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Metáforas del viaje

en novela latinoamericana del siglo XX:


El arpa y la sombra de Alejo Carpentier
Elena C. Palmero González
Universidade Federal do Rio Grande, Rio Grande - Brasil

Resumen
Cuando Roland Barthes afirma que la historia de un novelista es la historia
de un tema y sus variaciones, nos da una clave significativa para entender la
praxis artística de Alejo Carpentier. En la monumental obra del novelista cubano
el viaje es uno de esos grandes temas. La recurrencia de este tópico en la obra
del escritor cubano es expresiva de un singular entendimiento del hombre y sus
coordenadas históricas, sin desconocer que toda reflexión sobre América en la
obra de Carpentier transita necesariamente por la estetización de este cronotopo.
Estudio en este ensayo la presencia del viaje en El arpa y la sombra (1979), obra
que cierra todo un gran proyecto narrativo y en la que vuelve al tópico del viaje,
esta vez asociado al tema de los orígenes de nuestra historia, de nuestra cultura y
de nuestra escritura.
Palabras claves: Cronotopo de viaje/ Literatura latinoamericana/ Alejo
Carpentier.
Résumé 
Lorsque Roland Barthes affirme que l’histoire d’un romancier c’est
l’histoire d’un thème et de ses variations, il nous fournit une clé essentielle pour
comprendre la praxis artistique d’Alejo Carpentier. Dans l’oeuvre monumentale
du romancier cubain le voyage est l’un de ces grands thèmes. La récurrence de
ce topique dans toute l’oeuvre de l’écrivain est l’expression d’une compréhension
singulière de l’homme et ses références historiques, sans oublier que, dans l’oeuvre
de Carpentier, toute la réflexion sur l’Amérique passe par l’esthétisation de ce
chronotope. J’étudie dans cette essai la présence du voyage dans El arpa y la
sombra (1979), oeuvre qui clôt un grand projet narratif, dans lequelle il retourne
au topique du voyage, cette fois associé au thème des origines de notre histoire,
de notre culture et de notre littérature.
Mots clés: Chronotope du voyage / Littérature latino-américaine / Alejo
Carpentier

El relato de viaje, modalidad narrativa de larga tradición en la cultura latina,


resulta especialmente significativo en el sistema de la literatura iberoamericana
por su naturaleza fundacional y por su permanente desarrollo en el proceso de
identidad de nuestras letras como corpus regional. En un momento de profundo
debate cultural como fue la edad media en la península ibérica, peregrinos,
mercaderes, embajadores dejaron testimonio escrito de sus experiencias en
una literatura que abarca desde guías y relatos de peregrinación, relaciones de
misioneros y embajadores, hasta relatos de exploradores y aventureros. Asimismo
el choque cultural que significó la conquista y colonización de América quedó
registrado en una literatura cuyo centro temático era el viaje y el encuentro con
las nuevas culturas.
En América, consecuentemente, esta modalidad narrativa se perfila de
manera definitoria en el proceso de formación literaria. Lo que hasta hoy se
consideran los primeros textos literarios latino-americanos, las crónicas de la
conquista, eran textos que, adoptando la forma de diarios o cartas de relaciones,
nombraban el mundo que se gestaba ante los ojos del imperio, para decirlo con la
elocuente metáfora de Marie Luise Pratt (1999).
Mas tarde las crónicas de los viajeros científicos del XIX también
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asumirán el discurso de diario de viaje para catalogar el universo físico y social de
un continente que se consolidaba en un largo proceso de independencia. Como
luego en el XX podrá registrarse una amplísima literatura de viaje nacida de las
permanentes migraciones que caracterizan nuestra modernidad.
En igual medida, el viaje estará presente en un riquísimo universo ficcional.
Podría decirse que este tema y este cronotopo narrativo estarán en nuestra
literatura de ficción desde sus mismísimos orígenes, pienso en este sentido en
toda una narrativa altamente imaginativa que se produce durante la edad media en
la península ibérica. Luego, en América, este tópico atravesará nuestra literatura
de ficción desde sus orígenes hasta hoy. Asociado al tema identitário, él pareciera
ser fuente nutricia de nuestra gran novela latinoamericana.
