Una de las costumbres del Oeste, que se convirtieron en ley, se
refería al cargo, poco grato, de enterrador. Le llamaban «Míster Death». Y en general era poco estimar do y, como habían tomado la costumbre de vestir de negro, solían separarse de él cuando entraba en algún local a beber. Era un cargo que, dependiendo del alcalde, no era éste el que le nombraba. Solía pasar de padres a hijos, y aunque era poco estimado, en ciudades populosas y en las que había muertos con frecuencia, por las peleas en los saloons, suponía un buen ingreso, porque nadie registraba a los muertos. Y todo lo que llevaban, si no tenían familia que se hiciera cargo de los gastos de entierro, pasaba a su propiedad para compensarle de lo que tenía que gastar en la caja o traje de madera, como llamaban cómicamente al ataúd. A veces, cuando el enterrador no quería seguir, solía traspasar el cargo, mediante una cifra acordada entre el que cesaba y el que adquiría el derecho de ejercer esa profesión. Tenían un sueldo por el ayuntamiento, pero cobraban a los parientes de los muertos las distintas tarifas, que imponían ellos, según la forma y calidad de las maderas empleadas en los ataúdes. Se comentaba, en Silver City, que el enterrador había traspasado su cargo a un forastero, mediante el pago de una cantidad. En uno de los muchos locales que había en la población minera, ultimaban el importe que debía pagar el que se iba a quedar con ese cargo tan desagradable. Pero tan necesariario —Tengo una colección «interesante —decía el que cesaba. —¿A qué se refieres? —A los objetos qué en los registros de los muertos he almacenado, y que he ido coleccionando, poniendo una etiqueta a cada objeto, para saber a quién perteneció. Y en unos libros curiosos, que he ido cubriendo con datos curiosos. En el tiempo que llevo en este trabajo, varios años ya, me entretenía en anotar en unos libros el nombre del muerto y del matador. Motivos de la pelea y lugar en que ésta sucedió. Empecé por distraerme, y luego lo he considerado como, una obligación. Tengo cinco completos. El sexto sólo tiene unas seis páginas. Si quiere, puede seguir llenándolo. Y se los vendo por diez dólares, los cinco. Y dos, por el que está en marcha. —Me quedo con ellos, —En esos cuadernos está reflejada media ciudad. Pero no hable de ello, porque le puede costar un disgusto. Hago comentarios en cada caso, y en algunos demuestro que no fueron accidentes ni peleas nobles, sino vulgares asesinatos. Y están relacionados los testigos de cada caso, a los que yo preguntaba, al ir a hacerme cargo de los muertos. Más adelante dijo: —Suelo pagar a unos peones para que abran las tumbas, y se encargan de manejar la tierra. Me cobran tres dólares por cada tumba. Pero me he evitado el trabajo más desagradable. —Si me dice quiénes son, seguiremos igual. Pagado el traspaso, fueron a visitar al alcalde para que supiera a quién tendría que pagar los cuarenta dólares al mes. El nuevo enterrador dijo al alcalde: —Tendré dos ayudantes, y deben cobrar lo mismo que yo, cada uno de ellos. Ya me ha dicho éste que suele haber bastantes muertes al mes. —Desgraciadamente es así. Hablaré con los compañeros, y ya le diré el resultado. —No creo se deba discutir cuando es para tener un buen Servicio fúnebre. ¡Es uno de los exponentes de la potencia económica de una población! Cuando abandonaban el despacho del alcalde, se había ultimado el pago de los ayudantes. Lo primero que hizo el nuevo enterrador fue visitar a un carpintero para contratar con él lo que le cobraría por cada tipo de ataúd, con objeto de que fuera más cómodo el tener almacenados unos cuantos de cada tipo. Y así no tendrían que trabajar ellos. No había más que partir de lo que le cobrara el carpintero para aumentar lo que considerase beneficio justo. —Y lo que, desde luego, hay que cambiar inmediatamente es el vehículo. Nada de furgón negro. Será un vehículo de color normal. Y nosotros vestiremos de cow-boys, como vamos ahora. Nada de uniforme negro. —Creo que ésa es una buena medida, que no me atrevía yo a adoptar. Porque todos, hasta ahora, vestimos siempre de negro. Estoy deseando quitarme esta ropa — decía el cesante—. Pero ¿qué va a hacer? ¿Va a cambiar de vehículo? —Lo pintaremos de. un color claro. Pero como la forma es tan especial, lo haremos en carros ligeros. Entoldados, y así nadie puede identificarnos, ni por la ropa ni por el vehículo. —Creo que son ideas acertadas. Más de una vez he pensado en ellas, pero no me he atrevido. La verdad era que estaba decidido, hace tiempo, a dejar esto. Y si no hubieras aparecido tú, lo habría dejado igual. —Pero así íe encuentras con un dinero que no habrías obtenido, de abandonar. —Pues estaba decidido. Así que debo darte las gracias por los dólares que me has entregado. —Si sé que pensabas marchar de todos modos, te habría ofrecido mucho menos. El que había sido enterrador durante irnos años, se dispuso a marchar. Estaba muy contento por lo que había conseguido por el puesto que, era cierto, pensaba abandonar. Entraron los dos en una cantina. La dueña, una muchacha joven, miraba al que acompañaba al enterrador y dijo: —Supongo que es el que dicen que se queda en tu puesto. —Así es — dijo el aludido—. Me llamo Benjamín Me Cloud. Ben para los amigos. —Creí que serías un viejo. —¿Viejo? ¿Por qué? —Porque, a tus años, no se comprende que te agrade enterrar... —Alguien tiene que hacerlo. ¿No te parece? —Pero no podía esperar que lo hiciera uno. tan joven como tú. Supongo que te ha engañado éste.' Ahora registran a los muertos antes de que llegue el furgón negro. Antes respetaban los muertos y no los registraban, pero ahora es distinto. —Pues deben volver a las buenas costumbres. Eso es robar al enterrador. Y no está bien. Tendré que hablar con el juez para que haga saber que han de respetar a los muertos. —No creo que consigas nada. —Debe obligar a que dejen tranquilos a los muertos. —¡Te has equivocado, muchacho! En lo que has tenido un acierto es en no vestir de negro como éste. —Tampoco habrá furgón negro. —Otra gran idea —dijo la joven, riendo—, ¿Sabes lo que hacían, cuando éste entraba? Se apartaban de él. No les agradaba estar a su lado. —Pues no eran justos. Los muertos no se pueden dejar en las calles ni en los locales. Y alguien ha de encargarse de que sean enterrados. —Pero no les agrada estar junto al que se habitúa a permanecer entre muertos. —'¡Que te hable él! —Por eso, yo vestiré de cow-boy. —Pero así que te conozcan, pasará lo mismo. Vas a ganar unas semanas, si acaso. Después, se apartarán de ti. —Que se aparten, pero que respeten a los muertos. Y que no les roben. —Eso no lo vas a evitar. —Si el juez me ayuda, ya lo creo. —Es que yo — dijo ella, sonriendo — conozco al juez. Para conseguirlo tenían que dar la orden Ken o Duff... Si, como supongo, no eres de aquí, me estoy refiriendo a los dos ganaderos que son quienes, en realidad, han sabido imponer «su» ley, que es la única que se obedece y acata. —No debes hablar así — dijo el enterrador, asustado. —No es un delito decir la verdad. Y este muchacho debe empezar a ir conociendo la población. —Vas a tener un serio disgusto. No creas que porque dicen que Duff anda tras de ti, te van a respetar. Si deciden destrozar este local, lo harán a pesar de Duff. Y si éste se cansa de lo que sueles decirle, será el que empujará a un castigo que sabes lo que puede ser. —No conozco este pueblo, ni sus problemas. Pero juzgando por tus propias palabras, entiendo que éste tiene razón. No debe hablar así. —No me conceden importancia. Y se ríen de mis insultos. —¿Ganas algo con ello? —La satisfacción de decir lo que pienso. —Terminaré por convencerte para que cambies... —No lo vas a conseguir — dijo el enterrador que cesaba. —¿Cuándo te marchas? —Mañana. No quiero estar un minuto más del necesario. Estaba deseando poder hacerlo. —¿Y qué vas a hacer? —Trabajar, lejos de aquí, de cow-boy. No quiero estar dónde me conozcan como Míster Death. —Pues a mi, no creo me importe me llamen así...—decía Ben. —Ya verás cuando pase una temporada, y quezal entrar en un local como éste, se aparten de ti, cuando te pongas ante el mostrador. No creas que, por no vestir como vo, te van a respetar. —No hay duda que no has hecho un buen negocio — decía la muchacha, riendo—. ¿Tendrás ayudantes? —Dos — dijo Ben—. No será como ahora. Voy a instalar una funeraria. Ya tengo nombre para ella. «El Descanso». Y se harán las cosas como en las grandes ciudades. Se expondrán los cadáveres una vez en el ataúd, hasta la hora del entierro, y allí, se podrán hacer los ejercicios religiosos que los familiares quieran o los amigos. Ya he hablado con el prior de los frailes. Y le ha parecido muy bien la idea. —Eso sí me parece una buena medida. Hasta ahora, se metían en una caja de cuatro tablas y se llevaban a enterrar. Creo que esos momentos merecen más respeto y más boato. ¿Tienes local? —El que deja éste, y que le he comprado también. Lo que haré es arreglarlo. Y arrinconar el furgón negro. Me he informado de que la gente, aquí, entendía como de mala suerte encontrarse con el furgón. Por eso no lo van a encontrar ahora. —Me parece que yo estaba' equivocado contigo. Vas a conseguir hacer de la muerte’ un buen negocio para ti. Entraron unos vaqueros, y uno de ellos dijo: —¡Vicky! ¿Es verdad que eres amiga de la muchacha de Garvín? —¿Myrna? —Sí. Así se llama. —¿Por qué lo preguntas? —Porque va a terminar muy mal. ¡Tiene una lengua... jY es su hermano, el que se va a encargar de ella! ¿Sabes lo que ha comentado, al saber de la costumbre que tenían los vaqueros del rancho de su padre de correr la pólvora? —Conozco bien a Myrna. Hemos formado en el mismo grupo, en las peleas. Era la más dura de todo el grupo. No creo que haya llorado una sola vez. Y se lleva muy mal con Lionel, desde que los dos eran así. —Ha dicho que la culpa de esos abusos es de la población. Que si les esperaran escondidos desde las ventanas, con un rifle cada vecino, sería cuestión de media- hora el acabar con todos. —Eso lo he dicho muchas veces yo. Y es verdad. No está tan lejos Tombstone. Había un equipo como el del padre de Myrna; Una noche quedaron en las calles, a disposición de Mister Death, catorce vaqueros. Y el dueño del equipo fue colgado. Así es como suelen terminar los que abusan. Claro que aquí se les teme, es verdad; y como no vale de mucho el ir a quejarse a las autoridades..., será lo que al final produzca una estampida... Y es lo que ha dicho Myrna, con mucha razón. —Pero no está bien que ella hable del padre y del hermano en la forma que lo hace. —Es una buena muchacha. —Pero tiene una lengua... —No es un defecto decir lo que se piensa. —A veces, sí. —Ella no cambiará — añadió Vicky. —Son muchos los que, en el rancho, desean castigar esa manera de hablar. —Pues te advierto que es muy buena, pero si se enfada... Lo que comentaban era cierto. Myrna se enfrentaba a su padre y a su hermano, diciendo las cosas por su nombre. Decían a Ken Garvín, unos visitantes: —Estaban reclamando, en el juzgado, los padres de una jovencita. Parece que Lionel ha tratado de abusar le ella: Y estaban los ánimos excitados. Menos mal que el juez, que es amigo tuyo, ha sabido conjurar el peligro. Pero si no aparece por el pueblo en dos o tres días, lavé, mucho mejor para él. —La han tomado con Lionel. ¡Todo lo malo se lo cargan a él! —No irás a decir ahora que tu hijo no es culpable. Sabes, y le ríes, que persigue a todas las muchachas del pueblo. Se comenta lo que le sueles decir, cuando te refiere sus hazañas. No lo ignoran, porque él gusta ir nacer saber que su padre está al lado suyo. Se enorgullece de esa confianza que le demuestras, al referirle que tú hacías, cuando tenías su edad... —No creo que sea un delito tan grave el que le gusten las muchachas. —Pero nada de abusar como él suele hacer. Y va siempre acompañado por los que le ayudan. —No hagas mucho caso. Lo que pasa es que, como bien que mi hijo tiene fortuna, le provocan para que pague indemnizaciones. Pero no pienso dar un centavo más. —Lo que tienes que hacer es reñirle, y que no cometa errores que pueden costarle muy caros. —¿Es que crees que habrá alguien que se atreva a enfrentarse a mí? ¡No te preocupes! ¡No lo harán! El amigo marchó, asqueado, y cuando entró en el local de Vicky, estaba muy enfadado. —¿Qué le ha dicho su amigo? — preguntó ella, burlona—. Le han visto cuando entraba en el camino de las viviendas. —Sí. He estado allí, pero no creo que tenga cura lo de Lionel. Y no la tiene porque el padre es peor que el hijo. —¿Es que eso puede ser novedad para usted? — añadió Vicky. Y se reía, mirando a Ben y a sus dos ayudantes, que habían entrado a beber. —No creí que Ken animara a su hijo para perseguir a las muchachas, pero parece que ríen los dos cuando Lionel refiere las dificultades frente a las que se resisten. —Lo sabe toda la población. Van a terminar colgados los dos. La muchacha va a volver junto a la tía. De seguir aquí, terminaría por ser la que disparara sobre Lionel. Este odia, cada día más, a su hermana. —Myrna le paga con la misma moneda. Es un extraño para ella. Y un extraño odioso y cobarde. Aunque tengo miedo por ella. Hay vaqueros de cien dólares. Y éstos pueden ser empleados contra la muchacha. —Me ha sorprendido Ken —añadió el ganadero que hablaba.
CAPITULO II
Ben estuvo leyendo los cuadernos entregados por el enterrador.
