado», como cuando «tomamos nota de los he
chos» o transm itim os a alguien los hechos en una hoja de papel),
«situación» y «estado de cosas» se m antienen por sí mismos; de los
estados de cosas se dice que tienen un comienzo y un final, y así su
cesivamente. Sin embargo, las situaciones y los estados de cosas de
los que se habla así (al igual que los hechos de que se habla así) son
abstracciones que un lógico, si no un gramático, debe ser capaz de
exam inar com pletam ente. Estar alarm ado por un hecho no es algo
semejante a estar asustado por una sombra. Es estar alarm ado por
que... Uno de los dispositivos más económicos y recurrentes del len
guaje es el uso de expresiones substantivas para abreviar, resum ir y
conectar. Una vez que he hecho una serie de enunciados descriptivos,
puedo conectar comprensivamente con ellos el resto de mi discurso
mediante el uso de expresiones tales como «esta situación» o «este es
tado de cosas»; precisamente como, una vez que he presentado lo que
consideraba como un conjunto de razones para una determinada con
clusión, me permito tomar aliento diciendo «Puesto que estas cosas
son así, entonces...», en lugar de hacer que la conjunción preceda a
toda la historieta. Una situación o estado de cosas es, dicho aproxima
damente, un conjunto de hechos, no un conjunto de cosas.
Un punto que es necesario mencionar a la vista del uso que el Sr.
Austin hace de esas expresiones (en las secciones 3a y 3b de su ar
tículo) es que cuando «hablamos sobre» situaciones (como algo
opuesto a cosas y personas) la situación sobre la que hablamos no es,
como él parece pensar que lo es, identificada correctamente con el he
cho que enunciamos (con «lo que hacc verdadero al enunciado»). Si
una situación es el «tema» de nuestro enunciado, entonces «lo que hace
verdadero al enunciado», no es la situación, sino el hecho de que la si
tuación tiene el carácter que se asevera que tiene. Pienso que gran parte
de la capacidad persuasiva de la frase «hablar sobre situaciones» se de
riva de esc uso de la palabra que acabo ahora mismo de comentar. Pero,
si una situación se trata como «tema» de un enunciado, entonces no
servirá como el término no lingüístico de la «relación de corresponden
cia», que el Sr. Austin anda buscando; y, si se trata como término no
lingüístico de esta relación, no servirá corno tema del enunciado.
Alguien podría decir ahora: «Sin duda, ‘situación’, ‘estado de
cosas’ y ‘ hechos’ están relacionados dé esta manera con las cláusu
las ‘que’ y las oraciones asertivas; pueden servir, de determinadas
maneras y para determ inados propósitos, como dobletes indefinidos
para expresiones específicas de esos tipos diversos. Así se relaciona
también ‘cosa’ con algunos nombres; ‘evento’ con algunos verbos,
nombres y oraciones; ‘cualidad’ con algunos adjetivos; ‘relación’
con algunos nombres, verbos y adjetivos. ¿Por qué m anifestar este
prejuicio a favor de cosas y eventos como si fuesen las únicas partes
del mundo o de su historia? ¿Por qué no tam bién situaciones y he
chos?» La respuesta a esto (implícita en lo precedente) es doble.
1) La primera parte de la respuesta7 es que todo el encanto que
s Supongamos que en un tablero de ajedrez están colocadas las piezas, que se está
jugando una partida. Y supongamos que alguien da, en palabras, un enunciado exhaus
tivo de la posición de las piezas. La objeción del Sr. Austin (o una de sus objecio
nes) a las teorías primitivas de la correspondencia consistiría en que éstas representan
la relación entre la descripción y el tablero con las piezas encima de manera semejante
a, digamos, la relación entre un diagrama de un problema de ajedrez de un periódico y
un tablero con las piezas correspondientemente dispuestas. Él dice, más bien, que la
relación es puramente convencional. Mi objeción va más allá. Se trata de que no hay
ninguna cosa o evento llamado «enunciado» (aunque hay el hacer el enunciado) y no
hay ninguna cosa o evento llamado «hecho» o «situación» (aunque hay el tablero de
2) La segunda objeción al tratamiento que el Sr. Austin hace de
hechos, situaciones, estados de cosas, como «partes del mundo» que
nosotros declaramos que están en una determ inada relación con un
enunciado cuando declaramos verdadero al enunciado, es más pro
funda que la anterior, pero en ella radica, en cierto sentido, su impor
tancia. El Sr. Austin dice, o implica, correctam ente (sección 3) que
para alguno de los propósitos para los que usamos el lenguaje debe
haber convenciones que correlacionen las palabras de nuestro len
guaje con lo que se encuentra en el mundo. No todos los propósitos
lingüísticos para los que vale esta necesidad son, sin embargo, idén
ticos. Las órdenes, así como la inform ación, se com unican conven
cionalmente. Supongamos que «naranja» significa siem pre lo que
queremos decir mediante «Tráeme una naranja», y «esa naranja» sig
nifica siempre lo que querem os dccir mediante «Tráeme esa na
ranja», y, en general, que nuestro lenguaje contuviese solam ente ora
ciones imperativas de alguna manera semejante. No habría menor
necesidad de una relación convencional entre la palabra y el mundo.
Ni tampoco sería menos lo que se hallase en el mundo. Pero esas
pseudoentidades que hacen verdaderos a los enunciados no figura
rían entre los correlatos no lingüísticos. No se las encontraría (no se
las han encontrado jam ás, y jam ás han figurado entre los correlatos
no lingüísticos). El punto es que la palabra «hecho» (y las palabras
pertenecientes al «conjunto-de-hechos» como «situación» y «estado
de cosas» tienen, al igual que las mismas palabras «enunciado» y
«verdadero», un cierto tipo de discurso (el inform ativo) relacionante
palabra-m undo empotrado dentro de ellas. La ocurrencia en el dis
curso ordinario de las palabras «hecho», «enunciado», «verdadero»
señala la ocurrencia de este tipo de discurso; del m ism o modo que la
ocurrencia de las palabras «orden», «obedecida» señala la ocurren
cia de otro género de com unicación convencional (el imperativo). Si
ajedrez con las piezas encima de él) que esté uno respecto de otro en una relación, ni
tan siquiera una relación puramente convencional, como el diagrama del periódico lo
está con el tablero-y-las-piezas. Por encima de los hechos (situación, estado de cosas)
no se puede, como por encima del tablero-y-las-piezas, derramar café, ni pueden ser
volcados por manos poco cuidadosas. El que el Sr. Austin necesite tales eventos y co
sas para su teoría es la causa de que considere el hacer el enunciado conío el enun
ciado y aquello sobre lo que es el enunciado como el hecho que enuncia.
Los eventos se pueden fechar y las cosas pueden localizarse. Pero los hechos que
los enunciados (cuando son verdaderos) enuncian no pueden ni fecharse ni locali
zarse. (Ni tampoco pueden ser fechados ni localizados los enunciados, aunque sí el
hacerlos.) ¿Están incluidos en el mundo?
nuestra tarea fuese elucidar la naturaleza de este prim er tipo de dis
curso, sería inútil intentar hacerlo en térm inos de las palabras «he
cho», «enunciado», «verdadero», puesto que estas palabras contie
nen el problema, pero no su solución. Por la misma razón, sería
igualmente inútil intentar elucidar cualquiera de esas palabras (en
tanto en cuanto la elucidación de esa palabra fuese la elucidación de
este problema) en términos de las otras. Y es efectivamente muy ex
traño que ia gente haya procedido tan a menudo diciendo: «Bien, te
nemos suficientem ente claro lo que es un enunciado, ¿no es cierto?
Planteemos ahora la cuestión adicional, a saber: ¿en qué consiste que
un enunciado sea verdadero?» Esto es lo mismo que decir: «Bien, te
nemos claro lo que es una orden: ahora bien, ¿en qué consiste que
una orden sea obedecida? ¡Cómo si se pudiesen separar enunciados
y órdenes del objeto por el que se hacen o dan!
Supóngase que tuviésemos en nuestro lenguaje la palabra «ejecu
ción» con el significado de «acción consistente en dar cumplimiento
a una orden». Y supóngase que alguien plantease la cuestión filosó
fica: ¿Qué es obediencia? ¿En qué consiste que una orden sea obe
decida? Un filósofo podría presentar la respuesta siguiente: «Obe
diencia es una relación convencional entre una orden y una
ejecución. Se obedece una orden cuando ésta corresponde a una eje
cución».
Ésta es la Teoría de la Obediencia com o Correspondencia. Tiene,
quizás, un poco menos de valor com o intento de elucidar la natura
leza de un tipo de comunicación, que el que la Teoría de la Verdad
como Correspondencia tiene como intento de elucidar la del otro. En
ambos casos, las palabras que aparecen en la solución llevan incor
porado el problema. Y, desde luego, esta íntima relación entre «enun
ciado» y «hecho» (que se com prende cuando se ve que ambas pala
bras llevan incorporado este problema) explica por qué cuando
tratamos de explicar verdad según el modelo de nom brar o clasificar,
o cualquier otro género de relación convencional o no convencional
entre una cosa y otra, nos encontram os siempre con que hemos ate
rrizado en «hecho», «situación», «estado de cosas», com o térm inos
no lingüísticos de la relación.
Pero ¿por qué habría de verse el problema de la Verdad (el pro
blema sobre el uso de «verdadero») com o el problema de elucidar el
tipo de discurso que enuncia hechos? La respuesta es que no debería
ser así; pero que la Teoría de la Correspondencia sólo puede ser
comprendida completam ente a fondo cuando se la contem pla como
un intento estéril de atacar este segundo problema. Desde luego, un
filósofo interesado en el segundo problema, interesado en elucidar
un determinado tipo general de discurso, tiene que estar de espaldas
al lenguaje y hablar sobre las diferentes maneras en que las em isio
nes se relacionan con el mundo (aunque tiene que llegar más allá de
la «correspondencia de enunciado y hecho» si lo que dice ha de ser
fructífero). Pero — para recurrir a algo que he dicho anteriorm ente—
la aparición en el discurso ordinario de las palabras «verdadero»,
«hecho», etcétera, señala, sin comentarla, la aparición de cierta m a
nera de usar el lenguaje. Cuando usamos esas palabras en la vida or
dinaria, estamos hablando dentro, y no sobre, una cierta tram a de
discurso; no estamos hablando precisamente del modo en que las
emisiones se relacionan, o pueden relacionarse convencionalmente,
con el mundo. Estam os hablando sobre personas o cosas, pero de
una m anera en que no podríam os hablar sobre ellas si no se cum plie
sen condiciones de determ inados géneros. El problem a que plantea
el uso de «verdadero» consiste en ver cómo encaja esta palabra den
tro de la tram a de discurso. El cam ino más seguro hacia la respuesta
errónea es confundir este problema con la pregunta: ¿Que tipo de
discurso e s ’?
4 Un error paralelo sería pensar que en nuestro uso ordinario (como opuesto al uso
de un filósofo) de la palabra «cualidad» estábamos hablando sobre usos de palabras
por parte de la gente; sobre la base (correcta en sí misma) de que esta palabra no ten
dría ningún uso a 110 ser por la ocurrencia de una determinada manera general de usar
las palabras.
Supóngase que A hace un enunciado y B declara que el enun
ciado de A es verdadero. Entonces para que el enunciado de B sea
verdadero es necesario, desde luego, que las palabras usadas por A al
hacer el enunciado estén en una determinada relación convencional
(semántica) con el mundo; y que las «reglas lingüísticas» subyacen
tes a esta relación sean las reglas observadas tanto por A como por
B. Debe observarse que estas condiciones (con la excepción de la
condición sobre la observancia por parte de B de las reglas lingüísti
cas) son igualm ente condiciones necesarias de que A haya hecho un
enunciado verdadero al usar las palabras que usó. No es más ni me
nos absurdo sugerir que B, al hacer su enunciado, asevera que esas
condiciones sem ánticas se cum plen, que lo es el sugerir que A, al ha
cer su enunciado, asevera que esas condiciones semánticas se cum
plen (esto es, que jam ás podem os usar palabras sin mencionarlas). Si
el Sr. Austin está en lo cierto al sugerir que decir que un enunciado
es verdadero es decir que «el estado de cosas histórico (esto es, para
el Sr. Austin, el episodio de hacerlo) con el que está correlacionado
m ediante las convenciones demostrativas (aquel a que ‘se refiere’) es
de un tipo con el que la oración usada al hacer el enunciado está co
rrelacionada mediante las convenciones descriptivas», entonces
(como se muestra claram ente cuando dice que la relación que aseve
ramos que se da es una «relación puram ente convencional» que «po
dría alterarse a voluntad») al declarar que un enunciado es verda
dero, estamos:
Es patentem ente falso que estem os haciendo una de estas dos co
sas. Ciertam ente, usamos la palabra «verdadero» cuando las condi
ciones sem ánticas descritas por A u s tin 10 se cumplen; pero no enun-
(a) Hay muchas maneras de hacer una aserción sobre una cosa,
X, además del mero uso de la oración-modelo «X es Y». Muchas de
esas m aneras incluyen el uso de cláusulas «que». Por ejemplo:
en una jaula: «Este loro es muy hablador». Entonces mi uso de la expresión referen
cial («esle loro»), con la que comienza mi oración, es correcta cuando el objeto-ins
tancia (pájaro) con la que mi expresión-instancia (evento) está correlacionada me
diante las convenciones de demostración es de un género con el que la expresión-tipo
eslá correlacionada mediante las convenciones de descripción. Tenemos aquí un
evento, una cosa y una relación convencional (mediada por un tipo) entre ellos. Si al
guien me corrige diciéndome «Eso no es un loro sino una cacatúa», esapersona puede
estar corrigiendo un error lingüístico o un error fáctico por mi parte. (La cuestión de
lo que está haciendo es la cuestión de si yo me habría aferrado a mi observación des
pués de una observación más atenta del pájaro.) Solamente en el primer caso ella está
declarando que no se cumple una determinada condición semántica. En el segundo
caso está hablando sobre el pájaro. Ella asevera que es una cacatúa y no un loro, listo
lo podría haber hecho hubiese yo hablado o no. Ella me corrige también; esto no lo
podría haber hecho si yo no hubiera hablado.
Todas éstas son maneras de aseverar, en contextos y circunstan
cias muy diferentes, que X es Y Algunas de ellas incluyen también
aserciones autobiográficas, y otras no. En el sentido gram atical ya
concedido, todas ellas son «sobre» hechos o enunciados. Ninguna de
ellas es, en ningún otro sentido, sobre alguna de estas dos cosas,
aunque algunas de ellas lleven aparejadas implicaciones sobre el ha
cer enunciados.
(b) Hay m uchas circunstancias diferentes en las que la oración-
modelo simple «X es Y» puede usarse para hacer cosas que no sean
meramente enunciar (aunque todas ellas incluyan enunciar) que X es
Y. Al em itir las palabras de este modelo simple podemos estar ani
mando, reprobando o aconsejando a alguien; haciéndole un recorda
torio a alguien, respondiendo o replicando a alguien; negando lo que
alguien ha dicho; confirm ando, garantizando, corroborando, concor
dando con, adm itiendo, lo que alguien ha dicho. El qué cosas de és
tas estemos haciendo (si es que estam os haciendo alguna) depende
de las circunstancias en que aseveramos que X es Y, usando esta ora
ción-m odelo simple.
(c) En m uchos de los casos en que estamos haciendo algo ade
más de enunciar m eram ente que X es Y disponemos, para su uso en
contextos adecuados, de ciertos recursos de abreviación que nos ca
pacitan para enunciar que X es Y (para hacer nuestra negación, res
puesta, adm isión o lo que sea) sin usar la oración-m odelo «X es Y».
De este modo, si alguien nos pregunta «¿Es X Y?», podem os enun
ciar (a modo de réplica) que X es Y diciendo «Sí». Si alguien dice
«X es Y», podem os enunciar (a m odo de negación) que X no es Y,
diciendo «No lo es» o diciendo «Eso no es verdadero»; o podemos
enunciar (a m odo de corroboración, acuerdo, garantía, etc.) que X es
Y diciendo «Efectivamente lo es» o «Eso es verdadero». En todos
estos casos (de réplica, negación y acuerdo) el contexto de nuestra
emisión, así como las palabras que usam os, deben tenerse en cuenta
si pretendemos que quede claro lo que estamos aseverando, a saber:
que X es (o no es) Y. Me parece evidente que en estos casos «verda
dero» y «no verdadero» (raramente usamos «falso») están funcio
nando como dispositivos de abreviación para enunciados de la
" Podría preferirse decir que en algunos de estos casos se estaba aseverando sola
mente por implicación que X es Y; aunque me parece más probable que en todos estos
casos diríamos del hablante, no «lo que él dijo que implicaba que X es Y», sino «él
dijo que X era Y».
misma clase general que los otros que se han citado. Y parece tam
bién evidente que la única diferencia entre esos dispositivos que po
dría tentarnos a decir que mientras que decimos de algunos («Sí».
«Efectivamente lo es», «No lo es») que, al usarlos, estábamos ha
blando sobre X, diríamos de otros («Esto es verdadero», «Esto no es
verdadero») que, al usarlos, estábamos hablando sobre algo com ple
tam ente diferente, a saber: la emisión que constituía la ocasión para
el uso de estos dispositivos, la constituye sus diferencias respecto a
sus estructuras gramaticales, esto es, el hecho de que «verdadero»
aparece como predicado gramatical '2. (Obviamente no es un predi
cado de X.) Si la tesis del Sr. Austin de que al usar la palabra «verda
dero» hacemos una aserción sobre un enunciado no fuese más que la
tesis de que la palabra «verdadero» aparece como un predicado gra
matical con palabras y frases tales como «Eso», «Lo que él dijo»,
«Su enunciado» como sujetos gramaticales, entonces, desde luego,
sería indiscutible. Es evidente, sin embargo, que quiere decir más
que esto, y ya he presentado mis objeciones a ese más que él quiere
decir.
(d) Resultará claro que, ai igual que el Sr. Austin, rechazo la te
sis de que la frase «es verdadero» es lógicamente superflua, junta
mente con la tesis de que decir que una proposición es verdadera es
justam ente aseverarla y decir que es falsa es justam ente aseverar su
contradictoria. «Verdadero» y «no verdadero» tienen tarcas propias
que cumplir, algunas de las cuales, pero e'ri modo alguno todas, he
caracterizado anteriormente. Al usarlas no estam os justam ente ase
verando que X es Y o que X no es Y. Estamos aseverando esto de
una manera en la que no podríam os hacerlo a m enos que ciertas con
diciones se cumpliesen; podemos estar también garantizando, ne
gando, confirm ando, etc. Resultará claro tam bién que el rechazo de
esas dos tesis no entraña la aceptación de la tesis del Sr. Austin de
que al usar «verdadero» estam os haciendo una aserción sobre un
enunciado. Tampoco entraña esto el rechazo de la tesis que el Sr.
Austin (en la sección 4 de su artículo) empareja con estas dos, a sa
ber: la tesis de que decir que una aserción es verdadera no es hacer
!S «Conciso» se usa quizás con menos frecuencia respecto de lo que una persona
dice que de la manera en que lo dice (por ejemplo, «dicho concisamente», «concisa
mente expresado», «una formulación concisa»), A puede utilizar 500 palabras para
decir lo que B dice con 200. Entonces diré que la formulación de B era más concisa
que la de A, queriendo decir simplemente que B usó menos palabras.
sin embargo, no tengo ningún deseo de desafiar la restricción, en al
gunos contextos filosóficos, de las palabras «enunciado», «verda
dero», «falso», a lo que yo mismo he llamado anteriorm ente el tipo
de discurso «enunciador de hecho».
Lo que me preocupa más es el propio análisis incipiente que el
Sr. Austin hace de este tipo de discurso. Este análisis me parece que
es de tales características que lo fuerzan a llevar la restricción más
allá de lo que desea o intenta. Y hay aquí dos puntos que, aunque co
nectados, necesitan distinguirse. E;n primer lugar hay dificultades
que hacen impracticable la teoría relacional de la verdad como tal;
en segundo lugar está la persistencia de estas dificultades de una
forma diferente cuando esta «teoría de la verdad» se revela como un
análisis m ás bien incipiente del uso del lenguaje consistente en hacer
enunciados.
Así pues, en prim er lugar, hechos del tipo el-gato-cstá-encima-
de-la-alfombra son la especie favorecida para los partidarios del
punto de vista del tipo que el Sr. Austin mantiene. Pues aquí tenemos
una cosa (un pedazo de realidad) sentada encim a de otra: podemos
(si estamos dispuestos a cometer los errores com entados en la sec
ción II anterior) considerarlas a las dos juntas si queremos, como si
formasen una sola pieza, y llamarla hecho o estado de cosas. Puede
parecer entonces relativamente plausible que el decir que el enun
ciado (que yo te hago) de que el gato está encima de la alfombra es
verdadero, es decir que el estado de cosas tridimensional, con que
está correlacionado mediante las convenciones demostrativas el epi
sodio consistente en que yo haga el enunciado, es de un tipo con el
que la oración que uso está correlacionada mediante convenciones
descriptivas. Sin embargo, se sabe desde hace tiem po que otras espe
cies de hecho presentan una dificultad mayor: el hecho de que, por
ejemplo, el gato no está encima de la alfombra, o el hecho de que
hay gatos blancos, o de que los gatos persiguen ratones, o de que si
le das a mi gato un huevo lo romperá y comerá su contenido. Consi
deremos el más simple de estos casos, aquel que incluye la negación.
