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Feliz
cumpleaños
SAL T2ERRAE
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Traducción:
Heinrich P. Brubach
Edición Digital
ISBN: 978-84-293-2457-0
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Te deseo lo mejor
T E deseo la bendición de Dios. La bendición de Dios contiene todo el bien que pueda
desearte. «Bendición» significa hablar bien. Por eso te deseo que en ese día
escuches palabras lisonjeras de los que te acompañan. ¡Que no silencien lo bueno que
ven en ti! Te deseo que te aprecies a ti mismo y tu vida; que por medio de estas palabras
buenas puedas agradecer y alabar a Dios por todo lo que te ha regalado en tu vida.
T AMBIÉN te deseo que emane de ti mucha bendición, que halles palabras elogiosas
para los que se reunirán este día contigo.
T E deseo que confíes en que ya eres bendición para otros, en que los demás se
alimentan de tu presencia, de tu energía positiva, de lo que tú les dices y de cómo
los tratas.
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B ENDICIÓN significa que Dios te trata bien. En el Evangelio de san Mateo nos cuenta
Jesús el ejemplo del padre que da a su hijo cosas buenas: pan o pescado. Jesús dice:
«Pues si vosotros, con lo malos que sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros
hijos, ¡cuanto más dará vuestro Padre del cielo cosas buenas a quienes se las
pidan»
(Mateo 7,11).
D IOS te ha bendecido con muchos bienes, tanto espirituales como corporales. Que
Dios te bendiga de nuevo hoy, en tu cumpleaños, y que te conceda muchos dones:
todo lo que tú mismo deseas, todo lo que es bueno para ti y todo lo que te hace bueno.
L O bueno que Dios quiere darte en este día es el don del Espíritu Santo. El Espíritu
Santo es un manantial del que siempre podemos beber y que continuamente nos
refresca, nos robustece y nos vivifica. El Espíritu Santo es una dýnamis, una fuerza que
hace fecundas nuestras pobres fuerzas y las llena de vida. Sobre todo, te deseo que nunca
se te agoten las fuerzas; que extraigas vitalidad sin cesar de la fuerza del Espíritu Santo,
que brota en tu interior como una fuente inagotable. Te deseo que en el Espíritu Santo
descubras la fuente del amor, que brota del fondo de tu alma para colmarte y para que
fluya como un río hacia los demás.
T E deseo que en tu cumpleaños puedas reconocer: yo mismo soy una bendición para
otros. Soy consciente de mis faltas y debilidades. Con la imagen de la bendición no
puedo hincharme de orgullo y ponerme por encima de otros. Pero puedo reconocer
agradecido que en el transcurso de mi vida he podido ser en muchas ocasiones una
bendición para otros. Pues también para ti vale la promesa que Dios hizo a Abrahán:
«Te bendeciré, haré famoso tu nombre, y servirá de bendición.... Bendeciré a
los que te bendigan ... Con tu nombre se bendecirán todas las familias del
mundo»
(Génesis 12,2-3).
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Q UE en tu cumpleaños esta palabra de Dios penetre en ti profundamente.
Reconocerás cuántos seres humanos han sido bendecidos a través de ti. Así podrás
agradecer y alabar a Dios por la bendición que te ha concedido y que te permite ser para
otros.
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Has nacido
E L venir a la vida se lo debes al amor de tus padres. Ellos se amaron, y por el amor se
unieron y te engendraron. Tu madre te llevó durante nueve meses en sus entrañas.
Todo lo que ella sentía lo percibías tú cuando estabas en su seno: su amor, pero también
sus preocupaciones y sus temores por ti. En su vientre te sentías en tu casa, como en el
paraíso.
P ERO al nacer fuiste empujado entre dolores para salir de ese paraíso. Tenías que
pasar por el angosto canal del parto. A lo mejor te forzaron para que pudieras pasar.
Tu primera reacción al entrar en este mundo extraño fue gritar. Pero tu madre te tomó en
sus brazos y te llevó a su corazón. Allí te sentías a salvo y seguro; percibías el mismo
ritmo de respiración al que te habías acostumbrado en su vientre. Tu madre te entregó a
tu padre para que en sus vigorosos brazos recibieras apoyo y fuerza.
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A principio no eras consiente de esta imagen. Tus padres te formaron y te educaron.
L
Ellos modelaron lo que habías sido desde un principio. A lo mejor, algunas veces
te deformaron. Te presionaron para que fueras la imagen que ellos se habían hecho de ti.
No consideraron suficientemente aquella imagen única que eres tú desde que Dios te
creó.
S INembargo, puedes tener la confianza de que todo lo que tus padres formaron y
moldearon al educarte era bueno, te hizo crecer y te ayudó a madurar.
C UANDO naciste, todavía no estaba muy definido lo que iba a ser de ti en el mundo.
Aún no era muy claro qué camino irías a tomar, qué profesión aprenderías y cómo
se desarrollaría tu carácter. Si piensas en tu nacimiento, trata de imaginar lo siguiente: si
comenzaras de nuevo, recorrerías el mismo camino que has recorrido o tomarías otro
completamente distinto? ¿Elegirías otra profesión? ¿Qué cosas habrías cultivado en ti
con más conciencia?
x-isto, mi punto de referencia no está en mí, sino en el mundo que me rodea. Pero
E existencia quiere decir aún algo más: No soy simplemente un ejemplar más de la
raza humana, sino una persona inconfundible. La filosofía existencial del siglo pasado
subrayó siempre que no basta con vivir en un sentido meramente biológico.
