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ISSN: 0121-053X
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Universidad Pedagógica y Tecnológica
de Colombia
Colombia
Forma de citar este artículo: Rojas García, I. (2016). Género en Lingüística Sistémico Funcional y en Sociorretórica: Apuntes para
una didáctica de la lectura y la escritura en la universidad. Cuadernos de Lingüística Hispánica, (28), 93-114. doi: http://dx.doi.
org/10.19053/0121053X.4910
* Artículo de reflexión.
** Licenciada en Español y Literatura, Magíster en Lingüística de la Universidad Tecnológica de Pereira. Doctoranda en Educación
de la Universidad del Norte. Docente del departamento de Español de la Universidad del Norte; miembro fundador del grupo
Estudios del Lenguaje y la Educación (Colciencias).
Género en Lingüística Sistémico Funcional y en Sociorretórica:
Apuntes para una didáctica de la lectura y la escritura en la universidad
Resumen
Si bien es evidente que las universidades colombianas están generando espacios
de acompañamiento a los procesos de lectura y escritura de los estudiantes, es clara la
necesidad de una reflexión teórica que permita sustentar las intervenciones en el aula.
El presente documento explora los postulados de la Lingüística Sistémico Funcional y la
Sociorretórica, como corrientes lingüísticas que han aportado al campo de la alfabetización
académica en el entorno anglosajón y que son susceptibles de ser recontextualizadas para
el ámbito nacional. Estudiar el concepto de género desde ambas corrientes, permitirá
establecer categorías de análisis, así como herramientas para abordar el estudio de la
realidad en la cual se inscriben los documentos. De esta manera, no solo se conseguirá
un aprendizaje de los conceptos sino de los formatos discursivos y las condiciones que se
establecen al interior de la interacción disciplinar.
Palabras clave: Alfabetización académica, Lingüística Sistémico Funcional,
Sociorretórica, Género discursivo, Educación superior.
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Introducción
Este trabajo se centra en la responsabilidad de la lingüística como ciencia que
estudia el lenguaje, y que, junto con los procesos pedagógicos en las aulas universitarias,
interesa al campo de la alfabetización académica. La preocupación inicial parte de las
pocas revisiones existentes en el contexto colombiano acerca de los enfoques teóricos
dirigidos a los procesos de alfabetización académica, desde la responsabilidad que atañe
a la lingüística. En efecto, una revisión anterior (Rojas, 2015), puso en evidencia que
las investigaciones sobre alfabetización académica en el país desconocen las corrientes
teóricas del entorno anglosajón que, desde hace más de tres décadas, están avanzando en
los estudios del discurso en el contexto académico y que ya se están recontextualizando en
otros países de América Latina.
Frente a los procesos de alfabetización académica, es claro que la amplitud de
áreas del saber sobrepasa las posibilidades de trabajo de los lingüistas, tanto por el
desconocimiento de los contextos como de la dinámica académica propia de los diferentes
ámbitos profesionales. Tampoco es posible delegar en los docentes de las disciplinas
la responsabilidad en la formación de lectores y escritores, pues ellos no poseen un
conocimiento especializado sobre la dinámica del lenguaje. Por tanto, hace falta un análisis
profundo de los documentos que se estudian en la universidad. Tal análisis permitirá
reconocer los aspectos discursivos y desde allí, sentar las bases para la intervención
que trascienda el estudio descriptivo del texto e incluya los aspectos extratextuales que
condicionan su sentido. Por tanto, interesa revisar el concepto de género discursivo desde
dos enfoques teóricos que se ubican en el estudio del lenguaje con énfasis en los procesos
pedagógicos para la lectura y la escritura en las disciplinas: la Lingüística Sistémico
Funcional (LSF), de la escuela australiana, y la Sociorretórica, en el campo norteamericano.
Como concepto que trasciende la gramática estructuralista, la noción de género es
la piedra angular para la lingüística contemporánea, más interesada en el papel semiótico
del contexto comunicativo que en la explicación de la lengua como estructura normativa.