¿Con qué tipo de estado de cosas (pedazo de la realidad) está corre
lacionada mediante convenciones de descripción la oración «F.I gato
no está encima de la alfombra»? ¿Con una alfombra s.impliciter'1
¿Con un perro encima de una alfombra? ¿Con un gato subido a un
árbol? La rectificación del punto de vista del Sr. Austin, que podría
mos estar tentados a hacer para los enunciados negativos (esto es, «E
es verdadero» = «El estado de cosas con el que E está correlacionado
mediante las convenciones demostrativas no es del tipo con el que
está correlacionada mediante las convenciones descriptivas la forma
afirmativa de E»), destruye la sim plicidad de la historieta creando la
necesidad de un sentido diferente de «verdadero» cuando discutimos
enunciados negativos. Y es peor aún lo que sigue. No todos los enun
ciados emplean convenciones de demostración. Los enunciados exis-
tenciales no las emplean, ni tampoco (ni tan siquiera relativamente)
los enunciados de generalidad irrestricta. ¿Hemos de negar que estos
son enunciados o hemos de crear un sentido adicional de «verda
dero»? ¿Y en qué se ha convertido el correlato no lingüístico, el pe
dazo de realidad? ¿Es, en el caso de los enunciados existenciales o
generales, el m undo entero? ¿O es, en el caso de los enunciados
existenciales negativos, una 110 presencia ubicua?
Como objeciones a la teoría de la verdad corno correspondencia
éstos son puntos familiares; sin embargo, presentarlos com o tales es
conceder dem asiado a la teoría. Lo que los hace interesantes es su
poder de revelar cóm o tal teoría, junto con sus defectos intrínsecos,
incorpora una concepción demasiado estrecha del uso del lenguaje
consistente en enunciar hechos. La descripción que el Sr. Austin
hace de las condiciones bajo las cuales un enunciado es verdadero,
considerado com o un análisis del uso consistente en enunciar he
chos, se aplica solam ente a enunciados afirmativos de sujeto predi
cado, esto es, enunciados tales que, al hacerlos, nos referim os a una
o más cosas o grupos de cosas localizados, a un evento o conjunto de
eventos, y los caracterizam os de alguna manera positiva (identifica
mos el objeto u objetos y Ies pegamos la etiqueta). No se aplica a
enunciados negativos, generales y existenciales, ni, francamente, a
los enunciados hipotéticos y disyuntivos. Estoy de acuerdo en que
cualquier lenguaje capaz del uso enunciador de hechos debe tener al
gunos dispositivos para realizar la función a la que el Sr. Austin di
rige exclusivamente su atención, y en que otros tipos de enunciados
de hecho solam ente pueden com prenderse en relación con este tipo.
Pero los otros tipos son otros tipos. Por ejemplo, la palabra «no»
puede considerarse provechosamente com o un género de cristaliza
ción de algo implícito en todo uso de lenguaje descriptivo (puesto
que ningún predicado tendría fuerza descriptiva si fuese compatible
con cualquier cosa). Pero de esto no se sigue que la negación (esto
es, la exclusión explícita de alguna característica) es un género de
afirm ación, que los enunciados negativos se discutan con propiedad
en el lenguaje apropiado para los enunciados afirmativos. O conside
remos el caso de los enunciados existenciales. Aquí es necesario dis
tinguir dos géneros de mostración o referencia. Está, en prim er lugar,
el género en virtud del cual capacitamos a nuestro oyente para que
identifique la cosa, persona, evento o conjunto de éstos que de al
guna manera vamos a caracterizar a continuación. Está, en segundo
lugar, el género mediante el cual indicamos sim plemente una locali
zación. El prim ero («Tabby tiene la sarna») responde a la pregunta
«¿De quién (de cuál, de qué) estás hablando?» La segunda («Hay un
gato allí») responde a la pregunta «¿Dónde?» Es claro que ninguna
de las partes de un enunciado existencial realiza la primera función;
con todo, la explicación de Austin de la referencia-a/m -descripción
es apropiada para la referencia de este género más bien que para la
del otro. Es claro también que un buen número de enunciados exis-
tenciales no responden a la pregunta «¿Dónde?», aunque pueden auto
rizar su investigación. La diferencia entre los diversos tipos de enun
ciados y sus relaciones m utuas es asunto que exige una descripción
cuidadosa. No se gana nada mezclándolos todos bajo una descrip
ción apropiada solamente para un tipo, incluso si es del tipo básico.
E d ic ió n o r ig in a l : Inédito.
T r a d u c c ió n : M. J. Frápolli.
O t r o s e n sa y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
— «What does ‘x is truc’ say about x?», Analysis, 29 (1969), pp. 113-124.
— «Truth: a composite rejoinder», Analysis, 32 (1971/72), pp. 57-64.
— «Truth, or Bristol revisited», Proceedings o f (he Aristotelian So-
ciety, sup. vol. 47 (1973), pp. 121-133.
— «Predicating Truth», Mind, 84 (1975), pp. 270-272.
— What is Truth?, Cambridge Universiíy Press, Londres, 1976.
— «True tomorrow, never true today», The Philosophical Quarterly,
28 (1978), pp. 285-299.
— Being, Identity and Truth, Clarendon Press, Oxford, 1992.
B ib l io g r a f ía c o m p l e m e n t a r ia :
' A. Tarski, «The Concept ofT ruth in Formal ized Languages», en Logic. Seman-
tics and Metamathematics, Clarendon Press, Oxford, 1956.
2 F. P. Ramsey, «Facts and Propositions», en The Foundations o f Mathematics,
Totowa, Nueva Jersey: Littlefield. Adams and Co.,1965.
3 William y Martha Kneale, The Development o f Logic, Clarendon Press, Oxford,
1962, pp. 584-6.
jest bialy», «Der Schnee ist weiss», «La neige est blanche», etc.
constituyen «expresiones» de ella.
Si digo «Lo que Jorge dijo es verdadero», y lo que Jorge dijo es
que la nieve es blanca, es como si hubiera dicho yo mismo «La nieve
es blanca». Al decir que lo que Jorge dijo es verdadero me he com
prometido yo mismo con exactamente lo que el m ism o Jorge afirmó.
He convertido, como si dijéramos, la designación de la proposición,
a saber, «lo que Jorge dijo» en una expresión de la misma proposi
ción. Esto es para lo que están las palabras «es verdadero»: son me
canismos para convertir la designación de una proposición en una
expresión de esa proposición.
La palabra «que» y las comillas son mecanismos cuyo propósito es
precisamente el opuesto de éste, a saber, convertir una expresión de
una proposición en una designación de una proposición. Si se consi
dera «es verdadero» y «que» como operadores, uno puede verse como
el converso del otro. Están relacionados como «el doble de» está rela
cionado con «la mitad de». Es fácil ver lo que ocurre si se los aplica
sucesivamente a una hilera de palabras. No nos sorprendemos si pen
samos en un número, digamos el siete, le añadimos la expresión «el
doble de», y al resultado, «el doble de siete», le añadimos la expresión
«la mitad de» sólo para encontrar que lo que tenemos al final de esto,
«la mitad del doble de siete», era aquello en lo que al principio pensa
mos, a saber, el siete. No deberíamos tampoco sorprendernos si,
cuando usamos la palabra «que» para convertir «la nieve es blanca» en
su propia designación, «que la nieve es blanca», y añadimos a conti
nuación las palabras «es verdadero», terminamos con algo que no vale
más que la oración con la que empezamos: «Que la nieve es blanca es
verdadero» no dice nada más que «La nieve es blanca».
Sería ridículo m irar sólo a expresiones como «la mitad del doble
de siete» y quejarse de que las palabras «la mitad de» eran estricta
mente redundantes, que nunca permitían designar un núm ero que no
se pudiera designar perfectam ente bien om itiéndolas. Claramente, la
utilidad de la expresión «la mitad de» deriva de su uso en contextos
no-redundantes como «la m itad de dieciséis» donde nos lleva de un
núm ero a otro. De manera similar, el uso de «es verdadero» es evi
dente, no en contextos donde se combina con «que» o con comillas,
sino en com binación con designaciones de proposiciones como «lo
que Jorge dijo», que no contienen ellas misma una expresión de la
proposición designada. El paradigm a de una proposición que con
tiene la palabra «verdadero» debería ser, no «La nieve es blanca» de
Tarski, sino «Lo que Jorge dijo es verdadero».
«Lo que Jorge dijo» es, en la terminología de Russell, una des
cripción definida 4. Es comparable a expresiones como «Lo que
M agda cocinó». De acuerdo con Russell, si yo dijera «Lo que Magda
cocinó estaba delicioso» estaría diciendo lo mismo que si hubiera di
cho «M agda cocinó algo y eso estaba delicioso». (Para ahorrar com
plicaciones innecesarias supondré que M agda cocinó una sola cosa.
Esta presuposición está, en el análisis de Russell, form alm ente im
plicada por «Lo que Magda cocinó estaba delicioso».) Supongamos
que Macek había capturado una carpa y que esto fue lo que Magda
cocinó. En este caso podemos considerar las proposiciones «M agda
cocinó algo y eso estaba delicioso» y «Lo que Magda cocinó estaba
delicioso» como generalizaciones existenciales de «M agda cocinó la
carpa de JVlacek y la carpa de Macek estaba deliciosa». Exactamente
así «Lo que Jorge dijo es verdadero» puede ser considerado como
una generalización existencial de «Jorge dijo que la nieve es blanca y
la nieve es blanca». La relación lógica entre «Jorge dijo que la nieve
es blanca y la nieve es blanca» y «Lo que Jorge dijo es verdadero» es
obviamente la misma que aquélla entre «Magda cocinó la carpa de
Macek y la carpa de Macek estaba deliciosa» y «Lo que M agda co
cinó estaba delicioso».
¿Cómo debe entenderse una generalización existencial? Clara
mente el aparato de los cuantificadores y las variables está concebido
para arrojar luz sobre esta cuestión. Con su ayuda podemos exhibir el
mecanismo por el cual una proposición como «Magda cocinó algo y
esto estaba delicioso» se deriva de una proposición como «Magda
cocinó la carpa de Macek y la carpa de Macek estaba deliciosa».
Tratemos, por conveniencia, «la carpa de Macek» como un nombre
— a las carpas m uertas no se les dan usualmente nombres propios
genuinos— . Podemos entonces decir que la versión formal de la ge
neralización existencial, «3x (Magda cocinó x y x estaba deli
cioso)», se obtiene al sustituir el nombre «la carpa de Macek» por la
variable nominal «x» en cada una de sus ocurrencias en «M agda co
cinó la carpa de M acek y la carpa de M acek estaba deliciosa», y des
pués prefijando « 3 x » al resultado de esta sustitución.
¿Cómo obtendríamos el equivalente formal de nuestra generali
zación existencial, «Lo que Jorge dijo era verdadero»? Por analogía
con el procedim iento previo, podríam os intentar sustituir una varia
ble proposicional, «p», por la proposición «La nieve es blanca» en
El texto inglés dice ‘the word «somehow»’. Como no hay en castellano ningún
equivalente de «somehow» que sea una sola palabra, he modificado ligeramente el
texto, vertiendo «word» por «expresión» para mantener la coherencia de la afirm a
ción. (N. de la T.)
rismo» que podrían plausiblemente tomarse como nombres de pro
posiciones. Aristóteles, sin embargo, dijo que era una marca de un
nombre el que significara por convención y que 110 tuviera ninguna
parte que fuera significativa separadamente. Claramente «Platón» es
una parte separadamente significativa de «Platonism o» (y de la
misma manera probablemente lo es «-ismo»), y el significado de
«Utilitarism o» no es completamente independiente del de «utilidad».
Sugiero que «Platonismo» es una abreviatura de algo como «lo más
famoso de lo que Platón enseñó», que en nuestra concepción será
equivalente también a «el p tal que (es famoso que Platón enseñó
que /;)», y «Utilitarismo» de «lo que creen aquellos que piensan que
lo bueno es lo que favorece la mayor felicidad al mayor número».
Así estos aparentes nombres propios se vuelven descripciones defi
nidas ocultas y no constituyen ninguna excepción a la regla.
Pero ¿qué decir acerca del tipo de proposición que Tarski pensó
que era central al problema de la definición de la verdad? ¿Cómo en
caja una proposición como « ‘La nieve es blanca’ es verdadera» en el
enfoque prooracional de la verdad? ¿No tenemos aquí un nombre de
una proposición de la cual se dice que es verdadera? Este tipo de
cosa se dice frecuentemente. Pero una vez más, en mi concepción, el
resultado de colocar una proposición entre comillas es darle la fuerza
de una descripción definida. «La nieve es blanca» entre comillas
equivale a la descripción definida «lo que alguien que diga e sto » — y
el hablante en este punto profiere las palabras «La nieve es blanca»
como una m uestra de aquello sobre lo que está hablando— «dice
mediante eso». « ‘La nieve es blanca’ es verdadero» puede entonces
analizarse de la siguiente manera: 3 p (alguien que diga esto — y el
hablante en este punto profiere las palabras «La nieve es blanca»
como una muestra de aquello sobre lo que está hablando— mediante
eso dice que p y p). De manera similar, «Es verdadero que la nieve
es blanca» significa «3p (alguien que dice que la nieve es blanca
dice mediante eso que p y p)».
¿Cómo explicamos la redundancia de «Es verdadero que» a la
luz de este enfoque del significado de «verdadero», m anteniendo
tanto como sea posible las intuiciones que Knealc nos dio? La gene
ralización existencial «3/; (alguien que dice que la nieve es blanca
dice mediante eso que p y p )» sólo puede tener una instanciación
existencial: «Alguien que dice que la nieve es blanca dice mediante
eso quQ la nieve es blanca y la nieve es blanca». ¿Qué más que que la
nieve es blanca puede estar diciendo alguien que dice que la nieve es
blanca? Si una generalización existencial tiene sólo una instan-
d ació n lógicamente posible, ella y esta instanciación deben ser lógi
camente equivalentes. Pero «Alguien que dice que la nieve es blanca
dice m ediante eso que la nieve es blanca y la nieve es blanca» es una
conjunción uno de cuyos conyuntos es una tautología. Su contenido
informativo, por tanto, debe ser idéntico a su conyunto no tautoló
gico, en este caso «La nieve es blanca». Así el contenido informativo
de la proposición que es lógicamente equivalente a ella, a saber, «3/>
(alguien que dice que la nieve es blanca dice mediante ello que p y
p)», debe ser idéntico al contenido informativo de «La nieve es
blanca». «Es verdadero que la nieve es blanca» tiene el mismo conte
nido informativo que «La nieve es blanca» exactam ente de la misma
m anera que «2+2=4 y la nieve es blanca» tiene el mismo contenido
informativo que «La nieve es blanca». Alguien que dice «Es verdad
que el gobierno ha perdido» puede estar haciendo algo diferente de
quien simplemente dice «El gobierno ha perdido»; ella puede estar
asumiendo lo que he dicho o concediendo una verdad aparentemente
conflictiva. Pero lo que está diciéndome no puede ser diferente de lo
que me estaría diciendo si simplemente dijera «El gobierno ha per
dido». La pragmática puede ser diferente, pero la semántica es la
misma.
Tarski, y m uchos de los que lo han seguido, han estado preocu
pados por predicados como «verdadero en L» que se aplican a hile
ras de palabras consideradas com o meros patrones de sonido o m ar
cas en un papel. Eso no es por lo que la mayoría de nosotros estamos
preocupados cuando queremos conocer si lo que el segundo testigo
de la defensa dijo era verdadero, o si la prim era cosa que M aría dijo
en su carta era verdadero. Pero la interpretación de «verdadero» que
la teoría prooracional da puede acom odar las necesidades de Tarski y
sus amigos. Hay proposiciones como «3/; (alguien que, hablando
castellano, dice esto — y el hablante en este punto profiere las pala
bras «La nieve es blanca» como una muestra de aquello sobre lo que
está hablando— m ediante eso dice que p y p)» que se puede pensar
que predican algo del patrón de palabras indicado por «esto»; y lo
que se predica de este patrón así indicado puede, si se quiere, abre
viarse a «es verdadero en castellano».
Esto tiene la ventaja de que se pueden escribir en este predicado
tantas subsecuentes relativizaciones de «verdadero» como se quie
ran. La adaptación de la teoría de Tarski que se ha hecho en los últi
mos años para tom ar en cuenta deícticos, etc. puede incorporarse fá
cilmente a mi enfoque. Así «— es verdadero en castellano dicho por
C. J. F. Williams en Cracovia el 30 de abril de 1992», si se predica de
algún patrón de palabras indicado por «esto», equivale a «3/; (si C. J.
F. Williams dice esto en castellano en Cracovia el 30 de abril de
1992, m ediante eso dice que p y p)». El predicado «— es verdadero
en castellano dicho por C. J. F. Williams en Cracovia el 30 de abril
de 1992» es simplemente una abreviatura de «3/; (si C. J. F. Williams
dice — en castellano en Cracovia el 30 de abril de 1992, mediante
eso dice que p y /?)».
Déjenme asegurarles que esto — les estoy muy agradecido por
invitarme a dirigirm e a ustedes hoy aquí— es verdadero en caste
llano dicho por C. J. F. Williams en Cracovia el 30 de abril de 1992.
TEORÍAS FENOMENOLÓGICAS
EDMUND HUSSERL
EL IDEAL DE LA ADECUACIÓN.
EVIDENCIA Y VERDAD
(1901)
E d ic ió n o r ig in a l :
E d ic ió n c a s t e l l a n a :
O t r o s e n sa y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
INTRODUCCIÓN
EVIDENCIA Y VERDAD
E d ic ió n o r ig in a l :
O t r o s e n sa y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
B ib l io g r a f ía c o m p l e m e n t a r ia :
LECCIÓN X
LECCIÓN XII
(Al encerado:
La creencia que A es B = N
N es V (Verdad)
Creencia o.
Creencia N)
A B verdad
LECCIÓN XIII
E d ic ió n o r ig in a l :
E dición ca stellan a :
T r a d u c c ió n : A. Ortiz García.
O t r o s e n sa y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
B ib l io g r a f ía c o m p l e m e n t a r ia :
. t¡.: 3. • i% •' •• ;■; i* v 5• • - v jv >y.. •. • •.. t ; •.
Nos gustaría com enzar una meditación sobre la verdad con una
celebración de la unidad: la verdad no se contradice, la mentira es le
gión; la verdad congrega a los hombres, la mentira los dispersa y los
enfrenta entre sí. Pero no es posible com enzar así: el Uno es una re
compensa demasiado remota; y antes aún es una tentación maligna.
Por eso, la prim era parte de este estudio 1 se dedicará a la diferen
ciación de nuestra noción de verdad. Me gustaría mostrar que este
esfuerzo por desm ultiplicar los planos o los órdenes de la verdad no
es un simple ejercicio escolar, sino que corresponde a un movi
miento histórico de explosión; el Renacimiento pluridimensional de
la verdad; gracias a este proceso histórico el problema de la verdad
afecta al m ovimiento mismo de nuestra civilización y se presta a una
sociología del conocimiento.
Pero a este proceso de diferenciación responde un proceso in
verso de unificación, de totalización, al que dedicarem os la segunda
parte de este estudio. La interpretación de este proceso será la clave
de esta exposición; intentaré m ostrar que la unificación de la verdad
es a la vez un anhelo de la razón y una primera violencia, una falta;
tocarem os así un punto de am bigüedad un punto de grandeza y de
culpabilidad; es precisamente el punto en que la m entira toca más de
cerca a la esencia de la verdad. Iremos directamente al aspecto del
problema que concierne a la interpretación de nuestra civilización.
' Este estudio era en su origen un Informe, sometido a la discusión del «Congrés
Esprit» (Jouy-en-.losas, septiembre de 1951); no hemos cambiado en nada su carácter
esquemático y unilateral. Exigía otras perspectivas complementarias que no dejaron
de surgir en la discusión; no hemos querido introducirlas dentro de este estudio, que
así queda mejor abierto a la discusión y a la crítica. Por otra parte, tenía que introducir
a otros dos informes de carácter más preciso y concreto sobre la Verdad y la Mentira
en la vida privada y en la política; por tanto, este informe no es más que una intro
ducción, algo así como la atnbientación donde situar los otros dos estudios.
Históricamente, la tentación de unificar violentam ente lo verdadero
puede venir y ha venido realm ente de dos polos: el polo clerical y el
polo político; más exactamente, de dos poderes, el poder espiritual y
el poder temporal. Me gustaría m ostrar cómo la síntesis clerical de lo
verdadero es culpa de la autoridad especial que el creyente concede a
la verdad revelada, lo mismo que la síntesis política de lo verdadero
es culpa de la política, cuando pervierte su función natural y auténti
camente dom inante en nuestra existencia histórica. Por consiguiente,
tendré que esbozar cuál es la especie de autoridad que puede ejercer
la verdad teológica en los otros planos de la verdad, cuál es el sen
tido «escatológico» y no «sistem ático» con que puede unificar todos
los órdenes de la verdad a los ojos del creyente. E igualmente tendré
que aclarar los límites de una filosofía de la historia en sus preten
siones de unificar los múltiples planos de la verdad en un único
«sentido», en una única dialéctica de la verdad.
Así pues, los puntos neurálgicos de mi análisis serán: la plurali-
zación de los órdenes de verdad en nuestra historia cultural — el ca
rácter ambiguo de nuestra voluntad de unidad, a la vez como tarca de
la razón y como violencia— la naturaleza «escatológica» de la sínte
sis teológica —el carácter meramente «probable» de toda síntesis he
cha por la filosofía de la historia.
