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Estimado Raúl:
Aquí te envío el artículo de acuerdo con lo conversado ayer.
Hasta pronto.
Un abrazo.
Rubén
COSMOVISIÓN CLASICISTA Y PENSAMIENTO ILUSTRADO
por Rubén Darío Salas
I. COSMOVISIÓN CLASICISTA
¿Qué pensamiento reinaba en Occidente y, dentro de él y en los veinte
primeros años del siglo XIX, en un rincón del paraje hispanoamericano llamado Río
de la Plata donde se desarrollaría una acción que lo modificaría geográfica y
políticamente? A esa cuestión procuramos dar respuesta aquí.
Como nosotros hoy, en todas las épocas los hombres buscaron una explicación
al mundo en que vivían. A lo largo de más de dos siglos, hasta casi los cuarenta
primeros años del siglo XIX, la «visión del mundo» que los hombres tenían permaneció
casi inmutable. Así, por ejemplo, la «cosmovisión» o «visión del mundo» que tuvieron
los hombres de la Edad Media empezó a formarse al terminar el siglo V para
comenzar a cambiar muy lentamente hacia mediados del siglo XII.
En resumen, las palabras «cosmovisión» o «visión del mundo» siempre
refieren a la manera en que una comunidad ve su realidad. A esa realidad le llamamos
«mundo».
«Cosmovisión» o «visión del mundo» no significa afirmar que todas las
personas de la misma edad que habitan el planeta en Occidente piensen exactamente
las mismas cosas; significa que hay ciertas cuestiones en que todos coinciden. Una
«cosmovisión» se asemeja a los pilares que sostienen la estructura de un edificio: un
edificio puede ser diferente de otro que tiene a su lado, pero los dos deben poseer
pilares.
¿Por qué se habla de visión? Porque permanentemente caminamos hacia el
aprendizaje de la realidad y, aprender, significa «ver algo». El ojo es el órgano de los
sentidos privilegiado, pues el cerebro ve a través de él. Todo lo que construimos,
primero lo vemos, luego lo percibimos, y, recién en un tercer momento, lo miramos:
pensamiento de René Descartes, quien decía que cuando analizamos algo debemos
extraer un concepto «claro» pero a su vez establecer la «distinción» en relación a
otros conceptos.
Dos pensadores captaron los sentimientos y pensamientos de los hombres del
siglo XVII: el francés René Descartes y el inglés Isaac Newton.
El sentimiento que dominaba en los hombres pensantes que habitaban el siglo
era de extremo pesimismo, dado que en el siglo anterior el astrónomo polaco Nicolás
Copérnico había comprobado que no era la Tierra sino el Sol el centro del Universo,
dando origen a la teoría heliocéntrica. Llegaba a su fin la teoría geocéntrica de
Ptolomeo que, desde el siglo IV, regía el pensamiento astronómico, pero
fundamentalmente religioso: decir que la Tierra no era el centro del Universo
significaba afirmar que el hombre quedaba desplazado de su lugar central en el orden
divino. Si bien el hombre era considerado pecador, se entendía que era la criatura más
querida por el Creador ya que le había dotado de «razón».
Con el filósofo francés Descartes comenzó la filosofía racionalista o idealismo,
aquella que dice que se arriba a la verdad por medio del análisis matemático. De esta
forma Descartes llegó a la conclusión de que hay algo de lo cual se puede hablar con
seguridad y, ese algo, es que «soy pensante»; puedo afirmar sin dudar que «pienso» .
Se trata de conclusiones que plasmó en su libro Discurso del método. El conocimiento
puede adquirir carácter científico siguiendo dos caminos: «a través de lo que nosotros
podemos ver por intuición con claridad y evidencia, o, a través de lo que nosotros
podemos deducir con certeza».
Intuición significa “ver claramente algo”, en tanto que deducción tiene que ver
con las certezas que derivan de la «memoria». El pensamiento deductivo es propio de
la matemática y a ésta ciencia que llamó “matemática u orden universal” dedicó toda
su atención.
