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ROGER CHARTIER

Escribir las prácticas


Foucault, de Certeau, Marín

MANANTIAL
Traducción: Horacio Pons

Diseño de tapa: Estudio R

Hecho el deposito que marca la ley 11.723


Impreso en la Argentina

© 1996, de la edición en castellano. Ediciones Manantial


Avda. de Mayo 1365, 6“ piso,
(1085) Buenos Aires, Argentina
Tel: 383-7350/383-6059
Fax: 813-7879

cultura L i b r e

ISBN: 987-500-005-1

Impreso en noviembre de 1996 en Color Efe,


Paso 192, Avellaneda, Argentina
INDICE

Prólogo...................................................................................... 7

La quimera del origen. Foucault, la Ilustración


y Ja Revolución Francesa....................................................... 13

Estrategias y tácticas. De Certcau


y las “artes de hacer” ............................................................... 55

Poderes y límites de la representación.


Marin el discurso y la im agen................................................ 73

El poder, el sujeto, la verdad.


Foucault lector de Foucault.................................................... 101
PR O LO G O

Los cuatro ensayos reunidos en este libro qúisieran re-


cuperar un género clásico: el del diálogo con los muertos.
Para los historiadores de mi generación, y para muchos
otros, la frecuentación de las obras de Michel Foucault, Mi-
chel de Certeau y Louis M arin fue una fuente de inspira­
ción de las más importantes. Más allá de las diferencias que
las separan o las oponen, esas obras enuncian una pregunta
fundamental: ¿cómo pensar las relaciones que mantienen
las producciones discursivas y las prácticas sociales? Hacer
inteligibles las prácticas que las leyes de formación de los
discursos no gobiernan es una empresa difícil, inestable, si­
tuada “al borde del acantilado”, como escribe de Certeau a
propósito de Vigilar y castigar. Siempre la amenaza la ten­
tación de olvidar toda diferencia entre lógicas heterónomas
pero, sin embargo, articuladas: la que organiza la produc­
ción e interpretación de los enunciados, la que rige los ges­
tos y las conductas.
Contra las abruptas form ulaciones del linguistic tum ,
que considera que no existen más que los juegos del len­
guaje y que no hay realidad fuera de los discursos, la dis­
tinción propuesta y trabajada por Foucault, de Certeau y
8 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

Marín indica otro camino. Se trata, para ellos, de articular


la construcción discursiva del mundo social con la cons­
trucción social de los discursos. O, dicho de otro modo, de
inscribir la comprensión de los diversos enunciados que
modelan las realidades dentro de coacciones objetivas que,
a la vez, limitan y hacen posible su enunciación. El “orden
del .discurso”, según la expresión de Foucault, está dotado
de eficacia: instaura divisiones y dom inaciones, es el ins-
trumento de la violencia sim bólica y, por su fuerza, hace
ser a lo que designa. Pero ese orden no carece de límites ni
de restricciones. Los recursos que los discursos pueden po­
ner en acción, los lugares de su ejercicio, las reglas que los
contienen, están histórica y socialmente diferenciados. De
allí el acento puesto sobre los sistemas de representaciones,
las categorías intelectuales, las formas retóricas que, de ma­
neras diversas y desiguales, determinan la potencia discur­
siva de cada comunidad.
Otra lección dada por los tres autores que hemos reuni­
do aquí es la de poner en guardia contra una apreciación
demasiado simple de la dominación. Cada uno a su manera
y con su propio vocabulario, todos subrayan la distancia
que existe entre los mecanismos que apuntan a controlar y
someter y, por otro lado, las resistencias o insumisiones de
aquellos - y aquellas- que son su objetivo. La tensión entre
dispositivos de coacción e ilegalismos en Foucault, la opo­
sición entre estrategia y táctica en de Certeau, la distancia
entre las modalidades del “hacer creer” y las formas de la
creencia en M arín son otras tantas figuras de esa distancia.
Ésta debe postularse a fin de indicar que la fuerza de los
instrumentos puestos en acción para imponer una discipli­
na, un orden o una representación (del poder, del otro o de
PROLOGO 9

uno mismo) siempre debe transigir con los rechazos, distor­


siones y artimañas de aquellos y aquellas a quienes preten­
de someter.
La dinám ica que vincula así sujeción forzada e identi­
dad preservada, consentimiento y resistencia, transformó
profundam ente la comprensión de las relaciones de poder,
la de las formas de la dominación colonial o la de las rela­
ciones entre los sexos.1También definió una nueva manera
de pensar la significación de los discursos, al situarla entre
las diversas estrategias (autorales, editoriales, críticas, es­
colares) que intentan fijar e imponer su sentido, y las apro­
piaciones plurales, móviles, de los lectores que les dan usos
y comprensiones que les son propios. Entre las coacciones
transgredidas y las libertades lim itadas, Foucault, de Cer-
teau y Marín trazan un camino ampliamente utilizado des­
pués de ellos, en particular por una historia (o una sociolo­
gía) cultural que, liberada de las definiciones tradicionales
de la historia de las m entalidades, comenzó a prestar aten­
ción a las modalidades de apropiación más que a las distri­
buciones estadísticas, a los procesos de construcción del
sentido más que a la desigual circulación de los objetos y
las obras, a la articulación entre prácticas y representacio­
nes más que al inventario de las herramientas mentales. -Sin
ninguna duda, estos desplazamientos encontraron su funda­
m ento y su inspiración en la lectura de los autores que
acompañaremos en este libro y que obraron como historia­
dores a partir de saberes y cuestiones que superan con mu­
cho los límites clásicos de la disciplina.
Los cuatro ensayos consagrados a ellos son una manera
de reconocer la deuda contraída. Siempre me pareció que el
trabajo de un historiador debía repartirse entre dos exigen­
10 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

cias. La primera, clásica y esencial, consiste en proponer la


inteligibilidad más adecuada posible de un objeto, un cor-
pus, un problema. Es por eso que la identidad prim era de
cada historiador se la da su presencia en un territorio parti­
cular que define su propia competencia. En lo que a mí se
refiere, este dominio de investigación es el de la historia de
las formas, usos y efectos de la cultura escrita en las socie­
dades de la prim era modernidad, entre los siglos xvi y
x v i i i . Pero hay también una segunda exigencia: la que obli­

ga a la historia a entablar un diálogo con otros cuestiona-


mientos -filosóficos, antropológicos, semióticos, etcétera-.
Sólo a través de estos encuentros puede la disciplina inven­
tar nuevas preguntas, forjar instrumentos de comprensión
más rigurosos o participar, con otras, en la definición de es­
pacios intelectuales inéditos.
De allí la form a dada a este libro. Éste no procede a la
m anera de los que han sido traducidos al español durante
los últimos años y que se consagran a los problemas histó­
ricos específicos planteados por el estudio de los libros, las
lecturas y las prácticas culturales en las sociedades del A n­
tiguo Régim en.1 Al reunir cuatro “lecturas” , se propone
ilustrar otra m odalidad del trabajo intelectual, la que hace

1. Roger Chartier, Libros, lecturas y lectores en la Edad M o­


derna, trad. Mauro Armiño, Madrid, Alianza, 1993; El orden de
los libros. Lectores, autores y bibliotecas en Europa entre los si­
glos xvi y x v iii , trad. Viviana Ackerman, prólogo de Ricardo Gar­
cía Cárcel, Barcelona, Gedisa, 1994; Espacio público, crítica y
desacralización en el siglo x v iii . Los orígenes culturales de la Re­
volución Francesa, trad. Beatriz Lonné, Barcelona, Gedisa, 1995;
Sociedad y escritura en la Edad Moderna.*La cultura como apro­
PROLOGO

avanzar en com pañía de pensam ientos fuertes, de obras


densas, que son otros tantos apoyos a los cuales recurrir pa­
ra trabajar con más justeza. En estos últimos años, tres no­
ciones perm itieron renovar la reflexión de las ciencias hu­
manas y sociales: discurso, práctica, representación. Volver
a la obra de M ichel Foucault, Michel de Certeau y Louis
Marin es una necesidad, creo, para precisar mejor sus con­
tornos y definir con más agudeza su pertinencia.
Una última palabra. No es casual que este libro se publi­
que en la Argentina. Los textos que lo componen fueron pre­
sentados allí como conferencias dadas en ocasión de invita­
ciones a las universidades de Buenos Aires y Mar del Plata.
Vaya mi recuerdo a aquellas y aquellos que enriquecieron
entonces mis lecturas con sus reflexiones y propuestas.

piación, trad. Paloma Villegas y Ana García Bergua, México,


Instituto Mora, 1995.
LA QUIMERA DEL ORIGEN.
FOUCAULT, LA ILUSTRACION
Y LA REVOLUCION FRANCESA
Una versión inglesa del texto “La quimera del origen. Fou­
cault, la Ilustración y la Revolución Francesa” fue publicada en
el libro Foucault and the Writing ofHistory, bajo la dirección de
Jan Goldstein, Oxford, Basil Blackwell, t994, págs. 167-186.
1. La obra de Foucault no se deja someter fácilmente a
las operaciones que implica el comentario. Un intento de
esta naturaleza supone, en efecto, que se considere cierto
número de textos (libros, artículos, conferencias, entrevis­
tas, etcétera) como formando una “obra”, que dicha obra
pueda ser asignada a un autor, cuyo nombre propio (“Fou­
cault”) rem ite a un individuo particular, poseedor de una
biografía singular y que, a partir de la lectura de ese texto
primero (la “obra de Foucault”), sea legítimo producir otro
discurso en forma de comentario. Ahora bien, según Fou­
cault, estas tres operaciones han perdido la evidencia y la
inmediatez que les fueron propias en “la historia tradicional
de las ideas” .1

1. Michel Foucault, “Qu’est-ce qu’un auteur?”, Bulletm de la


Société fran<¿aise de Phitosophie, julio-sept., 1969, págs. 73-104;
publicado nuevamente en Dits et écrits, 1954-1988, edición estable­
cida bajo la dirección de Daniel Deferí y Fran§ois Ewald, con la co­
laboración de Jacques Lagrange, París, Gallimard, 1994,1.1, 1954-
1969, págs. 789-821, y L'ordre du discours. Legón inauguróle au
College de France prononcée le 2 décembre ¡970, París, Galli-
16 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

Foucault las despojó, en prim er término, de su supuesta


universalidad, restituyéndoles su variabilidad. De este mo­
do, precisando las condiciones históricas específicas (jurí­
dicas y políticas) que hacen que el nombre propio emerja
como categoría fundamental de clasificación de las obras
-lo que llama la “función-autor”- , invita a interrogarse
acerca de las razones y los efectos de tal operación: garan­
tizar la unidad de una obra rem itiéndola a un único foco de
expresión; resolver las posibles contradicciones entre los
textos de un mismo “autor” , explicados por los desarrollos
de una trayectoria biográfica; establecer gracias a la media­
ción del individuo inscrito en su época, una relación entre
la obra y el mundo social.
Por otra parte, todas las operaciones que designan y asig­
nan las obras deben ser consideradas siempre como opera­
ciones de selección y de exclusión. “Entre los millones de
huellas dejadas por alguien tras su muerte, ¿cómo se puede
definir una obra?”. Responder la pregunta requiere una deci­
sión de separación que distingue (de acuerdo con criterios
que carecen tanto de estabilidad como de generalidad) los
textos que constituyen la “obra” y aquellos que forman parte
de una escritura o una palabra “sin cualidades” y que, por
ende, no han de ser asignados a la “función autor”.
Por último, para Foucault, estas diferentes operaciones
-delim itar una obra, atribuirla a un autor, producir su co­
m entario- no son operaciones neutras. Ellas están orienta­
das por una misma función, definida como “función restric­

mard, 1971 [Trad. cast. El orden del discurso, Barcelona, Tusquets.


1987.].
LA QUIMERA DEL ORIGEN 17

tiva y coercitiva” que apunta a controlar los discursos clasi­


ficándolos, ordenándolos y distribuyéndolos.
El desafío primero y temible que Foucault lanza a sus
lectores reside en lo siguiente: hacer vacilar, fisurar lo que
funda, en la configuración de saber que es la nuestra, la in­
teligibilidad y la interpretación de toda obra (incluyendo la
suya). De esta manera, se crea una tensión vertiginosa y úni­
ca, en la que toda lectura de un texto de Foucault es siempre
y, al mismo tiempo, necesariamente, cuestionamiento de los
conceptos habituales (“autor”, “obra”, “com entario”) que
gobiernan en nuestra sociedad la relación con los textos. En
una observación de El orden del discurso en la que, quizá,
confiesa algo de sí mismo, Foucault no exime al autor de la
sumisión a las categorías que caracterizan, en un momento
histórico particular, el régimen de producción de los discur­
sos: “Pienso que -a l menos a partir de cierta época- el indi­
viduo que se pone a escribir un texto, en cuyo horizonte
ronda una obra posible, retoma por su propia cuenta la fun­
ción del autor: lo que escribe y lo que no escribe, lo que tra­
za, incluso a título de borrador provisorio, como esbozo de
la obra, y lo que deja caer como comentarios cotidianos, to­
do ese juego de diferencias está prescrito por la función au­
tor, tal como la recibe de su época o tal como a su vez la
modifica. Aunque pueda transformar la imagen tradicional
que se tiene del autor es, sin embargo, a partir de una nueva
posición del autor que delimitará, en todo lo que habrá podi­
do decir, en todo lo que dice todos los días, en todo instante,
el perfil aún tembloroso de su obra” .2 La incorporación por

2. Michel Foucault, L ’ordre du discours, ob. cit., pág. 31.


18 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

el autor de las categorías que dan cuenta de las obras en el


orden común de los discursos es lo que hace posible la arti­
culación entre la escritura, entendida como una práctica li­
bre, profusa, aleatoria, y los procedimientos que apuntan a
controlar, organizar y seleccionar los discursos. No obstan­
te, la aceptación común por parte del comentador y del autor
de las convenciones que rigen el modo de asignación y de
clasificación de las obras no debe, empero, hacer que se las
considere como neutras y universales.
Foucault agrega a este primer desafío un segundo. Todo
su proyecto de análisis crítico e histórico de los discursos
está fundado, en efecto, sobre una recusación explícita de
los conceptos clásicamente manejados por la “historia tradi­
cional de las ideas”, que sigue siendo el recurso más inm e­
diatamente disponible para comprender y hacer comprender
un texto, una obra, un autor. El postulado de la unidad y de
la coherencia de la obra, la puesta en evidencia de la origi­
nalidad creadora, la inscripción de la significación en el dis­
curso son las categorías contra las que debe constituirse otra
forma de interpretación, atenta, por el contrario, a las dis­
continuidades y a las regularidades que constriñen la pro­
ducción de los discursos. Comprender un conjunto de enun­
ciados supone, por ende, para Foucault, recurrir a principios
de inteligibilidad que recusan las viejas nociones -apenas
retocadas en los últimos tiem pos- de la historia de las ideas.
De ello surge una cuestión difícil: cuáles son las condi­
ciones que hacen posible producir una lectura “foucaultia-
na” de Foucault, o sea leer sus obras, su “obra”, a partir de
esa “ligera desviación” -com o él escribe irónicam ente- que
“consiste en tratar, no las representaciones que se pueden
encontrar tras los discursos, sino los discursos como series
LA QUIMERA DEL ORIGEN 19

regulares y discontinuas de acontecim ientos”, y que “per­


m ita introducir en la raíz misma del pensam iento, el azar,
lo d iscontinuo y la m aterialidad’'. ¿Hay que oponer Fou­
cault a Foucault e inscribir su trabajo en las mismas catego­
rías que él consideraba como impotentes para dar cuenta
adecuadamente de los discursos? ¿O bien hay que someter
su obra a los procedimientos del análisis crítico y genealó­
gico que ella propuso y, al mismo tiempo, anular lo que
perm ite delim itar su unicidad y su singularidad? Foucault,
no cabe duda, estaba encantado de haber fabricado así esa
“pequeña (y quizás odiosa) m aquinaria” que insinúa la in­
quietud en el seno mismo del comentario que pretende de­
cir el sentido o la verdad de la obra. En esta buena jugarre­
ta a todos aquellos -q u e fueron y serán num erosos- que se
esfuerzan en leerlo, ¿cómo no escuchar, m etálica y fulgu­
rante, la risa de M ichel Foucault?3

2. Para el historiador que quiere hacer inteligibles los orí­


genes de la Revolución Francesa (o de cualquier otro fenó­
meno), esta risa resuena de manera particularmente mordaz.
En uno de los pocos textos consagrados explícitamente a lo
que fue, sin duda, para él la referencia filosófica fundamen­

3. Michel de Certeau, “Le rire de Michel Foucault”, Revue de


la Bibliothéque Nationale, N° 14, 1984, págs. 10-16, publicado
nuevamente con modificaciones en Michel de Certeau, H is to ir e et
psychanalyse e n tr e S c ien ce etfiction, presentación de Luce Giard,
París, Gallimard, 1987, págs. 51-64. [Trad. cast. Historia y psi­
coanálisis entre ciencia y ficción, México, Universidad Iberoame­
ricana, 1995.]
20 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

tal - a saber, la obra de Nietzsche-, Foucault lleva a cabo una


crítica devastadora de la noción misma de origen tal como
los historiadores están acostumbrados a manejarla.4 Dado
que ella justifica una búsqueda sin fin de los comienzos y da­
do que anula la originalidad del acontecimiento, al que supo­
ne ya presente incluso antes de su advenimiento, la categoría
enmascara, al mismo tiempo, la discontinuidad radical de los
surgimientos, de las “emergencias”, irreductibles a toda pre­
figuración, y las discordancias que separan las diferentes se­
ries de discursos o de prácticas. La historia, cuando sucumbe
a la “quimera del origen”, arrastra, sin tener a menudo clara
conciencia de ello, varias presuposiciones: que cada m o­
mento histórico es una totalidad homogénea, dotada de una
significación ideal y única presente en cada una de las mani­
festaciones que lo expresa; que el devenir histórico está orga­
nizado como una continuidad necesaria; que los hechos se
encadenan y engendran en un flujo ininterrumpido que per­
mite decidir que uno es “causa” u “origen” del otro.
Para Foucault, la “genealogía” debe desprenderse justa­
mente de esas nociones clásicas (totalidad, continuidad,
causalidad) si quiere comprender adecuadamente las ruptu­
ras y los desfasajes El primero de los “rasgos propios del
sentido histórico, tal como lo entiende Nietzsche, y que se
opone a la historia tradicional la Wirkliche Historie” es per­
mutar “la relación establecida de ordinario entre la irrup­

4. Michel Foucault, “Nietzsche, la généalogie, l’histoire”,


Hommage á Jean Hyppolite, París, Presses Universitaires de Fran-
ce, 1971, págs. 145-172; publicado nuevamente en Dits et écrits,
ob. cit., t. II, 1970-1975, págs. 136-156 (citas, págs. 146-149).
LA QUIMERA DEL ORIGEN 21

ción del acontecim iento y la necesidad continua. Hay toda


una tradición de la historia (teológica o racionalista) que
tiende a disolver el acontecim iento singular en una conti­
nuidad ideal -m ovim iento teleológico o encadenamiento
natural-. La historia ‘efectiva’ hace resurgir el aconteci­
miento en lo que tiene de único y de agudo” .
Con una radical idad perm itida por la forma, la de un
“com entario” de los textos de Nietzsche, Foucault da una
definición cabalmente paradójica del acontecim iento, que
sitúa lo aleatorio, no en los accidentes del curso de la histo­
ria o en las elecciones de los individuos, sino en aquello
que para los historiadores parece lo más determinado y me­
nos azaroso, a saber, las transformaciones de las relaciones
de dominación. “Acontecimiento -h ay que entenderlo no
como una decisión, un tratado, un reinado o una batalla, si­
no como una relación de fuerzas que se invierte, un poder
confiscado, un vocabulario retom ado y vuelto contra sus
usuarios, una dominación que se debilita, se distiende, se
envenena a sí misma, y otra que entra, enm ascarada-. Las
fuerzas en juego en la historia no obedecen ni a una desti­
nación ni a una mecánica, sino efectivamente a l a za r de la
lucha (el subrayado es nuestro). Ellas no se manifiestan co­
mo las formas sucesivas de una intención prim ordial; tam ­
poco asumen el aspecto de un resultado. Aparecen siempre
en lo aleatorio singular del acontecimiento [ídem ].”
La proliferación de los hechos, la m ultiplicidad de las
intenciones, el desorden de las acciones no pueden ser refe­
ridas, por tanto, a ningún sistema de determinismo capaz de
darles una interpretación racional; vale decir, de enunciar
su significación y sus causas. Tan sólo aceptando este re­
nunciamiento “el sentido histórico se liberará de la historia
22 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

suprahistórica” . Para el historiador clásico el precio a pagar


no es poco, pues es el del abandono de toda pretensión a lo
universal, un universal considerado como la condición de
posibilidad y el objeto mismo de la comprensión histórica:
“La historia ‘efectiva’ se distingue de la de los historiado­
res en el hecho de que ella no se apoya en ninguna constan­
cia: nada en el hombre -n i siquiera su cuerpo- es suficien­
temente fijo como para com prender a los otros hombres y
reconocerse en ellos. Todo aquello en lo que uno se apoya
para volverse hacia la historia y captarla en su totalidad,
todo lo que perm ite describirla como un paciente m ovi­
miento continuo, es todo aquello que se trata de quebrar
sistemáticamente. Ha de hacerse pedazos todo lo que per­
mitía el juego consolador de los reconocim ientos”,

3. Sobre las ruinas de esta “historia que ya no se hace


m ás” (o que no debería hacerse más), ¿qué construir? En
varios textos publicados entre 1968 y 1970, en un m om en­
to de vuelco de su trayectoria intelectual, Foucault m ulti­
plica las referencias a la práctica de los historiadores, cuya
característica esencial (“un cierto uso de la discontinuidad
para el análisis de las series tem porales”) puede fijar inte­
lectualm ente y legitim ar estratégicam ente su propio pro­
yecto de descripción crítica y genealógica de los discursos.
En el “trabajo real de los historiadores” lo esencial reside,
no en la invención de nuevos objetos, sino “en la puesta en
juego sistemática de lo discontinuo” que rompe fundam en­
talm ente con la historia im aginada o sacralizada por la fi­
losofía -u n a historia que es relato de las continuidades y
afirmación de la soberanía de la conciencia: “Querer hacer
del análisis histórico el discurso de iho continuo y hacer de
LA QUIMERA DEL ORIGEN 23

la conciencia hum ana el sujeto originario de todo saber y


de toda práctica, son las dos caras de un mismo sistem a de
pensam iento. El tiem po es concebido en él en térm inos
de totalización y la revolución nunca es más que una toma
de conciencia” .5
A ese “sistema de pensam iento” , Foucault opone la his­
toria que designa como “la historia, tal como es practicada
hoy” -entendam os la de las coyunturas económ icas, los
m ovim ientos dem ográficos, las m utaciones sociales, que
domina el decenio de los años ’60, en la doble referencia a
los modelos de Braudel y Labrousse-, Esta historia consi­
dera series m últiples y articuladas, gobernada cada una de
ellas por un principio de regularidad específico, rem itida
cada una de ellas a sus propias condiciones de posibilidad.
Contrariam ente a lo que los historiadores piensan que ha­
cen (o dicen que hacen), un enfoque tal no significa de
m anera alguna una relegación del acontecim iento, así co­
mo la preferencia otorgada a la larga duración no implica
la identificación de estructuras inmóviles. Muy por el con­
trario, a través de la construcción de series hom ogéneas y
distintas pueden ser localizadas las discontinuidades y si­
tuados los surgim ientos. A distancia tanto de la “historia
filosófica” com o del análisis estructural, la historia que
trata serialm ente los archivos masivos (en El orden del

