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AÑO 1197:

UNA BODA REGIA EN CASTILLA


Y UN YAMUR EN ISBILIYA

FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO


Francisco Suárez Salguero ha compuesto estos escritos esmerándose en ofrecer
la crónica cronológica que el lector podrá aprovechar y disfrutar. Lo ha hecho
valiéndose de cuantas fuentes que ha tenido a mano o por medio de la red in-
formática. Agradece las aportaciones a cuantas personas le documentaron a tra-
vés de cualquier medio, teniendo en cuenta que actúa como editor en el caso de
algún texto conseguido por las vías mencionadas. Y para no causar ningún per-
juicio, ni propio ni ajeno, queda prohibida la reproducción total o parcial de este
libro, así como su tratamiento o transmisión informática, no debiendo utilizarse
ni manipularse su contenido por ningún registro o medio que no sea legal, ni se
reproduzcan indebidamente dichos contenidos, ni por fotografía ni por fotocopia,
etc.

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A MODO DE PRÓLOGO

BERENGUELA, UNA MUJER INTRÉPIDA, Y LA GIRALDA

El libro en el que ahora nos adentramos nos presentará una boda trascendente para la
historia de España: la de Berenguela de Castilla, hija mayor del rey castellano Alfonso
VIII y de Leonor Plantagenet, con Alfonso IX de León.
Como reina, Berenguela I será conocida como la Grande. No en vano fue la madre de
Fernando III el Santo y abuela de Alfonso X el Sabio. Con rigor y eficacia, sabrá asumir
su herencia al trono de Castilla que cederá a su hijo, al que apoyará acertadamente en su
camino para conseguir también la corona de León.
A Berenguela ciertamente la prepararon para que algún día reinara o pudiera reinar.
Nació en Segovia, en 1180. El nacimiento un año después de un heredero, Sancho, la
reemplazó, aunque por muy poco, tiempo de la línea sucesoria, ya que Sancho murió
siendo niño.
Ante la perspectiva de no engendrar a un nuevo varón, el rey Alfonso VIII decidió
afianzar su sucesión en la figura de su hija. Lo primera que hizo fue elegir un esposo
fuerte que defendiera en un futuro los derechos dinásticos de su esposa. Así, en 1888,
cuando Berenguela era una niña de 7 años, fue prometida y desposada para el duque y
príncipe alemán Conrado de Rothenburg (Conrado II de Suabia), hijo del emperador
Federico I Barbarroja. En la misma ceremonia castellana, en Carrión de Los Condes
(Palencia), prestaron juramento los contrayentes como futuros herederos al trono caste-
llano. Conrado volvió a su Alemania natal a la espera de que su pequeña esposa se con-
virtiera en mujer. Nunca más volvieron a verse, porque Conrado fue asesinado, en 1196.
Pasaron los años y no sólo fueron desapareciendo los intereses políticos iniciales res-
pecto de aquella boda, sino que la propia Berenguela se fue distanciando paulatinamen-
te de su prometido hasta llegar a rechazarlo.
Cuando la joven heredera había cumplido 17 años, en 1197, contrajo matrimonio con
Alfonso IX de León. La unión suponía una ocasión importante para terminar con los
conflictos fronterizos que desde hacía años se sucedían entre las dos coronas, la leonesa
y la castellana. Pero el matrimonio, que podía garantizar una paz duradera entre Castilla
y León, fue contrariamente sancionado en 1204 por el Papa Inocencio III, el cual ordenó
su anulación debido al parentesco en tercer grado de Alfonso IX y Berenguela. Con
todo, a pesar de dicha nulidad o anulación, el Papa aceptará considerar como legítimos a
los cuatro hijos de la pareja, siendo uno de esos hijos el futuro rey Fernando III el Santo.
Será el rey Fernando III quien en su momento entre en la Sevilla conquistada o ganada
por él para los cristianos, una Sevilla almohade que en este año 1197 fue escenario de la
colocación del grandioso yamur sobre el alminar de su nueva mezquita mayor, alminar
que es nuestra actual Giralda.
El alminar sevillano tenía una base cuadrada de 13,60 metros de lado por el exterior y
un machón central, ascendiéndose por una rampa cubierta con pequeñas bóvedas de

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arista en sus propios tramos y de arista o vaídas en los pequeños cuartos que se alojan
en los descansos de sus siete plantas.1 Exteriormente, sus casi 51 metros de obra se dis-
tribuyen en dos pisos: el inferior liso, roto en su paramento por tragaluces para la ilu-
minación de la rampa de subida, y el superior, decorado en sus cuatro frentes con tres
bandas verticales y paralelas, que alojan espacios con ventanas gemelas de arcos de he-
rradura. La parte superior de lo que fue alminar se adorna con andenes de diez arcos cie-
gos rematados con almenas. Sobre su antigua azotea se alzaba una airosa linterna y
sobre ella el yamur de bolas doradas.
La admiración que despertaba la edificación del alminar fue tal, que cuando los mu-
sulmanes, al negociar las capitulaciones de Sevilla, solicitaron que se les dejara demoler
la torre, el infante Don Alfonso contestó una frase que ya se ha hecho célebre en la his-
toria: “por un solo ladrillo que le quitasen los pasaría a todos a cuchillo”.

Un terrible huracán, con terremoto, desencadenado en Sevilla el 24 de agosto de 1395,


produjo importantes daños en la población y en la torre llegó a tronchar la espiga central
que atravesaban las esferas superiores del yamur, las cuales al perder el equilibrio se
desprendieron y se precipitaron al vacío hasta llegar con estruendo al suelo. El cabildo
catedralicio se ocupó reiteradamente de levantar sucesivos cuerpos de campanas, todos
con carácter provisional.

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Copyright © 2008 Fernando Repiso Rodríguez (jueves 21 de noviembre de 2013, 18:35).

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Con la ciudad enriquecida por las proveniencias de América, las autoridades eclesiás-
ticas decidieron edificar un nuevo remate que simbolizara el poder cristiano. Para ello
añadieron un cuerpo de campanas renacentista sobre el fuste islámico.
En 1555 se presenta el más antiguo proyecto de remate de la torre, que fue rechazado
por el cabildo. Era su autor el arquitecto Diego de Vergara, Maestro Mayor de la Ca-
tedral de Málaga, quien proponía coronar la torre con un remate piramidal, de madera
de roble, forrado de “planchas de aletón morisco y dado color dorado, lo cual relum-
brará mucho tiempo”.
Dos años después, en 1557, el cabildo hispalense convoca un nuevo concurso entre
arquitectos españoles para solucionar definitivamente el remate, y el 5 de enero de 1558
se aprobó el proyecto presentado por el arquitecto cordobés Hernán Ruiz Jiménez el
Joven, iniciándose de inmediato las obras del precioso campanario manierista, que se
remató en el año1565.
Dado los amplísimos conocimientos acumulados por Hernán Ruiz, no es de extrañar
que al cuerpo por él añadido se le quieran buscar infinidad de precedentes tanto en la
arquitectura real como en la efímera, y aun en artes consideradas menores, como su es-
tructura “al modo de una custodia”. Sea como sea, y una vez superada la ortodoxia ar-
quitectónica, el diseño de los balcones, la alternancia de dinteles y arcos en el cuerpo de
campanas, las jarras de azucenas, los adornos cerámicos, etc., nos hablan de una dig-
nísima “montera” que corona airosamente el anterior alminar.
El nuevo cuerpo de Hernán Ruiz viene a armonizar con el resto de la catedral, se sus-
tituyen las puertas de la antigua mezquita y se protege la zona peatonal o andenes con
columnas encadenadas para evitar la circulación de caballería y delimitar el espacio o la
parcela propiedad de la Archidiócesis.
Se ha escrito que el cambio de función de la torre, de alminar a campanario, no sólo se
constituía como símbolo del triunfo del cristianismo sobre el Islam, sino que adquiría
ahora nuevas connotaciones, ya que aludía también a recientes victorias de la cris-
tiandad “romana” sobre los turcos, protestantes y moriscos alpujarreños... A este efec-
to, la lápida conmemorativa reza así: “La torre se recreció en cien pies... y los Padres
de la Iglesia Hispalense, con motivo del feliz desenlace de los asuntos religiosos, orde-
naron poner el Coloso de la Fe Victoriosa”.
Cervantes en su obra más famosa (El Quijote) la define, refiriéndose a su veleta, como
“...aquella giganta de Sevilla... tan valiente y fuerte como hecha de bronce...”. Se trata
probablemente de la escultura de bronce más importante del Renacimiento.
Así, este coloso no fue otra cosa que la imagen cristianizada de una figura pagana que
popularmente también se le llama “la Santa Juana”, aunque fue concebida como la Fe
y se le llamó Giralda (como sinónimo de veleta), y hoy día se le conoce popularmente
como “Giraldillo”. Esta figura, de 7,52 metros de alto y un peso aproximado de dos
toneladas, realizada en hierro y bronce, se colocó en su sitio en agosto de 1568 y, según
los últimos estudios, fue diseñada por Luís de Vargas, inspirándose en la iconografía
clásica de la diosa Minerva y más específicamente en el grabado de Raimondi que
representa a la diosa Palas Atenea. Todo parece apuntar a que el modelado lo hizo el
escultor Juan Bautista Vázquez el Viejo, siendo fundida por Bartolomé Morel (¿desde
las bolas del yamur?).

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En el nuevo campanario se integran cuatro espadañas, cada una de las cuales tienen
seis campanas, llamándose el conjunto “Torre Mayor” o “Torre de Santa María”. La
Giralda dispone de veinticinco campanas y cada una tiene su nombre. La mayor y más
famosa está colocada en el centro del frente norte, la Santa María, también llamada “la
gorda” por sus grandes proporciones. Las de San Miguel y Santa Cruz, del año 1400
son las más antiguas.

Distribución y nombres de las campanas de la Giralda

A comienzos del siglo XVII, concretamente en 1603 se publicó El Viaje Entretenido,


de Rojas Villandrando y la veleta comenzó a llamarse “Giralda”. A mediados de la
centuria siguiente este nombre se aplicaba al conjunto, como “Torre de la Giralda”; la
evolución se completó llamando Giralda a toda la torre y Giraldillo a la veleta. Hoy la
torre, que llegó a ser defensa de la catedral en la Edad Media, candelero e instrumento
musical para las celebraciones urbanas y vivienda para sus servidores, sólo se usa como
campanario y mirador.
Consta de 35 rampas, conservadas desde su construcción, que facilitaba la subida de
material sobre caballerías.
También se cuenta que así fue diseñada para que el almuédano o encargado de llamar
a la oración, pudiera subir a caballo. Multiplicando la longitud de cada una de las
rampas por su cantidad, el recorrido lineal sería de más de 357 metros de “andadura
cuesta arriba”.
Sus cimientos bajan 15 metros desde el nivel del suelo y están construidos sobre una
zapata macizada de mármol procedente de las ruinas de la ciudad de Itálica y Sevilla
(Híspalis). Su base cuadrada, que arranca desde una vertical de 15 metros, llega a una
altitud de 104,06 metros. Pero esa profundidad es dato recogido de cuando se hicieron

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las excavaciones para encerrar por túneles los cables conductores de los pararrayos; hu-
bo entonces la oportunidad de comprobar que los cimientos de la torre, después de los
15 metros descubiertos, y hasta llegar a los 20 metros, profundidad máxima que ha po-
dido comprobarse, se resuelven en una gran plataforma, especie de gradería, compuesta
por tres espaciosos escalones cuyas huellas reunidas, acusan dos metros de ancho, cons-
tituyendo la base sobre la que se asienta la masa general del cimiento hasta llegar al
nivel suelo.
Sólo queda la explicación en la que se fundan estos detalles: parece ser que en el en-
torno de la Gran Plaza (en dirección a la catedral) se descubrió a gran profundidad, en el
año 1835, una extensa faja de argamasa de granito, compacta y dura, semejante a las
usadas en las murallas romanas. Lo encontrado fueron los restos del muy antiguo circo
romano hispalense, cuya entrada y fachada principal existieron en el punto donde des-
pués los almohades edificaron la mezquita mayor y su famoso alminar.
Otra teoría apunta a la existencia de una gran roca de granito, justamente en el centro
del lago Ligustinus, antigua ubicación de la milenaria y tartésica “Es de palos” (voz
que se traduciría en Is Palis o la Híspalis latina) por la que se conoció en la antigüedad a
la actual ciudad nacida a orillas del lago y cuyas viviendas estaban elevadas por grandes
troncos de madera para salvar las mareas llegadas desde el mar. Sobre esta gran roca de
más de 2.000 metros cuadrados, parece ser que, descubierta por los alarifes almohades,
se perforó la cavidad donde se sustentan los cimientos de la Giralda. Esta puede ser la
explicación del por qué en los terremotos sufridos por la ciudad, se derrumbaran mu-
chos edificios de mayor fortaleza y la torre, construida con ladrillo, arena y cal, teniendo
en cuenta su altura, no se alterara debido a la solidez de la base.

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AÑO 1197

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TENSA SITUACIÓN
EN LAS TIERRAS HISPANAS
Y UNA BODA REGIA
Aprovechando su alianza con castellanos y aragoneses contra el reino de León, el rey
Sancho I de Portugal hizo que tropas de su ejército se adentraran en la muy histórica
ciudad de Tuy2 y arrasaran bastante por esa zona gallega.3
Mientras tanto, sobre todo durante el mes de abril, se reanudaron las hostilidades entre
los reinos de León y de Castilla, destacando que el rey Alfonso IX de León logró recu-
perar para sí el conocido como Castro de los Judíos,4 pero debió replegarse ante las
fuerzas aliadas de Castilla y de Aragón, teniendo en cuenta que Castilla tiene firmada
una tregua de paz con los almohades, a los que reconquistó Plasencia.5
Ocurre a continuación que la débil posición de Alfonso IX de León y una carta de
Leonor de Inglaterra o Plantagenet, reina de Castilla, proponiéndole interceder ante su
esposo Alfonso VIII si acepta como rey leonés casarse con su primogénita Berenguela
(que ya no es la heredera de Castilla, por haber nacido en 1189 su hermano Fernando),
llevan a un tratado de paz entre Castilla y León, firmado en octubre, por el que Alfonso
VIII devuelve todo lo ocupado en el reino de León como dote de su hija, salvo los
castillos de El Carpio y Monreal.6 Resultó que Alfonso IX de León se casó en Valla-
dolid (Santa María la Antigua) con Berenguela de Castilla (sobrina segunda suya).7

2
Provincia de Pontevedra.
3
Entre los años 1197-1199.
4
El barrio de Puente Castro, suburbio de León, al otro lado del río Torío. Conocido como Castrum Iu-
deorum (Castro de los Judíos), esta judería o aljama fue el barrio judío más antiguo e importante de la
ciudad medieval de León, habiendo sido destruido por los castellanos y aragoneses en 1196, lo que
provocó que los judíos de allí se trasladaran al barrio leonés de Santa Ana.
5
Recordemos cómo los almohades se habían impuesto a los cristianos en la batalla de Alarcos (año
1195). De todos modos, en este año 1197 Alfonso VIII reconquistó Plasencia (Cáceres) a los almohades,
quienes prosiguen su campaña y atacan Guadalajara, Alcalá de Henares y Madrid, donde fueron recha-
zados por la defensa del lugar al mando del alférez real Diego López de Haro. También fracasaron los
almohades en su ataque de este año 1197 a Uclés (Cuenca).
6
Usados para control fronterizo y devueltos en 1213. Ir a Epílogo I.
7
Siendo así reina consorte de León hasta 1204. Durante los primeros años de su vida, Berenguela fue la
heredera nominal al trono castellano, pues los infantes nacidos posteriormente no habían sobrevivido;
esto la convirtió en un partido muy deseado en toda Europa. Ir a Epílogo II.

~ 10 ~
Mientras todo esto ocurre, se está empezando a construir en Cuenca su catedral,
avanzando bien el estado de las obras, muy inspirada en ello la reina castellana Doña
Leonor Plantagenet, de la mano de caballeros y constructores normandos.8

El primer compromiso matrimonial de Berenguela, como sabemos, se acordó en 1187 con el duque
Conrado, uno de los hijos del emperador germano Federico I Barbarroja. Al año siguiente, en Seeligens-
tad, se firmó el contrato matrimonial, tras lo cual Conrado marchó a Castilla, donde celebraron los espon-
sales, en Carrión de los Condes (Palencia), en junio de 1188.
El 29 de noviembre de 1189 nació el infante Fernando, siendo designado heredero al trono castellano,
de modo que el emperador Federico, viendo frustradas sus aspiraciones en Castilla, perdió todo interés en
mantener el compromiso de su hijo y los esponsales fueron cancelados, a pesar de la dote de 42.000
áureos de la infanta. Conrado y Berenguela jamás volvieron a verse. Berenguela solicitó al Papa Celestino
III (1191-1198) la anulación del compromiso, seguramente influida por agentes externos y muy parti-
cularmente por su abuela Leonor de Aquítania, no interesada en tener a un Hohenstaufen cerca de sus
feudos franceses. Pero estos temores se verían posteriormente neutralizados cuando el duque fue asesi-
nado en 1196.
Del matrimonio entre Alfonso IX de León y Berenguela de Castilla nacerán cinco hijos, uno de ellos
San Fernando. Pero en 1204, el Papa Inocencio III (1198-1216) anuló el matrimonio alegando el paren-
tesco de los cónyuges, a pesar de que Celestino III lo había permitido en su momento. Esta era la segunda
anulación matrimonial para Alfonso IX de León y ahora ambos esposos solicitaron vehementemente una
dispensa para permanecer juntos. Pero el Papa Inocencio III fue uno de los más duros o estrictos en
cuestiones matrimoniales, así que se les denegó la solicitud, aunque consiguieron que su descendencia
fuese considerada como legítima. Disuelto el lazo matrimonial, Berenguela regresó a Castilla al lado de
sus padres, donde se dedicó al cuidado de sus hijos.
8
Es la única muestra en España del gótico anglonormando. Podemos recordar cómo el 21 de septiembre
de 1177, fue exitosa la conquista cristiana de Cuenca por parte del rey Alfonso VIII de Castilla, consti-
tuyéndose allí la sede episcopal en 1183. Las crónicas relatan que “el Rey don Alfonso, fizo y ordenó que
la mezquita que los moros avían, mandó a los obispos que la consagraran… e puso por la suya mano de
la Virgen María que a par de sí traíba, e pasó e trasladó los obispados de Valeria y Arcas e puso la silla
en la su ciudad de Cuenca”.
La catedral de Cuenca, junto con la de Ávila, es de las primeras góticas que se construyeron en España
según se fue dando el avance de la reconquista cristiana. Las obras en la de Cuenca se iniciaron en el
transcurso de 1196-1197 y se concluyeron en 1257. Sin embargo, como la mayoría de las construcciones
eclesiásticas, fue transformándose y remodelándose, con nuevas adopciones y adaptaciones, a lo largo de
los siglos. En el siglo XV se reconstruyó la cabecera gótica de esta catedral, el exterior se renovó casi por
completo en el siglo XVI y en el siglo XVII se construyó la Capilla del Sagrario, reformándose también la
fachada y las torres en un estilo barroco. En el siglo XVIII se construyó el nuevo altar mayor y, ya a
principios del siglo XX, a causa de un derrumbe producido en 1902, se reconstruyó la fachada siguiendo
en lo posible el estilo original.
Lo más destacado del edificio es que pertenece a un planteamiento muy inicial de la arquitectura gótica,
de manera muy relacionada con el arte anglonormando y franconormando del siglo XII (ténganse en
cuenta las catedrales de Soissons, Laon y París).
Inicialmente se comenzó una cabecera más bien románica, con cinco ábsides escalonados, transepto y
tres naves en el cuerpo principal. Las obras se desarrollaron ya más bien durante el siglo XIII, constru-
yéndose el triforio, con ventanales moldurados y decorados con estatuas de ángeles y un óculo superior.
Las bóvedas resultaron de crucería sexpartita.
En el siglo XV se reconstruyó la cabecera para abrir una doble girola de bellísima factura. En cuanto al
interior hay que señalar que en el siglo XVIII el cabildo de la catedral reclamó los servicios del arquitecto
Ventura Rodríguez para levantar un Transparente (ventana de cristales que ilumina y adorna un fondo de
altar) que rivalizará con el levantado por Narciso Tomé (entre 1729 y 1732) en la catedral de Toledo.

~ 11 ~
ISBILIYA
En 1172 comenzó a construirse la gran fábrica de la mezquita almohade de Isbiliya
(Sevilla). Y en este año 1197, a mediados de agosto,9 se concluye del todo al coronarse
su alminar10 con una vistosa bola de bronce dorado,11 de tan gran tamaño que hubo de
derruirse en parte la puerta del Almuédano12 de la muralla para poder pasarla. Con pia-
doso fasto islámico inauguró la mezquita el califa Abu Yusuf Yaqub al-Mansur, yén-
dose luego, el 19 de agosto, a su fortaleza en la cercana Aznalfarache.13 Aquí se celebró
una gran audiencia o velada poética y pudo presenciarse un muy lúcido desfile militar.