Al físico inglés Newton, en cambio, le interesó la observación precisa de las
cosas, o sea, centró su interés en tres aspectos. Primero partió del análisis de los
hechos observados para llegar a algún principio fundamental. En segundo lugar, pasó
a la deducción de las consecuencias matemáticas de este principio y, finalmente,
buscó probar (mediante la observación y la experimentación) que lo que dedujo
coincidía con lo observado.
Newton completó la interpretación mecánica del Universo iniciada por
Descartes. Sometió los fenómenos de la naturaleza a las leyes de las matemáticas y
descubrió la «ley de gravitación universal», que se mantuvo vigente hasta muy entrado
el siglo XIX. Este gran sistema matemático deductivo y universal se consagró en el
siglo XVIII o «Edad de la Razón», y se entendió (siguiendo los pasos iniciados por
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Cuando comenzaron a observar con mayor precisión lo que acontecía, aceptaron que
sólo bastaba caminar con prudencia por el nuevo sendero para no convertir en
permanente borrasca un accidente que, de la misma forma que sobreviene la calma
luego de una tormenta, la Naturaleza corregiría.
parte de la modalidad de comunicación del barroco. Visión barroca que tiende a dar
carácter sagrado a todas las actividades. Mientras el europeo gusta de los espacios
interiores, el indígena rechaza toda vida recluida y siente que el ámbito arquitectónico
debe resolverse al aire libre.
En el noroeste argentino, la región del Alto Perú, Perú y Nueva España, se
impuso el arte barroco en expresiones escultóricas y arquitectónicas, sobre todo en lo
que se denomina «arte sagrado».
El arte barroco está lleno del estremecimiento que produjo el silencio eterno de
los espacios infinitos. El artista barroco es aquel que quiere sorprender al espectador,
realiza todo tipo de efectos visuales porque quiere mostrar un mundo que ve dinámico,
así como observa que la vida tiene un carácter transitorio. Todo lo firme y estable entra
en conmoción; todo se representa como por acaso.
Si bien los rasgos que mencionamos caracterizan al arte barroco, éste no fue
idéntico en todos los países de Europa, así por ejemplo, el arte de la península itálica
tuvo características diferentes al de Francia y, el de Holanda, fue diferente al de uno y
otro país. En Italia dominó el arte religioso, en Francia el barroco expresó, sobre todo,
la gloria de Luis XIV, y, en Holanda, exhibió la vida cotidiana de los comerciantes y
artesanos burgueses.
El siglo XVII fue aquel del resurgir de la ciencia natural, época en que
comenzaron los estudios sobre el «entendimiento humano» y que tuvo al filósofo
inglés John Locke como su más destacado representante. El hombre había sido objeto
de estudio ya en la antigua Grecia pero, por primera vez, la atención se centró en el
mecanismo de razonamiento. El siglo XVII fue aquel en que triunfó el espíritu
científico, sobre todo en la observación y en la experimentación y, debido a ese
interés, nacieron los observatorios (Observatorio de Greenwich, en Inglaterra,
Observatorio de París) y también los periódicos científicos.
Francia se convirtió en la gran potencia del siglo XVII, por lo tanto, lentamente,
su cultura fue siendo adoptada por toda Europa.
El siglo XVII y el siguiente recibieron el nombre de época del Clasicismo. Como
dijimos, al Clasicismo del siglo XVII se le llamó barroco, y se le dio el nombre de
ilustrado al del siglo XVIII.
