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Quién no ha pensado alguna que otra vez algo como: «¿Que me pasa hoy en la
cabeza?». Lo que te preguntas en realidad es por que tienes un mal día a la hora de
aprender, almacenar o recuperar nueva información o a la hora de hacer frente a una
situación. De mayor trascendencia, y seguramente más importante para ti ahora que
sabe cómo aprendes, sería preguntar cómo superarte a ti mismo y derrotar a tu propia
mente.
La respuesta rutinaria
Actuamos de manera inconsciente la mayor parte del tiempo porque, una vez
que un circuito neuronal se estructura, nos volvemos menos conscientes de su actividad.
En la mayoría de los casos no hace falta más que un solo pensamiento o un pequeño
estímulo procedente del entorno para iniciar una serie programada de respuestas y
comportamientos. Cuando ese programa está en marcha, nuestras acciones se vuelven
automáticas, rutinarias y, lo más importante de todo, inconscientes. Ya no tenemos que
pensar de forma consciente en qué hacer, qué sentir, qué decir o incluso qué pensar.
Nuestras respuestas parecen naturales y normales porque las hemos repasado muy bien
durante mucho tiempo.
Por ejemplo, cuando nos levantamos esta mañana y nos preparamos para ir a
trabajar, lo más probable es que hayamos seguido la misma rutina que hacemos todos
los días laborales. No sólo seguimos el mismo orden general de actividades (ir al baño,
cepillarnos los dientes, ducharnos, vestirnos, escuchar el informe del tráfico, seguir la
misma ruta para ir a trabajar, aparcar en el mismo sitio o muy cerca), sino que dentro de
esa rutina, es casi seguro que realizamos las tareas siguiendo los mismos pasos. Por
supuesto, es importante quitarle la tapa al tubo de pasta de dientes antes de usarlo, pero
seguro que empezamos a cepillarnos los dientes por el mismo lado de la boca (por atrás,
donde las muelas) y que cambiamos al otro lado después del mismo número de
cepillados... como siempre. Lo mismo podría aplicarse a la forma en que nos secamos
después de ducharnos; llevamos a cabo nuestra rutina diaria de manera automática (nos
escurrimos bien el pelo, nos secamos la cara a golpecitos, nos secamos la parte superior
del brazo izquierdo y después la axila, cambiamos al derecho, nos pasamos la toalla por
el pecho, la agarramos con las dos manos para secarnos la espalda, apoyamos el pie
izquierdo sobre el borde de la bañera para secarnos la pierna y después hacemos lo
mismo con el derecho).
Cada día, miles de veces en nuestra vida, llevamos a cabo estas acciones
repetitivas. Cientos de veces al día, elegimos comportamientos que requieren poca o
ninguna concentración por nuestra parte. Hubo una época en la que tuvimos que prestar
atención para aprenderlos, pero después de memorizarlos y dominarlos, ahora tenemos
otras cosas en las que pensar. Estas tareas son fáciles, comunes, cómodas, familiares y
rutinarias; para nosotros son tan naturales como respirar. Todos estos son ejemplos de
circuitos neuronales estructurados en acción.
Una de las maravillas del cerebro es que es capaz de tomar el control en nuestro
lugar. En cierto sentido, estas rutinas son un milagro de la eficiencia y la competencia.
Los humanos somos maestros de las multitareas; mientras realizamos estas funciones
rutinarias, nuestra mente está ocupada en otras cosas. Con todo, ¿tendrá algo de malo
que durante la primera media hora de cada día llevemos a cabo todas esas actividades
como si estuviéramos lobotomizados? ¿Cuánta gente saca provecho de verdad a esa
especie de piloto automático que tenemos y utiliza ese tiempo para buscar nuevas
experiencias y aprender cosas nuevas? Por lo general, supone un esfuerzo demasiado
grande quitar el piloto automático, ser consciente y tratar de hacer algo diferente.
Piensa también en lo que ocurriría si ese «otro sitio» al que se traslada nuestra
mente se vuelve tan rutinario como las actividades que realizamos de manera
subconsciente. ¿Qué pasaría si no sólo nuestro comportamiento, sino también nuestras
creencias, valores, actitudes y estados de ánimo cayeran en ese mismo patrón
predecible, inconsciente e irreflexivo? ¿Cómo escaparíamos de la trampa que nos
hemos creado nosotros mismos por el mero hecho de ser como somos?
Lo que mantiene a la gente atrapada dentro de una misma mentalidad es que las
redes neurales que activamos de forma más común, y que por tanto son las más
estructuradas, son el resultado de nuestra manera de pensar. Son las secuencias,
combinaciones y patrones neuronales que activamos más a menudo.
