Está en la página 1de 129

HISTORIA SOCIAU

SOCIOLOGíA HISTÓRICA

Santos Juliá

Directores de la colección:
Marisa González de Oleaga
y Jesús Izquierdo Martín

Prólogo de
Pablo Sánchez León

Entrevista con Santos Juliá,


por Marisa González de Oleaga

SIGLO

)l<I
,;

SIGLO España Indice


)J[<I México
Argentina

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial INTRODUCCIÓN A LA COLECCIÓN CLÁSICOS PARA EL SIGLO XXI:
de esta obra por cualquier procedimiento (ya sea gráfico, electrónico, óp- Marisa González de Oleaga y Jesús Izquierdo Martín . IX
tico, químico, mecánico, fotocopia, etc.) y el almacenamiento o transmi-
sión de sus contenidos en soportes magnéticos, sonoros, visuales o de
cualquier otro tipo sin permiso expreso del editor. PRÓLOGO A LA NUEVA EDICIÓN. Historia social/sociología histó-
Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra dirÍjase a rica: retorno a un futuro pasado. Pablo Sánchez León ..... XI
CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org).
PRESENTACIÓN. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1

1. CONTRA HISTORIA HERMENÉUTICA, HISTORIA ECONÓMI-


Primera edición, noviembre de 1989 CA Y SOCIAL ..••.••.....•..•.•.........•...•......... 5
De esta edición, febrero de 2010
2. CONSOLIDACIÓN Y AUTONOMÍA DE LA HISfORIA ECONÓMICA

© SIGLO XXI DE ESPAÑA EDITORES, S. A.


3. EMANCIPACIÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL . 37
Menéndez Pidal, 3 bis. 28036 Madrid
www.sigloxxieditores.com
3.1.Problemas de definición . 38
3.2.Los historiadores sociales . 45
3.3.Lo social de la historia social . 50
© SANTOS JULlÁ DíAZ
3.4.Historia social como historia de la totalidad: la segunda generación
deAnnales . 54
Maquetación: Jorge Bermejo & Eva Girón
3.5. Historia social como historia de procesos de cambio: los historiado-
Diseño de cubierta: Saúl Martínez
res marxistas británicos .
DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY
3.6. Historia social como historia de hechos sociales: un crecimiento
creativo y desordenado .
Impreso y hecho en España
Printed and made in Spain
4. LA SOCIOLOGÍA HISTÓRICA . 89
ISBN: 978-84-323-1409-4 4.1. Eclipse de la historia en la ciencia social . 90
Depósito legal: S. 72-201 O 4.2. Variedades de sociología histórica . 101

5. SOCIOWGÍA E HISTORIA ¿FUSIÓN O DIVISIÓN DE TRABAJO? . . 119


Impreso en: Gráficas Varona, S. A.
Polígono "El Montalvo».
37008 Salamanca
VIII I íNDICE

BIBLIOGRAFÍA. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 129
Introducción a la colección
APÉNDICES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141 Clásicos para el siglo XXI
l. Marx y la clase obrera de la revolución industrial. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
11. Fiel a más de uno. Entrevista con SantosJuliá, por MaI'¡sa González de
Oleaga ·········· . 185

ÍNDICE DE NOMBRES . 225

Quienes califican como «clásica» una pieza literaria o artística recono-


cen en ella ciertas características universales --temáticas, estilísticas, retó-
ricas- que deben servir de guía o modelo para la elaboración de nuevas
creaciones. La capacidad de una obra clásica para seguir interpelándo-
nos se afianza en la suspensión de sus condiciones históricas de produc-
ción y recepción. También el saber occidental se ha construido a par-
tir de un momento clásico, de una Antigüedad grecorromana en la que
el tiempo aparece detenido tras la formulación de las supuestas pregun-
tas universales sobre el hombre y el mundo. Es precisamente esta sabidu-
ría sin tiempo la que otorga un aire familiar a las ciencias sociales y las
humanidades modernas, a pesar de la enorme proliferación de escuelas
y líneas rivales. La historiografia, pese a su diversidad, ha compartido un
bagaje caracterizado por la confianza extrema en un presunto método
natural con el que reconstruir el pasado o con el que descubrir supuestas
regularidades históricas que revelaran el devenir humano.
Clásicos para el siglo XXI es un conjunto de textos reeditados a par-
tir del fondo bibliográfico de Siglo XXI de España Editores y reuni-
dos con la idea de familiarizar al lector con las convenciones moder-
x I MARISA GONZÁLEZ DE OLEAGA Y JESÚS IZQUIERDO MARTíN

nas sobre el pasado y sus maneras de conocerlo. Son piezas clásicas en


la medida que circularon como modelos universales que emular, como
Prólogo a la nueva edición.
ejemplos de la «manera apropiada» de investigar el pretérito y manejar Historia social/sociología histórica:
el presente. La colección no aspira sin embargo a recuperarlos como
retorno a un futuro pasado
referentes intemporales, sino como marcas historizadas de recreación
de lo real. Y es que, a través del diálogo entre viejos autores y nuevos
prologuistas, Clásicos para el siglo XXI invita a buscar el «tiempo perdido»
de unas obras que son iconos de los cambios ontológicos, epistemológi-
cos y metodológicos experimentados durante las últimas décadas en la
creación y comunicación del conocimiento histórico.

Marisa González de Oleaga y Jesús Izquierdo Martín

Veinte años no es nada, que dice el tango. Y como todas las cancio-
nes de amor, no dice toda la verdad, sino una parte y desde una de las
partes. En ocasiones y para quien así lo sabe apreciar o le toca pade-
cerlo, no veinte años sino diez, cinco, un año, vienen a representarlo
todo: hay oportunidades que no vuelven a pasar por delante a recla-
mo del que las desea, como bien saben los amantes, y también los
hombres y mujeres de acción; como no debieran olvidar los historia-
dores, encargados del conocimiento de lo que sólo sucede una vez,
en un momento y un lugar determinados, ni tampoco los sociólogos,
interesados en discriminar todo lo que los hechos sociales tienen de
regularidad respecto de lo que no la tiene. El libro que aquí se prolo-
ga va justamente de esa relación entre lo idiosincrásico e irrepetible y
lo general y recurrente en el conocimiento de la realidad pasada, sin
cuya conciencia reflexiva no puede decirse que tengamos verdadero
conocimiento social.
XII I PABLO SÁNCHEZ LEÓN
PRÓLOGO A LA NUEVA EDICiÓN I XIII
Es un asunto que ha estado en el centro de la reflexión intelec- las ciencias sociales. Para estas páginas, no obstante, la más relevante
tual y académica desde hace mucho más de veinte años, de cincuen- de dichas tendencias fue otra, secuela de un más amplio interés social
ta, de cien ... podría decirse que es tan viejo como lo es la pretensión por influir sobre la dirección de los cambios sociales y políticos que
de conocer científicamente la sociedad desde que ésta empieza en se venían operando en España: el intento por parte de una minoría
la modernidad a ser concebida como un red de relaciones humanas de sociólogos e historiadores de explorar de manera honesta y res-
autónoma que desborda la simple agregación de voluntades de los ponsable las relaciones entre el análisis histórico y las ciencias socia-
individuos que la forman, y a la vez aparece como un sistema abierto les, siguiendo de cerca una tendencia entonces ya marcada en otros
que no llega a estar del todo sujeto al control de quienes viven inmer- países.
sos en él. Combinadas, la necesidad y la irreductibilidad de lo social Por mucho que la retórica de la interdisciplinariedad en las huma-
obligan al menos desde la Ilustración a interpretar una y otra vez sus nidades y las ciencias sociales se haya mantenido e incluso aumentado
signos para actuar y convivir en sociedad, y esto hace que las relacio- con el tiempo, no podemos decir que aquel sea ya nuestro mundo. Y
nes entre los hechos y su comprensión tengan desde entonces una his- una prueba notoria de ello es la extraña vida de este libro una vez
toria: a cada contexto cultural e institucional de los últimos dos siglos publicado. Nada más ver la luz, Historia social/sociología histórica se
le ha correspondido un elenco finito de maneras de abordar el asun- convirtió en una obra referencial, y no puede decirse que haya deja-
to. Esta obra de Santos Juliá contiene una propuesta sobre las rela- do de serlo. Desde su publicación, el de Santos Juliá ha sido cita
ciones que deben regir entre el pasado y el conocimiento social cuyas obligada entre sus colegas a la hora de hablar de historia social o de
coordenadas están estrechamente vinculadas a un contexto concreto, las relaciones entre historia y ciencias sociales. No ha tenido proba-
del cual no podemos ya sin embargo decir que sea el nuestro. blemente en ese sentido competidor. A lo largo de los años noventa
Medido de forma lineal y cronológica, el momento en que se se convirtió además en lectura obligada para estudiantes en el paso
elaboró esta obra no queda desde luego lejano en el tiempo; y sin del grado al posgrado. Ha sido por tanto leído por prácticamente
embargo, ese ayer apenas puede considerarse en continuidad con el todas las cohortes de estudiantes de doctorado españoles de los últi-
hoy. Hay toda una serie de condiciones entonces vigentes que hicie- mos quince años, aunque más seguramente entre los del campo de la
ron posible la propuesta de Santos Juliá, y que se han esfumado irre- historia que entre los licenciados en ciencias sociales. Sólo eso lo
misiblemente. Algunas de ellas eran singulares, como las expectati- convierte ya en un clásico.
vas de superación de retrasos y desequilibrios abiertas por el proceso Los clásicos que llegan a serlo tienen muchas veces algo de rareza
de integración española en Europa y por las grandes mayorías socia- y éste es un buen ejemplo. Pues la gran paradoja es que la propues-
listas secuela de la transición a la democracia; otras eran tendencias ta de Historia social/sociología histórica no ha servido de piedra fun-
más generales, como la encrucijada que vivían los historiadores pro- dacional de líneas de reflexión teórica o metodológica de actualidad
fesionales occidentales en relación con el marxismo tras la expansión entre los científicos sociales españoles ni menos de punto de inflexión
de éste por el mundo académico desde mediados de los años seten- para la renovación del análisis histórico entre sus colegas de oficio
ta, o el notorio descrédito en que en todas partes estaba cayendo el historiadores. Nadie parece haber recogido el testigo donde su autor
paradigma estructural-funcionalista hasta entonces predominante en lo dejó con el objeto de seguir reflexionando sobre los asuntos que
XIV I PABLO SÁNCHEZ LEÓN PRÓLOGO A LA NUEVA EDICiÓN I XV

aborda; ni siquiera puede decirse que el libro abriera en su tiempo y encuentro al estar compuesto de términos morfológicamente casi
una polémica de entidad o haya servido de acicate para renovacio- intercambiables. La barra diagonal que los separa dibuja de hecho un
nes teóricas o historiográficas. Su posición destacada coincide con el nuevo campo mayor, que no es el de la historia y las ciencias sociales
hecho de ser una obra más bien aislada. Ello implica que no fue aco- en toda su extensión sino uno más específico entre sendas corrientes
gido por la mayoría del público académico con la misma sensibilidad o tendencias surgidas en ellas por separado pero susceptibles de con-
con la que se escribió. Y ese hiato entre emisor y receptor ha aumen- tacto y comunicación. Ese posible espacio de encuentro era el futuro
tado con el tiempo hasta volverlo enigmático. que entonces se entreabría, y que se disipó antes de llegar a consoli-
Su título mismo resulta hoy de hecho un tanto opaco en una pri- darse y dar contornos a una comunidad que entonces comenzaba a
mera lectura rápida. No en la primera de sus expresiones: «historia insinuarse.
social» es un término de uso corriente, incluso entre los no exper- El interés del libro de Santos J uliá va así más allá de su propues-
tos. Aunque su contenido como campo disciplinario no haya ganado ta explícita. Entre sus líneas está para empezar conservado, esperan-
en precisión con el tiempo, la divulgación de la etiqueta incluso ha do a ser descifrado, parte del enigma que rodea la mala fortuna de la
aumentado al paso de los años. En cambio, «sociología histórica» es sociología histórica en España, corriente que en cambio se mantie-
un término que no ha llegado siquiera a ser empleado con regulari- ne en otros ambientes académicos occidentales y en algunos países
dad dentro del lenguaje académico español. Esto no quiere decir que emergentes se halla en pleno desarrollo. Como documento de época,
no se lea sociología histórica en España: son abundantes las traduc- Historia social/sociología histórica contiene trazos en estado fósil del
ciones de estudios que entran de lleno en esta categoría. Sin embar- contexto en el que fue escrito, cuando se soñaba con la posibilidad
go, a menudo obras de sociología histórica muy reputadas en otros de una relación de comunicación y mutuo aprovechamiento entre dos
medios académicos no son en España clasificadas como tales, lo cual modalidades de análisis social del pasado histórico.
se explica entendiendo que esta modalidad de análisis histórico no es Además de lo que pueda aportar su lectura en crudo, descon-
apenas practicada hoy día ni por historiadores ni por sociólogos espa- textualizada, la invitación es por tanto a ver este libro como resto
ñoles!. Cuando Santos Juliá escribió su libro ese concepto parecía sin arqueológico de un mundo en buena medida perdido en cuanto a sus
embargo destinado a lograr por derecho propio un espacio discipli- condiciones de realización. Su escritura nos acerca a unos tiempos
nar en el mundo intelectual y académico español, de ahí que ocupase sobre los cuales el autor trató de influir con esta obra, pero cuyas ten-
toda una mitad de su título. Finalmente dicho espacio no se consoli- dencias de fondo necesariamente se le escapaban, y ello se comprue-
dó, y es ese desenlace lo que torna lejano, por cercano que se encuen- ba al observar cómo el impacto de la obra no fue en la dirección que
tre en el tiempo, un texto que procede de cuando tal posibilidad se su autor anticipaba con su diagnóstico y sus recomendaciones. Pero
mostraba para algunos como un futuro previsible. hay más. Pues el hecho de que la tradición inaugurada con este tex-
Pasado el tiempo, lo que choca del título no es sin embargo el to languideciera y no fuera aprovechada por su público de recepción
destino tan diverso de los dos conceptos que lo conforman, sino es algo que merece reflexión. Entre otras cosas porque el vacío deja-
la manera en que aparecen dispuestos en él, en una yuxtaposición do por esa opción intransitada ha tenido efectos profundos y de lar-
que denota exclusión y alternativa pero igualmente relación mutua go plazo que, aunque imperceptibles en su día e incluso para muchos
XVI i PABLO SÁNCHEZ LEÓN
PRÓLOGO A LA NUEVA EDICiÓN XVII

hoy, estaban también de alguna forma genéticamente prefigurados en va corriente en auge en toda Europa. Esta tendencia estuvo no obs-
este libro. tante desde el príncipio condicionada por una serie de hábitos ins-
El título de la obra sugiere que, desde que fue planteada la posibi- tituidos, directamente heredados -como diría Marx- del pasado
lidad de la convergencia, los campos de la historia social y la sociología reciente y de los que no resultaba por tanto fácil tener plena con-
histórica han quedado enlazados entre sí, de manera que país a país el ciencia. La mayoría de los primeros historiadores sociales españoles
singular destino de una ha condicionado el de la otra, y viceversa. Vol- se había educado en un ambiente académico de mediocridad inte-
ver sobre la propuesta de Santos Juliá es en ese sentido obligado para lectual, paternalismo deferente y endogamia corporativa en el que en
comprender de un modo más general adónde hemos ido a parar en esto particular el pasado' no era considerado con claridad asunto suscep-
de la historia y las ciencias sociales en España, cómo es que nos encon- tible de conocimiento científico ni necesitado de pluralidad de acer-
tramos donde nos hallamos hoy. Es lo que permite afirmar que Historia camientos. Todo lo que el régimen franquista había permitido con el
social/sociología histórica es un libro relevante para el siglo XXI. tiempo era cierta libertad en la adopción de corrientes de renovación
teórica y metodológica en expansión en Francia o Gran Bretaña en
la medida en que parecían garantizar narraciones del pasado «dejan-
UNA ZONA ABIERTA AL INTERCAMBIO ENTRE do la política fuera», objetivo compatible con el tipo de sociedad civil
SOCIOLOGÍA E HISTORIA promovido por el desarrollismo.
La nueva hornada de investigadores transgredió conscientemen-
¿Cuáles fueron las condiciones que hicieron posible la escritura de te algunos de esos límites, esforzándose por ofrecer nuevos relatos
este libro? Y, al mismo tiempo, ¿cómo es que, una vez publicado y de los principales jalones de la Gran Narrativa nacional heredada del
pese a su favorable recepción, no consiguió motivar a los académi- siglo XIX apoyados ahora en el protagonismo de las clases subalternas
cos españoles a crear el área de intercambio entre ciencias sociales e en lucha hacia su emancipación, e insertos en debates teóricos e ideo-
historia que proponía, justamente cuando ésta se estaba consolidan- lógicos de ámbito internacional. Otros en cambio no llegarían a ser
do en otros entornos académicos vecinos? Se trata de cuestiones rela- cuestionados y transformados significativamente. Partiendo de una
cionadas entre sí que acercan a un mismo contexto de acontecimien- más amplia experiencia de contestación política, toda una cohorte de
tos y procesos cuya comprensión invita a subrayar la influencia que, jóvenes aspirantes a historíadores exacerbó en esos años una retórica
en paralelo a los importantes cambios políticos de la España posfran- marxista y a la vez cientificista, pero sin llegar a anteponer la renova-
quista, han ejercido una serie de in-transiciones -por tomar prestado ción del materialismo histórico o de la teoría social a su empleo como
el término de Eduardo Subirats- constatables en la cultura española recurso en pugnas marcadamente sectarias por la hegemonía ideoló-
del último cuarto del siglo xx2 • gica fuera de la universidad, que no obstante devenían mucho más
Fue durante la transición a la democracia cuando la fracción aquiescentes cuando afectaban al reconocimiento de su estatus profe-
entonces más exigente entre los historiadores españoles empezó a síonal y de su poder dentro de ella.
desarrollar su trabajo al amparo de la historia social, incorporando Con la estabilización de la democracia después de 1982, la con-
decididamente enfoques teóricos, categorías y polémicas de la nue- solidación laboral de esta cohorte de profesores se efectuó sin mediar
XVIII I PABLO SÁNCHEZ LEÓN
PRÓLOGO A LA NUEVA EDICiÓN I XIX
una refundación democrática de la universidad que transformase sig-
Más que las incoherencias producidas por la mezcla de determi-
nificativamente los mecanismos de acceso, las formas de vinculación
nismo, funcionalismo y estructuralismo recubiertos de retórica mate-
profesional y los criterios de evaluación de la calidad docente e inves-
rialista, lo que desacreditaba estos productos era su falta de altura
tigadora; su experiencia política e intelectual acumulada se fue así
y rigor y su mal disimulado sesgo ideológico. Dejaban en mal lugar
diluyendo antes de llegar a asentar una cultura de responsabilidad
la aspiración a una historia en algún sentido «científica», fuese o no
deontológica y cívica liberada de correosas inercias predemocráticas
marxista. Comenzaba por otro lado a haber defecciones y resistencias
franquistas y sesgos intolerantes heredados de la lucha antifranquis-
ante los intentos de definir de forma ortodoxa fines, métodos, teo-
ta 3• Fue justo en esos mismos años cuando se extendió también con
rías o conceptos. Con todo, a pesar del incremento de una retórica de
rapidez la etiqueta «historia social». Esta vino pronto a delimitar una
objetividad y neutralidad hacia el exterior, la deriva que se iba conso-
suerte de territorio de encuentro, fuertemente inclusivo, más no por
lidando en el interior de la profesión no favorecía el consenso por un
ello neutral en el cual, sobre un sustrato común de memoria genera-
empleo más exigente de teorías y métodos sino por una más cómoda
cional, historiadores de variada adscripción ideológica y orientación
relación con las ciencias sociales, tomando libremente de éstas herra-
intelectual podían mantener dentro de un orden la deriva faccional y
mientas conceptuales y metodológicas para aplicarlas sobre nichos de
clientelar que provocaban sus desencuentros académicos y persona-
información hasta entonces inexplorados.
les, si bien a costa de acoger bajo un mismo estandarte a expertos de
En el horizonte que se abría había un alto riesgo de confundir la
muy diversa actitud ante la gestión democrática de los recursos públi-
especialización con una historia descriptiva y «a pedacitos que, al pri-
cos universitarios y sobre todo de muy desigual rigor en la adopción
varse de pulso analítico y orientación epistemológica, quedaría ade-
de enfoques y métodos procedentes de las ciencias sociales.
más al socaire de modas intelectuales, a menudo introducidas en la
La centralidad y referencialidad que adquirió la historia social en
profesión por afán de distinción o lucha por el estatus. A este diag-
la segunda mitad de los años ochenta convirtió los procedimientos y
nóstico, generalizable a todas sus variantes nacionales de la historia
prácticas de quienes se adscribían a esta corriente en ejemplares den-
social, hay que agregar un rasgo más específico del contexto espa-
tro de la comunidad de historiadores. En realidad, la identificación
ñol: una apresurada promoción al funcionariado de sus practicantes
de muchos investigadores con los principios y enfoques de la histo-
efectuada sin haber instituido una cultura del intercambio académi-
ria social era bastante superficial, incluso en ocasiones entre quienes
co y público de ideas adecuada al marco de producción intelectual
más la reivindicaban, y ello impedía que en su seno se perfilase una
exigible en una democracia, factor que fomentaba la generación de
coalición con capacidad para marcar pautas a la vez ambiciosas y sufi-
consensos por mecanismos ajenos a la discusión de argumentos en
cientemente consensuadas. Abundaba una modalidad de monografía
torno de interpretaciones y agendas de investigación. Conforme se
de tesis doctoral caracterizada por las explicaciones simples y mecá-
acercaba el final de la década se extendía entre los investigadores más
nicas, elaboradas reduciendo los datos de archivo a los contornos de
conscientes y motivados la preocupación por la evolución futura que
una serie de categorías sociales ontológicas, y por los relatos lineales
aguardaba a la historia socia14 •
de acontecimientos que se mantenían de hecho fieles a las secuencias
Por su parte, los sociólogos españoles habían hecho acto de pre-
de la vieja Gran Narrativa heredada del siglo XIX.
sencia como profesionales en la crisis de la dictadura, de manera que
xx I PABLO SÁNCHEZ LEÓN PRÓLOGO A LA NUEVA EDICiÓN I XXI

estaban en pleno proceso de afirmación corporativa. Las conexiones el triunfo arrollador del partido socialista estaba sin embargo trastor-
entre historia y ciencias sociales habían tenido cierta relevancia en las nando con velocidad el perfil moral de la comunidad de intelectuales
etapas incipientes de la institucionalización de la reflexión e investi- surgida al calor del antifranquismo y la transición. Muchos de los
gación social en la universidad española del franquismo, cuando his- recién estrenados expertos funcionarios iban abandonando con la
toriadores como José Antonio Maravall o intelectuales interesados en consolidación de la democracia toda contribución crítica como ciuda-
la reescritura de aspectos clave del pasado nacional como Enrique danos sin tener que preocuparse por mantener coherencia en su rum-
Tierno Galván contribuyeron de manera directa o indirecta a la con- bo profesional ni justificar la deriva ideológica que iban experimen-
figuración de las disciplinas y facultades de ciencias políticas y socio- tando, mientras que otros se instalaban en la denuncia de las políticas
logía. La generación siguiente, la de los primeros grandes nombres de y tendencias del gobierno socialista sin dar pasos significativos hacia
la teoría social y los estudios sociológicos aplicados, mayoritariamente ningún rearme intelectual. Algunos pocos intelectuales aceptaron en
adscritos al paradigma estructural-funcionalista, no heredó en cambio cambio el complicado reto de contribuir desde dentro de la hegemo-
esa sensibilidad hacia las cuestiones que suscita en el análisis social el nía socialdemócrata a una reflexión crítica sobre la orientación a lar-
reconocimiento de la dimensión tiemp05. go plazo del proyecto socialista. Esto último conllevaba efectuar inter-
El efecto de esta trayectoria se manifiesta de forma suficiente al pretaciones y explicaciones sobre la trayectoria histórica de la
comprobar que, a la altura de comienzos de los años ochenta, veinte sociedad, la política y la cultura españolas en el contexto occidental.
años después de la publicación en inglés de Los orígenes sociales de la Fue éste el principal caldo de cultivo de una sensibilidad por la socio-
dictadura y la democracia -convencionalmente considerado el libro logía histórica en España y de su eventual encuentro con la historia
que asentó la práctica de la sociología histórica-la cultura post-fran- social más autocrítica6 •
quista no había producido ninguna obra que cuadrase dentro de esta El personaje clave es Ludolfo Paramio. Desde fines de los años
etiqueta, siendo como era el clásico de Barrington Moore una obra setenta este sociólogo sobrevenido promovía análisis revisionistas del
especialmente sugerente, si es que no imprescindible, para reflexionar legado socialista en diversas publicaciones periódicas; tras su adscrip-
sobre las bases sociales y políticas de una modernización tan traumá- ción al partido socialista a comienzos de los años ochenta, continuó
ticamente oscilante entre dictadura y democracia como la española incorporando en las páginas de su revista Zona Abierta a las princi-
contemporánea, y que incitaba además a adoptar un enfoque compa- pales firmas del marxismo académico anglosajón -que ya entonces
rado sistemático y a largo plazo con otras experiencias de países occi- giraba en torno de la New Left Review de Perry Anderson-, a la
dentales a los que España venía supuestamente emulando como ejem- vez que fomentaba un cierto intercambio con historiadores españoles
plo o repudiando como contra-modelo. sensibles al diálogo crítico con el materialismo histórico de calidad7•
No había en principio por ninguna de las dos áreas de conoci- Fue en Zona Abierta donde se publicó el que se puede considerar
miento condiciones culturales e institucionales demasiado promete- manifiesto pionero en España por la sociología histórica8 ,
doras para que, desde el corazón del mundo académico español, se Por su parte, Santos Juliá, formado como investigador en Esta-
diera una apuesta por la comunicación enriquecedora entre el estudio dos Unidos y a edad algo más madura que sus colegas, era parte de
del pasado y el conocimiento social. A mediados de los años ochenta, la minoría de historiadores sociales más motivados por la adapta-

=-------- 7i",,.,,,,"""'.'ru~
XXII PABLO SÁNCHEZ LEÓN PRÓLOGO A LA NUEVA EDICiÓN i XXIII

ción de tendencías de discusión teórica procedentes de entornos aca- procesos de democratización, y colega de armas de Paramio. Eran
démicos e intelectuales de otros países9 • Su primer contacto con la avales añadidos que anticipaban entonces un futuro promisorio a la
sociología histórica tuvo lugar al encargarse de la traducción de dos sociología histórica, en el que veinte años iban a ser mucho tiempo.
obras referenciales de sociología histórica publicadas por la editorial
Siglo XXpo. La colaboración y posterior incorporación a la redacción
de Zona Abierta le familiarizó aún más con aquella, ofreciéndole el EL FUTURO DE UNA OCASIÓN PERDIDA
ambiente intelectual adecuado para soñar con la posibilidad de un
espacio osmótico y de intercambio entre historia y teoría social por Lo realmente paradójico de esa visión no es que fuera irreal, sino que
explorar. Este deseo surgía de su diagnóstico acerca de la deriva de haya sido a la vez tan plenamente certera en su diagnóstico como
la historia social, que compartía con un núcleo aventajado de colegas, totalmente errada a la vista de la evolución posterior de la historia
y que le había ido llevando a hacerse su propio mapa de las diversas social y la sociología histórica en España. Pues Juliá no se equivocó
corrientes historiográficas europeas desde la crisis del historicismo. en absoluto al atribuir la crisis de la historia social a la falta de ambi-
El crisol de todo ello es este libro, inusual por su formato en el ción y rigor con la que la mayoría de sus colegas trataba la teoría
mundo académico español. Historia social/sociología histórica entra social entonces disponible; en cambio se dejó seducir por la impre-
bastante mejor en la categoría de lo que en el mundo anglosajón se sión de que los vientos soplaban a favor de los sociólogos interesados
conoce como un companion. Son estas obras en las que el autor, en en incorporar el estudio del pasado a sus investigaciones como medio
lugar de limitarse a ofrecer información tseórica o empírica sobre pararenovar la teoría social.
un tema -lo que en España se suele conocer como un «estado de la Justamente cuando veía la luz este libro acababa de comenzar a
cuestión»- se centra menos en un tema que en lo escrito y publicado publicarse en España una revista llamada Historia Social, que ha cum-
sobre él por los expertos, de forma que no aspira a funcionar como plido recientemente veinte años de existencia y en la que toda una
un manual que lo agote sino más bien como un relato hilado de los nueva generación de historiadores ha publicado con regularidad sus
problemas a que se enfrentan los autores al abordarlos y de las distin- investigaciones y reflexiones. Todavía unos años más tarde, a comien-
tas respuestas que les han ido dando. En suma, una guía de lectura zos de los años noventa, se produciría un intento --esta vez menos
que recorre la literatura pero desde una interpretación propia. exitoso-- de crear una asociación profesional de historiadores socia-
A la soltura y la claridad, Historia social/sociología histórica añade les. Como etiqueta formal, en fin, la «historia social» ha demostrado
la relativa brevedad, que en parte se explica por factores de tipo insti- una clara capacidad de supervivencia independiente del devenir de la
tucional: Santos Juliá se embarcó en su redacción como ejercicio para sociología histórica. El problema es que esto ha sucedido sin que con
obtener una cátedra en un área de conocimiento -Historia del Pen- el tiempo haya aumentado significativamente en la profesión el inte-
samiento y de los Movimientos Sociales y Políticos- que había que- rés por los grandes debates epistemológicos, metodológicos y teóricos
dado incorporada a las Ciencias Sociales con la reforma de los planes en el ámbito de las ciencias sociales y humanas, y ello hay que acha-
de estudio decretada por un ministro -José María Maravall- enton- carlo al peso de toda una ortodoxia cuyos ejes continúan siendo hoy
ces también interesado, a su manera, en el estudio de los grandes el positivismo descriptivo como guía de investigación y la ampliación
XXIV I PABLO SÁNCHEZ LEÓN PRÓLOGO A LA NUEVA EDICiÓN I XXV

ilimitada de temas como procedimiento de legitimación de supuestas do aquiescentemente los hábitos profesionales y sociales heredados, y
innovaciones. con ellos toda una serie de estructuras de cooptación y poder marca-
Para cuando este libro vio la luz la mayoría de los colegas de ofi- das por la resiliencia y los consensos extraintelectuales.
cio de Santos Juliá no estaban por profundizar en su propuesta ni En esos veinte años que separan la actualidad de la publicación del
en ninguna otra que implicase alterar hábitos de investigación, pro- libro de Santos Juliá, la historia social ha perdido el puesto de prince-
ducción e intercambio intelectual, para entonces ya asentados y en sa aspirante al trono con el que algunos llegaron a soñar para ella en
plena expansión gracias al despliegue de políticas públicas de inves- los años ochenta. Hoy día, según suele reconocerse de forma conven-
tigación concebidas como un incentivo para la promoción de los aca- cional, la modalidad de perspectiva que practica la mayoría de los his-
démicos. No se sintieron en general interpelados por las posibilidades toriadores recibe la vaga denominación de «historia cultural». El error
que abría ni las inercias que cuestionaba, e incluso en algunos casos en este punto es considerar que la que se practica hoy en los centros
lo recibieron como confirmación de una opinión extendida según la de investigación españoles sea en algún sentido profundo diferente a
cual la vitalidad de la historia social se expresa en su recurrente crisis, la historia social de los años ochenta y noventa más allá de sus temas
incertidumbre y desorientación. La propia propuesta de Santos Juliá de interés. No es sólo que en bastantes casos la practiquen historiado-
tuvo paradójicamente algo que ver en esta recepción pues, al abo- res que antes se llamaban sociales, y que lo hagan en las mismas condi-
gar por mantener una división del trabajo entre sociólogos e historia- ciones institucionales de producción, sino que además la historia cul-
dores, estaba indirectamente animando al historiador social medio a tural opera -respecto de sus fuentes de inspiración teórica- de la
seguir trabajando de la misma manera que venía haciéndolo. misma manera cómoda y rentista que la historia social, sólo que éstas
Lo que recibió reconocimiento entre sus colegas no fue pues tan- han dejado de ser la sociología y la ciencia política para pasar a serlo la
to el contenido de la obra como el prestigio de su autor. Por su par- antropología, la teoría literaria o la psicología social.
te éste no reorientó su ambición profesional, que pasaba por conti- Esa comunidad moral de fondo es la que ha permitido el traspaso
nuar reflexionando sobre temas de historia política y cultural en los de hegemonía de una a la otra sin mediar diálogo suficiente acerca de
que había trabajado desde tiempo atrás y a los que regresó en los la orientación que debiera seguir la investigación pública o acerca de la
años siguientes, dejando en segundo plano la exploración de esa zona función social del conocimiento sobre el pasado para la ciudadanía del
abierta entre historia y ciencias sociales. Se mantuvo, eso sí, como eva- siglo XXI. Es por ello que no es posible augurar un mañana mejor para
luador de determinadas tendencias de la historia social, en trabajos la historia cultural que el ayer vivido por la historia social. El presen-
académicos y a través de la crítica de libros académicos de historia en te de esta última tiene mucho de déja-vu, según pone de manifiesto la
la prensa de gran tirada, pero estas actividades se demostraron insufi- última entrega de su proceso de auto-reflexión con motivo del veinte
cientes para que se crease una coalición de historiadores dispuestos a aniversario de la revista Historia Social. En esta revista se han publi-
explorar ese campo de intercambio que su libro anticipaba ll . La oca- cado en estos años muchas de las aportaciones más destacadas de los
sión perdida lo fue sobre todo para los historiadores entonces aún historiadores sociales españoles, pero esto no consigue impedir que
jóvenes y que actualmente ocupan puestos de responsabilidad en los el extenso dossier que contiene el número dedicado a su efemérides
departamentos universitarios y del CSIC, que siguieron reproducien- -con respuestas de varías autores españoles y extranjeros a la pre-
XXVI I PABLO SÁNCHEZ LEÓN
PRÓLOGO A LA NUEVA EDICiÓN I XXVII

gunta «¿Qué entendemos hoy por historia social?»-- reproduzca una de los fenómenos sociales -como el «grupo social», por no hablar de
vez más un diagnóstico de crisis, incertidumbre y desorientación de la «clase»- o de dimensiones básicas en la construcción de identida-
largo abolengo 12 • des sociales, como la «memoria colectiva», rechazada al ser confundi-
Hay que agradecer a la historia social que se ha practicado en da con la noción de «régimen de memoria»; lo sintomático del caso no
España mucho de lo que sabemos de más acerca del pasado; la cues- es el bajo pulso teórico que evidencia sino el hecho de que la tenden-
tión que pone sobre el tapete la existencia de este libro es no obstante cia esté teniendo lugar sin provocar ninguna significativa reacción, aira-
cómo podría haber sido esa oferta historiográfica de haberse consoli- da ni razonada, por parte de otros historiadores que también se llaman
dado una corriente de intercambio fluido con las ciencias sociales, y sociales 13 • Esto ya" no es historia «a pedazos» sino la dilapidación de la
en particular con la sociología histórica, antes del cambio de milenio. rica herencia intelectual sobre la que se ha venido en los últimos dos-
Como todo contrafactual, éste acerca a un futuro pasado imposible cientos años produciendo análisis histórico en perspectiva «social».
de analizar, pero la mera pregunta cuestiona la fácil tendencia a con- En este escenario, la perdurable mistificación de la etiqueta «his-
fundir el aumento de la información acerca del pasado con la mejo- toria social» resulta contraproducente. Pues desde el parapeto insti-
ra del conocimiento acerca de él. También contribuye a clarificar la tucional que sigue ofreciendo, una parte no desdeñable y autorizada
encrucijada actual de los historiadores españoles de toda especiali- de los historiadores profesionales -que va más allá de los historiado-
dad. Lo que éstos parecen no haber sabido apreciar en profundidad res sociales- se permite reaccionar de forma despectiva cuando no
y a tiempo es que, sin un diálogo constante y riguroso con las inno- agresiva contra propuestas que contienen sugestivas innovaciones no
vaciones procedentes de la teoría social, a la historia como disciplina sólo teóricas y metodológicas sino además epistemológicas, un terre-
se la lleva el remolino de los tiempos, y la mejor demostración de ello no éste en el que los historiadores sociales se mueven en particular
es que en aquellas comunidades académicas nacionales en las que ha desventaja y en el que tienden a confundir molinos con gigantes 14 •
florecido el subgénero de la sociología histórica, los historiadores de Se asiste así cotidianamente al espectáculo de unos académicos ins-
hoy encuentran al menos un paraguas que les permite continuar prac- talados desde hace tiempo en el «vale todo» acusando a quienes no
ticando el positivismo con cierta legitimidad y dignidad. trabajan como ellos o con sus herramientas y enfoques de predicar el
En España, en cambio, la ausencia de un respaldo sólido en las relativismo y de atentar con sus planteamientos contra una historia
ciencias sociales y de un diálogo continuado con las demandas de «científica» que no puede decirse que ellos hayan abonado, acusación
nuevos públicos emergentes ha hecho que el estatus social del his- con la que justifican su exclusión de determinados foros, recursos y
toriador se haya ido deteriorando sin que desde dentro de la comu- posiciones académicas.
nidad académica estén surgiendo respuestas a la altura del reto que El planteamiento implícito de Santos Juliá era correcto: el desti-
supone renovar los relatos históricos. Pero incluso al margen de la no de la historia social depende de los avatares de la sociología his-
presión de los públicos, hay tendencias internas en la profesión que tórica. y viceversa. En este segundo caso el panorama es en España
resultan realmente desconcertantes. Una que se detecta en los últi- aún más desolador, lo cual tiene al menos la ventaja de que la histo-
mos años entre autores que utilizan la etiqueta «historia social» en sus ria que hay que contar es más breve. La coalición que Paramio aus-
pició en torno de Zona Abierta, compuesta por sociólogos sensibles
obras consiste en cuestionar de forma abierta la naturaleza colectiva ,
XXVIII I PABLO SÁNCHEZ LEÓN PRÓLOGO A LA NUEVA EDICiÓN I XXIX

a la dimensión tiempo y de historiadores dispuestos a contribuir a no podía dejar de ser hija de su tiempo. El contexto cultural e institu-
la teoría social se deshizo a comienzos de los años noventa confor- cional de su formulación no era el adecuado para el establecimiento
me algunos de sus miembros y simpatizantes, académicamente mejor de un espacio de mayor sinergia entre la sociología y la historia, y ello
posicionados, cayeron también presa de otras ambiciones políticas y por mucho que se hubieran dado procesos de convergencia forma-
profesionales y no se pusieron de acuerdo sobre cómo promover cam- les entre España y el mundo occidental en el terreno de la educación
bios en las instituciones de investigación en ciencias sociales, abando- superior y la investigación y hubiera disponible toda una boyante lite-
nando el ímpetu original por la renovación del materialismo histórico ratura importada. Otros factores culturales e institucionales resul-
y la reflexión teórica; por su parte los peor situados profesionalmen- taron determinantes para la suerte de la sociología histórica, lo cual
te iniciaron entonces una interminable travesía del desierto que llega equivale a decir que las relaciones de poder en el mundo académico
hasta hoy al toparse con el doble recelo corporativo de historiadores español han impuesto no sólo el reparto de los recursos de investiga-
y sociólogos por igual, cuyas respectivas ortodoxias habían transgre- ción, sino el discurso y la orientación predominantes en la historia y
dido sin vuelta atrás. las ciencias sociales.
Pues tampoco por el lado de los sociólogos puede decirse que en En el caso de estas últimas, podría en cualquier caso pensarse
general abundasen en España profesionales dispuestos a recepcionar que la irrelevancia de la sociología histórica no es óbice para bla-
las propuestas de sus colegas anglosajones, por entonces ya legión, sonar de unas disciplinas que gozan de buen estado de salud. Este
que se autodeclaraban practicantes de alguna forma de sociología his- diagnóstico es cuestionable. Todas ellas vienen sufriendo en rea-
tórica. Destaca, es cierto, la figura aislada de Ramón Ramos, quien lidad el mismo proceso de erosión de legitimidad que la historia
mostró un explícito interés hacia las cuestiones de fondo que susci- social, sólo que éste aún se encuentra algunos peldaños por detrás.
ta este libro, pero desde una perspectiva más de reflexión de conjun- En cualquier caso, también en la teoría social el desnivel respecto
to que de investigación empírica 15 • Así las cosas, desde comienzos de de los países vecinos resulta clamoroso precisamente por la debi-
los años noventa el interés por la sociología histórica decayó en Espa- lidad de la sociología histórica en España. Lo demuestra sobrada-
ña antes de haber calado en una generación de sociólogos doctoran- mente la descompensada manera con la que sociólogos, politólogos
dos que la convirtiera en guía para sus investigaciones, y ello a pesar y algunos historiadores españoles han terminado rindiendo tributo
de la auténtica avalancha de literatura extranjera que justo entonces al recientemente fallecido Charles Tilly: aunque hay que reconocer
daba lo mejor de sí, y de la que el mundo académico español no iba el empeño de un reducido grupo por mantener su estela, la mayoría
a beneficiarse 16 • Coincidía esto con la elevación de un muro corpora- de los participantes en ese homenaje han presentado a Tilly como
tivo cada vez más marcado entre historiadores y sociólogos de forma- un sociólogo eminente de los movimientos sociales y la construc-
ción a ambos lados del cual se reproducían unas mismas tendencias ción de ciudadanía, sin hacerse cargo de lo inseparable que resulta
clientelares, paternalistas y solipsistas que no han disminuido desde esta dimensión de su obra de un ambicioso programa de sociología
entonces. histórica comparativa del cambio social de largo plazo que los aca-
Este desenlace permite apreciar hasta qué punto el problema de démicos españoles no han estado hasta la fecha en condiciones de
fondo de la propuesta de Santos Juliá consistió en que sencillamente recepcionar de forma adecuada 17 •
~
xxx I PABLO SÁNCHEZ LEÓN PRÓLOGO A LA NUEVA EDICiÓN I XXXI
Es en situaciones como ésta donde se pone de manifiesto la enor- convenciones de la teoría social clásica y se han adentrado en el
me brecha entre la investigación socio-histórica dentro y fuera de incierto pero prometedor universo de las relaciones entre lenguaje e
España, pero sobre todo entre el presente y un pasado reciente que historia sean discípulos aventajados de sociólogos históricos de pres-
auguraba un futuro distinto. Contra lo que afirma el tango, veinte tigio -como Joan Scott lo fuera de Charles Tílly- o practicantes
años pueden ser, en efecto, mucho. Y lo peor no es el tiempo ya per- de la sociología histórica que -como Margaret Somers- han evolu-
dido, sino la imposibilidad de regresar al contexto de 1989 y tomar cionado con honestidad y coherencia al tratar de dar respuesta a sus
hoy el camino que transitaron otros antes. No hay en ese terreno un pregurttas como analistas sensibles a la dimensión consustancialmente
simple retraso que se pueda ya recuperar. Y no porque no haya quien histórica del conocimiento sociaP8.
pueda estar aún dispuesto a intentarlo, individual o colectivamen- Pudiera ser de hecho que en el futuro los historiadores necesi-
te, sino esencialmente porque los basamentos de la teoría social en ten convertirse en sociólogos, y viceversa, para seguir dando legiti-
los que se apoyaba aquella propuesta de una sociología histórica sus- midad social a su actividad en la cosa pública y en la esfera pública.
ceptible de un espacio de encuentro con la historia social han sufri- Ello dependerá de lo exigente que se vuelvan, no sólo los académicos,
do desde entonces una lenta pero imparable infiltración por parte de sino los ciudadanos, sustentadores últimos del bien común y las insti-
eso que se conoce de una manera genérica como el universo de los tuciones del conocimiento. Pero incluso más a corto plazo, la singular
«giros» -herméutico, lingüístico ...- y que suelen confundirse de profundidad de la actual crisis de la economía española puede urgir a
manera intencionada con la «posmodernidad» para despreciarlos, a unos y otros a tratar de analizar cooperativamente qué parte de ella es
menudo desde la ignorancia. general y cuál es en cambio completamente singular y específica; pue-
La sociología histórica que podría llegar a practicarse en el futu- de que entonces se caiga en la cuenta de la notoria escasez de expli-
ro, y que seguramente lo hará en otros países, no es ya la que puso caciones socio-históricas sobre la trayectoria española -a largo plazo
sobre la mesa en España Ludolfo Paramio y que tan cumplidamente y en procesos más breves- adecuadas a la comprensión del fenóme-
describió Santos Juliá en Historia social/sociología histórica, sino otra no de la crisis en toda su magnitud. Podrá así tal vez hacerse ver que
distinta, obligada a partir del re-conocimiento de la radical natura- para superar deficiencias académicas tan descaradas como intolera-
leza social -y no meramente cognoscitiva- del lenguaje, toda una bles lo realmente imperativo es el desmantelamiento de las institucio-
dimensión de la comunicación social -forma fundamental que adop- nes informales sobre las que se sustenta toda la economía política que
ta la acción- que afecta en otras cosas directa y radicalmente al uso ha hecho imposible en veinte años la comunicación razonable entre
de las categorías con las que se analizan los hechos sociales. No hay historia y ciencias sociales en un mundo académico supuestamente
motivos intelectuales para rechazar de antemano que podamos asis- democrático y abierto.
tir aún a una refundación de la teoría plenamente sensible a la con- Mas para contribuir a ese posible futuro en el que la historia
dición constitutivamente lingüística de toda experiencia social y ple- repensada recupere sus lazos con una teoría social revitalizada, es
namente consciente de la condición histórica de toda experiencia de importante contar con alguna tradición desde la que reflexionar y
producción de significado. No deja de ser curioso a este respecto que no tener que partir desde cero. Por suerte en España ahí está Histo-
algunos de los teóricos sociales que se han atrevido a abandonar las ria social/sociología histórica, que contiene el mapa de un camino que

¿iiit'c:-e",-,:rr'c.",i#f._- :-,1$[ '~.


XXXII PABLO SÁNCHEZ LEÓN

habiendo sido entrevisto, no llegó a ser transitado. Obras como ésta, Notas
como mínimo, abren la imaginación hacia otras vías de comunicación
entre el pasado y su conocimiento riguroso que continúan larvadas a
la espera de que se den las condiciones, el contexto adecuado, para 1. Sin ir más lejos, en 2009, año de reedición de este libro, ha tenido lugar en Madrid
un emotivo homenaje a un académico perfectamente clasificable como sociólogo his-
ser exploradas. Nos ayudan a entender que no existe una sola for-
tórico: Giovanni Arrighi, autor entre otros varios de un reciente libro -Adam Smith
ma de relacionarse con las ciencias sociales desde la historia y que en Pekin (Madrid, Akal, 2008)- cuyo eje de atención son los grandes procesos de
hay otras alternativas que merecen igualmente reconocimiento. Estas modernización de la economía, la sociedad y la política en el largo plazo en forma de
un estudio compa¡ativo entre Oriente y Occidente en el que además entran y salen a
últimas son también hijas de su tiempo, como aquella que vislumbró colación de forma recurrente los grandes autores de la teoría social clásica. La contri-
Santos Juliá en el último cuarto del siglo xx, y que, para quienes hoy bución de Arrighi a la sociología histórica no ha figurado sin embargo como punto
la valoramos como parte del inicio de una tradición, se trata de un central de interés para los organizadores del evento.
2. Eduardo Subirats (eds.), Intransiciones. Crítica de la cultura española, Madrid, Biblio-
clásico para el siglo XXI. Porque sin ella no habríamos tenido el mis- teca Nueva, 2002.
mo pasado ni esperaríamos lo mismo del futuro. 3. Aunque son aún escasos, comenzamos a contar con análisis y reflexiones sobre la conti-
mudad entre el mundo acadénJico franquísta y posfranquista. Véase José Carlos Bermejo
Barrera, La fábrica de la ignorancia. La universidad del «como SI», Madrid, Akal, 2009.
PABLO SÁNCHEZ LEÓN
4. Lo cual tomó cuerpo en una literatura reflexiva de la que el trabajo más ambicioso y desta-
Profesor del departamento de historia del pensamiento cado es el deJulián Casanova, La historia social y los historiadores. ¿Cenicienta o princesa?,
y de los movimientos sociales y políticos en la Facultad de Barcelona, Critica, 1991. El enfoque de este trabajo, publicado en la estela de Historia social/
sociología histórica, se mantenía no obstante dentro de los confines de la historia social.
Sociología de la Universidad Complutense 5. Hay algunas excepciones. Una es Alfonso Ortí, quien a lo largo de los años ochenta
esbozó originales narrativas de sociología histórica de corte marxista acerca del pasa-
do reciente español, entre las que destacan piezas de síntesis como «Transición pos-
franquista a la monarquía parlamentaria y relaciones de clase: del desencanto progra-
mado a la tecnocracia transnacional», Política y Sociedad, 2, 1989, pp. 7-20.
6. Contexto éste, por cierto entonces bien diferente al que propició la mayoría de edad
de la sociología histórica en el mundo anglosajón, el cual coincidió con las aplastantes
mayorías de la nueva derecha norteamericana y británica, forzando a un rearme intelec-
tual de la izquierda que en cambio no fue en general considerado una necesidad urgen-
te entre los académicos e intelectuales españoles durante la década de los ochenta.
7. Algunos de ellos fueron reunidos en Ludolfo Paramio, Tras el diluvio. La izquierda
ante el fin de siglo, Madrid, Siglo XXI, 1985.
8. Ludolfo Paramio, «Defensa e ilustración de la sociología histórica», Zona Abierta, 38,
1986, pp. 1-18.
9. En la revista En Teoría dirigida también por Paramio publicó ya en 1982 el artículo
«Marx y la clase obrera de la revolución industria!», incluido en esta edición como
pieza representativa de época, en la que se aprecia el nivel que podían alcanzar las
discusiones entre historiadores sociales marxistas críticos antes del despliegue de la
sociología histórica en España.
10. Perry Anderson, Transiciones de la Antigüedad al feudalismo, Madrid, Siglo XXI,
1979, Y El estado absolutista, Madrid, Siglo XXI, 1979.
XXXIV PABLO SÁNCHEZ LEÓN

11. Un ejemplo es <<Recientes debates sobre historia social», en José Luis de la Granja et al. Presentación
(eds.), Tuñón de Lara y la historiografía española, Madrid, Siglo XXI, 1999, pp. 245-257.
12. Véase el número 60 de la revista, en la que hay interesantes contribuciones críticas y
autocríticas a cargo de historiadores españoles y extranjeros.
13. Un ejemplo es Michael Seidman, que viene proponiendo una «historia social» que él
mismo se ve obligado a definir como «antisocial». Véase su A ras de suelo. Historia
social de la República durante la Guerra Civil (Madrid, Alianza, 2003), y «Social His-
tory and Antisocial History», Common Knowledge, 13, 1,2007, pp. 40-49.
14. Un ejemplo reciente entre los historiadores sociales es la diatriba de José A. Piqueras,
uno de los fundadores de Historia Social, en «El dilema de Robinson y las tribulacio-
nes de los historiadores sociales», Hútoria Social, 60, 2008, pp. 59-89. Peor ha sido, con
todo, la reacción de algunos historiadores sociales «clásicos» a la avalancha del «giro lin-
gilistico» en sus países. Así, el norteamericano Eugene Genovese, tras un viraje ideológi-
co de ciento ochenta grados, terminó su carrera promoviendo una coalición corporativa
abiertamente neohistoricista; estuvo en ello apoyado por su esposa, la en tiempos femi-
nista radical y reconvertida en católica ferviente defensora del matrimonio tradicional
Elizabeth Fox-Genovese. Pueden seguirse algunas de sus interpretaciones de la deriva de
la profesión en Elizabeth Fox-Genovese y Elisabeth Lasch-Quinn (eds.), Reconstructing
History. The Emergence ola New Historical Society, Londres y Nueva York, 1999.
15. Véase por ejemplo, <<Problemas textuales y metodológicos de la sociología histórica»,
RElS, 63, 1993, pp. 7-28, y <<En los márgenes de la sociología histórica: una aproximación
a la disputa entre la sociología y la historia», Política y Sociedad, 18, 1995, pp. 29-44.
16. Un ejemplo suficientemente representativo es que el fundamental libro de Charles Hace ya algunos años, Edward H. Carr escribía en un célebre opúscu-
Ragin sobre el empleo de la comparación en los estudios socio-históricos -The Com-
lo que «mientras más sociológica se haga la historia, y más histórica se
parative Method. Moving beyond Qualitative and Quatitative Strategies, Berkeley y
Los Angeles, University of California Press- publicado por primera vez en 1987 no vuelva la sociología, mejor para ambas», y aconsejaba, en consecuen-
fue apenas recibido ni ha sido traducido al castellano. La lista sería interminable, así cia, que la frontera existente entre ellas permaneciera «completamente
como la de obras traducidas que, al no verse clasificadas como trabajos de sociología
abierta para un tráfico de doble dirección». Carr atestiguaba así que
histórica, no suelen ser convenientemente recepcionadas ni aprovechadas.
17. El homenaje en España ha tenido lugar en forma de un congreso bajo el título <90rnadas entre historia y sociología había efectivamente fronteras que dificulta-
Internacionales: Homenaje a Charles Tilly. Conflicto. poder y acción colectiva: contribucio- ban el tráfico: por parte de la sociología, su tendencia a la ultra-teoría
nes al análisis socio-político de las sociedades contemporáneas», organizado por el Grupo
y al ultra-empirismo; por la historia, su riesgo a encerrarse en el estudio
de Estuclios sobre Sociedad y Política (UCM-UNED) los clias 7 y 8 de mayo en Madrid.
18. Puede consultarse el sentido homenaje de Scott a su maestro «Chuck» Tilly en http:// de lo único sin atreverse a formular proposiciones de validez general,
essays.ssrc.org/tilly/scott. Un texto relevante de Somers en el que se muestra su evo- su propensión a agotar lo singular sin vincularlo con lo universal*.
lución desde la sociología histórica «clásica» al enfoque sensible al cambio conceptual
en contextos de cambio semántico es «Narrando y naturalizando la sociedad civil y Pero a la vez que constataba las dificultades, Carr proponía el
la teoría de la ciudadanía: el lugar de la cultura política y de la esfera pública», Zona remedio: mantener abiertas las fronteras para facilitar un tráfico flui-
Abierta, 77 n8, 1996, pp. 255-337. Los historiadores sociales españoles (y extranjeros)
do. Curiosamente, la metáfora de Carr no implicaba la destrucción de
cuentan además desde hace unos años con la guía para los nuevos tiempos que ofrece
Miguel Ángel Cabrera en Lenguaje, historia y teoría de la sociedad, Madrid, Cátedra, ¡¡-onteras ni su denuncia como construcciones artificiales. Las fronteras,
2000 y Postsocial History: An lntroduction, Oxford, Lexington Books, 2004.
E. H. Carr, rllhat is history?, Harmondsworth, 1975, p. 66.
1I111

PRESENTACiÓN I 3
2 ' HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA

puesto que existían, debían mantenerse. La única acción para paliar sus versión americana, una nouvelle histoire en su posterior, y triunfal, versión

efectos consistía en abrirlas de par en par con objeto de que el tráfico francesa. Por otra, la que considere el proceso a partir de la iniciativa

entre ambas no quedase bloqueado. Carr no abogaba por la vuelta a una de los sociólogos que hacia mediados de siglo, y fatigados por la gran

especie de unidad originaria en la que no existieran diferencias entre las teoría, recuperaron aquel gusto por la historia que ya había impregna-

ciencias sociales sino por la creación de un nuevo espacio en el que la do a la ciencia social desde su origen, y emprendieron la construcción

investigación histórica pudiera transitar hacia la sociologia y viceversa. de una nueva ciencia social histórica. Podría decirse, simplificando,

Escéptico probablemente de las posibilidades de una ciencia social glo- que cuando los historiadores van al encuentro de las ciencias sociales,

bal o total y de las pretensiones de cualquiera de las ciencias sociales por lo que surge es hisl:oria social o alguna de sus modalidades; y que si

erigirse en ciencia hegemónica de la sociedad y del hombre -como en son sociólogos los que caminan hacia la historia, aparece entonces la

un momento pretendió ser la historia y en otro la sociología- Carr se sociología histórica. Con más tradición, más escuelas y más productos

limitaba a una propuesta menos ambiciosa pero más realista: un buen la primera, será a ella a la que se dedique aquí una mayor atención;
más joven, prácticamente desconocida entre nosotros, la segunda, le
tráfico de fronteras entre las ciencias ya constituidas.
Desde que Carr formuló aquella recomendación, el tráfico no ha dedicaremos sin embargo unas breves reflexiones por ver si luego pue-

dejado de crecer en ambas direcciones. y lo ha hecho con tal intensi- den formularse algunas consideraciones finales sobre la relación entre

dad que a veces se ha producido alguna impresión de confusión y has- historia social y sociología histórica.

ta de pérdida de sentido. Este libro no pretende otra cosa que intentar Puede sorprender que tratándose de una introducción no se diga

seguir ese tráfico desde su mismo punto de partida y preguntarse por nada de los avatares experimentados entre nosotros por estos dos cam-

el resultado de su reciente mayor intensidad. 0, por decirlo de otro pos del trabajo histórico. La razón me parece sencilla: en España no ha

modo, averiguar qué ha pasado con el encuentro de historiadores Y surgido ninguna corriente historiográfica original en lo que va de siglo.

científicos sociales. Por supuesto, en la imposibilidad de medir todo Todo lo más que aquí podemos hacer o, en todo caso, hemos hecho,

ese trasiego de influencias, aquí no se hace más que proponer lo que es asimilar mejor o peor corrientes que han tenido su origen en otras

parecen líneas principales del encuentro. Se trata, en definitiva, de latitudes: somos rápidos, muy a menudo esquemáticos y no raramente

una introducción a la percepción del tráfico y de su magnitud y prin- ignorantes en la crítica de lo que otros hacen, y tendemos a superar,

cipales resultados, más que de un análisis pormenorizado de todas sus antes de practicarlas, corrientes que en otros países, otras comunida-
des académicas, han dado resultados apreciables. Pero esa crítica ace-
variedades y direcciones.
A la pregunta sobre este encuentro de historia y ciencia social, se rada se compadece mal con nuestra propia capacidad de arriesgar la
puede dar una doble respuesta. Por una parte, la que considere sus marcha por nuevos caminos. Las razones son diversas y podrían dar

resultados a partir de la iniciativa de los historiadores que, ya desde las lugar a una reflexión suplementaria, pero por lo que respecta a la his-
primeras décadas de nuestro siglo, salieron al encuentro de las ciencias toria social y la sociología histórica me parecen muy simples: ningún

sociales. Es ahí donde radican los orígenes de lo que se ha llamado Bloch ha leído entre nosotros a ningún Durkheim; ningún Bendix o

historia social, no para indicar una nueva disciplina o especialización, ningún Moore ha leído a ningún Weber. El equivalente español de la

sino una nueva forma de hacer historia, una new history en su primera gTan sociología histórica clásica no existe, como no existe tampoco un