Hacia 1640 comenzó efectivamente en toda Europa el Clasicismo barroco. Su
nota distintiva es el triunfo del signo, es decir, del lenguaje y de la gramática. A través
de la gramática se reglamenta el uso del idioma, aunque sin pretensión de fijarlo, pues
el idioma es un ser vivo. Una lengua que quiera lograr la perfección debe ser clara,
precisa, breve en sus expresiones y a la vez armoniosa. Se entiende que quien habla
y escribe bien es porque piensa bien. A partir del siglo XVII, el pensamiento tiene que
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como sucesor al nieto de Luis XIV, Felipe de Anjou. En 1700 se convertiría en rey de
España con el nombre de Felipe V, iniciándose el gobierno de la dinastía francesa de
Borbón y, dos años más tarde, la llamada Guerra de Sucesión, como consecuencia de
los reclamos del archiduque Carlos de Habsburgo, pretendiente al trono imperial. La
actitud desafiante de Luis XIV frente a Inglaterra, Holanda, Austria y los príncipes
alemanes fue la causante de la guerra. Guerra que concluiría en 1713 con la firma de
la Paz de Utrech (Holanda), resultando favorable a Felipe V y contraria a los intereses
de los Habsburgo. No obstante, la potencia efectivamente vencedora fue Inglaterra,
aliada de Francia y de España en el último tramo de la guerra, pues se oponía a la
nueva realidad política austríaca, que colocaba en las manos de un mismo monarca
los tronos de Austria y España, lo cual, entendía, alteraba el equilibrio de posiciones
en Europa. En Indias, Inglaterra se aseguró el tráfico comercial mediante el Tratado
Asiento (tráfico de esclavos) y el Navío de Permiso (anualmente arribaría a puertos
indianos un «navío de permiso» con un número determinado de toneladas de carga).
La crisis del siglo XVII impactó también en los Reinos indianos del Imperio. En
cuanto al aspecto político y administrativo, se relajaron los controles que el poder
central ejercía y las necesidades financieras obligaron a vender la ocupación de
cargos públicos, lo cual se conoce como «régimen de beneficios». Así se ofrecían en
venta los cargos de gobernador y hasta los distintos oficios de los cabildos. Estos
últimos eran centros que administraban los recursos de las ciudades cabeceras (las
más importantes) de cada región (cabildo de Santiago del Estero, Córdoba, Buenos
Aires, entre otros). Recordemos que quienes ocupaban los cargos en el cabildo
(llamados «cargos capitulares») recibían el nombre de «vecinos», o sea, aquellos que
poseían una relativa fortuna (debían tener casa propia y familia en el lugar). Estaban
excluidos los religiosos, militares en servicio activo, ministros del Rey y dependientes.
También fue afectada la integridad del Imperio: en 1680, los portugueses
avanzaron sobre la Banda Oriental (actual Uruguay) y fundaron la ciudad de Colonia
del Sacramento, que (en adelante) sería motivo de conflictos entre las Coronas
española y portuguesa hasta que fuera recuperada definitivamente por la Monarquía
hispánica en 1776, fecha de la creación del Virreinato del Río de la Plata. Para hacer
frente al efecto de la presencia portuguesa en Colonia del Sacramento y a la intención
de establecer un fuerte en la bahía de Montevideo, el gobernador de Buenos Aires
ordenó (en 1726) fundar la ciudad de Montevideo.
Durante el decadente reinado de Carlos II concluyó el llamado «Siglo de Oro
español» (siglos XVI-XVII), una de las épocas más fértiles de la cultura peninsular,
entre cuyos representantes se encontraban escritores como Miguel de Cervantes
Saavedra (autor de la obra más importante de la literatura española y universal: El
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que le permitieran ver las cosas a la vez como algo claro y distinto, el filósofo inglés
Thomas Hobbes observó al hombre en su degradación. De allí que entienda que éste
merece un castigo ejemplar y nada mejor para corregirlo que someterlo férreamente al
poder político. Hobbes dirá en su obra Leviatán que se requiere de un Estado fuerte
para acabar con las conductas antisociales. Y en ello ya venían coincidiendo muchos
pensadores desde el siglo XVI. Según el Libro de Job, el Leviatán es un monstruo
marino, mientras la Iglesia lo representa como demonio. El Estado (dirá Hobbes) debe
ser un poderoso Leviatán que se oponga a la guerra civil y garantice el orden social
¿Cuál sería el modelo de gobierno más apropiado para corregir desvíos? La
llamada Monarquía Absoluta, expresión que no debe interpretarse como forma de
gobierno que autoriza al monarca a abusar del poder. Por medio de ella éste procura
controlar de manera más efectiva el gobierno del Estado, a los efectos de evitar los
intentos separatistas de las distintas regiones de la Monarquía, pero siempre
entendiéndose sometido a las leyes del Reino. Entre otros países, Francia, Inglaterra y
España coincidieron en adoptar esta forma de gobierno, pero el Absolutismo no tuvo
idéntico carácter.