Ventura Rodríguez situó su Transparente en un deambulatorio gótico, de forma que resplandeciera gra-
cias a la iluminación posterior e indirecta, por cuyo medio se consiguen unos espectaculares efectos.
En el siglo XVIII se construyó el nuevo altar mayor, cuyas estatuas del retablo se deben al trabajo de
Pasquale Bocciardo; y ya a principios del siglo XX, debido al derrumbe de la torre del Giraldo, de la fa-
chada y de parte de la crucería, siguiendo referencias antiguas, se reconstruyó la fachada, obra neogótica
de Vicente Lampérez, inspirándose en la fachada de la catedral de Reims. El proyecto de Vicente Lam-
pérez era levantar dos altas agujas gemelas y completar los óculos ojivales del frente en el mismo estilo
que las interiores. Sin embargo, debido a la oposición de varios arquitectos respecto a los peligros de
introducir elementos extraños a los originales, estas obras no llegaron a terminarse, quedando suspendidas
tras las primeras alzadas y sin que se terminaran las torres laterales. No obstante, permanecen los planes
de concluir la catedral una vez se llegue a un criterio arquitectónico integral.
Las últimas intervenciones hasta el momento han sido completar las vidrieras desaparecidas con vitrales
abstractos a inspiración de las ventanas abstractas instaladas en la catedral de Colonia (Alemania), según
diseños del pintor Fernando Zóbel (1924-1984) y más recientemente la restauración integral del claustro
del siglo XVI.
Al coincidir el descubrimiento de América (año 1492) con el desarrollo de trabajos en la catedral de
Cuenca, hizo que en ella se esculpieran animales propios del muevo mundo. Así ocurrió que la icono-
grafía que presenta la catedral de Cuenca sea de tipo fantástico, mitológico y de figuras humanas, in-
tercalando entre ellas iconos de tipo vegetal como hojas, tallos, frutos y vástagos serpenteantes a lo largo
de los tallos. Sin embargo, lo que realmente la distingue del resto, son esos animales que sin ser cono-
cidos o habituales en el occidente europeo están presentes en sus arcadas góticas de finales del siglo XV,
tales como el armadillo, el pez globo y la tortuga.
9
Coincidiendo el 15 de agosto de 1197, viernes, con el 29 del mes de Ramadán, viernes, del año 543 de
la Hégira.
10
La torre que conocemos como La Giralda.
11
El yamur, un remate colocado en el tope de los alminares como elemento decorativo y sobre el que se
considera una posible simbología protectora hacia la propia mezquita.
12
Más conocida como Puerta Real. Denominada hasta 1570 como Puerta de Goles, fue una de las puertas
de acceso del recinto amurallado de Sevilla. Estaba situada en la confluencia de las actuales calles de
Alfonso XII, Gravina, Goles y San Laureano, y en la actualidad únicamente queda de ella un paño de
muralla sobre el que se asentaba.
13
Actual San Juan de Aznalfarache (Sevilla).

~ 12 ~
Yusuf Yaqub pasó en Aznalfarache el resto del verano hasta que refrescó el tiempo al
imponerse el otoño.14

Posiblemente fue así la Giralda en su inauguración almohade

14
Ir a Epílogo III.

~ 13 ~
REINO DE INGLATERRA
De entre los fallecidos en este año 1197, año del que ofrecemos los más destacados
relatos, podemos mencionar al canciller de Inglaterra y obispo de Ely15 William de
Longchamp,16 que entró en la vida pública al final del reinado de Enrique II (muerto en
1189) como oficial de Godofredo Plantagenet, hijo del monarca y arzobispo de York.
No fue del agrado del rey y supo granjearse la aprobación de Ricardo I (Corazón de
León), que fue quien le hizo canciller de Inglaterra. Se mostró siempre como diplomá-
tico muy capaz, si bien se había ido volviendo de apariencia y carácter desagradable. Se
hizo notable por primera vez en París, como enviado del rey Ricardo, cuando acabó con
la tentativa de Enrique II de hacer las paces, en 1189, con el rey francés Felipe II Au-
gusto.
Empezando, pues, el reinado de Ricardo fue cuando William de Longchamp se con-
virtió en canciller del reino y obispo de Ely, siendo también cuando el rey, como cru-
zado, abandonó Inglaterra (diciembre de 1189). El monarca puso la torre de Londres en
manos de Longchamp y lo eligió para compartir la oficina de la jefatura de justicia con
Hugo de Puiset, el grande y poderoso obispo de Durham. Longchamp intentó acabar
con Hugo inmediatamente, y en abril de 1190 ya había logrado expulsarlo completa-
mente de la oficina. En junio de 1190 recibió una comisión como legado pontificio del
Papa Clemente III (1187-1191). Entonces fue cuando hizo valer su doble dominio ecle-
siástico y político. Sin embargo, como queda dicho, su apariencia y modales desagra-
dables, su orgullo y su desprecio por cuanto le contravenía le hicieron detestable al pue-
blo. Sus andaduras por el país con un grupo de miles de caballeros causaron malestar y
ruinas de las que se hicieron culpables aquellos en quienes delegaba y cargaba la orden
de divertirle. La gente llegó a preferir a Juan, el hermano de Ricardo con poderes en su
ausencia como rey.17

15
Ely, sede episcopal, es una pequeña ciudad (algo más de 15.000 habitantes en 2001) situada del este de
Inglaterra, famosa por su destacada catedral, muy importante muestra del arte gótico. Ely es la sede
episcopal a la que pertenece Cambridge.
16
Provenía de familia humilde.
17
Podemos recordar cómo Juan, el conocido como Juan sin tierra, desde muy joven intrigó para perju-
dicar a su hermano mayor Ricardo y ser nombrado heredero del trono. Pero no ocurrió así: su hermano
Ricardo, el preferido de su madre Leonor, logró suceder a su padre en 1189, cuando murió.
Juan fue adquiriendo mala reputación (de traidor) por sus conspiraciones entre hermanos. En 1184, Juan
y Ricardo alegaron tener pleno derecho a heredar el ducado de Aquitania, siendo éste uno de los muchos
desencuentros entre ambos. En 1185, Juan se convirtió en regente de Irlanda, cuyo pueblo se alzó des-
preciándolo, por lo que Juan hubo de marcharse.
Durante la ausencia de su hermano Ricardo (entre los años 1190-1194), Juan intentó derrocar a William
de Longchamp, obispo de Ely y canciller regente designado por Ricardo. Éste fue uno de los sucesos que
inspiraron a escritores para convertir a Juan sin tierra en el rey villano de las legendarias historias de
Robin Hood (originalmente de un siglo anterior a la época de Juan).

~ 14 ~
Cuando Juan regresó a Inglaterra, con sus seguidores, no hubo sino serias disputas con
William de Longchamp. En junio de 1191, el arzobispo de York, Godofredo, primero de
los benefactores de Longchamp, fue arrestado violentamente por los subordinados de
Longchamp al desembarcar en Dover. Se habían excedido en sus órdenes, que eran evi-
tar que el arzobispo entrara en Inglaterra hasta haber jurado fidelidad a Ricardo. Hicie-
ron un pretexto de este ultraje para una rebelión general contra Longchamp, teniendo en
cuanta que ya había cesado como legado pontificio (debido a la muerte del Papa Cle-
mente III) y que se aupaba contra él Walter de Coutances, arzobispo de Ruan. Juan le
había dado a Coutances más poderes que a Longchamp. Éste entonces se encerró en la
torre de Londres, pero fue forzado a rendirse y expulsado del reino. En 1193 se unió a
Ricardo en Germania y a partir de entonces se dedicó a misiones confidenciales y diplo-
máticas a lo largo del continente. Hasta que murió.

Por otra parte, Juan intentó arrebatarle el trono a Ricardo acordando dicha actuación con el rey Felipe II
Augusto de Francia.
Como podemos traer a la memoria, mientras Ricardo retornaba de la tercera cruzada, éste fue capturado
y encarcelado por el emperador germano Enrique VI. Parece ser que Juan envió una carta a Enrique VI
pidiéndole que mantuviera a Ricardo lejos de Inglaterra por el mayor tiempo posible, pero los partidarios
de Ricardo pagaron el rescate para su liberación, porque pensaban que Juan sería un pésimo rey. Al re-
gresar a Inglaterra, en 1194, Ricardo asumió el trono, perdonó a Juan y lo nombró su heredero.
Otros historiadores argumentan que Juan no trató de derrocar a Ricardo, sino que hizo esfuerzos para
mejorar un país arruinado por los impuestos excesivos cobrados para financiar las cruzadas. Es probable
que la imagen de subversivo de Juan fuese creada por monjes cronistas resentidos por su negativa a par-
ticipar en la cuarta cruzada, la que veremos proponerse y organizarse entre los años 1198-1204.

~ 15 ~
SAN JUAN DE ACRE
El 10 de septiembre, cayéndose de una ventana en su palacio de San Juan de Acre,
murió el rey (heredero) de Jerusalén Enrique II de Champaña (sobrino de los reyes de
Francia y de Inglaterra).18 Tenía 31 años de edad y era el año quinto de su (supuesto)
reinado, desde 1192. En todo momento, como podemos recordar, se siguieron muchas
vicisitudes.
Había sucedido a su padre Enrique I (conocido como Enrique el Liberal) en los con-
dados de Champaña y Brie en 1181. Se alió en 1183 con el conde Felipe I de Flandes (o
de Alsacia)19 contra el rey Felipe II Augusto de Francia.
Se distinguió en sus tierras por sus donaciones eclesiásticas, sobre todo a Troyes. En
1190 partió en la tercera cruzada hacia Tierra Santa, recibiendo el mando de las tropas
cristianas precisamente en las cercanías de San Juan de Acre.
Se casó con Isabel de Jerusalén, hija del rey Amalarico I de Jerusalén (muerto en
1174).20 Por esto heredó el reino de Jerusalén sin que de hecho llegara a reinar, por estar
dicho reino en poder de Saladino que lo conquistó en 1187 y de sus sucesores ayubís.21
18
Existen varios relatos cronísticos o versiones distintas sobre el hecho de la caída desde una ventana del
primer piso del palacio. La mayoría de los testimonios sugiere que una ventana o balcón-barandilla se
soltó o desplomó mientras Enrique estaba apoyado. Un sirviente, posiblemente un enano llamado Scarlet,
también cayó, tras haber intentado salvarlo reteniéndolo por la manga, sin conseguirlo. Otra versión su-
giere que Enrique estaba viendo un desfile desde la ventana cuando un grupo de enviados de Pisa entró en
la estancia. Y Enrique, al recibirlos, dio un mal paso hacia atrás perdiendo el equilibrio y precipitándose
al vacío. Cualesquiera que fueran las circunstancias exactas, Enrique murió en el acto; y su siervo, que
sufrió una fractura de fémur, dio la alarma, pero después murió con Enrique, cayéndole encima.
19
Muerto en 1191, en San Juan de Acre.
20
Tuvieron dos hijas: Alicia y Felipa.
21
Isabel de Jerusalén no permaneció viuda durante mucho tiempo sino que se casó de nuevo sin tardanza,
ya con su cuarto marido (y el último): Amalarico de Lusignan, rey de Chipre (Amalarico II de Jerusalén).
El heredero general de Enrique era su hija mayor Alicia, quien pronto se casó con su hermanastro Hugo I
de Chipre y cuyos herederos representaron la línea señorial de los condes de Champaña.
Enrique dejó atrás una serie de dificultades para el condado de Champaña, pues se había prestado una
gran cantidad de dinero para financiar su expedición a Jerusalén, y por su matrimonio, y la sucesión al
condado de Champaña que después sería impugnada por sus hijas. En 1213, los partidarios de su sobrino
Teobaldo IV de Champaña alegaron ante un legado pontificio que la anulación del matrimonio de Isabel
con Hunfredo de Torón (que todavía estaba vivo durante el matrimonio con Enrique y que podemos
recordar del año 1190) no era válida, por lo que las jóvenes Alicia y Felipa eran ilegítimas. Sin embargo,
esto fue cuestionable: la legitimidad de la hija de Isabel con Conrado de Montferrato, María, y el derecho
de sus descendientes al trono de Jerusalén nunca fue impugnada; y si María era legítima, también lo eran
las hijas de Isabel con Enrique. Teobaldo finalmente tuvo que sobornar a Alicia y Felipa a un coste muy
considerable.
Una que fue muy influyente en el reino de Jerusalén, Estefanía de Milly, señora de Transjordania, murió
en este año 1197 (aunque es incierta esta fecha e incierto el lugar de su muerte). Sin que nos detengamos
en su enrevesada biografía, destacamos, para sobreentenderla por así decir, que estuvo casada con Hun-

~ 16 ~
También en San Juan de Acre, en la muy distinta circunstancia como peregrina, aun-
que ilustre, murió Margarita de Francia, que fue reina de Hungría al estar casada con el
rey Bela III, que murió, como podemos recordar, en 1196. Margarita tenía al morir 39
años de edad. Recibió sepultura en la catedral de Tiro. Había nacido en París, siendo la
primera de las dos hijas que tuvieron los reyes de Francia Luis VII y Constanza de
Castilla, la cual murió, el 4 de octubre de 1160, al dar a luz a su segunda hija, Adela (o
Alix) de Francia.22
El 2 de noviembre de ese mismo año 1160, en la normanda Neubourg, Margarita fue
prometida al primogénito y principal heredero de Enrique II de Inglaterra, llamado
también Enrique (Enrique el Joven, muerto en 1183). Como dote llevaba la princesa de
Francia el estratégico condado de Vexin, situado entre Normandía y París.
Enrique el Joven y Margarita se casaron formalmente en la catedral de Winchester el
27 de agosto de 1172. Su único hijo, Guillermo, nació prematuramente en París, el 19
de junio de 1177, muriendo a los tres días, el 22 de junio. Y las dificultades del com-
plicado parto parece ser que la incapacitaron para volver a concebir.
En 1182 fue acusada de adulterio con William Marshal, conde de Pembroke, pero los
cronistas contemporáneos dudaron seriamente de la veracidad de estos hechos. Su es-
poso Enrique habría estado buscando obtener la anulación de su matrimonio bajo la fa-
chada de una infidelidad, pero en realidad habría querido el divorcio porque su esposa
ya no podía darle un heredero. Margarita fue enviada a Francia, al parecer, para prote-
gerla durante la guerra civil en Inglaterra, junto a su cuñado Ricardo I (Corazón de
León). Su esposo, Enrique, moriría, víctima de disentería, el 11 de junio de 1183, sin
que el proceso de anulación de su matrimonio llegara a cumplirse.
Luego de recibir una generosa pensión económica a cambio de renunciar a sus dere-
chos sobre Vexin, Margarita se casó en 1186 con el rey Bela III de Hungría (permaneció
en este estado de reina consorte húngara durante 10 años, hasta la muerte del rey en
1196). Como reina consorte fue muy intensa su influencia sobre el monarca su esposo.
Fue ella precisamente, en 1189, quien convenció a Bela para que liberase al príncipe
Géza, su cuñado, hermano menor del rey y conspirador reiterativo intentando usurpar el
trono. Fue ese el momento en el que, pasando por Hungría el emperador Federico I Bar-
barroja, Géza se enroló en la tercera cruzada, con 2.000 (dos mil) soldados húngaros.

fredo III de Torón (en 1163, muriendo él en 1173), con Miles de Plancy (en 1173, muerto él, asesinado,
en 1174) y finalmente con Reinaldo de Châtillón (en 1176, muerto él, como podemos recordar, derrotado
y de muy mala manera tras la batalla de los Cuernos de Hattin en 1187).
A través de Estefanía, Reinaldo de Châtillon por derecho de su esposa se adueñó del señorío de
Transjordania, y utilizó su nueva posición para acosar las caravanas musulmanas y entorpecer las rutas
islámicas de peregrinación; podemos recordar cómo incluso en el año 1183 amenazó con atacar a La
Meca. Podemos irnos a repasar todo lo sucedido en esos años de la década de los ochenta.
22
Su muerte será en 1221. De ella podemos recordar su turbulenta vida, siendo forzada amante del rey
Enrique II de Inglaterra y negada por éste para su matrimonio con Ricardo I Corazón de León, el cual la
consideró con deshonor, mostrándose él del todo reticente con ella.

~ 17 ~
Sello de Enrique II de Champaña

Margarita de Francia

~ 18 ~
MESINA (SICILIA)
El 28 de noviembre, enfermo de malaria, murió en Mesina23 Enrique VI, emperador
del Sacro Imperio Romano Germánico y rey de Sicilia. Tenía 32 años de edad. Suce-
sivamente, fue:

Rey de Alemania (1190-1197)


Rey de Romanos (1169-1191)24
Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (1191-1197)
Rey de Sicilia (1194-1197).

Nació en Nimega,25 siendo hijo del emperador germano Federico I Barbarroja (muer-
to en 1190) y de su esposa la condesa Beatriz de Borgoña (muerta en 1184). Se casó con
la princesa Constanza I de Sicilia, en 1186. Fue coronado como rey de romanos en
Bamberg (junio de 1169) y como emperador en 1191, en Roma, juntamente con su es-
posa, siendo el Papa Celestino III quien se encargó de ello. En 1190 y 1193 logró im-
ponerse sobre los nobles y magnates alemanes que se le oponían, siendo ellos dirigidos
por Enrique el León, muerto en 1195 (que contaba con el apoyo y favor del Papa), y del
rey de Inglaterra Ricardo I Corazón de León, al que tuvo preso. A pesar de salir victo-
rioso en sus dificultades, no podemos decir, al término de su vida (no muy prolongada)
que alcanzara su objetivo de convertir en hereditario el trono alemán (a causa de lo in-
dicado: enfrentamiento con la nobleza alemana, el papado en contra y lo mismo el reino
de Inglaterra). Sin embargo, como podemos recordar, tras un primer intento fallido en
1191, logró finalmente hacerse con el trono de Sicilia tras su conquista habiendo recla-
mado para sí aquella corona como herencia de su esposa. Y esto es, en resumen y sin
extendernos exhaustivamente, lo que se puede contar de Enrique VI.26
23
Situada en el ángulo nordeste de Sicilia.
24
Le sucedió su hermano el duque Felipe de Suabia (enfrentado con quien luego fue emperador Otón IV
sucediendo como tal a Enrique VI). Felipe habrá de morir asesinado en 1208. Ya iremos viendo.
25
Actualmente en territorio de los Países Bajos.
26
Sucediéndole, tras no pocas vicisitudes, como emperador Otón IV y como rey de Sicilia Federico II.
Otón IV de Brunswick (nacido allá por el año 1175 y muerto en 1218, fue rey de Alemania entre los
años 1208-1215 y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico entre los años 1209-1215. Era hijo
del duque Enrique el León de Baviera y de Matilde Plantagenet (la hija mayor de Enrique II de Inglaterra
y Leonor de Aquitania). Fue elegido emperador con el apoyo de los güelfos, pero tuvo que luchar contra
su rival Hohenstaufen, el gibelino Felipe de Suabia. En 1209, después de unos años de guerra civil y el
asesinato de su oponente al trono, fue coronado rey de Alemania en Aquisgrán y reconocido por el Papa
Inocencio III, quien le exigió a cambio que se comprometiera a reconocer la soberanía feudal de la Santa
Sede sobre el reino de Sicilia. Ya iremos viendo el desenvolverse de su reinado, lo mismo que el de
Federico II (nacido el 26 de diciembre de 1194) como rey de Sicilia, nieto de Federico I Barbarroja y de
Roger II de Hauteville, una de las figuras más interesantes de la historia universal por sus cualidades

~ 19 ~
Nacimiento de Federico II de Sicilia

extraordinarias y su carácter excéntrico, distinto a los hombres de su época y adelantado a ellos en más de
un sentido. Su personalidad, poco convencional, lo llevaba a romper de continuo con los usos y cos-
tumbres de su tiempo, razón por la cual se le apodó ya en vida con el asombroso adjetivo de “stupor
mundi”. También le llamaron “Anticristo” debido a sus serias desavenencias con la Santa Sede. Según
algunas fuentes, su nacimiento fue público, ocurriendo en una tienda, en plena plaza principal de Iesi,
mientras su madre era arropada por algunos notables de Enrique VI; según parece, la avanzada edad de
Constanza, que durante los ocho años previos se había mostrado estéril, sentaban dudas sobre la legiti-
midad de Federico, por lo que el nacimiento se habría celebrado de ese modo, a fin de establecer garantías
sobre el origen del niño.
Federico nacía ya pretendiente de muchas coronas: si bien la imperial no era hereditaria, Federico era
un válido candidato a rey de romanos (el título electivo de los sucesores elegidos del Sacro Emperador)
que comprendía también las coronas de Italia y Borgoña. Estos títulos aseguraban derechos y prestigio,
pero no daban un poder efectivo, faltando en estos estados una sólida estructura institucional controlada
por el soberano. Estas coronas daban poder sólo si se era fuerte, de lo contrario sería imposible hacer
valer los derechos reales sobre los feudatarios y sobre las comunas. Aparte, por vía materna había he-
redado la corona de Sicilia, donde en cambio existía un aparato administrativo bien estructurado para ga-
rantizar que la voluntad del soberano fuese aplicada, según la tradición de gobierno centralizado.
Al morir el emperador germano y rey siciliano Enrique VI en 1197, Federico, su hijo, de 3 años de
edad, se encontraba en Italia, intencionalmente para ser llevado a Alemania. Al llegar la noticia, el
guardián de Federico, Conrado de Spoleto, abortó la expedición y llevó al niño a Palermo junto a su ma-
dre, donde permanecerá hasta el final de su educación. Su madre Constanza era por derecho propio he-
redera del reino de Sicilia, y para asegurar los derechos de su hijo lo nombró públicamente heredero al
trono de Sicilia nada más llegar. La educación en Sicilia fue un elemento fundamental para formar su
personalidad, debido a la civilización normanda, árabe y bizantina presente en Sicilia.
La unión de los reinos de Alemania y de Sicilia no era vista con buenos ojos ni por los normandos ni
por el Papa. A la muerte de su madre, Federico fue coronado rey de Sicilia (el 17 de marzo de 1198).
Como quiera que los derechos imperiales del niño podían comprometer su propia vida, su madre nom-
braba en su testamento como tutor del niño al Papado. Así, el Papa Inocencio III se encargó de la tutela de
Federico hasta que fue mayor de edad. A fin de proteger al inexperto e inmaduro rey contra sus enemigos,
el Papa le indujo a que se casara, en 1209, con Constanza de Aragón y de Castilla, viuda del rey Emerico
de Hungría, hija mayor de Alfonso II de Aragón y de Sancha de Castilla.

