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Luis Federico Leloir nació en París (Francia) el 6 de setiembre de 1906, falleció en Buenos Aires

el 2 de diciembre de 1987.

En el año 1970 los argentinos se sorprendieron con la noticia del otorgamiento de la más famosa
distinción internacional en el campo de la ciencia y la cultura, el Premio Nobel, a uno de sus
compatriotas, cuyo nombre y actuación eran absolutamente desconocida por la inmensa mayoría
de ellos. Aunque los inicios de su carrera de investigador estuvieron firmemente ligados a la
figura de Bernardo A. Houssay -también premio Nobel-, Luis Federico Leloir brilló luego con luz
propia y llevó a la ciencia argentina tan alto como su maestro y amigo.

Leloir había nacido en París el 6 de setiembre de 1906, durante una estadía de sus padres,
durante la cual el Dr. Leloir se sometería a una intervención quirúrgica, ambos argentinos y en
aquella ciudad transcurrieron sus primeros dos años de su vida, de todos modos, posteriormente
el Dr. Leloir adoptó la ciudadanía argentina. Una vez en Buenos Aires y desde muy chico se
interesó por la naturaleza, a la que tenía fácil acceso ya que su familia poseía grandes
extensiones de campo y se dedicaba a actividades agropecuarias.

Terminados los estudios primarios y secundarios se inscribió en la Universidad de Buenos Aires,


graduándose en Medicina en 1932. En sus inicios como practicante trabajó en el Hospital
Municipal José María Ramos Mejía, donde participó de la creación de una sociedad en parte
científica y en parte social llamada como el hospital y cuya principal actividad era el dictado de
conferencias.

Ya graduado pasó a formar parte del plantel del Servicio de la Cátedra de Semiología y Clínica
Propedéutica que funcionaba en el Hospital Nacional de Clínicas, dedicándose a la
gastroenterología durante dos años. Pero poco tiempo después -inquieto por su deseo de
encontrar respuestas a algunos enigmas de la naturaleza- abandonó la práctica médica para
consagrarse a la investigación científica pura.

Conociendo bien los trabajos del profesor de Fisiología Bernardo A. Houssay, resolvió incorporarse
al instituto que éste dirigía, y que funcionaba en el viejo edificio de la Facultad de Medicina. Así,
Leloir comenzó a trabajar en el Instituto de Fisiología para realizar su tesis de doctorado, que a
propuesta de Houssay trató sobre Las glándulas suprarrenales en el metabolismo de los hidratos
de carbono -y que resultó ganadora del Premio de la Facultad de Medicina de Buenos Aires en
1934. Para llevar adelante esta investigación se necesitaba contar con conocimientos de técnica
bioquímica, por lo que Leloir siguió algunos cursos en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales.
En esta Facultad, aunque no llegó a completar la carrera, sí adquirió los conocimientos que serían
luego la base de sus notables trabajos de investigación y también definió su futuro científico:
pasó de la Medicina a la Bioquímica. Esta disciplina, rama de la Química, había nacido en los
inicios del presente siglo y se desarrolló en forma acelerada. Gracias a ella se pudieron conocer
la estructura química de la mayor parte de las vitaminas y hormonas.

Luego de doctorarse en medicina Leloir partió a Inglaterra, al Biochemical Laboratory, de la


Universidad de Cambridge, que dirigía el profesor Frederick Gowland Hopkins, ganador del
Premio Nobel en 1929 por su descubrimiento de las vitaminas.

Cuando regresó, en 1937, se reincorporó al Instituto de Fisiología, desempeñándose como


ayudante de investigaciones hasta 1943. En un ámbito con marcadas limitaciones materiales
investigaba metódica e intensamente y se integraba muy bien a los equipos de trabajo. Con el
doctor Juan María Muñoz -químico de personalidad original, ya que era además odontólogo y
médico- realizaron experiencias sobre el metabolismo del alcohol.

Después se sumó a Juan Carlos Fasciolo, Eduardo Braun Menéndez, Juan María Muñoz y Alberto
Taquini para llevar adelante observaciones sobre aspectos fundamentales de la hipertensión
arterial. Cuando el riñón sufre una disminución de la irrigación sanguínea libera una sustancia
-renina- vinculada al aumento de la presión arterial. El grupo logró comprobar que la renina
actuaba sobre una proteína de la sangre y es ésta la que produce la hipertensión: la llamaron
hipertensina. También descubrieron que en los tejidos y en la sangre existía otra sustancia que
destruía la hipertensina. De estas investigaciones surgió el libro Hipertensión Arterial Nefrógena,
publicado en 1943, que obtuvo el tercer premio Nacional de Ciencias y que fue traducido al inglés
y publicado en los Estados Unidos en 1946.

En 1941, paralelamente a sus investigaciones, Leloir comenzó su carrera de profesorado de


Fisiología en la cátedra de Houssay, pero la abandonó en 1943, cuando su maestro fue destituido
por haber firmado junto a otros profesores un manifiesto en el que pedían el restablecimiento de
la democracia después del golpe de estado del 4 de junio de ese mismo año. Como protesta
también renunció a su cargo en el Instituto de Fisiología y decidió irse a seguir su labor en el
exterior. El laboratorio de Carl Gerty Cori -Premio Nobel de Medicina- en St. Louis, Estados
Unidos, fue el sitio elegido. Allí trabajó durante seis meses en el estudio de la formación del
ácido cítrico. Luego fue al Colegio de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia, en
Nueva York.

Cuando regresó a la Argentina volvió a trabajar con Houssay, pero esta vez en el ámbito del
Instituto de Biología y Medicina Experimental, una institución creada gracias al apoyo de
fundaciones privadas.

Por iniciativa de Jaime Campomar, propietario de una importante industria textil, se fundó un
instituto de investigación especializado en bioquímica que Leloir dirigiría desde su creación en
1947 y por 40 años. Este organismo empezó a funcionar en una pequeña casa de cuatro
habitaciones separada sólo por una pared medianera del Instituto de Biología y Medicina
Experimental. Como se trataba de una casa antigua y en mal estado, durante los días de lluvia,
caía abundante agua en su interior, pero nada de esto desanimaba a Leloir. Poco tiempo después
la sede del instituto se trasladó a un edificio mejor, naciendo así el Instituto de Investigaciones
Bioquímicas, Fundación Campomar. Con la puesta en marcha de este Instituto se inició el capítulo
más importante de la obra científica del doctor Leloir, que culminaría con la obtención del
Premio Nobel de Química en 1970.
Con una excepcional voluntad, las investigaciones de Leloir en el Instituto avanzaron superando
los inconvenientes que provocaba el muy modesto presupuesto disponible. Esta circunstancia lo
exigía a usar toda su creatividad para concebir, en forma artesanal, parte del complejo
instrumental necesario. En estas condiciones, su trabajo se orientó a un aspecto científico hasta
entonces postergado: el proceso interno por el cual el hígado recibe glucosa -azúcar común- y
produce glucógeno, el material de reserva energética del organismo.

