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LAS PASIONES Y LA UNIDAD

DEL HOMBRE
Graciela E. Assaf de Viejobueno

Introducción

En la Introducción al Tratado de las Pasiones de la Suma Teológica de


Santo Tomás de Aquino, dice Manuel Ubeda Purkiss que “si despojáramos a
la vida política , cultural, social y religiosa del hombre o de la sociedad de sus
elementos emocionales y afectivos se convertiría en un conjunto inexpresivo.”
(1). O sea que, en un mundo carente de sentimientos y de afectos, no hubieran
podido tener lugar las múltiples manifestaciones de la cultura.
Se suele decir, equivocadamente, que las pasiones perjudican y destruyen al
hombre, y por lo tanto hay que suprimirlas. En realidad, las pasiones no son ni
buenas ni malas. Ellas son el motor que excita y desarrolla la actividad. Así
Juan Luis Vives dice en su obra Tratado del alma que Dios infundió en el
hombre las pasiones para que sirviesen a modo de acicate para estimular su
alma. Sin embargo, considera que al padecerlas el espíritu originan
“perturbaciones” e “impotencias” y cuando son muy violentas crean confusión
mental, “ceguedades” que no permiten ver nada. Por ello aconseja que la
razón juiciosa debe permanecer alerta y vigilante para impedir que las
pasiones nos dominen, es decir, que no se hagan permanentes en el hombre ni
se constituyan en enfermedades o vicios del alma (2).

Por eso es preciso educar, ordenar y purificar las pasiones. Hay que
encauzarlas, para lograr un pleno crecimiento humano. Al respecto, el P. Petit
de Murat ejemplificaba:

"La ira, asumida por la razón, engendra la virtud de la fortaleza."

La pasión nace de la afección íntima que nos causa un acontecimiento


exterior. Son deseos permanentes que no nos abandonan ni siquiera una vez
satisfechos. Por ello, las pasiones no son fugitivas o provisionales y, a veces,
constituyen el drama de toda una vida. La literatura recoge casos
paradigmáticos de personajes poseídos por una pasión determinada y
escritores como Shakespeare, Dostoievsky, Balzac, Moliére, entre muchos
otros, conocieron tan a fondo la psicología humana que en sus obras retrataron
admirablemente el drama de la ambición, de la codicia, del orgullo, del amor y
el odio, de la alegría y la tristeza.
Aunque lo natural de las pasiones es crear una inquietud sofocante, a veces se
realizan en una quietud posesiva satisfecha que es la de su realización
objetiva.

Las pasiones y su clasificación:

Para Santo Tomás, las pasiones son fuentes del dinamismo humano.
Paradójicamente la pasión verdadera es acción. En su acepción propia es un
cierto movimiento o conmoción según la alteración.
Los neo-escolásticos reservan el término pasión a los movimientos del apetito
sensitivo .
En cuanto al número de las pasiones Aristóteles y Santo Tomás coinciden en
que son once. Seis del apetito concupiscible: amor-odio, alegría o gozo-
tristeza, deseo-aversión. Cinco del apetito irascible: esperanza-desesperación,
audacia-temor y la ira.
El amor es la pasión fundamental y la que nos hace participar activamente en
la vida del otro, ayudándolo a construir su bienestar. Amar es querer el bien
del amado. El origen de todas las pasiones es el amor, pues como dijo San
Agustín “el amor que desea tener lo que ama, es codicia; el que le tiene ya y
goza de ello, es alegría; el amor que huye de lo que le es contrario es temor y
si lo que le es contrario le sucede, es tristeza.” (3).
El odio es la contrariedad que se experimenta al sentirse opuesto a otra
persona y se manifiesta por un estado de hostilidad permanente frente a ella.
El amor y el odio son las pasiones primitivas porque de la atracción al bien,
presente o ausente como de la repulsión al mal, también presente y ausente
surgen respectivamente : el gozo, el deseo, la tristeza y la aversión.
La pasión del deseo es una agitación del alma que la dirige hacia el futuro y se
manifiesta como un afán de conquista.
Las pasiones del irascible giran en torno a su objeto que es lo arduo o difícil
en vistas a lograr el bien y también respecto a su acercamiento o alejamiento
de él. Así , el bien visto como arduo y estimado como alcanzable, es la
esperanza. La desesperación sobreviene cuando ese bien se torna inalcanzable.
El mal arduo futuro visto como invencible, engendra temor y cuando se tiende
hacia él para vencerlo, genera la pasión de la audacia. El mal presente
considerado como posible de vencer da lugar a la ira.
Aristóteles define la ira diciendo que es el impulso acompañado de dolor,
como respuesta, desagravio o reacción exteriormente manifestada hacia un
desprecio que nos infieren a nosotros mismos o a un amigo.
Cornelio Fabro en su libro Introducción al problema del hombre,
refiriéndose al placer o “delectatio”, dice que en los seres finitos comporta un
elemento cognoscitivo que es la aprehensión de un cierto bien real o aparente
y un elemento afectivo, es decir, el sentimiento de bienestar que es la
complacencia de la esfera emocional.
Por el contrario, en Dios el placer es la felicidad de la plena posesión de sí
mismo, sumo bien, acompañada por una única, simple y suprema alegría,
porque el placer consiste en la quietud más que en el movimiento (4). Para
Aristóteles “la más grande delectación es la que proviene del ejercicio de la
sabiduría “ y San Agustín nos habla del “Gozo de la Verdad” o “Gaudium de
veritate”.
Así como el gozo o la alegría nos produce un ensanchamiento del corazón, la
tristeza nos encoge el alma y en la forma del abatimiento, nos debilita la voz.
El temor es un dolor o trastorno causado por la presencia de la imagen de un
mal futuro. Contrario al temor es la confianza que es la sensación de la
proximidad de algo que nos hace sentir seguros y alejados de todo peligro.
Además de las pasiones básicas, hay otras derivadas de ellas, como ser:
La codicia, que es el deseo de lo ajeno , procurando apoderarse de lo que se
ansía.
Los celos, que llevan a que el celoso se torture imaginando escenas que
reproducen los motivos de sus celos. Son hechos reales que conforma
imaginativamente con arreglo a su “yo” celoso. Todo lo que vive está
coloreado por su pasión.
La envidia, según Juan Luis Vives es un “encogimiento del ánimo por el bien
ajeno, en lo cual hay cierta mordedura y dolor y por eso tiene parte de
tristeza.”
La envidia se vincula con el resentimiento y el odio ya que surge del
sentimiento de impotencia que se opone a la aspiración hacia un bien por el
hecho de que otro lo posee. La envidia más trágica es la que inspira una
persona no por los bienes que posee, sino por lo que ella es intrínsecamente.
La venganza es la pasión que enciende y multiplica la discordia, reaviva la
envidia, los celos, la rivalidad, la competencia y perpetúa la lucha entre
hombres, lanzándolos unos contra otros en una azarosa contienda íntima.