5. Michel Foucault, “Sur l’archéologie des sciences. Réponse


au Cercle d’épistémologie”, Cahiers pour l ’Analyse, 9, “Généalo-
gie des sciences”, verano de 1968, págs. 9-40; publicado nueva­
mente en Dits et écrits, ob. cit.,t. 1 ,1954-1969, págs. 696-731 (ci­
ta, págs. 699-700).
24 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

discurso, Foucault m enciona las listas de precios, las actas


notariales, los registros parroquiales, los archivos portua­
rios) no es ni el relato continuo de una historia ideal ni la
m anera hegeliana o m arxista ni una descripción estructural
sin acontecim ientos: “Ciertam ente, la historia desde hace
mucho tiempo ya no busca com prender los aconteci­
m ientos por un juego de causas y de efectos en la unidad
informe del gran devenir, vagam ente hom ogéneo o estric­
tamente jerarquizado; pero no intenta volver a encontrar
estructuras anteriores y extranjeras, hostiles al aconteci­
miento. Busca establecer las series diversas, entrecruzadas,
divergentes a menudo, pero no autónom as, que perm iten
circunscribir el ‘lugar1 del acontecim iento, sus márgenes
de azar, las condiciones de su aparición”.6 Una articula­
ción es pensable, entonces, entre la singularidad aleatoria
de las emergencias, tal como la designa la “historia efecti­
va” y las regularidades que gobiernan las series tem pora­
les, discursivas o no, que son el objeto mismo del trabajo
em pírico de los historiadores.
De ahí, la doble constatación -paradójica respecto de la
caracterización ingenuam ente anti-acontecimiento de la
historia de los A rm ales- que asocia la serie y el aconteci­
m iento y que separa a este últim o de toda referencia a una
filosofía del sujeto: “Las nociones fundamentales que se
imponen ahora ya no son las de la conciencia y la continui­
dad (con sus problemas correlativos: la libertad y la causa­
lidad), tampoco son ya las del signo y la estructura. Son las
del acontecimiento y la serie, con el juego de nociones liga­

6. Michel Foucault, L ’ordre du discoürs, ob. cit., pág. 58.


LA QUIMERA DEL ORIGEN 25

das a ellos: regularidad, azar, discontinuidad, dependencia,


transform ación” . Foucault concluye: “Ese análisis de los
discursos en el que pienso no se articula de ningún modo
con la tem ática tradicional que los filósofos de ayer consi­
deran aún como la historia ‘viviente’, sino con el trabajo
efectivo de los historiadores” .7

4. A menudo, Foucault opuso, térm ino a térm ino, el


análisis que apunta a delim itar las “form aciones discursi­
vas” y la historia de la ideas “ese viejo suelo gastado hasta
la m iseria” .8 Contra los criterios tradicionales de clasifica­
ción e identificación de los discursos (el “autor”, el “tex­
to” , la “obra”, la “disciplina”), la descripción arqueológica
retiene otros criterios de delim itación, menos visibles de
manera inmediata: “Cuando en un grupo de enunciados, se
puede delimitar y describir un referencial, un tipo de desfa-
saje enunciativo, una red teórica, un campo de posibili­
dades estratégicas, entonces se puede estar seguro de que
pertenecen a lo que podría llamarse una form ación discur­
siva”.9 Ha de prestarse atención a las distancias que propo­
nen estas nociones respecto de aquellas, aparentem ente
cercanas o idénticas, que parecen aptas para individualizar
conjuntos de enunciados. El referencial de una serie de dis­

7. Ibíd., pág. 59.


8. Michel Foucault, L'archéologie du savotr, París, Gallimard,
1969, pág. 179. [Trad. cast. La arqueología del saber, México,
Siglo XXI, 1972.]
9. Michel Foucault, “Sur l’archéologie des sciences. Réponse
au Cercle d’épistémologie”, art. cit., pág. 719.
26 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

cursos no es el “objeto” estable, único y exterior al que su­


puestamente ella apunta: lo que lo define son las reglas de
formación y transformación de los objetos móviles y múlti­
ples que esos discursos construyen y plantean como sus re­
ferentes. E] desfasaje enunciativo designa, no una form a
única y codificada de enunciación, considerada como pro­
pia de un conjunto de discursos, sino un “régimen de enun­
ciación” que despliega enunciados dispersos y heterogé­
neos, relacionados por una misma práctica discursiva. La
red teórica juega de igual m anera en el nivel conceptual,
apuntando a las reglas de form ación de las nociones - in ­
cluidas en sus posibles contradicciones-, y no a la presen­
cia de un sistema de conceptos perm anentes y coherentes.
Por último, el cam po de p o sib ilid a d es estratégicas recusa
toda individualización de los discursos llevada a cabo a
partir de la identidad de su tem ática o de sus opiniones;
busca designar la similitud de elecciones teóricas que pue­
de implicar perfectamente opiniones contrarias o bien, por
el contrario, diferencias de elecciones teóricas compatibles
con una temática común.
Dos razones llevan a recordar estas cuatro nociones,
consideradas como fundantes de la descripción arqueológi­
ca de los discursos en los textos de 1968 y 1969, aun cuan­
do ya no figuren explícitam ente ni en E l orden del d iscu r­
so ni en las obras posteriores. En efecto, a partir de estas
diferentes modalidades de análisis, Foucault, en el momen­
to de inaugurar un nuevo estilo de trabajo, brinda a la obra
ya realizada una coherencia retrospectiva. Cada uno de los
libros previamente publicados es caracterizado como la ex­
ploración, a través del estudio de una formación discursiva
particular, de un problema específico áel análisis arqueoló­
LA QUIMERA DEL ORIGEN 27

gico: “La em ergencia de todo un conjunto de objetos, muy


com plicada y com pleja” en H isto ria de la locura (1961),
las form as de enunciación del discurso en E l nacim iento
de la clín ica (1963), “las redes de los conceptos y sus re­
glas de form ación” en Las p a la b ra s y las co sa s (1966).10
No cabe duda de que mediante esta lectura Foucault desig­
na su propio trabajo con ayuda de criterios (unidad, cohe­
rencia, significación) que pertenecen mucho más a la his­
toria de las ideas que a la arqueología que propone. No por
ello deja de designar una distancia fundamental con los ca­
minos de la tradición al considerar a los discursos como
prácticas que obedecen a reglas de form ación y de funcio­
namiento.
De aquí en más surge la necesidad de pensar cómo las
prácticas discursivas están articuladas con otras, cuya natu­
raleza es diferente. Este tema, que se volverá central en el
trabajo de Foucault a partir de Vigilar y ca stig a r , es esbo­
zado varias veces en La arqueología del saber. Contra las
causalidades directas y reductoras, pero asimismo contra el
postulado de “una independencia soberana y solitaria del
discurso” , “la arqueología hace aparecer relaciones entre
las form aciones discursivas y los dominios no discursivos
(instituciones, acontecimientos políticos, prácticas y proce­
sos económicos). Estos acercamientos no tienen como fin
revelar grandes continuidades culturales o aislar m ecanis­
mos de causalidad. Ante un conjunto de hechos enunciati­
vos, la arqueología no se pregunta qué pudo motivarlo (ésta
es la búsqueda de contextos de formulación); tampoco bus­

10. Michel Foucault, L ’arehéologie du savoir, ob. cit., pág. 86.


28 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

ca encontrar qué se expresa en ellos (tarea de una herm e­


néutica); sino que intenta determ inar cómo las reglas de
formación de las que depende - y que caracterizan la positi­
vidad a la que pertenecen- pueden estar vinculadas a siste­
mas no discursivos: busca definir esas formas específicas
de articulación” .1'
En la reflexión abierta sobre la Revolución Francesa y
sus orígenes, este programa tiene una particular pertinencia.
Por un lado, mantiene la exterioridad y la especificidad de
las prácticas “que no son ellas mismas de naturaleza discur­
siva” respecto de los discursos que, de múltiples maneras, se
articulan con ellas. Reconocer que el acceso a esas prácticas
sin discurso sólo es posible gracias al desciframiento de los
textos que las describen, prescriben, proscriben, etcétera, no
implica empero identificar la lógica que las gobierna o la
“racionalidad” que les da form a con las que gobiernan la
producción de los discursos. La práctica discursiva es pues
una práctica específica (“extraña” escribe Foucault en algún
lado), que no reduce todos los otros “regímenes de práctica”
a sus estrategias, sus regularidades y sus razones. En este
sentido, las posiciones actuales que asimilan las relaciones
sociales a prácticas discursivas considerando, por ejemplo,
que “las exigencias de delimitar el campo del discurso res­
pecto de realidades sociales no discursivas que yacen tras él,
apuntan invariablemente a un dominio de acción también
constituido discursivamente. Distinguen en efecto entre
diferentes prácticas discursivas -diferentes juegos de len­
guaje- más que entre fenómenos discursivos y no discursi-

11. Ibíd., pág. 212.


LA QUIMERA DEL ORIGEN 29

vos” 12 anulan -d e manera errada, a mi entender- la diferen­


cia radical que separa “la formalidad de las prácticas” (para
retom ar una categoría de Michel de Certeau) y las reglas
que organizan la producción de los discursos.
Mantener la irreductibilidad de esa distancia conduce a
cuestionar las dos ideas siguientes, recurrentes en toda his­
toria estrictamente política de la Revolución: que es posible
deducir las prácticas de los discursos que las fundan y las
justifican; que es posible traducir en términos de una ideo­
logía explícita la función latente de los funcionamientos so­
ciales. La prim era operación, clásica en toda la literatura
consagrada a los lazos entre la Ilustración y la Revolución,
remite los gestos de ruptura respecto de las autoridades es­
tablecidas a la difusión de las ideas “filosóficas”, suponien­
do así un engendramiento directo, automático, transparente
de las acciones por los pensamientos. De la segunda resulta
el diagnóstico que califica de jacobina la sociabilidad de las
asociaciones voluntarias (clubes, sociedades literarias, lo­
gias masónicas) que proliferan en el siglo x v i i i o bien el
que caracteriza como la expresión de una ideología terroris­
ta implícita la práctica política de los primeros meses de la
Revolución.
Contra estas dos operaciones -d e deducción y de traduc­
c ió n - debe y puede ser propuesta una articulación diferente
de los conjuntos de los discursos y de los regím enes de las
prácticas. Entre ambos no hay ni continuidad ni necesidad.

12. Keith Michael Baker, Invenling the French Revolution. Es-


says on French Political Culture in the Eighteenth Century, Cam­
bridge, Cambridge University Press, 1990, pág. 5.
30 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

Si están articulados no es según el modo de la causalidad o


de la equivalencia, sino a partir de la distancia existente en­
tre la “especificidad singular de las prácticas discursivas” y
todas las demás. Es así como se articulan, en el siglo xvni,
los discursos (por lo dem ás, competitivos) que representan­
do al mundo social, proponen su refundación y las prácticas
(por lo demás, múltiples) que inventan en su efectuación
misma, nuevas divisiones.
Una perspectiva como ésta puede llevar a desplazar la
caracterización de la Ilustración. Contra la definición clási­
ca que la considera como un corpus de enunciados explíci­
tos, como un conjunto de ideas claras y distintas, ¿no cabe
acaso considerarla como un conjunto de prácticas múltiples
y enmarañadas que guía la preocupación por la utilidad co­
mún, cuya mira es una gestión nueva de los espacios y las
poblaciones y cuyos dispositivos (intelectuales, institucio­
nales, sociales, etcétera) imponen una reorganización com ­
pleta de los sistemas de percepción y ordenamiento del
mundo social? La constatación conduce a reevaluar profun­
damente la relación entra la Ilustración y la monarquía,
pues ésta, blanco por excelencia de los discursos filosófi­
cos, es sin duda la más vigorosa instauradora de prácticas
reformadoras -a lg o que Tocqueville señaló claramente en
el capítulo 6 de El Antiguo Régimen y la Revolución, al que
titula “De algunas prácticas [el subrayado es nuestro] con
cuya ayuda el gobierno llevó a cabo la educación revolu­
cionaria del pueblo”. Pensar la Revolución como un entra­
mado de prácticas sin discurso (o fuera del discurso), irre­
ductibles en todos los casos a las afirmaciones ideológicas
que entienden fundarla en su verdad, es quizás el medio
más seguro para evitar las lecturas id eo ló g ic a s del siglo
LA QUIMERA DEL ORIGEN 31

xviii francés (más vigorosas de lo que se piensa) que lo


comprenden a partir de su culm inación obligada - la Revo­
lución- y que sólo retienen lo que conduce a ese fin consi­
derado como necesario - la Filosofía.

5. Establecer firmemente la distinción entre las prácticas


discursivas y las prácticas no discursivas no implica consi­
derar, empero, que sólo estas últim as pertenecen a la “rea­
lidad” o a lo “social” . Contra quienes (especialmente histo­
riadores) se hacen una “idea muy estrecha de lo real” ,
Foucault afirma: “Hay que desm itificar la instancia global
de lo real como totalidad que ha de ser restituida. No existe
‘lo ’ real que sería alcanzado a condición de hablar de todo
o de ciertas cosas más ‘reales’ que otras, y que se perdería
en beneficio de abstracciones inconsistentes, por limitarse a
hacer surgir otros elementos y otras relaciones. Habría que
interrogar también quizás el principio, a menudo admitido
implícitamente, que la única realidad a la que debería aspi­
rar la historia es la sociedad misma. Un tipo de racionali­
dad, una m anera de pensar, un program a, una técnica, un
conjunto de esfuerzos racionales y coordinados, objetivos
definidos y buscados, instrumentos para alcanzarlo, etcéte­
ra, todo eso es real, aun cuando eso no pretenda ser ‘la rea­
lid a d ’ misma ni la sociedad toda”.13

13. Michel Foucault, “La poussiére et le nuage”, en L ’impossi-


ble prison. Recherches sur le systétne pénitentiaire au XlXe siécle,
reunido por Michele Perrot, París, Seuil, 1980, págs. 29-39; publi­
cado nuevamente en Dits et écriis, ob. cit., t. IV, 1980-1988, págs.
10-19 (cita, pág. 15).
32 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

Se anula de esta m anera la división, considerada largo


tiempo como fundadora de la práctica historiadora, entre,
por un lado, lo vivido, las instituciones, las relaciones de
dominación y, por otro, los textos, las representaciones, las
construcciones intelectuales. Lo real no pesa más de un la­
do que del otro: todos estos elementos constituyen “frag­
m entos de realidad” , cuyo ordenam iento ha de com pren­
derse y, de esta manera, “ver el juego y el desarrollo de
realidades diversas que se articulan entre sí: un programa,
el lazo que lo explica, la ley que le brinda su valor coerciti­
vo, etcétera, son realidades (aunque de otro modo) al igual
que las instituciones que le dan cuerpo o los comportamien­
tos que se le agregan más o menos fielmente” .14

6. “¿Qué sucede en las sociedades occidentales moder­


nas con ese real que es la racionalidad?” 15 A partir de esta
pregunta hay que comprender porque Foucault otorga una
importancia central a la Ilustración, porque, asimismo, este
análisis histórico de la formación y de las funciones de la ra­
cionalidad no es una denuncia de la razón. Reconocer la
contradicción entre la filosofía emancipadora de la Ilustra­
ción y los dispositivos que, apoyándose en ella, multiplican
las constricciones y los controles, no es denunciar la ideolo­
gía racionalista como siendo la matriz de la prácticas repre­

14. “Table ronde du 20 mai 1978”, en L ’impossible prison,


ob. cit., pág. 40-56; publicado nuevamente en Dits et écrits, t. IV,
1980-1988, págs. 20-34 (cita, pág. 28).
15. Michel Foucault, “La poussiére et le nuage”, art. cit.,
pág. 16.
LA QUIMERA DEL ORIGEN 33

sivas características de las sociedades contemporáneas (“A


qué lector podría sorprender al afirmar que el análisis de la
prácticas represivas disciplinarias en el siglo xvin no es una
manera de responsabilizar a Beccaria del G oulag...”) .i6 Es­
tablecer este lazo sería engañarse doblemente: constituyen­
do a la ideología como instancia determinante del funciona­
miento social, mientras que todo régimen de prácticas está
dotado de una regularidad, de una lógica y de una razón
propias, irreductibles a los discursos que lo justifican; rem i­
tiendo a una realidad referencial, originaria, dada de una vez
para siempre como “la” racionalidad, las figuras móviles y
problemáticas de la divisoria entre lo verdadero y lo falso.
Imprudente, quizá, diez años antes del Bicentenario, Fou­
cault escribía: “Con respecto a la Aufklarung, no conozco a
nadie, entre quienes realizan análisis históricos, que vea en
ella el factor responsable del totalitarismo. Pienso, por otra
parte, que esta m anera de plantear el problema carecería de
interés” .17 Esta advertencia es otra manera de subrayar el
error reductor de todo análisis de la Revolución que, por un
juego de encajes retrospectivos, inscribe a 1793 en 1789, al
jacobinism o en las decisiones de la Constituyente, a la vio­
lencia terrorista en la teoría de la voluntad general.

7. De Historia de la locura a Vigilar y castigar, la Revo­


lución está presente en todos los libros más importantes de

16. ídem.
17. “Postface”, en L ’impossible prison, ob. cit., págs. 316-318;
publicado nuevamente en Dits et écrits, ob. cit., págs. 35-37 (cita,
pág. 36)
34 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

Foucault. Pero no es considerada en ninguno de ellos como


el tiempo de una ruptura global y total, que habría reorgani­
zado el conjunto de los saberes, de los discursos y de las
prácticas. Lo esencial se sitúa allende, en los desfasajes que
atraviesan la Revolución y en las continuidades que la ins­
criben en duraciones que la superan. La arqueología del sa ­
b er , al establecer un balance del análisis de las formaciones
discursivas identificadas en H istoria de la locura, El n a c i­
m iento de la clínica y Las palabras y las cosas, hace recaer
el acento sobre los primeros: “La idea de un mismo y único
corte que divide, de una vez y en un momento, todas las for­
maciones discursivas, interrumpiéndolas en un único movi­
miento y reconstituyéndolas según la misma regla, esta idea
no puede ser mantenida. [...] De este modo, la Revolución
Francesa -pues a su alrededor se han centrado hasta enton­
ces todo los análisis arqueológicos- no desempeña el papel
de un acontecimiento exterior a los discursos, cuyo efecto de
división habría que volver a encontrar en todos los discur­
sos, a fin de pensar adecuadamente; ella funciona como un
conjunto complejo, articulado, descriptible, de transforma­
ciones que dejaron intactos cierto número de positividades,
que fijaron para un cierto número de otras reglas que aún
son las nuestras, que establecieron igualmente positividades
que acaban de deshacerse o se deshacen todavía ante nues­
tros ojos” .18 “A los amigos de la W eltanschauung les toca
decepcionarse” por esta constatación que impide toda posi­
bilidad de totalización no contradictoria del acontecimiento.

18. Michel Foucault, L ’archéologie du savoir, ob. cit., pág.


228 y pág. 231.
LA QUIMERA DEL ORIGEN 35

Contra la certeza de un advenim iento radical, de una


inauguración absoluta, que habita las palabras y las decisio­
nes de los actores del acontecim iento, la insistencia otor­
gada a las discordancias que separan las diferentes series
discursivas (que son inventadas o transformadas por la Re­
volución o que, por el contrario, no se ven afectadas por
ella de manera alguna), recuerda enérgicamente que la par­
te refleja y voluntaria de la acción humana no libra necesa­
riamente la significación de los procesos históricos. Toc-
queville y Cochin, los dos autores reivindicados con mayor
frecuencia por los historiadores que defienden más fuerte­
mente el retorno de la prim acía de lo político, de la idea y
de la conciencia, lo han demostrado de hecho, subrayando
que los hombres de la Revolución hacen, en realidad, lo
contrario de lo que dicen y piensan hacer. M ientras que los
revolucionarios proclaman una ruptura absoluta con el
Antiguo Régimen, de hecho, fortificarían y culm inarían su
obra centralizadora. M ientras que las elites ilustradas pre­
tenden contribuir al bien común en el seno de sociedades
de pensam iento pacíficas y leales a su rey, inventarían los
mecanismos de la democracia terrorista jacobina.
Lo que está en causa no es la exactitud de ambos análi­
sis, sino su rechazo a pensar la Revolución en las categorías
que ella misma se dio -com enzando por la proclama de una
discontinuidad radical entre la nueva era política y la anti­
gua sociedad-. La inteligibilidad del acontecimiento supo­
ne, en cambio, una distancia respecto de la conciencia que
de él tenían sus actores. Que los revolucionarios hayan creí­
do en la absoluta eficacia de lo político, investido de la do­
ble tarea de reorganizar el cuerpo social y de regenerar al
individuo, no obliga a compartir sus ilusiones. Que la Revo­
36 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

lución pueda caracterizarse ante todo com o “un fenóm eno


político, una profunda transform ación del discurso político
q ue entrañaba poderosas nuevas form as de sim bolización
política, elaboradas en la experiencia de m odos radicalm en­
te nuevos de acción política, sin precedentes y no anticipa­
d o s” ,*9 no im plica que la historia del acontecim iento se e s­
criba en la lengua que es la suya.
En Vigilar y castigar, y los textos que preparan o rodean
el libro, la R evolución está com o si fuera cabalgada por el
análisis. Su recorte cronológico y su acontecer político no
son considerados, de m odo alguno, com o pertinentes para
resolver el problem a planteado: a saber, “ ¿cóm o el m odelo
coercitivo, corporal, solitario, secreto del poder de castigar
se sustituyó al m odelo representativo, escénico significante,
público, colectivo? ¿Por qué el ejercicio físico del castigo
(que no es el suplicio) fue sustituido, ju n to con la prisión,
que es su soporte institucional, al juego social de los signos
del castigo y a la fiesta locuaz que los hacía circular?”20
C om prender por qué el encarcelam iento es colocado en el
centro del sistem a punitivo m oderno -é s ta es la pregunta de
Vigilar y ca stig a r- conduce a determ inar un dom inio de o b ­
jeto s específicos y a construir una tem poralidad propia que
no debe nada a las periodizaciones clásicas. L a form ación
de la “sociedad disciplinaria” , que inventa las tecnologías de
sujeción y los dispositivos de vigilancia de los que la prisión

19. Keith Michael Baker, Inventing the French Revolution, ob.


cit., pág. 7.
20. Michel Foucault, Surveiller et punir. Naissance de la pri-
son, París, Gallimard, 1975, pág. 134. [Trad. cast. Vigilar y casti­
gar. Nacimiento de la prisión, México, Siglo XXI, 1976.]
LA QUIMERA DEL ORIGEN 37

es, al mismo tiempo, heredera y ejemplo, ha de ser situada,


en efecto, entre la edad clásica y mediados del siglo xix.
El análisis se despliega articulando diversas tem porali­
dades: el vuelco de los siglos xvm y xix para el paso a una
penalidad de la detención; los decenios 1760-1840 para la
regresión de los suplicios y la transform ación de la econo­
mía de la ilegalidad; el período que va de la segunda mitad
del siglo xvn hasta el siglo X IX para la puesta a punto de las
técnicas de vigilancia en las instituciones militares, m édi­
cas, escolares, y m anufactureras. Asigna a la “coyuntura”
del siglo xvm ese hecho fundam ental que es la generaliza­
ción de las disciplinas, gobernada por la m ultiplicación de
los hombres, el crecim iento de los aparatos de producción
{que no son sólo económicos) y la dominación burguesa.
Para Foucault, en efecto, las disciplinas y las libertades,
“los panoptismos cotidianos” y las normas jurídicas son los
m ecanismos indisociables que aseguraron y perpetuaron
una nueva hegemonía, socialmente designada: “H istórica­
mente, el proceso por el cual la burguesía devino en el cur­
so del siglo xvm la clase políticamente dominante encontró
abrigo tras la instalación de un marco jurídico explícito, co­
dificado, formalmente igualitario, y a través de la organiza­
ción de un régimen de tipo parlamentario y representativo.
Sin embargo, el desarrollo y la generalización de los dispo­
sitivos disciplinarios constituyeron la otra vertiente, oscura,
de este proceso. [...] Las disciplinas corporales y reales
constituyeron el subsuelo de las libertades formales y ju rí­
dicas” .21 El diagnóstico (retomado por Foucault en la entre­

