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el 2 de diciembre de 1987.
En el año 1970 los argentinos se sorprendieron con la noticia del otorgamiento de la más famosa
distinción internacional en el campo de la ciencia y la cultura, el Premio Nobel, a uno de sus
compatriotas, cuyo nombre y actuación eran absolutamente desconocida por la inmensa mayoría
de ellos. Aunque los inicios de su carrera de investigador estuvieron firmemente ligados a la
figura de Bernardo A. Houssay -también premio Nobel-, Luis Federico Leloir brilló luego con luz
propia y llevó a la ciencia argentina tan alto como su maestro y amigo.
Leloir había nacido en París el 6 de setiembre de 1906, durante una estadía de sus padres,
durante la cual el Dr. Leloir se sometería a una intervención quirúrgica, ambos argentinos y en
aquella ciudad transcurrieron sus primeros dos años de su vida, de todos modos, posteriormente
el Dr. Leloir adoptó la ciudadanía argentina. Una vez en Buenos Aires y desde muy chico se
interesó por la naturaleza, a la que tenía fácil acceso ya que su familia poseía grandes
extensiones de campo y se dedicaba a actividades agropecuarias.
Ya graduado pasó a formar parte del plantel del Servicio de la Cátedra de Semiología y Clínica
Propedéutica que funcionaba en el Hospital Nacional de Clínicas, dedicándose a la
gastroenterología durante dos años. Pero poco tiempo después -inquieto por su deseo de
encontrar respuestas a algunos enigmas de la naturaleza- abandonó la práctica médica para
consagrarse a la investigación científica pura.
Conociendo bien los trabajos del profesor de Fisiología Bernardo A. Houssay, resolvió incorporarse
al instituto que éste dirigía, y que funcionaba en el viejo edificio de la Facultad de Medicina. Así,
Leloir comenzó a trabajar en el Instituto de Fisiología para realizar su tesis de doctorado, que a
propuesta de Houssay trató sobre Las glándulas suprarrenales en el metabolismo de los hidratos
de carbono -y que resultó ganadora del Premio de la Facultad de Medicina de Buenos Aires en
1934. Para llevar adelante esta investigación se necesitaba contar con conocimientos de técnica
bioquímica, por lo que Leloir siguió algunos cursos en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales.
En esta Facultad, aunque no llegó a completar la carrera, sí adquirió los conocimientos que serían
luego la base de sus notables trabajos de investigación y también definió su futuro científico:
pasó de la Medicina a la Bioquímica. Esta disciplina, rama de la Química, había nacido en los
inicios del presente siglo y se desarrolló en forma acelerada. Gracias a ella se pudieron conocer
la estructura química de la mayor parte de las vitaminas y hormonas.
Después se sumó a Juan Carlos Fasciolo, Eduardo Braun Menéndez, Juan María Muñoz y Alberto
Taquini para llevar adelante observaciones sobre aspectos fundamentales de la hipertensión
arterial. Cuando el riñón sufre una disminución de la irrigación sanguínea libera una sustancia
-renina- vinculada al aumento de la presión arterial. El grupo logró comprobar que la renina
actuaba sobre una proteína de la sangre y es ésta la que produce la hipertensión: la llamaron
hipertensina. También descubrieron que en los tejidos y en la sangre existía otra sustancia que
destruía la hipertensina. De estas investigaciones surgió el libro Hipertensión Arterial Nefrógena,
publicado en 1943, que obtuvo el tercer premio Nacional de Ciencias y que fue traducido al inglés
y publicado en los Estados Unidos en 1946.
Cuando regresó a la Argentina volvió a trabajar con Houssay, pero esta vez en el ámbito del
Instituto de Biología y Medicina Experimental, una institución creada gracias al apoyo de
fundaciones privadas.