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«Adquirir una determinada e inequívoca manera de ser depende de saber
sustraerse al anonimato»
(OTTO BETZ, LexSpir 366).
N O basta con estar presente. Quiero existir como la personaje única que soy. La
filosofía existencial dice que debemos ganarnos nuestra existencia. Es preciso
hacer realidad esa persona original que somos. La filosofía habla de la persona «única».
T ODO ser humano, como persona única que es, ha sido echado al mundo. Nuestra
tarea consiste en ser esa persona única. La teología lo expresa de manera algo
diferente: el hombre es la imagen inconfundible que Dios mismo se ha hecho de Sí. La
Biblia dice que Dios hizo al hombre a su imagen [eikṓn] y semejanza [homoíōma]
(Génesis 1,27)
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S I en el día de mi cumpleaños hago pasar por mi mente todo lo que me ha ocurrido,
entonces me dice el corazón que todo ello encierra el mensaje de que mi vida tiene
un sentido. Así llegaré a descubrir la misión que Dios me ha encargado por medio de las
experiencias que me permitió realizar.
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La historia de tu vida
P UEDES partir, por ejemplo, del año que acabas de cumplir. Con tu agenda personal
en la mano, repasa los meses transcurridos. ¿Qué trabajos realizaste? ¿Hubo
encargos especiales, éxitos, experiencias de fracasos o dificultades? ¿Qué ocurrió en tu
familia? ¿Cómo han evolucionado los hijos, las relaciones entre esposos o con las
amistades? ¿Qué fechas especiales hubo en los meses pasados: cumpleaños redondos en
tu familia, aniversarios, fiestas especiales? ¿Dónde pasaste las vacaciones? ¿Qué
momentos felices viviste en este último año?
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P ARTIENDO del año que acabas de cumplir, sigue meditando en el pasado. ¿Cómo fue
el año anterior y cómo pasaste los años que lo precedieron? Así puedes seguir
meditando tu pasado hasta llegar a tu nacimiento.
E STÁ bien que te acuerdes de lo que preferías cuando eras niño y de lo que
rechazabas porque lo aborrecías interiormente. Recuerda dónde y cómo jugaste.
¿Hubo juegos o simples actividades en las que podías entregarte por completo, y hacerlo
con enorme ilusión y de todo corazón? Si contemplas aquellas situaciones, a lo mejor
podrás descubrir tus propias fuentes, a las que deberías conectarte de nuevo.
H ABLANDO de su juventud, dice Romano Guardini que vivía como debajo de una
manta. Aún no había llegado a encontrar su propio ser o su personaje original y
único. Quizá recuerdes fases similares de tu vida en las que existías simplemente, sin
darte cuenta de lo que acontecía a tu alrededor. A lo mejor se trataba meramente de
sobrevivir, como en un refugio. Aún no te habías despertado ni te habías reconocido a ti
mismo.
S IN embargo, todas las fases de nuestra vida tienen su sentido. Estaría muy bien que
en tu cumpleaños te cuestionaras qué sentido se esconde en tus experiencias. ¿Qué
te dicen ahora? Es importante que, cuando surge el recuerdo de estas experiencias, digas:
¡Sí, todo eso soy yo! También eso es parte integrante de mi persona. No quisiera
prescindir de ningún año y de ninguna de las experiencias que tuve en mi vida.
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D ESPUÉS sigue meditando sobre la historia de tu vida: Te hiciste profesional. A lo
mejor fundaste una familia o, por el contrario, permaneciste solo. ¿Cómo fueron
los comienzos de tu matrimonio y cómo se ha ido desarrollando hasta el día de hoy? Si
preferiste no casarte, ¿fue por decisión propia o porque tu deseo de encontrar a la pareja
soñada no se vio cumplido? ¿Qué sentimientos te movían cuando llegaste a ser adulto?
¿Te fue todo bien o tuviste la impresión de que aún no conectabas con la vida real?
E Ntu cumpleaños intenta contemplar con gratitud ante Dios toda tu vida. Háblale de
todas las cosas que viviste y pregúntale qué te quiere decir por medio de los
acontecimientos de tu vida y cuál sería tu respuesta adecuada en el día de tu cumpleaños.
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Fiestas de cumpleaños
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P REGUNTÉMONOS: ¿Por qué celebramos el cumpleaños? Toda fiesta tiene, en el
fondo, un significado religioso. La fiesta se celebra para honrar a Dios y
agradecerle. La palabra fiesta se deriva del latín ferire, que significa presentar un
sacrificio o un holocausto. En la fiesta se celebra lo que Dios ha hecho por nosotros, y
por medio de una ofrenda se le da gracias por ello. Todo cumpleaños tiene en sí algo de
fiesta religiosa y del carácter de una celebración religiosa propiamente dicha. Ofrecemos
algo e invitamos al banquete. Sacrificamos dinero y tiempo para poder disfrutar del
agasajo con calma y alegría.
E STAS fiestas son un gran «sí» a la vida. El teólogo alemán Wilhelm Zauner define
así el sentido de la fiesta:
«Lleva al hombre a estar de acuerdo consigo mismo, le transmite el sentido de
la vida y la alegría de vivir»
(LexSpir 382).
T ODA
de...
fiesta, pues –y el cumpleaños de manera especial– expresa también el anhelo
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C ELEBRAMOS un acontecimiento profano: mi cumpleaños. Sin embargo, al celebrarlo
siento algo que me trasciende como persona. Celebramos mi nacimiento, un regalo
de mis padres, pero también de Dios, y presentimos en esta fiesta una relación más allá
de lo visible.