Durante el siglo XVII, Luis XIV (en Francia) fue el monarca que con mayor
fidelidad expresó el nuevo modelo de gobierno inaugurado en el siglo anterior. Se
afirmó tanto el centralismo político, según el cual todo el poder quedaba concentrado
en el rey, como el administrativo, pues las libertades de cada región fueron suprimidas
y cada gobernante en su provincia debió obedecer estrictamente las órdenes que
partían del centro, o sea, del rey que gobernaba desde la ciudad de París. En
Inglaterra el centralismo fue sólo político y, en España, apenas conseguirá imponerse
relativamente en el siglo XVIII.
¿En qué consiste el centralismo político y administrativo? Nace de la
profundización del Clasicismo iniciado en el siglo XVII y que había encontrado en el
Reino de Francia su triunfo. Consiste en entender la administración política del Estado
como si se tratara de una función propia de la Física, o sea, siguiendo los postulados
de la «ley de la gravitación» de Newton. La perfecta distancia entre los astros, su
disposición en el Cosmos, las formas que adoptaban las constelaciones, todo ello
debía observarse cuando correspondía dar forma al Estado. Como si se tratara del
sistema solar, donde el Sol se encuentra en el centro y a su alrededor giran los
planetas y cometas, así se encontraba el rey en relación con los distintas regiones del
Imperio. Del centro partían todas las decisiones que debían cumplir los súbditos y
hacia él llegaban todos los requerimientos. Si en el Cosmos los planetas se
jerarquizan por su distancia respecto del Sol, la misma imagen puede aplicarse a la
Monarquía; imagen cuyo modelo lo ofrecía Luis XIV. Fue llamado «Rey-Sol», pues el
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monarca lo había elegido como emblema oficial: entendía que su poder sobre Francia
era similar al ejercido por el astro rey sobre todos los planetas.
carecía de decisión política pues, en el siglo XVIII, la alta nobleza había recuperado el
poder perdido durante el reinado de Luis XIV. Sólo un siglo después que en Inglaterra,
pero de forma violenta y por no menos de cinco años a partir de 1789, una Revolución
puso fin a la Monarquía Absoluta y se tradujo en la muerte del rey Luis XVI y de su
esposa. Estas ideas revolucionarias se expandieron por toda Europa divulgadas por
un general triunfante y luego emperador de Francia: Napoleón Bonaparte.
rápida decadencia de la región Interior del nuevo Virreinato, que no pudo hacer frente
a la entrada indiscriminada de productos manufacturados extranjeros (telas, herrajes),
provenientes principalmente de Inglaterra.
El nuevo Virreinato se integró con territorios del Virreinato del Perú, entre los
que se encontraban las actuales Argentina, Bolivia, Uruguay, Paraguay y sur de Brasil.
A su vez, por medio de la Real Ordenanza de Intendentes, no aplicada en el Virreinato
de Nueva Granada (Colombia), se subdividieron los virreinatos en grandes unidades
territoriales. Surgieron así las gobernaciones-intendencias de cuyo fraccionamiento
surgirían, en época independiente, las provincias argentinas.
