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Tecnología y letras

¿Liberación o dependencia?
(Huellas. Pistas. Rastros.)
Escribe: Hugo Perez Navarro

El título en parte alude a una consigna que entre fines de los 60s y mediados de los 70s cruzó toda
Nuestra América, como decía José Martí, para diferenciarnos de quienes no conformes con saquear
gran parte de nuestras riquezas materiales, se apropian también del gentilicio “americanos”. Y si bien
hoy el continente no está, como en aquellos días, bajo las botas de las dictaduras sangrientas y
entreguistas, es evidente que, en general, las condiciones sociales y políticas de nuestros países no
han variado mucho.
Antes bien, en muchos casos puede advertirse un agravamiento de la situación, en gran medida
debido a la capacidad de destrucción material y moral desplegada en nuestro continente por el
neoliberalismo. Es decir, por la expresión política y cultural del capital financiero, que es la forma
dominante del capital en esta etapa histórica. Esta ecuación económico-política se instala y sostiene
mediante instituciones amañadas, dirigencias integradas a los intereses de los saqueadores y medios
de comunicación que son parte de esos entramados. Con una sutil perversidad que induce -en
personas y sectores sociales- cierta sensación de holgura moral, desplegando alguna ilusión de
presunto bienestar, fundado en el acceso a la tecnología y a algún consumo estéril.
Huellas
La periodista y guionista francesa Laurence Debray escribió un libro ágil, cálido y ciertamente
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atrapante: Hija de revolucionarios. Desde el título, el texto es menos la biografía de la autora que la de
sus padres: la venezolana Elizabeth Burgos y del francés Regis Debray, cuyo nombre resonó entre
nosotros en los días de la derrota y asesinato del Che en Bolivia.
A pedido del Che, con quien había entablado una excelente relación, y valiéndose de datos
proporcionados por Elizabeth, que conocía bastante el país, Debray estudió el terreno antes del
inicio de las operaciones. De modo que, apenas instalado en Ñancahuazú fue convocado por
Guevara. Como, por la fuerza de las circunstancias, se empezó a combatir antes de lo previsto,
Debray debió permanecer con la guerrilla, junto con otro argentino: el legendario Ciro Bustos. Con
él, y casi al final, lograron bajar y fueron capturados por el Ejército Boliviano. Además de ser
acusado (en los corrillos de la militancia latinoamericana) de haber entregado al Comandante,
Debray fue condenado a treinta años de prisión. Pero logró zafar gracias a los buenos oficios de sus
amistades de la diplomacia francesa y a la presión de los sindicatos obreros bolivianos… Y a una
inclinación de cabeza del propio De Gaulle.
Lo cierto es que la hija de este personaje -que sería asesor de Mitterrand-, se casó con Emile-
Jacques Servan-Schreiber quien, a través de su empresa Hypermind, viene trabajando con bastante
éxito en el desarrollo de los llamados “mercados de predicción”. La propuesta consiste en optimizar
el aprovechamiento de la inteligencia colectiva de las multitudes. Su hipótesis de base es que las
respuestas a las preguntas de las encuestas o los votos en las elecciones, se basan en preferencias
personales compuestas sustancialmente de factores emocionales; es decir, altamente subjetivas. En
cambio, sostienen estos nuevos profetas, si a las mismas personas se les pide que digan lo que piensan
que realmente va a ocurrir y no lo que les gustaría que ocurriera, las respuestas surgen de un proceso
intelectual, no emotivo y, por lo tanto, más racional. “Cuando apuestan por lo que sucederá, como en un
mercado de predicción, usan la parte de razonamiento de su cerebro, y los resultados son más
poderosos”.
Con lo que -aseguran- el éxito de las predicciones -proyectado sobre universos masivos- es
más probable. He aquí, una nueva veta de tecnología que trabaja sobre las personas para ganar
beneficios que no son para éstas.
Pistas
Lo interesante es que Emile Servan-Schreiber, el marido de Laurence y yerno del finado Debray, es
hijo de otro personajón francés: Jean-Jacques Servan Schreiber, conocido como JJSS.
Editorialista político de Le Monde, a los 25 años, Jean-Jacques fundó, cuando empezaba la
década de los 50 y él tenía 29, el diario -luego revista semanal- L’Express, convirtiéndose en figura de
la política y la comunicación francesa anche europea.
Al advertir que, dado su potencial económico y tecnológico y su capacidad de
gerenciamiento y administración de los recursos, Estados Unidos pasaría por encima a Europa, y
con la idea de explicar la situación, escribió en los 60s., El desafío americano, libro que, traducido a
varias lenguas, vendió millones de ejemplares en todo el mundo. Sobre esos conceptos, JJSS empezó
a plantear la necesidad de que los Estados europeos conformaran un ámbito económico y una
estructura política comunes con una moneda única.
Tiempo después, y ante el impacto de la informatización de Japón y las crisis recurrentes en
los todavía llamados países del Tercer Mundo -que aunque ya no son llamados así, conservan el
atraso y la pobreza de aquella época-, Servan-Schreiber publicó El desafío mundial, especie de
manifiesto o prospecto sobre el futuro informático del mundo.
Este trabajo y La era tecnotrónica, del ex consejero de seguridad nacional de James Carter,
Zbigniew Brzezinski, leídos entre 1981 y 1982, permitieron a muchos de los que habían estado fuera
del mundo en los años de la última dictadura, tener un panorama bastante claro del mundo con el
que se encontrarían.
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Es interesante observar que los saltos dados por la tecnología electrónica de entonces a hoy
han superado las hipótesis más optimistas sobre todo de Servan-Schreiber, quien, en su entusiasmo,
afirmaba con plena convicción que el desarrollo de la informática contribuiría mejorar drásticamente
el mundo. Porque, si bien la robotización que entonces arrancaba, podría restar puestos de trabajo,
la expansión general del fenómeno informático iba a explotar en millones de nuevos empleos en
países superpoblados y super pobres como la India. En otras palabras: la tecnología liberaría al
mundo del hambre y la pobreza. Eso no ocurrió. No hubo tal liberación. Y aun cuando hoy vemos
cambios tremendos en la cultura de gran parte de los países, la explosiva demanda de nuevos
trabajadores sigue esperando.
Rastros
Julio Cortázar recuerda por ahí que, en un almuerzo que compartían con José Lezama Lima, el
cubano tomó su vaporizador antiasmático, se lo llevó a la boca, dio una aspirada y siguió comiendo.
Lezama, un escritor monumental, en todo sentido, escribió una novela monumental -
Paradiso- y desplegó una monumental sensibilidad estética en cada línea que dejó para la imaginación
de nuestros sentidos. Era hijo del director de la Academia Militar del Morro, el coronel José María
Lezama y Rodda, quien, se ofreció como voluntario para combatir junto a los aliados en la “Gran
Guerra” (1914/18). Eso lo obligó a entrenarse en Fort Barrancas, Pensacola, Florida, pues los
norteamericanos se habían metido en el asunto en 1917. Allí contrajo una gripe feroz y repentina
que se llevaría su vida. La enfermedad pronto sería conocida como influenza o “gripe española”.
Hay una versión paranoica que circula por las redes -acaso fake-new, pero nunca se sabe- que
atribuye al ejército estadounidense el haber propagado deliberadamente la epidemia en Francia, país
al que consideraban como posible rival en cuanto a liderazgo internacional después de la guerra.
En un artículo publicado en la revista Biomédica, en marzo de 2019, se menciona a la
socióloga Beatriz Echeverri Dávila, quien en una investigación dice que es posible afirmar que la
llamada ‘gripe española’ tuvo su verdadero origen en el campamento Funston, en Kansas. Como sea,
en la pandemia más atroz del mundo (1918 y 1919) murieron entre 50 y 100 millones de personas en
todo el mundo, más del doble o hasta el quíntuple de la cantidad de muertos que dejaron los cuatro
años de guerra. Dos tercios de las víctimas murieron en un solo trimestre y la mayoría tenía entre 18
y 49 años. Los números hubieran provocado una sonrisa triunfal de Robert Malthus (1776-1834),
quien sostenía que como la población crece geométricamente y los recursos lo hacen en forma
aritmética, volverían las hambrunas y conflictos para regular el equilibrio, como históricamente lo
hicieran las pestes y las guerras.