A principios de 1948, el equipo de Leloir identificó los azúcar-nucleótidos, compuestos que


desempeñan un papel fundamental en el metabolismo (transformación por el cuerpo de los
hidratos de carbono). Pocos descubrimientos han tenido tanta influencia en la investigación
bioquímica como este, que convirtió al laboratorio del Instituto en un centro de investigación
mundialmente reconocido.

Leloir recibió inmediatamente el Premio de la Sociedad Científica Argentina, el primero de una


larga lista de reconocimientos nacionales y extranjeros previos y posteriores al Premio Nobel de
Química de 1970. En el vocabulario científico internacional se denomina "el camino de Leloir" al
conjunto de descubrimientos que llevó al gran científico argentino a determinar cómo los
alimentos se transforman en azúcares y sirven de combustible a la vida humana.

La fundación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas en el año 1958,


permitió asociar al Instituto de Bioquímica con la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad
de Buenos Aires y aumentar el número de investigadores. A su vez, esta Facultad creó su propio
Instituto de Investigaciones Bioquímicas y designó director al doctor Leloir, quien también fue
nombrado Profesor Extraordinario.

Numerosas instituciones científicas lo incorporaron como miembro: la Academia Nacional de


Ciencias de los Estados Unidos, la Academia de Ciencias de Chile, la Academia Pontificia de
Ciencias, la Biochemical Society, la Royal Society de Londres, la Societé de Biologie de París, la
Academia de Ciencias de Francia y la Academia de Ciencias de Buenos Aires.

La resonancia que provocó en nuestro país la adjudicación del Premio Nobel al doctor Leloir
despertó el interés de las autoridades que dotaron a su laboratorio con los elementos y el
equipamiento necesario para que pudiera continuar su labor científica y transmitir su saber a un
importante grupo de colaboradores y discípulos. El equipo de investigación dirigido por Leloir
también inició el estudio de las glicoproteínas -una familia de proteínas asociadas con los
azúcares- y determinó la causa de la galactosemia, una grave enfermedad manifestada en la
intolerancia a la leche.

Luis Federico Leloir -como su maestro, el también Premio Nobel Bernardo A. Houssay- hizo del
trabajo disciplinado y constante una rutina y sus admirables logros no lo apartaron de la
sencillez, su otra costumbre. Pocos años antes de su muerte Leloir pudo inaugurar, frente al
Parque Centenario, un nuevo edificio para el Instituto de Investigaciones Bioquímicas, que se veía
desbordado por la gran cantidad de estudiantes, becarios e investigadores que querían trabajar
en él. Sus valores éticos y sus ciencias siguen siendo un ejemplo para el mundo y un orgullo para
los argentinos.

Leloir formó parte de la escuela de Houssay, de quien fue discípulo y amigo. Pero su trayectoria
fue tan importante como la de su maestro.
Recibido de médico, y mientras era interno del hospital Ramos Mejía, se interesó por la tarea de
laboratorio. Leloir se especializó en el metabolismo de los hidratos de carbono.
Fue a principios de los años - 40 cuando se acercó al Instituto dirigido por Houssay, antecedente
del Instituto de Investigaciones Bioquímicas de la Fundación Campomar, que Leloir dirigiría desde
su creación en 1947 y durante 40 años.
Por ese entonces, Leloir compartía sus trabajos de laboratorio con la docencia como profesor
externo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, tarea que sólo interrumpió para realizar
viajes al exterior con el fin de completar estudios en Cambridge, el Enzime Research Laboratory
de los Estados Unidos y otros importantes centros científicos del mundo.
Con una excepcional voluntad, las investigaciones de Leloir en el Instituto superaron los escollos
de un presupuesto modesto que obligaba a usar cajones de madera como sillas y a fabricar
complejos instrumentos de forma casera. En estas condiciones, su trabajó se orientó a un aspecto
científico hasta entonces postergado: el proceso interno por el cual el hígado recibe glucosa y
produce glucógeno, el material de reserva energética del organismo.
A principios de 1948, el equipo de Leloir identificó los azucarnucleótidos, compuestos que
desempeñan un papel fundamental en el metabolismo de los hidratos de carbono, descubrimiento
que convirtió al laboratorio del Instituto en un centro de investigación mundialmente reconocido.

El doctor Leloir y colaboradores, celebrando la obtencion del Premio Nobel

A las ocho de la mañana del 27 de octubre de 1970 llego a la casa del Doctor L. F. Leloir la
noticia de que había sido distinguido con el Premio Nobel de Química. Sus parientes estaban
excitados, pero el doctor Leloir no cambio la rutina: se vistió con calma, desayuno con los suyos y
condujo el automóvil hasta el laboratorio. Allí lo aguardaban numerosos colegas y un cerco
periodístico del cual emergió, con bastante dificultad, un señor muy pulcro que con acento
extranjero le dijo: ' Yo debería haber sido el primero en darle la noticia, soy el embajador de
Suecia'. El doctor Leloir aceptó los saludos y parecía tranquilo, pero su forma de hablar denotaba
la emoción que lo embargaba. Poco después, el 10 de diciembre, en la sala de conciertos de la
Real Academia de Ciencias de Suecia, el Rey Gustavo Adolfo le entregaba la medalla y el
diploma. En varios reportajes recordó la figura señera del Dr. Houssay.

http://www.biblioteca.anm.edu.ar/leloir.htm
Luis Federico Leloir 
(1906/09/06 - 1987/12/17)

Luis Federico Leloir 

Bioquímico argentino Premio Nobel 

Nació el 6 de septiembre de 1906 en París, durante un viaje que hicieron sus


progenitores, para que su padre se sometiera a una intervención quirúrgica. A
los dos años regresaron a Buenos Aires, donde vivió casi toda su vida.

Graduado en Medicina en 1932 por la Universidad de Buenos Aires.

Trabajó como asistente en el Instituto de Fisiología de la universidad. Viajó a


Inglaterra y Estados Unidos y regresó en 1937 a Argentina, donde fijó su
residencia en Buenos Aires.
En 1945, fue director del nuevo Instituto de Investigación Bioquímica.