I
4 I HISTORIA SOCIALJSOCIOlOcíA HISTÓRICA

equivalente cercano a lo que en los años veinte y treinta se llamó his-


toria económica y social. Y puesto que no trataba de hacer, una vez 1 I Contra historia hermenéutica,
más, la introducción a la historia de una carencia, he preferido no historia económica y social
tocar el asunto.
De los resultados del encuentro entre historiadores y científicos
sociales se ofrecen nada más que los principales o los que, por razo-
nes lingüísticas, me lo parecen: no hay incursiones en la pujante nueva
historia social alemana o en la variedad de la historia cultural italiana.
Una introducción, por lo demás, no puede tocarlo todo, aunque de ella
se puede esperar que ayude a colocar incluso lo que no se ha tratado
en el sitio correspondiente. Así, no se han seguido, porque modificaría
el carácter de esta obra, los caminos recorridos por distintas ramas de
la historia social que han adquirido en las últimas décadas una gran
autonomía, como puedan ser la demografia o la antropología histó-
ricas. En resumen, lo que este libro intenta es simplemente introdu-
cir, manteniendo el norte, en ese bosque «creativo y desordenado» a
que ha dado lugar el tráfico de doble dirección que hace años pedía
Edward Carro Para conseguirlo, se inicia el recorrido en el punto en
La propuesta de Carr implicaba, ante todo, la existencia de fronteras
que irrumpe, contra la historia hermenéutica, la historia económica y
entre historía y sociología, o más ampliamente entre historia y ciencia
social y se sigue luego a cada una de ellas, por separado, en su intento
social, lo que no ha sido siempre la relación característica de ambas.
de alcanzar una identidad propia como historia económica e historia
En sus orígenes, la ciencia social combinó un explícito interés por la
social, estudiada ésta en sus variantes más significativas. Se reempren-
construcción de teorías de alcance general con el estudio de la concre-
de luego el viaje en sentido inverso, de la sociología a la historia, para
la historia de la sociedad. Desde los precursores franceses y escoceses
vislumbrar las diversidades de la sociología histórica y acabar propug- de la ciencia social, es decir, desde que apareció en la década de 1750
nando una mera división de trabajo en el empeño común a ambas dis-
la teoría de los cuatro estadios 1, hasta Max Weber y la formulación
ciplinas de conocer, comprender y explicar el pasado. de la teoría de la singularidad del capitalismo moderno, racional y
occidental, la ciencia social ha concebido las sociedades como totali-
dades históricas, como relaciones estructuradas y cambiantes en el
tiempo y en el espacio. Pero ya desde principios del siglo XIX había
lTecido pujante, también en Alemania, una nueva concepción cientí-
fica de la historia que atacó en su núcleo central-el postulado de una
ley de desarrollo natural- el fundamento de las grandes construcciones
CONTRA HISTORIA HERMENÉUTICA. HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I 7
6 \ HISTORIA SOCIAl/SOCIOLOGíA HISTÓRICA

sociohistóricas de la Ilustración y de sus herederos posrevolucionarios. historia. Por otra, al definir el territorio de la historia como el de lo úni-
Como resultado de este proceso, se produjo un avance sustancial en el co e irrepetible, frente a lo general y recurrente que caracterizaría al de
uso crítico de las fuentes y en su utilización para la construcción de una la naturaleza, el historicismo liquidó la visión de una naturaleza huma-
elegante narrativa. A la par que se reivindicaba para la historia un esta- na susceptible de ser científicamente conocid\l por medio de conceptos
tuto científico, al que en adelante nadie querrá renunciar, se le atribuía de validez general. Al definir lo histórico como lo individual dotado de
un nuevo objeto y una más depurada metodología, desgajándola así del volición y sentido, el historicismo rechazó la posibilidad de acceder a su
anterior tronco común ilustrado de la filosofia histórica o de la historia conocimiento por medio de conceptos y generalizaciones y redujo con-
filosófica que los ingleses llamaban conjetural. Es lo que Iggers ha deno- siderablemente la amplia problemática social y cultural de la Ilustración
minado muy razonablemente concepción hermenéutica de la historia para situar en su lugar los acontecimientos políticos, diplomáticos y
en cuanto «ciencia social histórica» para distinguirla de la concepción religiosos que habían configurado a los grandes Estados nacionales como
2 individuos históricos diferenciados. El objeto de la ciencia histórica fue
nomológica y de la materialista dialéctica •
En la reacción alemana contra la visión histórica heredada de la el nacimiento y afirmación de esos Estados, los conflictos abiertos entre
Ilustración se ha visto una consecuencia del efecto producido entre sus ellos y las personalidades poderosas que habían dejado en ellos su
intelectuales por los acontecimientos políticos iniciados con la Revolu- impronta.
ción Francesa, que se prolongan y cierran con la posterior ocupación La definición del terreno propio de la historia como el del
y final derrota de los ejércitos napoleónicos 3
• Fue en Alemania don- conocimiento de hechos individuales por medio de su comprensión
de el desencanto provocado por los resultados de la Revolución y la empática -una historia no sometida a leyes generales y libre por com-
presencia de un ejército extranjero transformó radicalmente la visión pleto de conceptos de validez universal- además de constituir un nue-
histórica ilustrada por una nueva perspectiva en la que está ausente la vo objeto histórico -el Estado nacional- sirvió como fundamento
creencia en la ley natural y la fe en valores políticos de aplicación uni- de una metodología específica, propia de la ciencia histórica. Había,
versal. El historicismo, que Meinecke definirá como la segunda gran ante todo, que establecer los hechos ocurridos en el pasado, lo que exi-
aportación del espíritu alemán después de la Reforma" afirmó frente gía la búsqueda de las fuentes que pudieran demostrar que los hechos
a las leyes naturales, que regirían una historia universal de progreso realmente ocurrieron. La preocupación, cstrictamente científica, por
acumulativo, la identidad individual de cada una de las naciones y el establecer los hechos, dio un fuerte impulso a la crítica textual y a la
nuevo papel del Estado, al que acabó por identificar con el pueblo y hermenéutica entendida como arte de la interpretación de los docu-
mentos. Por otra parte, y al tratarse de hechos humanos, el historicis-
con la nación.
El triunfo de este movimiento en Alemania tuvo decisivas consecuen- mo postulaba la necesidad de entenderlos en su significado individual
cias, también fuera de ella, para la concepción y la práctica de la histo- e irrepetible, lo que exigía además del desarrollo de la hermenéutica
ria. Por una parte, al postular la diferencia radical entre los fenómenos cierta capacidad artística: el historiador no debía sólo documentar el
de la naturaleza y de la historia, el historicismo liberó a la historia del hecho sino entender su significado y' ser capaz de transmitirlo. La obra
dominio de la ley natural y la consagró como única vía para entender histórica se equiparaba de esta forma a cualquier otra obra artística,
todos los fenómenos humanos, reductibles en último término a su peculiar capaz de provocar emociones y sentimientos. En su elogio de Ranke,
8 I HISTORIA SOCIAUSOCIOLOcíA HISTÓRICA CONTRA HISTORIA HERMENÉUTICA. HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I 9
Meinecke resaltará precisamente «la especial musicalidad» de su len- diversos contra sus presupuestos teóricos y sus resultados prácticos. A
guaje y su capacidad para enlazar estrecha y orgánicamente la narra- principios de siglo, esta forma de historia científica se aparecía ya a no
ción y la visión elevada y de conjuntos. pocos historiadores como una vieja historia y por todas partes surgie-
Elegante narración: ,tal era el resultado final de la obra histórica. ron voces proclamando la necesidad de construir una historia nueva.
La concentración en asuntos políticos y en personajes poderosos, en el Entre las primeras, tuvieron especial relevancia las procedentes de los
Estado y las relaciones entre las potencias, y la documentación de los propios historiadores -lo que debe poner en entredicho la afirmación
hechos por medio de la crítica textual, convirtió a la historia científica de que a partir de cierto momento historiadores y científicos sociales se
en historia narrativa con una lógica explicativa limitada a la descrip- volvieron de espaldas e iniciaron un diálogo de sordos. Turner, Robin-
ción de las acciones y los intereses o sentimientos individuales. «Domi- son y Beard, los llamados «historiadores progresistas», proclamaron
nio de lo descriptivo», como la definiría Braude16 , esta historia se valió desde principios de siglo la necesidad de construir una «new history»
del relato de hechos cronológicamente engarzados como medio prefe- que no se limitara a los asuntos políticos y a las relaciones entre Esta-
rido para transmitir la comprensión del sentido alcanzado por el his- dos sino que atendiera a las cuestiones sociales y culturales. El cambio
toriador tras su documentación y su crítica textual. Naturalmente, por de objeto entrañaba una crítica al método y a sus supuestos teóricos:
debajo de esa narración subyace la teoría de que la historia la hacen la historia debía concebirse como una ciencia social y por consiguien-
los individuos, especialmente los situados en posiciones de poder. te tenía que formular hipótesis y buscar regularidades utilizando el
En resumen, determinada por su objeto -lo político- y por su método comparado.
método -crítica de textos escritos-, la historia científica se convir- Si esto fue así dentro de la propia historiografía, la sociología,
tió en el cuidado relato de los hechos acontecidos a personajes políti- mientras tanto, había pretendido establecer sobre nuevas bases su rela-
cos o con poder social y a los grandes Estados y naciones, concebidos ción con la historia. Todos los escritos de Weber «están saturados de
como personas individuales u organismos dotados de espíritu, capaces material histórico» y a él se debe el primer empeño de fundar una
también de volición y sentido. Fue, en definitiva, una historia políti- «ciencia social histórica»8. En este sentido, se ha podido afirmar con
ca, positiva, individualista, narrativa y cuya finalidad, como ha seña- razón que «la obra histórica más modélica de nuestro siglo es la de
lado Iggers, consistió en proporcionar un argumento poderoso contra Max Weber», pues una historia que supere las tres limitaciones que
el cambio revolucionario y a favor del crecimiento gradual dentro de ha terminado por imponerse a sí misma -la contraposición entre lo
las estructuras establecidas: una historia para la educación de los fun- contemporáneo y lo pasado, la convención del continuum y la óptica del
cionarios públicos y de la clase política? acontecimiento- lo que hace es realizar la verdad de la sociología9 •
Tal era la más significativa herencia que a finales del siglo XIX Durkheim, por su parte, debido tal vez a lo que Steven Lukes define
había dejado la concepción científica o «rankeana» de la historia: una como «carácter radical e incluso subversivo de su imperialismo socio-
indagación centrada en el hallazgo de documentos escritos, en la críti- lógico», era un convencido de que la historia y la sociología «estaban
ca textual, en el establecimiento de hechos y en su pura reconstrucción destinadas a estrechar sus lazos cada vez más y que vendría el día en
cronológica. Pero el momento de su triunfo fue también el comienzo que el enfoque histórico y el enfoque sociológico no tendrían ya sino
de su declive, abrumada por el ataque general procedente de frentes diferencias de matices»lO. Si a algunos historiadores comenzaban a

I
10 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA CONTRA HISTORIA HERMENÉUTICA, HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL 11

cansarles los resultados de la concepción alemana de la historia, a no verdaderamente crítico»14 y emprendería, polemizando con Seigno-
pocos sociólogos les parecía superflua y puramente anecdótica mucha bos y Langlois, una crítica global de la historia que él llamaba «his-
de la documentación acumulada para establecer hechos irrelevantes. torizante», y que nosotros «hemos adquirido la costumbre de llamar
Fueron precisamente sociólogos, filósofos y geógrafos quienes positivista.»l5. Seguramente, no todos estarán de acuerdo en definir
emprendieron con resultados definitivos e! lento trabajo de destruc- e! modelo con este concepto ni la empresa de su crítico como un ata-
ción de las fronteras tan vigorosamente construidas por lo que Brau- que al positivismo, pues por una parte los creadores de esta historia
del ha denominado la gran historiografía alemana de! siglo XIX. En pretendían liquidar la concepción científico-positivista de la socio-
modo alguno parece que pueda reducirse «al campo mismo de la logía francesa y sus supuestos teóricos y metodológicos: en lugar de
historia académica» la procedencia de todos aquellos que «lucharían una ciencia positiva que buscara leyes universales al modo de las que
para sacar a la disciplina en que trabajaban de este empantanamien- regían las ciencias de la naturaleza, defendían una ciencia de! espíri-
tO»ll. Paul Vidal de la Blache y sus Annales de Geographie, fundados en tu basada en la acumulación de información sobre fenómenos indi-
1891; Émile Durkheim con DAnnée Sociologique, fundado en 1896-1898 viduales pero también en la capacidad para interpretarla y poder así
y, en fin, Henri Berr y la Revue de Synthese Historique, creada en 1900, comprenderla; y, por otra, los sociólogos durkheimianos estaban lejos
constituyeron no sólo antecedentes inmediatos de! ataque empren- de renegar del positivismo. Bien está llamarla como Simiand quería
dido por un grupo de historiadores franceses a la historia política y -historizante- o mejor tal vez, y a pesar de las evidentes distancias
narrativa, sino e! caldo intelectual en e! que esos historiadores se for- entre los historiadores «científicos» franceses y los alemanes, historia
maron y comenzaron a producir sus primeros trabajosl2. Los Anna- hermenéutica.
les d'Histoire Economique et Sociale, fundados por Marc Bloch y Lucien Pues calificándola de positivista no se entiende cabalmente la reac-
Febvre en 1929, y el mismo concepto de historia económica y social ción provocada en quienes aprendieron historia leyendo precisamen-
como alternativa a la historia política, resultarían incomprensibles si te a historiadores alemanes. Lo que desencadena el gran ataque con-
previamente otros científicos sociales no hubieran echado las bases tra la historia hermenéutica no es, no podría ser, su rigor a la hora
para facilitar un tránsito fluido por las fronteras entre la historia y de acumular información; tampoco la crítica textual, ni desde luego
las ciencias sociales que el historicismo había levantado. Es significa- el objetivo de la comprensión de los fenómenos históricos. Investiga-
tivo que en la lección inaugural pronunciada en e! Colegio de Fran- ción de fuentes, crítica de documentos y comprensión de sentido como
cia elide diciembre de 1950, Braude! haya destacado como obras elementos de una actividad científica serán las tres herencias que la
más fecundas y capitales para la historia las de Vidal de la Blache, historiografía alemana dejará a todas las demás, incluso a sus críticas.
Simiand, Mall,~s y (;urvi(ch l :l . «Ciencia de los hombres en e! tiempo»l6, definirá Bloch a la historia;
Pues, ('11 el\octo, si Durkheim había abogado ya desde L'Année «estudio científicamente elaborado de las diversas actividades y de las
Sociologit¡lU' por UIl l'sll'l'chamiento de lazos entre sociología e historia, diversas creaciones de los hombres de otros tiempos», prefiere definir-
sería 1111 jOV<'11 dlll'kltl'illliano, Franc;ois Simiand, quien propondría la Febvre l7 y, más allá de esa época yen otro espacio cultural, los his-
desd(' la UI'I'III' ti/' ,""l'lIl!/I\(~ f1istorique, pocos años después, la sustitución toriadores marxistas británicos añadirán al título de su más represen-
«de 1111;1 1lr;'llIi .. :1 ('llIpíl'ica, mal razonada, por un método reflejo y tativa creación, Past and Present, e! subtítulo ]ournal rif Scientific History.
CONTRA HISTORIA HERMENÉUTICA. HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I 13
12 i HISTORIA SOCIAl/SOCIOLOcfA HISTÓRICA

es propia de una ciencia social que rompe en este punto con el positi-
Después del historicismo, todos pretenden hacer historia «científica»
vismo y que Weber teorizó con singular fuerza 18 , transforma radical-
y nadie, hasta fechas recientes, se aventura a negar el estatuto cientí-
mente el trabajo del historiador: el objeto de la ciencia histórica no
fico de la historia: la diferencia con la hermenéutica o la historizante
vendrá dado por las fuentes sino que tendrá que ser «construido por
no consiste en abominar del método científico sino en investigar, criti-
el historiador a partir de las solicitaciones del presente»19.
car y comprender el pasado, pero no ya exclusiva ni preferentemente
La amplitud del objeto y el cambio de perspectiva científica afec-
la política, el Estado o las relaciones diplomáticas, sino lo que Bloch y
taron irremediablemente a la subyacente filosofía de la historia y a la
Febvre llamarían todo el hombre. Tal es precisamente la novedad más
finalidad subjetiva del trabajo del historiador. La filosofía descansaba
radical en la que insistirán combativamente los fundadores de Annales.
en lo que Febvre denominó «la amplia y suave almohada del evolu-
y a partir de ese nuevo objeto de la ciencia histórica es como apare-
cionismo». La historia parecía sentirse a gusto en la corriente de este
cerán las insuficiencias del método alemán.
pensamiento social, en ese paradigma «developmental» en el que esta-
Pues al ampliar tan decisivamente el campo de la historia se está
ban inmersos por igual los historiadores teoréticos o conjeturales de la
poniendo ya en tela de juicio la ingenua pretensión de que la historia
Ilustración, con su postulado de una ley de desarrollo universal, y los
no elige sus hechos, que simplemente los documenta y los ordena. Al
historiadores críticos y científicos del historicismo con su reivindicación
no plantearse ningún problema previo, ninguna hipótesis que nece-
del desarrollo individual en una época de formación de los Estados
sitara ser validada o desechada, la historia hermenéutica daba por
nacionales. Y por lo que se refería a su finalidad, esa historia no era
supuesto que los hechos eran simples datos con un sentido propio que
más que «deificación del presente con ayuda del pasado»20: era, en la
únicamente era preciso revelar por medio de la comprensión. Simiand
versión ilustrada, la historia del progreso desde los estadios primitivos
reprochaba a esa historia haber caído en la adoración de los tres ídolos
a la civilización y, en la historicista, de la constitución del Estado y de
de lo político, lo individual y lo cronológico. Era preciso destruir esos
la nación como sujeto individual.
ídolos para plantear verdaderos problemas científicos, esto es, para for-
Retomando los argumentos de Simiand contra Seignobos, los nue-
mular hipótesis y construir los hechos que, integrados en un conjunto
vos historiadores denunciaron en el mismo tono rudo y agresivo cada
superior, permitieran encontrar regularidades.
una de estas características de la vieja historia. La ingenuidad positi-
La nueva historia científica no podía limitarse, por tanto, a estable-
vista que supone la existencia de hechos objetivos a la espera de un
cer hechos cuyo sentido era dado y simplemente comprendido; tenía
historiador que los recopile, ordene y narre, se sustituyó por una prác-
que dirigir preguntas y utilizar modelos en los que cada hecho recibie-
tica cuya primera tarea consistía en dirigir o formular preguntas, en
ra su sentido a partir de la relación que el investigador -dotado de
plantear problemas, en abrir un cuestionario a la realidad con objeto
conceptos y teorías- estableciera con todos los demás y con su propio
no sólo de descubrirla, sino de crearla. Un historiador que no plantee
presente. La concepción de la historia-problema, que los fundadores
problemas o que, planteándolos, no formule hipótesis está atrasado
de Annales erigirán como uno de los principales distintivos de su hacer
respecto al último de nuestros campesinos, escribe Febvre 21 .
histórico, consiste precisamente en preguntarse por el pasado a par-
Este cambio de perspectiva implica, ante todo, que el historiador
tir de hechos y experiencias contemporáneas y en suponer que existe
debe proceder a una elaboración conceptual explícita para resolver los
una conciencia que piensa y valora la realidad. Esta concepción, que

I
CONTRA HISTORIA HERMENÉUTICA, HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I 15
14 ! HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA

problemas previamente planteados y que se refieren no ya a los hechos Los fundadores de Annales impulsaron, en efecto, un primer y dura-

de que queda testimonio escrito en algunos textos, sino a la totalidad de dero pacto con la geografia y su atención al medio fisico, al clima, a

la experiencia humana. Para alcanzar esa experiencia debe, ante todo, la tierra. Fraternizaron además con la psicología social y su preocupa-

ampliar sus fuentes, no limitarse a los documentos escritos, sino llevar ción por los comportamientos colectivos y por el estudio de las men-

su mirada hasta todos los artefactos de que se ha servido el hombre, talidades. No fue menor la importancia que concedieron a la socio-

desde el lenguaje a las técnicas de producción, desde los signos hasta logía, y a su acento en lo colectivo sobre lo individual, a la estructura
sobre la acción; o, en fin, a la lingüística y su repercusión en los sis-
los utensilios, desde el medio fisico a las creencias colectivas.
Pero -y este es el punto de mayor interés para nuestro propósito- temas estructurados de pensamiento. En cada uno de estos terrenos,

esa totalidad de la experiencia humana que la historia debe establecer los historiadores de Estrasburgo tuvieron maestros a los que acudir y

como su objeto propio no se deja captar si el historiador no entra en de los que tomar conceptos: Henri Berr y su permanente llamada a

diálogo con el resto de las ciencias sociales. La iniciativa que toma el la interdisciplinariedad; Paul Vidal de la Blache, maestro reconocido

historiador, al construir su objeto sin limitarse pasivamente a tomar- por la importancia que concedía al medio fisico en la configuración de
lo por dado, le obliga a integrar cada hecho en un análisis de estruc- las sociedades; Lévy-Bruhl, con el acento en las estructuras pautadas

turas económicas, sociales, lingüísticas, culturales, psicológicas, en las del pensamiento, las mentalidades; Durkheim y sus jóvenes discípulos,

que adquiere su significado. La empresa historiográfica que aparece por establecer la primacía de lo social y colectivo sobre la conciencia

en Francia durante los años veinte se alimentará por tanto de concep- y los agentes individuales.

tos, métodos e hipótesis procedentes del resto de las ciencias sociales Sea lo que fuere de las intenciones que animaron a los dos

sin exclusión. Bloch y Febvre comenzaron su tarea con una llamada a historiadores al proponer el pacto de fraternización con el resto de

la destrucción de todos los muros, a la apertura de todas las fronteras las ciencias humanas, lo que nos interesa destacar en el actual contex-

entre la historia y la ciencia sociales, y propusieron lo que F. Dosse ha to es que la opción por lo «social» para definir el tipo de historia que

denominado «un pacto de fraternización» a las otras ciencias huma- pretendían impulsar obedeció precisamente a su primera y evidente
nas22. El pacto -en el que Dosse ve, probablemente por influjo de indeterminación, muy adecuada al propósito de no señalar límites ni
Burguiere para quien «todo proyecto científico es inseparable de un levantar fronteras entre la historia y las ciencias sociales. «Una palabra

proyecto de podem 23 , los primeros peldaños para subir hasta el poder-- tan vaga como social parecía haber sido creada para servir de enseña a

tiene como objetivo asegurar el triunfo en el combate emprendido una revista que pretendía no rodearse de murallas», escribieron Bloch

contra la vieja escuela historizante. Pero, sin incurrir tampoco en la y Febvre en la presentación de la nueva revista a sus lectores 24 .

mitología inversa que tiene a Bloch y Febvre como figuras marginales Ciertamente, la elección de la voz «social» -que, como escribía

al poder académico, quizá no había que ver en esta llamada más que Weber, parece tener un sentido muy general pero que adquiere un

la formulación explícita de lo que era ya práctica habitual en el llama- significado muy especial y específico tan pronto como su empleo se

do «medio esl ras burgués» de principios de siglo y en aquellas reunio- somete a controPs- puede relacionárse legítimamente con la meto-

nes de los s¡tl>ados a las que asistían geógrafos, sociólogos, psicólogos, dología propugnada, con el tipo de trabajo que se defiende y con el
mismo objeto de estudio, es decir, respectivamente, con la convergen-
juristas y !>ml(-s()rcs de historia.
16 I HISTORIA SOCIAl/SOCIOLOGíA HISTÓRICA CONTRA HISTORIA HERMENÉUTICA, HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I 17

cia de todas las. ciencias sociales, la encuesta colectiva y la historia de Sozial-und Wirtschaflsgesr:hicht~ de la que Bloch y Febvre toman no
grupos sociales. También, desde luego, con lo que se rechaza, esa his- sólo el título, sino la inspiración 27 : lo que pretendían con Annales era
toria política por la que Bloch y Febvre sentían verdadera aversión hacer en Francia algo similar a lo que Vierteljahschrifl representaba en
porque la consideraban un expediente ideológico de legitimación del Alemania. Sin olvidar, naturalmente, a Bélgica donde Henri Pirenne
Estado. Pero lo que está claro es que, con ella, los fundadores de Anna- publicará por aquellos años su inmediatamente clásica Historia económi-
les no proponen una específica área de la historia, una nueva discipli- ca y social de la Edad Media, ni a la misma Francia, donde existía desde
na y ni siquiera una metodología propia. No hay nada de esto en la 1913 la Revue de Histoire Economique et Sociale, y donde Émile Levasseur
propuesta de Annales, que no puede definirse ni como una escuela ni había publicado ya una extensa obra sobre historia de la clase obrera
como una especialidad. Se trata sencillamente de hacer otra clase de y Henri Hauser era titular de la primera cátedra de historia económi-
historia o de hacer historia de otra manera. En esa manera hay sin ca desde 1927. Lo económico-social se impone con idéntica natura-
duda propuestas teóricas -la historia como problema, la construc- lidad que la crisis del historicismo en el clima intelectual europeo de
ción del hecho, la utilización de conceptos- Y metodológicas -tra- los años treinta, y Bloch y Febvre no hacen, a este respecto, más que
bajo colectivo, convergencia de todas las ciencias humanas- pero no integrarse en una corriente que les precede y les desborda.
hay ni una teoría de la sociedad o del cambio social ni hay tampoco Si detrás de lo social hay únicamente el deseo de no construir
una metodología peculiar a tal clase de historia: no existe ni un objeto muros que impidan el contacto entre la historia y las ciencias sociales,
específico ni un solo método perfectamente terminado de la historia que positivamente plasma en el impulso ecuménico o federador, detrás
social. Es más, Bloch y Febvre se declaran contrarios a tal posibilidad de lo económico-y-social puede percibirse algo más y distinto a la mera
y por eso precisamente definen sus Annales como de historia social, un aversión a lo político: es el camino obligado para construir una historia
epíteto que sólo se delimita cuando va seguido de algún predicado total. El epíteto de social, colocado ritualmente junto al de económi-
especial de contenido. co, nos recuerda, dirá Febvre, en circunstancias bien distintas a las de
Además, o antes, que social, esa historia en la que piensan los crea- la creación de la revista, que «el objeto de nuestros estudios no es un
dores de Annales es económica. Probablemente, con esta designación, fragmento de lo real». Tal es el alcance de los dos epítetos cuando van
Bloch y Febvre no pretendían más que situar su proyecto en el marco juntos: en su misma amplitud no quieren decir nada, hasta el punto de
de otras iniciativas de la época, caracterizadas todas ellas por el recha- que el mismo Febvre dirá que la historia económica y social no exis-
zo de lo político como objeto privilegiado de la historia y por orientar te; que, hablando con propiedad, no hay historia económica y social.
la investigación histórica hacia el estudio de las bases socioeconómicas. Puede verse tal vez en estas palabras el giro de un renegado, pero qui-
Iniciativas del mismo tipo existían ya en Inglaterra, donde en 1926 se zá se entenderían mejor si se viera en ellas una convicción extendida
había fundado la Economic History Society que, desde el año siguien- de una época en la que la historia social no había constituido objetos
te, publicará la Economic History Review; en Polonia, con la publicación específicos y la historia económica no había salido aún de lo que se
desde 1926 de una revista de idéntico título a la francesa, Dziejow Spo- ha llamado su etapa pre-serial. Esa convicción es que la historia, que
lecznych i Gospodarc::;ych 26 ; en Alemania, donde se publicaba desde 1893 es todavía una, debe abarcar todo. Para decir eso, cuando a esa con-
la primera revista de historia económica y social -- Vierte{jahrschrifl jür vicción se ha llegado en polémica con la historia política e individual

I
18 I HISTORIA SOCIAVSOCIOLOG(A HISTÓRICA CONTRA HISTORIA HERMENÉUTICA. HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL I 19
y lanzando pll('nl('s hal'ia las ciencias sociales, no hay más alternativa Nada menos, porque a ese impulso se deberán obras clásicas de la
que calificar a la ('nlprl'Sa como historia económica y social. producción historiográfica. He mencionado ya la obra de Pirenne, que
Historia ('('onúlnil'a y social designa, pues, en los años treinta una se lee hoy con idéntico placer que cuando fue escrita, pero si hubiera
empresa ('ara('tl'ri ..., ada por todo aquello que ha constituido la crítica que elegir una obra representativa, es La sociedadfeudal, de Marc Bloch,
de la hisloria l'i('nl ílil';) <11' la escuela alemana: conceder el primado de la que se impone con todo derecho. No hay más que abrirla para per-
la invesliKill'iún hisloriográfica a la formulación de problemas; elabo- cibir lo que los fundadores de Annales tenían en mente cuando, frente a
rar conceptos (' hipÚI('sis que permitan construir los hechos; compren-
der el hecho aislado ('n la totalidad que lo constituye y no en el orden
.
la historia historizante, proponían aquella otra forma de hacer historia
a la que denominaron económica y social y que, en sustancia, trataba
cronolóKico en <¡nI' S(' produce; mantener un diálogo continuo con de descubrir y analizar las relaciones estructurales que ligaban la socie-
todas las ci('IH'ias (h'l hombre; elaborar encuestas y formular cuestio- dad, la economía, la política, la tecnología y la psicología.
narios gUL' Jlermitan rl'coger información relativa a todos los aspectos
de la vida humana; privilegiar el estudio de los grupos sociales sobre
los indivi<1uos; all'ndl'r a los elementos constitutivos de la base econó-
mica y social.
Eso es todo lo <¡u(' parece definir la historia económica y social.
Naturalmente, ('SO luismo es lo que señala los límites que no la defi-
nen, es d(~cir, lo <¡u(' ('sta historia no es o no implica. No hay en ella,
como en el materialismo histórico, una teoría de la sociedad y, menos
aún, de la hisloria, Historia económica y social no es marxismo, como
no es tampoco lo que Weber denomina «interpretación económica de
la historia», Probabll'mcnte, y si se cree al Febvre de 1941, hay en esa
fórmula un residuo () una herencia de las discusiones en torno al mate-
rialismo hisIÍlril'o, pero el mismo hecho de añadir social a económi-
co indica bien qu(" ('sta historia no se construye en torno a un mode-
lo fijo, acaba<1o, de dl'terminación. Reacios a cualquier construcción
teórica, lampol'o S(' significaron los fundadores de Annales por definir
un mo<1l'1o (("{¡rico-mclodológico. Ni teoría acabada ni metodología
específica, los prinll'ros Annales se caracterizarán por un positivismo o,
si se prdier(', empirismo -es decir, por la búsqueda de toda posible
inf<lI'Iual'i{)n <¡ue SI' sitúa al servicio de una ambición globalizado-
ra, Yeso, y liada nl,ís, pero tampoco nada menos que eso, fue en su
origen lól historió\ ('('onÍlmica y social.
CONTRA HISTORIA HERMENÉUTICA. HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL 21

16. En su célebre Apologie, titulada aqui impropiamente Introducción a la historia, Madrid,


Notas 1980. p. 26.
17. Combates por la historia, Barcelona, 1970, p. 40.
18. Para percibir hasta dónde había avanzado la sociología en la interpretación económi-
ca de la historia y en la definición de lo social, véase Max "Veber «La objetividad del
conocimiento en las ciencias y la politica sociales», en Max Weber, La acción social: ensa~
JOs metodológicos, Barcelona, 1984, pp. 112-190.
19. A Burguiére, «Annales», en A. Burguiére, dir., Dictionnaire des sciences historiques, París,
1986, p. 51. •
1. R. L. Meek, Los origenes de la ciencia social. La teoria de los cuatro estadios, Madrid, 1981,
20. L. Febvre, op. cit., p. 23. Para el paradigma «developmentah, T. Stoaino"~ch, op cié, p. 32.
pp. 68-128.
21. Combates, p. 44.
2. Que son las tres grandes concepciones de la historia que G. G. Iggers distingue en New
22. F. Dosse, L'histoire en mietles. Des 'ltnnales" a la "nouvelle histoire . •. París, 1987, p. S1 [hay
dáecúons in European historiograp~~, Londres, 1975, p. 33.
trad. cast., La historia en migajas, Valencia, 1988].
3. G. G. Iggers, The German conception of history, Midd1etown, Co., 1983, p. 40.
23. Burguiére, «Histoire d'une histoire: La naissance des Annales», l.c., p. 1.353.
4. F. Meinecke, El historicismo] su génesis, Madrid, 1983, p. 12.
24. Febvre volverá sobre el mismo asunto en 1941 para asegurar que eligíeron lo social por
S. «Apéndice. Leopo1do von Ranke», en op. cit., p. 498.
ser «uno de aquellos adjetivos a los que se ha dado tantas significaciones en el trans-
6. F. Braudel, "Pour ou contre une polito10gie scientifique», Annales ESC, 18 (1963), curso del tiempo que. al final, no quieren decir nada». Pero cuando los recogieron si
p. 119. quería decir algo, precisamente no rodear de murallas su revista: op. cit., p. 39.
7. New directions, p. 19. 25. M. Weber, op. cit., p. 135.

8. W. Mommsen, Max M1eber: Sociedad, política e historia, Buenos Aires, 1981. pp. 213 Y 245. 26. G. G. Iggers, «The transformation of historica1 studies in historica1 perspective», en
9. P. Veyne. Cómo se escribe la historia, Madrid, 1984, pp. 195-\97. G. G. Iggers y H. T Parker (comps.), International handbook of historicalstudies.. Londres,
1979, p. 5.
10. Según cita de S. Lukes, Durkheim. Su viday su obra, Madrid, 1984, p. 400.
27. Sobre el importante influjo que geógrafos e historiadores alemanes tuvieron en la for-
11. Como asegura, sin embargo,]. Fontana en «A,cens i decadencia de l'Esco1a dels "Anna-
mación del pensamiento de Bloch hay una reciente y vigorosa llamada de atención
les"», Recerques, 4 (1974). p. 283.
en el prefacio de Pierre Toubert a la nueva edición de Les caracteres originaux de l'histoire
12. F. Braudel, «Foreword», en T Stoianovich, French historical method: The Annales paradigm, rurale fianyaise. París, 1988.
Ithaca, 1976, p. 11. 0, como asegura]. Le Golf, ,<Vida1 de la Blache, Fran<;ois Simiand
y Émilc Durkheim fueron, conscientemente o no, los abuelos de esta nueva historia»,
en ,ds po1itics still the backbone of history?,>, en F. Gi1bert y S. R. Graubard (comps.),
Historicalstudies toda], Nueva York, 1972, p. 340.
13. «Las responsabilidades de la historia», en La historia] las ciencias sociales, Madrid, 1970,
pp. 38 Y 39.
14. F. Simiand, «Méthode historique et science sociale», Revue de ~ynthese Historique, 1903,
reproducido en 1960 por Annales ESC y cit. por]. Bouvier, «Feu Fran<;ois Simiand?»,
Annales ESe; 28 (1973), p. 1174. Charles Seignobos y Charles-Victor Langlois habían
publicado en 1898 una breve Introduction aux études historiques, que conoció un rápido
éxito entre los estudiantes de historia.

15. ]. Revel, «Histoire et sciences sociales. Les paradigmes des Anna1es», Annales ESC, 34
(1979), p. 1363.
2 I Consolidación y autonomía
de la historia económica

De manera que «historia económica y social», queriendo abarcar todo


--todo el hombre, toda la vida, toda la sociedad- resultó ser más
una forma de mirar al pasado, una sensibilidad, que una teoría o una
metodología de esa mirada, una disciplina o una escuela. El conteni-
do del concepto no se dejaba ceñir en una fórmula: no había algo que
pudiera definirse estrictamente historia económica y social. No es sor-
prendente por tanto que su éxito como concepto, que podría delimitar
un específico campo de investigación historiográfico, fuese temporal,
aunque se haya mantenido su prestigio para designar obras de sínte-
sis. Escasean en el actual mercado de revistas históricas las que llevan
en su título el doble concepto de económica y social, mientras que a
partir de la década de 1960 han proliferado, sin embargo, las tituladas
historia económica o las que se llaman historia social. Curiosamen-
te, no es fácil encontrar hoy los dos adjetivos unidos en publicaciones
científicas mientras quedan, sin embargo, como títulos de manuales o
CONSOLIDACiÓN Y AUTONOMíA DE LA HISTORIA ECONÓMICA I 25
24 ! HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA

de economistas que buscaban en la historia una ilustración tal vez, o


de libros de alta divulgación histórica. Se diría que el concepto eco-
quizá hasta una prueba, una demostración, de sus propias teorías. Este
nómica y social no delimita ningún campo específico de investigación,
origen diferenciado de la historia económica como presencia de eco-
sino que se mantiene, como en su origen, como un ámbito de síntesis
nomistas equipados de teoría para abordar cuestiones históricas llenó
histórica 1. La investigación, por su parte, a la vez que se multiplicaba,
desde muy pronto a esta práctica historiográfica de contenido teórico.
se ha especializado hasta el punto de producir hornadas enteras de
Los economistas de la escuela histórica alemana se caracterizaron, en
historiadores económicos y no menor muchedumbre de historiado-
efecto, por ofrecer interpretaciones del proceso económico utilizando
res sociales, pero a muy pocos se les tomaría en serio si se atrevieran
conceptos teóricas que definían cada una de sus etapas con objeto de
a presentarse como historiadores económicos y sociales: no son ya los
aplicarles leyes específicas de funcionamiento. Hay sin duda un claro
tiempos de Pirenne.
influjo de algunos supuestos del historicismo en los conceptos de eco-
En el origen de este fenómeno puede verse un efecto de la expan-
nomía natural, monetaria y de crédito de un Hildebrand; en los de
sión y simultánea especialización de las ciencias sociales-históricas
economía aldeana, urbana, territorial, nacional y mundial de Schmo-
o no- de las décadas de 1960 y 1970, acompañada de la multiplica-
ller, o en la periodización de Bucher en fases de economía familiar,
ción de cursos, seminarios, departamentos y publicaciones cuya ofer-
local o nacional. Pero hay también, frente al historicismo, la utiliza-
ta debía buscar su propia diferencia para progresar en un mercado
ción de conceptos abstractos para comprender los procesos propios a
en continua expansión. Pero, por otra parte, podría verse también el
cada una de las etapas en que estos economistas históricos percibían
inevitable resultado del mismo principio que está en el origen de la
el proceso de evolución económica.
denominación «historia económica y social». Pues si tal historia no
Por tanto, y ya desde su origen, la historia de la historia económica
ha delimitado un específico campo de investigación, sí había señala-
es la de las relaciones entre historia y teoría económica y, complementaria-
do una dirección al trabajo histórico y planteado la exigencia de una
mente, entre historiadores y economistas. En ese sentido, se podría decir
relación con todas las disciplinas que pudieran auxiliar al historiador
que la historia económica ha sido siempre «una ciencia esquizoide» o
en su empeño de comprender la totalidad, de hacer o aspirar a hacer
que no es una novedad de nuestro tiempo que se encuentre en «una
una historia total. Bajo la denominación económica y social, la histo-
encrucijada» o en la peligrosa situación de navegar a la deriva entre las
ria estaba condenada, por su propia dinámica, a reforzar los lazos con
dos costas 2• En realidad, la celebérrima batalla sobre el método quedó
disciplinas que, ellas sí, encontraron cada vez más definido el objeto
zanjada desde el momento, ya lejano, en que los historiadores percibie-
de su práctica. Los adjetivos que llevaba sobre sus hombros tendieron
ron que la sola elección de hechos implicaba una teoría, y los economis-
a convertirse en sustantivos -en economía y teoría social- y el sus-
tas que la teoría debía en último término dar cuenta de hechos. Pero si
tantivo historia no tuvo más remedio que optar por alguno de ellos,
no se trata ya de establecer un combate entre teoría e historia, es evi-
aunque en tal opción su originaria unidad sufriera algún desgarro, e
dente que el resultado de la investigación no ofrece las mismas caracte-
incluso una escisión definitiva.
rísticas, ni levanta idénticas críticas. cuando procede de un historiador
El primero de esos desgarros, y probablemente el determinante de
que cuando lo realiza un economista. Si quienes toman la iniciativa de
todos los demás, fue el provocado por la economía. Y es lógico que así
emprender trabajos de hi' 'i" ~conómica son economistas -que lógi-
fuese, pues ya desde su origen la historia económica había sido asunto

I I
26 i HISTORIA SOCIAUSOCIOlOGíA HISTÓRICA CONSOLIDACiÓN Y AUTONOMíA DE LA HISTORIA ECONÓMICA I 27

camente harán uso abundante de teoría y de modelos abstractos-, los hemos visto reaccionar contra la historia positiva y política. Hijos,
historiadores criticarán sus lagunas de conocimientos empíricos, su ten- como los economistas, de su tiempo, estos historiadores procedieron
dencia a la simplificación y al esquematismo, su proclividad a reducir también a acumular series largas de datos sobre las mismas cuestiones
los datos de la realidad a las exigencias de la teoría; si quienes toman la que interesaban a aquéllos. Y así, aunque a los historiadores les deja-
iniciativa son historiadores, entonces los economistas no dejarán de seña- ran más bien indiferentes las cuestiones de teoría, quizá porque como
lar sus lagunas teóricas o la pura y simple carencia de verdadera teoría, los mismos historicistas a quienes criticaban tampoco ellos creían que
el contenido puramente empírico de sus investigaciones, la distancia que teorías muy elaboradas fuesen de alguna utilidad para la historia, no
separa la acumulación de datos del estatuto de una verdadera ciencia. pudieron sustraene al influjo de quienes hacían historia desde la eco-
Hay períodos en que escuelas enteras de historiadores económicos viven nomía aunque pretendieron dar a su trabajo un alcance superior: inte-
de espaldas a escuelas de economistas historiadores o viceversa. Ambas grar lo económico en una visión de la totalidad, hacer historia total
situaciones se han conocido después de la segunda guerra cuando la his- a partir de una historia económica que consistía en reunir empírica-
toria económica producida por historiadores fue prácticamente ignora- mente -es decir, sin la guía de ninguna teoría económica específi-
da por los economistas y, luego, a partir de los años sesenta, cuando la ca- series de datos sobre fenómenos económicos. Estos historiadorcs
realizada por teóricos economistas provocó la irritación primero, el des- se caracterizaron no tanto por hacer historia económica desde la teo-
pego después, de los historiadores, abrumados por fórmulas y modelos. ría económica como por intentar integrarla en 10 que Topolski deno-
Pero no hay que adelantar acontecimientos, pues situaciones simi- mina teorías generales del proceso histórico y teorías (también gene-
lares se produjeron también desde finales del siglo XIX hasta la segunda rales) de la sociedad 4 •
guerra. Aunque el juicio de John Habakkuk pueda parecer algo esque- La historia económica hecha por historiadores que pretendían
mático -los economistas eran muy pocos en esa época y disponían hablar, más allá de la economía, de la sociedad, creció durante la
de muy escaso tiempo para ocuparse de historia con alguna intención década de 1930 acumulando series infinitas de datos sobre todo aque-
distinta a la de ilustrar sus propias teorías 3- parece cierto que tras la llo que pudiera ser susceptible de contarse. Fue el gran momento de la
utilización por la economía política clásica de modelos de desarrollo, historia de los precios, lo que quiere decir, por una parte, que, dueños
los economistas de las primeras décadas de nuestro siglo limitaron sus de un método estadístico rudimentario, estos historiadores económicos
estudios históricos a los ciclos económicos, el comercio internacional no se preocuparon sobremanera de modelos teóricos aunque utiliza-
y el dinero. Sin embargo, aun limitado a esos temas centrales, el inte- ran conceptos procedentes de la economía política y, por otra, que sus
rés por la historia a partir de la teoría determinó la aparición de un campos de investigación serían aquellos en los que hubieran queda-
amplio campo de investigación sobre precios, salarios, comercio, dine- do suficientes datos para construir largas series, o sea, los de la época
ro y población con objeto de proceder a comparaciones entre países y moderna. Las contabilidades domésticas y mercantiles y las burocracias
establecer la existencia de ciclos económicos en el pasado. de Estado con las cuentas de los créditos y endeudamientos permiten
La aparición de esos estudios -bastará recordar los nombres de reconstruir los movimientos largos de los precios y establecer si, den-
Keynes, Schumpeter o Kuznets- no podía dejar de afectar al tipo tro de ellos, suceden ciclos o movimientos cortos. Historia económica
de historia económica que practicaban aquellos historiadores que ya es, entonces, la historia de las fluctuaciones de precios de los siglos XVI
28 I HISTORIA SOCIAVSOCIOLOGíA HISTÓRICA CONSOLIDACiÓN Y AUTONOMíA DE LA HISTORIA ECONÓMICA I 29
a XIX de Simiand, la Esquisse du mouvement des prix et des revenues au XVIII totalidad de los historiadores que, sin proceder de la teoría, hicieron
siecle, de Labrousse; Guerray precios en España, de Hamilton. historia económica entre 1945 y 1960. Bastará indicar aquí por ahora
Utilizando elementales métodos estadísticos de recogida y ordena- -pues su lugar más propio es la historia social- que son estos también
ción de datos, la tentación de estos historiadores -como seria la de no los años de aparición de lo que se ha llamado «historiadores marxistas
pocos sociólogos- fue inmediata: acompañar a las de precios todas las británicos». Se trata de un grupo de historiadores que, en posesión de
series de datos cuantitativos posibles con las que pudiera observarse algu- una teoría histórica de la sociedad, abordaron los problemas centrales
na relación al objeto de establecer lo que Max Weber llamaría genera- de la crisis del feudalismo, el desarrollo del capitalismo, las causas de la
lizaciones empíricas. En la Europa preindustrial, los ciclos largos y los revolución industrial o su impacto sobre la clase obrera. No se trata en
ciclos cortos parecían adaptarse bien a las fluctuaciones de la producción su caso de utilizar métodos analíticos refinados sino de ofrecer interpre-
agricola y a las correlativas crisis de subsistencia, que a su vez aparecían taciones globales e interdependientes de una realidad social represen-
relacionadas con los movimientos demográficos o con los intercambios tada idealmente como totalidad? Es una historia económica más rela-
mercantiles. Se elaboraron así modelos empíricos de ciclos demográficos cionada con una teoría de la historia y de los modos de producción que
o de crisis de subsistencia, a la par que se procedió a la periodización de con una específica metodologia de trabajo o con la utilización ecléctica
la época moderna, con un ciclo expansivo durante el siglo XVI, la larga de conceptos procedentes de la economía política. Trataré de ellos más
crisis y decadencia del XVII Yla recuperación del XVIII, que daría lugar a adelante porque su práctica y sus productos desbordan ampliamente el
uno de los más importantes debates historiográficos de la posguerra. concepto de historia económica, aunque el debate sobre la transición
Hay una evidente línea de continuidad entre esa historia económi- del feudalismo al capitalismo alimentado por ellos haya revestido gran
ca que no renuncia a la totalidad y la historia cuantitativa que, tam- importancia para el mismo desarrollo de la historia económica.
bién en Francia, se propuso rellenar, para épocas anteriores «y sobre el Pero el mayor desafio a la historia económica cuantitativa y posi-
modelo de nuestras contabilidades nacionales actuales, todas las colum- tivista realizada por los historiadores preferentemente franceses no
nas de un cuadro imaginario de input-output»5. Producción, precios, vendría de sus colegas marxistas británicos, sino de los economistas,
salarios, mercado, población: otros tantos objetos de cuantificación que desde el fin de la guerra siguieron sus propias vías en dos olea-
posible que ampliaron el cuadro de la historia económica pero que, das sucesivas: los que se interesaron por cuestiones de crecimiento y
a juicio de algunos críticos, la redujeron a econometría retrospectiva, los que formaron las huestes de la llamada new economic histo~y8. Ambas
aun en el caso de que intentara introducir la dimensión diacrónica y corrientes partían del supuesto de que los estudios de historia econó-
ordenara sus datos en series que permitieran medir su evolución por mica emprendidos por historiadores en torno a los años treinta no se
intervalos regulares de ti emp0 6. Pero sea historia económica, cuanti- caracterizaron tanto por su uso de la teoría como por el impresionante
tativa o serial, algo hay que une, además de la común procedencia, trabajo desplegado para acopiar información sobre cuestiones econó-
a Labrousse con Vilar, Marczewski, Chaunu: su pasión por los datos micas del pasado. Sin despreciar los resultados prácticos de la infor-
independientemente de la teoría económica a la que sirven. mación así acumulada, los economistas achacaron a esos historiadores
El cuantitativismo y las series de datos propios de las contabilida- su carencia de teoría y su eclecticismo, lo que a su entender ponía en
des nacionales no fueron, sin embargo, lIna pasiún compartida por la cuestión el resultado científico de sus investigaciones.

I
30 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA
CONSOLIDACiÓN Y AUTONOMíA DE LA HISTORIA ECONÓMICA ! 31
Para remediar las carencias, los economistas aplicaron a la historia, sino en la reivindicación, muy combativa, del método deductivo para
en la década de 1950, los conceptos macroeconómicos de contabilidad obtener conclusiones derivadas de la aplicación del modelo allí don-
keynesiana. Es el momento de la historia económica como historia del de no se contara con información directa. Con las célebres hipótesis
desarrollo económico: las célebres etapas de crecimiento de Rostow o eontrafactuales, los nuevos historiadores económicos volvían a poner
el atraso relativo de Gerschenkron, cuyos límites aparecerán muy pron- sobre el tapete el viejo debate acerca del estatuto científico de la histo-
to por su misma pretensión de aplicar modelos relativamente sencillos ria. Es, en otro plano determinado por el propio desarrollo de la teoría
de muy escasos elementos a situaciones muy distantes e incluso a todo económica y de la historia, la reanudación del debate que tuvo lugar
el universo. Pero el camino estaba abierto: se trataba de aplicar a una a finales del siglo X'Ix entre quienes sostenían que si la historia se limi-
realidad histórica un modelo teórico. No quedaba más que dar un taba al método inductivo nunca podría aspirar a ser ciencia y quienes
paso: hacerlo de forma sistemática, aplicando modelos más complejos rechazaban la posibilidad de establecer generalizaciones o leyes de vali-
y seleccionando cuidadosamente los temas a debate. dez universal. El debate, como se sabe, ha sido fuente de inagotables
Este es el paso que da la nueva historia económica, sabiendo muy discusiones, sobre todo en el campo de la filosofia de la historia.
bien lo que se hace, pues se trata en realidad de seguir hasta sus últi- Pero ya entonces, en el viejo debate sobre el estatuto científico de
mas consecuencias un camino abierto desde los primeros economistas la historia, no faltaron quienes hicieron ver a los más recalcitrantes
historiadores. Lo nuevo de la nueva historia económica hay que bus- inductivistas y positivistas que, por mucho que lo negaran o no qui-
carlo, según Q'Erien, en «la aplicación deliberada y explícita de teoría sieran verlo, su razonamiento siempre incluía una deducción y que,
económica neoclásica a problemas históricos»9. Es en lo deliberado y Jluesto que así era, lo mejor sería explicitarlo. En efecto, y como Max
explícito del uso de la teoría donde hay que buscar la novedad, pues Weber recordaba a los historiadores, cuando se formula un juicio de
el mismo uso era corriente desde los orígenes de la historia económi- (''lusa, lo que se hace es suponer implícitamente que si el hecho al que
ca. Lo que define la nueva corriente es que la relación entre historia se atribuye valor causal no se hubiera producido, el resultado históri-
y teoría se inclina decisivamente en favor de ésta y, en consecuencia, ('O habría sido diferénte: nadie puede decir que A es causa o razón de
el historiador económico procederá, ante todo, a construir un mode- B si no diera por supuesto que, sin A y manteniéndose todo lo demás
lo que no es únicamente una hipótesis, sino «una serie de relaciones mnstante, E nunca se habría producido. Y como resulta que no hay un
funcionales entre los diversos elementos de que se compone una eco- laboratorio a mano para probar por medios experimentales que efec-
nomía»lO, lo que exige naturalmente definir los conceptos pertinentes I ivamente sin A no se produce E, entonces no queda más alternativa
al objeto de investigación, obtener los datos cuantitativos y proceder que construir un modelo que permita deducir que cuando A no se da,
a relacionarlos de forma sistemática entre sí y, finalmente, ofrecer una B tampoco. En definitiva, lo que hacen los nuevos historiadores eco-
interpretación de esas relaciones. I J('J1nicos es explicitar lo que el resto de los historiadores hace de for-
Pero como han puesto de manifiesto todos los que se han ocupado illa implícita. Todo historiador, dice Fogel, utiliza modelos de conducta
de la nueva historia económica, su mayor originalidad no radicó tanto va que todo intento de explicar cualquier conducta histórica implica
en el uso explícito de teoría y modelos econométricos con objeto de ,dl!;una forma de modelo. La opción no consiste, por tanto, en utilizar
identificar los problemas y conducir el proceso de obtención de datos, " 110 un modelo, sino en que el modelo utilizado sea «implícito, vago,

I
32 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA CONSOLIDACiÓN Y AUTONOMíA DE LA HISTORIA ECONÓMICA i 33

incompleto e internamente inconsistente», como los que atribuye la nuevos historiadores económicos, además de acumular nueva informa-
nueva historia económica a la historia que llama tradicional, o que sea ción, han reinterpretado la historia aplicando sistemáticamente una
explícito, con todos los supuestos claramente definidos y formulado de lógica económica.
tal manera que pueda ser sometido a una rigurosa verificación empí- y éste es precisamente el punto que más puede interesar en el con-
rica. Tal es la característica común de los cliómetras ll
. texto de esta exposición, que no es sino el de la constitución de una
Afirmar que cualquier explicación histórica que aspire al rango de historia social emancipada de tutelas exteriores. Lógica económica sig-
ciencia exige hipótesis de carácter general o el uso de teorías -que nifica en este caso lógica científico-matemática, alejada por consiguien-
no son más que cuerpos de hipótesis sistemáticamente relacionados- te de lo que había-constituido el centro de las aspiraciones de aquella
no constituye ninguna novedad 12
• Tal pretensión no habría provocado historia económica y social realizada por la generación de historiado-
quizá las convulsiones que han acompañado a la irrupción de la nue- res que recibieron directamente de Bloch y Febvre la consigna de «no
va historia económica si las hipótesis y teorias no se hubieran servido dejarse, a ningún precio, encerrar en un universo» e intentaron cons-
en modelos matemáticos cuya comprensión queda fuera de las posi- truir una historia de todo el hombre, una historia de la sociedad como
bilidades reales de historiadores, acostumbrados a pensar que la esta- totalidad de elementos interrelacionados. La historia económica deli-
dística se reducía a la fabricación de series y cuadros y a la obtención mitó un universo teórico y se sacudió con estos nuevos historiadores
de correlaciones, y si no se hubieran aplicado a destruir visiones del el añadido de social en cualquiera de los significados que esta palabra
pasado muy arraigadas y que gozaban de general predicamento. No pudiera conservar y, con la palabra, olvidó la pretensión de introducir
es lo mismo entender una tabla o un cuadro ni, desde luego, un gráfi- en sus análisis lo que los británicos llaman «human agency»: no hay
co -método de representación tan querido a la historia económica de agentes sociales en esta historia como no los había por otra parte en
los «annalistes»- que comprender una compleja fórmula matemática, la historia cuantitativa. Es, en definitiva, el punto final de una histo-
sobre todo cuando en el funcionamiento de la fórmula se hace radicar ria que se sitúa de espaldas a los procesos sociales y que, en los econó-
un argumento que destroza -según afirman quienes las manejan y micos, ha mostrado su virtualidad sobre todo para las economías de
entienden- las conclusiones obtenidas tras la visión de un gráfico. mercado del período liberal pero cuya temática parece agotarse fuera
En resumen, la nueva historia económica, además de ser original de este específico sistema económico.
por su sistemática aplicación de modelos econométricos, lo fue por La forma en que se ha producido el auge y consolidación de la
atentar contra tesis muy extendidas, como el impacto del ferrocarril historia económica ha provocado una verdadera espantada de los his-
en el desarrollo económico o la racionalidad económica de la esclavi- toriadores sociales que «más que cruzar el fuego con los economistas
tud. La polémica ha venido enlonces de la llIano de lo que se atacaba sobre su propio terreno» han preferido aventurarse por nuevos derro-
más que del mí'lodo con que se atacaha: no cs tanto el contrafactual teros y dedicarse a cuestiones específicas de historia social o de antro-
lo que sc ponc ('n discusión sino que el liSO del contrafactual -y, por pología histórica 13 • Es muy probable que, aparte de la dinámica propia
tanto, ocl IlH',todo cicntífico dcstrocc tcsis qllc se tenían por cien- de las ciencias sociales, la alta especialización de la historia económica,
tíficamcntc dCll1ostradas, pllCS Sil elal)()t';u·jl'1I1 hahía sido el laborioso la utilización de un lenguaje matemático, la renuncia a cualquier tipo
resultado dc 1111;1 ;1l'llIlndaeiún sin pn'c'l'den!('s dc' serics de datos. Los de narrativa y, en fin, el carácter esotérico y abstruso que sus fórmulas

'11

I
34 I HISTORIA SOCIAl/SOCIOLOGíA HISTÓRICA

tienen para el no iniciado, haya impulsado también la aparición de una • N t


· . . 1 . . 'd d d
h Istona SOCla que no SIente ya mnguna neceSI a e sostenerse so re
b O as
la económica. Una historia social finalmente emancipada.

l. Por ejemplo, C. P. Hill, British eco7lomic and social history, 1700-1982; T. May, A7l eco7lomic
and social history rif Britai7l, 1760-1970, o para España la conocida Historia socialy eC07ló-
mica de España y América, dirigida por J. Vicens Vives.
2. La primera metáfora es de G. Tortella en "Prólogo» a P. Temin (comp.), La nueva historia
eco7lómica. Lecturas seleccio7ladas, Madrid, 1984, p. 13. La segunda imagen es del propio
Temin en «El futuro de la nueva historia económica», ibid, p. 477.
3. J. Habakkuk, «Economic history and economic theory», en F. Gilbert y S. R. Grau-
band, Historical studies today, p. 30.
4. J. Topolski, «The role of theory and measurement in economic history», en Iggers y
Parker, op. cit., pp. 43-54.
5. F. Furet, «Lo cuantitativo en historia», enJ. Le Golf y P. Nora (comps.), Hacer la histo-
ria, Barcelona, 1978, vol. 2, p. 56.
6. Véanse las consideraciones de P. Vilar sobre la historia cuantitativa dc Jean Marczews-
ki y la historia serial de P. Chaunu: «Para una mejor comprensión entre economistas e
historiadores: ¿"historia cuantitativa" o econometría retrospectiva?», en P. Vilar, Eco-
7lomía, Derecho, Historia, Barcelona, 1983, pp. 58-78.
7. Parafraseo aquí la definición que, sin aplicar a ninguna escuela concreta, ofrecen de
«los primeros esfuerzos dignos de mención» A. Barceló y Ll. Argemí en «Introducción»
a E.]. Neill, Historiay teoria eco7lómica, Barcelona, 1984, p. 9.
8. P. Tedde, «La historia económica y los economistas», Papeles de Eco7lomía Española, 20
(1984), pp. 371-374 para los historiadores del crecimiento, y 374-377 para los clióme-
tras, de donde proceden algunas de las reflexiones que siguen.
9. P. O'Brien, «Las principales corrientes de la historia económica», Papeles de Eco7lomía
Española, 20 (1980), p. 383.
lO. J. Habakkuk, l. c., p. 27.
11. Para el proceso de imputación causal en Weber, J. Freund, «German sociology in the
time of Max Weben>, en T. Bottomore y R. Nisbet (comps.), A history o/ sociological
a7lalysÍJ; Londres, 1979, pp. 166-174. Para los cliómetras, R. W. Fogel, «'Scientific' his-
tory and traditional history», en R. W. Fogel y G. R. Elton, vVhich road to the past?, Yale,
1983, pp. 24-27 .
36 I HISTORIA SOCIAl/SOCIOLOGíA HISTÓRICA

12. Es obligado remitirse en este punto a Carl G. Hempel que planteó la cuestión con una
elegancia insuperable en 1942, «The function of generallaws in history», reproducido 3 I Emancipación y auge
en P. Gardiner, Theories of history, Nueva York, 1959, pp. 344-356, de donde procede la
definición de teoria. de la historia social
13. F. Mendels, «Histoire économique», en A. Burguiere, dir., Dictionnaire des scienees histo-
riques, Paris, 1986, p. 222.

