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“La violencia engendra más violencia”.

Nada más lejos de la realidad, pues si tenemos algo


de memoria histórica nos daremos cuenta que la Violencia ha engendrado tantas cosas a parte
de sí misma. Es un hecho que el mundo moderno en el cual vivimos hoy está basado en
hechos de violencia, es más, la vida social misma está hecha a partir de Violencia, conflictos,
lucha. Algunos de los fósiles humanos más viejos lo demuestran, esqueletos y huesos
acompañados de fracturas, puntas de lanza. Ahora, que el Estado se forma para evitar ese
estado de naturaleza de todos contra todos, qué visión la del liberal Hobbes, cuando nos dijo
aquello. Partimos del supuesto anterior para fundamentar la construcción de un Estado
Moderno (Leviatán) y luego, vino uno de los padres de la sociología -ciencia moderna- a
decirnos que el fundamento del Estado es el monopolio de la violencia organizada y además
legitima. Es así que la Violencia no engendra más Violencia, al menos no exclusivamente,
sino que la vida misma, la vida de eso que se llamó el animal social, se funda en lucha,
conflicto y violencia.
En los últimos años en este país, se ha vuelto un debate muy arduo el uso de la Violencia,
pero léase acá un tipo específico de Violencia, esa que se genera desde el ámbito público,
civil; porque una cosa si hay que tener en cuenta, la violencia no solo es manifestación de una
lucha física, también se genera en otros ámbitos. No existe solo una violencia instrumental: la
del policía, la del manifestante, la de los vándalos. También existe una violencia más sutil,
que pase ante nuestros ojos sin percibir su existencia, por nuestro cuerpo, por nuestras
relaciones más cercanas, esa violencia también existe. Y tal vez podríamos aventurar la
afirmación de es aquella violencia la que engendra el otro tipo, el más visible. Pues, todas las
acciones de los seres humanos tienen un propósito, algo que las funda y es allí donde nos
podemos preguntar si el accionar de los vándalos contra las vitrinas y paredes de un banco es
una acción sin sentido. Tal vez sí, tal vez no. Es gratis que los franceses arremetan contra las
tiendas más lujosas. Podemos decir, con la manta del simplismo, “no estoy de acuerdo con la
violencia venga de donde venga” pero allí afirmamos también que estamos en contra de la
violencia del vándalo, del guerrillero, del ladrón… luego, ¿lo estamos contra la violencia del
Estado? Porque este se funda en el uso de la violencia, pues su aparato normativo (derecho)
se funda en ella, no sería así si no la tuviese a su lado, sin la legitimidad de ejercerla para
hacer cumplir la ley. Pero esa pretensión se basa en el carácter neutral que se le da al derecho,
a su ejercicio. Y nos preguntamos, ¿en realidad es neutral? Qué podemos decir cuando el
ESMAD es enviado a desalojar comunidades que obstaculizan la explotación de minas, por
ejemplo en el cerrejón. Qué decimos, cuando se manda a desalojar comunidades en Ituango
en pro de un proyecto de infraestructura de carácter nacional. Qué decimos cuando se manda
a proteger tierras azucareras ante las arremetidas de comunidades indígenas que cada vez
están más arrinconadas. Es en ese propósito nacional en el cual se funda la legitimidad de la
violencia ejercida por el Estado, y cuando damos nuestro voto, ¿tenemos plena conciencia de
lo que hacemos? Una de las características de una sociedad es que está se impone a los
individuos. Nacemos ya con un aparato normativo encima, una lengua, una nación, un
proyecto; por eso mismo no nos preguntamos si quiera por el hecho de ser colombiano,
japones, brasilero… tampoco nos preguntamos sobre los fundamentos de eso que llamamos
Estado. Pero si no fuera así, cómo sobreviviría una Nación.
En últimas, la cuestión no radica en el problema del sujeto y la estructura, lo fundamental
recae en el hecho de qué tan conscientes somos de ese orden y así mismo de lo que supone
una legitimidad, porque cuando participamos de ella somos también responsables de que con
ese instrumento se hace y cómo no pensar que esa legitimidad del Estado Nación Colombiano
sólo ha servido para mantener una estructura desigual, corrupta, en últimas, violenta, pues
qué más violento que el lemo “el que no trabaja, no come”, lo cual debe interpretarse como
“si no trabajas como nosotros queremos, te morís”. Y así, somos, nosotros, los
grandilocuentes ciudadanos, responsables de los hechos cometidos por esa legitimidad, de esa
violencia que se ejerce en pro de esta. Cuando Sartre decía que el elemento fundamental de
nuestras vidas es la responsabilidad, no hablaba de responsabilidad individual, sino de una
responsabilidad colectiva, en cuanto que somos conscientes de que nuestras acciones
repercuten en un ámbito mucho mayor que mi espacio privado.
En conclusión, el debate de la violencia no se basa en el hecho, por lo demás inocente, de que
se haga una abolición total de esta, sino en que sepamos cómo se utiliza está, en qué ámbitos
y bajo qué presupuestos y acá uno se pregunta si los Ecuatorianos, al conocer el decreto 883,
se fueron “pacíficamente” (el derecho a la protesta es el derecho que se le otorga a la
colectividad de ejercer un tipo de violencia) a decirle a Lenin Moreno que no estaban de
acuerdo. No. El presidente, por el carácter de la manifestación, cambió su sede de Quito a
Guayaquil y luego de semanas en intensas protestas, enfrentamientos entre manifestantes y
fuerza pública, no tuvo más opción que derogar el decreto. En este caso la violencia se ejerció
plenamente en contra de proyectos que atentaban contra una gran mayoría. La invitación es
que no caigamos en la simplificación de expulsar la violencia del ámbito público/civil y
llenar nuestros discursos de la palabra “pacífica”, más allá de eso, creo que es más fructífero
ampliar el debate al uso de la violencia, sobre las formas de violencia, sobre el fundamento
mismo que nos hace preguntarnos por la misma existencia del ser humano, es, en últimas,
preguntarnos sobre el modelo de sociedad en el que estamos y al cual anhelamos.

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