21. Ibíd., págs. 223-224.


38 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

vista que precede la traducción francesa del P anóptico , de


B entham )22 sorprende hoy p o r lo que tom a del m arxism o
m ás rudim entario: el concepto unificado de burguesía, ]a
categoría de libertades form ales, el m odelo de un desarrollo
histórico que sustituye una clase dom inante por otra. N o re­
tendré aq uí estas caracterizaciones, todas ellas discutibles,
sino el hecho de que, al igual que la delim itación d e las
tem poralidades que organizan la dem ostración, este d ia g ­
nóstico inscribe al período revolucionario en una duración
m ás larga, elim inando así su singularidad.
Se traza de esta m anera una perspectiva para una co m ­
p rensión histórica que desvincula la significación del acon­
tecim iento de la conciencia de los individuos. De allí en
m ás es posible considerar que la R evolución y la Ilu stra­
ción pertenecen, am bas, a un proceso de larga duración que
las engloba y las supera, y que, con m odalidades diferentes,
apuntan a los m ism os fines, atravesadas por expectativas
com unes. Sin sociologism o reductor, A lphonse D upront ex ­
presó enfáticam ente esta idea: “M undo de la Ilustración y
R evolución F rancesa se sitúan com o dos m anifestaciones

22. "L’oeil du pouvoir. Entretien avec Michel Foucault”, en


Jeremy Bentham, Le panoptique, París, Fierre Belfond, 1977,
págs. 9-31; publicado nuevamente en Dits et écrits, ob. cit., t. III,
1976-1979, págs. 190-207: “La burguesía comprende perfecta­
mente que una nueva legislación o una nueva Constitución no le
son suficientes para garantizar su hegemonía, comprende que debe
inventar una nueva tecnología que asegure la irrigación en todo el
cuerpo social, y hasta en sus partículas más pequeñas, de los efec­
tos del poder” (págs. 198-199).
LA QUIMERA DEL ORIGEN 39

(o epifenómenos) de un proceso más total, el de la defini­


ción de una sociedad de hombres independiente, es decir,
sin mitos ni religiones (en el sentido tradicional del térm i­
no), sociedad “m oderna” , vale decir sociedad sin pasado ni
tradiciones, del presente y enteramente abierta hacia el por­
venir. Los verdaderos lazos de causa a efecto entre ambas
son los de esa común dependencia respecto de un fenóm e­
no histórico más amplio, más total, que el que les era pro­
pio” .23 La “verdadera Revolución” (como escribe Dupront)
no es el complejo de acontecimientos que los actores - y los
historiadores- designaron de este modo, sino “un desarrollo
histórico más amplio [...] que es esencialm ente el paso de
una m ítica tradicional (mítica de religión, de sacralizacio-
nes, de autoridad religiosa y política) a una m ítica nueva o
fe común renovada, cuya afirmación más vehemente es no
quererse o no saberse mítica” .24

8. La relación entre la Revolución y la Ilustración está


en el centro del comentario que hizo Foucault, en 1983, de
dos textos de Kant: ¿Qué es la Ilustración?, de 1784, y la
segunda disertación de Conflicto de las facultades, de
1798.25 Analizando este último texto, Foucault sigue, paso

23. Alphonse Dupront, Les letres, les sciences, la religión et


les arts dans la société francaise de la deuxiéme moitié du XVIIIe
siecle, París, Centre de Documentation Universitaire, pág. 21.
24. Ibíd., pág. 11.
25. Michel Foucault, “Qu’est-ce que les Lumiéres? Un cours
inédit”, Le Magazine Littéraire, N° 207, mayo de 1984, págs. 35-
39; publicado nuevamente en Dits et écrits, ob. cit., t. IV, 1980-
1988, págs. 679-688. Sobre el texto de Kant, “Qu’est-ce que les
40 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

a paso, la demostración por la que Kant piensa m ostrar en


que la Revolución Francesa constituye el “signo histórico”
indiscutible de que existe una causa permanente que garan­
tiza el progreso constante del género humano. Para hacerlo,
distingue la Revolución como acontecim iento grandioso,
como empresa voluntaria, y la Revolución como produ­
ciendo en todos los pueblos “una simpatía de aspiración
que se acerca mucho al entusiasm o” . Como proceso históri­
co la Revolución, que acumuló miserias y atrocidades, pue­
de tanto fracasar como triunfar y, de todos modos, su precio
es tal que disuade para siempre el recomenzarla: ella no
puede pues ser considerada como demostrando el carácter
ineluctable del progreso humano, todo lo contrario, podría
decirse. En cambio, la acogida con la que contó el aconteci­
miento da fe de la “tendencia moral de la hum anidad” que
empuja a los hom bres a dotarse de una constitución libre­
mente. elegida, en armonía con el derecho natural (“a saber,
que quienes obedecen a la ley, deben también, reunidos, le­
gislar”) y “adecuada a evitar por principio una guerra ofen­
siva” . Al respecto, la Revolución, o más bien las reacciones
que ella desencadenó, revelan en la naturaleza humana una
“facultad de progresar” más fundamental que los azares del
acontecim iento que la manifiesta. A partir de ello, Kant
constata: “Sostengo que puedo predecir al género humano,

Lumiéres?”, cf. Roger Chartier, Les origines culturelles de la Ré-


volution frangaise, París, Seuil, 1990, págs. 37-41. [Trad. cast. Es­
pacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII. Los orí­
genes culturales de la Revolución Francesa, Barcelona, Gedisa,
1995, págs. 36-40.]
LA QUIMERA DEL ORIGEN 41

incluso sin espíritu profético, de acuerdo con las aparien­


cias y signos precursores de nuestra época, que alcanzará
ese fin y, también al mismo tiempo, que a partir de enton­
ces esos progresos no serán ya cuestionados” . Ni el curso
ni la suerte de la Revolución cuentan en tanto que tales: su
importancia reside en que dio una visibilidad espectacular a
las virtualidades que fundan la Aufklarung y la tarea de los
filósofos: “Esclarecer al pueblo es enseñarle públicamente
sus deberes y sus derechos frente al Estado del que forma
parte. Como sólo se trata aquí de derechos naturales, que
derivan de la sensatez común, los anunciantes y com enta­
dores naturales son ante el pueblo, no los profesores de de­
recho oficiales, establecidos por el Estado, sino profesores
libres, es decir, filósofos que, precisamente, a causa de esa
libertad que se permiten, son objeto de escándalo para el
Estado que siempre sólo quiere reinar, y son difamados, ba­
jo el nombre de propagadores de las luces, como gente pe­
ligrosa para el Estado”.26
Con este com entario que abre su curso del Collége de
France en 1983-84, Foucault quiere m ostrar que Kant no
sólo está en el origen de la tradición filosófica que retiene
como central la cuestión de las condiciones de posibilidad
Üel conocim iento verdadero (al que designa como “analíti­
ca de la verdad”). Es tam bién el primero que constituyó el

26. Emmanuel Kant, Le conflict desfacultés en trois sections,


1798, traducción del alemán por J. Gibelin, París, Vrin, 1988,
“Deuxiéme section: Conflict de la Faculté de philosophie avec la
Faculté de dróit”, págs. 93-112 (Las citas dadas en este párrafo
son de las págs. 100-108)
42 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

presente como objeto de reflexión filosófica. Tanto en el


texto de 1784, como en el de 1798, “el discurso debe vol­
ver a tom ar en cuenta su actualidad, por una parte, para
volver a encontrar en ella su lugar propio y, por otra, para
decir el sentido de esa actualidad, por último para especifi­
car el modo de acción que es capaz de ejercer dentro de esa
actualidad” .27 Esta referencia al fundam ento de una tradi­
ción crítica que considera “la cuestión del presente como
acontecim iento filosófico al que pertenece el filósofo que
habla de él” me parece caracterizar el trabajo de Foucault
con una agudeza mayor aún que la fórmula a menudo cita­
da: “Mis libros no son tratados de filosofía ni estudios his­
tóricos: como máximo son fragmentos filosóficos en cante­
ras históricas” .
No obstante, más acá de lo que constituye la tesis m is­
ma del comentario de Foucault, es posible volver a encon­
trar los análisis de Kant que son su objeto. El de 1798 sepa­
ra la significación de la Revolución de las peripecias de su
acontecer. El de 1784 opera una doble ruptura conceptual.
Por un lado, propone una articulación inédita de la oposi­
ción entre lo público y lo privado, no sólo identificando el
ejercicio público de la razón con los juicios producidos y
comunicados por los individuos privados actuando “como
sabios” o en “calidad de eruditos” , sino incluso al definir lo
público como la esfera de lo universal y lo privado como el
dominio de los intereses privados y “dom ésticos” ; ya se
trate de los de un Estado o de una Iglesia. Por otro, despla­
za radicalmente la manera como han de pensarse los límites

27. Michel Foucault, “Un cours inédif’, art. cit., pág. 681.
LA QUIMERA DEL ORIGEN 43

que pueden ser puestos a la actividad crítica: éstos ya no


son definidos por la naturaleza de los contenidos del pensa­
miento, sino por la posición del individuo que piensa. Legí­
timamente obligado cuando ejecuta los deberes de su cargo
o de su estado, el individuo es necesariamente libre cuando
actúa como miembro de la “sociedad civil universal”. En su
esfuerzo por situar el lugar de la filosofía en su propio pre­
sente (cosa que es, para Foucault, la característica singular
de la Aufklarung, “la primera época que se nombra a sí
misma”), el texto de Kant proporciona un instrumento para
comprender cómo la Revolución se inscribe en el proceso
de mayor duración que construyó un espacio crítico y pú­
blico donde podían ser vueltas en contra de la razón de Es­
tado las exigencias éticas que ésta había relegado al fuero
de la conciencia individual.28

9. “La cultura europea en los últimos años del siglo xvm


esbozó una estructura que todavía no se ha desanudado:
apenas se comienza a desem brollar algunos de sus hilos,
que nos son aún tan desconocidos que los tomamos con fa­
cilidad como maravillosamente nuevos o absolutamente ar­
caicos, mientras que, desde hace dos siglos (no menos y em­
pero no mucho más) han constituido la trama oscura, pero
sólida, de nuestra experiencia” :29 en El nacimiento de la clí­

28. Reinhart Koselleck, Kritik un Krise. Eine Studie zur Pat-


hogenese der Bürgerlichen Welt, Fribourg, Verlag Karl Albert,
1959, reed. en Francfort-sur-le-Main (trad. fr. Le Régne de la cri­
tique, París, Minuit, 1979).
29. Michel Foucault, Naissance de la clinique, París, PUF,
44 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

nica como, más tarde, en Vigilar y castigar, cuyo subtítulo


es Nacimiento de la prisión, Foucault sitúa en el medio siglo,
aproximadamente delimitado, que engloba la Revolución y
que abarca de 1770-1780 a 1830-1840, la constitución de
los discursos y las prácticas que fundan la “modernidad” .
La manera como caracteriza ese período decisivo ha sido
a menudo harto mal entendida. Si es efectivamente el m o­
mento en que los procedimientos disciplinarios, las tecnolo­
gías de vigilancia, los aparatos panópticos se constituyen
como los mecanismos esenciales de la organización y del
control del espacio social, eso no significa, sin embargo,
que ellos constriñeron, civilizaron y disciplinaron efectiva­
mente el mundo social. Su proliferación remite, no a su efi­
cacia, sino a su debilidad: “Cuando hablo de sociedad ‘dis­
ciplinaria’, no ha de entenderse ‘sociedad disciplinada’.
¡Cuando hablo de difusión de disciplina, no afirmo que io s
franceses son obedientes’ ! En el análisis de los procedi­
mientos instalados para normalizar, no se enuncia ‘la tesis
de una normalización’. Como si, justamente, todos estos de­
sarrollos no estuviesen a la altura de una falta de éxito per­
petua” .30 Hay pues un “envés” de la historia de los disposi­
tivos disciplinarios -u n envés tejido de resistencias, de
desvíos, de ilegalidades-. En oposición a las lecturas reduc-
toras de su trabajo, Foucault recuerda la fuerza de las prác­
ticas rebeldes que responden, de diversas maneras, a las mi-

1963, reed. en 1990, pág. 212. [Trad. cast. El nacimiento de la


clínica, México, Siglo XXI, 1972.]
30. Michel Foucault, “La poussiére et lg nuage”, art. cit., págs.
15-16.
LA QUIMERA DEL ORIGEN 45

crotécnicas de constricción: “Hay que analizar el conjunto


de las resistencias al panóptico en términos de táctica y de
estrategia, diciéndose que cada ofensiva de un lado sirve de
punto de apoyo a una contraofensiva del otro lado. El análi­
sis de los mecanismos de poder no tiende a m ostrar que el
poder es a la vez anónimo y siempre ganador. Se trata, por
el contrario, de localizar las posiciones y los modos de ac­
ción de cada uno, las posibilidades de resistencia y de con­
traataque de unos y otros”.31 “Estrategia”, “táctica”, “ofen­
siva”, “contraofensiva”, “posiciones”, “contraataque” : el
vocabulario militar indica que, aunque desigual, la partida
que se juega entre los procedimientos de sujeción y los
comportamientos de los “sujetados” tiene siempre la forma
de un enfrentamiento, y no la de un avasallamiento. En este
enfrentamiento “hay que oír el estruendo de la batalla”.32
El final del siglo x v i i i y los comienzos del x i x son fun­
damentales, asimismo, en tanto construyen una figura nueva
del poder, anónima, autónoma, que opera a través de prácti­
cas que ningún discurso acompaña ni legitima. Esta concep­
ción del poder, transmitida por todos los dispositivos, que
apunta a volverlo, al mismo tiempo, coercitivo y oculto, di­

31. “L ’oei! du pouvoir. Entretien avec Michel Foucault”, en


Jeremy Bentham, Le panoptique, ob. cit., pág. 206.
32. Michel Foucault, Surveiller et punir, ob. cit., pág. 315. Re­
cuérdese el último párrafo del libro: “En esta humanidad central y
centralizada, efecto e instrumento de relaciones de poder comple­
jas, cuerpos y fuerzas sometidos por dispositivos de ‘encarcela­
miento’ múltiples, objetos para discursos que son ellos mismos
elementos de esta estrategia, hay que oír el estruendo de la bata­
lla” (pág. 314 de la edición en castellano).
46 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

seminado y coherente, organizado y automático, no ha de


ser confundida de manera alguna con el concepto de poder
que sería el que Foucault maneja. Aquí también, en oposi­
ción a un contrasentido cometido con frecuencia por los crí­
ticos (o los adeptos) de Vigilar y castigar, Foucault reaccio­
na vigorosamente: “El automatismo del poder, el carácter
mecánico de los dispositivos en que se encarna no es en ab­
soluto la tesis del libro. Pero es la idea, en el siglo xvill, de
que un poder tal sería posible y deseable, es la búsqueda
teórica y práctica de tales mecanismos, es la voluntad conti­
nuamente manifestada entonces de organizar semejantes
dispositivos lo que constituye el objeto del análisis. Estudiar
la manera como se quiso racionalizar el poder, cómo se con­
cibió, en el siglo xvm, una nueva “economía” de las relacio­
nes de poder, mostrar el papel importante que ocupó en ella
el tema de la máquina, de la mirada, de la vigilancia, de la
transparencia, etcétera, no es sostener ni que el poder es una
máquina ni que una idea tal nació maquinalmente” .33
La confusión entre la “tesis” y el “objeto” ha sido una de
la razones mayores y recurrentes de la incomprensión del
trabajo de Foucault. Ella marcó las interpretaciones de la cé­
lebre conferencia dada el 22 de febrero de 1969 ante ]a So­
ciedad Francesa de Filosofía, “¿Qué es un autor?”, que iden­
tificaron a menudo (equivocadamente) la pregunta que ella
formula - a saber, la de las condiciones de emergencia y de
distribución de la “función-autor”, definida como el modo
de clasificación de los discursos que los asigna a un nombre

33. Michel Foucault, “La poussiere et le nuage” , art. cit.,


pág. 18.
LA QUIMERA DEL ORIGEN 47

propio- y el tema de “la muerte del autor”, que remite la


significación de las obras al funcionamiento impersonal y
automático del lenguaje.34 Es una asimilación, igualmente
errónea, que recae sobre la intención de su trabajo, la que
Foucault recusa cuando, en el debate que sigue a su confe­
rencia, replica a las objeciones de Lucien Goldmann: “La
muerte del hombre es un tema que permite ilum inar la ma­
nera como el concepto de hombre funcionó en el saber. [...]
No se trata de afirmar que el hombre está muerto, se trata, a
partir del tema -q u e no es mío, que se ha repetido sin cesar
desde fines del siglo x ix - de que el hombre está muerto (o
que desaparecerá o que será reemplazado por el superhom­
bre), de ver de qué manera, según qué reglas se formó y
funcionó el concepto de hombre. Hice lo mismo con la no­
ción de autor. Retengamos pues nuestras lágrimas”.35
E l nacim iento de la clínica y Vigilar y castigar. N a ci­
m iento de la p risió n encuentran, a una distancia de diez
años, un mismo problema: ¿cómo articular la constitución
de una nueva formación discursiva (por ej., el método aná-
tomo-clínico) o de un nuevo régimen de prácticas (por ej.,
las disciplinas panópticas) con el acontecim iento político,
en este caso la Revolución? Para resolverlo Foucault rehú­
sa los dos modelos clásicos: el modelo hegeliano que con-

34. Roger Chartier, “Figures de l ’auteur’, Culture écrite et so-


ciété. L ’ordre des livres (XlVe-XVIIIe siécles), París, Albin Mi­
chel, 1996, págs. 45-80. [Trad. cast. “¿Qué es un autor?”, Libros,
lecturas y lectores de la Edad Moderna, Madrid, Alianza Edito­
rial, 1993, págs. 58-59.1
35. Michel Foucault, “Qu’est-ce qu’un auteur?”, art. cit., pág.
817.
48 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

sidera los diversos fenómenos históricos como otras tantas


expresiones de un mismo “espíritu” y el modelo historiador
que, vía la conciencia de los hombres, establece una rela­
ción de causalidad entre los cambios políticos, las configu­
raciones de saber y los dispositivos institucionales. Entre
estas diversas series de acontecimientos, las relaciones que
han de pensarse son de otro orden. Tómese el ejemplo de la
medicina clínica. Por una parte, ella postula la existencia de
un “campo de la experiencia médica enteram ente abierto
[...] análogo, en su geometría implícita, al espacio social
con el que soñaba la Revolución, al menos en sus primeras
formulaciones” [...] “Hay pues un fenómeno de convergen­
cia entre las exigencias de la ideología política y las de la
tecnología médica. En un movimiento único, médicos y
hombres de estado reclaman, en un vocabulario a veces se­
mejante, pero por razones arraigadas de modo diferente, la
supresión de todo lo que pueda obstaculizar la constitución
de ese nuevo espacio” (los hospitales, la corporación de los
médicos, las facultades).36 Por otra, la nueva práctica polí­
tica y las reorganizaciones institucionales que genera (por
ejemplo, pero no únicamente, las reformas hospitalarias
analizadas en el capítulo V de El nacimiento de la clínica),
constituye una de las condiciones de posibilidad del discur­
so. Se trata pues, para la investigación arqueológica, de
“mostrar no cómo la práctica política determ inó el sentido
y la forma del discurso médico, sino cómo y a título de qué
ella form a parte de sus condiciones de emergencia, de in-

36. Michel Foucault, Naissance de la clinique, ob. cit., pág.


37.
I.A QUIMERA DEL ORIGEN 49

serción y de funcionam iento” ; entiéndase la m anera inédita


com o ella delim ita el objeto de ese discurso, le atribuye una
función nueva y lo asigna a especialistas que detentan su
m onopolio.37

10. Al distinguir, com o en La arqueología del saber, las


form aciones discursivas y las prácticas “que no son ellas
m ism as de naturaleza discursiva” , m ostrando, com o en Vi­
gilar y castigar , cóm o prácticas sin discurso contradicen,
anulan o “vam pirizan” (tom ando la palabra de M ichel de
C erteau)38 las proclam as de la ideología, el trabajo de F ou­
cault conserva hoy toda su pertinencia crítica tanto resp ec­
to del semiological challenge [desafío sem iológico] com o
del “retom o a lo político” .
Se conocen los fundam entos del Unguistic turn [giro lin­
güístico] propuesto a los historiadores de los textos y de las
prácticas: co n sid erar al lenguaje com o un sistem a cerrado
de signo que produce sentido por el m ero funcionam iento
de sus relaciones; pensar la realidad social com o estando
constituida por y en el lenguaje, independientem ente de to­
da referencia objetiva.39
C ontra estas form ulaciones, F oucault (quizá paradójica­

37. Michel Foucault, L ’archéologie du savoir, ob. cit., págs.


213-215.
38. Michel de Certeau, “Microtechniques et discours panopti-
que: un quiproquo”, Histoire et psychanalyse. entre science etfic-
tion, ob. cit., págs. 37-50.
39. Cf. la serie de artículos publicados en American Historical
Review por John E. Toews, “Intellectual History after the linguis-
tic Tum: The Autonomy of Meaning and the Irreducibility of Ex-
50 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

mente para quienes hicieron de él un estructuralista -etique­


ta que siempre rehusó con vehem encia-)40 ayuda a recordar
la ilegitimidad de la reducción de las prácticas constitutivas
del mundo social a la “racionalidad” que gobierna los dis­
cursos. La lógica que comanda las operaciones que constru­
yen instituciones, dominaciones y relaciones no es aquella,
hermenéutica, logocéntrica, escrituraria, que produce los

perience”, AHR, 92, octubre de 1987, págs. 879-907; David Har­


ían, “Intellectual History and the Return of Literature”, AHR, 94,
junio de 1989, págs. 581-609; David A. Hollinger, “The Return of
the Prodiga!: The Persistence of Historical Knowing”, AHR, 94,
junio de 1989, págs. 610-621 y Joyce Appleby, “One Good Turn
Deserves Another: Moving Beyond the Linguistic; a response to
David Harían”, AHR, 94, diciembre de 1989, págs. 1326-1332. Cf.
Roger Chartier; “L’histoire entre connaissance et récit”, MLN,
109, 1994, págs. 583-600. [Trad. cast. “La historia hoy en día: de­
safíos, propuestas” , Anales de Historia Antigua y Medieval, Uni­
versidad de Buenos Aires, vol. 28, “En Homenaje al profesor José
Luis Romero”, 1995, págs, 47-60.]
40. Un rechazo tal expresado, por ejemplo, en la discusión
posterior a la conferencia “¿Qué es un autor?” (“Por mi parte,
nunca utilicé la palabra estructura. Búsquenla en Las palabras y
las cosas, no la encontrarán. Entonces, me gustaría que todas esas
generalidades sobre el estructuralismo me sean ahorradas, o que
se tomen el trabajo de justificarlas", art. eit., págs. 816-817) y en
la clase inaugural en el Collége de France (“Y ahora que aquellos
que tienen lagunas de vocabulario dicen -si eso les gusta*- que
se trata de estructuralismo”, L ’ordre du discours, ob. cit., pág. 72).
* Textualmente “Sí ga leur chante mieux que ga ne leur
parle”, donde Foucault juega con el “eso habla” estructuralista (n.
del t.).
LA QUIMERA DEL ORIGEN 51

discursos. La afirmación de la irreductibilidad de las prácti­


cas a los discursos, que siempre articulados mas no homólo­
gos, puede ser considerada como el principio que funda to­
da historia cultural, a la que se invita así a precaverse de un
uso descontrolado de la categoría de “texto”, demasiado a
menudo manejada para designar prácticas cuyos procedi­
mientos no obedecen al “orden del discurso”.
El tema del “retorno a lo político” asume, a menudo
(aunque no siempre, como lo muestra el trabajo de Keith
Baker) la figura inversa a la del linguistic turn. Lejos de
postular el automatismo de la producción del sentido, enfati­
za la libertad del sujeto, la parte reflexiva de la acción, la au­
tonomía de las decisiones. Al mismo tiempo, se encuentran
recusadas todas las formas de inteligibilidad que apuntan a
establecer las determinaciones no sabidas por los individuos
y se afirma la primacía de lo político, considerado como el
nivel más englobante y significante de toda sociedad.41
También en este caso Foucault puede brindar apoyo pa­
ra definir una perspectiva que se opone, término a término,
a esta proposición. Por un lado, considerando al individuo,
no en la libertad supuesta de su yo propio y separado, sino
como construido por las form aciones (discursivas o socia­
les) que determinan sus figuras históricas. Por otro, postu­
lando, no la autonomía absoluta de lo político, sino, en ca­
da m omento histórico particular, su dependencia respecto
del equilibrio de tensiones que a la vez m odela sus formas
y resulta de su eficacia.

