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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE QUERÉTARO

FACULTAD DE DERECHO

DERECHOS HUMANOS DE LAS PERSONAS DETENIDAS

TESINA
QUE PARA OBTENER ELTÍTULO DE
LICENCIADO EN DERECHO

PRESENTA

DILBA LISSETH SEPÚLVEDA ROBLEDO

SANTIAGO DE QUERÉTARO, QRO., OCTUBRE DE 2010


ÍNDICE

PÁG.

INTRODUCCIÒN…………………………………………………………………..1

CAPÍTULO I: LA PRISIÓN DESDE UNA PERSPETIVA HISTÓRICA........3

CAPÍTULO II: DERECHOS HUMANOS DE LOS INTERNOS……………..26

CAPÍTULO III: DEFICIENCIA Y ERRORES CARCELARIOS.……...…....35

3.1) Sobrepoblación Penitenciaria…………………………………………..36

3.2) Corrupción…………….………………………………………………….37

3.3) Falta de interés en el manejo de las instituciones penales……....38

3.4) Deterioro de los Sistemas del Principio de Legalidad.……………...38

3.5) Escasez Presupuestaria……………...……………………..………...39

3.6) Endurecimiento Penal………………………….…………….............39

3.7) Violación de los Derechos Humanos……………………….…….....40

3.8) Los Grupos Especiales………...…………………………….…….....41

3.9) Ausencia de Voluntad Política………………..………………..….…42

CAPÍTLO IV: EL DESAFÌO ACTUAL DE LOS DERECHOS HUMANOS DE


LOS RECLUSOS...………………………….…………………………………...43

CONCLUSIÒN………………………………..……………………………….....50

BIBLIOGRAFÌA…………………………………………………….………….....52
INTRODUCCIÓN

Las personas encarceladas forman pare de la sociedad, pese a que están


privadas de su libertad, sin embargo, esta condición no impide que
conserven la mayoría de sus derechos fundamentales.

Esta actitud de defensa de la dignidad de la persona constituye un hito


decisivo en la prevención de la criminalidad y en el fortalecimiento de la
seguridad pública; por eso afirmamos que la noción de los derechos de los
detenidos constituye el fundamento de toda política penal, es decir,
preventiva, que se interesa por la seguridad pública y el bienestar de los
ciudadanos, así como por el respeto irrestricto de los derechos humanos.

En el presente trabajo se pretende demostrar que el respeto a los derechos


humanos de las personas que viven un proceso de reclusión, ya sea en
prisión preventiva o prisión punitiva implica no solo un compromiso por parte
del estado, si no también es un compromiso social, el cual, en la actualidad
es difícil de solucionar, toda vez que no es un problema actual, sino
arraigado desde hace varios siglos atrás y que en base al conocimiento
adquirido por el paso del tiempo ha venido reformando las leyes hasta llegar
a las actuales normas aplicables a los Derechos fundamentales de toda
persona.

Cabe mencionar que muchas de las violaciones a los Derechos humanos


recaen el los grupos mas desfavorecidos en un sistema que genera
permanentemente relaciones de desigualdad y exclusión en la actualidad,
tales como lo son: las mujeres, los indígenas, los niños, los enfermos, los

1
migrantes, las personas de la tercer edad, las personas con discapacidades
así como los presos y detenidos entre otros.

Estos grupos sociales vulnerados por condiciones de pobreza, falta de


oportunidades laborales, desigualdades sociales y económicas, inequidades
de género, sufren la ausencia de oportunidades, lo que genera un círculo
vicioso de marginación, así como la escasa posibilidad de participar en la
estructura de una sociedad excluyente e inequitativa.

2
CAPÌTULO I
LA PRISIÓN DESDE UNA PERSPECTIVA HISTÓRICA

El fin Del siglo XX cierra un periodo de la historia de la humanidad que será


recordado por las guerras mundiales, los totalitarismos, la bomba atómica, la
guerra fía y otras expresiones de violencia, fue también en la segunda mitad
de este siglo cuando se configuró el nuevo orden mundial y se desarrolló con
gran vigor el Derecho Internacional de los Derechos Humanos, pero estos
logros no pudieron corregir la fragilidad de la paz, el abuso a los más débiles
y la falta de respeto a los derechos fundamentales.

Es así como damos inicio a la prisión desde la perspectiva histórica,


comenzando desde la Roma Antigua, en la que la prisión era desprovista del
carácter de castigo, no construyendo espacio de cumplimiento de una pena,
incluso porque el rol de sanciones se restringía casi únicamente a las penas
corporales. Este era un medio empleado para retener al acusado mientras
se aguardaba el juzgamiento o la ejecución de la sentencia. En Grecia a su
vez, se solía encarcelar a los deudores hasta que pagaran sus deudas; la
custodia servía para obstaculizar fugas y garantizar su presencia en los
tribunales

Excepto algunas experiencias aisladas de prisiones, fue la iglesia que, en la


Edad Media, innovó al castigar a los monjes rebeldes o infractores con el
reconocimiento en “penitenciarios”, es decir, en celdas en una ala de los
monasterios, de los conventos, en donde mediante penitencia y oración,
pretendía que se reconciliasen con Dios. 1

1
BARROS L. César., La prisión desde una perspectiva Histórica y el desafío actual de los
derechos Humanos de los Reclusos, Instituto Interamericano de los Derechos Humanos,
México, 2007. P. 237

3
La punición canónica constaba que el trabajo no era obligatorio y el penado
tenía que costear sus gastos como el alimento, salvo cuando se constataba
su incapacidad de promover los recursos necesarios.

En el siglo XVI empezaron a aparecer en Europa prisiones legas, destinadas


a recoger mendigos, vagabundos, prostitutas y jóvenes delincuentes, los
cuales se multiplicaron principalmente en las ciudades, merced a una serie
de problemas emergentes en la agricultura y a una acentuada crisis en la
vida feudal.

En razón de este fenómeno y de su repercusión en los índices de la


criminalidad. Varias prisiones fueron construidas con el fin de segregarlos
por un cierto periodo, ante el cual bajo una disciplina desmesuradamente
rígida, era intentada su enmienda. Entre ellas la más antigua fue la “House
of Correction”, en Bridwell, Londres, inaugurada en 1552, con propósito
reformador, surgieron igualmente al final del siglo XVI, Ámsterdam, prisiones
que se tomaron famosas, como la de Rasphuts, para hombres, que daba
énfasis al castigo corporal, a la enseñanza religiosa y al trabajo continuo (en
la raspadura de maderas de distintas especies, para su uso como colorantes,
lo que explica el nombre de la institución). Otros países europeos, siguiendo
los pasos de estas experiencias, fundaron establecimiento similares. 2

Fíjese que todavía no se podía hablar en sistema penitenciario, algo que


empezó a tomar forma en los Estados Unidos y en Europa a partir de la
contribución de un grupo de estudiosos, de idealistas, como el monje
benedictino Juan Mabillon, autor de “Reflexiones sobre las prisiones
Monásicas” publicado en 1695, en el que criticaba el exceso de rigor y
recomendaba la oferta de trabajo la reglamentación de paseos y visitas;
como César Beccaria, autor del libro “De los Delitos de la Penas”(1764), en

2
Idem. Pág.2

4
cuyas páginas hacía áspera crítica al Derecho Penal vigente la razón
protestando contra la tortura, el arbitrio de los jueces y la falta de
proporcionalidad entre el delito y las penas, como el inglés John Howard,
autor del libro “The State of Prisons in Enland al Wales ” (1776), que propuso
el aislamiento ( con la finalidad de estimular la reflexión y evitar el contagio
en su sentido más amplio), el trabajo, la educación religiosa y moral y la
clasificación de los presos, habiendo dedicado a su vida a la reforma de las
prisiones en Europa, él que había sido aprisionado por piratas franceses y
había conocido la promiscuidad de las cárceles, en las que convivían niños,
delincuente habituales y enfermos de toda clase, sin distinción de sexo,
generalmente ociosos; Jeremías Bentham, filósofo y criminalista inglés, autor
del libro “Teoría de las penas las recompensas” (1818), propugnador del
utilitarismo en sede de derecho penal y que idealizó un modelo de prisión
celular, el panóptico, un establecimiento circular o radial, en el que una sola
persona desde una torre podía ejercer control total de los presos,
vigilándolos en el interior de sus propias celdas. El panóptico no se imitaba
al dibujo arquitectónico asociándose en su proyecto a un régimen
caracterizado por la separación higiene y alimentación adecuadas, aparte de
la aplicación, aunque excepcional de castigos disciplinarios. 3

Las ideas de esos pensadores fueron seguramente la fuente de mayor de los


primeros ensayos de lo que podríamos llamar sistemas penitenciarios
modernos.

En Filadelfia, se experimentó un sistema conocido como Pensilvánico,


Filadélfico, Celular o de confinamiento solitario (“solitay condinement”).
Consistía en un régimen de aislamiento, en celda individual, desnuda, de
tamaño reducido, durante todo el día, sin actividades laborales, sin visitas

3
FOUCAULT, Michael., Vigilar y Castigar: Nacimiento de la prisión, Siglo XXI, México, 1996. p.
294

5
(excepto, v.g., del capellán, del director o miembros de la “Pennsylvania
Prison Society, entidad que daba asistecia a los recluidos), en que se
perseguía el arrepentimiento como apoyo en la lectura de la Biblia, tal como
sucedía en los penitenciarios de la iglesia. El régimen que algunos decían
ser una muerte en vida, fue usado por primera vez en Walnut Street Jail,
erguida en 1776, y después en la Eastern Penitentiary, edificada en 1829,
siendo adoptado en otras prisiones de los Estados Unidos y especialmente
en Europa, donde fue acogido en países como Inglaterra, Francia, Bélgica,
Suecia y Holanda y subsistió hasta principios de este siglo. Se sabe que los
prisioneros eran expuestos a los ojos de visitantes para que estos pudiesen
verlos en los calabozos, como ejemplos atemorizantes. Las condiciones
rigurosas en que vivían, empero, aunque asegurasen un ambiente de orden
y disciplina, exento casi enteramente de fugas y evitasen el contagio moral,
la interacción perniciosa, criminógena, por otro lado exasperaban el
sufrimiento perjudicaban la salud física y psíquica de los penados y de
ningún modo los preparaban para el regreso a la sociedad libre. 4

El sistema solitario (que volvió más ameno con el paso del tiempo) sirvió de
cimiento para un nuevo sistema, el del silencio (“silent system”) o Sistema
Auburbiano, así denominado porque se apicó por le capitán Elam Lynds en la
penitenciaría de Auburn, en el Estado de Nueva York, construida en 1816,
cuyas principales características eran el aislamiento celular, mantenido
solamente en el periodo de la noche, y la vida en común durante el día, con
observancia de absoluto silencio, de acuerdo con regla de máximo rigor,
cuyo incumplimiento era punido con castigos corporales inmediatos.