Para retomar la analogía del roble que iniciamos en el Capítulo 3, diremos que
estas agrupaciones neuronales estructuradas tienen los troncos más gruesos, las ramas
más enrevesadas y las raíces más grandes de todas. Son los circuitos más refinados y
perfeccionados que tenemos y se han desarrollado a través de la interacción entre
nuestros circuitos heredados y los conocimientos y experiencias que hemos adquirido.
Lo que define la «caja» de nuestra personalidad, y cualquier otra caja, si a eso vamos,
no es sólo lo que contiene. Debemos echar un vistazo también a la parte externa o los
confines de esa caja, y qué es que delimita lo que está dentro y lo que está fuera.
Imagina, por ejemplo, que estás en una fiesta con gente que no para de hablar y
de beber, y que te lo estás pasando bien. Después de un rato, alguien sube la música un
poco, se apartan algunos muebles hasta las paredes, y la gente se pone a bailar. Lo pasas
bien mirando a los demás, pero de repente el baile se convierte en uno de esos espan-
tosos corros que has visto en las bodas, en los que todo el mundo sale al centro por
turnos para mostrar sus movimientos.
Tú no bailas. Jamás lo has hecho. Nunca has tenido las cualidades ni el ritmo
necesarios. Siempre te ha dado vergüenza pensar en el aspecto que tendrías bailando,
porque nunca sabes qué hacer con las manos y con los brazos. De pronto, dejas de ser
uno más del grupo y te apartas. Prefieres que la gente se dé cuenta de que no bailas (y
que, posiblemente, se burle un montón) a que se dé cuenta de lo mal que bailas. Estás
acostumbrado a pasar desapercibido, y no estás acostumbrado a este nivel de atención.
No eres capaz de salir a bailar por lo incomodo que te sientes. Después de que unas
cuantas personas tratan de sacarte a la pista de baile, decides marcharte de la fiesta.
Por ejemplo, una vez viajé a Sudáfrica para una conferencia. Después de una de
las sesiones, unos cuantos salimos a comer algo juntos. Alguien se dio cuenta de que el
restaurante ofrecía cocodrilo como aperitivo. Por lo general, soy bastante receptivo a las
aventuras culinarias, pero en un primer momento no quise probarlo. Después de que
algunos de mis compañeros de mesa me animaran (me desafiaran/me fastidiaran) para
que probara el cocodrilo, pensé: «¡Qué más da!». Cuando el camarero dejó el plato
frente a mí, todos me miraron atentamente. Corté un pedazo de carne, le clavé el
tenedor y me lo metí en la boca. Lo mastiqué con aire pensativo y al ver la expresión
«Y bien, ¿qué tal está?» dibujada en el rostro de todos los que me rodeaban, anuncié:
«Sabe a pollo». En el momento en el que escucharon aquello, todos se mostraron
dispuestos a disfrutar de la nueva experiencia, ya que ahora podía predecir qué sabor
tendría la comida basándose en un recuerdo familiar del pasado. Una vez que la red
neural del pollo se activó, fue fácil para los demás sentirse intrépidos, ya que aquello
estaba dentro del reino de la caja que contiene sus experiencias y sentimientos
conocidos. Me pregunto que habría pasado si les hubiera dicho que sabía a una mezcla
entre salamandra y salamanquesa, si todos se habrían mostrado tan ansiosos por
probarlo.
Si las redes neuronales y las conexiones sinápticas son como las huellas de los
recuerdos pasados, entonces deberíamos paralizar nuestra forma habitual de pensar y de
sentir (y de sentir y pensar) para rediseñar e1 cerebro. Esto sacaría al cerebro de sus
rutas de activación acostumbradas y le permitiría crear nuevas secuencias de circuitos...
nuevas huellas- Pero para hacerlo, se necesitaría fuerza de voluntad y un esfuerzo
mental.
Pensar fuera de los límites de la caja, pues, es obligar a nuestro cerebro a activar
patrones sinápticos en un orden y una secuencia diferentes a los habituales. La caja de
nuestra identidad personal se ha convertido en algo tan cómodo para nosotros porque
hemos entrenado a nuestro cerebro para que piense de la forma para la que ha sido
diseñado neurológicamente. En lugar de crear nuevas conexiones (aprendiendo
mediante la asociación y la repetición con un nivel elevado de atención consciente),
confiamos en lo que ya hemos cartografiado en el cerebro como información conocida y
segura, y no en mucho más. Lo que está grabado en el cerebro, por tanto, hace que
pensemos y nos sintamos igual (y no mejor) que nuestro mapa cerebral.
