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Capítulo 8 La química de la supervivencia

Si carecemos de inteligencia emocional, siempre que el estrés aumente,


el cerebro humano conectará el piloto automático y seguirá su tendencia
innata,
que es hacer más de lo mismo, sólo que más fuerte. Y esto, en la mayoría de
los
casos, es justo lo que no se debe hacer en el mundo actual.
ROBERT K.COOPER

Todos experimentamos miedo, ansiedad, depresión, hambre, deseo sexual,


dolor, furia y agresividad. Aunque tal vez los expresemos de manera distinta, los
científicos actuales pueden observar, gracias a los métodos de exploración cerebral
funcional, la forma en que se generan estos estados mentales en las estructuras del
cerebro. Dicho esto, cómo, por qué y hasta qué punto expresamos, experimentamos o
percibimos estas emociones es lo que crea nuestra personalidad o nuestro «yo»
individual.

Puesto que todos estamos estructurados de forma similar, aunque diferente, y


puesto que la mente es la realidad más subjetiva de todas (piensa en lo mucho que
difieren nuestros puntos de vista, nuestras opiniones y nuestras percepciones), podemos
entender por qué en el pasado la investigación cerebral se consideraba una ciencia poco
objetiva. Podemos evaluar los rasgos, los comportamientos, las habilidades, las
actividades y las funciones generales, pero necesitamos correlaciones con patrones
mentales que puedan repetirse.

Los científicos actuales estudian la fisiología cerebral de manera objetiva, ya


que pueden observar las estructuras y funciones del cerebro vivo. Los investigadores
pueden anestesiar a los sujetos, insertar diminutas sondas en ciertas partes de su cerebro
y formularles preguntas para determinar qué función lleva a cabo esa zona cerebral. De
1a misma manera, los científicos pueden colocar electrodos en la superficie cerebral y
formular esas mismas preguntas para cartografiar las áreas del cerebro responsables de
determinadas tareas.

Procesamiento de la información nueva

La forma de funcionar del cerebro y la forma en que los humanos procesamos la


información nueva son cosas muy diferentes. Hasta que aparecieron los nuevos métodos
de exploración cerebral funcional hace unos cuantos años, los científicos no podían
observar el cerebro en funcionamiento, ocupado en la creación de la mente. Ahora sí
pueden. La tecnología de diagnóstico por imágenes permite a los médicos y a los
investigadores observar cómo se activan las distintas regiones cerebrales.

Al igual que la mayoría de las investigaciones, estas técnicas de exploración se


diseñaron en un principio para identificar problemas o anomalías. Con todo, de la
misma manera que el estudio de las víctimas de apoplejía les permitió a los
investigadores descubrir muchas cosas sobre la capacidad de adaptación del cerebro y
hasta qué punto nos ayuda su plasticidad, las exploraciones cerebrales funcionales han
comenzado a introducirse en la psicología y la neurología.

Quién no ha pensado alguna que otra vez algo como: «¿Que me pasa hoy en la
cabeza?». Lo que te preguntas en realidad es por que tienes un mal día a la hora de
aprender, almacenar o recuperar nueva información o a la hora de hacer frente a una
situación. De mayor trascendencia, y seguramente más importante para ti ahora que
sabe cómo aprendes, sería preguntar cómo superarte a ti mismo y derrotar a tu propia
mente.

La respuesta rutinaria

Es nuestro entorno quien dicta la mayoría de nuestras respuestas. La rutina, que


nos resulta fácil, natural, automática y cómoda, está controlada por nuestras reacciones
a los estímulos que captamos en los alrededores. Con el tiempo, esos circuitos
neuronales se refuerzan hasta tal punto — mediante la asociación en un primer
momento, y después a través de la repetición— que acaban verdaderamente
estructurados. En muchos aspectos, cuando actuamos en base a lo que estos circuitos
neuronales programados desencadenan, dejamos de «pensar» realmente.

Actuamos de manera inconsciente la mayor parte del tiempo porque, una vez
que un circuito neuronal se estructura, nos volvemos menos conscientes de su actividad.
En la mayoría de los casos no hace falta más que un solo pensamiento o un pequeño
estímulo procedente del entorno para iniciar una serie programada de respuestas y
comportamientos. Cuando ese programa está en marcha, nuestras acciones se vuelven
automáticas, rutinarias y, lo más importante de todo, inconscientes. Ya no tenemos que
pensar de forma consciente en qué hacer, qué sentir, qué decir o incluso qué pensar.
Nuestras respuestas parecen naturales y normales porque las hemos repasado muy bien
durante mucho tiempo.

Afrontémoslo: la mayoría de nosotros somos perezosos. Vale, es probable que


eso sea una exageración. Pero no olvides una cosa: tanto el cuerpo como el cerebro son
unos ahorradores de energía extraordinarios. Ninguno de los dos desea actuar de una
forma que acabe con los depósitos de energía. Los pensamientos habituales apenas
requieren esfuerzo; de hecho, son como el motor de nuestro coche al ralentí. Estamos
situados en un «aparcamiento» mental, sin ir a ningún sitio, bordamos estos
pensamientos habituales con tanta facilidad y tan bien porque nuestro esfuerzo continuo
por estimular los mismos patrones neuronales mantiene las conexiones sinápticas
intactas.

Generamos la misma mentalidad a diario porque activamos los mismos circuitos


neuronales en los mismos patrones, combinación y secuencias. Esa es la razón de que
nos sea tan sencillo ser como somos. Comportarse de la forma habitual no cuesta
ningún esfuerzo en absoluto; que no haya percepción consciente significa que no
necesitamos ejercer el libre albedrío.

Si nuestra personalidad es la suma total de los circuitos neuronales que hemos


heredado y los que hemos desarrollado, y esos circuitos funcionan como programas de
ordenador, entonces, cuando iniciamos un pensamiento habitual, esos programas se
ponen en marcha sin ningún esfuerzo consciente por nuestra parte. Hemos dejado de
pensar conscientemente y respondemos mediante un conjunto de acciones y
comportamientos preprogramados. Estos programas están basados en nuestras
relaciones pasadas con el entorno, y se han desarrollado a través de experiencias
repetidas.
Lo mismo de siempre

Dado este proceso, ¿cómo es posible que estemos «dormidos» si respondemos


continuamente a nuestro medio externo de las mismas formas? A medida que
avanzamos en la vida, trabajamos en nuestro oficio, interactuamos con nuestro cónyuge
durante veinte años, llevamos a nuestros hijos al colegio, cortamos el césped o incluso
vivimos en la misma casa junto a los mismos vecinos, ¿es de extrañar que caigamos
presas de los mismos hábitos neurales? Es importante que reconozcamos que nuestra
forma de pensar presente y futura está dictada por la programación que nos ha dejado el
pasado. ¿Nuestra vida se ha convertido en una serie de reacciones inconscientes y
automáticas?

Por ejemplo, cuando nos levantamos esta mañana y nos preparamos para ir a
trabajar, lo más probable es que hayamos seguido la misma rutina que hacemos todos
los días laborales. No sólo seguimos el mismo orden general de actividades (ir al baño,
cepillarnos los dientes, ducharnos, vestirnos, escuchar el informe del tráfico, seguir la
misma ruta para ir a trabajar, aparcar en el mismo sitio o muy cerca), sino que dentro de
esa rutina, es casi seguro que realizamos las tareas siguiendo los mismos pasos. Por
supuesto, es importante quitarle la tapa al tubo de pasta de dientes antes de usarlo, pero
seguro que empezamos a cepillarnos los dientes por el mismo lado de la boca (por atrás,
donde las muelas) y que cambiamos al otro lado después del mismo número de
cepillados... como siempre. Lo mismo podría aplicarse a la forma en que nos secamos
después de ducharnos; llevamos a cabo nuestra rutina diaria de manera automática (nos
escurrimos bien el pelo, nos secamos la cara a golpecitos, nos secamos la parte superior
del brazo izquierdo y después la axila, cambiamos al derecho, nos pasamos la toalla por
el pecho, la agarramos con las dos manos para secarnos la espalda, apoyamos el pie
izquierdo sobre el borde de la bañera para secarnos la pierna y después hacemos lo
mismo con el derecho).

Cada día, miles de veces en nuestra vida, llevamos a cabo estas acciones
repetitivas. Cientos de veces al día, elegimos comportamientos que requieren poca o
ninguna concentración por nuestra parte. Hubo una época en la que tuvimos que prestar
atención para aprenderlos, pero después de memorizarlos y dominarlos, ahora tenemos
otras cosas en las que pensar. Estas tareas son fáciles, comunes, cómodas, familiares y
rutinarias; para nosotros son tan naturales como respirar. Todos estos son ejemplos de
circuitos neuronales estructurados en acción.

Una de las maravillas del cerebro es que es capaz de tomar el control en nuestro
lugar. En cierto sentido, estas rutinas son un milagro de la eficiencia y la competencia.
Los humanos somos maestros de las multitareas; mientras realizamos estas funciones
rutinarias, nuestra mente está ocupada en otras cosas. Con todo, ¿tendrá algo de malo
que durante la primera media hora de cada día llevemos a cabo todas esas actividades
como si estuviéramos lobotomizados? ¿Cuánta gente saca provecho de verdad a esa
especie de piloto automático que tenemos y utiliza ese tiempo para buscar nuevas
experiencias y aprender cosas nuevas? Por lo general, supone un esfuerzo demasiado
grande quitar el piloto automático, ser consciente y tratar de hacer algo diferente.

Piensa también en lo que ocurriría si ese «otro sitio» al que se traslada nuestra
mente se vuelve tan rutinario como las actividades que realizamos de manera
subconsciente. ¿Qué pasaría si no sólo nuestro comportamiento, sino también nuestras
creencias, valores, actitudes y estados de ánimo cayeran en ese mismo patrón
predecible, inconsciente e irreflexivo? ¿Cómo escaparíamos de la trampa que nos
hemos creado nosotros mismos por el mero hecho de ser como somos?

Lo que mantiene a la gente atrapada dentro de una misma mentalidad es que las
redes neurales que activamos de forma más común, y que por tanto son las más
estructuradas, son el resultado de nuestra manera de pensar. Son las secuencias,
combinaciones y patrones neuronales que activamos más a menudo.

Para retomar la analogía del roble que iniciamos en el Capítulo 3, diremos que
estas agrupaciones neuronales estructuradas tienen los troncos más gruesos, las ramas
más enrevesadas y las raíces más grandes de todas. Son los circuitos más refinados y
perfeccionados que tenemos y se han desarrollado a través de la interacción entre
nuestros circuitos heredados y los conocimientos y experiencias que hemos adquirido.
Lo que define la «caja» de nuestra personalidad, y cualquier otra caja, si a eso vamos,
no es sólo lo que contiene. Debemos echar un vistazo también a la parte externa o los
confines de esa caja, y qué es que delimita lo que está dentro y lo que está fuera.

La vida «dentro de la caja»

Tal y como me enseñaron en la RSE, los límites de la caja son nuestro


sentimientos. Puesto que recordamos experiencias y las asociamos sentimientos, esto no
debería resultar muy sorprendente. Lo que guardamos en el interior de la caja y lo que
mantenemos fuera de ella depende fundamentalmente de esta valoración: ¿Los nuevos
datos son para nosotros algo familiar, predecible, rutinario o cómodo?

Considera la noción de la comodidad durante un momento. Si la caja de la


personalidad contiene nuestra identidad personal, y nuestra identidad personal está
compuesta por las creencias, percepciones y valores que suman en esencia lo que
somos, entonces, cualquier cosa que no nos resulte habitual, automática, natural o fácil
será una causa de incomodidad.

Imagina, por ejemplo, que estás en una fiesta con gente que no para de hablar y
de beber, y que te lo estás pasando bien. Después de un rato, alguien sube la música un
poco, se apartan algunos muebles hasta las paredes, y la gente se pone a bailar. Lo pasas
bien mirando a los demás, pero de repente el baile se convierte en uno de esos espan-
tosos corros que has visto en las bodas, en los que todo el mundo sale al centro por
turnos para mostrar sus movimientos.

Tú no bailas. Jamás lo has hecho. Nunca has tenido las cualidades ni el ritmo
necesarios. Siempre te ha dado vergüenza pensar en el aspecto que tendrías bailando,
porque nunca sabes qué hacer con las manos y con los brazos. De pronto, dejas de ser
uno más del grupo y te apartas. Prefieres que la gente se dé cuenta de que no bailas (y
que, posiblemente, se burle un montón) a que se dé cuenta de lo mal que bailas. Estás
acostumbrado a pasar desapercibido, y no estás acostumbrado a este nivel de atención.
No eres capaz de salir a bailar por lo incomodo que te sientes. Después de que unas
cuantas personas tratan de sacarte a la pista de baile, decides marcharte de la fiesta.