E Nla fiesta de mi cumpleaños expresamos que nos sentimos unidos con lazos muy
fuertes, de tal manera que esta unión no puede ser suspendida ni siquiera con la
muerte.
V ALE la pena pensar antes cómo deseas festejar tu cumpleaños. A veces necesito
ánimo para dar a conocer mis ideas personales acerca de cómo querría que se
festejara mi cumpleaños. Para que mi cumpleaños sea realmente una fiesta se requiere
fantasía y amor. Un hombre me decía una vez: «Cuando tenía que celebrar mi
quincuagésimo cumpleaños, pensaba cómo debería hacerlo. Se me ocurrió invitar a
todos mis vecinos. Entre ellos hubo también muchos extranjeros. Los invité a todos, y
celebramos una fiesta enormemente alegre. Era mucho mejor que un almuerzo
ceremonioso en un restaurante. Aquella fiesta dio origen a unas relaciones y amistades
que siguen vivas hasta el día de hoy. Experimentamos una gran sensación de solidaridad,
sinceridad y cordialidad. A todos les cayó bien, y la fiesta tuvo una influencia positiva y
duradera en el vecindario».
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enorme disgusto.
A L decir que era «una fiesta bonita», digo al mismo tiempo que me fortalece, que
nos une interiormente y que de ella sacamos fuerzas para vivir otro año más.
U N año, por ejemplo, invité a mis hermanos a que cada uno dijera con pocas
palabras qué era lo que había aprendido de nuestra madre. Los nietos prestaron
mucha atención cuando escucharon hablar a sus padres de la abuela. Y a mi madre le
hizo mucho bien.
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palabras.
O TRO año pedí a mis hermanos que hiciesen la señal de la cruz en las palmas de las
manos de mi madre y que, al mismo tiempo, pronunciasen una enhorabuena o una
bendición.
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T AMBIÉN yo mismo puedo decidir –especialmente cuando se trata de un cumpleaños
«redondo»– que la fiesta de mi cumpleaños tenga un ritual religioso, ya sea una
eucaristía o una paraliturgia de agradecimiento, ya sea un rito de bendición. Por otra
parte, puedo dejarme sorprender por lo que aportan mis familiares y amigos a la fiesta.
Pero si prefiero dar a la celebración una forma acorde con mi gusto personal, debo tomar
yo mismo la iniciativa. Así tengo la oportunidad de expresar algo de mi propia
personalidad, y a mis invitados les transmito lo que tiene mucha importancia para mí.
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Lo que te deseo
en tu cumpleaños
O bien le deseamos la bendición de Dios. Anhelamos que su nuevo año de vida sea
bendecido o esté bajo la bendición de Dios. Le deseamos que él mismo sea una
bendición para otros.
A menudo escuchamos este deseo: «Te deseo lo mejor, especialmente la salud, que
es lo más importante». ¿Es cierto que la salud es lo más importante? Este deseo
suena un tanto extraño cuando, por ejemplo, una persona que no goza de la salud desea a
otra precisamente la salud. Es perfectamente natural que nos alegremos por estar sanos.
Pero el desear la salud, que es lo más importante, puede deberse a una cierta timidez o,
simplemente, a que no sabemos qué otra cosa decir. Sin embargo, cuando este deseo
proviene de una persona que lucha por su salud o que espera sanar, puede tener mucho
sentido. Cuando alguien me desea especialmente la salud, me pregunto qué significa
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salud en realidad. El buen deseo de la salud no debe ser un motivo para que pensemos
constantemente en nuestra salud corporal. En tal caso, este deseo me llevaría a portarme
de manera muy egoísta y a centrarme únicamente en mi persona y en mi propio cuerpo.
L OS cuentos nos hablan de muchos deseos de los seres humanos; hablan de deseos
que se hacen realidad y que son una bendición para el hombre; pero hablan también
de deseos que, por el contrario, encierran una maldición. Por una parte, hay personas que
tienen deseos exagerados. En el cuento de los hermanos Grimm El pescador y su esposa,
la mujer desea cada vez más cosas y no deja de hacérselo saber a su marido. Un buen
día, el marido había pescado un pez que en realidad era un príncipe hechizado. El pez le
pidió la libertad, y el buen hombre de la concedió. Agradecido, el pez animaba al
hombre a desear algo que le concedería por encima de todo. El hombre se lo cuenta a su
esposa. Ambos tienen deseos cada vez más desmesurados. Por de pronto, desean dejar de
vivir en su miserable choza, y disponer de una humilde casita. El deseo se cumple al
instante. Pero luego quieren vivir en un castillo. A continuación, él desea ser rey,
emperador y, finalmente, papa. El príncipe hechizado cumple todos los deseos al pie de
la letra. Sin embargo, ella no se contenta con lo conseguido. Finalmente, quiere ser Dios.
Pero este deseo desmedido devuelve a la mujer y al hombre a su punto de partida, a su
miserable choza.
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E SCUCHA muy atentamente los deseos que los demás te dedican en tu cumpleaños. Si
te envían cartas de felicitación, no escatimes el esfuerzo de apuntar todos los deseos
que te envían. ¿Se parecen todos ellos? ¿Tienes la impresión de que quienes te felicitan
se esconden detrás de pura retórica y no desean para ti nada del otro mundo, sino lo que
suele desearse en estas ocasiones? ¿O hay deseos que te agradan? ¿Hay un deseo que
coincide con tu deseo más íntimo?