¿Pensar dentro de los límites de la caja es bueno? Después de todo, ¿no se han
convertido nuestros circuitos neuronales en los más comunes porque son los más
acertados? Es una buena pregunta y la respuesta que debería recibir la mayoría de la
gente es un contundente «¡No!». Para las cosas básicas como caminar, escribir a
máquina, conducir, comer o atarnos los cordones de los zapatos... sí, vivir dentro de los
limites de esa caja no está mal. Pero una de las razones fundamentales por las que esta
forma de pensar se considera autolimitante es pensar como actuaría el cerebro en modo
de supervivencia.
Modo de supervivencia
Hace mucho tiempo, tanto nosotros como la mayoría de los mamíferos vivíamos
en un medio que planteaba un gran número de amenazas para nuestra supervivencia. La
vida era dura, cruel y corta Dependíamos en gran medida de los caprichos de la
naturaleza y necesitábamos estar alerta ante cualquier posible depredador, enemigo o
desastre natural. Estar alerta frente a esos peligros nos mantenía vivos y mantenía la
herencia genética intacta. No sería muy exagerado decir que aquéllos de nosotros que
habitamos el planeta hoy en día somos los descendientes de unos ancestros que o bien
eran muy despiertos o bien muy afortunados... o, probablemente, ambas cosas.
Los tiempos han cambiado y los peligros que amenazan nuestra supervivencia se
han trasformado tanto en tipo como en intensidad. Aunque algunos podrían argumentar
que los primeros humanos no tenían que preocuparse por la aniquilación nuclear ni por
los grupos de terroristas organizados, creo que todos estaremos de acuerdo en que ellos
se enfrentaban a peligros más inminentes que la mayoría de nosotros: el hambre, la
enfermedad, los depredadores, etcétera. Lo que no ha cambiado es que gran parte de las
estructuras necesarias para sobrevivir en ese medio tan duro, la mayoría de esos
circuitos y regiones de la memoria neurológica, siguen activas en nuestro cerebro.
Recuerda que las células nerviosas que se activan juntas, se estructuran juntas. A lo
largo de la evolución de nuestra especie, a través de la asociación y la repetición, los
circuitos neuronales que sirvieron para mantenernos con vida —a los que nos referimos
generalmente como reacción de huida o lucha —, se han activado durante centenares de
miles de años.
Esas respuestas instintivas están tan estructuradas en nuestro cerebro como las
que más. De hecho, están almacenadas en nuestro sistema límbico o mesencéfalo, por
debajo del neocórtex. Este sistema reflejo es e1 que genera la mente que controla
nuestro cuerpo, nuestro cerebro y todo nuestro ser sin que nos demos cuenta. Es el que
mantiene nuestro equilibrio interno sin la participación de nuestra mente consciente.
Reconocimiento de un modelo
Si existe alguna coincidencia entre los datos que recibimos del medio externo y
nuestras representaciones internas, y esa coincidencia se reconoce como un recuerdo
conocido que no representa ninguna amenaza, el neocórtex decidirá que el cuerpo está a
salvo. Así pues, el cuerpo se relaja y su percepción se traslada hacia el siguiente peligro
potencial del mundo exterior.
La supervivencia siempre consiste en estar preparado para lo que está por venir
en base a las experiencias pasadas; nunca se centra únicamente en el momento presente.
Si el neocórtex reconoce un modelo en el medio externo que se corresponde con la red
neural de nuestra memoria asociada a un depredador familiar o a un peligro conocido,
en el momento en que se percibe ese estímulo, el cerebro comenzará a responder
mediante los mecanismos de supervivencia naturales y primitivos.
En este caso, podemos decir que el estímulo del caballero sentado a tu lado ha
activado la red neural asociativa del recuerdo de tu ex marido. En consecuencia, has
reaccionado frente a una persona a quien no conoces en base a una asociación familiar
pasada, como si se tratara de tu ex. Los rasgos de su rostro, su voz o cualquier otro
modelo que hayas reconocido han sacado a relucir la representación interna de un
acuerdo habitual y toda la multitud de emociones químicas relacionadas con el circuito
neuronal de tu ex marido, y eso te hace sentir lo bastante incómoda como para querer
salir pitando de allí. Has utilizado tu memoria pasada para determinar tu momento
presente. Has basado evaluación de la situación en un sentimiento. ¿Por qué? Porque
todos tus recuerdos están asociados a sentimientos. La supervivencia es en realidad un
modo operativo emocional.