Ahora bien: en estas semanas de encierro la tecnología (electrónica que, como sabemos no es la
única existente) tuvo su momento estelar. Celulares, tablets, notebooks, y computadoras de
escritorio se convirtieron en los objetos más importantes de las vidas de millones de personas. Los
televisores digitales revalidaron su antiguo reinado y se incrementó el uso de Netflix y las
plataformas del tipo. La actividad de los docentes pasó a volcarse por muchas de esas vías y
explotaron las tele-conferencias, tele-clases y tele-reuniones de todo tipo. La tele-vida puso en
primer plano el hecho -hasta ahora casi imperceptible- de que además de vivir en departamentos,
casas, barrios y ciudades, vivimos en una imperceptible e insoslayable red electrónica, cuyas vías, en
algún punto, invariablemente conectan con toda la red. Con una red por la que circulan nuestros
nombres, datos personales, amistades, aficiones, preferencias políticas, sexuales, nivel económico,
nivel educativo, hábitos de consumo, ingresos, egresos…: todo. Pero, tranquilicémonos: es una red
de la que no podemos escapar.
Y esta es una de las enormes paradojas. La tecnología, que llegó para liberarnos -del 3
esfuerzo, las distancias, las ausencias, el aburrimiento, las enfermedades, las complicaciones
financieras, infinidad de carencias y dificultades, la fealdad, el hábito de pensar, el aburrimiento, etc.,
en este caso nos libera -virtualmente- del encierro. Pero nos encierra en una red/jaula cuyos límites
son invisibles e infinitos.
La liberación, por la vía de la paradoja, remite a su contrario: la dependencia. Y esto pasa a
ser la normalidad. La tecnología es no ya el Gran Hermano sino la Gran Madre Tecnología.
Dependemos de medicamentos, telas, teles, celus, comunicaciones, etc. Dependemos de ella.
Durante estos meses hemos escuchado de boca de muchos amigos y conocidos serios y
respetables, aunque también de los augures televisivos, que no vamos a volver a la “normalidad” que
conocimos, sino que tendremos que cambiar muchísimos hábitos de forma drástica. Se insinúa que
habrá otra normalidad y que las cosas no serán como antes. El relajamiento y el retroceso ocurridos en
Buenos Aires demuestran que no hay garantías de nada. Sin embargo, puede pensarse que, si hay
algo comparable al optimismo bobo, es el pesimismo reflexivo, al estilo de Spengler.
Eduardo Galeano comenta en alguno de sus maravillosos textos que, en los primeros años
de la década de 1920 (hace unos 100 años), después de aquella pandemia, la gente había dejado de
darse la mano para saludar.
Sin embargo, muy poco después, el mundo -todo el mundo- se olvidó por completo de los
casi 70 ó 100 millones de muertos que, sumados a los 20 millones de la guerra, hubieran dibujado un
colmillo afilado en la sonrisa de Malthus. Es duro aceptarlo, pero parece que es así como somos.

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