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L A M E M O R I A D E L F É N I X

Directores:
Juan G. Atienza
y Javier Ruiz Sierra

1. Cinco íiwíní/i's apañóles de alquimia. Edición: Juan Eslava Galán, ANA MARTÍNEZ ARANGON
2. Francisco Botello do Moraos: Historia ¡le las C.uevas ¡ir Salamanca. Introducción: Fer-
nando R. de la Flor. Edición: Eugenio Cobo.
3. Sociedades secretas del crimen en Andalucía. Estudio, selección de documentos y notas:
Manuel Barrios.
4. Ana Martínez Arancón: Geografía de la eternidad.
5. .Sumos y procesos de Lucrecia de León. Prólogo: María Zamhrano. Comentarios: Edi-
son Simons. Estudio histórico y notas: Juan Blázquez Miguel.
Geografía de la eternidad
En preparación:

Gabriel García Maroto: La nitei'a liípaña, 1930. Estudio preliminar: José Luis Morales
Marín.
Ramón Sibiuda: Libro de las criaturas. Traducción, prólogo y notas: Ana Martínez
Arancón.
Querella del Apóstol Santiago y Suma de papeles liberales. Estudio preliminar y notas de Ma-
nuel Barrios.
Emilio Sola: Un Mediterráneo de piratas: corsarios, renegados y cautivos.
A Javier Ruiz y Julia Castillo,
que edifican sobre roca

Diseño de colección y cubierta: Carlos Serrano y Ricardo Serrano

Impresión de cubierta: Gráficas Molina

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro pueden


reproducirse o transmitirse sin permiso escrito de Editorial Tecnos, S.A.

© Ana Martínez Arancón, 1987

© Editorial Tecnos, S.A., 1987


O'Donncll, 27 - 28009 Madrid

ISBN.:84-309-1513-3
Depósito 1.f.siiil: M-4()4S(i-|i)s"

Printed in Spain. Impreso en España por Unigraf, S.A.


Avda. Cámara de la Industria, 38. Móstoles (Madrid)
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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN Pag. 13
1. Barroco y Contrarreforma 14
2. El papel de los jesuítas 18
3. Los sentidos 24
4. Las imágenes 29
5. La corte 34
6. Los predicadores 42
7. El tema de las postrimerías 51

I. EL INFIERNO 55
1. Describir el Infierno 57
2. El lugar del Infierno 60
3. Condenados y verdugos 65
4. Lugar de tormentos 75
5. Los sentidos en el Infierno 96

II. EL CIELO 125


1. Describir el Cielo 127
2. Prefiguraciones 137
3. El lugar del Cielo 146
4. Los habitantes del Cielo 177
5. La corte celestial 214
<; E O G R A F I A I) F. I. A F. "T F. U N I D A 1)

6. Lugar de placeres 235


7. La gloria de los sentidos 249

BlBLIOC.RAHA 265

INTRODUCCIÓN

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Mi propósito en este libro es analizar el pensamiento de tra-
tadistas y predicadores españoles del_siglo XVII sobre un aspecto
concreto: el ciclo y el infierno en_cuanto entidades físicas y rea-
les, no meramente como estados de un alma espiritual e inmortal.
Esto tiene, por un lado, el interés de abordar la lectuTa_dc..las
predicadores bárremeos, que, lejos de constituir una tribu. unifor-
ñícTñerítFespáñtosa, como nos hace creer la aiotosufiaénte_ca£Ír

dignamente el alto nivel estilístico de la época^inj^grándose_en


las corTreTrtcs^efTrlTs"áfü^~l^daTlís7^t~e"ma refleja la menta-
lidad 3eí"cspáñot~dcrsiglo XVII por dos caminos: primero, por-
que los sermones y la literatura religiosa tenían entonces una enor-
me influencia. Más de la mitad de los libros que se publicaban
anualmente eran religiosos, y además los analfabetos, que eran
la mayoría de la población, sólo accedían al inundo de la cultura
a través de manifestaciones públicas y orales, como el teatro y
el sermón. Del rey al último villano todo el mundo oía sermo-
nes. Y todos se apasionaban por lo oído, y comentaban las vir-
tudes y defectos del orador con el mismo entusiasmo con el que
discutían la última comedia.
En segundo lugar, el tema de la vida después de la muerte
resulta particularmente significativo. Como esta vida no puede
ser demostrada científicamente y sus pruebas racionales son en-
debles, su creencia se apoya sobre todo en el deseo, y por esc)
13
GEOGRAPIA DE LA ETERNIDAD lNTRODuccrON
el hombre proyecta en ella sus ilusiones, y, al describirla, descri- consuelo de plasmarse en un modelo de vida, ni de reposar en
be sus ideales y sus valores, lo que entiende por una vida per- la exterioridad de un rito, pues aunque se acepta, por un acto
fecta en una sociedad perfecta. Así, refleja también sus insatis- puro de fe, la existencia de D ios, nada podemos saber de su na-
facciones, su fracaso. Y desnuda aquí su alma tanto más eficaz- turaleza, y nuestra razón, nuestro criterio, no nos ofrece ningún
mente cuanto menos sospecha que lo hace, por hablar de algo dato, no garantiza ninguna posible coincidencia entre su estruc-
aparentemente tan lejano de su vida cotidiana. Por eso me he tura pensante y nuestros cerebros. A esto se opone la Iglesia por
centrado en los aspectos materiales del cielo y el infierno, por- varios medios. En primer lugar, establece definitivamente un dog-
gue es ahí, en los detalles, en el lugar donde parece reinar la fan- ma cerrado y coherente y lo cataloga y orde!)a en el Catecismo
tasía, donde podremos sorprender, desnuda y en su espejo, la tridentino, pero no se mete en honduras teológicas, y rechaza
vida de nuestros mayores. Sabremos de sus esperanzas y de sus Ta especulación sobre los misterios de la fe, prefiriendo la clari-
sueños, de sus tenlores y de sus gustos. Los comprenderemos dad de unas pocas afirmaciones a la extensión del conocimiento
l11cjor y vivirán de nuevo para nosotros. y a la elaboración de un verdadero sistema que pueda explicar
toda la complejidad de su propio dogma. Así, los teólogos ca-
tólicos se ocuparán tan sólo de problemas de detalle, y precisa-
mente de aquellos detalles que más pueden acercar la religión
a la vida cotidiana, a las preocupaciones del hombre de la calle :
1. BARROCO Y CONTRARnEFORMA cuestiones prácticas de moral y determinación de algunos pun ...
tos eoncretQs del dogma en lo referente a devociones muy arrai-
El título de este apartado es casi un tópico. Las relaciones entre gadas en el pueblo (la Virgen - el problema de la Inmaculada
un estilo artístico y un acontecimiento político o religioso son Concepción sobre todo-, los santos, los ánimas del purgator~o I
sielupre discutibles si se toman como un estricto causa-efecto -cuya devoción era como un punto de dIalogo y contacto con
aplicado punto por' punto. Sin embargo, si no de causalidad, si los seres querIdos 111uertos y recogía la tradiCIón, casI tan anti
cabe hablar de influencias, pues, al fin y al cabo, quien paga, man- gua como el hombre, del culto a los antepasados y el asunto de
da, y, en aquellos tiempos, los principales clientes y mecenas de la propia salvación, el cielo y el infierno -cómo son, qué hacer
un artista o de un escritor eran la Iglesia y la Corte, y también para ganar el uno y evitar el otro-). Todo esto es, sin duda, li-
podemos hablar de afortunadas coincidencias entre los....m.ud..s mitado, pero tiene la ventaja de que es claro y concreto, fácil-
de expresión barrocos )é.las finalidades y contenidos de la pro- mente comprensible, directo. Son casi las cualidades que se exi ...
paganda contrarreformista. Es una mentalidad paralela, como dos gen para un mensaje publicitario, y, verdaderamente, en tan di ...
." (arrunos que corren uno Junto al otro, que, en ocasiones, se en- ficiles momentos, la Iglesia, a afirmada en sí misma or el Con ...
trecruzan, y a veces, se funden en uno solo. cilio de Trento, se anzó a una esa ora a propa~, y tal vez
Tras la reforma protestante, la Iglesia vio los peligros de una las cuahdades del barroco como arte ubhcltario, or su ex re-
religión racionalizada, austera e individualista. La razón llevaba, slorusnlo, su rea isnlo, que e a un aire má~op.u1u:, menos iI'!:.
por un lado, al libre examen, con la consiguiente repulsa de la t¿lectuahzado que elldealislno renacentista! su grandilocuencia
autoridad papal, y, por otro lado, en casos extremos, a un di- y ~u gusto por el símbolo y el emblemá, forma partIcu]Jrm:;:;;te
vorcio total entre la vida cotidiana y la religión. Al no existir apta para traducir lo abstracto en térnunos concretos y fácilmente
argumentos racionales capaces de probar suficientemente los dog- identificables, determinaron su adopción como vehículo oficial
mas religiosos, quedan dos posibilidades, o el agnosticismo o una de las ideas religiosas -y políticas- de la época.
afirmación en la fe ciega y pura, que ni siquiera tiene el humano Además, la Iglesia no iba a desdeñar ningún elemento que
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( i 1- O (; l( A F I A 11 H I A F. T F. 1! N I I) A I I [ N I U O 1) U C (.'. I O N

