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ACADEMIA ARGENTINA DE CIENCIAS, PSICOANÁLISIS Y PSIQUIATRÍA

PENSAR POR CASOS*

RAZONAR A PARTIR DE SINGULARIDADES

Jean- Claude Passeron y Jacques Revel


A través de la diversidad de sus figuras culturales y todo a lo largo de la historia de
los saberes y de los conocimientos especializados, las modalidades lógicas del
“pensamiento por caso” revelan una restricción propia de todo razonamiento coherente que,
para fundamentar una descripción, una explicación, una interpretación, una evaluación,
elige proceder explorando y profundizando las propiedades de una singularidad accesible a
la observación. No para limitar ahí su análisis o decidir sobre un caso único, sino porque se
espera extraer una argumentación de rango más general, cuyas conclusiones pueden ser
reutilizadas para basar otras inteligibilidades o justificar otras decisiones. Sin embargo la
rehabilitación metodológica del pensamiento por casos es reciente. Antes de quedar
asociado al cuestionamiento de los paradigmas naturalistas o lógicos, que de tanto en tanto
ha afectado a la mayoría de las disciplinas al correr del siglo XX, el análisis que se propone
tomar en cuenta “los casos”, profundizando y circunstanciando de manera más fina aquello
que los constituye, durante mucho tiempo pareció apartarse de la exigencia mayor de
unificación, homogeinización e, idealmente, de formalización de la argumentación , en la
cual la historia de los saberes parece haber inscripto definitivamente sus avances más
decisivos en el conocimiento lógico y empírico, desde la ciencia antigua hasta las
revoluciones científicas modernas.

El caso: ¿cuál generalidad?

Al querer definir el pensamiento de casos singulares de manera contrastante,


oponiéndolo punto por punto con el pensamiento lógico de generalidades, se corre el riesgo
de aceptar la ambigüedad semántica que recubre la noción misma de “caso” impuesta por el
uso. Por lo tanto tiene poco sentido registrar bajo este término colecciones heterogéneas de
objetos o de rasgos distintivos, de ejemplos y contraejemplos; confundir monografías y
casos y análisis explícitamente elegidos con fines de demostración o de comparación,
queriendo deslizarse de un repertorio a otro, como si la cosa se diera por sentada. De allí
nuestra elección de prestar atención a las operaciones asociadas al pensamiento por casos
en vez de partir de una definición imposible de antemano. Hoy en día de hecho son dos las
historias del pensamiento por casos las que después de haber caminado de manera
relativamente separada complementan sus efectos y sus incitaciones, provocando así un
replanteamiento de las axiomáticas, las lógicas y las metodologías universalistas y/o
nomológicas en las ciencias – y por ende en las ciencias del hombre. La primera es

*Publicado en Penser par cas, J.-C. Passeron y J. Revel, eds., Enquête N° 4, Éditions de
l’École des Hautes Études en Sciences Sociales, Paris, 2005.

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aquella que desde la filosofía y la retórica antiguas hasta los debates éticos contemporáneos
ha inscripto su continuidad práctica en la sucesión de casuísticas morales, jurídicas o
religiosas. La segunda, a través de la larga sucesión de escuelas y tradiciones médicas, no
ha cesado de afinar las prácticas y las reglas de un procedimiento clínico en los últimos
decenios del siglo XIX y los primeros del siglo XX, concurrente con el método
experimental ̶ con el cual, en las ciencias biológicas y psicológicas, ha tendido a
combinarse al final del siglo XIX según compromisos metodológicos y en protocolos
empíricos que han hecho escuela. Es principalmente bajo esta segunda forma que el
pensamiento por casos de entrada ha cruzado los recorridos contemporáneos de las ciencias
sociales. Mientras que ellos dependen de ambiciones universalistas, que las metodologías
sociologistas o economicistass de factura nomológica o estructural-funcionalista han
heredado del siglo XIX, descubren al mismo tiempo el lugar que puede tomar la
representación narrativa de secuencias e interacciones en cualquier tentativa de explicación
de la particularidad de un caso y de su contexto.

El carácter excepcional, eventualmente anormal, tal vez aberrante, de situaciones


que la mayoría de lenguas designan, tanto en su uso común o científico, como “caso”,
plantea una cuestión similar a todos los que tropiezan con un estado del mundo cuya
descripción se presenta al mismo tiempo como un desafío lanzado al observador. “Es un
caso” se dice cuando nos encontramos detenidos y obligados a cambiar de trayecto por un
obstáculo: tal cual, el enunciado contiene a la vez una observación empírica y un
requerimiento /mandato lógico. En este sentido, un caso es algo que viene, un tope
(“échéance”) para retomar la feliz expresión de Serge Boarini. Sobreviene, ocurre, y en
cuanto tal plantea cuestiones. Lo que siempre ha constituido la dificultad lógica en la
descripción de casos, en tanto que aguijón de los debates morales, políticos, teológicos,
científicos o privados, es que se opone de entrada a la tentativa de circunscribirlos por una
descripción que define una lista abierta de propiedades descriptibles, todas hipotéticamente
pertinentes para dar cuenta de su emplazamiento particular en una situación, una
configuración o en el seno de un proceso. En este sentido, un caso no es solamente un
hecho excepcional que hay que contentarse con que ahí quede: constituye un problema;
reclama una solución, vale decir la instauración de un marco nuevo de razonamiento, en el
que puede estar el sentido de la excepción, sino definido en relación a las normas
establecidas que confronta, por lo menos puesto en relación con otros casos, reales o
ficticios, susceptibles de redefinir con el mismo otra formulación de la normalidad y de las
excepciones.

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Que un caso sea maravilloso o, más comúnmente, perturbador, no alcanza. Se debe


poder plantear uno o varios problemas a partir de su vigencia 1. Antes de devenir en
ejemplos citados e invocados con autoridad o como elementos de prueba, los casos que
Freud hizo célebres eran de entrada cuestiones planteadas a la práctica de psicólogos y
psicoanalistas, comenzando por la suya propia; esto además era lo que basaba ante sus
ojos, y él no cesó de reiterarlo, la obligación de dar a conocer ante la comunidad científica.
O, para cambiar el registro, cuando François Hartog decide interesarse por el “caso Fustel”,
lo hace con la preocupación de precisar en qué y comprender por qué el historiador de “La
ciudad antigua” se ubicó netamente en contradicción con su disciplina, en relación a una
serie de tradiciones historiográficas, a la tradición simplemente, “en relación consigo
mismo” y, finalmente, “con esas grandes corrientes que son los pensamientos contra-
revolucionario, tradicionalista, liberal, democrático 2”. Verdaderamente es el conjunto de
cuestiones que lo invisten – y de las que es susceptible de quedar investido – lo que hace el
caso. Michel Foucault, reiteraba, al presentar el affaire Rivière (1835) que no había sido un
gran affaire, ni en la publicidad que tuvo en su tiempo, ni en la historia de la psiquiatría
penal, ni en la memoria judicial. No se convirtió de entrada en un caso bajo la forma de un
dossier publicado en los Annales d’Hygiène publique et de Médecine légale, ni en el
contexto del debate que se abrió independientemente del mismo sobre “la utilización de
conceptos psiquiátricos en la justicia penal”; y se convierte en caso en términos
reformulados ciento cincuenta años después, cuando ofrece a la filosofía la posibilidad de
interrogarse de nuevo, a partir de un dossier completado y reconfigurado, sobre “un
informe del poder, una batalla del discurso y a través del discurso” que muestra que el
crimen y el proceso de Rivière han sido una ocasión y un reto3.

El caso requiere profundización de la descripción, al tiempo que permanece


irreductible en su singularidad puesto que no puede jamás ser “definido” completamente
sino solamente designado por un acto de deixis. Parece poder resistir así cualquier esfuerzo
por disolverlo, por abstracción o por síntesis, en el anonimato de una de las formas ya
normatizadas o formalizadas del pensamiento de lo general o de lo universal. Por amplia
que sea, en la definición de un caso, la enumeración de rasgos genéricos que se pueden
encontrar idénticos a otros casos, siempre intervienen, en un enunciado que quiere hacer
referencia a su singularidad en el tiempo y el espacio, uno o varios deícticos4. En cualquier
argumentación en la que se encuentra movilizado un caso particular, nunca se utiliza - y no
1
L. Daston, “Strange facts, plain facts, and the texture of scientific experience in the Enlightenment”, en S.
Marchand y E. Lunbeck, eds., Proofs and persuasion. Essays on authority, objectivity and evidence, Tournai,
Brepols, 199, págs. 42-59.
2
F. Hartog, Le XIX siècle et l’Histoire. Le cas Fustel de Coulanges, Paris, PUF, 1988, pág. 13, 217-221.
3
Moi, Pierre Rivière, ayant égorgé ma mère, ma soeur et mon frère. Un cas de parricide au XIX siecle ,
présenté par M. Foucault et al., Gallimard/Julliard, 1973, págs.. 10-13. Ciertamente se podrían multiplicar
indefinidamente los ejemplos. Es ocasión de reiterar que el caso no está definido por la talla del objeto
tomado en cuenta, que importa no confundir con el carácter intensivo del examen a que es sometido. En
este aspecto, el Mediterráneo de Braudel puede constituirse como caso tanto como los objetos que
consideran los micro-historiadores (y por consiguiente la escala es de hecho muy variable).

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lo sería sin consecuencia - como un elemento intercambiable en un conjunto ya


circunscripto por una definición genérica o como resultante de un encuentro entre leyes de
alcance universal; no puede ser retenido ventajosamente como la variante libre de una
estructura invariante o la especificación automática de una norma.

Ya se trate de un caso bello (“beaux cas”), como los que coleccionan los
psicólogos, los criminólogos y los periodistas, o de un caso “espinoso”, de un caso de
escuela, o de casos límite, de configuraciones “típicas” o teratológicas; que nos choquemos
como ocurre frente a un “caso de consciencia” – que hace falta someter a un tratamiento de
excepción porque su resolución práctica no se puede deducir inmediatamente de las normas
o principios compatibles o componibles entre sí ̶ o bien que los encontremos como “casos
tipo” (“cas de figure”) imprevistos o curiosos — en los que vale la pena escrutar la
singularidad etnográfica, sociográfica o biográfica para poner en tela de juicio, por el efecto
desconcertante de su excentricidad, las ilusiones de lo natural y lo normal ̶ las
descripciones de casos vienen de entrada a ubicarse en una de las categorías más
problemáticas de la interpretación de hechos. Su singularidad los privilegia para unos y los
estigmatiza a los ojos de otros. Pero para todos, los distingue inmediatamente de todo lo
proveniente del estado de cosas o de los juicios que los calificarían como normales,
previsibles, repetitivos o corrientes ¿Qué significa entonces tal particularidad, que es a la
vez empírica y lógica? ¿Descriptible indefinidamente, pero impedida de cualquier acceso a
los caminos canónicos de la necesaria inferencia? La identificación de un caso como tal
plantea a todos aquellos a quienes se topan con su singularidad la misma cuestión lógica, la
de la identificación de una identidad inestable, incluso autodestructiva, puesto que el
contenido a veces se reduce a la discordancia que el caso introduce en las operaciones
vigentes en las decisiones cotidianas o en los procedimientos confirmados del razonamiento
científico.

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Jean Claude Pariente caracteriza muy bien la disponibilidad semántica del nombre propio al analizar la
perplejidad en la que uno “se” encontraría si “se” leyese, por ejemplo, que “Jean Paul Sartre está en tren de
poner a punto su Précis de logique modale (Compendio de lógica modal)”. Como todo otro deíctico, el
nombre propio dirige de manera ciega la atención hacia su referente sin poder definirlo completamente
jamás; pero, “designador rígido” según la expresión ya clásica de Donnellan, opera al mismo tiempo un
campo de cuestiones variables sobre la verdad de las aserciones que manda, en función de su “anclaje
pragmático” en una situación de comunicación. Aquí, las reacciones del lector de esta información variarán
entre la incredulidad y la aceptación según otras informaciones que constituyan el contexto de su escucha
de la frase amalgamando todos los contextos en los cuales ya ha escuchado hablar o ha leído algo de Sartre.
Los mismo si gramaticalmente son nombres comunes, los conceptos del sociólogo, inevitablemente ideal-
típicos, participan por ello de cierta indexicalidad del nombre propio: imposibles de definir completamente
por una lista cerrada de propiedades genéricas, no pueden identificar aquello de lo que hablan sin referirse
al mismo tiempo a una colección de casos, en cuya definición entran necesariamente nombres propios y
deícticos o perífrasis que contienen a otros. Ver J.-C. Pariente,”Le nom propre et la prédication dans les
langues naturelles”, en J. Molino, ed. Le nom propre, N° sp. de Langages, 66, 1982, págs. 37-39.

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El tratamiento argumentativo que conviene reservar a las entidades que escapan así
a las clasificaciones y a la formulación estabilizada de regularidades, como a los
procedimientos pre-contraídos de la evaluación de acciones en relación a normas
incondicionales, no ha dejado de dividir, todo a lo largo de la historia de los oficios
intelectuales, a los filósofos y a los teólogos, luego a los lógicos y los epistemólogos que
han practicado una casuística o que se han interrogado acerca del pensamiento por casos.
¿Cuáles pueden ser las formas y el alcance de los razonamientos que un caso, una vez que
se ha elegido describirlo y analizarlo como tal, al detallar también en cuanto sea posible sus
propiedades particulares, requiere del pensador que intenta preservar la significación local
de una singularidad, al mismo tiempo que quiere extender por generalización un
conocimiento trasladable a otros casos? ¿Cómo se establece lógicamente la validez general
según la cual se puede pretender un proceso de conocimiento al querer argumentar sus
aseveraciones a partir del caso, es decir a partir de descripciones en las que el autor acepta
de entrada que la lista de rasgos distintivos que considera pertinentes puede ser
indefinidamente alargada para identificar mejor la singularidad?

