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Un hombre casi bajo un paraguas negro 1

1. Lo que se ve.
La foto, como casi todas las de la época, es en blanco y negro. Tiene una fecha precisa:
17 de noviembre de 1972. Y constituye un ícono de altísima significación, no sólo por los
innumerables los elementos que podemos leer hoy en ella, sino por lo que el instante
congelado por el disparo del fotógrafo representa en la historia de nuestro país.
Por encima de todo, el
elemento más destacado, que
desplaza el eje central de la toma
hacia la derecha, es un paraguas
negro. De lo que sería el vértice
del paraguas se despliegan, como
los catetos de un triángulo, dos
líneas imaginarias, que se apoyan
sobre un auto blanco, delante de
cual hay un Fairlaine. Dentro de
ese triángulo se concentran
personajes muy representativos
de toda una época. Antes de dos
años, tres de los personajes que
allí se ven, ocuparían la
presidencia de la Nación.
Es obvio que es un día de lluvia, lo cual puede -a su vez- hacer obviar o no la
alusión a otra lluvia en otro día célebre. Y aunque es imaginable la presencia militar en
ropa ciudadana, se advierten dos policías en sendas motos, las piernas de un soldado con
ametralladora y, recortado arriba, a la izquierda, el fatídico baúl de un Falcon
posiblemente verde.
No hay que olvidar que la Argentina en ese momento es gobernada por una
dictadura militar , cuyo jefe había dicho que al hombre que está en el centro de la foto,
casi debajo del paraguas, no le daba el cuero para hacer lo que en ese momento está
haciendo, esto es, volver a la Patria.
Se advierte que el hombre que sostiene el paraguas en ese momento parece
agitarlo, como saludando a alguien ubicado detrás de la cámara. El hombre del paraguas
es de estatura más bien pequeña y luce grandes bigotes. Su nombre es José Rucci y en ese
momento es secretario general de la CGT. Antes de un año moriría torpemente
asesinado, en una acción siempre atribuida y a la organización fundada por el hermano

1 Publicado en Un hombre casi bajo un paraguas negro, Cántaro de Piedra, Río Cuarto, 2013
del hombre de traje claro ubicado a su izquierda (a la derecha de la imagen). Ese hombre
que cuando termine de cruzar los brazos, se seguirá llamando Juan Manuel Abal Medina
y teniendo 27 años. Por esos días el hombre que en el centro de la escena y casi debajo
del paraguas levanta los brazos, lo designaría secretario general del Movimiento
Peronista. En el otro costado hay una señora de anteojos oscuros, envuelta con un
tapado de piel. Se llama María Estela Martínez. Es la mujer del hombre que está casi bajo
el paraguas. Sería también su vicepresidente y, poco más de un año y medio después, su
sucesora hasta el inicio del último golpe militar.
Junto a ella aparece otro hombre vestido con un traje claro, como el de Abal, a
quien lo uniría mucho más que esa coincidencia. Ese hombre, de profesión odontólogo,
se llama Héctor Cámpora y es en ese momento el delegado personal del hombre que está
casi bajo el paraguas negro. Hombre leal, muy querido y apoyado por la “juventud
maravillosa” que seguía al hombre que está casi bajo el paraguas, antes de cuatro meses
sería elegido presidente. Producido el golpe de 1976 salvó su vida zambulléndose en la
embajada de México en Buenos Aires, adonde ingresaría, de modo no menos
precipitado, el otro hombre de traje claro, que pudo entrar allí gracias a la audacia y el
coraje de quien entonces era su mujer, la bella abogada Nilda Garré, que meses después
del día que documenta esta foto sería elegida diputada nacional.
A la derecha del hombre que casi está bajo el paraguas negro, se descubre el rostro
sonriente de su secretario privado. Se llama José López Rega y fue cabo de la Policía
Federal, además de consagrarse a la astrología y otras oculteces. Antes de seis meses sería
ministro del bienestar social y organizador de una estructura terrorista paraestatal,
dedicada a asesinar militantes de izquierda. Rodeada de un halo de misterio y farolería, su
figura representó uno de los peores momentos de nuestra historia, siendo sólo superado
por el accionar sistemático de las bandas represivas de la última dictadura, cuyo camino
en buena medida allanó.