pudiera hacer más eficaz su propaganda: habla al hombre todo. cié las cosas, su exterioridad, pues es en ella donde se expresa
No se conforma con saciar la razón con un dogma claro y orde- su significado profundo. Todo pasa. Pero esto se sabe a través
nado, bien estructurado entre sí con impecable técnica silogísti- del aparecer. Todo es mera apariencia, y esta realidad es precisa-
ca, sino que, antes de que la especulación pueda ir más allá, la mente en la apariencia donde se manifiesta.
acalla abrumándola, envolviéndola en un auténtico derroche de El camino hacia la verdad, en el barroco, es el desengaño (que
estímulos. Se trata de apelar a los instintos, a los afectos, a la sen- supone un engaño previo, una seducción primera, el amor en
sibilidad, provocando oleadas sucesivas de sensaciones tan en- el origen de la especulación), y este desengaño no se produce
volventes, tan continuas, que no dejen al destinatario tiempo para por un apartamiento de las cosas, sino a través de una profundi-
recuperarse, que lo sumerjan en la aceptación de un contenido zación en ellas; no supone un desdén por los sentidos, sino pre-
impuesto por la inevitable recepción de un diluvio de mensajes cisamente una agudización de éstos, una hiperscnsibilidad siempre
que le interesan a distintos niveles, que conmueven simultánea- despierta, no un insensible abandono. Esto da a la vez tanta fuerza
mente distintas estructuras de su ser. Esto también supone un y tanta profundidad al arte barroco y lo impregna de expresión,
punto de coincidencia con el barroco, por su sensualismo, su dra- de alma y de cuerpo en unión apasionada, de vida, en fin. Sólo
matismo, su aspiración de arte total, de espectáculo integrador, mirando el rostro hasta su fondo se encuentra el gesto de la ca-
y su técnica de combinar distintas artes en una sola obra, inte- lavera. Por esta característica, precisamente, el barroco permite
grando arquitectura, escultura y pintura, o escultura, pintura y casi infinitas lecturas, según el grado de profundización del re-
teatro, o poesía y pintura... El Barroco era, en realidad, un arte ceptor, y es, por tanto, un arte apto para todos los públicos, des-
intelectual. No sólo se apoyaba en una estructura fundamental- tinado a todos, y a cada uno le dirá algo distinto (o le dirá lo
mente simple y fuertemente matematizada (y eso precisamente mismo de distinta manera). Complacerá a todos por su belleza,
permitía sus audacias, proporcionaba la base para los mayores los someterá con su fuerza, los encantará con su gracia, los con-
atrevimientos, era el sólido esqueleto que garantizaba para el cuer- vencerá con su lúcida exactitud, los satisfará por la complejidad
po la seguridad en medio de la desmesura, el equilibrio que po- de sus interpretaciones. Verdaderamente, un estilo con tales po-
sibilitaba el contraste más audaz, el ritmo más inusitado, la com- sibilidades no podía ser desaprovechado por la Iglesia para di-
posición más compleja e inusual), sino que gustaba de un len- fundir sus ideas. Además, precisamente por su capacidad para
guaje complicado y sutil, que sólo el discreto sabría descifrar. expresar lo invisible a través de lo visible, se hacía particular-
Para el artista barroco, lo cotidiano, incluso lo grosero, lo feo, mente apto para los contenidos religiosos.
lo desdeñable, se convierte en materia artística no sólo por la be- Por otra parte, su sensualismo, su pompa, no sólo lo distin-
lleza de pronto descubierta por una sensualidad alerta, al fin re- guían rápidamente de la austeridad protestante, sino que daban
cuperada, que goza de la hermosura tranquila de un reflejo, de a la Iglesia un aire amable y atractivo. Se trataba de ofrecer un
un gesto, de la luz sobre un cántaro, de la sombra en un pliegue, modelo de salvación más fácil, más seguro, más cómodo. Parti-
en una arruga, sino también por su capacidad para expresar lo cularmente, para el camino hacia el cielo que ofrecían los jcsuT-
trascendente. Para el hombre culto y consciente de la época, las ta¡7 compatible cohTá^TcTa~s~ol:Tal^éirrb1e7 "adaptable á ctcíi^aadF-
cosas ofrecen, junto con su apariencia, superficie captable direc- zas y •cTRociories tuertes, suave_J^ügorcarga'"líg'era SrTfo"paH lá_
tamente por los sentidos, y precisamente a través de esa apa- monja"e?crüplIlosT^7emngá3a como para eTrü~<Jó~s75IctácTo de
riencia, un sentido simbólico, una significación destinada a la losTéTaos^TéluItlrja ideánTiTmlTcB
mente, que sabe penetrar las cosas hasta su fondo y, a través de cuente a la vezrsoberbio de concepción, 'pero co'nocectór"del"vá-
su individualidad, elevarlas a la universalidad, a la categoría de.
símbolos. Para este descubrimiento es importante la apariencia 'oTuitlmoTsc' oponía a la religión intimista e individualiza-

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G E O G R A F Í A D F L A F I K 1! N I 1) A I ) i N T R o i) u c: r i o N
da de la Reforma una religión social y colectiva. La religión, o Las razones de su influencia en la época, que fue grande e
sea, la reconciliación, el lazo con Dios, la nueva alianza, sólo puede indudable y que sería la fuente de sus futuros problemas, son
llevarse a cabo a través de la Iglesia, de la asamblea, de una insti- muchas y diversas. No es desdeñable, por ejemplo, el hecho de
tución social fuertemente jerarquizada, con estrechos lazos con que fuese una orden de origen español en un momento en que
el poder político, pero que descansa sobre el concepto de comu- España, si bien había perdido parte de su hegemonía política y
nidad, comunidad que no sólo supera las barreras de clase, igua- muchísimo de su poder económico, era el líder indiscutible de
lando, como fieles, al emperador y al galeote, sino también las la Iglesia militante, entendiendo esto incluso en su más bélico
que la propia naturaleza nos otorga con la muerte, ya que, a través sentido, y, de hecho, había perdido su dinero y su influencia po-
de la comunión de los santos, todos los fieles, vivos y difuntos, lítica por embarcarse en una serie de guerras cuyos motivos eran
se integran en una sola colectividad, en un organismo viviente, me- varios y complejos pero cuyo pretexto era, desde luego, la reli-
jor dicho, pues es, en efecto, el cuerpo místico de Cristo lo que gión. España venía a ser algo así como el brazo armado de la
forman. Unión vital, por tanto, y es, desde luego, vital mantener organización de la Iglesia Católica, el defensor a ultranza de la
dicha unión. La capacidad del barroco para el espectáculo integral, ortodoxia, el campeón siempre dispuesto a luchar por la fe, y
su concepción escenográfica de la arquitectura, su manera de in- es lógico que todo eso se pagase con una influencia española en
corporar los elementos decorativos en una estructura y de otorgar las directrices de la Iglesia y con un apoyo ideológico, por parte
un sentido iconográfico único y total a un conjunto amplio y di- de la Santa Sede, a las empresas políticas españolas. No es de ex-
verso, su comprensión de la retórica y el teatro como elementos trañar, visto esto, que una orden religiosa de origen español go-
aglutinadores de masas, resultaron, sin duda, sumamente útiles para zase de una posición privilegiada, y mucho más en la propia Corte
este fin. La función religiosa, el sermón, el oficio, la celebración, de Madrid, cerrada sobre sí misma, recelosa de todo lo extran-
no solamente reforzaban el lazo de cada uno con Dios, sino que, jero, temiendo que tras cada individuo nacido fuera de nuestras
sobre todo, fortalecían el sentimiento de comunidad, ponían de re- fronteras pudiera ocultarse un hereje en potencia o un enemigo
lieve la pertenencia de cada fiel al gran organismo, a la Iglesia, y que simula amistad, y que, por tanto, sólo estaba dispuesta a otor-
fortalecían la cohesión de la asamblea, todo gracias a unos elementos gar su confianza y a favorecer la influencia de una orden origi-
estilísticos inteligentemente aprovechados. naria del propio país, pues ser español equivalía casi a una ga-
rantía de respetabilidad religiosa.
En segundo lugar, y teniendo en cuenta que la época barro-
ca se ha designado, tópicamente, como era contrarreformista, co-
2. EL P A P E L DE LOS J E S U Í T A S mo veíamos en el apartado anterior, la influencia jesuistica se ex-
plica por cuanto que los teólogos de esta nueva orden tuvieron
No es posible olvidar el papel de una orden religiosa que, un papel muy destacado en el Concilio de Trento, llevando la
a pesar de haber sido fundada casi en aquellos días, alcanzó muy voz cantante en los debates y haciendo sentir su opinión en las
pronto una profunda influencia en todos los estratos de la vida; conclusiones y en la redacción de los documentos finales. Los
me refiero a los jesuítas. No podría dejarlos de lado aunque qui- nombres más notables son los de los padres Laínez y Salmerón,
siera, pues la mayor parte de los libros que tratan el tema de la pero no fueron los únicos. Se ha dicho, y por autores muy seve-
vida después de la muerte, enfocado además desde un punto de ros, que fue tal la influencia de los jesuitas españoles en Trento
vista descriptivo, están escritos por jesuitas, y a la misma orden que éste fue un concilio más español que ecuménico. Es natural
pertenecen también los autores de los tratados más completos que un prestigio ganado en escenario tan público y en momen-
y sistemáticos sobre el tema. to tan crucial perdurase durante los años posteriores, y que las
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< í E O G U A M A 1) E L A E T K U N I 1) A 1) N "I U O 1) U C C I O N