Después de Aristóteles, el problema ha recibido respuestas diferentes y


contradictorias5. Hoy en día se presenta sobretodo en términos metodológicos y
epistemológicos, ya que divide sobre la elección de protocolos de inventario de hechos
observables cada una de las ciencias empíricas – y , en primer lugar, las ciencias de lo
viviente como las ciencias del hombre: las primeras, en sus procedimientos a la vez
experimentales e históricos (tanto fisiológicos, neurológicos o físico-químicos, como
etológicos o ecológicos); las segundas, a la vez estadísticas e históricas, con sus métodos
cuantitativos o clínicos (a veces asociados), sus formalismos y sus casuísticas (casi siempre
sin relación). ¿ El pensamiento por casos, que se ha visto revestido de múltiples y diversas
formas y ha renacido varias veces después de ser declarado obsoleto o condenado al
ostracismo, descansa al fin de cuentas sobre un método de administración de pruebas que
deberá ser en sí mismo tan singular como los casos sobre los que se aplica? ¿La
comprensión de un caso, no será susceptible de apoyarse sobre un procedimiento que, para
lo esencial, permanece inefable y que solamente conviene a un objeto único? ¿Por ejemplo,
sobre una “intuición” sin comunicación ni criterio explicitable o transmisible como en las
prácticas del diagnóstico tradicional, o inclusive sobre la captación por empatía inmediata
del sentido de una civilización, de una visión de mundo o de un élan vital6?
5
A.R. Jonsen y S. Toulmin, The abuse of casuistry. A history of moral reasoning, Berkeley-Londres, University
of California Press, 1988; y en À quoi sert la casuistique en Penser par cas, Paris, ediciones de la EHESS,
2005.
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Los filósofos de la intuición, para quienes la aprehensión directa de una esencia singular constituye una
forma de conocimiento superior a cualquier discusión, han ejercido una influencia, que hoy en día tiende a
desvanecerse, sobre las primeras formulaciones conceptuales de las ciencias sociales. Pero Nietzche, en

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Tanto en el siglo XIX como en el XX las ciencias del hombre se han apartado más o
menos rápidamente de los caminos metodológicamente impracticables que las grandes
filosofías de la historia o de la evolución quisieron trazar, desde lo alto de sus conceptos,
hacia los trabajos de erudición o de campo, del análisis o de la clínica. ¿Pero puede el
pensamiento por casos sustraerse a toda normalización lógica, o al menos a
sistematizaciones parciales y provisorias que autoricen una semi-formalización ‹‹sensible al
contexto››, en la medida que intenta formular sus interpretaciones o justificar sus elecciones
a un cierto nivel de generalización y de rigor en sus inferencias 7? Evidentemente no: no se
engendra jamás ninguna ‹‹generalidad›› por la adición de ‹‹enunciados existenciales
singulares››. A su vez, existe el riesgo descriptivo de ir demasiado lejos en la reducción
pura y simple del tratamiento de casos a formas deductivas o inductivas de razonamiento,
tal como lo pueden hacer las argumentaciones científicas que fundan el comportamiento de
sus comparaciones entre variaciones empíricas, como el rigor de sus cálculos y las reglas de
sus formalismos o de sus modelos, sobre la lógica ‹‹monótona›› de un tránsito de doble
sentido entre lo particular y lo universal. Bajo la presión de las metodologías de la
inferencia necesaria (o probabilística), que no dejan opción entre el camino ascendente y el
camino descendente para ir de lo particular a lo universal (y recíprocamente), esta
simplificación ha sido la regla hace largo tiempo. Para dar cuenta de la transposición
conceptual de la comprensión de un caso a la inteligibilidad de otro, la preocupación de
justificarse ante las formas clásicas de la lógica casi siempre ha sugerido a los autores de
trabajos que privilegian el estudio profundizado de casos — en el terreno etnográfico, en la
monografía según sus diferentes versiones, en la biografía, en el seguimiento clínico de
casos individuales—pasar por el lenguaje de la validez de las pruebas experimentales
fundadas sobre la reiteración de observaciones, sobre todo después que con Popper el
modelo de la ‹‹refutabilidad›› de proposiciones teóricas parece proveer una garantía
universal de cientificidad en toda ciencia empírica. ¿Pero da cuenta del movimiento
efectivo del pensamiento por casos tal alineamiento metodológico?

A partir de los métodos y los lenguajes según los cuales las ciencias del hombre
precisan actualmente las cuestiones planteadas por la interpretación de sus objetos más
específicos, es decir los más estrechamente dependientes de su contexto, parece surgir una
tercera interpretación del rebrote de cuestiones sobre la causalidad del ‹‹caso››. Se la
encuentra por lo demás, mutatis mutandis, en la mayoría de las disciplinas, en el corazón de

quien las interpretaciones están nutridas de análisis históricos, ha provisto a los investigadores otro modelo
sugestivo, más cercano a sus métodos, el de la recreación trabajada del sentido conceptual de un caso
ejemplar, como lo ilustra su descripción del ‹‹origen›› de la tragedia o de la filosofía presocrática. Es este
Nietzche, el de La genealogía de la moral (1887), el que invoca Weber por la fuerza probatoria que le ha
conferido al tipo-ideal de la ‹‹recalificación religiosa del sufrimiento›› del cristianismo.
7
Piere Livet muestra la adecuación de este tipo de formalización, que procede de la revisión de
normalidades y de sus excepciones en función de los contextos, a los razonamientos habituales del
historiador o del sociólogo en su texto: ‹‹Formaliser l’argumentation en restant sensible au contexte››, en
M. Fornel y J.-C. Passeron, eds., L’argumentation. Preuve et persuasion, Paris, EHESS, 2002, págs.. 49-66
(‹‹Enquete›› 2).

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la reflexión actual sobre la diversidad de modalidades científicas de la descripción y de la


prueba. En los últimos decenios del siglo XX, el debate epistemológico sobre los estilos
científicos, tal como se ha reformulado a partir de la diversificación de las mismas
prácticas de investigación, ha impuesto al conjunto de las disciplinas un re-examen de las
certezas que parecían haber adquirido sobre los lazos lógicos entre la ‹‹verdad›› de una
comprobación empírica y los métodos según los cuales se establece. El positivismo a la
antigua, con lo que conserva de realismo a la antigua, se ha desvanecido de las prácticas
científicas, sino de todas las ideologías instruidas, a favor de una representación
profundamente diferente de las relaciones entre el lenguaje y el mundo, con frecuencia
ligada a las ciencias lingüísticas y a la lógica del lenguaje. Esta revolución epistemológica
subterránea por otra parte ha cambiado muchas veces de denominación, según quiénes
argumenten: convencionalismo, nominalismo, pragmatismo, axiomática arbitraria. ¿No
hallan nuestras disciplinas la lógica de sus procedimientos más originales en el terreno en
que el pensamiento por casos logra construir inteligibilidades generales o trasladables a
partir de un tratamiento específico de las singularidades, allí donde se han visto los indicios
de una crisis, el reconocimiento de impasses donde a veces han tenido el sentimiento de
hallarse, o también el efecto de desgaste de los grandes paradigmas unificadores que
subtienden sus programas8?

‹‹Hacer caso››: la singularidad y la ocurrencia

Vale la pena detenerse un instante sobre la experiencia de desadaptación mental a la


que se asocia la identificación de un caso como tal. En las lenguas que han retenido algo de
la etimología del casus latino (y mayormente palabras formadas a partir de la raíz del verbo
cadere), aquello que hace a la originalidad de un caso, sea de naturaleza ética, política o
histórica, es la configuración original de una disposición de hechos o de normas cuya
irreductible heterogeneidad viene a interrumpir el movimiento habitual de una toma de
decisión, del desarrollo de una observación, del camino de una prueba, al tiempo que nada
de la teoría, la doctrina o el método que guía de entrada la descripción o el razonamiento
permite prever la objeción.

El caso encuentra así una primera definición subjetiva, completamente negativa, en


la interrupción que impone al movimiento acostumbrado de la experiencia perceptiva, así
como al recorrido previsto de un discurso descriptivo, argumentativo o prescriptivo. Los
casuistas cristianos y los moralistas – y luego, entre ellos, los novelistas – se han ingeniado
como virtuosos en multiplicar, a veces casi hasta el vértigo, la invención de configuraciones
8
Se retoma aquí la cuestión planteada, en un contexto diferente, por Carlo Guinzburg en su ensayo ‹‹Spie.
Radici di un paradigma indiziario››, en A. Gargani, ed., Crisi della ragione, Turin, Einaudi, 1979. La gran
resonancia que ha conocido este texto, que ha circulado mucho después de un cuarto de siglo, así como la
diversidad de lecturas de las que ha sido objeto pueden servir útilmente para caracterizar la coyuntura
intelectual y científica a la que nos referimos aquí.

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inesperadas explícitamente destinadas a hacer problema9. La singularidad que ‹‹hace caso››


tiende entonces a la asociación contradictoria – o por lo menos desconcertante – de
principios o de hechos que se muestran capaces de desestabilizar la evidencia perceptiva de
un objeto o la consistencia de una convicción. Instaura la perplejidad del juicio al quebrar el
hilo de la deducción o de la generalización y provoca así la reflexión, la bifurcación lógica,
la ruptura de procedimientos o un cambio necesario del marco de referencia teórica en el
rumbo de una conclusión.

La ocurrencia, o más aun el conjunto de co-ocurrencias que, en el encuentro de un


caso, fuerza la atención constriñéndola a suspender el curso del razonamiento disponible o
preparado para imponerle un cambio de régimen, puede residir tanto en la yuxtaposición
improbable de los hechos observados – en la configuración de un ‹‹efecto perverso›› que
resulta de la contradicción entre las estrategias subjetivas de individuos particulares y sus
resultados objetivos ̶ como en la aporía lógica que pone en cuestión todo un sistema de
reglas a través del descubrimiento de un simple hápax10. Aquello que se mete de través en
el recorrido sin falla de un orden teórico incontestado o que cae a pique para servir de
trampolín al abogado del diablo, aun cuando esté elaborado con conocimiento para abrir un
espacio problemático nuevo (tal como lo hacen explícitamente las técnicas del derecho, por
ejemplo), aquello que otorga la fuerza de un caso no envía jamás a una única fuente.
Impone un obstáculo lógico, pero su fuerza de detención no dimana ni de la imperatividad
no condicional que se adhiere a una norma (ética, religiosa, política, etc.), ni de efectos que
serían previsibles a partir de la necesidad universal de un orden de la naturaleza, de la
validez teórica de los axiomas de un sistema lógico o de los principios de una doctrina. El
caso nace más seguido de un conflicto entre esas reglas y las aplicaciones que debiera ser
posible deducir, así como de la situación – provisoria pero intolerable ̶ de indecibilidad
que resulta. Las figuras de la casuística son tanto como investigaciones ̶ y en primer lugar
formulaciones ̶ de estas figuras contradictorias.

Vale decir que los razonamientos dirigidos sobre los casos o a partir de los mismos,
tal como los conducen los filósofos, los juristas, los médicos, los clérigos, luego sobre sus
huellas los eruditos que realizan prospección de terrenos o idiosincrasias sociales ̶
historiadores, sociólogos, antropólogos ̶ han debido inventar los caminos de sus propias
generalizaciones. Los cuales pueden ser muy diferentes según los tipos de objetos, los usos
prácticos y los contextos disciplinares o históricos. Puesto que aquello que llamamos caso
por comodidad se descompone casi siempre en una gran gama de experiencias, a veces de
experimentaciones11. Ha existido, en el seno del pensamiento científico y sobre sus
9
Thomas Pavel propone reconocer en el núcleo de la novela moderna una ‹‹indeterminación axiológica››
que serviría como el motor profundo: cf.‹‹ Ficción y perplejidad moral››, Paris, EHESS, 25° Conferencia Marc
Bloch, junio de 2003. Del mismo autor ver también La pensé du roman, Paris, Gallimard, 2003.
10
Nos cruzamos aquí con las observaciones del sociólogo Howard Becker en las conclusiones de C.C. Ragin y
H.S. Becker, eds., What is a case? Exploring the foundations of social inquiry, Cambridge, Cambridge
University Press, 1992.
11
Ver Ragin y Becker, ibid. (en particular la contribución de Charles Ragin).

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márgenes, una multiplicidad de pensamientos por caso que testimonian, en particular, la


diversidad de las casuísticas. Esta diversidad no reenvía solamente a la de los fines sociales
a los que han servido o que ambicionan servir, ella se encuentra también en los medios
lógicos que pone en marcha. La casuística moral de las faltas desarrollada en la mayor parte
de las religiones instituidas y de las morales filosóficas, en la cual la argumentación se
realiza a partir de una referencia a autoridades, no es la que ponen en marcha las
comisiones de ética que buscan hoy en día los medios de un acuerdo sobre las elecciones
médicas o en el dominio de la experimentación genética. La ‹‹casuística›› de los tipos
ideales de acción, de la que habla Max Weber para caracterizar la instrumentación
conceptual de la historia comparatista, no es la de los case studies de la primera sociología
norteamericana, ni con mucho la de la escuela de Chicago. Los casos que coleccionaba
Charcot, y que presentaba ante su auditorio de la Sâlpetrière para esbozar los elementos de
una clínica y de una etiología, difieren profundamente de aquéllos que Freud intentaba
producir al término de un trabajo analítico, realizado en la confrontación singular con un
paciente, y en los que esperaba que le den la posibilidad de poner a prueba una técnica
terapéutica al mismo tiempo que la consistencia de la construcción teórica que elaboraba.
¿Es posible, a pesar de todo, extraer, más allá de sus variaciones, las características
comunes en el procedimiento ̶ normativo, explicativo, interpretativo ̶ que a partir de un
conjunto de hechos intenta hacer un ‹‹caso››?