Las pasiones y el compuesto humano

El hombre es, dentro de la escala de los seres creados, el mediador entre


aquellos cuya naturaleza es puramente espiritual -los ángeles- y los
irracionales, como los animales. Así como Platón en el Banquete nos dice que
la Filosofía participa de la doble condición de sus progenitores, la abundancia
y la miseria, también el hombre participa de la condición que le imponen sus
componentes intrínsecos: un alma inmortal y un cuerpo material. Es en razón
del compuesto alma-cuerpo que el hombre está vinculado hacia abajo con sus
congéneres. Con ellos tiene en común el poseer las mismas funciones vitales
de nacer, crecer, alimentarse, reproducirse y morir. Sin embargo, a pesar de
que la sensibilidad es común a ambos, debemos recordar que “todo en el
hombre es humano”, lo que significa que el hombre está transido de su
racionalidad y ella impregna de tal modo su obrar que aún aquellas funciones
que comparte con los animales, las cumple al modo humano. Ora que coma,
que beba o que se reproduzca, el hombre lo hace de manera distinta al animal.
La unión alma-cuerpo es tan estrecha que existe una dependencia mutua y una
inter-relación entre ambas, de modo que lo que sufre el alma, afecta al cuerpo
y viceversa.
En este punto, es abundantísimo lo que se ha estudiado y escrito en el campo
de la Antropología y de la Psicología principalmente. También la Medicina,
en su orientación psicosomática, procura relacionar las enfermedades con
estados emocionales. Las pasiones son consideradas como causas o efectos de
ciertas enfermedades.
En su libro Psicología Humana, el P. L. Castellani, recordando a Aristóteles,
expresa que el “hombre es un compuesto bipolar, cuyas partes están tan
compenetradas que cada una de ellas es todo el hombre, aunque no
totalmente.” (5).
Nos dice Ubeda Purkiss que “el hombre no es un compuesto de animalidad y
racionalidad en el mismo sentido que un edificio está formado por una
estructura. El hombre es una unidad única que posee una esencia única. La
animalidad racional, siendo una esencia única y completa, es un principio de
operación que realiza las funciones de la vida vegetativa, sensorial y
racional.”(6).
Esta asunción eminente de las formas inferiores por las superiores es un
corolario de la idea metafísica fundamental de la filosofía aristotélico-tomista:
la idea de participación. Todo el universo tiene una estructura jerárquica de
participación y lo inferior participa, por grados del ser, del primer Ser,
absoluto y perfecto, creador y ordenador, reflejando algo de su infinita
riqueza.
En el hombre es su naturaleza- o forma esencial humana- la que no sólo
piensa y quiere, sino también la que vive, siente, se nutre, crece y cambia. En
una única forma sustancial que le da vida, se encuentra lo vegetativo, lo
sensitivo y lo intelectual. Ahora bien, es la forma superior la que contiene las
formas inferiores, animal o sensitiva y vegetativa. Pero con una perfecta
unidad. En el hombre no hay tres vidas ni tres almas, sino una vida con tres
grados. La vida animal está en el hombre asumida por la humanidad y
asumida perfectivamente, es decir de manera eminente.
El tema de las pasiones se inserta dentro de esta consideración acerca del
compuesto humano o la unión sustancial y plantea una serie de interrogantes:
¿Las pasiones son del cuerpo o son del alma?
¿Los ángeles tienen pasiones?; ¿los animales las tienen?
¿O es algo sólo privativo del hombre en razón de su peculiar naturaleza?
¿Jesucristo padeció en tanto hombre o en tanto Dios?

Si el hombre careciera de su materialidad corpórea no tendría pasiones, pero si


careciera de alma tampoco las padecería. El animal siente hambre pero no se
da cuenta del hambre. Sólo el hombre es capaz de una reflexión que le
permite: pensar lo pensado , querer lo querido y sentir lo sentido.
El hombre es una unidad sustancial de cuerpo y alma y hay tanta solidaridad
entre estos dos componentes constitutivos de su ser que cuando el cuerpo
padece, a raíz de un accidente o enfermedad, el ánimo decae; y a la inversa,
los padecimientos del alma se manifiestan a través de reacciones del cuerpo.
En su Tratado del alma, Vives dice que las pasiones van unidas en parte a la
carne animal y en parte a lo anímico, pero todas ellas adquieren su fuerza
principal de la constitución del cuerpo.
Es imposible soslayar el “humus” corporal que nos constituye. Nuestros
temperamentos son orientaciones del cuerpo que nos predisponen a la
excitación o a la inhibición, a la inquietud o a la quietud. Así, los
temperamentos ardientes tienden a encolerizarse, a apasionarse fácilmente y
los fríos tienden a la timidez, al apocamiento. La base corpórea y
temperamental que nos constituye tiene que ver con nuestras pasiones.
En su Introducción al Tratado tomista de las Pasiones, Ubeda Purkiss dice
que “una pasión no es un estado psíquico puro, ni tampoco una mera función
fisiológica...es decir, la emoción es una operación integral que encubre la
existencia de un estado psíquico y de un cambio fisiológico...En toda
respuesta emocional participan por tanto dos componentes: uno vital, la
actividad inmanente, es decir, la reacción psíquica ante el placer o el dolor; el
otro, consiste en una reacción fisiológica, en la cual participan la actividad
nerviosa, secreciones endocrinas, la actividad circulatoria y respiratoria,
etc.”(7). Estos estados emocionales tienen su caja de resonancia en el
compuesto humano a través de reacciones corpóreas tales como el rubor, la
palidez, el temblor, la aceleración del pulso, etc. y esto es a causa de la
contigüidad física y la íntima unión entre alma y cuerpo.
En sus Cuestiones Disputadas sobre la verdad, al inicio del tratamiento de
la Cuestión Vigésimosexta, Sobre las pasiones del alma, Santo Tomás
considera el tema del sujeto de las pasiones. ¿A quién se las atribuimos?
Una acción no se la atribuye a la potencia, sino al sujeto que la realiza. Las
acciones pertenecen al su-puesto . Un su-puesto que es un com-puesto
formado por un elemento material y uno formal.
En los tres primeros artículos de la mencionada cuestión, Santo Tomás trata lo
siguiente:

1- De qué modo padece el alma separada del cuerpo.


2- De qué modo padece el alma unida al cuerpo.
3- Si la pasión está sólo en el apetito sensible.

El segundo artículo es el que será puesto a consideración en el presente


trabajo, o sea, de qué modo padece el alma unida al cuerpo.
En la respuesta a este artículo, Santo Tomás comienza diciendo que según la
acepción propia de pasión, es imposible que algo incorpóreo padezca. En
consecuencia, lo que padece es el cuerpo. Y cuando decimos que la pasión
pertenece al alma lo decimos en tanto y en cuanto ésta se une al cuerpo; unión
que se verifica de dos maneras:
- como forma, vivificándolo,
- como motor, ejerciendo sus operaciones por el cuerpo.

En ambos casos el alma padece “ per accidens”, pero de diversa manera.


Estos distintos modos provienen a raíz de que se trata de un compuesto de
materia y forma.
“Lo que está compuesto de materia y forma, así como obra por razón de la
forma, así también padece por razón de la materia y por ello la pasión empieza
a partir de la materia. Pero la pasión del que padece deriva del agente por el
hecho de que la pasión es efecto de la acción” (8).
La pasión corporal empieza en el cuerpo y tiene su término o fin en el alma en
cuanto que se une al cuerpo como forma. En Cornelio Fabro leemos que las
pasiones del cuerpo son todas aquellas que le hacen daño en sus funciones
vitales como el hambre, la sed y las enfermedades (9). Santo Tomás pone el
ejemplo de quien es herido en su cuerpo: su alma padece en razón de que se
debilita la unión. El alma, que no puede morir, sin embargo le teme a la
muerte. No teme la muerte como si ella fuese a morir, sino que teme la
desaparición del compuesto por su separación del cuerpo. Esto explica el
temor que sienten los moribundos.
La pasión anímica empieza por el alma en cuanto motor del cuerpo y termina
en el mismo. Como ejemplo de ello señala la ira y el temor que actúan por la
aprehensión y tendencia del alma, a la que sigue una transmutación del
cuerpo. “Las pasiones del alma o pasiones en sentido riguroso son los
movimientos de la conciencia e indican las actitudes de atracción y repulsa
que el sujeto siente hacia los objetos del apetito. Aristóteles hablaba de tres
pasiones principales existentes en el alma: el deseo, la ira y el miedo” (10).
En ambos casos- tanto en la pasión corporal como en la anímica-, el alma
padece por accidente ya que la pasión no acaece al compuesto de alma y
cuerpo sino por razón del cuerpo.
El compuesto no padece en razón del todo, sino de una de sus partes- el
cuerpo (11).
Ubeda Purkiss nos explica esto diciendo que el movimiento pasional afecta
esencialmente, per se, al cuerpo y en razón de él al compuesto humano que es
un complejo psicofisiológico en el que existe solidaridad entre lo que acaece a
sus integrantes en virtud de la unión sustancial.
La psicología moderna ha profundizado en la consideración fisiológico-
fenomenológica de las pasiones, lo que ha sido corroborado por la
investigación científica . La aceleración o disminución del ritmo cardíaco, la
vasoconstricción, la modificación de los movimientos respiratorios, etc. son
algunas de las manifestaciones de las pasiones. Cuando las emociones
alcanzan un cierto grado de intensidad (ira, enojo o miedo) se pueden
bloquear completamente las secreciones y las contracciones de los músculos
lisos del estómago y parar la digestión. El análisis de la sangre muestra la
presencia de un exceso de azúcar que posibilita, mediante la acción reguladora
de la adrenalina, el aumento de las energías necesarias de defensa y ataque del
organismo(12).