41. Marcel Gauchet, “Changement de paradigme en sciences


sociales?”, Le Débat, 50, mayo-agosto de 1988, págs. 165-170.
52 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

11. Foucault revolucionó doblemente la historia. En pri­


mera instancia, después de él, se volvió imposible conside­
rar los objetos cuya historia pretende escribir el historiador
como “objetos naturales” , como categorías universales de
las que sólo cabría reconocer las variaciones históricas - llá ­
mense éstas locura, medicina, Estado o sexualidad. Detrás
de la perezosa comodidad del vocabulario, han de recono­
cerse recortes singulares, distribuciones específicas, “posi­
tividades” particulares, producidas por las prácticas dife­
renciadas que construyen figuras (del saber o del poder)
irreductibles entre sí. Como lo escribe Paul Veyne: “La fi­
losofía de Foucault no es una filosofía del “discurso”, sino
una filosofía de la relación. Pues la “relación” es el nombre
de lo que se designó como “estructura” . En lugar de un
mundo hecho de sujetos o bien de objetos o de su dialécti­
ca, de un mundo donde la conciencia conoce sus objetos
por adelantado o es ella misma lo que los objetos hacen de
ella, tenemos un mundo donde la relación es prim era: son
las estructuras las que dan sus rostros objetivos a la m ate­
ria. En ese mundo, no se juega al ajedrez con figuras eter­
nas, el rey, el alfil: las figuras son lo que las configuracio­
nes sucesivas sobre el tablero hacen de ellas” .42 No hay
pues objetos históricos preexistentes a las relaciones que
los constituyen, no hay campo de discurso o de realidad de­
limitado de manera estable e inmediata: “Las cosas no son
más que las objetivaciones de prácticas determinadas, cu­

42. Paul Veyne, “Foucault révolutionne l’histoire”, de Paul


Veyne, en Comment on écrit l ’histqire suivi de Foucault révolu­
tionne l ’histoire, París, Seuil, 1978, pág. 236.
LA QUIMERA DEL ORIGEN 53

yas determ inaciones hay que sacar a la luz, dado que la


conciencia no las concibe” .43 Por lo tanto, es identificando
las separaciones y las exclusiones que constituyen los obje­
tos que ella se da que la historia puede pensarlas, no como
expresiones circunstanciadas de una categoría universal, si­
no, por el contrario, como “constelaciones individuales o
incluso singulares” .44
Transformar la definición del objeto de la historia es,
necesariamente, modificar las formas de la escritura. En su
comentario de Vigilar y castigar, Michel de Certeau ha en­
fatizado el desplazam iento retórico - y los peligros- que
implica una historia de las prácticas sin discurso: “Cuando
en lugar de ser un discurso sobre otros discursos que lo han
precedido, la teoría se arriesga en dominios no verbales o
preverbales donde no se encuentran más que prácticas sin
discursos acompañantes, surgen ciertos problemas. Hay un
cam bio brusco y la fundación, por lo común tan segura,
que ofrece el lenguaje falta entonces. La operación teórica
se encuentra súbitamente en el extremo de su terreno nor­
mal, como un automóvil llegado al borde de un acantilado.
Más allá, sólo está el mar. Foucault trabaja al borde del
acantilado, intentando inventar un discurso para tratar prác­
ticas no discursivas”.45 De ahí, en Vigilar y castigar, una
escritura contradictoria organiza el discurso del saber a par­
tir de los procedim ientos mismos que son su objeto y, al

43. Ibíd., pág. 217.


44. Ibíd., págs. 231-232.
45. Michel de Certeau, “Microtechniques et discours panopti-
que: un quiproquo”, art. cit., pág. 44.
54 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

mismo tiempo, construye esas “ficciones panópticas” para


exhibir y subvertir los fundamentos de la racionalidad puni­
tiva instaurada a fines del siglo xvm: “En un prim er nivel,
el texto teórico de Foucault está organizado todavía por los
procesos panópticos que elucida. Pero, en un segundo ni­
vel, ese discurso panóptico no es más que una escena en la
que una m áquina narrativa invierte nuestra epistemología
panóptica triunfante”.46

12. “Al borde del acantilado” . La imagen es bella para


designar la inquietud propia de toda historia que intente es­
ta operación-límite: dar cuenta en el orden del discurso de
la “razón” de las prácticas -ta n to de esas prácticas dom i­
nantes que organizan normas e instituciones, como de
aquellas, disem inadas y menores, que tejen lo cotidiano o
manifiestan las ilegalidades.
Pero para todos aquellos que se acercan a ellas, hay, en
el borde del acantilado, un apoyo que socorre: el trabajo de
un pensamiento que siempre se situó “en el punto de cruce
de una arqueología de las problem atizaciones y de una ge­
nealogía de las prácticas” .47 El trabajo de Foucault.

46. Ibíd., pág. 49.


47. Michel Foucault, Histoire de la sexualité, 2, L ’usage des
plaisirs, París, Gallimard, 1984, pág. 19. [Trad. cast. Historia de
la sexualidad, Tomo 2, El uso de tos placeres, Buenos Aires,
Siglo XXI, 1986.
E ST R A T E G IA S Y T A C T IC A S.
D E C E R T E A U Y LA S “A R T E S D E H A C E R ”
El texto “Estrategias y tácticas. De Certeau y las ‘artes de ha­
cer’” retoma un artículo publicado con otro título, “L’histoire ou
le savoir de l’autre”, en Michel de Certeau, París, Éditions du
Centre Georges Pompidou, Cahiers pour un temps, 1987, págs.
155-167.
A Michel de Certeau no le gustaba mucho definirse, y
tampoco encerrar lo que hacía en una de esas categorías
académicas que a los universitarios, como para tranquilizar­
se, tanto les agrada reivindicar. Sin embargo, en La tom a de
la palabra, ese librito escrito inmediatamente después del
acontecimiento y que sigue siendo uno de los análisis más
agudos de la “revolución sim bólica” del ’68, confesaba de
esta forma su trayectoria: “La cuestión que me planteaba
una experiencia de historiador, de viajero y de cristiano, la
descubro también en el movimiento que ha sacudido lo pro­
fundo del país. Dilucidarla era para mí una necesidad” .1 De
una experiencia a la otra, la distancia no es tan grande como
podría parecer. Para él, la historia sigue siendo, entre todas
las ciencias humanas, la más apta, por herencia o por pro­

1. Michel de Certeau, La Frise de parole et autres écrits poli-


tiques, París, Desclée De Brouwer, 1968, pág. 22. [Trad. cast. La
toma de la palabra y otros escritos políticos, México, Universidad
Iberoamericana e Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores
de Occidente, 1995.]
58 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

grama, para representar la diferencia, para poner en escena


la alteridad. Por ello, conserva algo de esa búsqueda de la
palabra del Otro que fue la pasión, hasta la desesperanza, de
los cristianos antiguos de quienes Michel de Certeau se eri­
gió en historiador; algo, también, de ese encuentro con la
extrañeza, facilitado en cada ocasión por el descubrimiento
de nuevos mundos, del Brasil a California. Es tal vez por
eso que, hombre de todos los saberes, proclamaba su identi­
dad de historiador como la primera y quiso, cuando fue ele­
gido en 1983 en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias
Sociales, pertenecer al Centro que reúne a quienes, de diver­
sas maneras, hacen en él historia.
Hombre de «mucha lectura», como se escribía en el si­
glo x v i i , Michel de Certeau no era un historiador corriente.
El viaje le había hecho atravesar los espacios y las discipli­
nas. Para él, hacer obra de historia era, al mismo tiempo,
someter a la experim entación crítica los modelos forjados
en otros campos, ya fueran sociológicos, económicos, psi­
cológicos o culturales, y movilizar, para entender el sentido
de los signos encerrados por el archivo, las competencias
de semiótico, etnólogo y psicoanalista que le eran propias.
De los cruzamientos inesperados, libres, paradójicos entre
esos saberes que dominaba, nace una escritura singular en
la que los historiadores de profesión reconocen, soberbia­
mente respetadas, las reglas del oficio, al mismo tiempo
que aprecian la dimensión de sus propias carencias. Esta in­
teligencia sin límites inquietó o irritó a veces a los espíritus
demasiado pequeños para comprenderla, y lo bastante nu­
merosos, no sólo en el campo de los historiadores sino tam­
bién entre ellos, para que dos instituciones científicas fran­
cesas no hayan querido abrirle sus puertas.
ESTRATEGIAS Y TACTICAS 59

La trayectoria de historiador de Michel de Certeau estu­


vo dom inada por una cuestión esencial: cómo dar cuenta
de las palabras y los gestos de una espiritualidad situada al
margen de la institución eclesiástica, y rebelde a la apro­
piación exclusiva de lo sagrado por los clérigos. Desde los
prim eros libros sobre Favre y Surin2 hasta La fábula m ísti­
ca,,3 desde La possession de Loudun4 hasta el m anuscrito,
casi term inado y de próxim a publicación, consagrado a las
experiencias del cuerpo en la m ística, su trabajo modificó
profundam ente nuestra com prensión del cristianism o de la
época de las reform as religiosas. Gracias a él pudo perci­
birse m ejor de qué m anera num erosas m ujeres y hom bres
de los siglos xvi y x v i i vivieron y enunciaron su fe, sin lu­
gar legítimo para expresarla, en el vagabundeo riesgoso de
existencias en los márgenes, autorizados únicamente por la
certeza de escuchar en sí la palabra de Dios. De libro en li­
bro, esta atención corrígió las perspectivas de una historia
religiosa de miras dem asiado estrechas y señaló distincio­
nes mal advertidas, por ejem plo entre brujería y posesión,5
proponiendo acercam ientos que no dejaban de ser escan­

2. Michel de Certeau, Le Mémorial de Fierre Favre, París,


Desclée De Brouwer, 1960; Guide spirituel de Jean-Joseph Su­
rin, París, Desclée De Brouwer, 1963; Correspondance de Jean-
Joseph Surin, París, Desclée De Brouwer, 1966.
3. Michel de Certeau, La Fable my sí ique, xvf-xvu e siécle, Pa­
rís, Gallimard, 1982. [Trad. cast. La fábula mística, siglos xvi-
xvn, México, Universidad Iberoamericana, 1993.]
4. Michel de Certeau, La possession de Loudun (1970), 2a.
edición, París, Gallimard, 1980, col. Archives.
5. Ibíd., págs. 10-13.
60 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

dalosos, por ejem plo entre la palabra m ística y la de la po­


seída, lugares ambos del Otro y ambos inscriptos, a su m a­
nera, en un discurso de orden, teológico o dem onológico.6
Esas dos palabras, la habitada y arrancada de la posesión,
la dialogada y voluntaria de la m ística, se constituyen así
en experiencias límite en las que puede observarse el vaci­
lar de las divisiones instituidas por la autoridad doctrinal,
la nueva ciencia o el poder del príncipe.) Reacias a las ex­
plicaciones de la tradición o la razón y portadoras de un
surgim iento de lo extraño en su modo más amenazante,
posesión y mística ponen a prueba todas las disciplinas, to­
das las racionalidades. A llí se encuentra, para Michel de
Certeau, su valor heurístico, y la búsqueda de toda una
vida.
Esto, sin embargo, siempre estuvo acompañado por
otros proyectos, otras investigaciones. A Michel de Certeau
le gustaba el trabajo colectivo, en torno a un corpus cons­
truido y descifrado en conjunto, en la fraternidad del descu­
brim iento en común. Fue así como abordó los relatos de
viajes a las Américas en el siglo xvi, y la doble cuestión
que contienen: la del discurso sobre el extranjero, la de la
escritura de la oralidad.7 Fue así como en 1975, junto con
dos historiadores amigos, Dom inique Julia y Jacques Re-
vel, publicó un libro dedicado a la investigación sobre los

6. Michel de Certeau, L ’Écriture de Vhistoire (1975), 3a. edi­


ción, París, Gallimard, 1984, “Un langage altéré. La parole de la
possédée”, págs. 249-273. [Trad. cast. La escritura de la historia,
México, Universidad Iberoamericana, 1993.]
7. Ibíd., “Ethno-graphie. L’oralité, ou l’espace de l’autre:
Léry”, págs. 215-248.
ESTRATEGIAS Y TACTICAS 61

patois del abate Grégoire, lo que era una manera de trabajar


esos mismos problem as sobre otro m aterial.8 En un mundo
universitario a menudo estrecho y a veces ferozmente indi"
vidualista, daba el precioso ejem plo de un entusiasmo
siempre nuevo, de un incansable deseo de aprender, de un
generoso compartir.
Para comprender cómo pensaba Michel de Certeau el
trabajo de historiador, volveré a uno de sus ensayos más ci­
tados y comentados, a saber, el texto que, con el título de
“L’opération historique” [“La operación histórica”], abría el
primer tomo de !a antología Hacer la historia (1974), publi­
cada bajo la dirección de Jacques Le Goff y Pierre Nora.9
Por lo demás, ese mismo texto, con un título ligeramente di­
ferente, “L’opération historiographique” [“La operación his-
toriográfica”], fue reeditado el año siguiente en La escritura
de la historia, pero esta vez con su tercera parte, suprimida
por razones de extensión en Hacer la historia, y consagrada
a la escritura histórica m ism a.10 Michel de Certeau formula
allí una tensión central: pensar la historia como una práctica
“científica” y, en el mismo momento, identificar las varia­

8. Michel de Certeau, Dominique Julia y Jacques Revel, Une


politique de la langue. La Révolution fran^aise et les patois:
l ’enquéte de Grégoire, París, Gallimard, 1975.
9. Michel de Certeau, “L’opération historique”, en Jacques Le
Goff y Pierre Nora (dir.), Faire de l'histoire, París, Gallimard;
1974, t. 1, Nouveaux problémes, págs. 3-41. [Trad. cast .H acerla
historia, t. 1, Nuevos problemas, Barcelona, Laia, 1985.]
10. Michel de Certeau, “L’opération historiographique”, en
L'Écriture de l ’histoire, ob. cit., págs. 63-120 (citamos de esta
versión).
62 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

ciones de sus procedimientos técnicos, los constreñimientos


que le imponen el lugar social y la institución del saber don­
de es ejercida o incluso las reglas obligadas de su escritura.
Lo cual, a la inversa, puede enunciarse así: considerar la
historia a la vez como un discurso en el que intervienen
construcciones, composiciones, figuras que son las de la es­
critura narrativa, por lo tanto de la ficción, y como una pro­
ducción de enunciados que aspiran a un status de verdad y
verificabilidad, por lo tanto científicos, si la ciencia consiste
en “la posibilidad de establecer un conjunto de reglas que
perm itan ‘controlar’ operaciones proporcionadas a la p ro ­
ducción de objetos determinados”. 11
Esta tensión, m antenida en todo el texto, y que la sostie­
ne, debe comprenderse primero en el momento historiográ-
fico en que aquél fue escrito. Lo caracterizan dos hechos
fundamentales. En prim er lugar, la interpelación epistem o­
lógica, en forma de provocación, que constituía el libro de
Paul Veyne, C óm o se escribe la h isto ria ,'2 publicado en
1971. Michel de Certeau le había dedicado una nota crítica
en los A n u a les,13 que destacaba los elementos más abruptos
del asalto: “La historia es una actividad intelectual que, a
través de las formas literarias consagradas, sirve a fines de

11. Ibíd., nota 5, pág. 64.


12. Paul Veyne, Comment on écrit l ’histoire. Essai d ’épisté-
mologie, París, Seuil, 1971. [Trad. cast. Cómo se escribe la histo­
ria, Madrid, Alianza, 1994.]
13. Michel de Certeau, “Une épistémologie de transition: Paul
Veyne”, en Anuales ESC, t. 27, 1972, págs. 1317-1327. [Trad.
cast. “Una epistemología en transición: Paul Veyne”, Historia y
Grafía, N° 1, 1993, págs. 103-116.]
ESTRATEG IAS Y TACTICAS 63

mera curiosidad” , o además -o tra afirmación citada-, “lo


que se denomina explicación es apenas la manera que tiene
el relato de organizarse en una intriga com prensible” . “La
operación historiográfica” debe leerse como una continua­
ción de ese diálogo crítico entablado con Paul Veyne, cuya
obra había conmovido intensamente a los historiadores. En
efecto, en ese ensayo se toman en cuenta, pero totalmente
reformulados, dos de los diagnósticos del historiador de
Aix-en-Provence. La historia es un discurso, pero un dis­
curso cuyas determinaciones deben buscarse, no en las con­
venciones perpetuadas de un género literario, sino en “las
prácticas determinadas por las instituciones técnicas de una
disciplina”, diferentes según los tiempos y los lugares, arti­
culadas por los recortes variables entre verdad y falsedad o
por las definiciones contrastadas de lo que, históricamente,
constituye una prueba. Por otra parte, si toda escritura de
historia remite indudablemente al yo \je] que la produce,
éste debe construirse menos según el principio de curiosi­
dad, especie de avatar ahistórico del principio del placer,
que en función de la posición ocupada por cada historiador
en la institución histórica de su tiempo.
Si las cuestiones abiertas por Veyne tenían un peso tal,
era sin duda porque se presentaban en completa ruptura con
la práctica misma de los historiadores - o al menos de los
más inventivos o más favorecidos de ellos- que con el em­
pleo de la com putadora y las técnicas informáticas respal­
daban un nuevo paradigma de la científicidad histórica. El
trabajo cuantitativo efectuado sobre series largas de datos
homogéneos era considerado como una verdadera revolu­
ción por los historiadores: “Así, pues, la historia serial no
es solamente ni principalmente una transformación de! ma­
64 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

terial histórico. Es una revolución de la conciencia historio-


gráfica.” 14 Sustituía una historia-relato, acunada por el reci­
tado de los acontecim ientos, por una historia-problem a,
obligada a construir su objeto, explicitar sus hipótesis, re­
conocer sus procedimientos. A las incertidumbres de los
juicios a los que nada perm ite discriminar, oponía el rigor
de la cifra y las certidum bres de lo “científicam ente medi-
ble”. Se comprenden los entusiasmos de entonces: “El his­
toriador de mañana será programador o ya no será” .15
Pero esta m utación del trabajo de los historiadores no
era advertida únicamente por ellos. Ya próximos los años
setenta, Michel Foucault le adosaba su proyecto de análisis
de los discursos, y oponía térm ino a térm ino el “trabajo
efectivo de los historiadores” en “la gran mutación de su
disciplina” y la filosofía de la historia -e s a “historia como
ya no se hace”- , que seguía siendo la de los filósofos nutri­
dos de hegelianism o.16 Al practicar la historia como un

14. Fran^ois Furet, “L’histoire quantitative et la construction


du fait en histoire”, en Amales ESC, t. 26, 1971, págs. 63-75;
reeditado en J. Le Goff y P. Nora (dir.), Paire de l'histoire , ob.
cit., t. 1, págs. 42-61 [Hacer la historia, “Lo cuantitativo en his­
toria”, ob. cit.].
15. Emmanuel Le Roy Ladurie, Le Territoire de /'historien,
París, Gallimard, 1973, pág, 14.
16. Michel Foucault, “Réponse au Cercle d ’épístémologie”, en
Cahiers pour l ’analyse, n° 9, 1968, págs. 9-40, reeditado en Dits et
écrits, 1954-1988, t. 1, 1954-1969, París, Gallimard, 1994, págs.
696-731; L ’archéologie du savoir, París, Gallimard, 1969, “Intro-
duction”, págs. 9-28. [Trad. cast. La arqueología del saber, Méxi­
co, Siglo XXI, 1972]; L'ordre du discours, París, Gallimard, 1970
[Trad. cast. El orden del discurso, Barcelbna, Tusquets, 1987].
ESTRATEG IAS Y TACTICAS 65

“em pleo pautado de la discontinuidad para el análisis de las


series tem porales”, los historiadores rompían decisivamen­
te con los conceptos esenciales de la “historia filosófica”
que postulaba la unidad del Espíritu a través de sus particu-
larizaciones históricas sucesivas y necesarias.
“La operación historiográfica” marca una división y una
distancia frente a ese diagnóstico. Por un lado, Michel de
Certeau subraya los efectos de! uso de las “técnicas actua­
les de información” que precipita la redefinición del traba­
jo de los historiadores. Éstas efectúan clasificaciones inédi­
tas entre las fuentes, discriminadas según su capacidad para
proporcionar o no informaciones seriales, hom ogéneas y
repetidas. Separan operaciones anteriormente confundidas:
la construcción del objeto, la recolección y acumulación de
datos, su tratamiento e interpretación. Modifican la función
misma de la historia, convertida en un “laboratorio de ex­
perim entación epistem ológica” en el que se pone a prueba
la validez de los modelos tomados de las ciencias sociales.
Así, pues, es bien nítido el diagnóstico que reconoce las
nuevas estrategias de la práctica histórica y perfila, a partir
de ellas, “una teorización más en conformidad con las posi­
bilidades ofrecidas por las ciencias de la información” .
Sin embargo, reubicado en medio de las defensas e ilus­
traciones de la historia serial, el texto de Michel de Certeau
suena de manera diferente. En efecto, la comprensión por
el número, apoyada en los tratam ientos masivos de datos
informatizados, no se constituyó en ninguna parte como un
corte epistemológico radical, supuestamente indicador de la
entrada de la historia en la era de la cientificidad. Lo esen­
cial sigue siendo comprender de qué manera “un instru­
m ento” inédito, unas nuevas técnicas perm iten nuevas res­
66 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

puestas y preguntas. Y para él las más interesantes que sus­


cita la historia en series provienen justam ente de su rever­
so, y están ligadas al surgimiento de lo singular, la excep­
ción, la separación: “Si la ‘com prensión’ histórica no se
encierra en la tautología de la leyenda ni huye hacia la
ideología, su característica no es en primer lugar hacer pen-
sables series de datos seleccionados (aun cuando ésa sea
‘su base’), sino no renunciar jam ás a la relación que esas
‘regularidades’ entablan con unas ‘particularidades' que
se les escapan” .17 Aunque sepa cómo hacer funcionar, las
máquinas de su tiempo, el historiador sigue siendo un “va­
gabundo” que frecuenta los márgenes y las fronteras. Para
Michel de Certeau, éstas fueron, durante toda su vida, la fi­
gura fulgurante de las experiencias religiosas antiguas, si­
tuadas fuera de lo corriente de la institución.
Atento a los efectos producidos por el cruzamiento entre
una revolución metodológica (la de lo serial) y una revolu­
ción técnica (la de la computadora), pese a ello se mantiene
a distancia de las ilusiones cientificistas despertadas por las
conquistas del enfoque num érico, tan fuertes en los años
sesenta. En una época que lo había olvidado en parte, él re­
cuerda que si la historia es una institución y una práctica,
también es, y tal vez principalmente, una escritura. Consa­
gra a ésta la tercera parte de su ensayo, que sin ella queda
desequilibrado y desviado. Allí pueden leerse dos proposi­
ciones fundamentales. La primera considera toda escritura
histórica como un relato, necesariamente construido según