Dos rasgos están presentes simultáneamente, y a menudo explícitamente asociados,


en la calificación de un caso. El primero es muy evidentemente la singularidad de un
‹‹estado de cosas›› en la que el interés, práctico o teórico, no es reductible al de un ejemplar
cualquiera en el seno de una serie monótona o al de un ejemplo elegido arbitrariamente
para ilustrar una proposición universalmente válida. Empero, y éste es nuestro segundo
rasgo, para poder ser enunciado y explicitado, el informe de esta singularidad requiere que
el descriptor se adhiera al seguimiento temporal de la historia según la cual dicha
singularidad es el producto (y un momento), y se remonte también todo lo necesario y todo
lo posible en el pasado del caso, al mismo tiempo que en la exploración detallada del
devenir correlativo del contexto, o de los contextos, en que se inscribe: una singularidad es
en efecto precisamente menos sustituible por otra ̶ más singular entonces ̶ en la medida
que su contexto sea especificado en mayor grado. La conexión entre estos dos rasgos
constituye el recurso lógico y metodológico de la interrogación necesaria para toda
calificación de una ocurrencia como un caso.

El caso es el obstáculo. El caso es más y es otra cosa que un ejemplo. Así planteada, esta
afirmación requiere serias matizaciones. Entre los sujetos que Charcot coleccionó a fines
del siglo XIX, que mostraba y trataba, algunos han dejado un nombre y a veces un rostro.
Pero estos bellos casos constituyen una minoría. Jacqueline Carroy recuerda que los otros,
en su mayoría, han sido “tratados públicamente como piezas, particularmente interesantes
puesto que eran típicas y por lo mismo raras, de una colección viviente asociada a otras

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colecciones de todo tipo, moldes, fotografías, notas, que se acumulaban en el servicio”. Los
casos no intervienen aquí más que como ilustraciones de las patologías expuestas y
comentadas, o aun como episodios clínicos particulares, “mucho más que como historias de
individuos singulares”. No toman un espesor particular sino en la medida que la
contrastación cruzada de observaciones coleccionadas en el seno de diferentes repertorios
sugiere una pregunta, una hipótesis inédita. O también cuando la personalidad remarcable
de un sujeto lo constituía en excepción: tal como en la tentativa de Observation de M.
Émile Zola (1896), en la cual el psiquiatra Édouard Toulouse se propuso estudiar, a través
de las relaciones de la superioridad intelectual con la neuropatía, “aquello que constituye la
individualidad física y psicológica de un hombre extraordinario12”. Sin embargo la lógica
aquí también es la de la colección, que debe ser la más completa que sea posible y en la
cual los tipos regulares son vecinos de las piezas raras (la monografía consagrada a Zola
debió por lo demás ser la primera de una serie consagrada a figuras célebres).

Es por completo diferente la condición, propiamente experimental, del caso


individual que construyeron Janet y, sobretodo, Freud en el ejercicio mismo de la relación
terapéutica y luego en el reporte que dan. No ilustra nada al principio: ni tipo conocido, ni
certidumbre adquirida, se presenta como un enigma en el que el trabajo analítico debe
ocuparse de poner a punto los términos para poder intentar resolverlo. Cuando publica el
‹‹ Fragmento de un análisis de histeria›› en 1905, Freud intenta comunicar a la comunidad
científica ‹‹aquello que se cree saber sobre la causa y la estructura de la histeria››. Pero este
saber no es separable de la larga relación que constituye el caso Dora, de los momentos
claves de su interpretación; también de su interrupción. Esta interrupción por cierto está
ligada a la voluntad de la paciente de discontinuar el tratamiento; pero también hace
explícitamente a la naturaleza del ejercicio: “Un caso aislado no será jamás susceptible de
probar una regla general […] la sexualidad es la clave del problema de las psiconeurosis,
como de las neurosis en general13.” Lo mismo que no es el rol del estudio de caso permitir
la afirmación de una regla: más bien da la ocasión de poner en relación los elementos
desarticulados de una configuración que de entrada es indescifrable y hasta imposible de
reparar, y que por ello constituye un problema. La misma convicción se encuentra
expresada con fuerza en el caso de ‹‹El hombre de los lobos››, de nuevo presentado como el
“fragmento” de un análisis. Vale la pena prestar atención a los términos con los cuales
Freud justifica la naturaleza ̶ y también la extensión ̶ de su empresa:

Loa análisis llevados a cabo en poco tiempo con resultado favorable son preciosos para que el
terapeuta aumente la confianza en sí mismo [...] pero siguen siendo en gran parte de poco alcance en
lo que toca al progreso del conocimiento científico. Ellos no nos enseñan nada nuevo. Alcanzan un
éxito rápido porque ya sabemos todo lo necesario para lograrlo. No se puede aprender lo nuevo sino

12
J.Carroy, ‹‹L’étude de cas psychologique et psychanalytique (XIX siècle-début du XX siècle)››, en J.-C.
Passeron y J. Revel eds., Penser par cas, Editions EHESS, Paris, 2005( pág. 210).
13
S. Freud, ‹‹Fragmento de un análisis de histeria (Dora)›› (1905), en Cinq psychanalyses, trad. fr., Paris,
Presses Universitaires de France, 1954, pág. 2, 86. Se ha traducido del francés según la edición utilizada por
los autores (N. del trad.)

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por los análisis que presentan dificultades particulares, dificultades que requieren mucho tiempo para
ser superadas. Es en estos casos únicos que nos aproximamos a descender a las capas más profundas
y más primitivas de la evolución psíquica y que podemos encontrar las soluciones a los problemas
que nos plantean formaciones ulteriores. Decimos entonces, hablando estrictamente, que sólo un
análisis que haya penetrado tan lejos merece ese nombre. Naturalmente, un caso aislado no nos
enseña todo lo que quisiéramos saber. O, más adecuadamente, nos podría enseñar todo si
estuviésemos en condiciones de comprender todo y si la inexperiencia de nuestra propia percepción
no nos obligara a contentarnos con poco14.

El caso del Hombre de los Lobos (1918) es un caso único; también es un caso
princeps: propone el estudio ex post, excepcional de muchas maneras, de una neurosis
infantil, sobre la cual el autor eligió concentrar su exposición por razones que fija de
entrada. Para Freud, encuentra su importancia particular en el contexto de la polémica que
mantiene con Jung y Adler sobre un punto teórico, el rol de la historia infantil de las
representaciones inconscientes en la constitución de las neurosis. Por consiguiente, a lo
largo de la exposición, no puede despegarse este punto teórico del reconocimiento del caso,
que pasa por una descripción (el término aparece con insistencia en las primeras páginas del
texto). Es a partir de los hechos descriptibles, puestos a la luz durante el trabajo analítico,
que progresivamente se elaboran la trama interpretativa y la hipótesis explicativa. Esta
última juega a su vez el papel de una puesta a prueba de la teoría en su estado disponible y
provisorio. El estudio del caso deviene así la ocasión de una experimentación en la que las
conclusiones quedarán, ellas también, provisorias. La hipótesis explicativa propuesta por
Freud reposa sobre una disposición inédita de los elementos constitutivos del caso ̶ en el
que la misma propone un modelo: ambiciona hacerse cargo de ‹‹aquello que se resiste al
“saber”, a la técnica y a la teoría15››. En el proyecto de Freud, la hipótesis se dirige, más
allá, a otras puestas a prueba que darán ocasión de testear su validez.

El caso aquí está constituido como un enigma a resolver: por lo tanto es una
cuestión de interpretación. Pero inseparablemente es un momento de una elaboración
teórica en construcción. Los obstáculos con los que se enfrentan las diversas prácticas de la
casuística se presentan también como enigmas, pero toman normalmente esta forma en
relación a un cuerpo de reglas que son explicitadas y que pueden ser consideradas como
adquiridas. A los casos paradigmáticos ̶ casos simples que vienen a ubicarse claramente
bajo la regla cuya validez y performatividad ilustran ̶ , Jonsen y Toulmin oponen aquellos
que no son cubiertos por la norma de manera parcial, o aún que pueden relevar varias
normas concurrentes, discrepantes, hasta conflictivas entre ellas: hacen aparecer una
situación de ambigüedad y manifiestan que ‹‹ninguna regla puede mostrar su propia
interpretación por completo››. El trabajo que llama entonces a la reflexión sobre el caso y la
decisión a la cual requiere llegar, consiste menos en una revisión de la regla que en la
14
S. Freud, ‹‹Extrait de l’histoire d’une névrose infantile (L’homme aux loups)›› (1918), ibid., págs. 327-328.
Se ha traducido del francés según la edición utilizada por los autores (N. del trad.)
15
D. Rudelic-Fernandez, ‹‹Logiques du cas: modèles et modalités››, en P. Fedida y F. Villa, eds. Le cas en
controverse, Paris, PUF, 1999, pág. 29-42 (pág. 39); C. Cyssau, ‹‹Fonctions théoriques du cas clinique. De la
construction singulière à l’exemple sériel››, en ibid., pág. 59-82.

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construcción de una configuración problemática ̶ un ‹‹caso de conciencia›› ̶ cuya


solución reclama tomar en cuenta circunstancias ̶ tópicos ̶ que hacen a la singularidad. El
ejercicio se sustrae al mismo tiempo al espacio de la deducción nomológica, a la que
suspende, para aplicar ‹‹argumentos prácticos›› a una situación particular. Llama a la
revisión: ‹‹Los hechos del caso presente definen las bases sobre las cuales debe estar
fundada toda resolución y las consideraciones generales que han tenido importancia en
situaciones similares proveyendo justificaciones que ayudan a reglar los casos futuros. De
allí, la resolución de todo problema es presuntivamente válida, su fuerza depende de las
similitudes entre el caso presente y los precedentes, y su justeza puede ser cuestionada (o
refutada) en las situaciones reconocidas como excepcionales››. En el marco más específico
de la casuística católica post-tridentina, Serge Boarini identifica también dos recorridos
profundamente diferentes, entre los cuales se encuentra la misma tensión. A los diversos
tipos de casos ‹‹ejemplares›› que, de una u otra manera, vienen a confirmar las
prescripciones de la Iglesia en materia de doctrina se oponen aquellos que son
comprendidos como ‹‹ocurrencias›› y que no son susceptibles de ser tratados de modo
simple, según una norma disponible. Reclaman una concertación, que pasa ella misma por
un retorno reflexivo sobre las normas y sobre su disposición posible a la luz de las
circunstancias que una situación particular impone a tomar en cuenta en la formulación de
un juicio16.

La casuística jurídica medieval, tal como la analiza Yan Thomas en sus operaciones
mentales, endurece aun más los términos de esta tensión. Profundamente diferente al
recurso del precedente jurisprudencial, el procedimiento, cuyo lugar era esencial ya en el
derecho romano antiguo, construye una técnica de producción del derecho al mismo tiempo
que informa los aprendizajes eruditos a través de las quaestiones que los profesores
exponen a sus estudiantes. Los casos sobre los cuales se reflexiona, ya sean inventados o
que envíen a situaciones ocurridas realmente, ofrecen la posibilidad de reconocer los
límites de los recursos susceptibles de ser movilizados para la argumentación jurídica ante
una situación de hecho ante la cual los mismos no permiten responder. De este modo, la
invención de la noción de personalidad moral, de la que Thomas sigue la elaboración entre
los siglos XII y XIII, reenvía a situaciones efectivas – ¿a quién le corresponden los bienes
de una comunidad en la que sólo queda un miembro viviente? ¿y cuando todos los
miembros han desaparecido? – pero también, e inseparablemente, a construcciones
ficcionales cuyo rol es radicalizar la cuestión planteada por medio de un juego de
circunstancias excepcionales, que hace posible brindar más extremos aun para testear la
validez de la soluciones propuestas. Por lo tanto estos casos límite, que salen de lo
ordinario, no tienen vocación de quedar como tales. La impasse jurídica que hacen patente
y que permiten resolver no debe quedar en el registro de la excepción, ‹‹lo que se ha

16
A.R. Jonsen y S.Toulmin, The abuse of casuistry …, pág. 35; y S. Boarini, ‹‹Collection,
comparaison,concertation. Le trattement du cas, de la casusitique moderne aux conferences de consensus››, en
Penser par cas, pág 129-157, J-C Passeron y J. Revel eds., Paris, EHESS, 2005.

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pensado precisamente para este caso ha sido también al mismo tiempo para todos aquellos
que contenía dentro de su límite››. Por medio de la resolución que ha aportado, el caso
extremo está llamado ‹‹a instalarse como una hipótesis constante››. En este juego de doble
mano entre la excepción y la regla, Thomas propone ver un rasgo esencial de la producción
del derecho: ‹‹La casuística aquí nos hace tomar un aspecto a menudo desconsiderado de la
historia del derecho, sino del derecho mismo: la irreductible factualidad, no de las
ocasiones donde se dice el derecho (los hechos de los que se trata para ser calificados), sino
la significación misma de sus decisiones, que toman menos la forma de una norma
abstracta que la de una excepción declarada como constante17.››

Dar cuenta de un caso: La restricción del relato. Vayamos ahora al segundo de los rasgos
que hemos descontado como descriptivos. Constituir un caso es tomar en cuenta una
situación, reconstruir las circunstancias – los contextos – y reinsertarlos así en una historia,
que está llamada a dar la razón de esta disposición particular que de una singularidad
constituye un caso.