Así, las relaciones que se tejen entre la realidad, la lengua, y su papel en el significado,
son objeto de discusión en las distintas corrientes teóricas. Es necesario continuar las
investigaciones en este campo, pues los conocimientos sobre género permiten potenciar
los procesos de enseñanza y aprendizaje del lenguaje escrito, no como conocimiento
abstracto, sino como mecanismo para actuar en sociedad.
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Por tanto, la LSF incluye el contexto social e ideológico para explicar los aspectos
lingüísticos en relación con la enseñanza de la lengua. Desde esta perspectiva, se trata de
una lingüística funcional en tanto se centra en el uso que hacen los hablantes, y sistémica
puesto que revisa la forma como estructuran la lengua según las condiciones del contexto.
En consecuencia, se resalta la concepción dialéctica del lenguaje; por un lado, el contexto
social se materializa a través del texto, activando una serie de elecciones que el hablante
debe realizar para cumplir su propósito comunicativo; y a la inversa, el texto es una
realización denotativa del contexto social, de modo que las emisiones lingüísticas van a
afectar el entorno de la interacción (Halliday y Hassan, 1985, p. 47).
Cabe señalar, sin embargo, que para la LSF, el concepto de función es interno al
lenguaje como propiedad, manteniendo un marcado interés en los aspectos estrictamente
lingüísticos. Halliday (1989) sostiene que la función es interpretada como propiedad
fundamental del lenguaje en sí mismo, un componente de base para la evolución del
sistema lingüístico. En la misma línea, afirma que la gramática es la unidad central de
procesamiento del lenguaje, la central eléctrica donde los significados son creados; es
natural que el sistema de sonidos y escritura a través del cual se expresan los significados,
reflejan la estructura de la gramática (Halliday, 2014). De allí que su foco de estudio es el
lenguaje proyectado a la vida social.
1.2 El género en la LSF
Esta perspectiva, sistémica y funcional, que se relaciona directamente con el contexto
y con las relaciones de poder, se concibe a manera de capas superpuestas desde donde la
realidad más exterior que es el contexto de cultura, se va configurando paulatinamente a
partir de una serie de condiciones hasta llegar a la emisión lingüística del hablante. Tales
capas son denominadas por Halliday como estratos o niveles del lenguaje. La primera
conexión entre la actividad humana y el lenguaje es aquella que permite relacionar el
contexto de cultura con el texto, esto es, el género. Para Martin y Rose (2012) el género
es definido como un
proceso social, orientado a objetivos y realizado en etapas. Social porque
inevitablemente estamos tratando de comunicarnos con otros, orientado a objetivos
porque siempre tenemos un propósito al escribir y nos sentimos frustrados si no lo
cumplimos, y realizado en etapas en tanto que usualmente nos toma más de un paso
alcanzar nuestros objetivos. (p. 54).
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acerca de cómo interactúan entre sí y cómo afectan, tanto el sistema de la lengua como el
de sus significados profundos en el marco de la lengua en uso.
La interpretación de esta secuencia interrelacionada de estratos puede ser transferida
al campo de la alfabetización académica, analizando estos aspectos en doble vía: hacia
arriba, al momento de enfrentarse a una lectura en la que se parte del material grafológico
para inferir de allí los procesos sociales que lo configuran; y hacia abajo, en tanto se parte
de un requerimiento social para producir un texto.
1.3 El género de la LSF en clave didáctica
A partir de esta conceptualización relacional del sistema de la lengua, la Escuela de
Sidney, derivada de los trabajos de Halliday, ha enfocado sus estudios en el desarrollo de
programas de intervención en el aula, por lo que se denomina Pedagogía de Género. Desde
allí se afirma que reconocer los aspectos de la lengua a nivel genérico, facilita y optimiza
su transferencia y aplicación en entornos educacionales, en tanto permite trabajar desde la
consciencia funcional de las elecciones lingüísticas.
Los trabajos de esta corriente han aportado descripciones detalladas de algunos
géneros usados al interior de la educación básica, en las que se ponen en evidencia
las etapas de la estructura del lenguaje, sus funciones y las realizaciones lingüísticas,
directamente vinculadas con las dimensiones de campo, tenor y modo. Martin y Rose (2003)
resaltan el carácter social del género, al definirlo como “los diferentes tipos de texto que
difunden distintos tipos de contextos sociales” (p. 8). Estos géneros son aprendidos en la
interacción y sus particularidades se constituyen como modelos de uso que pueden variar
desde las conversaciones cotidianas, hasta las esferas del lenguaje científico o político. Esta
descripción de los géneros se realiza a partir de la relación que se establece entre ellos,
pues las diferencias ayudan a definir de qué género se trata (Gee y Handford, 2012).