Le llevaron más de cuatro horas, en una lectura un poco a la carrera. Se dijo que tenía que leerlo con más detenimiento. Y al hablar con sus ayudantes, dijo: —Es un estudio meticuloso y detallado de gran parte de los vecinos de este pueblo. Supone un estudio sicológico muy profundo. Nos ha dejado unos documentos de gran valor. Y lo ha hecho porque no quería que se ignorase lo que él ha estado observando. Y después de los pocos días que llevamos, comprendo que esto no lo diera al sheriff ni al juez. Sabía que eso sería lo más estúpido que podía hacer, y estaba seguro de que podía ser un suicidio. Ninguna de esas autoridades se atreverían a enfrentarse a los que figuraban en esos cuadernos. —¿Figura lo que buscamos en esos cuadernos? —No se puede saber porque es de suponer que no tendrán, aquí, el mismo nombre y, si es así, lo que dice en esos cuadernos no tiene valor alguno. Pero nos va a servir para hacer una buena limpieza. Y en Santa Fe nos lo agradecerán. —¿Por qué no lo hacen ellos? —Porque se ha podrido la parte que debiera estar sana. El juez ha de estar sobornado o atemorizado. —Tal vez las dos cosas — dijo, riendo, Dick, uno de sus ayudantes. —Y al sheriff lo que le preocupa es que le paguen al mes, y tener gratis la bebida en todos los establecimientos de la ciudad. Con estas autoridades, no es extraño lo que el enterrador reseñó en estos cuadernos. No sospechan, los aquí incluidos, el estudio que ha hecho ese muchacho de cada uno de ellos. De quien habla muy bien es de esa amiga de Vicky, aunque añade que, de seguir así, acabará arrastrada y colgada por su propio hermano. Y de éste dice lo que él no podría sospechar, pero que me parece justo. La hermana, al parecer, coincide con él, y no se recata de decirle lo que piensa. —Te refieres a esa Myrna, de ia que habla Vicky. ¿No? —Sí. A ella me refiero. Asimismo, trata bien a Vicky. Pero añade que: «hay gavilanes sobre esa paloma». Teme por ella. —¿Y de los pistoleros, dice algo? —Hay una completa relación de ellos. Incluso no faltan los detalles de las muertes hechas por algunos de esos pistoleros. Hay tres de ellos que figuran con tres y hasta cuatro muertos, asesinados por cada uno de estos personajes, cuyos nombres quedan reseñados por él. —¿Y no les detuvieron, aun matando a varias personas? —Lo razona el enterrador. Los propietarios de los locales en que se dieron esos hechos, son muy amigos de las autoridades. Y han justificado esos crímenes como legítima defensa. Estos cuadernos han de ser documentos muy interesantes para el fiscal general. —¿Se los vas a entregar? —Primero nos servirán a nosotros de referencias admirables. Tengo la sospecha de que lo que buscamos está reseñado en estos cuadernos, aunque con distintos nombres. Estoy estudiando con detenimiento la vida de muchas personas que ha relatado ese muchacho. No podía sospechar, en él, que estuviera tan preparado, y estos escritos lo demuestran. Después de leer esto, no me sorprende que no quisiera seguir. Se ha visto marginado por la sociedad. Y se ha encerrado en sí mismo, observando y estudiando a las personas y al entorno que le ha rodeado. Creo que debo entregar esto al fiscal, lo antes posible. Y le encargo que hagan una copia para mí. En este estudio sicológico figuran personajes, que lo son en Santa Pe también. —Te comprometiste con él a ayudar a una buena limpieza. —Y tengo, en estos cuadernos, la mejor arma de todas las que podían ofrecerme. —Estamos deseando ponernos en acción. No va a ser sólo recoger muertos y prepararles su traje de madera. —Cuando llegue el momento, tendréis más trabajo del deseado — afirmó Den. En el rancho de Ken Garvín, las disputas entre los hermanos no cesaban. Ninguno de ellos callaba, ante las palabras del otro. Pero ella era mordaz y terriblemente agresiva. Completamente asqueada de su padre y hermano, marchó, sin terminar de comer, para dar un paseo que le tranquilizara. El cobarde de Lionel estaba detallando lo que había hecho con una muchacha. Detalles obscenos, sin tener en cuenta que ella estaba presente, Y tanto uno como el otro reían de esos detalles repulsivos. Y al otro día, -riendo, decía Lionel a Myrna: —¿Es que te asustaste de lo que refería a papá ayer tarde? Has pasado muchos años lejos de nosotros, junto a tu tía. ¿Es que nos vas a hacer creer que ignoras todo lo que yo refería? Pues los amigos no hacen más que decirme que tengo en casa un ejemplar admirable de mujer bella y hermosa. Y aunque seas mi hermana, he de admitir que es verdad. Te has puesto preciosa, y tienes un cuerpo..., que hace perder el sentido. Hay momentos que me olvido que si en realidad nos consideramos como extraños. —¡Qué cobardes sois los dos! De pequeños, te decía que terminarías colgado. Y lo que me sorprende es que aún no lo hayan hecho. Pero lo harán. Estás oyendo, papá, que me trata como si fuera una de las rameras con las que tiene relaciones diarias, por lo que te refiere tan ufano, aunque sus «hazañas» se encaminan siempre a niñas aún. —Es que eso es lo más apetecible — dijo cínicamente Lionel. —No comprendo que los padres y hermanos no te hayan matado aún. —¡Buenas palizas damos a los que protestan! ¿Es que no es un honor para esas familias, muertas de hambre, que yo me fije en uno de sus miembros? —No comprendo que ellas no te hayan disparado, escondidas, o te hayan clavado un cuchillo por la espalda. Y es así, o colgado, como vas a morir. —Tiene razón tu hermano. No debes ser tan moralista. La vida es la vida. Y hay que saber disfrutarla. Es lo que hace Lionel. Y eso no es un delito. —¿No os han dicho que sois repulsivos los dos? —¿Por qué has vuelto a esta casa? —Porque tu padre me ha escrito varias veces en ese sentido y con esa súplica…Ya veo que no has cambiado. Que. cada día eres peor y más cobarde. —Me vas a cansar y te daré una lección. —Más te valdrá que no me obligues a que haga lo mismo que cuando éramos pequeños: ¿Te acuerdas? Me pegaste mucho hasta que tuve edad, y me defendía muy bien. ¿Recuerdas las palizas que te he dado? Huías como lo que has sido siempre, un cobarde. Militabas en el grupo contrario al de Vicky y yo. Y llegabas señalado casi todos los días. Y nuestro padre, como buen consejero, te decía que, si no podías de frente, debías golpear con una piedra a traición. ¿Lo recuerdas tú, papá? —Es que debía hacerlo. Todos los días resultaba señalado. Y no se debe permitir que quede sin castigo la persona que golpea a otra, por ser más fuerte o más hábil. En ese caso, se le golpea por la espalda. —Aquellos consejos que dabas a este sinvergüenza, no los he podido olvidar nunca, y me demostraron lo cobarde que eras. Se lo he referido muchas veces a la tía, y ella se reía, diciendo que no le sorprendía nada que procediera de ti. —No me ha estimado nunca, pero tampoco la estimé yo. —No me quería — dijo Lionel—. Todo era para ésta... —Le diste mucha guerra. No hacías más que salvajadas. Debí matarte el día que metiste una serpiente en mi cama. —¡Buen susto te llevaste! — decía Lionel, riendo. —Si me llega a morder, la tía te habría matado. Sabes que te lo dijo. —Y me dio una paliza. Lo que siento es que fallé cuando disparé con el rifle, escondido entre unas rocas. Si hubiera sido hoy, no habría fallado. —Por eso te echó de allí. Y viniste con este consejero, que es peor que tú, con gran tristeza por mi parte. —¿Es que vas a consentir que te hable con esta falta de respeto? —No sé citar a las cosas más que por su verdadero nombre. Y repito que es una gran tristeza el pensar que vais a morir los dos colgados. Las autoridades que tenéis asustadas, o pagáis con esplendidez, serán cambiadas. Y la expoliación que estáis haciendo, con parcelas y minas, os llevará a la horca. Así como la anexión de terrenos a la propiedad ridicula que tenías hace años. Te has quedado con los pastos de los vecinos. Y has ido ensanchando tu propiedad de una manera enorme. ¡Todo eso... lo pagarás con la cuerda! ¡Y este cachorro tuyo, será linchado! —¿Por qué no te marchas con tu tía? —Es lo que voy a hacer. No creas que es agradable estar aquí. —¡No debiste venir! —Tienes razón. No debí pedirte que vinieras. No haces más que insultamos en todos sitios — dijo el padre. —¿Es que se puede hablar bien de vosotros? No creas que te estiman, ¡no es cierto! Te temen. Pero llegará un día en que se cansen, y entonces... ¡La cuerda! Estáis robando ganado y remarcando reses... Tus socios son como tú... y como esta alhaja que tienes por hijo. Dejaron de hablar, al oír unos gritos y risas mezclados con aquéllos. Los tres se levantaron de la mesa y, por la ventana, vieron a dos vaqueros que estaban dando con un látigo a un viejo que estaba caído en el suelo, y que era el que gritaba de dolor, y en demanda de ayuda. Myrna vio cómo su padre y hermano sonreían. —Es el padre de Esther — dijo Lionel —. Vendrá por dinero. Myrna cogió un rifle del armero que había en el comedor. Comprobó si estaba cargado, y salió corriendo. Y disparando al aire, gritó: —i Ya estáis soltando esos látigos, cobardes! —Venía a matar a Lionel. —¡Suelta el látigo! —¡Cuidado! Tienes el índice en el gatillo. ¡Se te va a disparar! Este cobarde venía a matar a Lionel... —¿Con qué iba a disparar? Con el dedo, ¿verdad? ¿Es que no habéis visto que no lleva armas? ¡Suelta el látigo! —Tienes que escuchar. Eres tú la que tiene que soltar el rifle. No creas que, por ser la hija del patrón —decía uno de los que se estaban riendo, del castigo—. ¡Debéis seguir dándole a ese viejo cobarde! Es su hija la que comprometió a Lionel, y ahora este tonto viene a matarle. Traerá un arma escondida. ¡Y tira ese rifle o...! Myrna disparó, y la frente del vaquero que iba a empuñar su «Colt» quedó destrozada. Los de los látigos soltaron éstos con rapidez. Estaban temblando. —Venía a suplicar a Lionel que deje tranquila a mi hija. Sólo tiene catorce años. No venía a matar a nadie. No llevo armas nunca. Lo saben todos, en el pueblo. —¡Suelta el rifle! — dijo otro vaquero, a la espalda de Myrna—. Te vamos a colgar. Myrna miró hacia atrás y, de pronto, se dejó caer de espaldas al suelo y disparó con una seguridad trágica. El impacto de la bala en el centro del rostro del vaquero que tenía el «Colt» empuñado hizo caer a éste, sin vida y de bruces. De un salto, se levantó para seguir disparando sobre los de los látigos, que habían conseguido empuñar, aprovechando la intervención del otro vaquero. Los otros que presenciaban el castigo, echaron a correr, gritando que ellos no tenían la culpa. El padre y el hijo quedaron asombrados de lo que había hecho la muchacha. —¡El culpable de todo esto es el cobarde de Lionel! —dijo ella. Y Lionel, al ver que iba hacia la vivienda, salió corriendo por la puerta de la cocina. El padre estaba temblando también. —¿Dónde está ese cobarde? — preguntó Myrna a su padre—. Ya le encontraré. ¡Hay que acabar con él, como se hace con los coyotes y con la cascabel! El apaleado se levantó, ayudado por la muchacha, que le dijo: —¡Márchese a su casa! ¡Yo me encargo de castigar a ese cobarde! No se hizo repetir la súplica. Tenía miedo a que reaccionaran los vaqueros, pues sabía eran pistoleros, la mayoría de ellos. Y sin que se le hubiera pasado el miedo, y con las señales del castigo, llegó al pueblo, y Vicky, que estaba a la puerta de su local, vio desmontar al apaleado, y se acercó para decir: —¿Qué le ha pasado? ¿Lionel? No ha debido ir a reclamar. —Iba a pedir qué deje, tranquila, a mi hija. ¡No iba a reclamar! —Es lo mismo. No ha debido ir. Vaya al doctor. Tiene usted muchas heridas en el pecho y en el rostro. —Gracias a Myrna. Me iban a matar a golpes de látigo. Es lo que estaban diciendo que iba» a hacer. Ella se ha enfrentado a esos cobardes y ha matado a cuatro, con el rifle que empuñaba — y ante los curiosos que se acercaron, explicó lo que había pasado—. El vaquero q"ue empuñaba estaba dispuesto a colgar a Myrna. Dijo que era lo que iban a hacer. —Tiene que estar loca, si se queda en el rancho —dijo Vicky—. Voy por ella. Pero cuando llegó, el padre de Myrna le dijo que la muchacha había marchado, después de matar a cuatro vaqueros. —¿Por qué permitían ustedes que castigaran, dispuestos a matarle a golpes, a quien venía a pedir a Lionel que dejara tranquila a su hija? —Ese viejo venia, a matar a mi hijo. —¡No mienta! —gritó Vicky—. Todos saben que nunca lleva armas. Y es un crimen lo que intentó, con esa niña de catorce años. No me sorprende que Myma sea la que mate a su hermano, que no la estima, que la odia. Y si no le mata ella, será linchado. —Lo que ocurrirá es que los muchachos van a matar a Myrna. No hace más que insultar a todos. —Debe volver con su tía. —Que lo haga cuanto antes. ¡O soy yo el que mato a esa salvaje! Ha matado a cuatro vaqueros. ¡No sabíamos que supiera disparar con el rifle! —Iban a disparar sobre ella. ¡Se ha defendido! ¿Por qué dejaban que mataran a ese viejo? —No le iban a matar. ¡Era él quien quería matar a Lionel! —¡Qué embustero cobarde es usted! Y Vicky saltó sobre su caballo y le espoleó. Ken levantó el puño y dijo: —¡Ya te darán a ti insultos! Van a dejar tu local como un desierto. Los vaqueros se acercaron a él para saber qué quería Vicky. Y les dijo que le había insultado. —No se preocupe, patrón. Nosotros nos encargamos del castigo. Se va a quedar sin local. Así aprenderá. —Hay que llevar estos muertos al pueblo — dijo Ken. Dos de los vaqueros se encargaron de ello. Los metieron en un carro y llevaron los muertos a la funeraria. Ben, que se había informado por Vicky y por el ganadero que oyó la versión del apaleado, se hizo cargo de los muertos, y preguntó a los vaqueros qué había pasado. Y los dos dijeron la verdad de lo sucedido. —Desde luego — manifestó uno de los vaqueros — era un crimen lo que hacían con ese viejo granjero. El hombre decía que quería pedir a Lionel que dejara en paz a su hija. Que era una niña. Y estaban dispuestos a matarle. Fue lo que pidió que hicieran Jeff, que suele ir con Lionel en los líos de mujeres. —Eso quiere decir que estos cuatro están bien muertos. —La muchacha se ha defendido como no era posible sospechar. Otra persona habría muerto. Eran tres los que iban a disparar sobre ella. Se presentó el sheriff, para interrogar a los vaqueros, que dijeron lo mismo que habían relatado a Ben. —Buck iba dispuesto a matar a Lionel — dijo el sheriff—. No sé por qué habláis así. —Porque nosotros lo hemos presenciado, y usted, no. —Pero yo sé que iba dispuesto a matar a Lionel, me lo dijo a mí. Así que nada de que no llevaba armas. La llevaría escondida. Han debido matarle. Y en cuanto a esa muchacha, que ha demostrado ser un pistolero con faldas, aunque viste de cow- boy, va a estar encerrada hasta que, en la Corte, se decida lo que se hace con ella. No importa que sea hija de Ken. —¿Es que no está oyendo — medió Ben — que lo que ha hecho ha sido defenderse de quienes iban a disparar sobre ella? —Lo que tienes que hacer, tú, es callar. Atiende a estos asesinados por ella y... —No sirve para sheriff—dijo Ben, al arrancar la placa de su pecho, y darle un golpe con la mano de canto en el cuello—. Creo que la ciudad me lo agradecerá. Los vaqueros se dieron cuenta de que estaba muerto, y miraron a Ben con respeto y temor. No comprendían que, con un solo golpe, hubiera matado al sheriff. Pero como, al caer, el sheriff se golpeó en la cabeza con la barra que había en el suelo, lo consideraron un accidente. Y así lo admitió Ben, aunque él sabía la causa de la muerte. Era un golpe que no solía fallar. Estos vaqueros fueron testigos de que se trataba de un accidente, diciendo que él enterrador no quiso matar, sino golpearle, por la discusión tenida. Duff Grant y Jacob Babbitt presionaron al juez para que nombrara sheriff a un vaquero del primero, y que éste, una vez nombrado, detuviera al matador del sheriff. Cuando Vicky supo lo que se proponían, dijo a un vaquero de Duff: —Los testigos han asegurado que fue un accidente. —Pero golpeó al sheriff... Y la hermana de Lionel va a ser detenida también. —¿Porque, al defender su vida, ha matado a cuatro cobardes? —¡Lo que tienes que hacer es callar! Vicky no quería seguir discutiendo.
CAPITULO III
—¡Es extraño esta tardanza! — decía Ken en la mesa, mientras
servía la comida la mujer que lo hacía a diario. —¿Es que no viene a comer Myrna? — dijo la mujer. —No lo sé...—dijo el padre—. No comprendo esta tardanza. —Es que tampoco ha almorzado aquí. Estará en el pueblo, con Vicky. —¡Cierto! No había pensado en ello. Estará con ella. —Lo que debe hacer es marchar. Y eso que los muchachos han acordado hacerle ver que es una mujer, y muy hermosa. Dos de ellos le han visto bañarse, y dicen que es algo sensacional. Son los que están más decididos a demostrarle que se trata de una gran mujer... —¿Estás loco? ¡Es tu hermana! —No digas eso. Si me encuentra aquí, después de matar a esos cuatro, me habría matado a mí también. —Han querido matarla a ella, y estaba indignada. Se le habrá pasado el enfado. —¡Los muchachos se encargarán de ella! Pero han cometido el error de decirlo hoy en el pueblo. —Pues si se entera Vicky, esos vaqueros tendrán problemas. Esa muchacha es capaz de levantar a la población. —No digas tonterías. ¡Ese local va a quedar bastante estropeado! —Creo que vas a cometer un grave error. —¿Cuántas veces has dicho que la ley, en Silver City, se llama Garvin? —Pero esa muchacha es muy estimada. Y castigarla a ella, lo considero una locura. —No te preocupes. Ya verás como no pasa nada. Y el nuevo sheriff va a detener a tu hija, por el crimen cometido por ella en este rancho. —¿Es que no sabes que los vaqueros que llevaron a los muertos aclararon que la culpa de haber muerto era de ellos? —Pero hay aquí muchos más testigos que dirán lo contrario. —No te metas en esos líos. —¿Es que crees que los compañeros de los muertos se van a quedar tranquilos? Y el sheriff está deseando demostrar que él no se detiene porque sea hija tuya. ¡Y le hace falta una lección! ¡Estará unos días encerrada! —Cuidado con excederse. Pero Lionel tenía razón, habían cometido el error de decir lo que iban a hacer con Myrna y con Vicky. Y ésta era muy estimada. Y varios vaqueros dijeron a la muchacha que debía ausentarse unos días. —No hay razón para que me marche — replicó ella —. Y si lo hiciera, tendría que quedarme por ahí. No me dejarían regresar. Hay mucho interés en que este local deje de trabajar. Lo aprovecharían sin perder tiempo. —Es que ese equipo salvaje... va a destrozar este local. —Pero si no he hecho nada. —Sabes que lo han comentado. —Lo sé, pero no creo lleguen a hacerlo porque no hay razón alguna. —Esos salvajes no necesitan razón alguna. Y el sheriff nuevo está deseando demostrar a sus amos que es el hombre que la ciudad necesita. Y al que van a detener es al enterrador. Dicen que asesinó al sheriff, y debe ser castigado. Va a tener que preparar su propio traje de madera. Y sus ayudantes serán los encargados de enterrarle. —La muerte del sheriff fue un accidente, pero de no haber sido así, era ia muerte más merecida. —Lo que tienes que hacer es callar. —No por eso dejará de ser cierto lo que he dicho, y lo que piensan en la población. Vicky, así que aparecieron los enterradores, les dio cuenta de lo que estaba comentando el nuevo sheriff. Le dieron las gracias. Y al salir los tres sonriendo, dijo Ben: —¡Ya sabéis! Armas, a partir de ahora. Y objetivo: el sheriff. Es un vaquero de Duff Grant. Cien dólares al mes de sueldo. —¿Es posible? —Es lo que el enterrador dejó escrito en sus cuadernos. Sus hombres son especialistas, y cobran esa cifra al mes. Hemos de lograr que sean varios los que lleven la misma placa, en una semana. —De acuerdo — dijeron los dos ayudantes. El sheriff visitaba el saloon de Sarn Carlton. Y conversando con el dueño, dijo: —Lionel está nervioso e impaciente. Quiere que su hermana sea detenida. —Es lo que debes hacer. Y nada de pagar comida. Deja que los muchachos la linchen. Es mucho lo que rabia de los amigos de su padre y de su hermano. Nos Jama cuatreros, y que hemos robado minas y parcelas. N'o conviene que siga hablando-así. Y a Vicky hay que darle un buen susto. —¡Ya lo creo! Susto de cuerda —dijo el sheriff, riendo—. Espero que los muchachos del rancho decidan el día que van a provocar el escándalo. Yo no me enteraré hasta que haya sido castigada. Y luego iré'a lamentar r.o haberme enterado antes, para evitar la muerte de la muchacha. Sam reía, complacido. —Me preocupa el juez—dijo el sheriff. —No temas. No dirá nada. Justificará, por la bebida, el exceso de los vaqueros. —¿Estás seguro? —Completamente seguro. Pregunta a Lionel o a su padre. —Pero a éste es posible que no le agrade lo de detener a su hija. —Es que fueron muchas las muertes que hizo. Y son sus vaqueros los que necesitan ese castigo. El domingo por la mañana, comentaban en casa de Sam; —¿Has visto a los enterradores? —¿Pasa algo? —Los tres llevan armas colgadas. Y cada uno de ellos se ha puesto dos. —¿Es posible? —No hay más que acercarse a la funeraria. —¿Por qué se habrán colgado armas? —Les han debido decir lo que ha estado hablando el sheriff. —No creo que el sheriff se asuste. —Yo creo que, para él, es una ventaja porque, si se oponen a la detención de ese muchacho tan alto, tendrá pretexto para usar el «Colt». Y no es un novato. —Pero no es lo mismo que si fueran sin armas. Sería más sencillo. —No lo van a evitar, por ir armados. Algunos vaqueros de Garvín, dijeron a Vicky quiénes eran los vaqueros de cien dólares, que pensaban aprovechar la detención de Myrna, para el linchamiento de la muchacha. Y dio los nombres de ellos. —¿Lo saben el padre y el hermano? —El padre, es posible que no lo sepa. Pero Liónel es el autor de la idea. —¡Qué cobarde! — exclamó Vicky. —Y tú lo que debes hacer es marchar irnos días. —Ya veré lo que hago. Los enterradores se informaron también de lo que pensaban hacer con Vicky. Y Ben, ese domingo, cuando cerraron el local, estaba de acuerdo con Vicky. Y la muchacha sanó, media hora después do cerrar, —No te ha visto Rose, ¿verdad? —No. Y me cuesta trabajo creer que ella esté de acuerdo con esos salvajes. —Sabemos que lo está. Márchate al rancho de Coal. Te estarán esperando. No te acompañamos porque tenemos que estar en la funeraria. Harán falta nuestros servicios. —¡Tened cuidado! Hay mucho pistolero en esos ranchos. —Debes marchar tranquila. Por la mañana, Rose, que era una de las empleadas de Vicky, estaba nerviosa. Limpiaba el salón con las otras dos compañeras y, pasada una hora, dijo: —Parece que Vicky.se ha dormido hoy. —No tiene prisa. El trabajo empieza bastante más tarde. Era casi día cuando cerramos. —Pero es tarde. —No te preocupes. Y atiende a la limpieza. No se tranquilizaba. Y al ver entrar a tres vaqueros de Duff, se puso más nerviosa. —Parece que madrugáis — dijo