Mucho antes de que apareciera en el primer plano de la observación científica, a


fines del siglo XVIII, el método clínico, tal como lo practicaba la medicina con o sin glosa
teórica, había perpetuado desde la Antigüedad la preocupación por el ‹‹caso›› en el primer
sentido del término, el que asocia el seguimiento del enfermo, por medio de los cuidados
que le son dispensados individualmente y el registro minucioso y continuo de los síntomas
que identifican su patología. El caso se encuentra así inscripto de entrada en el corazón del
triángulo hipocrático. Es la historia misma de la enfermedad que se supone entrega al
médico, después al lector de las observaciones que éste consigna, la posibilidad de cotejar
el saber general, organizador así formal del hombre de arte, con la realidad de los síntomas:
la experiencia concreta y no reducible del enfermo. Pues es la comparación de los cuadros
clínicos que en un segundo tiempo debe hacer posible la constitución de tipos y,
eventualmente, la búsqueda de regularidades explicativas18. Sabemos que se trata de una
tradición de muy larga duración en la historia de la tradición médica occidental. Michel
Foucault, quien ha denunciado la continuidad ilusoria, ha sugerido que la misma ha
encontrado una validez y nuevos empleos con la afirmación de racionalidades inéditas de
poder, que para él son contemporáneas del surgimiento de las ciencias del hombre, entre
fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XX. Si se le sigue, resulta entonces que la
diferencia individual encontrará una nueva pertinencia, que ilustrará tanto los nuevos
saberes sobre la sociedad como los procedimientos que apuntan a disciplinarla por otra
parte. En conjunto ‹‹bajan el umbral de la individualidad descriptible y hacen de esta

17
Y. Thomas, ‹‹L’extrême et l’ordinaire. Remarques sur le cas médiéval de la communauté disparue›› en
Penser par cas, J-C Passeron y J. Revel eds., EHESS, Paris, 2005, págs. 45-73 (pág. 72).
18
J.Pigeaud, ‹‹Aux sources des cas››, Histoires de cas, N° especial de Nouvelle Revue de Psychanalyse, 42,
1990, pág. 65-81.

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descripción un medio de control y un método de dominación››. Entonces ‹‹el examen,


rodeado de todas sus técnicas documentales, hace de cada individuo un “caso”: un caso que
a la vez constituye un objeto para un conocimiento y una presa para un poder››.

Ese modelo, según el cual estima que engendra las formas de individualidad
objetiva, disciplinada, de las sociedades contemporáneas, Foucault lo contrapone
fuertemente al de la casuística clásica. ‹‹El caso no es más […] un conjunto de
circunstancias que califican un acto y pueden modificar la aplicación de una regla, se trata
del individuo tal como se le puede describir, calibrar, medir, comparar con otros en su
misma individualidad19››. Se ve bien que, entre los dos regímenes de prácticas, distingue no
solamente las formalidades sino también un programa y las condiciones mismas de su
posibilidad. Falta decir que se puede estar tentado de matizar la oposición endurecida así
por Foucault. Por nuevos que sean el proyecto y las técnicas de lo que llama el examen,
‹‹fijación ritual y “científica” de las diferencias individuales››, la asignación a cada uno de
su propia singularidad se ha hecho presente en el corazón de los andares casuísticos mucho
tiempo antes del momento disciplinario de las sociedades occidentales. Para decir lo
mínimo, ha estado presente a partir de la obligación de la confesión individual instituida
por el IV° Concilio de Letrán (1215): al requerir a cada fiel ‹‹una diligente exploración de
su conciencia›› y al invitarlo a exponer ante la Iglesia, por la intermediación del confesor,
las circunstancias de su pecado, lo que define el marco cognitivo y argumentativo del
‹‹caso de conciencia›› al mismo tiempo que ofrece las condiciones de posibilidad de una
objetivación de la interioridad20.

Es Freud, después de todo, quien en una carta al pastor Oskar Pfister, reivindica una
filiación entre la práctica del análisis y la de los directores de conciencia católicos,
‹‹nuestros predecesores››. Y es él otra vez quien, desde los Estudios sobre la Histeria
(1895), se asombra del singular carácter de sus historias de enfermos (Kranken
geschichten) que son los relatos de casos que escribe, ‹‹legibles como novelas y que están
por así decir desprovistos del carácter serio de la cientificidad. Debo consolarme por el
hecho de que este resultado debe ser imputado a la naturaleza del objeto más que a mi
preferencia21››. Entendemos por ende que el informe del caso, tal como se elabora a partir
del trabajo del análisis, asocia de hecho dos historias que son presentadas como
indisolublemente ligadas: la del paciente, singular, y la de la relación entre el paciente y el
19
M. Foucault, Surveiller et punir. Naissance de la prison, Paris, Gallimard, 1975, pág. 191, 193.
20
P. Cariou, Les idéalités casuistiques. Aux origines de la psychanalyse, Paris, PUF, 1992. Para el Foucault
de los años 1960-1970, los saberes “psi” no son separables del conjunto de procedimientos destinados a
disciplinar al individuo en las sociedades contemporáneas; de allí, sin duda, su insistencia en señalar la
novedad radical.
21
J. Le Brun, ‹‹Un genre literaire, le cas? Du casus conscientiae à la Krankengeschichte freudienne››, in C.
Bohn y H. Willems, eds. Sinngeneratoren. FRemd- und Selbstthematisierung in soziologisch-historischer
Perspektive, Constance, UVK Verlagsgesellschaft, 2001, págs. 139-167; M. de Certau,‹‹ Le roman
psychanalytique. Histoire et literature››, en Id., Histoire et psychanalyse entre science et fiction, Paris,
Gallimard, 1987, págs. 118-147; P.-L. Assoun,‹‹ Le récit freudien du symptom››, Nouvelle Revue de
Psychanalyse, 42, 1990, págs. 173-198.

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analista; y se hace en un mismo texto, subraya Michel de Certeau que ve allí un explícito
tomar en cuenta del proceso dialógico propio de la cura analítica: ‹‹El déficit de la teoría
define el acontecimiento de la narración. Desde ese punto de vista, la novela, es la relación
que la teoría entreteje con la aparición eventual de sus límites 22››. Esta duplicación, que no
ha cesado de ser reivindicada como propia por la tradición freudiana no es generalizable a
todas las figuras del caso. No todas están así íntimamente ligadas en su producción a una
relación recíproca, que compromete al analista y modifica las condiciones de la descripción
y de la interpretación, al mismo tiempo que reclama una constante revisión de los logros
teóricos. Todas no son ni mucho menos, reconozcámoslo, puestas en escena con una
maestría tan soberana ̶ también imperiosa, a los ojos de algunos ̶ como la que gobierna la
presentación de los grandes casos freudianos.

El hecho es que, bajo diversas formas, el recurso del relato está presente en todas las
casuísticas jurídicas, morales, religiosas. Sirve para exponer una situación, para hacer
comprender cómo se ha llegado hasta allí, entendiendo el punto en que se hace un problema
o se ha constituido en problema. Un caso es el producto de una historia. Es secundario que
dicha historia sea ‹‹real›› o que sostenga una ficción: en la mayoría de los casos,
volveremos sobre ello, la misma ha sido objeto de un trabajo de selección y de
reelaboración que confunde la distinción y que la hace al mismo tiempo inesencial. A su
vez es decisivo que la historia registre los recorridos de un proceso y la puesta en situación
de las circunstancias que califican el caso. En la casuística católica clásica, esas
circunstancias toman nota por cierto de una clasificación sistemática, que determina una
escala de pecados, pero en sus combinatorias hacen posible reconocer regiones de
incertidumbre axiológica y balizarlas. En la nueva casuística, aquella que pone a prueba
por ejemplo la reflexión bioética norteamericana, como la presenta Francis Zimmermann,
sirven para contextualizar la argumentación moral al mismo tiempo que la ponen a
prueba23. La centralidad del relato se encuentra también en los usos menos evidentes tal
como pone en evidencia Jean-Philippe Antoine cuando muestra como la ‹‹puesta en caso››
de las vidas de los pintores le permitió a Vasari pensar la historia del arte como un ‹‹tejido
de casos››, como un conjunto de configuraciones diferenciadas en las que viene a explicitar
la especificidad para poder compararlas ya que se inscriben en el informe de una colección
de experiencias particulares24. La dimensión narrativa es cada vez constitutiva del caso ¿En
qué sentido? La respuesta puede buscarse en niveles muy diferentes.

El primero, el más general, ̶ demasiado general, tal vez ̶ se refiere al hecho de la


experiencia humana del tiempo, de la cual Paul Ricoeur ha mostrado que el relato
22
M. de Certeau, ‹‹Le “ roman” psychanalytique…››, pág 124.
23
F. Zimmermann, ‹‹La casuistique dans la bioéthique américaine››, Penser par cas, pág. 159-170. El relato
no se limita a esta función argumentativa puesto que a través del recurso al estilo indirecto hace posible tomar
en cuenta la subjetividad de los protagonistas que se distingue bien del registro del comentario del caso. Vale
la pena seguir la pista sugerida por el autor a propósito de otras figuras del pensamiento por casos.
24
J-P Antoine, ‹‹Les Vies de Vasari, l’histoire de l’art et la “science sans nom” des cas››, Penser par cas,
pág. 171-199.

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constituye la forma irreductible. Para él, la aprehensión de la temporalidad requiere el


‹‹discurso indirecto del relato›› para estar en condiciones de configurar la heterogeneidad y
la fragmentación de la experiencia. No resulta indiferente que al final de su recorrido la
filosofía haya escogido ilustrar esta tesis colocando en paralelo la ‹‹perlaboración››
(Durcharbeitung) analítica y el trabajo del historiador. Como toda historia, las ‹‹historias de
casos›› proponen según él el ejemplo de un proceso ̶ aquí, el de la cura ̶ en el curso del
cual ‹‹una historia coherente y aceptable›› viene a sustituir a ‹‹los sobornos de historia
ininteligibles e insoportables››. Más en general, el relato debe ser comprendido no
solamente como un medio de exposición, sino también como aquello que permite reunir las
piezas de una historia que no existe por fuera del mismo y darle un orden y una forma 25. Es
el mismo caso para el historiador, las conclusiones no son desmontables puesto que es el
relato tomado en un todo que sostiene sus conclusiones (Freud mismo ha insistido, en la
presentación del caso Dora, reprochándoles a sus colegas el brindar observaciones de los
histéricos sin tomar en cuenta las condiciones de su producción). Por otra parte, esta
coherencia narrativa no es separable de una restricción demostrativa. Los casos de los
juristas, los de los teólogos o de los psicoanalistas no son solamente historias. Constituyen
también dispositivos argumentativos que están destinados a convencer a las comunidades
de expertos, de conocedores, de quienes deciden, de lectores, etc., y que toman la forma de
una historia.

Se toca aquí un segundo nivel. Si tiene la ambición de dar cuenta de una experiencia
temporal, el caso no se identifica con esta experiencia. En la masa de hecho disponibles,
opera una selección que reorganiza, eventualmente estiliza los elementos en un marco
conceptual dado en función de una demostración anticipada. No viene a reproducir una
realidad, una ‹‹historia verdadera››, sino a producirla (de allí la insistencia que pone Freud
sobre el carácter fragmentario de sus historias de casos). En este punto, la oposición entre
historia y ficción tiende a desdibujarse, o más exactamente pierde su pertinencia, puesto
que lo que propone la escritura de un caso es una construcción que tome la forma de una
‹‹ficción verdadera›› (Assoun). Los diversos usos del pensamiento casuístico presentan
aquí toda una gama de posibles, que van de la invención de ficciones teóricas, tal como las
ponen en acción el razonamiento jurídico por ejemplo, a los informes de experiencia o de
campo, pasando por formas intermedias ̶ las más frecuentes, sin duda, en las ciencias
sociales ̶ que combinan la estilización de un prototipo y la evaluación de su proximidad
mayor o menor con la descripción de un caso empírico. Sin embargo lo que se busca a
través de estas tentativas son menos restituciones a lo verdadero que lo que Claude Imbert
califica fuertemente de ‹‹tomas de lo real26››.

25
P. Ricoeur, Temps et récit, III, Le temps raconté, Paris, Seuil, 1985, pág. 356. Ricoeur nota por otra parte
que Freud no parece haber discutido frontalmente el carácter narrativo de la experiencia analítica. Él se
interrogó al menos, como ya vimos, acerca de la forma ‹‹novelesca›› que tomaban sus‹‹ historias de
enfermos››; y expresó su perplejidad sobre la forma que convendría dar a una historia de caso (por ejemplo al
comienzo del segundo capítulo del Hombre de los Lobos).

16
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La pregnancia del relato en la caracterización de un caso nos conduce finalmente a


interrogarnos sobre el modo operatorio propio de las ciencias sociales, que las distingue de
las ciencias nomológicas. Se tiende demasiado seguido a comprender la profundización de
un caso como la elección de una óptica de miniaturización que de suyo haría posible la
captación, concreta y holística a la vez, de un objeto de conocimiento antropológico 27. Esta
lectura es ambigua ̶ aunque más no fuera porque ella prolonga un efecto de reducción,
como se ve en la perplejidad que han suscitado en ciertos historiadores las proposiciones y
los recorridos de la micro-historia. Sobre todo, la misma no toca lo esencial. La dimensión
imprescriptible del relato llama la atención sobre el parentesco profundo que existe entre el
método clínico y el método histórico, que señala por su parte un parentesco entre la marcha
del sociólogo y la del historiador. En efecto, tienen en común el proceder por descripción y
comparación de casos, sin reducirlos jamás al estado inerte de ejemplares intercambiables
en el seno de una misma categoría, simples unidades estadísticas susceptibles de ser
adicionadas a aquellas que responden a criterios unívocos de exclusión o inclusión en una
clasificación por géneros y especies. El recurso a un recorrido inductivo o, más
simplemente aun la enumeración sin omisión ni repetición de los elementos de un conjunto
̶ que proceden uno como otro por una subsumición vertical ̶ son suficientes para
identificar tales elementos de base y para formalizarlos en un conjunto susceptible de una
definición ‹‹en extensión››; lo mismo que son suficientes para aislar como
‹‹acontecimientos›› científicos las repeticiones de co-ocurrencias en el marco de una
experimentación, en el sentido estricto del término. El recorrido deductivo puede, también,
ser descripto como el lazo necesario sobre el mismo eje vertical entre definiciones y
principios generales y los ‹‹enunciados existenciales›› singulares que se pueden deducir y
que, falsados o corroborados, definen entonces la adecuación de una hipótesis a aquello que
se observa empíricamente. Por el contrario, el pensamiento por casos produce
inteligibilidades que, al atravesar y al reconfigurar horizontalmente las colecciones de casos
̶ es decir tratando sobre una forma ideal típica los rasgos pertinentes de una interpretación
coherente tanto sus analogías semánticas como su probabilidad causal ̶ sitúa en su lugar
epistemológico verdadero [veritable] la cuestión de ‹‹decir y escribir verídicamente [vrai]››
sobre los estados del mundo histórico vale decir en las ciencias del hombre. Pero este lugar
no es de ningún modo reposo, pues su definición lógica, lejos de poder concentrarse en un
sistema cerrado de reglas de inferencias, obliga al epistemólogo a un recorrido tan sinuoso
como las revisiones en cascada que escanden las intervenciones de la excepción y la regla
según los cambios de contextos, sobe los cuales se yergue el pensamiento por caso.