Realizó con éxito experimentos que revelaban las rutas químicas en la síntesis
de azúcares en levaduras. Experimentos muy importantes, ya que las rutas
similares podían darse en una gran variedad de otros procesos bioquímicos,
tales como la formación de paredes celulares en bacterias, la formación de
polisacáridos y quitina (la sustancia que forma el exoesqueleto de
invertebrados), e incluso la síntesis de glicoproteínas (un complejo de hidratos
de carbono y proteínas) en mamíferos.

Su trabajo sobre el metabolismo de glúcidos dio paso a muchos


descubrimientos sobre cómo las células adquieren energía.

En el año 1970 fue galardonado con el Premio Nobel de Química.

Luis Federico Leloir falleció en Buenos Aires el 2 de diciembre de 1987.

https://www.buscabiografias.com/biografia/verDetalle/5704/Luis%20Federico%20Leloir
Biografía de Luis Federico Leloir –

Quién fue
Luis Federico Leloir fue un destacado científico argentino del siglo pasado, cuyos estudios e
investigaciones no solamente colocaron su figura en una posición de privilegio mundial, sino que además
crearon un aporte inestimable al conocimiento más profundo en lo concerniente a los hidratos de
carbono y también de la gravísima enfermedad congénita galactosemia (incapacidad de metabolizar a la
galactosa en la glucosa).

Por los mencionados logros y otros aportes, Leloir, fue galardonado en el año 1970 con el Premio Nobel
de Química.

Luis Federico Leloir nació en la ciudad de París, Francia, el 6 de Septiembre del año 1906 como
consecuencia que sus padres se hallaban allí a la espera de una operación que le iban a practicar a su
padre.

Lamentablemente, Leloir, no conoció a su padre, quien falleció una semana antes de nacer su hijo.

En el año 1908 regresa al país de origen de sus padres: Argentina y se instala en La Pampa.

Desde pequeño, Leloir, demostró su inclinación hacia las ciencias naturales, leyendo artículos que
versaban sobre el tema y también a través de sus propias observaciones.

Estudió en la Escuela General San Martín, en el Colegio Lacordaire, en el Colegio del Salvador y el
Colegio Beaumont en Inglaterra.

Luego de un errático inicio en la facultad de arquitectura, Leloir, ingresa a la Universidad de Medicina de


Buenos Aires, en la cual se graduaría en el año 1932.

Tras pasar una breve residencia en el Hospital de Clínicas, Leloir, decide dedicarse a la medicina
experimental en laboratorio.

Al tiempo conoce al destacado médico argentino Bernardo A. Houssay, quien se convertiría en el director
de su tesis doctoral sobre las glándulas suprarrenales y el metabolismo de los hidratos de carbono.

Leloir se graduó con honores y en el año 1936 viajó a Inglaterra para profundizar sus estudios en la
Universidad de Cambridge.

Para este momento ya era un especialista en el metabolismo de los carbohidratos.

En 1937, de nuevo en Argentina, Leloir, comienza una investigación acerca de la oxidación de los ácidos
grasos en el Instituto de Fisiología de Buenos Aires.

También desarrolló su actividad en el Instituto de Investigaciones Bioquímicas de Campomar, en la


Asociación Argentina para el Progreso de la Ciencia, en el Departamento de Bioquímica de la Universidad
de Buenos Aires y en el Instituto de Investigación Bioquímica de su creación.

El año 1943 vuelve a marcar la salida de Leloir de la Argentina para colaborar con otras investigaciones
en la Universidad de Washington y en el Columbia University´s College of Physicians and Surgeons.

Leloir, gracias a sus investigaciones y descubrimientos, especialmente la de la participación de los


nucleótidos de azúcar en la fabricación de los hidratos de carbono, logró una enorme cantidad de
reconocimientos: el de Cairdner Foundation de Canadá, el de la Fundación Bunge y Born, el Louisa Gross
Horowitz, de Nueva York y en 1970, el máximo que esperan los científicos, el Nobel de Química.

También, fue muy importante la tarea formativa que desempeñó en su metier, desde 1947 y hasta 1982.

Asimismo, participó del Directorio del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de la
Argentina (CONICET) y fue miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires.

El 17 de Diciembre de 1987 falleció en Buenos Aires, a los 81 años.

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... Fuente https://www.quien.net/luis-federico-leloir.php


Dr. luis Federico Leloir
Uno de los grandes ejemplos argentinos. Cientifico,
investigador y personaje respetuoso y respetado por todos.
Esta es su historia...
..............................................................................

Nació en el año 1906 en París y vino a Buenos Aires a los dos años
con sus padres argentinos. Era descendiente del primer cónsul francés en las Provincias
Unidas y por la rama materna de Sáenz Valiente y Pueyrredón. Por parte de su madre,
Luis Federico Leloir descendía de don Manuel Hermenegildo de Aguirre, funcionario del
gobierno argentino en los Estados Unidos, que ganó protagonismo en el reconocimiento
de la independencia del gobierno de Buenos Aires, en 1817.

“La madre de Leloir, Aguirre, era hermana de la madre de dos personas que
hicieron mucho por la cultura argentina, las escritoras Victoria y Silvina Ocampo, la
primera de ellas fundadora de Sur, una revista literaria que fue un referente en la
cultura Argentina. Luis F. Leloir y las hermanas Ocampo eran primos hermanos.

Luis Federico era el menor de nueve hermanos y se dice que aprendió a leer solo.

A pesar de que su familia viajaba con frecuencia a Europa, completó sus estudios
primarios en Buenos Aires, en la escuela estatal Catedral al Norte, en la calle San
Martín, y cursó luego su secundaria en tres establecimientos diferentes, los
colegios Lacordaire y del Salvador, en la ciudad de Buenos Aires, y el Colegio
Beaumont, en Inglaterra.

Si bien su vocación por la investigación científica siempre estuvo latente, no la


abrazó por completo sino hasta después de estudiar arquitectura durante algunos
meses en el Instituto Politécnico de París, y recibirse de médico en la Universidad
de Buenos Aires (UBA), en 1932.

trabajó dos años en el Hospital de Clínicas donde marcó un giro en su carrera:


“Nunca estuve satisfecho con lo que hacía por los pacientes”, relata Leloir, en un
breve ensayo autobiográfico que escribió en 1982. “El tratamiento médico en esos
días era un poco mejor que aquel ejemplificado en el cuento francés en el cual el
doctor ordenaba: ´Hoy vamos a sangrar a todos los que se encuentran del lado
izquierdo de la sala y vamos a dar un purgante a todos los del lado derecho´”, se
lamentaba.

