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Doctorado en Filosofía
Seminario: Filosofía Política de la Educación
Profesor: Alejandro Cerletti
Segundo Trimestre 2010
¿Ignorantes o integradores?
Reflexiones sobre los límites de la educación
en relación la libertad y la justicia
En dicho esquema, el que sabe, enseña y el que ignora (mejor aún, el que quiere
aprender), aprende. La precisión viene al caso, dado que implica por un lado, un
deseo de aprender y una actitud de aprendiz. El buen aprendiz, es una persona que
sabe que no sabe y que acepta estar ante alguien que sí sabe, ante alguien que
sabe más que él y que por ello impone las reglas. Y aquí salta una cuestión nuclear
que hace a la referida estructura de enseñanza-aprendizaje y a su concepto: si el
ignorante no acepta las reglas, si no se somete a ellas, permanecerá en su
condición, seguirá siendo ignorante. Juegan aquí dos factores, equilibradamente
combinados: la meritocracia implícita, y la derivación hacia los particulares –la
privatización- de las responsabilidades sociales.
1
Jacques Rancière: El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual.
Barcelona, Laertes, 2003, 76 pag. Ed. Electrónica.
2
Si bien el método Jacotot, especialmente en la versión expuesta por Rancière,
genera alboroto en las buenas conciencias, en realidad no hace más que traer a la
superficie la posibilidad de aprender sin que haya alguien experto en el tema, un
maestro sabio.
Agrega a continuación:
“Más adelante, los adultos explicaban a los niños, cuando las ocasiones lo
exigían, cómo debían conducirse en determinadas circunstancias. (…) Los
niños se educaban participando en las funciones de la colectividad. Y porque
participaban en las funciones sociales se mantenían, no obstante las
diferencias, a un mismo nivel que los adultos.”5
Luego se pregunta:
2
Margaret Mead: Adolescencia y cultura en Samoa, Buenos Aires, Paidós, 1990, 307 paginas.
3
Aníbal Ponce: Educación y lucha de clases, en Obras Completas, Buenos Aires, Cartago, 1974,
edición a cargo de Héctor P. Agosti, pags. 289 – 292.
4
Id., pag. 290.
5
Id. , pag. 291
3
“Si no existía ningún mecanismo educativo especial, ninguna “escuela” que
imprimiera a los niños una mentalidad social uniforme, ¿en virtud de qué la
anarquía de la infancia se transformaba en la disciplina de la madurez?”
Y se responde:
Con lo cual tenemos a la vista ejemplos de que existen alternativas al modelo del
maestro sabio, al que llamaremos escolar.
6
Id. Ibid. Itálicas del autor.
4
La pregunta es (o las preguntas son): qué es ese sabio y por qué la escuela se
monta sobre el esquema del sabio explicador, dejando de lado la posibilidad de
pensar en otros modelos que, aun sin llegar al extremo del maestro ignorante,
podrían ser considerados como válidos. Una muestra de lo dicho es que, dentro de
las “nuevas” modalidades de enseñanza, la de educación a distancia –que, en
apariencia trabajaría sobre la individualidad del aprendiz- no deja de lado la idea del
maestro explicador, asignándole la figura del profesor tutor, encargado de proveer
materiales, hacer comentarios, corregir y evaluar.
Es posible, entonces, entender que alguien, hijo de su tiempo, que cumple sus 18 el
año de la toma de la Bastilla, esté convencido del valor del hombre, de la igualdad de
5
todos los hombres, de la plenitud de sus derechos y de la idea de la libertad como
posibilidad infinita.
Esto lleva a suponer que alguien bien educado será quien haga y diga lo que se
espera de él.
Esto nos lleva a una conclusión, que puede funcionar a la vez como premisa: la
educación instaurada en cada cultura, en cada momento histórico, deja como
producto una sociedad adiestrada para hacer ciertas cosas, abstenerse de otras,
actuar y, sobre todo, pensar de determinada manera, es decir, según los cánones
que esa cultura situada, considera válidos, buenos y necesarios.
Esto puede llevarnos a responder una pregunta que había quedado a medias
formulada: ¿por qué en el modelo pedagógico dominante en nuestros días no hay
lugar para el maestro ignorante? Porque Jacotot niega ese modelo, ya que su
esquema / recurso / modelo se funda en la confianza en la potencialidad de los
hombres libres, creadores y solidarios, que con la suficiente voluntad, pueden
superar las barreras de lo desconocido.
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Y es imposible que el modelo escolar acepte lo que en términos políticos se podría
describir como una construcción “desde abajo”. La razón de esto es muy simple: el
modelo escolar necesita graduar, encuadrar, regular, dosificar “desde arriba”. Por
más que en la academia, en los profesorados y en las facultades, en los congresos
pedagógicos, la educación sea puesta en cuestión, incuso con posturas muy
severas, en la Argentina el sistema escolar (primario y secundario), no es
democrático: es verticalista y tiene notables similitudes con el régimen militar.