Quizá se adivine ya así que el espíritu de m entira está indisolu
blemente unido a nuestra búsqueda de la verdad, como túnica de
Neso adherida al cuerpo humano.
3 Diaiectique de la Durée.
Pero hay otros ritmos históricos que se entrelazan, que no se aco
modan exactamente al eje del progreso de las ciencias y de las técni
cas. Se abren y se cierran ciclos de civilización, surgen nuevos pode
res y se consolidan; el tiempo exige aquí otras categorías distintas de
las de la sedim entación y del progreso: nociones de crisis, de apo
geo, de renacimiento, de supervivencia, de revolución; tiempos de
nudos y de vientres (en cierto sentido, ese tiempo está más emparen
tado con la estructura periódica de los fenómenos de la micro-física
que con la estructura lineal del tiem po de la cinemática y de la mecá
nica racional).
Más aún, una civilización nueva no sigue un ritmo masivo: no
avanza en bloque ni se estanca en todos sus aspectos. Hay en ella va
rias líneas que es posible seguir longitudinalmente. La ola no sube ni
refluye en el mismo momento en todas las playas de la vida de un
pueblo. Las crisis de un com portamiento social o cultural particular
tienen su motivación propia y su resolución propia; así la crisis de
las matem áticas en la época de Pitágoras es ampliam ente autónoma
respecto a la historia general; la suscitó un desafio interno a las ma
temáticas (la irracionalidad de la diagonal respecto al lado del cua
drado); nacida de un proceso propiam ente m atem ático, esta crisis
tuvo su desenlace propiam ente matemático.
La historia de la m úsica se prestaría a reflexiones del mismo
tipo, aunque en un grado mayor de complejidad; en cierto sentido se
la puede considerar como un encadenamiento relativamente autó
nomo de las etapas de la técnica de escritura musical; pero el desa
rrollo de la música expresa tam bién las sugerencias laterales de las
otras artes y de la sensibilidad general, deja ver las esperanzas de un
público y hasta los encargos de los m ecenas o del Estado. Una histo
ria de la m úsica se m anifiesta com o una continuación técnica de ella
misma, con su motivación en cierto modo longitudinal, pero también
como una serie de explosiones inventivas ligadas a los grandes crea
dores, y com o un aspecto de la época, con sus relaciones transversa
les con las demás m anifestaciones de la cultura y de la vida.
De este m odo, la misma historia, que es una por el progreso del
instrumental material e intelectual, tiene por otra parte muchas for
mas de ser múltiples; se divide no solamente en períodos sucesivos
(lo cual plantea ya m uchos problemas), sino tam bién en fibras longi
tudinales que no siguen el mismo modo de encadenarse ni proponen
la misma problemática temporal. La idea de «historia integral» es
entonces una idea-límite; toda dialéctica resulta dem asiado simple y
se ve superada por el entramado de las m otivaciones longitudinales
propias de cada serie y por las interferencias transversales entre una
serie y las demás. Habría que poder leer a la vez los contrapuntos de
las líneas metódicas horizontales y la armonía de lo,s acordes vertica
les. Todo esto nos lleva al carácter circular de las dialécticas más
claras que podemos descubrir. Un ejemplo: el progreso en las técni
cas y en los instrum entos afecta en cierto modo a todo el proceso so
cial y con él a las superestructuras ideológicas; pero a su vez las téc
nicas dependen de las ciencias y principalmente de las matemáticas,
que florecieron en el umbral de las grandes m etafísicas pitagórica,
platónica y neoplatónica del Renacimiento; sin esas metafísicas idea
listas habría sido impensable la idea misma de una matematización
de la naturaleza.
Por tanto sería «ingenua» la dialéctica que se em peñase en ser
ella misma única y en un sentido único. Se pueden escribir muchas
historias: de las técnicas o del trabajo, de las clases y de las civiliza
ciones, del derecho, del poder político y de las ideas — sin contar la
historia de los cuestionamientos de la historia por la subjetividad so
crática, cartesiana, kantiana— , la historia, en segundo grado, de la
reflexión filosófica.
C reo que había que llegar hasta esta raíz del problem a, para
poder esbozar la crítica interna de todas las pretensiones de resol
ver por m edio de la historia el problem a de la unidad de los órde
nes de la verdad. La historia se pluraliza tanto com o la verdad;
conviene m antener alerta esta reflexión en contra de toda ju stific a
ción de las pasiones del poder al servicio de una filosofía dogm á
tica de la historia.
Terminaré subrayando al alcance de estas reflexiones para una
investigación sobre la mentira en el mundo moderno.
M ientras que nos quedam os en un plano vulgar de la verdad
— en el enunciado perezoso de las proposiciones rutinarias (por el
estilo: «llueve»)— , el problema de la mentira sólo atañe al decir
(digo falsamente lo que sé o lo que creo que no es verdad; no digo lo
que sé o creo que es verdad). Esa mentira, que supone por tanto la
verdad conocida, tiene como contrario a la veracidad, m ientras que la
verdad tiene como contrario al error. Las dos parejas de contrarios
— mentira-verdad, error-verdad— parecen entonces que no guardan
relación.
Sin embargo, a medida que nos vamos elevando hacia verdades
que hay que formar, elaborar, la verdad entra en el terreno de las
obras, especialmente de las obras de civilización. Entonces la m en
tira puede afectar muy de cerca a la obra de la verdad buscada; la
mentira verdaderamente «disimulada» no es la que concierne al de
cir de la verdad conocida, sino la que pervierte la búsqueda de la
verdad. Creo que he tocado un punto en donde ci espíritu de mentira
—que es anterior a las mentiras— está más cerca del espíritu de ver
dad, anterior a su vez a las verdades formadas; ese punto es aquel en
que la cuestión de la verdad culm ina en el problema de la unidad to
tal de las verdades y de los planos de la verdad. El espíritu de men
tira contam ina a la búsqueda de la verdad en su corazón, es decir, en
su exigencia unitaria; es el paso en fa lso ele lo total a lo totalitario.
Ese desliz se produce históricamente cuando un p oder sociológico
inclina y logra reagrupar más o menos com pletam ente todos los ór
denes de la verdad y plegar a los hombres a la violencia de la unidad.
Ese poder sociológico tiene dos figuras típicas: el poder clerical y el
poder político. En efecto, resulta que tanto el uno como el otro tie
nen una función auténtica de reagrupamiento; la totalidad religiosa y
la totalidad política son totalizaciones reales de nuestra existencia;
por eso precisam ente son las dos mayores tentaciones para el espíritu
de mentira, para la caída de lo total en lo totalitario; el p o d er— y por
excelencia el poder clerical y el poder político— es ocasión de caída
y de culpabilidad virtual.
En función de estas observaciones sobre la solidaridad entre tota
lidad, mentira y poder, las tareas de un espíritu de verdad serían las
siguientes:
E d ició n o r ig in a l :
O t r o s e n s a y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
Una vez más, estos conceptos que en cierto modo rebasan los lí
mites estrictos de un análisis formal de la aprehensión de realidad,
los reúno en apéndice. En él, en prim er lugar, a título de mera ilus
tración, aporto ciertos hechos lingüísticos sobradamente conocidos.
Y en segundo lugar apunto a las posibles dimensiones de la verdad
real en intelección ulterior.
I. C om o es bien sabido, los griegos llam aron a la verdad,
a-léth eia, descubrimiento, patentización. Peto no es el único voca
blo con que en nuestras lenguas se designa la verdad. Para mayor
sencillez reproduciré aquí una página que escribí y publiqué ya en
1944.
«Por am or a la precisión no será ocioso decir que el sentido pri
mario de la palabra aletheia no es «descubrimiento», «patencia».
Aunque el vocablo contiene la raíz la-dh-, «estar oculto», con un
-dh- sufijo de estado (lat. lateo de la-t, Benveniste; ai, rahú-, el de
monio que eclipsa al sol y a la luna; tal vez gr. alasteis, el que 110 se
olvida de sus sentimientos, de sus resentimientos, el violento, etc.),
la palabra aletheia licne su origen en el adjetivo alethés, del que es
su abstracto. A su vez, alethés deriva de léthos, láthos, que significa
«olvido» (pasaje único Teoc. 23, 24). Primitivamente alétheia signi
ficó, pues, algo sin olvido, algo en que nada ha caído en olvido «com
pleto» (Krctschmer, Dcbrunner). La patencia única a que alétheia
alude es, pues, sim plemente la del recuerdo. De aquí, por lo que
tiene de completo, alétheia vino a significar más tarde la simple pa
tencia, el descubrimiento de algo, la verdad.
Pero la idea misma de verdad tiene su expresión primaria en otras
voces. El latín, el celta y el germánico expresan la idea de verdad a
base de una raíz itero, cuyo sentido original es difícil de precisar; se
encuentra como segundo término de un compuesto en latín se-verus
(seld[verus), «estricto, serio», lo que haría suponer que uero signifi
caría confiar alegremente; de donde heorté, fiesta. La verdad es la
propiedad de algo que merece confianza, seguridad. El mismo pro
ceso semántico se da en las lenguas semíticas. En hebreo, aman, «ser
de fiar», en hiphil «confiar», dio emunah, «fidelidad, firm eza»; amén
«verdaderamente, así sea»; emeth «fidelidad, verdad». En akkadio
ammatu «fundamento firm e»; tal vez emtu (Amai na), «verdad».
En cambio el griego y el indoiranio parten de la raíz es- «ser».
Así ved. satya-, av. haithya- «lo que es realmente, lo verdadero». El
griego deriva de la misma raíz el adjetivo etós, eteós, de s-e-tó «lo
que es en realidad»; etá=alethé (Hesych.). La verdad es la propiedad
de ser real. La misma raíz da lugar al verbo etázo «verificar», y esto
«sustancia, ousía».
Desde el punto de vista lingüístico, pues, en la idea de verdad
quedan indisolublemente articuladas tres esenciales dimensiones,
cuyo esclarecim iento ha de ser uno de los temas centrales de la filo
sofía: la realidad (es-), la seguridad (uer-) y la patencia (la- dh-)».
La unidad radical de estas tres dimensiones es justo la verdad
real. Por esto he apelado a estos datos lingüísticos como m era ilus
tración de un problema filosófico. (Naturaleza, Historia, D ios, 1.a
ed., p. 29, 1944.)
II. La verdad real, es decir, la ratificación de la realidad en la
intelección tiene, pues, tres modos: m anifestación, firm eza y consta
tación. Como escribí en mi libro Sobre la esencia (1962, p. 131),
toda verdad real posee indefectible e indisolublemente aquellas tres
dimensiones. Ninguna de ellas tiene rango preferente ni prerrogativa
de ninguna clase sobre las otras dos. Las tres son congéneres como
momentos estructurales de la prim aria actualización intelectiva de
una cosa real. Sin embargo, son form alm ente distintas, tanto que su
despliegue en intelección ulterior matiza fundamentalmente la acti
tud del hombre ante el problema de la verdad de lo real.
«Bl hombre, en efecto, puede moverse intelectivamente con pre
ferencia en la riqueza insondable de la cosa. Ve en sus notas su ri
queza en erupción. Está inseguro de todo y de todas las cosas. No
sabe si llegará a alguna parte, ni le inquieta demasiado lo exiguo de
la realidad y de la inseguridad que pueda encontrar en su marcha. Lo
que le interesa es agitar, sacudir por así decirlo la realidad, para po
ner de m anifiesto y desenterrar sus riquezas; a lo sumo concebirlas y
clasificarlas con precisión. Es un tipo de intelección perfectamente
definido: la intelección como aventura en la realidad. Otras veces,
moviéndose a tientas y como en luz crepuscular, la imprescindible
para no tropezar y no desorientarse en sus movimientos, el hombre
busca en las cosas seguridades a que asirse intelectual mente con fir
meza. Busca certezas, certezas de lo que las cosas son en realidad.
Es posible que al proceder así deje de lado grandes riquezas de las
cosas, pero es a cambio de lograr lo seguro de ellas, su «qué». Corre
tras lo firm e, tras lo cierto como «lo verdadero»; lo demás, por rico
que fuere, no pasa de ser para él simulacro de verdad y realidad, lo
«vero-simil». Es la intelección como logro de lo razonable. Otras ve
ces, en fin, recorta con precisión el ámbito y la figura de sus movi
mientos intelectuales en la realidad. Busca la clara constatación de
su realidad, el perfil aristado de lo que efectivamente es. En princi
pio, nada queda excluido de esta pretensión; pero aunque fuera nece
sario llevar a cabo dolorosas am putaciones, las acepta; prefiere que
quede fuera de lo intcligido todo aquello a que no alcance la consta
tación, el propósito de claridad efectiva. Es la intelección como co
nocimiento, en el sentido más amplio del vocablo». (Sobre la esen
cia, p. 131.)
Toda intelección verdadera ulterior tiene algo de aventura en la
realidad, algo de firm eza cierta, y algo de conocimiento, porque ma
nifestación, firm eza y constatación son tres dim ensiones constituti
vas de la verdad real, y a fuer de tal son irrenunciables. Pero el pre
dominio de algunas de estas cualidades sobre las dem ás en el
desarrollo de la intelección, matiza la actitud intelectual. Por aquel
predominio se constituyen así tres tipos de actitud intelectual.
TEORÍAS HERMENÉUTICAS
DE LA VERDAD
MARTIN HEIDEGGER
DE LA ESENCIA DE LA VERDAD
(1943)
E d ic ió n o r ig in a l :
E d ic ió n c a s t i l l a n a : '|
T r a d u c c ió n :
— A) y B): C. Aslrada.
— C) y D): E. Garcia Belsunce.
-v -i i- • . ‘ - >■. ■ ( • ' ' “V i v •'' > £
: ^ V : V v i o - ' A".r <4?
O t r o s e n s a y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
i»-:'
— Sein und Zeit, M. Niemcyer Verlag, Tubinga, 1927 (11.a reimp.,
1967); § 44: «Dasein, Erschlossenheit, Wahrheit» [ed. east. El ser
y el tiempo, FCE, México, 1951 (2.a ed., 3.a reimp., 1980), § 44:
«Ser ahí, estado abierto, verdad»].
— «Platons Lehre von der Wahrheit», Franckc, Berna. 1947 fcd.
east., «Doctrina de la verdad según Platón», Cuadernos de Filoso
fía, Universidad de Buenos Aires, 10/12 (1953), pp. 113-158].
—- «Aletheia» (Heraklit, Fragmento 16), recogido en Vortrage und
Aufsiitze, Neske, Pfullingen, 1954 (cd. east. «Aletheia», en Confe
rencias y artículos, Ed. del Serbal, Barcelona, 1994, pp. 225-246.
— «Der Ursprang des Kunstwerkes», Holzwege (1950), Reclam,
Stuttgart, 1960, pp. 7-68 (reed., Klostermann, Francfort, 1984; ed.
cast.: «El origen de la obra de arte», en Camino.'; de bosque,
Alianza, Madrid, 1995, pp. 11-747; hay edición castellana anterior
de la obra completa bajo el título Sendas perdidas, 1960).
— Logik. Die Frage nach der Wahrheit, Gesamtausgabe, Bd. 21,
Klostermann, Francfort, 1976.
B ib l io g r a f ía c o m p l e m e n t a r ia :
IV LA ESENCIA DE LA LIBERTAD
IX. NOTA
E d ic ió n o r ig in a l :
— A) Von der Wahrheit, Piper, Munich, 1947 (2.a ed., 1958). pp.
453-463.
— B) Über das Tragische, Piper, Múnich, 1952, 63 pp. (reedición
parcial de la obra anterior, pp. 915-961).
— C) Die Sprache, Piper, Múnich, 1964 (reedición parcial de la
obra anterior, pp. 395-449).
T r a d u c c ió n : N. Smilg.
O t r o s e n s a y o s d f .l a u t o r s o b r e e l m i s m o t e m a :
B ib l io g r a f ía c o m p l e m e n t a r ia :
E d ic ió n o r ig in a l :
E d ic ió n c a s t e l l a n a :
T r a d u c c ió n : M. Olasagasti.
O t r o s e n sa y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
B ib l io g r a f ía c o m p l e m e n t a r ia :
1. CIENCIA Y VERDAD
Por eso, com o queda dicho, la tesis de que todo enunciado tiene
hii horizonte situacional y su función interpelativa es sólo la base
para la conclusión ulterior de que la historicidad de todos los enun
ciados radica en la finitud fundamental de nuestro ser. Que un enun
ciado es algo m ás que la simple actualización de un fenómeno pre
sente significa ante todo que pertenece al conjunto de una existencia
histórica y es simultáneo con todo lo que pueda estar presente en
ella. Si queremos comprender ciertas ideas que se nos han transm i
tido, movilizamos unas reflexiones históricas para aclarar dónde y
cómo se formularon esas ideas, cuál es su verdadero motivo y por
tanto su sentido. De ahí que, para actualizar una idea como tal, deba
mos evocar a la vez su horizonte histórico. Pero es evidente que no
hasta eso para describir lo que hacemos realmente. Porque nuestra
actitud hacia la tradición no se queda en el intento de com prender
averiguando su sentido mediante una reconstrucción histórica. Eso
puede hacerlo el filólogo; pero el propio filólogo podría reconocer
que su labor, en realidad, es algo más que eso. Si la antigüedad no se
hubiera convertido en clásica, es decir, ejem plar para el decir, el pen
sar y el poetizar, no existiría la filología clásica. Pero eso es aplica
ble a cualquier otra filología: lo eficiente en ella es la fascinación de
lo otro, lo extraño o lo lejano que se nos descubre. La auténtica filo
logía no es mera historia, porque la propia historia es en realidad una
ralio philosophandi, un camino para conocer la verdad. El que rea
liza estudios históricos depende de la experiencia que él m ism o po
sea de la historia. Por eso la historia debe escribirse siempre de
nuevo, ya que el presente nos define. No se trata en ella de recons
truir, de sim ultanear lo pasado. El verdadero enigm a y problema de
la com prensión es que lo así simultaneado era ya coetáneo a noso
tros como algo que pretende ser verdad. Lo que parecía mera recons
trucción de un sentido pasado se funde con lo que nos atrae directa
mente como verdad. Creo que uno de los ajustes capitales que
debemos hacer a nuestra idea de conciencia histórica es dejar patente
de ese modo la sim ultaneidad como un problema eminentemente
dialéctico. El conocimiento histórico no es nunca una m era actuali
zación. Pero tampoco la comprensión es mera reconstrucción de una
estructura de sentido, interpretación consciente de una producción
inconsciente. La comprensión recíproca significa entenderse sobre
algo. Com prender el pasado significa percibirlo en aquello que
quiere decirnos como válido. El prim ado de la pregunta frente al
enunciado significa para la hermenéutica que cada pregunta que se
com prende vuelve a preguntar a su vez. La fusión del presente con éj
horizonte del pasado es el tema de las ciencias, históricas del espíritu!
Pero éstas, al desarrollarlo, se limitan a realizar lo que ya hacemos
por el mero hecho de existir.
Si yo hago uso del concepto de simultaneidad es para posibilitan
un modo de aplicación de este concepto que resulta obvio desde
Kierkegaard. Éste caracterizó la verdad de la predicación cristiana
como «simultaneidad». La verdadera misión del cristiano consiste en
salvar la distancia del pasado mediante la sincronización. Lo que
Kierkegaard formuló por razones teológicas en forma de paradoja es
realmente válido para toda nuestra relación con la tradición y el pa
sado. Yo creo que el lenguaje hace la constante síntesis entre el hori
zonte del pasado y el horizonte del presente. Nos entendemos con
versando, muchas veces malentendiéndonos, pero al fin y al cabo
utilizando las palabras que nos hacen com partir las cosas referidas.
El lenguaje posee su propia historicidad. Cada uno de nosotros tiene
su propio lenguaje. No existe el problema de un lenguaje común para
todos, sino que se produce el m ilagro de que con diversos lenguajes
nos entendem os más allá de las fronteras de los individuos, los pue
blos y los tiempos. Este milagro va indisolublemente unido al hecho
de que tam bién las cosas se nos presentan con una realidad común
cuando hablamos de ellas. El modo de ser de una cosa se nos revela
hablando de ella. Lo que queremos expresar con la verdad — aper
tura, desocultación de las cosas— posee, pues, su propia temporali
dad e historicidad. Lo que averiguamos con asombro cuando busca
mos la verdad es que no podem os decir la verdad sin interpelación,
sin respuesta y por tanto sin el elemento común del consenso obte
nido. Pero lo más asombroso en la esencia del lenguaje y de la con
versación es que yo mismo tampoco estoy ligado a lo que pienso
cuando hablo con otros sobre algo, que ninguno de nosotros abarca
toda la verdad en su pensamiento y que, sin embargo, la verdad en
tera puede envolvernos a unos y otros en nuestro pensamiento indivi
dual. Una hermenéutica ajustada a nuestra existencia histórica ten
dría la tarea de elaborar las relaciones de sentido entre lenguaje y
conversación que se producen por encima de nosotros.
MICHEL FOUCAULT
VERDAD Y PODER
(1977)
E dición or ig ina l :
E dición c a st e l l a n a :
T r a d u c c ió n : J. Varela y F. Álvarez-Uría.
E dición o r ig ina l :
T r a d u c c ió n : N. Smilg.