Este sistema mixto (que tuvo gran aceptación en los Estados Unidos,
diversamente del celular), si, por una parte, seguía lesivo, por el aislamiento,
por el silencio y por la disiplina severa, a la naturaleza social del encarcelado,

4
Idem. Pág. 2

6
así como causaba disturbios emosionales y resentimientos, por otra parte
atenuaba el encierro, excluía la contaminación moral y significaba, por lo
tanto, un innegable avance en relación con el modelo filadélfico.

Los dos sistemas (pensilvanito y auburniano) empezaron a declinar y


abrieron camino para nuevas alternativas, que buscarían disminuir sus
defectos y limitaciones. Surgieron, entonces, los sistemas progresivos que,
organizados en tres o cuatro etapas, de rigor decreciente, la conducta y el
trabajo utilizados como medios de evaluación, preparaban al recluso
gradualmente para la vida en libertad y tuvieron acogida universal, de modo
que en decenas de países, con esta o aquella variación, emplease hoy la
progresividad en la ejecución de la pena, teniendo como propósito final el
reingreso del condenado en la sociedad.5

Entre estos sistemas cabe mencionar el del coronel Manoel Montesinos y


Molin (1796-1862), en España, que aboga por la función reeducativa de la
pena y que, por ello, preocupábase en ofrecer un tratamiento humanitario,
con trabajo remunerado, sin castigo corporales y la aplicación de reglas
orientadoras de la ejecución, precursoras de los códigos y reglamentos
penitenciarios de la actualidad. Montesinos creó en el presidio de San
Agustín, en Valencia (en cuya fachada se leía “Aquí penetra el hombre, el
delito queda en la puerta”, frase que evoca la lección de Saleilles de que el
criminal debe ser visto, en el cumplimiento de la pena, “por aquello que él
es”, afuera, “por aquello que hizo”), un sistema dividido en tres fases:

a) de los hierros, en los presos hacían, aunque subyugados a corrientes,


servicios de limpieza y otros en el interior de la institución ,

b) del trabajo, en que podrían escoger el taller donde ejecutarían sus tareas
y se valorizaban su capacitación profesional.

5
Idem. Pág. 4

7
c) de la libertad intermedia, con derecho a visita a familiares y trabajo
externo.

Alexander Maconochie (1787 – 1860), capitán de la Marina Real Inglesa,


creó en Australia, en la Isla de Norfolk, par criminosos de gran peligrosidad,
egresos de Inglaterra, el sistema de marcas (“Mark System”). El tiempo de
cumplimiento de la pena era repartido en tres fases:

a) De la prueba, con aislamiento celular, diurno y nocturno, en el estilo


pensilvánico, por un periodo relativamente corto.
b) Del aislamiento por la noche y del trabajo, obligatorio, en común,
durante el día, bajo silencio, en el estilo auburniano ( dividida esta
etapa en cuatro subfases)
c) De la libertad condicional, obtenida, como premio, con el “ticket of
leave”, la progresividad dependía del binomio conducta-trabajo del
preso, el cual recibía marcas o vales que lo autorizaban a pasar de
una fase o subfase a otra, menos rigurosa.

El sistema Maconochie fue adaptado en Irlanda, entre 1854 y 1864, por


Walter Crolton, que mantuvo los vales y los perfeccionó incluyendo, entre la
segunda y la tercera fase, una intermedia, consiente en la transferencia del
recluso para prisiones agrícolas, semiabiertas, con régimen más bland, sin
uniforme y co n permisión de diálogo y trbajo en el campo. Dicho sistema,
que tuvo gran éxito en su época, fue acogido, con alteraines y sin el uso de
vales, por el Código penal brasileño de 1940. 6

En los Estados Unidos, Brockway director del reformatorio de Elmira, en el


Estado de Nueva York, fundado en 1876, fue el responsable por un sistema

6
BARROS L. César., La prisión desde una perspectiva Histórica y el desafío actual de los
derechos Humanos de los Reclusos, Instituto Interamericano de los Derechos Humanos,
México, 2007.p. 364

8
progresivo, distribuido en grados o clases y direccionando a “reformar a los
reformables”, o sea, los delincuentes jóvenes, mayores de 16 y menores de
30, primqrios, a los cuales se aplicaba una sentencia indeterminada. Allí el
penado era clasificado y puesto, al ingresar, en el segundo grado (régimen
suave, sin uniforme n corrientes), pasando, después de seis meses de
comprobada plena conducta, al primer grado (donde recibía mejor
tratamiento y usaba uniforme militar y del cual era posteriormente liberado
bajo condición). En la hipótesis de conducta inadecuada o tentativa de
evasión, pasaba al tercer grado ( en que permanecía semiaislado en al
celda, encadenado y sometido a flagelos). El modelo, basado en ejercicios
físicos, trabajo, religión y disciplina, fue reproducido en otras regiones del
país y en Europa. El “Borstal System”, introducido en 1908, en Inglaterra, por
Evelyn Tuggles Brise, acusa influencia del Reformatorio norteamericano.

En nuestras constituciones, el tema de la prisión fue acogido en dos series


de normas que son familiares para quienes se ocupan de las cuestiones
inherentes a los derechos humanos, a saber: las de primera y las de
segunda generación.

De primera generación son las normas humanitarias que obligan al Estado a


retraerse, contenerse, no hacer, respetar, preservar, proteger; normas
dictadas para que las prisiones o las cárceles sean dignas, decorosas, no se
hostilice demasiado al preso, no se quebranten innecesariamente otros
derechos, además del derecho a la libertad. Se dispone cierta benevolencia,
piedad, condescendencia con los reclusos. Éstas son normas que abundan
en los textos constitucionales, sobre todo en los más antiguos, aunque los
más modernos las retienen.

La segunda generación de los derechos carcelarios, o de derechos humanos


si entendemos que aquí está entrañada también la existencia de algunos de

9
éstos, tiene que ver con una acción del Estado: que éste aproveche el
periodo de reclusión para algo más que mantener al individuo privado de su
libertad, que lo aproveche con un designio finalista: readaptar. El Estado
tiene un poder de readaptación, rehabilitación, tutela, sobretodo cuando se
trata de menores infractores, pero también cuando vienen al caso los adultos
delincuentes. Entonces, en las normas de segunda generación ya no
hablamos sólo de trato, sino de tratamiento, con sus ventajas y desventajas,
sus riesgos y posibilidades. Veamos algunas normas para ilustrar esta
situación. En Argentina, cuya Constitución es una de las más antiguas de
nuestra América, el Artículo 18 dice: “Las cárceles de la nación serán sanas
y limpias para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas.” Y
en Uruguay, el precepto 26 de la Constitución establece: “En ningún caso se
permitirá que las cárceles sirvan para mortificar y sí sólo para asegurar a los
procesados y penados.” Son normas de primera generación, humanitarias,
benevolentes, cuya letra recuerda casi el texto de las Siete Partidas: “No
están dadas las prisiones para causar enemiga a los presos, ni para
mortificarlos, sino para mantenerlos en buena custodia mientras son
juzgados”. Eso decían, poco más o menos, las disposiciones sobre la prisión
en la Séptima Partida. Luego figuran las otras normas, más abundantes,
finalistas, que se asientan en múltiples constituciones modernas, en varias
posteriores a la primera guerra, y desde luego en la Constitución mexicana y
en muchas surgidas tras el fin de la segunda guerra, cuando se anima una
nueva etapa de la evolución constitucional. 7

En España, en la Constitución del 78, un texto muy estimable y estimado, se


previene que las penas privativas de libertad son para reeducación y
reinserción social. En Italia, en la Constitución del 47, inmediatamente
posterior a la conclusión de la segunda guerra, se afirma que las penas son
para readaptación del condenado. En Ecuador, el régimen penal sirve para

7
Idem. Pag. 7

10
reeducar, rehabilitar y reintegrar socialmente. En México, nuestro sistema
penal fue establecido en 1917 para la regeneración del delincuente, y a partir
de 1964 para su readaptación social. En Panamá, el sistema penitenciario
está fundado en principios de seguridad, rehabilitación y defensa social. En
Paraguay, en Uruguay, en muchos otros países, hay una amplia recepción
de las normas de segunda generación, de carácter finalista.

En algunos de los textos más avanzados y elaborados, entre aquellos que


incorporan una mayor preocupación por los valores, los bienes jurídicos, y
por una relación puntual y detallada entre el Estado y el individuo, se
agregan a estas disposiciones y pretensiones reeducadoras y readaptadoras
algunos derechos adicionales. La Constitución española es, en ese sentido,
interesante y aleccionadora; agrega a la reeducación y a la readaptación los
derechos fundamentales constitucionales no expresamente limitados por la
sentencia, como trabajo remunerado, beneficios de la seguridad social,
8
acceso a la cultura, desarrollo integral de la personalidad.

Tenemos aquí un concepto de derechos humanos aplicado a los detenidos


mucho más rico que los tradicionalmente previstos en la mayoría de las
constituciones. Otros textos fundamentales, en su parte relativa a derechos
humanos, garantías o derechos públicos subjetivos, como queramos llamar a
estas facultades o prerrogativas del ser humano, se refieren al otro tema del
binomio sancionador: las medidas de seguridad. En la evolución de los
sistemas penales hay dos parejas que son el delito y la pena, por una parte,
y la peligrosidad o situación de riesgo, con su correspondiente medida de
seguridad, por la otra. Lo primero queda firmemente asentado; lo segundo se
halla siempre sujeto a controversia.

8
Ibid. Pag. 7

11
Algunos textos constitucionales se refieren también a medidas de seguridad
que tienen que ver con el tema de la detención y la privación de libertad, pero
ya no como punición, sino como aseguramiento en la hipótesis de sujetos
que pueden ser concebidos como peligrosos.

La Constitución española también recoge medidas de seguridad con el


designio de reeducar y reinsertar socialmente; la italiana, que fue la primera
en referirse a esta materia, habla de medidas de seguridad sólo en casos
previstos por la ley, es decir, consagra el principio de legalidad. Esto es muy
importante tratándose de las medidas de seguridad. Estamos
acostumbrados, por supuesto, al principio de legalidad penal: no hay delito ni
pena sin ley que los prevenga, pero no estamos igualmente familiarizados
con este principio en materia de medidas de seguridad. En la historia
reciente del derecho, ha habido incursiones de la administración en el ámbito
de los derechos del particular, so pretexto de peligrosidad, sin atenerse al
principio de legalidad, simplemente mediante reglamentos, que tienen otro
rango jurídico. En Italia se asegura el principio de legalidad para medidas de
seguridad. En El Salvador se habla también de medidas reeducativas o de
readaptación para quienes por su actividad antisocial, inmoral o dañosa —he
aquí conceptos “peligrosos”—, revelen un estado de peligro y ofrezcan
riesgos inminentes para la sociedad y los individuos.