Como se percibe, he hablado hasta aquí de dos series literarias, no porque
crea que ellas andan separadamente dentro de un proceso histórico-literario, más
bien pienso lo contrario, lo hago porque hasta hoy este terreno de los límites
genéricos no acaba de ser resuelto a la hora de estudiar las literaturas de viaje.
Son numerosos los estudios teóricos que separan radicalmente los textos que
centralizan el relato de un viaje realmente acaecido, de los textos que relatan un
viaje totalmente imaginario, dejando el concepto de literatura de viaje solo para
el primer grupo. Es el caso de Fernando Cristovão (1999), quien distingue con
mucho énfasis la diferencia entre literatura de viaje y viaje en la literatura. Pero
también hay un ámbito teórico que no traza esas fronteras y que contrariamente
reclama otra visión del problema, tal como lo sostiene Dolores Corbella (1991)
cuando legitima el lugar de las narrativas ficcionales dentro de la llamada literatura
de viajes. Ella distingue que en las clasificaciones habituales de las literaturas
medievales de viajes no aparece una demarcación entre literatura “científica” y
literatura “ficcional”, existiendo como modalidad los relatos de viajes imaginarios.
Esto la lleva a inferir que lo que es válido para la literatura medieval, debería serlo
para cualquier época histórico-literaria.
Desde esta perspectiva podría justificarse el estudio de narrativas cuyos
referentes objetivan la experiencia fáctica del viaje (sin desconsiderar que ese
discurso pasa siempre por la percepción subjetiva del sujeto que discursiviza
la experiencia, y que, en consecuencia, lo ficcional no está ausente en él),
conjuntamente con una praxis de naturaleza declaradamente ficcional que trabaja
artísticamente el viaje como tema o como motivo compositivo, admitiendo que
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ambas, desde su particularidad discursiva, dan cuenta del rico proceso cultural que
todo tránsito o desplazamiento genera.
Este tema, como podrá verse, nos lleva a una apasionante discusión, que
de momento no intento sostener. Prefiero colocar la mirada en lo que ambas
series narrativas aportan a un proceso de identidad de la literatura, y partiendo de
ese paradigma sí proceder a un recorte científico, como en toda investigación
Centro entonces el estudio en narrativas ficcionales. Me intereso por
textos narrativos que centralizan el viaje como eje temático y compositivo,
concretamente por novelas del siglo XX latinoamericano que fundamentan su
composición en el cronotopo de viaje, procurando visualizar diacrónicamente el
movimiento histórico-literario de este cronotopo. Seguir ese movimiento en la
novela del siglo XX latinoamericano sería de alguna manera hacer una lectura en
clave viaje del proceso de identidad de una literatura.
Obviamente que no hago nada nuevo, historiar una tipología narrativa
es lo que hace Mija Bajtín cuando traza una poética y evolución de los géneros
literarios a partir de su teoría del cronotopo. Lo que hago entonces es reactualizar
el tema a partir de una praxis literaria que fue ajena al esteta ruso. Sigo entonces
el camino bajtiniano para estudiar la configuración del cronotopo de viaje en la
novela latinoamericana del siglo veinte así como sus posibles significaciones en el
proceso de traducción de un continente que precisamente se fundó en la travesía
y los ricos intercambios culturales.

II

Extraordinaria presencia ha tenido el viaje en el proceso de consolidación


y desarrollo de la novela hispanoamericana. Desde El peregrinaje de Bayoán (1863),
novela autobiográfica de Eugenio María de Hostos, los protagonistas de la novela
hispanoamericana vagan angustiosamente buscando un sentido a su existencia.
De incontables viajes, de infinitos regresos, de permanentes búsquedas allende
el mar o de ingreso en la selva americana se ha ido construyendo ese caudal
narrativo.