una empleada—. Estamos limpiando aún. Y no está el barman todavía. —No importa. Queremos que sea Vicky la que nos sirva. —No se ha levantado aún. —Pues que se levante. —¿Qué os pasa? ¿Es que habéis estado bebiendo ya? — dijo la misma empleada. —Es que queremos que nos sirva ella. Y que nos dé del mismo whisky que sirve a sus amigos. —Cuando yo digo que habéis estado bebiendo. Aquí no hay más que una clase de whisky, que se sirve a todos por igual. —Eso es lo que dice ella, pero no es así. A los enterradores, por ejemplo, les da otro especial. —¡No digas tonterías! —¡Rose! Di a Vicky que se levante, y que venga a servirnos. —Dejad a Vicky que duerma. Se ha acostado muy tarde. Se quedó haciendo cuentas, cuando nosotras marchamos a dormir. —¿No has oído, Rose? —Si está durmiendo... — decía Rose. —Que se levante. Es hora de hacerlo. ¿No estáis levantadas vosotras? —Si ella se acostó más tarde —añadió Rose. —¡He dicho que vayas a decirle que se levante! Esperaremos sentados. —¿Por qué no marcháis? — dijo la más amiga de Vicky—. Estamos limpiando, y nos estorbáis. Podéis regresar dentro de una hora, y ya estará levantada Vicky. —¡Ve por ella, Rose! —No comprendo esta tontería de que hay otra clase de bebida para los amigos. —Demasiado sabes que es así. Y ahora, vamos a beber nosotros de ése mismo. ¡Y nos lo va a servir ella! Unos clientes, sorprendidos de que hubiera bebedores a esa hora, entraron intrigados. —¡No es hora de servir! —dijo la muchacha—. Y no está el barman todavía. Estos han debido beber mucho. Y se obstinan en que les den de una bebida especial, que dicen guardamos para los amigos. —Ya verás como Vicky confiesa que es así. Los tres enterradores estaban escuchando, desde la puerta. —No creo que Vicky tenga distintas clases de bebidas— decía uno de los clientes. —Pues claro que no hay más que una clase de bebida. No sé por qué estos tres se obstinan en esa tontería. Salió Rose de las habitaciones. —¿Y Vicky? — dijo el que más hablaba. —No está... No ha debido dormir en su cama. Está sin tocar. —¡No es posible! —Hay que registrar la casa. Eso es que Rose le ha dicho que se esconda. Hemos debido ir nosotros por ella. ¡Registrad la casa! Los tres entraron en las habitaciones y, entonces, los enterradores entraron en el salón y se sentaron ante una mesa. Regresaron los tres, maldiciendo y jurando. —¡Rose! —gritó uno de ellos—. ¿Quién ha dicho a Vicky que íbamos a venir? —No creo que le hayan dicho nada. Habrá ido al rancho de Garvín. Suele ir a visitar a Myrna. —Myrna no se encuentra en su rancho. Han estado los vaqueros preguntando por ella — señaló Rose. Cuando los tres se sentaron, exclamó Ben: —¡Bertha! ¿Quieres llevar tres botellas y tres vasos a esa mesa? Los vaqueros se volvieron para ver al que hablaba. Y se sorprendieron de que fueran los enterradores quienes lo hacían, por lo menos uno de ellos. —No es hora — decía Bertha._ —No importa, mujer. Lleva las tres botellas. Estos tres están sedientos. Seis armas apuntaban a los tres vaqueros. —Esas manos muy altas — dijo Ben, acercándose y desarmando a los tres. —No íbamos a hacer nada a Vicky... —Ya lo sé. ¡Veamos! —y del interior de los chalecos, sacó armas que tenían escondidas—. Muy interesante. No hay duda que son unos valientes. Y como un loco, golpeó a los tres, empleando su golpe favorito de una eficacia enorme, aunque fuera trágica. Y como Rose pasara cerca, le dio con la mano del revés, haciendo caer a la muchacha. Los clientes se asombraron. —¡Esta cobarde es la que estaba de acuerdo con ellos! Iban a destrozar este local y a linchar a Vicky. Pensaban dejarla a ella de encargada. —No le golpees más. Hay otros sistemas de castigo. Un jinete volaba, media hora más tarde, hasta el rancho de Duff. Salió el capataz al ver al jinete. —Parece que vienes con prisa, ¿pasa algo? Porque no me irás a sorprender con la noticia de que, por no darles la bebida especial, han castigado a Vicky. Si se han excedido y matado a esa muchacha, será porque estaban bebidos. Después de todo, no era muy amiga nuestra... —¿Iban dispuestos a matar a Vicky? —Hombre. Todo depende de lo que ella haya hecho o dicho. —Ni ha hecho ni ha dicho nada. No estaba en el local. —¿Que no estaba? ¿A esta hora...? —Pues no estaba. Y los tres vaqueros de este rancho, y Rose, están colgando en la plaza. —¿Colgando? ¿Qué pasó? —Los enterradores... — y explicó lo ocurrido. —¡Qué torpes! Se han dejado sorprender por unos novatos. Pues cuando se enteren los compañeros, esos enterradores tendrán que ser enterrados. —¿Qué pasa? ¿Ya? --decía Duff, al aparecer en la puerta de la vivienda principal. —Les enterradores han colgado a los tres y a Rose. —¡No es posible! —Les enterrarán mañana. —¿Qué ha pasado? Explicó el capataz lo que el vaquero le había dicho a él. —Llama a los muchachos. ¡Que vayan por esos enterradores! Fue el capataz a la casa de los vaqueros, y regresó a los pocos minutos, diciendo: —Los muchachos dicen que vayamos nosotros dos. Que ellos no tienen nada contra esos enterradores. Y que si han matado a esos tres, han hecho bien. Ellos iban a matar a una mujer. —No pueden hablar así. Despide al que no quiera ir. —¡No se moleste, patrón! — decían los vaqueros, saliendo—. Ya nos está pagando. Nada de despido. Nos vamos voluntariamente. —Han matado a tres compañeros... --Han matado a tres asesinos tontos. ¡Pero pueden ir los dos para castigar á sus matadores! —¿Cuánto les ofreció por ese trabajo? — preguntó uno. —¿Es que no vais a castigar a vuestros amigos? —No. No vamos a castigar a ninguno. Ustedes son los que les enviaron. Es a los que corresponde ese castigo. —Cien dólares al que mate a esos enterradores. —¡No nos gusta esto! Dos mujeres sentenciadas por unos cobardes. —No se hable más. Que nos paguen. —No tengo dinero aquí. —Vamos al Banco, y nos paga en la ciudad. —Creo que debéis pensarlo. Os pago bien y... —Pague y acabe de una vez. Nos vamos todos. No nos vamos a quedar. Así que no hable más. —No creí que fuerais tan cobardes — dijo el capataz, al que atendían, minutos más tarde. Duff se metió en la casa, y cerró por dentro. El capataz tenía el rostro que no se le podía reconocer. —Esperamos para ir al Banco —dijo uno. Duff abrió la puerta y dijo: —Es posible que me llegue para pagar, con lo que tengo aquí. No creí que era tanto. Una vez que cobraron, ios vaqueros se marcharon del rancho. Duff se quedaba, maldiciendo e insultando, y atendieron entre él y las mujeres al capataz, que no hacía más que quejarse. Eran dolores casi insoportables. —¡Son unos cobardes! ¡Tanto hablar! — decía el capataz. Para Duff era un problema la falta de vaqueros. En el pueblo, la mayoría de la población contemplaron las cuatro colgaduras. Lo que sorprendía era lo de Rose. Pero las compañeras hacían saber que estaba de acuerdo con esos pistoleros para matar a Vicky y quedarse ella con el local. Uno de los curiosos era Lionel. Al que acompañaba uno de los vaqueros de su equipo. —¡Vaya unos enterradores! Se fabrican su propio trabajo—dijo uno, al lado de ellos—. Pero esos cuatro están bien colgados. —Vendrán los otros —decía Lionel, sonriendo—. No se van a quedar sin castigo.
CAPITULO IV
—No me gusta que Myrna no haya venido aún —dijo Ken—. Y
ya sabemos que no estaba con Vicky. ¡Vaya matanza que han realizado los enterradores! ¿Qué hace el sheriff, de quien hablabas con tanto entusiasmo? —Es que el hecho de llevar armas escondidas es lo que ha hecho que comenten, la mayoría, que estaban bien muertos. —¿No iba a detener a tu hermana? ¡Cómo estará Duff! Dicen que se le han marchado los vaqueros, por querer que castigaran a los enterradores. —Eran unos cobardes. —Ha sido un mal paso para Duff. Se ha descubierto como no interesaba lo hiciera. Y es que está muy despechado y odia a Vicky. Esa ha sido la causa de que quisiera que se le castigara. Seguían hablando entre ellos, de los hechos en el pueblo. Y al mirar a través de la ventana, dijo Ken: —¡Militares! ¡Vienen unos militares! Se levantó Lionel para confirmar lo que decía su padre. —El mayor Latimer. Es el que viene a la cabeza. —Y tu hermana, al lado de él — añadió Ken, muy nervioso. Los dos salieron para saludar aí mayor, y con cariño a Myrna, pero ésta dijo: —No vais a engañar al mayor. Sabe lo cobardes que sois y lo que habéis acordado con el sheriff. —Sargento — dijo el mayor—. Hágase cargo de esos dos cobardes. —Decían que no te iban a hacer daño. ¡Sólo darte un susto!— exclamó el padre. El mayor le dio con la fusta. —¡Cobarde! Sabía que iban a linchar a su hija. ¡Y lo consentid! Lionel trató de escapar, pero los soldados lo impidieron, y todos los vaqueros estaban siendo desarmados y entre ellos se acusaban, poniendo al descubierto los que estaban de acuerdo con Lionel para linchar a Myrna. —¡Unas cuerdas! — pidió el mayor. Los soldados, que tenían los rifles en las manos, dispararon sobre cuatro que trataban de usar sus armas. —No les mate — decía la muchacha, por su padre y hermano— . Es posible que cambien. —Sabes perfectamente que no cambiarán. Pero no les mataremos. Serán castigados para que me recuerden. Fueron colgados boca abajo, en paños menores, y, con látigos, les dejaron el cuerpo en carne viva, pues, la piel se la llevaban los látigos. En el rostro, en la espalda y en el pecho. Los vaqueros que no fueron muertos escaparon con lo puesto. No querían dar tiempo a los soldados a fijarse en ellos. —La muchacha se ha informado de lo que pensaban hacer, de acuerdo con el sheriff — decía uno de-los que escapaban. —Y los militares han venido, dispuestos a colgar. Y toda la culpa es de Lionel, que odia a su hermana. El cocinero y Myrna descolgaron a su padre y hermano. Los dos estaban sin conocimiento. Y se asustó, al temer que estuvieran muertos. Al abrir los ojos Lionel, no daba crédito a lo que veía. —¡Te he de matar! — dijo, al ver a su hermana. YMyrna, furiosa, le golpeó con la fusta. —¡Cobarde, asesino! Aún te atreves a decir que me vas a matar. El cocinero y Myrna llevaron en un carro a los dos heridos y a los cuatro muertos. Cuando llegaron al pueblo, aún estaban colgando el cuerpo del sheriff y del comisario que él había nombrado. Los enterradores habían arrastrado al juez. Y el doctor, al ver al padre y al hijo, protestó del trabajo que habían echado sobre él. —Ayer, eran los dueños de la ciudad...— decía el doctor, riendo. —Esos enterradores están dando guerra. —Y los militares. Me han dado un trabajo en el que no podía pensar. Y menos que se tratara de las personas que están heridas y necesitadas de mis servicios. Se ha estado diciendo, durante mucho tiempo, que la ley, en Silver City, sólo tenía ei nombre de Garvín... Y ahora, el propio Garvín está con el rostro lleno de heridas y cuando cure, estará lleno de costurones, que le deformarán el rostro por completo. No se conocerá, si se mira al espejo. No habrá nada de lo que era antes. —Y lo que parece que le ha enfurecido es que los vaqueros no han querido obedecer las órdenes que les daban. Y se le han marchado todos los que tenía, y que tanto han estado asustando. Cuando el doctor terminó de coser y curar heridas, estaba rendido. Y los curados, en un puro g^ito. No se oían más que juramentos, entre los ayes de dolor. Pero no por ello dejaron de presionar al alcalde para que se nombrara sheriff a un nuevo vaquero, esta vez, del equipo de Babbitt. Cuando Ben y sus amigos se informaron, como tenían los cuadernos del enterrador, en el que figuraba ese ganadero como lo que era, se echaron a reír. —No quieren dejar de tener el sheriff amigo. —Llegará el nuevo juez y todo se reformará. —¿Has leído el periódico? — dijo Dick Fairbanks, uno de los ayudantes de Ben. —No. ¿Qué pasa? —Ese periodista está preparando el ambiente sobre una mina, que da a entender fue abandonada de modo deliberado, dándola como agotada, para más adelante volverla a abrir, y en la que parece se ha hecho un gran descubrimiento. —Es posible que aquí estén nuestros hombres... Eso es lo suyo. ¿De quién es esa mina? —Por lo que dice el periodista, parece que sigue siendo de la West Minning. De la que han de quedar pocos accionistas. Hace tiempo que no se cotiza en la Bolsa. Propone el periodista que se haga una llamada a esos accionistas porque surgirán opuestas actitudes, cuando se presenten las primeras ofertas de otras Sociedades. Sólo pueden decidir los accionistas. Debes leer lo que ese periodista ha escrito... Y no será lo último que aparezca en el periódico, en relación con ese nuevo hallazgo, en una mina abandonada. —No caerán en la trampa. Se ha abusado de las minas resucitadas para emitir acciones. Ya no es sencillo que se pueda vender más de media docena de acciones. Y lo primero que han de conseguir es reunir a los que formaban el Consejo de esa Sociedad. Y de encontrarles, que sigan teniendo derecho a formar parte del mismo. Y para ello, han de presentar el número suficiente de acciones. —Estaremos atentos .. Si han empezado a mover las aguas de la curiosidad, ha de ser porque ya tienen trazado el sistema a seguir. Ben recordaba que en uno de los cuadernos del enterrador, y con motivo de la muerte do un forastero en el local de Kurt Durland, había escrito algo en relación con esa Sociedad, la West Minning. Repasó los escritos del enterrador. Y después de varias horas, encontró lo que buscaba. El muerto, forastero, había preguntado por las oficinas de esa Sociedad. De la que hacía años no se habló nada. El comentario del enterrador era que la causa de esa muerte debía estar relacionada con esa Sociedad, a la que pertenecían un grupo de minas, en las que no se trabajaba. Algunas de las minas de la referida Sociedad debían haber sido anexionadas a otros grupos mineros. A los que el enterrador acusaba de esa muerte. Después de leído lo que decían esos cuadernos sobre la West Minning, dijo Ben: —Hay que vigilar a Kurt. Sospecho que ha de ser en ese local donde, a partir de ahora, se hablará de la mina del hallazgo. Y van a convocar una reunión de accionistas. —¿No es ésa la Sociedad de que habló Gardfield? —Por eso me preocupa lo que, de ahora en adelante, se comente sobre esa Sociedad. —No encontramos nada que se relacione con lo que nos interesa. Y de seguir así, tendremos que marchar. —Nos pidieron, en Santa Fe, que hiciéramos lo posible por depurar esta población. —Un pueblo que permite la imposición de equipos como el de Garvín, merece lo que le pase. —No creas que era sólo Garvín... —Ya lo sé. Estos cuadernos son un firme testimonio de ello. Están unidos a Garvin: Duff, Jacob y Henry Kenton. Y si os fijáis con atención, veréis que estos ganaderos están unidos en asuntos mineros que, a mi entender, es lo que en realidad les interesa a ellos. El asunto ganado parece secundario para ellos, aunque no hay duda que han de estar robando ganado también. —Antes de que decidamos abandonar, esos ganaderos y mineros deben ser castigados. —Esperaremos a ver qué es lo que persigue ese periodista. Que es una de las personas a quien el enterrador acusa, en sus escritos, como el cerebro de esos grupos de asesinos. Le dedica varias páginas de uno de los cuadernos. Y llega a la conclusión de que se conocieron lejos de aquí... Supone que debió ser por California o Nevada. —Sería conveniente escribir a Sacramento y Carson City. Un grupo así, y que estén ligados a algún periodista, no será difícil descubrir. —Pero antes tendríamos que averiguar qué clase de personas son esas autoridades que tendrían que informarnos. —No hay que pensar que en todas partes va a suceder lo que aquí, con las autoridades. —Y eso supone una espera. —Que está de acuerdo con lo que nos pidieron y ofrecimos: Limpiar esta ciudad, monopolio hasta ahora de un grupo de asesinos y granujas. Al final, convencieron a Ben. Y una semana más tarde no hablaban de abandonar. Seguían de enterradores y, desde luego, había disminuido el número de víctimas. Al cabo de una semana más, ya se rumoreaba algo de acciones. Pero hubo un gran desconcierto en algunos medios de la ciudad. Los que esperaban, confiados en el nombramiento de un juez amigo, se sintieron desairados, y culpaban a los amigos de Santa Fe. Les afectaba más esta decepción porque les había asegurado que enviarían a la persona deseada por ellos y recomendada al Fiscal. Acudieron a la casa de Garvin, que empezaba a poder moverse, aunque a costa de muchos dolores. El hijo estaba peor. La reposición de la piel que le faltaba era más lenta de lo supuesto. Y a causa de sus dolores, el odio a su hermana se había incrementado. La muchacha seguía en el fuerte, invitada por la esposa del mayor. El matrimonio aconsejaba a Myrna que volviera con su tía. —Es lo que haré — decía Myrna —. Temo que sea mi propio hermano el que ordene que disparen sobre mí. El mayor decía a su esposa, al estar solos: —No me he atrevido a decir a Myrna que el enemigo más peligroso que tiene es su padre. No le perdona que nos haya mezclado a nosotros en todos los negocios sucios que dominaba. El temor a los militares está destruyendo verdaderas fortalezas de pistoleros y ventajistas. Todos ellos, orientados y dirigidos por esos granujas. Los dos van a terminar colgados. —A quienes parece que tienen miedo, en el pueblo, es a los enterradores. —Mataron a unos pistoleros. Y colgaron al sheriff, que era un granuja, y a una empleada de Vicky, que estaba de acuerdo con esos pistoleros para asesinar a Vicky, y que le dejaran a ella al frente del local. Y arrastraron al juez... Ahora están muy contrariados, según comentan en casa de Vicky... Esperaban a otro juez, del que parece que va a llegar a la población. —¿No crees —decía la esposa —que Vicky debiera marchar de Sil ver City...? —Se lo hemos dicho, Ben, el jefe de los enterradores, y yo. Pero es muy tozuda. Si conseguimos hacer marchar a Myrna, es posible que se lleve a Vicky con ella. Y eso que mientras sepan que es amiga nuestra, será respetada. Pero estaríamos más tranquilos todos, si vendiera el local. -—La muchacha está ganando dinero con ese saloon. —Pero es que el ambiente está muy cargado. Y ella sabe que tiene enemigos peligrosos. Uno de esos pistoleros puede disparar sobre ella y desaparecer de esta zona. —Debéis insistir junto a ella. —Nos cansamos de hacerlo. Insiste en que no pasará nada. Me decía ayer que si es verdad que el juez que envían no es el que ellos esperaban, la situación cambiará mucho. Y que si ese juez se hace amigo de ella, teniéndonos a nosotros y al juez, no se moverán. Le he dicho que no debe fiar demasiado. Aunque la verdad es que la ciudad ha cambiado mucho. Lo comentaba Ben, el enterrador. Dice que ha descendido el número de víctimas, de una manera muy notable. Y añadía que, si se descubre a los ventajistas y se cuelgan unos cuantos, la tranquilidad se hará efectiva. Es posible que tenga razón. —Ese Ben y sus ayudantes, nos tienen intrigadas a Myrna y a mí. —¿Intrigadas? —Sí. —¿Razón? —Pues el caso es que no sabemos decir por qué... Pero es cierto que no comprendemos que ese Ben, sobre todo, sea enterrador. ¡No lo comprendemos...! —¿Y qué es lo que tenéis que comprender? —Es que no parece el hombre adecuado para un trabajo tan desagradable como ése. No suelen ser gratos a las poblaciones. Y dicen que los bebedores, en los locales, se retiran de ellos, al darse cuenta de lo que son. Y eso que éste no viste de negro, como estamos acostumbradas a verles. Y hemos observado, las dos, las pocas veces que hemos estado cerca de ellos, que no son vaqueros vulgares ni hombres rudos. Sus modales son los que nos tienen intrigadas. Ben parece un caballero. Y Vicky asegura que lo es. —¿Vicky? —Sí. —Bueno... Es que para ella han de parecer lo mejor del mundo. Fueron los que castigaron a quienes la iban a matar. —Eso es verdad — dijo la esposa, riendo—. Pero nos siguen intrigando esos tres. —Han quitado la espectacularidad de antes. Furgón negro y hombres vestidos de negro. —Pero siguen siendo enterradores. El mayor sonreía, al ver retirarse a su esposa. Acababa de decir una gran verdad. No podía contar a su esposa la razón, que él conocía, de estar de enterradores. Y le hacía gracia que las mujeres, con su perspicacia, hubieran captado que no era normal y que no se asociaba con lógica, la manera de ser, con el trabajo a realizar. De acuerdo con el coronel, que odiaba a los ventajistas y estimaba a Vicky, solía visitar el pueblo. Y siempre se encontraba con Ben. Le dio cuenta de la conversación con su esposa, cuando se encontraron tras lo hablado por ella. Y Ben reía de buena gana. —Creo que puedes decirle la verdad, ya que estoy seguro se puede confiar m ellas. Así, las tranquilizas y dejan de hacer conjeturas. —No lo he hecho porque no estaba autorizado por ti, pero, desde luego, se puede fiar en ellas. —¿Se sabe algo del nuevo juez? —No he oído comentar nada. Lo que me tiene preocupado es el asunto del periódico. Está haciendo un ambiente que va a desembocar en una emisión de acciones. Espero respuesta a las cartas que he escrito a California y Nevada. —Sigues al pie de la letra los comentarios del enterrador que marchó. —Es que he observado que era un buen sicólogo y agudo espectador. Hasta ahora el retrato que hizo de varios ganaderos ha sido un estudio exacto. Y si sospecha que lo que interesaba a estos ganaderos-mineros, era lo segundo más que lo primero, empiezo a estar tan seguro como él. —¿Y de lo que veníais buscando? — Sinceramente, creo que es un fracaso total. Se engañaron o nos engañaron. Aunque espero noticias de esos lugares a los que he escrito, detallando este grupo. Y la referencia que más fuerza tiene, a mi juicio, es lo del periodista. Me he informado de que ese granuja llegó poco después de haberlo hecho Duff. Y del padre de Myrna, sé lo que ella ha comentado. Su padre y hermano estuvieron ausentes de aquí hasta que apareció el primer oro. Entonces regresaron ai rancho, que tuvieron abandonado, en manos de un capataz. —Es cierto que ella sospecha que esos ganaderos han debido ser conocidos de su familia, lejos de aquí... — declaró el mayor—. Te diré más. Creo que ella sabe cosas de ellos, que no se atreve a confesar. Y que el llamarles atracadores, ventajistas y asesinos se debe a que sabe lo que no se atreve a decir a los extraños. —Tal vez tengas razón... Y por eso hay momentos en que desea marchar cuanto antes con su tía, que es en realidad la que le ha criado. Esa tía no quería que fuera a ver a su padre, y menos, que se quedara a vivir con él. Y se ha convencido de que no eran celos lo que le aconsejaba hablar así de su padre. Afirma que ahora se explica por qué tenía miedo de ese viaje a Sil ver City. —Y lo que debe hacer es volver* con la tía. —Y si se llevara a Vicky, sería un acierto. —Va a ser difícil sacar a Vicky del pueblo. Y eso que ha de tener ahorros, y con lo que sacara de la venta... —¡No marchará...!