Por iniciativa de Jaime Campomar, propietario de una importante industria textil, se fundó un
instituto de investigación especializado en bioquímica que Leloir dirigiría desde su creación en
1947 y por 40 años. Este organismo empezó a funcionar en una pequeña casa de cuatro
habitaciones separada sólo por una pared medianera del Instituto de Biología y Medicina
Experimental. Como se trataba de una casa antigua y en mal estado, durante los días de lluvia,
caía abundante agua en su interior, pero nada de esto desanimaba a Leloir. Poco tiempo después
la sede del instituto se trasladó a un edificio mejor, naciendo así el Instituto de Investigaciones
Bioquímicas, Fundación Campomar. Con la puesta en marcha de este Instituto se inició el capítulo
más importante de la obra científica del doctor Leloir, que culminaría con la obtención del
Premio Nobel de Química en 1970.
Con una excepcional voluntad, las investigaciones de Leloir en el Instituto avanzaron superando
los inconvenientes que provocaba el muy modesto presupuesto disponible. Esta circunstancia lo
exigía a usar toda su creatividad para concebir, en forma artesanal, parte del complejo
instrumental necesario. En estas condiciones, su trabajo se orientó a un aspecto científico hasta
entonces postergado: el proceso interno por el cual el hígado recibe glucosa -azúcar común- y
produce glucógeno, el material de reserva energética del organismo.
La resonancia que provocó en nuestro país la adjudicación del Premio Nobel al doctor Leloir
despertó el interés de las autoridades que dotaron a su laboratorio con los elementos y el
equipamiento necesario para que pudiera continuar su labor científica y transmitir su saber a un
importante grupo de colaboradores y discípulos. El equipo de investigación dirigido por Leloir
también inició el estudio de las glicoproteínas -una familia de proteínas asociadas con los
azúcares- y determinó la causa de la galactosemia, una grave enfermedad manifestada en la
intolerancia a la leche.
Luis Federico Leloir -como su maestro, el también Premio Nobel Bernardo A. Houssay- hizo del
trabajo disciplinado y constante una rutina y sus admirables logros no lo apartaron de la
sencillez, su otra costumbre. Pocos años antes de su muerte Leloir pudo inaugurar, frente al
Parque Centenario, un nuevo edificio para el Instituto de Investigaciones Bioquímicas, que se veía
desbordado por la gran cantidad de estudiantes, becarios e investigadores que querían trabajar
en él. Sus valores éticos y sus ciencias siguen siendo un ejemplo para el mundo y un orgullo para
los argentinos.
Leloir formó parte de la escuela de Houssay, de quien fue discípulo y amigo. Pero su trayectoria
fue tan importante como la de su maestro.
Recibido de médico, y mientras era interno del hospital Ramos Mejía, se interesó por la tarea de
laboratorio. Leloir se especializó en el metabolismo de los hidratos de carbono.
Fue a principios de los años - 40 cuando se acercó al Instituto dirigido por Houssay, antecedente
del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de la Fundación Campomar, que Leloir dirigiría desde
su creación en 1947 y durante 40 años.
Por ese entonces, Leloir compartía sus trabajos de laboratorio con la docencia como profesor
externo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, tarea que sólo interrumpió para realizar
viajes al exterior con el fin de completar estudios en Cambridge, el Enzime Research Laboratory
de los Estados Unidos y otros importantes centros científicos del mundo.
Con una excepcional voluntad, las investigaciones de Leloir en el Instituto superaron los escollos
de un presupuesto modesto que obligaba a usar cajones de madera como sillas y a fabricar
complejos instrumentos de forma casera. En estas condiciones, su trabajó se orientó a un aspecto
científico hasta entonces postergado: el proceso interno por el cual el hígado recibe glucosa y
produce glucógeno, el material de reserva energética del organismo.
A principios de 1948, el equipo de Leloir identificó los azucarnucleótidos, compuestos que
desempeñan un papel fundamental en el metabolismo de los hidratos de carbono, descubrimiento
que convirtió al laboratorio del Instituto en un centro de investigación mundialmente reconocido.