Con la convicción de que era menester comprender mejor los procesos biológicos,
se inició de pleno en la investigación, en el Instituto de Fisiología de la Facultad de
Medicina de la UBA que dirigía el doctor Bernardo Houssay. Leloir ingresó allí
como ayudante de investigaciones honorario, y con Houssay como director de
tesis hizo sus primeros experimentos, estudiando el papel de las suprarrenales en
el metabolismo de los hidratos de carbono. Su tesis fue premiada en la Facultad
como la mejor del año.

“Fue un gran privilegio estar asociado con Houssay. El era extraordinariamente


excepcional y trabajó muy duro tratando de modernizar la enseñanza de la
medicina y dirigiendo estudiantes (…). A veces sus esfuerzo tenían gran éxito,
pero en otras ocasiones el gobierno estaba en su contra debido a la forma abierta
de expresarse y a sus ideas liberales”, opinaba Leloir.

Al finalizar su tesis, Leloir trabajó un año en el Laboratorio de Bioquímica de la


Universidad de Cambridge, que dirigía otro Premio Nobel, Sir Frederick Gowland
Hopkins. A su regreso a Buenos Aires, volvió al Instituto de Fisiología, en donde
obtuvo notables avances en el estudio de la oxidación de ácidos grasos y del
mecanismo de la hipertensión arterial.

Pero en 1943, la adhesión de Houssay a una carta firmada por numerosas


personalidades que pedía “normalización constitucional, democracia efectiva y
solidaridad americana”,

significó su despido. Houssay quedó cesante y la mayoría de los integrantes del


Instituto de Fisiología lo apoyó con su renuncia.

Ante la perspectiva de pasar años sin poder investigar, Leloir decidió viajar a los
Estados Unidos, donde participó en el laboratorio de los esposos Carl y Gert Cori
–ganadores del Premio Nobel en Medicina junto con Houssay–, en Saint Louis, y
en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Durante ese viaje, matizó el
trabajo con su Luna de Miel. Se había casado con Amelia Zuberbhüler, su
compañera de toda la vida, con quien años después tuvo una hija, Amelita.

A poco de regresar al país, Houssay le propuso dirigir el Instituto de


Investigaciones Bioquímicas-Fundación Campomar (en la actualidad, Fundación
Instituto Leloir), creado el 7 de noviembre 1947. El primer grupo de investigación
que se desempeñó en el Instituto –que en los inicios funcionó en una vieja casona
ubicada en Julián Álvarez 1917, en la ciudad de Buenos Aires– estuvo integrado
por los doctores Carlos Eugenio Cardini, Ranwell Caputto, Alejandro Paladini y
Raúl Trucco, además del mismo Leloir. Luego se sumaron otras figuras, como el
doctor Enrico Cabib.

La ayuda económica que brindó el empresario textil Jaime Campomar resultó


crucial para la puesta en marcha y el funcionamiento del Instituto, pero en 1956 su
muerte los dejó sin recursos. Leloir recibió interesantes ofrecimientos de la
Universidad de Harvard, para emigrar a los Estados Unidos pero prefirió quedarse
y continuar trabajando en su país.

“Antes de dispersarnos jugamos nuestra última carta y pedimos un subsidio al


Instituto Nacional de la Salud de los Estados Unidos. Teníamos pocas
esperanzas, pero para nuestro asombro, la subvención fue aprobada. (…)
Creíamos importante seguir con la investigación en el país y en esos tiempos el
gobierno no se interesaba en lo más mínimo”, expresó.

En pocos años los investigadores lograron aclarar cómo se metabolizan los


azúcares en el organismo, más precisamente, el mecanismo de biosíntesis del
glucógeno y del almidón, polisacáridos de reserva energética de los mamíferos y
las plantas, en forma respectiva. Fue por ese descubrimiento que en 1970 el
jurado de química de la Academia Sueca de Ciencias decidió premiar a Leloir con
la máxima distinción.

Hacia fines de 1983, y tras ocupar una segunda sede en una propiedad ubicada
en Obligado y Monroe, el Instituto pudo mudarse a sus actuales instalaciones
frente al Parque Centenario. El predio fue cedido por la entonces Municipalidad de
la Ciudad de Buenos Aires, y el nuevo edificio fue construido gracias a la ayuda
financiera de la comunidad.

El doctor Alejandro Paladini, que conoció a Leloir a lo largo de 40 años, recuerda


que“Lucho” llegaba en su auto, un Ford de dos puertas que a menudo manejaba
su esposa, y descendía siempre cargado: su comida, las revistas científicas
llegadas a su casa y canastos llenos de frascos de todo tipo que la familia juntaba
para usar en el laboratorio.

“Tenía un gran sentido del humor, sano, amable, no ofensivo. Decía que la
explosión, el efecto del humor se logra cuando se cruzan dos ideas que
aparentemente no están relacionadas entre sí”.

“Siempre le gustó ponerle sobrenombres jocosos a las cosas. A un cierto solvente


muy usado le tocó en suerte ser envasado en un frasco que tenía grabado el
nombre de la loción original, Flor de Loto. Durante años todo el mundo lo designó
así”, dice Paladini. A otra sustancia la bautizó con el nombre de “pegabolitasa”, ya
que servía para dar cohesión a unas estructuras que tenían el aspecto de bolitas.
Sus discípulos recuerdan que nunca quiso tener un escritorio, una oficina, un lugar
propio. Más aún, el salón de reuniones de la sede actual del Instituto Leloir tiene
una enorme mesa redonda como protagonista, que según dicen, hizo construir el
“dire” que nunca quiso ocupar una cabecera.

Recibía a quienes iban a visitarlo al lado de su mesa de trabajo. “Cuando no


estaba muy seguro de cuanto tiempo iba a demorarse el visitante, se llevaba un
timer cuyo timbre le servía de pretexto para dar por finalizada la reunión,
rememora Paladini. “Decía que tenía que ir a retirar un experimento, para volver
rápido a sus ocupaciones”.

“Leloir era extremadamente ordenado. Había estudiado en su laboratorio como


podía hacer sus experimentos con el menor esfuerzo y evitando los
desplazamiento inútiles, de tal modo que los realizaba en forma pausada, pero
rapidísimo”, sostiene el doctor Héctor Carminatti, que también trabajó con Leloir.

El doctor Enrique Belocopitow, que fue dirigido por Leloir durante su doctorado,
recuerda otra característica de Leloir, su habilidad manual. “Solía reparar y hasta
construir equipos que necesitábamos. La primera vez que lo vi lo confundí con un
ordenanza; estaba sentado en el piso de la cocina arreglando una canilla y le
pregunté si sabía donde ubicar a Leloir”, rememora con una sonrisa.