~ 20 ~
El emperador Enrique VI del Sacro Imperio Romano Germánico
(Codex Manesse, de hacia el año 1300)

~ 21 ~
TARNOVO (BULGARIA)
Pedro IV, zar (emperador) de Bulgaria, fue asesinado en Tarnovo,27 siendo 1197 el
año décimo segundo de su reinado.28
En 1185, Pedro IV, entonces conocido como Teodoro (Todor), y su hermano me-
nor Iván Asen I se presentaron ante el emperador bizantino Isaac II Ángelo solicitándole
una pronoia29 en Kypsela.30 La solicitud fue rechazada, y cuando Iván se atrevió a ar-
gumentar en contra de la decisión del emperador, recibió una bofetada en la cara. Fu-
riosos, los hermanos regresaron a Moesia31 y, aprovechando el descontento por la im-
posición de fuertes ingresos percibidos por el emperador bizantino Isaac para financiar
sus guerras contra el rey Guillermo II de Sicilia y los gastos de su matrimonio con
Margarita de Hungría, levantaron una revuelta contra el dominio bizantino a finales de
1185.
La rebelión no logró apoderarse rápidamente de Preslav,32 pero los rebeldes estable-
cieron como nueva capital Tarnovo.33 En 1186 los rebeldes sufrieron una derrota, pero
Isaac II Ángelo no aprovechó su victoria y regresó a Constantinopla. Con la primordial
ayuda de los cumanos, pueblo eslavo establecido al norte del Danubio, Pedro IV e Iván
Asen I recuperaron sus posiciones e incursionaron en Tracia. Cuando Isaac II Ángelo
penetró en Moesia de nuevo, en 1187, no logró la captura de Tarnovo ni de Lovech, y
firmó un tratado reconociendo de facto y legítimamente al Segundo Imperio Búlgaro.
Durante la tercera cruzada (1187-1191), con las relaciones deterioradas entre los em-
peradores Isaac II Ángelo y Federico I Barbarroja, Pedro IV e Iván Asen ofrecieron

27
O Veliko Tárnovo (Bulgaria), ciudad de origen tracio que durante la Baja Edad Media fue capital del
Imperio Búlgaro.
28
Se desconocen circunstancias y fecha de su nacimiento y no sabemos nada de sus padres antes de que
se proclamara emperador de Bulgaria en 1185. Sabemos que Pedro IV era conocido como Teodoro (To-
dor). El cambio de nombre indica un intento de buscar legitimidad a través de una conexión con el anti-
guo y piadoso zar Pedro I de Bulgaria (927-969), cuyo nombre se le puso también en su momento por los
rebeldes búlgaros contra el dominio bizantino.
29
Una propiedad territorial equivalente o semejante a un feudo occidental.
30
Una antigua ciudad tracia, entre los ríos Nestos y Hebros.
31
Una región geográfica de Serbia, en gran parte situada en el noroeste central, en una fértil llanura entre
los ríos Drina, afluente del Sava, y Sava, afluente del Danubio. Moesia había permanecido durante mucho
tiempo bajo tutela húngara.
32
La histórica capital búlgara, que pudo ser un asentamiento eslavo hasta ser un recinto fortificado a co-
mienzos del siglo IX.
33
Que seguramente tuvo que ver del todo con la revuelta.

~ 22 ~
ayuda militar a los cruzados alemanes en Niš34 (año 1189). En 1190 Isaac II Ángelo lo-
gró llegar a Tarnovo y la sitió de nuevo, pero fue forzado a retirarse debido a la llegada
de los refuerzos cumanos del norte. Durante su retirada, el emperador bizantino fue em-
boscado por Iván Asen, que se había hecho cargo de los pases de los Balcanes, e Isaac II
apenas escapó con vida, perdiendo gran parte de su ejército y sus tesoros.
La victoria sobre los bizantinos pusieron a Iván Asen en primer plano, y Pedro IV 35 lo
destacaba habiéndolo coronado co-emperador o zar con él en 1189. Con Iván Asen I en-
cargado de Tarnovo y las campañas contra los bizantinos, Pedro IV se retiró a Preslav
sin abdicar del trono. Tras el asesinato de Iván Asen I (año 1196), Pedro IV marchó a
Tarnovo, sitió a Ivanko, el asesino de Iván, y lo obligó a refugiarse entre los bizantinos.
Un año después, en este 1197, Pedro IV, como queda dicho, muere asesinado, también
por Ivanko. Le sucede su hermano menor Iván, apodado Kaloyan.36 Iremos contando el
desenvolverse de su reinado.37

34
Importante ciudad de Serbia.
35
Al parecer.
36
Parece ser que asociado al trono en 1196.
37
Kaloyan fue el hermano menor de Pedro IV e Iván Asen I. En 1187 fue enviado como rehén a Cons-
tantinopla para ser intercambiado por la esposa de Iván Asen, pero escapó y regresó a Bulgaria, allá por el
año 1189. Después de los sucesivos asesinatos de sus dos hermanos por el boyardo (aristócrata terrate-
niente) Ivanko, Kaloyan consiguió una ventaja sobre los conspiradores y se convirtió en el zar de Bulga-
ria, prosiguiendo la política agresiva de sus predecesores contra el Imperio Bizantino, tanto que hizo una
alianza con Ivanko, que había entrado al servicio bizantino en 1196 y se había convertido en gobernador
de Filipópolis (Plovdiv). Otro aliado de Kaloyan fue Dobromir Hriz o Crysós, líder valaco que gobernaba
el territorio de Strumica (situada en la actual república de Nicaragua). La coalición fue rápidamente di-
suelta, ya que los bizantinos superaban tanto a Ivanko como a Dobromir Hriz. Sin embargo, Kaloyan, en
1201, conquistó al Imperio Bizantino la tracia Konstanteia (la búlgara Simeonovgrad) y Varna (también
búlgara pero actualmente), igual que conquistó, en 1202, la mayor parte de la Macedonia eslava.

~ 23 ~
CREMONA (Italia)
El 13 de noviembre falleció en Cremona (Italia) un célebre sastre y mercader de telas,
Homobono38 Tucenghi.39 Su muerte le sobrevino repentinamente, estando en Misa, en
la iglesia de San Gil.40
En su momento hubo de casarse por imposición familiar, sin desearlo realmente.
Destacó siempre por su mucha piedad y honradez, por su muy reconocida caridad para
con los más pobres y necesitados. Fue laborioso y dado a la oración. Practicó a la per-
fección las obras de misericordia.

38
Que significa Hombre bueno. La institución medieval de “hombres buenos”, muy propia de las ciuda-
des y del ámbito comercial entre las mismas, se situaba socialmente entre la vieja aristocracia feudal y los
campesinos. No tenían vínculos vasalláticos ni otros por el estilo con los nobles o señores, y basaban o
hacían valer su poder político en su representación institucional en el gobierno de los concejos de las
ciudades, mediante cargos como el de regidor o el de procurador en Cortes. Más que una burguesía de
artesanos y comerciantes, su condición social era la de hidalgos, caballeros y otros miembros de la peque-
ña nobleza, basada económicamente en rentas tanto de propiedades rurales como urbanas. En algunos ca-
sos debían su riqueza a actividades artesanales, mercantiles y financieras (habitualmente incompatibles
con la nobleza). No es un concepto definido con claridad: inicialmente se diferencian de los caballeros,
identificándose como los vecinos no nobles de la ciudad. Con el tiempo, se identificaron con las familias
en que se perpetuaban los cargos concejiles, convertidas en una verdadera oligarquía o patriciado urbano,
equiparado a la pequeña nobleza y diferenciado claramente de la plebe urbana. Entre los cátaros (del sur
de Francia y norte de Italia) era habitual la denominación “bons hommes” y en Barcelona se conocían
como “ciutadans honrats”. En ciertos lugares, la denominación terminó designando a los letrados que
actuaban para los concejos.
39
Se trata de San Homobono Tucenghi, que fue canonizado con reconocimiento de sus milagros por el
Papa Inocencio III el 13 de enero de 1199. Dicha canonización fue promovida por el obispo Sicardo de
Cremona (1155-1215). En el santoral se celebra el 13 de noviembre. Es uno de los Santos propuestos
como modelo de laicos cristianos. En Italia es conocido también con el popular nombre de San Ombrosio.
En Roma existe una iglesia dedicada a San Homobono (del siglo XV, sobre restos anteriores paleo-
cristianos y medievales, en una importante área arqueológica de la antigua Roma). Al ser patrono de los
sastres y de los comerciantes de telas, se formaron también cofradías con los respectivos componentes
gremiales. También en Nápoles hay una iglesia del siglo XVI dedicada a los Santos Miguel y Homobono.
40
Su sepultura, a la que pronto acudieron muchos peregrinos, está en la cripta de la catedral de Cremona.
En el siglo XVI, el obispo Marco Gerolamo de Alba compuso el himno Divo Homobono Cremonensi. Se
cantaba en las vísperas de su solemnidad del 13 de noviembre. Igualmente, el compositor Federico Cau-
dana, organista y maestro de capilla en la catedral de Cremona (1878-1963), escribió el himno O Padre
che vegli en honor de San Homobono.
En Bruselas hay una escultura o estatua de Pedro Van Dievoet (1661-1729), en la Maison des Tailleurs
de la Grand Place representando a San Homobono bendiciendo.
El español Tirso de Molina (1579-1648) escribió sobre San Homobono.

~ 24 ~
San Homobono (iglesia de San Felipe, en Zaragoza)

~ 25 ~
EPÍLOGO I

LA GUERRA DE 1196-1197 ENTRE CASTILLA Y LEÓN


Y LA REPOBLACIÓN

En 1196, Macotera (Salamanca) se encontraba allá por la linde o frontera de los reinos
de León y Castilla. La raya seguía la ruta de Zorita de la Frontera y Aldeaseca de la
Frontera (poblaciones ambas de la provincia de Salamanca) y continuaba por la Huelga
hasta el valle del Jerte. En este período histórico, Alfonso IX era el rey de León, y Al-
fonso VIII el de Castilla. Estos monarcas se disputaban la propiedad de ciertos casti-
llos, motivo por el que mantuvieron serios enfrentamientos. Con el fin de solventar es-
tos conflictos, ambas cortes regias se citaron en Tordehumos (Valladolid); y allí, se
firmó, como podemos recordar, un tratado por el que Alfonso VIII tenía que devolver
varios castillos al rey leonés. El rey castellano no respetó lo pactado, por lo cual el rey
leonés le declaró la guerra.
Previo al conflicto, el rey leonés firmó un contrato de alianza con los almohades y el
califa (Abu Yusuf Yaqub) convino enviarle cierta cantidad de dinero y un cuerpo de ca-
balleros armados. En la primavera de 1196, los moros almohades y los leoneses aso-
laron varios pueblos de Castilla. Penetraron en Tierra de Campos y organizaron una
campaña devastadora: no respetaron ni iglesias ni bienes, quemaron cosechas y come-
tieron un buen número de tropelías.
Llegaron a Carrión de los Condes, allí donde Alfonso IX se vengó de la humillación
de que había sido objeto por parte de Alfonso VIII, pues éste le había obligado a besar
su mano en señal de vasallaje. Terminada la campaña, el leonés se retiró a su tierra y los
moros almohades se despidieron regresando a su territorio.
Alfonso VIII, herido a su vez en su amor propio por tanta vejación, se alió con el rey
de Aragón, Pedro II. El aragonés acudió acompañado de sus vasallos. Se encontraron el
rey castellano y el aragonés en la Paramera de Ávila,41 cerca de esa ciudad capital y de
Riofrío (que está a 17 kilómetros de Ávila). Alfonso VIII elige este punto porque así po-
día defender más fácilmente a los castellanos de la Transierra (el norte de la actual
Extremadura) impidiendo a la vez la llegada de los almohades por los puertos serranos.
Penetraron así en el reino leonés, devastaron sus tierras, prosiguieron la expedición por
Benavente (Zamora) y llegaron a Astorga (León). A los cuatro días, tomaron la fortaleza
del Castro de los Judíos. Incendiaron el pueblo y su sinagoga, hicieron cautivos a hom-
bres, mujeres y niños, logrando un gran botín y volviéndose con todo al reino de Cas-
tilla.
Terminada la campaña, el Papa Celestino III, con fecha 31 de octubre de 1196, des-
pachó una bula para el arzobispo de Toledo (el belicoso Martín López de Pisuerga), or-
denando la excomunión del rey el rey leonés hasta que dejara de mantener su alianza
con los musulmanes; con la excomunión se hacía romper el vínculo de fidelidad y obe-
41
Al norte de la Sierra de Gredos, separada de ésta por el valle del Alberche, afluente del Tajo por su de-
recha.

~ 26 ~
diencia de los súbditos leoneses si éste metía moros en su reino en contra de los cris-
tianos.
En abril de 1197 se inició de nuevo la lucha. Alfonso IX recobró Castro de los Judíos.
Asoló luego el reino castellano. Y la vengativa respuesta de Alfonso VIII y su aliado
aragonés se reprodujo de inmediato, y con el apoyo de los portugueses tomaron el
castillo de Alba de Aliste (Zamora) y, desde allí, decidieron adentrarse en las tierras de
Salamanca, devastaron por allí también la villa y aldeas salmantinas de Alba de Tormes.
Se apoderaron de los castillos de Monreal, Carpio y Paradinas, siendo éste último pro-
piedad de la Orden de San Juan. Entre los pueblos que sufrieron tamaño ataque con
desolación se encontraba Macotera. El rey leonés recompuso su ejército y se dirigió
contra el castellano con ánimo de venganza, pero no se produjo el choque porque se hi-
zo valer la paz. Como consecuencia de esta guerra, la población de Macotera sufrió un
fuerte retroceso repoblador.
La Extremadura leonesa comprendía entonces toda la provincia de Salamanca. Existen
testimonios evidentes de que Alba de Tormes y su territorio se repobló durante el rei-
nado de Alfonso VII el Emperador (1126-1157), porque este rey, en 1144, donó al
obispo y diócesis de Salamanca el diezmo de las rentas reales de Alba y su tierra, lo que
prueba que el cultivo de sus campos era una realidad y, por lo tanto, su territorio estaba
habitado.
Tras la guerra, Alba y su tierra quedó declarada zona catastrófica y había que recom-
ponerla de algún modo. Alfonso IX se compromete, personalmente, a rehabilitar el terri-
torio. Trae nuevos colonos, como los Blázquez, de las provincias norteñas (Galicia,
Burgos, Santander, Vizcaya, Logroño, Ávila) y mozárabes (cristianos que prefirieron
quedarse conviviendo con los árabes y no tanto entregarse a la reconquista activa), in-
crementa la tierra de labor, ordena reparar las viviendas destruidas y levantar otras nue-
vas. Los nuevos repobladores son gentes sin recursos y sometidos al yugo de algún se-
ñor o del abad de un monasterio, a quienes el rey promete tierra propia, casa y ganados,
exención de impuestos y el reconocimiento del derecho de libertad. Es una inmigración
como todas, azuzada por la necesidad. Este nuevo asentamiento supuso, para Macotera
y su entorno, mayor bienestar y desarrollo económico.
En otros parajes próximos (salmantinos), el rey ordenó la fundación de pueblos de co-
lonización donde pudiesen asentarse los nuevos pobladores, como es el caso de Gaja-
tes, Sotrobal (a éste lo llamaban Aldea de los Moros) y Alaraz. Los campesinos, orga-
nizados en comunidades de aldeas, como fórmula básica de convivencia, dispusieron de
un trabajo, de una hacienda y de una capacidad ilimitada para heredar, vender o cambiar
productos agrícolas y ganaderos e intervenir en el proceso político y de influencia del
pueblo con los mismos derechos que los viejos vecinos.

El castillo carpense, en Carpio-Bernardo, una localidad del municipio salmantino de


Villagonzalo de Tormes, tiene sus orígenes plenamente inmersos entre lo histórico y lo
mítico-legendario. La contemplación de su posición geográfica y su elevación orográ-
fica, en el terreno dominante sobre la vega del Tormes, permite deducir que se trata de
un lugar muy antiguo.

~ 27 ~
En tiempos anteriores a los romanos fue un viejo castro ya conocido por éstos, pues a
poca distancia pasaba la calzada que desde Salmántica se dirigía a Alvia (actual Alba de
Tormes), calzada de la que se conservan restos en el término de Terradillos. Las pri-
meras referencias históricas del castillo carpense se remontan a la Alta Edad Media y se
hallan ligadas a las leyendas y romances del mítico Bernardo, más conocido en la histo-
riografía como Bernardo del Carpio, personaje envuelto entre la realidad y la ficción.42
La leyenda se entrecruza con la historia, pues a ella se refieren textos de tal impor-
tancia como el Chronicon Mundi o Crónica Tudense, del obispo Lucas de Tuy (de entre
los siglos XII y XIII) y la Historia Gothica o De Rebus Hispaniae del arzobispo tole-
dano Rodrigo Ximénez de Rada. Ambos prelados (e historiadores) relatan que, hacia el
año 866, el primero de los del reinado de Alfonso III el Magno, este monarca, tras una
victoria conseguida a orillas del Duero contra los musulmanes, batalla en la “que le
prestó una gran ayuda Bernardo, caballero de enorme valía”, el mítico personaje
“construyó en tierras de Salamanca un castillo que llamó del Carpio y desde allí, alia-
do con los árabes, comenzó a hostigar las fronteras del reino”. Evidentemente, lo le-
gendario informa a lo histórico o viceversa y, de cualquier forma, según el tudense, la
fecha del 866 ha de ser considerada como la de la fundación del Carpio. Algunas le-
yendas, no obstante, cuentan que Bernardo arrebató el castillo a los moros y que el rey
(¿Alfonso II el Casto?) se lo entregó en juro de tenencia y heredad. Allí se hizo fuerte
una vez desterrado del reino, sembrando desde allí el terror en numerosas algaradas, co-
mo relatan los romances. Otros, en cambio, dicen que la fundación del Carpio es muy
posterior al destierro. Pero en todo caso se convirtió en un nido de águilas. La leyenda

42
Bernardo del Carpio fue un personaje medieval legendario, supuesto hijo extramatrimonial, sin que
exista documento alguno que lo confirme, de una infanta y hermana del rey Alfonso II de Asturias (783-
842), de nombre Jimena, y del conde Sancho Díaz de Saldaña (histórico condado palentino). Bernardo del
Carpio habría derrotado a Carlomagno en la segunda batalla de Roncesvalles (año 808).
Su historicidad, negada por todos los medievalistas, es defendida por el historiador y sacerdote astu-
riano Vicente José González García (nacido en 1925), sosteniendo que la negación de su existencia se
basa únicamente en la confusión de la primera batalla de Roncesvalles (año 778) con una posterior (la
mencionada del año 808) y la implicación de Bernardo en esta batalla en la que no tuvo nada que ver.
Nacido en el palentino castillo de Saldaña, Bernardo del Carpio es el protagonista de una larga serie
de romances. Su historia consiste principalmente en lograr del rey asturiano Alfonso II el Casto que libere
a su padre, encarcelado a causa de haber deshonrado a la infanta. Para ello el héroe, a semejanza de
otro Hércules, ha de resolver las distintas tareas guerreras que le encomienda el monarca.
A Bernardo del Carpio se le atribuyen numerosas hazañas, entre ellas la derrota de los franceses
en Roncesvalles. Durante el Siglo de Oro Español sirvió su figura de inspiración para piezas teatrales,
obras caballerescas en prosa y poemas épicos, tanto en español como en portugués. Miguel de Cervan-
tes tuvo entre sus proyectos no llegados a consumarse un libro de caballerías sobre este héroe, un libro
que habría titulado como Bernardo.
La tumba de Bernardo del Carpio fue visitada en 1522 por el emperador Carlos V en la localidad pa-
lentina de Aguilar de Campoo. Según parece, tras ser elegido emperador, Carlos desembarcó en Laredo
(Cantabria) a su regreso de Alemania y se quedó por segunda vez en Aguilar de Campoo en julio de 1522.
Durante esta estancia visitó el sepulcro situado en el interior de una cueva bajo la conocida como Peña
Longa, muy cerca del monasterio de Santa María la Real (de origen legendario), llevándose su supuesta
espada, la cual se encuentra actualmente en la Real Armería de Madrid.
En la Plaza Mayor de Salamanca puede verse una efigie de Bernardo del Carpio.