¿Qué ha ocurrido? Alguien de tu alrededor se aproximó a ti y te pidió que


salieras fuera de los límites de tu caja y no pudiste hacerlo La actividad estaba fuera de
tu zona de comodidad, de manera que dejaste pasar la oportunidad y te retiraste a la
seguridad de las redes neurales que te hacen sentir cómodo; tu visión de ti mismo tiene
algo de marginado social.

Decidimos qué experiencias queremos vivir en base a nuestra predicción de los


sentimientos que nos generarán.

Por ejemplo, una vez viajé a Sudáfrica para una conferencia. Después de una de
las sesiones, unos cuantos salimos a comer algo juntos. Alguien se dio cuenta de que el
restaurante ofrecía cocodrilo como aperitivo. Por lo general, soy bastante receptivo a las
aventuras culinarias, pero en un primer momento no quise probarlo. Después de que
algunos de mis compañeros de mesa me animaran (me desafiaran/me fastidiaran) para
que probara el cocodrilo, pensé: «¡Qué más da!». Cuando el camarero dejó el plato
frente a mí, todos me miraron atentamente. Corté un pedazo de carne, le clavé el
tenedor y me lo metí en la boca. Lo mastiqué con aire pensativo y al ver la expresión
«Y bien, ¿qué tal está?» dibujada en el rostro de todos los que me rodeaban, anuncié:
«Sabe a pollo». En el momento en el que escucharon aquello, todos se mostraron
dispuestos a disfrutar de la nueva experiencia, ya que ahora podía predecir qué sabor
tendría la comida basándose en un recuerdo familiar del pasado. Una vez que la red
neural del pollo se activó, fue fácil para los demás sentirse intrépidos, ya que aquello
estaba dentro del reino de la caja que contiene sus experiencias y sentimientos
conocidos. Me pregunto que habría pasado si les hubiera dicho que sabía a una mezcla
entre salamandra y salamanquesa, si todos se habrían mostrado tan ansiosos por
probarlo.

Si las redes neuronales y las conexiones sinápticas son como las huellas de los
recuerdos pasados, entonces deberíamos paralizar nuestra forma habitual de pensar y de
sentir (y de sentir y pensar) para rediseñar e1 cerebro. Esto sacaría al cerebro de sus
rutas de activación acostumbradas y le permitiría crear nuevas secuencias de circuitos...
nuevas huellas- Pero para hacerlo, se necesitaría fuerza de voluntad y un esfuerzo
mental.

Pensar fuera de los límites de la caja, pues, es obligar a nuestro cerebro a activar
patrones sinápticos en un orden y una secuencia diferentes a los habituales. La caja de
nuestra identidad personal se ha convertido en algo tan cómodo para nosotros porque
hemos entrenado a nuestro cerebro para que piense de la forma para la que ha sido
diseñado neurológicamente. En lugar de crear nuevas conexiones (aprendiendo
mediante la asociación y la repetición con un nivel elevado de atención consciente),
confiamos en lo que ya hemos cartografiado en el cerebro como información conocida y
segura, y no en mucho más. Lo que está grabado en el cerebro, por tanto, hace que
pensemos y nos sintamos igual (y no mejor) que nuestro mapa cerebral.

¿Pensar dentro de los límites de la caja es malo? No es malo en el sentido más


estricto, pero limita nuestra capacidad para evolucionar, progresar o modificar nuestro
comportamiento.

¿Pensar dentro de los límites de la caja es bueno? Después de todo, ¿no se han
convertido nuestros circuitos neuronales en los más comunes porque son los más
acertados? Es una buena pregunta y la respuesta que debería recibir la mayoría de la
gente es un contundente «¡No!». Para las cosas básicas como caminar, escribir a
máquina, conducir, comer o atarnos los cordones de los zapatos... sí, vivir dentro de los
limites de esa caja no está mal. Pero una de las razones fundamentales por las que esta
forma de pensar se considera autolimitante es pensar como actuaría el cerebro en modo
de supervivencia.

Modo de supervivencia

Hace mucho tiempo, tanto nosotros como la mayoría de los mamíferos vivíamos
en un medio que planteaba un gran número de amenazas para nuestra supervivencia. La
vida era dura, cruel y corta Dependíamos en gran medida de los caprichos de la
naturaleza y necesitábamos estar alerta ante cualquier posible depredador, enemigo o
desastre natural. Estar alerta frente a esos peligros nos mantenía vivos y mantenía la
herencia genética intacta. No sería muy exagerado decir que aquéllos de nosotros que
habitamos el planeta hoy en día somos los descendientes de unos ancestros que o bien
eran muy despiertos o bien muy afortunados... o, probablemente, ambas cosas.

Los tiempos han cambiado y los peligros que amenazan nuestra supervivencia se
han trasformado tanto en tipo como en intensidad. Aunque algunos podrían argumentar
que los primeros humanos no tenían que preocuparse por la aniquilación nuclear ni por
los grupos de terroristas organizados, creo que todos estaremos de acuerdo en que ellos
se enfrentaban a peligros más inminentes que la mayoría de nosotros: el hambre, la
enfermedad, los depredadores, etcétera. Lo que no ha cambiado es que gran parte de las
estructuras necesarias para sobrevivir en ese medio tan duro, la mayoría de esos
circuitos y regiones de la memoria neurológica, siguen activas en nuestro cerebro.
Recuerda que las células nerviosas que se activan juntas, se estructuran juntas. A lo
largo de la evolución de nuestra especie, a través de la asociación y la repetición, los
circuitos neuronales que sirvieron para mantenernos con vida —a los que nos referimos
generalmente como reacción de huida o lucha —, se han activado durante centenares de
miles de años.

Esas respuestas instintivas están tan estructuradas en nuestro cerebro como las
que más. De hecho, están almacenadas en nuestro sistema límbico o mesencéfalo, por
debajo del neocórtex. Este sistema reflejo es e1 que genera la mente que controla
nuestro cuerpo, nuestro cerebro y todo nuestro ser sin que nos demos cuenta. Es el que
mantiene nuestro equilibrio interno sin la participación de nuestra mente consciente.

En resumen, cuando se desencadena una reacción de supervivencia través del


sistema nervioso simpático (SNS), se incrementan el ritmo cardíaco y la presión
arterial, se reduce el aporte sanguíneo en el aparato digestivo y se aumenta el de las
extremidades a fin de prepararnos para la acción, se moviliza la glucosa del torrente
sanguíneo como fuente de energía, se liberan hormonas que le proporcionan al cuerpo
un torrente de vitalidad, se activa el modo superconsciente del cerebro, se dilatan las
pupilas y se despeja el cristalino para permitir la visión a más larga distancia, y se
dilatan los bronquiolos para que llegue una mayor cantidad de oxígeno a la sangre.
Todos estos cambios preparan al cuerpo para huir o luchar, incrementan nuestro nivel
de conciencia y nuestra disposición para la acción física.

Como recordarás, el sistema parasimpático (SNP) hace justo lo contrario.


Ralentiza las respuestas de nuestro cuerpo, disminuye el ritmo cardíaco y la presión
arterial, reduce el ritmo respiratorio, incrementa el aporte sanguíneo en el aparato
digestivo y en la piel, constriñe las pupilas y el cristalino, etcétera. Imagina estos
procesos como nuestra respuesta de descanso y digestión.

El SNS utiliza la energía para emergencias inminentes, así que podemos


considerarlo como una especie de pedal acelerador. El SNP conserva la energía para
proyectos a largo plazo, como la reparación y desarrollo; al igual que el embrague, nos
permite ir en punto muerto y conservar la energía vital.

Uno de las tareas principales del neocórtex (aparte de la intelectual, cognitiva, la


capacidad de resolver problemas, la de aprender y la de comunicar) es utilizar los cinco
sentidos para permanecer consciente y atento al mundo exterior. Además de sus
habilidades innatas (aprender, razonar, analizar, concentrarse, soñar, recordar, utilizar el
lenguaje, inventar y abarcar conceptos abstractos), está la capacidad de percibir el
entorno a través de los cinco sentidos. Cuando el neocórtex no esta aprendiendo o
procesando datos para la reflexión y el razonamiento cambia su naturaleza innata y
pone en marcha mecanismos que evalúan constantemente el medio externo a fin de
reunir información importante que le permita determinar qué estímulos del entorno
pueden resultar potencialmente peligrosos o amenazadores. Todas las criaturas utilizan
sus receptores sensoriales para interactuar con el mundo exterior a fin de sobrevivir y
evolucionar. La regla es sencilla: cuando nos sentimos amenazados, el cuerpo es lo
primero.

Cuando el neocórtex funciona en modo de supervivencia, examina


inconscientemente el entorno con todos los órganos sensoriales. Evalúa en ese momento
todas las posibles situaciones para decidir si el equilibrio químico de nuestro organismo
debe continuar o no como está. Al igual que un pulpo, extiende sus tentáculos en todas
las direcciones para asegurarse de que no hay peligro. En base a este reflejo primitivo,
tendemos a movernos hacia el lugar más cómodo y agradable y a alejarnos de lo que
nos resulta doloroso o inquietante. El cuerpo tiene muchas más posibilidades de
sobrevivir en una situación cómoda que en una que no lo es.

Durante la evolución, esta reacción se estructuró en la mayoría de los mamíferos


que tuvieron que hacer frente al calor o al frío, al dolor o al placer; que se vieron
obligados a conservar o a consumir energía, a estar en lo más alto de la jerarquía o a ser
el marginado o el oportunista.

Una buena definición de supervivencia sería la percepción consciente y


constante del entorno y del cuerpo. Es lo que hacemos cuando anticipamos un momento
futuro basándonos en nuestros recuerdos de un tiempo pasado. Todas las especies que
poseen neocórtex miran/ escuchan, huelen, sienten y saborean con la intención de
asociar aquello a lo que prestan atención en el presente con algún recuerdo pasado de lo
que consideran conocido y habitual.

Recuerda que cuanto mayor es el neocórtex, mayor es la capacidad para


aprender y recordar. Así pues, los seres humanos tenemos una capacidad para predecir o
anticipar el futuro. Cuando el neocórtex registra una perturbación en el entorno habitual
a través de sus representaciones internas, se prepara de inmediato para la actividad. De
esta forma, puede estar preparado para reaccionar y, más adelante, volver a su estado de
equilibrio.
Por lo tanto, si no vivimos el momento presente, sino un estado mental de
anticipación, estamos en cierto sentido proyectando la mentalidad de supervivencia.
Utilizamos los circuitos de la base de datos aprendidos del neocórtex y creamos la
mente dentro de los límites de la caja de nuestra identidad personal. Nuestra atención se
concentrará en lo que es predecible, común, habitual, rutinario y conocido. Estamos
comparando nuestro presente estado de equilibrio interno con la proyección de un
sentimiento potencial que podríamos experimentar en un futuro; y alterar nuestro
equilibrio químico con cualquier situación amenazadora (conocida o desconocida)
puede activar el modo de supervivencia. Por consiguiente, ya estamos viviendo en el
modo de supervivencia, ya que nuestros pensamientos generan la mentalidad de la
supervivencia. Cuando experimentamos este estado mental de protección, en esencia,
nos estamos preparando para responder mediante un conjunto de reacciones primitivas
que implican hacer cualquier cosa que sea necesaria para proteger el «yo», que iden-
tificamos con nuestro cuerpo.

Reconocimiento de un modelo

El neocórtex busca patrones de estímulos familiares para saber qué debe


anticipar y cómo debe prepararse para lo que pueda ocurrir. Por tanto, utiliza siempre lo
que en términos científicos se denomina «reconocimiento de modelos»: utilizamos
nuestras redes neurales de memoria asociativa para relacionar lo que hemos aprendido y
experimentado con los estímulos procedentes del mundo exterior. Cuando alguno de
nuestros sentidos percibe una señal en nuestro entorno, ese estímulo activará un
recuerdo asociativo de experiencias anteriores estructurado en nuestro neocórtex en
forma de circuito neuronal.

Además, cuando percibimos un cambio en nuestro entorno, el cuerpo reacciona


inmediatamente. Por ejemplo, si entramos en una habitación oscura, nuestras pupilas se
dilatan al instante. Esto se conoce como reacción de orientación o reflejo de orientación.
Este reflejo no se desencadena sólo cuando percibimos un cambio en el entorno, sino
también cuando encontramos alguna novedad.

Si existe alguna coincidencia entre los datos que recibimos del medio externo y
nuestras representaciones internas, y esa coincidencia se reconoce como un recuerdo
conocido que no representa ninguna amenaza, el neocórtex decidirá que el cuerpo está a
salvo. Así pues, el cuerpo se relaja y su percepción se traslada hacia el siguiente peligro
potencial del mundo exterior.