Es en Weber que se encuentra sin dudad la reflexión más rigurosa sobre la


argumentación histórica del comparatista ante su especificidad, es decir en aquello que la
26
C. Imbert, ‹‹ Le cadastre des savoirs. Figures de connaissance et prises de réel››,en J.-C. Passeron y J.
Revel, eds., Penser par cas, EHESS, Paris, 2005.
27
Esta lectura standard es la de una buena parte de la literatura consagrada a los case studies y la monografía.
Es la que defiende, por ejemplo, la obra de J. Fagin, A. Orum, G. Sjoberg, eds., A case for the case study,
Chapel Hill- Londres, University of North Carolina Press, 1991, en particular págs. 1-79.

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diferencia de la simple comparación estadística entre variaciones concomitantes,


interpretadas fuera de todo devenir o contexto de variables, como también en aquello que
prohíbe reducirla a la categorización genérica. El examen de la lógica ideal-típica hace
resaltar aquello que la metodología weberiana de la formación de conceptos sociológicos
tiene en común con el proceso de formación de generalidades en la lógica de un diagnóstico
formulada sobre una base estrictamente clínica. Como la sociología histórica, la descripción
clínica descansa sobre una estilización comparativa de los casos observados, que brinda los
tipos-ideales así construidos disponibles a la detección de semejanzas y diferencias entre
los casos nuevos. Sin duda es aquí que interviene de manera decisiva la puesta en relato de
toda descripción histórica, inseparable de la presentación de un caso. En el relato, se viene a
revisar y articular los rasgos distintivos que constituyen para ponerlos a disposición del
análisis como de las hipótesis interpretativas, descriptivas y explicativas: el registro de
estados del mundo, observados o restituidos, es siempre un relato de interacciones que se
modelan sobre contemplaciones sucesivas e interdependientes. El relato puede también
abrir la vía a un análisis interminable, para decirlo como Freud ̶ aunque la observación
bien vale para otros recorridos aparte del psicoanálisis ̶ de manera que no se quiera dejar
perder nada de los rasgos pertinentes, tan innumerables en el trabajo de la descripción de un
estado de hechos como las cuestiones pertinentes que sea posible plantear28.

El caso y la prueba

Las limitaciones y los recursos cognitivos del pensamiento por casos resultan, los
unos como los otros, de la diferencia epistemológica que separa la reconfiguración de
generalidades históricas, necesariamente sujetas a revisión, con la vía regia de una
generalización capaz de formular sus regularidades y sus previsiones con el lenguaje sin
falla de la universalidad lógica. Es este modelo fuerte de la prueba científica que el auge
conjunto del método experimental y de la matematización de los fenómenos naturales ha
tendido a imponer como el modelo exclusivo de toda demostración. Las ciencias del
hombre, que llegaron después, se plantaron en ese modelo, sino en todos sus
procedimientos, por lo menos conformando exteriormente su lenguaje de la causalidad y la
prueba. Así, en las disciplinas en las que el pensamiento por casos se encuentra
directamente en contacto o en concurrencia con los métodos inductivos y las clasificaciones
genéricas, ha debido, de algún modo por default y por las necesidades de un diálogo con los
investigadores a quienes quería convencer, retraducir las formas más originales de sus
interpretaciones plegándose al léxico y la gramática de procedimientos que le resultan
ajenos29: a saber, aquellos de un razonamiento experimental que funda toda la fuerza de sus
pruebas sobre la frecuencia indefinidamente creciente de la confirmación de hipótesis
28
Ver, en el mismo sentido, las reflexiones del antropólogo Clifford Geertz, en particular en uno de sus textos
más célebres, ‹‹Thick description.Toward an interpretive theory of culture››, en Id. The interpretation of
cultures, New York, Basic Books, 1973.

18
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suficientemente generales para poder formularse fuera de todo contexto, por experiencia
mental o real. Esta es en efecto la única forma lógica susceptible del dilema metodológico,
como lo condensa Popper, entre corroboración provisoria y refutación definitiva (las
‹‹condiciones iniciales›› pertinentes de la experiencia están dadas, y solamente ellas) 30. A
partir del siglo XVII, los procedimientos de profundización de un caso particular y los de la
generalización por extensión monótona han podido, al ignorarse, acentuar la diferencia
entre esas dos formas de la argumentación. La rehabilitación y la difusión recientes del
pensamiento por casos hoy entonces las interrogan por igual.

Las casuísticas del derecho, de la ética o de la falta religiosa, dejadas de lado de las
reformulaciones modernas del lenguaje matemático- experimental, han seguido un camino
trazado en la Antigüedad sin tener que plegarse al mismo alineamiento metodológico que
el que intentaron seguir las ciencias psicológicas y sociales, un tanto alejado, del curso de
las revoluciones científicas de la prueba. A la disciplina histórica, que durante largo tiempo
permaneció fiel a sus modelos antiguos y a sus funciones políticas, se le impuso el desafío
de mutar sus formas de narratividad por la aparición de las otras ciencias sociales. Hoy en
día, el ‹‹retorno del relato››, como se lo llama de manera aproximativa – vale decir la toma
de conciencia del hecho que el mismo jamás cesó de proveer al historiador la trama de su
trabajo ̶ , le sugiere reivindicar abiertamente su capacidad de construir explicaciones
inteligibles por un recorrido que, al multiplicarse los medios para encontrar las
particularidades presuntivamente pertinentes con que explicar la singularidad de las
historias que se esfuerza por dar cuenta, al mismo tiempo encara plantear el problema del
valor causal del pensamiento por casos en todas las ciencias sociales y , por añadidura, en
toda ciencia de la descripción.

La larga hesitación que se puede observar en la historia del psicoanálisis es más


característica aun del embarazo epistemológico que provoca en una ciencia el lugar central
que tiene el tratamiento de singularidades. Haciendo del pensamiento por casos la llave de
su práctica terapéutica como de su reflexión clínica sobre la etiología de las neurosis, el

29
Para etiquetar su principio de objetivación y sus técnicas de tratamiento de ‹‹las variaciones
concomitantes››, está la figura de Claude Bernard, fundador del método experimental en medicina que invoca
Durheim en Les règles de la méthode sociologique (1894). Pero, al mismo tiempo, como se puede ver en
seguida después en Le suicide (1897), es la interpretación de ‹‹tipos de suicidio›› restituidos a sus contextos
históricos lo que le proveyó una teoría inteligible de sus encuestas y reprocesamientos estadísticos: el
pensamiento por casos se encuentra siempre en mayor o menor medida en todos los desarrollos de una ciencia
histórica. La explicación de un caso por el sociólogo se refiere siempre, más o menos directamente, a una
interpretación de su sentido contextual. En resumen, supone a la vez la epistemología weberiana de la ‹‹doble
adecuación›› (‹‹causal›› y‹‹ en cuanto al sentido››), y la doble exigencia durkheimeniana de ‹‹explicar
separadamente la causa y la función››.
30
Desde que se plantea que no puede existir más que una sola forma de lazo lógico entre la generalidad de
una proposición teórica y su vulnerabilidad empírica a las constataciones singulares, se conducen todas las
diferencias semánticas entre ‹‹teoría científica›› y ‹‹teoría metafísica›› a una demarcación única: para Popper,
el psicoanálisis y el evolucionismo no pueden ser más que teoría metafísicas, como es también el caso de
cualquier otra forma de historicismo. Ver K. Popper, La logique de la découverte scientifique (1959, 1968),
Paris, Payot, pág. 92-105.

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psicoanálisis se encuentra, más que otras disciplinas sometidas a cualquier precio al


derecho científico común, demandado a justificar metodológicamente los argumentos que
hacen de prueba en el armado de materiales fragmentarios y sobre todo en las
interpretaciones ‹‹sorprendentes›› que propone. La frecuencia de casos típicos o de
síntomas recurrentes, que el razonamiento experimental toma como base de sus pruebas en
las inferencias que llevan de lo particular a lo general, o viceversa, apareció tardíamente en
el siglo XX como el horizonte impasable de la construcción de conceptos interpretativos y
explicativos en una ciencia empírica. No es sorprendente que la frecuencia de
confirmaciones haya continuado figurando, en todas las ciencias de casos, en el trasfondo
de los razonamientos sobre el valor de una prueba clínica – incluso aquéllas que
transforman radicalmente en función del psicoanálisis y sus diversas escuelas la
significación teórica de los casos individuales – haciendo de la organización de hechos en
series y colecciones de prototipos o tipos-ideales la ‹‹base empírica›› del trabajo probatorio
de las ciencias humanas sobre las singularidades.

El lenguaje de Freud ilustra el desfasaje entre la irrupción, a comienzos del siglo


XX, de una práctica clínica de seguimiento de casos y el lenguaje metodológico según el
cual se hallaba justificado, en su discurso para uso externo, la validez de sus conclusiones.
Al presentar, encabezando Cinq psychanalyses, el caso Dora como el informe de una cura
fundada sobre ‹‹la observación detallada de un enfermo y la historia de su tratamiento››, a
fin de corroborar [sus] asertos de 1895 y 1896 sobre la patología de los síntomas histéricos
y los procesos psíquicos de la histeria››, Freud nota inmediatamente que hubiera sido
‹‹perjudicial para él›› publicar entonces (en 1896) resultados tan sorprendentes ‹‹sin que los
colegas estuviesen en condiciones de verificar la exactitud 31››. Y en el mismo preámbulo
donde reitera su aserto principal, a saber que en materia de explicación psicogenética de las
neurosis el caso hace prueba en la exacta medida en que la cura se profundiza, afirma al
mismo tiempo que la fuerza de la prueba crecerá a medida que se presenten otros casos,
análogos o emparentados por muchos de sus rasgos o síntomas. Allí subsiste algo de una
subordinación epistemológica del sentido de las observaciones, que sólo el seguimiento
clínico de casos singulares permite extraer, en un sentido más general que lo que permite
organizar en una teoría tipológica la reunión de casos en las categorías de una clasificación
o, al menos, de una nomenclatura 32. La clínica psiquiátrica o médica, en la que se formó
Freud y a la que siempre alegará pertenecer, ya había utilizado todo a lo largo del siglo XIX
la descripción de ‹‹casos›› singulares o salientes para construir, al subsumir tales casos en

31
S. Freud, Cinq psychanalyses, pág. 1
32
La doble preocupación metodológica de Freud es visible en el preámbulo de Cinq psychanalyses, pág.1, 4-
6, donde el reivindica la inteligibilidad de una causalidad ‹‹enmarañada›› que sólo puede proporcionar la
singularidad de un caso observado en el curso del tratamiento analítico de una neurosis, sin renunciar por ello
a la generalidad que procura a dicha inteligibilidad el hecho de ocupar un lugar en una tabla nosográfica
donde figura como un ejemplar – y que así testimonian los artículos indefinidos que los titulan (una fobia, una
paranoia, etc.)

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el seno de una clasificación, una sintomatología, una nosografía, una etiología, de índole
general.

La especificidad de la prueba en psicoanálisis finalmente no acusa tanto una ruptura


(que queda implícita) con la metodología de verificación de una hipótesis por observación
reiterada de los mismos hechos susceptibles de validarla o de invalidarla directamente, sino
una dificultad inscripta en la propia situación analítica de observación. Si el inconsciente
sólo puede brindar sus efectos analizables en una situación, dispuesta para este fin por una
técnica y una deontología específicas, ¿cómo convencer de la exactitud de cualquier
interpretación que, no estando ni el analizando ni el analista, no está al alcance de observar
directamente el encadenamiento de palabras y de relatos, de los sueños y las
racionalizaciones, que constituyen el caso por el relato de un caso que no deviene tal sino
en el contexto de esta relación – sin contar el papel de la transferencia que Freud hace
intervenir aquí? El incrédulo no podrá ser convencido sino solamente invitado a redescubrir
él mismo ‹‹por su propio trabajo››, la exactitud de tal interpretación:

‹‹En efecto, va de suyo que una sola observación, aun completa, aun indubitable no puede dar
respuesta a todas las cuestiones que plantea el problema de la histeria […] Aquél que hasta hoy rehúsa creer
en el valor general y universal de la etiología psicosexual de la histeria no se dejará convencer al tomar
conocimiento de una sola observación; hará mejor en suspender su juicio, hasta el momento en que, por su
propio trabajo, haya adquirido el derecho de formarse una convicción personal.33››

Suficiente para desconcertar a los metodólogos que, hoy como ayer, ya han calado
sus reglas de observación y de demostración sobre objetos menos escurridizos que el
inconsciente; y para dejar perpleja a la filosofía de la descripción de ‹‹hechos›› que, en todo
investigador, guarda recuerdos del ‹‹largo pasado del aparato epistemológico del juicio››
que Kant finalmente erigió como tribunal de toda experiencia, dejando abandonadas al
margen del pensamiento curioso las figuras emergentes del conocimiento que ‹‹al detalle
vuelven caso y al hecho vuelven singularidad 34››. El pensamiento por casos revoluciona la
intersubjetividad clásica de la ciudad del conocimiento en el intercambio de pruebas pues
cuestiona la definición del auditorio universal especializándose en la persuasión. Pero
también se puede considerar que enriquece una semántica abstracta de la prueba al
especificarla en una pragmática de la interpretación.