~ 28 ~
prosigue señalando que, tras la entrega del castillo al rey, Bernardo se retiró de tierras
salmantinas y es muy probable que, debido a su posición avanzada en los Extrema Du-
rii, fuera tomado por los musulmanes en alguna de las razias realizadas contra Zamora a
principios del siglo X. Desde esta fecha hasta dos siglos más tarde, el Castillo del Car-
pio desaparece de la historia, y si fue fortificado por los moros es una incógnita, aunque,
como ya se ha indicado, su posición geográfica no era nada desdeñable. No se menciona
entre los lugares repoblados por Ramiro II en el año 939, tras la victoria cristiana de Si-
mancas, entre los que figuran Salamanca, Ledesma, Baños, Ribas y Alhándega, y que
pasarían de nuevo a manos islámicas tras las razias de Almanzor. Sería preciso esperar
tiempos mejores. Tampoco se hace mención de él tras la restauración de Alba y Sa-
lamanca a principios del siglo XII, en la que el conde Don Ramón (o Raimundo) de
Borgoña participó activamente en época de Alfonso VI.
El castillo vuelve a la historia precisamente en aras de su posición estratégica. Con-
sumada la división de los reinos de León y Castilla en el año 1157, las tierras de los al-
foces de Salamanca y Alba se convierten en fronterizas (la “Extremadura leonesa”) y
las continuas guerras entre unos y otros traerán como consecuencia la fortificación de
sus respectivos límites. La restauración del Carpio se liga, pues, a este período y al rey
Alfonso IX (1188-1230), monarca de León y de Galicia, el gran soberano repoblador
que tanto contribuyó a la reconquista. La fortificación del limes leonés ya fue desde el
principio vista como una amenaza por Castilla y de ahí el Tratado de Tordehumos en
1194, tratado por el que se prohibía al reino de León la creación de castillos y villas mu-
radas en torno a la zona castellana y a la calzada de Guinea o Quinea (la Vía de la
Plata). Sin embargo, los intereses del reino leonés, ligados a su propia supervivencia y a
la necesidad de avanzar entre la cuña formada por sus vecinos castellanos y portugue-
ses, y a los no lejanos musulmanes, propició la repoblación de una serie de puntos há-
bilmente dispuestos y estratégicamente localizados que se convirtieron en las piezas
clave del entramado ofensivo-defensivo que el rey Alfonso IX de León dispuso frente a
los castellanos. Así la Crónica Tudense refiere que el monarca leonés pobló el Carpio
de Alba, Monreal, Monleón, Miranda, Salvatierra y Salvaleón.
El Carpio debió ser repoblado en fecha anterior a 1196, en la cual comenzó la cruenta
guerra castellano-leonesa que no finalizaría hasta octubre de 1197. El rey Alfonso IX de
León, sabio conocedor de las facilidades que podía deparar un castillo bien dispuesto en
eminencia geoestratégica, bien pudo tener en memoria las propias leyendas que un día
hicieron del Carpio aquel nido de águilas. Allí ordenó el levantamiento de una fortaleza
de planta rectangular, flanqueada por cubos en sus ángulos, con fuertes muros de gruesa
mampostería, quedando situado dentro de los límites del Alfoz Albense y en relación
directa con aquél y con el estatus de realengo. Evidentemente, el castillo leonés estaba
llamado a jugar un papel relevante en las guerras contra el reino vecino.
Iniciada contra Castilla una feroz ofensiva en la primavera de 1196, los leoneses in-
vadieron la Tierra de Campos, a lo que los castellanos reaccionaron irrumpiendo en
León y conquistando los castillos de Bolaños, Valderas, Castroverde, Coyanza, Paradi-
nas y el Carpio, el cual fue duramente castigado por Alfonso VIII en 1197. Igualmente,
entraron a sangre y fuego en las ciudades de Salamanca y Alba, apoderándose, además
del castillo de Monreal, como relata la Crónica Toledana.

~ 29 ~
Finalizadas las hostilidades en octubre de aquél año de 1197, con el enlace entre Al-
fonso IX de León y la infanta castellana Berenguela, los castellanos devolvieron a León
todas las tierras y fortalezas conquistadas restableciéndose los límites de 1157, salvo
dos excepciones en tierras extremaduranas: los Castillos del Carpio y de Monreal, que,
ocupados y refortificados por Castilla, no serían devueltos al reino leonés hasta el año
1213, en cumplimiento del Tratado de Coímbra acordado un año antes. Durante este pe-
ríodo castellano, del cual apenas tenemos noticias, a diferencia del castillo de Monreal,
el del Carpio se convirtió en un peligroso vigía en el corazón de las tierras leonesas. El
Tratado de Coímbra sancionaba la devolución de ambas fortalezas “...para que, en ade-
lante, no continuaran destruidas”, como relata la Crónica Tudense, frase que otros han
traducido como todo lo contrario: “... para que en adelante, fuesen destruidas”, pues,
como hemos dicho, los castellanos los habían fortificado y no les convenía demasiado
que lo continuaran estando y ello porque el Carpio de Alba estaba muy cercano a la
frontera y seguía constituyendo una seria amenaza, siquiera más ahora, cuando el rey
Alfonso IX completaba el entramado defensivo de la Extrema Durii con la repoblación
de Miranda del Castañar en 1213, Monleón, a poco más de una legua de Monreal, en
1215, Salvatierra de Tormes en 1217 y el Alfoz de Alba en 1226. Pero el castillo car-
pense no fue desmantelado, aunque quizás sí el de Monreal, cuyo poder asumió el cer-
cano Monleón, y del que apenas si quedan sus cimientos. Por estas fechas aparece ya
por primera vez con el nombre de Carpio de Bernardo o Carpiobernardo, pues hay ro-
mances que sitúan al mítico héroe leonés casado en Salamanca en 1224, como refiere
Julio González González,43 y que lo único que demuestran es que su aureola legendaria,
así como la del mismo Carpio, seguía muy viva en las mentes medievales.
Perdida su condición fronteriza con la definitiva unión de los reinos de León y Castilla
en 1230 en la persona del rey Fernando III el Santo, el castillo carpense dejó de tener la
43
Historiador medievalista (1908-1991). Fue catedrático de Historia en Sevilla a partir de 1944. Com-
patibilizó la docencia con su condición de archivero, ya que catalogó diversos fondos del Archivo de
Indias. En Sevilla, a partir de la lectura directa de la las fuentes escritas, empezó a publicar parte de su
ingente obra, básica para el desarrollo de la historiografía medieval de Castilla y León. Para la historia de
Andalucía fue fundamental su labor, siendo la primera persona que publicó uno de los Libros de Re-
partimiento, en su caso (año 1947), el de Sevilla. Y para la historia de América es muy importante la
publicación de diversos mapas y planos del Archivo de Indias.
Como relata otro gran historiador, Antonio Domínguez Ortiz, compañero suyo en la Universidad de
Sevilla, nunca buscó honores y reconocimientos públicos como, por ejemplo, el de ingresar en la Real
Academia de la Historia; institución a la que siempre se negó a entrar. Enemigo de las componendas y
luchas internas de la Universidad Española, se centró en su labor como investigador. Su trabajo callado y
directo con los documentos y su posterior publicación era lo que más le satisfacía.
Tras sufrir diversas desavenencias en la Universidad de Sevilla, se trasladó a la madrileña Universidad
Complutense, en el curso 1960-1961. Su docencia se desarrolló en ella hasta el curso 1977-1978, cuando
se jubiló. Su labor como investigador continuó de forma fructífera y sólo se interrumpió un año antes de
su fallecimiento. La Universidad Complutense de Madrid le rindió un homenaje en 1986 y publicó un
libro titulado Estudios dedicados al profesor Don Julio González. Como tardío reconocimiento oficial, en
1987, se le otorgó el Premio Nacional de Historia de España por su libro sobre Fernando III.
Antes de jubilarse, fue catedrático de la Universidad Complutense de Madrid. Está considerado como
uno de los mejores medievalistas contemporáneos. Tanto, que sus trabajos de investigación son consulta
imprescindible para el conocimiento de lo que se ha llamado Plena Edad Media Peninsular.

~ 30 ~
relevancia que antaño tuviera, aunque siguió conservando la importancia como lugar
estratégico y con ciertas apetencias de adquisición por el estamento nobiliario. En todo
caso, el rey Sancho IV de Castilla (1284-1295) lo dona, junto con la villa salmantina de
Santiago de la Puebla, al Concejo de Alba de Tormes, mediante documento fechado en
1282. Dicha donación fue revocada para el Carpio mediante escritura de 1295, siendo
desgajado del Alfoz de Alba y pasando a ser propiedad señorial. Ya en 1303 figura co-
mo señor del Carpio don Juan Fernández, Merino Mayor de Galicia e hijo del Deán de
Santiago de Compostela, quien en su testamento manda que el Carpio sea vendido para
pagar sus deudas. Probablemente pasó entonces a propiedad de la Santa Canonical Igle-
sia de Salamanca, quien nombró al correspondiente alcaide. Poco duró el dominio cano-
nical sobre la vetusta fortaleza, pues a causa de los males que sus alcaides ocasionaban
en la tierra dependiente de la ciudad, el Cabildo Catedral lo vendió al Concejo de Sala-
manca en 1313, pero con la condición de que los canónigos tuviesen en él derecho de
asilo, acogimiento y defensa, mercedes asumidas por su colaboración en la venta.
En 1465, el rey Enrique IV de Castilla dona la villa de El Carpio, con toda su tierra y
fortaleza, a García Álvarez de Toledo, último conde y primer duque de Alba de Tormes,
a cuya casa pertenecía todavía en 1752, según indica el Catastro del Marqués de la En-
senada. Su actual estado ruinoso se debe al mandato de las Cortes de Toro en 1505 por
el cual los Reyes Católicos ordenaron su derribo, precisamente en la época en la que se
pretendía poner coto a las pretensiones de la nobleza.

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EPÍLOGO II

MATRIMONIO DE ALFONSO IX DE LEÓN


CON BERENGUELA DE CASTILLA.
UNA HISTORIA DE IMTREPIDEZ FEMENINA

(Por H. Salvador Martínez)44

En mi recién publicada biografía de la reina doña Berenguela (2012: Berenguela la


Grande y su época, 1180-1246, Madrid, Ediciones Polifemo, 229 páginas) presento un
minucioso estudio sobre una mujer de poder en pleno siglo XIII, el gran siglo cruzado,
cuyos protagonistas fueron hombres, rudos guerreros, al mando de feroces mesnadas
ávidas de sangre y de botín, que entendían sólo el lenguaje de las armas. En este con-
texto, la presencia de una mujer, que por naturaleza se consideraba débil, en pleno con-
trol del poder, parecía una paradoja; y sin embargo, Berenguela llegó al poder sin vio-
lencia ni sangre. Numerosos estudiosos de nuestros días se han ocupado de la feminidad
de Berenguela como madre, educadora y sobre todo como mujer de gobierno, frecuente-
mente dejando de lado cómo se hizo con el poder y sobre todo de qué medios se sirvió
para mantenerlo y ejercerlo sin violencias ni esparcimiento de sangre. En mi obra, por el
contrario, pongo de relieve cuáles fueron los métodos y las estrategias empleadas por
Berenguela y otras mujeres de poder, como fueron su madre y su abuela, todas ellas
adornadas de la sabiduría y la prudencia. La prudencia es una virtud racional con la que
los cronistas medievales tradicionalmente adornaron a las reinas y a las mujeres de po-
der; pero en el caso de Berenguela, tanto Don Lucas de Tuy como Don Rodrigo Jiménez
de Rada, a la prudencia añadieron la sabiduría, ésta tradicionalmente asociada con los
varones, reyes y héroes, que iba acompañada de la sagacidad y la perspicacia, el tacto y
la diplomacia, cualidades humanas imprescindibles para percibir los problemas en el
momento oportuno y hallar una solución adecuada, justa y razonable. Estas virtudes, se-
gún el canon aristotélico, se adquieren con tesón y sin ellas ningún gobernante puede ser
digno del puesto que ocupa.
No es mi intención, sin embargo. Hablar aquí de las cualidades morales, el perfil po-
lítico, o la filosofía de gobierno de doña Berenguela, sino de cómo llegó al trono de
León, exponiendo cómo el 17 de noviembre de 1197 la infanta de Castilla se convirtió
en reina de León en virtud de su matrimonio con Alfonso IX, gracias a la intrepidez y el
arrojo de otra mujer prudente y sagaz, su madre Doña Leonor Plantagenet, reina de
Castilla.
El matrimonio de Alfonso IX con Berenguela es un hecho bien conocido; pero lo que
no es tan conocido es qué fue lo que llevó a aquel enlace contra el cual, se puede decir,
estaban el cielo, la tierra y el abismo, valga la hipérbole. Nueve años antes, en 1188,
Alfonso VIII, rey de Castilla, había celebrado unas solemnísimas cortes en Carrión de

44
New York University.

~ 32 ~
los Condes (Palencia) durante las cuales entregó por esposa a la mayor de sus hijas, la
infanta Doña Berenguela, niña de 8 años de edad, al príncipe alemán Conrado de Ho-
henstaufen, duque de Rothenburg, hijo del emperador del Sacro Imperio Romano Ger-
mánico, Federico I Barbarroja (1152-1190) y de Beatriz de Borgoña. Un mes antes de
este solemne acontecimiento, allí mismo en Carrión, Alfonso VIII había celebrado una
curia regia durante la cual había armado caballero a su primo Alfonso IX de León y és-
te, rodilla en tierra, le había besado la mano en señal de sumisión y vasallaje. Fue un
acto que, por sus implicaciones políticas, dejó pasmados a todos los presentes.
¿Qué hacía Alfonso IX en aquella curia de la corte de Castilla? Es posible que la ra-
zón de su presencia en Carrión, además de la búsqueda del apoyo de su primo castellano
y el motivo de hacerse armar caballero, fuese también promovida por los estrategas de
la política leonesa como una buena oportunidad para hallar esposa para su rey, ocasión
nada despreciable dado el gran concurso de la nobleza europea más selecta, para cuyo
objetivo los buenos oficios de Alfonso VIII, entonces en la cresta de la onda, eran una
buena palanca. Aunque no deje de tener mucho sentido político pensar que dicha dis-
cusión sobre una esposa para el joven rey leonés, entre las infantas e hijas de nobles que
se hallaban allí tuviese lugar, a la vista de los resultados, tenemos que pensar que la
conversación entre los dos primos se centró más bien en un posible matrimonio con una
de las hijas del rey de Castilla, porque tal unión, desde la perspectiva de los consejeros
leoneses significaba la paz, en lugar de la rivalidad y los conflictos armados que, aunque
hasta aquel momento no se habían dado, se preveían como inevitables dada la actitud
agresiva del rey de Castilla y la apropiación de castillos y villas en el reino de León tras
la muerte de Fernando II en 1188.
El mayor problema de un posible matrimonio entre Alfonso IX de León y una de las
hijas de Alfonso VIII era la consanguinidad. Alfonso VIII de Castilla y Alfonso IX de
León eran nietos de Alfonso VII y, por tanto, primos carnales entre sí. Las infantas cas-
tellanas eran, pues, sobrinas del rey de León y a todas luces consanguíneas en las líneas
prohibidas por el derecho canónico. Sin embargo, el bien informado autor de la Crónica
Latina de los Reyes de Castilla nos asegura que efectivamente un tal acuerdo matrimo-
nial tuvo lugar: “Se trató, pues, y procuró que con Alfonso, rey de León, se desposara
una de las hijas del rey de Castilla, contra el mandato de Dios y las leyes canónicas”
(cap. 11). Años más tarde, en un documento en el que se alude a esta curia de Carrión se
dice que el acuerdo se llevó a cabo: “Al tiempo en que se hizo la curia en Carrión,
cuando el rey de Castilla entregó como esposa a su hija al rey de León”.
Esta clara afirmación nos sorprende, ya que la cancillería real castellana desconoce el
asunto; tal vez porque estaba poblada de clérigos que se oponían a los matrimonios en-
tre consanguíneos. Sin embargo, la afirmación de la Crónica Latina de los Reyes de
Castilla, así mismo escrita por un clérigo, en la que se dice que un tal acuerdo se llevó a
término, a pesar de que fuese “contra el mandato de Dios y las leyes canónicas”, pare-
ce tener un peso incontrovertible. Ahora bien, la princesa objeto del acuerdo matrimo-
nial, por exclusión, no pudo ser otra más que Urraca, de 2 años de edad, nacida en 1186,
pues Berenguela estaba ya comprometida con el príncipe alemán Conrado (el matri-
monio nunca se llevó a cabo).

~ 33 ~
Miniatura medieval.
Única en la que aparecen Alfonso IX y Berenguela poco después del matrimonio

Terminada la curia de Carrión, Alfonso IX regresó a León sin la prometida princesa


castellana y que él y sus consejeros se esperaban; pero con la promesa hecha a su primo
de casarse con una de sus hijas, “la que él le diese”, y con un gran sentimiento de infe-
rioridad por haber aceptado de su primo la orden de caballería y el besamanos público
que lo dejaba ante los ojos de todos los presentes a la ceremonia en un estado de sumi-
sión vasallática. Algo muy grave debió ocurrir entre los dos reyes, o sus respectivos
consejeros, pues el rey de León, de temperamento borrascoso, ni siquiera quiso partici-
par en los festejos que tuvieron lugar un mes después para recibir al príncipe alemán al
cual sería entregada como esposa la hija primogénita, Berenguela. Sospecho que lo que
más le molestó a Alfonso IX y a sus consejeros, aparte el besamanos público, fue el he-
cho de que su promesa de casarse con una hija de su primo excluía a la primogénita;
acción que le dejaba fuera de una posible sucesión al trono de Castilla.
A partir de este momento, Alfonso IX vive su vida de espaldas a Castilla, amargado
por el besamanos y las continuas hostilidades de su primo en sus tierras y castillos a los
que el joven rey respondió con extraordinario vigor bélico. Las consecuencias devasta-
doras de la guerra que a partir de 1195 se desencadenó entre Castilla y León, como re-
sultado del descontento del rey de León y las ambiciones de Alfonso VIII, se agravaron
hasta tal punto que a Burgos llegaban todos los días a las puertas del Hospital del Rey
una interminable multitud de gentes en busca de ayuda y protección. A los reductos de
la guerra y de la destrucción de habitaciones humanas y cosechas se unían también los
peregrinos que iban o volvían de Santiago, los cuales contaban espeluznantes historias

~ 34 ~
de crueldades y atropellos cometidos por la soldadesca del rey de León y sus merce-
narios musulmanes. Los extranjeros, que tenían otra idea de la lucha contra los musul-
manes, no podían entender cómo un rey cristiano luchase al lado de los enemigos de la
cruz contra otros cristianos. La reina Doña Leonor, que había sido testigo de las conse-
cuencias de la derrota de Alarcos (1195), era ahora también testigo impasible e impo-
tente de aquella tragedia humana entre cristianos, contemplando día tras día aquel es-
pectáculo de miseria y desolación. En la intimidad con su marido y en público con los
consejeros de la corte y los numerosos obispos que frecuentaban el palacio no cesaba de
insistir para que se tomasen las medidas necesarias para atajar aquella gran calamidad
entre cristianos y se hiciese lo que fuese necesario para resolver aquella inhumana si-
tuación.
En este contexto debió surgir, como una de las posibles soluciones, la propuesta de
paz basada en el matrimonio del rey de León con una de las infantas de Castilla. En
aquel momento, 1196, Alfonso y Leonor tenían tres hijas que, aunque todas muy jóve-
nes, podían ser objeto de propuestas matrimoniales (Berenguela de 16, Urraca de 10 y
Blanca de 8). Los consejeros de Alfonso VIII y acaso la reina debieron traer a colación
el compromiso que Alfonso IX de León había contraído en 1188 de casarse con “una”
hija de Alfonso VIII y aunque la que se le dio en aquel momento (Urraca) no fuese la
que él quería, el hecho es que, tras la separación de su primera mujer, Teresa de Por-
tugal, aquel compromiso se podía reactivar y ahora se le podía ofrecer la princesa que
no pudo llevarse entonces. El canciller y biógrafo de Alfonso VIII, Don Juan de Osma,
testigo de los hechos que narra, nos dice: “La paz no pudo llevarse a cabo sino por el
matrimonio de doña Berenguela, hija del rey de Castilla, con el rey de León, en un ma-
trimonio de hecho, porque según derecho no era posible, ya que los reyes eran pa-
rientes en segundo grado de consanguinidad” (CLRC, 15). Es decir, desde el primer
momento, en las discusiones, independientemente de la escogida, el tema del parentesco
fue puesto sobre la mesa: por un lado, no podía haber paz, si no había matrimonio; por
otro, no podía haber matrimonio si no se conseguía la dispensa del impedimento de con-
sanguinidad.
En la evaluación de este dilema sin duda pesaba muy negativamente la dificultad de
obtener la dispensa pontificia; porque una posible desobediencia era impensada, ya que
arrastraba consecuencias inaceptables para todo rey medieval de cara a la sucesión; se-
gún las normas canónicas, si el Papa declaraba el matrimonio nulo la prole era ilegítima
y por tanto jurídicamente incapaz de heredar el trono, lo cual suponía la muerte de la
dinastía. En el ánimo del padre de la esposa, además del impedimento canónico, pesaba
también, y tal vez aún más negativamente, el carácter y las acciones de su primo leonés.
La animosidad entre ambos, después de los últimos acontecimientos, había llegado a tal
grado que el cronista leonés Don Lucas de Tuy, otro testigo ocular de la escena política,
desesperaba de un posible entendimiento porque: “Ninguno de los dos reyes, como dos
ferocísimos leones, había aprendido a ceder”. Para Alfonso VIII, la entrega de su hija
al inestable rey de León era tal vez exponerla a malos tratos y al reino a un posible
chantaje. La prueba de que al rey Noble la embargaron estos temores la tenemos en la
cláusula que añadió al contrato matrimonial en la que se contemplaba el caso de que
Alfonso IX maltratase o incluso llegase a matar a Berenguela. Don Rodrigo Jiménez de

~ 35 ~
Rada, arzobispo de Toledo y agudo historiador, que atribuye a sí mismo la propuesta de
matrimonio al deseo de paz, añade que el noble Alfonso VIII por motivos de consan-
guinidad se oponía al casamiento, pero la reina Leonor le persuadió a que aceptase la
propuesta.
Doña Leonor Plantagenet, reina de Castilla, descendiente de una estirpe de mujeres
excepcionales (pensemos en su madre, Leonor de Aquitania) fue el modelo de saga-
cidad política y habilidad diplomática para su hija Berenguela; y fue también, según
todos los cronistas de la época y Alfonso X en su Estoria de España, la mediadora de la
paz y artífice del matrimonio de Berenguela con Alfonso de León, convenciendo, pri-
mero, a su marido y, después, al mismo rey de León de la necesidad del matrimonio.
Doña Leonor lo tenía muy claro: la paz y el bienestar del reino eran mucho más im-
portantes que la violación de una normas canónicas que, queriendo, el Papa podía dis-
pensar sin problema alguno, como había hecho en tantas otras ocasiones. Para ella la
paz era el bien supremo de la sociedad; no sin motivo adoptó como emblema en su sello
y signo rodado la paloma y la mano derecha alzada en señal de paz.