A las ocho de la mañana del 27 de octubre de 1970 llego a la casa del Doctor L. F. Leloir la
noticia de que había sido distinguido con el Premio Nobel de Química. Sus parientes estaban
excitados, pero el doctor Leloir no cambio la rutina: se vistió con calma, desayuno con los suyos y
condujo el automóvil hasta el laboratorio. Allí lo aguardaban numerosos colegas y un cerco
periodístico del cual emergió, con bastante dificultad, un señor muy pulcro que con acento
extranjero le dijo: ' Yo debería haber sido el primero en darle la noticia, soy el embajador de
Suecia'. El doctor Leloir aceptó los saludos y parecía tranquilo, pero su forma de hablar denotaba
la emoción que lo embargaba. Poco después, el 10 de diciembre, en la sala de conciertos de la
Real Academia de Ciencias de Suecia, el Rey Gustavo Adolfo le entregaba la medalla y el
diploma. En varios reportajes recordó la figura señera del Dr. Houssay.
http://www.biblioteca.anm.edu.ar/leloir.htm
Luis Federico Leloir
(1906/09/06 - 1987/12/17)
Realizó con éxito experimentos que revelaban las rutas químicas en la síntesis
de azúcares en levaduras. Experimentos muy importantes, ya que las rutas
similares podían darse en una gran variedad de otros procesos bioquímicos,
tales como la formación de paredes celulares en bacterias, la formación de
polisacáridos y quitina (la sustancia que forma el exoesqueleto de
invertebrados), e incluso la síntesis de glicoproteínas (un complejo de hidratos
de carbono y proteínas) en mamíferos.
https://www.buscabiografias.com/biografia/verDetalle/5704/Luis%20Federico%20Leloir
Biografía de Luis Federico Leloir –
Quién fue
Luis Federico Leloir fue un destacado científico argentino del siglo pasado, cuyos estudios e
investigaciones no solamente colocaron su figura en una posición de privilegio mundial, sino que además
crearon un aporte inestimable al conocimiento más profundo en lo concerniente a los hidratos de
carbono y también de la gravísima enfermedad congénita galactosemia (incapacidad de metabolizar a la
galactosa en la glucosa).
Por los mencionados logros y otros aportes, Leloir, fue galardonado en el año 1970 con el Premio Nobel
de Química.
Luis Federico Leloir nació en la ciudad de París, Francia, el 6 de Septiembre del año 1906 como
consecuencia que sus padres se hallaban allí a la espera de una operación que le iban a practicar a su
padre.
Lamentablemente, Leloir, no conoció a su padre, quien falleció una semana antes de nacer su hijo.
En el año 1908 regresa al país de origen de sus padres: Argentina y se instala en La Pampa.
Desde pequeño, Leloir, demostró su inclinación hacia las ciencias naturales, leyendo artículos que
versaban sobre el tema y también a través de sus propias observaciones.
Estudió en la Escuela General San Martín, en el Colegio Lacordaire, en el Colegio del Salvador y el
Colegio Beaumont en Inglaterra.
Tras pasar una breve residencia en el Hospital de Clínicas, Leloir, decide dedicarse a la medicina
experimental en laboratorio.
Al tiempo conoce al destacado médico argentino Bernardo A. Houssay, quien se convertiría en el director
de su tesis doctoral sobre las glándulas suprarrenales y el metabolismo de los hidratos de carbono.
Leloir se graduó con honores y en el año 1936 viajó a Inglaterra para profundizar sus estudios en la
Universidad de Cambridge.
En 1937, de nuevo en Argentina, Leloir, comienza una investigación acerca de la oxidación de los ácidos
grasos en el Instituto de Fisiología de Buenos Aires.
El año 1943 vuelve a marcar la salida de Leloir de la Argentina para colaborar con otras investigaciones
en la Universidad de Washington y en el Columbia University´s College of Physicians and Surgeons.
También, fue muy importante la tarea formativa que desempeñó en su metier, desde 1947 y hasta 1982.
Asimismo, participó del Directorio del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de la
Argentina (CONICET) y fue miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires.