La supervivencia siempre consiste en estar preparado para lo que está por venir
en base a las experiencias pasadas; nunca se centra únicamente en el momento presente.
Si el neocórtex reconoce un modelo en el medio externo que se corresponde con la red
neural de nuestra memoria asociada a un depredador familiar o a un peligro conocido,
en el momento en que se percibe ese estímulo, el cerebro comenzará a responder
mediante los mecanismos de supervivencia naturales y primitivos.

La respuesta de supervivencia hará que el cerebro active la reacción de huida o


lucha del sistema nervioso autónomo. Cuando esto ocurre, todo el aporte sanguíneo y la
energía suficiente se encontraba en el neocórtex se traslada al mesencéfalo a fin de
suministrar al cuerpo la energía suficiente para reaccionar al agente amenazador.
Dejamos de pensar razonar; sólo reaccionamos. Ahora nuestro cuerpo está preparado
para enfrentarse a la amenaza, bien preparándose para una buena lucha o bien corriendo
como si le persiguiera el demonio. Las únicas opciones son huir o luchar. En la mayoría
de los casos, cualquier especie reaccionará alejándose del depredador o del estímulo
desagradable. Huir es a menudo una opción mejor que luchar.

Algunos miedos se conocen bien: cuando nos enfrentamos a un oso enorme


durante una acampada, nadie cuestionaría la reacción de huida o lucha. Sin embargo,
¿qué ocurriría si te encuentras en una boda con una amiga y uno de los tipos sentados a
tu mesa te pone los pelos de punta? No paras de darle codazos a tu amiga para decirle
que quieres marcharte. Ella te ignora sin problemas mientras sigue hablando con unos
cuantos hombres guapos. Durante la conversación, permaneces callada, distante, casi
hosca. Al final, mientras tu amiga y tú, os dirigís al lavabo de señoras, ella te sujeta del
codo y te dice: «¿Se puede saber qué te pasa? ¿Por qué te has portado de una forma tan
arisca y desagradable?». A la postre, admites lo que te ocurre: «No lo sé. El tío que está
a mi izquierda me recuerda a mi ex marido, y me hace sentir muy incómoda».

En este caso, podemos decir que el estímulo del caballero sentado a tu lado ha
activado la red neural asociativa del recuerdo de tu ex marido. En consecuencia, has
reaccionado frente a una persona a quien no conoces en base a una asociación familiar
pasada, como si se tratara de tu ex. Los rasgos de su rostro, su voz o cualquier otro
modelo que hayas reconocido han sacado a relucir la representación interna de un
acuerdo habitual y toda la multitud de emociones químicas relacionadas con el circuito
neuronal de tu ex marido, y eso te hace sentir lo bastante incómoda como para querer
salir pitando de allí. Has utilizado tu memoria pasada para determinar tu momento
presente. Has basado evaluación de la situación en un sentimiento. ¿Por qué? Porque
todos tus recuerdos están asociados a sentimientos. La supervivencia es en realidad un
modo operativo emocional.

Lo desconocido puede hacer que nos sintamos incómodos

En el modo de supervivencia, más aun que los sentimientos ni, resurgen cuando
vemos a alguien que nos recuerda a una persona, lugar, momento o cosa desagradable,
lo que nos esforzamos por evítales lo desconocido. Cuando no somos capaces de asociar
algo con una de las redes neurales que hemos desarrollado gracias a la herencia
genética, al aprendizaje o a la memorización, a menudo nos sentirnos inquietos. Esta
inquietud está ligada a la idea de la comodidad. El cerebro y el cuerpo están
estructurados para alcanzar la homeostasis, o equilibrio interno. En el modo de
supervivencia, lo desconocido siempre amenaza ese equilibrio. Y cuando el equilibrio
se ve comprometido, nos sentimos incómodos. Nuestros circuitos estructurados nos ins-
tan a buscar la comodidad, la familiaridad y la previsibilidad, y eso es lo que
pretendemos conseguir con la supervivencia.

Así pues, además de desencadenar una reacción de huida o lucha cuando


percibimos una amenaza pasada conocida, también podemos entrar en ese modo cuando
existe una perturbación en la monotonía de una circunstancia familiar. Por ejemplo, si
algo agita los arbustos, el neocórtex centrará toda su atención en el mundo exterior y se
concentrará en aquello que puede resultar un peligro potencial. Si no podemos
relacionar el estímulo inusual con un modelo neurológico aprendido mediante
experiencias anteriores, esta señal externa se etiquetará como desconocida, y el cerebro
enviará un mensaje de huida o lucha al cuerpo a través del sistema nervioso autónomo a
fin de que se prepare para el peligro. En otras palabras, cuando el mundo exterior deja
de ser un modelo o patrón familiar, nuestros patrones neurológicos estructurados nos
instan a prepararnos para todo aquello que pueda suceder.

Al igual que el resto de las especies, tenemos un mecanismo de defensa innato


para protegernos de los estímulos desconocidos. Las situaciones inusuales activan la
reacción automática de nuestro mesencéfalo, con todos sus instintos de supervivencia, y
respondemos de la misma manera que todas las demás formas de vida. El miedo o la
agresión suelen ser las respuestas predominantes en la supervivencia. Cuando
respondemos mediante alguna de estas cosas, no hacemos más que poner en práctica
nuestras inclinaciones animales naturales. Y, lo más portante, nuestra percepción se
encuentra focalizada en el cuerpo, en el entorno y en el momento.

En el reino animal, este miedo a lo desconocido es un mecanismo de


preservación. Cualquier cosa que se salga de lo normal hace que una especie en
particular preste atención y se prepare. Por ejemplo, cuando un ciervo ve una máquina
taladora que atraviesa el bosque, reacciona de inmediato y se aleja a la carrera de ese
estímulo desconocido. El enorme tamaño de la máquina, el ruido que hace, su colorido
y su olor son estímulos extraños que asaltan los sentidos del animal y, en un solo
instante, esos estímulos inusuales hacen que la criatura incremente su nivel de
percepción ambiental. Percibe el olor gasóleo que se desprende de la máquina, oye el
rugido de su motor y el penetrante bip-bib de los indicadores de la marcha atrás, y siente
el temblor del suelo cuando el árbol se derrumba sobre la tierra. Hay tantos datos
nuevos en el estímulo que el ciervo no es capaz de predecir qué es lo que hará esa cosa a
continuación, de modo que huye del lugar. Este mecanismo es inherente a la mayor
parte de los seres vivos.

Los humanos poseemos el mismo mecanismo de supervivencia. Tememos lo


desconocido. Estamos químicamente preparados para lo que nuestro cerebro no puede
predecir, ni química ni neurológicamente. Y todo lo desconocido activa nuestra
respuesta de supervivencia. En la mayoría de los casos, esa respuesta de supervivencia
será la huida. El lema es: «Más vale prevenir que curar».

Así pues, si tenemos miedo de aventurarnos en lo desconocido, lo más probable


es que vivamos en un estado mental semejante al de la supervivencia. En el modo de
supervivencia, si no podemos predecir qué sentiremos con determinada experiencia
(porque carecemos de todo recuerdo relacionado que haya sido vivido como un grupo
de sentimientos), evitaremos esa experiencia. Por lo tanto, ¿cómo podremos
experimentar algo realmente desconocido sin sentir miedo?

La gente se reprime a menudo cuando ha vivido experiencias sobrenaturales,


religiosas o paranormales. Por ejemplo, si una persona dormida se ve por primera vez
flotando sobre su cuerpo, separada de su «yo» físico, puede que en ese momento de
percepción carezca del equipamiento neurológico apropiado para asociar la experiencia
con algo que le resulte vagamente familiar, salvo tal vez la muerte. Puesto que carece de
patrones o modelos que encajen con lo que le sucede, su reacción inmediata será el
pánico y la activación del sistema nervioso simpático. Una vez que ocurre esto, puesto
que es el objetivo principal, la conciencia regresará al cuerpo y la persona despertará. Se
sentará, jadeante y asustada, y pensará que estaba muerta o, al menos, a punto de morir.
La experiencia le resulta tan desconocida y novedosa porque no existe nada en su
interior que encaje con ese momento, así que el cuerpo se siente amenazado y el suceso
llega a su fin.

Ahora bien, si esa persona sabe algo de las experiencias extracorpóreas porque
ha leído unos cuantos libros al respecto, podría comenzar a crear nuevas e importantes
conexiones sinápticas para fabricar un nuevo circuito neuronal; así, si volviera a
ocurrirle lo mismo, estáis más preparada para la experiencia y dejaría de sentir
amenazada si supervivencia. El conocimiento elimina el miedo a la supervivencia

La supervivencia de hoy en día

La supervivencia adopta muchas formas en nuestro amplio neocórtex. Con la


complicada vida de un hombre de hoy en día, el significado de la supervivencia se ha
modificado. A diferencia de otras formas de vida, que se preocupan sobre todo por la
comida, el refugio, la protección frente a los depredadores, la procreación, el parto y los
elementos de la naturaleza, nuestras preocupaciones son otras, ya que, gracias a1 avance
de nuestra sociedad, nos hemos adaptado de manera diferente. Nos sigue preocupando
la supervivencia, pero se ha convertido en algo mucho más complicado.

En la actualidad, sobrevivir sigue implicando, a un nivel básico, atraer al sexo


opuesto (o al mismo sexo, ya que estamos), prepararse para las amenazas externas,
superar el dolor, adquirir cierta posición social, tener un lugar donde vivir, conseguir
alimentos y comodidades, asegurarse un futuro y proteger y educar a nuestra
descendencia, por nombrar unas cuantas cosas. Hemos modificado un poquito nuestras
preocupaciones a causa de las estructuras sociales y la tecnología. Los embotellamientos
del tráfico, las hipotecas y los seguros médicos, las disputas con tu pareja sobre las
tarjetas de crédito, los conflictos en el trabajo, los ahorros para la jubilación, las
reacciones a las distintas ideologías políticas y la preocupación por la Seguridad Social
pueden parecemos problemas más realistas en nuestro mundo moderno.

Si lo llevamos a su nivel más básico, sin embargo, cuando reaccionamos al


mundo exterior, sea cual sea el estímulo, respondemos de la misma manera y mediante
los mismos sistemas neurológicos. Cuando nos sentimos amenazados y entramos en
modo de supervivencia, reaccionamos con una serie de circuitos relacionados con
hábitos, comportamientos, actitudes y recuerdos pasados que han sido estructurados
bien genéticamente o bien a partir de nuestras experiencias.

Por lo tanto, nuestra interpretación de las amenazas externas o factores


estresantes ha cambiado de forma correspondiente a las demandas de la vida actual. No
obstante, en su nivel más básico la supervivencia es la supervivencia, y nuestra reacción
a las presiones o peligros externos siempre será la misma. Un buen principio empírico
sería la supervivencia de la siguiente manera:

 Reproducción sexual para asegurar la continuidad de la especie


 Evitar el dolor y a los depredadores para la supervivencia inmediata del
cuerpo y todos sus miembros.
 Dominio mediante la fuerza y el control del entorno a fin de asegurar una
mayor oportunidad evolutiva.i

A pesar de nuestro neocórtex ampliado y de nuestras complejas normas sociales,


sólo hemos logrado modificar esas tres respuestas de supervivencia primitivas para
camuflar los instintos animales más básicos. Aun así, cuando reducimos nuestro
comportamiento a las condiciones humanas más básicas, la mayoría de nuestras
motivaciones giran en torno a esos factores.

Tentando al entorno

Cuando el neocórtex está ocupado evaluando el entorno para determinar el


estado del mundo exterior y asegurarse de que puede predecir lo que sucederá a
continuación, este estado de vigilancia hace que nos inclinemos hacia nuestras
predisposiciones de supervivencia innata. Ese afán por estar preparado tiene su origen
en la supervivencia. Cuando nuestro neocórtex anticipa peligros potenciales y nuestra
conciencia está centrada en el entorno y en el estado corporal futuro, la función de la
corteza cerebral está alterada. Ya no se utiliza para aprender ni para procesos de
pensamiento superiores. En cambio, se dedica a recordar y reconocer situaciones
conocidas anteriores y a relaciona1"' las con la situación presente. Cuando recordamos,
activamos circuito-cerebrales existentes que han sido desarrollados a partir de
experiencias pasadas. Éste es el sustrato químico de la respuesta de supervivencia que
activa los circuitos neuronales existentes para que pensemos automáticamente de esta
manera. Al activar los circuitos de manera repetida estamos activando una reacción de
estrés, y sólo con nuestros pensamientos.

La neurología y la química del estrés

Vivir en un estado de estrés es vivir en el modo de supervivencia, va que son


una misma cosa. El estrés es lo que se produce cuando nuestro cuerpo abandona su
equilibrio homeostático normal. Cuando reaccionamos ante algo, el cuerpo produce
numerosas sustancias químicas que alteran el balance químico-fisiológico normal. Un
factor o agente estresante es todo aquello que perturba el equilibrio químico normal del
cuerpo. Y la respuesta al estrés es la que lleva a cabo el cuerpo para restablecer el
equilibrio homeostático habitual.