El doctor Armando Parodi explica que cuando ingresó al Instituto dirigido por
Leloir, en 1965, era necesario seguir un curso intensivo de 6 meses, al cabo del
cual, podían elegir a su director de tesis, entre los especialistas del Instituto.

“Yo tenía 23 años y Leloir 59. Me parecía una persona muy mayor, a la que ya le
había pasado la hora. Quería trabajar con otros investigadores pero mis
compañeros se me adelantaron y no me quedó más remedio que elegirlo a él. Me
llevé una sorpresa. Hizo aportes muy importantes dirigiendo mi trabajos de
investigación, y su contribución a la bioquímica en esta etapa fue tan fundamental
que tal vez hubiese merecido otro Nobel”.

Parodi se refiere a los avances de Leloir en el conocimiento de la síntesis de


glicoproteínas, es decir, cómo se agregan los azúcares a las proteínas en el
interior de las células.

Armando Parodi, que investigó cerca de ocho años junto al Nobel, lo recuerda de
la siguiente forma: “Fue muy agradable trabajar con él, era una persona muy
sencilla, humilde y respetuosa de las ideas de los demás. Daba absoluta libertad
para trabajar y nos transmitió mediante su ejemplo la actitud que un científico debe
tener ante la ciencia y ante la sociedad”, opina quien en la actualidad preside la
Fundación Instituto Leloir.

¿Cómo reaccionó cuando le otorgaron el Nobel? “Le significó una seria


preocupación porque temía que su notoriedad lo obligara a pasar muchas horas
frente a las cámaras, o recibiendo gente. Decía que tenía miedo de llegar a la
extinción por la distinción”, afirma José Manuel Olavarría, ex investigador del
Instituto, quien destaca que: “Leloir jamás cobró sueldo de la Fundación, y en
varias ocasiones nos enteramos que nuestro sueldo como becarios lo pagaba él”.

Según narra el propio Leloir, al llegar a la Argentina sus abuelos compraron tierras
cuando eran baratas pero aún inseguras debido a las incursiones de los indios. Su
familia trabajó esas tierras y las hizo producir cereales, granos y ganado,
“circunstancias que me permitieron dedicarme a la investigación, cuando era muy
difícil o imposible encontrar una posición de tiempo completo para ella”, explica en
su autobiografía.

No obstante ello, Leloir llevaba una vida monacal, según relatan sus discípulos. Se
levantaba a las 7.30 y, después de desayunar, se dirigía al Instituto, donde
trabajaba en sus experimentos de 9 a 16.45. Luego de limpiar su mesada, salía a
las cinco en punto para su casa, llevándose material de lectura. La rutina se
repetía de lunes a sábado.

A pesar de haber realizado grandes aportes a la ciencia, “siempre se lamentó de


no haber hecho un descubrimiento que ayudara tecnológicamente a la Argentina”,
recuerda casi con pesar Paladini.

El día que lo sorprendió la muerte, había trabajado hasta las cinco de la tarde, como todos
los días, no obstante sus 81 años cumplidos. Fue el 2 de diciembre de 1987. A pesar de
que han pasado 19 años, su ejemplo de vida sigue vivo en el Instituto Leloir, casi tanto
como su exquisito sentido del humor.

http://nuestrotiempobiografias.blogspot.com.ar/2009/10/dr-luis-leloir.html
Luis Federico Leloir, el
argentino que tenía un Fitito,
investigaba en una silla de
paja y ganó el Nobel
Se cumplen 110 años del nacimiento del científico que fue ejemplo de
humildad. Tenaz como investigador, modesto en su estilo de vida, y sin más
bienes materiales que su casa y un viejo Fiat 600, dedicó los dólares de su
premio a seguir su destino de investigador

Por Alfredo Serra 6 de septiembre de 2016

Especial para Infobae


La imagen que lo define: Leloir, en plena investigación y con su frágil silla
de paja atada con alambres

Corría 1970. Los argentinos empezaban a enfrentarse con su peor década: los


años de plomo. Por eso aquella noticia, a priori, les resultó indiferente. Un
bioquímico argentino, Luis Federico Leloir, había ganado el premio Nobel de
Química. Desconocido el hombre y mucho más su críptico trabajo (los
nucléotidos de los azúcares y su influencia en el metabolismo de los hidratos
de carbono), la indiferencia primaria se trocó primero en asombro, y en
admiración después. Porque la primera fotografía del héroe lo explicó todo…
Leloir, de apellido patricio, trabajaba en un laboratorio misérrimo, ataviado con
un raído guardapolvo gris de oficinista de los años 30, y sentado en una
silla de paja cuyas desvencijadas patas estaban reforzadas con alambre:
el famoso y a veces épico dogma criollo "lo atamo' con alambre".

 Su precario laboratorio, su raído guardapolvo gris y su silla de


paja atada con alambre serán siempre su monumento

En pocas horas, la prensa fue quitando las capas de cebolla del enigma Leloir.
Nacido en París el 6 de septiembre de 1906 (una paquetería), sucedió por una
casualidad nada festiva: su padre debía ser operado del corazón en un
avanzado centro médico francés. Vecino del barrio de Belgrano, casado, cuatro
hijos, vivía en una casa de clase media y (asombro total) tenía un Fiat 600,
el histórico y modesto "Fitito", celeste, y al que había que empujar para que
arrancara.
Luis Federico Leloir, el
argentino que tenía un Fitito,
investigaba en una silla de
paja y ganó el Nobel
Se cumplen 110 años del nacimiento del científico que fue ejemplo de
humildad. Tenaz como investigador, modesto en su estilo de vida, y sin más
bienes materiales que su casa y un viejo Fiat 600, dedicó los dólares de su
premio a seguir su destino de investigador.

Por Alfredo Serra 6 de septiembre de 2016

Especial para Infobae


La imagen que lo define: Leloir, en plena investigación y con su frágil silla
de paja atada con alambres

Corría 1970. Los argentinos empezaban a enfrentarse con su peor década: los


años de plomo. Por eso aquella noticia, a priori, les resultó indiferente. Un
bioquímico argentino, Luis Federico Leloir, había ganado el premio Nobel de
Química. Desconocido el hombre y mucho más su críptico trabajo (los
nucléotidos de los azúcares y su influencia en el metabolismo de los hidratos
de carbono), la indiferencia primaria se trocó primero en asombro, y en
admiración después. Porque la primera fotografía del héroe lo explicó todo…
Leloir, de apellido patricio, trabajaba en un laboratorio misérrimo, ataviado con
un raído guardapolvo gris de oficinista de los años 30, y sentado en una
silla de paja cuyas desvencijadas patas estaban reforzadas con alambre:
el famoso y a veces épico dogma criollo "lo atamo' con alambre".