2. Lo que no se ve
Lo que la foto no muestra es mucho más que el back stage. Lo que no se ve –la gente que
hizo que la escena que la foto muestra fuera posible- está del otro lado de la cámara, del
otro lado del aeropuerto de Ezeiza, hostigando las vallas impuestas por el gobierno
militar de Lanusse, pero en el centro mismo de la historia.
El sentido de ese 17 de noviembre está dado por los días, meses y años en los que
miles de militantes y un sector mayoritario de los argentinos lucharon para hacerlo
posible. Y además, porque ese logro señalaba el comienzo del fin de la dictadura
oligárquico-militar que sometió al país entre 1966 y 1973. Por eso el logro de un sector
de la militancia popular comprende a todos los que aún no compartiendo la misma
identidad, sí compartían la lucha contra la dictadura y seguramente un proyecto que iba
más allá de la recuperación de la democracia.
Fue así que a fines de la década del 80 surgió la idea de instituir la fecha como Día
de la Militancia. Obsérvese que, a pesar de la fecha elegida, no se emplea ningún adjetivo
identitario. Se habla del Día de la Militancia, sin más.
Y en esta referencia tienen cabida no sólo la “juventud maravillosa” que luchó
junto a los trabajadores para traer de vuelta a su líder, sino también la no menos
maravillosa juventud no peronista.
Esto es, la juventud que floreció entre los 60 y los 70, y estalló en el Cordobazo. Pero
también la militancia de la Resistencia con Cooke a la cabeza y los Reartes y el
riocuartense Cacho El Kadri.
Y ya no es solo de la juventud de quien se habla. Sus raíces van mucho más lejos.
Hablamos de la militancia radical de Paso de los Libres, de Lebenson, de los forjistas. De
los heroicos anarcos que alfabetizaban y organizaban peones en el campo y obreros en
los barrios pobres. De los militantes del socialismo positivista, que amaba a Ingenieros y
seguía a Palacios. Y de los que impulsaron el Partido Socialista Internacional, precursor
de ese singular pecé, generador de políticas erróneas y militantes ejemplares.
Como suele ocurrir, el hecho en sí –el 17 de Noviembre-, tomado aisladamente,
puede carecer hoy de sentido. No así la reivindicación, el homenaje y la exaltación de la
militancia que asume la política como un compromiso pleno, en el que se juegan el
descanso, la poca o mucha fortuna, el confort, la profesión, la libertad, la salud y la vida.
Esa militancia sólo se entiende como antagónica al accionar de los operadores, cajeros,
valijeros, influyentes, amigos de alguien y, usualmente, lacayos enfáticos de cuanto mandón se planta en
el poder. Porque militancia no es repartir bolsones, chapas o colchones para ganar
voluntades.
La militancia no limita la política a
periódicas aventuras electorales, sino que
comprende la lucha por lo que Yrigoyen
llamaba “la causa”, y que se centra en la
construcción de una sociedad más libre,
más democrática, más justa y solidaria
con lugar para todos.
Hablamos de militancia, es decir,
del accionar de quienes no cobran ni
pagan las pintadas, de quienes no
necesitan camarógrafos para visitar los
barrios pobres. La militancia no compra ni vende fichas de afiliación, y no aporta ni
cobra dos millones de dólares para que un economista al servicio del capital financiero
llegue a ser diputado por una provincia con una heroica historia militante como la
nuestra2.

2 Córdoba.
El Día de la Militancia tiene sentido desde la concepción de la política como el
supremo hacer en esta vida que se sabe única.
Nuestra sociedad ha dado tributo a esa noción de la política como arte de hacer
posible lo necesario, a partir de asumirla como estadio superior de la ética. La historia
reciente exhibe 30.000 casos ejemplares de ello. Por eso es válida la recordación, y el
fortalecimiento de un modelo de acción política cotidiana que decididamente asume la
militancia como celebración de la vida.

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