CAPITULO V
Los enterradores solían estar ante el local de Vicky, frente a la
Posta, a la hora de las llegadas de las diligencias. En ese momento, llegaba la del Sur. En la Posta eran bastantes los curiosos. Les entretenía ver la llegada y la salida de la diligencia. John Ferris, uno de los ayudantes de Ben, se enderezó, envarando su cuerpo al ver descender de la diligencia a uno de los viajeros. —¿Qué pasa, John? — dijo Ben. —¿Quién es ese que saluda al viajero que acaba de descender? —No lo sé. Preguntaré a Vicky. —No preguntes nada. ¿Sabes quién es el viajero? —No. —Glass Red... —¿Es posible? ¿Tendremos suerte, al final? —Hace mucho que no se sabía nada de él. La empleada de Vicky, que se asomó a la puerta para ver la diligencia, dijo: —¿Han descendido muchos forasteros? —No conocemos a los de la población todavía. Sólo han descendido un matrimonio de alguna edad, y ese que habla con ese vaquero. ¿Dónde trabaja? —¿Es que no le conocéis? Es el capataz de Kenton, Bert. Claro, no suele venir a este local. Prefiere el de Gretta. —¿Dónde está ese local? —No es un local propiamente dicho. Es un refugio de mineros. Pero, en realidad, es un perfecto saloon. Bebidas. Empleadas y juego. —¿Por qué le llaman refugio? — preguntó Ben. —Porque allí se hospedan sólo mineros. —Lo que quiere decir que es hotel y saloon, como si se tratara de otro del mismo tipo, pero con la diferencia de que los huéspedes son siempre mineros. —Así es. Y en realidad, tiene mala fama. —¿En qué sentido? —En el de las empleadas... No son-muy respetuosas con las leyes de la moralidad y del decoro. —Comprendo — dijo Ben, riendo —. Lo has definido muy bien. El capataz de Kenton y el viajero se marcharon. —¿Está lejos ese refugio? — dijo Ben. —Creo que es el que está a la espalda del Ayuntamiento. —Vamos a hacer una visita. ¿Crees que te podrá reconocer? —No lo sé. Pero puede existir ese peligro. —No entres con nosotros, entonces. —¿Para qué vas a entrar? ¿Para que se dé cuenta de que les has visto hablando en la Posta? —Tienes razón. Iba a hacer una tontería. No es mucho lo que sabemos de ese ganadero. Y no creo que haya nada sobre él en los cuadernos. Lo recordaría, de haber leído ese nombre. Tenemos que hacer una investigación discreta, y sin que puedan sospechar que nos interesa. —Tal vez Vicky pueda informar... Ben no perdió mucho tiempo. Así que estuvo frente a ella, dijo: —¿Conoces al ganadero Kenton? —Sí. Ha sido uno de mis admiradores, pero hace tiempo que no aparece por aquí. Se enfadó conmigo, se convenció que no iba a sacar nada, y decidió retirarse. ¿Por qué te interesa? —Porque he oído hablar de él, y no recuerdo haberle visto. — Creo que es más minero que ganadero, aunque tiene un rancho. Creo que forma parte de varias sociedades mineras. —¿Es de aquí? —No. Creo que vino con los buscadores. Tuvo suerte, y compró el rancho que posee. Forma parte de las sociedades más importantes. No creo que con el ganado haga algún negocio. Le sirve de distracción. Es una buena persona. Y se le estima en la ciudad. —¿Mucho ganado? —No creo. Claro que no lo sé. —¿Y se cansó de hacerte el amor? —Lo han hecho varios. Pero él no se enfadó violentamente, al menos, no me dijo nada. Se retiró y nada más... —¿Sabes cuántas sociedades mineras hay aquí? —El número completo no lo sé. Pero conozco cuatro, que son las más importantes. Y en ellas, Kenton tiene intereses. —-¿Qué sabes de una nueva mina, de la que hablan con elogio? —No es una mina nueva. Y yo, desde luego, no emplearía un solo dólar en ella. Y por lo que dice Andy, sospecho que van a lanzar acciones — y se reía. —¿De qué te ríes? —De lo que dice Andy en el periódico. Lo han comentado algunos... —¿A qué Sociedad pertenece ese descubrimiento? —Es una historia muy curiosa... Parece que, hace años, alguno de los técnicos que trabajaban en ella, dijo que había que abandonar. Y así lo hicieron.' La noticia que dieron era que estaba completamente agotada, y que no merecía la pena seguir trabajando en ella. Pero dicen que la verdad no era ésa. Que el técnico quería volver a ella cuando la hubiera comprado: Pero no consiguió comprar ni intentarlo. Murió antes de poder hacerlo. —¿Y cómo saben que era eso lo que intentó? — Lo comunicó a un amigo que es el que, al parecer, ha redescubierto el oro. —¿Y ha comprado la mina? —Parece que sigue perteneciendo a la Sociedad, la West Minning. Y ahora tratan de convocar a los accionistas que quedan... Quieren volver a resucitar esa Sociedad... —¿Muchos accionistas... ? —Uno de los más importantes dicen que es míster Kenton. Hablan de que será el presidente, por el número de acciones que tiene. ' —Pero has dicho que no gastarías un dólar en acciones. —Puedes asegurarlo. —Y eso que conoces a ese caballero. —Ya otros que formarán parte de esa Sociedad... ¡Pero he visto muchos fracasos en la compra de acciones! —No hablarás así delante de ese ganadero, ¿verdad? —También puedes estar seguro. —No se ha hablado de acciones, ¿verdad? —Pero lo harán. Conozco los sistemas de campañas preparatorias. Ben sonreía cuando Vicky, para atender a unos clientes, se separó de él. Glass Red fue recibido por Gretta, con una sonrisa agradable. —¡Hola, Gretta...! ¡Hacía tiempo que no nos veíamos! —Te veo muy bien, Red... Parece que no pasa el tiempo por ti. —Sabes halagar. He cumplido los treinta y cinco. Ya me voy haciendo viejo. Y eso que un día, ante ti, me vaticinaron que no llegaría a los treinta, sin haber sido colgado. ¿Te acuerdas? —Perfectamente. ¿Qué te trae por aquí? ¿Hollster? —No conozco ese nombre. —Comprendo. Perdona. —¿Habitación? —La doce. —¿Pago adelantado? —No cuenta contigo. —¿Precio...? —Especial para ti, pero sin comentarios. Dos dólares al día. —Gracias. Voy a lavarme y a descansar. Vengo rendido. Que me avisen para comer. Lo he hecho en las Postas, pero es poco recomendable. —Te avisarán. ¿Si vienen a buscarte? —Que esperen a que despierte. Sólo se me debe despertar para comer. Cuando subió el viajero hasta su habitación, que estaba en el primer piso, una empleada se acercó a Gretta para decir: —¿A qué viene Red? —¿Es que le conoces? —Hace unos años. El año que ganó los «Colt» en el ejercicio. Ya he visto que los conserva. Le he visto con el capataz de Kenton. ¿Llamado por éste? —No lo sé, ni nos interesa. —Tienes razón — y la empleada se separó de Gretta. Lamentaba haber dicho que conocía a ese viajero. Estaba segura de haber cometido una grave torpeza. Y pensó en abandonar esa misma noche el refugio. No ignoraba que estaba en un inminente peligro. No debió preguntar si ese pistolero había sido llamado por Kenton. Al que conoció, años antes, con el nombre de Hollster. Y eso que había dado el nombre de Kenton, al referirse al capataz y a él. Mientras atendía a los clientes, de una manera mecánica, no hacía más que pensar en la forma de marchar, sin llamar la atención con éxito. Sin desatender a sus clientes, estaba pendiente de Gretta. Y al ver, minutos más tarde, que ella recorría las mesas de juego y se detenía para hablar con uno de los jugadores habituales, le tembló el cuerpo. Seguía pensando dónde podría ir. Y se hacía más urgente la necesidad de escapar. Tenía la más completa seguridad de que estaba encargando se ocupara de ella. Pensó en Myrna y en Vicky. Pero la primera estaba en el Fuerte, y éste se hallaba lejos. Claro que podría montar en el primer caballo que hubiera a la puerta. No pensaba robarlo. Pero sonreía al pensar que, con un caballo, si ganaba varias horas, iba a ser muy difícil que le dieran alcance. Y de pronto, se quedó paralizada. Acababan de entrar dos de los enterradores. Y se quedó mirando a Ben. Una sonrisa de satisfacción llenó su rostro. Supo acercarse a ellos, y les dijo si querían sentarse. Pero añadió con rapidez: —Acepten sentarse. He de hablar con urgencia con los dos. ¡Cuidado, que viene la dueña! ¡No me descubran...! —Pues no creas que nos iría mal estar un poco sentados — decía Ben a la muchacha, sin fijarse en Gretta. —¡Nada de sentarse aquí! — ordenó Gretta, al acercarse. —¿Qué pasa? ¿Es malo nuestro dinero? —Pero no me gusta que los enterradores, aunque vistan de cow-boys, alternen en esta casa. —¿Qué te parece, John? ¿Lo mismo que con Rose? Gretta, asustada, dio media vuelta y corrió para dirigirse a las habitaciones interiores. John y Ben sonreían, al ver el miedo que llevaba. La empleada habló con rapidez, ya que estaban pendientes de ella, el jugador al que Gretta había hablado, y el barman. —Le han debido reconocer, Me Cloud—dijo con rapidez—. Han mandado llamar a Glass Red... Está hospedado aquí — y añadió la torpeza cometida—. Ahora ya sé para qué le ha mandado venir Hollster. —¿Hollster? — dijo Ben, muy interesado—. ¿Es que está aquí...? —En esta ciudad se llama Kenton. Y el capataz da éste es el que ha ido a recibir a Red. Tienen que sacarme de aquí... Me han debido condenar... Gretta no sospechaba que yo conocía a Red y a Hollster. No van a perder tiempo. Hay un jugador, con el que ha estado hablando. Estoy segura de que me ha «recomendado». El barman también está pendiente de nosotros. —- Vete hacia la puerta, y marcha a la funeraria, mientras entretenemos al barman y estamos pendientes del jugador. Indica cuál de ellos es. Ella dio las referencias precisas. Y los dos se levantaron y fueron hacia el barman. —¿Por qué se ha enfadado ésa, al vernos en este local? No llamamos la atención. — No quería que el anterior enterrador entrara en este local. —Pero vestía de negro. Iba diciendo lo que era. Nosotros, no. Y no me gustaría hacer con ella lo que con Rose... No quiero que digan que buscamos nuestras propias «clientes», pero no me gusta lo que ha hecho. —Debéis perdonar a Gretta. Cree que el enterrador da mala suerte. —Dile que salga. Y que esté tranquila. Pero que no me hable como lo ha hecho antes. —No tardará en salir. ¡Si le has dicho que le harás lo que con Rose, se habrá asustado! El jugador, al ver que hablaban con el barman, se volvió a sentar en la partida. Ni uno ni otro se dieron cuenta de la marcha de la empleada. El local estaba lleno. La empleada había dicho qué Red se hallaba en la habitación doce, pero que iba a acudir al comedor para comer. —¡No quiero que escape! — dijo Ben —. No me agrada que vayan diciendo que somos nosotros. Ha debido ser Gretta la que nos ha conocido. —La recuerdo, de El Paso... Sí. Es ella... Y se lo ha dicho a. Hollster. —¡Y decía Vicky que Kenton es una buena persona! — exclamó John, riendo. —Vete y trae el carro junto a la puerta de este local. Vamos a llevar a Red en él. Y es posible que nos llevemos al barman y a ese jugador. Pero el que interesa es Red. John encontró a la empleada, que estaba con Dick. —No te muevas de aquí — dijo John a la empleada—. No tardaremos en regresar, uno de nosotros. ¿Qué sabes del barman? —Vino con ella de El Paso... ¡Es muy peligroso! Le he visto disparar dos veces sobre clientes confiados. No os fijéis de él. Suele tener dos «Colt» bajo el mostrador, entre las botellas. Cuando le veáis con las manos bajo el mostrador, es que está empuñando. —¡Voy, no vaya a sorprender a Ben! Lleva el carro hasta ese local —dijo a Dick. Cuando Ben le vio regresar, sonreía. Y John le dijo lo que la muchacha explicó del barman. Ben no dejaba de hablar con él. Y el barman, mientras hablaba, buscaba a la empleada. Y Ben, que se dio cuenta, dijo: —No veo a la muchacha que nos iba a atender. ¿Dónde está...? —Habrá ido a su habitación — dijo el barman. Y de pronto el barman fue cogido del chaleco y sacado. del mostrador. —¿Dónde está? — decía Ben, golpeando al barman con su golpe favorito. Y John disparó sobre el jugador que acudía a ayudar al barman. Los testigos, sorprendidos, miraban al jugador y vieron que tenía el «Colt» empuñado. Comprendieron la razón de que dispararan sobre él. Subieron a la habitación doce, y llamaron como si fuera un empleado que avisaba podía ir a comer. Y cuando salía de la habitación, vio las armas qué le apuntaban. —Yo no le he hecho nada, mayor — decía—. Me han mandado llamar Hollster y Gretta. ¡No sé qué querrán! Pero puede estar seguro de que no aceptaría nada, si se refería a ustedes. —¿Quién me ha conocido? —Ha sido ella. Y avisó a Hollster, por creer que vienen detrás de ellos. No intervinieron en la muerte del capitán Ellis. —¿Quién le mató? —Dicen que fueron Adams y Down... —¿Dónde están? —No lo sé... ¡Tiene que creerme! —¿Qué te ha dicho el capataz de Hollster, que te esperaba junto a la diligencia? —Que Hollster tenía que hablar conmigo. —¿Y Gretta qué te ha dicho? Mírame bien. ¿De veras crees que soy tonto? —No me han dicho a quién tenía que provocar. Si me dicen que era usted, no lo habría aceptado. —Lo habrías hecho con mucho gusto, pero sin provocar porque sabías que así no podrías nunca conmigo. ¿Conoces a Garvín y a Duff Grant? —Esos nombres no me dicen nada, aunque Garvín, sí. Estuvieron él y su hijo por Tombstone. Atracaron el Banco, y decían que se llevaron sesenta mil dólares. Iban con un tal Jacob... Creo que Garvín tenía un rancho por aquí... —¿Es que el capataz no te ha hablado de él? Estuviste en ese atraco. —¡No...! ¡Tiene que creerme! Trató de empujar a los dos a la vez. Sabía que era la vida lo que le iba en la escapada. Los dos dispararon sobre él. El ruido que había en el saloon impidió que se oyeran los disparos. Los clientes vieron cómo sacaban a los dos muertos del salón. El barman y el jugador. Una de las empleadas se puso en el mostrador. La otra empleada dio noticias valiosas para Ben. Y escoltada por unos soldados, ya que fueron hasta el fuerte, la llevaron para que subiera a una diligencia, a treinta millas de la ciudad. Ben registró la habitación de Red. Allí estaba su maleta, en la que había un rifle y varias armas más. También un telegrama, en el que le decían que fuera con rapidez, y añadían que el trabajo sería bien retribuido. Firmaba Henry. La empleada que marchó, dijo que había visto un día a Héctor Down. No sabía nada del otro. —Cuando pensábamos en abandonar, hemos encontrado a viejos amigos. Y sabemos que uno de los asesinos anda por aquí... Habrán cambiado los nombres. —¿Diremos a Myrna lo que hemos sabido de su padre y hermano? —No le sorprenderá nada. Ella les llama atracadores... —Pero son su familia. —Tienes razón. No diremos nada, pero serán castigados.
CAPITULO VI
—¡Es Gretta! — decía el capataz a Kenton.