La llamada “novela de la tierra” explicita la temprana presencia del viaje
en nuestra literatura del siglo XX, no obstante, caracterizadas por extender la
norma realista decimonónica, estas novelas extenderán también las formas más
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convencionales del cronotopo de viaje. En ellas el viaje se ajusta a la estrategia del
típico relato de acontecimientos; narrativas que privilegian la historia, ocultando
la voz generadora del discurso; y en las que el afán del escritor se concentra en
la acumulación de información en detrimento de la imagen del informante o de
cualquier mecanismo que exteriorice las relaciones pragmáticas del relato.
Sabemos, no obstante, que este tipo de relato como “imitación”, es
perfectamente ilusorio, que ninguna narrativa puede “mostrar” o “imitar” la
historia que cuenta, pues ella solo puede contarla dando mas o menos ilusión de
mimesis, como también sabemos que lo único “real” en el relato es el lenguaje, y
que este significa sin imitar.
Es tras el impacto de la vanguardia y adentrándonos hacia el medio siglo,
que veremos aparecer un tipo de narrativa ficcional de viaje en correspondencia
más explícita con esa condición natural de la literatura y del lenguaje poético. Será
este un momento expresivo no solo de un cambio en la norma literaria, sino de un
sustancial cambio en la propia idea de literatura, que se sustentará mas que nunca
en la facticidad y el gesto escritural.
La novela, que desde sus orígenes nace contaminada y en fructífero diálogo
con otros discursos no literarios, intensificará durante la vanguardia sus relaciones
intertextuales con otras modalidades del discurso científico sobre la sociedad
y la historia. Acaso Macunaíma, de Mário de Andrade sea en tierras americanas
el ejemplo mas interesante en esta época de una literatura que dialoga con el
texto antropológico, enriqueciendo su universo cosmovisivo en ese diálogo. Ella
adelanta en los años veinte un tipo de texto que hacia los años cincuenta y sesenta
se relacionará con formas y temas del discurso histórico, sociológico, etnológico,
para dar cuerpo a una literatura de condición híbrida, particularmente rica en la
expresión de finos matices del proceso de transculturación operado en nuestras
tierras.
El viaje se revelará en el ambiente cultural del medio siglo, según lo
explica Roberto González Echeverría (2000) como modelo narrativo recurrente,
privilegiado en nuestras letras quizás por su fuerte apego al discurso antropológico
e histórico, así como por su naturaleza diferencial, tan expresiva de una identidad
continental fundada en la travesía y lo migrante. Asimismo el viaje se presentará
como eje articulador de aquel doble movimiento que Fernando Aínsa (1994) sitúa
entre lo centrípeto-nacional y lo centrífugo-universal de nuestra cultura literaria,
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tradicionales antinomias que ahora se muestran definitivamente como coincidencia
oppositorum, armonización dialéctica de lo universal en lo local, de lo diverso en lo
complementario.
Desde esta perspectiva, el viaje está en obras como Los pasos perdidos
(1956) y El siglo de las luces (1959) de Alejo Carpentier, El camino del dorado (1947)
de Arturo Uslar Pietri, por solo citar algunos ejemplos. Ahora, lo interesante
es que el viaje abandona en todas estas novelas aquellas formas convencionales
de temporalidad lineal, aprendizaje evidente, desplazamiento espacial delineado,
apelando a formas más complejas de construcción de la narración. Fracturas,
alternancias, simultaneidades en la configuración del estatuto temporal del relato
serán ahora dominantes, con un evidente apego a la temporalidad del mito como
contrapartida de una concepción estructurada y cronológica del tiempo.
Así mismo aparecerá con bastante frecuencia la tematización de la
frustración, o mejor yo diría: la negación dialéctica de toda visión triunfalista,
expresiva de un falso concepto de avance o de progreso. Esto adquiere correlato
en composiciones de apariencia circular, en las que el retorno parece cerrar los
pasos de sus héroes, en evidente legitimación de la propia travesía como espacio
de identidad.