Estoy seguro de que conoces a gente que siempre parece estar estresada; aun
cuando no insistieran en decirte continuamente lo estresadas que están, tú te lo habrías
imaginado sin problemas... Otras personas parecen plácidas y sonrientes por fuera, pero
por dentro son como una olla a punto de explotar. Otras, sin embargo, muestran una paz
tanto por dentro como por fuera que nos lleva a creer que han minimizado sus niveles de
estrés. Sin tener en cuenta nuestra experiencia con los niveles de estrés de los demás o
los nuestros propios, ha llegado el momento de enfocar el tema desde otra perspectiva.

En resumen, es importante que comprendas que nuestra forma de accionar al


entorno o nuestra forma de pensar en respuesta a momentos pasados o futuros que
pueden resultar estresantes, es la responsable de la mayor parte de las enfermedades,
tanto físicas como emocionales, que padecemos. Así de sencillo. Cuando nos colocamos
en nivel de estrés elevado de manera repetida (crónica) o cuando nos mantenemos alerta
ante la posible aparición de cualquier factor estresante que pueda afectarnos en un
futuro, desencadenamos la respuesta de emergencia corporal al estrés sin cesar. Si está
en un estado continuo de alerta máxima o modo de emergencia, nuestro cuerpo carece
tanto de tiempo como de las fuentes necesarias para repararse y regenerarse.
¿Recuerdas que en los dos primeros capítulos hablamos sobre la inteligencia
innata del cuerpo y su capacidad de ayudarnos a sanar? Pues bien, si estamos
continuamente en el modo de respuesta al estrés esa inteligencia enmudece. Además,
nuestro cuerpo intenta una y otra vez ponerse al día, pero no puede.

Hay ciertas ocasiones, como por ejemplo cuando estamos discutiendo con
nuestra pareja o trajinando por ahí en un intento por hacer los recados de todo un día en
una hora, en las que el factor estresante en el momento presente nos hace pisar el
metafórico pedal del acelerador hasta el fondo para liberar adrenalina, que es la
sustancia química que se genera principalmente en respuesta al estrés.

En otras situaciones, no se aprecia ningún factor estresante. Es posible que


estemos sentados en el sillón o tumbados en la cama sin movernos siquiera, y sin
embargo, nos encontramos en una situación de estrés, preocupados por la entrevista de
trabajo del día siguiente o por cómo vamos a pagar los impuestos el próximo mes. En
esas ocasiones anticipamos una situación de estrés futura que tendremos que resolver.
Ahora hemos pisado el embrague y el acelerador hasta el fondo, ya que esa posible
situación futura de estrés ha inundado nuestro cuerpo con adrenalina y otras hormonas
del estrés.

En cualquier caso, agotamos los sistemas corporales hasta tal punto que se
derrumban. Y conocemos este desmoronamiento por otros términos: enfermedad, lesión
y sobrecarga.

Respondemos al estrés mediante dos vías. La primera se denomina respuesta


neurológica y la segunda, respuesta química.

Respuesta neurológica: la vía rápida

Hagamos un rápido resumen del proceso neurológico que da lugar a la respuesta


al estrés:

1. La primera respuesta es la más inmediata. En ella, el sistema nervioso


autónomo se activa en respuesta a algo real o imaginario de nuestro
entorno.
2. El sistema nervioso autónomo transmite la información a través de la
médula espinal y los nervios espinales hasta los nervios periféricos, que
son los que inervan a las glándulas suprarrenales.
3. Una vez que esta información llega a la velocidad del rayo hasta las
glándulas suprarrenales, éstas liberan adrenalina (también conocida como
epinefrina), que pasa de inmediato al torrente sanguíneo.

Esta primera respuesta o respuesta inmediata tiene lugar en un instante. Genera


una estimulación adrenal que tiene como resultado una alteración radical del equilibrio
químico, además de un buen número «e respuestas fisiológicas. El cuerpo detiene o
limita las funciones no tendales, como la digestión, y la sangre se traslada desde los
órganos eternos hacia los músculos a fin de prepararlos para la acción, estamos en un
estado de percepción y vitalidad agudizadas. Estamos Preparados para luchar o huir.
Este proceso tiene lugar en cuestión de Se8undos. La Figura 8.1 te muestra la vía
rápida.
La respuesta química: la vía lenta

Al igual que la respuesta neurológica, la respuesta química al estrés puede


desencadenarse por un simple pensamiento o por algo externo-El proceso tiene lugar de
la siguiente manera: cuando reaccionamos frente a un agente estresante (es decir, un
pensamiento que anticipa la presencia de estrés o el recuerdo de una situación estresante
anterior), nuestro cerebro activa diversos circuitos neuronales a través de distintos
sistemas. Esos circuitos neuronales envían una señal a una parte del mesencéfalo
llamada hipotálamo. El hipotálamo es una especie de fábrica que toma materias primas
químicas y las ensambla para producir péptidos. Un péptido es un mensajero químico
que le indica al cuerpo que debe activarse de una manera determinada.

En la respuesta al estrés, el péptido generado por el hipotálamo se denomina


hormona liberadora de corticotropina o CRH (del inglés Corticotrophin Releasing
Hormone). Una vez que se libera la CRH, ésta entrega un mensaje químico a la
hipófisis. Cuando la hipófisis recibe la señal del hipotálamo, fabrica otro péptido
llamado hormona adrenocorticotropa o ACTH (del inglés Adrenocorticotropic
Hormone). Este nuevo mensaje químico resulta «aceptable» para el receptor situado en
las células de las glándulas suprarrenales.

El mensaje químico de la hipófisis (la ACTH) se abre camino hasta las


glándulas suprarrenales, donde estimula la producción celular de varias sustancias
químicas llamadas glucocorticoides, que alterarán aún más el equilibrio interno
corporal. Los glucocorticoides son hormonas esteroideas secretadas por las glándulas
suprarrenales, que también segregan testosterona y estrógenos equivalentes a los que se
producen en las glándulas sexuales. Al igual que en la respuesta neurológica, en el
cuerpo se producen cambios químicos en respuesta a la presencia de estas sustancias
que han sido liberadas. La respuesta química o vía lenta se lleva a cabo a través del eje
hipotálamo-hipofisariosuprarrenal, y su acción tarda minutos u horas en producirse.

Una de las formas de imaginarse las dos respuestas diferentes es visualizar la


primera, que es más inmediata y directa, como el carril rápido de una autopista. La
segunda tiene más carriles de entrada y de ida, y en consecuencia se parece más a las
vías interurbanas. Ambas van hasta la Ciudad Supervivencia, pero una de ellas
(relativamente hablando) lo hace mucho más rápido. La Figura 8.2 ilustra la vía lenta.

Definición de estrés

Cuando vivimos en modo de supervivencia, nuestro neocórtex se organiza para


funcionar como una especie de radar que explora el entorno. Cuando percibe una
amenaza, nos ponemos inmediatamente en alerta. Entramos en un estado agudo de
anticipación (incluso de expectación), a la espera de que nos ocurra algo potencialmente
perjudicial. A diferencia de la mayoría de los demás vertebrados, podemos
desencadenar esta respuesta a través de una reacción al medio o a través de la
expectación, con un solo pensamiento.

Siempre que nos encontramos en presencia de un agente estresante (o que


anticipamos la posibilidad de estar en presencia de uno) y que cualquiera de nuestros
niveles normales cambia (presión arterial, ritmo cardíaco, dilatación de la pupila,
equilibrio electroquímico, etcétera; experimentamos estrés. Como podrás imaginar en
base a lo que sabemos de la homeostasis y del deseo innato del cuerpo por recuperar el
estado de equilibrio, el cuerpo siempre reacciona en respuesta a ese estrés mediante la
liberación de grandes cantidades de adrenalina y ducocorticoides. Todos los cambios
que se producen en el equilibrio químico corporal durante la respuesta al estrés son
debidos a la liberación de adrenalina y glucocorticoides en las glándulas suprarrenales.

Los humanos compartimos este tipo de respuesta con muchas otras formas de
vida, pero a causa de nuestro enorme cerebro y su descomunal banco de memoria (en
otras palabras, como somos tan listos) y de nuestras avanzadas estructuras sociales,
experimentamos distintos tipos de estímulos estresantes, medios y respuestas de
comportamiento. Como humanos, estamos sometidos a tres categorías de estrés: físico,
químico y psicológico o emocional.

1. El estrés físico incluye sucesos como un accidente de coche, una caída,


una lesión debida al ejercicio excesivo y la exposición a duras
condiciones medioambientales, como el frío o el calor extremos, la falta
de sueño o la escasez de comida o agua.
2. El estrés químico es una preocupación cada vez más frecuente para
mucha gente de hoy en día. En nuestro entorno, nos vemos expuestos a
una multitud de toxinas, alérgenos (entre los que se incluyen ciertos
alimentos), agentes contaminantes y muchos otros agentes estresantes
químicos.
3. El estrés emocional o psicológico incluye la preocupación por el tiempo,
el dinero, la carrera y la pérdida de un ser querido.

Hay algo que debemos recordar, y es que cuando nos vemos expuestos a
cualquiera de estas tres categorías de estrés, el cuerpo responde a cada tipo de la misma
manera exactamente, igual que una reacción automática (vuelve al Capítulo 3 para
repasar el sistema nervioso autónomo).

En su mayoría, casi todas las demás especies (a excepción de algunos primates


sociales) experimentan estrés principalmente frente a una amenaza física que pone en
peligro su supervivencia: depredadores hambre, falta de compañeros sexuales y heridas
incapacitantes, principalmente. Nosotros también padecemos estrés físico, además del
estrés químico que puede manifestarse como físico.

A diferencia de otros animales, sin embargo, los humanos percibimos como


agentes estresantes no sólo las amenazas físicas, sino también una multitud de
experiencias complejas que podemos clasificar como psicológicas o emocionales:
fechas de entrega límite, problemas con el coche, altercados con los compañeros de
trabajo o con el jefe y los problemas económicos y de familia, por nombrar unas
cuantas. Estas amenazas no físicas son tan potencialmente peligrosas para nuestra
supervivencia como las físicas. La diferencia reside en que las amenazas no físicas a las
que nos enfrentamos son más complejas y no pueden controlarse con la reacción de
huida o lucha, como los peligros a los que se enfrenta la mayoría de los animales.
Cuando llegue el día 15 de abril, por ejemplo, y haya que pagar los impuestos, ni la
huida ni la lucha servirán de mucho para reducir el nivel de estrés que nos generan
nuestras finanzas, aunque, por ilógico que parezca, a menudo la gente utiliza una de
esas dos opciones inútilmente.

Estrés agudo y crónico

Los tipos de estrés físico, químico y psicológico o emocional a lo que los


humanos nos enfrentamos aún se diferencian en otra cosa. Los animales casi siempre se
enfrentan a una forma de estrés agudo, e1 tiene un principio y un final rápidos. Si un
perro que merodea entre los árboles encuentra a una cerda con sus crías, tiene sólo un
instante para decidir qué hacer. El problema es, relativamente hablando, fácil de resol-
ver En estas situaciones de estrés agudo, el cuerpo del animal se alarma y cuando
finaliza la reacción de huida o lucha, vuelve a recuperar el equilibrio homeostático, por
lo general en cuestión de horas. Los efectos del estrés agudo terminan por lo común en
un corto espacio de tiempo. El cuerpo es capaz de regresar a un estado más relajado
mientras cede el estado de emergencia y vuelve a ocuparse de los procesos rutinarios de
renovación, reparación y reproducción celular. La mayoría de los mamíferos tienen
cuerpos extraordinariamente diseñados para las emergencias físicas a corto plazo.

No obstante, en algunas situaciones, como por ejemplo cuando el jefe nos


confiesa que va a despedir a uno de nuestros compañeros dentro de unas semanas sin
saber que ese compañero es amigo nuestro, tal vez el comienzo sea agudo, pero su
resolución llevará demasiado tiempo como para recuperarse pronto. Si elegimos huir
para no pagar los impuestos, las consecuencias de esa elección, y nuestra preocupación,
podrían durar años.

Los humanos tendemos a vivir en esas situaciones de estrés crónico. Nos vemos
sometidos a diario a factores estresantes (tanto físicos, como químicos o emocionales),
casi a cada instante. Dadas nuestras costumbres sociales, la huida o la lucha no son
socialmente aceptables, cambio, nos preocupamos, anticipamos, razonamos, ocultamos,
racionalizamos y transigimos en determinadas situaciones. Con nuestros billones de
conexiones sinápticas, tenemos una capacidad de recordar tan extraordinaria que
podemos activar la respuesta al estrés sin que el agente estresante esté presente. En otras
palabras, el mero hecho de pensar en el agente estresante origina la misma respuesta al
estrés. Esto es lo que comienza a crear el resultado más perjudicial, llamado estrés
crónico.