—Es extraño ¡Sí! No hay duda, es ella. Los dos esperaron a que se acercara. Y cuando desmontó, dijo Kenton. —¿Pasa algo? —He venido huyendo — y explicó lo que había pasado. —¿Por qué te has enfrentado a ellos? ¿Qué te importaba que se quedaran sentados? —Es que no quería que la muchacha hablara con ellos. Reconoció a Red, y me preguntó si eras tú el que le había mandado llamar. —¿Es que le conoce? —No hay duda. Por eso traté de que marcharan sin que ella les hablara, aunque me parece que lo hizo antes de que yo me acercara. He encargado que esa muchacha no llegue a mañana. —Has hecho bien. No sabía que nos conociera. —De El Paso. Ella ha estado allí. —Pues tienes que impedir que hable con esos enterradores. El más alto es el mayor Me Cloud. —¿Crees de veras que ha venido tras nosotros? —¿Por qué se ha quedado de enterrador? Así tiene libertad de acción, y se entera, si matan a alguien, de quién es el matador y el muerto. —Han de buscar a los que mataron a Ellis. Le han debido decir que vieron a Down... —¿Por qué no has encargado a Red que se ocupara de él...? —Porque entendía que querrías hablar primero con él. —Pero si la finalidad era ese grupo de rurales... —Temo que sean muchos los que andan por aquí, y a quienes no conoceremos. —Eso es lo que me preocupa, y en ese caso de nada sirve que maten a esos ayudantes y a él. Si quedan otros, no habremos conseguido nada. —Pues no me gusta tener que marchar, cuando estamos tan cerca de un buen golpe. ¡Algo grande! Más de cien mil dólares. Y estos cerdos rurales vienen a estropearlo todo. ¡Hay que acabar con ellos! —Pero si hay más... —Tal vez están esos tres nada más. —¿Crees que Red se atreverá con el mayor? —Hade tiempo que le odia, sin que el mayor se haya informado. Hizo que colgaran a un hermano suyo. Y no se lo ha perdonado. —Pues si es así, debe darse prisa. Que no vaya a estar en el refugio varias semanas. —Lo primero que hay que hacer es silenciar a esa muchacha. ¿Crees que ella conocerá a esos rurales? —Nada más verles entrar, se acercó a ellos a invitarles que se sentaran ante una mesa. Pero debes estar tranquilo. Se encargarán de ella. —Esta noche. No hay que esperar a mañana. —Son las órdenes que he dado. —Debes volver a casa. —No. No me atrevo. No iré hasta mañana. —¿Qué van a /decir, cuando vean que no estás? —No se darán cuenta. Y tengo miedo. Ha dicho a su ayudante si hacían conmigo lo mismo que con Rose... —Debes ir y dar prisa a Red... Debe actuar lo antes posible. Y le has debido decir que aprovechara el tenerle en el local. No creo que el mayor conozca a Red. —Le ha conocido Maud... Por eso me he asustado, al ver que iba a hablar con ellos. No esperaba que Maud conociera a Red. Pero le ha reconocido, así que le ha visto. —Pues debes volver. Los enterradores se habrán marchado ya. Y hablas con Red. Y que los otros silencien a Maúd. —Lo harán después que cerremos. Así no se darán cuenta. Y mañana se dice que ha vuelto a su pueblo. —Si ha conseguido hablar con esos enterradores. Y lo habrán hecho, al escapar tú. —Eso es lo que me tiene asustada. Porque habrá hablado con ellos. Se quedaban en el salón. —Lo has hecho mal. —Me han asustado. Y he tenido miedo. Por eso he venido. —Pues ahora no sé qué será mejor, que te quedes o que vuelvas. Dices que has salido a dar un paseo... Y devuelves ese caballo a la barra de la que lo hayas cogido. Eso es lo primero que has de hacer: Te llevas uno de aquí y dejas ése en su sitio. ¡Estoy intranquilo con Maud! ¡Qué fatalidad que haya conocido a Red! Uno de los vaqueros llevó el caballo para dejarlo donde ella dijo que le había cogido. Y debía encargar al barman que se ocuparan de Maud. El vaquero, al entrar en el local, se sorprendió al no ver al barman. Estaba una de las empleadas en el mostrador. —¿Qué pasa? — dijo, riendo—. ¿Y el barman? —Se lo ha llevado el carro de la funeraria. Estaba muerto, cuando le sacaron. —¿Muerto? ¿Qué ha pasado? —Discutió con ese tan alto, que es el enterrador. Y Peter, que quiso ayudarle murió cuando ya tenía el «Colt» empuñado. Unos segundos más, y el muerto sería el enterrador. Tampoco está Gretta en su habitación. —Pero ¿por qué han discutido el barman y él? —No lo sabemos. Le sacó como a un guiñapo del mostrador, y le mató con dos golpes nada más. Luego se llevaron a los dos para enterrar mañana. No quiso estar más tiempo. Estaba deseando hacer saber lo sucedido. Pero se acordó de Maud, a la que no veía. —¿Y Maud? — preguntó a la que estaba de barman. —No se le ha visto, desde la discusión con el barman. En el rancho esperaban el regreso del vaquero, pero los oyentes se dejaron caer en una silla. —¿Y dices que Maud no estaba en el local? —Desapareció del mismo, cuando la discusión. —Se han complicado las cosas. Yo no vuelvo a casa — decía Gretta. —Creo que haces bien. Pero hay que hablar a Red... Se va a sorprender, al saber que no estás en casa y que han muerto esos dos. —Envía a un vaquero, que le diga venga al rancho. —Si los rurales le conocen, pueden seguirle y, si saben que viene a este rancho, confirmaron lo que Maud ha debido decirles. —¡Maldita complicación! Buscaron a un vaquero de confianza, y le enviaron para que viera a Red. Y el emisario llegó al hotel: Sabía la habitación que tenía, y subió directamente a ella. Llamó reiteradas veces y al no responder, supuso que habría salido a dar una vuelta, por la ciudad. Decidió esperar en el salón. Pero a la hora de cerrar, como no había regresado Red, marchó al rancho, diciendo a Ken- ton que iría por la mañana, a primera hora. Así lo hicieron y, cuando regresó, dijo que Red no había dormido en la habitación. — Pero dicen en el Refugio, que tiene su maleta en la habitación. —¿Que tiene su maleta allí? —dijo ella—. Le han matado también. —¡No es posible! —¿Es que crees que iba a marchar sin la maleta en la que suele llevar las armas, ya que, según el caso, emplea una u otra? —Si ha visto las cosas mal, lo que ha hecho es escapar. Y no ha tenido tiempo de ir a la habitación, por la maleta. A media mañana, entraron los enterradores en el Refugio. Y preguntaron por Maud y por Gretta. No sabían dónde estaban. Para Gretta era un dilema. No sabía qué hacer. —Debes volver. Necesitamos estar informados de lo que está pasando. —Es que tengo miedo... Uno de esos muertos es el que tenía el encargo de silenciar a Maud. Y lo que más me asusta es lo que haya podido decir ésta a ese enterrador. ¡Bien ha engañado a todos! —Están haciendo el trabajo bien. —Tienen quienes les ayuden. —Es lo mismo. Pero lo han hecho bien hasta ahora, —No me atrevo a ir a casa. No me atrevo. —Red ha de estar escondido en alguna parte, y será al Refugio adonde vaya. —Si está su maleta en la habitación, es que le han matado también. Estos rurales no han venido a detener. Han venido a enterrar. Y que no se enteren los demás porque como son los encargados de enterrar. No cuentes con Red. —No creo que se haya dejado sorprender. ¿No le dijiste que estaban aquí esos hijos de muía? —Me encargaste que dejara que fueras tú el que le dijera lo que se quería de él. —Tienes razón. Pero, de todos modos, no es de los que se pueden sorprender. —Pues si sigue la maleta en su habitación, puedes estar seguro de que ha sido enterrado con los otros dos. Y Maud ha escapado sin castigo, y es la que ha hablado a los rurales. Y no sabemos qué podía saber. —Estamos asustados — decía Kenton—. ¡Los que hemos asustado a los demás, estamos completamente atemorizados! —¡Si nos vieran en algunas ciudades! — decía el capataz. —No debemos dejar que nos domine el miedo. Por eso, hay que ir al refugio. No se puede abandonar lo que resulta un buen negocio. La codicia hizo que se decidiera Gretta a volver a su casa. Sabía que había una empleada al cargo de todo, pero necesitaba más atención que la que ella podía prestar. Nada más aparecer en el local, fue rodeada de empleadas y clientes. Todos hacían manifestaciones de alegría, por verla. —¿Y Maud? —No ha vuelto por aquí. Debió marchar, cuando la pelea. Como si ella no estuviera informada, hizo que le repitieran lo que ya sabía. Como una buena actriz, expresó sorpresa y dolor. —No debió decir nada a los enterradores — declaró una empleada. —Es que no me agrada que estén aquí. Los que saben que son ellos, no quieren seguir a su lado. —Costó la vida a dos personas. Y otro del que no se sabe nada, es del huésped del doce. Sigue allí su maleta. —Tendremos que guardarla hasta que regrese, si es que regresa. —Es un misterio lo de ese hombre. Teníamos que avisarle para que fuera a comer. Y cuando fueron, ya no estaba en la habitación. No se le ha vuelto a ver más. Palabras que hacían temblar a Gretta. Dieron cuenta a Ben de que había regresado Gretta. Y ordenó que se vigilara ese local. Quería saber qué ganaderos la visitaban. Y si eran mineros, deseaba conocer quiénes eran. Gretta llevaba el encargo de Kenton de averiguar si se había hecho la convocatoria de acciones de la West. El que se presentó en el Refugio, una hora más tarde de comentarse que había regresado Gretta, fue Andy, el periodista. Se sentó frente a ella y dijo: —¿Qué le pasa a Hollster? —No le pasa nada. —Han visto a su capataz, con Red. ¿Quién le ha llamado? ¿Es que va a seguir actuando solo por su cuenta? ¿Qué pasó aquí para que mataran a dos personas? ¿Se ha confirmado que son rurales los enterradores? —Desde luego. De eso no hay duda. Y se teme que sea a nosotros a quienes están rastreando. —¿Qué ha dicho Red? ¿Les ha visto? —No sabemos una palabra de Red. Desapareció de su habitación, sin aparecer por el comedor, y no se le ha vuelto a ver. Yo creo que está enterrado. —No es una presa fácil. —Pero si le han sorprendido en su habitación... —Sí. Si le han sorprendido. —¿Para qué le hicisteis venir? ¿Es que creéis que ha de estar sólo ese pequeño grupo? Hay, en estos momentos, media División, por lo menos. Lo que no sé qué es lo que pueden haber venido buscando. —A los que mataron al capitán... Ya sabes que Down anduvo por aquí unos días. —Pero hace tiempo que no se le ha vuelto a ver. Y si estuviera por aquí, y sabe que hay rurales como enterradores, marcharía al norte del Canadá. —¿Viene Hollster? Hay que tratar el asunto de esa mina. El ambiente se va caldeando ya. —Van a convocar a los accionistas que conserven acciones de esa sociedad. —Es Kenton el que tiene más acciones. ' —Si viene un juez, te preguntará como han llegado a su poder. —Eso no interesa. —Más vale así. El no está muy tranquilo. —Si todo se prepara bien, en una semana, ricos y muy lejos de aquí. —La venta hay que hacerla en Santa Fe. Mi periódico se ha leído mucho allí. Ben reía de buena gana, cuando John le dio cuenta de la visita del periodista al Refugio. —Empiezan a inquietarse y a cometer errores. Pero nosotros ya estamos descubiertos. Y creo llegado el momento de abandonar la funeraria. Nos hemos hecho muy vulnerables. Y mandarán venir a buenos «amigos» nuestros. No hay más que asesinar a uno para hacer ir al carro a recoger el muerto. —Tienes razón. Lo que tenemos que hacer es obligar a que nos digan dónde están esos asesinos. —He pensado en ello, y es muy posible que no anden por aquí. Hemos averiguado quiénes fueron los que le mataron. —Esos dos fueron los verdugos posiblemente, pero todos ésos fueron culpables y no quiero que uno sólo de ellos, quede con vida. No me interesa lo que intenten hacer con esa mina y con las acciones que van a lanzar al mercado. Lo que me interesa es castigar a los culpables de la muerte de Rob. Y todos éstos que andan por ¿aquí intervinieron, de una manera o de otra. Se informó Ben de la visita que el periodista hizo, al salir del Refugio. Y la comentó con sus ayudantes. —Si ha visitado el Banco es porque van a contar con la ayuda del director para la venta de las acciones. —Debe ser eso. Y empiezan a tener prisa. Y donde -stán perdiendo tiempo es en Santa Fe. No se puede f.ar uno de las palabras que parecen firmes, si son los políticos los que las dan. Y nosotros no vamos a esperar más. —Sabes que estamos deseando actuar. —Vamos a empezar por los locales. Son dónde se guarecen, cuando hay movimiento. Hay que dejarles sin esos refugios. —¿Y Vicky? —No quiere marchar. —En esta tierra, son tan tozudos como en Texas... —La intervención de los militares ha de tener asustados a esos granujas. —¿Qué os parece si empezamos por Gretta? —Una gran idea. Esa misma noche, Gretta, que hablaba con un emisario del periodista, se quedó muda al ver a los tres enterradores. Y la sonrisa de ellos le produjo un pánico intenso. —¿Qué te pasa? — dijo el que hablaba con ella. Pero al buscar la causa del miedo que se reflejaba en la vista, descubrió a los tres que caminaban hacia ellos. —¡Hola, Gretta! —dijo Ben, al estar frente a los dos—. ¿Quién es este caballero? —Es un amigo y un cliente. —¿No es el que ayuda al periodista? —Sí —dijo el aludido. —¿Cuándo se sacan las acciones impresas ya? ¿No esperan a esa convocatoria que se comenta han hecho sobre la West? ¿Es que Gretta está relacionada con ese asunto? —Ten en cuenta — dijo John — que esto es un refugio para mineros. Así que todo lo que se relacione con minas ha de suponer de gran interés para ella. —Tienes razón. No me había dado cuenta de ese detalle. ¿Está impaciente el periodista? Debe esperar a que se reúnan los accionistas, si los hay. —¿No te molesta que estemos aquí? —Debéis perdonar. Me excité sin razón. Ahora, no es lo mismo que antes. No hay traje distintivo. —Es lo que yo te decía. —Ya he dicho que estaba excitada. —¿Por qué querías que mataran a Maud? —Yo no quería que le hicieran nada — replicó muy pálida. —¿Sabías lo que ella conoce de vosotros? ¿Era por eso por lo que querías que fuera silenciada? —Repito que no deseaba le hicieran daño. —Sólo querías que la mataran. —¡No es verdad! Ella miente, si dice una cosa así. —El verdugo que buscaste, ya está enterrado. ¿Qué te ha dicho Red? ¿Quién le mandó llamar? Eso es lo que te preguntó Maud, y te asustaste. No sospechabais que ella os recordara de El Paso. ¿Verdad? ¿Te ha pedido Hollster que vuelvas? ¿No estabas bien en su rancho? ¿No Iras pensado que lo que él quiere es que te quitemos nosotros de la circulación, y evitar que puedas decir lo mucho que sabes de él? ¡No te quiere viva! Te tiene miedo. Y enviarte a esta casa, según está todo, era para librarse de ti. —Creo que tiene razón — exclamó, ante la sorpresa de Ben. —¡Yo estoy seguro! Este negocio es de él, ¿verdad? —¡Es mío! ¡Ellos no tienen nada en este negocio! —No creo que piensen así. —Ya sé que no piensan así, pero es solamente mío. Y estás en lo cierto. Me ha hecho venir, y eso que yo no quería. Y conste que no estoy mezclada en el asunto que tanto les asusta, de la muerte de un capitán. Que han comentado más de una vez, ante mí. Se mostraban orgullosos de esa acción. Estuvieron un día, un tal Adams y otro, llamado Down. —¿Quiénes ayudaron a esos dos en la muerte? —Esos dos presumían de haber sido los que le cazaron, pero dispararon todos. —¿Quiénes? —Garvín y su hijo. Dufí y Jacob y Hollster. Los otros han dejado que esos dos presuman de haber sido los que le mataron, pero dispararon todos. Ahora están muy asustados. Sospechan que habéis venido por ellos. —¿Sabes dónde están Adams y Down? —Tienen un buen local, en el que hay de todo, hasta ju-ju», en Tombstone. Creo que tienes razón. Me ha lecho venir para que vosotros me colguéis. Y el granuja me ha dado esta nota para el periodista. Por eso estaba éste aquí. Con toda naturalidad, metió la mano en el pecho, y, mando sacaba el «Colt» empuñado, dispararon los tres sobre ella. —¡Quieto! — dijo John al que hablaba con ella. —Yo... no... he... he...cho na...da. Los clientes miraban el cadáver de Gretta, que tenía el «Colt» en la mano. Y con ello, el comentario general era que estaba bien muerta. Al llegar la noticia a Hollster o Kenton, dijo: —Dio resultado. ¡Sabía que ésos enterradores matarían a Gretta! Se estaba haciendo peligrosa. ¡Y sobre todo, estaba asustada! No supo que Red había sido llamado precisamente para que se encargara de ella. Era un enorme peligro para nosotros. —Les habrá insultado. —No se sabe lo que hablaban, pero intentó ser ella la que disparara. Cuando murió, ya tenia un «Colt» empuñado. Era peligrosa, de veras. —Mandaré para que se hagan cargó de ese local. Yo era socio del Refugio. Los que escuchaban no se atrevieron a decir lo que estaban pensando. Tenían mucho miedo para hacerlo.