En el modo de supervivencia, más aun que los sentimientos ni, resurgen cuando
vemos a alguien que nos recuerda a una persona, lugar, momento o cosa desagradable,
lo que nos esforzamos por evítales lo desconocido. Cuando no somos capaces de asociar
algo con una de las redes neurales que hemos desarrollado gracias a la herencia
genética, al aprendizaje o a la memorización, a menudo nos sentirnos inquietos. Esta
inquietud está ligada a la idea de la comodidad. El cerebro y el cuerpo están
estructurados para alcanzar la homeostasis, o equilibrio interno. En el modo de
supervivencia, lo desconocido siempre amenaza ese equilibrio. Y cuando el equilibrio
se ve comprometido, nos sentimos incómodos. Nuestros circuitos estructurados nos ins-
tan a buscar la comodidad, la familiaridad y la previsibilidad, y eso es lo que
pretendemos conseguir con la supervivencia.
Ahora bien, si esa persona sabe algo de las experiencias extracorpóreas porque
ha leído unos cuantos libros al respecto, podría comenzar a crear nuevas e importantes
conexiones sinápticas para fabricar un nuevo circuito neuronal; así, si volviera a
ocurrirle lo mismo, estáis más preparada para la experiencia y dejaría de sentir
amenazada si supervivencia. El conocimiento elimina el miedo a la supervivencia
Tentando al entorno
Estoy seguro de que conoces a gente que siempre parece estar estresada; aun
cuando no insistieran en decirte continuamente lo estresadas que están, tú te lo habrías
imaginado sin problemas... Otras personas parecen plácidas y sonrientes por fuera, pero
por dentro son como una olla a punto de explotar. Otras, sin embargo, muestran una paz
tanto por dentro como por fuera que nos lleva a creer que han minimizado sus niveles de
estrés. Sin tener en cuenta nuestra experiencia con los niveles de estrés de los demás o
los nuestros propios, ha llegado el momento de enfocar el tema desde otra perspectiva.
Hay ciertas ocasiones, como por ejemplo cuando estamos discutiendo con
nuestra pareja o trajinando por ahí en un intento por hacer los recados de todo un día en
una hora, en las que el factor estresante en el momento presente nos hace pisar el
metafórico pedal del acelerador hasta el fondo para liberar adrenalina, que es la
sustancia química que se genera principalmente en respuesta al estrés.
En cualquier caso, agotamos los sistemas corporales hasta tal punto que se
derrumban. Y conocemos este desmoronamiento por otros términos: enfermedad, lesión
y sobrecarga.
Definición de estrés
Los humanos compartimos este tipo de respuesta con muchas otras formas de
vida, pero a causa de nuestro enorme cerebro y su descomunal banco de memoria (en
otras palabras, como somos tan listos) y de nuestras avanzadas estructuras sociales,
experimentamos distintos tipos de estímulos estresantes, medios y respuestas de
comportamiento. Como humanos, estamos sometidos a tres categorías de estrés: físico,
químico y psicológico o emocional.
Hay algo que debemos recordar, y es que cuando nos vemos expuestos a
cualquiera de estas tres categorías de estrés, el cuerpo responde a cada tipo de la misma
manera exactamente, igual que una reacción automática (vuelve al Capítulo 3 para
repasar el sistema nervioso autónomo).
Los humanos tendemos a vivir en esas situaciones de estrés crónico. Nos vemos
sometidos a diario a factores estresantes (tanto físicos, como químicos o emocionales),
casi a cada instante. Dadas nuestras costumbres sociales, la huida o la lucha no son
socialmente aceptables, cambio, nos preocupamos, anticipamos, razonamos, ocultamos,
racionalizamos y transigimos en determinadas situaciones. Con nuestros billones de
conexiones sinápticas, tenemos una capacidad de recordar tan extraordinaria que
podemos activar la respuesta al estrés sin que el agente estresante esté presente. En otras
palabras, el mero hecho de pensar en el agente estresante origina la misma respuesta al
estrés. Esto es lo que comienza a crear el resultado más perjudicial, llamado estrés
crónico.
El estrés que causa más daños a los humanos es el estrés crónico psicológico o
emocional, y también es el más común. A causa de la complejidad de nuestro neocórtex
y de la complicada interacción que tenemos con el entorno (los animales no tienen que
enfrentarse a fechas límite, exigencias disparatadas o enrevesadas regulaciones
burocráticas), es lógico que el estrés emocional sea mucho más frecuente en el mundo
moderno.