Hoy día, uno de los conjuntos internacionales más interesantes de normas


aplicables a estas cuestiones es el constituido por las reglas mínimas de las
Naciones Unidas para la Prevención del Delito y el Tratamiento de los
Delincuentes, de 1955, expedidas en ese año por el Congreso de Naciones
Unidas sobre esta especialidad y posteriormente enriquecidas con otras
declaraciones, principios o disposiciones, que concurren a integrar el
catálogo de instrumentos protectores del detenido. Pasemos ahora a las

12
reglas generales a propósito de la detención que se desprenden de nuestras
constituciones, sobre todo las de América Latina.9

Recordemos qué es una Constitución: espacio normativo en el que se


acogen las decisiones políticas fundamentales. Estas no tienen que ver
solamente, aunque así haya sido en el origen, con la estructura del Estado,
la forma de distribuir los poderes o de moderarlos, sino especialmente —y
creo que ésa es la raíz de una Constitución— con los derechos del individuo,
la relación entre éste y el poder público —lo cual, a mi modo de ver, es lo
que justifica finalmente tanto a la sociedad como a la Constitución. 10

Esta última establece los patrones de más alto rango que gobiernan la
detención y la restricción de los derechos en general. Entre las decisiones
políticas fundamentales figura, ante todo, la preservación del ser humano,
según lo establecen algunas normas de la Constitución de manera explícita y
el resto del articulado constitucional, implícitamente. Esa protección se
vincula con la división de poderes; las disposiciones sobre la distribución de
planos de gobierno; las tutela a través de procedimientos que contienen al
Estado como el habeas corpus o el juicio de amparo; el control jurisdiccional
de los actos de autoridad, y la democracia, otra decisión política fundamental
de una nación moderna. Desde luego, la Constitución mexicana tiene que ver
con el bienestar, los derechos, el horizonte y la realización de los seres
humanos. La ley suprema, en su conjunto, constituye el marco de los
derechos humanos, porque la asociación política, como dijo la declaración
francesa de 1789, se instituye para la protección de los derechos del ser
humano, sus facultades naturales, inalienables, imprescriptibles. 11

9
Op. Cit. p. 5

10
Idem. p. 10
11
Ibidem p. 8

13
La Constitución tiene carácter normativo, por supuesto. Hemos trascendido
la etapa en la que se consideró que era programática, es decir, una
declaración de principios cuyos contenidos fijaban horizontes a alcanzar por
parte del Estado y de la sociedad. Ahora entendemos que la Constitución es
la norma de normas, la primera de las normas, que tiene eficacia jurídica y es
vinculante para el Estado, pero también para los individuos —algunos textos
constitucionales, como el portugués o el español, así lo dicen con toda
claridad. Todas estas disposiciones, estos derechos, obligan al Estado a
expedir leyes que recojan obligaciones vinculantes para el poder público. La
Constitución misma es vinculante y, por lo tanto, genera en favor de las
personas derechos que son verdaderamente tales, exigibles y reclamables
mediante los procedimientos de carácter administrativo o jurisdiccional que la
propia Constitución previene. Éste es el aparato constitucional que protege al
ser humano, su escudo constitucional, y dentro de él se encuentran previstos
los derechos de los detenidos y las disposiciones sobre prisión preventiva,
analizados en primer término, y acerca de prisión punitiva, el segundo de los
asuntos tratados. Desde luego, no todas las constituciones se refieren a esta
materia con la misma abundancia o detalle. Hay constituciones escuetas —
como en su momento lo fue, extraordinariamente, la de los Estados Unidos,
hasta la incorporación de las primeras enmiendas—; lo son, entre las cartas
modernas, la francesa y la alemana, que contienen breves catálogos que son
la quintaesencia de la organización del Estado y de los derechos de los
individuos. Hay otras sumamente detalladas, con un articulado prolijo. La
mexicana es una de éstas, pero no, ciertamente, de las más extensas; las
hay que duplican o triplican el articulado de la nuestra y desglosan con gran
detalle los derechos de los particulares y, entre ellos, los derechos de los
detenidos. Hagamos una revisión sucinta de este catálogo. La prisión está
sujeta a una definición central e histórica. Hoy día, la prisión, la detención, la
privación de libertad, la situación de detenido, tienen que ver solamente con

14
la perpetración de delitos, ya no con otro género de ilícitos o de
incumplimiento de obligaciones nos parece obvio que así sea, pero durante
largo tiempo, como relatan las crónicas sobre el desarrollo de las cárceles, la
prisión se aplicó también a los deudores por diversos conceptos: a los
fallidos; a los quebrados, no necesariamente fraudulentos, y a los deudores
en general. La obra de Howard, por ejemplo, considerada clásica, sobre la
situación de las prisiones al final del siglo XVIII en Inglaterra y en Gales
resulta conmovedora; desborda narraciones, explicaciones, datos,
estadísticas sobre la presencia de los deudores en las cárceles. Hoy día, un
principio básico resuelve: no hay prisión por deudas. La prisión es
únicamente la consecuencia de conductos punibles de materia penal, esto
es, delitos, y enlaza con investigaciones, proceso y condenas. Éstos son los
títulos constitucionalmente previstos para que sea posible y legítimo aplicar
una prisión. Ésta es ya una regla del derecho constitucional universal. En las
constituciones se advierte además la presencia del principio de intervención
penal mínima. Existe una tendencia constitucional restrictiva de la pena en
general, que modera el sistema punitivo y, por supuesto, como reflejo de ello,
el uso de la prisión. En algunas constituciones, ciertamente no la mayoría de
ellas, hay presencia de la pena de muerte. Sin embargo cuando se aborda el
tema de la represión del delito se hace con cierta contención o moderación
que refleja el llamado derecho penal democrático, frecuentemente recogido
en estos ordenamientos. Esa tendencia no siempre resulta bien servida por
el desarrollo secundario. Podríamos decir que la legislación mexicana es un
buen ejemplo de cierta inconsecuencia, pues nuestra Constitución milita en
favor de la readaptación social; no tiene simpatía por la pena privativa de
libertad y cuando se refiere a la prisión, trata de que sea moderada.

Hay, pues, un diseño penal constitucional de corte democrático y restrictivo,


basado en el principio de intervención mínima y moderación del aparato
punitivo. Esto no se traduce fielmente en la legislación secundaria, sin que

15
ello quiera decir que contravenga la letra de la Constitución, pero no es del
todo consecuente con su espíritu cuando multiplica penas, desmesura la
duración de éstas, particularmente de las restrictiva de libertad, y transforma
la benevolencia o racionalidad de la prisión deseada aparentemente por la
Constitución, en punición severa dentro de la legislación secundaria. Esto
establece, pues, una diferencia que puede llegar a ser francamente
incongruencia entre el texto constitucional y los textos secundarios. No me
refiero únicamente a México en esta relación y en esta crítica, pero la
legislación de nuestro país es un buen caso para la reflexión de los
constitucionalistas, penalistas, políticos y sociólogos que se ocupan de los
12
temas penales y penitenciarios.

La detención y la privación de libertad deben apoyarse en un razonable y


suficiente sustento inculpatorio, es decir, están prohibidas las pesquisas y las
detenciones para ver si se ha delinquido; debe estar claro que se detiene
cuando y porque se ha delinquido, al menos cuando hay elementos
suficientes para suponer que alguien ha cometido un delito. Esto se relaciona
con esa máxima muy socorrida y mencionada, obviamente no en nuestra ley,
pero sí en nuestra práctica, de que se investiga para detener y no se detiene
para investigar. Máxima que es otra de nuestras ilusiones del procedimiento
penal, en el que difícilmente podría campear de manera absoluta, pues el
enunciado de nuestra Constitución —modificado en 1993 en aquella famosa
reforma de ese año crucial en que culminaron muchas de las mejores
tendencias y se iniciaron otras de las peores del penalismo constitucional—
establece la posibilidad de que el Ministerio Público retenga al detenido, en
ciertos casos, hasta por 48 horas, plazo que puede duplicarse cuando se
trate de delincuencia organizada.

12
Ibid. p. 10

16
En general, este enunciado reciente es visto con naturalidad por la crítica.
Me sumo a esta visión; me parece una modificación razonable, no irracional,
pero convengamos en que, siendo razonable este plazo de detención
acotada que puede decretar el Ministerio Público, pone de manifiesto que se
está deteniendo para concluir una averiguación y no porque ya haya sido
concluida. Así las cosas, también aquí caemos en una contradicción. 13

La detención debe sujetarse a la ley. Hay un principio de legalidad en el tema


de la detención, lo mismo preventiva que punitiva. Pero al hablar de la ley
tenemos primero que desentrañar qué cosa es la ley, y para ello debemos
explorar los criterios nacionales e internacionales al respecto.

La Corte Interamericana de Derechos Humanos se ha ocupado en establecer


a qué se llama ley. Al analizar la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, ese Tribunal ha considerado que ley significa norma jurídica de
carácter general, ceñida al bien común, emanada de los órganos legislativos
constitucionalmente previstos y democráticamente elegidos, y elaborada
según el procedimiento establecido por la constitución
para la formación de las leyes.

Así, ley no es necesariamente todo aquello a lo que se califica como tal; es


algo mucho más complejo; implica; mayor exigencia de la que pudiera
sugerir una definición tradicional. Por lo tanto, es importante saber que
cuando hablamos de un principio de legalidad —si reflexionamos en este
principio de legalidad a la luz de los criterios, las doctrinas, la jurisprudencia
internacional— debemos reconocer como ley sólo al ordenamiento general
congruente con el sistema democrático, expedido de acuerdo con ciertas
normas constitucionalmente previstas. No es verdadera ley simplemente
aquello que se califica como tal, aunque en algunos sistemas jurídicos se

13
Ibid p. 8

17
hable de decreto-ley o de ley, cuando en el fondo se trata de normas
expedidas en situaciones de emergencia por gobiernos que no son
esencialmente democráticos y por autoridades que no son necesariamente el
Poder Legislativo, sino el Ejecutivo. Rechazaríamos, así, que esas normas
sean el adecuado fundamento de una detención, preventiva o punitiva.

La detención también debe provenir de la orden de una autoridad facultada


para adoptar medidas de este carácter. En algunas constituciones se habla
simplemente de autoridad competente; en otras, de autoridad a secas; en
algunas más, de autoridad jurisdiccional o de autoridad jurisdiccional
competente, y hay casos en que se establecen salvedades, por ejemplo, en
favor de las autoridades administrativas. En el panorama general se alude a
la expedición de estas órdenes por una autoridad competente. 14

Hay excepciones, sin embargo, que son bien conocidas en el


constitucionalismo moderno. Una de ellas, la más extendida, es la flagrancia.
No se requiere de una orden de autoridad, competente para detener a un
sujeto cuando el delito es flagrante, es decir, cuando es actual
y evidente; en esos supuestos, cualquiera puede detener, sea una autoridad
administrativa o de otro tipo, sea un particular.