CAPITULO VII
Myrna volvió al rancho para dar órdenes de lo que debería
hacerse. Y fueron bastantes los ganaderos y algunos vaqueros que llegaron para darle el pésame porque no le habían visto en el pueblo, cuando el entierro de su padre y hermano. Habían amanecido los dos colgados. Trataron de culpar a los enterradores, peró ella sabía que no fueron ellos. Ben había estado hablando con ella, y le confesó que les tenían condenados, pero que esas muertes eran obra de los que fueron compañeros en sus andanzas, lejos de esa tierra. Por eso, Myrna estaba segura de que no fueron los que les colgaron. Registrando la mesa en que el padre guardaba sus cosas, se encontró con mucho dinero y varios recortes de periódicos, en que se daba cuenta de atracos y robos. Y como justificante, se decia que el padre y el hermano debían estar locos. No necesitaban hacer lo que estuvieron haciendo. Con el rancho podían vivir sin apreturas. Y hasta haciendo ahorros. Pero querían las riquezas fáciles. Hablando con Ben y ayudantes, reunidos con el mayor, le aconsejaron que vendiera el rancho. Y que se volviera con su tía. Y como, en realidad, nada le retenía en Silver City, estuvo de acuerdo en vender. Lo que no quería era que se hiciera con prisas. No le hacía falta dinero. Y menos, con la fortuna que su padre tenía guardada y que ella encontró. Peto también pensaba en los que colgaron a su familia. Ella sabía que los dos eran carne de horca, como se lo decía ella muchas veces, pero no quería que los asesinos quedaran sin castigo. Ben le había dicho que se encargarían ellos de castigar a sus matadores, pero también quería participar ella en el castigo. Y Ben le rijo que sería avisada cuando hubieran descubierto quiénes lo hicieron. —Tienen que haberlo hecho los que estuvieron con ellos lejos de aquí. Aquella temporada que faltaron del rancho. —Pero como son varios, hay que saber quiénes son los que lo han hecho. No me gustaría cometer una injusticia, y dejar sin castigo a los culpables. Lo que Ben intentaba era apartar a la muchacha de ese castigo. Pero tenía que engañarla. Vicky fue a pasar unos días con Myrna, en el rancho. —Me ha dolido mucho que les mataran así. Sabía que iba a ser el final de ellos, pero no me agrada que io hayan hecho quienes son tan indeseables como eran ellos. —Han de tener cuidado del ganado. —Tengo a los vaqueros de confianza, que son los que se encargarán de vigilar. —Es que van a tratar de aprovecharse, al verte sola. ¡Vende esto! —Es lo que voy a hacer. Anunciaré que quiero vender. —Es un hermoso rancho, y tienes buen ganado. —Confío en que haya algún comprador que sea bastante justo. A los cuatro días, se presentaron tres posibles compradores. Uno de ellos procedía de Tombstone, y era el que más le ofreció, el ganado aparte, y con arreglo al precio de mercado. Como estaba deseando volver con su tía, a la que echaba mucho de menos, aceptó la oferta, y vendió en dos días más. Propuso a Vicky que se marchara con ella. Y los enterradores presionaron para que aceptara. —No debes seguir en este ambiente y, menos, en esta población — decía Myrna. —No me va mal. —Pero has de estar soportando lo que no se puede soportar. —Si encontrara quién pagara bien por el local— dijo al fin. —Que se encarguen los amigos de buscar un comprador. Fue más sencillo de lo que la muchacha podía soñar, y le pagaron lo que no podía imaginar que pudiera conseguir. Las dos estaban, muy contentas, al hacer la transíe rencia a El Paso. Cuando los enterradores despedían a las dos muchachas, dijo Ben: —Pronto os veremos por allí. —¿Por El Paso? — decía Vicky, sonriendo. —Estamos destinados en aquella División. Y nuestro permiso se acaba. No tardaremos en ir también. La marcha de las dos muchachas se comentó, pero a la que iban a echar de menos era a Vicky. Solían decir que ese local, sin ella, no era lo mismo. Y el que le compró, lo comprobó bien pronto. La clientela que había visto él a diario, sin Vicky en el mismo, cambió por completo. Y ¡os clientes eran muchos menos. Esperaba que cambiara dentro de un breve plazo. Pero la verdad no fue como esperaba, y empezó a decir que Vicky le había estafado. Informados los enterradores de lo que estaba diciendo, se presentaron en el local. Era cierto que la clientela era muy reducida, y que ello tenía que enfadar al que había pagado de una manera justa, pero suponiendo que la clientela iba a ser la misma que había visto muchos días. Y abandonaron el local, sin decir nada al enfadado dueño. El hombre tenía razón para su enfado, pero ño podía culpar por lo que ocurría a Vicky. Antes del mes, lo vendió a quien ya tenía dos locales más en el pueblo, y vendió por la mitad de lo que él había pagado. Ben quería ir a Tombstone antes de reintegrarse al servicio. Pero no deseaba dejar sin castigo a los que estaban por allí. Y planearon el castigo a Kenton. Al periodista, a Duff y a Babbitt. Cada noche eligieron un rancho. Y con flechas, para no armar ruido, se dedicaron a cazar a los elegidos. La primera noche, para evitar que el periodista escapara, le colgaron cuando estaba terminando de imprimir él periódico en el que hablaba de la mina y de la conveniencia de que se explotara de nuevo. El primer rancho elegido fue el de Hollster. Murieron cinco. Y entre ellos, el dueño. Los vaqueros escaparon, al encontrar esos muertos, í no pasaron por el pueblo. Lo que ayudó para que, a la siguiente noche, cayeran Duff, su capataz y dos vaqueros que estaban en la vivienda principal con ellos. Lo que indicaba que eran de confianza. No escapó Jacob, ni Sam, cuyo local fue incendiado. Y los enterradores desaparecieron de la funeraria y del pueblo. Cuando descendían de la diligencia, los tres echaban de menos sus monturas. Y miraban en todas direcciones, mientras les entregaban sus maletas. Ninguno de ellos conocía la ciudad. Y la referencias que tenían para hallar lo que buscaban, eran sobre un local en el que había de todo, incluso «ju-ju». Pero no podían preguntar dónde podrían fumar esa droga o tomarla en otra forma. Tampoco los nombres que ellos conocían habían de ser los mismos que tuvieran allí. Pero era una referencia el que se tratara de dos socios. No abundarían los saloons que pertenecieran a dos socios. Una vez con su maleta cada uno, buscaron un hotel. Cosa que no fue tan sencilla como hablan imaginado. Les dijeron en el primer hotel que por haber llegado unas manadas, las habitaciones se ocuparon con los conductores y los propietarios de esas manadas. Acordaron pasar como un ganadero con su capataz y el ayudante, en busca de algún buen semental y de algún ganado selecto. Pero una vez en el pueblo, pensaron los tres que allí no importaba a nadie lo que fuera su vecino en la barbería o en la habitación del hotel. Cada cual iba a lo suyo, y lo que le preocupaba era asunto solamente suyo. Tampoco les iba a interesar la llegada de tres forasteros más. Encontraron tres habitaciones en el hotel más caro de la población. Esa era la causa de que hubiera habitaciones vacías. Y los tres se sorprendieron al ver una muchacha que parecía irreal, a fuerza de belleza acumulada en su cuerpo. —Ya os han dado habitación, y eso que saben que no me agradan los vaqueros. No por serlo, sino que, por ser lo que son, arman escándalos por suspicacias. —No habrá jaleos por nuestra parte. -- Si os ponéis a jugar y perdéis, no acuséis a los demás de ventajistas. Lo advierto porque muchas veces es lo que pasa. Y los jugadores se enfadan, y con razón. —Puedes estar tranquila. No nos gusta jugar a ninguno de los tres. —¡Eso sí que es extraño! ¿A ninguno de los tres? —A ninguno. —Desde luego, es sorprendente — añadió la belleza —No comprendo que te extrañe tanto. —Es que a la mayoría de los clientes de este hotel, les agrada jugar y bailar. Ya veréis la colección de muchachas que he seleccionado para mis clientes. —Lo veremos más tarde — dijo Ben —. De momento, lo que queremos es caer en una cómoda cama, y dormir cuarenta horas... No has viajado en diligencia, ¿verdad? —Muchas veces. --¿Y llegaste entera? La muchacha reía de buena gana. —Tienes razón. Es un viaje muy incómodo. Se separó de ellos, sonriendo. Y los tres fueron a sus habitaciones, y durmieron muchas horas cada uno. Alma, la dueña, preguntaba, horas más tarde, si se habían levantado los tres nuevos huéspedes. Estaba sentada, comentando lo de los tres, con un elegante que se hallaba frente a ella. —... y me ha sorprendido que no les agrade a ninguno de ellos jugar. —No has debido admitirles... Sabes que no convienen los vaqueros. —Pero no se puede prescindir de ellos, si alguno decide hospedarse aquí. —Me encanta que no les agrade el juego. —¿Qué hay de las acciones? —No han dicho nada. Ya nos avisarán. —¿Sabes lo que han comentado los de la diligencia que ha pasado en Silver City? —No he oído nada. —Ha habido una matanza terrible. —¿Matanza? —Incendio de locales, y han colgado a varias personas. Han sorprendido trucajes en mesas de ruleta y dados con lastre. —Estoy diciendo — añadió ella — que es un peligro. Y que más vale ganar menos y vivir tranquilos. —Y en una noche, se dan tres plenos, y adiós ganancias. No. Hay que ganar. Se montan estos locales, no por distracción. —Decían, en casa de Schiffer, que la minería se acaba aquí. —No hagas caso. Se dice, desde hace cinco años. —Si las minas se acaban, razón de más para que se trate de ganar el máximo hasta que tengamos que marchar, por agotamiento mineral. —Pues no puedo evitar el miedo. —Lo que hay que evitar es la presencia de vaqueros en este hotel. Esos tres de que hablas, no han debido ser admitidos. —Sabes que no podemos dejar de hacerlo. —Pudiste decirles que estaba todo ocupado. —No creo que den guerra. No pensaban más que en dormir. —Pero no van a permanecer durmiendo todo el tiempo que estén en esta casa. ¿Les habéis preguntado con quién trabajan? Tal vez sea un conocido. —Han venido en la diligencia, y llevan maleta cada uno. No creo que trabajen por aquí. Si acaso, vendrán a trabajar. —O serán unos buscadores más. No escarmientan. Buscan parcelas y sueñan con el oro a montones. Cuando el elegante se levantó, dijo: —Procura que esos tres vaqueros abandonen este local. No agradará a los demás verles en el comedor. Precisamente, lo que ha hecho popular este local y hotel, es la seguridad de que no tienen que alternar con vaqueros. —¡No me digas! —exclamó ella riendo—. No es que no les agrade, es que temen las reacciones de ellos, cuando confirman que les hacen trampas. Porque no irás a decir que son caballeros de verdad los que visten como ellos. —Lo que tienes que hacer es conseguir que vayan a otro hotel. —No hay razón para ello después de dormir tantas horas como están durmiendo. —Lo que hago es darte un consejo. —Gracias y de vez en cuando, sería conveniente te dieras cuenta de que esto es mío. Solamente mío. —No es que trate de ordenar... —No te harían caso. Sabes que no te han obedecido, y lo que has tratado es, precisamente, de imponerte poco a poco. Y también ha de entrar en tu cabeza, bastante dura, por cierto, que no pasas de ser un cliente, ai que estimo. Estás tratando de engañar. —No engaño. Lo que hago es decir lo que siento por ti. Y eso no ha sido nunca un delito. --Pero lo es tratar de hacer ver que yo soy, como dices, una cosa tuya. —Me agrada presumir... —Te agradecería que no insistieras en esa presunción. —No te irás a enfadar por eso. —No es que me enfade, pero no me agrada que mientas así. El elegante se daba cuenta de que todos estaban pendientes de lo que hablaba, y se puso nervioso. Y al retirarse, iba pensando en dar una lección a esa tonta. No le agradaba que le hubiera hablado en la forma que lo hizo y, sobre todo, en el tono que empleó deliberadamente para que los demás oyeran. Era cierto que había estado haciendo creer que era una especie de amante de ella. Y por ello, eran muchos los que le envidiaban. No perdió su sonrisa, pero iba furioso. La encargada de la recepción, que había estado escuchando le dijo a Alma: —No has debido hablarle así, aquí. Se lo has debido decir a solas. —Lo que quería era que todos se enterasen de que no es nada para mí... —Le gusta presumir. —Que busque otra presunción, pero está haciendo creer que soy su amante. Y no me agrada, porque no soy la amante de ninguno. Y estoy disgustada conmigo porque mucha culpa es mía. Y tenía que cortarlo. —Pues va convertido en algo feo, por dentro. Y no es de los que interesan frente a una. —No he sido dura con él. —Le has puesto en evidencia, ya que estaba haciendo creer que tenía un ascendiente sobre ti. El que le da al suponer que es algo tuyo. —Tenía que hacerlo. —Has debido hablarle a solas. —Seguiría lo mismo. Y no me agrada. Sin darme cuenta, he estado siguiendo sus consejos. Y es lo que me disgusta. —No hay duda que entiende de estos negocios, Y no ha ido mal. —Pues no estoy conforme con muchas cosas, que voy a corregir. Prefiero menos ganancias y más tranquilidad. —No temas. No hay medio de darse cuenta. —No lo creas. Y no creas que esos mineros y hombres de negocios engañan a los vaqueros. Por eso no permito vaqueros... Aunque no puedo negarme. Lo que podemos hacer es decir que está todo ocupado. Pero en el saloon pueden entrar y, de hecho, están entrando. No necesitan vivir aquí.
CAPITULO VIII
Los tres entraron en el saloon. Allí estaba Alma, sentada ante
una mesa conversando con dos elegantes. Eran técnicos de una de las minas más famosas de la cuenca. —Esos han entrado por la puerta del hall — advirtieron a Alma—. ¿Es que son huéspedes del hotel? —Sí. —Creíamos que no te agradaban los vaqueros en el hotel. —Pero también me agrada ocupar las habitaciones. Y esos tres no suponen un peligro. No les gusta jugar. —Eso dicen ellos. —No tenían por qué mentir. Son muchos los ganaderos que entran a jugar, y visten como ellos. Y a veces, también los vaqueros y los conductores. Su dinero no es despreciado por los ventajistas, que se han enquistado en esta casa. No es sólo en la ruleta y en los dados donde se les engaña. También se hace con el naipe marcado. Y lo voy a cortar. —Si se hace bien, no hay peligro. —Ustedes ganan más en el póquer que en la mina, ¿verdad? —No nos estarás llamando ventajistas, ¿verdad? —No. Sólo habilidosos y entendidos. Los dos se levantaron a la vez. —Un error, Alma. Un error — dijo uno de ellos. Ben y acompañantes se dieron cuenta de la forma de levantarse de los elegantes, y dijo el primero: —Parece que se levantan enfadados... —No hay duda — corroboró John. —¡Es preciosa, esa muchacha! Pero si no quiere vaqueros es porque hay ventajistas. Y les temen. —Pero si esto es, como estamos viendo, un saloon más, entrarán por esa otra puerta. Y ya hemos oído que hay juego y baile. —Pero para bailar habrá puesto una tarifa elevada. —Pero todos estos que visten de ciudad, ¿qué es lo que hacen? —Hay muchas minas... Muchos de los empleados de ellas, visten de ciudad. Empleados de los Bancos, de los almacenes... —A los vaqueros no les agradará entrar aquí. La bebida será más cara, y no por ser mejor. Y sospechan que los que jueguen frente a ellos serán especialistas. Se sorprendieron al ver que los tres vaqueros, como ella pensaba que eran, eran el objetivo de la muchacha al levantarse. Se acercó a ellos y dijo: —¿Qué tal la bebida? No entiendo de ello, pero me aseguran, los que me la sirven, que es buena. —No está mal —dijo Ben—, pero supongo que será la misma que sirven a los demás. —Me aseguran que es distinta. —Si lo aseguran...—añadió Ben, sonriendo—. ¿Qué le ha pasado a esos dos elegantes? Parece que se han levantado, disgustados. —No les agrada oír ciertas cosas. Y creo que estoy cometiendo muchos errores en pocas horas. Consecuencia de otros anteriores. Pero voy a dar una sorpresa a muchos. Hace tiempo que pensé en ello, pero cometí la torpeza de hablar de ello. Y me convencieron que sería un error. Y lo que fue un error, y grande ha sido abandonar esa idea. Y lo curioso es que no veo los ingresos de que hablaban. —Te refieres al juego, ¿verdad? —En efecto. —Te han hecho admitir ventajistas y trucarlo todo para no tener lo que te decían que ibas a ganar. Así, te estás jugando la vida, sin el ingreso de que te hablaron. —Lo has adivinado. Y he pensado quitar todo lo del juego, mañana mismo. —¿Ventajistas, esos dos? —Técnicos en una mina. Pero la verdad es que se pasan las noches jugando. Sí. Voy a levantar todo esto. Lo convertiré en un restaurante. No hay en la ciudad ninguno que merezca la pena, ni con la extensión del que habrá aquí. Con la venta de las ruletas, de las mesas de dados y de póquer, podré comprar mesas y sillas para el restaurante. Se acabó gl juego y el baile. Y menos mal que no he permitido que el hotel fuera complemento del saloon, con mujeres que se prestaban a ello. Confesé que quería ganar dinero, y he tenido un mal consejero. La culpa es mía, desde luego. Y por eso voy a rectificar radicalmente. Estuvieron hablando mucho tiempo. —Haces bien — decía Ben, al final—. Y menos mal que no has convertido este hermoso local en lo que dicen que han hecho dos socios. Comentaban en la diligencia que tiene drogas y, en realidad, se trata de un prostíbulo, escudado en el saloon. —Supongo que te refieres a Campbell y Ford. Dicen que es un negocio fabuloso. Y es lo que me aconsejaban hiciera aquí. Y confieso que mi ambición estuvo cerca de convencerme, pero reaccioné. Incluso pensaban en mí esos consejeros, como principal cliente... Fue lo que me hizo reaccionar. Al salir del local, ya sabían cómo se llamaban, allí, los que habían ido buscando. El problema de Alma no les interesaba. Preguntaron a un jovenzuelo por esos socios, y no tardaron en encontrarse frente al local. Tenían miedo a ser reconocidos por los dos asesinos. Era un riesgo y un peligro que debían correr. Y como el permiso se estaba agotando, no querían perder mucho tiempo. La entrada de los tres no podía llamar la atención porque aquello estaba abarrotado de clientes. Los tres se extendieron con la idea de provocar una estampida. Y para ello, se dedicaron a hablar en voz baja, sobre cables en las ruletas, que permitían al «croupier» que la bola se parase en el número deseado por él, y que en los dados había plomo, que permitía al encargado de la mesa conseguir las mejores tiradas. Cuando consideraron que el ambiente estaba bien preparado, Ben se hizo cargo de un naipe en una partida de póquer, y demostró a los curiosos que estaba marcado. Y a la vez hacía lo mismo John con unos dados, que rompió con la culata de un «Colt», apareciendo las bolitas de plomo. Los clientes, excitados, derribaron una mesa de ruleta, después de linchar a varios encargados de mesas de dados y a varios ventajistas. Y al ver los cables que hacían el trucaje a favor de la casa, dos horas más tarde, parecía que había pasado por el salón una estampida de búfalos. Y trece muertos indicaban el enfado de los que se convencieron que estaban siendo robados. Y que se trataba de un prostíbulo, lo indicó el que, ante los gritos y los disparos, salían mujeres en paños menores para tratar de salvar la vida. Y de éstas, la mayoría no pasaban de los quince años. Campbell y Ford, como se llamaban allí los asesinos del capitán Ellis, fueron «cazados» por Ben y acompañantes, seguidos de enfurecidos clientes, en otro local que tenían, y donde se informaron que podían estar. No quería les lincharan, como iban dispuestos a hacer los indignados clientes, sin que supieran que todo eso era el castigo por haber matado al capitán. Los dos, Adams y Down, no podían sospechar cuál era la causa de lo que sucedía a sus negocios. Sabían que los ventajistas abundaban porque les pagaban un cincuenta por ciento de sus beneficios. Y supusieron que alguno fue sorprendido. Cuando les informaban de lo que sucedía en el otro local, se presentaron los que iban buscándoles. Y el propósito de Ben, de hacerles saber el porqué de lo que sucedía, no lo pudo realizar. Nada más enfrentarse a ellos, empezaron a dispararse armas, y los dos propietarios cayeron sin vida. Para los tres rurales, era el fin de la misión que se asignaron, al solicitar el permiso. Y se dispusieron a salir de Tombstone. Al otro día, al levantarse para ir a la posta, aunque como se enteraron de qué el tren les acercaba más a su destino, tenían más tiempo, se encontraron en el salón del local del hotel, qué habían desaparecido todas las mesas para juegos. —Me han dicho que marcháis — les dijo ella—. Parece que estáis sorprendidos. —Vemos que has cumplido tu promesa. —Y mañana queda cerrado esto para hacer la reforma de que os hablé. Si volvéis por aquí, estáis invitados a comer el primer día que os presentéis. Me han dicho que habéis sido los promotores de lo que ha pasado con Campbell y Ford. —Tombstone no debe estar de luto por la muerte de esos dos. ¡Eran unos asesinos! —Por el tiempo que habéis estado, es de suponer que vinisteis a castigar. —Sin embargo, lo han hecho los demás. —Si merecían ser castigados, y lo han hecho, lo mismo dará que hayan sido unos u otros los que lo hicieron. —Así es como pensamos. Dos clientes que salían del hotel y del salón en ese momento, miraron a los tres que hablaban con Alma. Cuando los jóvenes salieron para ir a la estación, uno de estos dos clientes dijo a Alma: —¿Es que conocías a ése tan alto que ha salido? —Llegaron ayer y marchan hoy. ¡No les había visto antes! Comentan que son los que hablaron en el local de esos socios, de las ventajas en el naipe y del trucaje en las ruletas y en los dados. —Han de ser ellos... Hablan de tres vaqueros, uno de ellos muy alto. ¡-Sí lo habrán provocado ellos! —Han confesado que vinieron a castigar a esos dos, por asesinos. Y el más alto lamentaba que no hayan sido ellos los que les mataran... --En realidad, han sido ellos los que les han matado. Son los que provocaron la estampida — decía el que hablaba con Alma—. Hace tiempo que esos dos estaban condenados. Han durado demasiado. —¿Por qué dice eso? —Les reconocí, a pesar de los nombres que usaban aquí... Y sabía que eran buscados por esos que hablaban contigo hace poco. Mataron