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Coccoz
Por Redacción | 16 diciembre, 2014
La invención de Frida[1]
Vilma Coccoz
Madrid – España
Su padre, para quien Frida era la hija preferida debido a su inteligencia, la incitó a
practicar deportes, algo poco común en las niñas respetables de entonces.
Jugaba al fútbol, boxeaba, llegó a ser campeona de natación. Esta inducción a
resolver el defecto del ego con una identificación masculina se complementaba
con el estímulo intelectual. También su padre le inició en una variedad de lecturas
e intereses, entre ellos la pintura, le enseñó a usar la cámara, llevándola consigo
en su excursiones fotográficas en las que ella le socorría en caso de que él
sufriera un ataque.
Al no tener hermanos varones asumió la posición del hijo más prometedor, que
según la tradición, se prepararía para ejercer una profesión[8] En 1922 Frida fue
una de las pocas jovencitas que consiguió entrar en la Escuela Nacional
Preparatoria, la mejor institución docente de su país. Eligió un programa de
estudios que le permitiría pasar a la Facultad de Medicina. Enseguida destacó por
la independencia de criterios, su irreverencia, su destreza en los juegos de
palabras y su acerado humor. Hizo amistad con una pandilla formada sobretodo
por muchachos (Los cachuchas), la mayoría de los cuales se darían a conocer
años después, como destacados vanguardistas en diferentes ámbitos culturales.
El accidente
El cuerpo, la pintura
Frida encuentra a Diego Rivera a través de su amistad con Tina Modotti, una
fotógrafa italiana. Por entonces Diego tenía cuarenta y dos años, ha estado
casado dos veces y tenido cuatro hijos. Rivera consideraba a las mujeres
superiores a los hombres, sus amores y amantes fueron inmortalizadas en sus
magníficos frescos. Quedó fascinado con la audaz joven que le pidió
inmediatamente una opinión sobre su pintura. Sus cuadros, su habitación y su
vivaz presencia me llenaron de asombroso júbilo confesó más tarde el gran
muralista.[13]
El vestido, el aborto
En los primeros años de matrimonio, mientras Rivera trabajaba de sol a sol, Frida
se mostraba contenta con ser la joven esposa del genio, del gran hombre. Por
esas fechas, un paréntesis en su quehacer artístico, Frida adoptó un semblante
nuevo que le otorgaría una sustancial distinción, el traje de tehuana.[15] Para
Frida vestirse era un rito y un acto de creación de la imagen que cada día quería
presentar al mundo, por eso se dedicaba a ello con perfeccionismo y precisión,
complementándolo con el arreglo del cabello, adoptando modelos típicos o
inventando modos de decorarlo y trenzarlo. Consumaba esta obra diaria con
joyas, se vestía como para una fiesta incluso en los últimos días de su vida[16].
Aunque por una parte, el vestuario nativo portaba un mensaje político que
convenía a su condición de esposa de Rivera, también daba consistencia a
una persona en la que dramatizar su carácter decidido, a tal punto que el traje
retenía algo de su ser cuando se lo quitaba . [17]
Durante la estancia en EEUU Frida trabó amistad con Leo Eloesser, un famoso
cirujano torácico, a quien confiaría, durante el resto de su vida, sus más íntimos
sentimientos. Podemos reconocer en las cartas los signos de una verdadera
transferencia en sentido analítico. El 26 de mayo de 1932 Frida le dirige una
demanda perentoria, le pide consejo acerca de lo que sería mejor para ella,
teniendo en cuenta su debilidad física. Está embarazada de dos meses. Y en esta
misiva describe el desgarro de su debate interior. En el Hospital Henry Ford la
atiende el Dr. Pratt a quien ella había pedido suministrarle sustancias abortivas en
la creencia de que, en su estado físico, muy delicado, era mejor interrumpir el
embarazo.[19] Luego de sufrir unas débiles hemorragias se comprueba que la
gestación continúa y el mencionado doctor le aconseja continuar y dar a luz
mediante cesárea. Las dudas arrecian su espíritu, piensa que Rivera no tiene
muchas ganas de tener otro hijo. Ella baraja las consecuencias: no podrá seguir a
Diego en sus viajes, debiendo hacer reposo hasta el nacimiento y trasladarse a
México, junto a su familia. Sin él, algo que la subleva.
El 4 de julio de 1932 Frida tuvo un segundo aborto; le escribe a Eloesser el día 29.
En esa carta le explica que ya había tomado la decisión de guardar el bebé
cuando la respuesta de él a la carta anterior, animándola, había llegado. Está
destrozada: En el momento de escribirle yo no sé por qué lo he perdido y por qué
razón el feto no se había formado…[20]
Luego del doloroso suceso le pidió al doctor un libro médico con ilustraciones
sobre el tema, pero éste se negó a concederle tal cosa. Rivera se lo trajo, y con
esa lectura comenzó a fraguarse el cuadro Henry Ford Hospital. En él Frida yace
desnuda en la cama de hospital, su sangre tiñe las blancas sábanas. Una gran
lágrima blanca recorre su mejilla. Su vientre todavía está hinchado. Por sus manos
pasan seis lazos rojos, uno de ellos está atado a un feto que muestra los genitales
de un varón (el Dieguito que esperaba). Los otros hilos se enlazan a un torso, una
pelvis, un caracol, una orquídea y a una extraña máquina que se ha interpretado
como las caderas de Frida, o al terrible asimiento del dolor.