El ejemplo más evidente de este tipo de narración podría ser el de Los
pasos perdidos (1956), novela que acude al paradigma del viaje para organizar la
fabulación narrativa, estructurando su discurso como diario de viaje, solo que ese
diario adopta formas temporales no comunes en ese género. En ella el viaje hace
convivir diferentes temporalidades en un mismo espacio, el espacio de la selva
americana, legitimando aquella idea carpentereana de que el tiempo de América
es origen, matriz incontaminada, plena posibilidad de todas las temporalidades
reconocidas por occidente.
Ya hacia los años ochenta y noventa veremos una significativa eclosión del
cronotopo de viaje en textos como El arpa y la sombra (1979) de Alejo Carpentier,
Lope de Aguirre, príncipe de la libertad (1979) de Miguel Otero Silva, Vigilia del almirante
(1992) de Augusto Roa Bastos, Los perros del paraíso (1983) y El largo atardecer del
caminante (1992) de Abel Posse, El hablador (1987) de Vargas Llosa, o la memorable
saga de Álvaro Mutis, Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero (1986-1993).
En estos textos se hace ya absolutamente nítido el paso hacia una literatura que
exterioriza su ficcionalidad, instituyendo una modalidad del cronotopo de viaje
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en la que el propio viaje y sus héroes se autodeclaran escritura, y en la que se
privilegia el propio acto de contar como única realidad del relato.
La novela se interesará ahora por textualizar la representación, el acto de
escritura, y a veces la misma lectura, sustituyendo la anécdota, por desarrollos
metalitarios, en evidente desplazamiento del interés, de una intriga, a su performance.
Conjuntamente los textos manifestaran una notoria manipulación lúdicra de otros
códigos genéricos, en una suerte de contaminación conciente, centralizando la
creación metapoética en obras que se autorepresentan como archivo de relatos.
Reina ahora la parodia, textos que permanentemente imitan otros dotado
de autoridad. Imitaciones de diarios de viajes, de testamentos, o de biografías.
Siempre poniendo bajo permanente duda la legitimidad del lenguaje como
productor de un discurso homogéneo y dotado de verdad.
La novela Vigilia del Almirante es acaso uno de los textos que mejor nos
muestre como es preocupación esencial del novelista investigar sobre la producción
de la palabra escrita, y, consecuentemente, sobre la producción del relato histórico.
¿Se puede confiar en la palabra escrita? ¿Es posible producir un texto que refleje
completamente un hecho original? Más que sobre la historia, en la obra de Roa
Bastos se problematiza sobre la presentación de la historia, entendida esta como
hecho de lenguaje.
En su mayoría estas novelas fundamentan toda su composición narrativa en
un rico juego especular donde el viaje se revela como escritura y, en consecuencia,
como lenguaje. En lo mejor de la estirpe cervantina, se rompe el orden épico que
reprime las posibilidades de la ficción narrativa, el lenguaje pasa a ser realidad
central de la novela. Y es precisamente por ese camino que veo profundamente
enriquecida una poética del cronotopo de viaje en la novela contemporánea
Ya a partir de los años ochenta, noventa, e inicios del nuevo siglo, se perfila
con extraordinaria nitidez una literatura que se escribe a partir de la experiencia de
la migración. Escrituras desplazadas de sus habituales espacios de representación
comienzan a ser visibles en centros tradicionalmente hegemónicos. Es el caso
de la literatura cubana, la mexicana, o la portorriqueña, escritas en Estados
Unidos, o las chilenas y argentinas, escritas en Canadá, las que, con extraordinaria
frecuencia, apelan al viaje como clave de significación y núcleo constructivo de
sus creaciones.
Seres en permanente travesía, temporalidades múltiples y superpuestas,
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espacios imaginarios plurales, y discursos de sugestivas tesituras recorrerán
estas prácticas narrativas, las que asimilando las experiencias de la narrativa
latinoamericana del siglo XX, arriban al nuevo milenio en su plenitud creadora.