 Su precario laboratorio, su raído guardapolvo gris y su silla de


paja atada con alambre serán siempre su monumento

En pocas horas, la prensa fue quitando las capas de cebolla del enigma Leloir.
Nacido en París el 6 de septiembre de 1906 (una paquetería), sucedió por una
casualidad nada festiva: su padre debía ser operado del corazón en un
avanzado centro médico francés. Vecino del barrio de Belgrano, casado, cuatro
hijos, vivía en una casa de clase media y (asombro total) tenía un Fiat 600,
el histórico y modesto "Fitito", celeste, y al que había que empujar para que
arrancara.
Leloir obtuvo el Premio Nobel por un trabajo sobre los azúcares y su
influencia en el metabolismo
No fue un buen alumno de secundario en Buenos Aires ni en Inglaterra,
abandonó la carrera de Arquitectura más rápido de lo que tardó en inscribirse,
y su paso por Medicina, en la UBA, no preanunció galardón alguno: rindió
¡cuatro veces! el examen de Anatomía. Pero en 1932 alcanzó su diploma, y
un año después, también por casualidad, se unió a Bernardo Houssay, el
primer Nobel patrio. Leloir vivía a media cuadra de su prima, la mítica Victoria
Ocampo, cuñada de otro eximio médico, Carlos Bonorino Udaondo, y ese
cruce de caminos lo instaló junto a Houssay en el Instituto de Fisiología de la
UBA. Empezaba a inclinarse sobre el microscopio y sus misterios…

 Por azar, Bernardo Houssay, el primer Nobel argentino, fue su


mentor y su guía, y el alumno igualó al profesor
Su tesis doctoral, guiada por Houssay, fue el primer alumbramiento: premio al
mejor trabajo. Pero, tan tenaz como consciente de sus limitaciones ("Muy poco
sé de Física, Matemática, Química y Biología", confesaba), estudió Ciencias
Exactas y Naturales en la UBA, y en 1936 se lanzó a una gran aventura:
estudios avanzados en la Cambridge University, Inglaterra, supervisados por el
premio Nobel Sir Frederick Gowland Hopkins, laureado por su descubrimiento
de las sustancias hoy conocidas como "vitaminas".

Luis Federico Leloir, junto a sus colegas, en un momento de distensión

En ese punto, el alumno de dos Nobel apuntó a los enigmas de los


carbohidratos. Pero, llegado el año 1943, llegaron también las sombras. Se
vio obligado a abandonar la Argentina porque Houssay fue expulsado de la
Facultad de Medicina por firmar una carta de repudio al régimen nazi de
Alemania y al apoyo de esa monstruosa maquinaria por parte del gobierno
militar de Pedro Pablo Ramírez y también por un coronel que signaría las
siguientes décadas: Juan Domingo Perón.

Destino: los Estados Unidos. Cargo: investigador asociado en el Departamento


de Farmacología de la Washington University. Pero antes de partir al
obligado exilio se casó con Amelia Zuberbühler, y de esa unión nació su
hija Amelia. Al retornar al país, ya estaba volcado íntegramente al estudio de
los azúcares. Al nacer 1948, por fin logró identificar los de orden
carnucleótidos, de rol fundamental en el metabolismo de los hidratos de
carbono y su transformación en energía de reserva: exactamente lo que
veintidós años después lo ungiría, vestido de gala (algo tan lejano de su estilo),
como tercer premio Nobel de estas tierras (Carlos Saavedra Lamas, Premio
Nobel de la Paz 1936; Bernardo Houssay, Premio Nobel de Medicina en 1947).
Luis Federico Leloir en su laboratorio
 Pudo ser millonario, pero no se animó a patentar un invento
que hoy se usa en todo el mundo: la salsa Golf

Excepto las publicaciones científicas, el resto de la prensa apoyó sus notas y


entrevistas en la persona de Leloir, su modesta vida, su silencio, su rechazo al
énfasis y (¡cómo no!), su sempiterna silla de paja atada con alambre. Pero el
furor periodísitco no lo conmovía. Tan poco, que, risueño, decía: "Todos me
felicitan, y lo agradezco. Pero lo que descubrí es inexplicable para la gente
común: nadie lo entendería. Y tampoco conquisté un planeta: apenas avancé
un paso en una larga cadena de fenómenos químicos".

Luis Federico Leloir, al recibir el Premio Nobel de Química, en 1970


Según él, y con razón, "pude ser millonario por un invento muy sencillo,
pero no lo patenté". Cuenta la leyenda que un mediodía de verano, en el
restaurante "Ocean" de Playa Grande, entonces y por años la más exclusiva
de Mar del Plata, pidió langostinos, y harto de la mayonesa, su clásico
aderezo, le pidió al mozo todos los mejunjes que tuviera a mano. Una vez
dotado de ese arsenal, y tras varias pruebas, unió mayonesa con ketchup… ¡y
así nació la universal e inmortal salsa Golf!

 Recibió, además del Nobel, quince premios, entre nacionales y


extranjeros. Entre ellos, la Legión de Honor, máximo premio de
Francia

Científico en estado puro, no dejaba de serlo ni en su casa. Cierto día vio que
su mujeragregaba una aspirina al agua de un florero con rosas recién
compradas. "¿Para qué hacés eso?", le preguntó. "Porque duran más". "¿Está
comprobado?" "Bueno, todo el mundo lo dice". Leloir salió, compró rosas
idénticas, las puso en otro florero, y omitió la aspirina. Resultado: los dos
ramos se secaron al mismo tiempo. Comentario: "¿Viste? La ciencia ha
derrumbado otro mito".