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¿Qué deseo para mí?
C cual tiene sus propios deseos. Sin embargo, pienso que es un buen ejercicio el
ADA
que, antes o después de recibir las felicitaciones en mi cumpleaños, reflexione
sobre lo que deseo yo para mí mismo.
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ICHA reflexión no es ningún ejercicio superficial. Si logro describir lo que deseo para mí
mismo, conoceré cada vez mejor cuál es la esencia de mi persona. ¿Quién soy yo
D en realidad? ¿Quién querría ser? ¿Adónde querría llegar? ¿En qué consiste mi
identidad?
A Lmeditar sobre este texto, me pongo en contacto con los deseos que me mueven de
verdad. Pablo habla de aquello que para mí lo real, lo intrínseco, el verdadero ser,
el misterio oculto detrás de todo lo visible. Al fin y al cabo, es Dios, el abismo de todo
ser.
D ETRÁSde estas palabras está, por un lado, la imagen del corredor. Nuestra vida se
asemeja a una carrera. Corremos para alcanzar el premio. Hacemos la carrera
esperando que nuestra vida tenga éxito. La otra imagen es la del cazador. Perseguimos
como un cazador lo que satisface nuestros anhelos más profundos.
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E S un deseo que tengo para mí mismo: perseguir durante toda mi vida lo que anhelo
y correr detrás de aquello que en el fondo me gusta y me satisface.
P ARA mí, personalmente, otra frase más de este texto ha cobrado mucha importancia:
«... olvidando lo que queda atrás, me esfuerzo por lo que hay por delante...» Este
versículo me ha servido en algunas ocasiones para ofrecérselo a las personas que asistían
a mis cursos, para que, sirviéndose de él, pudieran realizar un ritual de desprendimiento
de las cosas. Les invitaba a apuntar todo cuanto constituía para ellos un lastre o una
rémora, ya se tratara de traumatismos o de sentimientos de culpabilidad que fomentan
una autocrítica destructiva que insiste siempre en las mismas faltas. También pueden ser
relaciones que no encajan y que se mantienen solamente por sentido del deber.
T ODO lo que pesa sobre nosotros deberíamos –como dice san Pablo– olvidarlo y
enterrarlo. Invité a mis cursillistas a que arrugasen los papeles de sus apuntes y los
arrojaran a un recipiente diciendo las palabras de san Pablo. A continuación,
quemábamos todos los papeles.
E STAS palabras de san Pablo causaron en muchos de ellos una profunda conmoción.
Sentían que no es fácil olvidar lo que ha pasado y esforzarse por alcanzar lo que hay
por delante, lo que Dios les confía hacer. Al mismo tiempo, se sentían liberados al poder
dejar atrás las cosas del pasado y seguir por el camino que lleva a la meta.
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Q UISIERA tener la firme esperanza de que Dios me transforme cada vez más en
aquella imagen que él quiso hacer de mí. Es mi deseo reconocer con mayor
claridad cuál es mi misión en este mundo, a fin de poder realizarla mejor. Quiero ser más
transparente para el Espíritu de Cristo; que algo de su clemencia y ternura se manifieste
también en mí. Finalmente, deseo que, al escribir, encuentre cada vez más aquellas
palabras que revelan el misterio del ser y que abren una puerta a lo que satisface nuestro
anhelo más profundo.
C ADA cual tiene sus propios deseos. Sin embargo, pienso que es un buen ejercicio el
que, antes o después de recibir las felicitaciones en mi cumpleaños, reflexione
sobre lo que deseo yo para mí mismo.
A L meditar sobre este texto, me pongo en contacto con los deseos que me mueven de
verdad. Pablo habla de aquello que para mí lo real, lo intrínseco, el verdadero ser,
el misterio oculto detrás de todo lo visible. Al fin y al cabo, es Dios, el abismo de todo
ser.
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D ETRÁS de estas palabras está, por un lado, la imagen del corredor. Nuestra vida se
asemeja a una carrera. Corremos para alcanzar el premio. Hacemos la carrera
esperando que nuestra vida tenga éxito. La otra imagen es la del cazador. Perseguimos
como un cazador lo que satisface nuestros anhelos más profundos.
E S un deseo que tengo para mí mismo: perseguir durante toda mi vida lo que anhelo
y correr detrás de aquello que en el fondo me gusta y me satisface.
P ARA mí, personalmente, otra frase más de este texto ha cobrado mucha importancia:
«... olvidando lo que queda atrás, me esfuerzo por lo que hay por delante...» Este
versículo me ha servido en algunas ocasiones para ofrecérselo a las personas que asistían
a mis cursos, para que, sirviéndose de él, pudieran realizar un ritual de desprendimiento
de las cosas. Les invitaba a apuntar todo cuanto constituía para ellos un lastre o una
rémora, ya se tratara de traumatismos o de sentimientos de culpabilidad que fomentan
una autocrítica destructiva que insiste siempre en las mismas faltas. También pueden ser
relaciones que no encajan y que se mantienen solamente por sentido del deber.
T ODO lo que pesa sobre nosotros deberíamos –como dice san Pablo– olvidarlo y
enterrarlo. Invité a mis cursillistas a que arrugasen los papeles de sus apuntes y los
arrojaran a un recipiente diciendo las palabras de san Pablo. A continuación,
quemábamos todos los papeles.
E STAS palabras de san Pablo causaron en muchos de ellos una profunda conmoción.