También es interesante resaltar que, en los humanos, el estrés psicológico o emocional origina
estrés físico. Por ejemplo, podemos discutir con nuestra madre y acabar con una contracción muscular en
los hombros o en el cuello y ese estrés físico puede producir estrés químico. (Sentimos dolor y el cuerpo
envía una señal de alarma que desencadena una respuesta suprarrenal). El estrés químico, a su vez,
provoca estrés físico. (Cuando nos encontramos en modo de emergencia, las reparaciones vitales y los
recursos curativos se minimizan, de manera que el problema de cuello y hombros podría volverse
crónico). La preocupación por este dolor físico produce estrés psicológico. Como podrás imaginar, esto
continúa en un círculo vicioso, como la pescadilla que se muerde la cola.
Ejercicio y estrés
Además, el estrés físico (una herida, por ejemplo) provoca estrés químico, y
ambos llevan al estrés psicológico /emocional. Por ejemplo, en la zona más afectada se
produce una hinchazón, que es el resultado un proceso químico. Esta herida y el estrés
químico resultante indican que el cuerpo ya no se encuentra en homeostasis y deriva en
un estrés psicológico. ¿Podré ir a trabajar? ¿Cómo podré concentrarme? ¿Seré capaz de
dormir cuanto necesito? En los humanos, todos los tipos de estrés, independientemente
de su origen, parecen acabar en estres psicológico o emocional.
Estudios recientes indican que casi el 90 por ciento de la población que acude al
médico lo hace a causa de una alteración relacionada con el estrés. iii Cada vez con más
frecuencia, los investigadores establecen vínculos entre las enfermedades físicas y las
alteraciones y reacciones emocionales extremas.
El estrés de la anticipación
Por otro lado, los humanos podemos activar la respuesta al estrés pensando en
una situación estresante pasada o futura, y puede ser una respuesta al estrés psicológico
tan intensa como si nos enfrentáramos a la circunstancia en sí. Sin siquiera mover un
músculo, podemos hacer que nuestro páncreas produzca hormonas, alterar la secreción
de nuestras glándulas suprarrenales, hacer que nuestro corazón lata más rápido dirigir el
flujo sanguíneo hacia nuestras piernas, cambiar el ritmo de nuestra respiración e incluso
hacernos más propensos a la infección. Los humanos somos seres poderosos en este
respecto. Con el simple hecho de pensar en un agente estresante podemos prepararnos
psicológicamente para enfrentarnos a él, igual que si estuviera presente.
¿Esto es bueno o malo? En fin, ¿cuántas veces nos hemos dado unas palmaditas
en la espalda por haber adivinado cuándo aparecería un agente estresante? Cuando
logramos predecir con éxito esa aparición y prepararnos de la forma adecuada para ello,
por lo general nos sentimos entusiasmados con el resultado. A ninguno de nosotros nos
gustaría ser como Charlie Brown y lanzarnos a la carrera hacia Lucy, creyendo con todo
nuestro corazón y todas las neuronas de nuestros circuitos que ésta será la ocasión en la
que ella no aparte el balón justo cuando estamos a punto de darle una patada. Sin
embargo, ¿cuántas veces hemos depositado nuestra confianza en alguien que no lo
merecía?
En cierto sentido, lo que nos concede a los humanos una ventaja evolutiva es
nuestra capacidad para predecir lo que podría llegar a suceder. Lo que reduce el valor de
esa ventaja son las ocasiones en las que fracasamos a la hora de predecir correctamente
el resultado. Las consecuencias en ese caso son el aumento de la ansiedad, la depresión,
las fobias, el insomnio, las neurosis y muchas otras enfermedades innecesarias. Nos
preparamos para un agente estresante y alteramos nuestro medio interno, pero a menudo
no podemos controlar el resultado y o bien estamos demasiado preparados para lo que
consideramos una eventualidad (que después no se materializa) o bien nos
sorprendemos ante la aparición de otro factor estresante que no habíamos previsto.
En cualquier caso, estar constantemente alerta, siempre atentos nuestro entorno,
puede costamos caro. El estrés crónico, el manten1' miento repetido de la respuesta al
estrés, es lo que en realidad hace daño. Nuestros cuerpos no están diseñados para
situaciones de estrés duradero. Cuando la respuesta al estrés se activa de manera
continua, vamos de cabeza hacia la enfermedad.