4 Cfr. J. Simón, «Vertieren und Pindén der Sprache. Zur GeseJiichtlichkeit der
menschlichen Existenz», en Phil. Jahrb., 91 (1984) 238 ss.
6 W. von Humboldt, Gesammelte Schriften, Berlín, 1903 ss., VI, 182 y muchos
otros lugares. Cfr. T. Borsche, Spmchanschichten. Der Begriff der menschlichen Rede
in der Sprachphitosophie Wilhehn von Humboldts, Sttutgart 1981, 69.
■ Sobre el concepto de «desfiguración» cfr. llegcl, op. cit., 434 ss.
* Cfr. Platón, Gorgias 449 b ss. y otros lugares.
II
® Francis Bacon, Novum organon, Libro primero, n. 10 (ed. cast,. La gran restau
ración, Alianza, Madrid, 1985, p. 89: «La sutilidad de la naturaleza supera en mucho
la sutilidad del sentido y del entendimiento»).
mano, pues en verdad significa el fin y el térm ino requerido del
error interm inable»21. Si la teoría del conocimiento que presupone la
subjetividad com o una, aún precisa de la interlocución sobre el len
guaje (interlocución en la que debe representarse a sí misma), enton
ces lal interlocución debe poder llegar aI final, aunque sea sólo
como reflexión sobre las condiciones de posibilidad aprióricas del
conocim iento objetivo.
Tal com o m uestra la historia, esta esperanza no se ha cum plido.
El discurso prosigue sin que se alcance a ver un fin en el que se
realice un lenguaje común a todos acerca de la verdad, de modo tal
que nadie tuviera que preguntar qué significa algo. Hamann es
cribe en su «M etacrítica» que Kant «se había im aginado como ya
hallado el carácter universa! de un lenguaje filosófico que hasta
ahora se b u scab a» 22. Los tutores y pioneros en el cam ino hacia tal
ideal 110 han sido generalm ente estim ados en com paración con los
prestigiosos especialistas. Se ha ido haciendo cada vez más claro
que en las cuestiones universales no se ha reconocido otra cosa
más que la individualidad de las personas interesadas y esto signi
fica tam bién, según se dice, que no se ha reconocido más que su
derecho perm anente a las preguntas indispensables. Por consi
guiente, la verdad no consiste en la coincidencia en lo «mismo»,
sino en la ju sticia frente a esta individualidad indeleble con la que
no hay concordancia, incluso en su incom prensibilidad ante la pro
pia com prensión y los limites de su capacidad. El tercero excluido
de las «intersubjetividades» conjuntadas es la verdad de tales inter-
subjetividadcs en su aspiración de haber encontrado el lenguaje
verdadero y de, gracias a él, estar al m enos en el camino a la cosa.
La educación del individuo para capacitarlo en la participación en
modos de habla reglados «intersubjetivam ente» y en posibilidades
de com prensión carentes de problem as es concebida por Hegel
com o «enajenación» de la verdadera realidad, com o com porta
miento bajo una D oxa23. Recientem ente, la filosofía de Lévinas ha
21 I. fían!, Krilik der reinen Vernunft, 2.“ ed. (B), II (ed. cast., Critica de la razón
pura, Alfaguara, Madrid, 1978).
*” I lamann, «Metakrilik líber den Purismum der Vernunft», Sámtliche Werke, ed. J.
Nadler, III, 289.
21 Hegel, Phánomenologie des Geisles, 345 ss.: «El espíritu extrañado de sí
mismo; la educación» Cfr. aquí J. Simón, Wahrheit ais Freiheit, Berlín./Nueva York,
1978, 213 ss. (ed. cast., La verdad como libertad. Sígueme, Salamanca, 1983).
tem atizado éticam ente esta verdad-4. Pero tam bién es la verdad de
las pretensiones de verdad de toda teoría que se form ule com o tal,
bajo la presuposición del dominio de un lenguaje adecuado a los
objetos.
IV
;s Kant, Metaphysik der Sitien, ed. tic la Academia VI, 238 (cd. cast., Metafísica
de las costumbres, Tecnos, Madrid, 1989).
“ De otro modo también se encuentra ciertamente en Kant, por ejemplo en Das
Ende aller Dinge, ed. de la Academia VIII, 337 ss.
Se puede resumir este resultado de la relación entre lenguaje y
verdad del siguiente modo: se suprime la dimensión filosófica si,
como en la tradición metafísico-platónica, se trata de explicar esta
relación con ejem plos de la praxis vital usual y no problematizada y
con ejemplos de ciencias particulares en su curso «norm al» con el
uso lingüístico usual correspondiente. La dimensión filosófica sólo
se inicia donde se ponen de relieve los límites de la traducibilidad y
termina la com prensión «habitual».
TEORÍAS COHERENCIALES
CARL HEMPEL
LA TEORÍA DE LA VERDAD
DE LOS POSITIVISTAS L Ó G IC O S'
(1935)
E d ic ió n o r ig in a l :
T r a d u c c ió n : J. Rodríguez Alcázar.
O t r o s e n sa y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
’ Ha sido necesario, por desgracia, condensar ligeramente este artículo del doctor
Hempel. (Nota del editor de Analysis, en cuyo número de enero de 1935 se publicó
originalmente el artículo.)
La idea de escribir el presente artículo me ha surgido a raíz de un
debate reciente entre el profesor Schlick y el doctor Neurath, que se
publicará en dos trabajos incluidos en el volumen' 4 de la revista Er
kenntnis 2. Dicho debate gira principalm ente en torno a la concep
ción positivista de la verificación y la verdad.
Puede resultar útil para la discusión que sigue hacer referencia a
esa clasificación, bien conocida aunque algo tosca, que divide las di
ferentes teorías de la verdad en dos grandes grupos, a saber, las teo
rías de la verdad como correspondencia y las teorías coherentistas de
la verdad. Para las teorías de la correspondencia, la verdad consiste
en una cierta concordancia o correspondencia entre un enunciado y
lo que se llam a «realidad» o «hechos». Para las teorías coherentistas,
en cambio, la verdad es una propiedad que pueden poseer ciertos sis
temas de enunciados como un todo; dicho con otras palabras, la ver
dad consistiría en una cierta conform idad de los enunciados entre sí.
En las teorías coherentistas extremas la verdad llega a identificarse
con la com patibilidad mutua entre los elementos de un sistema.
La teoría de la verdad de los positivistas lógicos evolucionó paso
a paso desde una teoría de la verdad como correspondencia hasta
una teoría parcialm ente coherentista. Consideremos ahora breve
mente las fases lógicas más importantes de este proceso (que no se
corresponden exactamente con las históricas).
Las ideas filosóficas desarrolladas por L. Wittgenstein en su
Tractatus Logico-Philosophicus, que representan el punto de partida
lógico e histórico de las investigaciones del Círculo de Viena, se ca
racterizan obviamente por la defensa de una teoría de la verdad
como correspondencia.
De acuerdo con una de las tesis fundamentales de Wittgenstein,
consideraremos verdadero un enunciado si existe el hecho o estado
de cosas que ese enunciado describe; en caso contrario lo considera
remos falso. Ahora bien, según la teoría wittgensteiniana, los hechos
que componen el mundo constan en último análisis de ciertos tipos
de hechos elementales que a su vez no es posible reducir a otros. És
tos son los llamados hechos atóm icos, mientras que los compuestos
a base de ellos se denominan «hechos moleculares». Dos tipos de
enunciados se corresponderían con estos dos tipos de hechos: los
enunciados atómicos describirían hechos atómicos y los enunciados
4 The Unity o f Science, Kegan Paul, Londres, 1934. (N. del T.)
los enunciados básicos. Ahora bien, una hipótesis no puede ser veri
ficada de manera completa y definitiva por una serie finita de enun
ciados particulares; una hipótesis no es una función de verdad de
enunciados particulares y, como consecuencia de ello, un enunciado
particular que no sea él mismo un enunciado básico no es una fun
ción de verdad de enunciados básicos.
De este modo, un análisis cuidadoso de la estructura formal del
sistema total de los enunciados conduce a un concepto de verdad
muchísimo más laxo o blando. De acuerdo con las consideraciones
que acabo de apuntar, podemos afirm ar lo siguiente: en ciencia, un
enunciado se acoge como verdadero si está suficientem ente apoyado
por enunciados protocolares 5.
En este punto encontramos un rasgo fundamental que la teoría
que estamos considerando com parte con la posición de Wittgenstein:
el principio de que la comprobación de cada enunciado ha de redu
cirse a una determ inada forma de comparación entre el enunciado en
cuestión y cierta clase de proposiciones básicas que se consideran úl
timas y acerca de las cuales no es posible dudar en absoluto.
La tercera y última fase de la evolución lógica que venimos consi
derando puede caracterizarse como el proceso de eliminar de la teoría
de la verdad incluso esta última característica común.
Tal y como el doctor Neurath se ocupó de resaltar en una época
bastante tem prana, es ciertam ente fácil imaginar que el informe de
un cierto observador contenga dos enunciados m utuam ente contra
dictorios. Por ejemplo: «Veo esta m ancha completam ente a/ul os
cura y tam bién completam ente roja». Cuando algo así sucede en
ciencia, se deja de lado al menos uno de los dos enunciados protoco
lares mencionados.
Ya no es posible, por tanto, defender que los enunciados protoco
lares proporcionen una base inalterable para el sistem a global de los
enunciados científicos, aunque es verdad que con frecuencia nos li
mitamos a retroceder hasta los enunciados protocolares cuando se
trata de com probar la validez de una proposición. Pero no renuncia-
5 En este lugar, el texto original añade la siguiente frase: «So there oecurs in
science, one drops at least one o f the mentioned protocol statements». Tal afirmación
es incomprensible en este contexto y todo indica que se trata de un error tipográfico;
sobre todo si tenemos en cuenta que dos párrafos más abajo, también en la última
frase del párrafo, aparece una afirmación casi idéntica, que esta vez sí tiene perfecto
sentido con relación a lo que en ese párrafo se dice: «And if that occurs ¡n science,
one drops at least one o f the mentioned protocol statements». (N. del T.)
mos, como dice Neurath, a recurrir a un juez que decida si un enun
ciado disputado debe ser aceptado o rechazado; este juez viene dado
por el sistema de enunciados protocolares. Ahora bien: nuestro juez
puede ser destituido. Carnap sostiene el mismo punto de vista
cuando afirm a que no hay enunciados que se puedan considerar fun
damento absoluto de la ciencia; todo enunciado de carácter empírico,
incluidos los enunciados protocolares, puede necesitar justificación
adicional. Por ejemplo, los enunciados protocolares de un cierto ob
servador quizás se justifiquen con la ayuda de los enunciados conte
nidos en el inform e de un psicólogo que analice (antes o, incluso, al
mismo tiempo que se realizan las observaciones) cómo de fiable es
ese observador.
De este modo, cualquier enunciado em pírico puede ir unido a
una cadena de pasos comprobatorios en la cual no hay un eslabón fi
nal absoluto. A nosotros corresponde decidir en qué momento se da
por terminado el proceso de comprobaciones. Deja, pues, de ser ade
cuada la comparación de la ciencia con una pirámide que se yergue
sobre una base sólida. Neurath prefiere com parar la ciencia con un
barco que sufre interminables m odificaciones en alta m ar y que no
puede llevarse jam ás a un astillero para reconstruirlo de abajo arriba,
empezando por la quilla.
Es obvio que estas ideas generales implican una teoría de la verdad
como coherencia. Pero téngase bien presente que, dado que Carnap y
Neurath se limitan a hablar de enunciados, no pretenden en absoluto
afirm ar lo siguiente: «No hay hechos, sólo hay proposiciones». Antes
al contrario, el que nos encontremos ciertos enunciados en el informe
de un observador o en un libro científico es considerado un hecho
empírico, y las proposiciones que ahí aparecen, objetos empíricos.
Lo que estos dos autores pretenden afirm ar puede expresarse con
mayor precisión gracias a la distinción carnapiana entre los modos
formal y material de discurso'’.
Como ha mostrado Carnap, toda consideración no m etafísica que
la filosofía lleve a cabo pertenece al dominio de la Lógica de la
Ciencia, a menos que tenga que ver con un asunto em pírico (en cuyo
caso debe ser la ciencia empírica la que se ocupe de ella). Además,
* Carnap: Logische Syntax der Sprache, Viena, 1934; «Philosophy and Logical
Syntax», conferencias pronunciadas en Londres el año 1934 y de las que se hace eco
la revista Analvsis, vol. 2, n. 3; The Unity o f Science, Psyche Miniatures 63, Londres,
1934.
es posible considerar a cada uno de los enunciados de la Lógica de la
Ciencia como una afirm ación relativa a ciertas propiedades y rela
ciones de las proposiciones científicas, y sólo de tales proposiciones.
También es posible caracterizar el concepto de verdad utilizando este
modo formal de discurso; dicho sin excesivos tecnicismos, la verdad
se entendería como un nivel suficiente de concordancia entre el sis
tema de los enunciados protocolares aceptados y las consecuencias
lógicas que pueden deducirse del enunciado bajo escrutinio combi
nado con otros enunciados que han sido admitidos con anterioridad.
No sólo es posible, sino además mucho más adecuado, recurrir a
este modo formal mejor que al material. Pues este último acarrea
muchos pseudoproblemas que no es posible formular en el modo
formal correcto.
Decir que los enunciados empíricos «describen hechos» y que,
por consiguiente, la verdad consiste en una cierta correspondencia
entre los enunciados y los «hechos» descritos por aquéllos es un
ejemplo típico del modo material de discurso.
Los pseudoproblemas relacionados con este modo de discurso si
guen vivos en muchas de las objeciones que se han dirigido contra
las ideas de Neurath y Carnap; esto vale tam bién para ciertas obje
ciones expuestas en el artículo del profesor Schlick (y para algunas
de las consideraciones que, en un tenor bastante similar, ha desarro
llado recientemente B. v. Julios)7.
El profesor Schlick comienza objetando que el abandono radical
de la idea de un sistema de enunciados básicos inalterables nos pri
varía de unos cim ientos absolutos para el conocimiento y conduciría
a un relativismo completo en lo tocante a la verdad.
Pero hemos de contestar que una teoría sintáctica de la verificación
científica no puede tomar en consideración algo que no existe dentro
del sistema de la verificación científica. Pues está claro que en ningún
lugar de la ciencia es posible hallar un criterio de verdad absoluta e in
cuestionable. Para encontrar un grado relativamente alto de certeza ne
cesitamos retroceder hasta los enunciados protocolares de observadores
fiables; pero incluso tales enunciados pueden verse desplazados por
otros enunciados bien contrastados o por leyes generales. Así que no es
sensato demandar un criterio de verdad absoluta para enunciados empí
ricos; tal demanda parte de una presuposición errónea.
8 Así pues, la verdad no se reduce sin más matices a las propiedades formales de un
sistema de enunciados: como señalábamos al comienzo, Carnap y Neurath no apoyan
una teoría pura de la verdad como coherencia, sino una teoría parcialmente coherentista.
Los enunciados protocolares adoptados se conciben como obje
tos físicos hablados o escritos, producidos por los sujetos a los que
acabamos de referirnos; y pudiera darse el caso de que los enuncia
dos protocolares producidos por diferentes seres humanos no adm i
tieran la construcción de un único sistema de enunciados científicos,
esto es, de un sistema respaldado suficientem ente por el conjunto to
tal de los enunciados protocolares de gentes diversas. Pero, afortuna
damente, esta posibilidad no se da en la realidad: de hecho, la gran
mayoría de los científicos se ponen antes o después de acuerdo y, de
este modo (y éste es un hecho empírico), de sus enunciados protoco
lares resulta un sistema de enunciados y teorías coherentes que crece
y se extiende sin cesar.
Replicando a una objeción planteada por Z ilsel9, C arn ap10 añade
una observación que quizás nos permita explicar ese afortunado he
cho empírico.
¿Cómo aprendemos a pronunciar enunciados protocolares «ver
daderos»? Por condicionamiento, evidentemente. Del mismo modo
que acostumbramos a un niño a que escupa los huesos de las cerezas
con la ayuda de nuestro buen ejemplo o echando mano a su boca,
también lo condicionamos para que realice, en ciertas circunstancias,
proferencias habladas o escritas concretas, como «Tengo hambre» o
«Esto es una pelota roja».
Podemos decir, del mismo modo, que los científicos jóvenes son
condicionados igualmente cuando se les enseña en sus clases univer
sitarias a proferir, dadas ciertas circunstancias, expresiones como
«La aguja señala ahora el número 5 de la escala», «Este vocablo per
tenece al alto alemán antiguo» o «Aquel documento histórico data
del siglo xvn».
Este condicionamiento generalizado y bastante uniform e de los
científicos quizás pueda explicar en alguna medida la existencia de
un único sistem a científico.
La evolución que hemos venido considerando del concepto de
verdad está íntimamente vinculada a un cambio de opinión con res
pecto a la función lógica de los enunciados protocolares. Permíta
seme term inar con algunas observaciones relativas a esta cuestión.
En un prim er momento, Carnap introdujo el concepto de enun
ciados protocolares para referirse a la base que perm itiría com probar
- E d ic ió n o r ig in a l :
T r a d u c c ió n : J. Rodríguez Alcázar.
O t r o s e n s a y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
B ib l io g r a f ía c o m p l e m e n t a r ia :
Arthur Pap, Elements ofAnalytic PhUosophv, MacMillan, Nueva York, 1949, p. 356.
El asunto que nos ocupa es, por tanto, la polém ica cuestión de si
la coherencia es pertinente tan sólo como mero criterio potencial de
verdad fáctica, o si es inherente, de algún modo, a la definición de la
verdad, por reflejar algún aspecto esencial de su naturaleza2. M os
traré que si se contempla la coherencia bajo una perspectiva ideali
zada (esto es, como coherencia óptima con una base de datos p e r
fecta, y no como coherencia aparente con los datos imperfectos de
que disponemos de hecho), entonces se pone de m anifiesto el vín
culo esencial entre la verdad y la coherencia '.
Esta vinculación entre el criterio y la definición resulta crucial
incluso para la viabilidad de una teoría coherentista m eram ente crite-
riológica, pues la validación legitimadora de un criterio de verdad
debe ser capaz de m ostrar la conform idad de éste con la naturaleza
de la verdad tal y como queda recogida en una definición. Un crite
rio de algo no puede considerarse adecuado a menos que estemos en
condiciones de m ostrar que ese criterio nos proporciona acceso a la
cosa misma, dadas unas condiciones lo suficientem ente favorables.
A partir de ahora llamaremos «requisito de continuidad» a esta exi
gencia de que las proposiciones verdaderas sean coextensivas con
creencias justificadas criteriológicamente en circunstancias ideales.
Una pequeña dosis de simbolismo nos ayudará a form ular este
requisito de forma más precisa:
[I
(I) ‘E ’ es verdadero - ) ‘F c 8
(II) 'E' c B ‘E ’ es verdadero
Adviértase que cuando e! criterio específico de verdad como co
herencia reemplaza a nuestro criterio genérico anterior, C, entonces
resulta que, por hipótesis, l£" c B equivale a C(E/i(E)). Así pues, es
tos dos principios no hacen sino form ular de m odo diferente el re
quisito de continuidad.
Para que podam os considerar adecuada la teoría coherentista, por
tanto, la validación de estos dos principios tendrá que basarse en la
naturaleza misma de la «coherencia óptima (c) con una base de datos
perfecta (/?)»• Así que con objeto de probar esos dos principios ten
dremos que exam inar con mayor detenimiento las principales ideas
pertinentes al caso, a saber, los conceptos de «coherencia óptima» y
«base de datos perfecta».
Consideremos brevemente, en prim er lugar, la noción de cohe
rencia óptima. ¿En qué consiste eso de «ser coherente de form a óp
tima con una base de datos»? ¿A qué compromete (CE' c 5 » ? La res
puesta viene dada por las dos condiciones siguientes:
5 Para un desarrollo más detallado de estas ideas, cfr. mis libros The Coherence
Theory ofTruth y Cognitive Systemalization, Blackwell, Oxford, 1979.
como para que, dada cualquier tesis ‘E’ perteneciente al do
minio de la discusión de que se trate, bien la misma tesis E o
su negación, ‘no-E \ sea coherente de manera óptima con D:
ÍE' c B -» R(E)
6 Aquí parece haber una errata en el texto original. Literalmente dice: «[...] if ‘S ’
coheres optimaily with the perfected data base (B), then ¡1 follows Ihat ‘not-S’ will be
optimally coherent with the perfected data base B.» Pero esta última afirmación evi
dentemente no se sigue del principio de Completud y no se corresponde, además, con
la formulación simbólica que aparece inmediatamente a continuación. De ahí que
haya añadido la palabra «no» para restablecer lo que parece ser el sentido de la frase.
(N. deIT.)
Antes, sin embargo, merece la pena añadir un breve comentario
acerca de la idea de «realidad» que aparece reflejada en nuestra expre
sión «/?(£')». Lo que aquí aparece es una afirmación de facticidad, de
«adecuación a los hechos» (adaequatio ad rem): afirmar «R(E)» equi
vale a sostener que el estado de cosas E forma parte del mundo real,
que la realidad existente se caracteriza, en parte, por ese estado de co
sas. [Por tanto, afirm ar «/?(£)» equivale de hecho a sostener que E es
un «beslehender Sachverhalt», un estado de cosas real, en la termino
logía del Tractatus Logico-Philosophicus de Ludwig Wittgenstein], Lo
que se sostiene con «R(E)» es una tesis ontológica: se afirma que las
cosas son así de hecho, lo sepa alguien o no, lo crea alguien o no. Y
este rasgo de R, su carácter definitivo desde un punto de vista ontoló-
gico, significa que la «ley del tercio excluso» debe expresarse mediante
el siguiente principio de tertium non datur.
c5 ‘E ’ es verdadero
Queda así probada la tesis (II), con lo que ya hemos com pletado
la mitad de nuestra misión.