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Nació en el año 1906 en París y vino a Buenos Aires a los dos años
con sus padres argentinos. Era descendiente del primer cónsul francés en las Provincias
Unidas y por la rama materna de Sáenz Valiente y Pueyrredón. Por parte de su madre,
Luis Federico Leloir descendía de don Manuel Hermenegildo de Aguirre, funcionario del
gobierno argentino en los Estados Unidos, que ganó protagonismo en el reconocimiento
de la independencia del gobierno de Buenos Aires, en 1817.
“La madre de Leloir, Aguirre, era hermana de la madre de dos personas que
hicieron mucho por la cultura argentina, las escritoras Victoria y Silvina Ocampo, la
primera de ellas fundadora de Sur, una revista literaria que fue un referente en la
cultura Argentina. Luis F. Leloir y las hermanas Ocampo eran primos hermanos.
Luis Federico era el menor de nueve hermanos y se dice que aprendió a leer solo.
A pesar de que su familia viajaba con frecuencia a Europa, completó sus estudios
primarios en Buenos Aires, en la escuela estatal Catedral al Norte, en la calle San
Martín, y cursó luego su secundaria en tres establecimientos diferentes, los
colegios Lacordaire y del Salvador, en la ciudad de Buenos Aires, y el Colegio
Beaumont, en Inglaterra.
Con la convicción de que era menester comprender mejor los procesos biológicos,
se inició de pleno en la investigación, en el Instituto de Fisiología de la Facultad de
Medicina de la UBA que dirigía el doctor Bernardo Houssay. Leloir ingresó allí
como ayudante de investigaciones honorario, y con Houssay como director de
tesis hizo sus primeros experimentos, estudiando el papel de las suprarrenales en
el metabolismo de los hidratos de carbono. Su tesis fue premiada en la Facultad
como la mejor del año.
Ante la perspectiva de pasar años sin poder investigar, Leloir decidió viajar a los
Estados Unidos, donde participó en el laboratorio de los esposos Carl y Gert Cori
–ganadores del Premio Nobel en Medicina junto con Houssay–, en Saint Louis, y
en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Durante ese viaje, matizó el
trabajo con su Luna de Miel. Se había casado con Amelia Zuberbhüler, su
compañera de toda la vida, con quien años después tuvo una hija, Amelita.
Hacia fines de 1983, y tras ocupar una segunda sede en una propiedad ubicada
en Obligado y Monroe, el Instituto pudo mudarse a sus actuales instalaciones
frente al Parque Centenario. El predio fue cedido por la entonces Municipalidad de
la Ciudad de Buenos Aires, y el nuevo edificio fue construido gracias a la ayuda
financiera de la comunidad.
“Tenía un gran sentido del humor, sano, amable, no ofensivo. Decía que la
explosión, el efecto del humor se logra cuando se cruzan dos ideas que
aparentemente no están relacionadas entre sí”.
El doctor Enrique Belocopitow, que fue dirigido por Leloir durante su doctorado,
recuerda otra característica de Leloir, su habilidad manual. “Solía reparar y hasta
construir equipos que necesitábamos. La primera vez que lo vi lo confundí con un
ordenanza; estaba sentado en el piso de la cocina arreglando una canilla y le
pregunté si sabía donde ubicar a Leloir”, rememora con una sonrisa.
El doctor Armando Parodi explica que cuando ingresó al Instituto dirigido por
Leloir, en 1965, era necesario seguir un curso intensivo de 6 meses, al cabo del
cual, podían elegir a su director de tesis, entre los especialistas del Instituto.
“Yo tenía 23 años y Leloir 59. Me parecía una persona muy mayor, a la que ya le
había pasado la hora. Quería trabajar con otros investigadores pero mis
compañeros se me adelantaron y no me quedó más remedio que elegirlo a él. Me
llevé una sorpresa. Hizo aportes muy importantes dirigiendo mi trabajos de
investigación, y su contribución a la bioquímica en esta etapa fue tan fundamental
que tal vez hubiese merecido otro Nobel”.