Estrés psicológico o emocional

El estrés que causa más daños a los humanos es el estrés crónico psicológico o
emocional, y también es el más común. A causa de la complejidad de nuestro neocórtex
y de la complicada interacción que tenemos con el entorno (los animales no tienen que
enfrentarse a fechas límite, exigencias disparatadas o enrevesadas regulaciones
burocráticas), es lógico que el estrés emocional sea mucho más frecuente en el mundo
moderno.

También es interesante resaltar que, en los humanos, el estrés psicológico o emocional origina
estrés físico. Por ejemplo, podemos discutir con nuestra madre y acabar con una contracción muscular en
los hombros o en el cuello y ese estrés físico puede producir estrés químico. (Sentimos dolor y el cuerpo
envía una señal de alarma que desencadena una respuesta suprarrenal). El estrés químico, a su vez,
provoca estrés físico. (Cuando nos encontramos en modo de emergencia, las reparaciones vitales y los
recursos curativos se minimizan, de manera que el problema de cuello y hombros podría volverse
crónico). La preocupación por este dolor físico produce estrés psicológico. Como podrás imaginar, esto
continúa en un círculo vicioso, como la pescadilla que se muerde la cola.

Ejercicio y estrés

Hace unos veinte años, la Universidad de Yale llevó a cabo un estudio


relacionado con los actores y el ejercicio. Los investigadores eligieron a los actores
como participantes por su habilidad para acceder a distintos estados emocionales.
Los actores se dividieron en dos grupos. Al primer grupo se le pidió que se enfadara.

Los participantes trabajaron imaginándose situaciones frustrantes y


perturbadoras. A los individuos del segundo grupo se les pidió que permanecieran en
calma, tan serenos y estables como les fuera posible. En ambos grupos se midieron
distintas funciones fisiológicas, entre las que se incluían el ritmo cardíaco, la presión
arterial y la respiración.

A continuación les pidieron que realizaran diversas formas de ejercicio


ligero, como por ejemplo subir un tramo de escaleras. El grupo «enfadado» mostró
niveles menos saludables en todas las medidas fisiológicas. El grupo «sereno», sin
embargo, los beneficios que generalmente asociamos al ejercicio fueron evidentes.
Sólo en este grupo, a pesar de que ambos hacían lo mismo, el ejercicio demostró ser
positivo. La sabiduría popular sostiene que el ejercicio reduce el estrés, pero nuestro
estado mental y nuestro estado del ser mientras hacemos ejercicio son tan impor-
tantes como el número de repeticiones y pruebas que hagamos para mejorar nuestra
salud.ii

Además, el estrés físico (una herida, por ejemplo) provoca estrés químico, y
ambos llevan al estrés psicológico /emocional. Por ejemplo, en la zona más afectada se
produce una hinchazón, que es el resultado un proceso químico. Esta herida y el estrés
químico resultante indican que el cuerpo ya no se encuentra en homeostasis y deriva en
un estrés psicológico. ¿Podré ir a trabajar? ¿Cómo podré concentrarme? ¿Seré capaz de
dormir cuanto necesito? En los humanos, todos los tipos de estrés, independientemente
de su origen, parecen acabar en estres psicológico o emocional.

Estudios recientes indican que casi el 90 por ciento de la población que acude al
médico lo hace a causa de una alteración relacionada con el estrés. iii Cada vez con más
frecuencia, los investigadores establecen vínculos entre las enfermedades físicas y las
alteraciones y reacciones emocionales extremas.

No todo el mundo responde de la misma manera al estrés, y no todo el mundo


sufre las consecuencias de la misma forma. Por ejemplo, en su día conocí a dos
profesores de instituto. Dos veces al año, su supervisor acudía a las aulas para realizar
una evaluación del rendimiento. A decir verdad, las evaluaciones eran más bien
superficiales; el aumento de sueldo de los profesores no venía determinado por esas
visitas y, una vez obtenida la titularidad, era casi imposible que los despidieran, a
menos que mostraran una conducta sumamente grosera. De cualquier forma, Bob era un
manojo de nervios en las semanas previas a la evaluación. Le ponía nervioso decidir
qué lección impartiría, fantaseaba con la idea de sobornar a ciertos alumnos para que
faltaran a clase ese día y dormía poco la noche antes. A Beverly, por el contrario, le
encantaba que su jefe (o cualquier otra persona, ya que estamos) entrara en su clase.
Adoraba el aumento en la atención y la reacción que se generaba y consideraba todo un
desafío impresionar a la persona que la había contratado. Para ella, los días de
evaluación no tenían nada de especial; no se esforzaba por elegir una lección en
particular que la hiciera quedar mejor y, desde luego, dormía muy bien la noche
anterior.

No debería sorprendernos que cada persona muestre una respuesta diferente al


estrés, ya que todos somos diferentes gracias a nuestra herencia genética, nuestras
experiencias y nuestro aprendizaje. Sin embargo, los humanos solemos mostrar los
típicos efectos corporales del estrés, entre los que se incluyen las sobrecargas de
adrenalina, que dejan el cuerpo agotado y alteran la secreción acida del tracto digestivo,
lo que limita nuestra capacidad para descansar e impide la absorción de nutrientes
esenciales, como las proteínas. Como quiropráctico, he visto el efecto del estrés sobre el
sistema musculoesquelético en forma de contracciones, tensión muscular, rigidez y
dolor articular que aparecen a medida que la energía de nuestros órganos se agota. No
sé si tú podrás identificarte con alguna de estas alteraciones, pero yo sí. Otra manera de
ver el estrés sería considerarlo la consecuencia que resulta de comprender que ya no
tenemos el control sobre los elementos de nuestro entorno, porque no podemos predecir
el desenlace deseado. No podría decirte el número de veces que me he quedado atrapa-
do en un atasco, detrás de lo que parecía una interminable fila de luces rojas, y he
notado cómo se incrementaba mi nivel de estrés.

El estrés de la anticipación

El ejemplo de los dos profesores durante la evaluación del rendimiento ilustra


otra diferencia crucial que separa a los humanos de nuestros amigos cuadrúpedos:
podemos mirar hacia delante y anticipar situaciones estresantes. En realidad, podemos
experimentar el estrés aun antes de que el suceso por el que nos estresamos tenga lugar.
Aunque los animales se ven afectados por el estrés inmediato, no tienen que enfrentarse
al estrés de la anticipación. Debido al pequeño tamaño de su neocórtex, los animales
pueden almacenar información sobre un agente estresante presente en sus vidas, pero no
se preocuparan porque esa misma circunstancia vuelva a sucederles a corto plazo. Los
humanos, sin embargo, activamos la respuesta al estrés con la anticipación de complejas
situaciones psicológicas y sociales que jamás se le han pasado por la cabeza a un perro.
Tal vez ésa sea una de las cosas que admiramos en nuestras mascotas. Parecen vivir
plenamente el momento, libres por completo del estrés anticipatorio.

Por otro lado, los humanos podemos activar la respuesta al estrés pensando en
una situación estresante pasada o futura, y puede ser una respuesta al estrés psicológico
tan intensa como si nos enfrentáramos a la circunstancia en sí. Sin siquiera mover un
músculo, podemos hacer que nuestro páncreas produzca hormonas, alterar la secreción
de nuestras glándulas suprarrenales, hacer que nuestro corazón lata más rápido dirigir el
flujo sanguíneo hacia nuestras piernas, cambiar el ritmo de nuestra respiración e incluso
hacernos más propensos a la infección. Los humanos somos seres poderosos en este
respecto. Con el simple hecho de pensar en un agente estresante podemos prepararnos
psicológicamente para enfrentarnos a él, igual que si estuviera presente.

¿Esto es bueno o malo? En fin, ¿cuántas veces nos hemos dado unas palmaditas
en la espalda por haber adivinado cuándo aparecería un agente estresante? Cuando
logramos predecir con éxito esa aparición y prepararnos de la forma adecuada para ello,
por lo general nos sentimos entusiasmados con el resultado. A ninguno de nosotros nos
gustaría ser como Charlie Brown y lanzarnos a la carrera hacia Lucy, creyendo con todo
nuestro corazón y todas las neuronas de nuestros circuitos que ésta será la ocasión en la
que ella no aparte el balón justo cuando estamos a punto de darle una patada. Sin
embargo, ¿cuántas veces hemos depositado nuestra confianza en alguien que no lo
merecía?

En cierto sentido, lo que nos concede a los humanos una ventaja evolutiva es
nuestra capacidad para predecir lo que podría llegar a suceder. Lo que reduce el valor de
esa ventaja son las ocasiones en las que fracasamos a la hora de predecir correctamente
el resultado. Las consecuencias en ese caso son el aumento de la ansiedad, la depresión,
las fobias, el insomnio, las neurosis y muchas otras enfermedades innecesarias. Nos
preparamos para un agente estresante y alteramos nuestro medio interno, pero a menudo
no podemos controlar el resultado y o bien estamos demasiado preparados para lo que
consideramos una eventualidad (que después no se materializa) o bien nos
sorprendemos ante la aparición de otro factor estresante que no habíamos previsto.
En cualquier caso, estar constantemente alerta, siempre atentos nuestro entorno,
puede costamos caro. El estrés crónico, el manten1' miento repetido de la respuesta al
estrés, es lo que en realidad hace daño. Nuestros cuerpos no están diseñados para
situaciones de estrés duradero. Cuando la respuesta al estrés se activa de manera
continua, vamos de cabeza hacia la enfermedad.

Efectos adicionales del estrés

Estamos sentados en nuestra oficina trabajando en un proyecto cuando nuestro


supervisor entra de repente y dice: «Escucha, necesito tu ayuda lo antes posible. El
vicepresidente de producción acaba de enviarme un correo electrónico para decirme que
tendremos una reunión de presupuestos dentro de una hora. Quiere que se haga la pre-
sentación en PowerPoint y que esté lista en treinta minutos para que pueda revisarla y
corregirla. Deja lo que estés haciendo y consígueme esas hojas de cálculo que te
mencioné la semana pasada». ¿Qué hacemos? Dejamos de trabajar en las previsiones de
ventas del tercer cuatrimestre y hacemos lo que nos ha pedido nuestro jefe. En lugar de
buscar una forma de progresar en nuestro trabajo, tenemos que encargarnos de asuntos
inmediatos.

Lo mismo ocurre cuando se desencadena en nuestro cuerpo una respuesta al


estrés. Tenemos que atender la emergencia en ese instante. No es posible demorarlo. En
consecuencia, cualquier reparación regenerativa celular a largo plazo tendrá que ser
pospuesta. La respuesta al estrés moviliza la energía para que los músculos la utilicen
en la reacción de huida o lucha. Incluso la digestión puede esperar: es un proceso lento
y consume demasiada energía que no podemos desperdigar, ya que tenemos que
ponernos en movimiento y ¡tenemos que hacerlo ya!

Y sabemos lo que ocurre en el trabajo cuando debemos dejar una cosa para
hacer otra. Esto crea un efecto en cascada de fechas topes vencidas y emergencias. Lo
mismo pasa con el cuerpo. Si utilizamos anualmente nuestras fuentes de energía y las
movilizamos para hacer frente a las amenazas, jamás avanzaremos. Nunca tendremos
excedentes. Es como vivir de paga en paga casi sin llegar a fin de mes Al final,
tendremos que «robar a Peter para pagar a Paul». Cuando nuestro cuerpo llega a un
punto en el que sus depósitos de energía están tan mermados que no puede llevar a cabo
tareas tan vitales corno luchar contra los invasores, caemos enfermos. Los niveles
elevados de cortisol inhiben el sistema inmunológico. Una vez que nuestro sistema
inmunológico se ve afectado y nos ponemos enfermos, nuestros sistemas, ya
debilitados, se enfrentan a una dosis doble de problemas: la enfermedad en sí y el estrés
que genera el hecho de estar enfermo. ¿Cuántas veces hemos dicho algo como «¡No
puedo permitirme estar enfermo ahora!»? ¿Por qué nos ponemos enfermos
precisamente en ese momento? ¿Por la angustia, tal vez? ¿Y qué pasa con el hecho de
que la enfermedad provoca estrés físico, químico y emocional?

Cuando sufrimos una respuesta al estrés, los sistemas corporales responsables de


la reparación y regeneración de tejidos se ven afectados. Si un maremoto se acerca a
nuestra casa de la playa, es probable que no sea una buena idea remodelar la cocina. En
su lugar, deberíamos prepararnos para una situación de emergencia y abandonar los
proyectos de remodelación a largo plazo. Recuerda que la reacción de huida o lucha
moviliza la energía para la acción inmediata. En cierto sentido, nos quedamos
estancados en el «a corto plazo». ¿Para qué vamos a reparar nada si tenemos que
enfrentarnos a necesidades más inmediatas? Si padecemos estrés de forma continuada,
tardaremos mucho más tiempo en curarnos, ya que ese proceso no es de primera
necesidad.