17. Michel de Certeau, “L ’opération historiographique”, ob.


cit., pág. 99.
ESTRATEGIAS Y TACTICAS 67

reglas que invierten los rumbos mismos de la investigación,


puesto que organizan de acuerdo con un orden cronológico,
una demostración cerrada y un discurso sin fallas, m ateria­
les siempre abiertos e incompletos. Al establecer semejante
constatación, Michel de Certeau abría paso a todas las re­
flexiones que, como la de Paul Ricceur en Tiempo y narra­
ción,18 señalan la pertenencia de la historia, en todas sus
formas, aun las más estructurales y las menos dedicadas a
lo fáctico, al campo de lo narrativo. Por ser “narrativiza-
ción”, la historia sigue siendo dependiente de las fórmulas
de la “transformación en intriga de las acciones representa­
das”, para citar a Aristóteles, y comparte las leyes que fun­
dan todos los relatos, en particular la obligación de la suce-
sividad temporal.
Si se lee bien “La operación historiográfica” , resulta cla­
ro que el diagnóstico producido algunos años más tarde, que
caracteriza la evolución más reciente de la historia como un
“retorno de lo narrativo”, es en gran medida una pregunta
mal planteada.19 Como quiera que sea, la historia siempre es
relato, pero relato particular, dado que apunta a producir un
saber verdadero: “El discurso histórico pretende dar un con­
tenido verdadero (que responda a la verificabilidad), pero en
la forma de una narración” .20 De allí surge todo un abanico

18. Paul Ricneur, Temps et récit, París, Seuil, 3 tomos, 1983-


1985. [Trad. cast. Tiempo y narración, Madrid, Cristiandad, 1987.1
19. Lawrence Stone, “The Revival of Narrative. Reflections on
a New Oíd History”, en Past and Present, t. 85, 1979, págs. 3-24.
20. Michel de Certeau, “L ’opéralion historiographique”, ob.
cit.. pág. 110.
68 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

de cuestiones, nítidamente formuladas o señaladas por Mi­


chel de Certeau. En primer lugar, la de las particularidades
que distinguen el relato de historia de otros modos de narra­
ción, que deben buscarse en la estructura “foliada” o “cliva-
da” del texto historiográfico. Debido a que incluye en sí
mismo, en la forma de la cita, los materiales que lo fundan y
a los que explica, el discurso histórico organiza de manera
específica sus estrategias de acreditación (el documento vale
por lo real) y su funcionamiento retórico (el saber se escribe
en la lengua misma de su objeto). Cuestión, también, de los
modos diferenciales de inteligibilidad implicados por la
elección de tal o cual forma de relato, porque la biografía,
por ejemplo, permite hacer surgir la diferencia con respecto
a las construcciones globales dadas en forma de relato es­
tructural. La fábula mística conservará algo de esa tensión
designada ocho años antes, cuando maneje las “Figuras del
salvaje” (que constituyen su cuarta parte) como destinos
extraños a las regularidades del discurso místico.
Pero el ensayo de Michel de Certeau enuncia también otra
proposición que es algo así como una respuesta a Hayden
White (cuyo libro Metahistoria data de 1973).21 La historia,
en efecto, no puede ser tenida por una pura retórica o tropo­
logía que haría de ella una “form offiction-m aking", seme­
jante a otras. Pretende ser un discurso de verdad, que constru­

21. Hayden White, Metahistory. The Historical Imagination in


I9th Century Europe, Baltimore, The Johns Hopkins University
Press, 1973. [Trad. cast. Metahistoria, La imaginación histórica
en la Europa del siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económi­
ca, 1992.|
ESTRATEG IAS Y TACTICAS 69

ye una relación -q u e se quiere controlable- con lo que postu­


la como su referente, en este caso la “realidad” desaparecida
que se trata de recuperar y comprender. Lo que hay que pen­
sar, por lo tanto, es ese régimen de verdad del discurso histó­
rico, y pensarlo no como una emergencia del pasado, que
surgiría intacto a flor de archivos, sino como el resultado de
una puesta en relación de los datos recortados por la opera­
ción de conocimiento: “Se pasa así de una realidad histórica
(la Historia o Geschichte) ‘recibida’ en un texto, a una reali­
dad textual (la historiografía, o Historie) ‘producida’ por una
operación cuyas normas se fijan de antemano”.22
El discurso de la historia, por lo tanto, se articula en un
régimen de verdad que no es ni el de la literatura ni el de la
certidumbre filológica. El “control de los hechos” -p ara re­
tomar la expresión de M om igliano-, vale decir las opera­
ciones técnicas, renovables y verificables, que forman la
crítica documentaría, no basta para fundar la historia como
una reconstitución objetiva del pasado, segura de su régi­
men de verdad. Lo que Michel de Certeau nos invita a pen­
sar es lo propio de la comprensión o de la interpretación
histórica, es decir el trabajo de puesta en relación que auto­
riza a considerar coherente, plausible y explicativo el lazo
establecido entre las unidades construidas por la operación
histórica, ya se trate de series o indicios, y la realidad refe-
rencial de la que constituyen la huella, esa “población de
muertos -personajes, mentalidades o precios-” que la escri­
tura historiadora se propone poner en escena.

22. Michel de Certeau, “Une épistémologie de transition”, ob.


cit., pág. 1324.
70 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

En “La operación historiográfica” , Michel de Certeau


inauguraba un espacio inédito, en un momento clave de la
evolución de la disciplina, dividida entre su práctica de las
series, signo de su cientificidad por fin conquistada, y sus
caracterizaciones como un género literario, reconocidas por
un Barthes o un Veyne. Al desplazar los términos de la anti­
nomia, Certeau se esforzaba por determinar en qué condi­
ciones un discurso erigido según los procedimientos especí­
ficos del trabajo del historiador puede ser aceptado, como
dibujando adecuadamente la configuración histórica que se
dio por objeto. Lo que supone, sin lugar a dudas, repudiar
toda epistemología de la coincidencia inmediata o de la
transparencia entre el saber y lo verdadero, entre el discurso
y lo real. Pero, igualmente, esto supone pensar la operación
histórica como un conocimiento (que otros llamarán indicial
o conjetural), como una operación que es “científica” en el
sentido de que “transform a algo que tenía su estatuto y su
papel [aquí el documento, el archivo] en otra cosa que fun­
ciona de manera diferente [el texto histórico]”. Debido a
que logra sostener esa tensión primera, el ensayo de Michel
de Certeau formula, como por anticipado, los términos mis­
mos de los debates que, en estos últimos años, se han referi­
do a los paradigmas organizadores del discurso de historia.
Con fidelidad a esta epistem ología de la distancia, toda
su obra de historiador puso en el centro de su aproximación
el análisis preciso, atento, de las prácticas mediante las cua­
les los hombres y las mujeres de una época se apropian, a
su manera, de los códigos y los lugares que les son impues­
tos, o bien subvierten las reglas comunes para conformar
prácticas inéditas. Las prácticas propias ¿el lenguaje de la
mística son emblemáticas de esas “artes de hacer” o “hacer
ESTRATEGIAS Y TACTICAS 71

con” que desvían los materiales de que se apoderan. Al pa­


sar de una lengua a la otra, al utilizar la metáfora, que es
una manera de confundir las fronteras canónicas entre los
campos del saber, al quitar a las palabras su significación
recibida, el discurso místico instituye las condiciones de
una comunicación que no se asem eja a ninguna otra. Así
conformado, mediante nuevos empleos y desplazamientos,
puede intentar consignar una experiencia inaudita: decir en
prim era persona la palabra que está en sí, cuando, por fin,
se hace escuchar “Aquel que habla” .
En un momento en que se privilegiaba la necesaria des­
cripción de los dispositivos mediante los cuales los poderes,
cualesquiera que fueran, pretenden producir control y coac­
ción, fabricar autoridad y conformismo, Michel de Certeau
recordaba que “el hombre corriente” no carece de ardides ni
refugios frente a los intentos de desposeerlo y domesticarlo:
“En una palabra, podría decirse que la mística es una reac­
ción contra la apropiación de la verdad por los clérigos que
se profesionalizan a partir del siglo xui; privilegia las luces
de los iletrados, la experiencia de las mujeres, la sabiduría de
los locos, el silencio del niño; opta por las lenguas vernácu­
las contra el latín académico. Sostiene que el ignorante es
competente en materia de fe. [...] La mística es la autoridad
de la muchedumbre, figura de lo anónimo, que vuelve indis­
cretamente en el ámbito de las autoridades académicas” .23
De La invención de lo cotidiano24 a La fábula mística, la

23. Entrevista a Michel de Certeau en Le Nouvel Observateur,


25 de septiembre de 1982, págs. 118-121.
24. Michel de Certeau, L ’lnvention du quotidien, t. 1, Arts de
72 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

búsqueda es sin duda la misma, en procura de los procedi­


mientos de una creatividad que la institución es impotente
para refrenar.
“Pensar es pasar.”25 Michel de Certeau pasó mucho, y
pensó mucho. Viajero e historiador, lo que tal vez sea la
misma cosa. Pero a lo largo del trayecto nunca faltó la co­
herencia, y los desvíos, en realidad, no lo eran. Hacer histo­
ria exige, para él, que siempre se dilucide la relación enta­
blada entre el discurso del saber y el mundo social donde se
inscribe. Lejos de disolver su cientificidad, esta lucidez es
su condición misma. Por ello esta reflexión aguda sobre la
disciplina, que la comprende al mismo tiempo como un lu­
gar y como una práctica, como una ciencia y como una
escritura. Por ello, también, en el reconocim iento de las
discontinuidades históricas, el acento puesto sobre las ten­
siones entre discurso de autoridad y voluntades rebeldes,
porque atraviesan tanto nuestro presente como las socieda­
des antiguas. La historia es lugar de experimentación, m a­
nera de destacar diferencias. Saber del otro, y por lo tanto
de uno mismo.

faire, París, UGE, 1980, pág. 10-18. ]Trad. cast. La invención de lo


cotidiano, de próxima aparición en México, Universidad Iberoa­
mericana.]
25. Michel de Certeau, “Le rire de Michel Foucault” (1984),
reeditado en su antología Histoire et psychanalyse entre science
et fiction, París, Gallimard, 1987, col. Folio, cap. 3, págs. 51-65.
[Trad. cast. Historia y psicoanálisis entre ciencia y ficción, Méxi­
co, Universidad Iberoamericana, 1995. |
P O D E R E S Y L IM IT E S D E
L A R E P R E S E N T A C IO N .
M A R IN , E L D IS C U R S O Y L A IM A G E N
El texto “Poderes y límites de la representación. Marín, el dis­
curso y la imagen” fue publicado en la revista Armales. Histoire,
Sciences Sociales, año 49, N° 2, marzo-abril de 1994, págs. 407■
418.
En 1639, Poussin escribe a su amigo y cliente Chantelou
para anunciarle el envío del cuadro titulado El maná [La
matine], Al comentar esta carta en un tiempo en que el em ­
pleo del término “lectura” iba de suyo para designar el des­
ciframiento, la comprensión y la interpretación de objetos o
formas que no pertenecen a lo escrito (“leer” un paisaje,
“leer” una ciudad, “leer” un cuadro, etcétera), Louis Marin
se proponía cuestionar la universalización de esta categoría,
que implicaba la de texto.1 “Si el término ‘lectura’ es inme­
diatamente apropiado para el libro, ¿lo es para el cuadro?
Si por una ampliación del sentido se habla de lectura en re­
ferencia al cuadro, se plantea no obstante la cuestión de la
validez y la legitim idad de esa ampliación.” 2 Para respon­
der a esta doble cuestión y romper con la inmediatez cómo­
da de una manera de decir, aceptada sin reflexión, se hacía

1. “Lire un tableau. Une lettre de Poussin en 1639”, en Prati-


ques de la lecture, bajo la dirección de Roger Chartier, Marsella,
Rivages, 1985, págs. 102-124; reedición, París, Payot et Rivages,
“Petite Bibliothéque Payot”, 1993, págs. 129-157.
2. Ibíd., pág. 129.
76 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

necesaria una definición rigurosa de los “niveles y campos


teóricos de pertinencia de la noción de lectura aplicada al
cuadro”.
Sin restituir aquí los diferentes tiempos del análisis de la
carta de Poussin, retengamos únicamente su conclusión. És­
ta señala, a la vez, la irreductibilidad y la intrincación entre
esas dos formas de representación -que siempre se exceden
una a otra- que son el texto y la imagen, el discurso y la
pintura: “El sentido más elevado trabaja en la distancia entre
lo visible, lo que es mostrado, figurado, representado, pues­
to en escena, y lo legible, lo que puede ser dicho, enunciado,
declarado; distancia que es a la vez el lugar de una opo­
sición y el de un intercambio entre uno y otro registro, dis­
tancia a partir de la cual conviene plantear la cuestión del
cuadro, de ese cuadro El maná, si es cierto que ‘m aná’,
mann-hu: ‘qué es esto’, fue la pregunta que hicieron los he­
breos ante esa cosa blanquecina, azucarada, granulosa y me­
diante la cual nombraron la cosa, mediante la cual leyeron el
suceso milagroso. ‘M aná’, el ‘qué es esto’, cosa desconoci­
da, innombrable, ilegible, fuera del cuadro, el ‘éste es mi
cuerpo’ de la fórmula eucarística en donde se articula legi­
blemente, en el misterio, una palabra comible”.3
Los “registros” , como escribe Marín, se cruzan, se vin­
culan, se responden, pero nunca se confunden. El cuadro
tiene el poder de m ostrar lo que la palabra no puede enun­
ciar, lo que ningún texto podrá dar a leer. A la inversa, lo
que él denominará “la irreductibilidad de lo visible a los
textos” deja la imagen ajena a la lógica de la producción

3. Ibíd., pág. 154.


PODERfiS Y LIMITES DE LA REPRESENTACION 77

del sentido que engendran las figuras del discurso./Esta


tensión es la que volvió a trabajar en el último libro que pu­
do releer y corregir antes de su muerte, Des pouvoirs de l ’i-
mage. Ciertamente, la intención de la obra desborda con
mucho esta única cuestión, dado que plantea un problema
que es propiam ente filosófico, el de las “condiciones tras­
cendentales -d e posibilidad y de legitim idad- de la apari­
ción de la imagen y su eficacia”4 y para responder consagra
sus últimas glosas a lo que hace posible la imagen y la m i­
rada, a saber, la luz, “la luz y su inseparable y trascendental
reverso, la sombra, lo invisible de la luz en la luz misma.
Condición suprema del ver y el ser visto, la luz es invisible
como tal, en su ser mism o”.5 Pero este libro, inscripto en el
orden de lo filosófico, de lo estético o de lo teológico (co­
mo, por ejem plo, la fulgurante “visión” que constituye la
octava glosa, enfrentada al “ secreto de la transfiguración” ),
permite también, creo, señalar la importancia del trabajo de
Marin en los grandes debates que atraviesan hoy la historia
y, más allá, todas las ciencias humanas. Es por eso que lo
tomaré como punto de partida.
La primera proposición que plantea es ésta: “¿Poder de
la imagen? Efecto-representación en el doble sentido del
que hemos hablado, de presentificación de lo ausente - o de
lo m uerto- y de autorrepresentación que instituye el sujeto
de mirada en el afecto y el sentido, la imagen es a la vez la

4. Des pouvoirs de Vimage. Gloses, París, Seuil, 1993, “In-


troduction. L ’ctre de l’image et son efficace” , págs. 9-22, cita,
pág. 18.
5. Ibíd., pág. 19.
78 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

instrumentalización de la fuerza, el medio de la potencia y


su fundación como poder”.6 Así, se asignan a la representa­
ción un doble sentido, una doble función: hacer presente
una ausencia, pero también exhibir su propia presencia co­
mo imagen, y constituir con ello a quien la mira como suje­
to mirando.
Como le gustaba hacer con frecuencia, Marin recupera y
desplaza definiciones antiguas, que se convierten entonces
en una tensión fecunda, a la vez en el objeto y el instrumen­
to de su análisis. En su edición de 1727, el Diccionario de
Furetiére identifica dos familias de sentido, aparentemente
contradictorias, de la palabra representación. “Representa­
ción: imagen que nos devuelve como idea y como memoria
los objetos ausentes, y que nos los pinta tal como son.” En
este primer sentido, la representación da a ver el “objeto au­
sente” (cosa, concepto o persona) sustituyéndolo por una
“imagen” capaz de representarlo adecuadamente. Represen­
tar, por lo tanto, es hacer conocer las cosas de manera media­
ta por “la pintura de un objeto”, “por las palabras y los ges­
tos”, “por algunas figuras, por algunas marcas”: así los
enigmas, los emblemas, las fábulas, las alegorías. Represen­
tar, en el sentido político y jurídico, es también “ocupar el lu­
gar de alguien, tener en mano su autoridad”. De allí surge la
doble definición del representante: “Quien representa en una
función pública a una persona ausente que debía estar allí” y
“quienes son convocados a una sucesión como estando en lu­
gar de la persona cuyo derecho poseen” . En esta acepción,
que tiene su raíz en la significación antigua y material de la

6. Ibíd., pág. 14,


PODERES Y LIMITES DE LA REPRESENTACION 79

“representación” entendida como la efigie puesta en lugar


del rey muerto sobre su lecho funerario (“Cuando se va a ver
a los príncipes muertos en su lecho mortuorio, sólo se ve de
ellos la representación, la efigie”), hay una distinción radical
entre el representado ausente y lo que lo hace presente, lo
que lo da a conocer. Así, pues, se postula una relación desci­
frable entre el signo visible y lo que significa.
Pero el término también tiene en el Diccionario de Fure-
tiere una segunda significación: “ Representación, dícese en
Palacio de la exhibición de algo” , lo que introduce la defini­
ción de “representar” como “significa también comparecer
en persona y exhibir las cosas”. La representación es aquí la
mostración de una presencia, la presentación pública de una
cosa o una persona. En la modalidad particular, codificada,
de su exhibición, es la cosa o la persona misma la que cons­
tituye su propia representación. El referente y su imagen for­
man cuerpo y no son más que una única y misma cosa,
adhieren uno a otro: “Representación, dícese en ocasiones de
las personas vivientes. De un semblante grave y majestuoso
se dice: ‘He aquí una persona de bella representación’”.
En la reflexión que emprendió sobre la teoría de la repre­
sentación, desde el libro sobre Pascal y la lógica de Port-
Royal7 hasta Des pouvoirs de / ’image, pasando por Le Por-
trait du roi, Marín siempre conservó unidas estas dos
definiciones de la noción. La primera, sin lugar a dudas,
atrajo más intensamente su atención porque se inscribe en la
herencia directa de la teoría representación al del signo ela­

7. La Critique du discours. Etudes sur la Logique de Port-Ro-


yal et les Pensées de Pascal, París, Minuit, 1975.
80 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

borada por los gramáticos y lógicos de Port-Royal. Si esta


construcción tiene una pertinencia particular, es porque de­
signa y articula las dos operaciones de la representación
cuando hace presente lo que está ausente: “Uno de los mo­
delos más operativos construidos para explorar el funciona­
miento de la representación moderna -y a sea lingüística o
visual- es el que propone la toma en consideración de la do­
ble dimensión de su dispositivo: la dimensión ‘transitiva’ o
transparente del enunciado, toda representación representa
algo; la dimensión ‘reflexiva’ u opacidad enunciativa, toda
representación se presenta representando algo” .8 Esta mane­
ra de comprender el funcionamiento del dispositivo repre­
sentativo fue una vigorosa inspiración para todos los histo­
riadores ansiosos por resistirse a las seducciones formalistas
de una semiótica estructural sin historicidad y deseosos de
desprenderse de la inercia o la univocidad de las nociones
clásicas de la historia de las mentalidades.
Al apoyarse sobre “la construcción operada, en el cora­
zón del siglo x v i i francés, por los lógicos de Port-Royal” ,
¡Marin quería “escapar a los anacronismos epistemológicos y
a sus ilusiones retrospectivas” .9 Tras considerar que “la teo­
ría misma de la representación tenía una historia”, 10 leía la
elaboración conceptual de Port-Royal, a la vez como la cul­

8. Opacité de la peinture. Essais sur la representarían au


Quattrocento, París, Éditions Usher, 1989, “Paolo Uccello au
Chiostro Verde de Santa Maria Novella á Florence”, págs. 73-98,
cita de la pág. 73.
9. Ibíd., “Introduction”, págs. 9 ! 2, cita de la pág. 10.
10. ídem.
PODERES Y LIMITES DE LA REPRESENTACION 81

minación del pensamiento occidental de la representación y


como una construcción singular que tomaba como matriz de
la teoría del signo el modelo teológico de la Eucaristía. Es
este modelo el que, en Le Portrait du roi, permite compren­
der cómo funciona la representación del monarca en una so­
ciedad cristiana. Como la Eucaristía, el retrato del rey, ya
sea una pintura o un texto, es, al mismo tiempo, la represen­
tación de un cuerpo histórico ausente, la ficción de un cuer­
po simbólico (el reino en lugar de la Iglesia) y la presencia
real de un cuerpo sacramenta!, visible bajo las especies que
lo disim ulan.11 Este mismo modelo eucarístico es el que, en
La Parole mangée, da cuenta de la teoría representacional
del signo tal como la enuncia el capítulo TV de la primera
parte de la Lógica de Port-Royal, “De las ideas de las cosas,
y de las ideas de los signos” , agregada a la edición de 1683,
veinte años después de la primera, aparecida en 1662.12 Tras
haber recordado los criterios explícitos a partir de los cuales
el texto distingue diferentes categorías de signos (ciertos o
probables, unidos a las cosas que significan o separados de
ellas, naturales o de institución), Marin muestra que la cohe­
rencia de la serie de ejemplos propuestos la da, implícita­
mente, la referencia a la teología de la Eucaristía. Concluye
su análisis subrayando los vínculos que en los lógicos de
Port-Royal unen la teoría eucarística de la enunciación y la

II .L e Portrait du roi, París, Éditions de Minuit, 1981, “Intro-


duction. Les trois formules”, págs. 7-22, en particular págs. 18-19.
12. La Parole mangée el autres essais théologico-politiques,
París, Méridiens-Klincksieck, 1986, “La parole mangée ou le
corps divin saisi par les signes”, págs. 11-35.
82 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

teología lingüística de la Eucaristía: “De tal modo, el cuerpo


teológico es la función semiótica misma y, para Port-Royal
en 1683, hay adecuación perfecta entre el dogma católico de
la presencia real y la teoría semiótica de la representación
significante”.13
Al anudar en su historicidad propia las dos dimensiones
de la representación moderna, transitiva y reflexiva, Marin
desplazaba la atención hacia el estudio de los dispositivos y
mecanismos gracias a los cuales toda representación se pre­
senta como representando algo. En la introducción a su li­
bro Opacité de la peinture, recuerda los efectos heurísticos
del desplazamiento que lo condujo de una semiótica estruc­
tural, fundada en un estricto análisis de la producción lin­
güística del sentido, a “la insistencia puesta en explorar de
manera privilegiada los modos y las modalidades, los me­
dios y los procedimientos de la presentación de la represen­
tación” .14 De allí surge un nuevo cuestionario, recuperado y
desplazado de libro en libro: “En lo sucesivo, lo que estaba
en juego en la investigación eran los modos específicos par­
ticulares de la articulación de la opacidad reflexiva y la
transparencia transitiva de la representación en el campo de
las artes visuales, eran las figuras y configuraciones históri­
cas y culturales, ideológicas y políticas que esta articulación
asumía singularmente en tal obra, tal encargo, tal programa,
eran todos estos dominios de objetos indisolublemente his­
tóricos y teóricos”.15 De allí surge, también, la atención