líneas generales de la política eclesial estuvieran teñidas por su para el pecador, que se encontraba con una moral más humani-
carácter. zada, más personalizada, donde los detalles tenían importancia,
Tampoco podemos olvidar el hecho de que los jesuítas, ade- donde su pecado no era una monstruosidad absoluta que lo abru-
más de los votos obligados de pobreza, castidad y obediencia maba y lo precipitaba en la desesperación, sino algo previsto por
que comparten con el resto de las órdenes religiosas, tienen un la ley en sus mínimas consecuencias, algo que era eso precisa-
cuarto voto especial de sumisión a la autoridad pontificia. Esto mente, su pecado, suyo, diferente, personal, juzgado y condena-
por un lado garantizaba que los miembros de la comunidad eran do o absuelto en virtud de esa diferencia, y esto daba al fiel un
particularmente inmunes a cualquier tentación luteranizante, al sentimiento de confianza y gratitud para con el juez, pues es un
más leve deseo de libre examen, a la proclividad a la herejía o deseo íntimamente arraigado en el ser humano el que su caso
siquiera a la heterodoxia, lo que, ya en principio, les hacía mere- sea considerado como un caso especial. Era útil también para la
cedores de confianza en las más altas esferas y aptos para tran- Iglesia, porque, por un lado, empleaba en la distinción exhaus-
quilizar las conciencias más escrupulosas, a la vez que garantiza- tiva de detalles concretos las mentes que podían emplearse en
ba que sus libros podían ser comprados por cualquiera con la especulaciones teóricas, mucho más peligrosas para su unidad,
total seguridad de no hallar en ellos, bajo las mieles de la devo- y por otra parte, a cambio de aflojar un poco las riendas de la
ción y el estilo tierno o profundo, la oculta víbora de una idea rigidez moral, podía conservar en su seno multitudes que, de otra
ponzoñosa para el alma. Y, por otro lado, daba un prestigio adi- manera, hubieran escapado a su dominio, y mantener amistad
cional a sus manifestaciones, incluso a las opiniones personales con estados y fuerzas políticas que podían tener la seguridad de
de cualquier miembro de la orden, pues el voto de obediencia que sus desmanes no iban a ser muy severamente juzgados, da-
al Papa parecía actuar como refrendo, devolviendo la imagen de das las circunstancias atenuantes que concurrían (una de ellas,
una comunidad religiosa que actuaba como portavoz y propa- y no la menos importante, el mero hecho de tener autoridad y
gandista de las ideas del Vaticano. poder). Si se ata algo con una cuerda rígida y se tira con fuerza,
No es posible, además, comprender en toda su amplitud el la cuerda acabará por romperse y perderemos lo atado; una cuerda
impacto de los nuevos conceptos jesuíticos de la ética. Se ha acu- más elástica y un poco más de suavidad nos permitirán conser-
sado a los moralistas jesuítas, y no sin algo de razón, de defen- varlo más tiempo en nuestro poder, y esto es algo que la Iglesia
der una moral laxa, acomodaticia, e incluso de escribir algunos rio olvidó en momentos en que debía enfrentarse con tan dura
tratados escandalosos por la pormenorización de detalles que el competencia. Una moral flexible y detallada, que pudiera satis-
pudor exige que permanezcan en la sombra. Y, en efecto, puede facer al caballero y al picaro, a la dama frivola y a la mística en
calificarse su moral de acomodaticia, y eso es precisamente lo ciernes, resultaba un instrumento bastante útil a la hora de con-
que pretende, acomodarse a los nuevos tiempos, a las nuevas gen- servar íntegras las huestes de la Iglesia militante. Era útil, asi-
tes, a los problemas y las crisis que había dejado tras sí una épo- mismo, para los propios confesores, que pronto verían facilitada
ca conflictiva, de cismas y luchas, e incluso a la realidad com- su labor por completísimos manuales que agotaban el tema y
pleja de la naturaleza humana, que es débil, contradictoria, y tam- le descargaban de la responsabilidad de decidir por sí mismo la
bién sublime. Los mandamientos son normas absolutas, con una gravedad del pecado, y hasta puede que fuera útil para la histo-
abstracción algo cruel: era preciso interpretarlos, tener en cuen- ria de la ética, ya que, si por un lado la acercaba al nivel de una
ta las modificaciones que establecen las circunstancias. El modo, ciencia casi matemática, por el otro la curaba, por saturación,
el lugar, la cantidad, el tiempo, la intención, el estado físico, mental de pequeneces y mezquindades y la dejaba dispuesta para refle-
o emocional, incluso la presión social van a tener un lugar en xiones morales más amplias e independientes.
la ética. Todo esto resultaba muy útil para todos: útil para el fiel, Además, la casuística supuso una modernización de la ética
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C: E O G R A F I A D E I A E T E R N I D A D i N T u o n u c: c i o N

Xjajaizo más práctica, proporcionando normas paraja^actua- cepción, las comedias de santos, con complicadas tramoyas, y
cion en crdTcáso. Este poder deTTcasuística párFguiar la con- las composiciones poéticas de tipo amoroso, de aventuras o in-
ductáTmódificándola y adaptándola según las circunstancias, tiene cluso humorísticas o jocosas escritas en clave religiosa, como
un reflejo literario aleccionador en el teatro de Calderón de la aquella encantadora oración en verso que compuso Teresa de Jesús
Barca, y pienso por ejemplo en tragedias como El médico de su honra. para conjurar y vencer los piojos que atacaban a sus monjas en
Otro punto importante es la creciente penetración de losjc- un convento recién fundado.
s-uitas en la enseñanza, sobre todo a partir de la creación de los Además, supieron convertir cl_caráctcr intensamente sensual
Colegios Imperiales, que entraron en competencia con las uni- de la época enlañllTácío, en vezjdc un_cnemigp. Rompiendo la
versidades ofreciendo un tipo de enseñanza especializada para no- ffMTcioirHrsliañairél-ecH'azo 3e lo~sensiBIc,Tos jesuítas piensan
bles y caballeros, que se proponían formar, no juristas y teólo- que la bondad o maldad de un instrumento, y los sentidos son
gos, sino perfectos cortesanos, embajadores discretos y —lo que justo eso, un instrumento, depende del uso que se haga de él,
causó no poco regocijo— expertos estrategas. Esto determina que y que, del mismo modo en que, descarriados, llevan el alma a
una gjranjjarte de la clase dirigente del país había sido formada su perdición, bien conducidos, aprovechando esa fuerza que el
p~o7tóTjé?uitas^y servía'de:tras"rñTsórage^us esquemas mentales cuerpo ejerce sobre el alma durante su unión en esta vida, en-
yj3cjsusjá_easi_tanto religiosas corno políticas~y~álFEIsticasY" cauzándolos debidamente, son unas poderosas ayudas para la sal-
Además, los jesuítas contribuyeron positivamente aTaT pro- vación. En esta línea dejrectoempjeo dejos sentid_os_se_cncucn-
paganda eclesial con unas técnicas de devoción que acercaban tran las ramosas mm¿osidoties_delu^ar que inician cada una de las
la religión a la gente y a su vida cotidiana. Por un lado, son ellos meditacioncs_dc los Ejercicios F^splrTtiiales delgnacio de LoycP
los principales impulsores de la importancia creciente de las ar- la. En"dlásro^
tes en el culto, por medio de ceremonias y fiestas religiosas, pro- Tjctorjqn cuadro
gramas iconográficos de iglesias y conventos, edición y promo- a centrar su atención en el tema. También se invoca el auxilio
ción de libros, grabados y estampas, utilización de imágenes y Jelo's'^éntidos'la h o ^ a j _ _
demás accesorios, lo que convertía la asistencia a los actos reli- tormentos del Infierno, pa£ain££Ur_^eJ^ma_rfectTva al cristia-
giosos en un espectáculo grato, y también, potencialmente, en mTaTDÜs«FTSlmiry~évit^^
un conjunto de impresiones tan fuerte que anonadaba y fundía ante los Sc'ñtl^s^üTgernrrriultitud de descripcioncs~clc~ visio-
al participante en el todo. Por otra parte, también patrocinan mo- m?ir3é~safitosr9é'Tól^^
dos de piedad que, si bien hoy en día nos resultan bastante cho- gl«íáTa¥o^o^rñÍCTnaIés~d(rc|ue nos ocu^_a_remosjn£s adelante.
cantes, se adaptaban perfectamente a la sensibilidad y a las mo- Además, esta actitud de los jesuítas ante Tos señtiHolTcTctcF-
das estéticas de la época. Ejemplos de esta religiosidad sentimental, minó su importancia para la historia del arte, pues ellos defen-
íntima, graciosa y cotidiana son las devociones al corazón de Je- dían el uso de imágenes, cuadros y ornamentaciones, afirmando
sús y de María, los libros de piedad en que se entablaban diálo- su utilidad para encender los corazones y conmoverlos, para sus-
gos familiares entre Cristo y el alma, figurando a veces el alma citar la piedad y el amor divino. Pero este rcconocimieto llevaba
como una doncella perseguida, como un corazón maltratado por implícita la necesidad de vigilar el arte, conduciéndolo por el ca-
diablejos de aspecto pintoresco y confortado por angelotes re- mino de la ortodoxia y el decoro. Se ha estudiado ya la profun-
gordetes y sonrientes, o como una niña que juega con un Dios da influencia de los círculos jesuíticos sobre tratados de pintura
representado también como niño. También las devociones a los y academias de artistas, y casos como el de Pacheco, el suegro
santos locales, recomendando la lectura de sus vidas, la devo- de Velázquez, constituyen magníficos ejemplos. Esto amplió con-
ción al Niño Jesús, al Cristo agonizante o a la Inmaculada Con- siderablemente su poder, al procurarles dominio sobre las for-
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c; F (1 ( ¡ R A F I A P E L A F.T E U Ñ I P A I) I N T R O D U C C I Ó N