En el óleo Frida y la cesárea también fechado en 1932, aparece su figura yacente
en una cama de hospital. Una silueta informe se dibuja en el vientre. Los ojos
cerrados parecen indicarnos el sueño del bebé cuya figura se vincula, con débiles
trazos, al rostro de Rivera, ambos a la izquierda. A su derecha, en la parte
superior, se muestra un grupo de médicos ocupados en una intervención. Más
abajo, el retrato de una mujer con los ojos bien abiertos, una nube blanca parece
su vestido que se une una sábana sugerida, a unos frascos de análisis químicos.
A partir del aborto y a pesar del bienestar del que gozaban en EEUU, Frida insistía
en regresar a México por el que sentía una profunda nostalgia. El deseo de
abandonar New York queda patente en la complejidad del cuadro Mi vestido
cuelga ahí. Una imagen de Manhattan, sede del capitalismo y de la protesta
durante la Depresión. En el centro cuelga el vestido de tehuana, exótico,
delicadamente femenino. Contrasta con el gris frío de los rascacielos y con los
símbolos de la fatuidad de gringolandia.
El arte de Frida ha suscitado tanta admiración y comentarios que hoy en día nadie
duda en situarla en el Olimpo de la pintura del siglo XX. Sus sangrantes y
dolientes autorretratos en nada invocan a un Dios que se ha alejado, son
poderosas imágenes de un barroco profano en el siglo durante el cual lo real sin
ley sacude el cuerpo con su estrepitosa emergencia. …Frida, sola en un espacio
maquinizado, tendida sobre un catre, desde donde ve llorando que la vida-feto es
flor-máquina, caracol lento, maniquí y armadura ósea en su apariencia pero en su
realidad esencial (…) viaja más de prisa que la luz.[22]
[5] En un cuadro del año 1937, Mi nana y yo, pintó el ama de cría como la
encarnación mítica de su herencia mexicana y a sí misma como niña de pecho.
[7] H. Herrera Una biografía de Frida Kahlo. Planeta. Barcelona. 2007. Pág. 32/33.
[8] Ibidem, pág. 45
[9] Idem. Pág. 72
[10] Cuenta Diego Rivera que Picasso le había dicho que ninguno de ellos podría
igualar el arte de Frida para pintar retratos.
[15] Al vestirse de tehuana estaba eligiendo una nueva identidad, y lo hizo con el
fervor de una monja que toma el velo (
) desde que se casó el vínculo intrincado
entre la vestimenta y la imagen de sí misma, entre su estilo personal y su pintura
se convirtió en una de las tramas secundarias del drama
H. Herrera, op.cit pág
147
[20] Frida Kahlo par Frida Kahlo. Cristhian Bourgois Éditeur. France. Pág.124.
Que la idea de una pintura no es una pintura y que los poemas no se hacen con
ideas, sino con palabras, parecen ser convicciones de sentido común, por eso, el
escándalo develado por EL ESPAÑOL pone inmediatamente al público a favor de
Fumiko. ¿Habrá alguien a favor de De Felipe?
Desde el gusto personal de los arreglistas que dan la forma final en que la
composición va a ser grabada, pasando por la falibilidad de los músicos que
interpretaran, hasta el criterio individual de los ingenieros de grabación que se
encargarán de registrarla y editarla, la obra está sometida a infinitas distorsiones
que alejan lo que el oyente acaba escuchando de lo que el compositor
originalmente “tenía en la cabeza”. En 1949 Scott expresó su sueño de ciencia
ficción de la música ideal:
“Algún día, quizás en los próximos 100 años, la ciencia perfeccionará el proceso
de transferencia de pensamientos del compositor al oyente. Ya se han
perfeccionado dispositivos para grabar los impulsos del cerebro. En la música del
futuro, el compositor se sentará sólo en el escenario y simplemente PENSARÁ
una concepción idealizada de su música. Sus ondas cerebrales se recogerán por
medio de equipamiento mecánico y serán canalizadas directamente dentro de las
mentes de sus oyentes, sin pasar por ningún espacio que distorsione la idea
original.”
Esta música del futuro, perfecta, pura, librada de toda materialidad distorsionante,
sin músicos ni instrumentos musicales, sería, hay que decirlo, una música
silenciosa. No es difícil imaginar a Antonio De Felipe enamorado de este ideal
aplicado a su arte: una pintura donde sus ideas se manifiesten puras, sin
necesidad de pasar por ninguna mediación material, sin pasar por el tedio de tener
que pintar, desechando toda interferencia física, sin necesidad de pinceles,
pinturas o manchas en las manos, y sin necesidad, por supuesto, de ninguna
Fumiko Negishi.