Puede entenderse a la educación como un músculo con varias fibras que, aunque
movidas por impulsos afines, tienen cada una de ellas funciones específicas en
cuanto al accionar integral de dicho músculo. Así, unas fibras programan la lógica del
pensamiento, otras aportan técnicas de supervivencia, otras describen el sistema y
explican su sentido. Pero la lógica funcional de base del sistema (la educación como
un todo) es el reconocimiento, la aceptación y la consideración favorable de las
restricciones a la libertad.
D. La educación argentina nació en una versión radical de la matriz que, con trazos
muy duros, se describe más arriba. Dejando de lado los métodos disciplinarios de las
escuelas confesionales, campeó en nuestra historia inicial una interpretación
considerablemente brutal de la ilustración. Rivadavia en sus días y sus seguidores
doctrinarios Mitre y Sarmiento, especialmente este último, hicieron un lema de
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aquello de que “la letra con sangre…” y antes de sembrar los míticos cientos de
escuelas se encargaron de sembrar de cadáveres el territorio nacional.
“¡A palos!” era el método civilizador adoptado y predicado por el sanjuanino para
doblegar a la barbarie que él mismo había establecido como categoría.
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toda la honestidad intelectual que les es posible, se animan a la crítica argumental,
en un momento flaquean. Veamos si no.
III. Es más fácil mover una estatua grande que el mito que le da sentido.
Pero aun quienes sostienen posturas críticas y transformadoras, con diversos grados
de radicalidad (desde los “que se vayan todos”, por ejemplo, hasta el universo de las
izquierdas en sus diversas gradaciones), creen en la validez de la educación, de esta
educación vertical, de este modelo de sabio explicador que dice Rancière. Pero,
¿cómo no creer en la educación? ¿Acaso la movilidad social en la Argentina no lo
demuestra así?
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B. El peronismo significó en la Argentina un proceso claramente revolucionario;
profundamente revolucionario en algunas cuestiones, y de modo muy especial en lo
cultural y en las derivaciones o nervios ideológicos de lo cultural. Ello, acaso a pesar
de su fundador, conductor y teórico epifánico: el propio General Perón.
Pero tal vez lo más impactante se registre en el plano de la distribución de los bienes
culturales y de aquellos bienes materiales cargados de una fortísima impronta
cultural. Por ejemplo, la llegada de las familias trabajadoras, de los “cabecitas
negras” a Mar del Plata; no a servir a los históricos usuarios, sino simplemente a
descansar, a gozar de las vacaciones pagas. Justo ahí.
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La respuesta ideológico-cultural se reaviva permanentemente, en quienes se quejan
por la falta de seguridad y piden mano dura, cuyo paradigma podrían ser los taxistas
fanáticos de Radio 10 y Cadena 3, que protestan por la asignación de subsidios a los
“negros de mierda”, pero aceptan gustosos los subsidios al combustible y de
quienes, de una u otra manera, tras mamar casi doscientos años de iluminismo
opacado, caen en un tristísimo ejercicio cartesiano, para nada ajeno a las fuentes de
inspiración del racionalismo que subyace en su cosmovisión.
Sin embargo, el esquema cartesiano, tal como está planteado adolece de dos
debilidades:
Por una parte, se advierte que, como se funda en lo lógico, en lo puramente racional,
es vulnerable por la simple capacidad argumentativa de los hechos.
Y por otro lado, como reduce la existencia de la razón, cada vez que la razón es
acorralada, inhibida o negada –que en los tres grados siempre es lo mismo- la
existencia humana, la condición humana, pierde todo sentido y no encuentra otro que
aquel que quiera concederle quien yergue un discurso que es presentado como el
logos imperante.
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Diariamente asistimos a las manifestaciones y consecuencias de este facho-
cartesianismo.
Conclusión
En cada estadio histórico social, las instituciones fundantes (especialmente las
encargadas de organizar a la sociedad desde lo simbólico) garantizan la vigencia del
modelo de sociedad, la existencia de las clases sociales y sus niveles de prelación y
dominio.
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la historia (una historia que el propio peronismo estaba poniendo de cabeza), sino
que enfatizó la verticalidad como criterio pedagógico e impulsó una mitología propia.
En lo que hace a las llamadas “políticas sociales”, una discusión que integre tales
conceptos, abriría las puertas a una crítica del sistema económico-social, si
realmente se quiere superar las discusiones en la superficie. De lo contrario –es
decir, si no se encara una crítica estructurar del sistema, es decir del capitalismo, tal
y como ha funcionado y funciona hoy en la Argentina, tanto las “políticas sociales”
como la educación, cuyo vínculo se da por sentado en relación con los “sectores en
situación de riesgo”, seguirán siendo parches, por muy democráticas y humanistas
que parezcan. En una sociedad justa (es decir, donde impera la justicia social)
estructuras como el Ministerio de Desarrollo Social carecen de sentido.
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Bibliografía
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