El sustento formal de la detención debe ser una orden escrita. No basta la


orden verbal de la autoridad competente fundada en la ley. Algunas
constituciones establecen que además de la orden escrita de la autoridad
competente, los responsables de la detención deben presentar identificación.

14
BARROS L. César., La prisión desde una perspectiva Histórica y el desafío actual de los
derechos Humanos de los Reclusos, Instituto Interamericano de los Derechos Humanos,
México, 2007.p.284

18
Quedan prohibidos los malos tratos, la tortura y la coacción innecesaria. La
detención debe ser una privación de la libertad, y nada más que eso. No
debe entrañar, salvo en casos de resistencia, un mal tratamiento adicional a
la pura y simple privación de libertad por breve plazo y con entrega a la
autoridad judicial. También es muy importante esta norma del breve plazo
para la detención y de la pronta entrega a la autoridad judicial que va a
conocer el proceso que se inicia a raíz de los hechos delictuosos
supuestamente cometidos.

En este aspecto nos enfrentamos igualmente a una serie de regulaciones de


carácter especial, e incluso excepcional, para lidiar con fenómenos de
criminalidad moderna que son sumamente graves o lesivos: concretamente,
el terrorismo y, en algunos lugares, el tráfico ilícito de drogas. 15

Las normas que ordenan una cortísima detención ante y por la autoridad
administrativa, antes de que ésta ponga al detenido a disposición del
juzgador, se modifican en casos de combate al terrorismo. Lo hemos visto en
algunos países americanos (como Chile y Perú) y europeos (en España hay
mayor laxitud, incluso en el plano constitucional, no sólo en el secundario,
cuando se trata de enfrentar estos problemas).

Aquí surge la reflexión sobre la medida en qué es pertinente y admisible


erosionar garantías individuales o derechos humanos bajo la necesidad o el
pretexto, como se quiera plantear, de la lucha contra ciertas formas de
delincuencia sumamente graves.

El detenido no queda sujeto simplemente a lo que la autoridad quiera hacer


con él. De ahí que, como medida de garantía y protección del detenido, deba

15
Idem. p. 15

19
informarse a ciertas autoridades y en todo caso a ciertas personas,
familiares, allegados, defensores, sobre el hecho mismo de la detención.

En este punto, nuestra regulación en materia de detención se ha visto


enriquecida por el Convenio de Viena sobre Relaciones Consulares, y por la
interpretación que ha hecho recientemente la Corte Interamericana de
Derechos Humanos, recogiendo de manera precisa un planteamiento del
Estado mexicano. Me refiero a lo siguiente: además de dar cuenta de la
detención a la autoridad judicial y de permitir al detenido que se comunique
con una persona de su confianza, cuando se trate de un detenido extranjero
—sujeto más vulnerable que un detenido nacional— es importante que actúe
el servicio de protección consular. La Convención de Viena sobre Relaciones
Consulares prevé tanto el derecho que tiene el detenido a comunicarse con
su cónsul, como la facultad que asiste al Estado que designa al cónsul de ser
notificado de que un nacional suyo se encuentra detenido, a fin de que pueda
brindarle la protección consular a su alcance. 16

Éste es un tema de gran interés para los mexicanos por nuestra relación con
los Estados Unidos de América. La gran cantidad de mexicanos en ese país,
las circunstancias de esta presencia, el hecho de que con cierta frecuencia
haya detenidos de nuestra nacionalidad en poder de autoridades
norteamericanas y el escasísimo aprecio a este derecho de asistencia
consular, motivaron que el gobierno mexicano planteara ante la Corte
Interamericana —no como un asunto contencioso entre México y los Estados
Unidos, lo cual hubiera sido jurídicamente imprecedente, porque este país no
es parte en la Convención Americana sobre Derechos Humanos, sino como
un asunto consultivo—, las siguientes preguntas: ¿La no observancia de esta
norma de la Convención de Viena constituye una violación de derechos

16
Idem. p. 15

20
humanos? Si esto es así, ¿altera el debido proceso legal y, por lo tanto, tiene
repercusión en la sentencia que se hubiese impuesto, sobre todo si se trata
de una sentencia a pena de muerte, el hecho de no haberse observado
semejante disposición de la Convención de Viena?

Ante este planteamiento —reiteramos: como opinión consultiva, no como


asunto contencioso— la Corte Interamericana respondió: “Sí se trata de un
derecho humano.” Los derechos humanos tienen un sentido expansivo.

No podemos suponer que sean solamente aquellos recogidos en un solo


ordenamiento; otros instrumentos, aunque no tengan como propósito
establecer derechos humanos, pueden agregar algunos a los ya existentes.
Tal es el caso de la Convención de Viena, que evidentemente no es un
tratado sobre derechos humanos, sino acerca de relaciones consulares entre
Estados, en cuyo articulado, sin embargo, puede haber y de hecho hay algún
derecho humano adicional a los considerados en otros ordenamientos.

Además, la Corte Interamericana agregó que el menoscabo de ese otro


derecho humano derivado de la Convención de Viena entraña una violación
al principio del debido proceso legal, porque ese derecho ha sido instituido
para colocar al extranjero en condiciones de equidad frente a la justicia
ajena, cuyos ritos no conoce, cuya legislación no entiende, cuyo idioma no le
es accesible. Ése es el propósito de la protección consular. Mientras el
objetivo de la intervención del abogado es generar una específica situación
de tutela de derechos, el objeto de la intervención del cónsul es contribuir a
esa tutela, a ese necesario equilibrio, a esa recta justicia en favor de la
justicia misma y, por lo pronto, en favor del inculpado. Por ello, desconocer
ese derecho viola el principio del debido proceso legal.

21
Ha habido otros asuntos del mismo tenor ventilados ya no ante una corte de
derechos humanos, sino ante la Corte de Justicia Internacional, como
controversia entre Estados: un caso paraguayo y otro alemán. El primero,
finalmente, se diluyó ante la Corte de La Haya, porque el Estado paraguayo
resolvió desistirse de la demanda que había intentado contra los Estados
Unidos de América por la detención, procesamiento y ejecución de un
ciudadano paraguayo al que no se le había hecho conocer el derecho a
recurrir a su cónsul. Los Estados Unidos de América dio algunas
explicaciones, satisfacciones y disculpas; y el Estado paraguayo estimó
pertinente desistirse y, por lo tanto, el litigio no culminó en sentencia. Pero se
mantiene, no tengo conocimiento de que se haya fallado ya, un caso
contencioso entre Alemania y los Estados Unidos de América, en el que
aquel Estado demandó al segundo por una violación de la norma sobre
asistencia consular en agravio de dos ciudadanos alemanes también
procesados y condenados a muerte; uno de ellos fue ejecutado sin haberse
observado la disposición de la Convención de Viena. 17

Todo esto se menciona en relación con el deber estatal con el tema de


informar la causa de informar acerca de la detención y los derechos del
detenido a quienes corresponda: cónsul, familiares, allegados o, desde
luego, defensores.

La jurisprudencia anglosajona, particularmente la norteamericana, ha sido


muy dinámica en el reconocimiento del derecho que asiste a un sujeto
privado de su libertad a ser informado sobre las facultades, beneficios,
derechos y prerrogativas que le otorga la ley, para que pueda hacerlas valer;
en otras palabras, para que esos derechos no simplemente existan en la
18
norma, sino se trasladen a la práctica.

17
Idem. p. 15
18
Ibidem. p. 15

22
El detenido debe contar con la posibilidad de recurrir a un intérprete. El
problema de quien no conoce el idioma, sobre todo si es miembro de un
grupo étnico indígena, es que además de ese desconocimiento, puede
hallarse en una situación de extrañeza cultural con respecto al sistema de
justicia ante el que comparece. Una cosa es la ignorancia de un idioma y
otra, la extrañeza cultural. El norteamericano monolingüe puede ignorar el
castellano, pero no necesariamente es un extraño a la cultura que producen
y comprende la legislación que se aplicará; el indígena, en cambio, puede
ser, además de ignorante del idioma, extraño a los conceptos culturales en
los que radica el sistema de justicia al que se halla sujeto. La
mera traducción no genera un equilibrio total, aunque evidentemente
contribuye a mejorar la situación del detenido.

El detenido y el procesado tienen derecho, en general, al silencio. Este tema


está imbricado con las características del interrogatorio por parte de la
autoridad; vienen al caso el tema de la confesión —uno de los temas
procesales revisados por la reforma constitucional de 1993— el acceso a un
defensor y el acceso a un familiar.

La detención debe hacerse en un local oficialmente destinado a ella, en aras


de una plena seguridad jurídica. En nuestro país ha venido creciendo la
institución del arraigo llamado domiciliario, que resulta ser, más que arraigo,
que desde luego no es domiciliario, un sucedáneo de la privación procesal de
la libertad; es una especie de detención anticipada o ampliada con el
piadoso nombre de arraigo, pero que no tiene mucho de éste y sí mucho de
detención.

En nuestra Constitución, la incomunicación está claramente proscrita en todo


caso: la breve, la prolongada, la cruel y la incruenta. Pero en el sistema

23
constitucional internacional hay previsiones sobre la posibilidad de
incomunicación breve y rodeada de ciertas garantías.

También está prohibido el traslado arbitrario de los detenidos a lugares


distintos de aquellos en donde deben hallarse según el mandato de la
autoridad que ordena la detención. El examen médico del detenido es otro
tema que algunas constituciones han regulado.