Cabe, después de esta valoración histórico-literaria, preguntarnos: porqué
la persistencia de este cronotopo narrativo en nuestro discurso ficcional, qué
implicaciones ideológicas pudieran sustraerse de tan fecunda presencia, cómo se
articula este modelo en un proceso que precisamente se construyó históricamente
de permanentes diálogos e intercambios culturales. Amplia sería la respuesta, mas
me atrevo a asegurar que su recurrencia en el sistema literario latinoamericano es
expresión elocuente de la fijación del viaje en nuestro imaginario simbólico como
lugar de representación identitaria. Las imágenes del viajero y del propio viaje se
convierten en referencia imprescindible ante cualquier tentativa de definición de
América. De viajeros se hizo nuestro perfil mestizo, de incontables viajes, que se
continúan perpetuando hoy en el siglo XXI, se construyó nuestra identidad. Su
representación, en consecuencia, expresará ese rico crisol, y su recurrencia en la
literatura nos sitúa ante la certeza de cuan definitorio es este cronotopo a la hora
de caracterizar nuestro proceso literario.

III

Pensando en esto, dirijo mi atención a la praxis artística de uno de nuestros


escritores latinoamericanos que con más conciencia y sistematicidad ha transitado
por el tópico del viaje como tema y motivo compositivo privilegiado en su
narrativa, haciendo del viaje un motivo recurrente de amplísima significación en
su obra, me refiero al escritor cubano Alejo Carpentier. Metáfora definitoria en el
sistema estético carpentereano, el viaje, en la obra de Carpentier, es expresivo de un
singular entendimiento del hombre y su identidad, del hombre y sus coordenadas
históricas, sin desconocer que toda reflexión sobre América en la obra de este
escritor transita necesariamente por la estetización de este cronotopo narrativo.
La presencia del viaje en la obra de Alejo Carpentier resulta sumamente
temprana. El sacrificio (1923), relato que hasta hoy se considera su primer texto
publicado, desarrolla temática y compositivamente este motivo. Luego tendrá
presencia definitiva en los relatos de la década del cuarenta y el cincuenta, Viaje
a la semilla (1944), Semejante a la noche (1952) y El camino de Santiago (1958). Para
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ser presente en textos posteriores como Los pasos perdidos (1953), El siglo de las
luces (1962), Concierto Barroco (1974), La consagración de la primavera (1978), y El
arpa y la sombra (1979). Vistos todos estos textos como variaciones del viaje, ellos
parecieran completar un ciclo en el que las preguntas más caras a Carpentier sobre
la identidad continental son discutidas.
Me detengo entonces en la última. El arpa y la sombra (1979) será para
Alejo Carpentier el final de un proyecto narrativo que le ocupó la vida entera,
el de pensar América. En esta novela vuelve al tópico del viaje, tópico que está
indisolublemente unido a su reflexión americanista, y que esta vez es asociado
al tema de los orígenes y de la escritura. En ella parecen reunirse las grandes
constantes del pensamiento y la praxis artística del escritor cubano, ahora en
revisión final. Se sabe que cuando esta obra ve la luz Carpentier ya conocía del
cáncer que le causaría la muerte al año siguiente. Esto pudiera explicar porque
ella toma ese tono metafóricamente confesional y autobiográfico que la crítica
tanto ha señalado, y también ese carácter conclusivo que pareciera cerrar todo un
sistema de pensamiento en torno al continente americano.
El arpa y la sombra se presenta como un gran hipertexto, insondable
estructura en abismo que se construye de citaciones, alusiones bibliográficas y
del juego paródico con innumerables textos. En lo mejor de la estirpe cervantina,
se dan cita en ella diarios de viaje, biografías, crónicas, textos poéticos, novelas,
siendo perfectamente reconocibles el diario de viaje y las cartas de Colón, algunas
biografías del Almirante, referencias tomadas de documentos historiográficos, así
como infinidad de obras literarias, desde el Retablo de las maravillas de Cervantes,
El Matadero de Esteban Echevarría, el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento,
el romance lorquiano La casada infiel, el Canto General de Pablo Neruda, hasta la
Rapsodia para el mulo del poeta cubano José Lezama Lima. Con razón ha dicho
González Echeverría que El arpa y la sombra es una especie de “aleph” de
la literatura hispanoamericana, donde convergen ecos y citas de clásicos de la
literatura de lengua española de todos los tiempos.