Reformas que también llegaron al orden económico, cuando se dictó el
Reglamento de Comercio libre, abriendo el tráfico comercial a un número mayor de
puertos en Indias y en la Metrópolis. Llegaba a su fin el sistema barroco del monopolio,
o sea, el comercio restringido por el cual sólo dos puertos de Indias podían comerciar
con otros tantos de la Península. En el marco de la reforma económica, la iniciativa
fiscal de la Corona, que buscaba compensar el bajo rendimiento de los yacimientos
mineros de Perú y México, no logró los resultados deseados y sí consiguió el repudio
casi unánime de la población: españoles peninsulares, españoles americanos o
criollos, indígenas y mestizos. En Nueva Granada, Nueva España y Perú se
generalizaron rebeliones contra la política impositiva. Pero estas rebeliones no
proponían independizarse de la Metrópolis; exigían la anulación de la reforma.
Sin embargo, el punto central de la reforma económica del siglo XVIII consistió
en reconocer que riqueza no era ya sinónimo de abundancia de metales preciosos,
sino de agricultura, ganadería y comercio. De allí que la Corona prestara especial
atención y cuidado al nuevo Virreinato, pues reconocía que había concluido el ciclo de
esplendor de los Virreinatos mineros de Lima y Nueva España.
En territorio indiano, las «ideas ilustradas» circularon especialmente en la
Universidad de Chuquisaca o Charcas (actual Bolivia), sobre todo vinculadas a las
ciencias naturales y a la economía. Contrariamente los libros de los filósofos políticos
fueron expresamente prohibidos por la Corona tanto en la Metrópolis como en Indias,
por entender que su lectura ponía en riesgo la integridad del Imperio. De todas formas
la censura era burlada y llegaban a las manos de todo aquel que tuviera interés por
tales lecturas. De esta forma, autores como Montesquieu y Voltaire, fueron
ampliamente conocidos.
El siglo XVIII y, la Filosofía de la Ilustración que lo define, significó el triunfo del
Clasicismo más auténtico, el francés. El clasicismo francés triunfó en Europa y en
Indias. Las reuniones sociales o tertulias de la aristocracia, la vestimenta y las
costumbres de las clases altas, las urbanización, el arte, la música y la literatura, la
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importancia del mérito de las personas sobre las del privilegio propio de la nobleza,
todo tuvo su centro impulsor en Francia. La burguesía criolla indiana descubrió que
«la filosofía de la Ilustración era la suya». Lo importante era acumular nociones y
conocimientos prácticos, tanto para entender de una manera no tradicional la
Naturaleza como para entender de la misma manera los problemas fundamentales de
la filosofía y de la vida social.
En todo el ámbito indiano había comenzado una reforma interna que germinó
dentro de la reforma ordenada por la Corona. La fuerza reformista (sin proponérselo)
hizo reflexionar a los criollos sobre el nuevo lugar que entendían les correspondía
dentro de la Monarquía. Sostuvieron que mejoraría su marcha, si ellos ocupaban el
gobierno local y los funcionarios españoles el metropolitano. El monarca actuaría
como enlace de todos los súbditos del Imperio.
Del plan reformista encarado desde Madrid participaron los virreyes ilustrados
Vértiz y Bucarelli en el Río de la Plata, el conde de Revillagigedo en Nueva España, y,
Caballero y Góngora, en Nueva Granada. Favorecidos por el Reglamento de comercio
libre, que estimuló la vida económica especialmente de las ciudades, dispusieron
medidas de ordenamiento urbanístico fomentando, a la vez, un modelo de desarrollo
cultural basado en el nuevo sentido ilustrado del racionalismo.
Esta etapa final del racionalismo recibió el nombre de Neoclasicismo y se
propuso reforzar aún más los valores sustentados por el Clasicismo, entendiendo que
en la «razón» se encontraba la única clave para resolverlo todo. El Neoclasicismo (de
manera más contundente) se identificó y pretendió reproducir en todos los aspectos de
la creación humana lo realizado en la Antigüedad griega y romana. Allí brotaban (así lo
entendían los ilustrados de esta época) las referencias morales que debían seguirse.