Sentían que no es fácil olvidar lo que ha pasado y esforzarse por alcanzar lo que hay
por delante, lo que Dios les confía hacer. Al mismo tiempo, se sentían liberados al poder
dejar atrás las cosas del pasado y seguir por el camino que lleva a la meta.
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Los cumpleaños de mi vida.
Números
C ADA año celebras otro cumpleaños. Ya hace tiempo que dejaste atrás el décimo y el
decimoctavo. A lo mejor ya celebraste el vigésimo, el trigésimo, el cuadragésimo o
el quincuagésimo cumpleaños. Cada uno de ellos tiene su propia importancia. Por una
parte, es importante la edad en cuestión, pero también los respectivos números tienen su
propio valor.
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E Nlos cuentos, el vigésimo día es muchas veces un día especial que produce un
cambio. Ulises regresa a su tierra después de 20 años de ausencia. El 20 es el
número de la maduración. Deseamos al joven veinteañero que consiga regresar a sí
mismo –como Ulises– ya plenamente maduro.
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(BETZ 152).
A L cumplir los 50 años, los romanos eran liberados del servicio militar, quedando
exentos de toda actividad bélica. Así deberíamos dejar atrás todo lo que salió mal
en nuestra vida, todo sentimiento de culpabilidad o de autoacusación. Deberíamos
experimentar la liberación de las cosas o situaciones que nos atan y nos esclavizan. El
místico alemán Johannes Tauler dice que el ser humano, cumplidos los 50 años, es ya un
hombre espiritual.
E N el salmo 90 leemos:
«Aunque vivamos setenta años, y los más robustos hasta ochenta, su afán es
fatiga inútil, pues pasan aprisa, y nosotros volamos»
(Salmo 90,10).
D ICHA experiencia tiene ya una edad de 3.000 años. Actualmente, mucha gente vive
aún más años. De ahí que yo atribuya a los 70 otro significado. 70 es el número de
la transformación. Siete por diez dice: todo lo que albergamos en nosotros debería ser
transformado de modo que la totalidad de nuestro ser esté penetrado por el Espíritu de
Dios. La transformación pretende siempre que lo propio y original que hay en nosotros
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salga a la luz, a fin de que seamos transformados en la imagen que corresponde a nuestro
ser. Jesús escogió a setenta discípulos para que llevaran la buena nueva a todas las
ciudades. En la Antigüedad se pensaba que existían tan solo 70 naciones. Así, en el
septuagésimo cumpleaños nos deseamos unos a otros que seamos interiormente tan
claros y transparentes que algo del Espíritu de Jesús pase a través de nosotros e ilumine a
todos con quienes nos encontremos. Nos deseamos, además, que manifestemos algo de
nuestro mundo y que la sabiduría del mundo entero nos llene.
E N épocas anteriores, rara vez se llegaba a cumplir 90 años. Actualmente son cada
vez más las personas que llegan a esa edad. Cuando mi madre cumplió 90 años, me
sentí animado a meditar sobre este número. El 90 contiene algo del misterio del nueve y
del diez. Ya no expresé mi deseo, sino que dije simplemente a mi madre lo que saltaba a
la vista: estaba ante una mujer que durante una larga vida había llegado a ser ella misma.
Toda su biografía estaba impregnada del Espíritu de Dios. Por eso su rostro reflejaba una
31
sabiduría que no necesitaba ser demostrada, sino que ella lucía simplemente con una
gran serenidad.
E N cada uno de mis cumpleaños, los números me invitan a meditar sobre su misterio.
Si reflexiono sobre los números, siento qué es lo que quiero esencialmente para mí
mismo en el día de mi cumpleaños.
S I reflexionamos sobre los números, también podemos meditar sobre los números de
nuestro cumpleaños. Conste que no se trata de emplear los métodos astrológicos.
Quiero meditar, simplemente, sobre lo que me dicen los números. Yo, por ejemplo, nací
el 14.1.1945. 14 es el número que ayuda y sana. Considero que esta es mi misión
personal: ayudar a los hombres en sus necesidades y anunciar una espiritualidad que
sana. El uno representa el anhelo por la unidad. Este anhelo es algo típico para mí desde
que era niño. Deseo estar unido a mí mismo, pero anhelo igualmente la unión con Dios.
Me encantaría estar unido con todo y con todos. Estando solo y en silencio, tengo una
idea de lo que significa estar unido en el fondo de mi alma con todos los hombres y la
creación entera. El número 45 representa para mí la discrepancia entre el cuatro y el
cinco, entre lo mundano –los cuatro elementos– y la transición hacia lo divino. Como
monje benedictino, sé de la importancia de desarrollar una espiritualidad que no excluya
lo creado. El Espíritu de Dios debe hacerse patente en el mundo y en el trabajo del
hombre. El mismo Espíritu debe resplandecer en mi cuerpo y en mi manera de vivir.
A cada cual puede meditar los números de su cumpleaños. Pero, ¡ojo!, no vayamos
SÍ
a excedernos en interpretar los números, los cuales, no obstante, representan una
posibilidad legítima de conocernos mejor a nosotros mismos. En la Antigüedad, los
números nunca tenían un carácter fortuito. Por consiguiente, la fecha de nacimiento no
era casual: con ella Dios quería decirnos algo.
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A mí me sucede que, cuando era niño, un hombre de sesenta años me parecía viejo.
