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Discurso Ivonne Bordelois

Premio La Nación Ensayo

Quisiera contarles una pequeña historia de este libro. Mi libro anterior, La


palabra amenazada (Libros del Zorzal), nacido de un artículo publicado por LA
NACION, alcanzó una repercusión imprevisible y generó una cadena de
contactos muy diversos y muy ricos: me llamaron grupos de músicos, talleres
literarios, asociaciones de psicoanalistas, asambleas barriales, universidades y
colegios -todos para seguir comentando los temas planteados. Sentí entonces
con mucha fuerza que el tema no me pertenecía subjetivamente, sino que
estaba en el aire como el propósito firme de un grupo muy vital de
procedencias sociales e ideológicas muy diversas.

El material que fue naciendo de esas conversaciones representó un aterrizaje


existencial y concreto: un despliegue, en lo cotidiano e inmediato, de la crítica
y los proyectos que implicaba La palabra amenazada. Naturalmente, fui
tomando nota de toda esta reflexión comunitaria, y cuando se abrió el
concurso pensé que fusionar todas estas ideas en un ensayo sería la prueba de
fuego para la validez de mi empeño en contagiar a los argentinos la pasión por
el rescate de la palabra. Mi estrategia y mi propósito fundamental fue
convencer al jurado de que la palabra es una prioridad absoluta para nuestra
recuperación como sociedad hablante y pensante. Naturalmente, tuve en
cuenta que los temas políticos, históricos, económicos y sociales, que son los
que prevalecen en este momento, serían rivales legítimos en estas
circunstancias.

Me pareció importante, además, trazar un diagnóstico severo sin dejar de


señalar, al mismo tiempo, los proyectos que pudieran volver más visible una
conciencia del habla que nos devuelva plenamente la confianza en la energía y
alegría de la palabra, esa fuerza sagrada que a pesar de todo permanentemente
nos habita. El premio, entonces, no me corresponde exclusivamente como
persona sino -eso creo y eso espero- como representante de un viviente y
vigoroso grupo que está alerta ante los ataques que sufre la palabra, sí, pero
que también sabe que esos ataques no pueden nunca destruir ese carozo
central de gozosa identidad y comunidad que es nuestro lenguaje. Estamos
entonces ante una batalla que no es sólo una batalla sino también una
esperanzada celebración. Estamos ante la fiesta de la palabra.

Mal traída y mal llevada como está, la palabra encuentra lugares de resistencia,
y este libro quiere ser ante todo un lugar de resistencia. Si la palabra está bajo
fuego enemigo es porque la fuerza y el poder de la palabra son temibles, y de
allí la necesidad de aniquilarla. De la palabra nace el espíritu crítico y la
inspiración creadora, de la palabra el juego, el poema, el canto y el amor, de la
palabra nacen la memoria y el conocimiento, de la palabra nace la libertad. Y si
se quiere destruir con tanto ahínco la palabra es porque se necesita una
sordomudez fundamental para aceptar la inmensa cantidad de chatarra
política, comercial y mental que nos rodea y nos asfixia sin cesar.

Yo propongo, en tren de celebración, que salgamos de los bellos salones del


Alvear, de esta preciosa y generosa fiesta que nos ofrecen LA NACION y
Sudamericana. Salgamos en un vuelo imaginario de nave espacial, en un vuelo
feliz, y aterricemos bajo las estrellas en algún lugar desierto y desnudo de La
Pampa, donde brillara como la zarza ardiente un inmenso fogón. Y acaso
entonces nos encontraríamos con Don Segundo Sombra contándonos un
cuento endiablado, con Borges entonando una ironía, con Martín Fierro,
consolándose con su cantar como el ave solitaria. Y en el centro de la fogata,
ardiendo sin consumirse, la primera página del Facundo de Sarmiento. Y
alrededor, cantando, Leda Valladares y una desgarradora coplera colla; y Ana
María Bovo más allá contando sus deliciosos cuentos, y María Elena Walsh
con una canción para los chicos, y un cantautor de San Telmo, y un payador
amigo de Félix Luna entonando sus estrofas, y un grupo de chicos cantando
en un rincón de barrio una canción de Jorge Drexler.

Y Olga Orozco recitando un poema como si fuera un tango y cantando un


tango como si fuera un poema, y el Teuco Castilla, tan hijo de su padre, el
gran Leopoldo Castilla tan de Salta, diciéndonos de sus grandes viajes
estelares, y Santiago Kovadloff improvisando con su maravilloso pico de oro,
y los talleres de Marcos Silber y Ana Emilia Lahitte derramando poesía por
todas las rincones, y Fabiana Rey inventando y dramatizando grandes diálogos
de poesía con retazos de poemas de Alejandra Pizarnik y de Idea Villarino. Y
más y más y más. Y nosotros felices, emborrachándonos de alegría con las
hermosas palabras que sí supimos conseguir.

Y siguiendo con nuestra fantasía, imaginemos luego que la nave espacial nos
devuelve a un living donde nada falta pero acaso todo sobra, un living donde
estamos sí, muy seguros, pero también secretamente aburridos hasta la
muerte, un living donde se nos dispensan semanalmente treinta horas de
fútbol, veinte de recetas culinarias, cuarenta de niñitas desnudas y cincuenta
entre discursos políticos y discusiones económicas o telenovelas bocasucias,
que más o menos en algún momento parecen llegar a ser lo mismo.

Entonces recordaríamos el gran fogón apasionado del que venimos y


sentiríamos que detrás de todas esa hojarasca, detrás de toda esa mentira,
detrás de toda la blasfemia, detrás del chisme mal nacido y del griterío
ensordecedor, detrás de toda esa vieja y arrastrada trivialidad que aún no
hemos desandado, se esconde la negación de la palabra, la férrea voluntad de
destierro de la palabra, un exilio que se nos impone contra nuestro deseo más
profundo, contra nuestra inocencia y transparencia más profundas.

Yo pido y exijo para todos nosotros el lugar de la palabra. Palabras para


extendernos al sol y para bañarnos de luna. Palabras para hacer un fuego,
palabras para hacer un juego, palabras para hacer el amor, palabras para hacer
la paz, palabras para rehacer y renacer nuestro hermoso, querido y
vilipendiado país.

Hermosas palabras, palabras ciertas, palabras que nos curen y nos hagan
resucitar. Palabras dignas, ardientes, transparentes, valientes. Palabras para
celebrar la palabra. Para nosotros, para nuestros hijos y para todos los
hombres de buena voluntad que quieran habitar el suelo argentino.

Por Ivonne Bordelois

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