Con objeto de obtener la tesis (I), recurram os ahora al principio
(P l), para el caso especial del estado de cosas no-£:
(2) R(E) -» - ( ‘n o - F c B)
R ( E ) - ^ ‘E 'c B
III
(C) ‘E ’ es verdadero cB
Si tenemos presente este axioma, habremos de concluir que de
(P l) se sigue que
^ (n o -E ) —» _,(‘no-£'’ c B)
/? (£ )-> - ( ‘n o -F c B)
R(E) ( “£” c B)
IV
Nos queda por tratar un problema importante. Dado que «la ver
dad genuina» sólo está garantizada por la coherencia ideal (esto es,
por la coherencia óptima con una base de datos perfecta que no po
seemos, y no con aquella otra algo menos que óptima a la que efecti
vamente podemos acceder), no tenem os seguridad incondicional
acerca de la corrección efectiva de nuestras investigaciones, guiadas
por el objetivo de la coherencia; tampoco tenemos una garantía sin
reservas de que esas investigaciones nos proporcionen «la verdad ge
nuina» que perseguimos cuando nos ocupamos de investigaciones
empíricas. Más bien al contrario: la historia de la ciencia muestra
que es necesario ajustar, corregir y reem plazar constantemente nues
tros «descubrimientos», respaldados por el coherentism o científico,
acerca del comportamiento de las cosas en el mundo. No podemos
decir que nuestras indagaciones inductivas, cim entadas en la cohe
rencia, nos proporcionen la verdad genuina (definitiva); tan sólo que
nos proveen de la mejor aproximación a la verdad que somos capa
ces de lograr dadas las circunstancias.
’ Brand Blanshard, The Nature ofThoughl, 2 vols, Alien & Unwin, Londres, 1939,
vol. 2, pp. 267-68.
El conocim iento definitivo (en oposición al conocimiento «m era
mente hipotético») es el resultado de una investigación perfecta.
Únicamente ahí, en el nivel idealizado de la ciencia perfecta, podría
mos confiar en asegurarnos aquella verdad genúina sobre el mundo
que, como dice la expresión tradicional, «se correspondiera con la
realidad». El conocimiento fáctico, al nivel de generalidad y preci
sión propios de la teorización científica, recuerda la búsqueda de un
círculo perfecto. Por mucho que lo intentamos, no acabamos de con
seguirlo. Lo hacemos lo mejor que podemos, y al resultado lo llama
mos conocimiento, igual que llamamos círculo al «círculo» que he
mos dibujado cuidadosamente en la pizarra. Pero en el fondo, por así
decirlo, nos damos cuenta de que lo que en la actualidad llamamos
conocimiento científico tiene más o menos lo mismo de conoci
miento genuino (perfecto) que eso que dibujamos sobre la pizarra y
llamamos «círculo» tiene de círculo auténtico (perfecto). Nuestro
«conocimiento» en tales casos no es más que nuestra mejor aproxi
mación a la verdad de las cosas. Ya que no podemos ocupar el punto
de vista del ojo de Dios, sólo tenemos acceso a los hechos del
mundo a través de una investigación (potencialmente errada) de la
realidad. Todo lo que podemos hacer (y debe bastarnos, pues cierta
mente es todo lo que podemos hacer) es realizar lo m ejor posible
nuestro trabajo, el arte cognoscitivo de intentar discernir cuál es la
respuesta «correcta» a nuestras preguntas científicas.
En la vida real, siempre por debajo de lo ideal, la verdad su
puesta queda ciertam ente separada de la verdad indubitable por una
brecha evidencial. Pero, dada una critcriología adecuada de la ver
dad, esta brecha se cierra en circunstancias ideales. El requisito de
continuidad refleja el hecho de que la investigación persigue la ver
dad, el que la empresa científica tiene como objetivo y aspiración fi
nal alcanzar la verdad genuina.
El hecho de que lo que consigamos en nuestra práctica del cohe-
rentismo científico no sea esa verdad genuina, sino únicamente
nuestra mejor aproximación a ella, refleja la circunstancia de que de
bemos afanarnos en la búsqueda del conocimiento rodeados de las
ásperas realidades y com plejidades de un mundo imperfecto. Hemos
de ser conscientes siempre de la brecha entre lo real y lo ideal; tam
bién cuando debatimos la verdad de nuestras tesis científicas.
LORENZ B. PUNTEL
PROBLEMAS Y TAREAS DE UNA TEORÍA
EXPLICATIVO-DEFINICIONAL DE LA VERDAD
(1987)
E d ic ió n o r ig in a l :
T r a d u c c ió n : J. A. Nicolás.
O t r o s e n sa y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
B ib l io g r a f ía c o m p l e m e n t a r ia :
1.2.1. C u e s t io n e s m e t ó d ic a s p r e v ia s
(2) Pero ¿cómo hay que entender más exactam ente los concep
tos de «aclaración» ( 'Erklarung’), «explicación» ( ‘Explikation’) y
«definición»? A continuación se esboza una propuesta para ello.
Parece que las expresiones «aclaración», «explicación» y «defi
nición» presuponen algo previo (un «significado» previo). (Por lo
que respecta a la expresión «definición», esto vale solamente para
uno de los dos tipos de la misma, a saber, la llamada «definición ve
rificativa». Del otro tipo de definición, la llamada «definición dcsig-
nativa o estipulativa» debe prescindirse aquí.) Esto es propio no de
un carácter constructivo, sino más bien de uno reconstructivo. Con
esto hay que atender indudablemente a tres aspectos.
6 Kant, Critica ele la razón pura, B759 nota (citado según la edición castellana de
P. Ribas, pp. 585-6).
(C) El tercer aspecto concierne a la estructura exacta de las «re
laciones» entre los niveles de lenguaje indicados: el «lingüístico or
dinario», el «explicativo» y el «definicional». Una aclaración de esta
pregunta encuentra cuestiones muy difíciles, especialmente el pro
blema de la sinonimia, de la analiticidad, la llamada «paradoja del
análisis», etc. Existen propuestas de solución para estos problemas,
que no pueden ser discutidas aquí en detalle. Señálese en este punto
solamente esto: cada uno de los tres niveles está estructurado m e
diante un determ inado sistema de conceptos, que lo distingue de los
otros. Para determ inar las diferencias y relaciones entre los diversos
sistemas de conceptos, no sería recomendable retom ar conceptos tra
dicionales como «analiticidad», «sinonimia», entre o tro s7, al menos
en tanto estos términos no hayan sido aclarados de antemano con
exactitud.
1.2.2. A s p e c t o s d e c o n t e n id o
15 Ibídem. Además hay que destacar que Wittgenstein en el Tractatus introduce los
objetos todavía «más allá» o «más acá» de! estado de cosas (de nuevo), en tanto que
concibe el «estado de cosas» como «configuración de los objetos» (2.0)72). Con ello
emergen para él todos los problemas que en el texto han sido señalados.
14 O. Frege, Die Grundlagen der Aritmetik. Eine logisch-mathematisthe Uníersu-
chungüber den Begrijf derZahl. Breslau, 1884; reimpresión en 1961 de la nueva edi
ción aparecida en 1934, Darmstadt 1961, par. 62. Otras formulaciones del principio
contextual se encuentran al menos en otros tres pasajes de esta obra (Introd., p. XXII,
par. 60 y par. 106).
15 M. Dummet, Frege. Philosophy o f language, Cambridge, Mass., 2.“ ed., 1981,
pp. 6-7; del mismo autor, The interpreta/ion o f Frege 's Philosophy, Londres, 1981.
ción {estado de cosas)». Se podría mostrar que sobre esta base onto-
lógica de la proposición es posible acercarse más a la clarificación el
concepto de verdad.
EDICIÓN ORIGINAL:
T r a d u c c ió n : J. A. Nicolás.
O t r o s e n sa y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
«Decir de lo que es, que no es, o de lo que no es, que es, es falso;
por el contrario, decir de lo que es, que es, y de lo que no es, que no
es, es v e r d a d e r o » E s ta famosa definición de «verdadero» y «falso»
dada por Aristóteles en conexión con Platón (para la fundamentación
del principio de tercero excluido: de uno debe ser o bien afirm ado o
bien negado un otro) se ha convertido en la fuente de la llam ada teo
ría de la verdad como correspondencia, de la adaecuatio intellectus
el rei escolástica, así como de las teorías del conocimiento como re
flejo en sus diferentes matices; incluso la siguiente equivalencia (me-
talingüística) de la definición semántica de verdad para lenguajes for
males de Tarski «A es verdadero es equivalente a A» ( A Z w s A), en
donde «A» nombra la expresión del objeto lingüístico, que expresa la
traducción en el m etalenguaje «A», puede ser considerada como una
versión lingüístico-formal de la teoría de la correspondencia2, si no
se interpreta como puramente sintáctica, como por ejemplo en Car
n a p ’, sino que se la toma en relación a los significados de expresio
nes lingüísticas usadas.
Desde Platón hasta Marx y en la Filosofía analítica de nuestro si
glo, tanto en representantes del empirismo lógico (p.e., el primer
Wittgcnstcin), com o en representantes del fenomenalismo lingüístico
(p.e., Austin), vale esta teoría de la verdad como correspondencia en
su autocom prensión o en la com prensión de sus intérpretes como la
única explicación adecuada del concepto de verdad. Junto a ella las
* R. M. Martin, «Truth and its lllicit Surrogates, Nene Hefte /.’ Philosophie, 2/3
(1972), pp. 95-110.
equivalencias inadmisibles, sino que resaltan aspectos de una intro
ducción adecuada del concepto de verdad, que en una especial inter
pretación realista de la teoría de la correspondencia o no están consi
deradas del todo o bien sólo parcialmente, y quizás entonces de
manera desfigurada. Esto se puede aclarar aún más mediante la con
traposición de «verdadero» y «eficaz» en el sentido de un concepto
semántico y de un concepto pragmático de verdad.
El concepto semántico de vprdad <pculta del contexto la situación
de habla, en el que se afirm a la expresión problemática, y en especial
el hablante y el oyente, cuyo papel se considera como irrelevante
para la definición de «verdadero». Para quien la importancia está en
la verdad, debe ya de antemano, antes de ser enjuiciada la expresión
de su verdad, haber determinado con precisión qué quiere entender
por «verdad». Pero esta determinación debe expresar, so pena de ser
acusado de arbitrariedad, la referencia a objetos de expresiones, ju s
tamente la diferencia que se traduce en el lenguaje ordinario m e
diante el giro de que esta expresión corresponde a los hechos, aqué
lla, po r el contrario, no. Tampoco se considera la pregunta por si
estos «hechos» son reales y deben de ser aceptados o influenciados,
o si incluso según la expresión ya han sido influenciados, ni mucho
menos se toma en cuenta la pregunta de si todos estos hechos están
en el mismo nivel. Se comparan solamente las siguientes afirm acio
nes: «La nieve es blanca», «El trabajo no deshonra», «Rojo es un co
lor», «Llueve», «Los planos no paralelos tienen un corte común».
El interés detrás del concepto semántico de verdad en expresar o
anotar solamente expresiones verdaderas, es un interés teorético, al
que básicamente no le importa el papel que juegan además o juga
rían las expresiones verdaderas. Sin duda hay que reducir ya aquí, en
cuanto que el expresar o subrayar una expresión enjuiciada como
verdadera ya nos podría llevar más allá del interés teorético, quiere
informar, podríamos decir, o más precavidam ente:Jiace posible in
formar; autosuficiente en sentido estricto sería, sólo cuando no se
forma ninguna relación con otras personas y la verdad constatada en
privado no tiene posibilidad ni control de su eficacia pública.
Muy distinto se presenta el ám bito del concepto pragmático de
verdad. Aquí se recurre desde un principio a la situación de habla,
hablante y oyente, escritor y lector, para la determ inación de la ver
dad: los procedim ientos aplicados o aplicables por las personas par
ticipantes para la constatación de la verdad de una expresión son
equiparados con el concepto de verdad. Esto puede ser concebido
como un proceso cuasi histórico com o en la teoría del consenso de
Peirce, o incluso aparecer como principio de verificación en el pri
mer empirismo lógico, en conexión con e! dictum de Wittgenstein:
«Para poder decir ‘p ’ es verdadero (o falso), debo haber determinado
bajo qué condiciones yo llamo ‘p ’ verdadero y con ello determ ino el
sentido de la proposición»9. Una determ inación del concepto de ver
dad sin la inclusión del procedimiento para determ inar la verdad de
expresiones problemáticas, queda vacia, porque su aplicabilidad es
puesta en cuestión. La conexión de los objetos con las expresiones se
refleja sólo en este procedimiento de determinación de la verdad y
no juega ningún papel independiente. Pero dichos procedimientos se
presentan como indicaciones expresas de la relación de las expresio
nes con las personas que las emplean. En el concepto pragmático de
verdad está presente un interés práctico — de ahí el nom bre— , a
saber, querer lograr la conformidad en el reconocim iento de expre
siones: la mera constatación de la verdad de las expresiones sin la
seguridad de su potencial reconocimiento universal carece de conse
cuencias, y por tanto, de interés.
Las dos posiciones, si se las caracteriza de este modo, muestran
una notable distorsión de las propiedades señaladas anteriorm ente en
el dilema. No es el concepto semántico de verdad, sino el concepto
pragm ático, el que utiliza un criterio no arbitrario para la verdad, me
diante el recurso a veces oculto a un consenso universal. Si este con
senso no es incluido en el concepto de verdad, entonces la determ i
nación de la verdad queda como una cosa privada del que en cada
caso afirm a una proposición, ya que el mundo de los hechos, presen
tándose como criterio único y libre básicamente del lenguaje, sólo
mediante postulado puede presentarse como mundo común para to
dos. Sin embargo, parece crear nuevas dificultades, hacer valer la
conform idad como criterio eficaz de verdad, ya que la conformidad
misma debe poder ser som etida al enjuiciam iento de la adecuación
con la realidad. Por lo tanto, parece que cuando hay un consenso,
debe garantizar la verdad de la expresión en cuestión, todavía bajo
condiciones, cuya cum plimentación por su parte no puede ser orien
tada de nuevo hacia un consenso.
Justamente en este lugar es habitual introducir la racionalidad del
hablante y del oyente, y contraponer una conformidad meram ente
fáctica, y por tanto insuficiente, a un consenso racional. Esta racio-
16 Cratilo, 387b-388b.
11 Cratilo, 385b; cfr. Sofista, 263b, así como la detallada discusión en K. Lorenz/J.
MittelstraG, «On Rational Philosophy o f Language: The Prograinme in Plato’s Cratilus
reconsidered», Mimi, 76 (1967), pp. 1-20.
IS Cfr. para lo siguiente también la construcción sistemática de K. Lorenz, Ele
mente der Sprachkritik. Eine Alternative zum Dogmatismus und Skeptizismus in der
Analylischen Philosophie, Francfort del M., 1970, 2.a parte (Elementos de crítica del
lenguaje. Una alternativa al dogmatismo y al escepticismo en la filosofía analítica).
de introducción del habla para cada fragmento lingüístico del habla
en la situación de uso del habla. Estas situaciones de introducción
del habla son proporcionadas, en el caso más simple que es el de los
predicados, como situaciones de enseñanza y aprendizaje, en la des
cripción naturalmente sim plificada, para la articulación lingüística
de esquemas de acción. Con esto por un lado, se establece con segu
ridad que el esquema de acción de la enseñanza y del aprendizaje
obedece ya en el concepto al principio de autonomía y al principio
de invariancia — una enseñanza eficaz se distingue de aprender y en
señar con éxito en que el aprendiz es en otro lugar tam bién ense
ñante para «la misma» distinción— ; y por otro lado, es también se
guro que el conocimiento y la sinceridad no son todavía
problemáticas: al comienzo de un saber sobre objetos y sobre los en
señantes o aprendices respectivamente no hay ninguna diferen
ciación entre el conocimiento y el error y entre la sinceridad y el en
gaño. El problema de la validez de las expresiones así com o para las
máximas no existe todavía.
La praxis prim aria dialógicam ente construida, en las situaciones
de introducción del habla nunca dada, sino siempre por reconstruir,
es una acción mediada de enseñar y aprender, acción im plícitamente
lingüística, la base prim aria reducible a las situaciones de uso del ha
bla, a saber, allí donde es formulada la pregunta por lo que es, y por
lo que debe ser. M ediante las situaciones de enseñanza y aprendizaje
de la praxis prim aria se garantiza la comprensibilidad de los concep
tos, los predicados, es decir, una comprensión básica común de su
sentido, como se puede decir ahora en relación con el uso tradicional
del lenguaje. Sólo hay un problema, el paso de la situación de uso
del habla a la construcción de la situación de introducción del habla,
que hace transparente su éxito y fracaso, para los elem entos lingüís
ticos del habla utilizada en la praxis científica y también en la coti
diana.
La objeción fundamental m uestra en este lugar que tal recons
trucción de la introducción del habla sólo se puede conseguir porque
el consenso racional del uso del habla final es ya previo y no puede
ser elaborado mediante ella. Esta dificultad parece tan insuperable
porque completam ente libre de objeción — prim eram ente sólo fin
gida— la representación de la reconstrucción de las situaciones de
introducción del habla no se alcanza sin el uso del habla ya conse
guido y se considera irrealizable transm itir según su intención las
discutibles reconstrucciones sin la ayuda de la representación lin
güística. El punto clave de esta argumentación es naturalmente la in
significante — traída por mí de manera lo menos significativa posi
ble— determ inación adverbial «fiel a la intención» en la que está in
cluido enteram ente el problema de la validez, que queda por expli
car. Pero no es absolutam ente necesario — com o ya 'he intentado
m ostrar detalladamente en otro lu g a r”— cargar la introducción de
acciones lingüísticas elementales, p.e., la predicación, la denom ina
ción, la regulación, etc. mediante situaciones sim plificadas de ense
ñanza y aprendizaje, con condiciones añadidas, que son formidables
prim eram ente en un nivel de praxis lingüística y de acción más desa
rrollado. Así es insignificante la consideración de malentendidos no
excluibles en el aprender y enseñar de una distinción insignificante
sin nuevos medios lingüísticos ya presentes (se piensa en el pro
blema de la introducción de las palabras de los colores, m ientras no
estén aún a disposición diferencias categoriales básicas, como color
y forma), porque sólo es formidable bajo el presupuesto de una anti
cipación de diversas continuaciones de la distinción introducida en
com ún mediante ejem plos y contraejemplos. Pero son productos lin
güísticos más elevados, que exigen postulados ya en la base, lo que
sería metódicam ente absurdo. Por el contrario, se puede exigir con
razón de las situaciones de introducción del habla volver de nuevo a
las situaciones de uso del habla, de las cuales habíamos partido, por
que la exigencia de posibilitar una orientación del hombre en el
mundo y entre sus semejantes, produce el problema de la validez, es
pecialmente el problem a de la verdad de las expresiones.
El punto de partida para el próximo paso ahora necesario es la
propiedad de las situaciones de uso de habla, de ser diferentes bási
camente de posibles situaciones de introducción de sus componentes
predicativos. En esto consiste el resultado específico del habla hu
mana, la única que puede hacer presentes situaciones mediante pala
bras, en las que no tiene lugar el dudoso habla. Hay un uso indepen
diente de las situaciones de introducción posible en las expresiones
lingüísticas, un uso de distinciones ya sabidas sobre objetos repre
sentados meramente lingüísticos, m ediante nominadores, que tam
bién, si ellos se encuentran ya en la situación de uso del habla, en
tonces no podrían ser contados para la situación de introducción.
Y esta capacidad de distinción entre introducción y uso consti
tuye —fam a fert— la grandeza y la miseria del hombre, ya que la
independencia de la situación en cada caso presente, en la que al-
30 Cfr. sobre esto la parte del ensayo informativo más exacto de K. Lorenz, «Dia-
logspiele ais semantische Grundlage von Logikkalkiilen» («Juegos de diálogo como
fundamento semántico de los cálculos lógicos»), I, II, en Arch. f. math. Logik u.
Grundlagenf 11 (1968), pp. 32-55, 73-100, y «Rules versus Theorems. Approach for
Mediation betvveen Infuitionistic and Two-Valued Logic» (aún no publicado).
JÜRGEN HABERMAS
TEORÍAS DH LA VERDAD
(1973)
E d ic ió n o r ig in a l :
E d ic ió n c a s t e l l a n a :
T r a d u c c ió n : M. Jiménez.
O t r o s e n sa y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
contra los otros» {toe. cit., p. 725). Base de esta interpretación del mal (que fue objeto
de ulterior desarrollo en la filosofía última de Schelling) es la bella y original inter
pretación que Schulz hace del escrito de Fichte «Die Bestimmung des Menschen», es
crito que, si 110 entiendo mal, ocupa una posición sistemática central en la propia argu
mentación de Schulz (loe. cit., pp. 328 ss.).