Sello de la reina doña Leonor de Castilla (BNE, Ms. 1395)

Para la emprendedora Doña Leonor el mayor obstáculo en el camino de la paz y del


matrimonio no parece que fuera el impedimento canónico ni cualquier otra traba de
índole moral, sino la inercia de la política guerrera de su marido y la agresiva tozudez
del rey de León. Para ella estos fueron los dos polos de la controversia y lo que la llevó
con un arrojo extraordinario a la firme resolución de ofrecer en matrimonio a Beren-

~ 36 ~
guela al mayor enemigo de la paz en Castilla, porque de los sentimientos de su hija, el
tercer polo de posible conflicto, estaba muy segura. Conocía bien a su hija y aunque,
como veremos enseguida, Berenguela no dejaría de tener dificultades en unirse en ma-
trimonio con Alfonso IX, estaba segura de que al final aceptaría su propuesta, siempre
dispuesta a obedecer a su madre por el bien del reino. No hay nada de extraordinario en
esta aceptación del plan de su madre, cuando tenemos presente que también Berenguela
era Plantagenet, descendiente de una progenie de mujeres fuertes, conocidas por su ca-
rácter firme y con unas ideas claras en la política de sus respectivos reinos.
Antes de seguir adelante con los planes de Doña Leonor tal vez el lector/a se pre-
guntará: ¿Fue el matrimonio de Berenguela con Alfonso IX, además de matrimonio po-
lítico, un matrimonio de amor? Si de la conveniencia política y social de la unión ma-
trimonial nos hablan todas las crónicas, del lado afectivo y personal de los contrayentes
no nos dicen absolutamente nada. El tema de los sentimientos personales e íntimos de
los protagonistas de la historia los cronistas medievales rara vez lo tocan: la vida afec-
tiva era considerada estrictamente privada y no era objeto historiable, especialmente
cuando se trataba de una mujer y reina. Hablan frecuentemente de los amantes y concu-
binas de los reyes, a menudo sin reprobación alguna, pero de las aventuras sentimen-
tales de las mujeres, salvo el caso escandaloso de Urraca de Castilla (hija y sucesora de
Alfonso VI), ni una palabra. Podemos sólo intuir algo por la casuística que se expone en
los manuales para confesores o en las de educación de príncipes, pero éstos se concen-
tran casi exclusivamente en los varones. Es muy probable que Berenguela no se hubie-
se encontrado personalmente y, desde luego, nunca a solas, con su futuro esposo. De-
bió verlo seguramente durante la curia de Carrión en 1188, cuando su padre le ciñó el
cinturón de caballero; pero entonces ella tenía apenas 8 años y, desde la perspectiva del
presente (1197), debía parecerle un acontecimiento muy lejano, parecido a las fábulas
de príncipes y princesas que oía cantar a los juglares y trovadores que comparecían en la
corte. Seguramente lo volvió a ver en Toledo, cuando el joven rey de León fue a ver a
su padre después de la derrota de Alarcos (1195), entrevista que a la adolescente Be-
renguela, allí presente, le debió causar una pésima impresión por la arrogancia y el mal
humor en avanzar sus pretensiones. Para ella, el recuerdo de estas dos visiones del rey
de León, que en su mente asociaba con dos instantes infelices de su vida, acaso tuviese
las connotaciones de una pesadilla que preferiría no recordar, pues, de haberse verifi-
cado aquel acuerdo matrimonial con el príncipe alemán, hubiese tenido que separarse de
su querida madre y de sus hermanos, que adoraba; o con la crueldad del agresivo rey de
León que salió del encuentro con su padre dando un portazo como un forajido, diciendo
que se alegraba de aquella derrota que casi había acabado con su vida. Por tanto, la
imagen que tenía de su futuro esposo iba asociada con circunstancias personales muy
negativas que conservaba vívidamente en su mente como si se tratase de un maleficio.
No sabemos si se había vuelto a encontrar con él en los dos últimos años, cuando la
guerra y los conflictos habían hecho del rey de León un facineroso, odiado por todos en
Castilla, contra el cual la Iglesia había declarado una cruzada para deponerlo. Todo lo
que sabía de él se lo debía a su madre y a los cuchicheos de las damas de cámara, entre
las que circularían chascarrillos sobre la vida libertina del rey de León. Su padre, si algo
le comunicó sobre el carácter del rey de León, no pudo ser más que negativo.

~ 37 ~
En momentos de reflexión solitaria y en conversaciones con su madre, Berenguela no
dejaría de expresar sus sentimientos de duda y de aprensión ante un futuro incierto con
aquel hombre agreste, excomulgado y aparentemente sin escrúpulos morales cuando se
trataba de defender su reino y con una vida personal desordenada, ya por entonces car-
gada con ocho o nueve hijos naturales tenidos con tres o cuatro amantes.45 Alfonso no
era su príncipe azul descrito en las fábulas de los trovadores, sino su némesis.46
Cuando Doña Leonor propuso la idea del matrimonio a su marido éste no se entu-
siasmó demasiado, por la sencilla razón de que, consciente del parentesco, desconfiaba
que el Papa estuviese dispuesto a dispensar el impedimento canónico. Si esto no suce-
día, debió pensar Alfonso VIII, su hija quedaría moral y políticamente destruida para
siempre, no quedándole otra alternativa más que el monasterio, y él sería desvergonzado
y humillado por haber consentido47 en la celebración de un matrimonio que la Iglesia
consideraba incestuoso, desvirtuando a los descendientes de toda posibilidad de suce-
sión. Desde la perspectiva política, el matrimonio era, pues, un riesgo muy grande para
Castilla, por lo cual el sueño pacifista de su esposa, al hábil político que era el rey
Noble, le pareció imprudente y, por tanto, irrealizable.
Doña Leonor, sin embargo, no se dio por vencida. Como buena Plantagenet, no era
mujer que cediese fácilmente ante una causa que consideraba justa. La vía del conven-
cimiento en un asunto tan político como era un matrimonio era muy ardua para una
mujer medieval que frecuentemente no tenía más palanca que la de su poder de per-
suasión en el ámbito de la cámara matrimonial, asunto del cual hablo más adelante. Sin
embargo, don Rodrigo Jiménez de Rada no puede ser más claro: fue la reina la que, ante
la reticencia de su marido, “dio por esposa a la citada hija al rey de León”. El insigne
arzobispo de Toledo sabía perfectamente que el fin, la paz del reino, no podía justificar
los medios, el incesto; pero el gran historiador, acostumbrado a intrigas palaciegas y di-
plomáticas, mientras, por un lado, tal vez esté descargando de culpa al rey, por otro, no
tiene ni una sola palabra de reproche para la reina a la que considera “sumamente jui-
ciosa [que] calibra con claro y profundo discernimiento el riesgo de la situación, que
podía solucionarse con un enlace tal”.
Don Rodrigo no nos dice de qué medios se sirvió la reina para llevar a cabo su pro-
yecto matrimonial; pero Alfonso X en su Estoria de España nos consignó detallada-
mente cómo su bisabuela, usando un ardid impensable en una mujer de la época, se
atrevió a manipular el poder del pueblo para presionar a su marido, a los reticentes de la
corte y a la mismísima jerarquía de la Iglesia, reuniéndose con los representantes de los

45
Con todo, estamos ante el padre del rey San Fernando.
46
La palabra némesis es el término que se utiliza para significar lo opuesto a uno, lo que se le opone a
uno, lo que a uno le hace frente y se le opone de manera completa. La némesis es una figura que supone
sentimientos y elementos negativos, lo contrapuesto y opuesto a una persona, su enemigo.
En la mitología griega Némesis era una diosa que aplicaba justicia y venganza sobre aquéllos que no
cumplían con los deseos y designios de los dioses.
47
Téngase en cuenta la importancia que tenía el consentimiento paterno para que se pudiera celebrar un
matrimonio.

~ 38 ~
concejos de Castilla y planteándoles el dilema en que se hallaba el reino. Los repre-
sentantes de los concejos, como se sabe, eran parte integrante de las Cortes, por lo cual
su parecer no iba a ser tomado a la ligera por los otros poderes constituidos, el rey, la
nobleza y la jerarquía de la Iglesia, cuando llegase el momento de decidir.
Del texto alfonsí que vamos a ver enseguida se desprende que sólo la reina Leonor,
“mujer muy entendida y muy sagaz”, tuvo la fuerza de ánimo para tomar una decisión
tan radical, celebrando personalmente y a espaldas de su marido una reunión con los
“hombres buenos” para discutir la cuestión y pedir su parecer. Ante aquella asamblea
de castellanos la reina expuso su propuesta con una lógica que nos deja pasmados aún
hoy día.
El Rey Sabio, hombre de gobierno y habilísimo historiador, que aprueba entusiasmado
la decisión de su bisabuela, diciendo que en la balanza pesaba más el bienestar de los
dos reinos que la violación de unas normas canónicas, sin embargo, para salvaguardar la
integridad moral y el decoro de su bisabuela, introduce en su relato un protagonista co-
lectivo sobre el que descarga la responsabilidad moral de aquel matrimonio anticanó-
nico: el pueblo castellano, “los hombres buenos”, que tenía por oficio velar por la paz
del reino.
He aquí, pues, un breve fragmento en castellano moderno de este cuasi maquiavélico
razonamiento que los “hombres buenos” de Castilla, tras haberles sido expuesto el dile-
ma, hicieron a Doña Leonor para justificar el matrimonio:

…Y a pesar de que el rey de Castilla rechazase el consejo [del matrimonio]


porque él y el rey de León eran parientes, [los castellanos] esperaban que la reina
doña Leonor, mujer del noble rey don Alfonso de Castilla, que era una mujer
muy sabia y muy entendida y muy perspicaz y entendía los peligros de las cosas
y las muertes de las gentes que vendrían por este desamor y se podrían evitar si
se hiciese este casamiento, se fueron a ella y hablaron con ella en secreto; y le
expusieron las razones y ella lo tuvo por bien; dijéronle que el matrimonio entre
los reyes, de donde tantos bienes podían venir y tantos males ser evitados, más
era una gracia [de Dios] que no un pecado; y que aun cuando lo fuese, que todos
darían limosnas y pagarían tributos y ayunarían para que fuese perdonado; aun
más, que el casamiento podría durar por algún tiempo, hasta que produjesen al-
gunos herederos; después, o el Papa aprobaría el casamiento o se podrían ellos
separar según la ley; mientras tanto pasarían las gentes el tiempo en paz y bie-
nestar, evitándose muchos males. La reina, como era muy entendida, según he-
mos dicho, cuando oyó a los hombres buenos tan buenas razones, díjoles que le
placía de corazón, y que ella se encargaría de buscar el modo cómo se hiciese
aquel casamiento (PCG, II, c. 1004, pág. 683a).

Extraordinario e increíblemente pragmático modo de razonar: el matrimonio de Be-


renguela con Alfonso de León más era una merced, un regalo del Cielo para el pueblo,
que no un pecado. Es evidente que lo que los “hombres buenos” de Castilla proponían a
la reina era, nada más y nada menos, la desobediencia al Papa y a las disposiciones ca-
nónicas en materia de consanguinidad e indisolubilidad matrimonial, llegando hasta

~ 39 ~
proponer un matrimonio ad tempus, es decir, por un cierto tiempo, mientras se apaci-
guaban los reinos y los reyes tuviesen descendencia. Después, si el Papa se negaba a
dispensar el impedimento, podían separarse, o seguir viviendo juntos, lo que más les
conviniese. Por su parte, los leoneses, que asimismo querían el matrimonio, siempre por
motivos de la paz, no se preocupaban tanto como los castellanos por la violación de los
preceptos canónicos, que en la dinastía leonesa había sido casi siempre de rutina, con
una larga tradición de matrimonios irregulares entre consanguíneos, pero que no habían
sido obstáculo para que los reyes procreasen hijos para la corona (recuérdese la historia
de la separación de Fernando II, padre de Alfonso IX, y de éste y su primera mujer, do-
ña Teresa).
Una vez que la reina hubo recibido aquella recomendación de los representantes del
reino, sin perder tiempo, se fue directamente al rey y con las palabras más dulces y los
halagos más atractivos le informó de la voluntad de sus súbditos: “y la reina, escribe
Alfonso X, no dio largas al asunto, sino que tan pronto como pudo apartarse con el
rey, le habló de este casamiento; y cuando le mostró los bienes que de él redundarían
en las gentes y los males que por él se evitarían, y sobre todo esto tanto le supo halagar
con sus palabras y endulzarle que al final concedió que se hiciese el casamiento”.
Obtenido el consentimiento de su marido, quedaba sólo por representar el último acto
de este drama: convencer al rey de León de la utilidad del matrimonio con Berenguela.
Para ello Doña Leonor usó una nueva estratagema que revela una vez más su extraordi-
naria capacidad diplomática y su astucia como negociadora. Era imprescindible no des-
cubrir al suspicaz rey de León todas las cartas desde el primer momento, informándole
que Castilla le ofrecía la mano de su infanta número uno, la heredera. Esto hubiese
puesto a Castilla en una posición de inferioridad en las negociaciones, ya que Alfonso
IX, conocido por su agresividad, seguramente hubiese demandado un precio mucho más
elevado para aceptar la propuesta, cosa que el reticente Alfonso VIII hubiese usado
contra la reina para repensar su consentimiento. Por ello, la habilísima Plantagenet lo
que hizo fue presentar la propuesta de matrimonio al rey de León como algo posible,
dándole a entender que antes había que convencer al padre de la esposa y que la manera
más fácil para convencerle era si él le pedía la mano, como si la petición hubiese salido
directamente del leonés. Después de un contacto inicial, nos dice el Rey Sabio, Doña
Leonor pidió a los “hombres buenos” que fuesen al rey de León para decirle que pi-
diese en matrimonio a la hija mayor del rey de Castilla, Berenguela, como prenda de
una paz duradera entre los dos reinos, y que ella haría todo lo posible para que los dos
reyes se encontrasen en ocasión de unas cortes que se celebrarían en Valladolid próxi-
mamente. Tras el mensaje de la reina, ambas cancillerías se pusieron a trabajar sobre un
posible tratado de paz basado en un acuerdo matrimonial.
Fue así como, según el Rey Sabio, por voluntad divina e influjo del Espíritu Santo que
inspiró a los reyes, a la reina y a los “hombres buenos” que hacían de intermediarios,
los reyes se reunieron en Valladolid y hablaron de las paces y de las bondades que
vendrían sobre ellos y sus reinos y sobre los pueblos, de tal modo que se tomó la reso-
lución de casar al rey Don Alfonso de León con la infanta Doña Berenguela, hija del rey
de Castilla y de la reina Doña Leonor; y así como fue decidido, así fue otorgado y fue
inmediatamente hecho (PCG, II, pág. 683).

~ 40 ~
El protagonismo de Doña Leonor en todas las fases de las negociaciones matrimo-
niales, desde el convencer a su marido de la necesidad del matrimonio, hasta el de pedir
a los “hombres buenos” que rogasen al rey de León que pidiese la mano de la hija pri-
mogénita del rey de Castilla, es evidente. Ella fue también, según Alfonso X, la artífice
del encuentro celebrado en Valladolid entre los dos reyes para discutir el tema de la paz
que, evidentemente, se concluyó con la solicitud de la mano de Berenguela por parte del
rey de León y el consentimiento de Alfonso VIII. Este encuentro quedó sellado con el
documento de arras que fue ratificado dos años más tarde (8 de diciembre de 1199),
cuando el matrimonio ya había tenido lugar y los contrayentes incluso tenían heredero.

Grabado de Berenguela por Vicente García de la Huerta, publicado por Manuel


Rodríguez: Retratos de los Reyes de España, III, Madrid 1588

~ 41 ~
EPÍLOGO III

POPURRÍ ALMOHADE SEVILLANO O DANDO VUELTAS POR ALLÍ

Efectivamente, es habitual que por Sevilla haya gente dando vueltas y callejeando, lo
cual es grato y placentero. Empecemos. Vamos allá. Situémonos en la catedral, a los
pies de la Giralda, en la plaza Virgen de los Reyes, donde se halla también el palacio
arzobispal.
Accedemos a la Giralda por la catedralicia Puerta del Príncipe, presidida en su parte
central de entrada por una copia real del Giraldillo (la veleta). Lo primero que nos en-
contramos en la parte baja del alminar son dos grandes azulejos,48 escritos en castellano
y en árabe, donde se menciona la encomienda de la obra del califa Abu Yusuf Yaqub al-
Mansur a su alarife Ahmad Ibn Baso, al que se le ordena la erección de esta sawmua
(torre), siendo el día 13 del messafar (febrero) del año 580 de la Hégira (26 de mayo de
1184 cristiano) y siendo la terminación de la edificación obra de Alí Al-Gumari, a fi-
nales del año 593 de la Hégira (19 de marzo de 1197). Y mucho después, en el año
1568, renovará las obras de esta sawmua el arquitecto Hernán Ruiz, añadiéndole en su
parte más alta o de remate el campanario renacentista, cristianizándose así el antiguo
alminar islámico.

48
La palabra azulejo proviene del árabe hispano o andalusí azzuláyg, que significa ladrillo vidriado.

~ 42 ~
Tras su victoria en Alarcos (año 1195) derrotando al rey Alfonso VIII de Castilla, Abu
Yusuf Yaqub al-Mansur, en su acción de gracias como creyente, decidió rematar el al-
minar de 76 metros de altura con un yamur, que significa plenitud (tres círculos gran-
des y uno más pequeño). Los viajeros podían ver sus reflejos por los rayos del sol desde
muchos kilómetros de distancia.
El 18 de julio de 1198 ondeó por vez primera en el alminar de la mezquita aljama de
la Isbiliya almohade una bandera verde y blanca que representaba la unidad islámica an-
dalusí: El color blanco almohade junto al verde omeya.
Abu YusufYaqub al-Mansur (1184-1199), Yusuf II, fue hijo de Abu Yacub Yusuf,
Yusuf I. El sobrenombre de al-Mansur le viene del año 1195 cuando sus tropas derro-
taron en ese año a las fuerzas cristianas de Alfonso VIII de Castilla en la batalla de
Alarcos, coincidiendo entonces su reinado con el máximo esplendor almohade en la Pe-
nínsula Ibérica.
Ahora imaginemos el esfuerzo que tendría que hacer el almuédano para ascender las
treinta y cinco rampas de la torre, aunque fuese montado en un caballo, para llamar a la
oración a los musulmanes sevillanos.
Desde el exterior del alminar destaca su planta cuadrada sobre cimientos en piedra,
siguiendo una magnífica obra de ladrillos con los paños de sebka49 o redes de rombos
sobre arcos polilobulados y arcos de herradura enmarcados por el alfiz,50 con un perfec-
to eje de simetría entre ventanas geminadas, balaustres renacentistas y arcos entrecru-
zados rematado todo el antiguo alminar por un bello campanario renacentista como for-
ma de cristianizar tan bello monumento.
En su momento, la antigua y almohade Isbiliya pasó a formar parte de la Corona de
Castilla por la conquista del rey Fernando III en 1248. Entre 1558 y 1568 se cristianiza
el alminar a raíz del remate con un cuerpo de campanas renacentistas sobre el fuste is-
lámico y alcanza los 93 metros de altura, coronándose con una veleta que gira con el
viento y conocida como Giraldillo, pasando a conocerse la torre como la Giralda, cons-
tituyéndose en el símbolo de la ciudad de Sevilla. De esta manera queda cristianizada la
antigua mezquita mayor, como serían reconvertidas en iglesias todas las mezquitas en
lugares reconquistados.