Armando Parodi, que investigó cerca de ocho años junto al Nobel, lo recuerda de
la siguiente forma: “Fue muy agradable trabajar con él, era una persona muy
sencilla, humilde y respetuosa de las ideas de los demás. Daba absoluta libertad
para trabajar y nos transmitió mediante su ejemplo la actitud que un científico debe
tener ante la ciencia y ante la sociedad”, opina quien en la actualidad preside la
Fundación Instituto Leloir.
Según narra el propio Leloir, al llegar a la Argentina sus abuelos compraron tierras
cuando eran baratas pero aún inseguras debido a las incursiones de los indios. Su
familia trabajó esas tierras y las hizo producir cereales, granos y ganado,
“circunstancias que me permitieron dedicarme a la investigación, cuando era muy
difícil o imposible encontrar una posición de tiempo completo para ella”, explica en
su autobiografía.
No obstante ello, Leloir llevaba una vida monacal, según relatan sus discípulos. Se
levantaba a las 7.30 y, después de desayunar, se dirigía al Instituto, donde
trabajaba en sus experimentos de 9 a 16.45. Luego de limpiar su mesada, salía a
las cinco en punto para su casa, llevándose material de lectura. La rutina se
repetía de lunes a sábado.
El día que lo sorprendió la muerte, había trabajado hasta las cinco de la tarde, como todos
los días, no obstante sus 81 años cumplidos. Fue el 2 de diciembre de 1987. A pesar de
que han pasado 19 años, su ejemplo de vida sigue vivo en el Instituto Leloir, casi tanto
como su exquisito sentido del humor.
http://nuestrotiempobiografias.blogspot.com.ar/2009/10/dr-luis-leloir.html
Luis Federico Leloir, el
argentino que tenía un Fitito,
investigaba en una silla de
paja y ganó el Nobel
Se cumplen 110 años del nacimiento del científico que fue ejemplo de
humildad. Tenaz como investigador, modesto en su estilo de vida, y sin más
bienes materiales que su casa y un viejo Fiat 600, dedicó los dólares de su
premio a seguir su destino de investigador
En pocas horas, la prensa fue quitando las capas de cebolla del enigma Leloir.
Nacido en París el 6 de septiembre de 1906 (una paquetería), sucedió por una
casualidad nada festiva: su padre debía ser operado del corazón en un
avanzado centro médico francés. Vecino del barrio de Belgrano, casado, cuatro
hijos, vivía en una casa de clase media y (asombro total) tenía un Fiat 600,
el histórico y modesto "Fitito", celeste, y al que había que empujar para que
arrancara.
Luis Federico Leloir, el
argentino que tenía un Fitito,
investigaba en una silla de
paja y ganó el Nobel
Se cumplen 110 años del nacimiento del científico que fue ejemplo de
humildad. Tenaz como investigador, modesto en su estilo de vida, y sin más
bienes materiales que su casa y un viejo Fiat 600, dedicó los dólares de su
premio a seguir su destino de investigador.
En pocas horas, la prensa fue quitando las capas de cebolla del enigma Leloir.
Nacido en París el 6 de septiembre de 1906 (una paquetería), sucedió por una
casualidad nada festiva: su padre debía ser operado del corazón en un
avanzado centro médico francés. Vecino del barrio de Belgrano, casado, cuatro
hijos, vivía en una casa de clase media y (asombro total) tenía un Fiat 600,
el histórico y modesto "Fitito", celeste, y al que había que empujar para que
arrancara.
Leloir obtuvo el Premio Nobel por un trabajo sobre los azúcares y su
influencia en el metabolismo
No fue un buen alumno de secundario en Buenos Aires ni en Inglaterra,
abandonó la carrera de Arquitectura más rápido de lo que tardó en inscribirse,
y su paso por Medicina, en la UBA, no preanunció galardón alguno: rindió
¡cuatro veces! el examen de Anatomía. Pero en 1932 alcanzó su diploma, y
un año después, también por casualidad, se unió a Bernardo Houssay, el
primer Nobel patrio. Leloir vivía a media cuadra de su prima, la mítica Victoria
Ocampo, cuñada de otro eximio médico, Carlos Bonorino Udaondo, y ese
cruce de caminos lo instaló junto a Houssay en el Instituto de Fisiología de la
UBA. Empezaba a inclinarse sobre el microscopio y sus misterios…
Científico en estado puro, no dejaba de serlo ni en su casa. Cierto día vio que
su mujeragregaba una aspirina al agua de un florero con rosas recién
compradas. "¿Para qué hacés eso?", le preguntó. "Porque duran más". "¿Está
comprobado?" "Bueno, todo el mundo lo dice". Leloir salió, compró rosas
idénticas, las puso en otro florero, y omitió la aspirina. Resultado: los dos
ramos se secaron al mismo tiempo. Comentario: "¿Viste? La ciencia ha
derrumbado otro mito".