!0 Añadido, 1983: las consideraciones que siguen, todavía muy tentativas, las he pre
cisado mientras tanto en la sección IV de mi artículo sobre ética del discurso, en J. I la-
bermas, Momlbewusstsein und kommimikutives Húndela, Francfort, 1983, pp. 67-72.
entre sí basándose en normas. Ejemplos son: ordenar, exigir, rogar,
amonestar, aprobar, sancionar, salir fiador de; disculparse, perdo
nar; aconsejar, advertir, proponer, recomendar, rechazar, otorgar,
conceder, etc. Los actos de habla regulativos podem os distinguirlos,
así de los actos de habla constatativos como afirm ar, describir, refe
rir, narrar, exponer, explicar, predecir, etc., como de los actos de ha
bla representativos, que se refieren a la expresión de intenciones,
actitudes y modos de expresión de un hablante. Ejem plos son: ocul
tar, fingir, encubrir, dejar de decir, negar, etc. A los actos de habla
constatativos pertenece como pretensión de validez la verdad, a los
actos de habla representativos la veracidad; pero a los actos de habla
regulativos no cabe hacerles corresponder del mismo modo la recti
tud. Pues, al intentarlo, resulta que la pretensión de validez asociada
a los actos de habla regulativos está tom ada de la validez fáctica de
una norma que antecede ya siem pre a esos actos. Al dar a alguien
una orden, o bien estoy expresando una necesidad subjetiva y una
relación contingente de poder, y en tales casos estoy expresando una
intención; o bien estoy expresando una relación legítim a de depen
dencia, y en tal caso me estoy apoyando en una norm a, cuya validez
no es generada por mi acto de habla (como sucede en los actos de
habla constatativos o representativos), sino que ya viene presu
puesta en mi acto de habla. Esta circunstancia explica tam bién por
qué la validez norm ativa sólo puede expresarse en la form a im per
sonal de oraciones de deber y no en la form a de actos de habla. La
rectitud de acciones particulares (o dé actos de habla particulares)
deriva de la legitimidad de las norm as subyacentes. Cuando se pone
en cuestión una orden dada legítimamente, ésta puede justificarse
haciendo referencia a una norm a vigente, que otorga el correspon
diente poder de mando.
Es la rectitud de tales norm as fácticam ente reconocidas la que
puede ser objeto de fundam entación. Son las pretensiones de vali
dez de las norm as existentes, pretensiones que vienen form uladas
en oraciones de deber, las que se convierten en objeto de los dis
cursos prácticos (y no las pretensiones de validez de los actos de
habla regulativos). C iertam ente que en el tránsito de la acción al
discurso práctico, las pretensiones de validez fácticam ente'recono
cidas de las norm as, al igual que las pretensiones de validez inge
nuam ente reconocidas de las afirm aciones, quedan transform adas
en pretensiones de validez hipotéticas, de m odo que las correspon
dientes norm as pueden considerarse com o «puestas» (y sustituí-
bles). En el discurso las norm as quedan a disposición desde el
punto de vista de si deben tener vigencia o n o -'. Para los estados
em píricos acerca de los que discutim os com o «estados de cosas»
dejando en suspenso su existencia, hemos introducido el térm ino
«hecho»; para las norm as sobre las que discutim os dejando en sus
penso su validez nos falta un térm ino análogo. Podemos recurrir, a
título de estipulación term inológica, a la expresión «propuesta nor
mativa». En ambos casos se abre un discurso, sea con la (contro
vertible) afirm ación de que p (siendo p un enunciado), o con la
(controvertible) recom endación de que m (siendo m un precepto
general). Las recom endaciones (o advertencias) cuando se las hace
en discursos, im plican, del mismo modo que las afirm aciones, pre
tensiones de validez hipotéticas.
A la pretensión de validez de las afirm aciones, ingenuam ente
reconocida en contextos de acción, corresponde la vigencia o vali
dez fáctica de las normas. A la pretensión de verdad de los enun
ciados acerca de estados de cosas (hechos), que pueden existir o no
existir, tem atizada en los discursos teóricos, corresponde la preten
sión de rectitud, tem atizada en los discursos prácticos, que las reco
m endaciones entablan en favor de preceptos que afectan a todos y a
los que es posible deba prestarse vigencia (y que en cuanto rigen
Tácticamente, representan norm as reconocidas). A un hecho debe
corresponderle (por lo menos) una afirm ación justificada (o un
enunciado verdadero); a una norm a que en circunstancias dadas
debe regir, debe corresponderle (por lo m enos) una recom endación
ju stificad a (o m andato correcto). Ciertam ente que una norm a fácti-
cam ente vigente, no por eso tiene la razón de su parte, y norm as
correctas puede que no lleguen a alcanzar vigencia fáctica. De ahí
que los resultados de los discursos prácticos, en los que se dem ues
tra que la pretensión de validez de norm as cuya pretensión de vali
dez sería susceptible de desem peñarse con argum entos que no es
tán en realidad vigentes, se com porten críticam ente frente a la
realidad (es decir, frente a la realidad sim bólica de la sociedad),
m ientras que los discursos teóricos no pueden dirigirse contra la
realidad (naturaleza) misma, sino contra afirm aciones falsas acerca
de la realidad.
M Cfr. también sobre lo que sigue el epílogo a J. Habermas, Erkenntnis und Inte-
resse, Francfort, 1973; en especial, pp. 381-401 (ed. cast., Conocimiento e interés,
Taurus, Madrid, 1982).
!S Cfr. K. O. Apel, Die Transformation der Philosophie, 2 tomos, Francfort, 1973
(ed. cast., La transformación de la Filosofía, Taurus, Madrid, 1985).
a fundamentar, bajo las que tal pretensión de validez puede resol
verse o desempeñarse. Los problem as que a la teoria del conoci
miento plantea la constitución del objeto no deben mezclarse, en el
sentido de las teorías trascendentales de la verdad, con los problemas
de la resolución o desempeño de pretensiones de validez.
Voy a m encionar una consecuencia anticipándom e a lo que diré
después. Si queremos entender el progreso científico como un desa
rrollo crítico de lenguajes teoréticos, que a largo plazo interpretan de
forma cada vez «más adecuada» los ámbitos objetuales precientífi-
camente constituidos, la identificación de verdad y objetividad no
puede menos que plantear dificultades. Pues si las pretensiones de
verdad no se desempeñasen mediante argumentación, sino mediante
experiencias, los progresos teoréticos dependerían de la producción
de nuevas experiencias y no de nuevas interpretaciones de las mis
mas experiencias. Más plausible es la idea de que la objetividad de
una experiencia no asegura la verdad de la correspondiente afirm a
ción, sino sólo la identidad de una experiencia en la diversidad de
sus posibles interpretaciones.
Cfr. G. Pitcher en su introducción al colectivo editado por él: Tmth (véase nota
4), pp. 9 ss.
v En este sentido se expresa P. Goehet, loe. cit., p. 98: «Este estudio nos ha con
firmado, en efecto, que el hecho, contrariamente al suceso, no puede alcanzarse
sino por mediación del lenguaje y que es lógicamente inseparable de la frase que lo
formula».
cen sobre todo en los contextos de fundamentación de las teorías ra
cionalistas cuando se trata de inmunizar la verdad de los axiomas,
principios supremos, etc., contra las dudas convencionalistas, ape
lando a la veracidad de un Dios que procede en térm inos volunta-
ristas (cfr., por ejemplo, el papel que la suposición contrafáctica de
un deus m alignus juega en Descartes).
ís Cfr. E. Tugendhat, Der Wahrheitsbegriff bei Husserl wul Heidegger, Berlín, 1967.
(b) También la rectitud es una pretensión de validez genuina
que no puede reducirse a la verdad. La rectitud es como hemos visto
una pretensión de validez que dice que una norma de acción (o de
valoración) vigente es reconocida con razón, que «debe» estar vi
gente. Estas reiteradas objeciones contra las falacias naturalistas en
el ám bito de la ética acentúan esa diferencia. En cuanto interpreta
mos la rectitud como una relación entre una recomendación o adver
tencia y la entidad interna de la satisfacción de una necesidad (o
com o descarga de la tensión interna provocada por un displacer), la
hemos ya m alentendido conform e al modelo de una relación de ver
dad. Al igual que en los actos de autopresentación, tampoco en la
elección de norm as estoy haciendo afirm aciones sobre episodios in
ternos; no estoy haciendo en general enunciado alguno, sino que es
toy obrando bien u obrando mal. A las teorías que entienden la ver
dad com o éxito (en la dim ensión que fuere) les subyace un error
complem entario. De tal m alentendido pueden encontrarse buenos
ejemplos en Nietzsche, en el pragmatism o de orientación psicológica
de VV. James y F. C. Schiller y en el concepto sistémico de verdad de
Luhman. Según esta concepción, la verdad se mide por el cum pli
miento de funciones importantes para la vida, viniendo determinada
esa im portancia para la vida por los valores-m eta de un organismo o
de una especie o por los imperativos de supervivencia o consistencia
de un sistema social. En tal tentativa de m inar el concepto de verdad
en térm inos funcionalistas, habríamos de atenernos a los imperativos
dominantes de funciones evaluativas, relativas a aspectos de control
sistémico, sin que por su parte tales funciones pudieran ya conside
rarse susceptibles de verdad. Pero tal concepción no hace justicia al
m omento contrafáctico contenido en el concepto de pretensión nor
mativa de validez2’.
(c) Parece evidente que la inteligibilidad de una m anifesta
ción nada tiene que ver con la verdad. La inteligibilidad es una
pretensión de validez que dice que dispongo de una determ inada
com petencia de regla, a saber: que dom ino (a lo m enos) un len
guaje natural. Una em isión o m anifestación es inteligible cuando
está form ada de suerte que todo el que dom ine los correspondien
tes sistem as de reglas podría generar la m ism a em isión o m anifes
tación. En este aspecto, lo que llam am os «verdad analítica» es un
51 R. M. Martin, «Truth and its illicit Surrogates», Nene Hefte Jiir Philosophie,
1972, H. 2/3, p. 10!.
" Cfr. las matizaciones que T. A. McCarthy hace al criterio de verdad aquí pro
puesto, en «A Theory o f Communicative Competence», Phil. Soc. Se., 3 (1973),
pp. 135-156. Añadido 1983: hablar de criterio de verdad puede conducir a confusio
nes. La teoría consensual explica el significado del concepto de verdad, para lo cual
recurre ciertamente a un procedimiento, pero no de hallazgo de la verdad, sino de re
solución o desempeño de pretensiones de verdad.
14 Quizá, para prevenir malentendidos, debería hablarse de una teoría discursiva de
la verdad en vez de una teoría consensual de la verdad. Cfr. A. Beckermann, «Die rea-
listischen Voraussetzungen von Konsensustheorie von Habermas», Zeitschrift fu r alt.
Wissenschaftstheorie, III, H. 1, 1972, 63-80.
cancc un consenso, sino en que en todo momento y en todas partes,
con tal que entrem os en un discurso, pueda llegarse a un consenso en
condiciones que permitan calificar ese consenso de consenso fun
dado. Verdad significa warranled asserlibility'K Ahora bien, si como
criterio de verdad sólo se perm ite un consenso fundado, la teoría
consensual de la verdad se ve envuelta en una contradicción. Las
condiciones bajo las que un consenso puede considerarse real o ra
cional y, en todo caso, garantizador de verdad, no pueden hacerse a
su vez depender de un consenso: «Parece que un consenso, para po
der garantizar la verdad de enunciados puestos en cuestión, está so
metido aún a condiciones cuyo cumplimiento no puede orientarse a
su vez por un consenso»36.
Esta objeción es correcta. Si el sentido de la verdad consiste en
la posibilidad de llegar en los discursos a una decisión positiva
acerca de la justificación de una pretensión de validez problemati-
zada, y si la decisión a que discursivamente se ha llegado sólo puede
producirse en forma de un consenso alcanzado argumentativamente,
entonces hay que mostrar en qué consiste la fuerza generadora de
consenso de un argumento; pues no puede consistir en el simple he
cho de poder llegar argumentativamente a un acuerdo, sino que este
hecho ha m enester él mismo de explicación.
La teoría consensual de la verdad pretende explicar la peculiar
coacción sin coacciones que ejerce el m ejor argum ento por las pro
piedades formales del discurso y no por algo que, com o la consis
tencia lógica de las oraciones, subyace al contexto de argum enta
ción o que, como la evidencia de las experiencias, penetra, por así
decirlo, en la argumentación desde fuera. El resultado de un dis
curso no puede decidirse ni por coacción lógica ni por coacción em
pírica, sino por la «fuerza del mejor argumento». A esta fuerza es a
lo que llam am os motivación racional. Tiene que ser aclarada en el
marco de una lógica del discurso, para la que, por lo que veo, sólo
existen por el momento unos cuantos trabajos previos. Por parte de
la retórica habría que m encionar las investigaciones de Ch. Perel-
mann y por parte de la lógica los trabajos de Y. Bar-Hillel. Me ba
saré en el análisis que hace St. Toulmin del uso de argum entos47
D (data)----------------------------------------------------------C (conclusión)
W (warrant)
B (ibacking)
c Afirmaciones Mandatos/valoraciones
41 C. F. v. Weizsácker, Die Einheil der Nainr, Munich, 1971, pp. 338 ss.
verdaderos o falsos. Verdaderos o falsos sólo son los enunciados que
formamos empleando tales conceptos y predicados. La «adecuación»
es una categoría que pertenece al ám bito de la cognición, es decir, de
la obtención de informaciones sobre los objetos de la experiencia.
En esta esfera de experiencia referida a la acción no se tematizan en
absoluto, com o hemos mostrado, pretensiones de validez. En cam
bio, cuando, como ocurre en los discursos, lo que se pone a discu
sión son estados de cosas, se trata de la validez de enunciados y no
de la fiabilidad de informaciones o de la pertinencia o seriedad de
actos cognitivos. A la confusión, más arriba analizada, entre correla
tos de la experiencia (objetos en el mundo) y correlatos de la argu
mentación (hechos) responde aquí la confusión de la adecuación de
un sistem a de lenguaje y un sistem a conceptual con la verdad de las
proposiciones.
Los sistemas de lenguaje son condición de la posibilidad de
enunciados (los enunciados sobre sistemas de lenguaje pertenecen
por su parte a otro sistema de lenguaje que se halla sujeto a condi
ciones similares a las del lenguaje objeto de esos enunciados). Entre
esas condiciones hay que contar también, en la medida en que nos es
posible argumentar tales lenguajes, la adecuación antecedente de los
esquemas cognitivos y lingüísticos que (por adecuados que se los su
pongan) son en cada caso determ inados estados de cosas que pueden
ser el caso o no serlo. Es la existencia de tales estados de cosas la
que decide sobre la verdad de los enunciados en los que quedan re
flejados, pero no sobre la adecuación del sistema de lenguaje del que
están tomados los conceptos y predicados empleados en esos enun
ciados. Si un sistema de lenguaje es inadecuado, ha dejado de cum
plirse una de las condiciones necesarias para la verdad de los enun
ciados que formulamos en categorías de ese lenguaje, y nada más.
Ciertamente que de forma indirecta podemos com probar si un sis
tema de lenguaje es adecuado por los enunciados verdaderos que
cabe formar en él. Pero la adecuación de los sistem as de lenguaje y
de los sistemas conceptuales sólo podríam os ponerla directamente en
relación con la verdad de los enunciados formados en ellos si las
evoluciones cognitivas, que (según nuestra hipótesis) subyacen en
cada caso a la «adecuación», se hubieran efectuado conscientemente
en forma de procesos de aprendizaje discursivos, es decir, en el m e
dio de la argumentación. Esto sólo sería el caso si las evoluciones
cognitivas que, bajo la presión de la acción y la experiencia, discu
rren de forma no discursiva, quedaran desconectadas de sus m eca
nismos empíricos de control y ligadas estructuralm ente a discursos.
Pues bien, a mi juicio tenemos que suponer ya siempre cumplida
esta exigencia (¿cumplida aproximativamente en el sistema de la
ciencia?) cuando nos plegamos a la fuerza de convicción de un argu
mento, es decir, cuando nos dejamos motivar racionalmente.
Voy a recapitular nuestras consideraciones. Dentro de un sistema
de lenguaje y de un sistema conceptual elegidos, la afirm ación o la
recomendación necesitada de explicación es puesta en una relación
deductiva con al menos otras dos oraciones; después, mediante evi
dencia casuística, se apoya la aceptabilidad del enunciado universal
que hace de premisa (hipótesis legaliforme, norma de acción o valo
ración). La fuerza generadora de consenso de un argumento des
cansa en el tránsito, justificado mediante inducción o universaliza
ción, de B a W. Por de pronto sólo hemos discutido el caso de la
confirm ación deductiva de hipótesis legal ¡formes y expresado la sos
pecha de que la inducción puede explicarse por la adecuación del
lenguaje de fundamentación al correspondiente ámbito objetual.
Pero entonces la fuerza generadora de consenso de un argumento
descansa en la evolución cognitiva que garantiza la adecuación del
sistem a de descripción, evolución cognitiva que antecede a toda ar
gum entación concreta. La tentativa entonces obvia, de fundar la ver
dad, no en el procedim iento de discusión mismo, sino en esa adecua
ción, fracasa, empero, ante la circunstancia de que ni los predicados
y conceptos, ni los sistemas de lenguaje y sistemas conceptuales en
que aparecen, pueden ser verdaderos. Sólo los enunciados pueden
ser verdaderos o falsos. La verdad ha de definirse, pues, por referen
cia a la argumentación. Pero ésta sólo puede pretender una fuerza ge
neradora de consenso qua argumentación, si está asegurado que no
sólo se apoya en una relación entre sistema de lenguaje y realidad,
que ex antecedente venga espontáneam ente regulada por evolución
cognoscitiva, es decir, en una relación de «adecuación» entre sistema
de lenguaje y realidad, sino que representa ella misma el medio en
que puede proseguirse esa evolución cognoscitiva como proceso de
aprendizaje consciente. La cuestión de si un sistema de lenguaje es
adecuado a un ámbito objetual y de si el fenómeno necesitado de ex
plicación ha de asignarse precisam ente al ámbito objetual para el que
el lenguaje elegido resulta adecuado, es una cuestión que ha de po
der convertirse ella misma en objeto de la argumentación. Se trata de
una cuestión que directam ente sólo podría decidirse mediante un ir y
venir entre concepto y cosa. Pero sólo a un espíritu metafísico, que
no seria ya espíritu de nuestro espíritu, le sería posible tal acceso di
recto. Nosotros dependemos del curso de la argumentación, que
afortunadamente permite un cambio de los niveles de la argumenta
ción. Las propiedades formales del discurso tienen, por tanto, que
ser tales que pueda cambiarse en todo momento de nivel de discurso,
de suerte que un sistema de lenguaje y conceptual elegido pueda, lle
gado el caso, reconocerse como inadecuado y ser sometido a revi
sión: el progreso del conocimiento se efectúa en form a de una crítica
sustancial del lenguaje. Un consenso alcanzado argumentativamente
puede considerarse criterio de verdad si, pero sólo si, se da estructu-
ralmente la posibilidad de revisar, m odificar y sustituir el lenguaje
de fundamentación en que se interpretan las experiencias. La expe
riencia reflexiva de la inadecuación de las interpretaciones de nues
tras experiencias tiene que poder entrar en la argumentación. Antes
de investigar qué significa esta exigencia hecha a los discursos teóri
cos y cómo puede cumplirse, voy a tratar de explicar el papel que
cumple la universalización en los contextos de discurso práctico42.
Como en los discursos prácticos, a diferencia de lo que ocurre
en la com probación de pretensiones de verdad, no hem os de recu
rrir a experiencias con la realidad externa, objetivada, y ni siquiera
hemos de hacer la tentativa de entender la pretensión de validez
vinculada a las norm as como una relación entre lenguaje y natura
leza externa, una teoría consensual de la rectitud no se enfrenta a
las mismas objeciones que una teoría consensual de la verdad. Pa
rece obvio que las cuestiones prácticas que se plantean en lo to
cante a la elección de norm as, sólo pueden decidirse m ediante un
consenso entre todos los im plicados y todos los afectados potencia
les. Las norm as regulan oportunidades legítimas de satisfacción de
las necesidades; y las necesidades interpretadas son un fragm ento
de la naturaleza interna, a la que cada sujeto, en la medida en que
se com porte con veracidad, tiene un acceso privilegiado. Una teoría
consensual de la rectitud se expone más bien a la duda de si las
cuestiones prácticas son en general susceptibles de verdad, de si la
rectitud de los m andatos o las prohibiciones es una pretensión de
validez discursivam ente desem peñable y no más bien algo m era
mente subjetivo.
Ésta es la convicción que subyace a las éticas no cognitivistas.