49
La sebka, en arquitectura, es un elemento decorativo con forma de retícula oblicua, a modo de entrela-
zado geométrico romboidal, que cubre muros, arcos, paredes, zócalos, u otros paramentos, característico
del arte islámico. Normalmente está conformado con piezas cerámicas, creando formas lobuladas o mix-
tilíneas, o bien ladrillos. Suele organizarse a modo de paneles que compartimentan el espacio, llama-
dos paños de sebka.
Este motivo ornamental eclosionó y se difundió durante la época almohade, y se siguió utilizando prin-
cipalmente en el arte (granadino) nazarí y mudéjar cristiano.
Pueden apreciarse muy bien en la Giralda (almohade) de Sevilla o en la Alhambra de Granada.
50
Marco que rodea la parte exterior de los arcos.

~ 43 ~
Detalle de la decoración de sebka primitiva (friso de la portada).
Mezquita Bad al-Mardum de Toledo

Detalle de paños de sebka en la Giralda de Sevilla

~ 44 ~
El arquitecto cordobés Hernán Ruiz II dirigió en el siglo XVI la obra renacentista co-
ronada por el Giraldillo, veleta en forma de mujer que representa como alegoría el
triunfo de la fe. Hubo que añadir diecisiete escalones para desembocar junto a los mira-
dores del campanario de la Giralda que poseen un total de veinticuatro campanas cuyos
tañidos dan gran solemnidad al mayor templo gótico del mundo.
Desde el campanario renacentista se puede observar una bella panorámica de la ciu-
dad hispalense, destacándose las murallas del Alcázar así como los bellos jardines que
allí hay del grutesco con sus palmeras árabes, las cubiertas de la Santa Catedral, la
Puerta del Perdón junto al Patio de los Naranjos, la Plaza de España, el Parque de María
Luisa, la Torre del Oro y el río Guadalquivir lo cual nos puede dar la sensación de estar
ante un auténtico oasis o un pulmón verde dentro de la Sevilla monumental y moderna.
Desde la parte baja de la Giralda, salimos a través de la Catedral, hacia la Puerta del
Lagarto que nos lleva al Patio de los Naranjos o antiguo patio de las abluciones de la
antigua mezquita aljama almohade de Isbiliya, con sus canales de riego realizados en
ladrillos.
En el centro del Patio de los Naranjos destaca una fuente visigoda junto a las cana-
lizaciones de ladrillo entre los naranjos. Entre efluvios de azahar e incienso salimos por
una bella puerta almohade del siglo XII, denominada la Puerta del Perdón hacia la igle-
siadel Divino Salvador que ocupa el que fue solar y edificio de la antigua mezquita
mayor de Ibn Adabbas erigida en el siglo IX.
Pero antes, veamos esto:
Alejandro Guichot (1859-1941) dibujó en 1910 una hipotética probabilidad sobre los
tres sucesivos estados de la Giralda. Una primera torre de la izquierda, coronada por el
yamur representa el alminar de la mezquita mayor terminado por los almohades en
1197-1198. En el centro la Giralda actual después de las reformas de 1568 y 1890. La
tercera es la torre y el campanario de la iglesia mayor o catedral cristiana anterior a su
reforma renacentista.
Existen torres alminares consideradas hermanas o semejantes de la Giralda, como el
gran alminar de la mezquita de la Kutubiyya de Marrakech (del año 1199), coronado
por el yamur como reflejo de un rico pasado, y el alminar inacabado de la mezquita de
Al-Hassan de Rabat (del año 1195).
Así pues, nuestra Giralda no siempre lució esa bella imagen que la ha hecho célebre
en el mundo entero, coronada por su famosa veleta, el Giraldillo. El aspecto que con-
templamos actualmente data del siglo XVI, cuando Fernán Ruiz añade a la torre el cam-
panario y la “Giganta”.
Y es que la Giralda era, ni más ni menos, que el alminar de la antigua gran mezquita
almohade en Sevilla, recinto que se asentaban en el lugar que actualmente ocupa la ca-
tedral. Desde la torre alminar, el almuédano llamaba a la oración a los fieles musul-
manes que, no en vano, es la misma función que ejercen en el culto cristiano las cam-
panas. Pues bien, antes de su conversión en torre campanario, la Giralda estaba rema-
tada por un estructura llamada yamur, muy característica del mundo islámico y común a
todas sus mezquitas.

~ 45 ~
Demos vueltas. Preguntémonos: ¿Y qué es el yamur? Yamur significa “extremo del
mástil de la nave”, pues hace alusión a una gran barra metálica en la que se ensartaban
las esferas doradas que remataban los minaretes o alminares islámicos. Su forma está
íntimamente ligada al mundo espiritual de los seguidores o fieles de Alá, ya que su for-
ma simbolizaba para los fieles musulmanes la perfección del universo. Y es que en el
culto islámico o mahometano (como por lo general en la fenomenología religiosa) el
círculo es la representación de la divinidad, que no tiene principio ni fin.
Es por ello que las cubiertas de las mezquitas, en cuanto templos, son cúpulas, pues
simbolizan la luz divina, que se reparte por el oratorio para llegar a todos los fieles. De
igual modo, el yamur actúa como eje de unión entre el mundo terrenal y espiritual, pues
sus esferas reflejan la luz del sol, proyectando sus rayos para que a toda la comunidad
musulmana llegue la esencia divina.

~ 46 ~
Pero el yamur no sólo tiene una honda significación simbólica, sino también política.
Sus enormes esferas, al refulgir bajo la luz del sol, actuaban como un auténtico faro
espiritual que podía apreciarse desde toda la campiña sevillana, de modo que tenía un
gran poder propagandístico: la luz que irradiaba el yamur representaba también el poder
califal. Isbiliya era la capital de los dominios almohades también de al otro lado del
Estrecho; por eso mismo irradiaba luz, irradiaba poder.
En la Península Ibérica, además de lo dicho de Isbiliya o Sevilla, se han conservado
algunos alminares, merced a su conversión en campanarios de iglesias cristianas. La
mayoría de los alminares de las mezquitas levantadas en la Península serían pequeñas
torres de pobre construcción y escasa solidez, sobrada para soportar el peso del al-
muédano, que subía a su terraza a llamar al salât, pero no el de las campanas de bronce
ni las vibraciones producidas por su volteo.

Salât
Musulmanes orando

A medida que las tierras pobladas por los musulmanes, tras su conquista militar, pa-
saban de nuevo a manos de los cristianos, las mezquitas, debidamente consagradas, se
convertían en iglesias y sus alminares en torres-campanarios. Pero, al sustituir la voz
metálica de las campanas a la humana de los almuédanos para convocar y llamar a los
fieles al salât, hubo que hacer en los alminares obras de adaptación. Se desmontó el pe-

~ 47 ~
queño pabellón de refugio que casi todos tenían sobre la terraza, en su centro, y, pro-
longando los muros exteriores de la torre, se añadió un cuerpo en lo alto, abierto por
huecos o ventanas para colocar las campanas. No subsiste, pues, ninguno de esos pabe-
llones cuadrados que remataban los alminares en el Occidente islámico, reemplazado en
las torres-campanarios por una cruz y una veleta y con ellos desaparecieron las cupuli-
llas o tejados que los cubrían y el remate metálico de su coronación, llamado yamur
(con las debidas reservas).51
Para saber cómo era el yamur de las mezquitas hispánicas, había que acudir hasta hace
poco a reproducciones medievales, a descripciones de geógrafos e historiadores y, sobre
todo, a los alminares africanos, que en éste, como en muchos otros aspectos, venían a
ser réplica de los de Al-Ándalus.
En el museo arqueológico de Córdoba, podemos encontrar un pequeño yamur, tal vez
de la mezquita que hubiera en Alcolea del Rio (Córdoba). Encontramos también ya-
mures en las localidades cordobesas de Pedroche o Lucena.
El yamur se componía de una barra vertical de hierro, bien sujeta en la cúpula que
cubría el pabellón o edículo levantado sobre la terraza del alminar, en la que se en-
sartaban una, dos, tres o cuatro esferas de cobre, bronce o latón, de tamaño decreciente
de abajo hacia arriba, doradas y plateadas. Entre ellas se colocaban manguitos del mis-
mo metal; la barra o mástil solía terminar en otro ornamento metálico.
La existencia del yamur respondía no sólo a razones de índole espiritual, ya que con
las diferentes esferas que ascendían hacia el cielo y según su tamaño en sentido decre-
ciente, se quería representar los diferentes mundos en los que Alá (Allah) se da a cono-
cer (dunia, mulk, yabarut). También, en ocasiones se les utilizaba como a modo de ta-
lismanes: así se decía que el existente en la mezquita Al-Qarawiyyin de Fez, era de co-
bre amarillo, en el que había manzanas, y del que se decía que impedía entrar a las
serpientes. León el Africano52 alude al ambiente mágico que existía en torno a las bolas
del yamur, al describir el del alminar de la mezquita de la alcazaba de Marrakech, que el
pueblo no consintió quitar, por estimar su supresión de mal agüero.
Digno de reseñarse es el que fuera yamur del alminar de la mezquita mayor o aljama
de Córdoba. En efecto, el monumental alminar de la mezquita mayor de Córdoba,
construido por Abderramán III (años 340-341 de la Hégira, 951-952 de la era cristiana),
sirvió de modelo a los posteriores del Islam Occidental o Magrebí, entre otros a los tres

51
Realmente yamur es término dialectal marroquí para indicar “extremo del mástil de la nave”, siendo
esta expresión generalmente reprobada por los arabistas más expertos, que para tal significación encuen-
tran como acertada la palabra al-qabb.
Pero como decimos, yamur era en Occidente la barra con que terminaban las torres de las mezquitas, en
las que se ensartaban bolas o manzanas doradas, si bien en el Egipto del siglo XV, los alminares de las
mezquitas remataban en una media luna, erguida sobre un mástil, y según un viajero de ese país que visitó
Granada en el año 870 (Hégira) 1465-1466 (cristiano), el alminar de la mezquita mayor de Granada tenía
por remate un gallo con las alas abiertas, llamado por las gentes farrûÿ al-ruwâh, gallo de viento.
52
Hasan ibn Muhammed al-Wazzan al-Fasi (Hasan, hijo de Mohamed el alamín de Gez). Nacido en
Granada (1488) y muerto en Túnez (1554), conocido como León el Africano, fue un diplomático y explo-
rador, célebre por su autoría de la obra Descripción de África, sobre la geografía del norte de África.

~ 48 ~
almohades, no menos monumentales, de la mezquita mayor de Sevilla, de la Kutubiyya
de Marrakech y del alminar de Hasan en Rabat. Es probable que el yamur del alminar
cordobés fuera a su vez modelo de muchos otros. La descripción más antigua de él pro-
cede del historiador Al-Idrisi (siglo XII).53 Dice del mismo que por encima de la cúpula
que cubría el pabellón alto del alminar, había tres manzanas o bolas de oro y dos de
plata, y hojas de lirio. La mayor pesaba sesenta libras. Al-Himyari (siglo XV) también
se refiere a las mismas cinco manzanas, tres de oro y dos de plata, y a una serie de hojas
metálicas lanceoladas. Al-Maqqari (siglos XVI-XVII) dice de éste, que estaba com-
puesto de tres famosas manzanas, las dos extremas de oro y de plata la intermedia, y las
rodeaba una doble fila de seis hojas de lirio, en forma muy elegante, además remataba el
vástago en que estaban ensartadas las manzanas en una pequeña granada de oro puro,
cuya altura era de unos 47 centímetros (un codo), poco más o menos. Ibn Idari (siglo
XIII) afirma que en la punta del mástil figuraba la fecha escrita en oro. Según Ibn
Bashkuwal (siglo XII), se consideraba que este yamur era una obra portentosa.
En sellos de cera de Córdoba de los siglos XIV y XV (uno de ellos cuelga de un do-
cumento del año 1360), en los que se reproduce la vista de la ciudad desde la orilla iz-
quierda del río Guadalquivir, se representó el alminar con tres bolas coronando la cúpu-
la de su pabellón de refugio sobre la terraza.
Probablemente, el yamur cordobés debió de caer a consecuencia de un terrible hura-
cán y terremoto ocurrido en el año 1589, si antes no se desmontó para adaptar la parte
superior del alminar a las necesidades cristianas. De 1593 a 1653 fue demolida por rui-
nosa esa parte alta del alminar cordobés.
Expliquemos aún algo más del yamur del alminar de la mezquita mayor almohade de
Sevilla. Construida esta mezquita, se procedió a levantar su alminar (la Giralda). Al
regreso de la victoria de Alarcos (591 de la Hégira, 1195 cristiano), el sultán califal
Yusuf Yaqub al-Mansur mandó fabricar, durante su estancia en Sevilla, las manzanas
de coronación del alminar recién terminado. Fueron construidas y elevadas hasta lo alto
por el maestro Abu-l-Layz as-Siqilli (el siciliano). Empotrada en una gran barra de hie-
rro de 120 arrobas de peso en la linterna, se ensartaron tres grandes bolas y otra más pe-
queña, fabricadas en presencia del tesorero real, en cuyo dorado se emplearon 7.000
mizcales o monedas grandes yaqubíes. La mayor de las bolas estaba formada por doce
gajos, de cinco palmos de altura cada uno. La mediana, la del centro, según el Qirtas,54
no pudo entrar por la Puerta del Almuédano, por lo que hubo que quitar parte de su
batiente de mármol para darle paso. La ceremonia de la colocación de las bolas, a la que
asistió el califa, rodeado de la corte, y muy gran concurrencia del pueblo sevillano, tuvo
lugar entre grandes muestras de albórbolas y regocijo alborozado (durante la primavera
y el verano de 1197 y 1198).
Se cuanta que, cuando quitaron las fundas de lino que protegían las bolas o manzanas,
el destello áureo casi deslumbraba a la vista. “Resplandecían tanto que semejaban las
estrellas del zodíaco” (Ibn Sahib as-Sala). Se las veía “de más lejos de una jornada”.
53
También importante cartógrafo, infatigable viajero y cortesano en la siciliana Palermo.
54
Rawd Al-Qirtas, una Historia de Marruecos, en árabe (año 1326).

~ 49 ~
Las brillantes bolas del yamur sevillano causaban la admiración de musulmanes y
cristianos, dejando éstos últimos constancia de ello en la Primera Crónica General de
España.
En el año 1356, rota a consecuencia de un terremoto la barra que sostenía las cuatro
bolas, cayeron éstas a tierra con enorme estrépito, perdiendo el alminar para siempre su
brillante remate. El rey don Pedro I dejó en su testamento de 1362 tres mil doblas de oro
castellanas para reparar la desmochada torre.
Callejeamos por esta ciudad de la gracia que es Sevilla, haciéndolo paradójicamente a
través de sus monumentos, desgraciadamente perdidos, siendo esto un placer y un re-
creo de la imaginación.
Las antiguas murallas y puertas de Sevilla nos aportan ese apasionado y apasionante
ensueño del pasear por la historia metidos en un clima grato y en un ambiente de in-
descriptible calor, color y belleza.
Por su situación geográfica y por ser navegable en río Guadalquivir, Sevilla, asentada
a orillas de dicho cauce amplio y primoroso, estuvo desde muy antiguo amurallada,
siendo esas murallas primitivas, cartagineses, aún de madera y barro.
Aquella Sevilla antigua sufriría con el tiempo muchos avatares, consecuencia de su
ensanche como ciudad y del crecimiento demográfico de su población, sometida además
a las correspondientes invasiones.
En tiempos de Julio César, allá por los años 68-65 a. de C., siendo Julio César cuestor
de la que sería luego la romana provincia Bética en pugna sobre todo con la Lusitania,
se construyeron supuestamente nuevas murallas reemplazando a las viejas. Historiado-
res y cronistas se hacen eco de cómo Sevilla, la Híspalis romana, contaba con sus mu-
rallas.
Es evidente que a la Híspalis romana le siguió luego la Isbiliya musulmana, recons-
truida y reamurallada.
En el año 844, Abderramán II reconstruyó las murallas de Sevilla tras verlas deterio-
radas por ataques de normandos o vikingos. Así lo cuenta el cronista Ibn Al-Cutya.
Abderramán III, en el año 913, acrecienta el recinto amurallado de Sevilla, tal como
refiere Ibn Adhari.
Posteriormente siguió cuidándose muy mucho la Sevilla musulmana con sus murallas
siempre a punto y fortalecidas, ya que no cejaban las amenazas de los cristianos desde el
norte.
Entre finales del siglo XI y durante el siglo XII, almorávides y almohades siguieron
reconstruyendo y fortaleciendo las murallas sevillanas.
En 1150 se construyó la muralla de la Alcazaba (Reales Alcázares) con sillares de
piedra.
En 1168 re reconstruyeron las murallas por el lado del río.
En 1171 se construyó el puente de barcas uniendo Triana y Sevilla.
Las graves inundaciones de 1201, como cuentan las crónicas, derribaron parte de las
murallas que había entre las puertas de Triana y del Almuédano.
Las murallas construidas en Sevilla fueron de la misma tipología que las demás de la
dominación musulmana por otros lugares peninsulares. Las fábricas son de tapial em-
pleándose para su confección el terreno que aparece a pie de obra al que se le agrega

~ 50 ~
cal, y el agua necesaria para que el conjunto adquiera la humedad adecuada para quedar
en un estado compacto. Las unidades constructivas consisten en cajones de encofrado
que tienen de longitud 2,5 metros, una altura de 80-85 centímetros y un espesor varia-
ble, que en algunos casos llega a ser de hasta 2,5 metros.
Las murallas se dotaban de torres, de planta rectangular o cuadrada, como unidad
constructiva más adecuada a la forma rectilínea de la cerca de tapial en las construidas
durante el siglo XI. Sin embargo, las ejecutadas en el siglo XII suelen pasar a tipología
de planta octogonal.

Ciento sesenta torres como ésta se intercalaban entre las murallas.


Bajo ellas el antemuro y el foso

Torre de planta cuadrada

~ 51 ~
La conocida como Torre del Homenaje o de Abb-al-Aziz

Torre de la Plata

La Sevilla musulmana vio incrementarse sus ensanchadas defensas bajo el almorávide


Alí Ibn Yuyuf. Amplió éste las murallas prácticamente al doble. Los almorávides, cons-
cientes del peligro que representaba el posible avance cristiano hacia el sur, se emplea-
ron bien en reforzar las defensas en Sevilla.

~ 52 ~
Entre 1221 y 1122 se construye la Torre del Oro, el antemuro, el foso circular que la
rodea; se restauran y refuerzan las murallas existentes, lo que no impidió que en 1248 la
ciudad cayera en manos de las tropas cristianas de Fernando III de Castilla, el rey
Santo. Desde el siglo XIII en que Sevilla fue conquistada por San Fernando (1248), ya
no tenía esta función defensiva, aunque siguió ocupando un papel importante en la de-
fensa frente al gran enemigo histórico de Sevilla: el río Guadalquivir y sus avenidas.
Diecisiete inundaciones se registraron en Sevilla durante el XVI, más una veintena que
afectaron parcialmente al recinto de la ciudad. Por ello se conservaron hasta el siglo
XIX. Fuera de las murallas, las aguas embarraban y arrasaban los cultivos y sembrados,
arruinando las cosechas y cortando las comunicaciones durante semanas. En ocasiones,
la violencia de la inundación era tal que se llegaba a romper el puente de barcas, ais-
lando a Sevilla de Triana y de su entorno. El puerto fluvial, vital para la economía de la
ciudad, sufrió siempre la fuerza de las avenidas, interrumpiendo el funcionamiento de la
aduana, dañando las mercancías y los almacenes que las aguardaban, anegando los bar-
cos. A veces, las inundaciones del Guadalquivir se veían incrementadas con las aguas
del Tagarete, el otro cauce que bordeaba la ciudad por el este y sur.