Pero cuando cumplí sesenta, no me sentí viejo para nada. Relacionamos con la
edad las experiencias que tuvimos de niños con personas mayores. Sin embargo, es
decisivo como nos sentimos ahora. Cada cumpleaños es una invitación a decir sí al
hecho de que me estoy haciendo mayor y a vivir gustosamente la edad que actualmente
tengo.
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El bautismo.
Nacer de Dios
N el bautismo te fue dicho: «Tú eres mi hijo amado, mi predilecto. Tú eres mi hija
amada, mi predilecta. En ti me complazco». Sería bueno que interiorizases esta frase. A
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lo mejor has escuchado otras palabras; por ejemplo, cuando tus padres afirmaban
E quererte con la condición de que te portaras bien, o trabajaras duro, o tuvieras éxito,
o no les causaras problemas. En consecuencia, buscas estrategias para sobrevivir, nos
dice un psiquiatra alemán, el jesuita Karl Frielingsdorf. Dichas estrategias pueden
consistir en que te esfuerces y te definas solamente por tu eficiencia, o bien en que te
adaptes a todos y a todo para ser aceptado. Pero eso no es vida verdadera; eso no es más
que sobrevivir.
E N el bautismo te pusieron una vestidura blanca. Este rito simboliza que has sido
revestido de Cristo, que has crecido adherido a él. Además, simboliza tu belleza
interior. El color blanco refleja el resplandor y la hermosura. El bautismo te recuerda que
eres bello o bella. La belleza no depende de normas exteriores. Quien se mira a sí mismo
con amor es bello. Es la originalidad que te confiere la belleza. En tu interior brilla algo
de la belleza divina. La memoria de esta realidad te libera de autocriticarte por no ser
conforme con el ideal de belleza del momento. El pensar que la hermosa vestidura que
llevas te pone en contacto con tu belleza interior le da a tu vida otro sabor: el sabor de la
alegría y la gratitud.
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T AMBIÉN recibiste el cirio bautismal. Es un símbolo de que a través de ti llegó algo
más de luz al mundo. Con tu nacimiento se avivó en tus padres la esperanza de que
serías capaz de hacer el mundo algo más claro, más cálido. Cada niño es un rayo de
esperanza no solo para sus padres, sino para el mundo entero. Es la promesa de que algo
nuevo ha brillado en nuestro mundo. ¡Confía en que tú eres luz!
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Dios nace en nosotros
L A mística no habla tan solo de nuestro nacimiento, sino también del nacimiento de
Dios en nosotros. Probablemente conoces este poema de Angelus Silesius:
«Y si Cristo
hubiera nacido mil veces en Belén,
pero no en ti,
no te salvarías»
(CHERUBINISCHER WANDERSMANN, 1674).
P ERO ¿qué significa que Dios nace en nosotros? ¿Acaso podemos imaginar que el
Dios infinito pueda nacer en nosotros? De hecho, se trata de una imagen para
expresar que entramos en contacto con aquella imagen auténtica y original que Dios se
hizo de cada uno de nosotros. El nacimiento de Dios en nosotros pretende decirnos que
cada uno de nosotros es una imagen única de Dios. Si logras descubrirla, habrás
descubierto tu verdadero yo.
E L psiquiatra suizo Carl Gustav Jung distingue el Ego del Yo. El Ego da vueltas en
torno a sí mismo con la intensión de hacerse respetar permanentemente. El Yo, en
cambio, es el núcleo más íntimo de la persona. Bajo el aspecto psicológico, el
nacimiento de Dios en nosotros quiere decir que descubrimos nuestro propio ser y
encontramos nuestro centro o núcleo interior. Al Yo pertenece también, según Jung, la
imagen de Dios que llevamos en nuestro ser más íntimo.
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conduce a propósito a la tribulación, porque nos aferramos demasiado a lo superficial,
Por aferrarnos a ello, perdimos de vista nuestro centro o núcleo interior, perdimos la
imagen de Cristo en nosotros y nos perdimos a nosotros mismos. Dios permite entonces
la tribulación para que por medio de ella avancemos hacia el fondo de nuestra alma. La
tribulación o –hablando en términos modernos– la crisis es, en cierto modo, el dolor de
parto para que Dios nazca en nosotros. Oigamos a Tauler:
«Confía en mí; no se produce ninguna tribulación en el hombre a no ser que
Dios quiera provocar en él un nuevo nacimiento. Y debes saber que todo lo
que te libera de la tribulación, o te tranquiliza, o alivia la presión, nace en ti.
Se trata, por consiguiente, de que nazca en ti Dios o lo creado. Y piensa que si
cualquier criatura, se llame como se llame, te libera de la tribulación, estará
impidiendo que Dios nazca en ti plenamente»
(GRÜN 39, TAULER 217).
L A crisis hace que Dios nazca en nosotros si le dejamos obrar a Él. Pero tenemos la
tendencia a solucionar la crisis lo antes posible, ya sea acudiendo a una persona que
nos aconseje debidamente, ya sea a base de medicamentos. Pero así únicamente
encubrimos la crisis. Nada de eso puede conducirnos hasta el fondo de nuestra alma, y
nunca llegaremos a alcanzar nuestro propio ser. Por eso, hablar del nacimiento de Dios
en el hombre es un símbolo importante para llegar a nuestra propia encarnación o a ser
hombres de verdad. Hoy en día, ya es algo común y corriente que en cada situación de
incertidumbre o de crisis empleemos psicofármacos. Pero estos medicamentos no sirven
para eliminar la crisis. Su efecto es contraproducente, porque nos separan de nuestro
núcleo más íntimo. Así es imposible que Dios nazca en nosotros. El hombre se limita a
adaptarse para funcionar en cierto modo. Pero se niega a ponerse en camino hacia su
verdadero ser.