El tiempo pasa rápido y son ya casi veinte los años que han transcurri-
do desde que Eric Hobsbawm terminara un artículo afirmando, tras
observar «el estado notablemente floreciente de la historia sociah) y
congratularse por ello, que era un buen momento para ser historia-
dor social. Hobsbawm, que había intervenido en polémicas de histo-
ria económica y publicado algunos de sus más influyentes artículos en
Economic History Review, reconocía incluso que «aquellos de nosotros
que nunca se propusieron llamarse a sí mismos con ese nombre, hoy
no desearían rechazarlo» 1,
No era de la misma opinión Josep Fontana cuando, escribiendo
mucho después, determinaba que la denominación «historia social» se
había utilizado impropiamente 2 para designar los estudios de historia
del movimiento obrero y que «su empleo más frecuente ha sido para
nombrar una historia con la política fuera», A juicio de Fontana, la his-
toria social que tiene un considerable desarrollo académico en los paí-
EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL I 39
38 I HISTORIA SOCIALJSOClOLOcfA HISTÓRICA

ses anglosajones «suele estar inspirada por una voluntad de servicio al inciertas o tal vez inexistentes fronteras, marcado por la ambigüedad e
orden establecido -el que concede cargos y discierne recompensas-» indefinición. Ese fue, precisamente, el terreno en el que surgió el con-
y sus cultivadores se habían lanzado «a la conquista de nuevos campos cepto cuando Febvre aseguraba haber elegido el adjetivo social por su
más rentables en términos de ventas de ejemplares». Servir al orden indeterminación, porque no comprometía demasiado ni respecto al
establecido y, de paso, ganar dinero son los motivos de la creciente dedi- contenido de la historia ni respecto a su teoría y metodología. Lo que
cación a temas como «los del sexo, la familia, la locura y el crimen». ocurre es que desde Febvre ha llovido mucho y, en el terreno de la his-
Según Fontana, mucha de esa «gente» que compone la «secta» de los toria social, lo ha hecho sin parar, sobre todo desde los años sesenta,
historiadores sociales «no es ni siquiera medianamente seria». Su empe- hasta el punto de que se han formado pequeñas, medianas y grandes
ño, como por lo demás el de la sociología histórica, no ha conducido corrientes que poseen ya tradiciones específicas. Fue en esa década

sino «al ridículo y al desastre»3. cuando se produjo una tremenda expansión que, en ausencia de un
¿Por qué dos juicios tan diferentes sobre el mismo concepto, proce- programa claro, ha conducido a la fragmentación del campo y a la
dentes ambos de historiadores que se sitúan en una tradición de pensa- pérdida de un núcleo en torno al cual puedan organizarse programas
miento marxista? Dejando aparte cuestiones de carácter o de talante, la de investigación. Empeño multifacético, «la historia social se convirtió
posibilidad de felicitarse por la expansión floreciente de la historia social enseguida en lo que los historiadores sociales decidieron escribir»5.
o la inquietud por su desarrollo, y la inmediata condena de la secta de Para introducir algo de orden en «un campo cuya ambigüedad ha
sus practicantes, dependen en buena medida de qué se entienda por his- crecido a medida que se ampliaban sus ambiciones»6 no basta decidir
toria social y por historiadores sociales. Si un historiador español entien- lo que sea hoy historia social remitiéndonos a Febvre y a la indetermi-
de por historia social ¡en 1982! la fórmula que hizo célebre Trevelyan nación del adjetivo; ni definiéndola por la negativa, insistiendo en que
-«social history might be defined negatively as the history of a people se trata de una historia que prescinde de la política; ni dibujándola,
with the politics left out»4- o limita el concepto a un reducido sector de como se hacía antes de la guerra, como una tienda de curiosidades o
quienes se llaman a sí mismos historiadores sociales, entonces el juicio de antigüedades, o como la historia de la moral social y las costum-
que esta historia le merezca será muy diferente al del historiador britá- bres, como una history rif manners and morals, como rezaba el apartado
nico que da por supuesto -en 1970- que la fórmula de Trevelyan es que le dedicaba el Times de Londres. Tampoco puede satisfacer hoya
puramente residual y no requiere comentarios y amplía tanto el concep- nadie que se defina diciendo, por ejemplo, que no es ni puede ser una
to que hasta se declara a sí mismo como historiador social. nueva especialidad de la historial, y es muy reduccionista-puesto que
su práctica ha desbordado ampliamente esos límites- definirla como
historia de las clases sociales, subordinadas o dominantes, explotado-
ras o explotadas, y ni siquiera como historia de todo tipo de grupos y
3.1. PROBLEMAS DE DEFINICIÓN relaciones sociales. Por supuesto, hoyes ya imposible reducir su ámbi-
to al de historia del movimiento obrero y no se adelanta nada -en el
Hay que ponerse de acuerdo, por tanto, sobre lo que se habla, pues específico intento de aprehender su significado- ampliándola hasta
efectivamente «historia social» señala desde antiguo un terreno de abrazar a toda la clase obreraS.
40 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL I 41
Definiciones negativas o reduccionistas no llevan a ninguna par- historia que la informan son múltiples y contradictorias. y, puesto que
te, pero tampoco conducen a puerto seguro las «definiciones imperia- muchos han fracasado ya en el empeño de que poseyera un repertorio
les»9 de las que seguramente el mejor ejemplo es el que indica Tilly y una teoría, se podría llegar a la primera conclusión -que es, en
cuando reproduce la definición de Burke: historia social podría defi- nuestro caso, punto de partida- de que no puede tenerlas, pues en la
nirse -«might be defined», comienza Burke entrando al toro con la medida en que con el concepto «social» se designe como es obligado
misma expresión que Trevelyan- como «la historia de las relaciones la apertura de la historia a las ciencias sociales, está condenada a sopor-
sociales; la historia de la estructura social; la historia de la vida diaria; tar una carga de indeterminación que sólo la propia práctica investi-
la historia de la vida privada; la historia de las solidaridades sociales gadora podrá redircir.
y los conflictos sociales; la historia de las clases sociales; la historia de Contra quienes se lamentan por este hecho, hay que decir que en
los grupos sociales»lO. Ciertamente, historia social puede ser todo eso, la raíz de esta situación no hay ninguna anomalía: la teoría social es,
pero en la pretensión de abarcarlo todo, su contenido concreto pare- por su origen'y desarrollo posterior, plural, multiparadigmática 13 : no
ce inasible mientras se pierde incluso la especificidad de su definición, ofrece ni puede ofrecer a la historia, ni a ninguna otra ciencia, un úni-
pues lo social de la historia social no procede exclusivamente del objeto co paradigma ni, por consiguiente, una sola metodología y ni siquiera
sino, como veremos, del modo de interpretación y explicación. un instrumental conceptual listo para ser utilizado como quien lo toma
Ni definiciones negativas o reduccionistas ni ambiciones imperiales de un anaquel. No parece, por tanto, que pueda aceptarse que la his-
aclaran el cambiante contenido de la historia social. Esta indefinición toria social debe organizar su presunto caos en torno a un programa
no parece haber afectado, sin embargo, a su imparable expansión: exis- único de investigación, como pretende Tilly, por muy amplio y suge-
ten ya desde hace años revistas especializadas que llevan en su título rente que sea el que propone: reconstruir las experiencias con que la
el concepto historia social; hay investigadores que se identifican como gente ordinaria ha vivido los grandes cambios estructurales y más espe-
historiadores sociales y que titulan sus libros con la expresión «histo- cialmente la formación del Estado nacional y el auge del capitalismo.
ria social de...»; hay departamentos e institutos de historia social; hay Es sin duda un programa de historia social de gran aliento pero nada
tradiciones y programas de investigación que se identifican a sí mismas exige que sea el único y ni siquiera el centraF\ de la misma manera y
con ese concepto. De todo eso han salido multitud de productos que por idéntica razón que no existe una teoría social única y central con
impiden con su misma existencia volver a definirla diciendo que care- la que enfrentarse al conocimiento de la sociedad presente.
ce de definición o por la vía fácil de asegurar que toda historia, en la De Tilly puede recogerse, sin embargo, lo que va implícito en su
medida en que lo sea de verdad, es social y que por tanto el adjetivo propuesta: la indeterminación que es punto de partida obligado de
no añade nada nuevo al sustantivo ll . toda historia social -en cuanto esta expresión indica, como en su
El problema de definición de la historia social procede de que, a origen, la decisión del historiador de entrar en contacto con las cien-
pesar de esa imparable expansión, carece de lo que los editores de cias sociales- no podrá reducirse por el lado de las definiciones, sino
Social History llamaban un repertorio ortodoxo o un concepto organi- por el de la puesta en marcha de un determinado programa de inves-
zador fundamentaF2. Su repertorio es, si se observan los índices de las tigación siempre que su materia se refiera, por emplear un término
revistas especializadas, ilimitado, y las teorías de la sociedad o de la durkheimiano, a hechos sociales. En ese momento, la misma decisión
42 I HISTORIA SOCIAUSOCIOLOGíA HISTÓRICA EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL 43
de optar entre una multiplicidad y hasta infinitud de objetos posibles ocurrir lo mismo cuando habla con la sociología: mientras la demo-
produce un primer cierre del campo que puede llevar incluso a dife- grafía trata de la población -un hecho social susceptible de cuanti-
renciar en él segmentos enteros, que adquieren su propia autonomía. ficación- la sociología pretende decir algo científico de la sociedad
Esta eventualidad ocurrirá siempre que se elija un hecho social cuya -un hecho social inasible en números. Al enfrentarse a su objeto,
correspondiente ciencia haya alcanzado un alto nivel de desarrollo y la sociología no es una ciencia en posesión de una teoría y un méto-
pueda ofrecer una teoría y una metodología, si no únicas, sí dominan- do, ni siquiera de un vocabulario o de unos conceptos: conceptos,
tes. Es lo que ha ocurrido con la nueva historia económica, cuando es métodos y teoría no son idénticos en la sociología weberiana o en la
teoría económica aplicada a hechos históricos, pero idéntico proceso durkheimiana, e~ la parsoniana o en la marxista. Carece, pues, de
han experimentado otras historias que se llamaron sociales en su ori- sentido proponer para todo historiador social una especie de mode-
gen indeterminado y pasaron luego a convertirse en historias con muy lo teórico tomado de tres o cuatro de las teorías sociológicas domi-
específicos contenidos teórico-prácticos. La demografía, que Hobs- nantes, como pretende Stinchcombe l 5, o suponer que un historiador
bawm señalaba como uno de los principales temas de la historia social, se hace social si pide prestados sus conceptos a la sociología, como
se ha, por así decir, liberado de la indeterminación y constituye hoy propone Burke cuando anima a los historiadores a tomar de la socio-
una especialidad, una disciplina: la antigua y meritoria historia de la logía una serie de conceptos que les permitan, inclinados como están
población es hoy demografía histórica. Los historiadores demógrafos por su oficio a estudiar el cambio, ser más sensibles al peso de las
-o los demógrafos historiadores- no tienen mayores dudas acerca estructuras. La polémica y los equívocos son inmediatos cuando un
de su objeto ni de su método y ni siquiera de los supuestos teóricos historiador recurre, sin una teoría previa, a conceptos sueltos como
desde los que deben plantear los problemas que con la investigación control social, integración o incorporación política, por poner sólo
pretendan resolver. Algo similar ha ocurrido con todos aquellos cam- ejemplos que han dado lugar a fuertes discusiones teóricas en revistas
pos de la investigación histórica a los que se han aplicado modelos de historia social!6. Por no hablar de la subjetivación de las relaciones
cuantitativos explícitos como la historia de la familia, la historia urba- sociales que ha sido en muchos casos el resultado de la importación
na o la historía electoral, constituidas ya en parcelas autónomas de la mecánica al trabajo histórico de conceptos sociológicos como clase
investigación historiográfica que aceptarían mal quedar reducidas a y estructura social! 7.
ramas de una indeterminada historia social, por más que sus objetos De ahí que la relación del historiador social con la teoría socioló-
sean hechos sociales y ellas mismas constituyan por su objeto formas gica pueda ir desde el eclecticismo pragmático de quienes creen que
específicas de historia social. no hay ninguna teoría buena y que lo bueno consiste por tanto en uti-
No se trata con esto de afirmar para la historia social -que no lizar elementos de varias teorías según las necesidades que la misma
sea esta historia de concretos fenómenos o hechos sociales- un con- investigación plantea, hasta quienes se sitúan en una tradición teóríca
tenido residual, sino de insistir en la inutilidad de pretender el mismo refleja e investigan desde sus supuestos y sus métodos, como podría ser
grado de determinación teórica y metodológica para todos sus posi- el marxista, el estructuralista o el funcionalista, por señalar sólo algunas
bles objetos. Al hablar con la demografía, la historia sabe perfecta- de las principales corrientes teóricas de nuestro siglo. Evidentemen-
mente con quién y de qué está hablando, pero no ocurre ni puede te, los resultados prácticos de cualquiera de esas opciones estratégicas

I
44 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA
EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL ! 45

impiden definir de una vez por todas con el mismo concepto los dife- 3.2. LOS HISTORIADORES SOCIALES
rentes acercamientos teóricos a los hechos sociales: no es ni puede ser
lo mismo una historia social marxista que una funcionalista, aunque Por lo que respecta a la primera cuestión -quiénes sean los historia-
quede abierta en este caso la discusión de si el marxismo entraña una dores sociales- las cosas no son sencillas, como nada lo es cuando se
«explicación funcional», como ha argumentado Cohen. habla de historia social. Ante todo, porque la identificación de un his-
Esto quiere decir que la historia social, por su génesis y por su mis- toriador como social ha cambiado en el tiempo. No es exactamente la
mo objeto, abarca múltiples materias y no pocas corrientes cuyo deno- misma en 1945 que treinta años después. Lo hemos comprobado con
minador común no puede establecerse por criterios atemporales de un Hobsbawm qtle, en 1970, no desdeñaría ser conocido como his-
cientificidad: desde los años treinta se han producido varias oleadas toriador social aunque seguramente le había resultado indiferente o
de historiadores sociales. Sólo investigando esas diferentes corrientes inapropiado ser llamado así diez años antes. Pero el caso podría tam-
podrá llegarse a saber lo que en cada momento ha significado histo- bién plantearse a la inversa: Febvre llamó a sus Annales, en 1941, de
ria social y determinar las constantes, las continuidades y diferencias, historia social, pero sus continuadores sustituyeron esa denominación
que la han caracterizado. No hay, pues, como primera providencia, por otra que les comprometía todavía menos: economías, sociedades
mejor medio de resolver los problemas de definición que optando por y civilizaciones. En segundo lugar, porque quienes se sitúan dentro de
un camino empírico. Si se toma en serio -y no se lamenta o se con- este campo, sea como investigadores individuales, sea como promoto-
dena- la ambigüedad del concepto y la diversidad de los resultados res de publicaciones especializadas -revistas, compilaciones- buscan
de su práctica, habría que echarse a andar definiendo como histo- antecedentes o definen como sociales a historiadores que en principio
ria social la práctica de quienes se llaman a sí mismos historiadores parecen guardar -y guardan de hecho- poca relación entre sí.
sociales 18 • La apariencia puramente empírica y nominalista de este De todos modos, puede encontrarse un consenso mínimo sobre
procedimiento no debe hacer olvidar que es el propio de toda filoso- algunos personajes y corrientes o escuelas que indiscutiblemente se
fia de la ciencia cuando parte del dato de la disciplina ya constituida adscriben a este campo. Social History afirmaba en su presentación
y después de «analizar el comportamiento racional de sus especialis- que, si carecía de repertorio y concepto organizador, la historia social
tas descubre la estructura lógica de su método»19: se supone que hay tenía sin embargo sus obras maestras, de las que, en un evidente inten-
una ciencia resultado del trabajo de unos especialistas guiados por un to de guardar el equilibrio entre dos grandes tradiciones historiográ-
comportamiento racional. Quiénes son y qué hacen esos especialistas ficas y dos naciones vecinas, señalaba las escritas por Bloch, Braudel,
constituyen las dos preguntas más apropiadas para responder luego Hobsbawm y Thompson. Para los editorialistas, historia social sería,
a la de qué sea la historia social, aunque tal ejercicio pueda parecer por tanto, la producida por la corriente francesa de Annales y la que se
al filósofo lógico perfectamente «futil pues un análisis de lo que los reconoce en la amplia tradición marxista británica.
historiadores hacen no puede establecer una justificación epistemológi- Por lo que respecta a la primera, su adscripción a la historia social
ca de la validez de sus conclusiones»2o. En todo caso, aquí no se pre- goza de general aceptación: cuando Michelle Perrot habla de la fuerza
tende decir nada de la validez del método, sino exclusivamente de su y debilidad de la historia social francesa, de lo que trata realmente es
existencia y especificidad. de las conquistas y resultados de Annales desde que Bloch y Febvre echa-
46 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL ! 47
ron sus cimientos hasta el último de los cultivadores de la larga dura- ciativas que han plasmado en la publicación de revistas o en la crea-
ción, Le Roy Ladurie. Y exactamente lo mismo hacen los Genovese ción de asociaciones que llevan en su denominación ese concepto y de
cuando desde una perspectiva marxista denuncian la «crisis política de las que se podrían destacar dos principales: ]ournal of Social History, en
la historia social»: lo que critican no es que falte política en la historia Estados U nidos, y Social History, en Gran Bretaña. Ninguna de ellas se
social de un Trevelyan -lo que sería como alancear a un cadáver o sitúa en una definida tradición teórica o historiográfica y ambas inclu-
emprender un combate inútil-, sino en la «historia social derivada de yen entre los miembros de sus consejos de redacción o entre sus cola-
Annales»21. Iggers, por su parte, no duda en afirmar que, desde su mis- boradores a historiadores caracterizados por diferentes posiciones teó-
mo comienzo, Annales constituyó un foro internacional para las nuevas ricas e ideológicas y por la avanzada especialización del objeto de sus
corrientes de historia sociaF2. trabajos: historia de la familia, demográfica, urbana, de la mujer, de
El caso de los dos británicos no ofrece tampoco dudas. Cuando la medicina. Reproducen, pues, en sus consejos de redacción el plura-
Flinn y Smout editaron, para la Economic History Society, una colec- lismo cognitivo que caracteriza a la ciencia social y la diversidad de
ción de ensayos de historia social comenzaron su trabajo con el célebre sus posibles objetos. Abren por tanto un campo tan amplio como frag-
artículo de Hobsbawm y siguieron, tras un estudio de Smelser, con un mentado, en el que se puede encontrar a investigadores como Peter
no menos celebrado artículo de E. P. Thompson, «Time, work-disci- Stearns y Eugene Genovese, por poner sólo dos notorios ejemplos, y
pline and industrial capitalism». Había más, desde luego, pero es sig- temas tan diferentes como la clase obrera en la República de Weimar
nificativa la presencia de dos de los mayores representantes de lo que o el consumo de alcohol.
se ha podido llamar con razón marxismo británico. Las tres corrientes señaladas no agotan un campo que experimentó
«Nuevos historiadores» en Francia y marxistas en Gran Bretaña: ése en los años sesenta y setenta un florecimiento que a algunos se antoja
es hasta ahora el acuerdo mínimo, pero en modo alguno exclusivo que caótico y desordenado. Es la época en que la historia social dejó de
algunas voces significativas de la comunidad científica sitúan dentro del ser en Inglaterra «la cenicienta de los estudios históricos»: Peter Las-
amplio campo de la historia social. Los primeros continúan una tradi- lett anima desde los primeros años sesenta el Cambridge Group for
ción que hemos visto surgir en los años veinte y treinta con la aparición the Study of Population and Social Structure, que intenta aplicar los
de Annales y han producido también una aportación de primer orden métodos cuantitativos de Annales al estudio de la estructura social; es
a la historia económica y cuantitativa; los segundos surgieron a la luz también la época en que inicia sus trabajos el History Workshop de
con la publicación, en Oxford, de una revista que adoptó por título el Ruskin College, en Oxford, dedicado en sus primeros pasos a la his-
de una obra de Carlyle de 1843, Past and Present, la más ecuménica de toria oral, a la historia popular y del movimiento obrero y que edita-
las revistas de historia social, según la define Raphael SamueF3. rá su ]ournal desde 1976. Año éste, por cierto, decisivo para la histo-
Aparte de ellos, se pueden señalar otras relevantes presencias sur- ria social británica ya que en enero se celebró la primera conferencia
gidas en las décadas de 1960 y 1970 Y que no pueden aspirar a tan de la recién creada Social History Society of the U nited Kingdom y
ilustres antecedentes. Es lo que por ahora llamaré, por seguir con el comienza a publicarse, en la Universidad de Hull, la revista Social His-
criterio empírico que guía estas reflexiones y para distinguirla de las to~y. Es también la época en que la «neue Sozialgeschichte» emerge
anteriores que tienen nombres propios, «social history», o sea, las ini- con renovado ímpetu en Alemania 24.

I
48 I HISTORIA SOCIALJSOCIOLOGíA HISTÓRICA EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL I 49
No es posible entrar aquí en el análisis de todas estas líneas de tra- que se compone la obra, junto a, por ejemplo, historia de las men-
bajo. Para los actuales propósitos bastará con detener la atención en las talidades, de los marginados o antropología histórica. Goza, desde
tres corrientes de historia social más pertinentes al objeto de nuestras luego, de una entrada, pero es sólo una más entre 120 términos. El
reflexiones: la escuela francesa de Annales, la historia marxista britá- puesto de honor no lo ostenta historia social, sino «nueva historia»2S.
nica y la «social history» británica y norteamericana. Pero antes será Desde antiguo, los historiadores franceses que se glorian de sus orí-
preciso dilucidar si todos aquellos a quienes la comunidad académica genes en Annales acostumbran a identificarse como «nuevos historia-
identifica como historiadores sociales se prestan gustosos a ser recono-
cidos bajo esa etiqueta porque, de otra forma, sería preciso -dado el
.
dores» y a su práctica como «nueva historia»: «si no me equivoco,
los historiadores empiezan a tomar conciencia, hoy, de una historia
tipo de argumento empírico aquí seguido- demostrar que, aun a su nueva», decía Braudel en su lección inaugural de 1950. A esa histo-
pesar, estos autores, y otros de escuela, tradición, tendencia o sensibi- ria nueva, al abarcar una duración que permite construir un «recita-
lidad similares, son verdaderamente historiadores sociales. tivo» de ciclos económicos y coyunturas sociales, se le podría llamar
No hay duda cuando se trata de ingleses y americanos. Hobs- -añade Braudel- historia social «si esa expresión no se hubiera
bawm, como ya he indicado, acepta la denominación y se congratula desviado de su significado»29. Es, por tanto, una desviación de signi-
de que en 1971 sea buena cosa ser calificado de historiador social. ficado lo que impide aceptar como propia esa identidad y reservarla
Thompson no tiene inconveniente en iniciar uno de sus artículos para otras clases de historia.
hablando de su dedicación a la «historia social inglesa del siglo XIX»25 Pues bien, no hay ninguna razón para desviar a la historia social
ni a referirse, en otro, a los «British social historians» como un sector de su significado y reducirla a aquella mediocre historia de la que
de la profesión perfectamente identificable 26 , al que Rodney Hilton, el mismo Braudel decía que nada tenía que aprender del contacto
otro marxista británico, se suma cuando subtitula «Essays in medie- con los malos estudios de sociología tipológica: es como si hubie-
val social history» una reciente edición de artículos sobre conflicto ra que renunciar a la voz sociología porque se hayan pasado bajo
de clases y crisis del feudalism0 27 . Y por lo que respecta a los ame- esa denominación mercancías que apenas superan las reflexiones de
ricanos, la cosa es aún más clara: Peter Stearns es el editor de una sentido común. Nada obliga a renunciar al concepto porque alguna
pu blicación - ]ournal of Social History- en cuyo consejo editorial se corriente se lo haya apropiado con objeto de encubrir un produc-
ven o se han podido ver nombres como Natalie Z. Davies, Eugene to de baja calidad. Pero esta reticencia francesa puede ser de utili-
Genovese, Trian Stoainovich, es decir, autores que, considerándose dad para completar el argumento empírico y positivo con un some-
todos sociales, se caracterizan sin embargo por diferentes prácticas ro análisis del concepto. Pues, hasta ahora, historia social sólo es lo
historiográficas. que hacen quienes se llaman a sí mismos historiadores sociales: será
Este acuerdo, fácil para los «marxistas británicos» y los «social preciso pasar de quiénes son a qué cosa hacen cuando hacen historia
historians» británicos y americanos, no lo es tanto cuando se trata social. Habrá, pues, que responder a una segunda pregunta: inde-
de los franceses. Cuando Jacques Le Goff, Roger Chartier y Jacques pendientemente de quienes se califiquen -o sean calificados- como
Revel publican La nouvelle histoire, la expresión historia social no mere- historiadores sociales: ¿qué significa, si significa algo, social cuando
ce los honores de situarse entre los diez artículos fundamentales de se predica de historia?
50 j HISTORIA SOCIAl/SOCIOLOGíA HISTÓRICA EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL I 51

3.3. LO SOCIAL DE LA HISTORIA SOCIAL Pero lo social en historia no se dice sólo ni principalmente del obje-
to, sino del modo de explicación, es decir, de la teoría que sirve para
Al responder a esta segunda pregunta nada me parece que diferen- construir el hecho histórico como objeto de conocimiento. Más exac-
cia a la historia de la ciencia social: la tarea de ambas -como escri- tamente: aceptar la sociedad y el hecho social como objeto de histo-
be Mandelbaum- consiste en alcanzar un cuerpo de conocimien- ria significa aceptar un modo de determinación social, una causalidad
tos sobre cuya base puedan comprenderse las acciones de los seres social como propia de la explicación histórica. Y en este terreno de la
humanos como miembros de una sociedad: nada importa o, mejor, explicación, com~ en el del objeto, será de nuevo el reino de la diversi-
sólo importa a efectos técnicos, metodológicos, que se trate de socie- dad. Pues explicación social es toda aquella que busque para los fenó-
dades históricas, en el sentido de ya desaparecidas, o actuales. Lo que menos sociales una determinación social, no reductible a la voluntad
realmente importa es el conocimiento de seres humanos en sociedad de individuos humanos concretos ni resultado de la mera suma de esas
yeso sería imposible a no ser que se asuma la existencia de grupos de voluntades. La historia social implica, por consiguiente, alguna teoría
hechos que el mismo Mandelbaum denomina «societal facts» y que de la causación de los fenómenos que investiga. Es más, frente al his-
define como aquellos que se refieren a las formas de organización pre- toriador positivista y político contra el que se rebeló -aquel que da
sentes en la sociedad 30 . por supuesto que la mejor manera de explicación causal en historia
Lo social se refiere, pues, en primerísimo lugar, a la materia sobre consiste en poner un hecho detrás de otro- el historiador social cons-
la que trabaja el investigador -sea historiador o sociólogo- y que truye su objeto específico en estrecha relación con la teoría de causa-
abarca, en historia y en toda ciencia social, desde ese concepto «des- lidad social que sirva de supuesto a su explicación. No puedo estar de
criptivamente pre-dado más que teóricamente construido»31 que es la acuerdo con Paul Veyne cuando reduce la causalidad a los distintos
sociedad -y que puede entenderse, según las escuelas, como una tota- episodios de una trama y afirma que el problema de la causalidad en
lidad estructurada o como un conjunto de elementos discretos- hasta historia es una supervivencia de la era paleoepistemológica33 . El pro-
esos «societal facts» o lo que Durkheim denominaba «fait social», es blema de la causalidad sigue siendo cuestión central de la explicación
decir, esas «maneras de obrar, pensar y sentir exteriores al individuo histórica y lo que define a la historia como social no es, no podía ser,
y que están dotadas de un poder coactivo por el cual se imponen»32. haber desplazado ese problema sino haber partido de teorías de la
Sociedad, estructuras sociales, procesos de estructuración en el tiempo, determinación social para interpretar hechos sociales.
fenómenos y hechos sociales: todo lo que pueda definirse como objeto Naturalmente, si el mismo concepto de hecho social es diverso según
social es materia de historia social y constituye la primera identidad las distintas teorías empeñadas en su explicación, el concepto de cau-
de esta manera de hacer historia. Conviene, pues, aclarar que care- sa o determinación en historia dependerá de la propia teoría social en
ce de sentido la propuesta de Burke y algunos otros historiadores de cuya tradición o escuela se sitúe el historiador. Nadie entiende hoy que
reservar para la historia social los procesos de cambio y dejar para la la causa históríca funcione como la ley natural, pero este acuerdo en lo
sociología el análisis de la estructura, pues esa división entrañaría ya que no es una causa no significa que todo el mundo lo esté a la hora de
una opción estratégica que se refiere a la misma teoría de la sociedad definir qué se entienda por causa y qué por explicación causal en histo-
y a lo que sea específico de la explicación en historia social. ria. En realidad, se trata de un acuerdo imposible e indeseable. El intento
52 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA
EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL I 53

de establecer un «discurso de la historia social»34, una teoría normati- De las formas de explicación en historia social más pertinentes a
va de lo que sea causa social y explicación en historia social me parece nuestros propósitos se podrían distinguir las específicas de tres gran-
tan abocado al fracaso como el intento de definir por un repertorio su des corrientes que, lógicamente, coinciden con aquellas tres clases de
contenido o el de integrar en uno solo los diversos paradigmas de la cien- historiadores sociales a quienes ya hemos visto identificados como tales
cia social. Si la historia social, como la sociología, puede reivindicar un por la comunidad académica y, casi siempre, por ellos mismos. Si el
pluralismo cognitivo es porque la misma explicación causal es plural. objeto de la historia tiende a ser una sociedad global, delimitada en
Lo que sí puede establecerse en la práctica es una estrecha relación el espacio y el tiempo; si se establece una pauta holística de determi-
entre los distintos objetos sobre los que ha crecido la historia social y nación y se rechaza la narrativa como forma del discurso histórico,
los diversos tipos de explicación utilizados por los historiadores socia- estaremos en compañía de algún annaliste o de alguien que haya reci-
les. El rechazo de la teoría de la causalidad estructural tan vigorosa- bido su poderoso influjo, del que no han escapado algunas corrientes
mente expresado por E. P. Thompson, y su énfasis en la «human agen- de historia social marxista. Si el objeto de la historia es un proceso de
cy», guarda relación con el hecho de haber constituido el nacimiento cambio social de largo o medio alcance, determinado por las transfor-
de la clase obrera como objeto de historia social: la explicación de un maciones económicas capitalistas y por la revolución industrial, y en el
sujeto histórico colectivo exige una teoría de la causalidad en la que el modelo de determinación utilizado explícita o, lo que es más habitual,
papel reservado a la acción de grupos de hombres y mujeres sea pri- implícitamente, hay un lugar reservado a la acción y a la intervención
mordial. De la misma manera, construir un objeto de investigación - humana, a sujetos conscientes que dotan a su acción de sentido, lo que
como el Mediterráneo y el mundo mediterráneo no sería posible sin a su vez permite y requiere un tipo de discurso narrativo, entonces nos
una teoría subyacente de la totalidad social y de la causación estruc- encontramos con la tradición marxista británica de historia social. En
tural. El ataque a toda historia narrativa y, por consiguiente, la opción fin, si tropezamos con alguien que procede eclécticamente en la elec-
por un tipo de discurso histórico que rechaza la «narración» en favor ción de «sus mentores» y mezcla ideas procedentes tanto de determi-
del análisis de tendencias y ciclos de larga duración está íntimamente nistas demográficos o económicos como de analistas simbólicos, o de
vinculado a una determinada concepción de lo que sea el objeto de quienes acentúan el sentido y el lenguaje y de quienes insisten en la
la historia científica -precios, producciones, movimientos de pobla- función y el poder 36 , entonces estaremos en compañía de alguna espe-
ción, ciclos económicos- 35 , mientras que la elección de la narrativa cie de «social historian», cuyos objetos de investigación son variados y
como forma más apropiada de representación histórica y producción discretos y cuyo discurso puede ir desde el propio de la antropología
de sentido depende de una diferente concepción del objeto de la his- histórica o de la historia antropológica de Natalie Davis hasta el de la
toria, entendido ahora como acción humana dotada de sentido. Obje- sociología histórica de Charles Tilly.
to de investigación, método de comprensión, teoría de la causalidad, Lo social en historia social se refiere, por tanto, a la sociedad y al
explicación de hechos y procesos y forma de representación aparecen hecho social como objetos de investigación, pero también -o por eso
así íntimamente relacionados en la obra de los historiadores sociales, mismo- a las teorías de la sociedad y de la determinación social, a la
determinando diferentes estrategias de investigación y finalmente diver- metodología exigida para desarrollar una práctica historiográfica que
sos productos de historia social. pretende comprender y explicar hechos sociales y, finalmente, a la for-
54 I HISTORIA SOCIAl/SOCIOLOcíA HISTÓRICA
EMANCIPACiÓN Y AUCE DE LA HISTORIA SOCIAL 55

ma de representación de historiadores como Braudel y Le Roy Ladu- todo en las monografias regionales o locales y en e! estudio de grupos
rie, Hobsbawm y Thompson, Davis, Laslett o Tilly, entre otros. Nos sociales y de la estratificación social 37 • Se trata, por consiguiente, de
encontramos, pues, de nuevo a quienes ya conocemos de antes, es decir, un enfoque societal-global en el que hay implícita una investigación
Annales, tradición marxista británica, y «social historians». Lo que cons- sobre el funcionamiento de la sociedad en su conjunto. Funcionalis-
tituye sus prácticas como sociales es plural y diverso tanto por su obje- mo y totalidad se darían la mano en la explicación histórico-social tal
to --sociedades totales, procesos de cambio social, concretos hechos como fue practicada por esta nueva generación de Annales.
sociales- como por su teoría de la causalidad -holística, estructural, Dejando al margen la cuestión de las relaciones entre funcionalis-
cultural- y su modo de representación -análisis, narración-o Será mo y cualquier teoría de la totalidad -e! marxismo como explicación
preciso acercar más la mirada a estas corrientes con objeto de ceñir funcional ha constituido una de las más sugestivas discusiones sobre
mejor cada una de sus prácticas y profundizar así en la intrínseca plu- teoría de la historia de los últimos años- puede quedar de la tesis de
ralidad del concepto «historia social». Stoianovich lo que denomina «whole-society approach» como carac-
terística definitoria de! paradigma de Annales. Lo propio de la explica-
ción de esta forma de historia social, lo que la distingue de otra historia
cualquiera, sería, pues, su holismo, su búsqueda de la totalidad. «Con-
3.4. HISTORIA SOCIAL COMO HISTORIA DE LA cessive holism» es, precisamente, la definición de la teoría explicativa
TOTALIDAD: LA SEGUNDA GENERACIÓN de Annales que ofrece en un penetrante estudio Susan James, enten-
DEANNALES diendo con e! adjetivo un holismo obligado a efectuar ciertas conce-
siones cuando trata de explicar a partir de un modo de determinación
Plantear así la cuestión entraña, en primer lugar, distinguir dentro de todos los fenómenos sociales y las conductas individuales, sobre todo
la escuela de Annales -la que ha ejercido e! mayor impacto y e! efecto si se presentan como desviadas o irracionales 38 •
más fértil sobre e! estudio de la historia en e! siglo xx, en opinión de Ahora bien, explicaciones holísticas o enfoques «whole-society»
Trevor-Roper-- una segunda generación que, a diferencia de la prime- hay más de una en e! actual mercado de teorías sociohistóricas. Sin
ra, alcanza ya estatus de «e!ite internacional». Es precisamente a esta duda, al definir a Annales como explicación holística ya se dice algo,
segunda generación a la que Stoianovich atribuye -a pesar de la ama- especialmente que se sitúa en las antípodas de! individualismo meto-
ble protesta de su más ilustre miembro-la creación de! tercero de los dológico. Se dice también que su objeto es la sociedad y la relación en
paradigmas históricos desde los tiempos de Heródoto, paradigma que que sus distintas partes o niveles se encuentran entre sí y con e! todo.
permite investigar «cómo funciona uno de los sistemas de una sociedad Estamos, y no por casualidad, en un modelo de determinación que
o cómo funciona una colectividad global en sus múltiples dimensio- puede oscilar, según su práctica, entre e! estructuralismo y e! funciona-
nes temporales, espaciales, humanas, sociales, económicas, culturales lismo. No es ajeno a la construcción de la teoría y las metáforas anna-
y episódicas». La historia social practicada por Annales se ha podido listes el triunfo de! estructuralismo y de las explicaciones funcionales
presentar con razón como «símbolo de la búsqueda de la totalidad» en la Francia de la posguerra. Pero dentro de esa corriente general, lo
o en posesión de una «vocación a la totalidad» que se expresa sobre propio de la explicación de los historiadores fue su postulado de que
56 I HISTORIA SOCIALJSOCIOLOGIA HISTÓRICA EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL j 57

en la relación entre los diversos niveles del todo existe un rango o una Febvre llevada a su paroxism0 42 , que abarca a todas aquellas realida-
jerarquía de determinación. Es en ese rango donde Annales ha efectua- des que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en transportar.
do la más célebre de sus contribuciones a la teoría sociohistórica. Los economistas las llaman tendencias seculares; los observadores de
En efecto, lo que Braudel creía que el historiador de la sociedad lo social prefieren decir estructura que, buena o mala palabra, «es la
puede ofrecer originalmente a los demás científicos sociales -yen esa que domina los problemas de la larga duración». Las prisiones de lar-
denominación se incluían economistas, etnógrafos, etnólogos (o antro- ga duración: es precisamente este aspecto de la metáfora lo que nos
pólogos), sociólogos, psicólogos, lingüistas, demógrafos, geógrafos y interesa destacar: las estructuras de larga duración -también las hay
hasta matemáticos sociales y estadísticos- es «una noción cada vez de media 43 - son "Coacciones, límites envolventes de los que el hombre
más precisa de la multiplicidad del tiempo y del valor excepcional del no puede emanciparse. Son, pues, determinantes.
tiempo largo»39. La totalidad se encuentra transida por diversas tem- Determinantes no ya de lo que ocurre en su propio orden de reali-
poralidades de las que una tiene un superior valor a las demás: ésas dad sino del cambio que pueden experimentar, en la duración media,
son las dos contribuciones que el historiador está en condiciones de las coyunturas. Así se introduce un modelo de explicación de los cam-
ofrecer al resto de los científicos sociales y, en general, a la epistemo- bios sociales que no requiere para nada de la acción humana: es en
logía de la historia, a falta -añade no sin malicia Paul Ricoeur-- de las coacciones impuestas por la larga duración -geológicas, biológi-
una discusión más sutil de las ideas de causa y ley 40. cas, pero también sociales y mentales- donde debe buscarse la pau-
La oferta implica que el historiador organiza su material en fun- ta que explique los cambios en la duración media, que por su parte
ción de la categoría tiempo. En primer lugar, el tiempo largo, que se deberán situarse en una mutua relación interna: cambios de población
relacionaría con el tiempo corto de la misma forma que el espesor con que se relacionan con cambios de propiedad o de producción. Hasta
el humo. Metafórico, carente de rigor «en las expresiones característi- el momento, la acción humana aparece desprovista de cualquier sig-
cas de la pluralidad de las temporalidades»41, Braudel quisiera encerrar nificación causal de los procesos que afectan a la sociedad. Esta gene-
los acontecimientos, que son explosivos y tonantes, en la corta dura- ración de «annalistes» se ha caracterizado por «su decidido énfasis en
ción, tiempo del periodismo y de la crónica. La ciencia social, por su introducir fuerzas situadas fuera del control humano como determi-
parte, siente horror del acontecimiento. La ciencia social -la historia nantes de las relaciones sociales»44.
también- busca el espesor que encuentra sobre todo en lo geológico No es difícil ver en este énfasis sobre la duración, la espesura y lo
y luego en ese tiempo propio del «recitativo», diez, veinticinco, los cin- inmóvil el penetrante y pertinaz influjo que sobre la explicación histó-
cuenta años de Kondrátiev, en los que se pueden construir curvas de rica ha ejercido la sociología positiva -de Saint-Simon a Durkheim-
precios, progresiones demográficas, movimientos de salarios, estudios con su búsqueda de orden y equilibrio y con su objetivo de crear desde
de producción, variaciones de la tasa de interés. Tiempo medio, de la las ruinas de las sociedades de Antiguo Régimen una nueva «comuni-
cuantificación, del recitativo por encima del relato. Es el que determi- dad ideológica»45. Como ya antes quedó apuntado, ese predominio de
na lo episódico, lo efímero del tiempo corto de la vida diaria. lo sistémico sobre el cambio, de la consideración estructural sobre la
Por debajo -más espesor aún, casi la opacidad de lo inmó- genética es también deudor de la violenta reacción estructuralista que
vil- es la geohistoria, concepto en el que se ha visto la herencia de en Francia se ha expresado en forma de lo que Revel ha denominado
58 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL i 59

un antihistoricismo a veces terrorista. La hora de la segunda genera- inventado para la teoría económica clásica-: el medievo. «La Edad
ción de Annales es la misma que la del triunfo en Francia del estructu- Media parece estar hecha a propósito», asegura Le GofT en una recien-
ralismo y del marxismo, de la ruptura epistemológica que creía poder te entrevista, pues en ella se produce cierto equilibrio mágico: es una
fundamentar la ciencia de la historia arrebatando de ella la presencia historia de larga duración que, a su vez, es una historia de cambios,
de cualquier sujeto. La historia inmóvil de Le Roy Ladurie sería, si pero esos cambios contienen, igualmente, tiempos largos 48 • Medieva-
esta relación es pertinente, el correlato de la antropología estructural lista y modernista, la historia total ha olvidado el tiempo que inaugu-
de Lévi-Strauss o el de un materialismo histórico que proclama, con ra simbólicamente la Revolución Francesa, el tiempo de los cambios
Althusser, la ausencia del sujeto. No se puede olvidar, por otra par- revolucionarios. •
te, que más allá de los límites del hexágono era también la hora del Las dificultades para explorar las conexiones internas entre las tres
triunfo de la sociología sistémica americana y del análisis estructural- duraciones y la decisión estratégica de privilegiar la determinación de
funcional. la larga duración y de las estructuras sobre las coyunturas y los
En este sentido, cabría decir que la obra de Braudel y Le Roy acontecimientos han sido precisamente los elementos del modelo expli-
Ladurie representa en la explicación histórica la culminación de la cativo braudeliano -yen general, de la segunda generación de anna-
reacción francesa de principios de siglo contra el historicismo, la his- liste~ sobre los que más se ha centrado la atención y la crítica. Desde

toria de acontecimientos -historia historizante- y la narrativa. A otra perspectiva holista, como el marxismo, se ha reprochado a Brau-
una teoría de lo singular e idiosincrático, un o~jeto político y una for- del haber negado la centralidad de las relaciones de producción, de
ma narrativa de la historia que basaba su cientificidad en la compren- autoridad y explotación y haber negado implícitamente el proceso his-
sión y la crítica textual, se opone una teoría de la totalidad, un objeto tóric0 49 • Pero en este punto, casi todos están de acuerdo: la historia
social y una forma «anatómica», una sátira menipea, como la define mayoritaria de Annales es extraña a todo análisis del cambio social e
Kellner 46
• Al pretender que la historia es ciencia, y que para alcanzar incluso es incapaz de explicar el paso de un sistema histórico a otro.
ese status tiene que ser ciencia de la totalidad social y dar cuenta de lo Es lo mismo que ocurre a la sociología estructural-funcional, capaz tal
que Mauss, siguiendo las huellas de las pisadas de Durkheim, llamaba vez de percibir la posibilidad de cambios dentro de un sistema pero
el hecho social total, esta segunda generación de annalistes privilegió el confesadamente inútil cuando se trata de explicar cambios de sistema.
análisis frente a la narración, lo espeso frente a lo fluido, el fondo frente Realmente, cuando de la explicación histórica se suprime la actividad
a la espuma, los números frente al relato: en el límite, llega a afirmar de sujetos y se olvida el sentido de la acción -en el significado webe-
Le Roy, no hay más historia científica que la de lo cuantificable 47 • La riano del concepto- es ardua tarea dar cuenta del cambio: el recien-
historia científica sería así, desde luego, ciencia, pero no pocos se pre- te debate entre marxistas y annalistes sobre la estructura de clases agra-
guntan si es todavía historia. ria y la crisis del feudalismo constituye un claro ejemplo de las
Teoría de la totalidad, privilegio de la larga duración, reticencias a dificultades con que tropieza una teoría de la historia que prescinda
la consideración del cambio, horror al acontecimiento: era lógico que del factor humano so •
esta historia explorara sus potencialidades en un tiempo inventado, al Naturalmente, y a pesar de que después de Braudellos estudios
parecer, para ella -de la misma manera que el crecimiento parecía predominantes en la escuela de Annales hayan sido los relativos a hechos
60 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA
EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL I 61
sociales dominados por la larga duración, dentro de la misma tradición nes materiales de existencia, entonces estaremos ante un historiador
han surgido en los últimos años, los años de una tercera generación marxista británic0 52 .
que a duras penas mantiene los caracteres de una escuela unificada, Podría todavía establecerse una característica más que define a la
corrientes que han vuelto a hacer respetable el estudio del aconteci- mayoría de los historiadores marxistas británicos: su evidente conexión
miento y que han concedido un fuerte interés a la ordenación simbó- con una tradición de estudios históricos de la que nunca se ha senti-
lica de la vida social y al estudio de las mentalidades colectivas como do excluida ni personal ni académicamente. Si la nueva historia fran-
estructuras situadas, al parecer, lejos y fuera de las luchas de clases, cesa se hace a partir de una ruptura con las tradicionales instituciones
llenándolas de una «connotación decididamente interclasista»5!. Es sig- universitarias, y un"ataque contra la historia política y episódica, la britá-
nificativa, sin embargo, la limitada presencia de historiadores sociales nica surge a partir de ellas, en el mismo clima académico, en las universi-
franceses en las discusiones sobre las transiciones de un tipo a otro de dades más tradicionales, con rasgos muy similares a los que definían a la
sociedad y en los debates sobre los grandes procesos de cambio social. historia tradicional: preocupación por lo factual, forma narrativa de pre-
En este punto, la historia social se ha desarrollado en otras latitudes, sentación, interés por idénticos objetos de investigación. Hay, sin duda,
más escépticas de teorías sobre la totalidad, más proclives a la consi- caracteres propios pero es significativo que ninguno de ellos exija una
deración de las relaciones de poder y más dadas a la narración como ruptura institucional y ni siquiera teórica con la historia tradicional.
forma del discurso histórico. Se trata de la segunda corriente de his- El primer dato para entender la peculiaridad de la historia social
toria social que parece pertinente considerar aquí, la constituida por marxista británica es, precisamente, la permanencia en Gran Bretaña
los historiadores marxistas británicos. de lo que se ha llamado interpretación Whig de la historia, no leja-
na del ideal «rankeano» pero ajena al núcleo central del historicismo.
Es decir, comparte con Ranke la convicción de que la historia es un
relato de hechos, sobre todo, de carácter político y constitucional, pero
3.5. HISTORIA SOCIAL COMO HISTORIA DE PROCESOS el ideal de la elaboración de un relato elegante, con calidad literaria y
DE CAMBIO: LOS HISTORIADORES MARXISTAS que sirva a la formación de buenos funcionarios se inserta en la con-
BRITÁNICOS vicción de que la historia es un proceso lento y racional, guiado por
una especie de ley natural de progreso hacia la consolidación de los
Si alguien asegura de forma taxativa que lo que define a la historia valores políticos liberales y los valores económicos capitalistas 53 . La
es «captar los procesos de cambio», existe una altísima probabili- lucha social y hasta la lucha de clases no quedaban excluidas de esa
dad de que se trate de un británico. Si afirma además que para eso visión lineal de la historia e incluso podrían integrarse perfectamente
se requiere formular muy cuidadosamente algunos conceptos histó- en ella, pues a través de la lucha las sociedades humanas, como las
ricos y servirse de ellos de forma flexible, entonces es posible que, especies animales, se capacitarían para alcanzar niveles más altos
además de británico, sea marxista. Si muestra, en fin, una preocu- de evolución y progres0 54 .
pación por captar esos procesos, valiéndose de tales conceptos, en Esta concepción de la historia, que gozó en la era victoriana de su
lo que atañen a la gente corriente, a la clase obrera, a las condicio- máximo esplendor, no sufrió el ataque frontal que, procedente de las
62 I HISTORIA SOCIALlSOCIOLOGíA HISTÓRICA EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL I 63
ciencias sociales, tuvo lugar en el continente entre 1890 y 1920. Ingla- sociológica en Francia, el cambio radical, revolucionario, de un orden
terra no participó activamente en la revolución intelectual europea de de sociedad, sino la de un cambio profundo, pero al parecer gober-
fin de siglo e incluso se libró o se vio privada -según el punto de vis- nado por alguna mano invisible, dentro de la sociedad. El centro de
ta que se adopte- de sus efectos'5. Ni siquiera la guerra de 1914 des- su problemática no fue, por tanto, el que constituyó el núcleo del his-
vaneció la tradicional confianza Whig, que continuó impregnada de toricismo ni de la sociología. A los ingleses les interesó especialmen-
una irónica pero profunda fe en los valores del individualismo liberal te el impacto de la industrialización, sobre la que los individuos, los
y de la seguridad en la metodología rankeana como inexcusable refe- actores personales, aislados o en grupos y clases, habían tenido una
rencia del oficio de historiador. iniciativa personar.
La fortaleza de la tradición individualista liberal no debe enten- En la investigación y explicación de este proceso se consolidó, jun-
derse como si toda la historiografía británica anterior a la segunda to a la tradición Whig, la que podría llamarse radical o humanista.
guerra pueda adscribirse a ella, sino más bien en el sentido de que Ambas conservaron ciertos rasgos comunes: una evidente inclinación al
ninguna de las otras corrientes se vio libre de su influjo. Ni los inicios empirismo y a la documentación de los hechos más que hacia la teoría
con Therold Rogers de una historia económica ni la aparición de una y las grandes construcciones históricas, un gusto por la narrativa sobre
historiografía radical o humanista exigieron una ruptura teórica con el análisis y, en fin, una generalizada convicción de que son los hom-
las implicaciones del liberalismo individual: todas participaron de sus bres, más que las determinaciones materiales o estructurales, quienes
presupuestos teóricos que podrían resumirse en lo que se ha llamado hacen y sufren la historia. Naturalmente, la tradición Whig se inclina-
«lenguaje empírico»56. ba hacia el estudio de las elites sociales y de las personalidades pode-
Seguramente, la permanencia en Inglaterra de una tradición libe- rosas, interpretaba el proceso de industrialización desde la optimista
ral individualista guarda una estrecha relación con su peculiar historia perspectiva del progreso material y, como resultado de ese optimismo,
económica y social del siglo XIX. Frente a lo que ocurría en el conti- evaluaba favorablemente sus consecuencias de toda índole, incluso las
nente, Inglaterra no volvió a experimentar en este siglo ningún nuevo que se referían al nivel de vida de las clases trabajadoras.
derrumbe social ni nuevas revoluciones políticas. No hubo así ocasión Frente a ella, la tradición radical y humanista, además de interesar-
de repensar o plantear la constitución de la sociedad como objeto de se por el estudio de las clases trabajadoras, de los sindicatos o del pue-
investigación histórico-social. Con cierto desaliento, fruto de la escasa blo, destacó desde el principio el alto precio en miseria y sufrimiento
estima que muestra a su propio pasado y de la alta que le merece la que una parte de la población pagó por el desarrollo industrial. A esta
historiografía francesa, Stedman Jones constataba que los historiado- tradición -que Stedman Jones define algo sumariamente como una
res británicos, con muy pocas excepciones de la izquierda, nunca han suerte de variante plebeya de la teoria Whig de la historia- pertene-
pretendido construir totalidades históricas'). ce una corriente socialista que puede entenderse como manifestación
Lo que a esos historíadores ha interesado no es la totalidad, sino del ascenso y el creciente poder que iba adquiriendo en la sociedad y
el proceso de constitución de su propia sociedad: su experiencia no el sistema político británicos, ellaborísmo y los sindicatos obreros. Los
fue, como la de los alemanes, la frustración primero y la creación des- trabajos de los Hammond sobre la revolución industrial y su impacto
pués de un Estado nacional; ni, como la que dio origen a la reflexión en las antiguas formas de vida comunitaria, en el trabajador del cam-
64 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA
EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL I 65
po, los de Webb sobre los sindicatos y los de Cole sobre la clase obre- social -que podría conceptualizarse como humanista y socialista6J
ra, el sindicalismo y el pensamiento socialista, ilustran bien las carac- o tal vez como radical democrática, según la expresión de Samuel-
terísticas de esta corriente. estuvo vacía de carga teórica: se hacía la misma historia aunque se
Menos ambiciosos teóricamente que sus contemporáneos france- hiciera de distinta manera. Social no significó tanto aquí la creación
ses, los británicos no estudiaron sociedades alejadas en el tiemp05B, sino de una problemática para captar la totalidad, sino el punto de mira
procesos de cuyas inmediatas y visibles consecuencias eran ellos mis- para entender un proceso desde abajo.
mos testigos. Yen estos procesos destacaron, sobre todo, no los facto- Pero es evidente la línea de continuidad entre esa tradición histo-
res determinantes de una abstracta larga duración, sino la concreta y riográfica y la aparidón de un peculiar marxismo británico a partir
vívida experiencia de grupos y clases sociales. Lo que les diferenciaba de los años treinta. Fue entonces cuando comenzó a fraguarse en las
de la historiografia tradicional no era, por tanto, un cambio de objeto viejas universidades de Oxford y Cambridge, y en medio de un clima
o una ruptura teórica, sino la visión del proceso de industrialización y de discusión y compromiso político, lo que más adelante sería el Gru-
de sus efectos «desde abajo»: es la «history from below». Si en Francia po de Historiadores del Partido Comunista. En esa década llegaron
se opuso a la historiografia científica política una económica y social, a Oxford Cristopher Hill y Rodney Hilton, mientras que Eric Hobs-
en Inglaterra a la historiografia Whig se opuso una «from the bottom bawm, Raymond Williams y Edward Thompson se encaminaban hacia
up», una «people's history» cuyas primeras muestras se remontan a Cambridge, en cuya universidad enseñaba desde 1924 Maurice Dobb.
1877 con la publicación por J. R. Green de su «enormemente influyen- A partir de entonces, estos cinco historiadores, excepto Thompson a
te Short history qf the English people, texto fundamental para comprender quien su fortuna familiar le permitía mayor autonomía de movimien-
los orígenes de la historia desde abajo»59. La «people's history», que tos, se mantendrán siempre en el mundo académico y no precisamen-
puede considerarse como una variante de la historia social, conocerá, te en situación marginal. La renovación de los estudios históricos que
en efecto, un renovado interés y un auge extraordinario en Gran Bre- emprenderán después de la guerra se verificó por tanto en el mismo
taña con la creación del grupo Workshop History y la publicación de centro de la estructura académica y no, como en el caso francés, fue-
una revista del mismo nombre y de la Histo~y
T10rkshop Series. Raphael ra de ella.
Samuel, su animador, pudo escribir que este tipo de historia constitu- Esto quiere decir, por una parte, que los historiadores marxistas
ye «la mayor herencia del trabajo histórico socialista»60. británicos participaron plenamente y con idénticas armas en los deba-
Hasta aquí hay, naturalmente, muy poco de marxismo, en cuyo tes historiográficos que constituían la herencia de las tradiciones Whig
cultivo Gran Bretaña no fue ciertamente una adelantada. Es más, las y radical democrática. La obra de Hilton, Hill o Hobsbawm no se
recientes síntesis sobre las peculiaridades de la historia inglesa efectua- caracteriza por construir nuevos objetos de investigación, sino por
das por los mismos ingleses han destacado ese vacío de una teoría mar- entrar, con diferentes enfoques y con una distinta preocupación políti-
xista como factor determinante de lo que han conceptualizado como ca, en las discusiones que ya estaban en curso en los medios académi-
un proletariado subordinado. Parecería como si, en definitiva, la su- cos británicos. Hobsbawm y Thompson estudiarán los efectos de la
bordinación proletaria fuese un efecto de la carencia de teoría marxis- revolución industrial o la formación de la clase obrera en diálogo o
ta. En todo caso, es evidente que la primera tradición de una historia polémica continua con tesis ya establecidas sobre idénticas cuestiones.
66 i HISTORIA SOCIAl/SOCIOLOGíA HISTÓRICA
EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL I 67
Esta característica peculiar de la historiografia marxista británica exi- Al escribir esta carta, Thompson reaccionaba contra la tendencia
gía, por una parte, tomar en serio a los oponentes y respetar intelec- dominante dentro de la nueva dirección de la New Lefi Review que des-
tualmente su obra, aunque se discutiera sus implicaciones políticas y, preciaba como inexistente el marxismo británico y pretendía importar
por otra, adoptar ~l mismo lenguaje, es decir, el célebre «idioma del el del continente, sobre todo el francés, en su más reciente elabora-
empirismo inglés»62. Probablemente, estas dos circunstancias ayudaron ción althusseriana. A pesar del tono polémico de su reacción, lleva-
a que la nueva historia marxista no quedase encerrada en un gueto bri- da al extremo en «The poverty of theory» , Thompson tiene toda la
llante, pero aislado, sino que participara con idénticas armas académi- razón cuando afirma que «la tradición inglesa de historiografia mar-
cas -revistas, libros, artículos, reseñas y críticas de libros, seminarios- xista puede resistir"la comparación con la de cualquier otro país», y
en las discusiones que tenían lugar sobre cuestiones tales como la cuando la remonta desde sus colegas hasta Marx pasando por Dobb.
formación de la sociedad capitalista, las revoluciones del siglo XVII, En efecto, entre los humanistas o los radical-demócratas al estilo de los
la constitución del Estado británico, las causas de la revolución indus- Hammond y los nuevos historiadores definitivamente marxistas, hay
trial o la formación de las nuevas clases sociales. que situar, entre otras, la figura de Maurice Dobb, cuyo Studies in the
Pero quiere decir también, por otra parte, que más allá de las development rif capitalism, aparecido en 1946, habría de ejercer un per-
tradiciones Whig y radical o liberal, los marxistas británicos podían manente influjo en el debate historiográfico británico durante varias
trazar una línea que les llevaba hasta el propio Marx y reivindicar décadas.
la existencia de una específica tradición marxista en la que situaban El libro de Dobb y sus anteriores reflexiones On Marxism today, de
su obra. Después de todo, escribirá Thompson, teníamos continua- 1932, ayudaron a formular no sólo el objeto central de la específica
mente presente ante nosotros la línea viva del análisis de la sociedad problemática de la historiografia marxista británica, sino un estilo teó-
británica realizado por Marx en El capital y en la correspondencia rico, más que una teoría, de abordarla. Dobb rechaza cualquier for-
con Engels. Esa línea, siempre según Thompson, «nunca se defor- ma de determinismo económico y acentúa la necesidad de investigar
mó hasta el punto de que no pudiera recobrarse. Por consiguiente, la experiencia histórica como un proceso en movimiento en el que el
trabajar como marxista en Gran Bretaña significaba trabajar dentro hombre es agente activo. Precisamente, el rechazo de todo determi-
de una tradición fundada por Marx, enriquecida por visiones inde- nismo, la insistencia en la human agency, y el interés por el estudio de
pendientes complementarias de William Morris, ampliada en tiem- las experiencias de grupos y clases sociales, junto a la consideración
pos recientes por hombres y mujeres, tales como Gordon Childe, del papel central de la lucha de clases, serán las características básicas
Maurice Dobb, Dona Torr y George Thomson y tener como cole- que definan la tradición teórica del marxismo británic0 64, a la que no
gas a scholars, tales como Chistopher Hill, Rodney Hilton, Eric Hobs- es ajena, por otra parte, el mismo idioma empírico e idéntico gusto
bawm, V. G. Kiernan y, además de otros que podrían mencionarse, por la narrativa que caracterizaban también a las tradiciones Whig y
los editores de este Registem 63 , o seaJohn Saville y Ralph Miliband. radical-democrática o socialista-humanista.
No era mala compañía, desde luego, y Thompson, por su parte, no La generación de historiadores marxistas nacidos entre 1912 (Hill)
encuentra ninguna posible causa de deshonor en reclamar un pues- y 1924 (Thompson) hereda las mismas preocupaciones que Dobb, aun-
to en semejante tradición. que su trabajo estará lejos de constituir una escuela. En Hobsbawm,
68 I HISTORIA SOCIAl/SOCIOLOGíA HISTÓRICA
EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL I 69
la preocupación central consiste en liberar a la historia marxista de la
bra modelo y preferiría tal vez un concepto que indicara la historici­
influencia que durante décadas ha ejercido sobre ella lo que denomina
dad interna de su objeto de investigación, sea éste la Old Corruption
marxismo vulgar, con su «interpretación económica de la historia», el
o la clase obrera. En todo caso, la obra de Thompson ha sido decisiva,

modelo de base y superestructura, las leyes históricas y su inevitabili­


dentro de la contribución general de los marxistas británicos a la his­

dad, los intereses de clase y la lucha de clases como único determinante


toria, en su ampliación del concepto de clase, al alejarla de un sociolo­

de la historia o la reducción de objetos de investigación a los señalados


gismo que la considera como mero agregado de individuos y de cierto

por Marx. A este marxismo vulgar, Hobsbawm opone una afirmación


marxismo que ve en ella una pura determinación de las fuerzas pro­
que guiará toda su práctica historiográfica: la existencia de estructura ductivas 6B • •

social y su historicidad o sea, su dinámica interna de cambio. Buscar


La importancia de la obra de Thompson puede medirse bien por

esa dinámica y sus determinantes constituye precisamente el trabajo su posterior influjo en Gran Bretaña y fuera de ella. Es indudable la

del historiador cuya tarea consistirá en establecer estructuras y perci­


conexión entre el trabajo de Genovese y de Wilentz 69 con su obra, como

birlas en su movimiento históric0 65 • De ahí que Hobsbawm propon­


lo es también el acento en lo cultural y en la experiencia vivida de la

ga una estrategia muy flexible de investigación que abarque el medio clase obrera que History Workshop ha pretendido captar renovando

material e histórico, las fuerzas y técnicas de producción, la economía


la historia del movimiento obrero por medio de métodos de trabajo

y las relaciones sociales o los fenómenos de la conciencia colectiva, los


muy relacionados con la historia oral y con la tradicional people's history.

movimientos sociales o los cambios culturales. Hobsbawm se guarda,


En el auge de estas formas de hacer historia, en continua expansión

sin embargo, de pretender que ésa sea la única estrategia posible o de


sobre todo durante la década de los setenta, puede percibirse también

formular una teoría de la historicidad de la estructura más allá de la una de las grandes corrientes de historia social británica.