~ 53 ~
Por otra parte, como pasaba por lo general en las ciudades europeas y según se creía,
la muralla actuaba también en Sevilla como cordón sanitario y aislante del insano ex-
terior cuando ocurrían epidemias. Sevilla no era una excepción. En cuanto se tenía no-
ticia de la aparición de un brote contagioso, se colocaban guardas en las puertas para
vigilar que la gente que entrara no procediera de lugares infectados. Una vez que se
tomaba la decisión de prevenirse del contagio, la ciudad se cerraba.
Tras la conquista de Sevilla por los cristianos, siguieron las murallas defendiendo la
ciudad, constituyendo las mismas uno de los recintos fortificados más largos de Europa,
hasta que en 1861 se decidió su demolición.
Eran unas murallas protegiendo las trescientas hectáreas de lo que hoy conocemos
como la Sevilla intramuros y que, según Rodrigo Caro,55 tuvieron un perímetro de 8.750

55
Antigüedades de Sevilla, Libro I, folio 20. Rodrigo Caro, nacido en Utrera (año 1573) y muerto en
Sevilla (año 1647), fue abogado y sacerdote, historiador, arqueólogo y poeta. Estudió derecho canónico
en la Universidad de Osuna, donde se matriculó en 1590, y desde 1594 en la de Sevilla, donde se graduó
en1596, después de que, a la muerte de su padre, fuera recogido por su tío Juan Díaz Caro, que vivía en
Sevilla. Fue abogado eclesiástico entre los años 1596-1620, y no le faltó trabajo, pues atendió en ese pe-
ríodo siete pleitos al año. Mantuvo a su madre y a ocho hermanos y todavía no recibía la protección de
quien habría de ser su mecenas, el duque de Alcalá de los Gazules (Fernando Afán Enríquez de Ribera y
Téllez-Girón). Fue ordenado sacerdote a lo más tardar en 1598 y recibió un beneficio eclesiástico en la
parroquia utrerana de Santa María de la Mesa. Consiguió ser nombrado abogado del concejo municipal de
su villa y en 1619 empezó a trabajar como censor de libros. Fue visitador general de la archidiócesis his-
palense (una especie de inspector de iglesias) y en junio de 1627 se trasladó a Sevilla, donde se desem-
peñó además como juez de testamentos. Otras comisiones del arzobispado le acarrearon diversas amar-
guras y un pequeño destierro a Portugal. En 1645 renunció a su capellanía por no poderla atender, debido
a una enfermedad de estómago que se le fue agravando. Murió dos años después a los 74 años de edad, el
10 de agosto de 1647.
Mantuvo relación con numerosos autores, como Francisco de Rioja (muy barroco erudito canónigo de
Sevilla), quien le dio largas constantemente en su petición de una capellanía real y del cargo de cronista
de Indias; Francisco de Quevedo, a quien conoció en un viaje que éste hizo a Sevilla con el rey Felipe
IV en 1624; Francisco Pacheco (el suegro de Velázquez), etc. Fue, sobre todo, arqueólogo, anticuario e
historiador; tenía una gran biblioteca de clásicos y hasta un pequeño museo y escribió tanto en latín como
en castellano.
En el campo de la poesía escribió sobre la historia y riquezas de las ciudades andaluzas de Carmona,
Utrera y Sevilla, así como sonetos y poemas laudatorios a San Ignacio de Loyola. Utilizó motivos propios
de la canción de amor erótica para manifestar su entrega a Cristo y también escribió romances burlescos,
como el que relata una quijotesca aventura que le aconteció en 1627 en la torre de la Membrilla, junto
al río Guadaíra, entre Utrera y Carmona. Escribió poemas mitológicos divertidos como Cupido pendu-
lus, epístolas en verso, poemas a advocaciones marianas de Utrera, etc. Pero, sin duda alguna, su poema
más famoso e importante fue la Canción a las ruinas de Itálica, que ha pasado a todas las antologías. De
complicada historia textual (fue retocada por su autor varias veces), posee un gran sabor clásico. Como
todos los poetas barrocos de la escuela sevillana, el tema de las ruinas arqueológicas le fascinaba. Po-
dríamos decir que, en este poema, Caro encontró la forma perfecta de expresar sus pensamientos sobre el
impacto que le produjeron las ruinas de este emblemático lugar del pasado. El poema está lleno de mo-
tivos ilustres y hallazgos expresivos que justifican su fama: la presencia del interlocutor Fabio, que da
altura moral al texto; el tópico del ubi sunt? con sus interrogaciones retóricas; el eco del nombre “Itá-
lica”, hábil recuerdo de Virgilio y Garcilaso; la gravedad del tono y la cuidada estructura de muchos
versos hacen de esta poesía una de las mejores de su época. Marcelino Menéndez y Pelayo editó
sus Obras en Bibliófilos andaluces, XIV y XV, 1883 y 1884.

~ 54 ~
varas castellanas, o sea 7.314 metros, con 166 torres o torreones situados a cuarenta
metros uno de otro, donde predominaba la forma cuadrada, 12 puertas y 3 postigos.
Quizás como excepción a la forma cuadrada predominante cabe citar las torres pala-
dinas, más que defensivas, de Abb-al-Aziz , sita en la calle Santo Tomás esquina con la
Avenida de la Constitución, de forma hexagonal, Torre de la Plata octogonal y la del
Oro, avanzada de defensa al río, que es dodecágona.
En la construcción de las torres se emplea la técnica de tapial en los muros, las es-
quinas se refuerzan con sillares de piedra, y los huecos que se abren, se decoran con hi-
ladas de ladrillos macizos tomados con mortero de cal.
Estas torres generalmente se situaban en zonas estratégicas o en zonas próximas a un
cauce de agua. En los casos en que la torre quedaba aislada se levantaba un lienzo de
muralla con lo que quedaba insertada en la cerca general; a este lienzo de muralla se le
denomina coracha. En la muralla de Sevilla se construye una coracha que va desde el
Alcázar hasta el río, en cuyo recorrido se conservan aún cinco torres: dos en la antigua
cilla del Cabildo (calle Santo Tomás), de planta cuadrada; la Torre del Homenaje o de
Abb-al-Aziz (Avda. de la Constitución) de planta hexagonal; la Torre de la Plata de
planta octogonal (calle Santander), y en el extremo de esta coracha la Torre del Oro de
planta dodecagonal. En la actualidad esta última se encuentra aislada al derribarse en el
año 1821 la muralla que la unía a la Torre de la Plata.
La Torre del Oro forma parte de la reedificación almohade de las murallas de Sevilla.
Su misión era impedir el paso por la ribera izquierda del Guadalquivir y controlar la
entrada de navíos en el puerto con el auxilio de un fortín en la otra orilla, desde el que se
tendía una cadena que, al tensarla, bloqueaba el tráfico fluvial.
Se inició en 1220. Tiene planta dodecagonal y presenta dos cuerpos superpuestos, ya
que la linterna del ático fue un añadido dieciochesco. Sobre su nombre circulan varias
hipótesis. Ha sido relacionada con la custodia de los caudales americanos, al creer que
los lingotes que desembarcaban los galeones, al regreso de la carrera de Indias, iban a
parar a su interior en lugar de ser depositados en la vecina Casa de la Moneda. También
se ha dicho que estuvo totalmente alicatada con cerámica de reflejo metálico, proyec-
tando brillos dorados. Lo cierto es que un historiador local del siglo XVI, el bachiller
Luis de Peraza, la describe enlucida de almagra en su base y revestida de azulejos la
parte superior, “que de muy lejos con su resplandor los ojos ciegan”.
Dentro del lienzo de defensa que queda intacto entre la Puerta de la Macarena y la
Puerta del Carbón, tenemos la Torre Blanca, de una forma octogonal irregular. Esta
magna obra se conservó casi en su totalidad hasta que en 1868, la revolución la derribó
casi al completo.
En esas épocas medievales y posteriores, Sevilla fue una ciudad cerrada, tal vez la mejor
amurallada o enclaustrada de Europa. El acceso a la ciudad se realizaba principalmente por
lo que se conocía como postigos y puertas, que tenían su acceso acodado, según se observa
en la de Córdoba y, basándose en documentos, carecían de decoración a diferencia de las
que se ven en el Magreb. Se distinguían en reales, o como públicas y privadas. Terminando
el siglo XV, durante el reinado imperial de Carlos I (de España y V de Alemania), las
puertas públicas, como las reales, fueron modificadas, haciéndolas coincidir en primer lugar
con las principales calles; y después, ensanchándolas, para facilitar el tránsito de carruajes

~ 55 ~
que ya era muy común en la época. Esta forma de edificar en unión a las construcciones
extramurales, dan el patrón a seguir en los años posteriores para el crecimiento de la ciudad.

La Torre del Oro

La Torre Blanca

~ 56 ~
~ 57 ~
Las puertas (de Sevilla) jugaron un papel determinante en todos los sentidos, incluso
en el sentimiento de guarda y clausura que durante la noche protegía la vida y la salud
de los vecinos, pues consideradas como cosas santas, quebrantarlas estaba castigado
hasta con la pena de muerte en las Partidas. Las puertas se abrían a la salida del sol y
durante el día permanecían abiertas, pues muchos trabajaban fuera de la ciudad en los
campos de labor inmediatos, en los molinos, las viñas y las huertas que abastecían Se-
villa, como la Huerta del Rey o las próximas a la Macarena, en los barrios portuarios
como Triana, en los conventos extramuros como los de la Trinidad, San Bernardo o San
Jerónimo, en hospitales como el de la Sangre o el San Lázaro. El trasiego de viajeros
por las puertas camineras de Carmona, Córdoba, Macarena, Jerez o Triana tuvo que ser
incesante. Pero al atardecer los guardas cerraban la mayoría de las puertas.
Todas esas puertas ostentaban hasta nuestros días multitud de inscripciones conmemo-
rativas de sucesos notables y de las reparaciones que en ellas se hicieron en el trans-
curso de los siglos, inscripciones de las que apenas si queda alguna que otra conservada
por acaso en el Museo Arqueológico de Sevilla, hecho que demuestra el incalificable
desdén de autoridades y corporaciones que han dejado perderse o consentido que se des-
truyan memorias tan interesantes para la historia de esta hermosa ciudad.

~ 58 ~
Sin embargo, pese a lo anteriormente señalado por Rodrigo Caro, entre puertas y pos-
tigos, la ciudad llegó a contar en algún momento de su dilatada historia con diecinueve
accesos.56 Pasemos a describir los rasgos más significativos de cada uno de ellos:

Puerta Macarena

La Puerta Macarena, conocida también vulgarmente como Arco de la Macarena, es la


situada más al norte de la población, frente a la basílica de la Virgen Macarena. Los mu-
sulmanes la llamaron Puerta del Campo. Es la puerta mayor de todo el antiguo recinto mu-
rado.

56
Las siguientes:
1. Puerta Macarena: El arco de la Macarena actual data del siglo XVI.
2. Puerta de Córdoba: se localiza en la ronda de Capuchinos y es la puerta que más se asemeja a su
origen.
3. Puerta del Sol: al final de la calle Sol.
4. Puerta del Osario: entre Ponce de León y María Auxiliadora.
5. Puerta de Carmona: en la esquina de San Esteban con Menéndez y Pelayo.
6. Postigo del Jabón: situado a la mediación de la calle Tintes.
7. Puerta de la Carne: en Menéndez y Pelayo a la altura de la calle Santa María la Blanca.
8. Postigo del Alcázar: en los Jardines de Murillo, dando entrada al Alcázar.
9. Puerta de San Fernando: en la calle San Fernando a la altura de la Fábrica de Tabacos.
10. Puerta de Jerez: al final de la Avenida de la Constitución.
11. Postigo del Carbón: en la calle Santander.
12. Postigo del Aceite: junto al edificio de Correos.
13. Puerta del Arenal: en la esquina de la calle Adriano con la calle García de Vinuesa.
14. Puerta de Triana: en la calle Reyes Católicos, a la altura de la calle Santas Patronas.
15. Puerta Real: en la esquina de la calle Gravina con Alfonso XII.
16. Postigo de San Antonio: a espaldas del convento de san Antonio de Padua.
17. Puerta de San Juan: entre la calle San Vicente y Torneo.
18. Puerta de la Almenilla o de la Barqueta: en la calle Calatrava.
19. Postigo de la Feria o de la Basura: al final de la calle Feria, esquina con la calle Bécquer.

~ 59 ~
Pilar descubierto del Arco, apreciándose la firma del alarife

Puerta de Córdoba

La Puerta o torre-puerta de Córdoba está frente a la iglesia de los Capuchinos. Es la


que conserva más claramente la disposición originaria y su carácter cerrado y mili-
tar. Afortunadamente esta torre-puerta de Córdoba, así llamada por ser su salida natural
hacía dicha ciudad, se salvó de la penosa demolición llevada a cabo a finales del siglo
XIX, junto a sus hermanas la Puerta de la Macarena y el Postigo del Aceite, no co-
rriendo la misma suerte las otras 13 restantes. Los motivos del indulto de las murallas
macarenas y la puerta del mismo nombre y la de Córdoba se debió, según el cronista
González de León, al buen estado de conservación.

~ 60 ~
La importancia de esta puerta se relaciona con la constante veneración que desde la
Baja Edad Media tuvo la figura de San Hermenegildo, el cual, según parece, sufrió
prisión y martirio en esta torre-puerta.
Esta puerta sería la única que no fue afectada por las obras de reforma que se llevaron
a cabo de manera generalizada durante el siglo XVI, a pesar de estar incluida en el do-
cumento de mejoras de 1560. La causa pudo ser la escasa importancia que esta puerta
tendría en relación a las comunicaciones y a las actividades comerciales de la ciudad, y
a las otras muchas puertas importantes que ésta disponía a lo largo de su perímetro. Esta
pudo ser la razón de su salvación en cuanto a las consabidas reformas del quinientos, a
la que se sumó otra, pues en 1569 la torre-puerta sufrió modificaciones, erigiéndose en
ella una capilla y colocándose una lápida con referencia al martirio de San Hermene-
gildo.

~ 61 ~
~ 62 ~
Interior de la Puerta de Córdoba, donde se sitúa el calabozo en el que estuvo
confinado San Hermenegildo hasta su ejecución

Uno de los tramos de muralla más largos que se conserva en Sevilla.


Une las Puertas de Macarena y Córdoba

~ 63 ~
Puerta del Sol

La Puerta del Sol, localizable al final de la calle Sol (frente a la Trinidad), está de-
rruida. En el siglo XVIII cayó en el más profundo de los abandonos, hasta su derribo
progresivo en la segunda mitad del XIX. Inmediato a la Puerta del Sol existió un ele-
vado torreón almenado de los más espaciosos del recinto. El origen de su nombre está a
la vista: un enorme sol sobre el dintel de la Puerta como símbolo de su orientación a
Levante.

Puerta Osario

Puerta Osario, en la plaza del mismo nombre como único resto de la existencia de la
misma, ya que no existen ni los más ligeros vestigios de la existencia de la misma, es-
tuvo situada en la confluencia de Puñonrostro con la calle Osario. Daba su nombre a la
existencia de un cercano cementerio extramuros.

~ 64 ~
Puerta de Carmona

Por la Puerta de Carmona, situada al final de la calle San Esteban, en su confluencia con
la calle Navarros (el muro de los Navarros); si se asoma a un pequeño callejón tras una reja,
entre una zapatería y una tienda de trajes de flamenca, se puede ver un lienzo de muralla de
donde arrancaba la puerta. Tomó su nombre por alusión a que en ella empezaba el arrecife
que partiendo de la ciudad conduce a Carmona y prosigue hasta Madrid.
En el punto donde se apoyaba el estribo derecho de esta Puerta terminaba el acueducto
conocido como Los Caños de Carmona (con agua en realidad proveniente de Alcalá de
Guadaira). Dicho acueducto fue derribado en 1868.
El Postigo del Jabón está en la mediación de la calle Tintes.

~ 65 ~
Los conocidos como Caños de Carmona.
Este tramo se encontraba sepultado debajo del puente que aquí había

~ 66 ~
Virgen de las Madejas (encontrado en el tramo antes referido)

~ 67 ~
Tramo de los Caños de Carmona a la altura de la calle Jiménez Aranda

Los Caños de Carmona a comienzos del siglo XX

~ 68 ~
Puerta de la Carne

La Puerta de la Carne está situada en el cruce de las calles Santa María la Blanca y la
calle Cano Cueto. Tampoco queda de esta Puerta ni un solo vestigio que recuerde su
memoria. Fue derribada en el año 1864. Recibió a través de su historia varios nombres y
todos ellos muy hermosos. En tiempos islámicos, y aún después de la reconquista de Se-
villa, tuvo el nombre de Vib-Ahoar, en memoria del maestro alarife que la construyó.
Después fue llamada como la puerta de las Perlas, la puerta de la Judería, por alusión
a ser la puerta del campo de la grande Alhamia o barrio de los judíos y encontrarse in-
mediata a una de sus sinagogas, que se hallaba en el área que hoy ocupa la iglesia de
Nuestra Señora de las Nieves (vulgo Santa María la Blanca). Y el último, que es el que
perduró, como Puerta de la Carne, por la existencia de un cercano matadero a las afue-
ras de la ciudad.

El aspecto que aquí vemos corresponde a mediados del siglo XVI, hasta su destruc-
ción. En ella había unos hermosos versos:

Condidit Alcides, renovavit Julius urbem


Restituit Christo Ferdinandus tertius heros.

Hércules me construyó, Julio César la reparó


y el héroe Fernando III la conquistó para Cristo.

~ 69 ~
Era frecuente que la Puerta de la Carne permaneciera abierta durante toda la noche en
virtud de su mucho comercio y tránsito. Era la salida natural del barrio judío.
En la cercana calle Fabiola se conserva un tramo de muro interior de separación del
barrio judío, con su parte baja protegida de los cubos de los carros por piedras de mo-
lino.

El Postigo del Alcázar se encuentra en los Jardines de Murillo, dando entrada a los
Reales Alcázares.

~ 70 ~
Puerta de San Fernando

La Puerta de San Fernando se encontraba en la desembocadura de la recta y espaciosa


calle del mismo nombre, a la altura de la antigua Fábrica de Tabacos, actual Universi-
dad Central Hispalense. También conocida como Puerta Nueva y no es para menos ya
que fue construida a mediados del siglo XVIII, concretamente en 1760.
La Puerta presentaba sus dos frentes desiguales en arquitectura, pues pertenecían al
orden dórico por el exterior y jónico por el interior. En cada uno de aquellos aparecían
cuatro columnas sobre pedestales, dos a cada lado del arco, el cual contaba de luz 4’18
metros y 7’52 de frente los elevados y sólidos torreones laterales. Durante un siglo se
mantuvo en pie.

~ 71 ~
La Puerta de Jerez

La Puerta de Jerez está situada al final de la Avenida de la Constitución, en dirección


al río. Puerta existente en la fortificación musulmana, que daba salida natural a la ciudad
de Jerez de la Frontera, de ahí el origen de su nombre. Curiosamente desde la época al-
mohade de su construcción, hasta el año 1836 era una puerta entre dos torres con un
rastrillo, a saber una gigantesca reja que se podría bajar y subir dejando aislada y prote-
gida a la ciudad. Justamente en esta puerta de torres y rastrillo, estaba colocada desde
1578 la lápida que aquí contemplamos, con este bello resumen histórico-poético de
Sevilla:
HERCULES ME EDIFICÓ
JULIO CESAR ME CERCÓ
DE MUROS Y TORRES ALTAS
EL REY SANTO ME GANÓ
CON GARCI PÉREZ DE VARGAS.

~ 72 ~
La Puerta o Postigo del Carbón

La Puerta o Postigo del Carbón, que fuera un hueco en la muralla almohade estaba
situada en el encuentro de la actual calle Santander y Temprado, inmediato a la recién y
afortunadamente rehabilitada Torre de la Plata; se puede observar restos de lienzos don-
de se apoyaba el postigo, en cuyo hueco tapiado hay un azulejo de la Virgen del Car-
men, obra de Molina, en 1925, y que goza de una gran devoción popular.
Constaba la puerta de un solo arco, cuyo estribo derecho estaba sostenido por la arista
de uno de los muros pertenecientes a la casa que en lo antiguo se llamó de Azogues.
En el año 1566, y siendo Asistente de Sevilla D. Francisco de Castilla, fue reedificada.
Su derribo fue llevado a cabo después del año 1868.
A través de los años recibió distintos nombres en distintas etapas históricas de Sevilla,
así fue conocido, según lo que entraba por dicha abertura o por el postigo de los Aza-
canes (aguadores) por ser el punto donde concurrían los mozos de la Aduana Nacional
así conocidos, postigo del Oro (oro), postigo de las Atarazanas (embarcaciones) por su
proximidad al antiguo edificio del mismo nombre, y por último del Carbón, que es el
que ha prevalecido hasta nuestros días, por la circunstancia de haberse vendido en ella
el aludido combustible, y toda su acera izquierda estaba compuesta por una línea de so-
portales sostenidos por medio de tornapuntas de madera, bajo los cuales se vendía el ar-
tículo que dio nombre a esta Puerta y a la calle donde se encontraba, hasta que fuera
sustituido por el de Santander, como homenaje a la capital cántabra en su participación
en la conquista de Sevilla de los marinos santanderinos que capitaneados por el almi-
rante Ramón Bonifaz rompieron las conexiones del puente de barcas y cadena que había
entre Sevilla y Triana, privando de los abastecimientos por vía fluvial, aumentado su
cerco en el asedio y su próxima capitulación. Es por ello que en el escudo de Santander
aparece la Torre del Oro y un velero rompiendo unas cadenas en el Guadalquivir en
recuerdo de tan legendaria gesta.