nías de provocar la emoción, y más teniendo en cuenta que tam- trar un grabado. Las esculturas y los cuadros tienen su interés,
bién bajo su sombra florecieron los nuevos tratados del «Arte puesto que, si bien a veces parecen imaginarios o, al menos, no
de Predicar», donde la retórica barroca se exaspera en efectis- podemos identificarlos, otras veces son perfectamente recono-
mos bellísimos y trucos delicados. cibles, son obras de arte famosas y estimadas hasta nuestros días,
La consecuencia de todo esto fue una mayor penetración de y la frecuencia y sucesión de sus apariciones nos proporciona
lo sobrenatural en la vida cotidiana. Pero el hecho de que la reli- un índice del gusto de la época, nos da preciosos datos sobre
gión se entremezcle con la vida no hace menos trascendente la las obras que eran consideradas como la cumbre del arte en aquel
fe, sino que, al contrario, impregna de trascendencia la vida co- momento, y qué variaciones experimentó esa apreciación a lo
tidiana. La familiaridad con lo sobrenatural no hace más que des- largo del siglo. Las alegorías del olfato, en cambio, nos remiten
mentir la supuesta naturalidad del mundo. Y esto se revela en al mundo natural, pues consisten, en su mayor parte, en una com-
el arte con particular evidencia. Además, el hecho de que el cul- posición de ramos de flores, donde se pueden ver las más oloro-
to se desarrolle y constituya un brillante acto social no quiere sas, las más apreciadas por su perfume. Las alegorías del oído
decir que sea sólo eso, al menos en la España de aquella época. nos conducen de nuevo al mundo de la cultura, al artificio de
Nadie que se haya tomado el trabajo de leer sus obras puede ne- los instrumentos, que contemplamos esparcidos por el cuadro.
gar la profunda religiosidad de seres aparentemente tan munda- Las del tacto suelen presentar abundancia de cortinajes y sedas,
nos como Lope de Vega, o el propio rey Felipe IV, tan aficiona- con una o varias parejas dedicadas a los gozos del amor, y las
do a los fastos, fueran piadosos o profanos. del gusto, por fin, nos presentan un figurado banquete, con fru-
tas exquisitas en bellos platos de cerámica o cristal, licores con
un punto de luz temblando sobre la copa, y unas fuentes con
caza u otros manjares junto a un pan de corteza algo pálida.
Una iconografía similar podemos encontrar en los libros de
3. LOS SENTIDOS emblemas, pues, como dice.Santiago Sebastián: «para compren-
der la aceptación de la temática de los cinco sentados en el ba-
El tema de los sentidos corporales, si bien es ampliamente rroco nóhay que olvidar Tjüe el tema fue tan admirado que has-
tratado por la Iglesia, constituye un tema clave en la estética ba- ta~páso lT~ta literatura. cmbleniatlcT, moralizante y potítTca»''.
rroca. Para ello, no tenemos más que recordar los numerosos cua- También encontramos^ tratado el tenia en la~uTcratura~proiaria,
dros, más o menos moralizantes, que tienen por motivo a los sen- sobre todo por parte de los poetas, y no pueden separarse de es-
tidos. A lo largo del siglo XVII se van sucediendo series de ale- te contexto los numerosos poemas dedicados a los ojos de las
gorías de la vista, del olfato, del oído, etc., muchas de ella de ma- damas, pues allí se concentraba la quinta esencia de la hermosu-
no de excelentes pintores, pero también muchas otras de carác- ra, al ser considerada la vista como el sentido más importante.
ter más mediocre y popular, obras de taller indudablemente, Esta primacía del ojo determinó la importancia preferente de las
producidas casi al por mayor, lo que nos indica la gran difusión artes visuales y contribuyó mucho a su consideración como ar-
del tema. Además, esta popularidad nos la reafirman los cuadros tes liberales, pues se reconoció su papel como depositarías y tras-
mismos, pues todos ellos corresponden a un esquema iconográ- misoras de la sabiduría. A este respecto comenta el profesor Ma-
fico similar, lo que indica la existencia de una tradición bien es- ravall: «El valor de eficacia de los recursos visuales es incontes-
tablecida y una repetición frecuente. Así, en la alegoría de la vista
encontramos siempre una colección de objetos de arte amonto- 1 SANTIAGO SEBASTIÁN, Contrarreforma Y Barroco, Alianza, Madrid, 1981,
nados: pinturas y esculturas, algún libro, tal vez abierto para nios-
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G F. O C I! A F I A D E L A E T F. U N I I) A 1)

tado en la época. Venía de un fondo medieval la disputa sobre


la superioridad del ojo o del oído para la comunicación del sa-
ber a otros. Mientras que en el mundo medieval se optó por la
segunda vía, el hombre moderno está de parte de la primera, es
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que es un don de Dios, el resto de nuestros conocimientos, aún