Es importante reflexionar sobre la publicidad de la detención y la exhibición


del detenido. La publicidad es un aliado de la justicia. La participación del
pueblo en el sistema de justicia, sea porque juzgue, como en el jurado, sea
porque observe, como en las salas de audiencia o a través de los grandes
medios de comunicación, contribuye a la recta justicia; pero también puede
favorecer la injusticia cuando expone como culpable, ante los ojos de la
opinión pública, a quien es presuntamente inocente. Se trata de un arma de
doble filo, y seguramente por ello la Constitución de Guatemala, entre otras,
prohíbe a las autoridades policiales que han realizado una captura, exhibir al
sujeto capturado con uniforme de detenido o en condiciones que acrediten
esa detención antes de que sea presentado ante su juez. Aquí aparece un
principio de moderación de la exposición del sujeto ante el público, tomando
en cuenta la naturaleza de este hecho y las consecuencias que puede
acarrear. El control judicial es otro de los grandes temas de la detención. Su
propósito es proteger al detenido frente a todos los actos de autoridad, pero
muy particularmente con respecto a la privación de libertad, a través de
medios históricamente acreditados, como el habeas corpus, entre nosotros
absorbido en el sistema del juicio de amparo. En muchos países, sin
embargo, aquél tiene identidad propia, y el juicio de amparo sirve a otros
fines, aunque ambos son instrumentos de garantía, a título de control judicial.
El habeas corpus se destina fundamentalmente a la protección de la libertad.
Por cierto, las constituciones nacionales, así como los tratados

24
internacionales que se ocupan de los estados de excepción, aquellos en que
es posible suspender ciertos derechos, suelen considerar que no son
suspendibles los derechos de garantía judicial. Es decir, no son suspendibles
el amparo y el habeas corpus porque entonces quedaría en suspenso,
automáticamente, todo el aparato de tutela del individuo. Bastaría con
suspender el habeas corpus o el amparo para que todo lo demás decayera,
en la medida en que no habría manera de proteger ningún derecho por
medio de la tutela jurisdiccional. Esto se relaciona directamente con el caso
de los detenidos, porque el habeas corpus está dirigido precisamente a la
protección de la libertad.19

Finalmente, la contrapartida de la detención preventiva, que es la libertad


provisional, es otro de los temas constitucionalmente explorados y, quizá,
uno de los más estudiados. Si revisamos el desarrollo de nuestra
Constitución Política de 1917, en lo que concierne a asuntos de justicia
penal, encontraremos que la institución más frecuentemente reelaborada ha
sido la libertad provisional, que se refleja en la prisión preventiva. Prisión
preventiva y libertad provisional son las dos caras de una misma y difícil
moneda, probablemente porque en estas instituciones entran en intenso
conflicto los diversos intereses que se agitan en el procedimiento penal: el de
la sociedad que demanda seguridad; el de la víctima u ofendido por el delito,
que exige resarcimiento y justicia, por supuesto, y el del delincuente o
presunto infractor, que reclama la plenitud de su libertad y de otros derechos
mientras se acredita, si ello sucede, su responsabilidad penal.

Termino aquí mis reflexiones que han sido, lo reconozco, muy someras y
apresuradas. El tema de la detención en el Derecho nacional e internacional
es de enorme importancia. El derecho a la libertad es quizá el segundo gran
rubro entre los grandes derechos —el primero, obviamente, es el derecho a

19
Idem. Pág. 15

25
la vida, sin el cual todo lo demás decae—, uno de los más explorables y
explorados por las constituciones y por los tratados internacionales dentro
del régimen de los derechos humanos.

CAPÌTULO II

DERECHOS HUMANOS DE LOS INTERNOS

Hoy día la doctrina de los derechos humanos en el ámbito carcelario no sólo


no ha alcanzado su consolidación, si no que tiene escasas repercusiones en
el campo de la protección de los derechos humanos de los internos debido,
entre otrs razones, a la forma n la cual se utiliza el derecho penal en
nuestro sistema jurídico, es decir, como un instrumento de represión estatal,
mediante el cual se pretende sancionar todas aquellas conductas que
“alteran” la convivencia social; a la imagen estigmatizada por la sociedad de
as personas que se ven sometidas, no digamos a la ejecución de las penas
sino solo a un proceso penal, y a la dispersión normativa en cuanto a la
regulación de esos derechos y la ausencia de verdaderos mecanismos para
su defensa.

Antes de entrar en materia, es necesario, primero, precisar el ámbito


personal en el cual desenvolveremos este tema; después, haremos
referencia a los derechos constitucionalmente reconocidos a los sujetos
objeto de este estudio, y finalmente nos referiremos a los medios o
mecanismos de defensa que los internos pueden utilizar cuando vean
transgredidos sus derechos.20

20
GARCÍA R. Sergio., Los Derechos Humanos de los detenidos, Comisión Nacional de los
Derechos Humanos, México, 2003.p.283

26
Es importante reflexionar sobre las personas a las cuales se les otorga una
serie de derechos cuando asumen la calidad de internos. Habría que
recordar que existen diversas causas por las que un individuo se puede ver
afectado en su libertad, a saber, por cumplimiento a una orden de
aprehensión, un arresto de carácter administrativo o una detención por
motivos de extradición, entre otras. Y es precisamente la luz de esa
particularidades como podemos determinar qué tipo de derechos tiene.

En consecuencia podemos señalar que: El sector social al que nos referimos


aquí esta conformado por personas que se encuentran recluidas en los
establecimientos penitenciarios del país. Dos cuestiones requieren
precisarse para definir este grupo. Primero, las circunstancias por las que
una persona puede encontrarse recluida en una de estas instituciones y,
segundo, las características del establecimiento penitenciario.

De lo antes indicado resulta claro que el ámbito personal de aplicación de


los derechos humanos de los internos es referido a aquellos individuos que
por alguna determinación judicial, de prisión preventiva o de sanción penal,
ven restringida su libertad personal. En otras palabras, tanto las personas
que han sido declaradas formalmente sujetas a un proceso penal, como
aquellas a las cuales se les ha impuesto una pena por la comisión de
alguna conducta delictiva, son a quienes se les otorga una serie de,
derechos vinculados a su carácter de internos.

Lo anterior no significa que las personas privadas de su libertad por otros


motivos no tengan a su favor ningún derecho, sino que, al tratarse de
circunstancias diferentes, les corresponden otros de distinta naturaleza y
acorde a su situación jurídica.

Además, resulta importante considerar, para poder determinar el grupo social


al que nos hemos venido refiriendo, el tipo de institución en que se

27
encuentren recluidos. Como sabemos, no todos los centros restrictivos de la
libertad tienen el mismo objetivo, razón por la cual sólo aquellos vinculados a
la tarea de la readaptación social pueden ser considerados penitenciarios en
estricto sentido, pues es en ellos donde se alberga a las personas sometidas
a un proceso penal o al cumplimiento de una sanción penal privativa de
libertad. Esto último es así porque, en teoría, un centro penitenciario debe
contar con la infraestructura que le permita garantizar, entre otras cosas, el
derecho al trabajo y, en general, la resocialización del interno. 21

Aun cuando la naturaleza del centro restrictivo de libertad constituye un


factor importante para determinar el ámbito personal de validez de los
derechos de los internos, no soslayemos la realidad que priva en ellos, la
cual ha originado que la readaptación social se convierta en un mito, pues la
corrupción, la mala administración, la ausencia de personal con el perfil
necesario para dirigir esas instituciones, por señalar algunas, constituyen
otras de las razones fundamentales que han incidido en la ausencia de
respeto a los derechos humanos de los internos.

Haremos referencia, ahora, a los derechos reconocidos tanto en nuestra


Constitución y legislación secundaria como en ordenamientos de carácter
internacional a favor de los internos, y a partir del análisis de los mismos
iremos identificando, primero, aquellos que pueden asumir el carácter de
humanos, por ser inherentes a la persona; segundo, los que se relacionan
con la situación jurídica del interno, y tercero, todos los que tienen que ver
con la condición de reo a la que está sujeta la persona.

Indudablemente los derechos humanos que podemos establecer como


propios de los internos son los identificados con la vida, la salud, la dignidad

21
Idem

28
humana, el respeto a su integridad física y moral, la libertad, las condiciones
mínimas de habitabilidad, la legalidad y la seguridad jurídica.

Cuando hablamos del derecho a la vida, nos referimos a la obligación que


tienen las autoridades penitenciarias de salvaguardar la vida de los internos;
es decir, de garantizar que durante su estancia en el centro penitenciario, su
vida se convierta en uno de los derechos más importantes, dado el
reconocimiento de su calidad de persona. Dentro del contexto de este
derecho, debemos referirnos a la calidad de vida que el Estado debe
garantizar a los internos; en otros términos, el sujeto privado de su libertad
debe contar con las condiciones mínimas para una sana convivencia con los
demás individuos en situación similar a la suya. 22

El derecho a la salud tiene una clara relación con el derecho a la vida. La


autoridad penitenciaria no sólo tiene la obligación de evitar la muerte de los
internos, sino también la de otorgarles una buena alimentación que redunde
en el mantenimiento de una buena salud y, por tanto, en una garantía
objetiva de vida.

Otro aspecto relacionado con este derecho es el de la atención médica. Los


internos deben gozar de una adecuada atención médica, sea pública o
privada (en casos excepcionales); además, ésta debe estar ligada a
cuestiones de sanidad, tanto desde el punto de vista personal como de los
servicios que ofrece el centro de reclusión.

El derecho a que se respete su integridad física y moral parece ser el más


regulado y el que refleja mayor preocupación por parte del Estadomismo,
pues su protección encuentra fundamento en la Constitución Política, en la

22
Idem

29
legislación secundaria y en las normas internacionales ratificadas por
México.

El artículo 22 constitucional es uno de los preceptos constitucionales que


tienden a proteger este derecho, ya que en dicha norma se establece la
prohibición de imponer penas de azotes, maltratos, tormentos, así como
penas inusitadas; es decir todas aquellas que impiden una afectación a la
integridad física de los gobernados.23

Si bien, dicho precepto señala la prohibición de imponer este tipo de penas,


debe interpretarse que tal prohibición va dirigida a cualquier autoridad, pues
el concepto de pena utilizado en esa norma, no es exclusivo del ámbito
penal, sino que también puede utilizarse como sinónimo de castigo, el cual
pueden inflingir cualquier autoridad.

La prohibición de la tortura y de los tratos crueles e inhumanos no tiene


excepción en cuanto a su observancia, razón por la cual el que una persona
tenga la calidad de interno no se convierte en una limitante del ejercicio de
este derecho. Sin embargo, no debe soslayarse la idea generalizada que
existe respecto de los internos, a quienes se etiqueta como “personas de
segunda categoría, ciudadanos de segunda, tercera o cuarta clase”, pues
olvidar que son tan personas como cualquier ciudadano libre dificulta la
materialización del ejercicio de este derecho.

Dentro del grupo de derechos a los que nos estamos refiriendo encontramos
el relativo a las condiciones de habitabilidad —estrechamente relacionado
con el de la readaptación social, al que más adelante nos referiremos—,

23
MIRÓN R. Jorge A., Mecanismos de defensa de los internos, Comisión Nacional de los
Derechos Humanos, México, 2003.p.254

30
según el cual el interno debe gozar de condiciones óptimas de habitabilidad a
fin de que su estado de internamiento sea adecuado a la función
readaptadora de la cárcel, pues un espacio donde se promueve el desarrollo
positivo del interno permite la participación individual y colectiva de manera
pacífica y creativa.

Respecto del derecho a la libertad. Esto no es un contrasentido, no nos


estamos refiriendo a la posibilidad del interno de gozar de su libertad física,
sino que se trata de otro tipo de libertades, como son la libertad de
pensamiento, de creencia, de libre desarrollo de la personalidad, de
asociación y reunión pacífica.