Pues bien, en este contexto, el principio de universalización, según el
Niveles de discurso
16 W. Schulz (en Philosophie in der veranderten Welt, loe. cil., pp. 173 ss.) se suma
a las reservas contra la «aterradora irrealidad» de las suposiciones de la situación ideal
de habla (o de la acción comunicativa pura). Si esta objeción está pensada en términos
de principio, lo que en ella se expresa es la duda de si puedo hacer también frente a la
carga de la prueba en lo concerniente al carácter cuasi-trascendcntal que atribuyo al
sistema de reglas pragmático-universales. Para mostrar que, cuando entramos en un
discurso, hacemos aquellas suposiciones, a la vez universales e inevitables, que han de
cumplir las situaciones ideales de habla, escojo en el presente artículo la vía de una de
fensa de una teoría consensual de la verdad. Por lo demás, se dan paralelismos entre la
situación ideal de habla y la estructura de la «original position», a la que John Rawls (A
Theory o f Juslice, Oxford, 1972, pp. 118 ss.; ed. casi., Teoría de la justicia, FCE, Ma-
Pertenece a los presupuestos de la argumentación el que en la eje
cución de los actos de habla hagamos contrafácticamente como si la
situación ideal de habla no fuera simplemente ficticia sino real — es
precisam ente a esto a lo que llamamos una presuposición— . El fun
damento normativo del entendim iento lingüístico es, por tanto, am
bas cosas: un fundamento anticipado, pero, en tanto que fundamento
anticipado, también operante. La anticipación formal del diálogo
idealizado (¿como una forma de vida a realizar en el futuro?) garan
tiza el acuerdo contrafáctico «último» (que sirve ya de.soporte y que
por tanto no hay que em pezar estableciendo) que ha de unir ex ante
cedente a los hablantes/oyentes potenciales y acerca del que no ha de
exigirse ya un entendim iento si es que los argumentos han de poseer,
en general, una fuerza generadora de consenso. En este aspecto el
concepto de una situación ideal de habla no es solam ente un princi
pio regulativo en el sentido de Kant. Pues con el prim er acto de en
tendimiento lingüístico, fácticamente hacemos siem pre ya esa supo
sición. Por otro lado, el concepto de situación ideal de habla tampoco
es un «concepto existente» en el sentido de Hegel; pues ninguna so
ciedad histórica coincide con la forma de vida que podemos caracteri
zar en principio por referencia a la situación ideal de habla47. Con Jo
que m ejor cabría com parar la situación ideal de habla sería con una
apariencia transcendental, si esa apariencia, en lugar de deberse a
una transferencia impermisible (como ocurre en el uso de las catego
rías del entendim iento de espaldas a la experiencia), no fuera a la vez
condición constitutiva del habla racional. La anticipación de la situa
ción ideal de habla tiene para toda com unicación posible el signifi
cado de una apariencia constitutiva, que a la vez es barrunto de una
forma de vida. Ciertamente que a priori no podem os saber si ese ba
rrunto es sólo una subrepción, por más que tenga su fuente en supo
drid, 1978) recurre para una fundamentación de la ética en términos de una renovada
teoría del contrato social. Pero en la medida en que la objeción de Schulz esté pensada
en términos pragmáticos, no veo por mi parte ninguna razón para oponerme a ella: la
institucionalización de discursos pertenece, como es evidente, a las innovaciones más
difíciles y más sujetas a riesgos que registra la historia humana. Cfr. mi introducción a
la nueva edición de Theorie und Praxis, Francfort, 1971, pp. 31 ss., (ed. cast., Teoría y
praxis, Tecnos, Madrid, 1990). Y mi réplica a R. Spaeman en mi colección de artículos
Kultur und Kritik, Francfort, 1973, pp. 378 ss.
*’ Es decir, una forma de vida comunicativa que se caracterice porque la validez
de todas las normas de acción políticamente relevantes se haga depender de procesos
discursivos de formación de la voluntad política. Añadido 1983: cfr. en contra de esta
interpretación, más arriba nota 46.
siciones inevitables, o si pueden producirse en la práctica las condi
ciones empíricas para la realización, aunque sea aproximativa, de la
forma de vida supuesta en las propias estructuras de la comunica
ción. Bajo este punto de vista, las normas fundamentales del habla
racional, inscritas en la pragmática universal, contienen una hipótesis
práctica.
La circunstancia de que nunca podarnos tener certeza definitiva
acerca de si nos estam os equivocando sobre nosotros mismos
cuando em prendem os un discurso, hace, a lo m enos, aparecer
com o necesario un hilo conductor con ayuda del cual podem os m e
tódicam ente superar las barreras de la com unicación sistem ática
mente distorsionada cuando tales barreras existen. Cuando a aque
llo que im pide el discurso querem os oponerle la fuerza del propio
discurso, podem os elegir una form a de com unicación que tiene una
estructura peculiar y que proporciona algo único. Esa forma de co
municación puede analizarse conform e al m odelo del diálogo
psicoanalítico entre m édico y paciente. Pues el diálogo psicoanalí-
tico pretende satisfacer las condiciones de una form a de com unica
ción que perm ite desempeñar, a la vez que una pretensión do ver
dad, tam bién una pretensión de veracidad.
El diálogo psicoanalítico proporciona menos y más que el dis
curso usual. La crítica terapéutica, que es como vamos a llamarla,
proporciona menos, en la medida que el paciente en modo alguno
adopta desde el principio frente al médico una posición simétrica:
pues el paciente no cumple las condiciones de un participante en el
discurso. El resultado del discurso terapéutico logrado es precisa
mente aquello que para el discurso habitual hay que em pezar exi
giendo desde el principio. La efectiva igualdad de oportunidades en
la realización de roles dialógicos, y en general en la elección y eje
cución de actos de habla, es precisamente a lo que como resultado se
endereza esc «discurso» terapéutico iniciado entre dialogantes desi
gualmente situados. Por otro lado, el discurso terapéutico propor
ciona también más que el discurso usual. Al perm anecer peculiar
mente entrelazado con el sistema de acción y experiencia, es decir, al
no constituir un discurso exento de experiencia y descargado de ac
ción, en el que se tematicen exclusivamente cuestiones de validez y
al que todo contenido o inform ación haya de sum inistrársele desde
fuera, la autorreflexión lograda acaba en un «tornarse consciente»
que no sólo cum ple la condición de un desempeño de una pretensión
de veracidad (desempeño que norm alm ente no puede conseguirse en
térm inos de discurso). Al aceptar el paciente las interpretaciones que
el médico le propone y que el médico ha «elaborado», y al confir
marlas como acertadas, el paciente se percata, a la vez, de que estaba
siendo víctima de un autoengaño. La verdad de la interpretación po
sibilita a la vez la veracidad del sujeto en sus manifestaciones, con
las que hasta ese m om ento se estaba engañando (por lo menos a sí
mismo y probablemente también a otros). Las pretensiones de vera
cidad sólo pueden, por lo general, someterse a prueba en los contex
tos de acción. Esa señalada forma de comunicación en la que incluso
pueden superarse distorsiones en la estructura de la comunicación, es
la única en la que junto con una pretensión de verdad, puede som e
terse sim ultáneam ente a examen «discursivo» una pretcnsión de ve
racidad (y rechazarse como no ju stificad a)48.
T r a d u c c ió n : N . S m ilg.
O t r o s t r a b a jo s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :
B ib l io g r a f ía c o m p l e m e n t a r ia :
2 Cfr. E. Husserl, Fórmate und transzendentale Logik, Halle, 1929, 140 ss. (ed.
cast., Lógica form al y lógica trascendental, 1962 ; también ibid., Cartesianischen Me-
ditationen und Pariser Vortrage, Husserliana I, La Haya, 1963, 55 ss., 92 ss., 143 (ed.
cast., Meditaciones cartesianas, FCE, México, 1985).
la interpretación del mundo. Pues la situación cambia por completo,
respecto al desempeño de pretensiones de verdad, cuando se trata de
enunciados científicos sobre fenómenos experimentales o cuando se
trata de problemas de com prensión entre diferentes culturas y sus di
ferentes interpretaciones del mundo. En estos casos, la interpretación
lingüística del m undo que se ha presupuesto tácitamente en cada per
cepción de algo como algo, llama la atención en cierto modo, como
problema. En estos casos, la afirm ación de la verdad de un enun
ciado ya no es un asunto de evidencia perceptiva del objeto del co
nocimiento para un solo sujeto. Más bien se muestra que cualquier
juicio de conocim iento, verdadero o falso, acerca de algo como algo,
contiene también una comunicación hermenéutica, una comprensión
con otros acerca de la interpretación lingüísticamente correcta de
los fenómenos qua signos\ (En el caso de la ciencia, esto podría sig
nificar que la comprensión adecuada de los fenómenos dados como
algo, plantea la necesidad de nuevas teorías o incluso de nuevos ju e
gos lingüísticos que se correspondan con los nuevos paradigmas de
la investigación. En el caso del encuentro con culturas ajenas podría
significar que se ha de aprender un idioma, a cuya luz hay que inter
pretar de nuevo en gran parte el m undo de la vida de la comprensión
cotidiana.)
En este lugar de mi reflexión podría introducir la concepción de
Ch. S. Peirce acerca de la interpretación de signos y acerca de la
formación del consenso in the long run4 sobre la interpretación de
signos, sugiriendo así la integración de la teoría fenomenológico-
transcendental de la verdad como evidencia en una teoría semiótico-
transcendental de la verdad como consenso5. Sin embargo me gusta
* Cfr. W. Stegmüller, Das Wahrheitspmblem und die Idee der Semantik, Viena/Nueva
York, 1968, pp. 47 ss.
Se ha objetado contra Tarski que la verdad no es un predicado de los enunciados,
sino de las proposiciones. Esta objeción es pertinente cuando Tarski entiende los
enunciados como vehículos materiales de los signos, Tal interpretación viene sugerida
por la circunstancia de que Tarski participó del programa reduccionista del fisicalismo
de R. Carnap. Sin embargo, me parece que la relativización de la verdad a enunciados
de un sistema semántico que hace Tarski. puede entenderse aún en otro sentido que
constituye el pinito esencial del semanticismo, en Jauto que primera fase del linguistic
titrn en la filosofía. En el sentido de este punto esencial, los significados de las propo
siciones están constituidos de tal modo que son significados de determinados enuncia
dos de un sistema semántico. listo es lo esencial de la afirmación de Wittgenstein
(Trocíalas Logico-philosophicus. prop. 4): «El pensamiento es el enunciado con sen
tido». La misma cuestión queda expresada de forma aún más clara en la siguiente ob
servación: «El limite del lenguaje se muestra en la imposibilidad de describir el hecho
[Tatsache] que corresponde a un enunciado [...] sin repetir, precisamente, el enun
ciado», Vermischte Bemerkungen, Suhrkamp, Francfort del M., 1977, 27. Esta obser
vación aclara también lo esencial de la «convention T» de Tarski, por ejemplo, la equi
valencia: «El enunciado ‘p’ es verdadero si y sólo si ‘p ’».
Aquí se muestra que la teoría semántica de la verdad de Tarski representa exacta
mente la posición contraria a la teoría fcnomcnológico-transcendental de la evidencia
prelingüistica de Husserl.
jes naturales como lenguajes aplicables pragm áticam ente, por ejem
plo los significados de térm inos indexicales. Pero, no sólo éstos,
sino tam bién los significados de predicados que han de introducirse
ejemplarmente de manera situacional. Brevemente: la teoría de la
verdad de Tarski no puede alcanzar, por principio, los fenóm enos
dados del mundo real.
Con otras palabras: en el esquem a definitorio de su «convention
T » 9 — x es verdadero sólo si p , o tam bién «p» es verdadero sólo en
el caso de que p— Tarski intenta reconstruir lo esencial de la teoría
de la correspondencia de Aristóteles —-en especial en la versión que
he citado (Met. 1011 b 26 s.)— . Mediante la segunda p — la p sin co
millas— Tarski remite, al mundo real, desde la luz del significado de
un enunciado del «lenguaje objeto». Pero al mismo tiempo, mediante
su explicación recursiva del significado de los enunciados de un sis
tema semántico, pretende evitar las implicaciones ontológico-metafi-
sicas o epistem ológicas de su teoría. La teoría debe ser metafísica-
mente neutral, como también debe ser neutral en referencia al
problema de la verificación (o falsación), como el propio Tarski
subrayal0.
El precio de esta restricción abstractiva en el sentido de una se
mántica lógica estriba de nuevo en que, mediante la teoría, no se al
canzan los fenómenos del mundo real; lo cual indica, como el propio
Tarski confirm a, que la teoría no posee ninguna relevancia criterio-
lógica para la teoría del conocimiento. En tanto que teoría de la ver
dad, tiene en cuenta únicamente una pre-condición semántica necesa
ria del concepto de decibilidad lógica, a saber, la de la transferencia
veritativa en un sistema sem ántico de enunciados, a diferencia del
mero concepto lógico-sintáctico de implicación. Pero esta comple-
mentación de la sintaxis lógica mediante la semántica lógica no ga
rantiza de ninguna manera que se pueda aplicar al mundo real el sis
tema construido semánticamente — por ejemplo, como reconstrucción
de un lenguaje científico— .
Para asegurar la aplicabilidad al mundo real es necesario presu
poner que todo el sistema sem ántico —junto con la correspondiente
definición (recursiva) de sus enunciados verdaderos— pueda ser in
terpretado pragmáticamente. Pero esto sólo se puede realizar con la
ayuda de un lenguaje natural, como el usado por los científicos, por
" Con la ayuda de los «identificadores» (por ejemplo, signos indexicales) Charles
W. Morris introdujo la diferencia entre desígnala, como objetos de referencia supuestos
de un sistema semántico abstracto y denótala reales, como objetos de referencia del uso
lingüístico pragmático-cognitivo; cfr. Charles W. Morris, Zeichen, Sprache und Verlial-
ten, Schwann, Dusseldorf, 1973, reed. en Ullstein Materialien, Francfort/Berlín/Viena,
1981.
15 Cfr. O. W. F. Hegel, Die Phanomenologie des Geistes, Meiner, Leipzig, 1949,
pp. 79 ss.: cfr. también M. Kettncr, Hegels «sinnliche Gewissheit»: diskursanatytis-
cher Kommentar, Francfort/Nueva York, Campus, 1990.
coherencia (la «comunidad» y el «entrelazamiento de las ideas» de
Platón) representan la verdad de nuestra representación lingüística
del mundo. No ve o no tiene en cuenta que los térm inos indexicales,
por sus significados referidos a situaciones, contribuyen de forma
específica c indispensable a la m ediación y representación de nues
tro conocim iento — a saber, cuando aparecen como partes constituti
vas específicas de juicios de percepción, por ejemplo, de protocolos
experimentales— . En estos casos, los términos indexicales, al dirigir
nuestra atención hacia los fenómenos dados — por cierto, de manera
aún conceptualm ente determ inada— , suministran precisam ente el
tipo de evidencia que es necesario en ciencias empíricas, en la me
dida en que son diferentes del tipo de ciencia filosófico-conceptual
que, tanto 1legel como antes Platón, favorecieron como fuente de la
verdad coherencia].
Dicho con otras palabras: en el contexto de los juicios de percep
ción, es decir, en referencia a las cualidades del ser-así, los términos
indexicales proporcionan precisam ente el tipo de conocimiento
(«percepción») que hace posible que diferenciemos entre el mundo
real de la experiencia y todos los mundos m eram ente posibles que
pudieran satisfacer las condiciones criteriales de la coherencia. En
mi opinión, hay que hacer notar que la necesidad de diferenciar entre
el mundo real y los posibles mundos ficticios, reconociendo de esa
manera a la teoría de la verdad com o evidencia como rival de la teo
ría coherencial, no haya sido tomada en serio por los representantes
de la teoría de la coherencia — desde Leibniz, pasando por Hegel y
Neurath, hasta Rcscher y Puntel
Pero debe entenderse, que mis observaciones críticas a la teoría
de la verdad com o coherencia no sugieren un retorno a la teoría
fenomenológica de la evidencia ni (en la línea de la crítica de Feuer-
bach a Hegel) otorgan prioridad a la intuición prelingüística frente al
concepto. Quisiera afirmar, más bien, que con su apelación a la ver
dad del lenguaje, Hegel no ha entendido suficientem ente la Junción
semiótica de los términos indexicales, así como la verdad de la inter
pretación lingüística del mundo que depende de esa función. Me pa
rece que la clave para diferenciar entre juicios de percepción y meros
enunciados afirmativos estriba precisam ente en que los primeros,
mediante la función de los signos indexicales, están en condiciones
15 Para lo que sigue, cfr. K. O. Apcl, Der Denkweg von Charles Sanders Peirce.
Eine Einfiihrung in den amerikanisdien Pragmatismus, Suhrkamp, Francfort del M.,
1975, así como los trabajos citados en la nota 5.
11 Cfr. C. W. Morris: Foundations o f the Theory o /Signs, Univ. o f Chicago Press,
Chicago/Ill., 1938 (ed. cast., Fundamentos de ¡a teoría de los signos, Paidós, Barce
lona, 1985).
bido a la tr i lateral idad de la función signica— este proceso de inter
pretación está referido en todo momento a «lo cognoscible real», en
tanto que objeto transcendental de referencia y a lá comunidad
transcendental de interpretación, y esto hay que reivindicarlo desde
el punto de vista peirceano frente a J. D errid aiS. En el plano de esta
transform ación semiótico-transcendenta! de la Lógica transcendental
de Kant, la idea reguladora del consenso último de la comunidad ili
mitada de interpretación asume, por así decirlo, la función de la
«síntesis de la apercepción», en tanto que «punto más elevado» de la
«deducción transcendental» de los principios del conocimiento. Con
la única diferencia de que, como principios [Prinzipien], no hay que
su p o n er— como en Kant— los «principios» [Grundsatze], en el sen
tido de «juicios sintéticos a priori», sino las tres formas de proceder
en el razonamiento —deducción, inducción y abducción— vincula
das in the long run con la interpretación de los signos. Estos proce
dimientos de razonam iento, junto con la interpretación de los signos
qua interpretación de «iconos», «índices» y «símbolos», están en la
base de todos los juicios proposicionales — también y precisamente,
los juicios de percepción— y, por otra parte están en la base de los
«principios» [Grundsatze] del conocimiento científico — llamados
por Kant «juicios sintéticos a priori»— . De todo esto se obtiene, se
gún Peirce, el falibUismo de todo conocimiento de experiencia (in
cluido el de los «principios» [Grundsatze]).
Otros dos rasgos esenciales de la teoría peirceana de la verdad
como consenso están enlazados con la transform ación semiótico-
transcendcntal de la función tradicional del objeto del conocimiento.
2. La «Lógica sem iótica de la investigación» de Peirce, que
para él es parte de la «ciencia normativa», se diferencia de la con
cepción de la pragm ática empírica o form al de M orris y de C arn ap w
por la circunstancia de que aquélla no sólo proporciona la base para
una descripción del uso lingüístico, sino además una serie de ideas
reguladoras (en el sentido de Kant) para el modo de proceder de los
procesos de razonamiento — en parte— sintéticos y la interpretación
correspondiente de los signos. Según Peirce, aquí se trata de postula
í0 Cfr. Charles S. Peirce, Collected Papers, ed. por Ch. I lartsthorne y P. Weiss,
Harvard Univ. Press, Cambridge/Mass., 1931-35, vol. V, § 388-407.
21 Cfr. J. Searle, IiUenlionality, Cambridge Univ. Press, 1983, capítulo 5.
manera parecida, J. Rawls intenta encontrar lo que significa «justi
cia» cuando intentam os imaginarnos cuál sería el orden social de
m áxim a libertad y (también) m áxima limitación del riesgo para sí
mismos que todos los seres hum anos considerarían como racional
mente aceptable, presuponiendo que nadie posee un saber especial
sobre su posición en el orden social que va a elegir.
Se entiende que el consenso ideal y último de una comunidad ili
mitada de investigadores, mediante cuya anticipación contrafáctica
define Peirce la idea de la verdad, no va a poder realizarse nunca en
el espacio y en el tiempo, como factum empírico.
No debe ser presentado como factum ni siquiera críticamente pues,
tanto según Kant como según Peirce, eso contradice a priori la concep
ción de una «idea reguladora». Tampoco es una idea «metafísica» o
«utópica» — como hoy se supone de diversas m aneras”— , sino la alter
nativa crítica a la hipóstasis platónica de las ideas transcendentales —
tal como está previsto en la dialéctica transcendental de K ant23— .
Pero la idea reguladora del consenso último no es por ello menos
relevante criteriológicamente — a diferencia de la concepción onto-
lógica de la correspondencia como adaequatio— . Esta relevancia se
basa, a mi juicio, en las siguientes im plicaciones normativas de la
idea de consenso:
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— Adecuación: II, 26-8, 32-4, 39, 40, — Consenso: 19, 386, 444, 476, 531-41,
43, 70, 80, 84, 323, 326-33, 402-10, 554-5, 561, 574-93, 597, 602, 610-6.
435, 471, 501-6, 521, 534, 557, 569, — Contingencia: 5 1 ,4 2 3 ,.
576-9,581-9, 623. — Correspondencia: 11, 15-7, 63, 69,
— Aletheia: 11, 394, 399, 408, 412, 418, 146, 147, 149, 161, 169, 173-7, 180,
434. 182, 226, 232, 246, 249, 273-4, 282,
— Aprehensión: 330, 332, 387-94, 559. 285-6, 291-5, 306, 482, 488, 505,
— Alteridad: 393. 515, 518-9, 521-2, 526, 530-3, 536-8,
— Analogía: 26, 163, 171, 212, 232, 541, 544, 549-50. 553, 556, 566, 569,
312,316, 426,467,475. 582,598-601,605,614-5.
- Antinomia: 73-7, 81.
— Axioma: 74, 81, 162, 167, 168, 187, - Dialéctica: 46, 51, 52, 255, 359, 362-
202-5,240,504-5,571. 3, 367, 377. 380-4, 399, 418, 433,
440-1,450, 571,614.
— Certeza: 31,214, 220, 223, 395, 401, - Diálogo: 440, 450, 469, 542, 555,
433-4. 436, 488. 554, 556-60, 566- 593-4,617,622.
70, 594, 607.
— Coherencia: 15, 19, 33, 78, 87, 103, — Empirismo: 211, 223, 530-1. 534,
104, 149, 169, 174, 178, 182, 232, 560.