~ 73 ~
Restos de la antigua Puerta o Postigo del Carbón

Postigo del Aceite

El conocido como Postigo del Aceite, junto al edificio de Correos, al final de la calle
Almirantazgo, da paso desde la citada vía a las rotuladas Dos de Mayo y Arfe. Ben-
venuto Tortello realizó las reformas en 1572. Era conocido así por encontrarse inme-
diato a los antiguos almacenes donde se expendía el aludido artículo. En el siglo
XVIII se abrió en su costado derecho una pequeña capilla donde hay un retablo barroco
con la imagen de la Pura y Limpia Concepción del barrio del Arenal, obra de Pedro
Roldán.

Postigo del Aceite (extramuros) y Azulejo del Baratillo (con una inoportuna farola)

~ 74 ~
~ 75 ~
Intramuros

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~ 77 ~
Imagen de la Pura y Limpia Concepción y lápida de 1753, del Arzobispo Salcedo,
concediendo indulgencia a quien rezara ante la imagen o a la Pura y Limpia
Concepción de María

Nos encontramos con la capillita de la Hermandad de la Pura y Limpia Concepción, que


data de principios del siglo XVIII, conocida popularmente como la Virgencita del Postigo o
la Pura y Limpia, que como le ocurre a la capillita de la Virgen del Carmen del puente de
Triana o al Cristo del Buen Viaje en San Esteban están en permanente exposición devo-
cional, gracias a que a mediados del siglo XX se sustituyeron las puertas por la actual can-
cela acristalada. Y no se equivoque, esta pequeña Virgencita presidió en 1993 la Statio Orbi
y ante ella se arrodilló el Papa San Juan Pablo II.

~ 78 ~
A principios del siglo XII, el Postigo del Aceite se llamó más bien Puerta de los Bar-
cos, ya que los almohades edificaron por allí las atarazanas como astilleros construc-
tivos de navíos o embarcaciones. Tanto las atarazanas como el postigo sufrieron luego
unas importantes reformas; las atarazanas en tiempos de Alfonso X el Sabio, en 1252
según reza en un azulejo de la calle Temprado, azulejo de primeros del siglo XX; y el
postigo en 1573 como así consta en la soberbia lápida situada en la parte superior del
postigo intramuros original de la época, donde se puede admirar uno de los más bellos
escudos de Sevilla, con San Fernando, San Isidoro y San Leandro (escudo que años des-
pués, bastantes años después, incluiría el Sevilla F.C. en su propio escudo). El Postigo
fue la entrada para acceder a la Alcazaba, a los Reales Alcázares, que se dedicaron a
San Miguel.

Lápida superior del Postigo que da fe de su última construcción en 1573

En las jambas del arco observamos unos rieles en piedra que servían para colocar ta-
blones o compuertas para combatir las frecuentes inundaciones del río Guadalquivir.

~ 79 ~
Puerta del Arenal

La Puerta del Arenal está situada al final de la calle García de Vinuesa (Mar de toda la
vida) y confluencia de las calles Arfe, Federico Sánchez Bedoya y Castelar. Esta puerta
no se cerraba por las noches. Su nombre aludía al extenso arenal que existió en el área
que ocupa el populoso barrio de la Carretería, plaza de toros y construcciones adya-
centes. Originariamente almohade, era de grandes proporciones, de construcción sóli-
da, sus adornos presentaban bastante originalidad y ostentaba en sus frentes varios bus-
tos de piedra y algunos escudos de armas de bastante mérito artístico. En el año 1566,
siendo Asistente de la Ciudad D. Francisco de Castilla, fue derribada y reedificada de
nueva planta. En 1757 volvió a ser renovada. Para conmemorar esta última obra se co-
locó una lápida por el lado interior de esta puerta en la que se leía:

CURA RERUM PUBLICARUM

A honor y gloria de Dios se renovó el año 1757.

En 1854, para diez años después ser demolida totalmente, fue nuevamente restaurada.

~ 80 ~
~ 81 ~
La Puerta de Triana

La Puerta de Triana era la más notable y hermosa de cuantas comprendía el recinto


amurallado de Sevilla. La primitiva Puerta de Triana no fue la misma derribada en el
año 1869, aquélla estaba situada más al interior de la población, en la confluencia de las
calles Gravina, San Pablo, Reyes Católicos y Zaragoza. Para perpetuar su memoria, el
acerado actual de este enclave cambia de color en lo que era la planta de la Puerta, así
como la anchura de la calle coincide con la que tenía el arco. La originaria puerta almo-
hade presentaba la peculiaridad de ser la única puerta de Sevilla de tres arcos por lo que
tomó el nombre de Trina, convirtiéndose después en el de Triana, en virtud de su directa
comunicación con este barrio.
Fue derribada y edificada una nueva de estilo renacentista en 1588. Siendo su pro-
yecto y traza obra del notable arquitecto Juan de Herrera, su arquitectura pertenecía al
orden dórico, se componía de un solo cuerpo y presentaba dos altas y elegantes fachadas
de esmerado gusto artístico.

~ 82 ~
Colocadas en sentido lateral de su gran arco de medio punto, aparecían cuatro her-
mosas y robustas columnas con fustes estriados apoyados en ambos pedestales, soste-
niendo el todo una espaciosa cornisa sobre la que se destacaba un balcón corrido y es-
pacioso, provisto de una puerta de paso en su frente que daba vista al campo.

~ 83 ~
El remate del monumento lo componía un ático triangular de varias estatuas y seis
artísticas pirámides colocadas hábilmente en el centro y extremos. En la parte inferior
de la cornisa perteneciente al balcón aparecía una lápida con la siguiente inscripción:

Siendo poderosísimo rey de las Españas y de nuestras provincias por la parte


del orbe Felipe II, el amplísimo regimiento de Sevilla juzgó deber, ser adornada
esta puerta nueva de Triana, puesta en nuevo sitio, favoreciendo la obra y
asistiendo a su perfección Don Juan Hurtado de Mendoza y Guzmán, Conde de
Orgaz, superior vigilantísimo de la misma floreciente ciudad en el año de la
salud cristiana de 1588.

En el espacio o hueco intermedio entre ambas fachadas existía un amplio salón lla-
mado“el Castillo”, donde estuvieron las celdas que se destinaron a prisión de reos po-
líticos de importancia o por su elevada alcurnia.
La de Triana, acaso la puerta más importante, artísticamente considerada, fue presa de
la vandálica ignorancia revolucionaria, no obstante el enérgico veto de la Real Acade-
mia de San Fernando, años antes, con motivo de haberse intentado demolerla, debién-
dose a la Junta creada en esta ciudad en septiembre de 1868 el menguado o torpe acuer-
do de convertirla en ruinas.
Un malentendido celo por parte del municipio sevillano fue causa de que se demolie-
sen las antiguas puertas, pues si bien es cierto que algunas de ellas carecían de impor-
tancia artística y dificultaban el crecimiento natural de la ciudad, lo es también que otras
debieron respetarse por su aspecto monumental o su curiosidad histórica, habiendo po-
dido dejarlas exentas a manera de arcos de triunfo. Desgraciadamente no fue ese el cri-
terio seguido.

La Puerta Real

La Puerta Real o de Goles estaba situada en la confluencia de la actual calle Alfonso


XII, Gravina, Goles y San Laureano, siendo ahora una pequeña placita que tiene su
nombre. Nos queda un lienzo de muralla almohade y una lápida original que se ha co-
locado allí (conmemorándose su segunda construcción).

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Esta puerta, conocida también como del Almuédano, recibió pronto u originariamente
tras la reconquista el topónimo de Goles, unos dicen que por degeneración popular del
nombre de Hércules, cuya estatua se ostentaba en época remota sobre su arco de entra-
da, conservándose hasta pocos años antes de la reconquista; y otros por ser aquella zona
conocida por tal nombre por la proximidad de una alquería así denominada. Su nombre
cambió por el de Real, para unos desde la supuesta entrada por ella del rey Fernando III
y para otros desde la documentada entrada de Felipe II el 10 de mayo de 1570, poco
después de verificado su enlace con Dª Ana de Austria, siendo recibido por el pueblo
con tal pompa, ostentación y muestras de respeto, que hizo época en los anales de la
ciudad. En cualquier caso el nombre que ha llegado hasta nuestros días ha sido éste úl-
timo.
La Puerta Real constaba de dos cuerpos: el primero poseía un gran arco romano or-
nado con robustas pilastras, sobre cuyas cornisas se alzaba el segundo, terminando en
un frontispicio rematado por varias pirámides a imitación de la de Triana. Sobre la clave
del arco en su frente principal aparecía la siguiente inscripción latina:

Ferrea Fernandus prepegit claustra Sevilla


Fernandi nomem splendit ut astra polli

Fernando quebrantó las puertas de hierro de Sevilla,


y el nombre de Fernando brilla como los astros del cielo

En cualquier caso, la original puerta fue totalmente reconstruida en 1565, como así
consta en la lápida que originariamente estuviera en la puerta, hoy colocada en el lienzo
de muralla, siendo Asistente de la ciudad don Francisco Chacón. Con motivo de estos
trabajos perdió sus puertas, rastrillos y cuantas obras de defensa tenía cuando la recon-
quista.
En su parte interna había dos capillas, una dedicada a la Virgen de la Mercedes y otra
al Cristo de la Redención, como ocurriera en la totalmente desaparecida Puerta Osario
que tenía una capilla dedicada a la Virgen del Rocío.
En la actualidad nos queda la ubicación de la originaria capilla de las Mercedes que ganó
espacio al derribarse la puerta definitivamente en 1862. La capilla original se hundió en
1930 y fue totalmente reconstruida en los años cuarenta del siglo XX, teniendo hasta la ac-
tualidad una gran devoción la meritada imagen, no sólo en su barrio sino en toda Sevilla.
Esta hermandad de gloria de Ntra. Sra. de la Mercedes Coronada de la Puerta Real tiene
unas reglas que datan de 1725.
El lienzo de muralla, en 1995, fue objeto de unas acertadas obras de restauración que
permitieron ver que remataba en la referida puerta y colocar sobre ella la lápida original
conmemorativa de su última construcción en 1564.
El Postigo de San Antonio se hallaba a espaldas del que fue convento franciscano de San
Antonio de Padua (de la calle San Vicente).

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La Puerta de San Juan

La Puerta de San Juan está situada en la calle Guadalquivir, entre la calle San Vicente
y Torneo. Anteriormente al siglo XV, esta Puerta era llamada del Ingenio, por encon-
trarse muy cerca de ella el muelle para la carga y descarga de las mercancías que en-
traban en la ciudad por la vía fluvial, cuyo muelle subsistió hasta el año 1574, en que
comenzó a utilizarse el que se labró junto a la Torre del Oro. El nombre de Puerta de
San Juan lo adquirió por alusión al inmediato barrio e iglesia de San Juan de Acre.
Su arquitectura estaba formada de un arco de poco radio y elevación colocado entre
dos almenados torreones cuadrangulares. Ésta y su inmediata de la Barqueta estaban
unidas por un lienzo de muralla, dándose el detalle de ser circulares los doce torreones
que aparecían en los intermedios de aquella mole de granito.
Sobre el arco de esta Puerta se mostraba una lápida que decía:

Se hizo esta obra de reedificación de murallas por dirección del Señor Marqués de
Monte Real, del Consejo de Su Majestad en el Real de Castilla. Asistente Superinten-
dente General de todas las Rentas Reales. Año de MDCCLVII.

No se ve nada que nos recuerde su existencia tras ser derribada en 1864.

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Puerta de la Almenilla o de la Barqueta

La Puerta de la Almenilla o de la Barqueta se hallaba en la calle actual Calatrava, en


la plazoleta del Blanquillo. Si nos fijamos atentamente en el dibujo, la espadaña que allí
se admira es la del monasterio de San Clemente, cuyo enclave existe en la actualidad,
por lo que nos puede dar un buen norte de su situación. Esta puerta recibió varios nom-
bres y se acometieron sobre ellas diversas obras, dado que durante mucho tiempo estuvo
en primera línea de combate contra las crecidas del Guadalquivir, haciendo una au-
téntica función de muro de defensa contra las inundaciones. Se llamó Vib-Arragel, de la
Almenilla, aludiendo a una pieza arquitectónica de esta clase que coronaba su parte su-
perior, y de la Barqueta, que es el que nos ha llegado hasta nuestros días, al existir allí
un servicio de barcas o barcazas para cruzar el río por aquella zona.
La arquitectura de esta Puerta nada ofrecía de particular: un arco de medio punto cu-
yos estribos descansaban en dos torreones o castillos. Pero en cambio se hallaba ro-
deada de una serie de murallas y torreones dignos de figurar en cualquiera plaza fuerte
de importancia. Próximo a ella se encontraba “El Blanquillo”, antes llamado “Patín de
las Damas”, construido por una gran plaza de armas, de figura trapezoidal, de sesenta
metros de longitud o ancho, defendida por ocho robustos torreones, cinco cuadrangu-
lares y tres redondos, de los cuales cuatro daban vista al río y los otros cuatro al interior
del Blanquillo.
El ancho terraplén de este nombre se encontraba labrado a la altura de la muralla y
para llegar a él existían dos anchas y cómodas escaleras: una daba subida a un muro de
regular espesor, que terminaba en un castillo situado formando ángulo con la muralla
que desde la Puerta de la Macarena se dirigía a este punto; y la otra terminaba con un
terreno espacioso perfectamente enladrillado y rodeado de cómodos asientos de piedra
desde los cuales se admiraba un hermoso panorama.
Al final de dicho espacio, retrato más bien de paseo público de aquellos tiempos, apa-
recían varios escalones que daban subida a lo que llamaban la “azotea”, que no era más
que el techo de la Puerta de la Barqueta, y bajando por una pequeña grada se descendía
de nuevo a la muralla, que continuaba después en dirección hacia la Puerta de San Juan.
Una vez cruzada la Puerta se encontraba otro espacio de bastante amplitud provisto de
asientos en el codo del río, sobre el que se elevaba algunos metros, y finalmente, des-
cendiendo por una ancha y suave pendiente, hallábase el Guadalquivir siempre amena-
zando con sus avenidas estas antiguas construcciones hechas para la defensa de Sevilla.

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A finales del siglo XIV era tan sumamente bajo el terreno sobre el que se hallaba esta
Puerta que la clave del arco estuvo casi en el plano que últimamente constituía su pavi-
mento. Debido a esto y para evitar los constantes peligros que se presentaban en épocas
de riadas, en el año 1387, se hicieron grandes obras para elevarla.
En vista de que esta primera reforma no bastó para conjurar el peligro, se le hizo la
segunda en el año de 1627, siendo Asistente de la Ciudad Don Lorenzo de Cárdenas y
Valda, según atestiguaba una gran lápida escrita en latín colocada en el lado interior de
la torre, lindera con el costado izquierdo de la Puerta, pero no siendo aún bastante, se
construyeron al poco tiempo unos muros llamados malecones.
En el año 1773 se practicaron por tercera vez nuevas reformas y mejoras en esta Puerta,
también encaminadas a defenderla contra las inundaciones del Guadalquivir, terminándose
los trabajos el día 13 de noviembre de 1779, siendo Asistente de la Ciudad Don Francisco
Antonio Domezain, al que se le debió una parte muy activa en estas obras y en el perfec-
cionamiento de la Puerta entonces llamada de la Almenilla.57
Al ser demolida esta Puerta en el año 1864 se hizo un descubrimiento muy curioso. En
el costado izquierdo de la misma, y cerca de las escaleras que conducían al “blan-
quillo”, apareció la entrada de un subterráneo. Esta bajada de boca cuadrangular, dirigía
57
Alfonso Álvarez Benavides, Curiosidades de Sevilla, 145-146. Editorial: Universidad de Sevilla /Aso-
ciación de Amigos del Libro Antiguo de Sevilla, 2005, Sevilla. 1ª edición. (2005).

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primero sus escalones hacia el río; después continuaba en dirección paralela al mismo, a
continuación aparecía una mina que se dirigía a la izquierda, y por último, tornaba a ser
paralela al Guadalquivir y daba entrada a un espacio cuadrado y abovedado que conte-
nía una gran piedra en su centro y parecía haber servido de mesa. En uno de los ángulos
de este espacio aparecían señales de una puerta con dirección al sur, y otra también que
se descubrió tapiada, cerraba el paso a una distinta galería colocada en dirección hacia
el este.
La construcción de aquella misteriosa obra indicaba ser de origen romano, y al ser
descubierta, lejos de practicar un detenido examen de ella, se apresuraron a rellenarla de
escombros procedentes del derribo y la vía férrea extendió por encima su raíl sin que
nadie se preocupara en hacer más averiguaciones sobre el particular.58
El Postigo de la Feria o de la Basura estaba al final de la calle Feria, esquina con la
calle Bécquer.

Isbiliya, como la conocían los musulmanes, fue una ciudad de segundo orden, siempre
a la sombra de Córdoba, hasta el siglo XI. Y de aquel momento previo a su capitalidad
almohade siempre se ha destacado la terrible entrada de los normandos o vikingos aso-
lando del todo desde el Guadalquivir.
Isbiliya tuvo ya su primera edad dorada islámica cuando las primeras taifas. Bajo su
poder llegó a controlar gran parte del sur de Al-Ándalus, enfrentándose con los reinos
rivales: la Granada zirí y la taifa de Toledo gobernada por Al-Mamún.
De los tres reyes taifas del momento podemos destacar a Al-Mutadid (verdadero crea-
dor de la taifa) y a Al-Mutamid, el rey poeta. Acompañado por su amigo, convertido en
visir, Ibn Amar, extendió su reino hasta Murcia y convirtió su corte en un brillante foco
cultural (frente a la científica Toledo, Sevilla fue refugio de músicos y poetas, como Ibn
Hamdis, Ibn Al-Labbana o Ibn Zaydún).

58
Alfonso Álvarez Benavides, op. cit., 147.

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De aquellos momentos fue la antigua mezquita mayor o de Ibn Abbas, su promotor.
Fue la mezquita que hubo en la que hoy es la iglesia del Divino Salvador. Y éste pudo
ser su aspecto:59

59
Tomado de hermandaddelrocío.

~ 92 ~
Con la llegada de los nuevos conquistadores bereberes (almorávides y almohades),
Sevilla perdió su independencia pero se convirtió en la capital de Al-Ándalus, iniciando
un esplendor que duraría hasta finales del siglo XVII.
Fue entonces cuando empezó a sentirse que su primitiva gran mezquita se quedaba
pequeña. Actualmente nos queda de ella tan sólo una parte del patio y los subterráneos
sobre los que luego se edificaría la iglesia del Salvador.

Por el contrario, de la nueva mezquita podemos contemplar aún la parte baja de su


magnífico alminar (la Giralda) y todo el shan o patio de los naranjos.

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Junto a la magnífica entrada del Patio (de los Naranjos), con sus arcos polilobulados,
se encontraba la alhóndiga (el gran mercado de lujo, cerrado con puertas y techado).
En el lado contrario se encuentran aún los Reales Alcázares, palacio islámico iniciado
por los taifas (el famoso Al-Mutamid, el rey poeta, reinó aquí en el siglo XI) y múltiples
veces reformado (tanto por almorávides y almohades como por reyes pro-islámicos y
cristianos como Pedro I, el mismo que mandó traer obreros de la Alhambra para cons-
truir su fastuoso patio de los embajadores).

Y no lejos (adentrándonos en el actual barrio de Santa Cruz) se hallaba la judería.

~ 94 ~
Las guías de viaje o turísticos no se cansan de repetir que, entre los encantos del barrio
de Santa Cruz, está el de haber sido la antigua judería de Sevilla, lo cual, aun siendo
cierto, no lo es del todo.

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En primer lugar, la judería (cuya existencia era muy anterior a la llegada de los cris-
tianos de Fernando III, el rey San Fernando) fue mucho más amplia que cuanto abarca
el barrio de Santa Cruz e incluyó las colaciones o parroquias de Santa María la Blanca
(en la fotografía) o de San Bartolomé (antigua sinagoga) o de la actual Santa Cruz.

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San Bartolomé, Antigua Sinagoga

Por otra parte, y pese a todos los grandes cantos elogiosos, Santa Cruz es, en el fondo,
un pastiche, pues el antiguo barrio fue profundamente desmantelado y vuelto a recons-
truir (con todos sus tópicos románticos sobre lo que debía ser el sur de España que cir-
culaban a finales del siglo XIX) en tiempos de la Exposición Universal (la misma que
reurbanizó gran parte del Parque de María Luisa). La única ventaja es el indomable y
auténtico carácter de esta ciudad maravillosa que ha llegado a asimilar este tópico hasta
autentificarlo.

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Gracias a ello sus rincones son maravillosos, aunque siempre es mejor salirse del bu-
llicio (y la nueva reapropiación turística) del barrio de Santa Cruz para buscar los otros
barrios citados en donde encontramos rincones mucho más auténticos, llenos de color,
patios sugerentes y un dédalo de callejuelas.

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Y se puede tener en cuenta que fue en estos escenarios en donde se produjo el primer
progromo antijudío que arrasó ya medio Sefarad en el siglo XIV. Ya lo iremos viendo
cuando nos adentremos precisamente en dicho siglo y en adelante.
Los asaltos a las juderías (pese a la protección real) fueron brutales en numerosas
ciudades (Sevilla, Córdoba, Valencia, Toledo, Barcelona...), y se extendieron por Euro-
pa.

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