En cuanto a los derechos a la legalidad y a la seguridad jurídica, éstas tienen


que ver con el respeto al derecho de defensa, con el relativo a la observancia
de las reglas procedimentales, con el derecho a la jurisdicción, con el
correspondiente a que se les ubique, dentro de los Centros Penitenciarios,
en los lugares acordes a su situación jurídica, con el de la exacta aplicación
de la ley y con el de recibir una readaptación social. 24

Hablar de readaptación social es referirse a la obligación que tienen las


autoridades penitenciarias de dar un tratamiento a los internos que posibilite
su reinserción productiva en la vida social. Esto conlleva una correcta
clasificación del interno, así como una debida instrumentación de los
mecanismos readaptadores, tales como el trabajo, la educación y la
capacitación. Estos mecanismos deben adecuarse a sus características,
necesidades y capacidades, tomando en cuenta no sólo su condición física,
sino también psicológica y social. Los mecanismos de referencia deben
contar con la aceptación expresa del interno.

24
Idem. p. 26

31
También como derechos de los internos, debe hablarse de los beneficios
penitenciarios, los cuales pueden permitir al interno la obtención de su
libertad anticipada, derivada de los tratamientos a los que fue sometido. Por
medio de ellos, la autoridad ejecutiva puede reducir el tiempo efectivo de la
condena con base en las tres vías siguientes: libertad preparatoria, remisión
parcial de la pena y preliberación.

Otros derechos que pueden advertirse, en este contexto, son los que
permiten garantizar, por una parte, el contacto del interno con el mundo
exterior de la prisión (visitas familiares y conyugales) y, por la otra, el acceso
con las autoridades penitenciarias.

Una vez señalado el conjunto de derechos que corresponde a las personas


privadas de su libertad, hablaremos de los mecanismos de defensa de los
que éstas pueden echar mano al ver afectada su esfera jurídica por la
violación de esos derechos por parte de las autoridades penitenciarias. 25

Sobre el particular debemos señalar que dichos mecanismos son muy


limitados; sin embargo, mencionaremos las opciones de defensa que pueden
traducirse en la posibilidad de obtener la restitución en el ejercicio del
derecho violado.

En el ámbito del procedimiento penal, podemos señalar que cuando las


autoridades penitenciarias realizan actos que afectan alguno de los derechos
de los internos y dicha transgresión trae aparejada la comisión de un delito,
los internos pueden formular su denuncia respectiva ante la autoridad
ministerial correspondiente, la cual, después de realizar la investigación
respectiva, puede instaurar un proceso penal en contra de las autoridades
penitenciarias referidas.

25
Idem. p. 26

32
En estricto sentido, este procedimiento no constituye un mecanismo de
defensa creado ex profeso a favor de los internos, pero sí una opción que se
materializa mediante el inicio del procedimiento penal, aun cuando la víctima
de esa conducta sea un sujeto afectado en su libertad.

En el ámbito administrativo, encontramos algunos instrumentos de defensa


de los derechos de los internos, a saber:

• El ejercicio del derecho de petición, apoyado en el Artículo 8º


Constitucional, que ejercen los internos ante las autoridades penitenciarias
para formularles una serie de pedimentos relacionada con la observancia de
sus derechos. El derecho de petición requiere que el
Interno conozca el reglamento vigente del centro penitenciario a efecto de
que pueda justificar el motivo de sus solicitudes.

• La concesión del tratamiento en externación y la libertad anticipada en el


Distrito Federal. Este procedimiento se encuentra regulado en la Ley de
Ejecución de Sanciones Penales en el Distrito Federal, y su resolución puede
ser impugnada ante el Tribunal de lo Contencioso Administrativo del Distrito
Federal. Aquí podemos observar una mezcla de los ámbitos administrativo y
jurisdiccional que puede hacer valer el interno en defensa de sus derechos
en un aspecto específico.

• Un recurso administrativo de inconformidad, el cual se promueve ante el


superior jerárquico del director del centro de reclusión con motivo de las
sanciones que le son impuestas a los internos por faltas a los reglamentos
del mismo. Evidentemente, la promoción de este recurso pretende recuperar
la vigencia de los derechos vulnerados

33
con motivo de la aplicación de la sanción impuesta. Este recurso también
encuentra su fundamento en la Ley de Ejecución de Sanciones Penales del
Distrito Federal.

En el terreno jurisdiccional se ubica el instrumento que de manera más


directa y eficaz protege los derechos de los gobernados y, en el caso que
nos ocupa, de los internos: el juicio de amparo. Los internos en defensa de
sus derechos pueden acceder al procedimiento denominado amparo
indirecto, cuya competencia corresponde a los jueces de distrito en materia
penal. Este instrumento de defensa constituye el medio idóneo para exigir la
reparación de los derechos vulnerados por las autoridades penitenciarias.

Finalmente, otro mecanismo más de defensa de los internos es la


intervención de las comisiones de Derechos Humanos, tanto Nacional como
estatales, la cual es un instrumento complementario, pues si bien dichas
instituciones pueden determinar la existencia de violaciones a los derechos
de los internos, la naturaleza de sus resoluciones carece de fuerza ejecutiva,
sin embargo al proponer sanciones a las autoridades que han vulnerado la
esfera jurídica de los internos, coadyuvan de alguna manera a referir la
conducta violatoria de los derechos humanos, aun cuando no signifique
necesariamente, el restablecimiento de la vigencia de los derechos
transgredidos.

34
CAPÌTULO III

DEFICIENCIA Y ERRORES CARCELARIOS

Del desastre de las prisiones de la Colonia —donde no había derechos


humanos— pasamos al del siglo XIX, cuando tampoco se encontraron
presentes. Sólo a fines de este último, a partir del Código de 1871, se inició
el establecimiento de un sistema penitenciario. La política de Porfirio Díaz, en
este aspecto, dio por resultado la construcción de nuevas instalaciones,
como las de Puebla, Guadalajara y el Distrito Federal, con las que arrancó,
dentro de nuestro siglo, una lucha que aún no termina. Miguel Macedo
implantó, como científico de su época, el sistema del silencio auburniano
que, más tarde, él mismo sufrió, lo que hizo que se arrepintiera de haberlo
instalado. La Revolución, en su época armada, no proveyó nada al respecto.

35
Sólo el constituyente de 1917 planteó la creación de un sistema
penitenciario. Empero, esto no tuvo lugar sino muchos años después, a
pesar de la promulgación de los Códigos de 1929 y 1931. Si acaso, tuvieron
vida un Congreso sobre la materia, en 1932, y la promulgación del primer
Reglamento del Patronato para Liberados, en 1934. Desde entonces, es
decir, desde el periodo de Lázaro Cárdenas, se han ido repitiendo los
mismos problemas, deficiencias y errores carcelarios, los cuales podemos
sintetizar en los siguientes capítulos: sobrepoblación penitenciaria,
corrupción, falta de interés en el manejo de las instituciones penales,
deterioro de los principios de legalidad, escasez presupuestal,
endurecimiento penal, violación de los derechos humanos, falta de atención
a grupos especiales y ausencia de voluntad política de fondo por parte de
quienes son encargados de la ejecución de la pena. 26

3.1) SOBREPOBLACIÓN PENITENCIARIA

Mucho se ha insistido en que el primer enemigo para implantar un sistema


penitenciario, sobre todo cuando este tiene como fin la readaptación social,
es la sobrepoblación, pues ésta impide: la individualización del tratamiento; la
clasificación de los internos; un clima adecuado para el desenvolvimiento del
sistema que se aplica; proveer seguridad; brindar tratamiento paralelo a la
familia y a la comunidad; contar con personal técnico suficiente para realizar
las terapias y, también, unidades de trabajo bastantes y variadas con las
estructuras indispensables para la educación.27

26
SÁNCHEZ G. Antonio., Prisión y Derechos Humanos, Comisión Nacional de los Derechos
Humanos, México, 2003. p.343

27
Idem. Pág. 31

36
Este problema se ha presentado en el pasado remoto, el reciente y en la
actualidad. Baste observar que, frente a la capacidad instalada, que es de
105,000 internos, en términos generales, tenemos una población real de
160,000, lo que arroja una sobrepoblación de 55,000 internos. Esto significa
más de 50%. Esta situación impide, pues, la aplicación de cualquier sistema
penitenciario dirigido a la readaptación social y, por ende, el fracaso de este
objetivo de la pena exigido por el artículo 18 constitucional. 28

3.2) CORRUPCIÓN

Un mal endémico de nuestras prisiones ha sido la putrefacción de principios


penitenciarios por medio del dinero. Esto es lógico, porque como decía el
doctor Alfonso Quiroz Cuarón: “A enrarecimiento de servicios —que
acontece con la sobrepoblación— incremento de la corrupción”, que se
caracteriza por el aumento de gabelas y cuotas para cubrir las necesidades
básicas de vida del recluso: alimentación, espacio, salud, libertad.

Todo advierte un precio y se vuelve un privilegio. Se ha luchado


denodadamente por tener controles y establecer candados, pero no se ha
podidoobtener resultados favorables. No se da el terreno fértil para la
honestidad y la prevalecencia de principios ni jurídicos ni morales. Si a esto
se agrega el crimen organizado —especialmente el narcotráfico— que
maneja grandes cantidades de dinero, la tentación aún de empleados
cabales, los atrapa en sus redes. De esta suerte, aun los derechos humanos,
más consagrados, se conquistan por medio del dinero y no del esfuerzo y la
buena conducta del interno. El fin de la pena, la readaptación social, no
prevalecerá.29

28
Ibidem
29
Idem. Pág. 31

37
3.3) FALTA DE INTERÉS EN EL MANEJO DE LAS INSTITUCIONES
PENALES

La mística de servicio —establecida como requisito “sine qua non”— para el


buen funcionamiento del sistema penitenciario mexicano, preconizada por los
penitenciaristas, penalistas y humanistas de nuestro país, tales como Sergio
García Ramírez, Alfonso Quiroz Cuarón, Javier Piña y Palacios, Victoria
Adato Green, por sólo citar unos cuantos, no podrán tener vida en nuestras
instituciones penales, preventivas o ejecutivas porque no existe, en ninguno
de los niveles —directivo, administrativo, técnico y de custodia—, la
selección, capacitación y profesionalización adecuadas, tampoco, el servicio
civil de carrera, ya no digamos profesional sino empíricamente. 30

3.4) DETERIORO DE LOS SISTEMAS DEL PRINCIPIO DE LEGALIDAD

Todas las consideraciones anteriores, desembocan en la falta de eficacia y


obsolescencia de las leyes que integran el principio de legalidad de nuestro
sistema penitenciario y de ejecución de la pena: la Constitución, el Código
Penal, el Adjetivo Penal, la Ley de Normas Mínimas sobre Readaptación
Social de Sentenciados, los reglamentos interiores, los convenios y, en
resumen, todo el universo proclamado por el mismo. Es decir, dicho principio
no se cumple en ningún momento y nos ofrece un dilema: o es obsoleto, o no
lo hemos aplicado como era nuestro deber. Cabe la posibilidad de que
hayamos creado una utopía teórica, que no puede tener vigencia en la
realidad. Empero, el sistema creado por Sergio García Ramírez demostró

30
MENDOZA B. Emma., La privación de la libertad y los Derechos Humanos, Comisión
Nacional e los Derechos Humanos, México, 2003.p.257

38
que cuando hay voluntad la ley no sólo puede ser realidad, sino, además,
modificarla positivamente.