existencia de sus contradicciones internas 66 •


En el otro extremo habría que señalar la creciente importancia de
Se comprende que a partir de esos flexibles supuestos teóricos se una forma de hacer historia que pretende captar largos procesos
puedan derivar consecuencias prácticas diferentes dentro de la mis­
de cambio a partir de un estudio que abandona la perspectiva «desde
ma tradición marxista según se insista en el estudio de las estructuras
abajo» y se construye intencionadamente «por arriba». La obra más
históricas o en el de las experiencias culturales. En un extremo podría
relevante es la de Perry Anderson que expresamente se propone explo­
situarse a quienes insisten en la crítica al determinismo y en general a
rar un terreno poco frecuentado por autores marxistas, el que existe
toda clase de estructuralismo, sobre todo francés, y califican de «ima­ entre el estudio de procesos concretos y la construcción de modelos
gen lamentable» la metáfora de la base y la superestructura, como hace generales abstractos. Anderson piensa que en muchos casos los mode­
E. P. Thompson. En este caso, el acento recae en la clase como acon­
los permanecen tan alejados de la realidad que apenas sirven como
tecimiento cultural, como encuentro de individuos que participan de
instrumento para explicar los casos concretos, mientras que, por otra
idénticas experiencias y que desde ellas se embarcan en determinadas
parte, la investigación de éstos se hace de forma tan alejada de la teo­
prácticas. Puede decirse con razón que todas las obras de Thompson
ría que apenas pueden extraerse de ellos conclusiones valederas más
comparten el tema común del conflicto entre dos modelos culturales67 ,
allá del ámbito local. Para explorar ese territorio, Anderson construye
aunque probablemente Thompson sentiría un escalofrío al el pala-
una problemática a partir del Estado como espacio en que confluyen
70 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL I 71
y se resuelven las luchas de clases. Es, como se ve, un intento de his­ 3.6. HISTORIA SOCIAL COMO HISTORIA DE HECHOS
toria que pretende reunir en un acercamiento único la teoría -cons­ SOCIALES: UN CRECIMIENTO CREATIVO
truida con conceptos unívocos- y la práctica en el terreno intermedio Y DESORDENADO
del simultáneo examen de una forma específica de Estado tanto en
general como en particular 7o . En este sentido, e! trabajo de Anderson Limitar la práctica de los historiadores sociales a lo que han escrito
se situaría más exactamente dentro de ese campo de investigación que después de la guerra mundial la escuela francesa de Annales y la tradi­
en los años sesenta y setenta conoció un crecimiento tan fulgurante ción marxista británica equivaldría a amputar al estudio de la historia
como e! de la historia social, es decir, la sociología histórica 71 . social un campo enorme, caracterizado, a partir de la década de 1960,
Entre la historia cultural y por abajo, de Thompson y la historia por su crecimiento «creativo y desordenado»73. En efecto, cuando se
política y por arriba, de Anderson, hay una amplia gradación de acen­ habla de historia social, en lo que se piensa no es sobre todo en Anna­
tos en los que, sin embargo, es posible reconocer una música común, les ni en el marxismo británico, sino en toda esa reciente expansión
la compuesta por lo que Kaye ha denominado tradición marxista bri­ de nuevos cursos, seminarios y publicaciones que se presentan bajo
tánica. Su «contribución colectiva» radica precisamente en e! estudio la denominación genérica de historia social -«social history» o «his­
de las relaciones de clase, y la búsqueda de la determinación de clase, toire sociale»- en la que se puede encontrar de todo, desde estudios
dentro de amplios contextos históricos que les permiten abordar «la sobre el crimen o el sexo hasta análisis de culturas populares.
esencial dimensión política» de la experiencia de las clases sociales 72 • Se comprende que esa diseminación de objetos haya impedido la
Los marxistas británicos no han perdido de vista que las relaciones aparición en este floreciente campo de una escuela dominante. Las
de clase son siempre políticas y que entrañan por ello mismo lucha, periódicas reflexiones que se ofrecen sobre tendencias en historia social
dominio y subordinación. Evidentemente, en este objeto central de su señalan invariablemente, junto al crecimiento, la ausencia de una teoría
más significativa aportación, el interés se ha centrado sobre todo en o de lo que Social History llamaba un paradigma metodológíco que haya
las clases dominadas y en las formas que ha adoptado su resistencia. impuesto determinado orden dentro de! campo74. Este tercer apartado
Aparte de este objeto central, la historiografia marxista británica ha de la historia social, que he definido como historia de hechos o fenó­
intentado cumplir e! programa trazado desde la fundación de la revista menos sociales, no los tiene, ni los puede tener, lo que naturalmente
Past and Present: explicar las transformaciones que experimenta la socie­ entraña una fuerte inseguridad respecto a su propia definición como
dad pero no por la aplicación de alguna ley de desarrollo histórico, ciencia social histórica.
sino por la propia acción humana. La insistencia en que los hombres Como ya se indicó antes, lo propio de la historia social es, además
son «activos y conscientes constructores de la historia y no meramen­ de la dispersión de sus objetos, la diversidad de teorías explicativas
te sus víctimas pasivas» alejaba la perspectiva de la revista de aquella y de metodologías de investigación que los informan. Si la segunda
otra, más estructural, de la escuela francesa. Y es ahí, en esa historia generación de Annales y e! marxismo británico podían establecer obje­
de abajo arriba, y en la importancia que se concede a la human agency tos preferentes de análisis y trazar una línea teórica y metodológica
frente a los límites y las determinantes estructurales donde radica lo dominante, aunque susceptible de variantes, en la historia social con­
más característico de esta forma de hacer historia. cebida como historia de fenómenos sociales entramos en un terreno
72 I HISTORIA SOCIAIISOCIOLOGfA HISTÓRICA
EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL I 73
en el que todo parece valer, tanto en lo que se refiere a teorías de la do ambos de las teorías y del desarrollo de otras ciencias sociales- de
sociedad -desde el evolucionismo al estructuralismo- como a meto­ investigación. Aquí no se puede hacer más que dejar constancia de esa
dologías de investigación -desde el individualismo al holismo- o a diversidad y riqueza e indicar, sin ánimos de exhaustividad, algunas
los objetos de estudio -desde la infancia al crimen. corrientes que parecen haberse consolidado cuando estamos a punto
En esta proliferación de objetos, métodos y teorías es perceptible, de cerrar la década de 1980.
ante todo, el claro influjo de las diferentes tradiciones historiográfi­ Para seguir el orden de los factores acabados de mencionar, podrían
cas dominantes en cada país cuando los hechos sociales comenzaron distinguirse, en primer lugar, las nuevas corrientes de historia social
a estudiarse en su dimensión histórica. Un segundo factor de diferen­ que heredan, modihcándolos, patrimonios anteriores de Francia y del
ciación radica en la búsqueda de respuesta a los diversos conflictos Reino Unido. En ambas naciones ha sido perceptible desde los años
sociales y movimientos de protesta que cada región experimentó en sesenta un renacido interés por la perspectiva desde abajo, más tradi­
las décadas de 1960 y 1970, Y que señalaron los límites a la ideología cional entre los británicos, más novedosa entre los franceses, que ha
del equilibrio sobre la que se estableció el consenso social en los años dado lugar, por una parte, al florecimiento de historias de la vida pri­
inmediatamente posteriores a la segunda guerra. En tercer lugar, el vada y de la vida diaria de grupos sociales populares y, por otra, al
interés por unos u otros objetos de historia social y el uso de diversos auge de una historia cultural popular. Dentro de estas corrientes, es
métodos de investigación ha sido diferente también según la relación notoria la presencia de conocidos annalistes en la expansión de la his­
que los historiadores hayan logrado establecer con otras ciencias socia­ toria de la vida privada, pero en lo que se refiere a culturas populares
les, como la etnología, la demografia, el urbanismo o la sociología y el no falta la activa presencia de marxistas. En el renacimiento de la
grado o nivel de desarrollo alcanzado por cada una de estas disciplinas. people's history o de la history from below, muy visible en Gran Bretaña, ha
En fin, es obvia la diversidad de historias sociales según la escuela teó­ desempeñado un papel central History Workshop, convertido recien­
rica en la que se sitúa cada historiador o cada grupo de investigadores temente en centro para el estudio de la historia socialista y feminista,
dentro de la misma estructura académica, si ésta no era incompatible lo que indica bien las preocupaciones políticas que animan al grupo.
con el pluralismo teórico y metodológico. El renacimiento de la historia social no puede limitarse en Gran
Diferentes tradiciones historiográficas, preocupación por distintos Bretaña y, más allá, en el mundo de habla inglesa, a los herederos «cul­
hechos sociales, conexiones con otras ciencias de la sociedad, escuelas turales» de la tradición marxista. Dentro de esa corriente general que
de pensamiento: según se tomen uno u otro de los influjos recibidos pretende recuperar una historia por abajo conviven múltiples tenden­
por la historia social de los años sesenta y setenta se podrían agrupar cias. La atención al grupo, a su cultura, a su mentalidad, a su lenguaje
de forma distinta la multiplicidad de temas y enfoques que ha carac­ o a su vida diaria, con la apertura de nuevos temas tales como el ocio,
terizado su desarrollo en distintas áreas geográficas. Puede hablarse la bebida, el deporte, las canciones o el music-hall, la ciudad, puede
así, con razón, de una historia social en Estados U nidos que ofrece insertarse en un análisis de las relaciones de poder o, por el contrario,
temas y perspectivas muy diferentes a los de América Latina, China o mantenerse en un tipo de historia cultural ajena a esta problemática.
Europa occidentaF5. Y dentro de cada una de estas grandes regiones Es evidente que, en este caso, la dirección de la investigación no está
es evidente la diferencia según los objetos y estrategias -dependien- determinada por el mismo objeto -el lenguaje, por ejemplo-, sino
74 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL I 75

por la teoría social en la que se aborde su estudio. Hay así una histo­ efectos y el mundo y la sociedad pasada se dan por definitivamente per­
ria social del lenguaje que ha podido clarificar cuestiones ocultas de didos, lo que provoca algunas reflexiones cargadas de nostalgia, como
las relaciones de poder o de la conciencia colectiva, como hay tam­ la efectuada por Peter Laslett, animador del Grupo de Cambridge para
bién una historia social del mismo fenómeno que se mantiene lejos de el estudio de la población y de la estructura social, fuertemente ligado
esa perspectiva. No es idéntico el análisis de la extensión del idioma a las tendencias cuantitativistas de historia social dominantes en Fran­
francés realizado por Eugen Weber en el marco de una teoría de la cia 78 . Pero es también la época en que historiadores de diversas proce­
modernización que el estudio del lenguaje de los esclavos efectuado dencias teóricas pasan revista a los grandes temas de la historia ingle­
por Eugene Genovese en el marco de una teoría de la dominación, sa situándolos en"lo que, por seguir con Cannadine, se podría llamar
pero es obvio que ambos entran en la categoría de la «social history una «welfare-state version of the past»79. Los historiadores sociales de­
of language», del que precisamente Peter Burke ofrece una recopila­ sempeñaron en la construcción de esta versión un papel fundamental
ción de estudios o del que William Sewell se valió para ofrecer algunas del que atestigua claramente la figura de Asa Briggs, con sus estudios
observaciones de interés sobre la conciencia obrera francesa a media­ sobre la ciudad victoriana. Por supuesto, la tradición marxista britá­
dos del siglo XIX 76 . nica era demasiado fuerte como para dejar el campo únicamente a la
Hay que retener, por tanto, la relevancia -sea cual fuere la teoría historiografia liberal o humanista: pisándole los talones a Briggs apa­
subyacente- que para la historia social ha tenido el reciente auge de recen varios estudios de historia local que vuelven a colocar la lucha
estudios sobre lenguaje y culturas colectivas, herederos de una tradicio­ de clases y las relaciones de dominación y subordinación en el centro
nal preocupación de la historiografia británica pero que ha rebasado del discurso históric0 80 . En definitiva, el período de las grandes revo­
claramente sus primeras problemáticas en torno a los procesos sociales, luciones políticas y de la revolución industrial se percibe dentro de un
y que puede constituir el objeto de investigación de historiadores tan ordenado y coherente progreso hacia la sociedad actual o como resul­
dispares, como Asa Briggs, un «Macaulay del Welfare State» -como le tado de una lucha de clases postulada por la tradición marxista.
ha llamado David Cannadine- y Gareth StedmanJones, un historia­ La dirección dominante entre los historiadores sociales franceses
dor marxista que reclama la necesidad de historia teórica. Algo similar ha estado más influida que la británica por su diálogo con la etnolo­
a lo sucedido con la historia del lenguaje ha experimentado también gía. Es significativo, sin embargo, que el cambio de acento desde la
la historia de los movimientos sociales o de protesta social, entre los larga duración y la determinación estructural hacia la corta duración
que se pueden encontrar a herederos directos de la tradición marxis­ y los azares de la vida diaria, y lo que este giro implica de recupera­
ta, como George Rudé, o a historiadores que rechazan explícitamente ción del acontecimiento, haya sido protagonizado en parte por los mis­
cualquier teoría social y se acogen en la práctica a alguna especie de mos autores que antes hemos definido como segunda generación de
individualismo metodológico, como Richard Cobb 77 • Annales. Puede verse en este giro el efecto de la crisis de finales de los
En la misma Gran Bretaña, el período que aquí nos ocupa pre­ años sesenta y la necesidad de reinsertar al sujeto en la historia, como
senció lo que David Cannadine llamó una edad de oro de la historio­ puede verse también el agotamiento de la mirada estructural. En todo
grafia, en el que participaron sobre todo los historiadores sociales. Es caso, es largo el camino recorrido por Le Roy Ladurie entre Les paysans
el momento en que la revolución industrial ha producido ya todos sus de Languedoc, con sus análisis cuantitativos y su atención preferente a la
76 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL i 77

demografia O al clima, y Montaillou, que no teme demorar la atención excepcionales, nacidos en el siglo XVI, dicen más acerca de la socie­
del lector en relatos biográficos de gentes del común a las que se nos dad de ese siglo que muchas historias sociales que se limiten a elaborar
presenta por sus nombres y cuyas peripecias se siguen con detalle, largas series de datos cuantificables 84 • Es también digno de nota que
sobre todo cuando se trata de documentar conductas «desviadas». No esta forma de historia social hoy en auge recupera, de la vieja historia
es idéntica tampoco la preocupación que guía a Duby cuando escribe política, el gusto por la estructura narrativa: no se trata sólo de anali­
su Economía rural y las razones que le mueven a escribir un libro como zar lo que le ocurrió a un molinero o a una monja, sino de saber con­
El domingo de Bouvines, en el que un acontecimiento -para mayor para­ tarlo de tal forma que pueda atraer a lectores tan comunes como las
doja político y, dentro de esta categoría, militar, como es una batalla­ vidas de los sujetos que narran.
adquiere un tipo de densidad ontológica y, por tanto, epistemológica Preocupaciones políticas y sociales y diferente relación con las cien­
que se diría proscrita en el seno de la misma escuela de la que Duby cias sociales, más que los influjos recibidos de anteriores tradiciones,
procede 8l
• Pocos compartirían hoy, incluso entre los annalistes, la afir­ han sido los principales determinantes en la eclosión de la nueva histo­
mación de Furet de que sólo por el número y el anonimato puede rein­ ria social en Estados Unidos. Hasta allí ha llegado el influjo de la tradi­
tegrarse en la historia a las clases inferiores. La historia de las menta­ ción marxista británica o de los annalistes franceses, y allí han aparecido
lidades como historia de estructuras de ideas, valores o creencias interesantes estudios de historia cultural y de microhistoria. Pero no se
dotadas de cierto halo de intemporalidad, como características de una trata ahora de esas corrientes comunes, fruto a veces de la identidad
especie de subconsciente colectiv0 82
, ha dejado paso a la exploración de lengua y siempre de la continua corriente de ideas entre Europa y
de culturas populares históricas 83 , incluso a través de individuos o Estados Unidos, sino de la aparición y consolidación en sus departa­
acontecimientos excepcionales cuyas huellas saltan a la atención del mentos universitarios de una historia social propia, que dificilmente
historiador y se convierten en centro de su relato. deja encerrarse en una definición o limitarse a una herencia. Interesa,
En este punto es imprescindible tomar nota de lo que parece pro­ más que definirla, seguirla en su impulso y sus resultados.
metedora conjunción de una microhistoria, que debe mucho en su El primero procede de la consolidación en el sistema universitario
enfoque a la etnología, con el nuevo interés por el lenguaje y la historia americano de departamentos de ciencias sociales y de la gran expan­
cultural ya señalados. El panorama, naturalmente, se complica porque sión que estas ciencias experimentaron en un período en que apare­
la microhistoria puede reducir su foco hasta centrarlo en un solo indi­ cieron grietas en el clima de consenso social y político dominante tras
viduo, lo que presumiblemente descartaría su definición como historia el fin de la guerra mundial. A partir de la década de 1960, la sociedad
social (si por tal se entiende el estudio por el ordenador de series de americana se enfrentó a manifestaciones de protesta y disentimien­
elementos susceptibles de repetición), aunque por medio del estudio to político con la aparición de nuevos movimientos sociales, como el
del lenguaje y de la cultura en su más amplia acepción, puede abrirlo feminista, el de la igualdad de derechos o contra la guerra. A los vein­
tanto que desemboque, a través de ese individuo, en la reconstrucción ticinco años de imperio estructural-funcionalista, con su acento en el
de una sociedad. Las historias de Menocchio, Martin Guerre -o del equilibrio y el consenso, siguió un período de temas conflictivos y de
impostor que asumió su personalidad- y de Benedetta Carlini, por búsqueda intelectual en todas direcciones, desde la neoevolucionista
mencionar sólo a tres personajes del común a quienes sucedieron cosas hasta la teoría de la modernización o el marxismo.
78 HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL I 79

En este clima de discusión política y de vitalidad intelectual, la a buscar su propia autonomía: si Hobsbawm podía tratar hace vein­
historia social «integró lo que parecía ser un número infinito de nue­ te años a la historia urbana y a la historia de la familia como parcelas
vos temas»85. Durante esas dos décadas se produjo lo que Stearns ha de la historia social, los más recientes estudios de historiografia, aun
llamado una explosión de temas sociohistóricos, entre los que destaca­ manteniendo un capítulo para la historia social, abren capítulos espe­
ron muy pronto los estudios sobre negros, jóvenes y mujeres. La etni­ cíficos para cada una de ellas: junto al obligado capítulo sobre «social
cidad, la edad y el género fueron algunos de los nuevos criterios para history» aparecen diferenciados, entre otros, los capítulos sobre «urban
e! estudio de grupos sociales 86 . La vida humana en toda su extensión y history» o «family history» por no hablar de la historia de la mujer o
con todas sus posibles circunstancias, desde el nacimiento a la muerte, de la infancia. La'historia urbana, en relación con e! urbanismo, y la
pasando por la familia, el ocio, la educación o e! trabajo, se convirtió historia de la familia, muy vinculada a la antropología y la demografia,
en e! núcleo de los estudios de historia social desplazando a la visión son ya campos autónomos y especializados de la historia.
«romántica y esencialmente indefinida del pueblQ)87. Por otra parte, al centrar la mirada en un objeto constituido ya autó­
La posible tendencia centrífuga de esta historia social, que no nomamente, este tipo de historia social ha perdido, si no en la teoría,
pocos temían, se corrigió por la inmediata relación que los historia­ al menos en la práctica, su ambición totalizadora. No se trata de que
dores debieron establecer, en un sistema académico que facilita e! acce­ la historia social haya abandonado la política, puesto que de la misma
so de los estudiantes a cursos y seminarios impartidos por diferentes manera que hay una historia urbana o de la familia también ha apare­
departamentos con las ciencias sociales. La infinitud de «topics» se fue cido una historia social de! poder. Se trata más bien de que e! paso de
organizando en torno a varias cuestiones fundamentales, de las que la historia social a la historia de la sociedad, tal como fue enunciado por
Oliver Zunz ha señalado como más relevantes los movímientos migra­ Hobsbawm, es fisicamente imposible si la historia social se fragmenta en
torios, las dimensiones de la experiencia industrial, las dimensiones de varias historias autónomas y fuertemente consolidadas: bastante trabajo
la experiencia urbana y la cambiante familia americana. En efecto, tiene el historiador de la familia como para demorar la atención en otras
migración, industrialización, urbanización y familia han sido algunas cuestiones que, a su vez, se han vuelto arduas aunque no fuera más que
de las grandes cuestiones en torno a las que se ha organizado lo que en por las montañas de pape! que han caído sobre ellas.
su origen fue un territorio fragmentado. Pegados a uno u otro de esas Esta constatación puede desanimar a los investigadores que, nostálgi­
grandes cuestiones, han aparecido estudios sobre toda clase de temas cos de la historia total, creen realizarla limitando geográficamente el
imaginables que un sistema universitario en continua expansión hasta ámbito de su investigación. De ahí, probablemente, e! auge de una nue­
fechas recientes podía perfectamente engullir. va especialización de historia social, la historia local. Pero de ahí tam­
De esa proliferación, menos caótica de lo que a primera vista pue­ bién que los historiadores hayan abandonado el terreno de las discu­
da parecer, se han seguido dos fenómenos que no han dejado de lla­ siones macrohistóricas. GeotT Eley constataba que las más estimulantes
mar la atención de los propios historiadores sociales. Por una parte, al discusiones sobre el desarrollo histórico británico habían tenido lugar
especializar e! objeto de investigación y al recurrir a ciencias sociales fuera de la profesión yen revistas de sociología o de teoría marxista88 .
metodológicamente muy desarrolladas, las diferentes parcelas de la Significativamente, e! momento de mayor expansión y triunfo de la his­
historia social en cuanto historia de fenómenos sociales han tendido toria social coincide, en efecto, con el abandono del estudio de los gran­
80 I HISTORIA SOCIAl/SOCIOLOGíA HISTÓRICA EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL I 81
des procesos o de la búsqueda, dentro de la historia, de la sociedad en gía histórica. Parece como si hubiera cundido cierto desaliento entre
su conjunto. No se trata sólo de que se vuelva al acontecimiento o se los historiadores que se han asomado a las ciencias sociales mientras
entretenga la atención en la vida privada, sino de que parecen agota­ domina la euforia entre los sociólogos que han redescubierto el placer
dos aquellos grandes temas -formación del Estado nacional, revolución de leer historia. Tal vez sea buen momento para volver hacia ellos la
industrial, transición de la sociedad feudal al capitalismo- que duran­ mirada y ver por dónde se han movido durante los últimos años.
te décadas alimentaron a la historia social antes incluso de que hubiera
adoptado ese nombre. Curiosamente, después de un período de expan­
sión sin precedente, los estudios que tratan de la historia social en cual­
quiera de las acepciones que aquí hemos explorado llaman la atención
por su tono pesimista, de fin de siglo o al menos de fin de época.
De todas partes se levanta el mismo lamento: al socavar el domi­
nio tradicional de la historia política y al fragmentarse en temas espe­
cializados y sin conexión entre sí, la historia social se muestra incapaz
de ofrecer visiones coherentes de un largo proceso o de una totalidad
social. La historia se ha desmigajado o ha perdido un núcleo que le
permita reconstruir su coherencia estructural: se gasta cada vez más
tiempo y más energías en conseguir resultados cada vez más irrelevan­
tes y más destinados al estrecho círculo de los especialistas. Del histo­
riador como elemento configurador de la memoria colectiva se pasa al
especialista incapaz de comunicar. El futuro aparece sombrío después
de un periodo de esplendor y la razón es siempre la misma: la historia
social es incapaz de abordar la totalidad que deja en manos ajenas a
la profesión, a manos de sociólogos o de teóricos marxistas o funcio­
nalistas. Una historia en migajas, una historia para profesionales: tal
es el tono dominante.
Que contrasta vivamente con el de quienes pretenden reconstruir
esa totalidad a partir de la sociología. La incertidumbre sobre el obje­
to de la historia social, de desaliento ante la multitud de sus disciplinas
ya consolidadas y sin apenas comunicación interna, de crítica por «la
ausencia de una auténtica problemática o cuestión» se convierte, sin
embargo, en optimismo y hasta euforia ante los nuevos programas de
investigación trazados por quienes titulan su disciplina como sociolo-

1
EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL ! 83

Notas 15. La posición de Stinchcombe es que, cuando hacen un buen trabajo histórico, Marx,
Weber, Tocqueville, Trotski y Smelser «operan, todos ellos, de la misma manera», Theo-
retical methods iTl social history, Orlando, 1978, p. 2.
16 Me refiero a las polémicas suscitadas por H. F. Moorhouse con «The political incorpora-
tion of the British working class: an interpretatiOJl», Sociology, 7,3 (1973), pp. 341-359,
Y «The Marxist theory of labour aristocracy», Social History, 3, I (1978), pp. 61-82.
17. G. StedmanJones, «From historical sociology to theoretical history», The BritishJoumal
of Sociology,
27,3 (1976). p. 301.
1. E. Hobsbawm, «From social history to the history of society», en F. Gilbert y S. R.
18. Es la respuesta de houise Tilly a ¿.qué es historia social? «Social history and its critics».
Grauband, Historical studies todoy, p. 24.
Theory aTld Society, 9, 5 (1980), p. 668 o, antes, la de Carlos Moya a qué es sociología:
2. Aunque esa acepción -demasiado restrictiva pero en modo alguno impropia- fue «sociología es lo que hacen los sociólogos», lo que según Moya «significa una porción
la predominante en el siglo XIX, como recordaba A.]. C. Ruter al presentar el primer de cosas», Sociólogosy sociología, Madrid, 1970, p. 3.
número de la nueva serie de ITltema/ÍoTlal Review of Social History, 2 (1956), pp. 1-7.
19. Henri-Irénée Marrou, De la COTlTlaissaTlce historique. París, 1954, p. 26.
3. ]. Fontana, Historia. ATlálisis del pasado y proyecto social. Barcelona, 1982, pp. 171 ss.
20. Como recuerda con razón Alan Warde, «E. P. Thompson and 'poor' theory», British
4. G. M. Trevelyan, ETlglish social history, Londres, 1944, p. 1. Joumal '!f Sociolog;, 33,2 (1982), p. 225.
5. O. Zunz, <<lntroduction», en O. Zunz (comp.), ReliviTlg the pasto The worlds of social history, 21. M. Perrot, «The strengths....» 1. C. E. Fox-Genovese y E. D. Genovese, «The political
Chapel Hill, 1985, p. 4. crisis of social history: a marxian perspective», Joumal of Social History, 10, 2 (1976),
6. Y Lequin, «Sociale (histoire»>, en DictioTlTlaire des scimces historiques, dir. por A. Burguiere, pp. 207-210.
París, 1986, p. 635. 22. G. G. Iggers, New directioTls, p. 56.
7. «La historia social nunca puede ser otra especialización como la económica» dice 23. En su respuesta a «What is social history?», en]. Gardiner (comp.), What is history todoy?
Hobsbawm en art. cit. y los editores de Social History, aunque citen a Febvre, parecen Londres, 1988, p. 44.
hacerse eco de esa afirmación cuando aseguran, taxativos, en el primer número de su
24. Para Gran Bretaña, Harold Parkin, «Social history in Britaim>, Joumal of Social History,
revista que la historia social no es otra especialidad ni una nueva rama de la historia.
la (1976). pp. 129-143. Para Alemania, puede verse G. Cacciatore, «"Neue Sozial-
8. «Historia de los estamentos, clases y grupos sociales, independientemente de su nom- geschichte" e teoria della staria», Studi Storici, 21 (1980), pp. 119-137, donde hay una
bre, y considerados como unidades separadas y mutuamente dependientes» es la defi- amplia bibliografía sobre este renacimiento de la historia social en Alemania del que
nición de Ruter en I.c. aquí no me voy a ocupar.
9. Expresión de Ch. Tilly, «Retrieving European lives», en O. Zunz, op. cit., p. 11. 25. E. P. Thompson, «Folklore, anthropology and social history», Indian Historical Review, 3
10. P. Burke, Sociología e historia, Madrid, 1987, p. 35. (1976), p. 247.

11. Como parece deducirse de una reciente preg'unta de]. Nadal «<Para el historiador 26. E. P. Thompson, «On history, sociology and historical relevante», The BritishJoumal of
social ¿y qué historiador puede rechazar este epíteto? .. ), en «La población española Sociology, 27,3 (1976), p. 390.
durante los siglos XVI, XVII Y XVIII. Un balance a escala regional», V. Pérez Moreda y 27. R. Hilton, Class cOTljlict aTld the crisis of fiudalism. Essays in medieval social history. Londres,
D. S. Reher (comps.), Demografía histórica en EspaT1a, Madrid, 1988, p. 39. 1985. La edición española de este libro ha dejado caer el subtítulo, Barcelona, 1988.
12. «Editoria!», Social History, I (1976), p. 1. 28. Que ocupa las pp. 263-294 de la edición espailola mientras de historia social se habla
13. Hay una excelente síntesis con la reafirmación del pluralismo cognitivo en ciencia en pp. 577-583. La Tlueva historia, Bilbao, 1988.
social frente a los intentos integracionistas al estilo del emprendido por Stinchcombe, 29. F. Braudel, La historia y las ciencias sociales, pp. 30 Y 117. P. Burke, Sociología e historia,
en Miguel Beltrán, Ciencia y sociología, Madrid, 2." ed., 1988, pp. 263-280. p.20.
14. Tilly, I.c. y con más detalle, Big structures, large processes, huge comparooTls, Nueva York, 1985, 30. M. Mandelbaum, «History and the social sciences», en P. Gardiner (comp.), Theories of
esp. cap. 4, «Comparing». history, Londres, 1959, p. 478.
31. G. Stedman Jones, 1. c.
84 HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL I 85
32. E. Durkheim, Las reglas del método sociológico, Buenos Aires, 1959, p. 34. diciones de intercambio más que las relaciones de producción. La historia total, según
33. Afirmación que él mismo desmiente cuando dos páginas más adelante reduce los facto- Tilly, no podrá salvarnos, Big structures, cit., p. 68.
res de la explicación histórica a las causas materiales, las causas finales y el azar, Cómo 50. Crítica de Brenner a Le Roy Ladurie y réplica de éste en T. H. Aston y C. H. E. Phil-
se escribe la historia, Madrid, 1984. p. 72. pin (comps.), El debate Brenner. Estructura de clases agraria y desarrollo económico en la Europa
preindustria~ Barcelona, 1988.
34. Tal es el proyecto de <<unificación» y construcción de «una ciencia causal de historia
social» que propone Christopher Lloyd en E~planation in social histo~y, Oxford, 1986. 51. C. Ginzburg, «Prefacio», El queso y los gusanos, Barcelona, 1981, p. 25.
35. Hay una interesante crítica de la estrecha concepción braudeliana de la narrativa en 52. Tomo las dos primeras características de P. Anderson, Arguments within english marxism,
H. White, «The question of narrative in contemporary historical theory», History and Londres, 1980, p. 10.
Theo~y, 23, 1 (1984), pp. 1-33. 53. Iggers, New directiom, p. 153.
36. N. Z. Davis, «The possibilities of the past», en Th. K. Rabb y R. 1. Rotberg, The new 54. Para la teoría sociológica del evolucionismo, que antecede en unos años a la teoría
histo~y. The 1980s and beyond, Princeton, 1982, p. 273. biológica de Darwin, es interesante el estudio de Spencer que ofrece]. W. Burrow en
37. Respectivamente, H. Trevor-Roper, «Fernand Braudel, The Annales and the Medi- Evolution and society. A study in Victorian social theory, Cambridge, 1966.
terranean», en Journal 01 Modern History, 44 (1972), p. 468; T. Stoianovich. op. cit., 55. G. S.Jones, «History: the poverty of empiricism», en R B1ackburn (comp.), Ideology in
pp. 236-237, y para esto último, H. Couteau-Begarie. Le phénoméne <<nouvelle histoirm, social scienc,,; Londres, 1972, p. 100.
Paris, 1983, pp. 114-116.
56. E. P. Thompson ha reivindicado como una de la más significativa contribución inglesa
38. S.James, The content of social e~planation, Cambridge, 1984, pp. 146 ss., y especialmente la creación de un «empirical idiom», en «The peculiarities of the English», The poverty
el análisis de la obra de Le Roy Ladurie en pp. 166-170. 01 theory and other essays;
Londres, 1978, p. 57.
39. F Braudel. «La larga duración», ed. cit., p. 63. 57 L. c. p. 110.
40. P. Ricoeur, Tiempo y narración, 1. Configuración del tiempo en el relato histórico, Madrid, 1987, 58. Con la notable excepción -de la que no puedo ocuparme aquí- de G. E. M. de Ste.
p.186. Croix, que es de la misma generación pero no del mismo grupo y que es autor de una
41. Especialmente porque además de corto y largo, se habla de tiempo rápido y lento, obra monumental, La lucha de clases en el mundo griego antiguo, Barcelona, 1988. Para autor
atributos que «no se dicen de los intervalos de tiempo, sino de los movimientos que los y obra, véase P. Anderson, «La lucha de clases en el mundo antiguo», Zona Abierta, 38
recorren», Ricoeur, op. cit., p. 187. (1986), pp. 41-69.
42 F. Dosse, L'histoire en miettes, París, 1987, p. 130. 59. R. Samuel, «British Marxist historians, 1880-1980. Part one», New Left Review, 120
43. En este punto, como en no pocos, los teóricos de Annales no muestran ninguna inquie- (1980), p.38.
tud por la precisión conceptual. Estructura es, en el Mediterráneo, una realidad perte- 60. Para las diferentes versiones -de derechas, liberal-demócrata, socialista y marxista
neciente a la media duración, como la coyuntura, que es sencillamente el movimiento de la «peop1e's history», véase R. Samuel, «People's history», en R. Samue1 (comp.),
secular de la estructura. People's history and socialist theory, Londres, 1981, pp. XIV-XXXIX.
44. M. A. Gismondi, «"The gift of theory": a critique of the histoire des mentalités", Social 61. «Socialist-humanist» es la expresión que utiliza R. Johnson en su crítica de Genovese y
History, 10,2 (1985), p. 219. Thompson, pero podría valer también para algunos representantes de esta generación.
45. Como define Garan Therborn el propósito de la sociologia en Ciencia, dase.y sociedad, 62. «The idiom of Eng1ish empiricism» del que habla Parker como rasgo común a todos
Madrid, 1980, pp. 218 ss. los historiadores británicos, en «Great Britain», G. G. Iggers y H. T. Parker (comps.),
46. H. Kellner, «Disorderly conduct: Braudel's Mediterranean satire», History and Theory, International handbook of historical studies, cit., p: 202.
18 (1979), p. 204. 63 E. P. Thompson, «An open letter to Leszek Ko1akowski», en The porverty 01 theory and
47. E. Le Roy Ladurie, Le territoire de l'historien, París, 1973, p. 22. otheressays, Londres, 1978, p. 123 (orig. 1973).

48. ]. Le GoIT, Entrevista sobre la historia, a cargo de F Maiello, Valencia, 1988, p. 60. 64. Véase el capítulo dedicado a Maurice Dobb en H.]. Kaye, The British marxist historians,
Oxford, 1984, pp. 28-29.
49. E. Fox-Genovese y E.D. Genovese, «The political crisis...», cit., p. 209. Tilly llama la
atención sobre el hecho de que Braudel, para definir el capitalismo, acentúa las con- 65. E. J. Hobsbawm, «Karl Marx's contribution to historiography», en R. Blackburn
(comp.), Ideology in social science, cit., p. 270.

¡IIII
=~
86 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA EMANCIPACiÓN Y AUGE DE LA HISTORIA SOCIAL 87
66. E. J. Hobsbawm, «From social history to the history of society», en M. W. Flinn y T. 80. De A. Briggs, Victorian people y Victoria7l citifs son respectivamente de 1954 y 1963. De
C. Smout, Essays in social history, Oxford, 1974, pp. 9-11. muy otro significado teórico, pero participando de idéntico interés por la ciudad en la
revolución industrial, JOh11 Foster, Glass stru~~le and the industrial revolution. Eariy industrial
67 Aracil y García Bonafé, l. c., p. 28.
capitalism in three English towns, Londres, 1974. o de Gareth StedmanJones, su excelente
68. Para la concepción de clase social en Thompson, véase ,<The poverty of theory or an Dutcast London, Oxford, 1971.
orrery of errors», en l. c. Un interesante debate sobre esta corriente fÍJe iniciado por
81. Y que obligan al autor a escribir un prólogo autojustificatorio en el que aduce la «seduc-
R. Johnson con «Edward Thompson. Eugene Genovese y la historia socialista-huma-
ción del placen> y el gusto por la libertad como motivos determinantes de su elección:
nista», recogido por Aracil y Garcia Bonafé, op. cit., pp. 52-85.
El domingo de Bouvines, Madrid, 1988, p. 8.
69. Autores de dos obras de excepcional importancia para la historia social: Roll, Jordan,
82. De lo que El hombre ante la muerte, Madrid, 1983 [orig. 1977] o La peur en Dccident, de J.
Roll. The world the slaves made, Nueva York, 1972, y Ghants democratic. New YOrk Gity and the
Delumeau, Paris, 1<:)78 [hay una reciente traducción, Madrid, 1989] son magnificos
rise if the American working class, 1788-1850, Nueva York, 1984, respectivamente.
ejemplos.
70. P. Anderson, El Estado absolutista, Madrid, 1979, pp. 1-5 Y Arguments within English mar-
83. En la que han jugado también un papel relevante historiadores británicos, como ates-
xism, Londres, 1980, pp. 5-17.
tig·ua la obra de Peter Burke, Popular culture in eariy Modern Europe. Londres, 1978.
71. De hecho, Mary Fulbrook y Theda Skocpolle dedican un capítulo -Destined
84. C. Ginzburg, El queso y los gusanos. El cosmos, según un molinero del siglo XVI. Barcelona,
pathways: The historical sociology of Perry Anderson- en el libro editado por la
1981; N. Z. Davis, El retorno de Martín Guerre, Barcelona, 1982; J. C. Brown. Inmodest
última, Vis;on and method in historicalsociology, Cambridge, 1984, pp. 170-210.
acts. The lift if a lesbian nun in Rerzaissance Italy, Oxford, 1986.
72. Kaye,op. cit., pp. 221-249.
85. O. Zunz, «The synthese of social change. Reflections on American social history», en
73. Asi, al menos, la veian los editores de Social History cuando sacaron su primer número O. Zunz, op. cit., p. 53.
en enero de 1976.
86. P. Stearns, «Toward a wider visiono Trends in social history», en M. Kammen, The past
74. Sobre desarrollo y situación de la historía social en 1976 es interesante el número before us, cit., p. 220.
monográfico de Journal of Social History, 10, 2 (1976), con artículos regionales sobre
87. O. ZUIlZ, l. C.
Gran Bretaña, Alemania y Francia.
88. G. Eley, «Some reeent tendencics in social history», en G. G. Iggers y H. T. Parker
75. A los análisis sobre la situación de la historia social que periódicamente ofrecen Social
(eomps.), International handbook, cit., pp. 64-65.
History o Journal of Social History, pueden añadirse los capítulos dedicados a historia
social en China, Estados Unidos y América Latina, Europa y África incluidos en O.
Zunz (comp.), Reliving the pasto The worlds if social history, Chapel Híll, 1985.
76. E. Weber, Peasants into Frerzcfmlen. Modernization ifruralFrance, 1870-1914, Londres, 1977;
E. Genovese, op. cit.; P. Burke y R. Porter (comps.), The social history if language, Cam-
bridge, 1987; W. H. Sewell,Jr., l110rk and Revolution in France. The language if laborfiom the
Dld Regime to 1848, Cambridge, 1980.
77. De Asa Briggs, su artículo pionero «The language of 'class' in early Níneteenth-century
England», en A. Briggs y J. Saville (comps.), Essays in Labour history, Londres, 1986, pp.
43-73. StedmanJones ha recopilado varios de sus artículos bajo el título algo abusivo
de Languages qf class: Studies in English working-class history, 1832-1982, Cambridge, 1983.
Las diferencias de enfoque y contenido entre Rudé y Cobb se perciben inmediatamente
con sólo leer The crowd in history, Nueva York, 1964, y The police and the people, Oxford,
1970, subtituladas respectivamente Popular disturbances y Popular protesto
78. En España se ha publicado la segunda edición: P. Laslett, El mundo que hemos perdido,
explorado de nuevo, Madrid, 1987.
79. D. Cannadine, "British history, past, present-and future?», Past and Present, 116 (1987),
pp. 170-175.
4 I La sociología histórica

En el prefacio de una obra ambiciosa, Michael Mann confesaba que


una inmersión de diez años en un proyecto tan ilusorio como escribir
la historia mundial del poder le hizo «redescubrir el placer de devorar
historia». A muchos politólogos y sociólogos les ha alcanzado, especial-
mente desde los últimos años de la década de 1950 y, sobre todo, en las
dos décadas siguientes, la misma placentera sensación, producto a su
vez de una convicción racional, que comparto en su totalidad: la teoría
sociológica no se puede desarrollar sin conocimiento de la historia l.
La experiencia personal de Mann es el contrapunto de una sociolo-
gía que, olvidando sus orígenes, abandonó la historia y sucumbió ante
la «gran teoría». Redescubrir es en este caso retornar a las fuentes,
pues la teoría social ha sido desde sus primeros esbozos una reflexión
sobre sociedades cambiantes en el tiempo y, por tanto, cargada de
un fuerte contenido histórico, fuese filosófico, conjetural o positivo.
Desde los ilustrado" -e uipnes Durkheim situaba el origen de la
90 I HISTORIA SOCIAl/SOCIOLOGíA HISTÓRICA LA SOCIOLOGíA HISTÓRICA I 91
ciencia social- hasta Max Weber, todos los sociólogos han intentado fuese por un proceso singular y único, en todo caso, la sociología poseía
encontrar alguna explicación a los cambios provocados por las revo- siempre un contenido estrictamente histórico y consideraba el tiempo,
luciones políticas y económicas, de las que muchas veces fueron privi- tanto como el espacio, como categoría imprescindible para el análisis
legiados testigos, sirviéndose de conocimientos más o menos profun- teórico de la sociedad. En ese sentido, se puede decir razonablemente
dos de la historia e integrando el análisis de estructuras sociales en que la sociología fue en su origen historia de la sociedad y que, por
una interpretación de la acción humana. Si esa tradición se perdió y tanto, entre ella y la historia no podía trazarse una frontera nítida.
hubo que redescubrir el viejo placer de devorar historia fue porque, Esta era, como ya quedó indicado, la convicción de Durkheim y,
en el momento del triunfo del historicismo, no pocos sociólogos con- sobre todo, de Weber, cuya biografia personal de historiador que se
sideraron superflua para sus teorías de la sociedad la acumulación de encuentra al cabo de los años revestido del traje de sociólogo es para-
información histórica sobre detalles carentes de lo que Weber llamaría digmática de una forma de concebir la relación profunda entre histo-
relevancia de sentido para nosotros. ria y sociología. Weber repensó en otros términos y propuso solucio-
nes diferentes a la problemática relación entre lo singular y lo general
y entre acción humana con sentido y estructura de la sociedad, de las
que emergería una específica relación entre historia y ciencia social.
4.1. ECLIPSE DE LA HISTORIA EN LA CIENCIA SOCIAL Por supuesto, Weber negó las aparentes diferencias entre historia y
sociología, como si la primera pudiera renunciar al análisis causal
En efecto, no ya los teóricos sociales de la Ilustración, sino quienes y la segunda al conocimiento de lo concreto histórico. El historiador,
participaron en los intentos de reconstrucción de una comunidad moral por muy limitado al caso singular que apareciera y por muy apega-
tras los procesos revolucionarios que liquidaron los fundamentos socia- do que estuviese a la concepción de la historia como ciencia idiográ-
les del Antiguo Régimen, y hasta quienes vivieron para asistir a las fica, verificaba siempre, en la misma reconstrucción secuencial de los
transformaciones provocadas por el capitalismo y la industrialización, hechos y aun en el caso de que no lo intentara expresamente, un aná-
compartieron la común preocupación de entender históricamente la lisis causal.
sociedad que se transformaba bajo su mirada. La transición de una La originalidad de Weber consistió en proponer que tal análisis se
forma de sociedad a otra -agrícola a comercial, feudal a industrial, explicitara por medio de una construcción irreal del mismo proceso
simple a compuesta, segmentaria a orgánica- y los determinantes que histórico. No se puede saber, en efecto, si un elemento de ese proce-
causaban ese tránsito constituyeron el núcleo central de lo que prime- so es causa de otro a no ser que sepamos que, en ausencia de tal ele-
ro se llamó historia conjetural, luego filosofia social y, en fin, sociolo- mento y manteniéndose constante el resto de variables, el otro no se
gía. Que esa determinación se buscara en el funcionamiento de una habría dado. Naturalmente, este planteamiento exigía el análisis com-
ley universal de progreso que exigiría recorrer a la humanidad una parado del proceso real conocido con el irreal construido por el propio
serie de etapas de crecimiento acumulativo; que fuese por efecto de investigador, lo que no dejaba de provocar cierta impaciencia entre los
una ley general de evolución que habría tenido el mismo resultado no historiadores, adversarios por instinto de la reconstrucción mental de
ya por la acumulación, sino por diferenciación y complejidad o que procesos irreales, o por decirlo con el concepto de la nueva historia
92 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA LA SOCIOLOGíA HISTÓRICA I 93
económica, de la construcción de contrafactuales. Pero la atribución Por otra parte, el análisis de la causalidad y la comprensión del senti-
de una causa a un fenómeno único e irrepetible es lógicamente imposi- do exigen, según Weber, una neutralidad valorativa de parte del inves-
ble si su efecto no se controla, ya que no experimentalmente, al menos tigador que debe hacerse compatible, sin embargo, con la relevancia
mentalmente. Para lograrlo, Weber proponía que el científico social se de sentido que para él posee el hecho histórico.
dotara de un instrumento construido por él mismo: el tipo ideal. Como luego se indicará con mayor atención, los problemas plan-
La utilización de ese instrumento para el caso singular de la apa- teados por Weber no pueden encontrar una solución satisfactoria si
rición en el Occidente europeo del capitalismo moderno y racional no se renuncia previamente a la tesis que le sirve de punto de partida:
muestra bien lo que Weber entendía por una ciencia social histórica: definir la historia C'omo explicación causal de hechos particulares y la
los rasgos que presenta un individuo histórico concreto -el capitalis- sociología como formulación de generalizaciones sobre esos mismos
mo- se estilizan con objeto de comprender lo que lo constituye como hechos. Si se renuncia a esta innecesaria distinción, la obra de Weber
tal. En el marco de tal estilización aparecen aquellos elementos que lo tiene el doble mérito de asestar un duro golpe al supuesto historicista
determinan, entendiendo por determinación no el funcionamiento de de la posibilidad de una historia carente de teoría de la causalidad y de
una causa única y universal, sino de las múltiples causas que hicieron romper la identificación de historia y sociología basada en el supues-
objetivamente posible su aparición. Que finalmente el hecho singular to de una causalidad entendida como ley natural de la evolución de
se produjera no obedece por tanto a una determinada causa, sino al la sociedad humana. Por lo demás, su concepción de la ciencia social
conjunto de ellas mediada por el sentido del que los agentes históricos como una ciencia de la realidad que pretende comprender «la peculia-
impregnaron su acción. De esta manera, el hecho histórico concreto ridad de la vida que nos rodea y en la que nos hallamos inmersos; por
aparece a la vez como determinado pluricausalmente y, por tanto, no una parte, el contexto yel significado cultural de sus distintas mani-
casual, no azaroso, e indeterminado, es decir, no necesario. La historia festaciones en su forma actual y las causas de que históricamente se
no se presenta como secuencia regida por la necesidad, pero tampoco haya producido precisamente así y no de otra forma»3 --es decir, su
como mero producto del azar. Weber rompía así el proceder habitual objetivo de comprender la realidad actual en su génesis histórica y el
de los historiadores que, al presentar la secuencia de un proceso en postulado de una plural causalidad histórica como probabilidad obje-
una narración cronológicamente ordenada de un continuum espacio- tiva 4 de que las cosas hayan sido así y no de otra manera- puede alla-
temporal, tienden a considerar o a dar por supuesto que el pasado ha nar el camino que conduzca a la superación de su propia definición de
sido fatal y que el futuro es indeterminad0 2: ni es necesario el pasado la historia como ciencia de lo particular y único frente a la sociología
ni está libre el futuro de determinaciones. como ciencia de lo general y recurrente.
Este es el núcleo de la herencia weberiana que recogerá más tarde Pero el camino abierto por Weber no fue recorrido por quienes le
uno de los más relevantes sectores de lo que se ha llamado sociología sucedieron como teóricos de la acción: la de Weber fue la última
histórica o análisis sociológico de la historia. Plantear explícita, abier- de las grandes construcciones sociohistóricas producidas antes de que
tamente, el análisis de la pluricausalidad del hecho histórico y entender sociólogos y antropólogos comenzaran en los años de la primera pos-
ese hecho como fenómeno cultural, esto es, como individuo singular y, guerra lo que Peter Burke define como un «diálogo de sordos» con los
por tanto, dotado de sentido que es necesario explicar y comprender. historiadores. No se trata de que «rompieran bruscamente con el pasa-
94 I HISTORIA SOCIAl/SOCIOLOGíA HISTÓRICA LA SOCIOLOGíA HISTÓRICA I 95

do en torno a 1920»5 y se produjera entonces una irreparable cesura des y unos procesos que evidentemente no eran ya ni únicos ni pare-
entre la abstracción y la investigación concreta que habría convertido cían regidos por una ley universal de carácter acumulativo. La con-
a la sociología y a la historia en dos campos separados de trabajo, cepción de una historia de la humanidad a partir de un origen único
como si todo pudiera cargarse a la cuenta de unos historiadores que y siguiendo etapas sucesivas de desarrollo hacia una superior y más
se sirvieron de forma acrítica de una epistemología positivista simpli- compleja organización no resistió ante los descubrimientos de la his-
6
ficada • En realidad, a la distancia que los historiadores científicos mar- toria científica. Durkheim y Weber fueron los últimos sociólogos que
caron respecto a la teoría social, correspondió, después de la guerra, aún pudieron pensar teóricamente totalidades sociales cambiantes en
la distancia similar que los teóricos sociales tomaron de la historia. De el tiempo, pero ya "el mismo Weber limitó su teoría de la burocratiza-
Weber hasta Parsons y Schutz se ha producido en la teoría social un ción y racionalización al caso exclusivo del capitalismo occidental y
eclipse -total o parcial, pues de todo hay opiniones- de la historia: todo lo demás le interesó en cuanto proporcionaba una contraprueba
la fusión de historia y teoría que había servido de cimiento a la cons- de esa singularidad histórica.
trucción de los grandes esquemas conceptuales de la sociología clásica Por otra parte, la guerra y los movimientos revolucionarios que la
dejó paso a la especialización académica de la sociología y, con ella, a acompañaron y siguieron, además de acelerar la pérdida de hegemonía
la aparición, por una parte, de la figura del sociólogo como esforzado de Europa, liquidaron la visión histórico/social de un ilimitado pro-
científico empírico de su inmediata realidad social y, por otra, a la greso de la humanidad hacia metas superiores y pusieron fin al euro-
hegemonía de «teorías abstractas divorciadas del trabajo histórico»7. centrismo implícito en tal visión e incluso al postulado que la susten-
La investigación empírica y las teorías generales de la acción, intere- taba: la afirmación de un sentido en la historia. La fe en el progreso,
sadas en el análisis de los sistemas sociales y de su funcionamiento, y la percepción de la sociedad europea como destino histórico universal
preocupadas por la preservación de su equilibrio, eliminaron de la -sea como realización de la historia universal de la razón, al modo
reflexión sociológica la dimensión histórica -o genético/estructural- de Hegel, o como probabilidad objetiva de una dirección evolutiva de
que la había caracterizado hasta el tiempo de Weber. carácter universal, al modo de Weber-- desapareció en el campo de
En este abandono puede verse el efecto acumulado del propio batalla de la misma Europa. El proyecto de los pioneros de la sociolo-
desarrollo de ambas disciplinas y el resultado de la crisis de sociedad gía de construir una ciencia natural del hombre y de la sociedad y el
y poder que atravesó Europa a consecuencia de la guerra mundial. proyecto de la sociología clásica de construir marcos teóricos para la
Por una parte, la acumulación de conocimientos históricos y la muy comprensión de la realidad actual en su específica causalidad históri-
reciente madurez de la historia concebida como ciencia positiva, hizo ca entraron simultáneamente en crisis durante lo que Amo Meyer ha
cada vez más dificil que la sociología pudiera servirse de causas de llamado con razón segunda guerra de los treinta años.
validez universal para aplicarlas a toda la historia universal. El para- Así, mientras la historia se volvía predominantemente positivista,
digma evolutivo de la teoría social, en su doble y sucesiva versión filo- centrando su interés en el hallazgo de documentos, la crítica de fuen-
sófico/conjetural, a la manera de las escuelas históricas de la Ilustra- tes y la acumulación de datos, la sociología dedicó una atención pre-
ción, y en la científico/natural, a la manera del positivismo del siglo ferente al análisis abstracto de la estructura y el funcionamiento de la
XIX, dejaron de servir como instrumentos explicativos de unas socieda- sociedad, independientemente de cualquier espacio o tiempo históri-
96 ! HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA LA SOCIOLOGíA HISTÓRICA
97
co. La sociedad se consideró como sistema social, compuesto de sub- sos de cambio dentro de la sociedad y de las transiciones de una socie-
sistemas que garantizaban su funcionamiento y equilibrio. La cues- dad a otra 11. A finales de los años cuarenta, la sociología americana
tión central de la sociología no consistió ya en la reconstrucción de la «simplemente ignoraba la historia»12.
comunidad moral tras las revoluciones del siglo XIX -como fV e el caso Aunque ciertamente pueda afirmarse que el divorcio entre histo-
con Durkheim y su teoría de la solidaridad social orgánica-, o en el ria y ciencia social «fue el desarrollo más devastador en la americani-
intento de comprensión de un proceso histórico singular -como fue zación de la ciencia social»13, la construcción de fronteras entre teoría
el caso con Weber y su teoría del capitalismo occidental y racional-, social e historia no fue asunto al que se aplicaron únicamente soció-
sino en preservar el equilibrio que las tensiones abiertas en Europa a logos americanos. ~n el período de entreguerras, y más decididamen-
raíz de la primera guerra, de la revolución soviética de 1917 Y del pos- te, durante la segunda posguerra, las diferentes disciplinas sociales
terior auge de los fascismos hacían precario. entonces emergentes mostraron una pronta voluntad de autonomía e
Esta línea de pensamiento sociológico alcanzó su expresión independencia, que se manifestó en la búsqueda de métodos nuevos,
8
culminante en Talcott Parsons , que leyó en el período de entreguerras y específicos a cada una de ellas, y en la reivindicación de campos
a Durkheim y Weber como teóricos de la acción social para vaciarles teóricos particulares. Entre las ciencias sociales, la antropología alen-
por completo, ya en la segunda posguerra, de cualquier contenido his- tó una reacción antihistoricista que llegó a afectar profundamente
tórico. Surgió así lo que Mills denunciaría en un célebre manifiesto a la nueva escuela estructural: si el estructural/funcionalismo hacía
como «gran teoría»9, con un grado de abstracción tal en sus análisis en Estados Unidos tabla rasa de la historia, el estructuralismo fran-
de la sociedad, de sus instituciones y valores, que sus construcciones cés se mostraba beligerante respecto a la historia y reivindicaba una
sistémicas -que parecieron impresionantes sólo tal vez por la abstru- especificidad en la perspectiva del estudio de sociedades alejadas en
sa jerga en las que llegaban servídas- resultaron inútiles a la hora de el espacio, cuando no en el tiempo. La reacción antihistórica afectó,
explicar el cambio social: «una teoría general de los procesos de cam- como ya se indicó antes, incluso a algunas corrientes del marxismo
bio de los sistemas sociales no es posible en el presente estadio de la que en su diálogo con el estructuralismo llegaron a reivindicar una
ciencia», aseguraba Parsons en su nueva summa sociológica, para afir- historia sin sujeto o, como escribía Balibar, una historia ((cuyo sujeto es
mar a continuación que la teoría del cambio en la estructura de los inencontrable» puesto que el «verdadero sujeto de toda historia parcial
sistemas sociales tenía que ser una teoría de «subprocesos particulares es la combinación bajo cuya dependencia están los elementos y su rela-
dentro de esos sistemas, no de la totalidad de los procesos de cambio de ción, es decir, algo que no es un sl{jeto»l4, una historia que se reduciría
los sistemas como tales sistemas»lO. Sea cual fuere el juicio que merez- entonces a la mera combinatoria formal de elementos o instancias.
ca su posterior introducción de los «evolutionary universals» en el sis- Ya se ha visto que una escuela de historiadores como Annales no per-
tema social, es lo cierto que la sociología inspirada por la gran teoría maneció insensible a esa reacción de posguerra y privilegió el estu-
estructural-funcionalista se volvió de espaldas a la historia, dedicándo- dio de los sistemas en detrimento del estudio del cambio: la mayor
se al análisis abstracto de las estructuras y funciones de intemporales parte de su producción correspondiente a este período es extraña a
sistemas sociales mientras abandonaba a los historiadores un tipo de todo análisis del cambio social y a la explicación del paso de un sis-
trabajo que siempre había sido el suyo, el estudio particular de proce- tema histórico a otro.
98 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA
LA SOCIOLOGíA HISTÓRICA I 99

En este punto, se estaría tentado de decir que la dificultad parso- pretensión de una ciencia social total. Lo que interesa en el actual con-
niana de explicación del cambio dentro de una sociedad y de cambio texto es que las diferentes ciencias sociales se afirmaron durante esas
de una sociedad a otra tuvo idénticas raíces que la experimentada por décadas no sólo unas frente a otras, sino en su conjunto frente a la
la antropología estructural, por el marxismo de la historia sin sujeto historia. Las fronteras parecían ciertamente sólidas, a pesar de que no
y por la segunda generación de annalistes. No por casualidad, todos pocas voces se levantaban para exigir un acercamiento. Obviamente,
estos movimientos culturales fueron simultáneos en el tiempo. Si posi- la reclamación de interdisciplinariedad, tan reiterada en las décadas
tivismo y evolucionismo impregnaron por igual a la sociología y a la de 1950 y 1960, habría sido superflua si cada una de las nuevas disci-
historia en la segunda mitad del XIX, el estructuralismo y el antihis- plinas no hubiera seguido, para afirmarse, un camino autónomo que
toricismo las impregnarían por igual un siglo después. No es que his- la alejaba, por su dinámica interna y por los intereses gremialistas que
toria y sociología se hayan vuelto de espaldas, sino que algunos de sus enseguida catalizaba, de todas las demás.
más importantes cultivadores han recorrido un camino en el que era Pero si esa línea de progresivo distanciamiento es evidente, no lo es
imposible encontrarse: la visión histórica de Braudel, con sus diferen- menos que desde el mismo momento en que historia científica y teoría
tes niveles y su tiempo inmóvil podría entenderse como correlato para social reivindicaron su peculiaridad y tomaron sus distancias, se plan-
sociedades de larga duración de la visión sistémica de Parsons con sus teó también la necesidad de su mutua relación. En realidad, y a pesar
diferentes subsistemas y su ahistoricidad para una sociedad sin tiem- de la dominante tendencia antihistórica, la separación de campos entre
po. Por otra parte, los supuestos teóricos del funcionalismo parsonia- sociólogos e historiadores, condenados por el propio objeto de su tra-
no no están alejados de los del marxismo althusseriano, ya que en bajo -la sociedad- a ser vecinos fronterizos, nunca llegó a consumar-
ambos casos la dualidad objeto/ sujeto se soluciona a favor de la deter- se. Podría establecerse tal vez un paralelismo entre la reacción de los
minación por el objeto l5 , lo que podría hacerse extensivo a las teorías historiadores contra la historia política y positivista durante el primer
de la historia que han acentuado la determinación por las estructuras tercio de nuestro siglo -y la aparición, como resultado, de la historia
de larga duración. económica y social con todas sus posteriores ramificaciones- y la reac-
En la reacción de los sociólogos contra la historia hubo determi- ción de los sociólogos contra la sociología sistémica y ahistórica ini-
nantes de otra índole además de los sucesivos colapsos del paradigma ciada ya en los años cincuenta, muy notable a lo largo de la siguiente
histórico del evolucionismo, de la teoría del progreso lineal y acumu- década y que adquiere aires de triunfo en los setenta. El paralelismo
lativo o del marxismo entendido como teoría de un desarrollo natural podría llevarse más allá: si la primera posguerra despertó en algunos
de modos de producción. Entre ellos, tuvo una especial relevancia la historiadores la necesidad de incorporar la ciencia social a su trabajo,
apertura de nuevos campos teóricos y la definición de distintas meto- la segunda produjo entre no pocos sociólogos la necesidad de incorpo-
dologías, y la correspondíente voluntad de institucionalizar y, por tanto, rar a sus construcciones teóricas un amplio conocimiento de la historia.
separar, diferenciar los diversos acercamientos a la realidad social. Se Se iniciaron así dos poderosas corrientes de trabajo procedentes cada
produjo entonces, a partir de los años cincuenta, un desarrollo autó- una de ellas del interior de la propia disciplina. Fueron historiadores
nomo de un creciente número de ciencias sociales que reivindicaban quienes, al contacto con la ciencia social, declararon de forma más
su emancipación del tronco común y renunciaban de antemano a la agresiva la necesidad de una «nueva historia» y combatieron a la vieja
100 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA LA SOCIOLOGíA HISTÓRICA I 101

historia positivista y narrativa; fueron sociólogos quienes, ahítos de lec- do las prácticas diferenciadas que fueron resultado histórico de sus
turas de historia, criticaron con más acidez las grandes teorías y el empi- respectivas estrategias de investigación. No existe ningún motivo para
rismo abstracto dominantes en la década de 1950 y mostraron un cre- que, a la par que se establece una buena comunicación entre ambas,
ciente interés por lo que indistintamente se denominó sociología o se unifiquen sus terrenos. Hoy ya sabemos que aquella ciencia social
historia comparada. Al proclamar la urgencia de una nueva historia, total -fuese la historia total o la gran teoría- no es más que la expre-
los historiadores proponían una forma de hacer historia que no igno- sión de un imperialismo frustrado; sabemos también que los diálogos
rase la ciencia social; al reivindicar otra sociología, los sociólogos pro- de sordos entre sociología e historia conducen a la formalización abs-
ponían una forma de hacer sociología que, recuperando el aliento de tracta de la primera y a la pura crónica de hechos de la segunda. No
sus orígenes, se llenara otra vez de historia. La historia económica y hay razón para que ninguna de ellas desaparezca en el abrazo con la
social, que fue la primera designación con la que se bautizó a la nueva otra ni para que se vuelvan de espaldas. Quizá lo mejor es que sean
historia, fue asunto de historiadores insatisfechos con los efectos produ- buenas amigas l 7, pero esto es adelantar acontecimientos, pues, antes,
cidos en su propia disciplina por el método rankeano; la sociología his- habrá que ver qué se esconde bajo la rúbrica «sociología histórica».
tórica, que es como se comenzó a designar a esa nueva sociología, fue
la práctica de sociólogos que, fatigados de la jerga parsoniana, leyeron
de nuevo a Weber no ya como teórico de la acción, sino como teórico
de la constitución en un tiempo y espacio histórico determinado del 4.2. VARIEDADES DE SOCIOLOGÍA HISTÓRICA
moderno capitalismo racional y, en sus huellas, emprendieron estudios
comparados de totalidades sociales históricas. Pero ¿qué es la sociología histórica? Si se sigue, para aprehender el
Historia económica y social -o, sencillamente, historia social- y contenido de esta nueva expresión, el mismo camino que Louise Tilly
sociología histórica fueron por tanto dos vías allanadas con el propó- para definir historia social, la respuesta sería clara: sociología histórica
sito de fortalecer una comunicación que, en realidad, nunca se había es la práctica de quienes se llaman a sí mismos sociólogos históricos.
abandonado por completo. Por la primera de esas vías circularon prefe- En este tipo de definiciones, muy del gusto de la comunidad académi-
rentemente los historiadores; por la segunda echaron a andar los soció- ca de Estados Unidos, menos presa de designaciones tradicionales que
logos. Como más adelante se razonará, no parece que exista ningún otras, hayal menos un contenido objetivo, pues sociólogos históricos
motivo para unificar esos caminos: tal vez la diferencia entre historia son quienes trabajando en departamentos de sociología engrosan las
social y sociología histórica no deba volverse irrelevante 16 ; ni creo que filas crecientes de la sección de sociología histórica de la American
sea algo más que la expresión de una trasnochada nostalgia o de un Sociological Association. No habría más que estudiar qué hacen esos
exacerbado corporativísmo el sueño de volver al camino real o impe- sujetos y cuáles son sus «agendas» y «estrategias» de investigación para
rial de una ciencia social única y el intento de descalificar cualquiera delimitar qué es efectivamente eso de la sociología histórica.
de estas prácticas de investigación para absorberla en la otra. Historia y lo primero que se impone al observador es la procedencia del
social y sociología histórica se han constituido como programas dife- concepto y de sus cultivadores. La sociología histórica es, en su ori-
rentes de conocimiento científico de la sociedad y seguirán mantenien- gen, un producto de la comunidad académica de Estados Unidos, es
102 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA LA SOCIOLOGíA HISTÓRICA 103

decir, procede del mismo ámbito en que reinó hegemónicamente la interpretar y/o explicar causalmente determinados procesos históri-
sociología ahistórica. Tal es la primera constatación. La segunda es cos por medio de la búsqueda de regularidades causales y de una uti-
que, dentro de esa comunidad, la sociología histórica fue mayorita- lización sistemática de la metodología comparativa. En el interés por
riamente obra de autores que habían leído a Durkheim y, sobre todo, Weber hay implícito no sólo el rechazo crítico de la sociología impe-
a Weber -o recibido su herencia- sin reducirlos a «teóricos de la rante, sino la necesidad de reanudar el antiguo diálogo que el mismo
acción», y que reaccionaban, por una parte, contra la abstracción Weber tuvo con Marx y con la interpretación económica de la historia.
ahistórica de los herederos de la tradición clásica de la sociología y, Es en la indagación de un camino que simultáneamente se aleje de la
por otra, contra cualquier teoría que pretendiera poseer un alcan- pura abstracción yde una teoría que pretende ser la llave para expli-
ce universal como lo fue la teoría de la modernización -en cuanto car toda la historia por donde se abrirá paso esta rama de la sociolo-
establecía una especie de ley natural de evolución a través de fases gía histórica.
o etapas de obligado tránsito desde las sociedades tradicionales a las Todo eso es ya evidente en los dos pioneros -si no fundadores-
modernas- o la teoría neoevolucionista de Parsons cuando restable- de esta práctica de investigación que ha recibido también el nombre de
cía el valor de grandes etapas o fases de desarrollo de la sociedad. Por análisis macrosocial y de historia comparada. Uno de ellos, Reinhard
supuesto, la sociología histórica no es únicamente la reacción contra Bendix, inaugura este tipo de análisis con T1Iork and authority in industry:
la lectura ahistórica de la sociología clásica, sino también el intento ideologies qf management in the course qf industrialization (1956), e introduce
de responder, desde las dos principales ramas de esa misma sociolo- a Max Weber al público americano con Max T1Ieber: An intellectual por-
gía -durkheimiana y weberiana- al marxismo como teoría histó- trait (1960). Bendix es alemán, nacido en Berlín en 1916 y huido del
rica de la sociedad. nazismo en 1938. Su biografia, y el contenido de sus trabajos, puede
Por su origen académico, por su diálogo con la sociología clási- servir para entender una de las grandes tendencias de la sociología
ca y por su discusión con el marxismo, la sociología histórica tomará histórica americana como heredera de corrientes de pensamiento que
en seguida dos rumbos bien diferenciados que atañen a cuestiones de el auge del nazismo y el estallido de la guerra impidieron germinar en
metodología, a teoría de la sociedad y -lo que aquí más nos intere- Centroeuropa. De Weber heredó Bendix el núcleo de su problemática
sa- a la relación postulada entre teoría e historia o entre conceptos histórico/teórica, la constitución del Estado occidental, y de él hereda-
y hechos. Por una parte, los herederos de la tradición durkheimiana rá también la metodología comparada como vía para definir la espe-
adoptaron rápidamente la teoría del sistema social tal como fuera for- cificidad de un determinado proceso histórico.
mulada por Parsons e intentaron aplicarla a casos históricos -indus- Pero en el origen de la sociología histórica hay también el esfuer-
trialización, revoluciones- con objeto de indagar las condiciones de zo llevado a cabo por los herederos, a través de Parsons, de una
estabilidad del sistema, predecir posibles perturbaciones y proponer tradición sociológica que se remonta a Durkheim y al positivismo
l8
medidas de política social pertinentes para su previsión o corrección • organicista y que pretende demostrar la operatividad de la teoría
Por otra parte, la sociología histórica que se sitúa más directamente estructural/funcionalista para explicar fenómenos históricos. Aquí
en la tradición weberiana y que, frente a la anterior, no está tan inte- no se trata tanto de construir la explicación teórica de un determina-
resada en la aplicación de una teoría a la realidad histórica como en do proceso histórico -el origen de la democracia; la formación del
104 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA LA SOCIOLOGíA HISTÓRICA 1°5
capitalismo-- y menos aún de interpretarlo por sus sujetos, cuanto tiva -en la de Till y21-, sea como cambios violentos y rápidos en la
de aplicar a uno o más casos una teoría preconstruida con objeto de estructura del sistema de poder que acarrean cambios en la sociedad,
deducir el hecho de ella y mostrar así su validez; es, en definitiva, de acuerdo con la definición de Skocpol.
un procedimiento similar al utilizado por los economistas neoclásicos Tales fueron los orígenes del análisis sociológico aplicado a la histo-
cuando buscan en el estudio del pasado una demostración o prue- ria. De ellos resultaron para la sociología histórica algunas característi-
ba de su teoría económica. La primera de las obras que se sitúa en cas comunes pero también fuertes diferencias. En principio, es común
los inicios de esta segunda tradición es la de un parsoniano, N eil J. a la sociología histórica el estudio de grandes procesos históricos o lo
Smelser, y sus trabajos sobre la revolución industrial y sobre la con- que uno de sus cultivadores ha llamado «procesos de estructuración de
ducta colectiva, esto es, todos aquellos episodios de «conducta dra- sociedades en el tiempo». Frente a la sociología sistémica, la histórica
mática» -pánico, revuelta, revolución- a que los hombres de todas reivindica el tiempo como una categoría fundamental para el análisis
las civilizaciones se ven empujados en determinadas circunstancias teórico de la sociedad. De ahí que se haya definido la nueva disciplina
y de los que la sociología debe averiguar por qué, cuándo, dónde y como intento de entender la relación entre acción humana, personal
cómo ocurren 19. o colectiva, y organización o estructura social como algo que se cons-
A partir de esos diferentes orígenes y preocupaciones, la sociolo- truye de forma continua en el tiemp0 22.
gía histórica delimitó prácticamente una problemática específica en Tal sería, precisamente, la segunda nota común al análisis socio-
torno al desarrollo del capitalismo, los procesos de urbanización e lógico de la historia: su intento de asir simultáneamente los dos extre-
industrialización y sus efectos sociales, los orígenes de la democracia mos de la tradicional dicotomía entre acción humana y estructura
o del Estado moderno y la aparición de sistemas mundiales. Barring- de la sociedad. Si Marx no fuera para algunos de estos sociólogos un
ton Moore, con su Orígenes sociales de la dictadura y la democracia (1964); nombre vitando, se diría que la sociología histórica pretende explicar
Reinhard Bendix de nuevo, con Estado nacional y ciudadanía (1964) y que los hombres hacen su propia historia pero que la hacen en cir-
Kings or people: power and the mandate to rule (1979); Charles Tilly, con La cunstancias no elegidas por ellos. Es significativa la centralidad que
ffndée (1964) y, en colaboración con Edward Shorter, Huelgas en Fran- la discusión sobre la relación entre acción (agency) y estructura ha
cia, 1830-1968 (1974); Perry Anderson, con 'Transiciones de la antigüedad adquirido en la reflexión sociológica e histórica de los últimos años
alfiudalismo y El Estado absolutista (ambas de 1974), Wallerstein con El y que historiadores y sociólogos recurran precisamente a Marx como
moderno sistema mundial (2 vals., 1974 y 1980), Y Theda Skocpol, con el más importante «single fund of ideas that can be drawn upon in
Estados y revoluciones sociales (1979) contribuyeron a delimitar durante seeking to iluminate problems of agency and structure», por decirlo
los años sesenta y setenta una problemática que siempre ha girado en con palabras de Giddens 23 • Acción y estructura constituyen también
torno a lo que Tilly más adelante llamaría grandes estructuras, largos el núcleo de la discusión entre marxistas, como ha revelado el ataque
procesos y enormes comparaciones 20 • Es en ese marco donde debe de E. P. Thompson a Althusser y la respuesta al primero por parte de
situarse también el notable auge que en Estados Unidos ha recibido historiadores que acusan de culturalista su acercamiento a la historia,
el estudio de las revoluciones, sea como fenómenos pertenecientes a por privilegiar el sentido de la acción humana frente a las determi-
la conducta colectiva -en la terminología de Smelser-- o acción colec- naciones objetivas que serían las propias del marxism0 24 •
106 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA LA SOCIOLOGíA HISTÓRICA 10 7