los más espirituales, los recibiremos por medio de los sentidos.
Incluso la ciencia religiosa, la doctrina cristiana, viene filtrada
por ellos, pues la aprendemos por mediación de la vista y el oído.
decir, de la vía del ojo. En el Renacimiento, esto que acabamos De ellos viene todo deleite y el dolor se produce a través de ellos.
de sostener se confirma plenamente, y en alguna ocasión hemos Por eso su fuerza es incalculable, pues aunque la razón nos diga
hecho referencia a la defensa que del ojo hace un Galileo, entre algo contrario a lo que ellos testimonian, su poder de convic-
otros. Tal disputa se reprodujo, y aún se intensificó, durante el ción es tal que siempre tendemos a inclinarnos por sus dictados.
Barroco» 2 . La importancia que esta consideración de la excelen- Y si no controlamos ese poder, pueden conducirnos a la perdi-
cia de la vista tuvo para la historia del arte no podrá nunca ser ción, buscando sólo su placer y sin distinguir entre lo bueno y
suficientemente ponderada, pero es que influye en muchos más lo malo para el alma, pues todo será bueno si halaga los senti-
aspectos, por ejemplo en el estilo literario, donde se prefieren dos. Por eso es importante aprovechar esa fuerza y controlarla,
las imágenes visuales, y en la abundancia de descripciones, cuya ponerla al servicio del bien. Y es evidente que, con el auxilio
mayor preocupación es mostrar las cosas de forma claramente de los sentidos, con la ayuda de pinturas, músicas, libros, pala-
visualizable, con detalles de forma y de color, con referencias por- bras, perfumes, imágenes, luces, cánticos, penumbras, reflejos,
menorizadas para, literalmente, meter por los ojos del lector lo que voces y gritos de piedad se enciende y se aviva, crece la ansie-
se trata de representar. De este afán descriptivo, que alcanza cum- dad por alcanzar la gloria, culminación de las delicias, y se acre-
bres de sublime belleza, pero que a veces consigue exasperarnos cienta el temor de caer en el infierno, suma de los tormentos.
con su prolijidad incansable, nacen los libros religiosos que tra- Así se inflama el amor divino, brota el aborrecimiento por el peca-
tan de pintar, con el mayor realismo posible, entidades espiri- do, estalla incontenible el entusiasmo, madura el arrepentimiento,
tuales, como Dios, la gloria, el gozo o el tormento, y por eso florece el fervor. Si los sentidos han sido, tradicionalmcnte, los la-
surgen descripciones del cielo y del infierno, llegando a detallar zos con que las fuerzas del mal nos encadenaban al abismo, ya es ho-
con pormenores precisos y pintorescos, en su originario senti- ra de que se conviertan en las suaves riendas por las que la Iglesia
do de pintura, aquello que nadie ha visto, adaptando a los ojos conduzca a sus fieles a las cumbres radiantes de la salvación eterna.
corporales delicias nunca gozadas por ellos, con tal maestría que Pero esta nueva técnica que tanto suavizaba los escarpados
la imaginación alcanza aquí la cumbre no igualada todavía de senderos del bien, requería un control absoluto para resultar efi-
su poder de convicción. Y en estas descripciones, naturalmente, caz, para no ser, a la larga, contraproducente. Por eso, muy pronto
los halagos y padecimientos destinados a los ojos se explican con aparece una multitud de libros que tratan de orientar a los artis-
mayor lujo de detalles que los de los otros sentidos. tas y a los predicadores para que cumplan su cometido con la
Y precisamente esta posibilidad de premio o de castigo para mayor eficacia, o que protestan por los abusos supuestos o rea-
los sentidos se deriva de su ambivalencia y de su enorme poder. les que se cometen en esos ámbitos. Las academias artísticas tam-
Ellos son las puertas del alma, las ventanas por las que el alma, poco eran ajenas a este deseo de control que no sólo se ocupaba
presa en la cárcel del cuerpo, que no se abrirá sino con la muer- de mantener un nivel de calidad de las obras de arte, sino tam-
te, se asoma al mundo, los huecos por donde se cuela el aire pro- bién de supervisar su moralidad, su ortodoxia, su adecuación a
veniente del exterior. Fuera de la iluminación interna de la fe, los fines exigidos de ellas, en fin, su decoro, con todas las con-
notaciones de propiedad y exactitud que el término denotaba en
2 JOSÉ JLNI .La cultura del barroco^Añcl, Barcelona.
la época. Así, en un memorial en el que se pide a Felipe III que
1980, p. 503. se cree una academia de artes del dibujo, nos encontramos con
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G E O G R A F Í A O H L A E T E 1! N I O A I) i N T R o o u c: t: i o N

esta reflexión moral: «El demonio como tan astuto por ninguna les, pues si bien, usados de forma inconsciente, nos llevan al en-
parte acomete más fuerte y ordinariamente, que por los sentidos gaño, usándolos lúcidamente, profundizando con clarividencia
exteriores del oído y vista, como partes más flacas, para las cua- en la trama del engaño, se convierten en instrumentos desenga-
les tiene la Iglesia prevenidos remedios: para el oído los sermo- ñadores. Por eso no recomienda arrancarse los ojos, sino apren-
nes yUóctrinas s a n a i / j u j ^ J i D a j r i T ^ der a mirar. Porque es posible hacerlo. En efecto, dentro de la
imágenes, y así como se reprucban los libros perniciosos y ma- distinción, de origen estoico, entre las cosas que están en nues-
los es justo se prohiban las pinturas erróneas y sin propiedad» 3 . tra mano y las que escapan a nuestra voluntad, los sentidos, que
Encontramos aquí reflejada la importancia de los sentidos, su am- de por sí son moralmente neutrales y de cuya existencia no so-
bivalencia, pues pueden ser utilizados por el demonio y por la mos responsables, están en nuestro poder en cuanto a su utiliza-
Iglesia, la preferencia por los sentidos de la vista y el oído, con- ción. Somos libres de emplearlos para el bien o para el mal. No
siderados más nobles, y la necesidad de controlar los objetos a hay nada fatídico en ellos, y si nos llevan a la perdición será, cier-
ellos destinados, para evitar efectos perniciosos. tamente, por nuestra culpa, pues, con un poco de esfuerzo y cons-
También en libros de ética aparece explícita la nueva impor- ciencia podemos fácilmente regirlos y emplearlos en nuestro pro-
tancia de los sentidos y el modo en que deben ser usados. Así vecho, como auxiliares indispensables en el camino de la salva-
por ejemplo, Miranda y Paz nos advierte: «Entre las cosas que ción, como compañeros necesarios del espíritu, a cuya dirección
están en nuestra mano, son el uso de nuestros sentidos. El uso contribuyen.
bueno, o malo de ellos, son causa de los buenos, o malos ejerci-
cios, y acciones nuestras. Del buen gobierno de los sentidos del
cuerpo, depende gran parte, o el todo de la dirección del espíri-
tu. Sujetos están a tu albedrío tus sentidos en el uso y ejercicio.
Aunque parecen libres, son facultades subordinadas a tu volun-
tad. No se mueven a bueno, o malo, sino como tú los riges. De- 4. L A S IMÁGENES
bajo están de tu corrección, y gobierno, y aunque corpóreos, son
racionales por la participación de tu ser. No es de aconsejar que Por todo lo anteriormente dicho, ya sabemos que la imagen
te ciegues, como Dídimo, y otros filósofos, que por darse más religiosa, pintada o esculpida, tuvo un auge extraordinario du-
a la contemplación, y discursos, se privaron de la vista corporal, rante la época barroca, y esto interesa a nuestro tema, puesto que
siendo dueños de ella, y poderosos a ajustaría, y regirla» 4 . Se fijó una serie de convenciones iconográficas. A la fijación de las
trata de una reflexión ética muy acorde con el espíritu de su tiem- ideas respecto de la vida ultraterrcna, que se produce en trata-
po. Su título es El desengañado, luego se encuadra en la temática dos, sermonarios y libros de piedad y se populariza a través del
del desengaño tan típica del barroco. Pero para este proceso del teatro, de la literatura piadosa y profana, de los sermones y los
desengaño, para este progresivo desasimiento del mundo, los sen- catecismos, corresponde una fijación de los motivos artísticos,
tidos no sólo no son superfluos, sino que resultan fundamenta- estableciendo una serie de tipos más o menos inalterables de cru-
cificados, vírgenes, santos y ángeles, estableciendo un canon para
el aspecto, el atavío, el color, el gesto, la posición, el vestuario
Memoríal de los pintores de la Corte a Felipe HI sobre la creación de una acade- y demás detalles, dando así unas normas para representar con
mia o escuela de dibujo, Madrid, 1619, en FRANCISCO CALVO SERRALLER, Teoría
de la pintura del Siglo de Oro, Cátedra, Madrid, 1981, p. 166.
decoro los asuntos sobrenaturales y excluyendo automáticamente
4 FRANCISCO DE MIRANDA Y PA7,, El desengañado. Phihsophia moral, Tole- formas de representación no adecuadas, sea por no ajustarse a
do, 1663, fol. 175. las decisiones teológicas a este respecto, sea por salirse del tipo
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<; i- o c; R A r i A n t, i. A K r i; U N I D A n N I R O I) U C C I O N