3.5) ESCASEZ PRESUPUESTARIA

Respecto de la solución de los problemas sociales, las prioridades que


asume “la voluntad política” dejan, en último término, al sistema
penitenciario, que siempre es muy costoso y, como a la fecha no ofrece
resultados satisfactorios, y no ayuda para aliviar el fracaso reiterado del
mismo Sistema 31

3.6) ENDURECIMIENTO PENAL

A principios de la década de los años noventa, se inició, como hemos dicho


líneas arriba, una etapa de endurecimiento penal. Con esto queremos decir
que ha habido recriminalización, repenalización y retipificación: se ha
criminalizado más conductas, se han tipificado, por consiguiente, nuevos
ilícitos y se han incrementado las penas, lo que ha producido en un aumento
en la sobrepoblación, el enrarecimiento de los servicios penitenciarios, el
favorecimiento de la corrupción, la anulación del sistema readaptatorio y, por
lo mismo, la violación constante en el interior de las prisiones de los
derechos humanos.

3.7) VIOLACIÓN DE LOS DERECHOS HUMANOS

Con un derecho penal endurecido y una mala planificación ejecutivo penal, la


sobrepoblación se ha incrementado hasta límites insospechados, con la
consiguiente violación de los derechos humanos de los prisioneros. En el
Distrito Federal y, también, en las capitales de los estados más habitadas:

31
Ibid. Pág. 33

39
Monterrey, Nuevo León; Guadalajara, Jalisco; Puebla, ya ni siquiera existen
espacios suficientes en las celdas. Ahí, prevalece la costumbre de que el
más antiguo es el que tiene derecho a cama, buena alimentación, uniforme
(o también el más rico). En las noches es frecuente encontrar en las celdas
“un tapete humano” y algunos que duermen colgados de las rejas o de la
pared, sentados en la taza del excusado o bien tendidos en los pasillos y las
escaleras. Esto desemboca, como es lógico, en inseguridad, alimentación
precaria, trabajo insuficiente, educación escasa, ausencia de actividades
deportivas, recreativas, culturales y, por supuesto, tratamiento nulo. Baste
mencionar algunas de las recomendaciones de la Comisión Nacional de
Derechos Humanos dirigidas a las autoridades de prisión: “Que se separen
procesados de sentenciados; que se expida el reglamento interno y se haga
del conocimiento del personal, internos y visitantes; que se acondicionen
estancias de los dormitorios para que la población disponga de un espacio
adecuado para dormir; que se asigne personal técnico para integrar el
consejo interdisciplinario; que se promuevan actividades laborales
productivas, educativas, deportivas, culturales y recreativas; que la atención
médica se proporcione de manera regular y programada, y se efectúen
exámenes médicos a los internos; que se otorguen cursos de capacitación al
personal de seguridad y custodia; que se concedan los beneficios que las
leyes de ejecución marcan y queno sean retrasados o negados sin
justificación”. Estas recomendaciones han sido reiteradas insistentemente a
partir de 1993. De aquí, se infiere la violación a los derechos humanos de los
reclusos, en toda su extensión: salud, trabajo, educación, seguridad y
concesión de beneficios.32

3.8) LOS GRUPOS ESPECIALES

32
SÁNCHEZ G. Antonio., Prisión y Derechos Humanos, Comisión Nacional de los Derechos
Humanos, México, 2003.p.275

40
Si en las prisiones nuestras, al delincuente común, convencional o no
convencional, se le violan, prácticamente, todos sus derechos humanos ¿qué
sucede con los grupos que pudiéramos llamar especiales: los indígenas, los
enfermos mentales, los senectos, los discapacitados y los extranjeros? Cada
uno de estos sectores advierte un trato especial diferente, de conformidad
con el principio de individualización, para el que no existe infraestructura en
nuestras cárceles. Los indígenas con sus patrones culturales distintos, los
enfermos mentales, sin la atención especializada que requieren, los viejos en
su soledad casi absoluta; los discapacitados, en lucha constante por
sobrevivir; y, los extranjeros con su ser diferente enfrentados a una cultura
que no es la suya. En relación con todos ellos preguntamos: ¿cómo darles a
cada uno el trato y el tratamiento a que tienen derecho y, en todo caso, cómo
no violar sus derechos humanos en un ámbito penitenciario tan inhóspito?
Todo esto se debe tener en consideración dentro de la reestructuración total
de nuestro sistema de justicia.33

3.9) AUSENCIA DE VOLUNTAD POLÍTICA

Decimos esto, porque a últimas fechas, se ha visto un doble mensaje dentro


de la política criminológica de orden público: por una parte, se establece el
discurso de los derechos humanos y, por otra —como hemos dicho líneas

33
Ibid. Pág. 35.

41
arriba—, se recriminaliza, se retipifica y se repenaliza. Esto señala que no
está perfectamente definida la filosofía que sustenta el Ejecutivo, en relación
con la impartición de justicia, desde la procuración hasta la ejecución penal,
pasando por la administración. Este doble mensaje, que crea ambigüedad
absoluta, ha conducido al fracaso de nuestro sistema de prisiones y a la
violación en él de los derechos humanos por las razones que analizamos con
antelación.

42
CAPÌTULO IV

EL DESAFÌO ACTUAL DE LOS DERECHOS HUMANOS DE LOS


RECLUSOS

Hablar de los derechos humanos produce una serie de emociones


encontradas de vivencias ambivalentes. Es un tema que no puedo abordar
sin sentirme profundamente emocionado y comprometido.

Por una parte, me enorgullece estar vinculado con quienes luchan por
estructurar, desde el ámbito conceptual, el alcance y la vigencia de estos
derechos —en ellos se conforma la esencia del individuo, del ser y su
pertenencia a la sociedad—, sin embargo, por otra parte, me causa profundo
dolor ver la distancia, la discrepancia, que hay entre los postulados y el
ejercicio real, cotidiano, pragmático de los mismos.

Una de las razones de tal dicotomía, que hace inalcanzables con frecuencia
esos principios básicos de la humanidad, radica en su vastedad intrínseca.

Los derechos humanos pueden abarcar toda la gama de anhelos, de


procedimientos y conquistas que han normado y norman la vida social. La
mayoría de ellos han ido siendo plasmados en el nivel constitucional, como
los derechos a la salud, a la vivienda, a la educación, a la justicia, a la
autodeterminación, a la readaptación social, etc. Son todos, sin excepción,
algo inobjetable, necesario y de validez universal.
Otros, aún no inscritos en los textos constitucionales, pero también
fundamentales, son: el trato entre personas, la convivencia familiar y social,
el respeto a los demás en todos los sentidos; todo lo que en resumen

43
representa la vida armónica en común. Son de tan variada índole que resulta
imposible analizarlos en su conjunto y, menos aún, en pocas páginas. 34

Nos queda claro un primer mensaje: resulta sumamente difícil conjuntar


valores universales con realidades particulares y casuísticas. Las leyes en
México son, con frecuencia, un premio al entendimiento, al saber. Éstas,
como tales, alcanzan niveles elevados de rigor científico y social. No
obstante, al aplicarse a los seres humanos reales entre conflictos cotidianos,
vicisitudes y divergentes concepciones de la vida, de las obligaciones, de los
hechos contundentes mismos, se va corriendo el riesgo de que este bello y
bien logrado principio legal se vaya convirtiendo en una entelequia, en un
propósito distante, a veces incluso inalcanzable, en un mero ejercicio
académico y formal.35

Quienes trabajamos en el área de la readaptación social sabemos como


pocos que las condiciones y formas de pensar o de actuar son distintas entre
los internos y en cada zona del país, en cada entidad federativa o en cada
sector económico-social, ya sea urbano, rural o mixto. México no es una
sociedad homogénea; es una sociedad plural, que nos lleva a la búsqueda
mutua de expresiones multiculturales, multisociales. Y sabemos que cada
sector, cada zona o grupo, entiende y reclama sus derechos humanos, tal y
como son entendibles para cada uno. Trabajamos en la instrumentación de
códigos y leyes que tienden a unificar nuestro sistema penitenciario, pero no
dejamos de ver las circunstancias concretas, reales, en que deben aplicarse.

En consecuencia, debemos extraer una primera conclusión: los derechos


humanos no pueden convertirse en expresiones teóricas, sino en

34
GÓMEZ S. Yolanda., Pasado, Presente y Futuro de los Derechos Humanos, Comisión
Nacional de los Derechos Humanos, México, 2004.p 235
35
Idem. p. 37

44
instrumentos reales, profundamente vivenciales, y para ello debieran
concordar con la situación social, política y económica en que se ejercen.
Quienes trabajamos con seres que, por añadidura, atraviesan por situaciones
críticas y por circunstancias de su propia personalidad, sabemos la
importancia que tiene ver la vida, la conducta, tal como es, y comprender al
individuo con profundidad dentro de su contorno para poder así responderle
como autoridad comprometida, con valor, sin temor y con profundo afecto.

A menudo se ataca a los directivos de prevención y readaptación social en el


tema de la aplicación de los derechos humanos, sin embargo, algunos de
quienes así lo hacen ignoran, con frecuencia, las circunstancias en que
nuestro sistema se desenvuelve. No negamos ni rechazamos
responsabilidades. Hacemos un llamado al entendimiento, a la información
veraz, a los planteamientos funcionales, al análisis de mayor profundidad, al
criterio equilibrado.

Otras de las razones por las cuales vemos con dolor la discrepancia
existente entre los postulados legales y su ejercicio cotidiano, en lo que se
refiere a derechos humanos, radica en que olvidamos que, en este tema, el
derecho es sinónimo de accesibilidad, de logro real. Hablar del derecho a la
salud del ciudadano obliga al Estado a otorgar los medios indispensables
para tener acceso a ella. Lo mismo sucede cuando hablamos de la
educación, de la justicia, del trabajo, etc. Un derecho que no encuentra
recipiente concreto en dónde plasmarse deja de ser en realidad derecho,
para convertirse en una simple aspiración ilusoria, en una fantasía. 36

Estamos hablando, pues, de recursos económicos, materiales, técnicos y,


sobre todo, profesionales; de medios que sirven de respuesta a la sociedad

36
Idem.p 37

45
que reclama y que no entiende cómo una idea válida y necesaria no se
convierte en sustento espiritual, vivencial y social diario.