C UANDO Dios nace en ti, brotan de tus labios frases como estas: «Me siento como si
hubiera nacido de nuevo». «Ha sido un parto laborioso». «Ahora todo está como es
debido». «Ahora me siento nuevo»...
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E L nacimiento no se reduce simplemente al parto biológico. El nacimiento quiere
acontecer permanentemente, a fin de que surja algo nuevo en ti. No has nacido una
sola vez. Siempre deberías renacer. Este es el sentido del nacimiento de Dios en
nosotros. Cuando Dios nace en ti, te sientes como nacido de nuevo y puedes volver a
empezar nuevamente. No estás fijado en tu pasado. Tu cumpleaños quiere decirte: «Cada
día puedes nacer de nuevo si permites que Dios nazca en ti».
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Las huellas de mi vida
A LGUNAS personas creen que su vida no tiene importancia, que no aportan nada al
desarrollo del mundo. El mundo es gobernado por los potentados, los políticos, los
economistas y todas esas personas importantes que aparecen en los medios de
comunicación. Sin embargo, en tu cumpleaños deberías ser consciente de que tú también
has dejado una huella en el mundo, de que tú también tienes tu forma personal de
irradiar e influir en el mundo. Conoces a otras personas. De ti siempre brota algo:
amabilidad o reserva, esperanza o desesperación, alegría o tristeza... Emites en torno a ti
lo que está en tu interior. Hablas con los demás. Tus palabras se escuchan. Quizá no
tengan excesivo eco, pero llegan a las personas con las que hablas.
L OS Padres de la Iglesia dicen: Con el habla construimos una casa. Con todas las
palabras que pronuncias en este día construyes una casa. O es una casa en la que los
hombres habitan gustosamente, porque experimentan aceptación y comprensión, o es
una casa de la que huyen porque es fría e inhóspita, ya que en esta casa uno se siente
valorado, criticado y, las más de las veces, juzgado y traumatizado.
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A psicología nos enseña que, en el fondo, todos los hombres dependemos unos de otros.
L Nuestros pensamientos tienen su repercusión en otras personas. Las palabras que
pronunciamos son causa de algo. Si estás en armonía contigo mismo, emites una
irradiación positiva. Pero si estás interiormente quebrantado y descontento, si te rebelas
en tu interior contra tu vida y contra el mundo, tu irradiación es negativa. La Física
explica esta correlación con la imagen del campo. Todos formamos un campo, una zona
de influencia. Si este campo se mueve en una de sus partes, no deja de tener repercusión
en el todo.
E CHANDO una mirada a la historia, te darás cuenta de que algunos hombres han
dejado una huella de devastación. Otros dejaron en el mundo una huella llena de
esperanza.
P ENSANDO en los santos, verás que generalmente eran personas que llevaron una vida
muy sencilla. Teresa de Lisieux vivía en un pequeño claustro de las monjas
carmelitas. Vista desde fuera, su vida era insignificante. Pero hoy se sigue hablando de
ella, porque con su esfuerzo permitió que la gracia divina cambiara y sanara sus
tendencias narcicistas. De esta manera influyó mucho más que infinidad de políticos que
llenan los libros de historia.
D ESDE luego, no es necesario que seas un santo o una santa para hacer algo. Pero el
ejemplo de los santos puede animarte a tomar parte en el desarrollo del mundo. Si
te esfuerzas y, al contemplar con sinceridad las sombras y los abismos interiores de tu
alma, los presentas a Dios, todo en ti puede ser transformado. Y esto tiene su repercusión
en el mundo entero.
D ECÍA Jesús que la huella que debemos dejar en el mundo es luz. Deberíamos dejar
una huella luminosa, una huella que alumbre a los hombres. Esa huella luminosa
tiene varias facetas. En el evangelio de san Mateo, nuestra luz será percibida por todos
los hombres si hacemos buenas obras. Por nuestro obrar, el mundo se hace más claro
(véase Mateo 5,14-16).
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«La lámpara de tu cuerpo es tu ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará
luminoso; pero si está malo, también tu cuerpo estará a oscuras. Mira, pues,
que la luz que hay en ti no sea oscuridad. Si, pues, tu cuerpo es enteramente
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Buenos propósitos
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P REFIERO, por tanto, en lugar de hablar de un propósito, hablar de un programa de
adiestramiento que me permita modificar mi conducta. Dicho programa tiene que
ajustarse a la realidad. Tendría que pensar en algo que me ayude a cambiar mi manera de
comportarme, como serían, pongamos por caso, determinados rituales que practico a
diario. Los rituales tienen la capacidad de mover algo en mi interior. Es irreal, por
ejemplo, hacer el propósito de ser siempre amable. Pero sí puedo proponerme cada
mañana orar por mis compañeros de trabajo. Por lo menos, seré más amable con ellos al
iniciar el trabajo diario. Es posible que más tarde se produzca un disgusto que arruine la
pretendida amabilidad, pero eso es algo que ya no está en mi mano. Sin embargo, insisto
en que mi programa de adiestramiento evite que un disgusto inquiete mi corazón
durante días.
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T U cumpleaños te invita a contemplarte a ti mismo y tu propia vida con una mirada
bondadosa; te invita a confiar en que Dios te transformará cada vez más en la
imagen que Él se ha hecho de ti.
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Agradecimiento
T U cumpleaños es para ti una ocasión de darle las gracias a Dios por tu vida.