Esos procesos que estudia la sociología histórica poseen, además, lo cos distantes temporal y espacialmente y procede de forma expresa a
que Max Weber llamaría relevancia de sentido para nosotros: tal es la su comparación. Será en el distinto uso que se haga de la teoría y
tercera característica que define la nueva disciplina. Realmente, cuando de la comparación donde puedan percibirse mejor las diferencias entre
un sociólogo histórico se pone al trabajo, lo que pretende es interpretar, las distintas estrategias vigentes en sociología histórica y sus distintos
por los métodos que enseguida veremos, algún proceso que esté en el métodos de investigación. Naturalmente, esos diferentes usos de la teo-
origen de la actual sociedad ya se entienda como industrial, urbana, ría y de los métodos comparativos indican también una evidente plu-
capitalista o democrática, es decir, ya se trate de estudiar sus procesos ralidad en torno a la cuestión de la causalidad en historia.
tecnológico, social o político. De ahí que, generalmente, la sociología En definitiva: pueden señalarse dos principales estrategias de
histórica haya abordado sus problemas sin arrodillarse ante el ídolo de investigación que confirman la existencia de dos grandes ramas o
la cronología y que se pueda decir por tanto, con razón, que los proble- variedades de sociología histórica 28 tanto por lo que se refiere al uso
mas que aborda no emergen directamente de la lógica que concatena del método comparativo como al supuesto de la causalidad históri-
los hechos de un determinado período, sino de un aparato conceptuaF5. ca. La primera construye un modelo teórico general y lo aplica a un
La sociología histórica plantea sus problemas pasando por encima determinado fenómeno histórico que normalmente sirve como ilus-
de las fronteras de espacio y de tiempo y en la medida en que interesan tración de la teoría, pretenda ésta ser válida para una determinada
a la discusión sobre la sociedad actual o sus orígenes. sociedad y tiempo o aspire, por el contrario, a una validez universal.
Todo lo anterior sería imposible sin el recurso a la comparación. La segunda pretende comprender por medio del análisis comparado
y con ella entramos en lo que parece contribución específica de la la génesis estructural de un determinado proceso o fenómeno históri-
sociología a la historia. No que los historiadores no comparen, pues co siguiéndolo en su específico proceso de estructuración como indi-
como ya había visto Weber la singularidad de un fenómeno no pue- viduo histórico.
de nunca establecerse sin compararlo con otros; sino que habitual- El caso más notable de la primera práctica es el de los estructural!
mente no lo hacen de forma explícita. Lo propio de la sociología his- funcionalistas que buscan expresamente en el hecho sometido a estudio
tórica consiste en explicitar «las premisas teóricas subyacentes en la los elementos que permiten comprobar la validez de su teoría. Smel-
interpretación de los hechos históricos»26 y en argumentar a partir de ser fue su primer y más decidido partidario al emprender el estudio de
la construcción de una teoría entendida como conjunto de conceptos la revolución industrial y de sus efectos sobre la familia y los cambios
interrelacionados que pueden ofrecer una interpretación de un con- sociales con el aparato conceptual de la teoría parsoniana o cuando,
creto fenómeno histórico. con idéntico aparato, procedió a construir una tipología de la «con-
Victoria Bonnell ha señalado que la misma lógica de la construc- ducta colectiva». Pero no es el único: una de las corrientes de socio-
ción de teoría es lo que, en sociología histórica, conduce directamente logía de las revoluciones está, desde su mismo origen, bajo el imperio
al estudio comparado. La comparación es, por consiguiente, una par- de esta estrategia de investigación cuyo influjo es perceptible desde
te esencial de la empresa sociohistórica27 . Lo es también de cualquier la aplicación de una especie de ley natural a su desarrollo fenoméni-
empresa histórica, pero la sociología, como ya quedó indicado, expli- co, propugnada por Crane Brinton -pero también por todos aque-
cita los supuestos teóricos que permiten comparar fenómenos históri- llos que, como Trotski, pretendían ver en cada fase de la revolución
108 I HISTORIA SOCIAl/SOCIOLOGíA HISTÓRICA LA SOCIOLOGíA HISTÓRICA I 109

rusa una especie de repetición de la francesa- hasta quienes buscan los casos o, dentro de ellos, de aquellos elementos que parecen con-
como causa de las revoluciones un desequilibrio en e! funcionamiento cordar mejor con las exigencias de la teoría.
de! sistema social que provoca la aparición del patológico fenómeno La construcción de estos modelos y tipologias formales busca precisa-
de la violencia como único medio para introducir los necesarios cam- mente la formulación de hipótesis causales de validez universal: la revo-
29
bios de! sistema • lución -por seguir con los ejemplos anteriores- tendrá su origen en la
En esta primera modalidad de sociología histórica, la confron- incapacidad del sistema para introducir aquellos cambios que la hubie-
tación puede darse entre un solo hecho con la teoría, y entonces, ran impedido; o bien: la percepción de la distancia insalvable entre los
más que comparar, de lo que se trata es de llenar con fragmentos «value expectatio~s» y las «value capabilities» produce una deprivación
de! hecho las diferentes casillas que componen la teoría: ~l hecho, relativa que es a su vez la causa de la rebelión. La antigua aspiración de
por así decir, no tiene más valor que e! de ilustrar la teoría. Puede la sociologia a alcanzar el estatuto de ciencia capaz de formular leyes
ocurrir también que se proceda no tanto a la confrontación de un generales con valor predictivo late en esta estrategia de investigación.
determinado caso con e! modelo, sino de varios casos entre sí para En este sentido, ciertos desarrollos de la teoría marxista de causali-
establecer, dentro de la validez general del modelo, los distintos tipos dad histórica podrían incluirse también dentro de esta primera corrien-
de casos posibles. Estaríamos entonces ante una variante no ya ilus- te de la sociología histórica en cuanto, por una parte, suponen un
trativa, sino analítica del mismo procedimiento: el investigador pro- modelo universal de causación histórica y, por otra, pretenden deter-
cederá a analizar los diferentes casos, o los elementos de estos casos, minar los distintos tipos de fenómenos que componen la totalidad del
para establecer las diferencias y similitudes de sus características for- modelo: tal es e! caso, por ejemplo, de Manfred Kossok y sus cuatro
males que le permitan la construcción de distintos tipos de fenóme- tipos -con un grado de abstracción y formalización que nada envidia
nos dentro del mismo fenómeno general. También en sociología de a la escuela parsoniana- de revolución burguesa 31 • También aquí el
las revoluciones o de la violencia política se ha dado esta modalidad desarrollo de la teoría de la revolución podría servir como mejor ilus-
más analítica en la misma obra de Smelser, cuando utiliza diversos tración de esta práctica: la revolución se enuncia como resultado de la
ejemplos para establecer su tipología de la «conducta colectiva» o contradicción entre las fuerzas productivas, dotadas de un dinamismo
en los análisis del «cambio revolucionario» efectuados por Chalmers propio, y las relaciones de producción que o bien pueden actuar como
Johnson con el explícito propósito de introducir medidas que eviten impulsoras de! desarrollo de las fuerzas productivas o como su freno.
la aparición de esta forma de patología social. Una variante de este En este segundo caso, se abriría inevitablemente un proceso revolucio-
mismo enfoque estructurallfuncionalista es la de Ted Gurr cuando nario en el que finalmente las fuerzas productivas impondrían su ley
pasa de un caso a otro de «violencia colectiva» con objeto de demos- y acabarían transformando las relaciones de producción y con ellas
trar la validez de la teoría general de la deprivación como causa de toda la estructura de la sociedad. Dentro de esa teoría de validez uni-
los movimientos revolucionarios 30 • Naturalmente, a medida que se versal, pueden darse sin embargo diferentes casos o distintas vías que
sube en el proceso de formalización, e! interés por los casos parti- e! historiador se esfuerza por especificar con ayuda de algún aparato
culares desciende hasta llegar a reducirse a meras ilustraciones de! conceptual, mezcla en algunos casos de conceptos marxistas y termi-
análisis, lo que introduce el riesgo de selectividad en la elección de nología aristotélica 32 .
r
!
110 HISTORIA SOCIAUSOCIOLOcíA HISTÓRICA

La segunda estrategia de investigación es heredera de la descon-


LA SOCIOLoclA HISTÓRICA

rencia, por tanto, entre la obra de un historiador social interpretativo


I 111

fianza y el escepticismo ante las teorías abstractas de la sociedad y las y la de un sociólogo histórico que pretendiera por medio de conceptos
grandes generalizaciones o leyes históricas y su poder heuristico cuando interpretar un determinado fenómeno o dar cuenta de un sólo hecho
se enfrentan a fenómenos o procesos históricos concretos. En este caso, histórico. Tal vez el sociólogo fundamente su narración sobre todo en
lo que importa es el fenómeno individual en su especificidad histórica. fuentes secundarias y el historiador vaya más a las primarias, o quizá
Para ello, sin embargo, el historiador o el sociólogo no se flan tampo- el primero tienda más a recurrir a comparaciones con otros casos con
co de la pura lógica narrativa que se desprende de la concatenación objeto de ilustrar mejor su especificidad mientras que el historiador
cronológica de los hechos, sino que intentan comprenderlos hacien- se mantiene en su estructura narrativa dentro de una lógica determi-
do uso de análisis comparados. Se trata, en efecto, de comprender e nada por los hechos, pero se tratará en todo caso de matices dentro
interpretar el fenómeno con ayuda de conceptos y hasta de teoría pero de una práctica similar en la que la búsqueda de cómo han pasado
sin que ni el concepto ni la teoría vayan más allá de lo necesario para los hechos predomina en todo caso sobre la búsqueda de sus causas
la interpretación del sentido que los sujetos individuales o colectivos estructurales.
dieron a su acción y la comprensión de las determinaciones estructu- Pero entre esa interpretación y lo que Theda Skocpol denomina
rales que la hacen posible. sociología histórica analítica hay un terreno en el que se pretende pre-
Como se comprenderá fácilmente, esta segunda corriente se apar- servar «un sentido de la particularidad histórica a la vez que se com-
ta radicalmente de la primera en la medida en que rechaza la aplica- paran diferentes países»33. Para realizar esta tarea, el investigador uti-
ción de una teoría a uno o varios casos históricos. Pero dentro de ella lizará conceptos de medio alcance, más amplios en su pretensión de
puede haber una amplia gradación desde el interés prioritario por el abarcar diversas situaciones que los utilizados por el historiador o el
sentido de la acción o la atención a los sujetos individuales y colecti- sociólogo del caso singular, pero también menos comprehensivos que
vos hasta la búsqueda de las determinaciones estructurales y el inte- los más abstractos y sistemáticos de la teoría social. La comparación
rés por generalizaciones causales válidas para varios casos históricos. se realiza aquí en el mismo curso de la narración interpretativa de los
Puede haber, por tanto, un balanceo y un amplio terreno de trabajo varios casos cuya particularidad histórica se pretende preservar den-
entre comprender e interpretar un proceso histórico singular con ayu- tro de la más amplia interpretación de un proceso específico que ha
da de conceptos y explicar una regularidad causal por medio del aná- afectado a todos aunque en diversos contextos y con diversos resul-
lisis comparado. El acento puede estar situado en la interpretación o tados. Un ejemplo de este procedimiento es la obra de Bendix, Kings
en el análisis, en lo que Weber llamaría comprensión del sentido de la or people, en la que se estudia el proceso de cambio en el mandato de
acción o explicación de sus causas. poder desde los reyes al pueblo en diversos países europeos. Cada uno
En un extremo de esa línea -interpretación de un caso singular de ellos es objeto de una específica narración histórica -lo que pre-
por medio de conceptos- no podría hoy percibirse ninguna diferen- serva, como dice Bendix, su particularidad- aunque los conceptos
cia entre el sociólogo histórico y el historiador «teorético» tal como que se emplean sirven para comparar las diversas situaciones en que
reclamaba StedmanJones: los historiadores interpretan hoy, de forma los reyes abandonaron o fueron desposeídos de su poder y el pueblo o
habitual, los hechos valiéndose de conceptos. No existe ninguna dife- la nación se organizó para su ejercicio.
r 112 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA LA SOCIOLOGíA HISTÓRICA 113
Se comprende bien la diferencia de este procedimiento con el que rica social, la sociología histórica analítica se inclina por el estudio de
pretende establecer, por medio de análisis comparados, las regulari- la primera aunque no niegue la importancia de la segunda. En este
dades causales de determinados fenómenos históricos. Aunque por sentido, no parece oportuno criticar esta metodología acusándole de
este lado -los fenómenos que estudia- no se diferencia del anterior, no hacer precisamente aquello que no quiere hacer, o sea, atender a
el acento no recae ahora en «cómo» ocurrió el proceso, sino en «por lo que hicieron los agentes o sujetos sociales 34 . No que afirme que esos
qué» ocurrió. Ahora bien, en la búsqueda de las causas, esta metodo- sujetos fueron irrelevantes para el resultado, sino que la medida y la
logía analítica huye de cualquier pretensión de universalidad, como forma en que lo fueran lo deja a otros investigadores. Aquí lo que inte-
ocurría en los análisis teóricos propios de la primera de las dos gran- resa es determina; las causas que posibilitaron que los sujetos actuaran
des corrientes. No se trata de saber por qué ocurren todas las revolu- precisamente como lo hicieron.
ciones y todos los movimientos de rebeldía, ni tampoco de establecer Esta estrategia exige, más que cualquier otra, la comparación
su tipología, sino de investigar las causas de determinadas revoluciones sistemática de los diferentes casos para los que se pretenden estable-
-aquellas en que hipotéticamente se observan algunas características cer posibles conexiones causales. Este es, en efecto, el requisito básico
comunes- y establecer, si es posible, algunas regularidades. Es por para manejar múltiples variables e hipótesis alternativas que posibili-
consiguiente un procedimiento inductivo y comparado más que una ten un análisis pluricausal y multivariante. Skocpol y Somers recurren
deducción teórica para la que se buscan ilustraciones. al. S. Mill para establecer dos posibles métodos de comparación, el de
Es esta estrategia con la que aparecen más identificados quienes concordancia y el de diferencia 35 . Por el primero se establece que los
más interés han mostrado en ser conocidos como sociólogos históri- diversos casos en los que se da el fenómeno objeto de investigación tie-
cos y es en ella donde más se puede discernir una herencia weberiana, nen en común varios factores -los hipotéticamente causales- aunque
pues la pregunta a la que esta estrategia responde es idéntica a la for- varíen en otros; por el segundo, se compara un caso positivo, en el que
mulada por Weber cuando trató de definir su ciencia social histórica: esté presente el fenómeno en cuestión y sus hipotéticas causas, con otro
por qué -preguntaba Weber-- las cosas han llegado a ser lo que son negativo, en el que no aparece el fenómeno ni algunas de las causas
y no son de otra manera. Hay en ella, por tanto, el intento de definir aunque existan múltiples similitudes con el caso positivo.
en su concreta individualidad un determinado fenómeno histórico; Al final del arduo trabajo comparativo, el sociólogo analítico no
hay, en segundo lugar, la exigencia de definir inequívocamente y en habrá encontrado un esquema general de un proceso o fenómeno his-
sus términos teóricos de qué fenómeno se trata y, finalmente, hay el tórico ni habrá descubierto su naturaleza; tampoco habrá aplicado una
propósito de explicar el fenómeno por sus causas. Su objetivo consiste teoría previa de la sociedad y de la historia, de validez general, a uno o
en descubrir las regularidades causales de un determinado fenómeno varios casos conocidos. Si la operación tiene éxito, lo que habrá descu-
o proceso histórico. bierto será únicamente las regularidades causales que hacen objetiva-
Al buscar regularidades, la sociología histórica analítica no inda- mente posible que un proceso histórico o un hecho social haya tenido
ga tanto en el sentido que los sujetos dan a su acción cuanto en las efectivamente lugar. Cómo ocurrió tal proceso, cuál fue la acción que
estructuras que la determinan, es decir, dentro de aquel balanceo transformó en hecho histórico la probabilidad objetiva que este enfo-
entre estructura y acción como piezas inevitables de la ciencia histó- que analítico y estructural descubre es asunto en que -por la propia
r 114 HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA

exigencia de su trabajo- no entra el sociólogo histórico analítico, que • N t


lo deja de muy buena gana al cuidado del sociólogo o del historiador O as
«interpretativos». Se anuncia así una división del trabajo sobre la que
quizá haya que construir el futuro de la relación entre sociología his-
tórica e historia social.

l. M. Mann, The so':,rces oI social power, vol. 1, A history of power ftom the beginning to a. D.
1760. Cambridge, 1986, p. VII.
2. Según ellibre comentario de Aron al pensamiento de Weber en Les étapes de la pensée
sociologique, París, 1967, p. 514.
3. M. \'Veber, «La objetividad del conocimiento en las ciencias y la política sociales», en
La acción social: ensayos metodológicos, Barcelona, 1984, p. 140.
4. .J. Frellnd, «German sociology in the time of Max \'Veber», en T. Bottomore y R. Nis-
bet, A history of sociological anaiysis. Londres, 1979, pp. 169 Y 171, Y del mismo autor,
Sociología de Max rVeber, Barcelona, 1986, pp. 121-134.
5. P. Burke, Sociology and history, Londres, 1980, p. 21.
6. Como afirma C. Lloyd, Explanation in social histo~y, Oxford, 1986, p. l.
7. D. Zaret. «From Weber to Parsons and Schlltz: The eclipse of history in modern social
Theory». American Journal of Sociology, 85: 5 (1980), pp. 1180-1201. Th. Skocpol habla
sin embargo de un «partial eclipse of historical sociology» en «Sociology's historical
imaginatioIl», en Th. Skocpol (comp.). ¡'í'sion and method in historical sociology, Cambrid-
ge, 1984, p. 2.
8. La síntesis parsoniana -escribe GouldneI~ creció durante la crisis de las sociedades
de clase media provocadas por las cuatro grandes convulsiones del período: la guerra,
la revolución soviética, el fascismo y la crisís económica mundial: The coming crisis of
western sociology. Londres, 1971, p. 144.
9. C. W. Mills, The sociological imaginatioll, Nueva York, 1959, cap. 2.
10. T. Parsons, El sistema social, Madrid, 1966, p. 484. Es significativo que esta primera
impotencia haya conducido luego al intento de construir un nuevo evolucionismo tal
como se teoriza en La sociedad. Perspectivas evolutivasy comparativas, México, 1974, y El
sistema de las sociedades modernas, México, 1974. Para la «imposibilidad categorial y for-
mal de la teoría del cambio social», José Almaraz, La teoria sociológica de Talcott Parsons,
Madrid, 1981, pp. 395-41 I.
11. Para una crítica de este Parsons evolucionista, Nisbet, «DiscussioIl», en L'historien entre
['ethnologue et lejúturologue, París, 1972, p. 159. Almaraz, pp. 535-548 ofrece un punto de
vista más favorable y sitúa el esfuerzo de Parsons en el renacido interés por «el plan-
teamiento histórico-comparativo de las sociedades».
r

116 I HISTORIA SOCIAl/SOCIOLOGíA HISTÓRICA


LA SOCIOLOGíA HISTÓRICA I 117
12. Guenther Roth, en la reseña a Reinhard Bendix, Force, JO.te and freedom, en History and 29. Antes de Brinton y su Anatomía de la revolución (Madrid, 1962), Lyford P. Edwards esta-
Theory, XXIV, 2 (1985), pp. 196-208. bleció la pauta, que todos los demás seguirían con más o menos variantes, en The natu-
13. P. T. Manicas, A history and philosophy rif the social sciences, Oxford, 1987, p. 281. ral history rif revolutian, Chicago, 1970 [orig. 1927].
14. L. Althusser y E. Balibar, Para leer El capital, México, 1972, p. 272 (subrayados dcl 30. Ted R. Gurr, W~y men rebel, Princeton, 1970.
autor). 31. M. Kossok, «Historia comparativa de las revoluciones en la época moderna», en
15. A. Giddens, Central problems in social theory, Somerset, 1979, p. 52, que señala además la VV AA, Las revoluciones burguesas, Barcelona, 1984.
proximidad del concepto de ideología en Althusser con la internalización de valores 32. J. Fontana afirma que la «naturaleza» del proceso de transición del feudalismo al capi-
de Parsons. talismo es idéntica en todas partes, mientras que su «forma» varía en cada lugar, lo
16. Como desea, sin embargo, Peter Burke, en op. cit.. p. 30. que posibilita la aplicación del «esquema general» a las diferentes vías o casos: La crisis
17. «Social history and sociology: more than just good friends», titula D. Smith un artículo del Antiguo Régimen, 1808-l833, Barcelona, 1979, p. 9.
aparecido en Soeiologieal Review, 30 (1982), pp. 286-308. 33. R. Bendix, Kings or people, Berkeley, 1980, p. 15.

18. Un buen diagnóstico puede evitar una enfermedad: tal es la función que Chalmers 34. No se puede criticar, por ejemplo, a Theda Skocpol por haber explicado la revolución
Johnson atribuye al científico social en Revolutiona~y change, Boston, 1966. sin tornar en cuenta a los revolucionarios corno hace]. Casanova en «Revoluciones
19. N. Smelser, Theory '!f calleetive behavior, Nueva York, 1962. sin revolucionarios: Theda Skocpol y su análisis histórico comparativo», Zona Abier-
ta, 41-42 (1987), pp. 81-101, pnes lo que Skocpol se propone es buscar las causas que
20. En «Historical sociology», Current Perspectives in Social Theory, I (1980), p. 58. Más recien-
posibilitan la acción deliberada y «purposive» de los revolucionarios y no lo que éstos
temente, el propio Tilly ha dado el mismo título a un libro: Big structures, large processes,
hicieron, corno es obvio desde las primeras páginas de su libro.
huge comparasions, Nueva York, 1984.
35. Th. Skocpol y M. Somers, «The uses 01' comparative history in macrosocial enquiry»,
21. Que quiere destacar, con este término, una combinación de intereses 1 organización,
Comparative Studies in Sociery a71d Histo~y, 22,2 (1980), pp. 174-197. Una elaboración pos-
movilización y oportunidad ausente en el análisis de Smelser: From mobili::;ation to revo-
terior de la misma Skocpol en «Emerging agendas...», cit.
lution, Nueva York, 1978.
22. Ph. Abrams, Historical sociology. Somerset, 1982, p. 16. Para la introducción, a través del
concepto de estructuración, de la temporalidad en la teoría social véase A. Giddens,
Central problems in social theory, Cambridge, 1979, pp. 198-233.
23. A. Giddens, op. cit., p. 53.
24. No por casualidad el núcleo de la discusión es el concepto de clase, sujeto de la histo-
ria para Thompson, lunción del proceso de producción para Althusser. Véase, del pri-
mero, The jJover!y rif theory, Londres, 1978, pp. 298-299 para este tema. Puede seguirse
la discusión suscitada en Hacia una historia socialista, Barcelona, 1983. Es de interés, P.
Anderson, Arguments within English marxisrn, especialmente los capítulos «Historiography»
y «Agency», Londres, 1980.
25. Según escribe N. Smelser, Essa.vs in sociological explanation, Englewood Cliffs, 1968,
p.35.
26. L. Paramio, <<Defensa e ilustración de la sociología histórica», Zona Abierta, 38 (1986), p. 9.
27. V E. Bonnell, «The uses 01' theory, concepts and comparison in historical sociology»,
Comparative Studies on Sociery and History, 22, 2 (1980), p. 160.
28 Th. Skocpol, «Emergíng agendas and recurrent strategies in historical sociology», en
Th. Skocpol (comp.), Vision and method in historical sociology, Cambridge, EEUU, 1984,
pp. 356-391, señala tres, pero la segunda -que llama sociología histórica interpreta-
tiva- no es exclusiva y ni siquiera propia de los sociólogos.

11I
111
5 I Sociología e historia ¿fusión
o división de trabajo?

La larga marcha de la historia hacia su encuentro con la teoría social y


la recuperación por la sociología del gusto por la historia ha conducido
a derribar antiguas fronteras y abrir nuevos caminos. De tal modo ha
provocado lo primero, que no faltan voces para reclamar, con argu-
mentos no desdeñables, que termine la distinción entre sociología e
historia y converjan ambas definitivamente hacia una cicncia histórica
y social única. Naturalmente, estos deseos han tropezado también con
las protestas de quienes, alarmados ante la difuminación de fronteras,
claman contra los daños causados por una proximidad que les parece
peligrosa y que no han dudado en presentar con las metáforas duras
de la invasión o la violación de la historia por las ciencias sociales.
Algo habrá que hablar de esto pero antes será preciso examinar
qué barreras exactamente han desaparecido, pues los tiempos en que
parecía claro qué era historia y qué sociología han pasado, tal vez
irreversiblemente, como efecto de la explícita búsqueda de teoría social
120 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGIA HISTÓRICA
SOCIOLOGíA E HISTORIA ¿fUSiÓN O DIVISiÓN DE TRABA/O? I 121

por los historiadores y de la vuelta a la historia por los sociólogos. esfuerzo por establecer leyes (o al menos regularidades o generalida-
Como resultado de esa doble dirección, lo que parecía diferencia radi- des) mientras que la historia se limitaba a contar hechos en su sucesión
cal -en el sentido de raíz de todas las demás- entre historia como singular, de donde la causalidad propia de la historia sería la que expli-
ciencia de lo singular, lo único e irrepetible, y sociología como ciencia ca un hecho único, mientras que la causalidad sociológica aspira al
de lo general, de las regularidades, de lo recurrente, es precisamente valor de la generalidad 3 • En los años sesenta, Karl Popper proponía
lo que se ha evaporado. En este sentido, es dificil entender que un his- llamar «ciencias históricas» a aquellas que, en contraposición con las
toriador teórico como Gareth StedmanJones asegure que la estrecha «ciencias generalizantes», se interesaran en «acontecimientos especí-
relación entre historia y sociología, tan visible desde principios de los ficos y en su explicación»+, mientras Bendix hablaba también de la
años sesenta, no haya conducido en el fondo más que a dejar intacta cronología y la secuencia individual como propia del historiador a la
la «convencional demarcación» entre ambas l , lo que puede ser verdad par que el acento sobre las pautas recaería en el sociólog0 5 • Por supues-
respecto a ciertas formas más bien caducas de hacer historia y socio- to, los testimonios aún recientes en idéntico sentido podrían multipli-
logía pero en modo alguno respecto a la mejor parte de la producción carse sin problema.
histórica y sociológica. Esa diferencia radical entre sociología e historia constituía el funda-
Pues, efectivamente, el solo hecho de nublar los límites entre lo mento o la base de todas las demás. En efecto, la diferencia entre
singular y lo general -antigua frontera mayor entre historia y cien- narración y análisis que caracterizaría a ambas disciplinas no obe-
cias sociales- ha provocado el derrumbe en cadena, como piezas de dece más que al hecho de que la primera se presenta como propia
un dominó sostenidas en sí mismas pero también en el orden del con- de la interpretación de acontecimientos singulares, mientras que la
junto, de otras fronteras menores. La diferencia entre objeto, episte- comprensión y explicación de causas generales requeriría un aparato
mología y metodología de la historia y las ciencias sociales se basaba analítico. En consecuencia, como ha recordado uno de sus defensotes,
en aquella primera distinción de lo singular y lo general, lo idiográfico la narrativa trata de lo particular y específico más que de lo colectivo
y nomotético, teorizada tanto por sociólogos como por historiadores. y estadístico: no pretende analizar sino describir6 • Ahora bien, mante-
Desmontar esa barrera no fue una operación inocente ni podía dejar ner hoy que la historia es la narración de historias y que es descriptiva
intactas otras demarcaciones, convencionales o no. más que analítica o que trata de lo individual más que de lo colectivo
Antes del auge de la historia social y de la renovación del análisis o que su centro de atención es el hombre y no la circunstancia, como
sociológico de la historia, la diferencia entre lo singular y lo general pretende Stone, equivaldría a suprimir del gremio de los historiadores
era el supuesto sobre el que se basaba la distribución del terreno entre a más de la mitad de la profesión.
historiadores y sociólogos. Para Weber, en efecto, la sociología «se afa- Se comprende que si esas barreras han desaparecido tampoco pue-
na por encontrar reglas generales del acaecer» mientras que la historia da quedar mucho de la otra vieja distinción, estrechamente relacionada
«se esfuerza por alcanzar el análisis e imputaciones causales de las con las anteriores, entre la historia como terreno de la inducción y la
personalidades, estructuras y acciones individuales consideradas cul- sociología como el de la deducción. Y lo mismo ocurre con la atribu-
turalmente importantes»2. Esa era también la posición de Raymond ción a la historia de la investigación en fuentes primarias y a la socio-
Aron cuando aseguraba que lo característico de la sociología era el logía en secundarias, si se pretende ver en esto algo más que una mera
r 122 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA SOCIOLOGíA E HISTORIA <FUSiÓN O DIVISiÓN DE TRABAJO? I 123

división del trabajo exigida por las limitadas capacidades de cada cual única o principalmente a fuentes secundarias. Smelser es caso ejem-
más que por una demarcación del terreno. Ciertamente, la documen- plar de lo primero y McNeill podría ser modelo de lo segundo. Es
tación del qué y cómo no puede hacerse sino buceando en archivos o obvio, por otra parte, que incluso los trabajos más narrativos, a no ser
en los lugares en que se conservan los residuos del pasado, pero nada que se trate de una pura crónica, no carecen de análisis 9 • Es más, la
impone que ésta sea una actividad exclusiva del historiador mientras narración histórica tal como se realiza entre los historiadores que han
se dejaría al sociólogo la exclusiva de la determinación de causas gene- dialogado con la teoría social no teme interrumpir su propia estructu-
rales que podría hacer perfectamente con el recurso a las fuentes secun- ra para llamar la atención, cuando se siente la necesidad, sobre talo
darias 7 • cual concepto. El 'taso más socorrido es el de E. P. Thompson y su
Narración, inducción y fuentes primarias se relacionan, pues, con concepto de clase y el más notorio es seguramente el de G. de Ste.
el dominio de lo singular y único, de la misma manera que análisis, Croix cuando dedica amplios desarrollos de su estudio sobre la lucha
deducción y fuentes secundarias aparecen relacionadas con el territo- de clases en el mundo antiguo a la clarificación y discusión de los con-
rio de lo general. Todas esas diferencias, justificación de otras tantas ceptos que le servirán luego para explicar el fin del Imperio romano.
fronteras, son las que la doble marcha emprendida por sociólogos e De manera que cuando la historia reclama explícitamente la teo-
historiadores ha acabado si no por liquidar sí al menos por difuminar ría social, o algunos de los conceptos y variables que la constituyen
o, si se prefiere, por reducir desde lo cualitativo a lo cuantitativo, hasta como tal teoría capaz de explicar fenómenos, y la ciencia social recla-
el punto de que pocos hoy afirman que con ellas se pretenda algo más ma a su vez el tiempo como una categoría propia, es difícil postular
que establecer ciertas diferencias de grado exigidas más por el tipo de una diferencia abstracta entre ciencia social e historia. No faltan, por
preguntas planteadas y por la estrategia establecida para resolverlas tanto, quienes pretendan sacar las últimas consecuencias del derrum-
que por alguna exigencia teórica. Las diferencias, en caso de mante- be de las tradicionales fronteras y proclaman la necesidad de unificar
nerse, no serían más que de grado, de gusto o de capacidad, existen- unas disciplinas que, en su opinión, nunca debieron haber seguido
tes entre los investigadores, pero por lo que respecta a la diferencia caminos divergentes. En estas voces, las hay que conciben el resulta-
radical entre lo singular y lo general, no cabe duda de que el impacto do final de la proclamada necesaria convergencia como eliminación
de las ciencias sociales en la historia ha tenido el efecto de que, como pura y simple de una de ellas, casi siempre de la más joven, a la que
ya advertía Barraclough, los historiadores han pasado «de estudiar lo se considera como una intrusa o una aprovechada, la sociología. Paul
particular a estudiar lo general, de los hechos aislados a las uniformi- Veyne, por ejemplo, piensa que la sociología existe porque «la histo-
dades y de la narración al análisis»8. En este sentido, no hay ya dife- ria no hace todo lo que agota el ámbito que le es propio y deja a la
rencias sustanciales entre historiadores y sociólogos. sociología que lo haga en su lugar», pero que, en el momento en que
En efecto -y por ir ahora en sentido contrario pero bajando los la historia se decidiera a ser «integral», a convertirse plenamente en
mismos escalones- no faltan trabajos sociológicos basados en el mane- lo que es en realidad, hace inútil la sociología la.
jo de fuentes primarias, sea para la totalidad o sea de forma selectiva Es superfluo señalar el idealismo del razonamiento de Veyne. La
y, por otra parte, son multitud los historiadores que al perseguir un historia aparece en él como un sujeto capaz de decisiones, dubitativa
determinado fenómeno en un larguísimo período de tiempo recurren respecto a sus propias potencialidades: ella lo es todo, a condición, cla-
r 124 I HISTORIA SOCIALJSOCIOLOGfA HISTÓRICA SOCIOLOGíA E HISTORIA ¿FUSiÓN O DIVISiÓN DE TRABAJO? I 125

ro está, de que se decida a serlo. Se trata, obviamente, de un lenguaje sentido indicado- requieren un amplio y extenso trabajo de inves-
conceptualmente vacío: la historia no es más que lo que los historia- tigación que no se refiere todavía a la reconstrucción de cómo tuvo
dores de una determinada época producen. Pero ese idealismo ocul- realmente lugar ese acontecimiento o proceso histórico singular pero
ta una convicción profunda que es la que aquí nos interesa: habría que establece las condiciones de su comprensión. Comparar, formular
un territorio, un ámbito que es propio de la historia y en el que han hipótesis causales, establecer conceptos, narrar los hechos previamen-
irrumpido unos extranjeros, unos bárbaros, sólo porque la historia fue te documentados por medio de la investigación en fuentes primarias
en su momento débil y no se atrevió a ocupar ella misma la totalidad son momentos de una misma e idéntica tarea que también puede for-
del campo. mularse en orden inVerso y que consiste en conocer el pasado, inter-
Me interesa resaltar esta idea del territorio propio de la historia pretarlo, explicarlo.
y de su ocupación por otras ciencias porque está en el origen de una Nada impide que el mismo investigador, si tiene capacidad para
reacción, en ocasiones más pasional que racional, de la defensa de lo ello, los transite todos y se enfrente a todos ellos. Pero la magnitud de
específico de la historia frente a la teoría social perceptible en historia- la empresa, la acumulación de conocimientos adquiridos sobre cual-
dores que, sin embargo, aspiran a la hegemonía de una historia teórica. quier hecho histórico de mediana relevancia, parecen exigir una divi-
Son en realidad dos lados de la misma cara: o la historia se convierte sión del trabajo entre los diferentes niveles. Y ésta es toda la diferen-
en única ciencia social y entonces resulta la tesis de Veyne: no hay más cia que se puede encontrar entre sociólogos e historiadores cuando se
ciencia social que la historia, cualquier otra es perfectamente inútil; o aplican a conocer tiempos y espacios pasados. No hay -o al menos
se dice: la historia sufre la invasión de ciencias sociales, a las que, sin no se percibe- ninguna diferencia teórica entre lo que sea trabajo
negar su posible razón de ser, se pretende expulsar del territorio del del sociólogo histórico y trabajo del historiador social y, por tanto, no
historiador reclamando para la propia historia una dimensión «teoré- parece que existan demarcaciones tajantes entre historia social y socio-
tica», y es la tesis que hemos visto defender a StedmanJones. logía histórica: lo que hace cada cual es parte de una misma opera-
Quizá se pueda atacar una vía de solución de este asunto volvien- ción intelectual: conocer, interpretar, explicar los hechos sociales del
do por un momento a Max Weber. La explicación -sea en el sentido pasado. Lo único que los diferencia es que, por sus prácticas de inves-
científico o familiar de la palabra- sociohistórica sc efcctúa en múl- tigación, los historiadores suelen atender determinadas tareas de ese
tiples niveles. Explicar la causalidad de un acontecimiento histórico trabajo y los sociólogos suelen enfrentarse a otras]2. Lo que hay entre
singular exige, ante todo, comprender la singularidad del hecho, guar- ellos no pasa de ser una división del trabajo, que se entiende aquí en
dar -como escribía Raymond Aron- «el sentido de la especificidad su sentido más literal: que el producto de su actividad es único pero
de cada época»I]; pero esa tarea no es cabalmente posible sin recurrir complejo y que, por consiguiente, para fabricarlo es preciso que cada
a la comparación con otros hechos, con lo específico de otras épocas; cual se aplique a una tarea sin desconocer cuáles son y en qué consis-
exige, además, establecer su múltiple causalidad, lo que por su par- ten las tareas de todos los demás, de modo que, llegado el caso, pueda
te requiere una búsqueda de regularidades y diferencias sobre las que también ejecutarlas.'
se puedan establecer leyes entendidas como probabilidades objetivas. Así entendida la relación entre historia social y sociologia histórica,
Comparación y establecimiento de leyes o causas generales -en el nada exige que la convergencia entre historiadores y sociólogos culmi-
r 126 I HISTORIA SOCIAL/SOCIOLOGíA HISTÓRICA SOCIOLOGíA E HISTORIA <FUSiÓN O DIVISiÓN DE TRABAJO? 127

ne en la identificación amorosa de ambos -y ni siquiera en una bue- procesos sociales del pasado. No existe ninguna razón para que nin-
na amistad- ni, mucho menos, en la supresión de alguno de ellos. La guna de esas instituciones cometa suicidio ni para que, escépticas de
cosa parece más simple: el trabajo de documentación, interpretación su identidad, busquen identificarse con otras. Lo único que parece
y explicación sociohistórica es tan amplio, tan abrumador, que exige deseable es que las fronteras sigan derruidas y que el tránsito sea fácil
su división entre profesionales de diferentes campos o preferencias. El de unas a otras, esto es, que no sea excepcional la presencia de histo-
sociólogo histórico tiene una tarea enorme, en modo alguno exclusi- riadores en seminarios, cursos o conferencias organizadas por sociólo-
va, al pretender formular la posibilidad objetiva de un proceso o de gos y la de éstos en las que organicen departamentos de historia.
un fenómeno por medio de una contrastación multivariante de hipó- Probablemente no'se haya agotado aún lo que cada cual tiene que
tesis que le exige comparar entre sí, o confrontar a una teoría, distin- decirle al otro.
tos procesos o acontecimientos históricos. Parece que sus capacidades,
limitadas, pueden agotarse en una tarea que requiere un conocimien-
to profundo de esos fenómenos y la formulación explícita de una teo-
ría causal-entendida como hipótesis de probabilidad objetiva-o No
parece, pues, que pueda exigírsele que además de eso proceda a inves-
tigar en fuentes primarias con objeto de reconstruir cómo aconteció
tal fenómeno o tal proceso. Naturalmente, puede ser muy útil que en
ocasiones realice investigaciones primarias parciales o selectivas. Pero
esta tarea quedará más en manos del historiador a quien no le faltará
trabajo cuando trate de conocer, interpretar y relatar cómo sucedie-
ron los hechos, cómo se verificó realmente tal proceso. Por supuesto,
nadie niega al historiador que, además de esa tarea, proceda a inda-
gar en explicaciones causales y en busca de regularidades. Pero ten-
dría que saber que, si se anima a hacerlo, le espera una ardua tarea
que posiblemente le aleje, puesto que no hay tiempo para todo, de sus
fuentes primarias de investigación. Y en ese caso, tal vez no faltarían
voces que le acusen de haber abandonado el oficio de historiador para
entregarse en manos del invasor.
Esta, por lo demás, es la división del trabajo que sin acuerdo expre-
so rige en la comunidad académica. Hay, en efecto, departamentos de
1"'"
historia que emprenden determinados cometidos y departamentos :I~
111
de sociología que se plantean otros, aun en el caso de que la materia
1 '
sea idéntica a los de historia, es decir, que versen sobre fenómenos o I

1
rr

Notas Bibliografía

HISTORIOGRAFÍA

1. G. StedmanJones, «Fram historical sociology to theoretical history», BritishJournal of Bailyn, B., «The challenge of moderm historiography», American Historical Review, 87 (1982),
Sociology, 27,3 (1976), p. 295. pp. 1-24.
2. M. Weber, Economía] sociedad, México, 1964, p. 16. Barnes, H. E., A history of historical writing, 2." ed. rev., Nueva York, Dover, 1962.
Barraclough, G., History in a changing world, Oxford, Oxford University Press, 1955.
3. R. Aran, lntroduction a la philosophie de l'histoire, Paris, 1986, p. 235.
- , «Historia», en M. Freedman, S.]. De Laet y G. Barraclough, Corrientes de im'estigación en
4. K. Popper, The open society and its enemies, Princeton, 197 L vol. 2, p. 264. las ciencias sociales, Madrid, Tecnos-uNESCO, 1981, pp. 292-567.
5. R. Bendix, «Concepts and generalizations in comparative sociological studies», Ameri- Bourde, G., y Martin, H., Les écoles historiques, Paris, Seuil, 1983.
can Historical Review, 28 (1963), p. 537. Breisach, E., Historiographx Ancient, Medieval and Modern, Chicago, The University of Chica-
6. L. Stone, «The revival of narrative: reflections on a new old history», Past and Present, go Press, 1983.
85 (1979), pp. 3-4. Burguiere, A., dir., Dictionnaire des sciences historiques, París, PUF, 1986.
Cannadine, n, «British history: past, present -and future?», Past and Present, 116 (1987),
7. Para la irrelevancia de la diferencia entre objeto y método, V. E. Bonnell, «The uses of
pp. 168-19!.
theory, concepts and comparisons in historical sociology», Comparatiz'e Studies in Socie!y
Carbonell, Ch.-O., L'historiographie, París, PUF, 198!.
and History, 22,2 (1980), p. 157. Para la narrativa como forma de discurso analitico,
Chesneaux,]., <,Hacemos tabla rasa del pasado? A propósito de la historia] de los historiadores, Méxi-
H. White, Tropics 01 discourse, Baltimore, 1978.
co, Siglo XXI, 1977.
8. G. Barraclough, «Historia», en M. Freedman, S.]. de Laet y G. Barraclough, Corrientes Delzell, Ch. F. (comp.), ThejUture 01 history, Nashville, Vanderbilt University Press, 1977.
de la i7l1'estigación en ciencias sociales. Madrid, 1981, p. 356. Dumoulin,]., y Moisi, n (comps.), The historian between the ethnologist and thejUturologist, Paris-
9. Ph. Abrams, Historical sociology, Somerset, 1982, p. 304. La Haya, Mouton, 1971.
Fogel, R. \Y., y Elton, G. R, Wich road the past) Two views of history, New Haven, Yale Uni-
10. P. Veyne, Cómo se escribe la historia, Madrid, 1984, p. 180.
versity Press, 1983.
11. En <<lntraductioll» a Les étapes de la pensée sociologique, Paris, 1967. p. 15.
Fontana,j., Historia. Análisis del pasado] pro]ecto social, Barcelona, Crítica, 1982. Gilbert, F., y
12. Elton llamaba «expresión débil» la afirmación de Fogel de que los historiadores cien- Grauband, S. R (comps.), Historical studies today, Nueva York, W. W. Norton, 1972.
tíficos tienden a centrarse en colectividades o en fenómenos recurrentes, mientras los Hexter,]. H., On historians, Cambridge, Harvard University Press, 1979.
tradicionales tienden a hacerlo en individuos o acontecimientos particulares, en R. W. Higham,]., History. Proftssional scholarship in America, Ed. rey. Baltimore, Johns Hopkins Uni-
Fogel y G. R. Elton, Which road to the past? Two views of history, New Haven, 1983, p. 76. versity Press, 1983.
El concepto podría valer también para este «suelem>, que no pasa de ser una expre- --, y Conklin, P. K. (comps.), New directions in American intellectual history, Baltimore, Johns
sión conceptualmente débil de una diferencia para la que no encuentra fundamentos Hopkins University Press, 1979.
teóricos fuertes. Himmelfarb, G., The new history and the old, Cambridge, Mas-Londres, The Belknap Press of
Harvard University Press, 1987.
Hobsbawm, E.]., «The revival of narrative: sorne comments», Past and Present, 86 (1980),
pp. 3-8.
- . Y Ranger, T, The invention 01 tradition, Cambridge, Cambridge University Press, 1983.
Hofstadter, R., Los historiadores progresistas, Buenos Aires, Paidós, 1970.
Iggers, G. G., The German conception of history. The national tradition of historical thougthfrom Herder
to the present, 2:' ed., Middletown, Con., \Vesleyan University Press, 1983.
13 0 BIBLIOGRAFíA BIBLIOGRAFíA 13 1

- , New directions in European historiography, ed. rev., Londres, Methuen, 1985. Clubb, j. M., «The new quantitative history: social science or old wine in new bottles?», en
- , Y Parker, H. T (comps.), International handbook of historical studies. Contemporary research and j. M. Clubb y E. M. Scheuch (comps.), Historical social research, Stuttgart, Klett-Cotta, 1980.
theory, Londres, Methuen, 1980. Cochran, T. C., «Economic history, old and new», American Historical Review, 74, (1969),
Johnson, R., McLennan, C., Schwartz, B., y Sutton, o. (comps.), Afaking histories: Studies in pp. 1561-1572.
history writing and politics, Minneápolis, University of Minnesota Press, 1982. Cohen, j. S., «The achievements of economic history: the Marxist schoo!», Journal '!f Eco-
Kammen, M. (comp.), The past bejóre use contemporary historical writing in the United States, lthaca, nomic History, 38 (1978), pp. 29-57.
Comell U niversity Press, 1980. Coleman, D. C., vVhat has happened to economic history?, Cambridge, Cambridge University
LaCapra, D., y Kaplan, S. L., Modern European intel!edual history. Reappraisals and new pmpecti- Press, 1972.
ves, lthaca, Comell U niversity Press, 1982. Davis, L. E., ««And it wíll never be literature". The new economic history: a critique», Explo-
Laqueur, W., y Mosse, G. L. (comps.), The new histo~y: trends in historical research and writing sinee rations in Entrepeneurial Hi!tory, 2." ser., 6 (1968), pp. 75-92.
vVorld ¡~ar JI, Nueva York, Harper and Row, 1966. , «Professor Fogel and the new economic history», Economic History Review, 19 (1966),
Le CofJ;j., y Nora, P., Hacer la historia, Barcelona, Laia, 3 vols., 1974. pp. 657-663.
Manicas, P. T., A history and philosophy of the social sciences, Oxford, Basil Blackwell, 1987. «Economic history in the nineteen seventies», número especial de Journal of Economic His-
Momigliano, A., Essays in ancient and modem historiography, Middletown, Con., Wesleyand Uni- tory, 38 (1978), pp. 13-80.
versity Press, 1977. Erikson, Ch., «Quantitative history», American Historical Review, 80 (1975), pp. 351- 364.
Rabb, T K., Y Rotberg, R. 1. (comps.), The new history. The 1980s and beyond, Princenton, Fishlow, A., «The new economic history revisited», Journal of European Economic History,
Princeton University Press, 1982. 3 (1974), pp. 453-467.
Stone, L., «The revival of narrative: reflections on a new old history», Past and Present, 85 , Y Fogel, R., «Quantitative cconomic history: an interim evaluation, past trends and pre-
(1979), pp. 3-24. sent tendencies», Journal of &onomic History, 31 (1971), pp. 15-42.
- , The past and the present revisited, Londres, Routledge and Kegan Paul, 1987. Floud, R. (comp.), Essays in quantitative economic history, Oxford, Clarendon Press, 1974.
Vv. AA., «News trends in history», Daedalus, Dialogues, 98, 4 (1969), pp. 891-976. Fogel, R., «The reunification of economic history with economic theory», American Economic
Vv. AA., Hacia Una nueva historia, Madrid, Akal, 1976. Review, 55 (1965), pp. 92-98.
Vv. AA., La historia hoy, Barcelona, Avance, 1976. --,«The new economic history. lts findings and methods», Economic Histo~y Review, 19 (1966),
Vázquez de Prada, v., 1. 01ábarri y R. Floristán (comps.), La historiografia en Occidente desde pp. 642-656.
19'¡5, Pamplona, Universidad de Navarra, 1985. -, «The limits of quantitative methods in history», American Historical Review, 80 (1975),
Vilar, P., Une histoire en construction. Approche marxiste et problématiques conjoncturel!es, París, Calli- pp. 329-350.
mard/Le Seuil, 1982. Furet, F., «Lo cuantitativo en historia», enj. Le Colf y P. Nora, pp. 55-73.
White, H., «The question of narrative in contemporary historical theory», History and Theo~y, Habakkuk,j., «Economic history and economic theory», en F. Cilbert y S. R. Grauband,
33, 1 (1984), pp. 1-33. pp. 27-44.
Hartwell, R. M., «Cood old economic history», TheJournal af Economic History, 33 (1973),
pp. 28-40.
HISTORIA ECONÓMICA. HISTORIA CUANTITATIVA Heaton, H., «Twenty-five years of the Economic History Association: a reflective evalua-
tion», Journal of Economic History, 25, 4 (1965), pp. 465-479.
Andreano, R. L. (comp.), The new economic history. Recent papers on methodology, Nueva York, Heffer, j., «Une histoire scientifique: la nouvelle histoire economique», Annales ESC, 32
John Wiley, 1970. (1977), pp. 824-841.
11
Anes, G., «La "nueva historia econónlica o "historia cconométrÍca" y sus métodos», Anales Hicks,j., Una teoría de la historia económica, Madrid, Aguilar, 1974.
de Economía (1971), pp. 239-262. Levy-Leboyer, M., «La "New Economic History"», Annales ESe, 24-25 (1969) pp. 1035-1069.
Aydelotte, W. O., Qyantijlcation in hútory, Reading, Mass., Addison-Weley, 1971. Lorwin. V. R., Y Price, j. M. (comps.), TÁ1s dimensiones del pasado. Estudios de historia cuantitativa,
Caron, F., «Histoire économique et histoire globale», en L'Histoire et ses méthodes. Actes du Colloque Madrid, Alianza, 1974.
Franco-Néerlandais de noverllbre 1980 aAmsterdam, Lille, Presses Universitaires de Lille, 1981. Marczewski, j., «Histoire quantitative. Buts et méthodes», en Histoire quantitative de l'économie
Clapham, j. H., «Economic history as a discipline», en E. R. A. Seligman y A. ]ohnson franfaise. Cahiers de I'Insh'tut de science économique apliquée, 115 (1961), pp. I1I-LIV.
(comps.), Enc:w:lopedia of the social sciencies, vol. v, Nueva York, Macmillan, 1931, pp. McClelland, P. D., Causal explanation and model building in history, economies and the New Economic
327-330. History, lthaca, Comell University Press, 1975.
r 132 I BIBLIOGRAFíA

North, D. C., «The new economic history after twenty years», American Behavioral Scientist,
BIBLIOGRAFíA I 133
11