a un buen amigo de ellos. Y hace muy poco han matado, en Silver City, a los compañeros de los dos que estaban escondidos aquí, tras otros nombres distintos a los suyos. Alguno de los de Silver City ha debido delatar a estos dos. Y han venido a castigar. —Lo han confesado... — decía Alma. —Pues, en Silver City, dicen que hubo una gran matanza. Con seguridad, todos los que formaban el grupo que mataron al capitán Ellis, de los rurales. Esos tres lo son también. El más alto es un mayor. Esta vez, el rastreo les dio resultado. Y han vengado la muerte del compañero y amigo. —¿Mayor de los rurales? Creí que eran vaqueros, y les dije que no me agradaba su presencia en el hotel. Y no se enfadaron. —Venían a lo que venian. No hicieron caso de tus protestas. —Y se marchan un día después. —Cuando han cumplido su misión. Cuando los tres llegaron a El Paso, fueron rodeados por los compañeros, que no dejaban de hacer preguntas. Aún les quedaba una semana de permiso. Y uno de los sargentos dijo a Ben. —El jefe está furioso contra ustedes tres. —¿Furioso? —Dice que son ustedes tres asesinos vulgares. Y que el permiso que han conseguido de Austin era para rastrear a unos que usted supone intervinieron en la muerte de Ellis. Y cuando han leído los sucesos de Silver City, les ha acusado a ustedes como los autores de esas muertes e incendios. Sabía que salieron ustedes hacia esa población de Nuevo México. —Pues ahora llegarán, las noticias de las muertes habidas en Tombstone. Dos de esos muertos se llamaban Harold Adams y Héctor Down... —¡Los que acusaron de ser los matadores de Ellis! —Y era cierto que intervinieron en la muerte del capitán. ¡Ya está vengado! ¿Por qué enfada al jefe que quisiéramos castigarles? —Es mejor que no le diga nada, mayor —opinó el sargento. —¿Qué pasa? ¡Hable con sinceridad! —¡Es que ha dicho que Ellis estaba bien muerto! —¡Nooo! ¿Es posible? —Ha dicho que debía estar de acuerdo con los contrabandistas, y que su muerte debió ser un «ajuste de cuentas» entre ellos. —¿A quién le ha dicho eso? ¡Hable! —¡Lo ha comentado en casa de Esther! Una de las empleadas es la que lo ha dicho. —Pero, ¿qué le pasa a ese cobarde? Hace tiempo he dicho que terminaré por matarle, y va a ser antes de lo que sospechaba. ¡Odiaba a Ellis! Y no por lo que pensábamos. Sospecho que Ellis estropeó el paso de contrabando. Y que era el jefe el que estaba comprometido. Ahora me asusta que fuera ese cobarde el que dio la orden de matar a Ellis. Lamento no haber podido hablar, antes de que murieran, con esos asesinos. Así, sólo dispongo de la duda y la sospecha. ¡Pero que no me informe que acusa a Ellis! ¡Le arrastraré hasta que muera, si lo hace! —Ha cambiado todo el sistema de vigilancia de como lo estableció Ellis. —Eso fue lo que le costó la vida. ¡Y se atreve a sospechar que estuviera de acuerdo con los contrabandistas! Cuando era su amigo. Al reunirse Ben con John y con Dick, les dio cuenta, pidiendo que no lo comentaran, para no comprometer al sargento Smith, de lo que había dicho el jefe, en casa de Esther. —¿Es posible que se atreva a hablar así? — dijo John. —Pues he sospechado más de una vez — manifestó Dick—que la muerte de Ellis la decretó el jefe. —¡Cuidado! — advirtió Ben, aunque pensaba lo mismo—. No se puede decir eso. No tienes la menor prueba. —Hablo de sospechas. De tener pruebas, le habría arrastrado, con todo lo jefe que sea nuestro. —Por lo que dice que ha comentado Smith, indica que le ha disgustado que matemos a esos miserables. —Si hubiéramos podido hablar con Adams y Down, es posible que hubiésemos averiguado algo importante. —Ha tenido suerte de que le mataran otros —dijo John—. Mayor. Tiene que ayudarnos a Dick y a mi. Hasta que termine el permiso, vamos a solicitar el traslado. Nos va a hacer la vida difícil. No nos estima a ninguno de los que fuimos amigos de Ellis. Tiene que solicitar usted a Austin que atiendan nuestra petición y que, al acabar el permiso, tengamos que incorporarnos a otra División. —Voy a ir a Austin. Hablaré de ello allí. —Gracias. El mayor Logan se informó de que habían regresado del permiso, y dijo al teniente Crush, que era su ayudante: —¿Es cierto que han llegado los Vengadores? ¿No les llaman así? —Regresaron ayer. Han venido de Tombstone. Donde han provocado otra matanza como la de Silver City... En esa matanza, han muerto los que dispararon sobre Ellis. Y en Silver City, mataron a los compañeros de esos dos. —¿Quién lo ha dicho? —Lo ha comentado el agente Perris. —Salieron a asesinar. Fueron de «caza». Ellis fue bien muerto. Estaba de acuerdo con los que le mataron. Debió exigir más de lo normal. —No creo que Ellis estuviera de acuerdo con contrabandistas, mayor. Era el mayor enemigo que tenían los contrabandistas. —Es lo que pasa con los ganaderos cuatreros. Suelen ser los de mejor fama y los que dicen ser enemigos de los ladrones de ganado. —No puedo creer a Ellis así... —Pues yo sé que lo han comentado algunos contrabandistas, después de muerto él. —No hay que hacer mucho caso a lo que digan esos cobardes. —Pues a mí, me ha hecho dudar... ¿Y esos agentes que llevó con él? —Han regresado también. —Pero no se han presentado, ¿verdad? —Les faltan ocho días de permiso. No tienen por qué hacerlo aún. —Les vamos a tener de «caza» constantemente. Van a estar recorriendo todas las millas de río que tenemos en la División. Dicen que son buenos jinetes. Lo van a tener que demostrar. ¡Y Me Cloud no va a descansar! Hay ganaderos que no le estiman. —Me Cloud es un gran rural. Muy apreciado y respetado en Austin. ¡Cuidado con lo que hace, mayor! —Le voy a dar oportunidades de demostrar todo eso —y al decir esto, se reía. El teniente Crush sabía el odio que tenía el jefe a ese mayor. Y lo comentó con el otro teniente que había en la División. —El mayor Logan va a morir a manos de Me Cloud —dijo el otro teniente—. Hace tiempo que lo he vaticinado. —Es lo que temo que va a suceder. Si se entera que dice que Ellis está bien muerto, no habrá quien le salve. —¡No es posible se atreva a decir eso! —Me lo ha dicho a mí. —Pues si se entera Me Cloud... —Ese es mi temor. El mayor Logan, jefe de la División, entró en el local de Esther, y la muchacha salió a su encuentro, tendiéndole ambas manos a la vez. —¿Qué te ha dicho Me Cloud? Me han afirmado que llegó. —No se ha presentado aún. Le restan unos días del permiso que le concedieron los de Austin. —No quieres convencerte de que es más popular que tú, con ser el jefe. —Pero está a mis órdenes, y tiene que obedecerme. Y ahora, cuando se reintegre a la División, va a saber lo que es bueno. Le voy a tener cabalgando horas y horas. Días y días. —¡Harás bien, es un engreído! Las muchachas están enamoradas de él, la mayoría. Y lo mismo sucede con las mujeres de la ciudad. Ya están hablando de que ha conseguido castigar a los que mataron al engreído de Ellis. —Demostraré que ese capitán estaba de acuerdo con los contrabandistas. Ya hay dos de ellos que están dispuestos a declararlo, si se les garantiza que no les pasará nada, por declarar. Le daban cien dólares cada uno al mes. Voy a terminar con el mártir. Era un granuja. —¡Cuidado con Me Cloud y sus amigos! No te fíes de tu cargo. Si decide matar, te matará, por muy jefe que seas. ¡No juegues con él! Y menos, con el hermano de Ellis. Ha estado esperando a Me Cloud. Y en el periódico ha escrito su editor y director que han sido castigados, por Me Cloud, los que mataron al capitán. —Ya veremos lo que escribe cuando los contrabandistas declaren la verdad de lo que era ese capitán. Le debieron matar por exigir más de lo que le daban. Amenazaba con detenerles y colgarles, antes de que pudieran hablar. —De todos modos, ten cuidado. Me Cloud no es un agente cualquiera. Sabes que le odio, pero también me da miedo. —Cuando los contrabandistas declaren, será detenido. Y no dejaré que escape. Le voy a complicar en los asuntos de Ellis. —Muy peligroso — dijo ella, asustada —. Bastará con demostrar que Ellis estaba de acuerdo con esos contrabandistas. No te excedas. —Es que esa persecución al grupo que estaba de acuerdo con Ellis puede demostrar que también él lo estaba, y no ha querido que puedan hablar. —Repito que lo que intentas es muy peligroso. No tomes a broma a Me Cloud. —¡Le voy a hundir! —¿Cómo demostrarás que esos contrabandistas dicen la verdad? ¿Por qué se han atrevido a hablar ante tí, sin detenerles al confesar que hacen contrabando? —No te preocupes. No estoy loco. Yo sé cómo demostrarlo. Y al mártir le voy a convertir en un granuja que engañó a todos. CAPITULO IX
El Superintendente general y Jefe Supremo de los Rurales,
estuvo escuchando a Me Cloud por espacio de dos horas. Hablaban mientras comían en casa del jefe. — Aquí en la Jefatura — dijo Ben—, hay traidores que tienen interés en demostrar que Ellis estaba de acuerdo con les contrabandistas, por unos dólares al mes. Deben ignorar que Ellis tenía una fortuna personal, que supera los siete millones de dólares. ¿Con esa fortuna se iba a jugar el prestigio, por una miseria? Era un amante del Cuerpo. No necesitaba lo que le pagaban. No saben que la paga la repartía con sus hombres. Mejor dicho, la repartía entre ellos como gratificación por el buen servicio. • —No sabía yo que tuviera esa fortuna. —Era un hombre que no alardeaba de riqueza, y eso que la tenia en cantidad. Era modesto, humilde, pero inteligente y valioso. Debía estar cerca de acosar a alguien que, asustado, dio orden de que le mataran. Y aunque le asombre y escandalice, aquí están los cómplices de esos contrabandistas que, asustados, ordenaron que le mataran. He castigado a los autores materiales de esa muerte, pero quedan los más responsables de ella. Y le advierto y anticipo que voy a matar al mayor Logan... Es el que está diciendo, en el local de su amante, la ramera Esther, que Ellis estaba de acuerdo con los contrabandistas. Y que si da garantías a unos de ellos, declararán lo que entregaban cada mes a- Ellis, por su complicidad. Cien dólares cada mes... a quien tenía millones. El jefe quedó pensativo. Lo que estaba oyendo era muy sensato y razonable. —Y yo me pregunto — añadió Ben—. ¿Por qué Logan, si sabe que son contrabandistas, establece diálogo con ellos, sin detenerles, ya que confiesa lo que hacen, y pide se conceda garantías de libertad a esos bandidos? ¿Por qué ese interés en enlodar el nombre de quien era el orgullo de los rurales? Y estoy seguro de que tratará de hacerme la vida difícil o encargará que se ocupen de mí. Me va a tener por el río para facilitar que, desde el otro lado, se pueda disparar sobre mí. O pedirá a sus amigos de aquí, que me quiten de aquella zona, porque me teme. Sabe que no voy a descansar hasta que descubra a los verdaderos culpables de la muerte de Ellis. Terminaron por estar de acuerdo en las pesquisas necesarias. El razonamiento de Ben era irreversible y contundente. Tanto, que interesó al jefe. Pidió a Ben que esperara a que terminara su permiso, en Austin. Y le invitó a comer, dos días más tarde. Ben marchó en busca de Allan Custer, periodista y editor. Buen amigo suyo. Y también estuvieron hablando más de dos horas. —Creo que estás en lo cierto — dijo Custer—. Pero, nada de matar antes de que se aclare. Después, plomo y cuerda. Nada de Corte ni expedientes. Ben, cuando iba al hotel en que se hospedaba, se cruzó con un Intendente, que se le quedó mirando cuando había pasado de él. Ben no se dio cuenta. El Intendente, al llegar a Jefatura, entró en dos despachos, en los que dio cuenta de que había visto a Ben y, como se convencieron de que debía estar en El Paso, no tardaron en preparar el modo de actuar. A la mañana siguiente, el jefe recordaba las palabras de Ben. El jefe de personal pidió permiso para entrar en su despacho, y le dijo: —Vengo a plantear un asunto grave de disciplina. —Pero debe hacerlo por escrito. Esos asuntos, tratados de manera personal, no deben ser atendidos por mí. Lo sabe usted. —Es que no quiero pueda interpretarse como asunto personal. —En ese caso, debe abstenerse. Dudo que sea tan grave delito. —Bueno. En realidad, no es delito en sí. Es que han visto en la ciudad a un mayor, que debía haberse presentado en la División a que pertenece, y de cuya ausencia dará cuenta el jefe de esa División. —Me está intrigando — dijo el jefe, sonriendo. Y pasados unos minutos, añadió el jefe: —¿De quién se trata? —Del mayor Me Cloud... —¡Ah...! He leído lo que el periódico ha escrito. Parece que ha conseguido rastrear y castigar a los que asesinaron al capitán Ellis. ¡Buen trabajo! Supongo que lo que le contraría a usted es que no haya dejado intervenir a las autoridades. El periódico decía que han sido castigados por él y por dos agentes que estuvieron a las órdenes de Ellis, y que le querían como Si se tratara de un hermano. —Ese mayor no ha sido partidario nunca de las Cortes ni de las autoridades legales. Y si ahora asegura que han matado a los autores de esa muerte, es lo que dice él. No hay prueba alguna. —Si les ha rastreado durante algún tiempo, es de suponer que sabía lo que perseguía. —Pero lo ha hecho él solo, sin dar cuenta a los compañeros... Pidió permiso por dos meses. Yo me negaba a esa concesión porque sabía que era una autorización absurda, de «caza». Y es lo que ha hecho. Cazar a unos cuantos, a los que acusa de asesinos de Ellis. Y han originado daños de enorme importancia en Silver City... Han matado y han incendiado locales que costaron muchos dólares. ¡Es un loco! Esa es la verdadera impresión que tengo de él. Y ahora, en vez de presentarse en la División, viene a esta ciudad, y está tan tranquilo. Logan tendrá que dar cuenta oficialmente de él. —¿Dar cuenta oficial? ¿Por qué? —Porque está donde no debe. ¡No se ha presentado en la División...! —¿Quiere traer su expediente? — Encantado. ¡Lo traigo aquí! Sabía que lo pediría. —Déjelo sobre la mesa. Luego lo estudiaré. Cuando salió el jefe de personal, el jefe se levantó y paseó, nervioso. Estaba furioso. Veía que Me Cloud había sabido adivinar la verdad, lo que le preocupaba, por la trascendencia que empezaba a sospechar tenía ese asunto. Una vez serenado, se sentó a ver el expediente de Me Cloud. Y al cabo de unos minutos, reía abiertamente. Pero no por ello, había cedido su enfado. Cerró el expediente que tenía ante sí, ante el aviso del secretario general. Y una vez ante él, dijo el secretario. —Me ha comunicado el jefe de personal de la indisciplina de un mayor, que anda por esta ciudad, en vez de estar en la División a que pertenece. Y para evitar' fricciones con el que manda esa división, con la misma categoría del indisciplinado, me he permitido proponer al jefe de personal el traslado de ese mayor a la División de Tyler. La más lejana de El Paso. Y he firmado la orden de traslado. Así se evita una posible discusión entre los dos. —¿A qué mayor se refiere? —Al que según veo, tiene su expediente sobre la mesa — dijo el secretario, sonriendo—. Es bastante indisciplinado. —En este expediente no veo nada que hable de indisciplina. Todo lo contrario. Desde el principio, ha sido elogiado por los jefes que ha tenido. ¿De dónde sacaron ustedes la indisciplina de Me Cloud? ¿Qué tienen ustedes dos contra ese mayor? —¿Es que no es indisciplina que ande por Austin, cuando debiera estar en la División? No hace caso a lo que le dice su jefe. • —Aquí no veo nota alguna que lo demuestre. ¿Es que el mayor Logan les ha pedido que le quiten a Me Cloud de esa División? —Es justa esa petición. ¿Sabe lo que ha hecho ese mayor, en Silver City y en Tombstone? —Castigar a los que asesinaron a un capitán amigo suyo. ¿Lo considera, en realidad, un delito? —Es que se sospecha que le mataron los contrabandistas con los que también se sospecha estaba de acuerdo ese capitán. —No he entendido bien. ¿Quiere aclarar sus palabras? Es muy grave lo que apunta. —Se está aclarando en El Paso lo de esa complicidad. Y si se demuestra, como espera Logan, ya que sólo necesita una garantía para los cómplices del capitán, quedará claro que esa muerte fue un ajuste de cuentas. Parece que le daban cien dólares al mes por esa complicidad. —No deja de tener gracia, si no fuera tan trágico el propósito, que un hombre con más de siete millones de dólares de fortuna, fuera cómplice por cien dólares al mes. ¿No le parece extraño? El secretario palideció. —¡No es posible! —Ya veo que no se preocuparon de investigar... Se habrían informado de la fortuna de los hermanos Ellis. Hubiera bastado que preguntaran en Houston. El jefe de personal cometió esa omisión, que pone al descubierto un interés, que aclararemos, sobre el que ha castigado a los autores de esa muerte. Y si el jefe de personal hubiera leído este expediente que me ha dejado, no habría cometido el error que usted abunda también, de llamar indisciplinado a Me Cloud por no presentarse en la División, y estar aquí en esta ciudad. Faltan ocho días para que el permiso de Me Cloud, concedido en esta Jefatura termine. Así que puede estar donde quiera hasta que llegue la fecha en que termina su permiso. —Perdone... No lo sabía. —Ya lo sé. Puede marchar. Dos horas más tarde estaban convocados los superintendentes, y reunidos con el jefe superior. Cuando terminó la reunión, el jefe de personal y el secretario general eran dados de baja, sin sueldo y sometidos a un expediente personal y urgente. Y cuando se lo comunicaron, decía el secretario al jefe de personal: —¡En buen lío me han metido! ¡Mira que no leer que faltaban ocho días para que terminara el permiso! Nos cuesta a los dos la expulsión, a nuestros años, y después de tantos de servicio. —La culpa es de Logan. —La culpa es nuestra. Y ya veremos en qué termina esto. —Por las personas inculpadas, se comentó en la ciudad. Y el periodista reía con Ben. —Buena la has armado — decía riendo. —Ha sido el jefe. —Pero porque estaba advertido por ti. No esperaban esa reacción de sus compañeros. —Han de estar asustados... porque han lanzado una acusación muy grave contra Ellis. Hay que contener a Mike, su hermano, que está aquí. Debe esperar a que lo aclaren en la jefatura. —¿Crees que lo conseguiremos? —Hay que intentarlo. Aunque soy el más decidido a arrastrar a esos cobardes. —Mal consejero vas a ser, entonces. —¿Es que no merecen ser arrastrados? —Desde luego... Pero el que más lo merece es Logan. —Esa es una pieza que me pertenece — dijo Ben, sonriendo. —Se han descubierto por impaciencia. —Gracias a esa impaciencia, se ha convencido el jefe de que yo tenía razón. Fue llamado Ben al otro día a la Jefatura. Y le dieron a conocer que era el jefe de una patrulla encargada de la vigilancia, contención y castigo de los contrabandistas. Era independiente de la División, y su jurisdicción era todo el río hasta la frontera con el estado inmediato. Y tendría a su servicio un teniente, dos sargentos y veinte agentes. Personal que señalaría él mismo. Dando cuenta de los designados a la Jefatura en Austin, con quien estaría en contacto, y a la que daría cuenta de sus trabajos. Se reunió con el periodista que, al leer el nombramiento, se echó a reír. — Te han metido en un volcán. Los contrabandistas están acostumbrados a una libertad que van a echar de menos. —Y no pienso detener. Voy a ir colgando a todos los que sorprenda. —¿Dejan a Logan? —Es lo que he pedido. Sospechan que es el que está de acuerdo con los contrabandistas, y quieren que yo lo demuestre. Claro que están seguros de que, una vez demostrado y comprobado, le arrastraré. —Si teme eso, Jo que hará es escapar. Se te va a meter en México. —Le rastrearé hasta el fin del mundo. En El Paso, Esther decía a Logan: —¿Sabes algo de Austin? —Me han escrito y me dicen que van a trasladar a Me Cloud a Tyler. Así quedaré más tranquilo. —Tú temes a Me Cloud, ¿verdad? —No digas tonterías. —Estaba mejor aquí a tus órdenes, y le harías la vida muy difícil. —Prefiero tenerle lejos. —Porque le temes. Logan sonreía mirando a Esther, y ésta tembló. —Debes perdonar. No sé lo que digo — añadió. Logan salió sin añadir una palabra, y echó un dólar en el mostrador. Esther quedaba muy asustada. Sabía que había dado un mal paso. El barman dijo a Esther: —Parece que va enfadado. ¿Ha pasado algo? —Que he cometido una torpeza — confesó ella —. Creo que me he excedido. —Te estoy diciendo que estás engañada, si crees que le tienes dominado. —Y me parece que tenías razón. La entrada de nuevos clientes y el paso de las horas, hicieron a Esther olvidarse de Logan. Pero, por la noche, una discusión en una mesa de juego, dejó el local convertido en algo espantoso. Y ella se salvó de verdadero milagro. Los clientes comprobaron que los dados tenían plomo y que los naipes nuevos estaban marcados. Seis muertos y el gran destrozo fue el resultado. Esther, que estaba temblando aún, en el local de un amigo, pensaba en Logan. Que no apareció por el local para interrogar qué había pasado. Fue el sheriff el encargado de interrogar. El dueño del local en que ella se refugió, dijo: —¿Porqué, lo tenías todo trucado? Te daba confianza la amistad con Logan, ¿verdad? Pero los vaqueros no han esperado a que los rurales te ayudaran. —No sé cómo lo han descubierto. Se hacía muy bien. —Siempre es peligroso. Por eso no quiero trucos ni marcas... Se gana menos, pero se vive tranquilo. ¿Ha sido mucho el daño?. —Han dejado el local destrozado por completo. —Y han matado al barman y a unos más... Ya puedes vender el local, si te dan algo por él. En estas condiciones, no será mucho lo que te ofrezcan. Esto ha sido obra de Logan. —No digas eso. —Yo sé que ha sido el autor de lo sucedido. Cometí una torpeza frente a él, esta mañana. No ha tardado mucho en responder. —No creo que él haya hecho esto. —Pero yo estoy segura. ¡Y le voy a matar! —dijo ella, muy serena. Pero cometió el error de repetir estas palabras ante algunos testigos. Cuando salía del local del amigo, un jinete la lazó y la llevó arrastrando por las calles. Y sin vida, la dejaron en el campo. El dueño del local no comentó nada. Pero pensó que Esther tenía razón. Era obra de Logan, pero ella no debió asegurar que le iba a matar.