Ciertamente, habrá muchas cosas que merecen agradecimiento: todas las
experiencias que has tenido, el amor que has recibido y él que has podido dar a otros.
Puedes dar gracias por tu salud, por los dones con que Dios te obsequió desde que
naciste. Puedes mostrarte agradecido por el momento que estás viviendo y disfrutando
actualmente. Y puedes dar las gracias por tu pasado, que te ha permitido experimentar
muchas cosas y ha hecho de ti el hombre o la mujer que eres.
P ARA Cicerón la gratitud es la madre de todas las virtudes. Habla de una «grata
memoria», del recordar agradecido. Es un distintivo del ser humano que no vive
solamente en ciertas circunstancias, sino que puede acordarse de ellas con
agradecimiento y, de ese modo, dar un carácter íntimo a lo vivido.
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A grata memoria está alerta para que nada valioso de mi vida se eche a perder, sino que
lo cuide en mi interior como un tesoro. Haciéndolo así en tu cumpleaños, tu vida se
L transformará en un tesoro que deberías cuidar agradecido.
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Deseos de bendición
para tu cumpleaños
C OMPROBARÁS que tus invitados te escuchan con atención y que, de pronto, se crea
otra atmósfera. Desde luego, puedes decir que no son palabras que tú te hayas
inventado, pero que te conmueven interiormente.
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ahora escoge una de las siguientes bendiciones, léela despacio y en voz alta, saborea
Y cada palabra diciéndote a ti mismo: «Esto no lo digo únicamente de palabra, sino
de todo corazón».
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Primer deseo de bendición
D IOS bendiga el camino que tengo por delante, para que me conduzca hacia un amor
más grande, hacia la libertad, la paz y la viveza. Y que todos los pasos que pueda
dar en el nuevo año sean y contengan bendición.
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Segundo deseo de bendición
T ENGO un año más de vida. Contemplo el año que ha transcurrido y deseo aceptar
agradecido todo cuanto Dios ha querido darme, incluido lo difícil y lo penoso.
P OR eso pido hoy, en mi cumpleaños, que la bendición de Dios ilumine todo mi ser,
que la luz divina transfigure todo cuanto he vivido en mi camino hasta ahora,
incluido todo lo que haya podido resultar curo y pesado.
S É que, gracias a todo lo que he vivido, he llegado a ser la persona que soy ahora.
Todo ello me ha formado, sirviéndose Dios para ello de todos los acontecimientos
de mi vida.
H OY,
en mi cumpleaños, confieso con agradecimiento que también los años difíciles
han sido una bendición para mí. Y así reflexiono agradecido sobre mi vida. Me
gusta acordarme de todo lo que Dios me ha permitido vivir.
S IENTO también un enorme agradecimiento por las personas que me han acompañado
en mi camino. Pido a Dios que me bendiga a mí y a todos nosotros y que nos siga
acompañando en nuestra andadura.
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Tercer deseo de bendición
C ADA año tiene sus oportunidades. Cada edad encierra nuevas posibilidades. Le
agradezco a Dios todos los años que me ha regalado. Le doy gracias por la edad a
la que he llegado con este cumpleaños.
Q UISIERA comparar mi vida con un árbol: cada árbol tiene en el interior de su tronco
un anillo más cada año. Cada año es importante para que el árbol obtenga la forma
que ahora tiene. Son especialmente los años difíciles los que le ayudan al árbol a arraigar
aún más profundamente en la tierra.
T AMBIÉN mi vida tiene esos anillos. Cada año me ha ido formando. Especialmente en
los años tormentosos de mi vida, he hundido más aún mis raíces en la tierra. O, para
decirlo con otras palabras: yo mismo estoy ahora más arraigado en Dios. He llegado a
ser el árbol que ahora soy. Es mi deseo, y se lo pido a Dios, que cuantos me rodean se
acerquen al árbol que soy, que descansen en su sombra y que disfruten de su vida.
P IDOa Dios que, cuando la ocasión lo requiera, sepa ser yo un árbol para otros, en el
cual pueden apoyarse, descansar y hacer acopio de nuevas fuerzas para, de este
modo, entrar en contacto con sus propias raíces.
L Epido, además, que mi árbol dé frutos que alimenten y alegren a otros. Pido a Dios
que se cumpla en mí la promesa que me hace por el salmista:
«Dichoso el hombre que no camina
aconsejado por malvados
y en el camino de pecadores
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no se detiene
y en la sesión de los cínicos
no toma asiento;
sino que su tarea es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.
Será como un árbol plantado
junto a acequias,
que da fruto en su sazón,
y su follaje no se marchita »
(Salmo 1,1-3).
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Bibliografia citada
BETZ, Otto, «Existenz», en: (Christian Schutz [hrsg.]), Praktisches Lexikon der
Spiritualität, Freiburg im Breisgau 1988.
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Índice
Portada 2
Créditos 3
Te deseo lo mejor 4
Has nacido 7
La historia de tu vida 11
Fiestas de cumpleaños 14
Lo que te deseo en tu cumpleaños 20
¿Qué deseo para mí? 23
Los cumpleaños de mi vida. Números 28
El bautismo. Nacer de Dios 34
Dios nace en nosotros 37
Las huellas de mi vida 40
Buenos propósitos 43
Agradecimiento 46
Deseos de bendición para tu cumpleaños 48
Primer deseo de bendición 50
Segundo deseo de bendición 51
Tercer deseo de bendición 52
Bibliografia citada 54
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