111
11

'1
DePillis, M. S., «Trends in American social history and the possibility of beha"~oral appro-
21 (1977), pp. 187-200. ,1
aches», ]oumal of Social History, I (1977), pp. 36-66.
O'Brien, P, «Las principales corrientes actuales de la historia cconómica», Papeles de Econo- Duby, G., «Historia social e ideología de las sociedades», en j. Le Golf y P. Nora, pp.
I
I
mía Española, 20 (1984), pp. 383-408.
157-177.
Parker, W N., «From old to new to old in economic history», ]ournal of Economic History, 31 «Editoria!», Social History, I (1976), pp. 1-3.
(1971), pp. 3-14.
l':ley, G., «Sorne recent tendencies in social history», en G. G. Iggers y H. T Parker,
Porter, G. (comp.), Enqclopaedia 01 American economic history. Studies of the principal movemen!s and pp. 55-70.
ideas, 3 vols., Nueva York, Charles Scribner's Sons, 1980.
-, «Memories of under-development: social history in Germany», Social History, 2 (1977),
Price j. M., «Recent quantitative work in history: a survey of the main trends», History and
pp. 785-791.
Theo~H Beiheft, 9 (1969), pp. 1-13.
--, Y Nield, K., «Wh~ does social history ignores politics?», Social History, 5 (1980),
Redlich, E, «New and traditional approaches to economic history and their interdependen-
pp. 249-271.
ce», ]ournal of Economic History, 25 (1965), pp. 480-495.
Fox-Genovese, E., y Genovese, E. D., «The political crisis of social history: a marxian pers-
Swanson,j., y Williamson,j., «Explanation and issues: a prospectus for quantitative econo- pective»,]oumalof Social History, 10,2 (1976), pp. 205-220.
mic history»,]ournal 01 Economic History, 31 (1971), pp. 43-57.
Gallerano, N., "Cercatori di tartufi contro paracadutisti: tendenze recenti della storia sociale
Swierenga, R, Q.uantijication in American history: theory and research, Nueva York, Atheneum, americana», Pasato e Presente, 4 (1983), pp. 181-196.
1970.
Gardner, j. B., Y Adams, G. R, (comps.), Ordinary people and everiday lijé. Perspectives on the new
Tedde, P, «La historia económica y los economistas», Papeles de Economía Española, 20 (1984), social histo~H N ash~lle, The American Association for State and Local History, 1983.
pp. 363-381.
Garrard, j., «Social history, political history and political science», ]ournal of Social History,
Temin, P (comp.), La nueva historia económica. Lecturas seleccionada.;; Madrid, Alianza, 1984. 16, (1982/1983), pp. 105-151.
Topolski,j., «The role of theory and measurement in economic history», en G. G. Iggers Groh, D., «Base processes and the problem of organization: out1ine of a social history
y H. T Parker, pp. 43-54.
research project», Social History, 4 (1979), pp. 265-284.
Tortella, G., «Prólogo», en P Temin, pp. 9-23.
Hays, S. P, «A systematic social history», en G. Billias y G. N. Grob (comps.), American history:
Van der Wee, H., y Klep, P M. M., «Quantitative economic history in Europe since the retrospect and prospect, Nueva York, The Free Press, 1971, pp. 315-366.
Second World War: survey, evaluation and prospects», Rechercbes Economiques de Louvain, -. «Historical social research: concept, method and technique», ]oumal of Interdisciplinary
41 (1975), pp. 195-218.
History, 4 (1974), pp. 475-482.
Varios, Historia económica: nuevos enjóques y nuevos problemas, Comunicaciones al Séptimo Con- Hexter, j. H., «A new framework for social history», en j. H. Hexter, Reappraisals in history,
greso Internacional de Historia Económica, Barcelona, Crítica, 1981.
Londres, 1961.
Vilar, P, «Para una mejor comprensión entre economistas e historiadores: ¿"historia cuan- Histoire sociale. Sources el métbodes, L' (Colloque de I'École Normale Supérieure de Saint-Cloud,
titativa" o econometría retrospectiva?», en P Vilar, Economía, Derecho, Historia, Barcelo- 1965), París, PUF, 1967.
na, Ariel, 1983, pp. 58-78.
Hobsbawm, E.j., «From social history to the history of society», Daedalus, 100 (1971),
Von Tunzelman, G., «The new economic history: an econometric appraisa1>" Explorations in pp. 20-45 [Reimp. en M. W. Flinn y T. C. Smout, Essays in social histo~y, Oxford, Cla-
Economic History, 5 (1968), pp. 268-282.
rendon Press. 1974, pp. 1-22J.
Hochstadt, S., «Social history and politics: a materialist view», Social Histo~y, 7 (1982),
pp. 75-83.
HISTORIA SOCIAL
Joutard, Ph., Y otros, Histoire sociale, sensibilités collectives et mentalités: melanges Robert Mandrou,
París, PUF, 1985.
Allegra, L., Y Torre, A, La nascitií della Storia soclale en Francia. Dalla Commune alle Annales, Turín, Judt, T, «A clown in regal purple: social history and the historians», History WOrkshop, 7
Einaudi, 1977.
(1979), pp. 66-94.
Cacciatore, G., «Neue Sozialgeschichte e teoria della storia», Studi Storici, 25 (1984), Kocka,j., «Theory and social history. Recent developments in ''\Test Germany», Social Re-
pp. 1-19.
search, 47 (1980), pp. 426-457.
Corvisier, A, Sources et methodes en histoire sociale, París, SEDES, 1980.
Lequin, Y, «Sociale (Histoire)>>, en A. Burguiere, dir., pp. 635-642.
Crossick, G., «L'histoire sociale en Grand Bretagne moderne: un aper~u critique des recher- Lloyd, Ch., Explanation in social history, Oxford, Balckwell, 1986.
ches recentes», Le Mouvement Social, 100 (1977), pp. 10 1-120. Olábarri Gortázar, l., «Bibliografia selecta de historia socia!», Aportes, 9 (1988), pp. 54-89.
r 134 I BIBLIOGRAFíA BIBLIOGRAFíA 135
Perkin, H., "Social history», en Finberg, H. P. R. (comp.), Approaches to history, Londres, Rout- Carbonell, Ch.-O., Y Livet, C. (comps.), Au berceau des Annales. Actes du Colloque de Stras-
ledge and Kegan Paul, 1962. bourg (11-13 oct., 1979), Toulouse, Prcsses de l'Institut d'Études Politiques de Toulo-
- , ,<Social history in BritaiI1».Joumal of Social Histor,}, 10,2 (1976), pp. 129-143. use, 1983.
Perrot, M., «The strengths and weakncsses 01' French social history», Joumal of Social His- Cedronio, M., el al., Storiografiaftancese di ieri e di oggi, Nápolcs, Guida, 1977.
tory, 10,2 (1976), pp. 166-177. Clark, S., «The Annales historians», en Q Skinner (comp.), The relum qf grand Iheory in Ihe
Rothman, D., y Wheeler, S. (comps.), Social history and social policy, Nueva York, Academic human sciences, Cambridge, Cambridgc U niversity Press, 1985, pp. 177-198.
Press, 1981. Couteau-Begarie, H., Le phénomene «nouvelle hisloire». Slralegie el ideologie des nouveaux hisloriens,
Rüter, A. J C., <dntroductioI1», Intemational Review of Social Historv, I (1956), pp. 1-7. París, Economica, 1983.
~-, Rapport sur l'histoire sociale. Temps modemes. IXe Congrcs Internationale des Sciences Socia- Dosse, F., L'histoire en miel/es. Des <<Annales» a la «nouvelle hisloire», Paris, La Decouvcrte, 1987.
les, Paris, 1950, vol. 1. Duby, G., Diálogo sobre la. hisloria, cntrevista con Cuy Lardreau, Madrid, Alianza, 1988.
Stearns, P. N., «Toward a wider vision: trends in social history», en M. Kammen, pp. Febvre, L., Pour une hisloire aparl entiére, París, SEVPEN, 1963 (1.' ed., 1940).
205-230. - , Combates por la historia, Barcelona, 1970.
- , «Applied history and social history», Joumal of Social Histor,}, 14 (1980/1981), pp. Fontana, J, «Ascens i decadencia de l'Escola deis "Aunales"», Recerques, 4 (1974), pp. 283-298.
533-537. Forstcr, R, «The achievemcnts 01' the Annalcs school», Joumal of Economic Hislory, 38 (1978),
- , «Modernization and social history: some suggestions and a muted cheen>, JO/anal qf Social pp. 58-76.
History, 14 (1980/1981), pp. 189-209. Hextcr, J H., «Fernand Braudel and the monde braudelien», Joumal of Modern Hislory, 44
Stinchcombe, A. L., Theoretical methods in social history, Nueva York, Academic Press, 1978. (1972), pp. 480-539.
TilIy, Ch., «People's history and social science history», Social Science History, 7 (1983), pp. Iggers, C. C., «The Annales tradition. French historians in search 01' a scíence 01' history»,
457-474. cn New direclions, pp. 43-79.
- , «The old new social history and the new old social history», Review, 7 (1984), pp. 363-406. James, S., «Concessive holism and interests: the Annales schoo!», en The conlenl of social expla-
Tilly L., Shorter, E., Couvares, F. G.. Levinc, D., y Tilly, C., «Problems in social history: A nation, Cambridge, Cambridge Uníversity Press, 1984, cap. VI: pp. 146-175.
simposium», Theory and Sociery, 9 (1980), pp. 667-681. Kellner, H., «Disorderly conduct: Braudel's Mediterrancan satire», Hislorv and Theory, 18
Vann, R T., «The rcthoric 01' social history», Joumal of Social History, 10,2 (1976), pp. (1979), pp. 197-222.
221-236. Kinser, S., «Annaliste paradigm? The geo-historical structuralism 01' Fernand Braude!», Ame-
Zeldin, Th., «Social history and total history», Joumal of Social Hislory, 10, 2 (1976), rican Historical Review, 86 (1981), pp. 63-105.
pp. 237-245. Le Golf, J, Entrevista sobre la hisloria. A cargo de Francesco Maiello, Alfons el Magnanim,
Valencia, 1988.
,Chartier, R., Revel,J, (comps.), La nueva hisloria, Bilbao, Mensajero, 1988. Le Roy Ladu-
ANNALES ríc, «L'histoire inmobilc», Annales ESe; 29 (1974), pp. 673-692.
""-, Le territoire de l'historien, Paris, Gallimard, 1973.
Aymard, M., «The Annales and French historiography, 1929-1972»,Joumal of European Eco- Mann, H.-D., Lucim Febvre: la pensée vivante d'un hislorien, París, Armand Colin, 1971.
nomic History, 1(1972), pp. 491-511. Mélanges en l'honneur de Fernand Braudel. Vol. 2, Mélhodologie de l'hisloire el des sciences humaines,
Bailyn, B., «Braudel's geohistory: a reconsideratiow>, Joumal of Economic History, II (1951), Toulouse, Privat, 1973.
pp. 277-282. Morazé, Ch., Trois essais sur hisloire el culture, Paris, Armand Colin, 1948.
Bloch, M., Apologie pour l'histoire ou metier d'historien, Paris, Armand Colin, 1949 [Trad. esp., PaquOl, Th. (comp.), Lire Braudel, París, La Decouverte, 1988.
Inlroducción a la historia, México, FCE, 19521. Revel,J, «Histoire et sciences sociales: les paradigmes des Annales», Annales ESC, 34 (1979),
Bouvier,j, «Feu Fran~ois Sirniand?», Annales ESC, 28 (1973), pp. 1173-1192. pp. 1360-1376.
Braudel, F.. La historia,} las ciencias sociales, Madrid, Alianza, 1968. Rieoeur, P., The contribution of French hisloriograph,} lo Ihe Iheorv of hislorv, Oxford, Oxford Uni-
BurguiiTC, A, «Histoire d'unc histoire: la naissance des Annales», Armales ESe; 34 (1979), versíty Press, 1980.
pp. 1347-1359. --, Tiempo,} narración. l. Configuración del liempo en el relalo hislórico, Madrid, Cristiandad,
Burke, P., «Reflections on the historical revolution in France: the Annales school and British 1987.
social histor}">, Review, 1,3/4 (1978), pp. 147-156. Richet, D., «La place de Fernand Braudel dans I'historiographie d'aujourd'hui», en L'Hisloire
et ses méthodes; pp. 41-50.
,.- 136 I BIBLIOGRAFíA BIBLIOGRAFíA 137
Sewell, W. H., «Marc Bloch and the logic of comparative history», History and Theo~y, 6 «Marxism and history: the British contribution». Número especial de Radical History Review,
(1967), pp. 208-218. 19 (1978-1979).
Stoianovich, T., French historicalmethod: The Annales paradigrn, Ithaca, Cornell University Press, Neild, K, y Seed,]., «Theoretical poverty of the poverty of theory: British marxist historio-
1976. graphy and the althusserians», Economy and Society, 8 (1979), pp. 383- 416.
Trevor-Roper, H., «Fernand Braudel, the Annales and the Mediterraneam>,]ournal o/ Alodern Palmer, B., The making of E. E Thompson: Marxism, humanism and histo~ Toronto, New Hog-
Histo~y, 44 (1972), pp. 469-471. town Press, 1981.
Wallerstein, l., «Braudel, le "Annales" e la storiografia contemporanea», Studi Storici, 21, «Programes per una historia radical. Debat amb P. Anderson, C. Hil!, E. Hobsbawm y
(1980), pp. 5-17. E. P. Thompson», Lc4ven{, 110, 1987.
Samuel, R, «British marxist historians, 1880-1980: Part One», New Lefl Review, 120 (1980),
pp. 21-97.
HISTORIADORES MARXISTAS BRITÁNICOS -, (comp.), People's history and socialist theory, History \'\'orkshop Series, Londres, Routledge
and Kegan Paul, 1981.
Anderson, P, Teoría política e historia: un debate con Edward Thompson, Madrid, Siglo XXI, Thompson, E. P, The poverty of theory and other esstrys, Londres, Merlin, 1978.
1985. Warde, A, «E. P Thompson and "poor" history», The British ]ournal of Sociolog)', 33 (1982),
Aracil, R., y García Bonafé, M. (comps.), Hacia una historia socialista, Barcelona, Serbal, 1983. pp, 224-237.
Brown, M. B., «Away with the Great Arches: Anderson's history of British capitalism», .New Wood, E. M., «Marxism and the course of history», New Left Review, 147 (1984),
Lefl Review, 167 (1988). pp. 95-107.
Burke, P, «La historiografía en Inglaterra desde la segunda guerra mundia1», en V. Vázquez --, «El concepto de clase en E. P. Thompsom>, Zona Abierta, 32 (1984), pp, 47-86.
de Prada y otros (comps.), pp. 19-34.
Cainzos, M. A, «Clase, acción y estructura: de E. P Thompson al posmarxismo», Zona Abier-
ta, 50 (1989), pp. 1-69. SOCIOLOGÍA E HISTORIA. SOCIOLOGÍA HISTÓRICA
Donnelly, F. K., «Ideology and early English working-class history: Edward Thompson and
his critics», Social Histo~ 3 (1976), pp. 219-238. Abrams, Ph" «History, sociology, historical sociology», Past and Present, 87 (1980) pp. 3-16.
Giddens, A, «Out of the orrery: E. P. Thompson on consciousness and history», en id., Social - , Historical sociology, Somerset, Open Books, 1982.
theory and modern sociology, Cambridge, Cambridge University Press, 1987, pp. 203-224. Anderson, M., «Sociological history and the working-class family: Smelser revisited», Social
Hilton, R., «Feudalism in Europe: problems for historical materialists», New Lefl Review, 147 Histo~ 1,3 (1976), pp. 317-334.
(1984), pp. 84-93. Andreski, S., The uses qf comparative sociology, Berkeley, University of California Press, 1965.
Hirst, P. Q, «The neccessity of theory», Economy and Society, 8 (1979), pp. 417-445. Armer, M., y Grimshaw, A D. (comps.), Comparative social research: methodological problerns and
- , Marxism and historical writing, Londres, 1985. strategies, Nueva York, Wiley, 1973.
Hobsbawm, E.].. «Class consciousness in history», en 1. Meszaros, Aspects o/ history and class Barnes, H. E., The new history and the social sciences, Nueva York, Century, 1925.
consciousness. Londres, Routledge and Kegan Paul, 1971, pp. 5-19. - , Historical sociology, its origins and development, Nueva York, Philosophicallibrary, 1948.
- , «Karl Marx's contribution to historiography», en R. BJackburn (comp.), Ideolog)' in social Beer, S. H. «Causal explanation and imaginative re-enactment», History and Theory, 3,
science, Londres, Fontana, 1972, pp. 265-283. I (1963), pp. 6-29.
-, «The historian's group of the Communist Party», en M. Conforth (comp.), Rebels and their Bendix, R, <,Concepts and generalizations in comparative sociological Studies», American
causes. Essays in honor of A. L Morton, Londres, Lawrence and Wishart, 1978, pp. 21-48. Sociological Review, 28 (1963), pp. 532-539.
Holton, R.]., «Marxist theories of social change and the transition from feudalism to capi- -, Force,fate andfteedom. On historical sociolog)', Berkeley- Los Angeles, University of Califor-
talism», Theory and Society, 10 (1981), pp. 833-867. nia Press, 1984.
Johnson, R., «Edward Thompson, Eugene Genovese and socialist-humanist history», History Bonnell, V. E" «The uses of theory: concepts and comparisons in historical sociology», Com-
Workshopjournal, 6 (1978), pp. 79-100. parative Studies in Society and History, 22 (1980), pp. 156-173.
- , Y otros, Making histories. Studies in history-writing and politics, Londres, Hutchinson, 1982. Bottomore, T., «Structure and history», en P. Blau (comp.), Approaches to the study of social struc-
Jones, G. S., «History: the poverty of empiricism», en R. Blackburn (comp.), pp. 96-115. ture, Londres, Open Books, 1976.
Kaye, H.]., The British marxist historians, Oxford, Polity Press, 1984. Braudel, F., «Historia y sociología», en F. Braudel, La historia y las ciencias sociales, Madrid,
Kiernan, v., «ProbJems of marxist history», New Lefl Review, 161 (1987), pp. 105-118. Alianza, 1970, pp. 107·129.
r 13 8 BIBLIOGRAFíA BIBLIOGRAFíA 139
Burke, P, Sociología e historia, Madrid, Alianza, 1988. Pocock, j. G. A., «The origins al' study of the Past: a comparative approach», Comparative
Cahnman, Wj., «Historical sociology: what it is and what it is not», en B. N. Varna (comp.). Studies in Society and History, 4 (1962), pp. 209-246.
The new social sciences, \V'esport, Greenwod Press. 1976. Rasin, Ch., y Zaret, D., «Theory and method in comparative research: two strategies», Social
- , Y Boskofl~ A., Sociologv and history: theory and research, Nueva York, The Free Press, 1964. Forces, 61 (1983), pp. 731-754.
Casanova,j., «Revoluciones sin revolucionarios: Theda Skocpol y su análisis histórico com- Rokkan, S. (comp.), Comparative research aemss cultures and nations, Paris, Mouton, 1968.
parativo», Zona Abierta, 41-42 (1987), pp. 91-101. Roth, G., «Review essay» de R. Bendix, Force,fate andfreedom. On historicalsociology, en History
Chirot, n, «Thematic controversies and new developments in the uses of historical mate- and Theor.v, 24, 2 (1985), pp. 196-208.
rials by sociologists», Social Form; 55 (1976). Samuel, R., y Jones, G. S., «Sociology and history», History Worlcshop, I (1976).
Chodak, S., Societal development: filie appmaches with conclusions from comparati"e analysis, Nueva Skocpol, Th. (comp.), Vision and method in historical sociology, Cambridge, 1984.
York, Oxford University Press, 1973. - , y Somers, M., «Th.. uses of comparative history in macrosocial inquiry», Comparative
Degler, C., «Comparative history: An essay review», Journal rif Southern History, 34 (1968), Studies in Society and Histor}, 22,2 (1980), pp. 147-197.
pp. 425-430. - , Y Trimberger, E. K., «Revolutions and the world-historical development of capitalism»,
Easterbrook, W. T., «Long period comparative study: sorne historical cases», Journal rif Eco- BerkeleyJournal rif Sociology, 22 (1978), pp. 101-113.
nomic History, 17 (1957), pp. 571-595. Smelser, N., «Sociological history», Journal of Social History, I (1967), pp. 17-35.
Eisenstad, S., Essays on comparative social institutions, Nueva York, \V'iley, 1965. Smith, n, «Social history and sociology: more than just good friends», Sociological Re"iew,
Erikson, K. T., «Sociology and historical perspective», en M. Drake (comp.), Applied historical 30 (1982), pp. 286-308.
studies. Anintmductory reader, Londres, Methuen-The Open University, 1973. Stone, L., «History and the social sciences in the Twentieth Century», en The past and the
Fredrickson, G. M., «Comparative history», en M. Kammen (comp.), pp. 457-473. present re,,'-si/eri, pp. 3-44.
Goldstone, j. A., «The comparative and historical study of revolutions», Annual Review Stout, H. S., y Taylor, R., «Sociology, religion and historiallS revisited: towards an historical
rif Sociology, 8 (1982), pp. 187-207. sociology of religian», Historical Methods Newsletter, 7 (1974), pp. 29-38.
Grew, R, «The case for comparing histories», American Historical Review, 85 (1980), Swierinsa, R. P, «Computer and comparative history», Journal rif Interdisciplinar.v History,
pp. 763-778. 5 (1974), pp. 265-276.
Hay, C., «History, sociology and theory», Transartions rif the Annual Conferencerif the British Thompson, E. P, «On history, sociology and historical relevance», British Journal rif Sociolo-
Historical Association, 1980, Londres, British Socialogical Association, 1981. gy, 28 (1976), pp. 387-402.
Himmelstein, j. L., Y Kimmel, M. S., «States and revolutions: the implications and limits Thrupp, S. L., «History and sociology: new opportunities for cooperation», en R. Grewy
of Skocpal's structural model», American Journal of Sociology, 86 (1981), pp. 1145-1154. N. H. Steneck (comps.), Society and History. Ann Arbor, 1977, pp. 293- 302.
Hirst, P Q, Social evolution and sociological categories, Londres, AlIen and Unwin. 1976. Tilly, Ch., «Computer in historical analysis», Computer and the Humanities, 7 (1973),
Holt, R., y Turner, j. E. (comps.), The methodology ~f comparative research, Nueva York, pp. 323-345.
The Free Press, 1970. - , «Historical sociology», Current Perspectives in Social Theory, 1 (1980), pp. 55- 59.
James, S., The content rif social explanation, Cambridge, Cambridge University Press, 1984. - , As sociology meets histor.v, Nueva York, Academic Press, 1981.
Jones, G. S., «From historical sociology to theoretic history», British Journal of Sociology, - , Big structures, large proeesses, huge comparisons, Nueva York, Russell Sage Foundation, 1984.
27 (1976), pp. 295-305. Trevor-Roper, H., «The past and the present: history and sociology», Past and Present,
Kossok, M., «Historia comparativa de las revoluciones en la época moderna: problemas 42 (1969).
metodológicos y empíricos de la investigación», en M. Kossok y otros, Las revoluciones Vallier, 1. (comp.), Comparative methods in sociology: essays on trends and applications, Berkeley, Uni-
burguesas, Barcelona, Crítica, 1983, pp. 11-98. versily of California Press, 1971.
Lenski, G., «History and social change», American Journal of :-'ociology, 82 (1976), pp. 548-564. Varios, Historiens et sociologues aujourd'hui, Paris, CNRS, 1986.
Lipset, S. M., y Hofstadter, R., History and sociology: methods, Nueva York, Basic Books, 1968. Veyne, P, «Historia, sociologia e historia integra!», en id., Cómo se escribe la historia, Madrid,
Ludz, P C. (comp.), Sociología e historia social, Buenos Aires, Sur, 1974. Alianza, 1984, pp. 179-197.
Marsh, R. M., Comparative sociology: a codification rif cmss-societal analysis, Nueva York, Harcourt, Zaret, D., «Sociological theory and historical scholarship», American Sociologist, 13 (1978),
Brace and World, 1967. pp. 114-121.
Merrit, R., y Rokkan, S., Comparing nations: the use of quantitative data in crossnational research, ~, «From Weber to Parsons and Schutz: the eclipse of history in modern social theory»,
New Haven, Yale University Press, 1966. American Journal rif Sociology, 85 (1980), pp. 1180-1201.
Paramio, L., «Defensa e ilustración de la sociologia histórica», Zona AbiPrta, 38 (1986), pp. 1-18.
.-
'fa
CLI
"'tJ-
~.!2
CLI s..
--o
:::::1
el'
+'
s..t: e
..o :::::1 fa
V\
0"'tJ
CLI.= e
el' O
fa e U
- u.- 'O fa
fa U +'
el'
CLI - :::::1 .-
el'
>
.-u >'0 ~
~
"'tJ ><
s.. +'
e fa e
'CLI LI.I
c.. ~..!!!
<C -• -•
r
APÉNDICE I
Marx y la clase obrera de la
revolución industrial*

La práctica política del partido socialdemócrata alemán hasta comien-


zos de la guerra europea y su carácter modélico para otros partidos
de la clase obrera han ocasionado una amplia literatura sobre la «trai-
ción» de las direcciones socialdemócratas y su «desviación» respecto
de lo que se supone ortodoxia marxista. El proceso objetivo de inte-
gración de la clase obrera fabril en el capitalismo del último tercio del
XIX se ha achacado a los efectos que en la clase obrera habría produ-

cido una capa social designada como «aristocracia obrera», y a una


ideología de integración como la kautskiana. En lugar de pensar tal
ideología como expresión en el nivel que le es propio de ese proceso,
se atribuye con frecuencia éste a la ideología, incluso por autores que
se confiesan marxistas. Algo ha debido ir mal en la clase obrera para

* Incluimos este artículo publicado en la revisra En Teoría, núms. 8-9 (ocrubre


1981- marzo 1982) porque refleja de manera gráfica los intereses que expresa el auror
en la obra reedirada.
r 144 1 APÉNDICES MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL I 145
que todas las esperanzas en ella depositadas desde los años treinta al MARX, SEGÚN PARECE, DESCUBRIÓ AL PROLETARIADO
cincuenta del siglo pasado -y que tantas veces no son más que la
trasposición literal de las que antes se habían depositado en una pre- Antes de entrar en el análisis del pensamiento de Marx sobre la clase
sunta clase burguesa- se esfumaran a medida que los primeros par- obrera es conveniente, pues, dar cuenta de una muy extendida creen-
tidos estrictamente obreros y de masas se constituían. Y como no es cia que atribuye la formulación de la teoría de la revolución proleta-
posible atribuir tan grande mal a la propia clase, se carga a la cuenta ria al encuentro histórico de Marx con el proletariado en la capital de
de dirigentes traidores o de ideologías desviadas. Las categorías mora- Francia. En su primera y más completa elaboración -la efectuada por
les, las metáforas, los errores, que como explicación final de la histo- Cornu-, el descubrimiento del proletariado por Marx es el produc-
ria parecían arrojadas por la ventana con la formulación del materia- to final de una densa y rápida sucesión de dépassements. Ante todo,
lismo histórico, vuelven a entrar por la puerta grande de la mano de Marx habría pasado del «liberalismo democrático» al «radicalismo
históricos materialistas. Todavía hoy continúa esa vieja canción!. social», desprendiéndose en el camino del idealismo para orientarse
La ortodoxia de la que se supone desviada a la clase obrera y la hacia el materialismo. Su concepción democrático-revolucionaria le
práctica política que se tilda de traidora lo son respecto de la teo- hace dépasser simultáneamente el idealismo hegeliano y el materia-
ría política del proletariado y de la práctica para él formulada por lismo feuerbachiano. Es cierto que todavía se trata de la alienación,
Marx desde su famosa «Introducción» a una proyectada Contribu- pero también lo es que la realización de lo que aún se llama «esencia
ción a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel hasta sus escritos humana» no se liga ya a la transformación de la conciencia religiosa,
sobre la Comuna de París o sus críticas a los programas del parti- sino a la de la organización política y social. Es un gran pas0 2 •
do alemán. En ellos se expone una completa teoría del proletariado Que, sin embargo, se verá seguido por un momento de pausa, a
y de la tarea política que estaría objetivamente llamado a realizar la que se atribuye un doble motivo. Marx está en Kreuznach, adon-
en las sociedades capitalistas. La formación de esa teoría es, según de ha ido con su recién casada Jenny van Westfalen. En el retiro de
unos, resultado del descubrimiento del proletariado por Marx, aun- esta pequeña ciudad -señala Cornu- Marx no podía recibir ningún
que no falten, desde luego, quienes afirmen que Marx inventó a ese impulso de un medio nuevo, económica y socialmente más avanzado.
proletariado: a ambas corrientes se dedica la primera parte de este Por otra parte, Marx todavía no participa en el movimiento proleta-
I
trabajo. Inmediatamente se estudia el contenido concreto y la evo- rio y, por tanto, no percibía el papel revolucionario de la lucha de cla-
lución del concepto de proletariado en los escritos de Marx hasta el ses en la historia. Es lógico, pues, que Marx se detenga, durante algún
I
Manifiesto, y, finalmente, se argumenta que tal contenido responde tiempo al menos, en la «verdadera democracia»3.
aproximadamente bien a una específica clase obrera, la de la revolu- Ese mundo económica y socialmente nuevo es el que Marx conoce 1I

ción industrial, que no es el proletariado fabril y que no es, tampo- en París, donde, por otra parte, entra en contacto con el proletariado.
co, sujeto de una evolución cuasibiológica que le conduciría en su Conocer al proletariado en ese nuevo mundo es precisamente lo que
!
madurez a la fábrica. le hace «pasar» al comunismo, pues el proletariado parisiense, ade-
más de ser numeroso, posee una fuerte tradición revolucionaria y una 1
clara conciencia de sus intereses de clase, aparte de haber realizado 1

1~l Ii
I
r
146 ¡ APÉNDICES MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL I 147
ya la experiencia de la revolución burguesa. Ante tantos y tan nuevos ideológica que hasta 1845 le mantuvo en «la esfera de las ideas». No
impulsos, y emocionado posiblemente de que hasta su Jenny «deve- hay, pues, una evolución ideológica, no hay sucesivos dépassements,
nait [en París] une combattante revolutionnaire», Marx franchissait no hay procesos interiores a la idea. O mejor, que los haya no explica
en los artículos de los Anales una etapa de su vida: atrás queda la ver- nada, porque la fundación del nuevo ámbito o continente tiene lugar
dadera democracia cuando Marx desemboca por fin en el comunis- por la ruptura que sigue a un descubrimiento, en el que ha jugado un
mo. Habría todavía más etapas, pero lo decisivo es ese encuentro y papel fundamental el proletariado organizado.
la ligazón que de él resulta entre el pensamiento y la acción de Marx Passage y coupl-f.re constituyen el núcleo de la reflexión de Lowy
con la lucha del proletariad04 • sobre la formación de la teoría de la revolución en el joven Marx: del
Con algún mayor rigor teórico, Althusser ha rechazado esa teo- paso al comunismo hasta la ruptura con los restos del hegelianismo
ría del continuo dépassement de Cornu y ha colocado en su lugar una y feuerbachismo, que le obligaban a considerar al proletariado como
teoría de la decouverte. La concepción de Cornu le parece a Althusser elemento pasivo de una revolución que es todavía el devenir-mun-
haber caído en aquellas viejas tentaciones espontáneas o reflejas del do de la filosofía, Marx anda un camino cuyo momento crucial es la
método analítico teleológico «qu'est toujours plus ou moins hanté par rebelión de los tejedores de Silesia. La reflexión marxiana sobre este
les principes hegeliens». A tal debilidad, Althusser opone su maciza acontecimiento desencadena el proceso de elaboración teórica que
concepción de la problemática: toda ideología, y también aquella de culminará en 1846 en la ruptura definitiva con todas las implicaciones
la que Marx parte, constituye un todo, cada uno de cuyos elementos del joven hegelismo «y compris Feuerbach». De elemento pasivo, el
recibe su verdad de su relación con cada uno de los demás y con el proletariado deviene elemento activo: la revolución deja de ser filo-
todo. Hasta 1845, Marx se mueve en una problemática ideológica, que sófica en su cabeza y proletaria en su corazón; la revolución es ya la
es la del mundo de «la descomposición de Hegel», cuImen de todas autoemancipación del proletariad07 •
las problemáticas ideológicas, pues su mistificación procede de la sin- Este camino recorrido por Marx a través de continuos pasos y
gular condición de haber pensado lo que otros habían realizado. Marx rupturas resulta «incomprensible» para Lowy si se olvida lo que acon-
no supera peldaño a peldaño cada elemento de esa problemática, sino tece entre febrero y agosto de 1844: el descubrimiento del comunis-
que rompe con ella al descubrir una nueva, científica esta vez y no mo obrero en París y la ya mentada revolución silesiana. Se trata, en
ideológica, por más que Althusser no haya aclarado nunca de forma el primer caso, más de artesanos que de proletarios industriales, pero
convincente en qué se diferencia una de otra5 • eso no parece revestir mayor importancia, pues la conciencia proleta-
Para nuestro actual propósito, lo que interesa destacar es el papel ria suple al ser artesano. En cuanto a lo segundo, es perceptible cier-
«esencial» que en esa ruptura juega el «descubrimiento» por Marx de to alivio cuando puede enunciarse que no se trata de mera protesta I
la «clase obrera organizada» en Francia y el que hace Engels en Ingla- ludista de destrozo de máquinas, sino de una forma de lucha entre
terra del «capitalismo desarrollado»6. Si para Cornu el contacto con proletarios y capitalistas 8 •
un «proletariado numeroso con fuertes tradiciones revolucionarias» 11
Pues en el fondo del pensamiento de Lowy y de quienes compar-
fue decisivo para el paso de Marx al comunismo, en Althusser ese ten su visión existe la convicción de que, en el período de la Monar-
mismo contacto es esencial en la ruptura de Marx con la problemática quía de Julio, los efectos de la revolución industrial se hacen cada vez
r
148 APÉNDICES MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL I 149

más evidentes en toda Europa. «La clase obrera europea aparece en la


escena de la historia», se llega a afirmar con cierta teatralidad. y así, la
sentido afecta el encuentro a la marcha interior del discurso teórico. En
el caso de Cornu, por haber sucumbido a la tentación teleológica: ,~
aparición escénica de ese nuevo sujeto constituirá el marco que hace supuesta la teoría ya constituida, todo lo anterior son fases felizmente
comprensible la correlativa aparición de la teoría científica de su pro- cumplidas de una marcha cuya velocidad se acelera o detiene según los
pia emancipación. La teoría, como es obvio, va más allá que los datos impulsos exteriores que recibe. En Althusser, el cambio de problemáti-
empíricos que la realidad ofrece: Marx anticipa. Sin duda, aunque no ca es un acontecimiento teórico, es el descubrimiento de un nuevo con-
tanto que el sujeto de quien habla ni siquiera haya llegado a la existen- tinente del saber, la ciencia de la historia. El encuentro de Marx con el
cia. Marx anticipa, pero lo hace a partir de un descubrimiento, nada proletariado parece haber sido esencial para el descubrimiento, pero
menos que el de la clase obrera europea, producto de la revolución nunca se indica en qué sentido lo fue. Lowy y Therborn hacen, por el
industrial. La teoría de Marx es la teoría de la autoliberación de esa cla- contrario, marxismo del marxismo -vendrán otros, si la cosa sigue así,
se y nunca se habría formulado si Marx no hubiera descubierto, antes que se entretendrán haciendo marxismo de los marxistas del marxis-
que la teoría, a la propia clase de la que la teoría es guía de acción 9 • mo-, lo que en este caso parece consistir en referir el discurso teórico
Idéntico pensamiento y visión comparte en reciente estudio sobre la a una práctica de la que: a) quiere dar cuenta (ciencia), y b) pretende
sociología y la formación del materialismo histórico el sueco Garan transformar (revolución). Para ambas cosas, el encuentro de Marx
Therborn. Entre los elementos que concurren en la formación del mar- adquiere proporciones de verdadero acontecimiento histórico, que
xismo es esencial «la aparición del movimiento obrero»: cartismo, insu- puede datarse y cuyo preciso lugar puede también señalarse, como si se
rrecciones de Lyon, tejedores de Silesia. Therborn afirma sin pestañear dijera: aquí, en tal fecha, Marx encontró al proletariado. Sin tal encuen-
que el proletariado de las principales naciones europeas elevó «su áspera tro es impensable la ciencia nueva y la nueva teoría de la revolución.
y exigente voz» hasta el punto de que sus ecos llegaron hasta un grupo Todo esto ocurre, no hay que olvidarlo, antes de 1850.
de intelectuales alemanes radicalizados. Es más, el hecho de que algunos
de esos intelectuales fueran a la escuela proletaria es lo que explica el
descubrimiento por Marx de una nueva pauta de determinación social
en la que se funda una nueva ciencia de la sociedad y de la historia: ALGUNOS AFIRMAN, SIN EMBARGO, QUE MARX
el materialismo histórico, producto de una coyuntura singular que posi- INVENTÓ AL PROLETARIADO
bilitó el encuentro de un pensamiento crítico y radical con el movimien-
to organizado de la clase obrera europea en algún lugar de París lO • y su afirmación tiene algún viso o apariencia de verosimilitud por
En resumen, pues, el conjunto de lo que podría denominarse escue- cuanto, en efecto, es difícil sostener que el proletariado existiera como
la del dépassementlcoupure se caracteriza por la insistencia en el encuen- clase social en el lugar y momento en que presuntamente lo habría
tro de Marx con el proletariado como momento fundante de la teoría encontrado Marx, o al menos es lo que afirman autores de reconoci-
materialista de la historia. En Cornu y Althusser, la referencia al encuen- da solvencia. En París podría encontrarse, efectivamente, un amplio
tro es puramente exterior e ilustrativa: lo fundamental es la propia evo- «medio popular», una «clase laboriosa» que es a la vez «clase peligro-
lución/corte de la teoría. Ninguno de ellos se detiene a explicar en qué sa», mucho pequeño artesano, una importante «multitud» cuya «cara»
r
150 ! APÉNDICES
MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL I 15 1

resulta ahora conocida. Pero proletariado industrial, obrero de fábri- permite a la «coreografía» hegeliana adueñarse del discurso marxiano.
ca, o no existe o escasea. Y seguirá escaseando hasta la misma Comu- Tal coreografía, que es el fascinante movimiento de las categorías de la
na. No hay fábricas en París; mal podría haber un proletariado fabril. dialéctica de Hegel, sustituye a la realidad y ocupa su lugar. Los con-
0, en todo caso, no lo hay en la proporción que se había supuesto ll . ceptos hegelianos adquieren así un contenido histórico, y toda esta sus-
De ahí, naturalmente, no hay más que un paso a la teoría de que titución afecta principalmente al discurso marxista sobre el trabajo y la
Marx inventó al proletariado. Quien la ha expuesto con más crude- clase obrera. Como es sabido desde Nicolaus, Marx sólo romperá con
za y menos circunloquios y, posiblemente, con mayor originalidad la coreografía hegeli~na cuando escribe los Grundrisse. Hasta entonces,
es, que yo sepa, Heinz Lubasz, que afirma sin más: «Marx no des- por decirlo brevemente, la coreografía se ha engullido a la realidad 13 .
cubrió al proletariado revolucionario; lo inventó.» Habría consistido Otra forma de sustitución de lo real es la que, según Michel Henry,
el invento en mezclar convenientemente algunos datos de la historia habría ocurrido. Tras una sorprendente panorámica que abarca desde I'i
!'
social inglesa, francesa y alemana de finales del XVIII Y comienzos del Platón a Hegel, con su punto culminante en la alquimia y la lectura
XIX Y encajarlos en un esquema «cuasi hegeliano» del devenir social. luterana de la kenose judía y paulina, Henry desemboca en una pro-
Los elementos de esta combinatoria serían el proletariado industrial puesta singular: este Marx construye la realidad, pues, en definitiva, las
inglés todavía en formación; las clases bajas urbanas pero aún prein- reivindicaciones del pensamiento alemán sólo podrán obtener una res- h1!
dustriales de Francia, con su importante herencia jacobina; en fin, las puesta dirigiéndose a la realidad no ya «para mostrarla o reconocerla»,
clases sociales alemanas que estaban en la sociedad pero no eran de ya que no existe, sino precisamente volviéndose «a lo que no existe
la sociedad. Y añade Lubasz: «pero los ingredientes no encajan en el para dibujar el marco, la forma, la estructura de lo que debe y deberá
conjunto», pues el proletariado industrial inglés no era revoluciona- ser». Se produce así una «metabasis eis alias genus» en virtud de la
rio; los revolucionarios franceses no eran proletarios industriales, y cual lo que vale como ley del mundo espiritual, y en él se descubre, se
los obreros alemanes -que estaban en la sociedad pero no eran de transfiere a otra región del ser, al ámbito de las cosas materiales y de sus
ella- no eran ni proletarios industriales ni revolucionarios 12 . propiedades. El descubrimiento del proletariado que a partir de aquí
No es posible dar cuenta aquí de la turba de autores que se ha se hace es por tanto ideológico en la provisional -aunque muy exac-
ocupado de los múltiples -supuestos o no-- orígenes del pensamien- ta- definición que de este concepto ofrece Henry: un sistema de ideas
to social y político de Marx y, más concretamente, de su concepto del que no corresponde a la realidad, no ya porque la realidad, al haberse
proletariado y de su tarea histórica. De todas formas, y porque resu- modificado, no corresponde al sistema, sino porque nunca le ha corres-
men con Lubasz las corrientes principales, una palabra habrá que decir pondido, ya que no proviene de esa realidad y no puede, por tanto,
de la sugerente contribución de Martin Nicolaus y del todavía recien- en ninguna circunstancia, serle adecuado. Esta situación se produce
te y masivo estudio que Michel Henry ha dedicado a la marxiana filo- -continúa Henry- siempre que hay metabasis. «La invasión de la
sofía de la realidad. Lo de Nicolaus es muy conocido y no habrá más metafísica alemana en la esfera de la política y de la historia constituye
que indicarlo: Marx no emprende ninguna investigación empírica hasta a priori la concepción dialéctica de la política y de la historia»14.
varios años después del Manifiesto. La debilidad de su comprensión El proletariado habría sido, pues, inventado, bien como resultado
de las estructuras sociales que de este evidente hecho resulta es lo que final de una mezcla de elementos extraídos de lo que Marx sabía de
,.
152 APÉNDICES
MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL i 153

la historia francesa, alemana o inglesa; bien como contenido histórico lía del derecho de Hegel. Algún dato biográfico ayudará a situar esta
de una coreografía filosófica; bien como trasposición a un plano de primera incursión de Marx en el ámbito proletario. Este es el segun-
la realidad de lo que sólo puede servir como ley del pensamiento. En Jo de los artículos escritos por Marx para los Deutsch-Franzosische
cualquier caso, y en otros que aún podrían pensarse, Marx no descu- fahrbücher y, a diferencia del primero «Sobre la cuestión judía», no
brió al proletariado, sino que lo construyó. se lo trajo escrito de Kreuznach. Marx escribe el artículo en París y,
No por ninguna manía o gusto por las vías intermedias o eclécti- según uno de sus múltiples biógrafos, aquí se muestra ya el «inmenso
cas, sino porque parece más ajustado a la realidad, quisiera proponer impacto» que le produjo el descubrimiento de la clase «a cuya eman-
aquí una variante. Sea como fruto precipitado de sus lecturas, como cipación habría de consagrar el resto de su vida»15. El artículo, como
elemento necesario de la respuesta a las reivindicaciones del pensa- es evidente, se mueve todavía en una «problemática» filosófica. Marx
miento alemán o como desembocadura de un discurso ideal-meta- da por realizada la crítica de la religión y propone la crítica del mun-
físico y teológico-, Marx formula hasta 1848 una teoría de una cla- do real como nueva tarea de la filosofía. Alemania, que es el motivo
se realmente existente a la que llamaré clase obrera del período de de su inquietud, ha vivido su historia futura sólo en el pensamiento,
la revolución industrial. A esta clase le asigna Marx unas tareas que en la filosofía. Ahora es preciso realizar la «prolongación ideal» de la
en un primer momento proceden de una teoría filosófica de la clase historia alemana, liberarla o, lo que es igual, ponerla a la «hauteur des
universal y, enseguida, de una sistemática comparación analógica con principes». Y enseguida, tras una referencia a Lutero, Marx proclama
la burguesía. Lo que ocurre, sin embargo, es que, a pesar de lo que la necesidad de un elemento pasivo, material de la revolución que es
Marx creyera, la teoría de esa clase nunca podrá ser teoría del prole- realización de la teoría. Tal elemento falta en Alemania. La condición,
tariado industrial de las fábricas por la sencilla razón de que aquélla pues, de la revolución alemana es la «formación» del elemento pasivo
no es el origen de ésta ni evoluciona cuasibiológicamente hasta con- de la revolución.
vertirse en proletariado industrial. Así, el argumento que aquí se pro- y aquí es donde se sitúa la primera y celebérrima descripción del
pone deberá mostrar, ante todo, que Marx no habla hasta 1848 del proletariado: una clase con cadenas radicales, clase de la sociedad
proletariado industrial, sino de la clase obrera del período de la revo- civil que no es clase de la sociedad civil, clase que es la disolución de
lución industrial, y segundo, que tal clase no deviene en proletaria- todas las clases. Clase de sufrimiento universal, que no pretende nin-
do industrial, sino que, como tal, desaparece, aunque algunas de sus gún derecho particular; esfera de la sociedad que es pérdida de toda
herencias pervivan. Entremos, pues, en el primer punto. humanidad. La disolución de la sociedad como clase particular es el
proletariado. El proletariado, continúa Marx, no está formado por la
miseria natural, sino por una miseria artificialmente producida; no
está formado por la masa del pueblo mecánicamente oprimido por el
DONDE MARX DESCRIBE LO QUE DESCUBRE peso de la sociedad, sino por la masa del pueblo que resulta de la de-
sintegración aguda de la sociedad y, en concreto, de la disolución de
Como es sabido, Marx habla por vez primera de proletariado en una la clase media. Esa procedencia y la disolución en que resulta serán
«Introducción» a una proyectada Contribución a la crítica de la filoso- precisamente las r"?ones ' lOstítul.án al proletariado como única
r-
154 I APÉNDICES MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL I 155
clase emancipadora al convertirle en «arma material» de la filosofía. Sin entrar en la definición del movimiento insurreccional de Lyon,
El resultado negativo de la sociedad es precisamente lo que a su vez sólo interesa destacar aquí la identificación como «proletariado» de la
puede negar a la sociedad. clase obrera lionesa 17 • Es el mismo concepto que identifica también,
De esta dialéctica habrán de partir después todos los autores que para su ventaja, a los tejedores de Silesia. La novedad de éstos respec-
ven en Marx la mera expresión del viejo mito de la kenose, de la L
to a los franceses e incluso a los ingleses es que los alemanes tienen ya '!
resurrección por la muerte. Aquí no importa tanto este aspecto de la la «conciencia de la naturaleza del proletariado». Tal conciencia mar-
cuestión como el resumen de las principales características que Marx ca a su acción con el «sello de su carácter superior». Los tejedores de
!,
atribuye a la clase social recién descubierta en París y cuya «forma- Silesia no miran sólo a las máquinas, sino a los títulos de propiedad;
ción» es vital para la revolución alemana. Es una clase con cadenas no sólo al enemigo visible, sino al oculto, al banquero. ¡,!I

radicales; extraña a la sociedad civil; con sufrimientos universales; Hay, pues, respecto a la «Introducción» una concreción y dos
carente de todo derecho; artificialmente empobrecida; que ha perdi-
do por completo su humanidad; que es resultado de la desintegra-
ción aguda de la sociedad; en fin, que procede de la disolución de las
novedades. Ante todo, Marx designa como proletarios a dos colectivos
identificables: los tejedores de la seda de Lyon y los tejedores de Sile-
sia. Ambos grupos han sido protagonistas de movimientos de diverso
I
clases medias y que aparece como resultado del naciente movimiento alcance: los lioneses han llegado a tomar en dos ocasiones su propia
industriaP6. ciudad, y los silesianos fueron reducidos finalmente por la artillería.
En este mismo año de 1844, Marx escribe unas «Glosas margina- En ambos casos se asiste a una rebelión total: los agravios de índo-
les al artículo "El rey de Prusia y la reforma social". Por un prusiano», le económica se amplían en un levantamiento que se dirige contra el
en el que Ruge minimizaba el interés de la rebelión de los tejedores poder y la misma organización global de la sociedad. En ambos -y
de Silesia. Es la ruptura con su antiguo amigo y, para lo que aquí inte- ésta es la segunda novedad-, los proletarios expresan una conciencia:
resa, es la primera vez que un grupo concreto de personas se caracte- política, en el caso francés; política y social, dice Marx, en el alemán.
riza en la obra de Marx con el término de proletariado. En las «Glo- Los proletarios alemanes son los únicos que han accedido a la con-
sas» se comparan los levantamientos del proletariado inglés y francés ciencia de su naturaleza, y Marx elogiará a Weitling por este avance
con la rebelión silesiana para señalar que ésta comienza donde aqué- sobre el resto del proletariado europeo. Los alemanes son ya los teó-
llos terminan. Marx sabe que la industrialización está más avanzada ricos del movimiento, como los franceses son sus políticos y los ingle-
en Inglaterra y Francia que en Alemania, pero, por paradoja, mientras ses sus economistas. Y poseedor ya de la teoría, ese proletariado que
más desarrollada y universal es la comprensión política de un pueblo encarna los distintos planos de su conciencia única en diferentes geo-
más desperdicia el proletariado sus fuerzas en rebeliones inútiles y grafías nacionales, no tendrá por qué ser ya elemento pasivo, material,
sin sentido, ya que su mayor comprensión política engaña a su instin- de su propia emancipación. Ahora es su elemento dinámico.
to social. Es lo que ha ocurrido, según Marx, con lo que llama «pri- En resumen, pues, son proletarios para Marx los tejedores de
mera rebelión del proletariado francés», la de los obreros de Lyon, Lyon y Silesia, es decir, dos categorías de obreros industriales no
que creían perseguir sólo fines políticos, que se creían sólo soldados fabriles, pues tanto unos como otros trabajan todavía a domicilio o
de la República, cuando en realidad eran «soldados del socialismo». en pequeños talleres, en una estructura de producción que ha perma-
r 111'1

156 APÉNDICES MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL I 157


il'
necido sin modificaciones sustanciales desde el feudalismo y que se religión. «Lo mismo sucede con la religión» es frase que se repite con 1'1
11'

caracteriza por su organización piramidal y ternaria 18 • En la cúspide, frecuencia en la sección del primer manuscrito dedicada al trabajo
los «fabricantes» o «negociantes»; en el plano intermedio, los maes- alienado.
tros, jerarquizados también según el número de telares que posean; El resumen que Marx ofrece de las «demostraciones» a que ha
abajo, los oficiales y aprendices, que trabajan para los maestros. Teje- llegado con las «mismas palabras» de la economía política es que el
dores son todos: maestros, oficiales y aprendices. Proletarios también trabajo ha quedado reducido a mercancía; que la miseria del obrero
lo son, en cuanto se sitúan frente a los fabricants y negociants. Estos está en razón invers.a de la potencia y magnitud de su producción;
proletarios poseen, además, una conciencia de su naturaleza, una teo- que el resultado de la competencia es la acumulación del capital en
ría de su ser que les revela no sólo la apariencia de su situación, sino pocas manos, y, en fin, que la sociedad queda dividida en dos cla-
también lo que tras ella se oculta, su verdadero enemigo. Ser prole- ses: propietarios y obreros desposeídos: el obrero es más pobre cuan-
tario y tener conciencia de ello, poseer la teoría del ser, convierte a ta más riqueza produce; se convierte en mercancía tanto más bara-
esta clase en elemento dinámico de su propia emancipación. Estos ta cuantas más sean las mercancías por él producidas; el trabajo es 'il
son los avances esenciales de la nueva descripción del proletariado en externo al trabajador, quien, en consecuencia, no se afirma en su tra-
las «Glosas marginales». bajo, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado. Su trabajo
A los que se añaden, durante los mismos meses de 1844, las notas no es voluntario, sino forzado; es un medio para otra cosa y se realiza I1

que Marx dejó sin publicar y que aparecerían mucho después como
Manuscritos económicos y filosóficos. No interesa de ellos aquí su
teoría, sino únicamente los progresos que Marx hace en su descu-
sólo en cuanto se sufre una coacción. El trabajo no es del trabajador,
sino de otro.
Esta descripción del trabajador en el acto del trabajo amplía y
III
:1
brimiento y caracterización del proletariado. Y es evidente en estos refunde los datos que en el primer manuscrito había ofrecido Marx ;~
\

manuscritos, ante todo, el influjo notable de las nuevas lecturas pari- sobre la formación del salario y la relación entre el obrero y el capi-
sienses: economistas políticos, por un lado; tratadistas de la condi- talista, por una parte, y el obrero y la sociedad, por otra. Para este
ción de la clase trabajadora, por otro 19 . Marx según dice, parte de Marx, el salario se determina por la lucha entre el capitalista y el
los «presupuestos de la economía política» y llega a la denuncia de la obrero, y en la medida en que éste no pueda unirse en coaliciones, la
condición de la clase obrera con acentos que recuerdan sobre todo a victoria será siempre del capitalista. Marx avanza aquí una tesis que
Buret. De aquellos «presupuestos» y del «hecho económico actual» se repetirá en el Manifiesto: la competencia entre obreros como cau-
de que parte, Marx llega a una descripción del «obrero» que amplía sa del bajo salari02o , El obrero es mercancía y será feliz por el mero
los datos anteriores, sin negarlos, y los inserta en una crítica de la alie- hecho de ser comprado, sin importar a qué precio. Por lo demás, el
nación que conserva idéntica estructura que la crítica de la religión precio del trabajo no está en relación directa con el aumento de la
ya efectuada por Feuerbach. Incluso en la misma literalidad del tex- riqueza total de la sociedad, pues es manifiesto que los obreros son
to, Marx procede por yuxtaposición de su crítica de los presupuestos quienes más sufren cuando la riqueza de la sociedad disminuye, pero
fundamentales de la economía política -precisamente, la conversión no resultan beneficiados cuando la riqueza aumenta, ya que, a pesar
de la propiedad privada en Dios- con la crítica feuerbachiana de la de la mayor demanda de obreros, el aumento de salario se traduce en
MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL I
158 I APÉNDICES

al contrario. Con el proletariado está completa la abstracción de toda


un sobretrabajo que acorta la vida del obrero. Así, incluso en la mejor
humanidad, incluso de todo semblante de humanidad. El proletaria-
sociedad posible, el resultado inevitable para el trabajador es sobre-
do es precisamente la pérdida de toda humanidad, pero al perderse
trabajo y muerte prematura, degradación hasta su conversión en mera
el hombre en el proletariado, éste gana la conciencia de la pérdida y
máquina, o luchas entre sí, hambre y miseria para un amplio sector
se ve necesariamente empujado a rebelarse contra tal inhumanidad.
de obreros.
De ahí deducirá Marx una de sus afirmaciones básicas sobre la autoe-
E128 de agosto de 1844, Marx y Engels sostienen en el café de la
mancipación proletaria. De momento, baste señalar que el proleta-
Regence, de París, una conversación calificada de histórica por más
riado es la pérdida de toda humanidad; que en esa pérdida gana su
de un biógrafo. Engels vuelve de Londres, camino de Alemania, y
conciencia; que la conciencia es parte del ser proletario, y, finalmen-
trae consigo, todavía frescas, las impresiones manchesterianas que se
te, que hay una necesidad histórica de rebelión proletaria. El propio
plasmarán en lo que es sin duda su obra maestra 21 • Marx, por su par-
Marx resume sus nuevos hallazgos en frase célebre y mil veces citada:
te, ha leído ya a varios economistas políticos, historiadores burgue-
no se trata de lo que éste o aquel proletario consideren de momento
ses, pensadores socialistas y bienintencionados reformadores sociales.
sus fines, lo que importa es qué es el proletario y lo que de acuerdo
Una nueva concepción teórica está a punto de germinar, según pare-
con este ser está históricamente obligado a realizar.
ce, de este encuentro histórico. Algunos de sus elementos harán su
La sagrada familia cierra, según algunos teóricos del materialis-
aparición en la primera obra que ambos amigos publican juntos: La
mo histórico, la etapa premarxista de Marx. Ya en esta obra se pue-
sagrada familia o crítica de la crítica crítica.
den observar algunos indicios de la nueva teoría de la historia, que
Para el exclusivo objeto de estas notas, La sagrada familia avan-
encuentra su primera y clara expresión en el libro siguiente: La ideo-
za la definición de proletariado en más de un sentido. Lo presenta,
logía alemana. Una nueva teoría del proletariado y de la revolución se
ante todo, formando unidad con la riqueza, y ambos -proletariado
presenta, con toda seguridad, en esta obra, y el propio Marx, al revi-
y riqueza- como creaciones de la propiedad privada. De esta antíte-
sar su biografía, señalará el momento crucial que para su desarrollo
sis, la riqueza es el lado positivo; el proletariado, el negativo. Y como
tuvo la revisión de su anterior conciencia filosófica. Lowy ha señalado
lado negativo de una antítesis estará obligado a abolirse y, al hacerlo,
que, en este salto, el carácter pasivo que caracterizaba al proletaria-
a abolir también a su opuesto. Ambas clases presentan una idénti-
do en su relación con la teoría queda definitivamente abandonado en
ca enajenación, aunque la propietaria se encuentra bien en su estado
favor de una nueva teoría de la praxis revolucionaria crítico-práctica.
-ya que en él reconoce su propio poder-, mientras la proletaria se
Si esto es así -y existen muchos indicios de que así es-, tiene mayor
encuentra aniquilada. Hay, sin embargo, en ese todo que es la propie-
relevancia el hecho de que Marx y Engels sigan identificando al pro-
dad privada un movimiento interno, inconsciente y necesario que la
letariado con las mismas expresiones que las utilizadas dos años antes
conduce a su propia disolución: el proletariado, obligado a abolirse,
en la «Introducción»: el proletariado es «la clase que soporta todas
ejecuta al hacerlo la sentencia contra la propiedad privada.
las cargas de la sociedad sin gozar de sus ventajas; la clase que, recha-
De tal movimiento deduce Marx una de sus esenciales afirmacio-
zada de la sociedad, queda relegada a la oposición más neta frente a
nes sobre el proletariado. Cuando los escritores socialistas asignan a
todas las demás». El cambio radical de La ideología alemana no se
esta clase una tarea histórico-mundial no es porque los crean dioses,
r 160 I APÉNDICES
MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL I 161
refiere, pues, a la descripción del proletariado, sino a la teoría global )11

se opone al capital. Queda por constituirse en clase para sí, lo que


en que se inserta. En esta teoría -base presumible del materialismo
ocurrirá en la propia lucha, que transforma los intereses comunes
histórico- el proletariado deja de ser elemento pasivo de su eman-
de la masa en intereses de clase. Ahora bien, la lucha de clase con-
cipación para convertirse en la clase que constituye la mayoría de la
tra clase es ya una lucha política. El paralelismo con la burguesía es
sociedad y de la que partirá la conciencia de la necesidad de revolu-
exacto: también comenzó con coaliciones parciales contra los seño-
ción radical. Marx ha podido insertar sucesivamente al proletariado
res feudales y también ella, por medio de la lucha, acabó por cons-
en diversas concepciones de la sociedad y la historia sin cambiar por
tituirse en clase y.derrocando al feudalismo y la monarquía. El pro-
ello el contenido del concepto.
ceso se repite ahora, idéntico, en una fase superior, puesto que, en
La miseria de la filosofía y el Manifiesto comunista ponen fin a la
el caso actual, la abolición de su opuesto no conducirá al estableci-
descripción del proletariado hecha por Marx hasta 1848. Los prime-
miento de un nuevo dominio de clase, esta vez proletario, sino a la
ros elementos aparecieron en la crítica filosófica de la realidad y se
abolición de todas las clases23 •
desarrollaron con la crítica filosófica de la filosofía. Estos últimos se
La elaboración de estos nuevos temas no impide que en La mise-
constituyen a partir del estudio por Marx de dos fenómenos políti-
ria se repitan algunos otros ya conocidos: la miseria es producto de
cos: la organización de la clase obrera inglesa en partido político y la
las mismas relaciones de producción que crean la riqueza; la com-
Revolución francesa.
petencia entre los obreros divide sus intereses, aunque el proceso
Del primero -el partido obrero inglés22 - Marx deduce que el
de asociación no deja de avanzar, especialmente en Inglaterra. Marx
campo de batalla en que se enfrentan las clases sociales está listo para
insiste, pues, en la tesis del carácter artificial de la miseria y en su ya
la única lucha posible, la que entablan la clase media y la clase obre-
conocida tesis de que los bajos salarios sólo son posibles por la com-
ra. Cada partido tiene ya su grito de guerra: extensión del comercio
petencia entre los obreros.
por cualquier medio y un ministerio para los señores del algodón
En el Manifiesto culmina la elaboración de la teoría político-históri-
de Lancashire; reconstrucción democrática de la Constitución sobre
ca del proletariado efectuada por Marx. Decir que se trata de un panfle-
la base de la People's Charter, que convertirá a la clase obrera en
to político para minimizar su alcance teórico equivale a olvidar que en el
clase dirigente de Inglaterra. Esta misma división de la sociedad en
Manifiesto está presente de forma esquemática una teoría de la historia
dos clases -presente en los primeros escritos y reafirmada cada vez
elaborada en obra mayor y una conceptualización del proletariado que
que Marx habla de Inglaterra- sirve para construir una nueva teoría
ha pasado por diversos esbozos y borradores y cuyos elementos parcia-
del proletariado por medio de su sistemática comparación con la
les se encuentran también esparcidos en obras. anteriores. El carácter
burguesía. El proletariado es producto del desarrollo de la clase bur-
condensado del Manifiesto no suprime en absoluto su importancia. De
guesa y, para su constitución en clase, sigue sus mismas etapas. Así,
hecho, y a pesar de las correcciones que la teoría aquí expuesta puede
el proletariado se forma en su lucha contra la burguesía, que en sus
sufrir a partir de la obra económica, Marx se mantiene sustancialmente
primeros momentos se manifiesta en «conflictos parciales y momen-
fiel al dibujo histórico trazado en este supuesto panfleto.
táneos, en actos subversivos». Las condiciones materiales crean para
De forma similar a como había ocurrido en La miseria, el prole-
esa clase unos intereses comunes, la constituyen en clase en cuanto
tariado aparece aquí como correlato negativo de la burguesía que, en
r 162 I APÉNDICES

su lucha contra el feudalismo, habría forjado las armas que acabarán


MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL

Con el Manifiesto se cierra la descripción que del proletariado ha


I 163

ocasionando su propia muerte y «los hombres que empuñarán esas realizado Marx desde sus primeros escritos hasta el año de la última gran
armas». Tales hombres son los proletarios, «los obreros modernos». revolución europea. Hay, sin duda, una mayor elaboración y concreción
¿De quién se trata con esta nueva expresión? De un sujeto que vive del concepto a medida que Marx se acerca de forma empírica a su con-
«sólo a condición de encontrar trabajo», que sólo encuentra mientras templación y, especialmente, desde que revisa los presupuestos filosófi-
su trabajo acreciente el capital. Es una mercancía sujeta a las vicisi- cos de sus primeros escritos y acumula conocimientos de historia política
tudes de la competencia y a las fluctuaciones del mercado. Por otra y social. Con todo, ~i las expresiones, los acentos e incluso la concepción
parte, el trabajo del obrero moderno ha perdido todo carácter sustan- global teórica cambian, los contenidos sustanciales del concepto de pro-
11
tivo; el obrero es simple apéndice de la máquina. El desarrollo de la letariado permanecen idénticos. Yesos contenidos responden con bas- I

industria ha provocado dos procesos de degradación del trabajo: el tante exactitud a la estructura, condición y práctica de la clase obrera de 111111

obrero está hacinado en fábricas, sujeto a una jerarquía de mando; su Inglaterra y, en menor medida, Francia hasta 1848. Lo que ocurre es que
trabajo exige menos habilidad y fuerza y es sustituido progresivamen- esa clase obrera no es el proletariado moderno, ni su origen cuasi bioló-
te por el de mujeres y niños. gico, sino una específica clase, a la que sólo se puede llamar
¿De dónde viene esta nueva clase? La respuesta de Marx y Engels .
es clara: el proletariado se recluta entre todas las clases de la pobla-
ción y, especialmente, procede de los pequeños industriales, de toda
la escala inferior de las clases medias de otro tiempo. Las causas que CLASE OBRERA DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
motivan su caída en la nueva clase son de dos tipos: unos han sucum-
bido a la competencia frente a capitalistas más fuertes; otros han vis- Dos errores muy extendidos, cuya raíz es posiblemente la indebida
to depreciada su habilidad profesional ante los nuevos métodos de generalización a toda la actividad industrial de lo que estaba ocu-
producción. rriendo en la industria fabril, han ofrecido una imagen de la revo-
Esta clase, del mismo modo que ocurriera con la burguesía, pasa en lución industrial y de la clase obrera en ella predominante que no se
su desarrollo por diferentes etapas: lucha primero el obrero aislado, des- adecua en absoluto a la realidad. Es el primero el que relaciona la cre-
pués luchan los obreros del mismo taller y luego los del mismo oficio y ciente oferta de mano de obra barata en las ciudades al movimiento
los de la misma ciudad. Primero se dirige contra los instrumentos de pro- de cercamientos de tierras. La masa proletaria fabril se compondría
ducción, en un intento de reconquistar la fuerza de la posición perdida. sustancialmente de campesinos recién expulsados de sus tierras a la
Más adelante, esa masa se convierte paulatinamente en clase a través del búsqueda desesperada de cualquier puesto de trabajo en las nuevas
proceso de lucha ya esbozado en La miseria de la filosofía. El proceso fábricas. Este campesinado, hambriento, con sus tradicionales lazos
culmina en la constitución de la clase en partido y en el dibujo de lo que de parentesco destrozados, presa por tanto de la desmoralización, se
será situación general cuando se aproxima el desenlace final. Como la habría entregado, según las ocasiones, a la destrucción de las máqui-
clase burguesa fue la única revolucionaria en el feudalismo, el proletaria- nas, la violencia personal y sin horizontes o, sencillamente, a la pro-
do moderno será la única clase revolucionaria del capitalismo. miscuidad, la borrachera y el suicidio.
164 I APÉNDICES
MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL I 165

En conexión inmediata con esta precipitada imagen de la revolu- tierra y la oferta de una masa de mano de obra a la naciente industria.
ción industrial y del origen social de una parte sustancial de su clase Las tierras cercadas en Inglaterra mantuvieron una elevada deman-
obrera, el otro error muy difundido es aquel que considera al prole- da de mano de obra campesina, ya que los cambios en la tecnología
tariado fabril como el grupo o la clase social más características del agraria que coinciden con la primera fase de la revolución industrial
período. La introducción progresiva de máquinas habría provocado no ahorran trabajo humano sino que lo intensifican. Chambers, que
una amplia demanda de mano de obra barata que desplazó en un cor- ha estudiado todas las fases de las enclosures, rechaza la idea de una
to período de tiempo a los antiguos artesanos y maestros de oficios. La «creación institucional» de un ejército industrial de reserva. El incre-
revolución industrial habría creado enseguida un proletariado fabril, mento de mano de obra industrial respecto a la agrícola en este perío-
escasamente o nada cualificado, que desarrollaba su trabajo en condi- do obedece más al crecimiento demográfico general que a un tras-
ciones de aislamiento, sin los antiguos vínculos tradicionales que liga- vase masivo de mano de obra barata del campo a la ciudad, que sólo
ban al productor con su familia y con el resto de productores del ofi- se producirá más adelante, a partir de 1860, cuando la producción
cio en organizaciones gremiales o corporativas. En conjunto, ambas industrial fabril se extienda y acabe por generalizarse24 •
tesis han creado una imagen de la revolución industrial -en lo que Porque éste, precisamente, es el punto en que aparece débil aque-
respecta a los cambios en la estructura de la clase obrera y del proce- lla primera imagen sumaria, que presenta a una imponente masa de
so de producción- excesivamente simple: el campesino y/o artesano artesanos cayendo como moscas en las fábricas. Esta caída, que es,
expulsado de su tierra o privado de su medio de trabajo pasan a engor- en efecto, la consecuencia real a largo plazo de la implantación de
dar, casi en el tiempo de una generación, el ejército industrial de la fá- máquinas en las fábricas, oculta, sin embargo, un fenómeno que para
brica. El campesino pobre ha perdido el acceso a las tierras libres, la formación de la clase obrera de este período -de antes de 1848-
ahora cercadas, y el artesano ha perdido la propiedad de su máqui- y para su conciencia y su práctica de clase tiene una importancia radi-
na. Ambas pérdidas serían resultado de una doble expoliación: de la cal, en el sentido de que está en la raíz de ella. El fenómeno es que la
tierra, por la gran aristocracia o por la nueva burguesía agraria; de los revolución industrial en su primera fase no sólo no acaba con el tra-
medios de producción, por el capitalista industrial. El nuevo proleta- bajo no fabril, sino que lo multiplica25 • Los puestos de trabajo fabril
riado, así creado, sería constitutivamente rebelde o revolucionario por creados por la revolución industrial en su primera fase que pudie-
haber nacido bajo el signo de la desposesión, por sentirse ya expolia- ran corresponder a puestos perdidos de trabajo artesanal fueron más
do, por ser fabril o, lo que es igual, por verse obligado a vender su que compensados por la expansión económica que exige durante el
fuerza de trabajo como mercancía en ese nuevo gran mercado en el período aquí considerado la creación de nuevos puestos de trabajo
que el único lazo que le liga a los medios de producción es el nexo no fabril en mayor medida que los clausurados. Esta singular coinci-
salarial, el cash nexus. Y ahí, en ese proletariado fabril, rebelde por dencia, y no el exclusivo crecimiento del proletariado fabril, será pre-
estar desposeído, es donde tendrá su origen el movimiento obrero. cisamente lo que mejor explique la formación de una nueva concien-
Esta construcción es tan sencilla como grosera. Ante todo -y cia obrera de clase y sus concretas prácticas26 .
aunque no se pueda entrar aquí en este debate- no parece que exis- En realidad, la revolución industrial, más que un cataclismo, es
ta una relación apreciable entre el movimiento de cercamientos de la una fase de un largo proceso de cambio en la organización de la pro-
166 I APtNDICES
MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL I 167
ducción y en el control del trabajo por una clase capitalista27 • Ambos
otras en la picaresca que le liga al dador de trabajo. Tiene el traba-
procesos, que se inician ya desde el siglo xrrr, sólo culminarán con la
jador en sus manos, ante todo, la llave que abre o cierra el acceso
sustitución definitiva del trabajo manual por el mecánico y la simul-
a la profesión: las normas de aprendizaje son casi siempre muy res-
tánea posesión de los medios de producción por el capitalista. Tan-
tringidas y las asociaciones de artesanos están ahí precisamente para
to aquella transformación como este control experimentan un fuer-
velar por su cumplimiento. Además, el trabajador es quien decide en
te acelerón en los siglos XVII y XVIII (esto es, antes de las profundas
definitiva cuándo y cómo poner en movimiento su herramienta o su
innovaciones que acompañan a la revolución industrial) debido prin-
máquina. El ritmo. de trabajo lo decide él, y casi siempre de acuerdo
cipalmente al rápido crecimiento del comercio mundial, a la sustan-
con una pauta marcada por la tradición, que en ocasiones impone el
cial mejora en las comunicaciones y a la creciente división y especia-
descanso durante un largo fin de semana: sábado, domingo y lunes
lización del trabaj 0 28. Es el período brillante de ese sistema llamado
festivo; sólo el martes se vuelve al trabajo, aunque a ritmo lento que
de manufactura, que se caracteriza por la venta de la fuerza de tra-
aumenta el miércoles para hacerse realmente veloz sólo el jueves y el
bajo del productor directo al capitalista mercantil, pero también por
viernes. Por otra parte, y dado que es el propio artesano quien vigila
la retención de la propiedad del medio de producción por quien lo
el trabajo a él encomendado, las posibilidades de resarcirse de lo que
trabaja. La generalización del sistema será el resultado de la expan-
considere precio injusto o abusivo son muchas: recortar la materia
sión del mercado, que, por una parte, amplía la demanda de produc-
prima que se le entrega, defraudar en el peso del producto o reducir
tos manufacturados y, por otra, exige una especialización de funcio-
los niveles de calidad29 •
nes que permita afrontar sus fluctuaciones y prever sus potenciales
Thompson ha mostrado que esta relación laboral estaba regi-
demandas.
da por una moral tradicional basada en el pago de un «fair day's wa-
El control del proceso de trabajo se afirmó, en el sistema de manu-
ge» por un «fair day's work». La creencia en un precio «justo» de las
factura, con el endeudamiento a que el trabajador directo se veía obli-
cosas es en cierto sentido el correlato para la relación de producción
gado a recurrir para comprar unas materias primas cada vez más caras
industrial de aquella economía moral que regía la relación del mercado
y por la misma venta del producto terminado, cuya compra final que-
de grano y cuya violación por los comerciantes daba lugar a continuos
daba a la libre decisión del capitalista que lo había encargado. En rea-
lood riots cuyo principio legitimador era siempre la vuelta o reimplan-
lidad, el vínculo que une al trabajador y al capitalista es ya salarial,
tación de las normas tradicionales. Los principios del mercado libre, la
aunque el salario no exprese todavía la totalidad de la relación del tra-
introducción de un nuevo modelo o antimodelo contra la vieja regla-
bajador con el capitalista, con el medio de producción y con el pro-
mentación del acto de compra y venta de grano según el precio con-
ducto terminado.
siderado justo, desencadenaron durante el último tercio del siglo XVIII
Pues, en efecto, al trabajador, que era siempre un artesano cuali-
continuas rebeliones e insurrecciones de los pobres en defensa no sólo
ficado -el skilled artisan de las primeras trade unions-, le quedan
de su nivel de subsistencia, sino del mantenimiento de unas prácti-
todavía, hasta la definitiva implantación de la producción a gran esca-
cas que les protegían contra las especulaciones y abusos de los comer-
la, diversas formas de control sobre el proceso de trabajo, consagra-
ciantes de granos. Esas multitudes insurrectas -a las que sólo un his-
das unas por las costumbres, las leyes o las instituciones y admitidas
toricismo idealista podría considerar como «origen» de movimiento
168 I APÉNDICES
MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL I 16 9

obrero algun030- no responden a las nuevas condiciones de mercado Como se sabe, los adelantos técnicos en la operación de tejer fueron
que se les pretenden imponer de forma espasmódica y primitiva, sino siempre por detrás de las innovaciones en el hilado, de tal forma que
de acuerdo con pautas señaladas por la tradición y por su moral eco- durante las primeras décadas del siglo se produjo una espectacular
nómica: impiden la salida de grano cuando hay escasez en la zona, lo subida en la demanda de tejedores. Precisamente, este aumento en la
requisan y venden -nunca lo distribuyen gratuitamente- al precio demanda minó las bases en las que se sostenía el viejo equilibrio en
que consideran justo, exigen la intervención de las autoridades a su la relación entre capitalista y tejedor. La posesión del medio de pro-
favor, etc. 3 !. ducción perdió to?a su relevancia económica ante la verdadera ava-
La introducción del maquinismo en grandes unidades de produc- lancha de mano de obra no cualificada al viejo oficio y la dispersión
ción provoca efectos más complejos en la estructura de la clase traba- de los telares en las casas de los tejedores. El crecimiento demográ-
jadora y, por tanto, en sus prácticas sociales tradicionales. Es preci- fico y la desmovilización que sigue al fin de las guerras napoleónicas
so recordar, ante todo, que cuando se habla de aparición de fábricas garantizó una mano de obra suficiente y barata que debilitó la fuer-
durante esta fase de la revolución industrial, de lo que se está hablan- za de quienes aspiraban todavía al mantenimiento de la vieja moral
do en realidad es de fábricas para el hilado de algodón 32 • La sustitu- económica del «fair day's wage for a fair day's work». El aumento de
ción de la hiladora a mano por la mecánica y la simultánea sustitución mano de obra, la quiebra del control gremial sobre el aprendizaje de
de la energía humana o hidráulica por la de vapor transforma esta un oficio que en definitiva no requería demasiada especialización, la
operación en un doble sentido: por una parte, deja de ser actividad abundancia de trabajo, la dispersión a domicilio de los telares: todo
de la mujer y los niños en casa para convertirse en oficio del hom- contribuye a la implantación de una verdadera dictadura del capital
bre en la fábrica. Los spinners son el primer producto de la revolu- en el sentido de imposición de los principios de la nueva moral, que
ción industrial. Surgidos todavía en un medio que considera el traba- sólo tiende al máximo beneficio y, por tanto, exige el mínimo coste.
jo como «oficio» (como trade) en el que el productor es todavía man No es en absoluto una casualidad que sean los tejedores -los muy
y no hand, los hilanderos conservarán todavía durante algún tiempo célebres hand-loom weavers- los primeros en rebelarse y los prime-
en la estructura de su trabajo las costumbres organizativas de la vieja ros que sufren una derrota sin paliativos que les hundirá en la desmo-
tradición que se disuelve: una fuerte organización corporativa, cier- ralización. La expansión de las fábricas de tejido a partir de los años
ta facultad decisoria sobre el ritmo de su trabajo, el control sobre el treinta, además de aniquilar físicamente a los tejedores, les sorprende
acceso al oficio y, especialmente, la posibilidad de subcontratar por sí en condiciones de absoluta derrota. Y no son los tejedores de fábrica
mismos a sus ayudantes, casi siempre miembros de su propia familia: quienes se rebelarán contra el maquinismo, entre otras razones por la
su mujer e hijos. Esta relativa autonomía era tal que los defensores muy sencilla de que el telar mecánico puede ser servido por mujeres
y niños 34 •
del nuevo sistema fabril no dudan en cargar sobre los spinners todas
las culpas que los filántropos hacían recaer sobre el capitalista en lo En este sentido, será, precisamente, en el que marchen los cam-
que se refería al trabajo infantil dentro de la fábrica33 • bios más importantes de toda la industria textil desde principios
La nueva organización fabril del trabajo incide también de for- de los treinta hasta finales de los cincuenta. Los hilanderos, con la
ma decisiva en la relación que el capitalista mantiene con el tejedor. aparición de las máquinas selfacting, dejan de ser la mano de obra
r 170 I APtNDICES

especializada que podía sentirse orgullosa del oficio y, con su espe-


MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL

continuaban bajo el control obrero. La regularidad de la máquina no


I 171

cialización, pierden a la vez los restos de control corporativo y per- había suplantado todavía la capacidad decisoria de los trabajadores
sonal sobre su trabajo. Los tejedores a mano, por su parte, tien- especializados que, en consecuencia, mantenían también un decisivo
den a desa-parecer vertiginosamente con la tecnificación del telar. control sobre la totalidad del ofici035 •
En ambos casos, los viejos oficios pierden su carácter cualificado y y si en la producción de hierro la sustitución del carbón vegetal
se convierten en actividad de unskilled workers. En el primer prole- por el coque y la implantación de los nuevos métodos de pudelado y
tariado ciertamente fabril no habrá fuerza organizativa, tradiciones laminado de Cort no habían arrasado todavía con el poder de los vie-
de oficio ni moral alguna que les convierta en sujeto de revolución. jos y cualificados trabajadores de oficio, en la fabricación de produc-
Se olvida con frecuencia, al hablar del proletariado de la revolu- tos metalúrgicos el nombre de fábricas designa en realidad a varios
ción industrial, que en 1838 sólo el 23 por 100 de todos los obre- talleres autónomos y separados que se alimentan de energía por una
ros de la industria textil -única que hasta entonces ha implantado misma máquina de vapor arrendada a maestros que necesitaban su
la fábrica en el sentido modemo- son hombres. El proletariado al empleo para algunas operaciones36 . Por supuesto, los trabajos de edi-
que se insertó en un discurso revolucionario era, en realidad, una ficación seguían bajo la dirección de varios artesanos con su puña-
masa hambrienta de mujeres y niños sirviendo hasta el agotamiento do de ayudantes, mientras que las construcciones de canales y vías
máquinas para hilar y tejer que habían destrozado la cualificación y de ferrocarril estaban en manos de los maestros y sus cuadrillas. Por
la fuerza de los viejos oficios. otra parte, y como es obvio, el aumento de producción de la indus-
Cuando Marx y Engels redactan su Manifiesto, las únicas fábri- tria algodonera supuso la expansión de antiguos oficios artesanos y la
cas pertenecen a la industria algodonera, que ha establecido ya las creación de otros nuevos: todos los oficios relacionados con el vesti-
dos características que definen a estas nuevas unidades de produc- do experimentaton un incremento en la demanda. En ocasiones, los
ción: la concentración de los trabajadores y el mantenimiento de una nuevos inventos técnicos, como la máquina de coser, permitieron la
disciplina impersonal, impuesta por el propio funcionamiento de la actividad industrial a domicilio de mujeres dedicadas a la sastrería o
máquina. Aparte del algodón, las industrias que desde antiguo habían colaboradoras directas de sus maridos sastres. ,,111

funcionado en amplias unidades de producción -hierro, productos Todo esto podría conducir a la sospecha de que, pues no hay pro-
químicos, astilleros, construcción- continuaron con idéntica estruc- letarios «modernos», o no los hay en números importantes, y pues IIIIIII!