La novela se estructura en tres partes. La primera parte recrea la propuesta
de beatificación de Colón emprendida por el papa Pío IX; la segunda está centrada
en la figura de Colón, quien desde su lecho de muerte rememora su vida; y la
tercera es una ingeniosa farsa que cierra el ciclo de la pretendida beatificación
colombina.
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La estructura temporal de este tríptico se fundamenta en las anacronías, así
como en la propuesta de un tiempo integrador donde se dan cita todos los tiempos
de nuestra cultura. Esta manera de entender la temporalidad, como síntesis plural,
ajena a las marcas cronológicas, frecuente en la obra narrativa de Alejo Carpentier,
es un tema que ya he estudiado. Vuelvo a distinguir este elemento por parecerme
altamente significativa su recurrencia en su última experiencia narrativa, que
sabemos está particularmente asociada a su reflexión sobre América.
La primera parte de la novela se sitúa en el siglo XIX, a través de un relato
que alterna tiempos en función de cierta reconstrucción memorialística. Se pasa
así, con extraordinaria naturalidad, de los años en que el Papa Pío IX propone la
canonización del Almirante, a sus años juveniles, cuando era el canónigo Mastai
Ferreti y realizara su memorable viaje a Chile como parte de una misión vaticana.
Esta singular construcción temporal permite que el Papa Pío IX se desplace
libremente sobre su propia vida, se vea a sí mismo cuando era Mastai Ferreti, y
desde el lugar de la experiencia histórica valore aquel significativo impacto con
América.
La segunda parte se presenta como una gran retrospectiva. Colón, desde
su lecho de muerte, y en espera de la extremaunción, rememora su vida, esto
permite que el tiempo se ajuste a la dinámica de la memoria y no exactamente a
la sucesión cronológica. El Colón moribundo adquiere una perspectiva histórica
que le permite evaluar al otro Colón, el protagonista de las hazañas que llevaron
al descubrimiento del Nuevo Mundo, de una manera que la figura pareciera
duplicarse sobre sí misma.
En ambas partes es evidente que desde el presente enunciativo de
la memoria se encuentran temporalidades diversas. Esta manera de situarse
la enunciación genera una rica zona metaficcional, que no solo enriquece la
composición del texto y su dinámica comunicativa, sino que también da cuenta
de un modo sui generis de entenderse la ficción. Literatura que exterioriza sus
instrumentos, que sustituye los efectos de ilusión mimética por la declaración
explícita de ser relato, cuerpo verbal, y que privilegia el acto de contar como única
realidad, acaso en correspondencia con el tema que discute la obra: las ficciones
colombinas, las imposturas de la historia, las trampas del lenguaje, los orígenes
fabulosos de América.
Ya la tercera parte es la apoteosis paródica. Ella es en su totalidad una
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revisión de las dos primeras, pues en ella asistimos al juicio y valoración de la causa
iniciada por el Papa Pío IX de canonizar a Cristóbal Colón en un caricaturesco
auto sacramental, imagen carnavalesca y paródica de la burocracia vaticana y los
procesos de canonización.
A estos juegos temporales se suma el ya apuntado universo de citaciones
y referencias literarias. Si entendemos la textualidad como proceso, es obvio que
la instancia temporal en una obra literaria no puede ser estudiada solamente en
los límites del signo. Esto se torna particularmente interesante en la literatura que
tematiza o que procede compositivamente con resortes de la actividad intertextual,
puesto que este tipo de práctica narrativa al involucrar otros discursos produce
una especial hibridez que nos hace leer temporalidades diversas en un mismo acto
enunciativo. Es así que, junto al tiempo de la historia narrada, “cobran vida” los
tiempos de los intertextos que se reactualizan en el nuevo texto, generando un
efecto de temporalidad múltiple, pero sincrónica. De esta manera no es posible
leer la obra sin tener presentes el diario de viajes de Mastai Ferreti, las cartas de
Colón, o las biografías que conocemos del almirante.