El camino que llevará el psicoanálisis desde su perplejidad inicial a la identificación


de una lógica no monótona de los juegos del psiquismo entre regularidades e
33
Ibid., pág. 6.
34
Según la fórmula de Claude Imbert, que opone el pensamiento por casos a la continuidad de ese ‹‹meta-
lenguaje epistemológico›› que corre, en la historia científica de Europa, desde el euclidismo y el naturalismo
griegos hasta los neo-kantismos del siglo XIX; y que se lee también en los cuestionamientos del primer
Wittgenstein al positivismo lógico, en Merleau-Ponty para la descripción fenomenológica de la experiencia, o
en la antropología de Mauss a Lévi-Strauss, figuras mayores del cuestionamiento recíproco entre las ciencias
humanas y la filosofía o, cada una de ellas, entre derechos de la experiencia y exigencias lógicas: ver C
Imbert, ‹‹Le cadastre de savoirs››, en J.-C. Passeron y J. Revel, eds., Penser par cas, Paris, EHESS, 2005
págs. 266-276, 278.

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irregularidades, entre normalidades e idiosincrasias en el que es preciso revisar sin cesar el


ordenamiento, es de por sí sinuoso. Reseñando las vicisitudes de esta quaestio vetustissima
ac vexata en la ya larga historia de justificaciones metodológicas a las que han recurrido los
analistas (y sus adversarios), Daniel Widlöcher ha mostrado bien que el estatuto de
inferencias causales efectuadas a partir de una observación clínica, que Freud había de
entrada formulado por analogía con el desciframiento de un texto, yace, a pesar del
renunciamiento rápido a la versión ‹‹ingenuamente inductivista›› de la prueba, en el centro
de las reflexiones metodológicas sobre el estatuto del diagnóstico y de su eficacia en
psicoanálisis. Después de haber explorado otras interpretaciones de la práctica clínica –
como aquélla en que la prueba de un diagnóstico sería aportada por su resultado
terapéutico, o aquélla que se satisfaría por su aporte semántico a una hermenéutica de
ambición antropológica – la reflexión analítica se orienta hoy en día hacia las teorías de
caso único (o de rasgo único) para justificar las explicaciones o las interpretaciones teóricas
formuladas sobre esta base35. Si, en efecto, se conviene tratar al individuo singular o al caso
(o al rasgo) único como un terreno sobre el cual uno se presta a multiplicar observaciones y
medidas, uno se halla en un universo de la cumulatividad de resultados, por cierto diferente
de la cumulatividad experimental en sentido estricto, pero que, en revancha, se ajusta a la
definición del trabajo científico del psicoanálisis así como al de la historia, la sociología o
la antropología.

Ciencias formales, lógicas no monótonas. De hecho en la historia de las mismas ciencias


lógicas el estatuto formal de la demostración y de la inferencia necesaria se ha remodelado
profundamente, primero con la revolución axiomática y la reconstrucción de las lógicas
formales sobre una base fregeo-russelliana, luego, progresivamente, por el hecho del
debilitamiento de la esperanza logicista de transformar por completo su programa de
partida: nada menos que la re-escritura formal y la reunificación de los lenguajes de la
evidencia36. La oposición absoluta entre la búsqueda de una inteligibilidad unificada por la
universalidad que cobra en los enunciados de una ciencia nomológica o formal y la
búsqueda de la inteligibilidad particularizada y localizada que se centra en un caso singular
no es tan rotunda, en efecto, como se puede dar a entender por las polémicas del
Methodenstreit en el siglo XIX y también en el siglo XX con sus incontables reiteraciones
filosóficas o ideológicas. El recurso al formalismo, a los modelos o a las matemáticas, está
lejos de ser extraño para las ciencias históricas, no obstante terreno de elección o de
recuperación del pensamiento por casos; ha devenido cada vez más normal en estas
ciencias, que asientan en lo esencial sobre razonamientos en la lengua natural, pero que

35
D. Widlöcher, ‹‹Le cas au singulier››, Nouvelle Revue de Psychanalyse, 42, 1990, pág.285-302.
36
Para el inicio de la lógica matemática ver G. Frege, Beggriffschrift, eine der arithmetischen nachgebildete
Formelsprache des reinen Denkes (1879), trad. En J. van Heijenoort, ed., From Frege to Gödel. A source book
in mathematical logic, 1879-1937, Cambridge, Harvard University Press, 1967; y para una tentativa de
extensión, ver G. Frege, Écrits logiques et philosophiques, trad de C. Imbert, ed., Paris, Seuil, 1971.
Igualmente, C. Imbert, Phénoménologies et langues formulaires, Paris, Presses Universitaires de France,
1992.

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incluyen elementos de comparación estadística o momentos de formalización específica.


Igualmente, como veremos, la focalización de la reflexión sobre un caso inquietante a
menudo puede ser determinante para la invención teórica en matemática como en física.

Sin duda debería distinguirse aquí no entre disciplinas sino entre las
argumentaciones, y sobre todo, según el contenido de los resultados o de las prescripciones
que les sirven de argumentos. No es en el sistema de las clases lógicas o en la teoría de
conjuntos, en la mecánica operatoria de la inducción o de la deducción que las ciencias del
contexto encuentran la transcripción formal que mejor conviene a los operadores de sus
evaluaciones de situaciones, de sus construcciones de presunciones y de la conducta de sus
razonamientos comparativos: todos estos enfoques operan necesariamente, en efecto, sobre
los casos inscriptos en contextos diferentes, imposibles de descomponer en variables puras
y sobre todo de comparar respetando, ni remotamente, la exigencia de que todas las cosas
sean iguales por otra parte.

Tampoco se trata de ensañarse, entre otros mimetismos metodológicos, en definir a


la comparación histórica como una ‹‹cuasi-experimentación››, es decir como una forma
debilitada de la experimentación, que conservaría por lo tanto la armazón lógica con todas
la virtudes probatorias propias de una comparación estadística conducida ceteris paribus: la
significación estadística de una correlación está siempre sesgada insidiosamente por su
sentido contextual cuando su análisis omite tomar en cuenta esta implicación semántica.
Una vez que se encierra en un analítica combinatoria de variaciones empíricas, uno ya no
tiene derecho a suponer, al adoptar la hipótesis inversa de la primera – es decir al suponer
una incompatibilidad total entre los contextos históricos de mediciones, observaciones,
evaluaciones o inferencias – que las comparaciones puedan o deban por consiguiente
ejercerse ceteris paribus: se recaerá simplemente en una aplicación indiferenciada del
‹‹método de las diferencias›› según Stuart Mill, el mismo que descartaba Durkheim en
beneficio del ‹‹método de las variaciones concomitantes››. En efecto, imputar la constancia
de una correlación a un contexto solamente definido por su diferencia indivisible con otro –
y tanto que los valores de las variables que describen esta particularidad sean imposibles de
enumerar – prohíbe más radicalmente aun transponer cualquier cosa a otro contexto
histórico, él mismo también inagotable en una serie finita de mediciones: la vía de la
generalización, aun cuando fuera prudente, la de la inducción en todo caso, queda cerrada.

En su tratamiento de las singularidades las ciencias sociales pueden al contrario


invocar la dinámica operatoria de la ‹‹revisión de creencias›› tal como la ponen en obra hoy
en día las lógicas no monótonas que se apoyan sobre principios lógicos menos exigentes
que los que gobiernan las ‹‹implicaciones estrictas››. Encuentran los medios para
formalizar, en términos de una mayor o menor fuerza de la prueba y en función de las
distancias entre contextos, la lógica de las inferencias normales, posibles, probables,
excepcionales, imposibles, etc., según la cual se organizan, en una narración o en una
comparación sociológica, de hechos singulares, que constituyen tantos casos particulares

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como se les pueden encontrar contextos diferentes. Pierre Livet muestra que el refinamiento
operatorio en el tratamiento de casos y de contextos puede ir bien lejos en la formalización
de razonamientos complejos, al lograr no perder nada de las gradaciones, del orden, y de la
necesidad local de los razonamientos, cuando se acepta inscribirlos en el marco del sistema
descriptivo que instaura y detalla una lógica no monótona de las inferencias 37. En lugar de
poner entre paréntesis o de suponer como indiferentes las diferencias de contexto, esta
elección de formalización se ciñe a tomar en cuenta las limitaciones que traza en la
generalización la variedad de contextos de observación en una ciencia histórica o clínica, en
un diagnóstico o en un pronóstico como en la conjetura de una decisión con sus factores
subjetivos de evaluación. Tales razonamientos deben emanciparse de la cláusula que
plantea que todas las cosas son iguales por demás, que esteriliza inútilmente las inferencias
en la medida que ellas están constreñidas a desplazamientos entre contextos diferentes,
posiblemente pertinentes, que afectan sus modalidades, sus reglas generales o sus
excepciones. No sirve de nada callar o ignorar todo lo que un resultado le debe al contexto,
no manejable por enumeración, en el cual está incluido; por el contrario, puesto que si no
hacemos jugar a la cláusula ceteris paribus – como se ve en tantos razonamientos
sociológicos – el rol de una ‹‹coartada metodológica ilimitada38››.

Aplicable a secuencias históricas o a comparaciones sociológicas que, unas como


otras, ponen en relación hechos acompañados de un gran número de sus rasgos
contextuales, esta forma de formalización de los resultados, apoyada sobre el principio de
no-monotonía – esta semi-formalización o, si se prefiere, esta formalización localizada y
localizante ̶ , no zanja evidentemente, sólo por sus recursos formales, el hecho de ‹‹es el
caso o no›› que sucede en la realidad observada. Que se deba elegir una forma más o menos
fuerte de inferencia o adoptar un grado de ‹‹prudencia›› más o menos elevado, o aun que la
verdad de un resultado sea caracterizada como normal o excepcional según su contexto,
depende de una calificación de las descripciones que queda a cargo de los descriptores, aquí
los únicos evaluadores supuestos de las distancias entre las situaciones en función de sus
métodos de observación y de sus emociones actuales o previsibles. Los criterios de la
adecuación empírica de una argumentación, en la que se formalizan también las
implicaciones, con los hechos reconstruidos por la puesta en relación de sus contextos,
siguen siendo los de una evaluación práctica efectuada por referencia a una escala de
preferencias, al mismo tiempo que de una descripción hecha desde un punto de vista más o

37
La significación de lógicas no monótonas se comprende mejor si se sitúa la operatoria a la vista de todas las
otras, como lo hace Pierre Livet al trazar un panorama sinóptico de las diferentes formas de razonamientos,
considerados como operadores de una generalización que puede ser llevada a cabo al hacer hipótesis
diferentes sobre sus contextos: ‹‹Les diverses formes de raisonnement par cas››, en J.-C. Passeron y J. Revel,
eds., Penser par cas, EHESS, Paris, 2005, págs. 229-253.
38
Según la expresión de Hans Albert al hablar de la facilidad que procura, en una explicación contextualizada,
la posibilidad de imputar toda observación que vaya en contra de la hipótesis a la influencia de factores
exógenos que la hipótesis de entrada neutralizó o ignoró por su propia formulación suponiéndolos invariantes:
H. Albert,‹‹Modell Platonismus››, en E. Topitsch, ed., Logik der Sozialwissenschaften, Cologne-Berlin,
Kiepenheuer & Witsch, 1966, págs.. 406-434.

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menos armado metodológicamente39. Los conectores, que permiten al observador hallar una
coherencia inaparente garantizándola sobre coherencias actualmente inaccesibles, suponen
la doble revisión que toma en cuenta el rol jugado por el caso como focalizador, como
atractor o, llegado el caso, como ‹‹deshacedor›› de coherencias locales por referencia a
otras más lejanas o viceversa40.

Parece aun más paradojal el papel del pensamiento del caso particular en
matemáticas. Es por cierto marcadamente diferente de la focalización de la atención sobre
un caso escrutado por una ciencia clínica con toda su fuerza de atracción singular. Pero,
resistiendo momentáneamente toda tentativa de integrarlo en un sistema de reglas y
definiciones, dirige al mismo tiempo la atención sobre una utilización del caso que es
propia de los razonamientos de las ciencias formales o matemáticas. Ellas, en efecto, se han
apoyado frecuentemente sobre ‹‹casos de figura›› raros o privilegiados – a veces
escandalosamente irracionales porque manifiestan una ruptura con la racionalidad de los
saberes ya ordenados armoniosamente, a veces especialmente ejemplares por la reunión
excepcional de todas las propiedades de muchas series – con el fin de hallar una
demostración capaz de restaurar la integridad de un sistema de reglas coherente que las
absorbe, aun al costoso precio de su completa reforma. Lakatos ilustra este enfoque de
reconfiguración de las teorías matemáticas con la historia de las invenciones geométricas:
así, ante el encuentro incongruente de un hápax aberrante o caprichoso, la esterilidad de las
tentativas que han querido descartarlo como un ‹‹monstruo matemático 41››, mientras que el
cuidado otorgado a su ‹‹domesticación›› ha constituido precisamente el recurso de la
invención matemática, que finalmente ha hecho posible encontrarle un lugar racional en la
redefinición de los principios de una serie teórica o de un grupo de transformaciones.
Disolver la opacidad muda del caso aislado obliga aquí a un trabajo de remontarse hacia los
principios para operar una remodelación que permita abolir toda traza de unicidad del caso
rebelde, transformándolo en simple ejemplar de una serie donde encuentra su lugar lógico
sin perturbar más la disposición de los demás. El caso de excepción tiene por lo tanto en la
historia de la disciplina el privilegio didáctico de ilustrar el sendero de la invención que ha
permitido incorporarlo42. Una liquidación tal de la singularidad del caso es radical, pero
revela también algo del movimiento argumentativo del pensamiento por casos, que de
nuevo – tal como lo hace a la cabecera de un paciente, en el seguimiento de una trama
39
El análisis que lleva a cabo Pierre Livet a propósito del papel de la ‹‹emoción›› en la revisión de una
creencia o de la ‹‹doble revisión›› permite ver que la dimensión temporal de este proceso inscribe el
pensamiento por casos en la dinámica alternativa de la prospectiva y de la retrospectiva: ‹‹ Les diverses
formes de raisonnement par cas››, en J.-C. Passeron y J. Revel, eds., Penser par cas, EHESS, Paris, 2005.
40
Ver P. Livet, ibid., págs. 249-252
41
Por ejemplo en la teoría de los poliedros regulares en el siglo XVII, el caso del ‹‹pequeño dodecaedro
estrellado›› (antiguo ‹‹erizo›› de Kepler). Ver I. Lakatos, Proofs and refutations (1989), trad fr. Preuves et
refutations, Paris, Dunod, 1990.
42
La historia de las matemáticas a partir de los griegos, y la de la física, comprendidos sus desarrollos
contemporáneos, ofrece numerosos ejemplos de escenarios en los que la resolución (costosa en lo inmediato)
del caso incongruente ha sido preferible al salvataje de una teoría considerada satisfactoria durante largo
tiempo.