Y sabemos lo que ocurre en el trabajo cuando debemos dejar una cosa para
hacer otra. Esto crea un efecto en cascada de fechas topes vencidas y emergencias. Lo
mismo pasa con el cuerpo. Si utilizamos anualmente nuestras fuentes de energía y las
movilizamos para hacer frente a las amenazas, jamás avanzaremos. Nunca tendremos
excedentes. Es como vivir de paga en paga casi sin llegar a fin de mes Al final,
tendremos que «robar a Peter para pagar a Paul». Cuando nuestro cuerpo llega a un
punto en el que sus depósitos de energía están tan mermados que no puede llevar a cabo
tareas tan vitales corno luchar contra los invasores, caemos enfermos. Los niveles
elevados de cortisol inhiben el sistema inmunológico. Una vez que nuestro sistema
inmunológico se ve afectado y nos ponemos enfermos, nuestros sistemas, ya
debilitados, se enfrentan a una dosis doble de problemas: la enfermedad en sí y el estrés
que genera el hecho de estar enfermo. ¿Cuántas veces hemos dicho algo como «¡No
puedo permitirme estar enfermo ahora!»? ¿Por qué nos ponemos enfermos
precisamente en ese momento? ¿Por la angustia, tal vez? ¿Y qué pasa con el hecho de
que la enfermedad provoca estrés físico, químico y emocional?
La mayoría de las personas que sufre estrés duerme menos que cuando estaba
relajada, ya que sus niveles de adrenalina en sangre las mantienen preparadas y
vigilantes. El sueño es el período en el que s llevan a cabo muchos de los procesos de
reparación. Cuanto meno tiempo durmamos, menos tiempo tendremos para
regenerando-Cuanto menos durmamos, más estresados estaremos. Casi cualquiera
podría contarte lo que es estar tendido en la cama ensimismado en mitad de la noche,
preocupado por todo, desde la salud hasta el futuro. Todos esos pensamientos alteran
aún más el equilibrio homeostático.
Entre otras funciones primarias que pueden verse afectadas por el estrés, una de
las más importantes es la de nuestro sistema inmunológico. Cuando ese sistema se ve
afectado o anulado por completo, somos incapaces de luchar contra invasores como las
bacterias o los virus, de modo que nos vemos asolados por las infecciones y asediados
por la enfermedad. En particular, podemos padecer enfermedades relacionadas con el
sistema inmunológico, como las alergias, la gripe o la artritis reumatoide. ¿Cómo va a
ser capaz nuestro sistema inmuno-lógico de detectar la aparición de células tumorales y
de eliminarlas cuando estamos luchando contra una emergencia que requiere todas
nuestras energías? Las células cancerígenas pueden reproducirse impunemente cuando
el sistema inmunitario está bloqueado por la respuesta al estrés. Para decirlo en pocas
palabras, cuanto más estrés haya en nuestra vida, con más frecuencia nos pondremos
enfermos, y los efectos de un sistema inmunológico comprometido se manifiestan e
muchas maneras. De repente tenemos más problemas acuciantes que la situación
estresante que originó esos problemas.
Con el tiempo, la respuesta al estrés nos hace más daño que cualquiera de las
enfermedades que la iniciaron o a las que dio inicio. Siempre presuponemos que es la
pescadilla quien se muerde la cola, pero en e1 caso del estrés y de nuestra respuesta ante
él, resulta difícil decir quién muerde a quién. En los humanos, la respuesta al estrés que
resulta de nuestros pensamientos y sentimientos a menudo causa daños mayores a largo
plazo que el propio agente estresante.
Todos sabemos que es como correr y correr sin llegar a ninguna parte, salvo a la
extenuación. La extenuación es el punto en el que nuestro cuerpo ya no puede seguir
luchando contra los invasores; nuestras hormonas y el sistema inmunológico están tan
afectados que nos ponemos enfermos. Y esa enfermedad empeorará aún más nuestro
cuerpo.iv
Los estudios han demostrado que una cantidad demasiado elevada de CRH (la
sustancia química producida durante la respuesta al estrés) en sangre reduce la
producción y la secreción de la hormona del crecimiento. Los niños que sufren estrés
crónico crecen más lentamente. En los adultos, esto significa que la producción de
músculo y hueso está inhibida. Además, el exceso de CRH afecta a la digestión, de
manera que puede aparecer un síndrome de colon irritable. Si el eje hipotálamo-
hipofisario-suprarrenal es hiperactivo, las células corporales pueden dejar de absorber
glucosa en respuesta a la insulina, con lo que aparecería una diabetes. Y no es sólo
nuestro cuerpo el que puede sufrir. Estudios recientes señalan que el exceso de CRH
juega un papel importante en las alteraciones mentales, en las fobias y en los ataques de
pánico.v
El corazón en un puño
Así pues, sería mejor que utilizáramos un poco la cabeza cuando enfrentamos a
los agentes estresantes que nos encontramos a diario y que pueden llegar a dominar
nuestra vida si se lo permitimos.