tura hasta bien pasada la mitad del siglo. En los hornos, por ejemplo, el poder social de los antiguos maestros perdura, el trabajo a domici-
ya desde principios del XVIII se concentraban para el trabajo más de lio se incrementa, la clase obrera de este período es, en realidad, una
un centenar de ayudantes y diez o doce fogoneros. En 1850, los fogo- clase artesana y su conciencia retrasó la aparición de lo que se entien-
neros mantenían aún su antiguo estatus: eran ellos quienes dirigían e de por verdadera conciencia de clase. En realidad, el posible debate
imponían el ritmo de trabajo y quienes subcontrataban a sus ayudan- entre quienes ven en esta clase el origen del proletariado industrial y
tes, les señalaban sus funciones y les pagaban su salario. Este tipo de quienes la definen como artesana es un falso debate, sólo posibilitado
fábrica se diferenciaba aún en un punto esencial de la fábrica de la por la falta de precisión en los términos y por una concepción evolu-
que habría de surgir el proletariado moderno: los ritmos de trabajo cionista de la historia37 •
172 I APÉNDICES MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL ¡ 173
Porque lo importante es que el concepto de artesano y los conte- industria». Dicho de otro modo, la fábrica, que sólo ocupa a una par-
nidos concretos que a ese concepto van ligados han cambiado sustan- te de la fuerza de trabajo, impone ya su ley a la totalidad y avanza
cialmente con la implantación general del sistema de manufactura y el en el proceso que conducirá a la definitiva subordinación «real» de
trabajo a domicilio. El artesano, que compraba su materia prima, la la clase obrera39 • Esta leyes, naturalmente, la ley del mercado en su
sometía a un proceso de transformación y la llevaba al mercado, que expr~sión más primitiva: la búsqueda del mayor beneficio a cualquier ¡II
era además dueño de su medio de producción y se organizaba en gre- preCIO.
mios para velar por la salud social de su oficio, deja paso a un nuevo En tal estruc!ura del trabajo no tiene sentido alguno hablar de
tipo de trabajador que no compra ya la materia, que puede deber su artesanos como tampoco lo tiene hablar de proletariado moderno. Si
medio de producción, que no vende en el mercado su producto ter- no se define a la nueva clase más que por la conciencia que de sí tiene
minado, sino que lo entrega al comerciante que le ha adelantado la -y que se expresa en la fuerte lucha de la primera mitad de siglo en
materia prima y, seguramente, el dinero para la compra de su telar. Inglaterra y Francia- bastaría con llamarla clase obrera -working
Con todo, ya pesar de esa nueva relación dependiente, ese nuevo tra- class, classe ouvrzáe-. Lo nuevo no es aquí tanto el adjetivo como
bajador todavía domina el ritmo del trabajo, el acceso a la profesión el sustantivo. Lo nuevo no es lo de obrero, sino lo de clase40 • Anti-
y, en función de ello, todavía desempeña un papel social relevante en guos artesanos independientes, trabajadores/maestros especialistas de
cuanto grupo intermediario en esa jerarquía que va del capitalista a la talleres, trabajadores domiciliarios, antiguos oficiales, compagnons o
fuerza de trabajo no especializada. journeymen comienzan a hablar no ya como si formasen un estado de
Ahora bien, del mismo modo que en el siglo XVIII la nueva «liber- la sociedad, sino como miembros de una clase. Y lo significativo será
tad» de mercado quebró la relación sujeta a normas tradicionales que la conciencia de pertenecer a esa clase, a la par que los identifica
entre el comerciante y el consumidor, la fábrica del XIX, por un proce- de una nueva, les permite comprender y experimentar el proceso por
so algo más complejo de lo que habitualmente se piensa, produjo un el que están pasando como una pérdida. Esa pérdida o, mejor, la con-
efecto similar en la vieja relación entre el capitalista y el trabajador. ciencia que de esa pérdida manifiestan y se comunican es lo que les
y no ya porque éste pasara a engrosar inmediatamente el disciplina- constituye en «clase obrera» antes de que se extienda el proletariado
do ejército industrial -esto no ocurre hasta el último tercio del siglo industrial fabril y antes incluso de que tal extensión pareciera un pro-
y sólo en las zonas industrialmente avanzadas-, sino porque el pri- ceso irreversible.
mer efecto de la naciente producción industrial en fábrica consistió Precisamente, la eclosión de sociedades obreras es durante la
en liquidar los restos de control del proceso de trabajo que todavía práctica totalidad del siglo XIX y aún del primer tercio del xx en
quedaban en manos del productor directo. Las presiones del merca- algunas zonas la forma que adopta la resistencia de esta clase obre-
do impusieron al obrero ritmos abstractos de trabajo y, sobre todo, la ra contra la pérdida de control del proceso de trabajo y su radical
fábrica convirtió toda la producción «artesana» en un proceso de tra- subordinación ante la nueva clase de capitalistas que se define por
bajo dependiente38 • Marx apreció el fenómeno con toda claridad años la propiedad del medio de producción y por el control del merca-
después, en El capital, cuando definió el trabajo a domicilio, símbo- do. Tal intento de resistencia sólo podía residir en los sectores de la
lo antes de la independencia artesana, como «el traspatio de la gran fuerza de trabajo que todavía gozaban de alguna independencia y
r 111
1
1'1

174 j APÉNDICES
MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL I 175

que sentían que la paulatina pérdida de su control sobre el acto de No serán éstos, no podrían serlo, los obreros que construyan
trabajo se resolvía en pérdida de su condición relativamente privile- sociedades de resistencia, quienes se organicen en acciones defensi-
giada en el mercado. Naturalmente, la práctica de clase que adop- vas, quienes, en algunas ocasiones, desencadenen acciones revolucio-
ta esa defensa no puede ser ya, con la implantación de la fábrica, narias, sino los otros, los que conservan cierta cualificación y alguna
la misma que antes, pero el sentido de la acción es idéntico: el des- independencia y, con ellas, quienes conservan y reviven sus vínculos
trozo de máquinas será la «negociación colectiva por la violencia»; asociativos. La práctica obrera es, siempre, práctica de organización
la huelga es generalmente la defensa de la capacidad de compra o, obrera, y para estar. organizados hay que poseer bases y estructuras
lo que es igual, la resistencia ante el efecto en el salario de la ley sociales que a los trabajadores de fábricas les fueron arrasadas en el
abstracta del mercado; la exigencia de cualificación para ingresar espacio de años y aun de meses. Y habrá que decir que contra lo seña-
en el oficio es la única forma que les queda de controlar el merca- lado por algún destacado marxista, la práctica de las organizaciones en
do de trabajo ante la avalancha de no cualificados; las mutuas, las las que predominaba ese tipo de trabajador no retrasó la aparición de
sociedades amicales, las uniones de oficios, son las formas organiza- una ideal conciencia de clase proletaria 43 (ni, por supuesto, la adelan-
tivas inventadas o, en ocasiones, resucitadas de una vieja tradición tó, pues se trata de otra conciencia), sino que tal práctica es en sí mis-
y sueño por estos obreros para oponer una resistencia -de hecho, ma expresión del tipo de organización de una específica clase obrera,
muchas veces se llamarán sociedades de resistencia- ordenada y la del período de la revolución industrial, y tiene, como ella, su misma
firme ante esta pérdida de contro141 . N o tiene sentido llamar arte- especificidad. Lo que Briggs ha llamado «lenguaje de clase» aparece
sanos a sus miembros, ya que, aparte del control sobre el mercado, precisamente en esta época y en estas organizaciones, cuya estructura,
han perdido también el control sobre el proceso de trabajo y están ideología y práctica son propias de esta clase y desaparecerán con ella,
unidos al capitalista por el escueto nexo salarial. La independencia aunque, naturalmente, muchas herencias la sobrevivan44 •
artesana y su vieja base en la vinculación mercantil con el medio Que todo esto fue así, que la clase obrera de los movimientos
rural están perdidas para siempre. Queda todavía la cualificación, que en Inglaterra acaban hacia 1850 y que duran en Francia hasta
alguna función intermediaria y autónoma y el control sobre el acce- la Comuna y aún después, es ya clase, es también obrera, pero no
so a la profesión. Esta será precisamente la última línea de defen- es proletariado industrial fabril, es hoy un lugar común. Algunos se
sa de esta concreta clase obrera que de alguna forma es heredera empeñan en llamarla «artesana» simplemente porque sus miembros
de lo que fuera el trabajo humano -idealizado ahora en los dis- trabajan en pequeños talleres, en viejos oficios cualificados, la máqui-
cursos utópicos- antes del avance implacable de los satanic dark na podía pertenecerles y ellos mismos pagaban aún a sus oficiales. :"1
"

mills. Son, además, ellos mismos o sus hijos quienes presenciaron la Con todo, lo que constituía la médula de su definición artesanal se 1"
:;'"

degradación física y moral del trabajador que llega en buena salud había volatilizado: dependían de un mercado y de una organización '11
1

I
y con aspecto agradable a la ciudad industrial y a las pocas semanas general de la producción sobre la que no tenían control alguno. Con- 1 ..1

1
I
ha enflaquecido, perdido la color y se ha hundido en el alcoholismo servan, sin embargo, sus tradiciones organizativas y sus vínculos de
tras asistir en una especie de desesperanzada pasividad a la volatili- oficio y experimentan la nueva situación como pérdida. De ahí parti- 11
1:[

zación de sus vínculos familiares y sociales 42


• rán sus movimientos de rebeldía.
III!II
, 176 I APÉNDICES MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL I 177

No son pues, artesanos. Tampoco son proletarios «modernos» formaciones traición o desviación no es más que el rápido producto
ni lo van a ser. Pues cuando la nueva disciplina de la fábrica arrase propagandístico de una majestuosa confusión provocada finalmente
su «economía moral» por completo e imponga el salario como única por la creencia de que el sentido de la historia viene dado por tareas
norma; cuando la vieja organización que sirvió para la defensa de sus señaladas por la historia misma a sujetos que evolucionan al modo
intereses colectivos quede arruinada por la invasión del proletariado humano, con contenidos de conciencia idealmente formulados para
semicualificado, y, en fin, cuando los lazos históricos que les unen al siempre y con un ser que podría definirse al modo filosófico. Marx no
oficio y a la urbe se disuelvan con la expansión demográfica y el creci- está en el origen de esa confusión, pero, hasta 1848 y aun hasta el fin
miento de suburbios proletarios, ellos desaparecerán como tal clase y, de su vida, ayudó a mantenerla viva y en buena salud.
con ellos, sus movimientos de rebeldía, que habían llenado la historia
social inglesa hasta 1850 y la francesa hasta 1871.
Sobre esa rebeldía -y no sobre la práctica específica del prole-
tariado «moderno»-- se había construido, sin embargo, un discurso
teórico que vio en ella la continuación y el cumplimiento de lo anun-
ciado como revolución burguesa. Y así, lo que fueron prácticas espe-
cíficas de esta clase obrera del período de la revolución industrial,
por un salto ideológico que las conectó hacia atrás con las promesas
no cumplidas y hacia adelante con las promesas anunciadas en una
historia con sentido, se convirtieron ideológicamente en prácticas del
proletariado. El proletariado moderno es, sin embargo, otra cosa que
la clase obrera del período de la revolución industrial, pues la genera-
lización del trabajo fabril cambió drásticamente las condiciones de su
explotación y de su inserción en la sociedad. Así, cuando esta nueva
clase proletaria de fábrica esté en condiciones de resistir, las formas
organizativas que adoptará su resistencia, el discurso ideológico que
mediará entre su conciencia de clase y su organización de masa y, en
fin, las prácticas de clase en que se embarcará no tendrán mucho que
ver -aunque, sin duda, sean perceptibles herencias del pasado, dife-
rentes según las culturas y los momentos históricos- con las bases
de resistencia, las ideologías, las organizaciones y las prácticas de los
obreros -artesanos o no- del período de la revolución industrial. El
viejo discurso ideológico hubo de ser transformado y la organización
hubo de cambiar su estructura y su práctica. Llamar a ambas trans-
r I I¡I~
MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL I 179 1
11
"

~I .
.

1
1
11

«The luddite movement in France», The Joumal o/ Modern History, X, 1, marzo de


Notas 1938, pp. 180-211, se sabía que buena parte de los destrozos de máquínas es imputa-
ble a los mismos propietarios. El error grave es, con todo, definir aquella lucha como
1.1 . 1 :1,
conflicto entre proletarios y capitalistas; véanse Th. S. Hamerow, Restoratíon, revolu- 1 1
"'11

tíon, reactíon: economícs and potítics in Germany, 1815-1871, Princeton, 1966, y P. H. 11,

1
Noyes, Organization and revolutíon, working-class associatíom in the German revolu- 1

1. Sobre la integración de! SPD en e! Il Reich y su determinación por «procesos objeti- 111 111'
tíom 0/1848-1849, Princeton, 1966, por citar dos libros que Lowy pudo haber tenido
vos» y sobre e! kautskismo como expresión y no causa de ese proceso, véase M. Sal-
a mano y que coinciden básicamente con ]acques Grandjonc, Marx et les comunistes
vadori, Karl KautIky and the socialist revolution, 1880-1938, Londres, 1979, p. 19. Un
allemands ¿¡ Paris, 1844, París, 1974, al insistir en los efectos de la crisis comercial 111111.11'.1111

espléndido resumen de los diversos factores de integración puede verse en D. Groh, sobre los antiguos a.tesanos reducidos a la condición de trabajadores a domicilio. I¡IIII"
«lntégration négativeet attentisme révolutionnaire», Le Mouvement Social, 95, abril- 1
La «entrada en escena», en op. cit., p. 107. Lowy no explica cómo una teoría puede
"

9.
junio de 1976, pp. 71-110. I 1

ser antícipatrice; se limita a afirmarlo en la p. 100. 1

2. Auguste Cornu, Karl Marx et Friedrich Engels, n, París, 1958, p. 186, para e! paso de! 11 1,1,1,1

10. Sobre todo esto, véase el capítulo «Luchas obreras y rupturas teóricas: la formación 1
liberalismo democrático al radicalismo socia!; p. 219, para la superación simultánea 11111'1
social y teórica de! materialismo histórico», en Garan Therborn, Ciencia, clase y socie-
de! idealismo hegeliano y de! materialismo de Feuerbach.
dad, Madrid, Siglo XXI, 1980, especialmente pp. 317-352. lilrl Il 1
3. La pausa en la «verdadera» democracia -ideología que, si bien superaba la ideología
11. Un estudio de la población de París -y de Francia- en 1848 puede verse en Roger 1111;il;1
de la burguesía, no respondía aún a los intereses de clase de! proletariado-- en Cor-
Price, The French Second Republíc: a social history, Londres, 1972, pp. 5-30. En víspe-
nu, p. 228. 111

ras de la Comuna, e! panorama no había cambiado sustancialmente, según datos de 1


4. «En París se acentuaba la lucha de clases entre la burguesía y e! proletariado», dice 111"11 1'1

]acques Rougerie, París libre, 1871, París, 1971, pp. 9-29. Para una visión general de l
Cornu, p. 251. Para lo demás, véase Cornu, Karl Marx et Friedrich Engels, nI, Marx ¿¡ ¡!II'il
los participantes en las principales insurrecciones populares de Inglaterra y Francia,
Paris, París, 1962. La observación sobre ]enny en la p. 3. véanse George Rudé, The crowd ín history, 1730-1848, Nueva York, 1964 [La multi-
5. Véase, de Althusser, «Sur le jeune Marx», que va dedicado a Cornu y se incluye en tud en la historía, Madrid, Siglo XXI, 1979.J
Pour Marx, París, 1967, especialmente p. 59 [«Sobre e! joven Marx», en La revolución I111
12. Heinz Lubasz, «Marx's conception of the revolutionary proletariat», Praxis, vol. 5,
teórica de Marx, México, Siglo XXI, 1968]. Que Althusser no ha aclarado la diferen-
1-2, 1969, pp. 288-290. Desde una perspectiva diferente, Krishan Kumar argumenta
cia es lo que piensa Colleti en su «Philosophical and political interview», que volvió
también que e! proletariado fue «identificado y saludado demasiado pronto, antes de!
a aparecer en Westem Marxism: a critical reader, Londres, 1977, p. 335 [«Entrevista a 1¡llill
principal período de su formación como una activa entidad socia!», en "Can the WOf-
Lucio Colleti», Zona Abierta, 4, 1975]. En «Marxismo e dialettica», que acompaña la ¡IIIIIIIII,I
kers be revolutionary?», European Joumal o/ Political Research, vol. 6,4, diciembre de
edición italiana de la entrevista, Colleti plantea e! asunto con claridad: «Todos esta- ll
1978, p. 325.
mos contra e! cientifismo», dice, y añade: «e! problema es cómo estar contra e! cienti- 1IIIIIi
13. Martin Nicolaus, «Proletariat and middle c1ass in Marx: Hegelian choreography and II¡IIIIIIII
fismo y el positivismo manteniendo una relación seria y real con la ciencia»: lntervista
the capitalist dialectic», republicado ahora en D. McQuarie, 1 comp., Marx: sociology,
politico-filosofica con un saggio su marxismo e dialettica, Bari, 1975, p. 84. IIII,I!IIIII
social change, capitalism, Londres, 1978, pp. 230-252 ["Proletariado y clase media en
6. Los respectivos descubrimientos de Marx y Enge!s habrían sido producto de una
Marx: coreografía hegeliana y dialéctica capitalista», en El Marx desconocido, Barce!o- 11I11111111

«extraordinaria división de! trabajo», según Althusser, op. cit., p. 78. na, Anagrama, 1972]. Según ]ean Hyppolite, Marx ha puesto la dialéctica revolucio-
7. Michae! Lowy, La théorie de la révolution chez lejeune Marx, París, 1970, pp. 35-75, naria de! proletariado en e! lugar que la trascendencia de la Idea ocupaba en Hege!;
1111,li
para e! passage al comunismo, y pp. 100-135, para la coupure [La teoría de la revolu- Etudes sur Marx et Hegel, París, 1955, p. 141. Isaiah Berlin habla también de la per- 1
1

ción en eljoven Marx, Madrid, Siglo XXI, 1973]. manencia en Marx de la concepción central hegeliana, aunque traspuesta, en térmi- 1111 1: 1 1

La importancia de la rebelión silesiana, en Lowy, op. cit., p. 96, que afirma: «Basta un nos semiempíricos, en Karl Marx, Oxford, 4.' ed., 1978, pp. 92-93. Por supuesto, hay Ijlllllii
8.
análisis somero de los hechos para mostrar que se trataba de un conflicto entre pro- muchas más versiones de! mismo tema, algunas de las cuales resume David McLellan 11'111111,111111

letarios y capitalistas y no de un movimiento ludista de artesanos contra las máqui- en Marx be/ore Marxúm, Londres, 1970, páginas 155-172.
111I111111I11111
nas» (p. 97). Y sólo un análisis somero puede haber ocasionado, en efecto, tan grue- 14. Michel Henry, Karl Marx, 1, Une phílosophie de la réalíte, París, 1976, especialmen-
sos errores. Ante todo, atribuir a los «artesanos» e!ludismo es una osadía después te pp. 120-150, dedicadas a «la theorie du proletariat et de la révolution». E. Olssen III¡IIIIIII
de que Hobsbawm escribiera su «The machine breakers». Desde Frank E. Manue!, también había hablado de la «variante marxiana de la kenose divina» (cit. por McLle-
l ¡l¡
11111II111111

1
11111111 1,1
r 180 I APÉNDICES MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL 181

llan, op. cit.) Para una definición de Marx como «unquestionably a moralist», puede 21. Este es, al menos, el parecer -que comparto- de Steven Marcus en su espléndido 1111'1'

verse Robert C. Tucker, Philosophy and myth in Karl Marx, Cambridge, 1961. Engels, Manehester and the working class, Londres, 1974.
15. Así, David McLellan, Karl Marx: his li/e and thought, Frogmore, 1977, p. 86 [Karl Marx: 22. Cuando Marx y Engels hablan de «organización del proletariado en clase», «tienen
su vida y sus ideas, Barcelona, Crítica, 19771 De los escritos de Marx que cito a continua- en mente sin duda alguna el modelo inglés... los cartistas», afirma Monty Johnsto-
ción existen varias versiones castellanas, de las que no daré referencias concretas cada vez ne, «Marx and Engels and the concept of the party», The Socialist Register, Londres,
que resuma su pensamiento por no recargar estas notas más de lo que ya lo están. 1967, p. 124 [«Marx y Engels y el concepto de partido», en Vv. AA., Teoría marxista
16. Si se lee lo que unos años antes había escrito P. Gaskell en Artisans and maehinery: the del partzdo político, México, Pasado y Presente, 1977].
moral and physieal eondítion 01 the manulaeturing population, Londres, 1836, se com- 23. La interpretación de la más reciente historia de Francia como lucha entre sujetos his-
prende hasta qué punto Marx no sólo no dice aquí nada original, sino que está muy tóricos colectivos r¡o es tampoco novedad: así había construido Louis Blanc su His-
lejos todavía de haber comprendido algunos rasgos fundamentales de la clase que toire de dix ans, 1830-1840. Es evidente por lo demás que Marx tomó y elaboró «toda
describe. la noción de revolución burguesa L.. J de los historiadores liberales franceses de la
17. Una línea historiográfica dominada por esa problemática que llamaré «de los oríge- Restauración», como recuerda ahora Raphael Samuel en su importante estudio «Bri-
nes» sigue reivindicando a Lyon como «primera huelga general», «nuevo capítulo de tish Marxist historians, 1880-1980,1», New Lelt Review, 120, marzo-abril de 1980,
1,1
la historia del mundo» Patrick Kessel, Le proletariat Iran(ais, l, Avant Marx, París, p.33.
1

1968, pp. 253 ss.), como «primera gran insurrección obrera» (Jean Bron, Histoire 24. Véase}. D. Chambers, «Enclosure and labour supply in the industrial revolution»,
du mouvement ouvrier Iran(ais, París, 1968, l, p. 61). Tal problemática resuelve sin Economie History Review, 2.' serie, vol. 5, 3,1953, pp. 318-343, que polemiza con la
1:

plantearla la cuestión de articular en un conjunto lo específico de cada caso, en el «tesis institucional» de Dobb, y P. Deane, La primera revolución industrial, Barcelona,
que sólo se verán survivanees de otras épocas o «complicaciones» innecesarias, como, Península, 1968, p. 160. 1

por ejemplo. Jean Bruhat, «Le mouvement ouvrier fran<;ais du XIX siecle et les sur- 111 ,

25. Como dice gráficamente F. K. Donnelly, «vast armies of domestic or corrage industrial
vivances d'Ancien Regime», en Ordres et classes: eolloque d'histoire sociale, París-La I
workers were created by the early industrialization»; <<ldeology and early working
Haya, 1973, pp. 235-246 [«El movimiento obrero francés a comienzos del siglo XIX
class history; Edward Thompson and his critics», Social History, 2, mayo de 1976,
y las supervivencias del Antiguo Régimen», en AA. VV., Órdenes, estamentos y clases,
p.221.
Madrid, Siglo XXI, 1978J, y que le llevará a juzgar el nivel alcanzado en cada lucha 11'11,·,1
1,1
por referencia a lo que se supone su contenido final. «Desgraciadamente, el proleta- 26. Es, precisamente, una de las principales consecuencias de la magistral obra de Thomp-
1

riado está apenas formado como clase; no tiene ni jefes ni organizaciones. No tiene son, The making 01 the English working class, que trata especialmente de los viejos ofi-
doctrina», afirma el mismo Bruhat en su Histoire du mouvement ouvrier Iran(ais, l, cios tal como se sintieron «clase» hacia 1830. Una interesante información sobre el
Des origines ala revolte des eanuts, París, 1952, p. 220. debate a que dio lugar la obra de Thompson puede encontrarse en R. }. Morris, Class """1

and class consciousness in the industrial revolution, Londres, 1979.


18. Para la revuelta de Lyon es fundamental Robert}. Bezucha, The Lyon uprising 011834: 111)11

social and polítical confiiet in the early July Monarehy, Cambridge (Mass.), 1974, y Fer- 27. En esto, y en lo que sigue, soy por completo deudor de lo que considero mejor aná-
1

nand Rudé, L'insurreetion lyonnaise de novembre 1831: le mouvement ouvrier a Lyon lisis de las luchas de clases en este período: la crítica que en «Class struggle and the 1 11:

de 1827-1832, París, 1969. En ambos se encontrarán informaciones precisas sobre la industrial revolution», New Lelt Review, 90, marzo-abril de 1975, pp. 35-69, hace 1
estructura industrial y social de la ciudad. Gareth Stedman Jones del libro del mismo título de}. Foster. 1

1 11

19. Para una relación cronológica de las lecturas de Marx, véase Maximilien Rubel, «Les 28. Son las razones señaladas por David S. Landes en su clásico The unbound Prome-
cahiers de lecture de Karl Marx», International Review 01Social History, II, 1957, pp. theus, Cambridge (Mass.J, 1969, pp. 43-44, donde sitúa en el siglo XIII el comienzo 11
392-420. En 1844, Marx leyó, entre otros, a Buret, de quien en 1845 había tomado de la pérdida de independencia artesana [Progreso tecnológico y revolución industrial,
II1
más de cien extractos, y una ojeada a De la misere des classes laborieuses en Anglaterre Madrid, Tecnos, 1979J.
et Franee, París, 1840,2 vals., bastará para comprender la inmensa deuda de Marx. 29. La vieja discusión sobre el «standard of living» durante la revolución industrial hizo 1 111

20. Según dice Arthur Rosenberg en un libro que no está de más recordar hoy, Louis olvidar otros efectos del maquinismo, como E. J. Hobsbawm -uno de los principales 1 1

Blanc ya había visto «la raíz de todo mal en la competencia libre, porque arruina al participantes en aquella discusión- recordaba en «En Angleterre: révolution indus- 11

obrero y al burgués», y añade Rosenberg que <<ia lucha contra la competencia en sí no trielle et vie matérielle des classes populaires», Annales, XVII, noviembre-diciembre III,¡
es más que una reacción gremial»; Democracy and socialism, Nueva York y Londres, de 1962, pp. 1047-1061. Thompson estudió la relación de la nueva disciplina del tra-
1936, pp. 60-62 [Democracia y socialismo, México, Pasado y Presente, 1981]. bajo y la conciencia del tiempo en «Time, work-discipline and industrial capitalism»,
r 182 I APÉNDICES
MARX Y LA CLASE OBRERA DE LA REVOLUCiÓN INDUSTRIAL 18 3

38. Este proceso ocurre también dentro de la fábrica tradicional, cuando la jerarquía del
Past and Present, 38, diciembre de 1967 [«Tiempo, disciplina de trabajo y capitalis-
oficio, basada en la cualificación, se hunde tras la introducción de máquinas. Véase,
mo industria),>, en Tradición, revuelta y consciencia de clase, Barcelona, Crítica, 1979].
sobre esto, el magnífico trabajo sobre las consecuencias de todo orden que compor-
Sobre la tradición del lunes festivo, véase Douglas A. Reid, «The decline of Saint
ta la nueva tecnología en un viejo oficio artesano y fabril realizado por loan w. Scott,
Monday 1766-1876», Past and Present, 71, mayo de 1976.
The glassworkers of Carmaux: French craftsmen and political action in a nineteenth-
30. Tal historicismo es además, y como no podía ser de otra forma, monista, y su obse- century city, Cambridge (Mass.), 1974.
sión por los orígenes del movimiento obrero -que le lleva a rastrearlos incluso
39. «Esta llamada industria domiciliaria, la de nuestros días, no tiene nada en común, sal-
cuando no hay obreros que moverse puedan- tiene la misma raíz que su preocu-
vo el nombre, con la industria domiciliaria al estilo antiguo, que presuponía un arte-
pación por las llamadas «escisiones». Pues sólo hay origen y escisión si también hay
sanado urbano independiente, una economía campesina y, ante todo, un hogar donde
una clase, una conciencia de clase, un movimiento de clase, una organización de
residía la familia trabajadora. Actualmente esa industria se ha convertido en el depar-
clase y, finalmente, un partido político de clase. Las cosas, naturalmente, nunca han
tamento exterior de la fábrica, de la manufactura o de la gran tienda. Además de los
sido así de divinas.
obreros de las fábricas y manufacturas y de los artesanos que concentra espacialmente
31. Thompson ha indagado la racionalidad de estas rebeliones en su importante «The en grandes masas y comanda de manera directa, el capital mueve por medio de hilos
moral economy of the English crowd in the eighteenth centuIy», Past and Present, invisibles a otro ejército: el de los obreros a domicilio, dispersos por las grandes ciu-
50, febrero de 1971, pp. 76-136 [«La economía "moral" de la multitud en la Ingla- dades y la campaña». Karl Marx, El capital, Madrid, Siglo XXI, 1975-1981, libro 1,
terra del siglo XVIII», en Tradición, revuelta y consciencia de clase, Barcelona, Críti- p. 562. Para la definición de esta «esfera capitalista de explotación» como «traspatio
ca, 1979]. Para el caso francés es muy interesante Louise A. TilIy, «The food riot as de la gran industria», ibid., p. 567.
a form of political conflict in France», The Joumal of Interdisciplinary History, I1, 1,
40. Para Inglaterra, véase Asa Briggs, «Language of "class" in early nineteenth-century
verano de 1971, pp. 23-57, que está afortunadamente libre del reduccionismo cuanti-
England», en A. Briggs y}. Saville, comps., Essays in labour history, Londres, 1967,
tativista que le ha entrado después a todos los miembros de esta ilustre familia.
pp. 43-73. Para Francia, aparte de los abundantes estudios sobre los participantes en
32. «Quien dice revolución industrial dice algodón», señala E. J. Hobsbawm en Industry las insurrecciones de 1830, 1848 Y 1871, baste esta penetrante observación de Alexis
and empire, Harmondsworth, reimp. de 1979, p. 56 (Industria e imperio, Barcelona, de Tocqueville: «[La insurrección de junio de 1848] ne fut pas, a vrai dire, une lutte
Ariel, 1977]. Sobre el tema hay mucho escrito, y puede servir de guía a esa inmensa politique (dans le sens que nous avons donné jusquela a ce mot) mais un combat de
producción S. D. Chapman, The cotton industry in the industrial revolution, Londres, classe, une sorte de guerre servile». Souvenirs, París, 1942, p. 135.
reimp. de 1977.
41. Lo que se dice de la negociación colectiva es de Hobsbawm, «The machine breakers»,
33. Una de las primeras defensas del industrial-que Marx conoció y posiblemente apro- en Labouring men, Londres, 1976, p. 8 [«Los destructores de máquinas», en Traba-
vechó para sus elogios a los capitalistas- es el muy sugerente Andrew Ure, The philo- jadores, Barcelona, Crítica, 1979]. Para el caso francés, lean Pierre Aguet, Les greves

~
sophy of manufacturers, or an exposition of the scientific, moral and comercial economy sous la Monarchie de Juillet, 1830-1847, Ginebra, 1954, y WilIiam H. Sewell, «Social
of the factory system of Creat Britain, Londres, 1835. change and the rise of working-class politics in nineteenth century Marseille», Past
34. Sobre el incremento de esta categoría de trabajadores y los cambios del oficio, así and Present, 65, noviembre de 1974, pp. 75-109 -por sólo citar a dos entre varios-,
como sobre los problemas que aún subsisten, puede verse Duncan Bythell, The hand- coinciden al destacar el hecho de que los «artesanos» y no los obreros de fábrica
100m weavers, Cambridge, 1969. Un resumen de los principales temas, en «The hand- dominan el movimiento de protesta por poseer organizaciones, fuertes tradiciones,
100m weavers in the English cotton industry during the industrial revolution: sorne cualificación y raíces sociales.
problems», Economic History Review, XVII, 2. 1964, pp. 339-353, del mismo Bythell. 42. Tal como describe para Inglaterra Leon Faucher: «The operatives are pale and
Véase también S. D. Chapman y E. J. Hobsbawm, obras citadas. De este último es el meagre... it is evident that the race is degenerating»; Manchester in 1484: its pre- 1II

porcentaje que se cita en el párrafo siguiente. sent condition and future prospects, Londres, 1844, p. 72. Y M. Villermé observa
¡'ljl!1
35. Todo esto, y lo que sigue, está tomado de David S. Landes, op. cit., páginas 120-121. casi con idénticas palabras lo que acontece a una familia alemana que emigra a 11

36. Según dice Maurice Dobb, Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, Buenos Aires, una ciudad industrial francesa: «Leur teint se fletrit, ils maigrissent et perdent
leur forces»; Tableau de l' etat physique et moral des ouvriers employés dans les l'
Siglo XXI, 1972, p. 315. 1I1
manufactures de coton, de laine et de soie, París, 1840, vol. 1, p. 30. Para el «brea- 11
37. Son muy pertinentes las breves notas de Michael Hanagan, «Artisan and skilled wor-
king up» de los lazos familiares y la extensión del alcoholismo, véase P. Gaskell,
ker: the problem of definition», Intemational Labor and Working Class History, 12,
op. cit., pp. 61 y 82.
noviembre de 1977, pp. 28-36.
r 184 i APÉNDICES
11111

1
1
1

11

43. Así, para Maurice Dobb «la supervivencia, en la segunda mitad del siglo XIX, de las
condiciones de la industria doméstica y de la manufactura, tuvo una importante con- APÉNDICE 11 1
1
1111
1

secuencia... implicó que la clase trabajadora no empezó a cobrar, hasta e! último cuar-
Fiel a más de uno*
1111:

to de siglo, e! carácter homogéneo de un proletariado fabril... La supervivencia de las


tradiciones individualistas de! artesano, con su ambición de convertirse en pequeño Por Marisa González de Oleaga
patrono, por mucho tiempo impidió un crecimiento firme y amplio de! sindicalismo, 11

para no mencionar la conciencia de clase»; op. cit., p. 316. Por supuesto, ningún his- 1
«Un heredero fiel, ¿no debe también cuestionar la heren-
toriador del sindicalismo estaría de acuerdo con esta apreciación. 1

cia? e'Someterla a una reevaluación y a una selección cons- 1 l'l


44. Así, los Webb, en su clásico The history 01 trade unionism, Clifton, reímp. de 1973, tante, con el riesgo, como ya he dicho en algún lugar, de
insisten en los elementos de continuidad entre e! sindicalismo y las sociedades de
Ir
ser 'fiel a más de uno'? Ser responsable es a la vez respon-
obreros cualificados. Sobre e! diferente desarrollo del «new unionism» a partir de la der de sí y de la herencia, ante lo que viene antes de noso-
década de 1870 y los cambios de organización y procedimientos de actuación, véase tros y responder, ante los otros, ante lo que viene y queda
Keith Burgess, The origins 01 British industrial relations, Londres, 1975. Para Fran- por venir»
cia, según Bernard H. Moss, la industrialización no comenzó a afectar al «carácter Jacques Derrida
artesano de la clase obrera organizada ni al movimiento obrero urbano hasta después
de 1900»; The origins 01 the French labor movement: the socialism 01 skilled workers,
1830-1914, Berke!ey-Los Angeles, 1976, p. 156.

Esta es la primera de una serie de entrevistas que como directores de


la colección Clásicos para el siglo XXI hemos decidido incorporar jun-
to con los trabajos elegidos. Mientras discutíamos qué obras del fon-
do editorial iban a ser reeditadas nos dimos cuenta de que algunos de 111
los autores seguían, afortunadamente, en activo y que eso los conver- III!II
tía en testigos de su propia obra y de otro tiempo. 1
I
Recrear «los muchos presentes del pasado» ha sido la consigna. 11
Dejar que el autor nos cuente las otras maneras de hacer historia en 1111I

el momento en el que escribió la obra y las razones que le llevaron a


1
1
1

optar por su forma frente a otras posibilidades. Esta reorganización de 11

11

la memoria de la escritura y el relato de aquellas circunstancias puede


tener cierto impacto actual: ofrecer al lector la posibilidad de histori- ¡ill
1
1
* Las entrevistas se realizaron en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la 111
Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) los días 16 de julio y 5 de agosto
de 2009 y fueron dirigidas por Marisa González de Oleaga. Las preguntas fueron elabo- IIII!
radas por la entrevistadora y el prologuista de este libro, Pablo Sánchez León.

lil,l
F
FIEL A MÁS DE UNO I 187
186 I APÉNDICES

zar el presente, de entender las formidables posibilidades que se abren una memoría. De ese área, lo que me interesaba no eran los movi-
ante sus ojos, gracias a la acción especular de un pasado en movimien- mientos sociales ni la historia del pensamiento, de modo que el nom-
to. Posibilidad (de elección) pero también responsabilidad (en la deci- bre del área no coincidía con lo que yo más había trabajado, pero era
sión) son las dos caras, más o menos (in)gratas de este proceso. en ella donde se impartían las asignaturas de historia en las faculta-
Dejar una marca, una huella, un rastro sobre el proceso de recu- des de sociología y de políticas. A mí me interesaba la confrontación
peración de una experiencia -la de la escritura de un libro- y la de entre las dos maneras que yo creía se podía organizar la docencia de
su memoria -una nueva escritura-, que con el tiempo puede ser historia en una Facultad de Políticas y de Sociología. Una era impul-
leído con otros ojos, incluso bajo posiciones o desde perspectivas que y
sar la historia social otra la sociología histórica: una historia social
hoy ni siquiera podemos imaginar. Esto supone un desafío importan- como historia de la sociedad y una sociología histórica como estudio
te y paradójico para los que estamos implicados en la entrevista. Por de grandes procesos históricos. Pensaba que en un departamento de
un lado una exigencia de ajuste, de precisión, de concreción que le Historia de una Facultad de Ciencias Políticas y de Sociología, la His-
permita al lector apropiarse de esa experiencia; por otro, atendiendo toria tenía sentido no sólo como historia de ideas políticas y de movi-
a esas lecturas pendientes o diálogos diferidos, una cierta apertura, mientos políticos o sociales sino que había que reforzar esas mate-
un «dejar fluir» analogías y metáforas que pueden ser resignificadas rías con una inyección de sociología histórica; que debíamos trabajar
para que la sociología histórica empezara a formar parte de los estu-
en el futuro.
Tal vez, más que una entrevista esto sea un diálogo, en el sentido dios en nuestras facultades. Esa era mi convicción entonces y así se lo
original de la palabra: como un camino «a través del conocimiento». hice saber a la comisión de cátedra cuando me presenté diciendo que
Un camino incierto hacia un saber que no conocemos, que sólo apa- yo no era un historíador de las ideas y que, por eso, había preparado
recerá al ser enunciado y que al hacerlo se convertirá, ya irremedia- aquella memoria, de la que luego salió este libro.
M. G. Hiciste un trabajo nuevo para concursar a la cátedra, cuan-
blemente, en otra cosa.
do no parece que este ejercicio, la memoria, se tome siempre dema-
siado en serio, ¿no?
S. J. Claro, pero yo me presentaba, digamos, con un déficit de
equipamiento en las materias del área.
LOS MUCHOS PRESENTES DEL PASADO M. G. Siendo tu doctorado en Sociología, ¿cómo se explica ese
salto hacia la Historia?
Marisa González. ¿En qué contexto se escribió este trabajo, Historia S. J. Quizá porque la lectura de los clásicos me llevó de una a la
otra; para mí fue muy importante leer a Marx pronto, con veintitan-
social/sociología histórica?
Santos Juliá. Bueno, el contexto inmediato fue la convocatoria de tos años. Lo primero fue el volumen 1 de El Capital, en aquella tra-
una cátedra en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la ducción de Wenceslao Roces que editó el Fondo de Cultura Econó-
UNED. Se trataba de una cátedra del área de Historia del Pensamien- mica y que me pareció un relato fascinante, yo me lo bebí. Con el
to y de los Movimientos Sociales y Políticos y había que presentar segundo y el tercero, ya fue otra cosa. Y luego, casi de inmediato,
111

11 1'

188 I APÉNDICES FIEL A MÁS DE UNO I 189

I I~
1I1
vino Max Weber: dos grandes que siempre caminaron en el filo de la mi interés por la sociología histórica corre parejo con mi interés por
teoría social y la historia. la historia social de España. Y obedece muy claramente a la traduc-
M. G. ¿Qué papel jugó tu relación con los sociólogos españoles ción de Perry Anderson, que conecta con mi interés por la explica- 1,1

interesados en el análisis histórico y la que mantenías con los historia- ción marxista de la historia a la que había dedicado alguna atención
dores más familiarizados con los debates de teoría social en la redac- como muestra el trabajo sobre «Marx y la clase obrera de la revolu- 11
1

11:

ción del libro? ¿Sobre qué discutían entonces en términos académi- ción industrial» que aparece publicado nuevamente en este libro.
r")
cos y políticos? M. G. Rememorando lo que estaba en juego en aquella coyuntu- 11
1

1:
1

S. J. Cuando terminé en la Escuela de Sociología, trabajé con y ra, ¿qué creías que podía aportar la historia social al contexto político 11
1

para Carlos Moya, que por entonces, hacia 1972, investigaba sobre y social español? Tú decías en otra conversación que para ti la socio- ljl '11
I
'1 .

la situación de la medicina en España, y debatíamos sobre estructura logía era como un equipaje, un instrumento teórico y metodológico ,li'll

social de España en el siglo xx, el peso de la aristocracia financiera, la para estudiar procesos históricos, que a ti la teoría sociológica te inte-
falta de una clase media, el nacional-catolicismo, de todo eso que se resaba en la medida que aclaraba o arrojaba luz sobre una cuestión 1:11

presentaba como causa del fracaso de la revolución burguesa y de los determinada, te permitía explicar un proceso real, empírico. ¿Por qué 111I1111

procesos de modernización. Así comienzo a interesarme por la his- esas dos formas de mirar, la sociología histórica y la historia social, y 1
111,

toria de España del siglo xx, con la impresión de que el cambio de en qué medida podían aportar algo a la coyuntura que estabas vivien-
sociedad se inicia de manera rápida y con todos los elementos que la do? ¿Cuál es la relación?
11,:1
sociología atribuye a la modernización en la década de 1910, que pre- s. J. Yo creo que el interés de entonces radicaba en que noso-
sencia ya un proceso acelerado de urbanización, un incremento nota- tros habíamos sido formados en la idea de que la historia de Espa-
ble de las clases medias, una secularización de la vida y de la moral ña era una anomalía, un fracaso; ese era el punto de partida. Luego, 1111
pública, todo eso que ocurre en las dos primeras décadas del siglo xx, considerando los procesos a largo plazo, del fracaso se pasó al atra-
que son años de gran densidad cultural. Esta constatación me aleja de so. No se trataba tanto de negar lo que efectivamente había ocurri- 1II
11

la explicación sobre el fracaso político de la democracia en España, y do en España como de reconocer que todo había llegado más tarde. Iljll
me empuja más a la historia, hacia el análisis más detallado de un pro- La sociología histórica te podía dar la perspectiva genérica del proce-
ceso histórico particular, específico. Poco después, van apareciendo so y la historia social podía aportar el conocimiento de lo que había 11 1 11

en el ámbito no español, porque aquí no surge nada similar, grandes pasado realmente, en qué medida las transformaciones de la socie-
I!III
estudios bajo la perspectiva de la sociología histórica, los libros de dad española habían sido un freno, un problema, o un impulso en el
desarrollo de aquel proceso. De repente, España daba un gran paso ¡I:II/I
Perry Anderson, Theda Skocpol o Michael Mann, yeso me interesa.
Además Siglo XXI me propuso la traducción de dos obras de Perry adelante, antes que otros países, por ejemplo con la Constitución de 11
Anderson que fueron, para mí, otro descubrimiento, porque aquello Cádiz o la República y, sin embargo, las reacciones ante esos procesos 1 1
¡I,III
no tenía nada que ver con el debate que se desarrollaba por enton- eran mucho más duras, más terribles, mucho más costosas y destruc-
ces en la sociología española, nada que ver. Los sociólogos españoles tivas. Y esa perspectiva te la daba, o así lo pensaba, la historia social lillll
no se habían asomado a ese tipo de teoría ni de práctica. Entonces como historia de la sociedad. Gracias a esto entendimos que la socie-

:i'll

....__---_-,'lllil e
1111,)"
r 1

1
190 1 APÉNDICES '1 1

FIEL A MÁS DE UNO I 191 1

11

dad española se estaba transformando, sin negar la existencia de ele- S. J. Weber siempre ha sido una inspiración, siempre, nunca IIII[
mentos retardatarios en relación con otras sociedades europeas, como renuncié a mi herencia weberiana. Como digo, empecé a leer a Marx 1

la francesa o la inglesa. antes que a Weber. La noticia de la existencia de Max Weber me lle- I1
M. G. Entonces la utilidad de esas dos perspectivas residía en gó en alguno de los largos paseos por Sevilla en compañía de don 1

su capacidad para conocer los mecanismos de cambio y para operar Ramón Carande, un gran andarín. Yo le hablaba ingenuamente de
sobre ellos, ¿no? Marx y él se paraba, levantaba el bastón y me decía: «Lea usted a
S. J. De cambio y de reacción contra el cambio ¿no? que fue bru- Weber, amigo ]uliá» y entonces, pues, me hice con los dos grandes
tal. Y entonces, claro, de ahí viene que en un segundo momento me volúmenes de Econo~ía y Sociedad y luego me zampé La ética protes-
interese la política, entendida no como una cuestión exclusivamente tante y el espíritu del capitalismo, un libro maravillosamente escrito.
de elites o de gobiernos sino de fuerzas políticas, de poder, de cómo Weber insiste en la importancia del sentido que los actores atribuyen
se organiza, cómo se estructura, el poder político, cuáles son las fuer- a la acción y a ese sentido el investigador tiene acceso a través del len-
zas que operan sobre el Estado. guaje, una perspectiva que siempre me ha interesado.
M. G. Tú definías en este libro la historia social «como una sensi-
bilidad respecto de una teoría y una metodología».
S. J. Sí, la historia social como forma de dar cuenta de procesos
sociales pero no buscando una determinación causal sino formulando, IDENTIDAD Y FILIACIÓN
a la manera weberiana, hipótesis de probabilidad. La percepción de
que todo lo que ocurre es complejo, que hay muchos factores, que esos M. G. Bueno, estábamos con el sociólogo que se convierte en histo-
factores no actúan siempre de la misma manera y en la misma dirección riador. La sociología como equipaje, la historia social como una sen-
y que es preciso percibir lo que en cada momento pueda explicar que sibilidad.
aquello fuera como fue, en lugar de haber sido de otra manera. S. J. A mí me interesa la sociología en la medida en que, por ejem-
M. G. ¿Yeso no tendrá que ver con el tema de la agencia? ¿Cier- plo, me puede relacionar la ética protestante con el origen del capi-
ta sensibilidad respecto a los sujetos, cierta empatía, más que a los talismo. ¿No?, esa es la mirada sociológica. En el momento en que se
factores estructurales? empieza a hacer teoría de la teoría...
S. J. Claro, claro, todo eso supuso una liberación, ¿no? De la M. G. Metateoría.
determinación en última instancia, que siempre estábamos con aque- S. J. Metateoría permanente... Eso a mí me deja frío. Entonces
llo, a la introducción de los sujetos, de la recuperación de los sujetos hay un momento en que pensamos ¿Qué nos ha pasado a nosotros?
en la historia social que nos viene a nosotros, al menos en mi caso, ¿Qué nos ha pasado a nosotros en España? Hay un momento en que
viene de haber leído a Marx y, en un momento clave para mi trabajo, eso es lo que me interesa y el equipaje que me proporciona la sociolo-
a E. P. Thompson, esa obra maestra que es The Making o/ the English gía no me satisface. Los sociólogos que ejercían cuando yo empecé a
Working Class. trabajar analizaban el siglo XX español de modo que una enorme can-
M. G. En este trabajo se observa una presencia fuerte de Weber. tidad de cuestiones quedaban fuera. Por ejemplo cuando te metes a
,. 192 ! APÉNDICES
FIEL A MÁS DE UNO I 193

ver qué pasó en la República o antes en los años veinte, con esa den- de injusticia social, de miseria, de explotación que no tiene respues-
sidad cultural tan rica, tan variada, con tantos intereses en juego que ta en tu mundo porque inmediatamente ves que la respuesta que te
afectan a todos los ámbitos de la vida intelectual, donde hay médi- da ese mundo es moralizante e inútil. Entonces empezamos a relacio-
cos eminentes, químicos, físicos, ¿cómo puedes explicar eso con una narnos con gente que está en el Partido Comunista (pc), en Comisio-
teoría que atribuye lo que ha pasado en España a que la clase media nes Obreras, que te encuentran para hacer algo en común o para que
no existía, o dice que la burguesía era una burguesía de servicio y tú tú les prestes apoyo, poniendo a su disposición un local, para que se
estás viendo que hay industrias, no? reúnan, y ahí empiezas a descubrir otro mundo y ese mundo sí tenía
M. G. ¿Por qué te resultaba tan importante preguntar «qué nos una explicación, que era que aquí había habido una derrota, la de la
ha pasado»? clase obrera, y comienzas a entender lo que ocurre en esos términos.
S. J. Llegó a ser importante pero no lo fue en un principio. Al Los años sesenta fueron los del diálogo marxismo-cristianismo, sobre
,1
1

comienzo de mi dedicación a la investigación lo que me parecía eso fue mi primer artículo, publicado en Cuadernos de Ruedo Ibéri- ,11

importante era la Revolución Rusa y su resultado, o Marx y los orí- co, allá por 1968, y, bueno, hay un momento en que ese intercambio
genes de la revolución industrial, ninguna de ellas relacionadas con parece prometedor. Hay gente, por ejemplo Alfonso Carlos Comín, 1:
111

España. De hecho, para lo que pedí mi primera beca fue para estu- que lo vive plenamente hasta que muere. Yo dejé de vivirlo porque
dejé de creer, se me cae el andamiaje teológico moral que había sido II!
diar procesos revolucionarios, qué pasaba en las sociedades una vez
que las revoluciones habían triunfado. Dentro de la sociología histó- el caldo de mi educación y entonces lo que se afirma es esa visión,
rica de las revoluciones, leí a Crane Brinton y toda aquella literatura digamos, materialista y marxista.
M. G. Pero esas imágenes de otros mundos posibles se forjan lilll;
sobre el hombre rebelde, la privación relativa y demás, pero eso me
dejó de interesar y entonces me vuelco más en los procesos concretos en la relación con la gente del PC que, supongo, estaban entrando i
y hay un momento en que no sabes si haces historia o haces sociolo- y saliendo del país, trayendo nuevos aires a esta atmósfera cerrada
gía y te encuentras que estás haciendo historia sin ser historiador de e irrespirable. ¿Qué otras fuentes ayudaron o contribuyeron a este
formación. Por ejemplo, hay una discusión sobre la socialdemocracia cambio de aires?
europea en su conjunto, sobre la división entre una corriente refor- S. J. Los contactos con la gente del PC y de Comisiones Obre-
mista y otra revolucionaria, ¿cómo se plasmó eso en España? Y es eso ras, los del Metal, en la Sevilla de los años 1965 a 1967 fueron muy 11

lo que me llevó a meterme en la República y a estudiar el socialismo importantes para mí. Luego me fui a París y nos hacemos amigos, !II·II,I

durante ese período. otro muy querido colega de Sevilla, Manuel Mallofret, y yo, de Fer- I
'1
1

M. G. ¿Pero por qué la Revolución Rusa y Marx? nando Claudín y de José Bergamín, un descubrimiento de otro mun- 111

S. J. La gente, como yo, nacida inmediatamente después de la do, el del exilio. A Fernando Claudín le pasé dos artículos para Cua- 11
1I
11

guerra civil, hemos tenido una educación encapsulada en un mun- dernos de Ruedo Ibérico, que en fin, si hoy los releo, encuentro que
1

do católico autárquico. Terminé el bachillerato en el Instituto San Isi- están escritos por un católico pero que está en ruptura total, total. 1
11 1

doro, de Sevilla, y me metí en el seminario, y entonces muchos de Uno sobre Pablo VI y la Guerra de Vietnam, muy crítico con la posi-
'1I

nosotros, gente socializada católicamente, tropieza con una realidad ción equidistante del Vaticano en aquella guerra, porque para mí la 1

'1'

1111
II'I!I'
l'

,
, 194 i APÉNDICES
FIEL A MÁS DE UNO I 195
"

razón, la historia, la moral estaban con los vietnamitas y considera- interesó mucho Trotsky, su vida, su obra, aquel fatalismo thermido-
"1

'!I
ba la injerencia de Estados Unidos como una agresión imperialista. Y riano de las revoluciones ...
el otro, sobre el diálogo marxismo-cristianismo, bueno, esos fueron M. G. En ese tránsito entre un profundo catolicismo y el marxis-
dos de los temas de reflexión durante mi estancia en París y suponen mo descreído, ¿qué papel juega la escritura de relatos históricos, la
un punto de inflexión que anuncia la inmediata ruptura. Cuando escritura de la historia?
alguien viene de una experiencia profunda como creyente y sale de S. J. Yo lo llamaría un ejercicio de búsqueda que finalmente sabes
eso, después de una crisis, siente cierta liberación pero queda incapa- nunca alcanzará una explicación total, que, la verdad, dejé muy pronto
citado para volver a abrazar una causa total. .. de buscarla, porque ha pienso que las sociedades sean totalidades en el
M. G. Genera anticuerpos contra todo tipo de fundamentalis- sentido de las sociologías holísticas o comunitaristas. El fin de la historia
mas ... supondría que alguien pudiera dar una explicación total yeso sería vol-
S. J. Absolutamente, por lo menos en mi caso, que entendí el ver a Dios. Lo que no significa que no pueda haber acercamientos y que
marxismo como teoría general del proceso histórico y del mundo esos acercamientos estén condicionados por tu propia biografía
que nos había tocado vivir. Además, había otra cosa en esa visión y por el mundo de conceptos, de valores, de actitudes en que te mueves.
que a un católico podía atraerle: la importancia del compromiso. Pero esas aproximaciones son aportaciones a un debate permanente, y
Eso es lo que me llevó a estudiar a Marx en aquellos años: su doble nunca darás, ni hace falta, con una teoría general que te lo explique
dimensión, por así decir, científica y ética. Pero muy pronto, cuando todo ni con una narrativa que pueda dar cuenta de todo. Eso lo tengo illll
empieza a hacerse más claro lo acontecido en la URSS -con las pur- claro. Entonces el tránsito de la sociología a la historia forma parte tam- 'i

gas y el gulag- me pregunto por las consecuencias de las revolucio- bién de una necesidad práctica. Después del interés por las revolucio-
nes. Tampoco se trata de un repliegue acrítico en Marx y el socialis- nes, que empezó a parecerme me quedaba fuera de mis posibilidades,
mo. Ya resultaba, para mí al menos, escandaloso leer Humanismo y aproveché el año que pasé en Oxford, metido la mayor parte del tiempo
Terror de Merleau-Ponty, donde se explica la justicia histórica de los en la Biblioteca Bodleian, para enterarme del proceso de revolución
crímenes soviéticos en función del fin. Y dices: ahí hay una impos- industrial que tuvo lugar en ciudades de Gran Bretaña y tratar de enten-
tura, que el fin no puede justificar los medios yeso también se te va der a Marx en esa circunstancia. De ahí sale el artículo que acompaña 1

;liiR!i
derrumbando, por esta distancia respecto a los que justificaban casi este trabajo, que pudo ser germen de mi tesis doctoral, pero que dejé
todo lo que estaba ocurriendo en el mundo comunista. Yo me sentía entre otras cosas porque hubiera tenido que aprender alemán... 11I1

~
i 11
entonces mucho más cerca de la reflexión de Camus. M. G. No estoy muy segura de que esa razón sea aplicable. Supon-
M. G. O sea que empiezas abrazando la revolución con un solo go que debe haber académicos que hayan trabajado sobre Marx sin 1111 1111

brazo, con cierto descreimiento. saber alemán.