Ya creo haber dicho como el interés por los orígenes es una constante en la
obra carpentereana. Viaje a la Semilla y Los Pasos Perdidos han sido frecuentemente
reconocidas por la crítica como las obras donde con mas evidencia se tematiza este
tópico. Ellas adoptan una original estructura temporal que apela a la reversión, y
centralizan la discusión identitaria en torno a esa posibilidad del viaje en el tiempo.
El arpa y la sombra, no obstante, no se desentiende de esa intención, y no sería
absurdo pensar que Carpentier cerrara su ciclo novelístico con otra elucubración
sobre los orígenes, esta vez con una fascinante conjetura sobre nuestros inciertos
orígenes literarios, con una especulación sobre el carácter ficcional de nuestra
génesis histórica y cultural.
Sabemos que el diario de Colón es el texto que inaugura el canon literario
latinoamericano, al menos es lo que ha sido repetido por las historias literarias.
Pero ese texto inaugural de la historia de la literatura americana, está rodeado
de incertidumbres, a la vez que se conoce fragmentariamente, y no por voz de
su enunciador originario. En ese sentido resulta extraordinariamente significativo
que Carpentier se interese por esos fragmentos colombinos, y los convierta en
el centro de una novela. En esos fragmentos, que no son sino retazos, collage
textual, voz de segundo grado, huellas recobradas en el palimpsesto, descansan
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nuestros orígenes literarios, y en ellos, precisamente, Carpentier fundamenta
una novela. En esos fragmentos quiere el novelista cubano leer a América, una
América intertextual, nacida de ficciones, hija del equívoco.
El equívoco es un tópico de larga tradición en la obra carpentereana.
Asociado al viajero, a sus destinos individuales o a los grandes destinos históricos,
lo veremos en varias novelas. En lo mínimo o en lo mayoritario, pero siempre
indisolublemente ligado a la visión humanista de Carpentier y a su concepto de
historicidad.
Pero ahora el equívoco, en esta última experiencia narrativa del novelista
cubano, se confronta con el tema de los orígenes de América, de su historia y de
su literatura, como si en esa paradoja estuviera la clave de nuestra propensión a
lo fictivo y a lo maravilloso, cerrando con este libro el itinerario de un tópico que
atraviesa fecundamente su obra.
Estrechamente vinculado a este tema del equívoco, y también al de
los orígenes, está entonces el viaje. Presentándose como tema y modelo de
composición, el viaje vuelve en El arpa y la sombra para alcanzar en esta última
experiencia narrativa una singular expresión. Sabemos que a Carpentier le
obsesionaba entender el viaje de Colón a América, y entender sobre todo el
impacto de ese evento en la escritura de la historia y la ficción hispanoamericanas.
Sabemos también que en ese viaje de Colón hay claves fundamentales para
entender nuestra dimensión maravillosa, pues con él se funda un nuevo espacio
americano, espacio de lo fabuloso, de confluencias inimaginables; que ese viaje
transforma no solo el tiempo de América sino el de toda Europa; y que con ese
viaje el mundo experimenta uno de sus mayores cortes históricos que ha vivido
la humanidad.
De hecho Carpentier toca todos esos temas en su novela, cuando centraliza
el viaje colombino como núcleo de su ficción narrativa. Digamos que el viaje de
Colón le permite una suerte de recorrido y cierre triunfal de su teoría de lo real
maravilloso, de su teoría del barroco americano, de su teoría de los contextos,
así como de sus percepciones sobre el tiempo, el espacio, la historia y el hombre
americanos.
Pero el viaje es también en la novela de Carpentier centro compositivo.