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particular o en la resolución de un caso de conciencia ̶ dirige la atención sobre el recorrido


singular de la deducción que la excepción ha impuesto al razonamiento apremiándolo a una
reformulación de sus premisas.

En otra historia de las ciencias y a partir de una figura sensiblemente diferente del
caso particular, Karine Chemla muestra una versión diferente del ‹‹interés ampliado a la
generalidad›› sobre un ejemplo de razonamiento matemático en la antigua China 43. El estilo
de la demostración, en los textos del Canon como en su comentario autorizado, se
caracteriza por una estrecha asociación entre el aprovechamiento literal de las
particularidades concretas del problema a resolver y el recorrido hacia la generalidad del
algoritmo de cálculo. Por una parte, el enunciado de los problemas resueltos sucesivamente
particulariza tan minuciosamente la situación a la que se dedican como los valores
numéricos asignados a los datos. Pero al mismo tiempo, el matemático no se preocupa por
tratar estos enunciados singulares más que para introducir un procedimiento demostrativo
que promueva una generalización extendida finalmente a todos los casos posibles (de la
misma categoría de problema). La ‹subida a la generalización››, que procede por sucesión
de problemas particulares a medida que el algoritmo que ha permitido resolver el primero
se transforma para adaptarse a los datos que siguen, continúa operando en el contexto de un
problema muy particular, que sirve de ese modo, a pesar de los rasgos singulares
inseparables de su enunciado, de ‹‹paradigma›› para los otros44. Si, como lo hace Karine
Chemla, se designa por este término – tomado en su sentido platónico (y no kuhniano) – a
la identificación de una categoría de problemas a partir de la singularidad del paradigma
que la designa analógicamente sobre un caso particular, dejando a las operaciones del
algoritmo el cuidado de asegurar la exigencia de generalidad, esta forma concreta de
matriculación de una multiplicidad de operatorias abstractas nos pone en presencia de un
uso del caso que se aparta de su doble potencialidad semántica: descripción densa pero
limitada a los datos que hacen de cada caso un problema particular, pero también index de
toda la serie de aquéllos que están ligados por la construcción de un algoritmo. Lo que está
en juego es mucho más que la simple comodidad de de designar un conjunto por el nombre
singular de uno de sus miembros (el más esto o el más aquello, el más viejo o el más
simple), puesto que se trata de hacer de la singularidad un recurso operatorio. El paradigma
no tiene aquí solamente una función mnemotécnica o ilustrativa, provee y conserva la llave
semántica del algoritmo de cálculo.

¿Se trata aquí de un rasgo que el viejo matemático chino debe a la racionalidad
material del a cultura china tradicional que Weber contrasta en todos los ámbitos de la
actividad social con la racionalidad formal de tipo occidental 45? Se encuentra por cierto una

43
K. Chemla,‹‹ Le paradigme et le general. Réflexions inspirées par les textes mathématiques de la Chine
ancienne››, en J.-C. Passeron y J. Revel eds., Penser par cas, EHESS, Paris, 2005.
44
Ver K. Chemla, ibid., en particular págs.88-92.
45
M. Weber, Confucianisme et taoïsme, ( en Gessamelte Aufsätze zur religionssoziologie, I, Tübingen, Mohr
[Siebeck], 1920), trad. fr. par C. Colliot-Thélène et J.-P. Grossein, Paris, Gallimard, 2000.

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utilización análoga del paradigma en la casuística jurídica46. ¿Se observarán además otras
diferencias semejantes en la estructura lógica o en la textura argumentativa de los
procedimientos de demostración matemática, si se extiende la comparación a la diversidad
de culturas científicas? Sin estar en posición decidir, se presenta claramente aquí que la
identificación y el tratamiento de una singularidad plantean a la vez un problema de retórica
y un problema de lógica que, si se dejan distinguir en el universo de las lógicas formales, se
encuentran por lo tanto asociados estrechamente en todas las prácticas casuísticas, a través
de sus formas de narratividad como en sus recursos operatorios.

Paradigmas universales e inteligibilidades locales. El problema que la descripción de


singularidades plantea en la historia de las ciencias se ha vuelto – o nuevamente vuelve a
ser – central en cuanto el pensamiento por casos ha hecho emerger en todas las ciencias
una forma de argumentación irreductible al modelo hipotético-deductivo de descripción de
las operaciones de inferencia y de prueba que reducen, por definición, el caso singular o el
actor individual a un ejemplar sustituible por cualquier otro, no importa cuál, en tanto se
pueda incluirlo en una misma categoría genérica.

Al considerar los debates epistemológicos y metodológicos de hoy, se puede tener la


impresión que el final del siglo XX ha querido formular, en todas las ciencias del hombre y
según sus múltiples enfoques, una duda sobre la exclusividad de los medios de generalizar
los resultados de base en el recurso sistemático a la formalización de las operaciones que
los procesan. A través de la diversidad de ámbitos del derecho, la ética, la filosofía, y sobre
todo de las ciencias psicológicas e históricas, donde el pensamiento por casos se ha
instrumentado sucesivamente, es posible preguntar: ¿No indicará el pensamiento por casos,
entonces, otra manera de articular una argumentación, en la que el fortalecimiento
simultáneo en generalidad y en exactitud no se reduce ni a la fortaleza de la generalización
inductiva ni a la de la necesidad deductiva? Identificar esta vía específica no es por otra
parte fácil pues el pensamiento por casos no la ha reivindicado o considerado en su
generalidad, ni siempre ni en todas partes. Hay síntomas de este re-examen, que se
comprende más como un deslizamiento del estilo científico de la descripción y de la
administración de pruebas, bien diferente de una ‹‹revolución científica›› que nombra desde
el primer golpe su punto de ruptura, síntomas que son dispares pero convergentes. Si se
define muy en general al análisis de casos por el hecho de que la atención que presta a sus
singularidades pone en entredicho la unidad lógica de la argumentación científica como la
inmovilidad de sus conceptos genéricos, hace falta admitir que su difusión, conjugada a los
estancamientos de los programas nomológicos y a la especialización de las diferentes
ramas de la lógica, ha contribuido a hacer salir a la mayoría de las disciplinas del camino

46
Ver entre otros, el paradigma del “fils de la chenille” en nombre del cual la jurisprudencia del derecho
privado extiende, por una analogía razonada, la preferencia dada al padre adoptivo sobre el padre biológico en
la resolución de casos litigiosos; J. Bourgon, ‹‹Les vertus juridiques de léxemple. Nature et fonction de la
mise en exemple dans le droit de la Chine impériale››, en K. Chemla, ed., La valeur de l’exemple.
Perspectives chinoises, n° especial de Extrême-Orient, Extreme-Occident, 19, 1997, págs. 11-18 .

27
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trillado del naturalismo de las ciencias empíricas y del logicismo integral de las ciencias
formales.

El siglo XX científico se ha repartido, en fechas más o menos tardías según las


disciplinas, entre, por una parte, la ambición siempre intensificada de unificar sus
conocimientos en vastos paradigmas sometidos a restricciones más y más fuertes apoyados
sobre la homogeneidad del lenguaje de sus pruebas y sus demostraciones, y, por otra parte,
un proceso de fragmentación creciente de corpus, métodos y teorías, que ha acompañado a
la ‹‹especialización›› de las investigaciones en disciplinas cada vez más puntuales: no
solamente especialización de las técnicas de análisis y de medición perfeccionadas en
diferentes oficios científicos, sino más aun multiplicación de teorías concurrentes y de
formalismos distintos, a menudo desarticulados, a veces sin comunicación, comprendidos
en el seno de una misma disciplina. El proyecto de axiomatizar el lenguaje demostrativo de
todas las ciencias – tanto el de la demostración formalizada como el de la explicación de los
fenómenos del mundo empírico, reorganizados sobre una base experimental única y en el
marco de una inteligibilidad formalmente unificada – tomó vuelo desde fines del siglo XIX
entre los matemáticos y los lógicos y, con el poder de multiplicación sobre las otras
ciencias que se sabe, pareció volar durante un tiempo de invenciones matemáticas en
invenciones lógicas con la reconstrucción formalista de las lógicas modernas sobre las
bases del encuentro entre los principios fundamentales de Frege, Russell y el primer
Wittgenstein. Pero este proyecto rápidamente encontró sus límites en las dificultades o los
escollos de una escritura ‹‹pura›› de los conceptos o de un sistema general de las
‹‹funciones proposicionales››. De hecho, es la resistencia de las reconfiguraciones
históricas del conocimiento científico, múltiples, discontinuas y a menudo concurrentes,
que marcó los límites del proyecto logicista que había exigido una unificación completa de
sus lenguajes teóricos conforme a las reglas y definiciones de una formalización universal.
Se ha asistido así al estancamiento o a la revisión de las grandes ambiciones totalizantes en
el seno mismo de las disciplinas que parecían las más propicias para la extensión indefinida
de la formalización; y eso en provecho de la multiplicación, de la sectorización, de la
especificación de los espacios de formalización, de matematización y de teorización, cada
uno recortado, sin mayor referencia a un catastro universal, a partir de las necesidades de
las ciencias empíricas más y más especializadas sobre los terrenos bien especificados de sus
construcciones de hechos y del tratamiento de datos. Es como decir que la‹‹ singularidad››
de los objetos particulares de cada disciplina empírica como la de las entidades definidas
por las lógicas especializadas han devenido los principales motores de la re- elaboración de
lenguajes y cuestiones científicas, filosóficas, sociales y políticas47.

47
Claude Imbert rastrea las aventuras modernas del proyecto galileo-cartesiano de una antropología científica,
siguiendo su acompañamiento por la filosofía, por medio del diálogo reñido entre ambas y las variaciones de
sus lenguajes según el contexto de las demandas sociales y políticas. En efecto, las reconfiguraciones
contemporáneas del conocimiento no hacen otra cosa que enredar de manera más inextricable los nudos de
este dispositivo de pensamiento al manifestar la imposibilidad tanto de una casuística universal como la de
una unidad conceptual total de las ciencias empíricas y de sus lógicas., ‹‹Le cadastre des savoirs››, en Penser

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Las ciencias del hombre han participado, con el transcurrir del siglo pasado, y, a
decir verdad, a menudo han seguido este doble movimiento, puede ser con un
renunciamiento más tardío, a la esperanza de reconfigurar definitivamente el estatuto de sus
pruebas todavía tan disputado como en los tiempos de su dependencia vis-à-vis de la
teología o de la filosofía. Con el creciente poder de los grandes programas de unificación
del lenguaje de la inteligibilidad científica, seguido de su revisión en baja, estas ciencias
importaron una antigua división de sus orientaciones epistemológicas que se desprendía de
sus estatuto de recién llegadas. Benjaminas de las ciencias exactas cuyas metodologías
dominaban el espíritu científico – y que contaban por detrás de ellas dos a tres siglos de
éxitos ininterrumpidos a través de varias revoluciones científicas ̶ , pero herederas también
de la filosofía y de las humanidades clásicas, ellas estaban duraderamente divididas en dos
campos. En las ciencias sociales, el naturalismo sociológico o antropológico de unos, a
menudo el de sus fundadores, propugnó, con el alineamiento al ideal nomológico, la
imitación metodológica de las ciencias duras. En el otro extremo, los fieles de la
hermenéutica rechazaron cortar el cordón umbilical con la filosofía, donde veían la única
garantía contra las simplificaciones del cientificismo en la explicación histórica, lo que
alegremente lanzaba a la metafísica o a la teología toda referencia al papel de la
interpretación y de la intencionalidad en el análisis de las acciones humanas. El final del
siglo XX ha visto concluir la era disciplinaria de las primeras ciencias de la sociedad, entre
las cuales han prosperado los lenguajes y los paradigmas de las grandes teorías, dejándose
acunar muy a menudo por las ilusiones de una epistemología calcada de las ciencias
exactas: organicismo, sociologismo, economicismo, estructuralismo, funcionalismo ̶ sin
olvidar, más cerca nuestro, las promesas de los formalismos lógicos y matemáticos que han
precedido un renacimiento de las lógicas formales reasignando una nueva ambición a las
ciencias de la lengua y el discurso; ni las ambiciones de conquista del semiologismo
generalizado que propuso extender la claridad formal de la lingüística a todos los sistemas
sociales tratándolos como la semiología general trata los ‹‹sistemas de signos››, de
símbolos o de índices. Constatemos solamente que, en el primer cuarto del siglo XX, estas
dos tradiciones científicas cuyas espaldas filosóficas estaban protegidas, una por el
naturalismo, la otra por la fenomenología, y que estaban sólidamente atrincheradas en dos
campos epistemológicos distintos y enemigos, cada una considerando que no se podía
inventar sin el detrimento de la otra, fueron vaciadas de lo esencial de su poder de
invención como de su capacidad de renovación. La conciencia que la teoría universal de las
sociedades o el balance del simbolismo de la humanidad sobrepasaba las fuerzas de una o
muchas ciencias sociales ha acompañado el resultado de esta usura48.

par cas, J.-C. Passeron y J. Revel eds., EHESS, Paris, 2005.