S. J. Más que abrazar, comienzo preguntándome por los resulta-
dos. Tal vez he sido tocquevilliano aún antes de haber leído a Tocque-
S. J. Sí, pero a todo esto yo ya llego tarde, porque llego a los
treinta y tantos años, treinta y ocho, treinta y nueve años y tengo
I~
ville. Para mí en Rusia después de la revolución permanecen ciertas que darme prisa para presentar una tesis doctoral porque, estando
estructuras de larga duración frente a los cambios. En este sentido me todavía en Oxford, en 1978, surgió una oportunidad de incorpo-
1

196 I APÉNDICES FIEL A MÁS DE UNO I 197

rarme a la universidad gracias a Carlos Moya y Mari Carmen Ruiz de S. J. Pero mi interés sobre la República nace unos años antes de 1

1
1

Elvira y bueno, la tesis era un elemento importante y entonces dejé meterme en la tesis. Nos hemos saltado que en 1974 fui a Estados
1

aparcada mi preocupación por Marx y por la clase obrera de la Revo- Unidos con una beca de diez meses prorrogables, de la Comisión '1
1;11

lución Industrial -como titulé ese artículo- y me metí de lleno en Fulbright. Un año antes, había vuelto a Sevilla para dirigir un hermo- 11
1

'

el estudio de lo que había pasado en Madrid durante ese mismo so colegio de EGB y Bachillerato en el Aljarafe y después de un año,
proceso, el de su primera industrialización: había leído el magnífico me doy cuenta de que si me quedo allí va a ser para siempre. Tengo 111

Outcast London de Stedman Jones y percibido la potencialidad del treinta y cuatro años y se me acaba el tiempo para cambiar de orien-
estudio de una ciudad. De ahí sale Madrid, 1931-1934, de la fiesta tación. Veo, entonces, un anuncio de la convocatoria de la Comisión 1 1
1

popular a la lucha de clases, que fue mi tesis y que publicó también Fulbright de ese año y como tenía los papeles preparados, porque
Siglo XXI. los había presentado sin éxito a la Fundación March, los presenté de
M. G. Además regresas a Madrid, ¿no? Y supongo que el regreso nuevo, ahora sin ninguna esperanza, pero en fin, como no me cos-
también impone cierto giro en tus preferencias temáticas. taba nada ... Lo bueno fue que me convocaron a una entrevista que
S. J. Claro, vuelvo por segunda vez a Madrid pero ahora no a tuvo lugar el mismo día en que asesinaron a Carrero Blanco. A prime-
buscar trabajo, sino con un puesto de ayudante del Instituto de Cien- ra hora de la tarde bajé a Sevilla, que estaba medio desierta, pero la
comisión mantuvo la cita. Alguno de sus miembros se mostró extra-
cias de la Educación de la UNED, un puesto de trabajo fijo, ¡por fin! o
indefinido, digamos, y entonces escribo el libro sobre Madrid. Cómo ñado de que el director-gerente de un colegio quisiese viajar a EEUU. I
se ha ido transformando la ciudad desde principio de siglo, cómo y yo les dije que era mi última oportunidad de investigar, «yo lo que
ha surgido una nueva clase obrera muy dependiente del sector de la quiero es investigar y es mi última oportunidad porque cuando cumpla
construcción que rompe con la vieja estructura de la sociedad de arte- treinta y cinco, ya no podré aspirar a becas». Y decidieron concedér- 111

sanos y de oficios y empiezo a considerar el conflicto de la República mela, más, creo yo, por la convicción con la que mostré mi interés
111 11

desde otra perspectiva, no sólo como una lucha proletariado/patro- investigador que por curriculum, que no tenía.
nal. Si el proletariado está dividido entre UGT y CNT, la patronal no es M. G. Y entonces te fuiste a Estados Unidos... 1;11

!~
, 1

única, las grandes empresas son menos conflictivas que los pequeños S. J. Sí, nos fuimos -Carmen y yo, y el niño que esperábamos- a
patronos. Estados Unidos, a Stanford, con el propósito de investigar en la per-
M. G. Estábamos hablando de cómo pasaste de la Revolución y sistencia de las estructuras sociales en sociedades postrevolucionarias,
Marx a Madrid... , perdóname, ¿la tesis era sobre la Segunda República? que así se titulaba el pretencioso proyecto. Y cuál no sería mi sorpresa
S. J. Claro, era Madrid en la Segunda República, pero hay un pri- cuando me encuentro en la Hoover Institution con el legado Bolloten, 1

mer y largo capítulo que trata de la ciudad de Madrid desde princi- un fondo de periódicos, panfletos, folletos y recortes sobre la Guerra
pios del siglo xx. Civil. Me sumerjo en ese fondo y encuentro también la colección del 111

M. G. Hay toda una generación de historiadores en busca de periódico Claridad, editado en 1935 por la facción de izquierda del
lazos de continuidad con la Segunda República después del largo PSOE, Y ahí empiezo a interesarme por los socialistas en la Repúbli- 1/
11,

invierno franquista, ¿no? ca. En un cubículo de la Hoover escribí La izquierda del PSOE, que es
\1
r 198 I APÉNDICES FIEL A MÁS DE UNO I 199
'ill
mi primer libro de investigación, terminado aquí, pero elaborado allí, Si se organizaban ciclos de conferencias -recuerdo una vez que en
porque allí pude leer mucho sobre corrientes revolucionarias y refor- un salón del Palacio Arzobispal habló Giménez Fernández, que había 1I11

mistas del socialismo europeo, sobre todo de la socialdemocracia ale- sido ministro de la República, sobre reforma agraria- allí nos reunía-
mana y del socialismo francés. Después entregué el libro a Siglo XXI, mos gente de Comisiones, del Partido (Comunista, naturalmente), de
para la que había traducido capítulos de una historia de la Filosofía la Iglesia, y allí se podía percibir una suerte de memoria del pasado,
porque allí estaban Javier Abásolo, Nacho Quintana, amigos muy cer- una memoria que pretendía cerrarlo y superarlo bajo la convicción de I
canos, y Fernando Claudín, que leyó el original y recomendó su publi- que «esto no puede volver a repetirse».
cación. Luego, casi inmediatamente, salió Orígenes del Frente Popular, M. G. Pero a veces ¿no se confundió la superación de ese conflic- I

también publicado por la misma y querida editorial. to, traumático para más de una generación, con el silencio o la nega-
M. G. De la gramática de las revoluciones a «¿qué nos pasó en ción?
España?». ¿Cuál fue el resultado de todo eso? No solo en términos S. J. Sinceramente, creo que no. Yo recuerdo conversaciones no
historiográficos sino también en términos personales. ¿En qué medi- solo con gente del PC y de Comisiones sino con un pequeño grupo
da esa investigación, ese relato sobre lo acontecido en España com- que procedía de la CNT, en las que se hablaba del pasado, no con
pensó ausencias, silencios? ¿Para qué te sirvió, no solo a ti como indi- el caudal de conocimientos con que se habla ahora porque no había
viduo sino a tu generación? tanta información, pero se hablaba del pasado, de lo que había sido l'
S. J. A mí concretamente me sirvió para someter a crítica yexpur- la guerra, del desastre. Desde que aparecen Triunfo, y Cuadernos para
gar una visión demasiado moralista de la guerra, adquirida en los el diálogo, claro que había interés, mucho interés por el pasado más 111'

años sesenta, cuando andábamos con el diálogo cristiano-marxista a o menos reciente. Y desde luego, cuando salíamos fuera, a París, por
cuestas. Estos trabajos me obligaron a una aproximación más críti- ejemplo, como fue mi caso en el curso de 1967-1968, íbamos a la 111
ca del pasado, de los errores de la izquierda, de sus divisiones, de sus librería de Maspero a ver la sección dedicada a España, a la librería
I
incapacidades para generar políticas comunes. En buena medida, los española a ver los Cuadernos y te comprabas todo lo que podías y lue-
contactos entre católicos y comunistas en los años sesenta y, luego, go en los mítines se hablaba de la guerra, del pasado, del franquismo,
entre comunistas y otros disidentes del Régimen ya anunciaban esa claro que se hablaba. Muchas veces se dice «bueno, es que fue una :111
mirada crítica. Todos sentíamos la carga, sin necesidad de equiparar generación que no habló», y no es verdad, hablábamos, aunque para '

responsabilidades, de unos y otros, sin que eso quiera decir que todos enterarte, para encontrar publicaciones, tenías que ir fuera o comprar :1
fueran lo mismo, sino asumiendo las responsabilidades y los errores aquí bajo cuerda, como fue mi caso con las obras de Azaña, yeso era
propios. Por eso siempre digo que al final de la Dictadura y durante alrededor de 1970.
I

la transición hubo memoria histórica pero que esa memoria funciona- M. G. ¿En qué medida la aparición de relatos históricos sobre un
I

ba de manera distinta a como funciona ahora. Cuando un católico se período como pudo haber sido por una parte la República, la guerra, I

1IIInll
sienta con un comunista en los años sesenta sin exigir ni verse obliga- y el franquismo, impactó en el autorrelato, en el relato personal, en la
do a dar cada uno explicaciones sobre lo ocurrido en la guerra, sig- construcción de la propia imagen, de la imagen de una generación? 1

nificaba que los dos creían en las responsabilidades de ambas partes. S. J. Ya, pues la verdad es que no sabría decirte; no, no sabría...
1

I
r I
200 I APÉNDICES FIEL A MÁS DE UNO 201

M. G. Pues piénsatelo... el problema de las divisiones, la falta de disciplina, la división de la


(Risas) ... clase obrera. Como muestra de lo que digo y que nos parecía muy
S. J. No creo que se pueda decir de una manera general que en claro: si hablabas en aquellos años con un anarquista, a quien ponía
los relatos históricos sobre la República o sobre la guerra estén impli- verde era al comunista más que al franquista y si hablabas con un
cadas las experiencias personales o familiares ni que desde esos rela- comunista éste te decía que quien echó todo a perder era el anar-
tos se pudiera contestar a la pregunta ¿ qué le pasó a mi padre o a mi quismo. Me parece que es ahora cuando hay una reivindicación un
familia en la guerra? poco beata de la República y a veces anacrónica: ¿cómo podían los
M. G. Bueno, todos recibimos un legado simbólico yen ese lega- comunistas reivindicar la República si en abril de 1931 se manifesta-
do ocupa un lugar muy importante los relatos generales en los que el ron en contra? Yo creo que es esta interpretación desapasionada de
relato individual o familiar puede inscribirse. la República, en la que se veían los errores y los fallos, la que permi-
S. J. Claro, pero para mi generación lo determinante no fue la tió establecer políticas de coalición. Es verdad que en los años sesenta
guerra sino la fractura provocada por el encapsulamiento en que nos en España hay muchos grupos, mucho fraccionamiento político, pero
formamos y que se vivió de manera diferente según distintas trayec- hay siempre una corriente centrípeta, una corriente hacia la coalición,
torias. Para los que vivimos la experiencia católica, el Concilio Vati- hacia la alianza. Se empieza a investigar en algunos departamentos
cano II fue de una importancia radical, y lo fue salir de España, el universitarios sobre Fernández de los Ríos o Besteiro, y las figuras
hecho de salir e incorporar a tu biografía la experiencia de una socie- que interesan indican que lo que se pretende es más bien ir por el
dad organizada sobre unos principios totalmente distintos a los que camino de cierta concordia, ¿eh? Tal vez todo esto se pueda entender
conocíamos. Salir fue mucho más decisivo que cualquier relación con porque fuimos una generación sin padres. Hubo muchos derrotados
el pasado. Salíamos al extranjero y al encontrarnos con otra realidad sin serlo, mucha gente depurada que tuvo que abrirse camino ... Para
nos decíamos «queremos ser como ellos», esa fue nuestra posición. ellos fue mucho más terrible que para nosotros. Al menos nosotros
M. G. Pero esa proyección a futuro (<<queremos ser como ellos») creíamos que había un futuro ...
no se suele hacer sin la ayuda de una reinterpretación del pasado, M. G. Un futuro que se podía proyectar sobre ¿qué tipo de iden-
sin una nueva inscripción en lo acontecido, ¿no jugó la República el tificación con el pasado?
papel de ese lugar perdido y después bienhallado para la gente de tu S. J. No sé, en mi generación hubo gente muy luchadora y gente
generación? ¿No buscaron en la República, en sus logros y ambicio- como yo más retraída, más dubitativa, más escéptica, que no se sacu-
nes, una línea de continuidad y legitimidad, un cierto sentido de filia- dieron hasta muy tarde la sospecha de que las cosas podían ir mal.
ción? Recuerdo el día del entierro de los asesinados en el despacho de Ato-
S. J. Creo que en nuestro caso más que buscar una filiación repu- cha como uno de los días más tristes de mi vida, al menos de los que
blicana en el pasado -si puedo reconstruir y no proyectar sobre el tengo conciencia, ¿no? Porque de niños has pasado días malos pero
pasado, sobre mi pasado, cosas que he visto y sentido después y pue- no te acuerdas o los registras de otra manera, pero de ese día tengo
do reconstruir el clima de la época- la actitud que predominaba era plena conciencia. Me fui solo al acto convocado en la Plaza de los
la de que aquello, la guerra, no se podía repetir. Se enfatizaba mucho Juzgados, la del Tribunal Supremo. Un día plomizo y esa sensación
r 202 I APÉNDICES
- I
FIEL A MÁS DE UNO I 203 11

de que lo recién conseguido podía perderse para siempre. Había una dérmica, cierto malestar que, me parece, va más allá de la consabida
multitud enorme, era enero de 1977, antes de la legalización del Par- racionalización, como si lo que estuviera en juego en ese debate fuera
tido Comunista, no se sabía cómo iba a responder la policía, no se algo que escapa a la discusión estrictamente historiográfica. Me vas
sabía si iba a haber un grupo de ultras que irrumpieran en la concen- a permitir que yo baraje una hipótesis sobre lo que está detrás de la
tración en algún momento. No sentía miedo, ningún miedo, sino una polémica. Me parece que tú acusas cierta falta de reconocimiento por
pena muy grande, una tristeza que me hacía llorar, por ellos, a los que parte de esta generación, la de los nietos de los protagonistas de la
no conocía personalmente, por nosotros... guerra civil, hacia tu generación, la de los hijos de los que hicieron
M. G. Un tipo de identificación negativa: «lo que no debía ser». la guerra. •
S. J. No sólo eso. No era sólo una cuestión negativa, de decir «Así S. J. Sobre todo de algunos...
no y no sabemos cómo». Se tenía muy claro que la guerra -mis padres M. G. Sí, sí por supuesto estoy diciendo contra los que tú polemi-
peleando contra los tuyos- no podían imponernos el camino futuro. zas. Como si no pudieran o no quisieran reconocer que la España en
No se trata de que esto no ocurra otra vez sino que lo que va a ocurrir es la que les tocó vivir, es en buena medida el legado de toda una gene-
lo que tú y yo vamos a hacer juntos. ración que sacrificó muchas veces sus lealtades primarias, sus lealta-
M. G. Y en esa buena voluntad, ¿no influyen los encuentros de la des familiares, por su fidelidad a una ideología o su pertenencia a una
segunda generación, la de los hijos, de uno y otro bando? generación. Y por ello, decir que la transición se hizo sobre un pacto
S. J. ¡Hombre! Hay un año clave que es el 56. El otro día, veo de olvido o desmemoria es, además de un error fáctico, según tu pare-
que una revista del exilio reproduce un manifiesto de estudiantes de cer, un juicio de valor que desprecia el sacrificio de esa generación.
Valladolid, -que por el lenguaje empleado parecen proceder del Fren- S. J. Mucho de eso hay. Creo que se ha caído poco en la cuenta de
te de Juventudes o de Falange- en el que afirman que hay que dejar que entre aquellos «hijos de vencedores» había padres que murieron
de hablar de vencedores y vencidos. Según ellos, eso es lo que exige la en la guerra o los mataron o los cogieron en su casa y los fusilaron o
I
construcción de la nueva España y el texto lo reproduce el Boletín de murieron combatiendo, o sea que de vencedores no tuvieron nada,
intelectuales del exilio en México, para llamar la atención sobre lo que y de franquistas muchos ni tiempo de serlo tuvieron porque fueron
está pasando en España por esos años. Se ve con mucha claridad en sacrificados en los primeros días de rebelión y revolución. Bueno, !I
esos manifiestos, como en otros de Madrid y Barcelona, yeso fue lo muchos de esos hijos se convierten en comunistas o se hacen socia- 1

que me hizo adoptar esa expresión de «echar al olvido». Es curioso


que unos estudiantes de Valladolid dijeran hace cincuenta años a pro-
listas. Entonces ¿de qué se han olvidado? ¿Se han olvidado de que
a su padre lo han asesinado? ¿Cómo se pueden olvidar de eso? Han I ~I
pósito de vencedores y vencidos que «esto hay que arrojarlo al olvido». tenido un gesto de coraje moral y político. Mucha de esta gente había 1

M. G. Sí, hay una lealtad generacional y una diferenciación inte- sido socializada en el Frente de Juventudes o en Acción Católica. Por
1
resantísima respecto a los padres que hicieron la guerra. Después vie- eso en mi libro sobre los intelectuales, he dedicado el último capítulo 1
1

nen los nietos, que son los de mi generación y es con ese segmento a esa generación del medio siglo porque no es la clásica rebelión con- 11

con los que has tenido enconadas polémicas. El problema de la tra el padre, que en muchos casos no conocieron porque lo mataron
memoria, las políticas de la memoria te producen cierta reacción epi- cuando tenía uno o dos años. No es eso, es que sufrieron una fuerte
11

I
,
204 i APÉNDICES
FIEL A MÁS DE UNO ! 205

conmoción político/moral al participar en experiencias como campos ción, con profusión de fotos y declaraciones de familiares, entre 1977
de trabajos, visitas a suburbios ... Rompen con su familia o si no rom- y 1979. Se vallaron, se adecentaron, se llevaron flores, pero aparecie-
pen, sus familiares no entienden su opción. Ese gesto moral conver- ron pocas demandas de exhumación. Desde hace unos años las hay,
tido en opción política es parte de lo que hace posible la transición. y creo que los familiares están en su derecho, no sólo eso: creo que
Ahí incluyo a todo lo que se movía entre la democracia cristiana, en el Estado tiene que llevar a cabo esas aperturas cuando un familiar lo
torno a Ruiz-Giménez, y Giménez Fernández y el mundo del Parti- solicita. Están en su derecho las familias que quieren abrir las fosas y
do Comunista. Piensa en Alfonso Carlos Comín, por ejemplo, cuyo exhumar los restos de sus familiares como las que prefieren conser-
padre muere como consecuencia de la guerra. El padre era carlista y var esos lugares como lugares de memoria. Es el caso de la familia de
él es un joven católico que se hace comunista sin dejar de ser católico. García Larca, que nunca podrá encontrar ningún cementerio mejor
Una biografía así -y no es la única- no está dominada por el olvido que el lugar en que reposan sus restos, ese es su lugar de enterramien-
y la amnesia. ¿De qué no se acordaban? Tanto se acordaban que deci- to, ahí es donde permanece la memoria del crimen, y no hay por qué
dieron, como escribían los jóvenes de Valladolid, arrojarlo al olvido. exhumarlo, llevarlo a un monumento; ese es su lugar de memoria, ese
M. G. La transición, entonces, no se hace sobre el olvido y el es su monumento, el que planteará las preguntas a las generaciones
silencio pero sí se procede a una suerte de «borrón y cuenta nueva», futuras. ¿Qué le pasó, por qué está aquí? No estoy en contra de las
¿no? exhumaciones, nunca he mantenido esto, a pesar de lo que una perio-
S. J. La transición no se hace sobre un pacto de silencio, pero sí dista pudo atribuirme cuando hace años defendí el derecho que asis-
se hace de manera que lo ocurrido en la guerra y en la dictadura no tía a la familia García Larca.
se somete a escrutinio judicial. ¿Se podía? Nosotros no salíamos solo M. G. Si te entiendo bien, tu posición se podría resumir como un
de una dictadura, sino de una guerra con crímenes por todas partes. intento de quitarle la capacidad de monumento a las fosas comunes
Alguna vez he preguntado: «Bien, estupendo, abrimos un gran proce- pero sin arrancar su condición de huella histórica. Como si se tratase
so jurídico penal sobre todo lo ocurrido en la guerra civil. ¿Se hubiera de desactivar el monumento, resignificándolo como lugar de memo-
podido sentar Santiago Carrillo en las primeras Cortes?». Y que cons- ria, pero conservando el registro del documento.
te, no estoy diciendo nada sobre responsabilidad penal, no planteo S. J. Exactamente ...
ese problema, sino el problema de que era responsable político de S. J. Además hay otro aspecto del tema de la memoria que me
la seguridad de Madrid en los días en que se cometen fusilamientos resulta cuestionable. Siguiendo a Peter Novick, en el libro que dedi-
masivos de gente a la que nadie ha dado la posibilidad de defenderse. ca al Holocausto en la sociedad americana, un libro espléndido, habla
Bueno, algún juez lo hubiera llamado a declarar ¿no? por lo menos de los usos políticos de la memoria para la construcción de identi-
para que fuera a testificar. ¿Hubiéramos podido sacar adelante una dades separadas. Por ello me parece que es un tema que merece deba-
Constitución si se abren procedimientos penales sobre todo lo ocurri- tirse con tranquilidad, aunque a veces perdamos -me incluyo- la
do desde julio de 1936? No. Quedaron cosas por hacer, como la aper- calma. El otro día leía una entrevista de Koselleck en la que reacciona
tura de fosas de las que por cierto todo el mundo pudo tener noticias con un punto de irritación a una pregunta, y dice, textualmente: «En
por los reportajes de Interview, la revista de mayor tirada de la transi- cuanto a la [dentidad y a la memoria colectiva, yo creo que depende
r
206 I APÉNDICES FIEL A MÁS DE UNO i 207

fuertemente de predecisiones linguísticas de hablantes impregnados de y familiares, nadie se ha atrevido a planteado. Hugo Vezetti acaba de
ideología. Y mi posición personal en este tema es muy estricta en contra sacar un libro en ese sentido, intentando reconducir el tema de la vic-
de la memoria colectiva, puesto que estuve sometido a la memoria colec- timización que resulta, a corto plazo, muy consoladora, pero bastante
tiva de la época nazi durante doce años de mi vida». En alguna ocasión, estéril en lo político.
he respondido de parecida manera, yo he sufrido una memoria colec- S. J. Es consoladora porque te convierte en víctima, aunque la
tiva. ¡Yo sé lo que es una memoria colectiva! La que me impuso des- víctima verdadera haya sido tu padre o tu abuelo.
de la infancia la Iglesia católica. Imponer un relato único sobre el M. G. Pero el problema es que si uno no es responsable en cierta
pasado o, como se dice ahora, instituir una política pública de memo- medida de lo que aconteció -en el sentido de dar cuenta, de explicar
ria, con énfasis en una política, me parece nefasto. Sobre un pasado (se) qué pasó- no tendrá capacidad para intervenir en sucesos pare-
como el nuestro siempre es precisa una mirada crítica y, en todo caso, cidos en el futuro, entonces tenemos que esperar a la voluntad divina
una política que suscite interrogantes, que plantee problemas, y no para ese cambio o resignarnos a la arbitrariedad de la suerte.
he visto todavía que quienes han elaborado los relatos del Memorial S. J. No importa eso, yo creo que en ese punto no veo que se haya
Democrático, algunos miembros o ex miembros del Partido comunis- pensado.
ta, digan: «Bueno, vamos a hacer ahora una política pública de repara- M. G. Igual después de esta efervescencia victimista las aguas
ción de los crímenes que pueden ser imputados al Partido Comunista y vuelven a su cauce, ¿no? También hay un tiempo para las víctimas y
vamos a reparar moralmente a sus víctimas. Y lo vamos a hacer noso- otro para los actores sociales.
tros, porque queremos recordar todo lo que pasó y reparar la memoria S. J. Pues vete a saber, hemos visto varias corrientes, ¿no? Yo
de todas las víctimas». también creo que tiene que ver con el cierre de perspectivas de futu-
M. G. Claro, porque recuperar la memoria implica también asu- ro, que ha sido nuestra herencia de final de siglo que más ha impac-
mir responsabilidades, dar cuenta de lo que pasó y de lo que se hizo. tado a esta generación, que el futuro se reduce a mera continuación
S. J. Eso es. ¿Entonces qué es lo que cuentan?, ¿qué dice el preám- del presente.
bulo del Memorial Democrático? Pues que Cataluña era una sociedad M. G. Sí, como no hay utopía, volvamos al mito, ¿no? Mitifique-
armónica, en la que todo, desde las «luchas obreras» hasta el «republi- mos el pasado.
canismo federal» era «germen de la democracia». Nada que recuerde S. J. Claro.
el germen de la revolución, la revolución de 1936, que tanto se celebró M. G. Bueno, una última cosa... En cierta medida, tu reproche,
y tanto se admiró entonces hasta el punto de declarar el 18 de julio día no sé si llamarlo reproche, tu crítica, digamos, a esta generación, la
de fiesta. ¿Por qué se silencia ahora la revolución y a nadie se le ocurre de los nietos, apunta a que ellos acusan a tu generación de no haber
instituir una política pública de memoria de la revolución? En mi opi- hecho lo suficiente, de haber pactado con el enemigo o de haber
nión, las leyes no están para instituir una memoria. aceptado olvidar lo acontecido durante la guerra. Tu respuesta, epi-
M. G. El problema de la responsabilidad, que no es lo mismo que dérmica, les devuelve la pregunta: ¿Cómo es posible pedir más cuan-
la culpa, está también en el debate sobre los crímenes de la dictadura do ha habido un enorme sacrificio, más de una generación sacrificada
en la Argentina y hasta ahora, sobre todo por el papel de las víctimas para alcanzar la democracia?
r 208 I APÉNDICES FIEL A MÁS DE UNO
2°9
S. J. No, no. Yo creo que la acusación no es sobre una falta, sobre S. J. Muy importante.
lo que se podía haber hecho; sino sobre el error o la traición porque se M. G. Muy importante ... ¿Cómo definirías ese período, el de la
ha construido sobre bases falsas. En lo que he mostrado mi desacuer- República, ahora desde 2009? Puedes utilizar imágenes, metáforas, lo
do es en que se diga que la transición se ha realizado sobre un olvido y que te resulte más gráfico.
una amnesia, que por tanto se haya tendido sobre el pasado el velo de S. J. Sí, no, yo creo que no he cambiado mucho desde las prime-
no querer saber qué pasó efectivamente durante la dictadura. Eso es lo ras investigaciones. Es un momento de una gran expectativa, es una
que yo he discutido: novelas, cine, folletos, cientos de artículos en perió- sociedad muy joven, ha crecido mucho en los años anteriores, tienen
dicos, series de revistas (por cierto, en Destino, acabo de leer una larga la sensación de que" algo grande va a pasar, de que España por fin
serie dedicada al franquismo en 1976), libros de bolsillo, libros acadé- rompe. Esa sensación está apoyada en que hay una minoría que ha
micos. Fue en realidad un tiempo de eclosión de la memoria, del inte- salido al extranjero y algunos de sus miembros dominan el lenguaje
rés por el pasado. Hubo memoria, cierto, aunque no como la de ahora, filosófico, artístico, arquitectónico. Hay unas minorías considerables,
que al insistir en la amnesia de aquellos años intenta deslegitimar radi- densas, no son cualquier cosa, que han mostrado que pueden entrar
calmente todo lo que se ha hecho porque en la base estaría la renuncia a en diálogo con el extranjero y que lo que falta aquí es pegar un empu-
conocer el pasado inducida por un miedo, por una aversión al riesgo. jón para construir otro tipo de Estado, ¿no? Un Estado que se ade-
M. G. Resumiendo, tu oposición al problema de la memoria tie- cue a eso que han estado viviendo y que, bueno, por cuestiones com-
ne, por lo menos, cuatro frentes: uno relacionado con un error fácti- plejas que tienen que ver con la ambición del proyecto político del
co (tu negación a aceptar que la transición se haya realizado sobre el momento en que se pone en marcha y con una escasa percepción de
olvido); otro con la relación memoria-responsabilidad (la recupera- los obstáculos que le pueden surgir al paso y por tanto con una míni-
ción de las memorias no es un acto celebratorio sino de asunción de ma previsión de qué había que hacer, esa gran expectativa alimenta
responsabilidades); el tercero apela a los efectos totalitarios de una una reacción que resultó mucho más poderosa que ella.
supuesta y única memoria colectiva; por último, la memoria también M. G. En tu artículo sobre los hispanistas y la Segunda Repúbli-
se ha transformado en una industria, en objeto de consumo. ¿Es así? ca que se tituló «Segunda República: por otro objeto de investiga-
¿Refleja esto tu parecer? ción», tú señalas que hay que empezar a analizar ese periodo desde
S. J. No podría decirse de manera más exacta y más sintética. Sí, otra perspectiva, no como antesala de la guerra o desde la lógica del
eso es, exactamente. fracaso sino como un proyecto con una lógica propia.
M. G. Bueno, volviendo a tus intereses temáticos de análisis, la S. J. Lo que fascina a los hispanistas, a los historiadores es la gue-
secuencia de los nudos que aparecen en tu obra son: socialismo, repú- rra y dentro de la guerra: la revolución, la gran revolución traicionada
blica, Madrid, catolicismo, Azaña, democracia, intelectuales, transi- por ellos mismos, o sea por los comunistas, que son para los primeros
ción y memoria, con distinta intensidad. hispanistas los que la traicionan. Cuando Hugh Thomas titula una de
S. J. Catolicismo menos. las partes de su obra «La guerra de dos contrarrevoluciones», siendo
M. G. Bueno, pero aparece, digo, con una incidencia desigual. El una la liderada por Franco, y la otra por los comunistas, está sucum-
socialismo en primer lugar y la Segunda República como un tema... biendo a la mirada romántica de que lo que realmente había sido
210 I APÉNDICES
FIEL A MÁS DE UNO i 211

maravilloso, original y fascinante había sido la revolución y entonces ¿qué hubiéramos sido si nos hubieran dejado ser? Y por otro, cier-
la guerra les fascina tanto que la República se ve en función de la to distanciamiento que yo creo marca la forma que adoptó la transi-
guerra, como si la República llevara la guerra en sus genes. Eso, a mi ción política y que ha generado el desencuentro con las nuevas gene-
modo de ver, incide en la visión a largo plazo según la cual la guerra raciones. Dos posiciones. Una, de cierta nostalgia por lo que hubiera
corona toda una época de la historia de España. En aquel momen- supuesto para los niños que nacen después de la guerra nacer en otro
to' mi opinión y convicción era que ni la guerra ni la rebelión militar contexto, las posibilidades que eso hubiera supuesto. Esto se puede
coronan nada sino que quiebran una historia. Ese golpe de Estado no leer en el énfasis que pones en algunos artículos y en la propia entre-
triunfa sobre la marcha sino que le cuesta tres años acabar con el pro- vista señalando la existencia de una clase media, subrayando la exis-
yecto anterior. El problema es que la narrativa del fracaso convierte tencia, ya en las primeras décadas del siglo xx de una elite intelec-
todo lo que toca en una necesidad. tual y artística que podía competir internacionalmente. Pero por otro
M. G. En la narrativa del fracaso hay cierto fatalismo, ¿no? Cierta lado, una visión distante, desapasionada, signada por el lema: «esto
idea muy anglosajona sobre la pasión española. no se puede volver a repetir». Y esta visión desapegada es también
S. J. Fatalismo, todo el del mundo, sobre todo porque al culmi- una forma de buscar y encontrar un espacio propio, un juego dis-
nar ese fracaso en una guerra civil, se le atribuyen causas metahistó- tinto al de la generación anterior, una elaboración del legado y de
ricas, entre ellas la del carácter español, o las del cainismo proverbial la herencia. Es interesante porque es una forma de construirse como
de los españoles o tonterías de semejante índole, que tanto fascinan a sujetos diferentes, de distanciarse de la generación que hizo la guerra
los visitantes, por lo que tengan de exótico o de oriental. Lo malo es y aun reconociendo la potencialidad y el sacrificio de esa gente esta-
cuando la conducta de los españoles no responde al estereotipo y en blecer una discontinuidad, una ruptura, una apropiación de la heren-
lugar de revolución optan por reconciliación. Entonces es que algo ha cia. Y así titulamos esta entrevista, siguiendo a Derrida quien dijo que
fallado, que se han vuelto amnésicos o que han sido lobotomizados uno sólo puede ser fiel a la propia herencia criticándola, evaluándola,
y se han contentado con una carta otorgada, como ha escrito algún haciéndola propia.
politólogo francés. S. J. Ahí lo que puedes poner es eso, que está muy bien expre-
M. G. Y es que yo siempre pensé que para tu generación la Repú- sado, y mi respuesta es: «Estoy totalmente de acuerdo». (Risas). Sólo
blica había sido, en cierto sentido, una suerte de paraíso perdido. añadiría una cosa: la búsqueda del espacio propio no fue una elec-
Escuchándote me di cuenta que lo había sido más para mi genera- ción, nos vino impuesta: nuestra generación quedó brutal pero eficaz-
ción, que somos los nietos de los que hicieron la guerra, que para mente cortada de lo mejor que había surgido en las dos anteriores, la
ustedes que son los hijos. del 14 y la de la República.
S. J. Sí, sí exactamente así. M. G. En tu trayectoria como investigador aparecen pocos persona-
M. G. Volviendo a la discontinuidad que introduce la guerra en el jes, en consonancia con la propuesta de estudiar procesos más que indi-
proyecto republicano, en la modernización de España, me parece que vidualidades. Sin embargo aparecen dos figuras ineludibles, con distinto
tienes respecto a ese período, y puede que sea una marca generacio- peso en tu obra, bien es cierto. Me refiero a Manuel Azaña y a Francisco
nal, una relación paradójica. Por una parte un gran interés por saber Ayala. Dos libros sobre Azaña y tres artículos dedicados a Ayala.
212 ¡APÉNDICES
FIEL A MÁS DE UNO : 213

S. J. También le dediqué atención a Largo Caballero ... mucho lo que Azaña escribió en su año de exilio. Fue el afecto y el
M. G. Este giro de lo colectivo a lo individual, ¿marca un cambio respeto que siempre he sentido por Ayala lo que me movió a pro-
en tu concepción de lo histórico, es una cuestión de oportunidad o es ponerle doctor honoris causa de esta Facultad. Siendo decano pro-
un reflejo de ciertas necesidades de identificación? puse el doctorado honoris causa para Ayala y para Julio Caro Baraja
S. J. No creo. Con Azaña pretendía ver la historia política de la porque me parecía un reconocimiento de la Universidad española a
República a través de un personaje, una historia de la República del dos exiliados. Un exiliado de verdad y el otro que pertenecía a eso
1931 al 1936 a través de Azaña. ¿Por qué? Pues porque, a mi modo que se llamó el exilio interior, pero en el trámite tuvimos la desgra-
de ver, es la figura que marca la República. Es presidente de gobierno cia de que Julio Caro"murió, entonces solo pudo venir Ayala ¿no? Y
en 1931, y luego es el artífice de la coalición de izquierdas en 1935. en ese intermedio entre la propuesta y la ceremonia del doctorado,
Si Azaña no hubiera estado ahí, el Frente Popular no se hace yeso lo Javier Pradera me sugirió entrevistarle para Claves. En fin yo he leí-
vi desde el principio. Luego siempre estuve diciendo que había que do pocas cosas que me hayan impresionado tanto como los relatos
editar toda la obra de Azaña y cuando surge la oportunidad, y veo la cortos de Ayala: Cabeza de cordero o El Hechizado o aquella elegía
obra por fin completa, se me ocurre la posibilidad de una biografía española, escrita en 1939, su Diálogo de los muertos. Incluso el Tra-
de la cuna a la tumba, de Alcalá a Montauban. Pero la atención dedi- tado de Sociología es un eslabón perdido de la historia de la sociolo-
cada a Ayala es mucho menor. gía española.
M. G. Lo sé, pero son dos personajes muy distintos, ¿no? M. G. Hay en esta dedicación a dos personas de la generación
S. J. No, no, qué va ... anterior cierto agradecimiento, cierto reconocimiento de su trabajo y
M. G. ¿No? ¿En qué se parecen? de su ejemplo de vida, ¿no?
S. J. Bueno, Ayala era del partido de Azaña, curiosamente. Po- S. J. Sí, desde luego, de eso se trata, además de intentar reco-
litólogo o mejor dicho especialista en derecho político. Es letrado ser tradiciones rotas. No pude pronunciar obviamente la laudatio de
del Consejo de Estado y saca una cátedra y sin embargo, es un lite- Azaña, pero con pocas cosas habré disfrutado tanto como preparan-
rato, como lo demuestran sus maravillosos cuentos de juventud, de do y pronunciando la de Francisco Ayala.
arte deshumanizado como se llamaba entonces. Primero tuve por M. G. Pero también hay otro punto de conexión entre tu pers-
Ayala un gran respeto, su trayectoria me resultaba muy cercana a la pectiva crítica y la elección de un personaje histórico como Azaña.
de Azaña, y cuando se va al exilio decide no quedar anclado en el Me refiero a tu descreimiento y al fatalismo de Azaña. No estoy segu-
pasado. ra, pero aun a riesgo de equivocarme, me parece que Ayala no partici-
M. G. Pero Azaña era un personaje más trágico, ¿no? pa de esa visión del mundo y de las cosas. ¿Hasta qué punto ese des-
S. J. ¡Hombre! Es otra generación, y luego tiene una relevan- creimiento del que hablábamos y que parece signar tu trayectoria a
cia política que Ayala no tiene. Fíjate, por ejemplo, la actuación en partir de cierto momento se puede transformar en fatalismo? Porque
el exilio es muy similar, Ayala dice: «no, aquí hay que reconstruir, a veces el fatalismo es el recurso de los grandes creyentes, aquellos
cada cual Úene que reconstruir su vida». Y luego ha tenido una mira- a quienes les cuesta aceptar que las cosas no están a la altura de sus
da crítica que se asemeja mucho a la de Azaña, sin que conociera expectativas. No se trata de la posición de un escéptico, que reconoce
r
214 I APÉNDICES FIELA MÁS DE UNO 215

la naturaleza imperfecta de las cosas sino de alguien que no haciéndo- S. J. ¡Hombre! En algunas cosas más que en otras. Por ejemplo,
lo se pone el parche antes de que se produzca la herida. creo que puse mucho de mí en juego, y me parece que se nota, en el
S. J. No soy tan descreído ... Yo puedo pensar que la verdad es capítulo final del libro que dediqué a las generaciones de intelectuales
inalcanzable y sin embargo actuar como si su búsqueda tiene senti- españolas, el de las Historias de las dos Españas, ahí sí hay una parte
do, y lo mismo pasa con el socialismo, qué me vas a contar... , pero la que es biográfica sin serlo, ¿no? Creo que parte de mi biografía está
búsqueda, para mí, siempre tiene sentido y mientras lo tenga ella me metida ahí o más bien que rezuma por los poros de ese texto.
hace sentir vivo a mí. Eso es lo que efectivamente me sostiene pero
lo que no puedo ser, porque no puedo, es un creyente, no puedo ser
creyente en una causa, por no hablar ya de fanático, para nada, pero
tampoco creyente. TRANSMISIÓN Y LEGADO
M. G. Sucesivas aproximaciones, ¿pero por qué el camino es lo
importante, qué es lo que obtenemos en el camino además de ocupar M. G. A ver, ¿cómo ves tu obra veinte años después? ¿Qué partes
nuestro tiempo y no pensar en la muerte? consideras que han envejecido peor, redactarías de otra manera y cuá-
S. J. ¡Hombre! Obtenemos respuestas parciales, escribimos, par- les te parecen vigentes?
ticipamos en el debate público, yo creo que escribir es una dedica- S. J. Bueno, hay cosas que no las he vuelto a leer" y otras las he
ción como ninguna otra posible, en relación con el tiempo, con la tenido que ver porque he usado ese material para conferencias y otros
vivencia del tiempo, la escritura es... trabajos. Yo creo que en el conjunto de mi trabajo he dado todo lo
M. G. La que aporta densidad a la experiencia... que podía dar. Alguna vez me han dicho: «Pero hombre, ¿por qué no
S. J. Sí, y porque ves cosas, porque cuando algo te sale es muy has hecho algo más teórico, por qué no has seguido por este camino?
gratificante, aunque esa sensación dure poco porque una vez que ya Bueno, posiblemente porque no es donde mejor me muevo, porque
lo has hecho ya está ... se acabó. no tengo cabeza para eso, porque conozco bien mis limitaciones. Yo
M. G. Hay cosas que sólo se descubren a través de la escritura. empecé de una manera demasiado micro, viendo procesos que me lla-
S. J. Aunque no nos dediquemos a la ficción que puede ser, maron mucho la atención pero muy limitados en el tiempo. Al menos
supongo, una experiencia más excitante, lo que hacemos es narrar, así lo veo ahora. Esa atención a períodos cortos, de dos a cinco años,
es narrativa también, toda historia es una narración que tiene senti- me ocupó algo más de una década de trabajo. Incluso con Azaña,
do para ti. Y creo que nunca lo he convertido en un oficio mecánico. la primera biografía política se reduce en realidad a cinco años de
111

Hay veces que tienes que escribir un artículo, hay que sacarlo como su vida. De pronto hay un cambio y me meto en períodos largos y
sea, pero escribir nunca ha sido algo mecánico para mí, yo creo que entonces escribo de lo mismo pero alargando la mirada: una histo-
eso en los últimos de mis libros se ve claramente. ria de Madrid, bueno yo me ocupé de Madrid desde principio del 11

M. G. Por eso cuesta tanto . siglo XIX hasta finales del siglo XX e invité a otros dos colegas, Cristina
S. J. Tú pones un montón ..
;, Las entrevistas se realizaron antes de que e! autor revisara e! texto definitivo de! I1
M. G. Tú te pones en juego . libro reeditado. "
FIEL A MÁS DE UNO ! 217
216 I APÉNDICES

Segura y David Ringrose a ocuparse del Madrid medieval y moder­ tú reconoces muy superiores y ya está, yeso lo aceptas sin ningún
no. Más tarde, una historia del socialismo español desde su fundación problema. Yo no tengo capacidad para hacer una obra como la de
hasta 1982; después, la historia de intelectuales, con la que disfruté Thompson, o El Mediterráneo en tiempos de Felipe JI de Braudel.
mucho, la verdad, porque me dio ocasión de recorrer todas las gene­ Punto. Esta obra tiene unos capítulos que son verdaderas obras de
raciones que han tenido un discurso propio en España desde la revo­ arte, magníficos, como el de las ciudades, y si te dicen en las condicio­
lución liberal hasta final de los años cincuenta y, en fin, la segunda nes en que lo escribió Braudel, te das cuenta que era un tipo con una
biografía de Azaña. Así ha resultado, sin proponérmelo. gran cabeza. Así como hay otros también que han alcanzado cierta
M. G. Imagino que concuerda con tus intereses. Por un lado, la notoriedad y que sin "\:mbargo cuando los lees dices: «esto es un poco
historia social y por otro la sociología histórica. de aire, ¿no?». Pero en nuestro oficio hay gente muy buena. Otro
S. J. Sí, sí, yo creo que sí. Creo que eso se percibe mejor en mi ejemplo es Perry Anderson, al que yo traduje con especial gusto. Ahí
contribución al libro La España del siglo xx, en el que me ocupé de reconoces la maestría en el tratamiento de los grandes períodos. Un
política y sociedad. De cualquier forma, no renuncio a mi Madrid, trabajo en el que te puede hablar de China, del Imperio Otomano ...
1931-1934, en el que invertí mucho tiempo y alguna pasión, como se requiere un caudal de lecturas y una gran capacidad. Luego pue­
siempre: no concibo este oficio de otra forma, sin una pasión por el des entrar a criticar los detalles pero en conjunto es una obra inmen­
conocimiento no merece la pena dedicarse a esto. sa, nada que ver con mis incursiones en estos temas, que serán siem­
M. G. Pero volviendo a algo que acabas de comentar, a la posi­ pre las de un aprendiz.
bilidad de haber seguido por el camino de la teoría, tú señalas que M. G. ¿Cómo valoras este trabajo, el trabajo de Historia social/
en Historia social/sociología histórica diste todo lo que podías dar sociología histórica, dentro de tu trayectoria? ¿Crees que representa
y que esto explicaría que no siguieras por ese camino. Esta dis­ bien lo que han sido tus presupuestos en los trabajos posteriores?
culpa o esta aceptación de los propios límites aparece también en S. J. Bueno, creo que en el Departamento de Historia Social de la
la introducción de otros trabajos tuyos y podría parecer un gesto UNED nos podríamos haber dedicado más a la sociología histórica pero

de humildad pero escuchándote me parece que es también un ges­ nunca hemos tenido ocasión de introducir esa docencia en los planes de
to fatalista, de ese fatalismo del que hablábamos. Porque lo difí­ estudios de la Facultad. En conjunto nuestra área ha realizado una nota­
cil de asumir, tanto individual como colectivamente, lo que de ver­ ble contribución a la Historia de España de los siglos XIX y xx. Y luego
dad puede resultar inquietante no es la aceptación de los propios pertenecer a ella ha resultado muy estimulante, hemos animado durante
límites. Lo realmente difícil, creo, es convivir con la incertidumbre dos décadas un seminario, abierto a mucha de la problemática que en ese
de que tal vez esos límites no eran tales, de que podríamos haber libro se enunciaba, ¿no? Y que ha sido muy productivo y con una presen­
hecho mejores cosas. cia notable de trabajos sobre historia social, historia política, historia del
S. J. Yo eso creo que lo resolví hace tiempo ya (Risas) ... pensamiento.
M. G. Y sin diván... M. G. Es decir, sí crees que tuvo influencia.
S. J. Llega un momento en el que uno se sitúa o lo sitúan en el S. J. No, no le estoy atribuyendo influencia al libro, sino que repre­
panorama nacional e internacional y hay obras escritas por gente que senta bien, creo, lI'ís inqu 'líl 5, mis intereses de aquellos momentos.
218 ¡APÉNDICES
r
FIEL A MÁS DE UNO I 219

M. G. Y sobre las influencias, ¿crees que ha tenido influencia en los historiadores económicos, que tienen más vinculación con el exte­
el gremio? rior en sus planteamientos y el que ha sacado más a la historia eco­
S. J. No, no creo: solo ha ayudado a situar algunas corrientes nómica de España de una mirada endogámica, que la ha comparado
historiográficas, lo que ha podido ser útil para la redacción de otras sistemáticamente con otras economías, no sólo europeas. La comuni­
memorias. dad de historiadores económicos está mucho más integrada al ámbito
M. G. ¿Y tampoco en el caso de los sociólogos? internacional que otros. A otros los veo menos, puede ser mi ignoran­
S. J. No, no creo que haya tenido influencia alguna. Me ha dado cia también, pero lo veo así, y no me parece muy distinto el caso de
un aire cuando me habéis propuesto, con tanta generosidad, incorpo­ los sociólogos. •
rarlo a esta colección. M. G. Pero este rasgo de parroquialismo, ¿con qué tiene que ver:
M. G. ¿Cómo definirías el estado de la historia social y de la con el retraso, la herencia académica?
sociología histórica hoy en España? Bueno, ya apuntaste que la socio­ S. J. Primero con que realmente había una falta de comprensión
logía histórica prácticamente no ha concitado mucho interés ... de los grandes procesos en España: la construcción del Estado, la
S. J. No, no ha concitado interés y no conozco estudios de socio­ transformación de la sociedad. Lo que había pasado en España des­
logía histórica; bueno, en relación con la acción colectiva y los movi­ de la Revolución liberal hasta finales del siglo xx, lo conocíamos mal.
mientos sociales sí ha habido. Ha habido una corriente, ¿no?, pero de Uno se pone a ver lo que habían escrito los sociólogos hasta el fin de
sociología histórica en el sentido que tenía cuando escribí el libro, no; la dictadura, y la interpretación que se daba de lo que en España había
yo al menos no conozco nada. pasado desde la Revolución liberal era insuficiente, cuando no pura­
M. G. Y por último, los préstamos, los intercambios entre histo­ mente ideológica. Dependíamos más de autores foráneos que de un
ria y ciencias sociales, ¿crees que han mejorado? trabajo realizado por la universidad española y nos volcamos en eso a
S. J. No me da la impresión, aunque en algunos campos como los partir de los años de la muerte de Franco. ¿Qué era el franquismo? Si
movimientos sociales, la acción colectiva, el nacionalismo y todo lo fue o no un fascismo, y todo el debate sobre si aquí hubo o no hubo
relativo a identidades, que son los temas estrella del nuevo siglo, hay Revolución burguesa, si existía una clase media o no, si la industriali­
destacados historiadores con un importante bagaje de ciencia social. zación había fracasado ... Despejar esos y otros terrenos ha sido obra
M. G. ¿Pero tú crees que se debe a que la cultura académica en de nuestra generación, creo que con resultados satisfactorios.
España es distinta a otras culturas académicas? M. G. Partían con desventaja y había que llenar esos huecos,
S. J. Más que de cultura, diría mejor de estructura. A medida que suplir esa ignorancia.
hemos reformado planes de estudio, más se ha eliminado la inter­ S. J. Pero se ha hecho un gran esfuerzo en varias direcciones, por
disciplinariedad de los títulos por la sencilla razón de que había que ejemplo hay un ámbito en el que tenemos a gente muy bien prepara­
garantizar docencias a los del área propia. Y además, porque en estos da: es el de la historia constitucional, de la que sabíamos bien poco.
terrenos seguimos siendo algo parochials, excesivamente centrados en De modo que, en conjunto, si uno mira la historia constitucional, eco­
lo que nos ha pasado, en el análisis de lo nuestro, aunque hay un nómica, social, política, o la de los nacionalismos, por no hablar de
campo que ha sido mucho más internacional en su mirada. Es el de estudios literarios o culturales, el balance de los últimos treinta años

"1
220 I APÉNDICES FIELA MÁS DE UNO I 221

es ciertamente extraordinario. La misma historia de la guerra, ¿quién Comunicaciones y cómo le respondió que no por indicación de Orte­
escribe hoy cosas nuevas? Pues historiadores españoles: la impresio­ ga. En alguna ocasión, don Ramón me dijo: ustedes, los jóvenes, tie­
nante trilogía de Ángel Viñas es buena prueba. nen que leer a Azaña. Le hice caso y ya no lo pude dejar, ni a él ni a la
M. G. Volvamos, para terminar, a tu trayectoria y recordemos los República. Porque Azaña fue mi puerta de entrada a la República y,
nudos temáticos que la recorren: socialismo, república, Madrid, cato­ ahora que lo pienso, también la de salida.
licismo, Azaña, democracia, intelectuales, transición y memoria. M. G. ¿Católicos?
¿Cómo encajarías esos nudos en un párrafo que perfilara lo que ha S. J. Mi interés por los católicos viene después y tiene que ver
sido tu trabajo como investigador? con otro debate en curso, muy vivo en Francia a finales del siglo xx,
S. J. En todos los casos he tenido la fortuna de que mis trabajos sobre el fin de los intelectuales. Me interesó ese debate y empecé a
coinciden con debates en curso. Recuerdo por ejemplo en los años dedicarme a los intelectuales en España, entre ellos, los católicos, a
setenta, cuando resurge el PSOE, yo estoy trabajando sobre la historia de los que había encontrado como los mayores enemigos de Azaña. Lue­
ese partido. Se hablaba de la posibilidad de una coalición de izquierdas go, en Historias de las dos Españas, les dediqué mayor atención por­
y yo preparaba un librito sobre el Frente Popular. Luego en el debate que, como decía Aranguren a mediados de los cincuenta, en España,
sobre el marxismo a lo que dedicó mucho espacio Zona Abierta y En todos somos católicos.
Teoría, con amigos como Ludolfo Paramio, Jorge Reverte y otros y me M. G. ¿Y por qué intelectuales y no clase obrera? Teniendo en
animo a escribir el artículo sobre Marx. Bueno, son casualidades que, cuenta que la clase obrera ocupó debates importantes en la época.
al repetirse, quizá indiquen una pauta, que nunca he concebido este S. J. y bueno, porque a la clase obrera le había dedicado bastante
oficio como una dedicación meramente académica; en realidad, mi dos atención, porque mi dedicación al socialismo es también a la UCT. En
primeros libros sobre la República salieron antes de mi incorporación a mis tiempos, o sea, antes de la guerra, el PSOE era un partido obrero
la universidad y obedecieron a un interés político, no académico. ¿no?, y yo había dedicado años a su estudio, y también en este traba­
M. G. Tal vez no siendo, como dijiste más de una vez, un hombre jo sobre Marx y en el primer libro sobre Madrid el protagonista es la
de acción, el análisis de esos temas era tu forma de participar política­ clase obrera, y la patronal.
mente en la España de la transición. M. G. ¿Y no será también porque la clase obrera ya en la déca­
S. J. La verdad es que mi recuerdo de aquellos años es que lo que da de los setenta, la gloriosa clase obrera estaba en plena transforma­
investigábamos y escribíamos no se quedaba en el reducido círculo ción?
al que llega un libro o una revista especializada. Hubo montones de S. J. Sí, pero también porque hay un momento en que no pue­
ciclos, coloquios, conferencias, a las que asistía un público interesado des seguir con lo mismo que estabas investigando. Dediqué a la cla­
por el pasado, que debatía,.que planteaba cuestiones. se obrera los libros sobre socialismo y sobre todo el de Madrid. Por
M. G. ¿Y Azaña? gimnasia mental, necesitaba ocuparme de otros temas.
S. J. Mi interés por Azaña se despertó en conversaciones con don M. G. ¿No se trata también de afinidades personales?
Ramón Carande -Carande, otra vez- que me contó el momento S. J. No, no creo, aunque bueno, ya que lo dices, puede haber
aquel en que recibió su llamada para hacerse cargo del ministerio de algo de eso ¿no?, porque las relaciones entre intelectuales y clase
222 APÉNDICES FIEL A MÁS DE UNO ¡ 223

obrera fueron muy estrechas en los años sesenta y setenta y luego se M. G. Con este nuevo proyecto cerramos la entrevista y me vas a
disuelven y desaparecen prácticamente a partir de los años noventa. permitir que lo haga con un fragmento que sintetiza muy bien lo que
M. G. ¿Y transición y memoria? aquí ha pasado:
S. J. A la transición me dediqué porque Tuñón de Lara me
«El discurso traiciona a pesar suyo una verdad: infiel a una cierta verdad, la
encargó colaborar en el último tomo de una historia de España que deja pasar, exhibe otra, al menos a título de síntoma incontrolable. A través
él dirigía. Intenté combinar una visión sociológica -en el título de de las simplificaciones, de las caricaturas, las distorsiones, a través de la resis­
un capítulo hay un homenaje a Barrington Moore- con una políti­ tencia encarnizada que intentamos oponerle, la silueta de una cierta verdad
sale a la luz. El lector !? el oyente atento, el otro por lo general se encontrará
ca, pero la verdad es que no quedé muy satisfecho. Años después, por ejemplo aquí mismo ante la verdad de alguien, yo, que sufre y se debate
en La España del siglo xx, de Marcial Pons, me tengo que ocupar de sin fin para resistir en vano la simplificación o el empobrecimiento.»"
nuevo, aunque de forma sintética. Y ahora es cuando de verdad
estoy trabajando en serio sobre el período. Lo de la memoria ha
sido por incitación exterior. Mi intervención en este terreno fue
polémica, porque leía cosas con las que no estaba de acuerdo sobre
el pacto de olvido, la amnesia y todo eso, entonces acepté la pro­
puesta de coordinar un libro sobre víctimas de la guerra civil y en
su introducción ya mostré mi desacuerdo con esa tesis. Antes, una
de las columnas de El País, titulada: «Saturación de la memoria», de
1996. En ese artículo digo que estábamos saturados de memoria, no
faltos de ella. Mucho más tarde, he recibido críticas por esa expre­
sión, como si yo fuera enemigo de la memoria y de las asociaciones
por su recuperación j que se crearon cuatro o cinco años después!
Ese artículo era respuesta a otro publicado en el Times de Londres
que, en el sesenta aniversario de la guerra, decía que los españo­
les no se atrevían a enfrentarse con su pasado y tenían que infor­
marse leyendo a autores ingleses. Y ahora estoy escribiendo el volu­
men sobre transición y democracia para la historia de España que
publicará Marcial Pons/Crítica en la colección que dirigen ]osep
Fontana y Ramón Villares. Le estoy dando vueltas al significado de
transición y me pregunto si no llamamos transición a un período
quizás demasiado largo. En fin, este libro me puede dar trabajo para
dos o tres años, éste y el próximo con toda seguridad.
,', «Entrevista de Antaine Spire a Jacques Derrida», Le Monde de l'Education,

núm. 284, septiembre de 2000.

índice de nombres

Abrams, Ph., 116n., 128n.


Chaunu, P, 28.

Almaraz,j., 115n.
Childe, G., 66.

Althusser, L., 58, 105, 1161'l.


Cobb, R., 74.

Anderson, P, 85n., 69-70, 104, 116n.


Cohen,j. S., 44.

Araci1, R., 86n.


Cole, G. H., 64.

Argemí, U., 35n.


Couteau-Begarie, H., 84n.

Aran, R., 120, 124, 128n.

Aston, T. H., 85n.


Darwin, Ch., 85n.

Davies, Z., 48.

Ba1ibar, E., 97 Y 116n.


Davis, N. Z., 53, 84n., 87n.

Barceló, A, 35n.
Delumeau,j.,87n.

Barraclough, G., 122 Y 128n.


Dobb, M., 65-67.

Beltrán, M., 82n.


Dosse, F., 14, 2In., 84n.

Bendix, R., 3, 103, 111, 117n., 121 y 128n.


Duby, G., 76.

Berr, H., 10, 15.


Durkheim, E., 3,9, 10, 15, 20n., 50, 57-58,

Blackburn, R., 85n.


84n., 89, 91, 95-96, 102-103.

Bloch, M., 3, 10, 11, 14-16, 19,33,45.

Bonnel1, V, 106, 116n., 128n.


Edwards, L. P, 117n.

Bottomore, T., 35n., 115n.


Eley, G., 79, 87n.

Braudel, F., 8, 10, 20n., 45, 49, 53-55, 58-59,


Elton, G. R., 35n., 128n.

83n., 98.
Engels, F., 66.

Briggs, A., 74-75.

Brinton, C., 107 Y 117n.


Febvre, L., 10-17, 33, 45, 82n.

Brawn,j. C., 87n.


F1inn, M. W, 46, 86n.

Bucher, K., 25.


Fogel, R. W, 31-32, 128n.

Burguiere, A., 13-14, 36n., 82n.


Fontana,j., 20n., 37, 82n., 117n.

Burke, P, 40, 43, 50, 74, 82n., 83n., 86n.,


Foster,j.,87n.

87n, 93, 115n., 116n. Fox-Genovese, E., 46, 83n., 84n.

Burrow,j. W, 85n. Freedman, M., 128n.

Freund,j., 35n., 115n.

Cacciatore, G., 83n.


Fulbrook, M., 86n.

Cannadine, D., 74-75.


Furet, F., 35n., 76.

Carly1e, Th., 46.

Carr, E. H., 1 Yn., 4, 5.


Garda Bonafé, M., 86n.

Casanova,j., 117n.
Gardiner,j.,83n.

Chartier, R., 48.


Gardiner, P, 36n., 83n.

226 I íNDICE DE NOMBRES íNDICE DE NOMBRES 227

Genovese, E. D., 46-48, 74, 84n., 85n., 86n.


Langlois, Ch.-Y., 11, 20n. Parsons, T, 94-98, 103.
StedmanJones, G., 68, 74, 83n., 110, 120,

Giddens, A., 105, 116n.


Laslett, P, 47, 54, 86n.
Pérez Moreda, Y., 82n.
124, 128n.

Gilbert, F., 20n., 35n., 82n.


Le Golf,]., 20n., 35n., 48, 59.
Perrot, M., 45, 83n.
Stinchcombe, A. L., 43, 82n.

Ginzburg, C., 85n., 87n.


Lequin, Y, 82n. Philpin, C. H. E., 85n.
Stoianovich, T, 20n., 2In., 48, 55, 84n.

Gismondi, M. A., 84n.


Le Roy Ladurie, E., 46, 54, 58-59, 84n.
Pirenne, H., 17,24.
Stone, L., 121.

Gouldner, A. W, 115n.
Levasseur, E., 17. Popper, K., 121, 128n.

Grauband, S. R., 20n., 35n., 82n.


Lévi-Strauss, C., 58. Porter, R., 86n.
Tedde, P, 35n.

Green,]. R., 64.


Lévy-Bruhl, L., 15. Temin, P, 35n.

Gurvitch, G., 10.


Lloyd, C., 84n., 115n. Rabb, Th. K., 84n.
Therborn, G., 84n.

Gurr, T, 108, 117n.


Lukes, S., 9, 20n. Ranke, L. von, 7, 20n.
Thompson, E. P, 45-46, 48, 52, 54, 65-70,

Reher, D. S., 82n.


83n., 85n., 105, 123.

Habakkuk,]., 26, 35n.


Mandelbaum, M., 50, 83n. Revel,]., 2In., 48, 57.
Thomson, G., 66.

Hamilton, E.]., 28.


Manicas, P T, 116n. Ricoeur, P, 56, 84n.
Til!y, Ch., 40-41, 53, 84n., 104-105.

Hammond, B., 63, 67.


Mann, M., 89. Rogers, Th., 62.
Tilly, L., 83n., 101.

Hammond,]. L., 63, 67.


Marczewski,j., 28, 35n. Rostow, W W., 30.
Tocquevil!e, Ch., 83n.

Hauser, H., 17.


Marrau, H.-L, 83n. Rotberg, R. l., 84n.
Topolski,]., 27, 35n.

Hegel, G. W F., 95.


Marx, K., 66-68, 83n., 103, 105.
Roth, G., 116n.
Tortel!a, G., 35n.

Hempel, C. G., 36n.


Mauss, M., 10,58. Rudé, G., 74.
Torr, D., 66.

Hildebrand, B., 25.


May, T, 35. Ruter, A.]. C., 82n.
Toubert, P, 21n.

Hilton, R., 48, 65-66, 83n.


McNeil!, W H., 123. Trevelyan, G. M., 38, 40, 46.

Hil!, C. P, 35n., 65-67.


Meek, R. L., 20n. Saint-Simon, C. H., 57.
Trevor-Roper, H., 54, 84n.

Hobsbawm, E., 37,42,45,48,54,65-66,


Meinecke, F., 6-8. Samuel, R., 46, 65, 85n.
Trotski, L. D. B., 83n., 107.

79, 82n. Mendels, F., 36. Savil!e,]', 66, 86n.

Meyer, A., 95. Schmoller, G. E von, 25.


Veyne, P, 51,123-124.

Iggers, o. 0., 6, 2In., 35n., 46, 83n., 8.'>n., 87n.. Miliband, R., 66. Schumpeter,]' A., 26.
Vidal de la Blache, P, lO, 15.

Mill,]. S., 113.


Schutz, A., 94.
Vilar, P, 28, 35n.

James, S., 55.


Mills, C. W, 96, 115n.
Seignobos, Ch., 11, 13, 20n.

Johnson, Ch., 108, 116n.


Mommsen, W, 20n.
Sewel!, W, 74, 86n.
Wal!erstein, l., 104.

Johnson, R., 85n.


Moore, B., 3, 104.
Shorter, E., 104.
Warde, A., 83n.

Jones, G. S., 85n.


Moorhouse, H. F., 83n. Simiand, F., 10, 12,28.
Webb, S., 64.

Morris, W, 66.
Skocpol, Th., 86n., 104-105, 111, 113,
Weber, M., 3, 5, 9,13,15,18, 20n., 2In., 28,

Kammen, M., 87n.


Moya, C., 83n.
115n., 116n.
31,74, 83n., 86n., 89-96, 100, 102-103,

Kaye, H.]., 70, 85n., 86n.


Smelser, N.]., 46, 83n., 104-108.
106, 110, 111, 120, 124, 128n.

Kel!ner, H., 58, 84n.


Nadal,].,82n.
Smith, D., 116n.
White, H., 84n., 128n.

Keynes,].,26.
Neil!, E.]., 35n.
Smout, T C., 46, 86n.
Williams, R., 65.

Kiernan, Y. G., 66.


Nisbet, R., 35n., 115n.
Somers, M., 113, 117.

Kolakowski, L., 85n.


Nora, P., 35n.
Spencer, H., 85n.

Kondrátiev, 56.
Stearns, P, 47-48, 78, 87n.
Zaret, D., 115n.

Kossok, M., 109, 117n.


O'Brien, P, 30, 35n.
Ste. Croix, G. E. M., 85n., 123.
Zunz, O., 78, 82n., 86n.

Kuznets, S., 26.

Paramio, L., 116n.

Labrousse, E., 28.


Parker, H. T, 21n., 35n., 85n., 87n.

Laet, S.]. de, 128n.


Parkin, H., 83n.

También podría gustarte