La mayoría de las personas que sufre estrés duerme menos que cuando estaba
relajada, ya que sus niveles de adrenalina en sangre las mantienen preparadas y
vigilantes. El sueño es el período en el que s llevan a cabo muchos de los procesos de
reparación. Cuanto meno tiempo durmamos, menos tiempo tendremos para
regenerando-Cuanto menos durmamos, más estresados estaremos. Casi cualquiera
podría contarte lo que es estar tendido en la cama ensimismado en mitad de la noche,
preocupado por todo, desde la salud hasta el futuro. Todos esos pensamientos alteran
aún más el equilibrio homeostático.

Y no se trata de que estemos involucrados en actos de procreación con nuestra


pareja cuando deberíamos estar durmiendo. El proceso reproductivo también se ve
afectado por el estrés. La ovulación, la producción de esperma y el crecimiento del feto
tienen poca importancia en relación a la reacción de huida o lucha, tanto si lo que nos
pisa los talones es un tigre de verdad como si es metafórico (como un divorcio
inminente). La impotencia, la infertilidad y los abortos son efectos secundarios comunes
del estrés crónico.

Entre otras funciones primarias que pueden verse afectadas por el estrés, una de
las más importantes es la de nuestro sistema inmunológico. Cuando ese sistema se ve
afectado o anulado por completo, somos incapaces de luchar contra invasores como las
bacterias o los virus, de modo que nos vemos asolados por las infecciones y asediados
por la enfermedad. En particular, podemos padecer enfermedades relacionadas con el
sistema inmunológico, como las alergias, la gripe o la artritis reumatoide. ¿Cómo va a
ser capaz nuestro sistema inmuno-lógico de detectar la aparición de células tumorales y
de eliminarlas cuando estamos luchando contra una emergencia que requiere todas
nuestras energías? Las células cancerígenas pueden reproducirse impunemente cuando
el sistema inmunitario está bloqueado por la respuesta al estrés. Para decirlo en pocas
palabras, cuanto más estrés haya en nuestra vida, con más frecuencia nos pondremos
enfermos, y los efectos de un sistema inmunológico comprometido se manifiestan e
muchas maneras. De repente tenemos más problemas acuciantes que la situación
estresante que originó esos problemas.

La gente piensa: «Me encargaré de ello cuando se calme la situación». Muchas


veces, la situación de estrés no se calma y nos vemos atrapados en un círculo vicioso en
el que el estrés genera más estrés.

Con el tiempo, la respuesta al estrés nos hace más daño que cualquiera de las
enfermedades que la iniciaron o a las que dio inicio. Siempre presuponemos que es la
pescadilla quien se muerde la cola, pero en e1 caso del estrés y de nuestra respuesta ante
él, resulta difícil decir quién muerde a quién. En los humanos, la respuesta al estrés que
resulta de nuestros pensamientos y sentimientos a menudo causa daños mayores a largo
plazo que el propio agente estresante.

Todos sabemos que es como correr y correr sin llegar a ninguna parte, salvo a la
extenuación. La extenuación es el punto en el que nuestro cuerpo ya no puede seguir
luchando contra los invasores; nuestras hormonas y el sistema inmunológico están tan
afectados que nos ponemos enfermos. Y esa enfermedad empeorará aún más nuestro
cuerpo.iv

Los estudios han demostrado que una cantidad demasiado elevada de CRH (la
sustancia química producida durante la respuesta al estrés) en sangre reduce la
producción y la secreción de la hormona del crecimiento. Los niños que sufren estrés
crónico crecen más lentamente. En los adultos, esto significa que la producción de
músculo y hueso está inhibida. Además, el exceso de CRH afecta a la digestión, de
manera que puede aparecer un síndrome de colon irritable. Si el eje hipotálamo-
hipofisario-suprarrenal es hiperactivo, las células corporales pueden dejar de absorber
glucosa en respuesta a la insulina, con lo que aparecería una diabetes. Y no es sólo
nuestro cuerpo el que puede sufrir. Estudios recientes señalan que el exceso de CRH
juega un papel importante en las alteraciones mentales, en las fobias y en los ataques de
pánico.v

Un grupo de investigadores rusos llevaron a cabo un experimento con ratas que


demostró hasta dónde pueden llegar los efectos del estrés. Realizaron una prueba de
aversión al sabor en la que se administraba a las ratas fármacos inmunosupresores
aderezados con sacarina, el edulcorante artificial. El fármaco inmunosupresor les
provocaba náusea a las ratas. Después de muchas pruebas en las que se administraba a
ratas distintas combinaciones entre fármaco y sacarina, dejaron de administrarles el
medicamento que les provocaba las náuseas y les dieron sólo la sacarina. Las ratas
siguieron poniéndose enfermas. Estaban condicionadas por el sabor de la sacarina que
lo asociaban con el síntoma físico. Muchas de las ratas murieron. Aun cuando ya no
tomaban e1 fármaco que les provocaba las náuseas, los pensamientos de anticipación
debilitaron tanto su sistema inmunológico que se quedaron indefensas frente al medio.
Sus pensamientos las mataron, literalmente.vi

El corazón en un puño

En la época en la que vivíamos a merced de los sigilosos depredadores, para


nosotros los humanos suponía una enorme ventaja tener un sistema cardiovascular que
respondiera a la primera de cambio cuando divisábamos a ese tigre dientes de sable
dirigiéndose hacia nosotros. Era una maravilla que se incrementara la presión sanguínea
y aumentara el ritmo cardíaco para proporcionar un aumento de energía a nuestros
brazos y nuestras piernas. Sin embargo, si se incrementa la presión arterial y se acelera
el ritmo cardíaco cuando conducimos nuestro Chevrolet Impala y alguien con un Jaguar
nos impide girar a la izquierda desde el carril derecho, ya no es tan maravilloso.

Y admitámoslo, aunque puede que el Jaguar que está girando delante de


nosotros sea un ejemplo exagerado, cada día nos enfrentarnos a todo tipo de situaciones
de estrés. Nuestro sistema cardiovascular aunque extraordinario, no fue diseñado para
soportar ese tipo de estrés psicológico/emocional tan constante. Como han demostrado
estudios recientes, más que permitirnos huir de una carrera, el estrés constante puede
provocarnos a largo plazo una enfermedad cardíaca. vii Si el estrés crónico continúa, las
señales adrenérgicas harán que el corazón lata más rápido y que la presión arterial
aumente. Pero no podemos hacer nada para reaccionar al agente estresante, no podemos
luchar ni huir. En consecuencia, acostumbraremos a nuestro corazón a latir a un ritmo
acelerado. Sería algo así como subir el termostato mantener esa temperatura elevada a
todas horas. Nuestro corazón se encuentra en un continuo estado de alerta. ¿Qué efecto
tiene colocar el listón cardíaco a esta nueva altura? Las arritmias, la taquicardia y la
presión arterial elevada son el resultado de pisar el pedal del acelerador y el del
embrague al mismo tiempo.

Si el estrés agudo provoca un incremento rápido de la presión arterial durante un


corto período de tiempo, el estrés crónico causará un aumento de la presión que se
mantendrá continuamente. La hipertensión resultante hace que nuestro flujo sanguíneo
sea turbulento y que los vasos sanguíneos se vuelvan rígidos. El flujo de sangre se
encuentra con miles de bifurcaciones arteriales que se convierten en las arteriolas cada
vez más estrechas que irrigan los tejidos y, finalmente, las células. Ninguna célula de
nuestro cuerpo se encuentra a más de cinco células de distancia de un vaso sanguíneo.
En cada una de las miles de bifurcaciones, la sangre a presión se ve obligada a chocar
contra la zona donde se dividen los vasos, y es esto lo que daña su suave superficie
interna. En todos los puntos donde el sistema circulatorio se divide en arterias más
pequeñas, se produce un remolino de esta sangre a presión que a la larga genera una
lesión en el vaso. Una vez dañado, otro tipo de células se apresuran a llegar al lugar de
la herida para detener la laceración e impedir la inflamación. Como resultado, se pro-
duce una aglomeración en el interior del vaso. Y así es como comienza a formarse la
placa. Además, el estrés crónico moviliza los depósitos de grasa hacia el torrente
sanguíneo y se elevan los niveles de colesterol en sangre. Las cosas se vuelven cada vez
más complicadas para nuestro sistema vascular, y las posibilidades de que se atasque o
explote son cada vez mayores.

Así pues, sería mejor que utilizáramos un poco la cabeza cuando enfrentamos a
los agentes estresantes que nos encontramos a diario y que pueden llegar a dominar
nuestra vida si se lo permitimos.

Pero nuestra cabeza tampoco anda muy bien. La respuesta al estrés inhibe
nuestras funciones cognitivas básicas. Cuando padecemos estrés crónico, la mayor parte
del flujo sanguíneo cerebral se desvía hacia el cerebro posterior y el mesencéfalo, lejos
del cerebro anterior, que es nuestro centro cognitivo superior. Reaccionamos de manera
inconsciente en lugar de planear deliberadamente nuestras acciones. A menudo decimos
que hay personas que pierden la cabeza y otras que la mantienen en situaciones de
estrés. Está claro que lo que queremos decir es que esas personas piensan o no piensan
con claridad bajo presión. La mayoría de la gente que padece estrés no piensa con
claridad.

Estudios recientes sugieren que el cortisol, una de las sustancias químicas


producidas durante la respuesta al estrés, es el responsable de la degeneración de las
células cerebrales del hipocampo. Esta región cerebral es la que nos ayuda a generar
nuevos recuerdos y a adquirir nuevos conocimientos. Si dañamos la maquinaria
neurológica que ansia cosas nuevas, acabaremos deseando cosas rutinarias en lugar de
novedades. No podremos aprender, crear nuevos recuerdos ni embarcarnos en nuevas
aventuras, ya que la región que se encarga de hacer todo esto está averiada.viii

Novedades, estrés y el hipocampo

Hace unos cuantos años, los científicos llevaron a cabo un experimento con
animales de laboratorio para evaluar las repercusiones de las tensiones del hipocampo.
Después de explorar las distintas áreas de su medio, los animales recibían una dosis de
radiación en el hipocampo que está directamente implicado en la codificación de la
información que debe almacenarse en el cerebro, entre la que se incluye la creación de
recuerdos.

Una vez que el hipocampo quedaba inutilizado por la radiación, volvían a


colocar a los animales en sus respectivos entornos. En lugar de explorar con entusiasmo
las nuevas regiones de su entorno como habían hecho con anterioridad, se quedaron
donde los habían dejado Curiosamente, parecía que ya no sintieran curiosidad. Sabemos
que el hipocampo está implicado en la transformación de lo desconocido en conocido y
en el procesamiento de las experiencias nuevas, y sin él estos animales dejaron de
desear estas últimas por completo.ix

¿Qué implicaciones tiene esto para los humanos? Es muy probable que nuestro
hipocampo no quede inutilizado por las radiaciones. Sin embargo, las sustancias
químicas como los glucocorticoides, que se liberan cuando sufrimos una reacción
emocional en respuesta a algún estímulo ambiental o durante el estrés crónico, sí que
destruyen las neuronas de nuestro hipocampo. Como es típico en el comportamiento de
los humanos, cuando estamos estresados, hacemos aquello que nos resulta más familiar;
es decir, buscamos lo rutinario, lo habitual, lo cotidiano. Con todo, para muchos de
nosotros, lo habitual es estar estresados y responder emocionalmente. Comportarse de
esta manera genera más hormonas del estrés, lo que daña aún más el hipocampo, lo que
nos hace desear todavía más experiencias rutinarias y evitar las novedades.

Estudios recientes han demostrado que existe una correlación entre el estrés
crónico, el deterioro de las neuronas del hipocampo y la depresión clínica. x Si alguna
vez has estado cerca de una persona depresiva, sabrás que salir a la calle y vivir nuevas
experiencias son cosas que por lo general no se encuentran en su agenda.

No obstante, hay buenas noticias. A pesar de lo que puedan habernos dicho, el


cerebro puede regenerarse y producir nuevas células. Así que todas esas historias acerca
de que beber tequila disminuye el número de células cerebrales pueden ser incorrectas.
De hecho, la neurogénesis (la producción de nuevas neuronas) es muy activa en el
hipocampo.xi La regeneración del hipocampo implica que cuando dejemos de vivir en
modo de supervivencia, podremos disfrutar de una segunda oportunidad. Es muy
posible que si la maquinaria necearía para crear nuevos recuerdos puede repararse a sí
misma, nuestro gusto por las aventuras regrese. La región que se encarga de crear nue-
vos recuerdos podría motivarnos a vivir nuevas experiencias y no a desear las cosas
familiares y rutinarias.