ttps://www.infobae.com/sociedad/2016/09/06/luis-federico-leloir-el-argentino-que-tenia-un-
fitito-investigaba-en-una-silla-de-paja-y-gano-el-nobel/
La familia de Leloir
Con ella tuvo a su unica hija, tambien llamada Amelia. Asi recuerda su esposa el
dia en que nacio Amelia, en 1948:
"Ese dia fumo mucho y exteriorizo su jubilo con expresiones y actos poco
comunes en el. Por ejemplo, no fue al laboratorio. Se olvido casi de todo. Esto es
interesante saberlo, si se considera que para mi esposo no existen
feriados. Trabaja todos los dias desde las ocho y media hasta las siete de la
tarde. Los sabados, medio dia. Por año nos tomamos solo diez o quince dias de
vacaciones. Por lo comun en el mar. Es un poco terco, de cuando en cuando,
como buen descendiente de vascos. Lo que no quita que para mi sea el marido
perfecto, sencillamente maravilloso"
Lucía Giubergia En
http://federicoleloir.blogspot.com.ar/2013/09/la-familia-de-leloir.html
Mañana se cumplirán cien años del día en que nació Luis Federico Leloir, en
la avenida Víctor Hugo, a dos cuadras del Arco de Triunfo, en París. Sus
padres, argentinos, regresaron a su tierra cuando el pequeño tenía dos años.
Al crecer, realizó sus estudios en Buenos Aires y luego se convirtió en
argentino por opción.
Houssay formó un equipo con aquel joven -Juan Carlos Fasciolo-, Eduardo
Braun Menéndez y Alberto Taquini, para estudiar ese problema. A ellos se
sumaron Leloir y Muñoz, por su experiencia en enzimología.
Años más tarde, en 1978, Carlos Campomar, hermano de Jaime, nos legó un
campo en Miramar, y M. Orcoyén, otro en Dorrego. Bien administrados,
ambos campos nos dieron una renta muy interesante... y necesaria, porque el
Instituto seguía creciendo. Tanto, que fue recibida con alivio la donación del
entonces intendente Osvaldo Cacciatore: un terreno frente al parque
Centenario.
Comenzó enseguida una activa campaña para conseguir los fondos con los
que se construiría el nuevo edificio. Se hizo en tiempo récord: allí nos
mudamos en 1983 y allí siguió trabajando el doctor Leloir hasta su muerte, el
2 de diciembre de 1987.
Su rutina era muy simple. Usaba muy pocos tubos de ensayo para sus
experimentos. No tenía muchos colaboradores. Llegaba al laboratorio a las 9
y a las 17 se retiraba, cargado de libros y de revistas, para seguir estudiando
en su casa. Lo mismo hacía todos los días del año, excepto los domingos, el
25 y el 31 de diciembre.
Todo le resultaba fácil. No obstante, solía exagerar sus fracasos para que no
nos desanimáramos ante los nuestros. Generalmente, disimulaba estos
últimos con algún comentario risueño, ya que se caracterizaba por su gran
sentido del humor.
Para el inolvidable premio Nobel, el problema central del país que había
elegido como propio era que la tecnología científica no resultaba
comprendida por la sociedad en general, pero era todavía menos entendida
por los gobernantes.
https://www.lanacion.com.ar/837793-luis-federico-leloir-cien-anos-despues