Pero nuestra cabeza tampoco anda muy bien. La respuesta al estrés inhibe
nuestras funciones cognitivas básicas. Cuando padecemos estrés crónico, la mayor parte
del flujo sanguíneo cerebral se desvía hacia el cerebro posterior y el mesencéfalo, lejos
del cerebro anterior, que es nuestro centro cognitivo superior. Reaccionamos de manera
inconsciente en lugar de planear deliberadamente nuestras acciones. A menudo decimos
que hay personas que pierden la cabeza y otras que la mantienen en situaciones de
estrés. Está claro que lo que queremos decir es que esas personas piensan o no piensan
con claridad bajo presión. La mayoría de la gente que padece estrés no piensa con
claridad.
Hace unos cuantos años, los científicos llevaron a cabo un experimento con
animales de laboratorio para evaluar las repercusiones de las tensiones del hipocampo.
Después de explorar las distintas áreas de su medio, los animales recibían una dosis de
radiación en el hipocampo que está directamente implicado en la codificación de la
información que debe almacenarse en el cerebro, entre la que se incluye la creación de
recuerdos.
¿Qué implicaciones tiene esto para los humanos? Es muy probable que nuestro
hipocampo no quede inutilizado por las radiaciones. Sin embargo, las sustancias
químicas como los glucocorticoides, que se liberan cuando sufrimos una reacción
emocional en respuesta a algún estímulo ambiental o durante el estrés crónico, sí que
destruyen las neuronas de nuestro hipocampo. Como es típico en el comportamiento de
los humanos, cuando estamos estresados, hacemos aquello que nos resulta más familiar;
es decir, buscamos lo rutinario, lo habitual, lo cotidiano. Con todo, para muchos de
nosotros, lo habitual es estar estresados y responder emocionalmente. Comportarse de
esta manera genera más hormonas del estrés, lo que daña aún más el hipocampo, lo que
nos hace desear todavía más experiencias rutinarias y evitar las novedades.
Estudios recientes han demostrado que existe una correlación entre el estrés
crónico, el deterioro de las neuronas del hipocampo y la depresión clínica. x Si alguna
vez has estado cerca de una persona depresiva, sabrás que salir a la calle y vivir nuevas
experiencias son cosas que por lo general no se encuentran en su agenda.
El estrés crónico tiene otro efecto perjudicial. Aumenta los niveles de glucosa
mediante la alteración del rendimiento del páncreas, del hígado y del mecanismo de
almacenamiento de grasa en las células. El aumento de los niveles de glucosa como
consecuencia del estrés crónico disminuye los niveles de insulina, lo que puede
provocar la aparición de diabetes del adulto y de obesidad.
El estrés duele
«Cuénteme que ha sucedido en su vida en los últimos tres meses», les pedía yo.
Y la mayoría me respondía con una lista de cosas similar a ésta: «Bueno, me
despidieron del trabajo hace dos meses; a mi madre le han diagnosticado un cáncer y se
está muriendo; me quedé en la ruina dos semanas atrás y están a punto de quitarme la
casa por no pagar la hipoteca; mi esposa y yo nos hemos divorciado y ahora, a mis
cincuenta y cuatro años, me dedico a abrir zanjas con una pala durante ocho horas al día
para ganarme la vida». Después de esto, yo preguntaba: «¿De verdad cree que ha
dormido en mala postura?».
La frecuencia importa
Hay una cosa que no debemos olvidar sobre la homeostasis, y es que no tiene
valores determinados. En otras palabras, con el tiempo, el nivel que se considera normal
cambiará. Si aumentamos continuamente el nivel de las sustancias químicas del estrés
en el organismo, el mecanismo homeostático se recalibrará para considerar normal ese
nivel elevado. Si activamos sin cesar la respuesta al estrés o si no podemos
desconectarla durante largos períodos de tiempo, el cuerpo se recalibrará en un nuevo
nivel interno de homeostasis. Este nuevo equilibrio se convertirá en el balance normal
homeostático. Es como si subiéramos nuestro termostato interno a un nivel superior. A
partir de ese momento, operaríamos siempre desde ese nivel elevado.
Los primero que aprendí en la RSE (y más tarde investigué mucho esa idea) es
que cada vez que desencadenamos una respuesta al estrés en reacción a nuestro entorno,
nuestro cerebro comienza a asociar el cambio químico interno con una causa exterior.