13. Ibíd., pág. 35.


14. Opacité de la peinture, ob. cit., “Introduction”, pág. 10.
15. ídem.
PODERES Y LIMITES DE LA REPRESENTACION 83

prestada a los elementos que indican el funcionamiento re­


flexivo de la representación: en el cuadro, el marco, el orna­
mento, el decorado, la arquitectura representada;16 para el
texto, el conjunto de los dispositivos discursivos y m ateria­
les que constituyen el aparato formal de la enunciación.17
El trabajo de Marin se cruzaba así con las proposiciones
que, contra el absoluto del texto sin materialidad ni histori­
cidad, abogan por que se preste atención a los “efectos de
sentido de las form as”, a “la relación de la form a con el
sentido” , según los términos de D. F. MacKenzie.
De manera más general, el concepto de representación
tal como lo comprende y maneja Marin fue un precioso
apoyo para que pudieran señalarse y articularse, sin duda
mejor de lo que lo permitía la noción de mentalidad, las di­
versas relaciones que los individuos o los grupos mantienen
con el mundo social: en primer lugar, las operaciones de re­
corte y clasificación que producen las configuraciones múl­
tiples mediante las cuales se percibe, construye y represen­
ta la realidad; a continuación, las prácticas y los signos que

16. Véanse, a título de ejemplos, los ensayos “Pinturicchio a


Spello” y “Paolo Uccello au Chiostro Verde de Santa María No-
vella a Florence”, en üpacité de la peinture, ob. cit., págs. 51-72
y 73-98 respectivamente.
17. Véanse, también aquí a título de ejemplos, los ensayos
“Le pouvoir du récit”, en Le Récit est un piege, París, Éditions de
Minuit, 1978, págs. 16-34 (sobre la fábula de La Fontaine “El po­
der de las fábulas”), y “Une lisiére de lecture”, en Lectures tra-
versiéres, París, Albin Michel, 1992, págs. 17-25 (sobre el fron­
tispicio de la edición de 1697 de las Historias, o Cuentos de los
tiempos pasados, de Perrault).
84 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

apuntan a hacer reconocer una identidad social, a exhibir


una manera propia de ser en el mundo, a significar simbóli­
camente una condición, un rango, una potencia; por último,
las formas institucionalizadas por las cuales “representan­
tes” (individuos singulares o instancias colectivas) encar­
nan de manera visible, “presentifican” , la coherencia de
una comunidad, la fuerza de una identidad o la perm anen­
cia de un poder. Discretam ente, a su manera, la obra de
Marin modificó así más de lo que se cree la comprensión
del mundo social por parte de los historiadores. Los obligó,
en efecto, a repensar las relaciones que m antienen las m o­
dalidades de la exhibición del ser social o del poder políti­
co con las representaciones mentales -e n el sentido de las
representaciones colectivas de Mauss y D urkheim - que
otorgan (o refutan) creencia y crédito a los signos visibles,
a las formas teatral izadas, que deben hacer reconocer como
tal la potencia, ya sea soberana o social.
El trabajo de Marin permite con ello comprender de qué
manera los enfrentamientos fundados en la violencia bruta,
la fuerza pura, se tranforman en luchas simbólicas, es decir,
en luchas que tienen las representaciones por armas y por
apuestas. La imagen tiene ese poder, porque “opera la susti­
tución de la manifestación exterior en que una fuerza sólo
aparece para aniquilar otra fuerza en una lucha a muerte, por
signos de la fuerza o, mejor, señales e indicios que no nece­
sitan sino ser vistos, comprobados, mostrados, luego corita-
dos y relatados para que la fuerza de la que son los efectos
sea creída”.18 La constatación retoma la hipótesis de con­

18. Des pouvoirs de l ’image, ob. cit., "Introduction. L’etre de


l’image et son efficace”, pág. 14.
PODERES Y LIMITES DE LA REPRESENTACION 85

junto que sirve de base a la demostración de Le P ortm it du


roi y que considera que “el dispositivo representativo opera
la transformación de la fuerza en potencia, de la fuerza en
poder, y esto dos veces, por una parte al modalizar la fuerza
como potencia y por la otra al valorizar la potencia como
estado legítimo y obligatorio, justificándola”. Iy
Aquí, la referencia a Pascal es muy cercana. Cuando
desnuda el mecanismo de la “m uestra”, [Montre] que se di­
rige a la imaginación y produce la creencia, Pascal opone a
quienes necesitan un “aparato” tal y aquellos para los que
éste es completam ente superfluo. Entre los primeros, los
jueces y los médicos: “Nuestros magistrados conocieron
bien ese misterio, con sus togas rojas, sus armiños en los
que se envuelven como gatos forrados en pieles, los pala­
cios en que juzgan, sus flores de lis: todo ese aparato au­
gusto era muy necesario; y si los médicos no tuvieran sota­
nas y babuchas, y los doctores no usaran bonetes cuadrados
y togas demasiado amplias de cuatro partes, jam ás habrían
engañado al mundo, que no puede resistirse a una muestra
tan auténtica. Si tuvieran la verdadera justicia, y si los mé­
dicos poseyeran el verdadero arte de curar, no les harían
falta bonetes cuadrados. La majestad de esas ciencias sería
lo bastante venerable por sí misma, pero al no tener más
que ciencias imaginarias, es preciso que empleen esos va­
nos instrumentos que afectan la imaginación de la que se
ocupan, y con ello, en efecto, se ganan el respeto” . En
cuanto a los soldados, no necesitan esa manipulación de los

19. Le Portrait du roi, ob. cit., “Introduction. Les trois formu­


les”, pág. 11,
86 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

signos y esas máquinas de producir respeto: “Sólo las gen­


tes de guerra no se disfrazan de tal suerte, porque, en efec­
to, su parte es más esencial. Se establecen por la fuerza; los
otros por el fingim iento” (Pensées, Editions Lafuma, 44;
Editions Brunschvicg, 82).
Reformulado por Marin, el contraste indicado por Pascal
tiene una doble pertinencia para toda historia de las socieda­
des del Antiguo Régimen. Permite situar las formas de la
dominación simbólica, por la imagen, la “m uestra” o el
“boato” [attirail] (la palabra figura en La Bruyére), como
el corolario del monopolio sobre el uso legítimo de la fuer­
za que pretende reservarse el monarca absoluto. La fuerza
no desaparece con la operación que la transforma en poten­
cia. Escuchemos a Pascal, que prosigue así el fragmento so­
bre la imaginación: “Es por eso que nuestros reyes no se
procuraron esos disfraces. No se enmascararon con vestidos
extraordinarios para parecer tales. Pero se hacen acompañar
por guardias, por tajeados [?].* Esas tropas armadas que tie­
nen manos y fuerza sólo para ellos, las trompetas y los tam­
bores que marchan al frente y esas legiones que los rodean
hacen temblar a los más firmes. Ellos no tienen el hábito,
sólo tienen la fuerza” . Pero esta fuerza, que siempre está a
disposición del soberano, parece puesta en reserva por la

* El signo de interrogación se encuentra en la edición del tex­


to de Pascal. La palabra francesa es balafrés, de balafrer, marcar
con una cuchillada, especialmente la cara. La versión española de
Juan Domínguez Berrueta, que sigue a la edición francesa de Jac-
ques Chevalier, dice alabardas (Blas Pascal, Pensamientos, Bue­
nos Aires, Orbis, 1984) [n. del. t.].
PODERES Y LIMITES DE LA REPRESENTACION 87

multiplicación de los dispositivos (retratos, medallas, ala­


banzas, relatos, etcétera) que representan la potencia delrey
y deben suscitar, sin apelar a violencia de ningún tipo, la
obediencia y la sumisión En consecuencia, los instrumentos
de la dominación simbólica aseguran a la vez “la negación y
la conservación de lo absoluto de la fuerza: negación porque
la fuerza no se ejerce ni se manifiesta, porque está en paz en
los signos que la significan y la designan; conservación por­
que la fuerza por y en la representación se dará como ju sti­
cia, es decir como ley que obliga ineludiblemente, so pena
de muerte”.20 El proceso de erradicación de la violencia, cu­
yo manejo fue confiscado tendencialmente por el Estado ab­
solutista, hizo posible un ejercicio de la dominación política
que se respaldó en la ostentación de las formas simbólicas,
en la representación de la potencia monárquica, dada a ver y
a creer incluso en ausencia del rey gracias a los signos que
indican su soberanía. Si extendiéramos esta coincidencia en­
tre Marin y Élias, podría agregarse que esta misma pacifica­
ción (al menos relativa) del espacio social es la que, entre la
Edad M edia y el siglo x v i i , transformó los enfrentamientos
sociales abiertos y brutales en luchas de representaciones
cuya apuesta era el ordenamiento del mundo social, y por lo
tanto el rango reconocido a cada estamento, cada cuerpo,
cada individuo.
En efecto, del crédito otorgado (o negado) a las represen­
taciones que un poder político o un grupo social proponen
de sí mismos dependen la autoridad del primero y el presti­
gio del segundo. A través de esta constatación, Marin dise­

20. Ibíd., pág. 12.


88 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

ñó los contornos de una doble historia: historia de las moda­


lidades del hacer creer, historia de las formas de la creencia.
De ese modo, su obra anudó en un mismo planteamiento el
análisis de los dispositivos, discursivos o formales, retóricos
o narrativos, que deben constreñir al lector (o al espectador),
someterlo, “entramparlo” y, por otra parte, el estudio de las
distancias posibles con respecto a esas mecánicas persuasi­
vas, tanto más poderosas por el hecho de ser disimuladas
pero tanto menos eficaces cuando se las desmonta. La ten­
sión vuelve a llevar necesariamente a PascaU que desnuda
los resortes del dispositivo representativo y las condiciones
mismas de su credibilidad. Así en este fragmento citado en
la “Introducción” del Le Portrciit du roí, que muestra de qué
manera los mecanismos que transforman la fuerza en poten­
cia producen respeto y terror al recordar a su espectador la
violencia originaria fundadora de todo poder: “La costum ­
bre de ver a los reyes acompañados de guardias, tambores,
oficiales y de todas las cosas que inclinan a la máquina ha­
cia el respeto y el terror, hace que su rostro, en las raras oca­
siones en que está solo y sin acompañamiento, infunda en
sus súbditos el respeto y el terror porque en el pensamiento
no se separan sus personas de sus séquitos, que de ordinario
se ven juntos. Y el mundo, que no sabe que este efecto pro­
viene de esa costumbre, cree que se origina en una fuerza
natural. De allí vienen estas palabras: el carácter de la divi­
nidad está impreso en su rostro, etcétera” (Pensées, Editions
Lafuma, 25; Editions Brunschvicg, 308).
La tensión entre el hacer creer y la creencia nos devuelve
también a la Lógica de Port-Royal y al capítulo xiv de la se­
gunda parte, “De las proposiciones en que se da a los signos
el nombre de las cosas”, que identifica las dos condiciones
PODERES Y LIMITES DE LA REPRESENTACION 89

necesarias para que la relación de representación sea inteligi­


ble: por un lado, el conocimiento del signo como signo, en
su diferencia con respecto a la cosa significada; por el otro,
la existencia de convenciones compartidas que regulan la re­
lación del signo con la cosa. El texto señala las razones de
una posible desviación y una posible incomprensión de la re­
presentación. Ya sea que entre el signo y el significado se ha­
ya establecido una relación arbitraria, “extravagante”: así, si
un hombre tuviera la fantasía de decir que una piedra es un
caballo o un asno el rey de Persia; ya que el destinatario, por
falta de “preparación” , no pueda comprender el signo como"
signo. Es por eso que no puede darse a los signos de institu­
ción el nombre de las cosas, como, por ejemplo, en la pará­
bola o la profecía, sino cuando aquellos a quienes uno se di­
rige son capaces de concebir que el signo no es la cosa
significada sino como significación y figura. Aun cuando
prestó atención sobre todo a los mecanismos discursivos o
visuales que apuntan a manipular al lector, a hacerle creer en
aquello en que se quiere que crea, el trabajo de Marin, apo­
yado en la referencia a Port-Royal, ayuda a pensar las condi­
ciones mismas de la eficacia o el fracaso de una intención
semejante. En esto, se cruza directamente con las interroga­
ciones de Michel de Certeau sobre las formas de la creencia,
así entendida: “Entiendo por ‘creencia’ no el objeto del creer
(un dogma, un programa, etcétera), sino la adhesión de los
sujetos a una proposición, el acta de enunciarla teniéndola
por cierta; dicho de otra manera, una ‘modalidad’ de la afir­
mación y no su contenido” .21

21. Michel de Certeau, L ’Inventinn du quotidien, I, Arts de


90 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

Las condiciones del creer remiten, en primer lugar, a los


lugares y las formas en que se inculcan las convenciones, a
las modalidades de la “preparación” para comprender los
principios de la representación de que hablan los lógicos de
Port-Royal. Suponen también que la lectura, el descifra­
miento, la interpretación nunca son totalmente controlados o
constreñidos por los discursos y las imágenes. Es cierto, no
se encuentran en Marin ni teoría de la recepción ni historia
de la lectura. Sin embargo, me parece que el cuidado minu­
cioso que puso en comprender “las estratagemas, artimañas
y maquinaciones”22 desplegadas por los textos y los cuadros
para imponer una significación unívoca, para enunciar y
producir su correcta interpretación, descansa sobre el postu­
lado de que el lector o espectador siempre puede ser rebel­
de. Someterlo al sentido no es cosa fácil, y la sutileza de las
trampas que se le tienden es proporcional a su capacidad,
hábil o torpe, para hacer uso de su libertad. Como en Michel
Foucault, para quien analizar los aparatos disciplinarios no
significa sin embargo llegar a la conclusión de que la socie­
dad está forzosamente disciplinada, en Marin, desmontar las
máquinas textuales que construyen el lector-destinatario co­
mo efecto del mensaje emitido no obliga a suponer que los

faire (1980), reedición, París, Gallimard, 1990, pág. 260. [Trad.


cast. La invención de lo cotidiano, próximo a aparecer en Méxi­
co, Universidad Iberoamericana.]
22. “Pour une théorie baroque de l’action politique. Lecture
des Considératiom sur les coups d ’État de Gabriel Naudé”, en
Gabriel Naudé, Considératiom politiques sur les coups d ’Etat,
París, Les Editions de Paris, 1988, págs. 7-65, cita de pág. 31.
PODERES Y LIMITES DE LA REPRESENTACION 91

lectores reales se acomoden en todas partes al “lector-si mu-


lacro” construido por el discurso. Los artificios pueden ser
los más hábiles y las “jugadas” muy diestras, como, por
ejemplo, las hechas por Pellisson en su Proyecto de la histo­
ria de Luis xiv, que apuntan a hacer que un relato de historia
sea leído por su lector como un discurso de alabanza, ya que
“lo que no se dice en la emisión (epítetos y elogios), se dice
-y necesariam ente- en la recepción. Lo que no es represen­
tado en el relato y por el narrador lo es en la lectura por el
narratario, a título de efecto del relato” .23 Esta ingeniosidad
productora de efectos, siempre pensados como necesarios,
nunca está, sin embargo, segura del lector, al que su falta de
saber o su mala voluntad pueden hacer muy difícil de con­
vencer. Esta posible libertad, nunca señalad^ pero siempre
temida, es la que justifica tanto las maquinaciones discursi­
vas de Pellisson como el desmontaje minucioso de su meca­
nismo. Es la que funda el objeto de un trabajo, complemen­
tario al emprendido por Marin, que apunta a identificar los
límites y las figuras, las regularidades y las singularidades
de las apropiaciones.
En esta tensión entre los efectos de sentido buscados por
los discursos o las pinturas y sus desciframientos, las relacio­
nes entre el texto y la imagen siempre tuvieron para Marin
una extrema importancia. En su libro, Des pouvoirs de 1’ima­
ge, el propósito no es analizar los procedimientos de presen­
tación de la representación -lo que constituía el objeto de los
ensayos reunidos en Opacité de la peinture- sino estudiar

23. Le Portíait du roi, ob. cit., “Le récit du roi ou comment


écrire l’histoire”, págs. 49-107, cita de pág. 95.
92 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

unos textos que, de diversas maneras, reconocen y comprue­


ban los poderes de las imágenes. El rumbo se justifica así:
“En esta irreductibilidad de lo visible a los textos - ‘visible’
que es no obstante su objeto- los textos así glosados e inter-
glosados extraen, por esta extraña referencialidad, una capa­
cidad renovada para acercarse de la imagen y sus poderes,
como si la escritura y sus poderes específicos resultaran ex­
citados y exaltados por ese objeto que, a causa de su hetero­
geneidad semiótica, se sustraería necesariamente a la todopo­
derosa influencia de aquéllos; como si el deseo de escritura
(de la imagen) se ejercitara en realizarse ‘imaginariamente’
deportándose fuera del lenguaje hacia lo que constituye, en
muchos aspectos, su reverso o su otro, la imagen”.24
“Irreductibilidad de lo visible a los textos”, “heteroge­
neidad sem iótica” entre la imagen y la escritura: estas fór­
mulas son un precioso punto de apoyo para quien se niegue
a identificar todas las producciones simbólicas, las im áge­
nes pero también los rituales o la “invención de lo cotidia­
no” , con una textualidad. Contra tal posición, que anula to­
das las distinciones fundadoras del trabajo histórico (entre
texto y contextualización, entre discurso e imagen, entre
práctica y escritura), es preciso plantear la radical diferen­
cia entre la lógica en acción en la producción de los discur­
sos, y las otras lógicas, las que habitan la “puesta en vi­
sión”, el rito o el sentido práctico. El trabajo de Marin
siempre estuvo fundado en una conciencia aguda de esta
heterogeneidad, y por lo tanto de la historicidad y la dis­
continuidad de los funcionamientos simbólicos.

24. Des pouvoirs de l ’image, ob. ciK, “Introduction. L’étre de


l’image et son efficace”, págs. 9-22, cita de pág. 21.
PODERES Y LIMITES DE LA REPRESENTACION 93

De ello se deduce su pertinencia para todos aquellos


que, contra las form ulaciones más abruptas del “linguistic
turn" o el “semiotic challenge”, consideran ilegítima la re­
ducción de las prácticas constitutivas del mundo social y de
todas las formas simbólicas que no recurren al escrito, a los
principios que rigen los discursos. Reconocer que las más
de las veces las realidades pasadas sólo son accesibles a
través de los textos que se proponían organizarías, descri­
birlas, prescribirlas o proscribirlas, no obliga a postular la
identidad entre la lógica letrada, logocéntrica, herm enéuti­
ca que gobierna la producción de los discursos y la lógica
práctica que regula las conductas o la lógica “icónica” que
gobierna la obra pictórica. De la irreductibilidad de las ló­
gicas práctica o icónica al discurso se deduce una necesaria
prudencia en el uso de la categoría de “texto”, indebida­
mente aplicada, con demasiada frecuencia, a unas formas o
unas prácticas cuyos modos de construcción y principios de
organización no son en nada semejantes a las estrategias
discursivas. De allí la tensión que habita los textos conteni­
dos en Des pouvoirs de 1’image, todos los cuales se enfren­
tan a la misma dificultad, recordada aquí en referencia a los
Salones de Diderot: “Cómo hacer con palabras una imagen
o, también, [...] cómo dar a una imagen construida en y por
las palabras, la potencia propia de éstas o, a la inversa, có­
mo transferir a las palabras, a su ordenam iento y sus figu­
ras, el poder que la imagen encierra en su visualidad m is­
ma, la imposición de su presencia” .25 Esta transposición

.25. Ibíd., “Le descripteur fantaisiste, Diderot, Salón de 1765,


Casanove, n° 94, ‘Une marche d ’armée’, description”, págs. 72-
101, cita de pág. 72.
94 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

necesaria pero imposible, pese a todo el arte de la ekphra-


sis, indica las tuerzas y los poderes específicos que, diver­
samente, son los de la imagen y el lenguaje.
Hay una doble pertinencia en el concepto de representa­
ción tal como lo entendió y m anejó Marin. En primer lu­
gar, considerado como un instrumento esencial para com ­
prender los modelos de pensam iento y los mecanismos de
dominación, propios de la sociedad de la época clásica, el
concepto obligó a los historiadores a desterrar de su reper­
torio las nociones anacrónicas, importadas para dar cuenta
de realidades que les son com pletam ente ajenas.^ La in­
troducción de Le Portrait du roi describe con agudeza la
trayectoria seguida: después de haber señalado “el lugar
capital que ocupaba en los gram áticos y lógicos de Port-
Royal la noción de representación y su equivalencia gene­
ral, que ellos planteaban o presuponían, con la noción de
signo en cualquier nivel que se analizara el lenguaje (tér­
mino, proposición, discurso), en cualquier dominio al que
perteneciera ese lenguaje (verbal, escrito, icónico)”,26 M a­
rin identificó la m atriz eucarística de esta teoría, y luego
reconoció las m odalidades y los efectos del dispositivo de
representación en el campo de lo político. La operación de
conocimiento resulta así sólidamente asociada a las nocio­
nes y categorías que los mismos contem poráneos utiliza­
ban para hacer que su propia sociedad fuera menos opaca a
su entendimiento.
Más allá de este primer uso, históricam ente localizado,

26. Le Portrait du roi, ob. cit., “Intrqduction. Les trois formu­


les”, pág. 7.
PODERES Y LIMITES DE LA REPRESENTACION 95

la noción de representación asumió una pertinencia más


amplia, que designaba el conjunto de las formas teatraliza-
das y “estilizadas” (según la expresión de Max Weber) me­
diante las cuales los individuos, los grupos y los poderes
construyen y proponen una imagen de sí mismos. Como es­
cribe Pierre Bourdieu, “la representación que los indivi­
duos y los grupos transmiten inevitablemente a través de
sus prácticas y sus características es una parte integrante de
su realidad social. Una clase se define tanto por su ser per­
cibido como por su ser, tanto por su consumo -q u e no
necesita ser ostentatorio para ser sim bólico- como por su
posición en las relaciones de producción (aun cuando sea
cierto que ésta rige a aquél)”,27 Así entendido, el concepto
de representación conduce a pensar el mundo social o el
ejercicio del poder según un modelo relacional. Las moda­
lidades de presentación de sí mismo, es cierta,' están gober­
nadas por las características sociales del grupo o los recur­
sos propios de un poder. Pese a ello, no son una expresión
inmediata, automática, objetiva del status de uno o la po­
tencia del otro. Su eficacia depende de la percepción y el
juicio de sus destinatarios, de la adhesión o la distancia con
respecto a l^s mecanismos de presentación y persuasión
puestos en acción.
En el siglo x v i i , esta pluralidad de las apreciaciones in­
quieta. De allí la búsqueda de relaciones necesarias, de