convencional de representación y poder, por tanto, mover a es- cas o en vaguedades peligrosas, y, gracias a su intenso dramatis-
cándalo o distraer la devoción. Esta iconología se establece con- mo y a su capacidad para provocar la emoción, llevaba al con-
juntamente por las indicaciones y recomendaciones directas de templador del terreno especulativo al práctico, conduciéndole al
sacerdotes, sobre todo de jesuitas, y por la tradición y la práctica dolor y al arrepentimiento o despertando en él la esperanza y
de los artistas, y forma parte de un mundo de influencias mu- el deseo de virtud.
tuas, de imaginaciones paralelas, que hace que tantas veces, al Esta utilidad de la imagen religiosa fue reconocida y reco-
leer un libro sobre el cielo, se nos pongan ante los ojos las santas mendada por el Concilio de Trento, que en su sesión número
de Zurbarán, graves, serias y amables, sencillas y majestuosas, 25 concluyó: «Enseñen diligentemente los obispos que por me-
con sus trajes de corte y sus movimientos llenos de gracia, con dio de las historias de los misterios de nuestra redención, expre-
la fuerza serena de sus pequeñas cabezas de rizos oscuros, o ven- sadas en pinturas y en otras imágenes, se instruye y confirma
ga a nuestra memoria el colorido casi sonoro, entre el oro y la al pueblo en los artículos de la fe, que deben ser recordados y
aurora, de una virgen de Murillo, la fácil elegancia y las gráciles meditados continuamente y que de todas las imágenes sagradas
posturas de una imagen de Alonso Cano, la contenida solemni- se saca gran fruto, no sólo porque recuerdan a los fieles los be-
dad ceremonial de la Coronación de la Virgen de Velázqucz, la neficios y dones que Jesucristo les ha concedido, sino también
expresión intensa de vida profunda e inagotable de los santos porque se ponen a la vista del pueblo los milagros que Dios ha
de Martínez Montañés o el ritmo y el cálido fulgor de un cua- obrado por medio de los santos y los ejemplos saludables de sus
dro de Ribera. No se puede separar la literatura piadosa de la vidas, a fin de que den gracias a Dios por ellos, conformen su
época de esta selva de rostros y trajes, de manos tendidas y luces vida y costumbres a imitación de los santos, y se muevan a amar
doradas, de gestos dramáticos y ojos profundos, como no se pue- a Dios y a practicar la piedad». Se ve aquí claramente cómo ha
den separar la devoción y la vida de la época de las imágenes, cambiado la función de la imagen religiosa, que ya no tiene ccP"
proliferando extraordinariamente, en las iglesias, en las casas y fño" objetivo^pYííriorcTiál explicar y difundí? Tos místenos dé~la
hasta en las calles, oscilando entre la obra de arte sublime y la fe sino mover los sentimientos, despertar el amor e Trrdücir a~
estampa mal dibujada y peor grabada, del gran retablo resplan- resultados prácticos de carácter ético, como el dolor por Tos pe^~
deciente a la figurita de barro o escayola toscamente pintada por cados y la reforma de la conducta. Incluso llega a ser un antído-
un artesano modesto. to contra las especulaciones atrevidas, pues es un límite a la ima-
Las imágenes no sólo distinguían al católico del protestante, ginación, como podemos ver en estas palabras de Francisco de
como un signo rotundo, externo y casi ostentoso, sino que, ade- Borja: «Para hallar mayor facilidad en la meditación se pone una
más, se prestaban, con esa lejanía cercana, con ese diálogo mu- imagen que represente el misterio evangélico, y así, antes de co-
do, con esa asequibilidad suya que hace más patente el distan- menzar la meditación, mirará la imagen y particularmente ad-
ciamiento, a la expresión de lo sobrenatural y lo milagroso. Si vertirá lo que en ella hay que advertir, para considerarlo en la
el arte barroco es el punto más alto de expresión del espíritu a meditación mejor y para sacar mayor provecho de ella; rjorque
través de la materia, la imagen es precisamente el llevar al extre- el_oficio que hace la imagen_es comc^dar guisado el manjar que
mo dicha característica, expresando lo trascendente como exte- se haTle comer,~3e manera guc no quccTa sino comerlo; y Je otra" /
rioridad, la vida interior como gesto, el milagro corno objeto de manera andará el entendimiento discurriendo y trabajando 3e"rep~/
los sentidos, lo divino como rostro y cuerpo humanos. presentar lo que se ha dé~meditar muy a su costa y trabajo. "Y
Además, la imagen halagaba los sentidos canalizándolos, ha- allende de esto, es con más seguridad, porqueTTimagen está he-
ciéndolos servir como instrumentos de la elevación espiritual. cha con consideración y muy conforme al Evangelio, y el que
Centraba la atención, impidiendo caer en especulaciones teóri- medita con facilidad podrá engañarse tomando una cosa por
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(I E O (, K A [• ] A I) [•. L A E T E R N I 1) A I) I N T R O I) U C C I O N