Casi una década después, por aporte privado, el legendario laboratorio de


la Fundación Campomar (empresa textil) fue remozado, dotado de tecnología
de punta, y la silla de paja y su alambre dieron paso a un funcional asiento de
cuero. Un demorado y merecido gesto que el genio de los azúcares disfrutó
hasta su último día: el 2 de diciembre de 1987 murió de un ataque al corazón.
Luis Federico Leloir (derecha) junto a Bernardo Houssay, dos de los
premios Nobel que tiene la Argentina

ttps://www.infobae.com/sociedad/2016/09/06/luis-federico-leloir-el-argentino-que-tenia-un-
fitito-investigaba-en-una-silla-de-paja-y-gano-el-nobel/
La familia de Leloir

Los bisabuelos de Leloir llegaron a la Argentina,


desde el sur de Francia, pocos años después de la Revolución de Mayo. Desde
entonces, los Leloir vivieron en el país y, con el tiempo, se convirtieron en una
importante y adinerada familia de terratenientes. 
Sus antepasados maternos argentinos se remontan al siglo XVIII, emparentándolo
con Juan Martín de Pueyrredón. Su padre, Federico, era abogado, pero se dedicó
a las tareas rurales toda su vida. Su madre, Hortensia Aguirre, de origen vasco-
español, tuvo cinco hijos y Luis Federico fue el menor. Sus padres viajaron desde
Buenos Aires hacia París (su madre en avanzado estado de embarazo) a
mediados de 1906 debido a la enfermedad que aquejaba a Federico Leloir (padre)
y por la cual debía ser operado en un centro médico francés. El 6 de septiembre,
una semana después de la muerte de aquel, nació su hijo Luis Federico Leloir en
una casa en la Rue Víctor Hugo 81 de esa capital francesa. De regreso a su país
de origen, en 1908, Leloir junto a sus hermanos y madre se alojaron en la casona
familiar, ubicada en la calle Florida 770, pero pronto comenzaron a viajar a la
estancia El Tuyú, la cual se emplazaba en las extensas tierras pampeanas que
sus antepasados habían comprado tras su inmigración, unas 40.000 ha
denominadas que comprendían la costa marítima desde San Clemente del Tuyú
hasta Mar de Ajó.Aunque Leloir nació en París, siempre se consideró argentino, y
al crecer, hizo el cambio de nacionalidad para que, legalmente, también fuera
así.En su familia no había ningún científico. Leloir decía que él se dedicó a las
ciencias porque era mediocre en los deportes, malo hablando,en público -lo que le
cerraba las puertas de la política y de la abogacía-, con un oído musical muy
pobre y siempre inseguro a la hora de diagnosticar y tratar pacientes, pero era
muy curioso de los fenómenos naturales. Tenía una buena disposición para el
trabajo, una inteligencia media y una excelente capacidad para la labor en equipo.
También reconoció que, probablemente, lo más importante fue que pudo pasar
sus días en el laboratorio haciendo muchísimos experimentos sin preocupaciones
económicas. 
En 1943 se caso con Amelia Zuberbühler. Ella lo definia de esta forma:
"Tal vez fue un novio como todos, pero para mi, como ninguno. Admire desde el
primera momento su caracter templado suave. Admire y admiro su serenidad, su
inquebrantable voluntad, su contraccion al laboratorio. Nunca se altera. Diria que
casi nunca se enoja. Cuando algo le disgusta se pone colorado y calla. En casa
jamas habla en terminos cientificos. Le gusta leer novelas policiales. Los domingos
-y esto es casi una tradicion- vamos al cine. Le entretienen mucho las peliculas de
«cow-boys». Y a mi tambien. Otras veces salimos a cenar a casa de amigos o a
algun lugar. Y recordamos cosas, muchas cosas..."

Con ella tuvo a su unica hija, tambien llamada Amelia. Asi recuerda su esposa el
dia en que nacio Amelia, en 1948:
"Ese dia fumo mucho y exteriorizo su jubilo con expresiones y actos poco
comunes en el. Por ejemplo, no fue al laboratorio. Se olvido casi de todo. Esto es
interesante saberlo, si se considera que para mi esposo no existen
feriados. Trabaja todos los dias desde las ocho y media hasta las siete de la
tarde. Los sabados, medio dia. Por año nos tomamos solo diez o quince dias de
vacaciones. Por lo comun en el mar. Es un poco terco, de cuando en cuando,
como buen descendiente de vascos. Lo que no quita que para mi sea el marido
perfecto, sencillamente maravilloso"

Lucía Giubergia En

http://federicoleloir.blogspot.com.ar/2013/09/la-familia-de-leloir.html

Luis Federico Leloir, cien años


después
Fue el segundo Nobel en ciencia del país
    05 de septiembre de 2006  

Mañana se cumplirán cien años del día en que nació Luis Federico Leloir, en
la avenida Víctor Hugo, a dos cuadras del Arco de Triunfo, en París. Sus
padres, argentinos, regresaron a su tierra cuando el pequeño tenía dos años.
Al crecer, realizó sus estudios en Buenos Aires y luego se convirtió en
argentino por opción.

Leloir se recibió de médico en la Universidad de Buenos Aires, en 1932. Hizo


su tesis doctoral con la dirección de otro premio Nobel, Bernardo A.
Houssay, su maestro, con quien establecería una amistad de toda la vida y,
sobre todo, una relación de admiración mutua.
Dos años después de concluir con su tesis, Leloir fue a estudiar bioquímica a
la Universidad de Cambridge, en el instituto dirigido por Frederick G.
Hopkins, también premio Nobel y uno de los fundadores de la disciplina, que
todavía era muy joven. Muchos años más tarde, Leloir comentó: "La
bioquímica y yo crecimos casi al mismo tiempo...".

Después de poco más de un año, Leloir regresó al Instituto de Fisiología de


Buenos Aires. Allí se asoció con Juan María Muñoz, con quien demostró que
un homogeinato de hígado libre de células enteras podía oxidar ácidos grasos
(1938). Esto fue importante en términos científicos y tuvo gran repercusión
internacional: hasta ese momento se pensaba que la oxidación de ácidos
grasos ocurría únicamente en las células enteras.

En ese momento, en el instituto un joven tesista estaba estudiando el


mecanismo de la hipertensión de origen renal, un tema de gran interés
médico.

Houssay formó un equipo con aquel joven -Juan Carlos Fasciolo-, Eduardo
Braun Menéndez y Alberto Taquini, para estudiar ese problema. A ellos se
sumaron Leloir y Muñoz, por su experiencia en enzimología.

Al poco tiempo encontraron una enzima de riñón que a partir de un


compuesto del plasma sanguíneo liberaba una sustancia a la que se
denominó hipertensina, por su fuerte capacidad de elevar la presión arterial.

Leloir recordaba siempre esa exitosa tarea en equipo. En ese grupo de


compañeros, con alegría y cordialidad, se estableció una profunda amistad.
Los buenos tiempos, sin embargo, terminaron en 1942, cuando problemas
políticos hicieron que se frenara la investigación en el instituto. Recién
casado, el doctor Leloir se fue a los Estados Unidos, primero a St. Louis, al
laboratorio de Carl y Gerty Cori, y luego a la Universidad de Columbia, con
su amigo David Green. Pero el deseo de volver fue más fuerte: después de
una corta estadia, regresó a Buenos Aires.