27. Pierre Bourdieu, La Distinction. Critique sociale du ju-


gement, París, Minuit, 1979, págs. 563-564. [Trad. cast. La dis­
tinción, Análisis social del criterio selectivo, Madrid, Taurus,
1991.]
96 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

equivalencias estables: en los tratados de civilidad, entre el


rango y el parecer; en el ritual político, entre el principio de
la soberanía m onárquica y las formas de su expresión
simbólica; en la teoría del signo, entre la cosa que represen­
ta y la cosa representada. M arin colocó en el centro de su
obra las convenciones que apuntaban a estabilizar y fijar
los funcionamientos sociales, a asegurar plena eficacia a
los modos simbólicos de la dominación política, tanto más
poderosos por el hecho de que aquellos a quienes deben so­
meter los conocen y reconocen como legítimos. Pero entre
mostración e imaginación, entre la representación propues­
ta y el sentido construido, son posibles las discordancias.
No sólo en las sociedades menos rígidamente codificadas
posteriores a la Revolución, sino hasta en el siglo xvn. E s­
cuchemos a La Bruyére: “Te equivocas, Filemón, si crees
que con esa carroza brillante, ese gran número de pillos que
te siguen y esas seis bestias que te trasladan, más se te esti­
ma: todo ese boato que te es ajeno se deja de lado para pe­
netrar en ti, que no eres más que un fatuo. No es que a ve­
ces no haya que perdonar a aquel que, con un gran cortejo,
un rico vestido y una magnífica comitiva, se cree mejor en
nacimiento y espíritu: eso es lo que lee en el continente y
los ojos de quienes le hablan” (Los caracteres de Teofrasto
traducidos del griego, con los caracteres o las costumbres
de este siglo, 1688, “Del mérito personal”). Por un lado,
entonces, la comprobación de la fuerza de la representación
que manipula al destinatario, le hace reconocer el rango y
el mérito gracias a la “m uestra”, lo transforma en un espejo
en el que el poderoso ve y se convence de su propia potes­
tad. Pero por el otro, el texto habla de las flaquezas del
engaño, el develamiento del artificio, la percepción de la
PODERES Y LIMITES DE LA REPRESENTACION 97

distancia entre los signos exhibidos, el “boato” ostentato-


rio, y la realidad que no pueden enmascarar.
La obra de M arin siempre se situó entre la om nipoten­
cia de la representación y sus posibles desmentidos. Es por
ello un m aná en el que pueden abrevar a manos llenas to­
dos aquellos que se propusieron dibujar un espacio de tra­
bajo donde se ligaran el estudio crítico de las obras, el de
su circulación y el de sus significaciones e interpretacio­
nes. Ese cruce de cuestiones desunidas durante mucho
tiempo tiene una apuesta fundamental: comprender de qué
m anera la producción del sentido operada por un lector (o
un espectador) singular está siempre encerrada en una se­
rie de coacciones: en prim er lugar, los efectos de sentido
buscados por los textos (o las imágenes) a través de los
dispositivos mismos de su enunciación y la organización
de sus enunciados; a continuación, los desciframientos im ­
puestos por las formas que dan a leer o a ver la obra; por
últim o, las convenciones de interpretación propias de un
tiem po o una comunidad. Un program a de este tipo fue el
que ordenó las últim as investigaciones de M arin sobre los
procesos y los efectos de la representación para la consti­
tución del sujeto político en la Europa de los siglos xvi y
x v i i . La reseña de su sem inario de 1990-1991 en la École

des Hautes Études lo indica claram ente: “En el centro de


la problem ática de lo político, se colocó la cuestión del po­
der de Estado, centrándola precisam ente en la puesta en
acción del gobierno y las técnicas que apuntan a crear el
consentim iento necesario para su constitución y reproduc­
ción. ¿Cómo se analizan y construyen en esta época unas
lógicas pasionales que plasm an los comportam ientos indi­
viduales y colectivos, y cómo son utilizadas y desarrolla­
98 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

das en la manipulación de las pasiones para asegurar el so­


m etim iento?”28
Faltó tiempo para las respuestas, aun cuando en 1991-
1992, en un seminario que iba a ser el último, M arin, al
volver al quiasmo del poder político y la representación del
teatro, cruzaba la figura del rey como autor -Jacobo I, autor
del Basilikon D oron- con la del poeta como rey -e l Próspe­
ro-Shakespeare de La tem pestad-.29 Faltó tiempo pero, al
dejarnos las preguntas, Marin también nos dijo cómo había
que enfocarlas:

¿Cómo atravesar ese texto, desde su intimidad, sin desga­


rramiento al salir, en el momento de abandonarlo? Habría que
recorrerlo como el paseante recorre habitualmente la calle Tra-
versiére [Transversal] (xne), marchando a paso vivo por una
parte de su extensión sin vagabundear en ella por curiosidad ni
demorarse por interés. Simplemente para pasar lo más rápido
posible a otros lugares o abrir más fácilmente otros espacios.

28. “Sémantique des systémes de représentation”, en École


des Hautes Etudes en Sciences Sociales, Annuaire. Comptes ren­
das des cours et conférences 1990-1991, págs. 400-401. Iniciado
en 1978-1979, el seminario de Louis Marin llevó el título de “Se­
mántica de los sistemas representativos” hasta 1988-1989. En su
último curso, el de 1991-1992, figuró con el de “Sistemas de re­
presentaciones en la Edad Moderna”.
29. Des pouvoirs de l ’image, ob. cit., “Le portrait-du-roi en
auteur. Jacques Ier d ’Angleterre, le Basilikon Doron, sonnet,
1599-1603” y “Le portrait du poete en roi. William Shakespeare,
La Tempéte, acte i, scénes 1 et 2 (1611)”, págs. 159-168 y págs.
169-185 respectivamente.
PODERES Y LIMITES DE LA REPRESENTACION 99

Ése es también el sentido del atajo [traverse]: ‘Ruta particular


más corta que el camino principal o que lleva a un lugar al que
éste no conduce’, pero sin duda con un efecto de sorpresa o de
asombro: he aquí que el atajo que tomo, singularmente, me lle­
va a otra parte, allí donde el ‘camino principal no conduce’,
otro fin, que yo no sospechaba: descubrimiento. No es allí
adonde quería ir y sin embargo, secretamente, ese lugar se re­
vela como el de un verdadero deseo, el deseo de verdad.30

30. Lectures traversíéres, ob. cit., “Rué Traversiére”, págs. 9-


15, cita de págs. 14-15.
EL PODER, EL SUJETO, LA VERDAD
FOUCAULT LECTOR DE FOUCAULT
“El poder, el sujeto, la verdad. Foucault lector de Foucault” fue
publicado con el título “Généalogie et architecture de l’oeuvre:
Foucault lecteur de Foucault”, en Les Cahiers de la Villa Gillet, N°
3, noviembre de 1995, págs. 188-203.
En las entrevistas, los prefacios, las conferencias y los
cursos hoy reunidos en Dits et écrits [Dichos y escritos],
M ichel Foucault m anifiesta una preocupación constante:
inscribir en una coherencia de conjunto el trabajo ya hecho
y las investigaciones en curso. A través de múltiples retor­
nos retrospectivos, Foucault dem uestra así ser el primer
lector de Foucault. Estas múltiples lecturas que propuso de
su “obra” serán el objeto de este ensayo.

MIRADAS RETROSPECTIVAS

De esas miradas retrospectivas, las primeras apuntan a


señalar proxim idades intelectuales. Ellas se enuncian de
una manera a menudo banal y clásicamente biográfica
cuando Foucault, en una situación de entrevista, es cuestio­
nado acerca de los autores y las lecturas que lo marcaron.
Sin embargo, pueden ser más “foucaultianas” cuando Fou­
cault se esfuerza en aplicar a su propio trabajo un enfoque
genealógico, entendido como “una forma de historia que da
cuenta de la constitución de los saberes, de los discursos,
104 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

de los dominios de objetos, etcétera, sin tener que referirse


a un sujeto, ya sea éste trascendente respecto del campo de
acontecimientos o se deslice en su identidad vacía, a lo lar­
go de toda la historia” .’1 1
Hay aquí una advertencia fundamental contra todas las
lecturas que ponen en obra, espontáneam ente, para com ­
prender su trabajo, las categorías clásicas de la historia de
las ideas “ese viejo suelo gastado hasta la m iseria” ,2 a la
que pensaba condenar definitivam ente al abandono. Una
tensión extrema atraviesa de esta manera el discurso de
Foucault sobre sí mismo, siempre capturado entre las exi­
gencias y las trampas de los enunciados en prim era persona
y el esfuerzo realizado para desprenderse de ellos. Esbozó,
varias veces, para desarticularla, el borram iento posible y
deseable de la “función-autor” . Así, en la conferencia pro­
nunciada ante la Sociedad Francesa de Filosofía, ¿Qué es
un autor?, en 1969: “Al ver las m odificaciones históricas
que se han producido, no parece indispensable, lejos de
ello, que la función-autor perm anezca constante en su for­
ma, en su complejidad e incluso en su existencia. Puede
imaginarse una cultura en que los discursos circulasen y
fuesen recibidos sin que la función-autor apareciese nun-

* Todas las notas de este ensayo remiten a obras de Michel


Foucault, que, por lo tanto, sólo serán mencionadas por su título.
1. “Entretien avec M. Foucault”, Dits et écrits, 1954-1958,
Edición establecida bajo la dirección de Daniel Defert y Fran^ois
Ewald, con la colaboración de Jacques Lagrange, París, Galli-
mard, 1994, t. III, 1976-1979, págs. 140-160 (cita, pág. 147).
2. L ’archéologie du savoir, París, Gallimard, 1969, pág. 179.
[Trad. cast. La arqueología del saber, México, Siglo XXI, 1972.]
EL PO DER, EL SUJETO, LA VERDAD 105

ca”.3 De igual modo, en las primeras palabras de la lección


inaugural en el Collége de Franee, El orden del discurso:
“En el discurso que hoy debo sostener y en aquellos que
deberé sostener aquí, durante años quizás, hubiera querido
poder deslizarme subrepticiamente. Más que tom ar la pala­
bra, hubiese querido ser envuelto por ella, y llevado mucho
más allá de todo comienzo posible. M e hubiese gustado
percatarm e de que en el m omento de hablar una voz sin
nombre me precedía desde hacía mucho: me hubiese basta­
do entonces concatenar, proseguir la frase, alojarme, sin
que se percibiese demasiado, en sus intersticios, como si
ella me hubiese dado una señal m anteniéndose un instante
en suspenso. No habría pues comienzo, y en lugar de ser
aquel del que surge el discurso, estaría más bien en el azar
de su despliegue, como una delgada laguna, el punto de su
posible desaparición”.4
Recusar las antiguas nociones asociadas a la “función-
autor” (originalidad de la obra, singularidad del discurso,
subjetividad del autor) permitía desplegar un enfoque críti­
co y genealógico de los discursos que podía legítimamente
ser aplicado al suyo. El prefacio a la traducción inglesa de
Las palabras y las cosas inscribe, por ejem plo, al libro en
una serie de discursos que lo engloba y lo unifica en una
misma situación de enunciación y en una misma red teóri­

3. “Qu’est-ce qu’un auteur?”, Dits et écrits, t. I, 1954-1969,


págs. 789-821 (cita, pág. 811).
4. L ’ordre du discours. Legón inaugúrale au Collége de
France prononcée le 2 décembre 1970, París, Gallimard, 1970,
págs. 7-8. [Trad. cast. El orden del discurso, Barcelona, Tus-
quets, 1987.]
106 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

ca: “Me sentaría mal - a mí más que a cualquier o tro - pre­


tender que mi discurso es independiente de condiciones y
reglas de las que soy, en gran medida, inconsciente, y que
determinan los otros trabajos hoy realizados” .5
La segunda forma de la relación que Foucault mantiene
con su propia “obra” es clasificatoria o “arquitectónica”: se
trata de inscribir los libros ya escritos y los que están en pre­
paración en una organización sistemática, una arquitectura
cuya función es a la vez dar cuenta de la lógica de una tra­
yectoria de investigación y de la coherencia de un proceder.
El modelo de estas reorganizaciones retrospectivas está da­
do, desde 1969, en La arqueología del saber. Foucault ya ha
publicado Historia de la locura (1961), El nacimiento de la
clínica (1963) y Las palabras y las cosas (1966), Cada uno
de estos libros le parece pues la exploración de uno de los
rasgos constitutivos de toda formación discursiva y la apli­
cación de una de las modalidades del análisis arqueológico.
En el vocabulario de La arqueología del saber, algo
abandonado posteriorm ente, esas diferentes modalidades
conciernen a la constitución de un “referencial” , entendida
como la formación del particular dominio de objetos al que
apunta el discurso; la formación de un “desfasaje enunciati­
vo”, es decir, de un régimen de enunciación específico de la
producción de ese discurso, y la presencia de una “red con­
ceptual” definida por las reglas de formación de los con­
ceptos propios de la formación discursiva considerada. Las
tres obras del decenio del ’60 encuentran muy naturalm en­

5. “Préface á l ’édition anglaise”, Dits et écrits, t. II, Í970-


¡975, págs. 7-13 (cita, pág. 13).
EL PODER, EL SUJETO, LA VERDAD 107

te su lugar en esa arquitectura sistemática: “En Historia de


la locura me enfrentaba con una formación discursiva cu­
yos puntos de elección teóricos eran bastante fáciles de
delimitar, cuyos sistemas conceptuales eran relativamente
poco numerosos y sin complejidad, cuyo régimen enuncia­
tivo finalmente era bastante homogéneo y monótono; era
un problema, en cambio, la emergencia de todo un conjunto
de objetos muy enmarañados y complejos; se trataba de
describir, ante todo, para precisar en su especificidad el
conjunto del discurso psiquiátrico, la formación de esos ob­
jetos. En El nacimiento de la clínica, el punto esencial de la
investigación era la manera como se modificaron, a fines
del siglo x v i i i e inicios del siglo x i x , las formas de enuncia­
ción del discurso médico; el análisis recayó, más que sobre
la formación de los sistemas conceptuales o las elecciones
teóricas, sobre el estatuto, el emplazamiento institucional,
la situación y los modos de inserción del sujeto que discu­
rre. Por último, en Las palabras y las cosas, el estudio re­
caía, en su parte principal, sobre las redes de conceptos y
sus reglas de form ación (idénticos o diferentes), tal como
se los podía delim itar en la gram ática general, la historia
natural y el análisis de las riquezas” .6 Foucault concluye
que falta todavía estudiar la cuarta característica de las for­
maciones discursivas, a saber, “el campo de posibilidades
estratégicas" que dibuja elecciones teóricas similares tras
las diferencias de opiniones o, a la inversa, m arca distan­
cias teóricas irreductibles más allá de una temática común.
La operación intelectual efectuada en La arqueología

6. L'archéologie du savoir, ob. cit., pág. 86.


108 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

del saber será reiterada muchas veces por Foucault a lo lar­


go de todo su trabajo. Ella m arca la importancia que otor­
gaba a las exigencias de ordenamiento que debían tom ar
visibles la lógica de la obra. Al mismo tiempo, siempre es­
taba presente el riesgo de retornar a las categorías clásicas
de la historia de las ideas, rechazadas sin embargo porque
un proyecto tal postula, contrariamente a lo que muestra el
análisis arqueológico de las formaciones discursivas, que la
obra debe necesariamente tener unidad y coherencia. Fou­
cault lector de sí mismo no estaba pues en una situación
mejor que sus comentadores, siempre tironeados entre la
evidencia engañosa de las nociones que perm iten hablar de
las obras y la radicalidad de las rupturas que impone la em ­
presa “foucaultiana” misma.

PARENTESCOS INTELECTUALES

En la gran entrevista que dio a D. Trom badori a fines


de 1978, Foucault inscribe su trabajo en tres linajes.7 El
prim ero es una fam ilia de escritores: Blanchot, Bataille,
Klossowski, a los que pueden agregarse, en otros textos,
otros nombres -co m o Artaud, Bréton, L éris-. El punto co­
mún de estos autores fue “arrancar al sujeto de sí mismo,
hacer de modo tal que no sea él mismo o que se vea lleva­
do a su aniquilamiento o a su disolución” .8 En la experien­

7. “Entretien avec Michel Foucault”, Dits et écrits, t. IV,


1980-1988, págs. 41-95.
8. Ibíd., pág. 43.
EL PODER, EL SUJETO, LA VERDAD 109

cia del límite, a la vez literaria y existencial, Blanchot, Ba-


taille y Klossowski operan una “desubjetivación” funda­
mental.
Un recordatorio como éste rem ite a la presencia recu­
rrente, obsesiva, de esos tres autores, en los textos de Fou­
cault de los años ’60, En 1963, en un artículo de Critique,
Foucault caracteriza la obra de Bataille como una prueba
del límite que es ruptura con la “soberanía del sujeto filoso­
fante”, “fractura del sujeto filosófico”.9 Con Bataille, “el fi­
lósofo sabe que ‘no somos todo’; pero aprende que él m is­
mo no habita la totalidad de su lenguaje como un dios
secreto y omniparlante; descubre que hay, a su lado, un len­
guaje que habla y del cual no es amo” .10 Un año más tarde
el ensayo sobre Klossowski publicado en la Nouvelle Revue
Fran$ai$e,u delimita en las figuras del simulacro propues­
tas por el escritor el desdoblamiento o la dispersión del su­
jeto, hablando en voces que se susurran, se sugieren, se
apagan, se reem plazan las unas a las otras -dispersando al
acto de escribir y al escritor en la distancia del simulacro
donde se pierde, respira y v iv e -.12 Al sujeto único y unifi­
cado de la filosofía idealista se le sustituye así “la m ultipli­
cación teatral y demente del Yo” .13
Un poco más tardío el texto sobre Blanchot, aparecido en

9. “Préface á la transgression”, Dits et écrits, t. I, págs. 233-


250.
10. Ibíd., pág. 242.
11. “La prose d ’Actéon”, Dits et écrits, 1.1, págs. 326-337.
12. Ibíd., pág. 337.
13. “La pensée du dehors”, Dits et écrits, 1.1, págs. 518-539
(cita, pág. 522).
110 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

Critique en 1966,14 hace de la experiencia del lenguaje una


‘experiencia desde afuera’: “Era harto sabido, después de
Mallarmé, que la palabra es la inexistencia manifiesta de lo
que designa; se sabe ahora que el ser del lenguaje es el borra-
miento visible de quien habla”.15 La obra no expresa una in­
dividualidad singular; “existe de cierta manera por sí misma,
como el fluir desnudo y anónimo del lenguaje”.16 La disolu­
ción del sujeto en una experiencia límite, de naturaleza se­
xual en Bataille o lenguajera en Blanchot, se sitúa en total
discordancia con la exigencia del nombre propio que gobier­
na el estatuto de la literatura desde el Renacimiento. Esta
contradicción mayor será el centro de la reflexión en “¿Qué
es un autor?” y conducirá a Foucault a identificar los diferen­
tes dispositivos (apropiación penal de los .discursos en primer
término, definición jurídica del derecho de autor, posterior­
mente) que culminaron en la “función-autor”, entendida co­
mo la asignación de la obra literaria a un nombre propio.
La segunda genealogía en la que Foucault inscribe su
propio trabajo es la de la historia de las ciencias. En la en­
trevista con D. Trombadori, sólo m enciona el nombre de
Koyré, pero en la introducción a la traducción inglesa del
libro de Canguilhem, Lo normal y lo patológico, publicada
en 197817 y revisada en 1984 para el número de la Revue

14. “La pensée du dehors”, art. cit.


15. Ibíd., pág. 537.
16. “Interview avec Michel Foucault”, Dits et écrits, 1.1, págs.
651-662 (cita, pág. 660).
17. “Introduction par Michel Foucault”, Dits et écrits, t. III,
págs. 429-442.
EL PODER, EL SUJETO, LA VERDAD 111

de M étaphysique et de M orale,l& consagrado a la obra de


Canguilhem , el linaje de los ‘historiadores de la ciencia’
comprende cuatro nombres: Koyré, Bachelard, Cavaillés y
al mismo Canguilhem. Su trabajo tiene un primer punto co­
mún: “Obras como las de Koyré, Bachelard, Cavaillés y
Canguilhem pueden tener efectivamente como centro de re­
ferencia dominios precisos, ‘regionales’, cronológicamente
bien determinados de la historia de las ciencias; ellos fun­
cionaron sin embargo como focos de elaboración filosófica
importantes, en la medida en que revelaban, bajo diferentes
facetas, esa cuestión de la Aufklarung, esencial para la filo­
sofía contemporánea”.19 En los historiadores de las ciencias
esa “cuestión de la Aufklarung” está planteada en “una filo­
sofía del saber, de la racionalidad y del concepto” - y éste
es un segundo punto común, más fundamental todavía, que
opone, término a término, sus obras a la filosofía de la ex­
periencia, del sentido y del sujeto, que es la de Sartre y
M erleau-Ponty. Para Foucault este clivaje es antiguo y de
carácter estructurante en la filosofía francesa, desde la opo­
sición entre Comte y Maine de Biran hasta la oposición en­
tre Poincaré y Bergson. Encontró su form ulación más re­
ciente en la doble lectura de las M editaciones cartesianas
de Husserl, la lectura epistemológica de Cavaillés y la lec­
tura fenomenológica de Sartre.
La historia de las ciencias, en su definición filosófica
francesa, entraña una prim era apuesta: poner en evidencia

18. “La vie: l ’expérience et la Science”, Dits et écrits, t. IV,


págs. 763-776.
19. Ibíd., pág. 767.
112 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

la historicidad del pensam iento de lo universal, oponer a la


razón entendida como una invariante antropológica, la dis­
continuidad de las formas de racionalidad. Se trata pues de
interrogar “una racionalidad que pretende a lo universal
mientras que se desarrolla en la contingencia, que afirma su
unidad y no procede, empero, más que por modificaciones
parciales, que valida por sí misma su propia soberanía, aun­
que no puede ser disociada en su historia de las inercias, las
lentitudes o las coerciones que la sujetan” .20 Un segundo
desplazam iento operado por la historia de las ciencias a la
francesa sustituye, a una concepción de la verdad conside­
rada como presente en las cosas mismas, las modalidades
móviles de la separación entre lo verdadero y lo falso. Fou­
cault analiza de este modo el trabajo de la epistemología
histórica: “La historia de la ciencia no es la historia de lo
verdadero, de su lenta epifanía, no podría pretender relatar
el descubrim iento progresivo de una verdad inscrita desde
siempre en las cosas o en el intelecto, salvo si imagina que
el saber de hoy la posee de m anera tan completa y definiti­
va, que puede medir el pasado a partir de dicho saber. Y,
sin embargo, la historia de las ciencias no es una m era y
simple historia de las ideas y de las condiciones de su apa­
rición antes de ser borradas. No se puede, en la historia de
las ciencias, darse por adquirida la verdad, pero tampoco se
puede hacer la econom ía de una relación con lo verdadero
y con la oposición entre lo verdadero y lo falso. Esta refe­
rencia al orden de lo verdadero y lo falso brinda su especi­
ficidad y su importancia a esta historia. ¿Bajo qué forma?