otra» 5 . Aquí se muestra por un lado la labor popularizadora y sos, no le da un deseo de ser bueno y virtuoso, para conseguir-
propagandística de la imagen, pues ofrece como resultado, co- lo? Notorio es el mucho gusto que hacen en la Iglesia de Dios,
mo fácil transparencia, como belleza, lo que es fruto inseparable los retablos, y las imágenes divinas, y de los santos, hechas por
de un complicado proceso de especulación teológica y de inves- mano de los artífices de estas artes» ''. Vemos aquí, en primer
tigación erudita, y lo pone como objeto de los sentidos, como lugar, que la finalidad de las artes es ya descaradamente práctica:
gesto petrificado que suscita la compasión, y aparece también rnej o rarrnoralrncnte'á'los hombres, y no aumentaríais conól: i-
su carácter en cierto modo represivo, como límite permitido del rruentos. Como lo que pretenden es modificar la
pensamiento y aun de los sueños. La Iglesia no podía introdu- ñen que conmover, para así provocar una reacción de Tá"vol un-
cirse dentro de los cerebros, por grande que sea su dominio, y tad, y por lo tanto tendrán preferencia aquellos temas y aquellos
elige esa puerta indirecta y delicada para controlar la mente. Su- estilos que mejor puedan afectar a los sentimientos, desencade-
pervisando el arte hasta sus mínimos detalles y proponiéndolo nando así un predomonio de lo patético, que viene, sin embar-
luego como guía imprescindible de la meditación, consigue di- go, adecuadamente contenido por el decoro, pues los personajes
rigir sutilmente los procesos mentales dando, además, a sus rí- representados, al ser sublimes y sagrados, no pueden permitirse
gidos cauces la amable apariencia de la libertad a través del arte, y del gestos ni posturas exageradas, deben huir la desmesura y afec-
arte en uno de los momentos más espléndidos que conoció jamás. tar, aun en medio de las situaciones más extremas, un cierto fondo
Lógicamente, en el siglo XVII se acentuó aún más y se hizo de impasibilidad de buen tono, exigido también a los reyes y a
más consciente la necesidad de la imagen sagrada, tanto para las los grandes de la tierra, y que hace aún más conmovedoras sus
ceremonias del culto como para la devoción privada. Esto se re- imágenes, y este equilibrio en la expresión es lo que presta al ar-
fleja en una abundante literatura artística, e incluso se toma co- te barroco su profundidad, lo que hace rotunda y honda su be-
mo argumento en la polémica sobre la estimación de las artes lleza. Por fin, vemos cómo se reconoce que los temas de las postri-
del dibujo como artes liberales. Así lo entiende Gaspar Gutié- merías son particularmente apropiados para desencadenar el espera-
rrez de los Ríos cuando dice: «Pues en cuanto a la proximidad do cambio de vida y deben ser, por tanto, cultivados con asiduidad. ,
que tienen estas artes con la Filosofía, no es poco lo que había Otro tratadista de arte, Francisco Pacheco, suegro de Veláz-
que decir: Porque si ella es estimada sobre otras artes, porque quez, familiar de la Inquisición y personaje muy influyente en
hace a los hombres virtuosos: También se deben estimar éstas la Sevilla de su tiempo, también cuenta y no acaba de las gran-
del dibujo, porque causan más presto y con mayor vehemencia des utilidades de las imágenes para los nombres y para la Igle-
estos efectos de virtud, como también lo habernos dicho acerca de sia, mejorando a los unos, ilustrando a la otra con su hermosu-
la historia. ¿Quién hay que viendo un santo Crucifijo, o alguna ra. Muchos son los bienes de las artes, y, como dice: «No se puede
imagen triste, y lagrimosa de la Virgen Nuestra Señora, aunque cabalmente declarar el fruto que de las imágenes se recibe: amaes-
tenga el corazón de hierro, no se mueva a sentimiento y devo- trando el entendimiento, moviendo la voluntad, refrescando la
ción? ¿Quién viendo el día del juicio dibujado por Micael An- memoria de las cosas divinas, produciendo juntamente en nues-
gelo en siete formas con tanta diversidad de figuras temerosas, tros ánimos los mayores y más eficaces afectos que se pueden
y demonios, no se atemoriza, y deja de tener algún movimiento, sentir de alguna cosa en el mundo; representándose a nuestros
y aldabada interior: que le persuade a que se aparte de sus vi-
cios? ¿A quién finalmente, vista una pintura de la gloria celes- GASPAR GUTIÉRREZ DE LOS RÍOS, Noticia general para la estimación de las
tial, con tanta armonía de coros de ángeles, y hombres glorio- "rtes, y de la manera en que se conocen las liberales de las que son mecánicas y serviles,
con una exortación a la honra de la virtud y del trabajo contra los ociosos y otras particu-
laridades para las personas de todos los estados, Madrid, 1610, en FRANCISCO CAL-
3 Los dos Fragmentos citados por SANTIAGO SEBASTIÁN, op. al., p. 63. VO SERRALLER, Teoría de la pintura del Siglo de Oro, Cátedra, Madrid, 1981, p. 83.
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ojos y, a la par, imprimiendo en nuestro corazón actos heroicos rnodelos de comportamiento a todo el reino y es el espejo en
y magnánimos, ora de paciencia, ora de justicia, ora de castidad, el que cada subdito debe recoger el reflejo de su complacencia
mansedumbre, misericordia y desprecio del mundo. De tal ma- íntima por la grandeza del imperio. El poder debía desenvolver-
nera que, en un instante, causa en nosotros deseo de la virtud, se como representación. El ornato y el brillo, los edificios sun-
aborrecimiento del vicio, que son los caminos principales que tuosos, el ceremonial complejo y hasta absurdo, los trajes esplén-
conducen a la bienaventuranza» 7 . didos, las joyas, las fiestas, los desfiles, no eran, para el barroco,
Una vez más aparece clara la finalidad principal del hombre, un lujo supcrfiuo: eran el modo de aparecer de un estado. La ima-
a la que todo está subordinado: salvar su alma, y el arte debe gen del país se concentraba en el estrecho círculo de la corte, que se
ayudarle en esta tarea. Ahora bien, el alma se salva si el hombre cargaba así de significaciones, que asumía el papel de símbolo y re-
se comporta de acuerdo con unas normas y practica determina- sumen del imperio. Nada era allí supérfluo: todo era signo y señal.
das virtudes, no importa su grado de instrucción ni su profun- En la época, se solía comparar a la corte con un mar. Es el
dización en los misterios de la fe, y dado que el arte es capaz de piélago cortesano, en el que es fácil perderse o naufragar si no
impresionar el ánimo de forma particularmente eficaz, y consi- se está atento a los signos, si no se orienta uno entre las signifi-
gue con frecuencia frutos muy satisfactorios en ese terreno, su caciones y los gestos. Para el discreto que interpreta correcta-
utilidad es inmensa e indiscutida. mente los lenguajes, será la corte seguro puerto de sus esperan-
zas. Para el poco avisado, abismo que lo arrastre hasta su fondo.
Porque es grande la corte, como el mar, y como él ambivalente:
imagen del poder, es inmensa, aterradora y generosa, magnáni-
ma y terrible, como el soberano que le da razón de ser. Y si el
5. L A C O R T E soberano, detentador del poder y sentido último de la pompa
que a su alrededor se despliega, presenta una imagen delibera-
Las imágenes servían para que el devoto se hiciera una idea damente sencilla y austera, como encarnación de una majestad
familiar y cercana de los seres sobrenaturales, y también para pro- demasiado evidente para que sea preciso subrayarla, la corte, como
piciar el diálogo con la divinidad o los santos y para estimular entorno y escenario, complementar al rey tomando a su cargo
los sentimientos, orientándolos hacia la reforma moral. Pero to- la ostentación de su riqueza y poderío. Rey y Corte se convier-
dos estos personajes, ya familiares y fácilmente reconocibles por ten así en dos_ símbolos j;ojriplej3i£ntarip^clel EstadoTTa con-
lossignos fijos que les asigna una iconogralía rigurosamente con- ciencíídéla propia grandeza, dueña de su fuerza, imponiéndose
trolada, necesitan, para ser plenamente~c^ñvTnceEtes, déUrraror- con su sola presencia, distinguiéndose en su simplicidad como
gamzación que tijc el carácter de suTielacIones,' y dc~ürrcsccñario simple y único centro, en el que toda reiteración lujosa no iría
adecuacTo en el que desarrollar susjactivicladesrÉrmod^do dé éste sino en menoscabo de esa majestad entendida como única y om-
esccnano, ercsqücma"l3éesa organización, lo proporcionará la corte. nipotente, reposando en sí misma y cuyo vivir para sí marca el
La corte es el centro He la vida Barroca TEsTa escena cñ qTTC ritmo vital de la comunidad, lo regula por el hecho de su mera
el poder se ostenta y representa, la sede única de la que emanan existencia: eso es el rey. El escenario de manifestación de la ma-
las órdenes, el pináculo que corona y da sentido a una sociedad jestad, su modo de aparecer, de manifestarse como comporta-
muy jerarquizada y con escasa movilidad social. Proporciona los miento y acaecer, lo que carga de significación cada gesto y lo
devuelve convertido en ceremonia, lo que predica una sola cosa
7 FRANCISCO PACHECO, Arte de la pintura, su antigüedad y grande Sevi- bajo infinidad de nombres y enriquece el poder con innumera-
Ha, 1649, en FRANCISCO CALVO SERRALLER, op. cit., p. 399. bles significados, la majestad en cuanto epifanía, en cuanto se
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muestra a otros, en cuanto exterioridad, dominio convertido en cios, sino el camino más seguro y breve para ser discreto y aun
belleza y belleza que se revela como signo del dominio, mani- sabio. Ya no es el peligroso laberinto en el que se pierde el cami-
festación de la permanencia a través de lo mudable, de lo único no de la salvación, la tormenta que aniquila la virtud, la nueva
a través de lo vario, de lo fundamental a través de lo superfluo, Babilonia, el nido de los malos ejemplos, sino que es un lugar
señal para un otro, lenguaje del poder que se predica como cen- muy adecuado para ejercer el bien y llegar a salvarse, dadas las
tro y como fuerza, corno riqueza y extensión: eso es la corte. oportunidades que ofrece de encontrar directores espirituales y
Durante el Renacimiento hay una tradición literaria de des- causas benéficas a las que contribuir generosamente. Es el esce-
precio hacia la ciudad, rechazo de las inquietudes cortesanas y nario más ajustado al ejercicio de las virtudes morales y ofrece
alabanza de la vida tranquila y retirada, en el campo a ser posi- además el más ilustre de los ejemplos con la presencia del pro-
ble. Bien es verdad que esto no pasa de ser, en la mayoría de las pio rey, imagen del poder divino y defensor de los intereses de
ocasiones, un simple tema literario adecuado para imitaciones de la Iglesia como suyos propios. El campo es, cuanto más, un sitio
Horacio o tratados morales, y que son pocos los casos en que donde se va a cazar, o a solazarse, en breves excursiones, o, qui-
encontramos un verdadero y sincero amor por la vida campes- zá, el temido destierro a que nos puede condenar una impru-
tre. Pero de todos modos es un tema repetido y que se trata con dencia.
frecuencia y seriedad. En el barroco, este panorama cambia to- Pierde, pues, la vida campestre su prestigio, y deja también
talmente. Por un lado, la consolidación del estado moderno su- de ser un tema literario de éxito. Los poetas cantan ahora las sun-
pone la implantación de una administración más centralizada y tuosas fiestas, exaltan la belleza de las ciudades, glosan los acon-
burocrática, perdiendo las ciudades gran parte de su importan- tecimientos cortesanos, la hermosura de las damas y la nobleza
cia. El rey fija su residencia en un lugar del que rara vez se mue- de los caballeros, loan, con acentos épicos un tanto desconcer-
ve, y es preciso ir allí si se quiere intervenir de alguna manera tantes, los menores actos del rey (rey supremo y sobrehumano,
en las tareas del gobierno o alcanzar algún beneficio. Con esto, héroe, Hércules, planeta, sol, todos cuyos actos son, por suyos,
gran cantidad de gente de todos los estados sociales se traslada diferentes) y no se ocupan apenas de los encantos de la aldea.
a la corte, las ciudades ven disminuida su población, y la noble- Y si lo hacen, el tono ha cambiado sustancialmente. Quevedo,
za de provincias abandona sus viejos solares y marcha dócil a por ejemplo, tiene algunos poemas en alabanza del retiro cam-
su centro, o, si se queda en su lugar, sabe que lo hace a costa pesino, pero son de tipo burlesco. E incluso en libros de piedad
de perder su influencia y parte de su prestigio. La corte, además, y edificación nos encontramos con elogios de la corte.
es el lugar de llegada de las riquezas de todos los puntos del im- Por ejemplo, en unas consideraciones sobre el salmo del mi-
perio, que ella se encargará de administrar y redistribuir, con el serere, leemos: «Dichosos los que habitan ciudades grandes, donde
resultado de que la ciudad en que se asienta se enriquece y bene- el hombre vive como persona, y si se resuelve en ser santo, co-
ficia, y muchos otros lugares, antes prósperos, se empobrecen mo debe hacerlo, halla tantas ayudas de costa, comunicación con
y declinan. Además, el rey mismo da ejemplo con su preferencia varones doctos, y entendidos, maestros de la vida espiritual, con-
por la gran ciudad y su constante permanencia en ella. La vida sejeros prudentes en sus dudas, trato de perfectos religiosos, fre-
campestre, el ocio filosófico en un apartado lugar, el retiro, sólo cuentes sermones, grandeza de templos, y majestad devota en ce-
compartido con una escogida biblioteca y unos amigos más es- lebrar los Divinos Oficios. Más a mano libros provechosos,
cogidos aún, se pasa de moda. La corte no es ya el lugar en el soledad con resguardo de consuelo, siempre que la quiere en
que uno pierde el tiempo y se desespera, sino precisamente el su retiro, y asistencia de confianza en el último trance de la
medio de colmar las esperanzas y el único lugar en que es posi- muerte; dejando por de menos monta, aunque no poco esti-
ble aprovechar el tiempo. No es ya lugar de reunión de los ne- mables, las comodidades que conducen a la salud, y vida del