En el contexto escolar, Martin y Rose (2008) han descrito básicamente cuatro tipos
de género, de acuerdo con su propósito social y con su objetivo para la enseñanza de la
lectura y la escritura. El primero es el género de los relatos, cuyo objetivo central es el
entretenimiento, por lo que se analizan principalmente los recursos lingüísticos orientados
a este objetivo. A nivel estructural, el relato puede iniciar opcionalmente con una etapa de
orientación donde se presenta una secuencia de actividades que van a suceder, pero varía
en la forma como se interrumpe y cómo se responde a esta interrupción. Esta secuencia
generalizada, cuenta con una serie de variaciones que conforman el género de la narración.
Entre ellas se encuentran los recuentos de experiencias personales, anécdotas, ejemplos
y observaciones; estos textos no resuelven el conflicto, por lo que se reserva el término
“narrativa” únicamente para el modelo genérico que sí lo hace.
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inscribe. Luego se deconstruye a partir del análisis de las relaciones entre las dimensiones
constitutivas del discurso, como mecanismo de acción en el contexto cultural. Finalizada
la etapa de lectura analítica, se prosigue con la mediación para la escritura, para esta tarea
se conserva el género elegido. El ejercicio se realiza a través de la ejercitación en conjunto,
modelado por el docente, que dará paso al trabajo independiente de los estudiantes; aquí,
el estudiante puede tomar como modelo las características genéricas y las estrategias de
escritura usadas por el maestro en la construcción conjunta. Para terminar, se propone
generar espacios de discusión orientados a valorar los textos a nivel de sus usos reales y la
reflexión sobre componentes ideológicos. Para ello se toma como modelo metodológico
el ciclo de enseñanza y aprendizaje del proyecto de Lenguaje y Poder Social de Martin y
Rose (2012).
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conceptos, ideas y teorías sobre la realidad del mundo son construcciones del lenguaje
generados por comunidades de conocimiento, utilizados para mantener la coherencia de
la comunidad. Paralelamente, la sociorretórica incluye las afirmaciones clásicas sobre los
hechos sociales a partir de las teorías de Durkheim (1986).
Siendo el lenguaje una actividad de cohesión social, se hace indispensable reflexionar
en torno a la transferencia del sentido del hablante que es susceptible de múltiples
interpretaciones por parte del interlocutor. Por ello, se retoman los estudios de Schütz
(1932), quien plantea que las acciones realizadas por el sujeto contienen un significado
subjetivo que consiste en una autointerpretación de la vivencia. Por este carácter subjetivo,
el significado al que el actor apunta con su acción es distinto al significado que otros le
dan, y para ser interpretado, se requiere comprender las vivencias del otro a partir de
las propias; pero también, es necesario utilizar las indicaciones exteriores que permitan
reconocer sus experiencias. Así, Shütz (1932) declara: “Solo aprehendo las vivencias del
otro mediante la representación significativo-simbólica, y considero su cuerpo o cualquier
artefacto cultural que él haya producido como un campo de exposición de esas vivencias”
(p. 130). Por tanto, cualquiera sea el contexto de significado interior del cual se genera
la acción comunicativa, tal contexto adquiere su validez en la medida en que se relaciona
con el significado correspondiente que está en la mente de la otra persona. Claramente,
este último contexto debe ser el mismo dentro del cual se construyen las actuales vivencias
del otro (Shütz, 1932). El enunciado se considera como exitoso cuando las partes deciden
que sus necesidades o acciones se cumplen satisfactoriamente, o cuando el grado de
aproximación logra los propósitos prácticos (Schutz y Luckman, 1973).