48
Claude Lévi-Strauss lo reconoce, a propósito de la escuela durkheiminiana, en el epígrafe nostálgico que
ubicó encabezando el primer volumen de su Antropología estructural (1958) para dedicar la obra ‹‹al
prestigioso atelier de L’Année sociologique››, que, escribía, ‹‹nos ha dejado en el silencio y el abandono,
menos por ingratitud que por la triste persuasión en la que nos hallamos, pues la empresa excede hoy en día
nuestras fuerzas››.

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En suma, la exigencia objetivista o estructuralista de construir un sistema general de


explicación, confrontada con la exigencia hermenéutica de retomar la inteligibilidad
científica de las acciones sociales en su significación antropológica, son usadas, una y la
otra, cuando son colocadas en una guerra de trincheras científica, un Streit universitario,
tanto en Alemania como en Francia. El tempo exigente de la investigación, que ahoga las
teorías devenidas incapaces de invenciones en la polémica ritual, ha terminado por mitigar,
en todos aquellos que se limitaban a rumiar los requisitos preliminares de sus paradigmas,
la preocupación por inventar nuevas formularios teóricos de descripción. Entre los unos, las
hipótesis de factura naturalista se han banalizado, sobre todo entre aquellos que persisten en
inscribir su pensamiento en el lenguaje de una escuela edificada sobre el viejo éxito de una
teoría inmóvil, como lo ha dejado ver el marxismo de cátedra. Frente a ellos, la búsqueda
de sentido de las singularidades armada de medios de una nueva hermenéutica, surgida del
encuentro entre método clínico y fenomenología, ha incitado rápidamente por cierto a los
investigadores que abrieron una pista original, a forjarse, apenas reconocidas, nuevas
etiquetas disciplinares, pronto defendidas tan celosamente como las antiguas afiliaciones.
En las ciencias sociales, la ruptura con las grandes teorías de la disciplina no ha abierto
solamente un espacio a la pluralidad y a la concurrencia teóricas. También ha multiplicado
los encierros y las capillas alentando la maleza del lenguaje de la descripción. La escalada
en la especialización de estilos de investigación redimensionados sin cesar a la medida de
las más pequeñas provincias autónomas, dotándose de idiomas sectarios en la descripción,
ha terminado en todo caso por hacer casi imposible a las nuevas especialidades sub- o
trans- disciplinares el pensar cada una sus relaciones con las demás.

El ‹‹constructivismo››, por ejemplo, así ha heredado las dos mayores decepciones


del siglo – la pérdida del paradigma último o del primer formalismo y el fracaso de la
fenomenología en alcanzar el sentido ‹‹esencial›› de los hechos históricos. Rápidamente
vulgarizado en todas las ciencias sociales, este concepto sin programa devino en un
esperanto de investigadores, una noción tan vaga o vana como la del ‹‹estructuralismo›› de
antes. Otra repercusión de la doble decepción: el éxito de la etnometodología que,
asociando al programa interaccionista una fenomenología de la experiencia común, se
condenó, por acentuar su demarcación, a la agonía de la descripción de las implicaciones
íntimas de una interacción minúscula para encontrar la inteligibilidad del caso singular en
la banalidad escogida de sus objetos. Aquí como allá – el desbocamiento de formalismos y
la proliferación de conceptos o de refinamientos hermenéuticos enmadejados ̶ , las teorías
de las ciencias humanas y sociales han quedado o volvieron a ser marcadamente diferentes
de las teorías desarrolladas en las ciencias matemáticas o experimentales por que la
cuestión epistemológica de la autonomía de sus principios y de sus métodos de descripción
del mundo han llegado a plantear de manera ejemplar el papel del pensamiento de las
singularidades. En la segunda mitad del siglo XX, las ciencias de casos han asegurado así, a
veces a su pesar, ora en provecho de una nueva inteligibilidad ora solamente de un modo
científico – no zanjaremos este bello caso de ambivalencia de los efectos ̶ , la convergencia

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entre el valor descriptivo del método clínico y el valor metodológico de la observación


contextualizada en la administración de pruebas o la gestión de evaluaciones, habiendo
precisado uno y otro su criterio procedimental en el seno de disciplinas o de savoir-faire
especializados.

El caso y la teoría Incluso cuando se manifiestan en programas más modestos de una


exploración estricta de campos o de casos singularizados mejor y de otra forma que por
divisiones disciplinarias, la mayor parte de los lenguajes epistemológicos del tratamiento de
singularidades perpetúan o encuentran fácilmente, aun hoy, la nostalgia de una teoría de
conjunto donde la diversidad de estudios de casos pueda al final disolverse en un paradigma
de todos los casos posibles.

La memoria científica juega sin duda un papel esencial en la sinonimia todavía bien
establecida entre conocimiento científico y conocimiento por conceptos universales. En la
enseñanza de las ciencias como en su historia, es difícil olvidar que la búsqueda de leyes o
de estructuras invariantes de la naturaleza, supuestamente escondidas detrás de las
variaciones desconcertantes de los casos definidos librados a la observación, ha procurado
a las revoluciones científicas de la época moderna la idea reguladora y la energía intelectual
necesarias para sus rupturas teóricas. Dicho de otro modo, la ciencia moderna, galileana de
nacimiento, se ha fundado sobre una ‹‹des-automatización›› radical de los automatismos de
la percepción y de las representaciones cotidianas o científicas que preservaron desde la
Antigüedad la proximidad entre la experiencia vivida y los ritmos perceptibles del
cosmos49. Los grandes paradigmas ̶ logicistas o naturalistas ̶ que después del
Renacimiento multiplicaron en Europa los descubrimientos ‹‹en racimo›› de la modernidad,
salieron todos de la des-automatización del pensamiento aristotélico y medieval,
desvitalizado por las institucionalizaciones y apropiaciones corporativas demasiado largas.
Más recientemente aun, la des-automatización de las afiliaciones académicas ha
interdisciplinarizado la mayoría de las investigaciones de punta, conmocionando, casi
siempre para gran provecho de la invención, las fronteras de viejos territorios disciplinares.
El efecto de des-automatización ciertamente ha liberado la imaginación de lo posible,
permitiendo la apertura, entre el siglo XIX y el XX, de grandes construcciones
comparativas de la lingüística, la antropología, la sociología histórica. Favoreció así las
reconfiguraciones transdisciplinarias. Pero la re-automatización del pensamiento, su
rutinización, no escatima más la historia científica o la historia de las transmisiones del
carisma religioso o político. De donde hoy en día, en las ciencias sociales en todo caso, la
aparición de un proceso de almacenamiento de resultados discontinuos que se dejan
enumerar fácilmente en la lengua metodológica de los trend reports, pero sin que su
heterogeneidad teórica les permita jamás fundarse en el lenguaje de un sistema articulado
de acumulación: lo que disimulan muy bien los idiomas de métier en los que la mescolanza
49
Extendiendo esta noción descriptiva, debida a Chklovski, de la invención literaria a la invención científica.
Ver V. Chklovski, ed., Théorie de la prose (1925), y sobre todo L’art comme procédé (1929), traducidos
parcialmente en T. Todorov, ed., Théorie de la littérature. Textes des formalistes russes, Paris, Seuil, 1966.

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ejerce una función de jerga en el intercambio con las administraciones y las tecnocracias
patrocinantes de productos standard.

El llamamiento a pensar los análisis de casos conforme a una lógica de


razonamiento que les sea adecuada – o, lo que viene a ser lo mismo, a aceptar la lógica que
se practica realmente en dicha tarea, en lugar de reclamarse otra – encontrará sin dudas
menos resistencias si no es percibido como y consiguientemente denunciado como un
renunciamiento a toda estructuración teórica de la descripción. Por cierto es confundir una
forma particular de la teoría, la del paradigma unitario y unificado (en el sentido fuerte del
término), con el papel constitutivo que juega un lenguaje teórico en toda ciencia como en
toda observación, cualquiera sea la forma según la cual organiza su inteligibilidad. No se
puede reducir la exigencia teórica a una completa uniformización semántica de su espacio
lógico en ninguna ciencia. Una teoría poco fuerte bien puede, por ejemplo, organizarse en
una serie de inteligibilidades sólidamente argumentadas o documentadas, parcialmente
secantes, pero que quedan sin embargo inconexas como es el caso en la mayoría de las
ciencias sociales en las que, por el hecho ora de su concurrencia ora de sus interacciones
débiles o lejanas, muchas teorías diferentes pueden dar cuenta de los mismos hechos,
puesto que los han reconstruido en hechos descriptos por ‹‹universos de discurso››
diferentes. La definición operatoria de una teoría científica que exige solamente de cada
una articulación conceptual entre todas las que componen sus interpretaciones del mundo.
A condición de añadir que, en una ciencia empírica, la articulación de conceptos jamás
puede estar definida abstractamente por los únicos criterios de una coherencia interna de la
teoría; la cual debe también poder someter, directa o indirectamente, todos sus conceptos a
una exigencia externa. Abrir las posibilidades de observación que no existen en otro
lenguaje. En la medida que piense por conceptos descriptivos que hacen avanzar el
conocimiento del caso, el pensamiento por casos por ende no es un pensamiento en
pedazos.

En toda ciencia – nomológica o histórica, formal o empírica, estadística o casuística


– los conceptos no pueden, en efecto, jugar un papel en el descubrimiento científico si no
componen juntos una grilla de observación que se pueda aplicar eficazmente a la
interpretación de un mundo observable o pensable (real o posible, racional o aleatorio,
imaginario o simbólico), y que se preste al mismo tiempo a un análisis lógico del lenguaje
de dicha descripción. En las ciencias de la observación, y más todavía en las ciencias
sociales en las que el sentido empírico es de parte en parte histórico, los conceptos ideal-
típicos utilizados en las descripciones, como los esquemas operatorios de la comparación,
no tienen evidentemente la misma textura semántica que en las ciencias hipotético-
deductivas (incluso si emplean a menudo los mismos términos: ‹‹hipótesis››,
‹‹verificación››, ‹‹refutación››, etc.). Las lógicas formales, epistémicas o deónticas,
monótonas o no monótonas, como aquellas que formalizan los modos o las valencias de la
aserción, describen siempre, lógica o matemáticamente, las operaciones posibles del

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pensamiento de ‹‹hechos›› que sean singulares o reiterables, empíricos o lógicos. Pero


jamás dispensan a una ciencia empírica del trabajo de la indagación descriptiva e
interpretativa, único capaz de especificar la lógica local de un razonamiento comparativo
que debe decidir sobre los contextos haciendo variar la normalidad o la excepcionalidad, la
probabilidad o la certitud de una inferencia. En todos los tipos de teoría empírica, los
conceptos no pueden jugar un papel en la interpretación o la explicación sino estando
semánticamente articulados entre ellos en una grilla de descripción, siempre susceptible de
ser reconfigurada en función de los resultados de la investigación. El razonamiento
histórico no puede jamás desvincular completamente sus conceptos descriptivos de uso que
se hace de la grilla de inteligibilidad que componen pues una grilla de interpretación – para
decirlo de otro modo, una teoría empírica – no permite formular nuevas conocimientos
mientras no esté al servicio de observaciones metódicas y seguidas. La ‹‹descripción
densa›› de singularidades debe hacerse más paciente y economizar menos sus detalles y
matices; la invención puede ser más laboriosa, no forzosamente más rara, pero de una
definición más incierta que en un sistema cerrado por reglas de una inferencia deductiva o
de una generalización inductiva.

En la historia de la reconfiguraciones teóricas de una ciencia – tanto en sus


desarrollos más clínicos o en los más atentos al seguimiento histórico de un caso que en las
formas más estrechamente ligadas a la experimentación en una ciencia exacta – es siempre
una misma definición del éxito y del fracaso científicos lo que permite recobrar los criterios
de un vínculo probatorio entre los protocolos de una observación empírica y sus
formulaciones teóricas. El fracaso de una investigación a menudo se revela científicamente
fecundo; pero solamente en la medida que ha permitido relanzar el trabajo de
reconfiguración de lo real, al obligar al investigador a revisar una grilla conceptual que
había fallado en su tarea teórica de hacer surgir nuevas pertinencias empíricas. Los
conceptos descriptivos no devienen en conceptos explicativos y/o interpretativos sino en
cuanto han encontrado las situaciones y los corpus que hacen hablar a la grilla de
observación por medio de la cual han sido construidos. La potencialidad de invención
propia de los conceptos articulados en teorías aplicables al mundo empírico está inscripta
en la propia definición de todo acto de observación que se siga: el positivismo de siempre
no se define sino por el rechazo de esta definición. Bajo sus diversas formas no ha
perseguido otra cosa que borrar toda traza del papel de la teoría en el trabajo de
descubrimiento científico. Quiere creer que el mundo oculta una inteligibilidad durmiente
que estará de golpe disponible para que el mundo pueda por sí mismo tomar la palabra en la
pura factualidad de sus hechos, la simple entrega de sus casos. El pensamiento por casos
por el contrario pone en evidencia una propiedad común a todo conocimiento científico, al
dejar ver inmediatamente la implicación recíproca entre la articulación de una teoría y la
ejecución de una investigación, y esto tanto en la historia de las ciencias exactas como en la
de las ciencias históricas. Aquí como allá, donde los conceptos descriptivos de una grilla de
observación produzcan conocimientos, es que han permitido observar los fenómenos que

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no eran observables antes de que la reconfiguración teórica de los conceptos que los hiciera
descriptibles los hubiera vuelto concebibles.

( Traducción RDM)

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