Reaparece aquí el diario de viajes como hilo conductor de la ficción, ahora
como elemento paródico, intertextual y contrapuntístico, toda vez que la novela
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reescribe fragmentos de diarios conocidos, los cita, los reescribe, los ironiza. La
acción de la novela en la primera parte está centrada en el viaje del Papa Pío IX
a Chile siendo aún el joven sacerdote Giovanni Maria Mastai Ferretti. Sabemos
que el viaje histórico, el realizado por el papa en 1823 a Chile, quedó registrado
en un diario. También Giuseppe Sallusti, secretario en esta misión, que Carpentier
ficcionaliza en la novela como Salusio, publicó una relación del viaje, que fue
traducida al español en 1906. Pues ambos diarios de viaje quedarán incorporados,
como collage intertextual, a la materia narrativa y verbal de la primera parte de
la novela, en la misma medida que se incorporan pasajes de las cartas de Mastai
Ferreti, todo ello perfectamente enhebrado con las aventuras y peripecias del
aquel accidentado viaje según invención de Carpentier.
Luego en la segunda parte, encontraremos los fragmentos del diario de
viaje de Colón, mezclados con interpretaciones hipotéticas, ficciones, y cierto
juego hermenéutico con la palabra escrita, que hacen de ese capitulo una joya del
discurso paródico.
Como se ve, el viaje es central en la obra, pero lo original en esta ocasión
es que abandona definitivamente sus vínculos con el modelo clásico caracterizado
por M. Bajtín (1986). En lo mejor de la estirpe cervantina, el viaje se declara
lenguaje, escritura, texto.
Hasta Cervantes el cronotopo de viaje había seguido la estrategia del típico
relato de acontecimientos; narrativas que privilegiaban la historia sobre el discurso
ocultando la voz generadora del discurso; textos concentrados en la imitatio y la
acumulación de información en detrimento de la imagen del informante o de
cualquier mecanismo que exteriorizara las relaciones pragmáticas del relato. Es con
Cervantes, y su inmortal obra El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605),
que se hace nítido el paso hacia una literatura que exterioriza su ficcionalidad,
instituyendo así una modalidad del cronotopo de viaje en la que el propio viaje
y sus héroes se autodeclaran escritura, y en la que se privilegia el propio acto de
contar como única realidad del relato. Con la novela de Cervantes se rompe el
orden épico que reprimía las posibilidades de la ficción narrativa y el lenguaje
pasa a ser realidad central de la obra. Se gesta así un nuevo tipo de cronotopo
de viaje que tendrá definitiva influencia en la novela moderna latinoamericana, y
particularmente en la obra de Alejo Carpentier.
Ya lúcidos ensayos han transitado productivamente por este tema de
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la huella cervantina en nuestro discurso ficcional latinoamericano. Retomo ese
pensamiento para fundamentar mi idea de cómo el modelo de viaje instaurado con
Cervantes encuentra un camino fecundante en el otro lado del Atlántico, pervive
en la novela latinoamericana del siglo XX en la medida que ella es conciente de
su ficcionalidad, de su condición de verbo, simple y poderoso instrumento que
convierte la novela en “el eco de la sonrisa de dios” como diría el siempre grande
Milán Kundera (2006) apropiándose del viejo proverbio judío.
Viaje y escritura vuelven a fundirse en esta última experiencia narrativa.
Con razón argumenta Aníbal González que “las reflexiones de Carpentier acerca
de la escritura tomaron la forma de una ficción narrativa acerca de la vida de
Colón”.
Es evidente que Carpentier se ve en Colón, y que ve en la obra del
Almirante, llena de mentiras y equívocos, una proyección de su propia obra. El
tema de la imagen autofictiva de Carpentier en esta novela ya ha sido estudiado y
poco podría aportarse al asunto después del extraordinario estudio de González
Echeverría, solo me gustaría apuntar que hay en El arpa y la sombra una profunda
reflexión sobre la escritura y sobre la ética de la escritura; que detrás de Colón y
su viaje hay un conjunto de metáforas caras al escritor cubano, la metáfora de la
creación, de la relación del autor con su obra, de América como escritura; y hay
también una profunda reflexión sobre el sentido de la creación.
Una vez mas viaje y escritura se entrecruzan en la obra carpentereana.
Y una vez más ambos tópicos se revelan como metáfora de América, tierra de
tránsitos, tierra cuya virginidad reveló a Carpentier tempranamente, y precisamente
durante un viaje, la epifanía de las formas puras, la escritura en su estado primario,
la imagen poética.

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Referencias Bibliográficas

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