20. ídem.
EL PO DER, EL SUJETO, LA VERDAD 113

Concibiendo que ha de hacerse la historia de los ‘discursos


verídicos’, es decir, la historia de los discursos que se recti­
fican, se corrigen, y que operan sobre sí mismos todo un
trabajo de elaboración que culm ina en la tarea del ‘decir
verdadero’”.21 Finalmente, la historia de las ciencias opone,
al sujeto soberano fundador del sentido, a la centralidad del
cogito, la constitución recíproca del objeto del saber por el
sujeto cognoscente y la del sujeto cognoscente por los sa­
beres que lo objetivan.
Foucault se reconoce en una tercera familia, más desuni­
da: la formada por “los estructuralistas que no lo eran”,22 con
excepción, sin duda, del primero de ellos, Lévi-Strauss, La-
can, Althusser, Entre sus trabajos y el suyo, Foucault recono­
ce un punto común, que no es la utilización de los conceptos
o de los métodos del análisis estructural, frecuente y vigoro­
samente rechazada, sino un común recuestionamiento de la
teoría del sujeto. En las reglas de parentesco o en la produc­
ción de los relatos mitológicos, en el funcionamiento del in­
consciente, en la articulación entre modos de producción y
formaciones sociales, sus obras identificaron el juego auto­
mático de las estructuras, allí donde los pensamientos idea­
listas ubicaban la invención creadora, la transparencia de la
conciencia o el resultado del actuar humano.
Lo que une estos tres linajes en los que Foucault mismo
se inscribe es, entonces, una formulación radicalm ente ori­
ginal de la cuestión del sujeto, de un sujeto despojado de

21. Ibíd., pág. 769.


22. “Entretien avec Michel Foucault”, Dits et écrits, t. IV,
pág. 52.
114 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

los poderes y atributos tradicionales que le permitían dar


sentido al mundo, fundar la experiencia y el conocimiento,
producir la significación. En el lugar de la soberanía abso­
luta de la subjetividad cartesiana o fenomenológica, los es­
critores del límite, los historiadores de las ciencias y los
“estructuralistas” instalaron los “discursos negativos” sobre
el sujeto. Su trabajo remite a una misma obra, la de Nietzs-
che. A Foucault le gusta recordar la im portancia decisiva
que ella tuvo en su trayectoria intelectual, incluso la sitúa
en el origen de cada genealogía.
Nietzsche es el primero de los escritores de la “desubje-
tivación” . De ello se deduce el recorrido a contrapelo que
condujo Foucault de los escritores del límite a esa obra ma­
triz: “Leí a Nietzsche a causa de Bataille, y leí a Bataille a
causa de Blanchot” .23 Aunque menos evidente, la proxim i­
dad entre Nietzsche y Canguilhem no es menos cierta:
“Nietzsche decía de la verdad que era la m entira más pro­
funda. Canguilhem diría quizás -é l, que está muy lejano y
muy próxim o de Nietzsche al mismo tiem po-, que ella es,
en el enorme calendario de la vida, el error más reciente; o,
más exactamente, diría que la separación entre lo verdade­
ro y lo falso, al igual que el valor otorgado a la verdad,
constituyen la manera más singular de vivir que haya podi­
do inventar una vida que, desde el fondo de su origen, lle­
vaba en sí m ism a la eventualidad del error” .24 Por último,

23. “Structuralisme et poststructuralisme”, Dits et Écrits, t.


IV, págs. 431-457 (cita, pág. 437).
24. “La vie: l’expérience et la science”, Dits et écrits, t. IV,
pág. 775.
EL PODER, EL SUJETO, LA VERDAD 115

com o lo señala con vehemencia uno de los pocos textos


que Foucault consagró exclusivam ente a N ietzsche,25 el
concepto de acontecimiento tal como lo maneja la “Wirkli-
che H istorie”, “la historia efectiva” nietzscheana, es la pa­
lanca fundamental que permite desgajar de la soberanía del
sujeto significante, todo trabajo de comprensión, estructu­
ralista o no. Entendido como “una relación de fuerzas que
se invierte, un poder confiscado, un vocabulario retomado
y vuelto contra sus usuarios, una dominación que se debili­
ta, se distiende, se envenena a sí misma, y otra que entra,
enm ascarada” ,26 considerado en su surgim iento radical el
acontecim iento obliga a romper con “el juego consolador
de los reconocim ientos” y a realizar “el sacrificio del suje­
to del conocim iento”.27

ARQUITECTURAS DE LA OBRA:
EL PODER, EL SUJETO, LA VERDAD

En la entrevista de 1978 con D. Trombadori, Foucault


propone una clasificación de los libros ya publicados a par­
tir de la forma de trabajo intelectual que los produjo: “Cada
uno de mis libros es una manera de delimitar un objeto y de
forjar un método de análisis. Una vez terminado mi trabajo,
puedo, por una suerte de mirada retrospectiva, extraer de la

25. “Nietzsche, la généalogie, l ’histoire”, Dits et écrits, t. II,


págs. 136-156.
26. Ibíd., pág. 148.
27. Ibíd., pág. 147 y 154.
116 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

experiencia que acabo de hacer una reflexión metodológica


que despeja el método que el libro hubiera debido seguir. De
tal suerte que escribo, algo alternativamente, libros que lla­
maría de exploración y libros de método”.28 Foucault ubica
entre los “libros de exploración” a Historia de la locura, y
El nacimiento de la clínica, y entre “los libros de método” a
La arqueología del saber. Las palabras y las cosas, “libro
marginal” , “ejercicio formal” , no encuentra lugar en esta ta­
xonomía ni, por otra parte, las obras más recientes, evoca­
das del siguiente modo: “Luego, escribí cosas como Vigilar
y castigar y La voluntad de saber’’'. Inscribir en una cohe­
rencia de conjunto y en una trayectoria razonada esas “co­
sas” será el objeto mismo de las otras clasificaciones.
En una entrevista otorgada un año antes,29 Foucault había
hecho del desplazamiento de la categoría de poder el princi­
pio de organización de su trabajo. Se distinguen así los libros
fundados en una grilla de lectura “jurídica y negativa” del
poder, donde el poder prohíbe, oculta, excluye, y aquellos
que operan con una grilla diferente, “técnica y estratégica”.
En los segundos, los “efectos de poder” no remiten ya a una
instancia única y central, sino que resultan de las relaciones
impersonales tejidas entre los individuos o los grupos. Lejos
de reprimir una subjetividad que les sería anterior y exterior,
estos efectos de poder reparten, definen papeles, modelan a
los individuos. Son, por ende, a su manera, productores de

28. “Entretien avec Michel Foucault”, Dits et écrits, t, IV,


pág. 42.
29. “Les rapports de pouvoir passen^á l’intérieur des corps”,
Dils el écrits, t. III, págs. 228-236.
EL PODER, EL SUJETO, LA VERDAD 117

los sujetos mismos. Historia de la locura y, más bizarramen­


te, El orden del discurso, son citados como inspirados por la
primera concepción -negativa- del poder; Vigilar y castigar
y La voluntad de saber como construidos a partir de la se­
gunda. Aquí disociados, opuestos incluso, Historia de la lo-
cura y Vigilar y castigar serán luego reubicados en una mis­
ma serie, cuando el criterio primero de organización de la
obra sean los modos de constitución del sujeto; lo cual, a su
vez, alejará a Vigilar y castigar de La voluntad de saber, pri­
m er volumen de Historia de la sexualidad.
En el resumen del curso que dio en el Collége de France
durante el año universitario 1980-1981,30 Foucault propone
un nuevo recorte retrospectivo, organizado según los des­
plazamientos temáticos de su trabajo tal como se le presen­
tan en ese entonces. En un primer tiempo, estuvo consagra­
do a la “historia de la subjetividad”, entendida como la
historia de las modalidades de constitución del sujeto. Estas
modalidades son de dos tipos: por un lado, las separaciones
que instituyeron el sujeto normal en oposición al loco (H is­
toria de la locura), al enfermo (El nacimiento de la clíni­
ca), al delincuente {Vigilar y castigar)-, por otro, los saberes
que lo objetivaron en tanto que ser hablante, trabajador y
viviente (Las palabras y las cosas).
Una segunda etapa colocó en el centro de las interroga­
ciones a la “historia de gubernam ental idad” . El término
aparece por prim era vez en el curso del Collége de France
de 1977-1978. D esigna entonces el conjunto de los apara­

30. “Subjectivité et vérité”, Dits et écrits, t. IV, págs. 213-


218.
118 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

tos, de los procedimientos, de los cálculos y de las técnicas


que definen una forma específica de poder, cuya m ira es la
población, el saber de referencia, la econom ía política y el
instrum ento técnico, los dispositivos de seguridad. A ello
se debe el título mismo del curso: “Seguridad, territorio y
poblaciones” .31 En 1981, Foucault reúne como formas de
exploración de la “gubernam entalidad” los libros que con­
ciernen al encierro y a la disciplina (Historia de la locura
y Vigilar y castigar, ya citados, y que, obviam ente, no
usan la noción), los cursos consagrados al arte de gobernar
y a la razón de Estado (a saber, los de 1977-1978, “ Seguri­
dad, territorio y poblaciones”; de 1978-1979, “Nacimiento
de la biopolítica” , y de 1979-1980, “Del gobierno de los
vivos”) y el estudio realizado con Arlette Farge sobre las
Lettres de cachet, que será publicado en 1982.32 El resu­
men del curso de 1979-1980 indica una reorganización del
concepto de “gubernam entalidad” que se separa del mero
ejercicio del poder del Estado. Subsume, desde entonces,
todas “las técnicas y procedim ientos destinados a dirigir la
conducta de los hom bres” , amplía sus objetos (el Estado,
sin duda, pero tam bién la casa o el individuo mismo) y sus
metas (los cuerpos, pero también las almas o las concien­
cias).33

31. “La ‘gouvernementalité’” et “Sécurité, territoire et popu-


lation”, Dits et écrits, t. III, págs. 635-657 y 719-723.
32. Le Désordre des famillex. Lettres de cachet des archives
de la Bastille au XVIUe siécle, París, Gallimard-Julliard, “Archi­
ves”, 1982 (con Arlette Farge).
33. “Du gouvernement des vivants”, Dits et écrits, t. IV, págs.
125-129 (cita, pág. 125).
EL PODER, EL SUJETO, LA VERDAD 119

El curso de 1980-1981 inaugura una nueva investiga­


ción que, bajo el título “Subjetividad y verdad”, se da como
objeto la historia de la preocupación por el sí-mismo y de
la técnicas vinculadas a él. Los desplazamientos propuestos
son de dos órdenes: de la objetivación del sujeto por las se­
paraciones y los saberes a las relaciones del sujeto consigo
mismo; del ejercicio del gobierno sobre las poblaciones a
las formas y los modelos del gobierno de sí mismo por sí
mismo. En un proyecto como éste, como lo indicaba ya una
conferencia dada en Brasil en 1976,34 la sexualidad desem ­
peña un papel central, dado que en ella se articulan la regu­
lación de las poblaciones y las disciplinas individuales de
los cuerpos.
En la entrevista con Dreyfus y Rabinow, aparecida en
1982 con el título “El sujeto y el poder” , Foucault formula
de m anera un poco diferente la trama cronológica de su tra­
bajo.35 La cuestión central que lo ha producido es form ula­
da con claridad, recusando explícitamente otra lectura: “No
es el poder, sino el sujeto lo que constituye el tema general
de mis investigaciones”.36 A ello se debe un trabajo siem­
pre preocupado por los “diferentes modos de subjetivación
del ser humano en nuestra cultura” .37 El concepto de “sub­
jetivación” entra así en el vocabulario “foucaultiano”, tar­

34. “Les mailles du pouvoir”, Dits et écrits , t. IV, págs. 182-


201.
35. “Le sujet et le pouvoir”, Dits et écrits, t. IV, págs. 222-
243.
36. Ibíd., pág. 223.
37. ídem.
120 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

día, pero decisivamente. La trayectoria dibujada retoma la


que fue presentada en el resumen del curso de 1980-1981,
pero con algunas variantes. Se abre con los estudios consa­
grados a la objetivación del sujeto por los saberes: objetiva­
ción del sujeto hablante por la gramática, la filología, la lin­
güística; objetivación del sujeto trabajador por la economía
política; objetivación del sujeto viviente por la historia na­
tural y la biología. Estos son los objetos mismos de Las p a ­
labras y las cosas, dotados aquí de un estatuto inaugural.
Luego Foucault indica que “en la segunda parte de [su] tra­
bajo” la atención recayó sobre la objetivación del sujeto
por “prácticas que lo dividen” , es decir, prácticas que lo se­
paran de los otros o bien que lo dividen en su propio inte­
rior. Así la división entre el loco y el hombre sano de espí­
ritu; entre el enfermo y el individuo sano, o entre el
delincuente y el “buen muchacho” . La preocupación lógica
desordena aquí la sucesión cronológica, dado que las dos
primeras divisiones son objeto de libros (Historia de la lo­
cura, El nacimiento de la clínica), evidentemente anteriores
a la publicación de Las palabras y las cosas. El “trabajo en
curso”, abierto en 1978 por La voluntad de saber, tiene otro
propósito: estudiar cómo, por sí mismo, el ser humano se
transforma en sujeto.
El avance de este “trabajo en curso”, marcado por la re­
dacción de El uso de los placeres y de La magnitud de sí
mismo, conduce a Foucault a una nueva reorganización de
su trabajo. La enuncia en el texto, que debía ser la intro­
ducción general a H istoria de la sexualidad, a saber, las
dos obras citadas y la que debía completarlas, Confesiones
de la carne. Publicada en Le Débat eo noviem bre de 1983
-algunos meses antes de la publicación de El uso de los
EL PODER, EL SUJETO, LA VERDAD 121

p la c e r e s -^ esta presentación general articula la nueva re­


construcción retrospectiva a partir de la relación entre
“problem atizaciones y prácticas” . Siguiendo el índice de
Dits et écrits la noción de “problem atización” es de uso
tardío: todas las apariciones del tem a (salvo una en 1976)
se encuentran en textos de los tres últimos años, entre 1982
y 1984. En una entrevista publicada en m ayo de 1984, el
concepto, que se ha transform ado en central, es definido
del siguiente modo: “Problem atización no quiere decir re­
presentación de un objeto preexistente ni tampoco creación
por el discurso de un objeto que no existe. Es el conjunto
de las prácticas, discursivas o no, que hace que algo entre
en el juego de lo verdadero y de lo falso, constituyéndolo
como objeto para el pensam iento (ya sea bajo la forma de
la reflexión moral, del conocimiento científico, del análisis
político, etcétera)” .39 Una problem atización se caracteriza
pues por dos rasgos: la construcción en una radical discon­
tinuidad de categorías y preguntas - la locura, la sexuali­
d a d - que no deben ser consideradas ni como invariantes
antropológicas ni como modalidades históricas particulares
de nociones universales; la sumisión a los criterios del dis­
curso verídico de los enunciados que forman los dominios
de pensamiento así constituidos.
Las relaciones del pensam iento con la verdad se le pre­
sentan a Foucault, por ende, como siendo verdaderamente

38. “Usages des plaisírs et techniques de soi”, Dits et écrits, t.


IV, págs. 539-561.
39, “Le souci de la vérité”, Dits et écrits, t. IV, págs. 668-678
(cita, pág. 670).
122 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

el hilo conductor de la obra: “Me parece percibir mejor


ahora de qué manera, un poco a ciegas, y a través de frag­
mentos sucesivos y diferentes, me vi envuelto en esta em ­
presa de una historia de la verdad: analizar, no los compor­
tamientos ni las ideas, no las sociedades ni las ideologías,
sino las ‘problem atizaciones’ a través de las cuales el ser se
da como pudiendo y debiendo ser pensado, y las ‘prácticas’
a partir de las que se forman. La dimensión arqueológica
del análisis perm ite analizar las formas mismas de la pro-
blem atización; su dimensión genealógica, su form ación a
partir de las prácticas y de sus m odificaciones”.40 Cada li­
bro o conjunto de libros encuentra de esta manera su singu­
laridad y su razón en el registro particular de las prácticas
que entraña la “problem atización” que es su objeto: prácti­
cas sociales y médicas en Historia de la locura y en El na­
cimiento de la clínica, prácticas discursivas en Las pala­
bras y las cosas, prácticas punitivas en Vigilar y castigar,
prácticas de sí en Historia de la sexualidad. La problem ati­
zación retenida en cada oportunidad como objeto de análi­
sis (problematización de la vida, del lenguaje y del trabajo;
problem atización de las conductas criminales; problem ati­
zación de las actividades y de los placeres sexuales) en­
cuentra su fundamento en un régimen específico de prácti­
cas. Dicho régimen es gobernado por reglas y criterios
propios, que definen según los casos los dispositivos de
normalización, las reglas de producción de los discursos,
las técnicas disciplinarias o la estética de la existencia.

40. “Usages des plaisirs et techniques de soi”, Dits et écrits, t.


IV, pág. 545.
EL PODER, EL SUJETO, LA VERDAD 123

Una última lectura de Foucault por Foucault aparece en


el artículo “Foucault” del D iccionario de los filósofos, pu­
blicado en 1984. En parte, este artículo -firm ado Maurice
Florence (M .F.)- retoma el texto que Foucault mismo había
redactado como introducción al segundo volumen de Histo-
ría de la sexualidad.41 La clasificación retrospectiva del
trabajo ya no opera de acuerdo con el tipo de prácticas que
ha sostenido la formación de las problematizaciones que in­
teresaron a Foucault, sino a partir del tipo de sujeto cons­
truido por las prácticas (discursivas o no) que plantean al
sujeto como objeto de un saber posible y que someten ese
saber al criterio de lo verdadero y lo falso, al principio de
veridicción entendido como “las formas según las cuales se
articulan sobre un dominio de cosas, algunos discursos que
pueden ser considerados verdaderos o falsos”.42
De allí, las tres modalidades del sujeto exploradas por la
obra. Por una parte, el sujeto hablante, el sujeto que traba­
ja, el sujeto viviente, tal como los constituyó el discurso,
dotado de estatuto científico, de las “ciencias hum anas”.
Tal era el objeto de Las palabras y las cosas. Por otra, el
sujeto desviado, designado com o loco, enfermo o delin­
cuente, tal como fue construido por las prácticas de la psi­
quiatría, la medicina clínica o la penalidad. H istoria de la
locura, El nacimiento de la clínica y Vigilar y castigar son
libros que situaron como eje de su búsqueda estas separa­
ciones normativas operadas por las prácticas mismas. Fi­
nalmente, “la constitución del sujeto como objeto para sí

41. “Foucault”, Dits et écrits, t. IV, págs. 631-636.


42. Ibíd., pág. 632.
124 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

m ism o” que entrañan el conocim iento y las técnicas de sí.


A la objetivación del sujeto por los discursos de conoci­
miento o por las prácticas que dividen y separan, este tercer
modo de formación del sujeto opone la historia de la subje­
tividad “si se entiende por dicha palabra la manera en que
el sujeto hace la experiencia de sí mismo en un juego de
verdad en el que se relaciona consigo mismo”.43
En esta última etapa, su trabajo se le presenta a Foucault
como guiado, desde siempre, no por la cuestión del poder o
por la del sujeto, sino por la historia de los “juegos de ver­
dad” . En el texto publicado en 1983, que abrirá El uso de
los placeres, se diferencian tres tipos de “juegos de verdad”,
que corresponden a tres momentos del trabajo (Laspalabras
y las cosas, Vigilar y castigar e Historia de la sexualidad):
“Luego del estudio de los juegos de verdad en su relación
mutua - a partir del ejemplo de cierta cantidad de ciencias
empíricas en los siglos xvn y xvm -; luego del estudio de los
juegos de verdad respecto de las relaciones de poder, toman­
do como ejemplo las prácticas punitivas, otro trabajo pare­
cía imponerse: estudiar los juegos de verdad en la relación
del sí mismo consigo mismo y la constitución del sí mismo
como sujeto, tomando como ámbito de referencia y campo
de investigación lo que podría llamarse la ‘historia del hom­
bre de deseo’” .44 De este modo, el cuestionamiento que re­
caía sobre la constitución del sujeto, en el doble proceso de
su objetivación y de su subjetivación, que era considerado

43. Ibíd., pág. 633.


44. “Usages des plaisirs et techniques de soi”, Dits et écrits, t.
IV, pág. 541.
EL PODER, EL SUJETO, LA VERDAD 125

como el principio fundamental de organización de la obra a


partir de los años ’80, se borra ante otro interrogante que ha­
bría proporcionado la trama continua del trabajo: la cuestión
de la verdad o, mejor dicho, la de los dominios de perti­
nencia, de las m odalidades de empleos, de las reglas de
constitución de esa partición esencial según la cual “respec­
to de ciertas cosas, lo que un sujeto puede decir depende de
la cuestión de lo verdadero y lo falso”.45
La originalidad del “último Foucault” yace esencial­
mente en el carácter central que le otorga retrospectivamen­
te a la cuestión de lo verdadero y de lo falso. Ella habita las
últimas entrevistas. En la publicada por Telos en la prim a­
vera de 1983, organiza toda la arquitectura de la. empresa
intelectual llevada a cabo desde Historia de la locura:
“M ientras que los historiadores de las ciencias, en Francia,
se interesaban esencialmente en el problema de la constitu­
ción de un objeto científico, la pregunta que me hice fue la
siguiente: ¿cómo el sujeto hum ano llega a ofrecerse a sí
mismo como objeto de saber posible, a través de qué for­
mas de racionalidad, a través de qué condiciones históricas
y, finalmente, a qué precio? Mi pregunta es la siguiente: ¿a
qué precio puede el sujeto decir la verdad acerca de sí mis­
m o?” .46 Cada libro o cada conjunto de libros es pensado,
desde entonces, com o habiendo explorado los discursos
verdaderos que el sujeto puede sostener sobre sí mismo, ya
se trate de un sujeto loco {Historia de la locura); un sujeto

45. “Foucault”, Dits et écrits, t. IV, pág. 632.


46. “Structuralisme et poststructuralisme”, Dits et écrits, t.
IV, pág. 442.
126 ESCRIBIR LAS PRACTICAS

enfermo {El nacimiento de la clínica)', un sujeto hablante,


que trabaja y que vive (Las palabras y las cosas)', un sujeto
criminal ( Vigilar y castigar), o un sujeto de placer sexual
(Historia de la sexualidad). La obra entera, con excepción
de La arqueología del saber, encuentra de este modo una
nueva coherencia, en el despliegue de una sola y única pre­
gunta, presente de libro en libro.
Una reconstrucción tal parece coexistir con una clasifi­
cación más clásica de la obra como, por ejem plo, la que
aparece en la entrevista de abril de 1983 con H. Dreyfus y
P. Rabinow. En ese texto Foucault retorna a su trabajo dis­
tribuyéndolo según los tres ejes posibles de una genealogía
de nuestro presente: “Prim ero, una ontología histórica de
nosotros mismos en nuestras relaciones con la verdad, que
nos perm ite constituirnos como sujetos de conocimiento;
luego, una ontología histórica de nosotros mismos en nues­
tras relaciones con un campo de poder en el que nos consti­
tuimos como sujetos que actúan sobre los otros; finalmente,
una ontología histórica de nosotros mismos en nuestras re­
laciones con Ja moral que nos perm ite constituirnos en
agentes éticos” .47 El nacimiento de la clínica y La arqueo­
logía del saber exploraron el primer eje, el de la verdad; Ví-
g ila ry castigar, el segundo, el del poder; Historia de la se­
xualidad el tercero, el de la moral; estando presentes los
tres “aunque de una manera algo confusa”, en Historia de
la locura.48 Confinando, aparentemente, la cuestión de la

47. “Á propos de la généalogie de l ’éthique: un aperyu du tra-


vail en cours“, Dits et écrits, t. IV, págs. 383-411 y 609-631.
48. Ibíd., págs. 393 y 618.
EL PODER, EL SUJETO, LA VKRDAD 127

verdad en un único dominio, la grilla de clasificación así


propuesta puede entenderse, empero, de otra manera. Las
tres ontologías históricas que distingue se definen, en efec­
to, por aquello con lo que la verdad mantiene una relación:
el conocimiento, el poder, la ética. Cada uno de estos domi­
nios de discurso y de prácticas pone en juego, a su manera,
las formas del “decir verdadero”, las reglas de producción y
de validación de los “discursos verídicos” .
De esta manera, en lo que debía ser la etapa última de su
investigación, el entrelazamiento entre la cuestión de la his­
toria de la verdad y la de la subjetivación se había transfor­
mado para Foucault en la trama fundamental de su recorrido
intelectual. La cuestión de los juegos de verdad proporcio­
naba la clave que permitía leer su obra de manera más abar-
cativa, más coherente, a la espera de otras reconstrucciones
que sin duda habrían de ser sugeridas por las búsquedas fu­
turas. Esta clave indicaba, más agudamente que las prece­
dentes, la tensión irreductible y fundamental que había
acompañado todo el trabajo -u n trabajo necesariamente so­
metido a las inestables particiones entre lo verdadero y lo
falso que eran su objeto mismo, y cuya verdad no obstante
debía enunciar.

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