Por lo tanto, tendemos a asociar a la gente, los lugares, las cosas, los momentos y los
sucesos con las descargas de adrenalina, ese «colocón» que nos hace sentir vivos.
Desde el instante en que percibes por primera vez el agente estresante (los
destellos de las luces a través del retrovisor) se inicia una respuesta química al estrés.
Las sustancias y las reacciones químicas que se producen pertenecen a uno de estos tres
tipos: neurotransmisores, péptidos o las reacciones típicas del sistema nervioso
autónomo (SNA).
Neurotransmisores
Cuando tus sensores visuales captaron las luces de las sirenas y estableciste la
asociación con el coche de la policía, los neurotransmisores hacían su trabajo en el
espacio sináptico y enviaban señales a otras células nerviosas del cerebro. Aquí, todas
tus asociaciones con los destellos de las luces y los coches de policía, todas las redes
neurales que contenían esos recuerdos y conocimientos, se activaron y liberaron los
neurotransmisores en el espacio sináptico. Tus neurotransmisores activaron cierto
estado mental y un grupo específico de circuitos neuronales. Estas sustancias sólo
pueden llevar a cabo su trabajo en el espacio sináptico, gracias a los receptores que
existen en la superficie de cada célula.
Los receptores son moléculas bastante grandes y móviles. Cada célula tiene
miles de receptores, y las células nerviosas tienen millones de ellos que funcionan como
sensores. Están aguardando la señal química correcta para ponerse en marcha. La
analogía clásica es que estos receptores proteicos son como cerraduras, y las sustancias
químicas que se unen a ellos son las llaves. Sólo una cierta llave encaja en una
cerradura específica.
Para seguir con nuestra analogía, diremos que cada receptor tiene un código de
barras» específico mediante el cual se empareja con su paquete correspondiente.
Mientras los paquetes de mensajería llegan en fila los receptores emplean una especie
de lector de códigos para identificar el código de barras que encaja con el suyo. Una vez
que lo encuentran ejercen una fuerza que atrae al paquete en cuestión hacia ellos. A
continuación, envían ese paquete inmediatamente a otro lugar del interior celular. Allí,
abrirán el paquete que contiene el mensaje, leerán sus instrucciones y pondrán en
marcha las diminutas máquinas que llevan a cabo ese trabajo en especial. Cada receptor
es responsable de un único código de barras específico. Y a esto nos referimos cuando
hablamos de la especificidad de los receptores. Sin ese nivel de especificidad, los
mensajes no llegarían a su destino apropiado y las instrucciones no se llevarían a cabo
de la forma correcta. En algunos casos, los mensajes y sus instrucciones indican que el
trabajo debe ser repartido en otras localizaciones, y los buques navieros se ponen en
funcionamiento.
Al mismo tiempo, las neuronas y los neurotransmisores envían el mensaje del posible peligro al
hipotálamo, donde se fabrica el péptido llamado CRH (ver figura 8.2) y lo envía por barco hacia la
hipófisis-Como podemos suponer por su nombre, la CRH le indica a la hipófisis que debe liberar una
hormona. Así pues, la hipófisis libera una hornada de un péptido denominado ACTH (ver figura 8.2) en e
torrente sanguíneo.
El papel de la hipófisis
La mayoría del tiempo, la hipófisis actúa como una especie de camarera que
sirve sustancias químicas. Sabe qué quieren los parroquianos habituales y les sirve su
bebida favorita. Pero es una camarera de lo más arrogante: sabe, mejor que nosotros,
lo que queremos y necesitamos, y nos da sólo eso. Gracias a esa capacidad, a la
hipófisis también se la ha denominado glándula maestra o glándula principal. Reina
sobre todas las demás glándulas de nuestro organismo. Puesto que trabaja en el único
bar de la ciudad, por decirlo de alguna manera, las glándulas no se quejan. No
conocen otra cosa. Ésta es una forma de ver las cosas.
El ciclo de retroalimentación
Parece que cuando se liberan las hormonas del estrés es el cuerpo quien toma el
control y quien ordena al cerebro que siga produciéndolas. Es este ciclo químico el que
sigue provocando el mismo estado en el cuerpo. Mientras cerebro y cuerpo se ven
atrapados en este ciclo de retroalimentación, nosotros nos mantenemos en un estado de
continuidad química. Para la mayoría de la gente, por desgracia, esta atracción de feria
se parece más a una montaña rusa de agitación y ansiedad que a la tranquila noria. Dado
que las actitudes se ven tan afectadas por estas sustancias químicas y puesto que el
cerebro y el cuerpo están tapados en este baile para dos, resulta difícil (si no imposible)
cambiar de actitud.