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Capitulo 15 MUCHEDUMBRES
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MUCHEDUMBRES
bre. De parte de este hombre, que nunca había visto a un blanco que
no fuera inglés, las preguntas chisporroteaban: ¿Qué se comía en Fran-
cia? ¿Cuál era la composición de las comidas? ¿El intervalo que las
separaba? Yo me esforzaba por informarle como lo haría un indígena
concienzudo con la encuesta de un etnógrafo, y a cada una de mis
palabras observaba el vuelco que se producía en su mente. Toda su
concepción del mundo cambiaba: después de todo, un blanco podía
también ser nada más que un hombre.
Sin embargo, hacen falta tan pocas cosas aquí para crear la
humanidad... Veamos a un artesano instalado él solo en una acera,
donde ha dispuesto algunos trozos de metal y herramientas: se ocu -
pa de una tarea ínfima, de la que obtiene su subsistencia y la de los
suyos. ¿Qué subsistencia? En las cocinas al aire libre, pedazos de
carne aglomerados alrededor de unas varillas se asan sobre las bra -
sas; preparados de leche van apocándose en baldes cónicos; rodajas
de hojas dispuestas en espiral sirven para envolver el chicote de betel;
los granos de oro del gram se achicharran en la arena caliente. Un
niño pasea algunos garbanzos en una palangana: un hombre compra
el equivalente de una cuchara sopera y se agacha en seguida para
comerlo, en la misma postura indiferente a los transeúntes que adop-
tará un instante después para orinar. Los ociosos pasan horas y
horas en tabernas de madera bebiendo un té cortado con un poco
de leche.
Se necesitan pocas cosas para existir: poco espacio, poca comi -
da, poca alegría, pocos utensilios o herramientas; es la vida en un
pañuelo. Pero, en cambio, parece haber mucha alma. Se lo huele
en la animación de la calle, en la intensidad de las miradas, en la
virulencia de la menor discusión, en la cortesía de las sonrisas que
marcan el paso del extranjero, a menudo acompañadas, en tierra
musulmana, de un salaam con la mano en la frente. ¿Cómo interpre-
tar de otra manera la facilidad con que estas gentes arraigan en el
cosmos? Es la civilización de la alfombra de plegarias que repre -
senta al mundo, o del cuadrado dibujado sobre el suelo que define
un lugar de culto. Allí están, en plena calle, cada uno en el universo
de su pequeña exhibición y dedicados plácidamente a su industria
en medio de las moscas, de los transeúntes y del bullicio: barberos,
escribas, peinadores, artesanos. Para poder resistir se necesita un lazo
muy fuerte, muy personal con lo sobrenatural, y quizás allí es donde
reside uno de los secretos del Islam y de los otros cultos de esa región
del mundo: cada uno se siente en presencia de su Dios.
Recuerdo un paseo a Clifton Beach, cerca de Karachi, a orillas
del océano Indico. Al cabo de un kilómetro de dunas y de pantanos
se desemboca en una larga playa de arena oscura, hoy desierta pero
a donde los días de fiesta la muchedumbre se vuelca en vehículos
arrastrados por camellos más endomingados que sus propios amos.
El océano era de un blanco verdoso. El sol se ponía; la luz parecía
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