CAPITULO X
Los rurales de Austin no se preocuparon de dar a conocer a
Logan las dificultades que les estaba haciendo pasar por su culpa y por su odio a Ben. Odio y miedo, ya que de esto no decía nada a sus amigos. Pero el odio no sabía ocultarlo. Por ello ignoraba lo que sucedía en la Jefatura de Austin. Y al saber que habían visto a Ben en El Paso, dijo a sus íntimos: —¡Ahora va a saber lo que es ser indisciplinado! —Debe pensar que termina mañana el permiso del mayor. —¿Mañana? ¿Es posible? —Está anotado en la oficina. Mañana es el día que termina el permiso. —Creí que hacía días debía haberse presentado. Y así lo he comunicado a Austin. —No debió hacerlo. Es mañana cuando termina. —Bien. Si le han llamado la atención, no está de más. Es que me sorprendió que le hubieran visto en Austin, cuando yo creí que debía estar aquí. —Si le han llamado la atención, habrá aclarado que no tenía que presentarse hasta mañana. —Es sorprendente que no hayan telegrafiado, pidiendo aclaración. Y yo habría respondido que debió presentarse ya. —Si hubiera consultado en la oficina... —Lamento no poder llamarle la atención, pero va a estar cabalgando día y noche. Ben salía de un local, con John a su lado, y oyó que decían: —¡Ben! ¡Ben! ¡John! Se volvieron los dos, y se encontraron con Myma, que corría, muy alegre, a saludar a los dos. Y les tendió ambas manos. —¡Qué alegría! ¡Me alegra mucho veros! —También nos alegra a nosotros. ¿Hace mucho que has venido de Silver City? —Unos cuántos días. Y no creáis que os guardo rencor... Mi familia tenía que acabar así... ¿Os vais a quedar aquí? —Pero no de manera fija... Hemos de estar recorriendo la frontera. Sin embargo, siempre que estemos aquí iremos a verte. Creo que tenías una pariente aquí. —Sí. Tiene un rancho bastante extenso, y a caballo sobre la frontera del río. —¿Cómo se llama esa pariente? —Dyane Emerson. —¡No! ¡No es posible! Así que eres sobrina de la «solterona». ¿Sabías que le llaman así? —Y nos reímos mucho de ello. —Ha de ser joven aún. —Treinta y dos años. ¡Ocho más que yo! —Si es muy buena amiga nuestra. ¿Cómo no lo dijiste en Silver City? Hablabas de una tía que tenías aquí, pero nunca dijiste el nombre... —Tampoco le he dicho a ella tu nombre porque sólo sé que te llaman Ben. Y como pediste que no dijéramos que eras rural, he seguido ocultándolo hasta aquí. —Iré a verte al rancho, y saludaré a tu tía. No piensa dejar de ser la «solterona», ¿verdad? —Los pretendientes que tiene ya se han convencido. —Hace más de tres años que no veo a tu tía. —Yo he estado en colegios. —Lo sabía por tu tía, aunque hemos hablado pocas veces de ti. Y si lo hicimos, no lo recuerdo. —Debéis ir a verme. ¿Y Dick? —Por ahí anda. Nos vamos a presentar mañana en la División. Pero tendremos libertad para ir al rancho, las veces que queramos. —Se alegrará mi tía, porque se ha quejado a los rurales de la invasión de parte de los terrenos del rancho de ella, por el ganado de dos ganaderos vecinos. Y no ha sido mucho el caso que le han hecho. El jefe de la División le dijo que era asunto del juzgado. Y el juez no es más que un granuja, amigo de esos ganaderos. Se habla de cambio de juez. No sabe lo que estamos deseando que se lleven al que hay ahora. —Hablaré con ella, y nos encargaremos de aclarar eso. Dile que esté tranquila. —Después de tantos años, salen ahora diciendo que esos terrenos les pertenecen a ellos. Claro que la culpa es de mi tía, por la confianza que ha tenido con su capataz, y aún no se ha convencido de que no es más que un granuja, al que voy a arrastrar yo. Ahora dice que ha considerado siempre esa parte como el rancho, pero que si dos ganaderos de la seriedad de ésos lo reclaman, será que tienen derecho. —¿Es posible? ¿Y aún le sostiene? No lo recuerdo. Y no sé si alguna vez le he visto. Pero ya digo que lo aclararemos. Pasaremos pasado mañana por el rancho. —Podéis almorzar con nosotras, ¿de acuerdo? —De acuerdo. En el Fuerte de los Rurales había una extraña tensión. Los agentes, sargentos y oficiales sabían el odio de Logan hacia Ben. No lo solía disimular. Y en la cantina, se había comentado el error de Logan sobre el permiso que estaba disfrutando. —Y ha dado parte de la falta de presentación, cuando aún seguía el permiso. -^-Pues no habrá agradado a Me Cloud... —No sabemos si le habrán dicho algo en Austin. Es de donde ha venido. —Si se lo han dicho, allí habrán confirmado que era un error. Han de tener datos de ese permiso, que fue solicitado por Ben, a Austin. —Buen disgusto habrá sido para el jefe darse cuenta de que estaba equivocado. —Los que están a su lado dicen que no ha comentado nada, pero que le va a tener cabalgando todo el día. —Pues que no canse demasiado a Mc Cloud. Logan estaba en su despacho, con el teniente ayudante y un capitán amigo. Estaba sonriendo y dando cuenta de lo que iba a hacer con Me Cloud. Cuando llegó un telegrama, dirigido a él. —Me darán cuenta de que ha venido hacia acá...—dijo, al abrir el telegrama. Pero los reunidos se dieron cuenta del cambio del rostro de Logan. —¡Qué barbaridad...!—exclamó—. ¡Están locos, en Austin! ¡Locos de remate! El que me telegrafía es el mayor Johnson. Me culpa de lo sucedido al secretario general y al jefe de personal. Han sido destituidos y retirados del servicio. Habían trasladado a Me Cloud, al recibir mi telegrama, y al saber que no había indisciplina porque estaba dentro del permiso, han sancionado a los dos. Y han hecho a Me Cloud jefe de un grupo especial de Fronteras. Autónomo e independiente. Con dos sargentos y veinte hombres, designados por él. Su autoridad llega hasta Gavenston. —No lo van a pasar nada bien los contrabandistas —dijo el teniente. Los reunidos se dieron cuenta del estado de ánimo de Logan. No podría hacer io que estaba diciendo. Y en realidad, era más importante el cargo de Ben que el de jete de la División. Y le quitaban todo lo relacionado con el río. Y esto era lo que en realidad disgustaba a Logan, pero pensó en el acto en los amigos. Ellos se encargarían de acabar con el endiosado rural. Pero también le asustaba la falta de amigos en Austin. Y temía que hubiera consecuencias por lo sucedido a quiénes eran autoridades tan elevadas. Dejaron de hablar, al decir el capitán que estaba en el despacho: —Ahí llega Me Cloud, con esos dos agentes que le acompañan siempre. —Los que han hecho las matanzas en Silver City y Tombstone — dijo Logan. Me Cloud entró en el despacho, y saludó a los que estaban reunidos —Traigo unas órdenes especiales. Lo confirmarán desde Austin, por correo. Aquí tienes los documentos. Se crea un grupo especial, del que me han nombrado jefe, que tiene carácter federal, aparte del propio como mayor de los rangers. En ese documento se especifica la formación de ese grupo especial, y se me designa con autoridad para ser yo el que elija a los que han de formar ese grupo. Comprendo que esto te disguste, porque ya me han informado que me ibas a tener cabalgando de la mañana a la noche. Tienes suerte de que me hayan designado jefe de ese grupo, porque, de no ser así, te habría matado. Y me han encargado, en jefatura, que puedes garantizar a esos contrabandistas que no les pasará nada, por la declaración que has comuna cado desean hacer. Logan palideció intensamente. —Llegará un juez especial para tomar declaración a esos contrabandistas. Puedes anticiparles que hay garantías de que no les ocurrirá nada. Esto era lo que aterraba a Logan, y lamentaba haberlo comunicado a Austin. Dadas las actuales circunstancias, estaba seguro de que esos contrabandistas no se atreverían a presentarse ante el juez especial. Y su situación se iba a hacer muy difícil. —Me han prohibido intervenir en ese asunto — aña- dió Ben— . Por eso viene un juez especial. Y por ello, no te pregunto quiénes son esos cobardes contrabandistas, que se atreven a acusar a Ellis de ser cómplice de ellos... Y por cien dólares al mes, a quien tenía más de siete millones de dólares de fortuna. En fin. No puedo intervenir. He prometido abstenerme. El rostro de Logan carecía de color. —Aquí tienes la relación de los agentes de esta División que necesito para ese grupo especial. Y al sargento Smith, y al teniente Bedford, si no tienes inconveniente, los incluyes en esa relación. Debes dar órdenes para que se nos haga espacio independiente dentro del Fuerte. Vendrán otros de Santone. Cuando los tres se despidieron hasta el día siguiente, Logan no se atrevió a decir nada. Estaba muy preocupado por el estado en que se colocaron los hechos. Los que estaban con él, seguros que deseaba quedarse solo, fueron saliendo. El teniente ayudante de Logan, dijo al capitán que salía con él: —Errores peligrosos ha cometido el mayor Logan. Me Cloud - le dará un disgusto muy serio. No ha debido hablar de que Ellis estaba de acuerdo con esos granujas. Teniendo la fortuna que tenía, es estúpida esa acusación. Y se va a volver hacia él. No creo que esos contrabandistas sigan adelante. Desaparecerán, así que sepan que es Me Cloud el encargado de reprender y castigar el contrabando. Si se atrevieran a declarar contra Ellis, Me Cloud les mataría. Y temo que, si confiesan que fue Logan el que les pidió que declararan, le matará también. —Y empiezo a sospechar que sería justo. Nos tenía engañados. Y no hay duda que se ha metido en un buen lío, por su odio a Me Cloud. —Me parece que está muy asustado. Le han privado de sus amigos en Austin. Y se encuentra en el centro de un enorme lío, armado por él. —Contaba con la ayuda de esos amigos de Austin. Logan estaba más asustado de lo que suponía el capitán y el teniente. Salió para visitar una pequeña cantina, cuyo dueño le saludó con gran atención. Estuvo unos minutos hablando con él y, sin beber nada, salió. Dos horas más tarde, llegaban a la cantina dos visitantes, a los que el dueño hizo señas para que entraran en la habitación que había al fondo del salón. Cuando se reunió con ellos, y les dijo lo que le habían encargado, exclamó uno de ellos. —¡Tiene que estar loco! ¡Diez mil dólares! —Pero entre diez. No es tanto-lo que pide el hombre. Os ha ayudado mucho, en estos años. —Y ha cobrado lo que’ acordamos darle. Y liquidaron a Ellis por orden suya, que era el que estaba descubriendo la verdad. —Es peligroso negarle lo que pide. Está asustado y, en esas^ condiciones, no conviene negarle nada. —Se puede hacer lo mismo que en las cuencas mineras. Se les paga bien, y se recupera lo entregado, después que «marcha de viaje». —Con éste no podrás saber cuándo sale ni en qué dirección lo hará. —Hará io más sencillo. Cruzar el río por algún vado que conozca, y se internará en el país vecino para pasar a otro país de Sudamérica. No se quedará en México. —Bueno... Hay que tranquilizarle. Se le entregan cinco mil, y se le dice que estamos buscando el resto... Y hay que buscar un buen lanzador de cuchillo. No vamos a dejar que nos esté sacando dinero constantemente. Y es, sin duda, lo que debe estar pensando. Querrá que esto sea para él un seguro de vida. Y no te fíes de él. Nos conoce bien. Esto era verdad. El que no se fiaba era Logan. Sabía qué clase de personas eran aquéllos a los que había pedido dinero para escapar lejos. Por eso estuvo vigilando la cantina. Y después, vigiló a uno de los tíos visitantes. Sonreía cuando vio que el perseguido entraba en un local. Y consiguió descubrir con quiénes hablaba. Cuando salieron los tres, ya de noche, bastante tarde, Logan disparó con rapidez sobre ellos, desapareciendo. El otro que estuvo en la cantina, al saber, por la mañana, que habían muerto los tres, se asustó. Susto que aumentó a la tarde, cuando se encontró en el rancho, y en el comedor, con que Logan estaba allí sentado. Se puso muy nervioso, al ver la sonrisa del mayor. —¡Hola! —le dijo. —Estamos visitando a los amigos. Conseguiremos esa cifra. Debe estar tranquilo. —Habló Charles con vosotros, ¿verdad? —Sí, por eso te he dicho que estamos al habla con los otros. —¿Qué dinero tienes en casa? —Muy poco... No te serviría de nada... Y yo, solo, no puedo reunir tanto dinero. —Sacaste, hace tres días, quince mil dólares del Banco. —Para comprar una partida de «ju-ju»... Y envié el dinero... ¡Tiene que creerme! Decía esto, al ver el «Colt» firmemente empuñado por Logan. —Es estúpido que, por ese dinero, pierdas la vida. Porque no esperes clemencia. Te voy a matar como maté anoche a esos tres granujas. Esta confesión fue lo que hizo al ganadero entregar el dinero que tenía, y que llegaba a los dieciocho mil dólares. —¡Y decías que no tenías dinero en casa! — exclamó Logan, al disparar sobre el cómplice. Pero no pensó en los vaqueros, que oyeron los disparos y, al verle que abandonaban la casa, dispararon sobre él. Ben, al informarse de que había encontrado el cadáver de Logan junto al río, comentó: —Le han matado sus cómplices. Seguro que les pidió dinero para escapar. Y le han pagado en la moneda que ellos usan con frecuencia: ¡plomo! Si le hubieran dado lo que pedía, se me habría escapado, por confiado. Fueron todos los rurales al entierro, y quedó constancia de que había muerto como un héroe, en el cumplimiento de su deber. Y al conocer la muerte del ganadero contrabandista, sonreía Ben. —¡Se han matado los dos! —comentó. Visitó a Myrna y a su tía, que le dio cuenta del terreno que le habían invadido los ganaderos vecinos. —No comprendo el interés que tienen ambos ganaderos en meterse en mi rancho, uno por el Este y el otro por el Oeste. Tienen interés en estar junto al río. Palabras que hicieron sonreír a Ben. —Yo hablaré con ellos — dijo a Dyane—. Es posible que atiendan mi ruego. —¿Y qué dice el capataz? —Tiene engañada a mi tía. No es más que un granuja y un cuatrero — replicó Myrna. —¡No digas eso! —protestó la tía. —Te lo estoy diciendo, hace tiempo. —Nos informaremos nosotros — añadió Ben. Y volvió tres días más tarde. —¡Myrna! — dijo —. ¡Llama al capataz! —No hagas caso a ésta. —Mire, Dyane. Su capataz es un cuatrero. Tiene razón Myma — añadió Ben—. Le voy a leer los gastos que ha realizado en una sola semana. La suma de todo lo que voy a leer es de trescientos doce dólares. ¿Es que le paga tanto para que pueda soportar esos gastos en una semana? —¡No es posible! —Está perfectamente relacionado. Y bebe champaña y alterna con mujeres que son caras. ¡Roba reses o hace contrabando! —Es una desagradable sorpresa. Porque no crea que me agrada que se rían de mí y abusen de mi confianza. Cuando Myrna avisó al capataz, como éste había visto al mayor y a los que iban con él, dijo: —Dentro de unos minutos voy... Tengo una vaca pariendo. Cuando la deje en manos de los muchachos iré. Pero lo que hizo fue galopar hacia un vado, y cruzar el rio. Ben se quedó con el deseo de castigarle. Y riñó a Dyane, por ese exceso de confianza. Los ganaderos que tenían ganado en los pastos de Dyane, al conocer la huida del capataz, ante la llamada del rural, decidieron hacer salir el ganado que que tenían indebidamente en esos pastos. Ello no evitó que los rurales se presentaran, a la misma hora, en los dos ranchos. La huida de los dueños y los vaqueros, al descubrir a los rurales, estaba justificada. Había ganado remarcado y, en un henar, encontraron «ju-ju» en cantidad. En el tiroteo que se cruzó, murieron los dueños y los capataces. Los vaqueros no dispararon. Sólo pensaron en huir, y lo consiguieron. Ben visitó con cierta frecuencia a Myrna. Y la tía de ésta sonreía, al fijarse en su sobrina. Diez meses más tarde, se casaban.