Con este espíritu reformador se creó en Buenos Aires el Real Convictorio
Carolino y la Academia de Náutica; en Nueva España la Escuela de Minería, la
Academia de Bellas Artes y el Jardín Botánico. Bogotá se convirtió en importante
centro científico al erigirse un observatorio astronómico.
Las ciudades también fueron mudando en su estructura física en la medida que
maduraba la sociedad criolla. Si hasta fines del siglo XVII las trazas de los pueblos
eran confusas, luego comenzó a trazarse un plan ordenado dando a cada grupo de
casas iguales dimensiones entre sí. Desde el siglo XVII la consigna fue la clara
disposición de los elementos urbanísticos y arquitectónicos: núcleo central de
estructura cuadrada ocupado por la plaza mayor, disponiéndose en semicírculo los
edificios principales (catedral, cabildo). Sin embargo, habría que esperar al siglo
siguiente a que la consigna se hiciera efectiva. Respecto de la higiene pública, ésta
mejoró poco, pues aunque se introdujo el alumbrado y la pavimentación, dominaban
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todavía las calles de barro. Avanzado el siglo XVIII y, por influencia del pensamiento
ilustrado con su visión matemática y geométrica del espacio, se exigió que las obras
de arquitectura quedaran en manos de arquitectos y no de artesanos: obras relevantes
fueron la Catedral de Córdoba (punto culminante de la arquitectura rioplatense) y la
Iglesia de San Ignacio, en Buenos Aires. De este siglo proceden los edificios de dos
plantas como, por ejemplo, los cabildos de Salta, de Córdoba y de Buenos Aires.
El arte neoclásico (tanto en pintura como en arquitectura) se caracterizó por su
carácter estático, es decir, exige la forma de plano, pues el dibujo lineal asegura mejor
la claridad y la armonía: ejemplos son el cabildo de Montevideo, de Córdoba y la gran
recova de Buenos Aires (demolida en el siglo XIX).
Frente al «Siglo de Oro», el Neoclasicismo en la literatura española e indiana
es sinónimo de decadencia. En España apenas resulta digno de mención el teatro de
Nicolás Fernández de Moratín y, en Indias, las obras del escritor venezolano Andrés
Bello, del ecuatoriano José Joaquín de Olmedo y, entre los rioplatenses, Vicente
López y Planes, autor de la «Marcha patriótica» (Himno Nacional Argentino).
Alrededor de 1790 (dos años después de la muerte de Carlos III)
fundamentalmente como consecuencia de los Pactos de Familia que (desde la llegada
de Felipe V) ataban a España a la suerte de Francia, comenzó la crisis de la
Monarquía ilustrada. A partir de 1795, España (aliada con el gobierno revolucionario
de Francia) se vio imposibilitada de mantener el tráfico comercial normal con sus
Reinos de Indias, motivo por el cual el gobierno metropolitano adoptó una serie de
medidas, entre ellas, autorizar el comercio con colonias extranjeras de países
neutrales. Las dificultades del flujo comercial también afectaron a la Metrópolis que se
veía privada de las materias primas y recursos naturales provenientes de Indias. La
medida dispuesta era una confesión explícita de su imposibilidad de cumplir con las
funciones a que estaba obligada como cabeza del Imperio.
Cuando en 1808 el ejército de Napoleón ocupó la Península ibérica y el rey
Fernando VII quedó internado en territorio francés, la alarma se hizo oír en las Indias
como también el sentimiento de desamparo de sus pobladores. El portentoso esfuerzo
iniciado por la Monarquía en el siglo XVIII para salvar el Imperio culminaba en fracaso.
Después de más de trescientos años, 1808 marcó el comienzo del fin de la integridad
del Imperio hispánico. Para 1830, cuando ya poco quedaba de aquel Imperio, se
agotaba también la cosmovisión clasicista y el pensamiento ilustrado.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA
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