Los antidepresivos han demostrado ser eficaces a la hora de estimular la


neurogénesis en animales de laboratorio. Por raro que parezca, un estudio reciente ha
demostrado que el antidepresivo Prozac tarda alrededor de un mes en mejorar el estado
de ánimo en los seres humanos, y ése es más o menos el tiempo que lleva la
neurogénesis.xii

No hay quien digiera el estrés

El estrés crónico tiene otro efecto perjudicial. Aumenta los niveles de glucosa
mediante la alteración del rendimiento del páncreas, del hígado y del mecanismo de
almacenamiento de grasa en las células. El aumento de los niveles de glucosa como
consecuencia del estrés crónico disminuye los niveles de insulina, lo que puede
provocar la aparición de diabetes del adulto y de obesidad.

¿Y qué pasa con la digestión? ¿Por qué se ve afectada la digestión, ya sea a


través de úlceras, hernias de hiato, estreñimiento o síndrome de colon irritable? La
razón principal es que, cuando estamos estresados, el cuerpo traslada el flujo sanguíneo
desde el tracto digestivo a las extremidades. Aunque tal vez comamos de forma
saludable, el problema reside en que tenemos la mentalidad equivocada. Eso, en
combinación con la ausencia del debido aporte sanguíneo en los órganos que se
encargan de la digestión y asimilación de los nutrientes, significa que digerimos los
alimentos de la manera adecuada. No asimilamos la comida de forma eficaz: los
alimentos están ahí, pero nuestro cuerpo Posee ni la energía ni el aporte sanguíneo que
hacen falta para digerir correctamente. Podemos ingerir todos los alimentos orgánicos
que queramos, podemos llevar dietas macrobióticas, podemos tomar todas las vitaminas
del mundo, pero si no metabolizamos lo que comemos como es debido, esos esfuerzos
son inútiles. Tal vez debamos tomarnos un respiro entre las comidas y utilizar el sistema
nervioso parasimpático en lugar del simpático.

El estrés duele

De un tiempo a esta parte, se ha empezado a achacar al estrés crónico gran parte


de los dolores y trastornos que padecemos. Nuestras células musculares se ahogan en la
adrenalina producida por la reacción de huida o lucha. La adrenalina en pequeñas
cantidades se comporta como energía líquida en todo el cuerpo, en especial en los
músculos. En exceso, la cantidad que no se utiliza acaba depositándose en los tejidos.
Eso provoca que los músculos se pongan tensos, se endurezcan, sufran contracturas y
duelan.

No podría decirte cuántas veces ha llegado alguien a mi consulta con el cuello


tan agarrotado que parecía que tenía una de las orejas cosida al hombro. Como de
costumbre, yo escuchaba la historia y después preguntaba: «¿Ha hecho algo que pueda
haber causado esto?». Casi siempre escuchaba la misma respuesta: «No. Creo que he
dormido en mala postura». Entonces, yo preguntaba: «¿Ha dormido en condiciones
diferentes? ¿Ha dormido en una cama a la que no está acostumbrado o ha cambiado de
almohada?». La respuesta era negativa, de modo que seguía con las preguntas:
«¿Cuántos tiempo lleva durmiendo en esa misma cama?». «Llevo durmiendo en esa
misma cama los diez últimos años», me respondían.

«Cuénteme que ha sucedido en su vida en los últimos tres meses», les pedía yo.
Y la mayoría me respondía con una lista de cosas similar a ésta: «Bueno, me
despidieron del trabajo hace dos meses; a mi madre le han diagnosticado un cáncer y se
está muriendo; me quedé en la ruina dos semanas atrás y están a punto de quitarme la
casa por no pagar la hipoteca; mi esposa y yo nos hemos divorciado y ahora, a mis
cincuenta y cuatro años, me dedico a abrir zanjas con una pala durante ocho horas al día
para ganarme la vida». Después de esto, yo preguntaba: «¿De verdad cree que ha
dormido en mala postura?».

La mayoría de los casos de estrés acaban convirtiéndose en estrés psicológico o


emocional, y eso significa que la autosugestión creada por nuestros propios
pensamientos puede afectar muchísimo al cuerpo.
Fatiga crónica, depresión, apatía (por sobreestimulación de las glándulas
suprarrenales), falta de sueño, enfermedades frecuentes, disminución de la libido, no
piensa ni recuerda con claridad, vive en la rutina, reacciona con facilidad, alteraciones
cardíacas y trastornos digestivos, dolor muscular, calambres, dolor de espalda, ansiedad,
obesidad, niveles elevados de colesterol y de glucosa en sangre... ¿Te recuerdan a
alguien estos síntomas? No es de extrañar que entre un 70 y un 90 por ciento de los
estadounidenses acudan a un centro médico por problemas relacionados con el estrés.

La frecuencia importa

El estrés es inevitable. La clave está en limitar el tipo de estrés que


experimentamos al estrés agudo, que es mucho menos perjudicial para el cuerpo que el
crónico. El estrés agudo empieza y termina, lo que nos deja tiempo para recuperarnos.
El estrés crónico no le deja tiempo a nuestro cuerpo para recuperarse. Y es entonces
cuando el organismo empieza a hurtarle energía a otros procesos vitales. Si nuestro
sistema de protección externa trabaja horas extra, como ocurre siempre que damos en
modo de supervivencia, el sistema de protección interna no funciona tan bien. Ambos se
alimentan de la misma fuente y cuando conectamos sin cesar la energía de emergencia,
al final sobrecargamos el sistema. Si tuviéramos un señor Scott (el Scotty de Star Trek),
al final gritaría: «Lo siento, capitán, ¡la nave está dando todo lo que tiene!» A diferencia
del señor Scott y de la Enterprise, puede que nosotros no seamos capaces de encontrar
una manera de compensar nuestra fuente de energía. El estrés continuo actúa de la
misma forma que la activación repetida de neuronas. Cuantas más veces activamos esa
respuesta, más difícil resultar desconectarla. Y esto nos lleva a la siguiente pregunta:
¿por qué querríamos desconectarla?

Hay una cosa que no debemos olvidar sobre la homeostasis, y es que no tiene
valores determinados. En otras palabras, con el tiempo, el nivel que se considera normal
cambiará. Si aumentamos continuamente el nivel de las sustancias químicas del estrés
en el organismo, el mecanismo homeostático se recalibrará para considerar normal ese
nivel elevado. Si activamos sin cesar la respuesta al estrés o si no podemos
desconectarla durante largos períodos de tiempo, el cuerpo se recalibrará en un nuevo
nivel interno de homeostasis. Este nuevo equilibrio se convertirá en el balance normal
homeostático. Es como si subiéramos nuestro termostato interno a un nivel superior. A
partir de ese momento, operaríamos siempre desde ese nivel elevado.

En pocas palabras, no es nada bueno. Como es obvio, se necesitarán niveles


cada vez mayores de estas sustancias químicas del estrés para que alcancemos el estado
elevado de percepción y la energía necesaria en una respuesta al estrés. Con el tiempo,
nuestras células se acostumbrarán a los incrementos de adrenalina que reciben y
necesitarán mas para estabilizarse en el nivel apropiado. A mí se me parece mucho a lo
que sucede en la adicción. Además, cuanto más elevada sea la cantidad de esas
sustancias químicas del estrés que circulan por nuestro cuerpo, con menos frecuencia se
utilizarán para la reacción de huida o lucha S, en consecuencia, se almacenarán en los
tejidos y causarán aún mas daños.

Los primero que aprendí en la RSE (y más tarde investigué mucho esa idea) es
que cada vez que desencadenamos una respuesta al estrés en reacción a nuestro entorno,
nuestro cerebro comienza a asociar el cambio químico interno con una causa exterior.
Por lo tanto, tendemos a asociar a la gente, los lugares, las cosas, los momentos y los
sucesos con las descargas de adrenalina, ese «colocón» que nos hace sentir vivos.

Ésa es la segunda etapa en nuestra transformación en adictos a nuestro entorno o


a las circunstancias estresantes. Recuerda que cuando experimentamos la descarga y
relacionamos los estímulos externos con el cambio químico interno, esa identificación
es un acontecimiento en sí misma. Nos damos cuenta de que hay una persona
relacionada con la situación estresante y asociamos la descarga de adrenalina y la sensa-
ción de vitalidad con ella. A la postre, comenzamos a asociar casi todo lo que hay a
nuestro alrededor con esa vitalidad o colocón. Empezamos a buscar esa excitación en el
entorno o en la gente, los lugares, las cosas, los momentos y los sucesos que conforman
nuestra vida.

Nuestra dosis bioquímica

Aunque algunos investigadores (como el doctor Robert Sapolsky, profesor de


biología en la Universidad de Stanford y uno de los biólogos más destacados) afirman
que no todos los agentes estresantes producen el mismo nivel de reacciones químicas en
el cuerpo,xiii casi todos coinciden en que el proceso por el que se desencadena esta
reacción es el mismo. Por ejemplo, vas conduciendo hacia el trabajo por una carretera
de cuatro carriles con pocos semáforos. El tráfico es fluido y te mantienes a la par de
otros coches, pero vez que la luz del semáforo que hay más adelante se pone en ámbar.
Como no quieres reducir la velocidad y perder el impulso, pisas el acelerador, te pones
a una velocidad casi treinta kilómetros por hora por encima del límite y cruzas la
intersección casi en el momento en el que el semáforo cambiaba a rojo.

Al principio, sueltas un suspiro de alivio, pero un momento después ves un


destello por el espejo retrovisor. Sales del carril izquierdo y aminoras la velocidad un
poco con la esperanza de que el coche de policía vaya a atender alguna emergencia y no
tu loca pasada en el cruce. Notas esa sensación en la boca del estómago y agarras el
volante con más fuerza para obligarte a clavar la vista al frente y no volver a mirar por
el retrovisor. El corazón martillea en tu pecho y tu respiración se ha vuelto entrecortada.
No necesitas nada de eso, y mucho menos ahora.

Desde el instante en que percibes por primera vez el agente estresante (los
destellos de las luces a través del retrovisor) se inicia una respuesta química al estrés.
Las sustancias y las reacciones químicas que se producen pertenecen a uno de estos tres
tipos: neurotransmisores, péptidos o las reacciones típicas del sistema nervioso
autónomo (SNA).

Neurotransmisores

Como sin duda ya habrás integrado en la memoria semántica, los


neurotransmisores son mensajeros químicos que transmiten información importante
entre las células nerviosas y otras partes del cuerpo a fin de coordinar una función
específica. Entre los más importantes se encuentran el glutamato, el GABA, la
dopamina, la serotonina y la melatonina. No son más que unos cuantos de la enorme
familia de neurotransmisores producidos en el cerebro. Los neurotransmisores se
fabrican fundamentalmente en las neuronas y se liberan en el espacio sináptico.

Cuando tus sensores visuales captaron las luces de las sirenas y estableciste la
asociación con el coche de la policía, los neurotransmisores hacían su trabajo en el
espacio sináptico y enviaban señales a otras células nerviosas del cerebro. Aquí, todas
tus asociaciones con los destellos de las luces y los coches de policía, todas las redes
neurales que contenían esos recuerdos y conocimientos, se activaron y liberaron los
neurotransmisores en el espacio sináptico. Tus neurotransmisores activaron cierto
estado mental y un grupo específico de circuitos neuronales. Estas sustancias sólo
pueden llevar a cabo su trabajo en el espacio sináptico, gracias a los receptores que
existen en la superficie de cada célula.

Los receptores son moléculas bastante grandes y móviles. Cada célula tiene
miles de receptores, y las células nerviosas tienen millones de ellos que funcionan como
sensores. Están aguardando la señal química correcta para ponerse en marcha. La
analogía clásica es que estos receptores proteicos son como cerraduras, y las sustancias
químicas que se unen a ellos son las llaves. Sólo una cierta llave encaja en una
cerradura específica.

Las sustancias químicas que actúan como llave se denominan ligandos. La


palabra ligando deriva de la raíz latina ligare, que significa unir. Ahora, hablemos de los
péptidos.

Péptidos: los sellos químicos de la emoción

En cierto momento se creyó que los neurotransmisores eran los principales


colaboradores a la hora de fabricar las sustancias químicas que tenían influencia sobre
el cuerpo y el cerebro. Ahora sabemos que los péptidos son con mucho los ligandos más
comunes, ya que constituyen más de un 95 por ciento del total. Los péptidos juegan un
papel crucial en la regulación de varios procesos vitales. En combinación con los
receptores, controlan gran parte del destino celular y, en consecuencia gran parte de
nuestra vida. Son las sustancias químicas más importantes en la conexión mente-cuerpo.
Son el segundo tipo de comunicación química que utilizamos, y posibilitan el envío de
mensajes entre el cerebro y el cuerpo.