En el mismo sentido, se tienen en cuenta los postulados de Vygotsky (1962, 1978)
particularmente en relación con su interés en la historia de las formas culturales. Los
estudios vygotskyanos sobre la cooperación lingüística son esenciales, para generar un
modelo acerca del uso científico de la lengua. A partir de allí, Bazerman (1988) sostiene
que la dinámica discursiva se logra a través del despliegue de actividades sociales con
personas coordinadas tanto cognitiva como conductualmente; sin embargo, para que la
cooperación tenga éxito, no es suficiente con compartir el significado de las palabras y
las operaciones sintácticas, se requiere además revisar cómo se aplican esas palabras
generalizadas en situaciones específicas y cómo deben realizarse en la acción, en función
de las rutinas que organizan la actividad. En relación con los postulados de Shütz, es
necesario poder ver lo que el otro ve, para orientar patrones y características específicas.
Se requieren entonces conocimientos y experiencias compartidas que faciliten la creación
del esquema perceptual.
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Bazerman (2012a) señala que se suele identificar los géneros por medio de ciertas
características especiales indicadoras del tipo de mensaje que se puede esperar; sin
embargo, entender los géneros tan solo desde un número fijo de características, produce
una visión de ellos como elementos “atemporales e iguales para todos los receptores”
(p. 132): el saber de la comunidad cambia con el tiempo, así como los géneros y las
situaciones, también el conocimiento común varía en cada persona o incluso en la misma
persona bajo circunstancias distintas. Por tanto, la definición de género como un grupo de
características textuales, distancia el papel de los individuos cuando hacen uso del lenguaje
y crean significado, “ignora las diferencias de percepción y comprensión, el uso creativo de
la comunicación para alcanzar necesidades nuevas percibidas en circunstancias también
nuevas e ignora el cambio de comprensión de los géneros con el tiempo” (Bazerman,
2012a, p. 132).
Cabe resaltar que, la sociorretórica no abandona completamente las primeras
concepciones de la lingüística acerca de los géneros como tipos o clases de discurso,
similares en forma y contenido; sin embargo, no tiene un interés especialmente taxonómico,
pues la individualidad de los factores presentes en la construcción de un texto, los hace
difícilmente homogenizables. La validez de la teoría sociorretórica en el estudio del género
es su énfasis en los aspectos sociales e históricos de la retórica; de tal manera que la
descripción del género no se centra en la sustancia o la forma del discurso sino en su
vinculación con un tipo de actividad. Por ello, examina la relación entre el género y la
situación recurrente; desde allí, el género se define como acción retóricamente tipificada,
capaz de reconocer y conectar las regularidades en los tipos de discurso (Miller, 1984).
Lo anterior permite un entendimiento social y cultural más amplio de la lengua en uso
(Freedman y Medway, 2005), es decir, se hace posible desempaquetar los complejos
factores sociales, culturales, institucionales y disciplinares que están en juego durante la
producción de determinados tipos de escritura.
Por su parte, Miller (Bazerman y Miller, 2011) sostiene que esta definición permite
“reflexionar sobre el modo como uno realiza una acción y responde a ella […] tanto la
producción como la recepción son importantes para poder pensar el género como acción”
(p. 16). A renglón seguido, Bazerman advierte que, al trasladar el estudio del género
del texto hacia la percepción del creador y del receptor, el género se transforma en una
categoría de reconocimiento psicológico. Además, al tratarse de prácticas sociales que
requieren un cierto nivel de alineación entre las personas a lo largo del tiempo, es necesario
comprenderlos como categoría de reconocimiento social, de acuerdo social. Finalmente,
Bazerman sostiene que “los enunciados son delimitados, tienen comienzo y fin, ocupan
un lugar definido en el tiempo y en el espacio y se los percibe como portadores de algún
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Como se ve, los textos se enmarcan en una serie de circunstancias reales y se orientan
a cumplir objetivos dentro de esas situaciones. En sentido inverso, los textos también
determinan y producen prácticas sociales. En los ejemplos, se evidencia un desapego del
uso normativo del lenguaje para prestar atención especial a las acciones sociales que se
desarrollan en un circuito permanente de acciones y textos; además, es claro el énfasis de
las dos tradiciones en los propósitos que se alcanzan al interior del evento comunicativo.
