Está en la página 1de 8

Misterio en el barrio

Un cuento
de
Liliana Cinetto
Todos querían en el barrio a don Braulio, por que siempre
solucionaba los problemas de los otros. ¿Quién no había ido alguna
vez a su ferretería a comprar una tuerca rara o un repuesto difícil de
conseguir para la cortadora de césped importada? En los infinitos
estantes de su negocio, que llegaban hasta el techo, se podía
encontrar TODO lo que uno necesitaba para reparar algo que se había
roto o que no funcionaba. Y si don Braulio no lo tenía, lo inventaba.
Juntaba un alambre de acá, un tornillo de allá, le ponía un pedacito de
esto y otro de aquello y... ¡Listo! Era capaz de arreglar desde una
bicicleta caprichosa hasta una aspiradora con tos.
Incluso cuando no tenía mucho trabajo, les enseñaba a los
chicos a armar barriletes que volaban alto, alto hasta hacerle
cosquillas al cielo.
Pero últimamente don Braulio andaba tristón. Sentado en la
puerta de su negocio, suspiraba y suspiraba. Los vecinos estaban
preocupados.
—¿Qué le pasará? se preguntaban, al verlo con la vista perdida
en el horizonte gris que dibujaba la calle.
Ni las medialunas rellenas de dulce de leche que le regalaba el
panadero le endulzaban la sonrisa. Ni las uvas jugosas que le ofrecía el
ver dulero lo hacían poner contento. Ni los matecitos que le convidaba
el carnicero lo distraían.
-A lo mejor está cansado -opinaban unos.
-O enfermo -opinaban otros.
- O tiene alguna pena en el corazón -opinaban los demás.
Y así andaban opinando y opinando, cuando llegó el cartero con
la noticia.
-Ya sé qué le pasa a don Braulio-dijo, y se lo contó al vendedor de
diarios, cuando estaba completando un crucigrama. Y el vendedor de
diarios se lo contó al farmacéutico, cuando fue a comprar una revista.
Y el farmacéutico se lo contó a la maestra, cuando le pidió unas
pastillas para el dolor de garganta. Y la maestra se lo contó al
verdulero, cuando fue a retirar a su hijo a la escuela. Y el verdulero se
lo contó al panadero, cuando necesitó un kilo de frutillas para hacer
una torta de cumpleaños. Y el panadero se lo contó al carnicero,
cuando encargó unos miñones para los choripanes. Y el carnicero se lo
contó al barrendero, cuando pasaba su cepillo por el cordón de la
vereda. Y el barrendero se lo contó al policía, cuando daba la vuelta a
la manzana. Y el policía se lo contó a los bomberos, cuando venían de
bajar un gato de un árbol de la plaza.
Y... así, el barrio entero supo, al poco rato, lo que le pasaba a
don Braulio, y quien más quien menos quería hacer algo para
ayudarlo. Por eso, todos los vecinos se reunieron en la cancha de
fútbol del Club Social y Deportivo, que suspendió gentilmente el
partido de esa noche para ceder sus instalaciones. Estaban un poquito
amontonados porque la cancha no era muy grande. Pero nadie se
quejó por eso. El asunto fue ponerse de acuerdo. Cada uno tenía una
su gerencia, una propuesta, una idea... Estuvieron horas discutiendo (y
tomando mate con bizco chitos que llevó el panadero). Por fin, votaron
levantando la mano y decidieron que iban a hacer.
Una semana más tarde, don Braulio abrió temprano su ferretería,
como siempre. Le asombró que no viniera nadie en toda la mañana a
pedirle ni siquiera un metro de alambre o un par de clavos. Hasta que
llegó ella. Cuando entró en la ferretería, don Braulio pensó que
entraba la primavera, porque lo envolvió el perfume tibio de las flores.
Cuando la vio, a don Braulio se le cayó el destornillador que tenía
en la mano,
-Ana-dijo él sorprendido. - Pero ¿cómo...? Pasó tanto tiempo... Te
mandé varias cartas. Pero el correo me las devolvió porque la
dirección no era correcta.
-Porque me mudé - le explicó ella- Por suerte, tus amigos me
encontraron.
Y sí, los amigos eran los vecinos del barrio que habían recorrido
cielo y tierra buscándola, aunque solo conocían su nombre ¿Que quién
era? La primera novia de don Braulio y, además, su gran amor. Se
habían peleado hacia años por una tontería, pero don Braulio no había
podido olvidarla.
A los dos meses, don Braulio y Ana se casa ron. La fiesta fue en el
Club Social y Deportivo, porque invitaron al barrio entero y era el
único lugar donde cabían todos. Hubo choripanes y una torta de diez
pisos, regalo del carnicero y del panadero.
¿Que cómo supe esta historia? Porque alguien se la contó a la
modista, cuando estaba cosiendo un dobladillo. Y la modista se la
contó a la peluquera, cuando estaba poniendo unos ruleros. Y la
peluquera se la contó al florista, cuando estaba preparando un ramo
de flores. Y el florista se la conto a... Bueno, ya ni me acuerdo. Pero,
al final, alguien me la contó a mí.

También podría gustarte