Cuando uno de los ligandos se une al receptor, provoca una reorganización en la


molécula receptora que permite que la información penetre en la célula. En su
maravilloso libro The molecules of etnotion (Las moléculas de la emoción), la doctora
Candace Pert describe los efectos de este proceso celular diciendo: «En pocas palabras,
la vida de la célula, a lo que se dedica en cada momento, depende de si los receptores se
han unido a un ligando o no. A una escala más global, este nimio fenómeno que tiene
lugar a nivel celular puede trasladarse a cambios más importantes en el
comportamiento, la actividad física e incluso el estado de ánimo».xiv En resumidas
cuentas: los procesos bioquímicos, que comienzan con ligandos como los péptidos y sus
receptores correspondientes, son los responsables de lo que hacemos y sentimos a
diario. La acción de los péptidos en el cerebro es la responsable de lo que sentimos a
cada momento, ya sea inquietud, excitación sexual, depresión o entusiasmo. Cuando los
péptidos envían una señal al cuerpo, activan hormonas y otras secreciones en los
órganos que hacen que el cuerpo responda de diferentes formas para modificar aún más
sus funciones. Por ejemplo, cuando tienes una fantasía sexual, tu cerebro libera de
inmediato péptidos que activan tus hormonas o secreciones y que te preparan para una
relación. Las hormonas también actúan como ligandos y se unen a otros tejidos para
estimular aún más la actividad sistémica.
Tal vez, una analogía más adecuada que la de la llave y la cerradura para
explicar el comportamiento de los péptidos y los receptores sería decir que las células
tienen una especie de departamento de recepción que se encarga de todos los paquetes
que nos envían las muchas compañías navieras. Del mismo modo que en la mayoría de
las compañías la dársena de recepción se encuentra en un lugar fácilmente accesible
desde el exterior del edificio, los receptores se encuentran en el exterior de las células.
Y esto facilita el proceso de recepción.

Para seguir con nuestra analogía, diremos que cada receptor tiene un código de
barras» específico mediante el cual se empareja con su paquete correspondiente.
Mientras los paquetes de mensajería llegan en fila los receptores emplean una especie
de lector de códigos para identificar el código de barras que encaja con el suyo. Una vez
que lo encuentran ejercen una fuerza que atrae al paquete en cuestión hacia ellos. A
continuación, envían ese paquete inmediatamente a otro lugar del interior celular. Allí,
abrirán el paquete que contiene el mensaje, leerán sus instrucciones y pondrán en
marcha las diminutas máquinas que llevan a cabo ese trabajo en especial. Cada receptor
es responsable de un único código de barras específico. Y a esto nos referimos cuando
hablamos de la especificidad de los receptores. Sin ese nivel de especificidad, los
mensajes no llegarían a su destino apropiado y las instrucciones no se llevarían a cabo
de la forma correcta. En algunos casos, los mensajes y sus instrucciones indican que el
trabajo debe ser repartido en otras localizaciones, y los buques navieros se ponen en
funcionamiento.

Sistema nervioso autónomo

Eso es exactamente lo que ocurre cuando los neurotransmisores se liberan en el


espacio sináptico. Tan pronto como el cerebro reconoce que el coche de policía está
detrás de ti (a través de una región cerebral llamada amígdala), se activa una de las dos
rutas nerviosas. En este caso, puesto que se trata de una situación relativamente
estresante, el Mensaje se enviará vía nerviosa hasta los centros más primitivos del
cerebro: el mesencéfalo y el tronco del encéfalo. El mesencéfalo controla el SNA o
sistema nervioso autónomo (nosotros no controlamos las respuestas automáticas que se
generan aquí), y que se divide en el sistema nervioso simpático (SNS) y el sistema
nervioso parasimpático (SNP). Uno de ellos (el SNS) acelera nuestra velocidad; el otro
(SNP) nos relaja y nos permite ir en punto muerto.

En tu caso como infractor del límite de velocidad, es el SNS el que activa la


respuesta al estrés. Por esa razón notas esa sensación en 1a boca del estómago, aumenta
tu ritmo cardíaco, tu respiración vuelve rápida y entrecortada y tus sentidos se agudizan.
El SNS estimula las glándulas suprarrenales y provoca esas respuestas. La ruta del SNS
es como la vía rápida de una autopista. La información viaja por la médula espinal y va
directamente a las glándulas suprarrenales, en cuestión de milisegundos. A diferencia de
la mayoría de los órganos, que cuentan con los dos tipos de inervación, las suprarrenales
sólo tienen uno. En consecuencia, su respuesta es directa e inmediata. Las señales llegan
a las suprarrenales más rápido que a ningún otro tejido del cuerpo. Puesto que el cuerpo
nota que necesitas responder de inmediato a esta amenaza, utiliza esta vía. Te pone en
marcha en un santiamén y, en este punto, es el propio cuerpo el que se activa.

Una vez que el organismo se activa debido a la acción de la adrenalina,


comenzamos a generar sustancias químicas que influyen también en otras funciones.
Gracias a esto puedes levantar el pie del acelerador y trasladarte al carril derecho casi
sin pensarlo. Las hormonas adrenales estimulan el cuerpo con un suministro inmediato
de energía que te permite actuar con rapidez. Has recibido la «orden» de apartar el pie
del acelerador y de que tus manos y brazos giren el volante hacia la derecha, y todo sin
un solo pensamiento consciente, gracias a la actuación del sistema nervioso autónomo.

Al mismo tiempo, las neuronas y los neurotransmisores envían el mensaje del posible peligro al
hipotálamo, donde se fabrica el péptido llamado CRH (ver figura 8.2) y lo envía por barco hacia la
hipófisis-Como podemos suponer por su nombre, la CRH le indica a la hipófisis que debe liberar una
hormona. Así pues, la hipófisis libera una hornada de un péptido denominado ACTH (ver figura 8.2) en e
torrente sanguíneo.

El papel de la hipófisis

La mayoría del tiempo, la hipófisis actúa como una especie de camarera que
sirve sustancias químicas. Sabe qué quieren los parroquianos habituales y les sirve su
bebida favorita. Pero es una camarera de lo más arrogante: sabe, mejor que nosotros,
lo que queremos y necesitamos, y nos da sólo eso. Gracias a esa capacidad, a la
hipófisis también se la ha denominado glándula maestra o glándula principal. Reina
sobre todas las demás glándulas de nuestro organismo. Puesto que trabaja en el único
bar de la ciudad, por decirlo de alguna manera, las glándulas no se quejan. No
conocen otra cosa. Ésta es una forma de ver las cosas.

La otra sería decir que la glándula maestra es en realidad el cerebro. El


cerebro supervisa todos los sistemas corporales, y también los glandulares. Cuando
se inicia la respuesta al estrés, las señales proceden del cerebro; es él quien regula la
producción y el flujo de sustancias químicas. Ahora sabemos que el hipotálamo
contiene una enorme colección de hormonas liberadoras e inhibidoras que indican a
la hipófisis qué neurohormonas debe empezar a producir o cuál debe dejar de liberar.
En algunos casos, las hormonas hipofisarias son controladas tanto por hormonas
liberadoras como por hormonas inhibidoras procedentes del cerebro, algo que se
llama control dual. Por lo tanto, por más que nuestra camarera crea que es ella quien
dirige el negocio, también debe aceptar órdenes de sus clientes y de su jefe.

La ACTH viaja de inmediato hasta las glándulas suprarrenales, donde sus


receptores realizan la comprobación del código de barras y obedecen la orden de
producción de glucocorticoides, de los que el más común es el cortisol. Utilizando el
SNS y el eje hipotálamo-hipofisario-suprarrenal obtienes resultados más rápidos. La
adrenalina y e1 cortisol son los principales responsables de la mayor parte de las
sustancias químicas generadas durante la respuesta al estrés. Si el estrés se vuelve
crónico, la presencia de los glucocorticoides induce la producción de noradrenalina (la
hermana de la adrenalina), que se comunica con la amígdala para que ésta produzca más
CRH y el ciclo comience de nuevo.

El ciclo de retroalimentación

Durante la reacción de huida o lucha, los péptidos producidos en el cerebro


activan el cuerpo. Una vez que ese proceso está en marcha, se establece una especie de
impulso cuesta abajo que es difícil detener. Cuando el cuerpo toma el control del
proceso, nos encontramos en medio de un ciclo de retroalimentación. Piénsalo de esta
forma: percibimos un factor estresante; nuestro mesencéfalo insta al cuerpo a responder
y le obliga a producir las sustancias químicas de la respuesta al estrés; puesto que
nuestro cuerpo quiere mantener el equilibrio homeostático, con el tiempo llegará a
exigir más cantidad de hormonas del estrés. El hipotálamo indica a la hipófisis que
produzca estas sustancias químicas relacionadas con la respuesta al estrés. Esas
sustancias llevan a cabo su efecto y consiguen que las células exijan de nuevo más
cantidad al cerebro.

Parece que cuando se liberan las hormonas del estrés es el cuerpo quien toma el
control y quien ordena al cerebro que siga produciéndolas. Es este ciclo químico el que
sigue provocando el mismo estado en el cuerpo. Mientras cerebro y cuerpo se ven
atrapados en este ciclo de retroalimentación, nosotros nos mantenemos en un estado de
continuidad química. Para la mayoría de la gente, por desgracia, esta atracción de feria
se parece más a una montaña rusa de agitación y ansiedad que a la tranquila noria. Dado
que las actitudes se ven tan afectadas por estas sustancias químicas y puesto que el
cerebro y el cuerpo están tapados en este baile para dos, resulta difícil (si no imposible)
cambiar de actitud.

Ahora empieza a cobrar sentido que la mayoría de nosotros empecemos a


destrozar nuestros cuerpos con sólo pensamientos y reacciones. Puede que la gente que
experimenta curaciones espontáneas en su enfermedad (ver el Capítulo 2) lo logre
porque deja de procesar los pensamientos repetitivos que han llevado su cuerpo hasta tal
punto de debilidad. Si superamos los pensamientos que inician la respuesta al estrés, el
cuerpo podría disponer de la energía suficiente para empezar a sanarse. En el próximo
capítulo explicaremos más a fondo cómo ocurre esto.
i
Ramtha, Guía del iniciado para crear la realidad: una introducción a Ramtha y sus enseñanzas,
Arkano Books, Madrid, 2003.
ii
Schwartz, G.E., Weinberger, D.A., Singer, J.A., «Cardiovascular differentiation of happiness
sadness anger and fear following imagery and exercise», Psychosomatic Medicine, 43(4), 1981, pp.
343-364.
iii
Rosch, R, «Job stress: America's leading adult health problem», USA Today, 1992, pp. 42-44.
-American Institute of Stress. America's #1 health problem. http://www.stress.org/problem.htm.
iv
Cohen, S., Herbert, T, «Health psychology: Psychological factors and physical disease from the
perspective of human psychoneuroimmunology», Annual Review of Psychology, 1996, pp. 113-42.
v
Thakore, J.H., Dian, T.G., «Growth hormone secretion: The role of glucocorticoids», Life
Sciences, 55(14), 1994, pp. 1083-1099.
-Murison, R., Gastrointestinal effects, En: G Fink (Ed.) Encyclopedia of Stress 2:191, Academic
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-Flier, J.S., «Insulin receptors and insulin resistance», Annual Review of Medicine, 1983, pp. 145-
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-Ohman A., Anxiety, En: G Fink (Ed.) Encyclopedia of Stress, Academic Press, San Diego, 2001.
vi
Ader, R., Cohén, N., «Behaviorally conditioned immunosuppression», Psychosomatic Medicine,
37(4), 1975, pp. 333-340.
vii
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http://www.amencanheart.org/presenten jhtml?identifier=500.
viii
Arnsten, A.F.T., «The Biology of Being Frazzled», Science, 280, 2000, pp. 1711-1712. -Wooley,
C, Gould, E., McEwen, B., Exposure to excess glucocorticoids alters dendritic morphology of adult
hippocampal pyramidal neurons, Brain Research, 531(1-2), 1990, pp. 225-231.
ix
Restak, R., The Brain: The last frontier, Warner Books, Nueva York, 1979.
-Lupien, S.J., et al., «Cortisol levels during human aging predict hippocampal atrophy and memory
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x
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xi
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pp. 1313-1317.
xii
Santarelli, L., et al., «Requirement of hippocampal neurogenesis for the behavioral effects of
antidepressants», Science, 301(5634), 2003, pp. 805-809.
xiii
Sapolsky, R.M., ¿Por qué las cebras no tienen úlcera?: la guía del estrés, Alianza, Madrid, 1995.
xiv
Pert, C, Molecules ofEmotion: Why youfeel the way youfeel, Scribner, Nueva York, 1997.

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