“Ahora bien, el elemento psíquico de la pasión no deja por eso de ser el


primero. El deseo, el amor, la cólera, son primordialmente actos del alma, que
reacciona ante una representación sensible.
Esta reacción vital es registrada sincrónicamente en el cuerpo bajo la forma de
un movimiento: es en él donde lo psíquico recibe la cualidad de pasión. La
pasión es tomada entonces en sentido propio, en cuanto que implica
movimiento, paso continuo entre dos contrarios. Así, al revés de lo que ocurre
en la sensación, la intelección o el acto voluntario, el movimiento pasional se
desarrolla en el tiempo, frente a su mismo objeto formal. El amor, el deseo, el
odio, la aversión, etc. se desarrollan en el tiempo, se prolongan, pueden crecer
o disminuir, se aproximan o alejan del término que las especifica en su
movilidad vital....Este movimiento intencional de la pasión pone de manifiesto
todo lo que es y tiene de imperfecto y potencial la tendencia emocional.
El motor psíquico del cuerpo es movido, a su vez, por el objeto de la pasión.
Este objeto es, pues, el primer motor del apetito sensitivo: es motor al mismo
tiempo que término, porque el objeto amado o deseado mueve atrayendo
como fin. La tendencia pasional impulsa al sujeto hacia ese fin.... El amor es
la primera etapa de este movimiento; el deseo es la segunda.... Estos
movimientos afectivos son como pasos del alma por los cuales avanza hasta el
término amado y culmina en la quietud del gozo cuando es alcanzado.”(13).
Por eso, con razón se dice que “el alma está más en lo que ama que en lo que
anima.”
La evocación del objeto por el sujeto, es la condición y posibilidad de la
pasión. Así, el avaro no olvida nunca su tesoro, el amante a la mujer amada, el
celoso a la que cela. La potencia evocadora no solamente aviva la pasión
dormida, sino que la agita y conmueve.

A MODO DE CONCLUSIÓN

De todo lo dicho, podemos destacar que las pasiones son manifestaciones


propias de la naturaleza humana. Por eso, Aquel que es el Nuevo Adán, el
Hombre Nuevo, la Imagen Perfecta de Dios, en cuanto Verbo encarnado,
también tiene pasiones, al punto que los tres últimos artículos de la XXVI
cuestión de In Veritatem, están referidos al tema de las pasiones en el alma
de Cristo.
Por el misterio del Verbo Encarnado, al hacerse semejante a nosotros en todo,
menos en el pecado, asume también la condición de hombre apasionado, de
“Varón de deseos”. La lectura de los Evangelios nos muestran que Jesús pasó
por el amor, el deseo y el gozo; por la ira, la angustia y el temor para culminar
su obra redentora en su Pasión, que es la pasión por antonomasia (14).
NOTAS

(1) Ubeda Purkiss, Manuel; Introducción al Tratado de las pasiones, en Suma


Teológica de Santo Tomás de Aquino, p. 577. BAC, Madrid, 1965.
(2) Vives, Juan Luis; Tratado del alma. Obras Completas. Aguilar. Madrid, 1948.

(3) San Agustín; La ciudad de Dios I, 14 c. 16. BAC, Madrid, 1968.


(4) Fabro, Cornelio; Introducción al Tratado del hombre, p. 104. RIALP. Madrid,
1982.

(5) P. Castellani, Leonardo; Psicología Humana, p. 55. Ediciones Jauja. 1997.

(6) Ubeda Purkiss; Ob. Cit. p. 600.

(7) Ibídem, p. 593.

(8) Santo Tomás de Aquino. Cuestiones Disputadas sobre la Verdad. Q. XXVI, art. 2.
(9) Fabro, Cornelio; Ob. Cit., p. 104.

(10) Ibídem.
(11) Santo Tomás de Aquino; Ob. Cit.
(12) Fabro, Cornelio; Ob. Cit., p. 107.

(13) Ubeda Purkiss; Ob. Cit., pp. 597/8.

(14) Hanna, Marta; El orden de las pasiones y la vida religiosa, en Cuadernos de


Espiritualidad y Teología Nº 15. Santa Fe. 1996.

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