Aquí Jaime Campomar, con el consejo de Houssay, había fundado el


Instituto de Investigaciones Bioquímicas, la Fundación Campomar. Houssay
propuso que Leloir fuera el director, cargo que ocupó ni más ni menos que
durante cuarenta años. En el Instituto, realizó toda su labor creativa, por la
que recibió las distinciones más importantes para un científico.

Comenzaron en una casa modesta en Palermo, en la calle Julián Alvarez,


como un grupo pequeño, de sólo seis investigadores. Allí, en silencio y en
condiciones precarias, pero con mucho entusiasmo, se hicieron los primeros
descubrimientos importantes del equipo de Leloir.

Yo ingresé en el Instituto el último año que estuvo en la casa vieja. Conocí


ese "santuario", y yo, que venía de los lujosos laboratorios de California, me
maravillaba ante todo, porque ese grupo, con sencillez y modestia
extraordinarias, avanzaba sobre temas inexplorados. Claro: eran conscientes
de la importancia de los descubrimientos que estaban haciendo. Sabían que
esos nuevos compuestos, los nucleótidos azúcares, tenían que intervenir en
muchos caminos metabólicos que en ese momento eran desconocidos.

Por aquellos tiempos, fui testigo de un momento muy importante en la vida


del Instituto. En 1957, Leloir era uno de los principales candidatos para el
premio Nobel, el mismo que le otorgaron bastantes años después, y recibió
una oferta de mudarse con todo su instituto al Massachusetts General
Hospital, al laboratorio que había dejado Fritz Lipman. El ofrecimiento era
tentador, pero después de muchas discusiones con sus colegas, que estaban
inclinados a aceptarlo, Leloir decidió, igual que su maestro Houssay,
quedarse a trabajar en el país.

Gestiones bien encaminadas por el entonces ministro de Asistencia Social y


Salud Pública, doctor Martínez, culminaron con un ofrecimiento de un
edificio desocupado -anteriormente, un colegio- en la calle Obligado. En
comparación con la anterior, la nueva casa parecía inmensa...

La mudanza fue un capítulo aparte. Junto a nosotros, la hicieron varios


familiares de Leloir, entre ellos su esposa, Amelia Zuberbühler, quien
durante semanas y sin perder una pizca de su elegancia cargó y acomodó
objetos diversos, pintó muebles y colaboró con eficiencia en todas las tareas.

En 1958, Leloir fue designado profesor extraordinario de la Facultad de


Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, y comenzó un período de fructífera
colaboración con esa casa de estudios, que proveyó al grupo de fondos y
cargos docentes y de investigación y habilitó laboratorios para la enseñanza
superior.

En esos tiempos políticamente cambiantes, Leloir, con habilidad y energía,


logró que el Instituto siguiera trabajando al margen de toda bandería
política.

En el nuevo edificio de Belgrano, el clima de entusiasmo con que se


trabajaba fue exactamente el mismo. Tal vez no haya podido conservarse la
intimidad del grupo más pequeño que tanto recuerdan con nostalgia sus
integrantes, pero se mantuvo el espíritu estimulante, el deseo de progreso y
la tenacidad para alcanzar las metas buscadas.
Leloir daba el ejemplo a los doctores jóvenes. Metódico, agudo en las
observaciones, profundamente modesto, parco al hablar y muy celoso a la
hora de evitar gastos superfluos, estimulaba la imaginación y el ingenio de
los demás, para fabricar o modificar equipos con técnicas caseras.

Años más tarde, en 1978, Carlos Campomar, hermano de Jaime, nos legó un
campo en Miramar, y M. Orcoyén, otro en Dorrego. Bien administrados,
ambos campos nos dieron una renta muy interesante... y necesaria, porque el
Instituto seguía creciendo. Tanto, que fue recibida con alivio la donación del
entonces intendente Osvaldo Cacciatore: un terreno frente al parque
Centenario.

Comenzó enseguida una activa campaña para conseguir los fondos con los
que se construiría el nuevo edificio. Se hizo en tiempo récord: allí nos
mudamos en 1983 y allí siguió trabajando el doctor Leloir hasta su muerte, el
2 de diciembre de 1987.

Para quienes durante más de treinta años tuvimos el privilegio de


acompañarlo en el Instituto no es fácil hablar de la personalidad de Leloir.
La objetividad se pierde por el lazo afectivo que nos unió: el experimentador
nato y de talento excepcional se nos mezcla con el ser humano.

Su rutina era muy simple. Usaba muy pocos tubos de ensayo para sus
experimentos. No tenía muchos colaboradores. Llegaba al laboratorio a las 9
y a las 17 se retiraba, cargado de libros y de revistas, para seguir estudiando
en su casa. Lo mismo hacía todos los días del año, excepto los domingos, el
25 y el 31 de diciembre.

Todo le resultaba fácil. No obstante, solía exagerar sus fracasos para que no
nos desanimáramos ante los nuestros. Generalmente, disimulaba estos
últimos con algún comentario risueño, ya que se caracterizaba por su gran
sentido del humor.

Leloir escuchaba a sus colaboradores con atención, al mismo tiempo que


continuaba con sus experimentos. Después de un día plagado de lo que en
apariencia eran fracasos, hacía dibujitos en pequeños pedazos de papel. Eran
trazos simples, pero expresivos. Aparentemente triviales, pero profundos.
Aunque apelaban al lado cómico, sus observaciones agudas jamás se
manchaban con el humor cáustico.

Otro aspecto de su personalidad era su genuino interés por el país. Como


investigador, tenía entusiasmo por el progreso tecnológico del mundo. Sentía
admiración por Houssay y por la energía con la que se había iniciado en la
Argentina el camino de la investigación, con la creación del Conicet, en 1958.

Pero de política, en general, prefería no hablar. En una entrevista le


preguntaron si no sentía un poco de nostalgia por la época en la que la
Argentina era "el granero del mundo". Leloir fue terminante: "El país no
puede seguir confiando sólo en sus riquezas naturales. Hubo un cambio muy
grande desde que la fuente de riqueza pasó de los campos a las fábricas, y
desde ellas hasta los descubrimientos científicos", dijo.

Para el inolvidable premio Nobel, el problema central del país que había
elegido como propio era que la tecnología científica no resultaba
comprendida por la sociedad en general, pero era todavía menos entendida
por los gobernantes.

En este aniversario es preciso reflexionar sobre su voluntad de trabajo, con la


que logró un clima de camaradería y, a la vez, de trabajo serio y responsable.
También deseo recordar a Amelia Zuberbühler, que lo acompañó con
comprensión y cariño para que él pudiera expresar sin trabas sus grandes
dotes para la ciencia.

https://www.lanacion.com.ar/837793-luis-federico-leloir-cien-anos-despues

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