Sin embargo, las aplicaciones de esta perspectiva social en la investigación y la
pedagogía, parecen tener énfasis distintos. En la LSF, de donde se deriva la Escuela de
Sidney, aparece un eclecticismo desde el cual se estudia el lenguaje en sus tres dimensiones:
ideacional, interpersonal y textual, pero desde las elaboraciones ofrecidas por el mismo
texto. Por su parte, la Sociorretórica, que apoya el movimiento WAC, se preocupa por
desempacar las relaciones complejas que existen entre el texto y el contexto, atendiendo a
los aspectos de la realidad que suceden alrededor de las construcciones lingüísticas.
El concepto de género que se propone desde ambos enfoques apunta a objetivos
dispares que pueden llegar a complementarse. Para la LSF, se trata de un “proceso social,
orientado a objetivos y realizado en etapas” (Martin y Rose, 2012, p. 54); la Sociorretórica
lo refiere como una “acción retóricamente tipificada, basada en una situación retóricamente
recurrente” (Miller, 1984, p. 27). Así, el análisis del género desde la perspectiva sistémica
se “realiza” en el texto mismo, mientras que desde el enfoque sociorretórico se “basa”
en la situación exterior. El primer mecanismo permite centrar la interpretación en el
texto concreto como objeto de análisis, pero puede dejar en manos de los conocimientos
previos del lector la posibilidad de involucrar asertivamente el contexto. Por su parte,
la conceptualización de la sociorretórica, presenta una explicación más detallada de la
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situación, aunque no establece pautas claras y concretas de análisis textual. Ambos métodos
pueden dar como resultado una descripción general de los textos, pero ambas también
pueden dejar al margen aspectos relevantes para la interpretación profunda.
Para la LSF como proceso y para la Sociorretórica como hecho, el género se
encuentra vinculado directamente con el contexto social, sujeto a variaciones de tiempo,
espacio, actores, intenciones, etc. que lo hacen difícilmente estable y, por tanto, clasificable.
Sin embargo, para ser estudiado, y sobre todo, para ser incluido en una didáctica del
lenguaje escrito, es indispensable generar un cierto margen de taxonomía que facilite su
aprehensión por parte de lectores y escritores nóveles. Para ello, la LSF se interesa por
especificar los aspectos constitutivos del texto en función del propósito comunicativo, lo
que permite manejar el texto con propiedad, pues se conocen los recursos y las formas
lingüísticas que matizan el significado profundo del texto. Por su parte, la Sociorretórica se
enfoca en determinar los rasgos característicos de las acciones que dan origen a géneros
determinados, esto facilita la reflexión acerca de las demandas de la situación en la que se
inscribe el texto. Cabe resaltar además, que el género actúa como nexo entre las acciones
individuales y el contexto social definido, por lo que se trata de un fenómeno dinámico en
el cual las acciones de los individuos construyen y son construidas de manera recíproca
por el contexto de situación, el contexto de cultura y el contexto del género (Devitt, 2004);
razón por la cual, el estudio del género no puede realizarse en una sola vía: del texto hacia
la realidad o de la realidad hacia el texto, sino que se trata de un mecanismo de interacción
recíproco.
De otro lado, es claro que la concepción de género en cada corriente afecta
directamente el enfoque pedagógico. Así, la LSF ha logrado puntualizar aspectos muy
concretos de la dinámica de aula en la cual el maestro guía detalladamente el proceso de
lectura y escritura, enfatizando en los componentes del género: el contexto de cultura y el
contexto de situación o registro. Esta estructura pedagógica detallada, brinda un sustento
claro tanto al docente como al estudiante que, de un lado, facilita la transferencia de los
aprendizajes lingüísticos hacia la lectura y escritura de distintos géneros discursivos y, por
otro, permite el desarrollo de la autonomía. Por su parte, la Sociorretórica, más enfocada
en la dinámica histórica y social del texto escrito no se ocupa puntualmente de los aspectos
metodológicos a partir de los cuales generar estrategias para el fomento de la escritura;
más bien, postula una serie de características y condiciones de los discursos especializados
y sus contextos de producción, que son tenidos en cuenta por los investigadores a la hora
de ensayar dinámicas de aula.
Con todo, ambos enfoques abren la posibilidad de leer y escribir para aprender
los conceptos de las disciplinas y los entornos comunicacionales que les son propios.
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