Quienes trabajamos en el área de prevención y readaptación social sufrimos


la lacerante dicotomía que mencionábamos al principio, precisamente porque
vemos que nuestros preceptos legales —aquellos que conforman no sólo los
derechos humanos, sino también las normas que nos disciplinan y nos dan
marco de referencia, como la ley de normas mínimas y las de ejecución de
sentencias—, no pueden aplicarse como desearíamos porque no contamos
con los recursos indispensables para lograr nuestras metas comunes.

A pesar de ello y de nuestras propias limitaciones, luchamos, día a día, por


superarnos, por mejorar el sistema penitenciario nacional y sus instituciones
porque nos anima un criterio rector: estamos convencidos de que es
preferible el avance paulatino, progresivo, a menudo lento, pero
correspondiente a la verdad ya la realidad, por distante que esté de esa
figura legal perfecta, mas inaccesible y, por lo mismo, inútil.

No estamos en contra de los principios, tanto legales como sociales, sino de


crear una falsa ilusión, de propiciar anhelos teóricos distantes de la realidad
actual, así como discrepancias estériles que motivan, por nuestra propia
imperfección humana, sanciones y recomendaciones injustas e inapelables.

Por ello, quisiéramos señalar un último punto: cuando los recursos son
escasos, en especial cuando el país atraviesa por una crisis como la actual,
lo que urge y demanda la condición humana es acrecentar la unión, la
coordinación de todos los sectores que llevan a cabo una labor similar. Nos
referimos al ámbito de la prevención y readaptación social y a sus relaciones
con las comisiones estatales y Nacional de Derechos Humanos, es con ellas

46
con las que, en verdad, debiésemos hermanar nuestros procedimientos,
nuestras acciones, en suma, nuestra meta común. 37

Estamos a favor de dichas comisiones porque sus valores son los nuestros y
los de toda la sociedad. No compartimos, sin embargo, todas sus
reclamaciones en cuanto no siempre van acompañadas de un conocimiento
veraz y profundo de las situaciones de aquello que señalan. Se vuelve así
perentorio unir los postulados con la realidad y no hacer una denuncia sin
que esté plenamente justificada y sea representativa de una comunidad
recluida.

No debemos vernos como partes contrarias de un mismo problema, sino


como elementos que deben, por necesidad humana, conjuntarse. Somos un
todo activo y vivencial. Sumemos recursos, políticas, propuestas, aceptemos
críticas respetuosas. Quienes enarbolan los derechos humanos tienen a su
favor la esencia del tema mismo, el postulado en sí. Les falta enriquecer sus
propuestas y reclamos con el aporte que pueden recibir de quienes
encaramos las situaciones y deseamos ser escuchados y comprendidos. 38

Nadie mejor que nosotros está necesitado de aplicar esos derechos y


convertirlos en una realidad cotidiana.

Nadie mejor que nosotros sabe la problemática en que tenemos que


desenvolvernos dentro del sistema de readaptación social para rescatar al
individuo y reintegrarlo a la sociedad, grave y grande responsabilidad que
compartimos.

37
Manual de los Derechos Humanos del Interno en el Sistema Penitenciario Mexicano,
Comisión Nacional de los Derechos Humanos, México, 1995. P. 34
38
Ibid. Pág. 40

47
Nadie mejor que nosotros comprende que es la vida individual lo que cuenta
y no la tesis académica, conscientes de la necesidad humana individual y
colectiva de autodeterminación, de ejercicio de la libertad, de libre albedrío.

Y nadie mejor que nosotros siente la urgencia de contar con los recursos
indispensables para que esos derechos humanos, de los que a menudo se
habla con demasiada superficialidad, se plasmen en nuestro ámbito y eleven
así el sistema penitenciario nacional; un sistema que encara una forma de
vivir de su población que es específica, única, aparte de las demás, con
mucha frecuencia marginada, pero que también es humana y, asimismo,
tiene sus propios derechos.39

Estamos frente a grandes desafíos y existe una gran preocupación en


nuestros pueblos y por ello he tomado éste proverbio africano que nos llama
a ir a las fuentes. Durante este encuentro y el del Foro Social Mundial de
Porto Alegre, muchos se preguntaban y ¿Ahora qué?. Reflexionamos y
volvemos a nuestros países y tuvimos una catarsis, reflexionamos juntos y se
preguntan hacia dónde se va. La importancia de estos encuentros creo que
es asumir el desafío de recuperar el "Pensamiento propio, la identidad de
nuestros pueblos, la capacidad creativa del pensamiento y de las ideas para
ser hombres y mujeres libres. Tenemos en nuestros pueblos raíces y un
legado histórico y cultural extraordinario . Es necesaria la memoria, no para
quedarnos en el pasado, sino que la memoria nos tiene que ayudar a
iluminar el presente y depende del coraje de cada uno de nosotros/as para
construir el futuro, no hay otro camino. La construcción del Pensamiento
Propio es la respuesta al "Pensamiento Único" globalizado, que busca
masificar las conciencias y someterlas a las pérdidas de las identidades
culturales, al consumismo que nos consume, a la falta de libertad, a ese
pensamiento que se basa en la dominación y no en la liberación y vida de los

39
Idem. p. 45

48
pueblos. Es el gran desafío y debemos asumirlo. Creo que eso es lo
importante de estos encuentros, la posibilidad de reunirnos, de reflexionar y
construir.

Un antiguo pensador decía que un gran árbol nació de una semilla, para
caminar mil millas hay que dar el primer paso. Creo que estamos dando
pasos y frente a tantas dificultades nunca tenemos que perder la capacidad
de resistir y de crear en la esperanza que otro mundo es posible.

La humanidad vive una dinámica permanente de transformación con fuertes


contrastes de luces y sombras. Los acontecimientos son tan vertiginosos que
nos descolocan frente a la realidad, y debemos hacer un permanente
ejercicio de la creatividad para sobrevivir ante los hechos y no perecer en el
intento.

Un amigo y compañero de caminada en América latina y el mundo, Eduardo


Galeano, cuenta que un niño de tres años, Luca, estaba mirando un mapa, o
podría estar mirando un noticiero, decía que: " el mundo no sabe dónde está
su casa". ¿Sabemos nosotros dónde está nuestra casa?.

Si el mundo supiese dónde está su casa no la destruiría, como lo esta


haciendo, mas de 50 conflictos y guerras afectan a la humanidad; gran parte
de la población mundial sufre hambre y pobreza, a los jóvenes el sistema
capitalista con la promesa del futuro les han hipotecado el presente. Los
conflictos se están agudizando en diversas regiones del este pequeño
planeta llamado tierra.

El día 11 de septiembre del año pasado, me encontraba en Porto Alegre para


acompañar el lanzamiento de la convocatoria del Foro Social Mundial, que
acabamos de realizar hace pocos días, en un acto recordábamos a Salvador

49
Allende y el golpe militar en Chile y entre los argentinos presentes, el día del
Maestro.

CONCLUSIÓN

No es posible continuar dentro del mismo rumbo en este capítulo vinculado


con la impartición de justicia penal, ya que nosotros mismos, como autoridad,
estamos violando todo el principio de legalidad, incluyendo los tratados y
convenios que el país ha suscrito en el ámbito internacional y, que, de
acuerdo con el artículo 133 de la Constitución, adquieren el rango de ley
suprema, lo que redunda en un atropello a todos los derechos humanos de
quienes han tenido la desgracia de caer en el ámbito del derecho penal.

1) La procuración de justicia deberá tener una competencia más amplia,


con una significación más humana y técnica, que no sólo fabrique
delincuentes sino que también entienda que los indiciados caminan
dentro del principio de presunción de inocencia y no de culpabilidad y,
que, como a los demás ciudadanos a los que se les deben respetar
sus derechos humanos.
2) La evolución de la administración de justicia penal debe ser integral
despenalizando, destipificando y descriminalizando: hay que entender
que obrar como se ha hecho en la última década, sólo provee la
fabricación de delincuentes —que al no rehabilitarse— lacerarán a las
generaciones futuras. Es preciso disminuir los máximos y mínimos
penales, quitar la calificación de delitos graves a muchas especies
criminosas, que sólo saturan a las cárceles e impiden la readaptación
social como fin de la pena.
3) Desde el punto de vista procedimental, se deben abonar las figuras de
la reclusión domiciliaria preventiva, el establecimiento de la conciliación

50
y la mediación, el aprovechamiento de la tecnología (brazaletes
electrónicos, por ejemplo).
4) En la ejecución se debe dar la posibilidad de que vuelvan a funcionar
en la mayoría de los casos —aun en los considerados como graves—,
la aplicación de la condena condicional, la libertad preparatoria, la
remisión parcial de la pena, el uso de la institución abierta y la
prelibertad. Desde el punto de vista administrativo, nos referimos al
penal ejecutivo, es preciso agilizar la concesión de los beneficios
anteriores, también con el aprovechamiento de la nueva tecnología
(brazaletes, Internet, etc.). Las sanciones pecuniarias deberán pasar a
tener una importancia mayor de la que ahora tienen en sustitución de
la privación de la libertad. También se aprovecharán todos los
sustitutivos de prisión, incluyéndose el tratamiento en medio externo
ambulatorio.
5) Se debe crear la figura del juez de ejecución, que dependa de las
Comisiones de Derechos, con objeto de neutralizar los intereses
creados, insuficiencias o incapacidades de las autoridades ejecutivo
penales.
6) Incluir, dentro de la reestructuración integral de nuestro sistema de
justicia —con objeto de no violar sus derechos humanos— a los grupos
especiales, como son los indígenas, los enfermos mentales, los
senectos, los discapacitados y los extranjeros. Insistimos: la
reestructuración de la impartición de justicia penal en nuestro país
debe ser integral, eslabonada y conjunta. Es decir, que la procuración,
administración y ejecución sean congruentes y tengan los mismos fines
y objetivos y estén perfectamente enlazadas.

La posibilidad de garantizar el reconocimiento pleno de los derechos


humanos de toda persona, independientemente de sus condiciones y
características, pasa necesariamente por el conocimiento y reconocimiento

51
de las distintas problemáticas, del análisis serio y acucioso de las mismas, y
del compromiso ético y solidario de quienes estamos convencidos que
podemos modificar esta realidad transgresora, de que podemos y debemos
revertir los horrores cometidos en el siglo que recientemente concluyó: hasta
aquí nuestro modesto aporte como tributo a los grupos vulnerables.
BIBLIOGRAFÍA

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Nacional de los Derechos Humanos, México, 2003. p.347
 MIRÓN R. Jorge A., Mecanismos de defensa de los internos, Comisión
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