362, 366-8, 391-2, 479, 484, 487, — Ente: 401-18, 435.
495-507, 526, 531, 580, 582, 607-11, — Entendimiento: 190,201,247-9, 257,
615. 363, 369, 372, 401, 403, 416, 475,
— Comprensión: 9, 11, 12, 19, 106, 548, 554, 573, 593,610.
129, 149, 166, 167, 171, 172, 186, — Escepticismo: 99, 170, 336-43, 433-4.
201, 245, 340, 349, 355, 371, 384, — Esencia: 18, 91, 257, 330, 340, 358,
440, 443, 468, 474, 477, 510. 517, 378, 385, 389, 395-6, 399-420, 427-
520-3, 526, 530, 535, 538-9, 541, 8, 437-9, 442, 444, 505, 513, 621-2.
557-9, 570, 601-2, 613. — Evidencia: 13, 15,30,40,54-62, 170,
— Conciencia: 55, 327, 337, 343, 345, 172, 181, 188, 189, 192, 193. 195-7,
347-8, 352-5, 365-7, 372. 375-8, 384, 208, 212-8, 236, 323, 401, 423, 429,
387-8, 405, 421, 426, 436-7, 443, 495, 498. 508, 553, 566, 570, 575,
448,454, 457,459-60,462, 469, 476, 576, 579-81. 584, 586, 598, 600-11,
586, 599, 600, 603. 615.
— Concordancia: 142, 161, 330-4, 368, Lxpericncia: 11, 12, 26-41, 49, 50.
402-6, 427-9, 465, 474, 482, 488, 102, 147, 178, 219-20, 247, 257, 340,
496, 503-4. 364, 371, 400-1, 408, 418. 424, 435,
— Conformidad: 93. 124,359, 367, 371, 437, 440, 443, 481, 484, 548-70,
373, 389, 400, 402-10, 415-8, 482, 575-6, 580-7, 591. 593-4, 608, 610,
497,515, 534. 612-3.
— Falibilismo: 598, 612. 150, 151, 169, 170, 259, 324-8, 426,
— Falsedad: 26, 35, 37, 41, 69, 83, 111, 557, 570, 598-9, 608.
112, 118, 203, 236-7, 240, 247, 253,
256, 259, 261, 266-9, 272-3, 276, — Libertad: 34, 46, 238-9, 374, 400,
285, 302, 332-3, 342-3, 345, 407, 406-19, 432-3, 461, 531-2, 536, 614,
415, 428.462, 483, 485. 544, 609-10. 618.
— Fenómeno: 9, 26, 34, 51, 56, 68, 78, — Logos: 12, 18, 31, 37, 40, 53, 70-7,
100. 106, 127, 138, 154, 188-9, 249, 80-4, 88-90, 95, 96, 98, 100, 103,
258-9, 327-8, 345, 355, 364, 370, 104, 107, 108, 121, 123, 130, 138,
372-3, 381, 390, 423, 426, 435, 439, 157, 159, 163, 165, 171, 178, 194,
441-3, 452, 523, 579, 584, 592, 601- 195, 197, 204-6, 337, 385. 404, 435,
2, 605-9. 455, 469, 472-3.
— Fenomenología: 9, 12, 18. 323-4,
451-2,601,607, 609, 620-2. — Metafísica: 12, 18, 37, 46-51, 69, 97-
— Fundamento: 17, 65, 66, 73, 76, 86, 9, 173, 342, 345, 354, 385, 399, 407,
99, 173, 182. 194, 249, 333, 342, 416-8, 436, 441, 461, 472, 483, 487,
352, 364, 368, 390, 394. 399-418, 493, 565, 599, 600, 603, 605, 611,
422-9, 462, 467, 487, 525, 536, 541- 614, 620-22.
2,571,593, 598,606,609. — Método: 45, 52, 73, 82, 83, 86, 93,
94, 97, 98, 103-6, 136, 147, 153, 157.
- Horizonte: 13, 338, 361-2, 383, 432, 158, 194-6, 200, 202, 208, 211, 245,
441-6,616. 254-5, 260, 266, 273, 337, 360, 362,
379, 384, 431, 433, 436, 438, 512,
— Idealismo: 9. 170, 243, 253, 256-8, 573-4.
261,437. 600.
— Identidad: 76, 309, 330, 332, 340, — Objetividad: 201, 326, 361, 365, 377,
342, 351, 427, 452, 468-9, 524, 569. 383, 407, 543, 553, 565-70.
— Impresión: 87, 95, 97, 114. 150, 208, - Ontología: 12, 97, 202, 309, 446,
251,268,389, 393. 471,523-5.
— Individuo: 27, 34, 168, 218, 257,
261, 324, 338-9, 352, 355, 423, 444, - Percepción: 251, 260-1, 324-33, 343-
451,467, 474,557, 622. 4, 351, 355, 365, 390, 427, 557-9,
— Inteligir/Intelección: 18, 385-96, 542. 566-7, 570, 600-2,606-12.
- Intención: 13,87, 148, 184, 188, 190, - Perspectiva: 12-14, 37, 39, 171, 180,
211, 220, 326-34, 360, 496, 539-40, 325, 335, 351,370, 376, 377, 427,
554, 556,563,571,591,601. 464, 497, 511,544, 601, 610, 613,
- Interés: 53, 55, 59-62, 80, 99, 103. 616,622.
135, 139, 175, 184, 302, 342, 376, Poder: 18, 38, 48, 192, 166, 341, 359,
445, 451, 473, 533-4, 543, 588, 616 . 365, 366, 370, 372-377, 382-384,
— Interpretación: 10. 35, 49, 59, 79, 80, 410, 422, 432, 439, 445-460, 563,
105, 122, 125-9, 132, 135-8, 141, 588,619.
142, 145, 146, 158, 163, 179, 183, - Positivismo: 18, 447, 481, 619-20.
184, 188, 190-205, 219-22, 250, 255, — Postulados: 437, 501, 534, 540, 591,
258, 272, 276, 316, 319, 332, 334, 613.
339, 353, 358, 361, 379, 384, 403, — Pragmatismo: 9. 12, 16, 25-9, 32, 39,
417, 443, 506-7, 524, 531-3, 538, 54, 441, 566, 568, 572, 619-20, 622.
570,581,586, 595. 601-12. — Praxis: 9,13, 16, 45, 49, 50, 51, 250,
— Intersubjetividad: 16, 468, 473-4, 259, 261, 362,365, 383, 439, 477,
457,476. 495,516, 536, 539-42,615-6.
— Intuición: 54, 124, 138, 141, 142, — Presencia: 50, 76, 97, 165, 258, 288,
301, 306, 325, 343, 361-2, 367, 387, 129, 133, 249-50, 257, 317, 327,
404-5, 409-10, 413, 418, 421, 438, 339-40, 343-8, 353-5, 361-2, 368,
532, 549. 381, 402, 407, 410, 413, 417-8, 428,
Probabilidad: 168, 191, 197-206, 442, 446, 452, 454, 468, 473-4, 476,
208-9,217, 241,348, 553. 491, 554-9, 562, 566, 573, 583, 585-
Proposición: 55-60, 68, 122, 150, 8, 595, 599, 600-2, 606, 609, 611.
191, 204, 214, 217, 227, 235, 239-40, - Sustancia: 164, 219, 223, 226, 235,
246, 254-258, 267-8, 273, 299, 310- 273, 524, 576, 578, 585, 587, 589.
19, 324, 331, 337-8, 340-2, 346-9,
402-7, 410, 418, 435, 440, 462, 484, Teoría del significado: 186, 197-8.
486, 496, 499, 502, 505, 523-4, 526, Teoría de la verdad:
534, 546, 554,568, 571. — T.“ coherencial: 15, 16, 18, 87,
146, 149, 169, 178, 232. 479,
Razón/Racionalidad: 12, 16, 19, 30, 482, 484,495-8, 500, 504-7, 531-
32, 40-43, 50, 51, 61, 62, 66, 83, 92, 2. 607-8.
101, 103, 125, 149, 155-163, 167, — T.a consensual: 15, 19, 386, 533,
172, 174-9, 181-3, 191, 192, 194, 537, 544, 553-6, 565, 573, 575,
195, 201, 217, 230, 259-60, 270, 585, 597-8,602, 611-15.
276-7, 292, 294, 325, 339, 354-5, — T.a correspondencia: 15-7,63,69,
358-9, 364, 369-70, 373-4, 378-9, 146-7, 149, 169, 173-6, 180,273-
385, 389, 403, 407, 419, 435, 440, 4, 282, 292, 294, 306, 482, 530-8,
447-8, 455-6, 473, 476, 507, 511, 544, 549-50, 566, 582, 598-9,
522, 534-6, 540, 542, 545-7, 551, 600-1,605,614.
554-5, 564, 572, 576, 590. — T.“ definicional: 13, 19, 509, 511-
Realismo: 15-6, 95, 96, 169. 173, 13,526.
176-82, 257-8. — T* dialógica: 15, 19, 529, 537-8.
Relativismo: 169, 340, 343, 350-4, — T.a fenomenológica: 15, 17, 18,
488. 386, 600-8.
Representación: 11, 32, 250-1. 292, — T* hermenéutica: 15, 18,397.
325-8, 334, 353,519, 539, 607-8. — T." intersubjetiva: 15, 18, 19, 527.
— T.“ metafórica: 15,357.
Semántica: 12-17, 65-6, 72, 73, 76-8, — T.a pragmática: 13, 15, 16, 23,
81, 84-106, 112, 113, 115, 121, 122, 532, 573,615.
130, 138, 139, 140, 146, 153, 154, - T.a pro-oracional: 15, 17, 263,
159-63, 165, 170, 171, 194,220,241, 309, 523.
295-6, 310, 319, 530, 531, 603, 605- — T.a perspectivista: 15.
7, 611,622. — T.a de la redundancia: 17, 149,
Sensación/Sensibilidad: 239, 353-4, 151, 152, 154, 310, 531, 532,
363,367,381, 570. 547.
Sentido: 52, 72, 78, 99, 121, 154, — T."semántica: 15, 16, 102, 310.
155, 159, 161, 172, 174, 175, 177, — T.a trascendental de la v.: 19, 565-
220, 222, 232, 239, 247, 252-3, 256, 9, 597-8.
266, 272, 283-4, 292, 300, 306, 325,
329-31, 336-51, 354, 359, 368-9, - Veracidad: 118, 302,'367, 382, 424,
373-7, 382, 384, 391, 394, 416-7, 462, 476, 554-9, 563-6, 570-1, 585,
421, 424-9, 432, 435, 439, 441, 443- 591-5.
4, 450, 462, 468. 490, 512-3, 516-7, — Verdad:
537, 541, 546, 553, 555, 557, 567, — Criterios de v.: 12, 13, 16, 51, 98,
569, 574-5,616. 102, 266, 276-7, 339, 383, 488-9,
Sujeto/Subjetividad: 16,51, 124, 125, 495-8, 500, 504-8, 510-11, 521,
526, 531-2, 534, 537, 574-5, 585, — V. absoluta: 38, 220, 223, 243,
610-15. 350, 352,421,423,488-9.
Definición de v.: 66, 67, 70-5, 78, — V. de hecho: ,511.
80, 81, 83, 84, 88, 89, 90, 92, 94, — V de razón: 511.
95, 121, 153-6, 161, 162, 167, V. lógica: 31, 157, 163, 204, 205,
172. 182, 259, 261, 271-8, 310, 511, 542.
313, 316, 318, 359, 369, 435, V. originaria: 416.
495-7, 507, 514, 519, 530-3, 538, — V real: 15, 18, 385, 388-96. 400,
604-6. 429.
Dimensiones de la v.: II, 12, 369, Verificación: 27-38, 42, 219. 329-30.
391,-6. 360, 436, 481-2, 488, 493, 534,
Portadores de v,: 522-3. 605-6.
Tipos de v.: 11, 173, 195, 458, Voluntad: 45, 230, 236, 295-6, 335,
511-4,522, 559. 340-1,359, 372,378,385-6.
Agustín de I lipona: 379, 380. — Dussel, E.: 45.
Almcder, R.: 54.
Alvarez, J.: 446. — Ellacuría, 1.: 15, 16,619.
Alvarez, M.: 617. — Etehemendy, J.: 66, 158-63.
Apel, K.O.: 15, 16, 18, 19, 469, 597- — Ezorky, G.: 282.
8,619.
Aquino, T.: 599, 600. — Ferry, J. M.: 598.
Aristóteles: 37, 69, 93, 107, 160, 173, — Feuerbach, L.: 608.
246-7, 254, 273, 318, 384, 390, 435, — Field, H.: 66.
472, 530, 569, 598, 605, 622. — Foucault, M.: 15, 18, 445-53, 619.
Austin J. L.: 15, 17, 225, 281-307, — Frápolli, M. J.: 53, 145, 265, 309.
530, 536, 537, 545, 547, 549, 569, — Frege, G.: 138, 170, 175, 253, 465,
619. 525, 552, 567, 600.
Ayer A. 1: 17,207,300,481,531.
— Gabilondo, A.: 446.
Bacon, K: 247,473. Gadamer, II. G.: 15, 18, 431-2, 617,
Barwise, J.: 225. 620.
Becker, W.: 18,510, 598. — García Baró, M.: 324.
Ben-Menahem: 25. — García Carpintero, M : 66.
Berkeley G.: 42, 619. — García Morcnte, M.: 323.
Bollnow, O. F.: 18, 358. García Suárez, A.: 225, 281.
Brentano, F.: 15, 17,600. — Garner, R. T.: 225.
Geach, P.: 282.
Carnap, R.: 15, 17, 107, 178, 207, — Gethmann, C. F,: 400.
483-93, 514-5, 530-1, 606, 609, 612, — Gjelsvik, O.: 146.
619. — Gódel, K.: 107, 113-4, 131, 139-40.
Cekic, M.: 45. — Gracia, D.: 386.
Cerezo Galán, P.: 335. — Granier, J.: 461.
Chamizo, P. J.: 336. — Grondin, J.: 357, 431.
Cofia, A.: 207. — Grover, D.: 15, 17,309,314.
Conilí, J.: 461.
Coomann, II.: 495. — Haack, S.: 15, 16, 53,620.
Cortina, A.: 598. — Habermas, J.: 15-9, 469, 535-6, 543-
4, 620.
Davidson, D.: 15, 17. 145-6, 151, 619. — Harre, R.: 282.
Descartes, R.: 107, 337-8, 341, 364, — Heckmann, II. D.: 510.
385,387, 436,446, 571. — Hegel, G. F. W.: 9, 18,'146, 376, 385,
Dewey, J.: 26, 42, 146-50, 174, 189, 436, 440, 450, 462, 469, 472, 474,
220 . 531,593,607-9, 620-2.
Dilthey, W.: 440. 442. - Heidegger, M.: 10, 15, 18, 324, 399,
Domingo Moratalla. A.: 432. 400, 434, 436, 439-40, 442, 571, 620.
Dummett, M.: 147, 154-7, 169, 177. — Hempel, C:: 15, 18, 19, 174, 481.
180-2, 525. 620.
— Hernández Iglesias, M.: 146. - Nicolás, J. A.: 386, 509, 529.
— Hinst, P.: 15, 16.
— Horkheimer, M.: 15,244. - Olin, D.: 25.
— Horwich, P.: 151-2, 156, 265, 617. - Olson, A. M.: 357. •
— Hume, D.: 340. - Ortega y Gasset, J.: 9, 15, 18, 335,
— Husserl, E.: 9, 15, 17, 18, 19, 246, 336,621.
253, 256, 323, 324, 348, 352, 356, — Ortiz de Urbina, R. S.: 324.
357, 362, 439, 570, 597, 600, 601,
603, 604,606, 609,620,621. Palmer, S. D.: 495.
- Peirce, Ch. S.: 15, 16, 19, 25, 54, 56,
— Ilting, K. H.: 544. 61-2, 147, 169, 220, 224, 531, 534,
550, 597, 602, 609-16,620.
— James, W.: 15, 16, 25, 147, 531, 572, — Pintor Ramos, A.: 386.
616, 620. - Pitclier, G.: 13, 225, 265, 281. 617.
— Jaspers. K.: 15, 18, 419, 420, 442, 620. Platón: 87, 92, 246, 253, 256, 285,
— Johnson, L. E.: 205, 617. 318, 350, 363, 382, 384, 399, 416,
440, 450, 469, 470, 477, 524, 530,
— Kamlah, W.: 15. 19, 529-30, 535. 538,542, 608,614.
- Kant, I.: 50, 146, 211, 276, 340, 343, — Popper, K.: 492, 609.
364, 368, 369, 382, 387, 400, 402, - Puntel, L. B.: 13-19, 495, 509, 608,
416, 417, 462, 471, 473-6, 516, 593, 618, 621.
599, 600,612,614, 620-2. - Putnam, H.: 15, 16, 119, 147, 151,
— Keuth, H.: 544. 153-8, 160-3, 169, 179, 180-1.
— Kremel, M.: 110.
Kripke, S.: 15, 16, 17, 109, 110, 620. - Quine, W. O.: 15, 16, 151, 156, 169,
178, 179, 189, 193, 194, 196, 313,
— Larrauri, M.: 446. 469.
— Leibniz, G. W.: 76, 335, 542, 607,
608, 621. — Ramsey, F. P.: 15, 17, 150, 151, 168,
— Lorenz, K..: 15, 19, 509, 529, 530, 190. 191, 193, 198, 199, 203, 265,
535, 573,621. 310,314, 531,543, 621.
— Lorenzen, P.: 15, 19, 529, 530, 535, Rcscher, N.: 15, 18, 19, 265, 495,
621. 608,614, 621.
— Richter, E.: 400.
— Mackie, E.: 265. - Ricoeur, R: 15, 18,357,358,622.
— Majer, U.: 265. — Rodríguez Alcázar, J.: 207, 481, 495.
— Marquinez Argotc, G.: 45. — Rodríguez Huesear, A.: 335.
— Marx, K.: 9, 15, 17, 245, 246, 248, Rorty, R.: 15, 16, 1 8 ,5 4 ,6 0 ,6 1 , 147-
249, 255-7, 377, 378, 379, 447, 448, 9, 151, 156, 174,432.616.
451,452, 454, 530,622. — Russell, B.: 15, 17, 76, 107, 108, 112,
— Mcgee, W: 110. 246, 253, 256, 270, 285, 312, 314,
— Morris, Ch.: 611-12. 621.
— Mounier, M.: 420.
— Myers, D. B.: 244. — Sartre, I R: 17.420.
- Sayward, Ch.: 309.
Nictzsche, E: 12, 18, 340, 419, 433, — Schaff, A.: 15, 17,243,622.
461, 469, 543, 469, 543, 572, 602, - Schantz, R.: 146.
622. — Schlick, M.: 178, 481, 482, 488-90.
— Neurath, 0.:15, 18, 107, 174, 178, — Searle, J.: 546, 613.
220, 223, 481-93, 531, 532, 608. — Scheit, H.: 544.
Seebohm, Th.: 510. 176, 181, 182, 188, 195, 207, 220,
Scllars, W.: 65,481, 569. 310, 311, 318, 319, 520-2, 530, 597,
Simón, J.: 15, 18,461,622. 603-6, 622.
Skirbekk, G.: 13,618. — Tilliettc, X.: 420.
Smilg, N.: 243,419, 461,597. — Tugendhat, E.: 15, 16,324, 400.
Sócrates: 433, 469,470, 471.
Stegmeicr, W.: 461. — Valdcs, L. M.: 65, 145, 281, 618.
Stegmüller, M.: 207.
Stephen, Y.: 110. - Williams, C. J .W.:15, 17, 152, 156,
Strawson, P. F.: 15, 17, 122, 175, 241, 208,210, 309,319, 320, 622.
242, 281, 301, 531, 545, 549, 550, - - White, M.: 25.
622. - Wittgenstein, L.: 9, 15, 17, 188, 224,
Stuart Mili, J.: 16. 468-9, 482-6. 492-3, 503, 524, 530,
534, 570,613, 621.
Tarski, A.: 15-7, 19, 53, 65, 66, 107,
108, 114-6, 118, 119, 121, 127, 135, — Zubiri, X.: 9, 15, 18, 45, 50, 385,
136, 140-2, 149-68, 170, 172, 173, 386,619, 622.
STA obra representa la más extensa recopilación de
textos sobre el tema filosóficamente capital de Teorías
de la Verdad realizada hasta la fecha en lengua cas-
■ <■ tellana. Recoge la producción más significativa de
las diferentes corrientes filosóficas influyentes a lo largo del
siglo xx. La panorámica ofrecida abarca desde los textos clá
sicos sobre el tema (W. James, M. Heidegger o A. Tarski), has
ta las más recientes aportaciones (D. Davidson, K. O. Apel,
S. Haack o L. B. Puntel).
Algunos de los textos seleccionados son inéditos, otros se
han traducido por primera vez a nuestro idioma, y otros, en fin,
han sido rescatados de ediciones ya inaccesibles. El conjunto
ofrece una panorámica amplia y plural de cuanto se ha escrito
sobre el tema durante este siglo, y muestra cuáles son las pers
pectivas abiertas de cara al futuro.
La importancia y actualidad del tema han sido sintética y
certeramente expresadas por un filósofo español cuando escri
bió: «La verdad es un ingrediente esencial del hombre, y todo
intento — teórico o práctico— de aplastar la verdad sería en el
fondo un intento — teórico y práctico— de aplastar al hombre.»