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cuerpo»". Y allí mismo nos encontramos con un curioso poema a los ejércitos. Las derrotas, en cambio, se deben al diablo, ene-
que no puedo por menos que citar: migo de los buenos, al que Dios permite usar de su poder para
probar a los suyos, o bien a los errores o pecados del ejército
«Aldea, oh fiera, bárbara homicida, derrotado. Los santos ayudan a los ejércitos, bien de forma visi-
muerte con alma, soledad de infierno, ble, bien con apoyos más sutiles. Es, pues, tan importante gran-
que aunque lince te miro, no discierno, jerarse su favor como aprestar las armas. La costumbre de acer-
si tienes más de muerte, o más de vida. carse a los sacramentos antes de la batalla no sólo era una pre-
Vida en la corte, no bien conocida, caución encaminada a la salvación del alma, sino una especie de
primavera en estío, y en invierno, seguro para la victoria.
que a su grandeza, sólo el ser eterno Estas ideas, aparte de confirmar la unión, íntima y sincera,
le falta, para ser gloria cumplida. entre religión y vida, resultaban bastante útiles para la consoli-
¡Quién de prendas, y méritos tan rico, dación de la monarquía, en una época en la que abundaban más
tan largo de ventura, oh corte, fuera, las derrotas que las victorias. El declinar del imperio no podía
que pudiera vivir siempre a tu sombra!
Aldea, oh monstruo horrible, ¿quién te nombra atribuirse a una política equivocada, sino a una debilitación del
que no tema tu vida de galera?» fervor religioso. No había que culpar a los gobernantes; las crí-
ticas y las desobediencias, las rebeliones, no harían sino empeo-
No parece, por tanto, que los hombres del siglo XVII desea- rar las cosas, puesto que, si éstas van mal, no se debe a la inepti-
ran ardientemente huir del mundanal ruido. Por otro lado, ve- tud o escasa fortuna de los poderosos, sino a la mala conducta,
mos aquí cómo se compara a la aldea con el infierno, y de hecho a la contumacia en el pecado, por parte de los vasallos. Así, se
éste aparecerá descrito, en muchas ocasiones, como un adusto podían contemplar con libertad los males evidentes de la patria,
páramo; la corte, sin embargo, se asimila a la gloria, a la corte conservando intacta la veneración a las instituciones.
celestial. Será pues el modelo de la gloria y su imagen en la tie- Un ejemplo de esto nos lo ofrece un sermón predicado en
rra, su transposición, no menos suntuosa y agradable, pues sólo Madrid en 1632. Allí se advierte: «Solos son vicios, Señor, quien
hay dos cosas en que la celestial aventaja a la terrena: la seguri- hace superiores a nuestros enemigos, y porque V. Majestad lo
dad del bien poseído, tan opuesta a los altibajos de la fortuna, entienda así ordena la providencia divina que no otra nación tan
y su carácter eterno, opuesto a la condición mortal del cortesa- belicosa como la española, no otra monarquía igual en grandeza
no terrestre. Pero estructuralmente, cielo y tierra se parecen, se y riqueza a la que Vuestra Majestad posee, le haga guerra, sino
organizan ambos en torno a la corte. cuatro herejes holandeses, rebeldes a Dios y a Vuestra Majestad,
Madrid es así el punto de encuentro de la gloria y el mundo. para que entienda que no obran ellos como hombres, que como
Y acentúa las semejanzas la mezcla, que la época barroca propi- tales no se atrevieran ni pudieran, sino como verdugos de Dios;
cia, entre lo sagrado y lo profano. ni es otra la guerra sino la de los pecados que cometemos, y de
Una consecuencia lógica de lo dicho anteriormente es la fa- los vicios que hay en España»''. Qué gran consuelo, tras tantos
cilidad para atribuir a los acontecimientos puramente tempora- desastres, pensar que esta es todavía una nación poderosa e in-
les una causa de naturaleza espiritual. Las victorias, por ejem- victa, sólo vencida por sí misma, y porque Dios así lo ordena,
plo, son el triunfo de la fe, y se producen porque Dios ayuda
FRAY PEDRO DE SANTIAGO, Sermón en la traslación del maestro, apóstol y ca-
8JUAN ANTONIO XARQUK, El orador cristiano sobre el salmo del miserere, to- pttan de las Españas, Santiago, editado en mi libro La Profecía, Editora Nacional
mo IV, Zaragoza, 1660, p. 411. Madrid, 1975, p. 293.

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y ¿quién contra Dios? Debía de resultar bastante consolador, en Santísima nos asistan y ayuden, fío muy poco de mí, porque es
medio de las desdichas. Es una derrota orgullosa. Y termina triun- mucho lo que le he ofendido y ofendo, y justamente merezco
fante el fraile: «Entienda, pues, Vuestra Majestad en este hecho los castigos y aflicciones que padezco» 10. Y tras contar sus pro-
que el medio para vencer las armas de España es extirpar los vi- blemas, atacado en Cataluña, Portugal y Flandes, concluye: «Sin
cios de los españoles, a quienes sólo les hace guerra la concien- duda los aprietos son muchos y grandes, tras esto os confieso
cia, y sólo vencen sus delitos». que no es esto lo que más me aflige, sino tener por cierto que
Pero esta idea, que tranquilizaba el corazón de los subditos esto nace de tener enojado a Nuestro Señor».
acerca de la fuerza de la monarquía, envenenó la madurez de Fe- Esta tragedia personal es representativa del espíritu que per-
lipe IV, hombre verdaderamente de su tiempo, culto, galante y, mitía considerar a Madrid como reflejo de la Jesuralén celestial,
a la vez, profunda y seriamente religioso. Convencido de que a la Corte como símbolo y espejo del Reino de los cielos. Otra
recibía su poder de Dios, cuya imagen era en la tierra, y de que, prueba, de carácter más festivo, la encontramos en el palacio del
no sólo era el jefe del Estado, sino su sentido, su símbolo y su Buen Retiro de Madrid, imagen de la ciudad celeste, y, sobre todo,
resumen, creyendo también en la posibilidad de causas esperi- en el auto sacramental que Calderón escribió para el nuevo pa-
tuales para los acontecimientos temporales, y más en su caso, pues lacio: «La inauguración del Retiro proporcionó a Calderón un
por su especial relación con la divinidad (único ser superior a original escenario para tan característica forma de drama alegó-
él, único al que debe rendir cuentas) cada acto suyo tiene una rico, preludio de la pública manifestación y adoración del sacra-
trascendencia mayor, y sus virtudes y vicios privados recaen sobre mento. El mensaje religioso era expresado a través de una ale-
todo el reino, al cual, verdadera y literalmente, encarna y vivifi- goría oscilante entre dos planos de la realidad, que unía el orden
ca, realiza, en el ambiguo sentido que adquiere aquí la palabra, terreno y el espiritual. Un plano lo representaba el propio Reti-
Felipe IV, deseoso de ser un gran rey, se ve abrumado por la res- ro, el palacio y sus jardines; el otro el Retiro como imagen de
ponsabilidad. De clarísima inteligencia, analiza la situación en la Nueva Jerusalén» ". Una serie de paralelismos permitía iden-
toda su crudeza. De débil voluntad, no encuentra en sí coraje tificar a Dios con el Rey (identificación extendida en la mente
para variar su conducta. Cree que sus pecados son causa de la popular. Por ejemplo, el término «Su Majestad» se aplicaba in-
desdicha del reino, y no puede dejar de pecar. No basta con ver distintamente, en el lenguaje cotidiano, al Rey y a la Eucaristía).
caer una a una todas las florecientes esperanzas de su juventud La Iglesia, esposa de Dios, se asimila a la Reina, esposa del Rey.
ilusionada, cuando le sonreía su estrella. Es, día a día, el dolor Olivares será el hombre, pues es el favorito (el hombre de Dios,
del desengaño y ese otro, más intolerable, de la culpabilidad. Cul- el conde-duque del Rey). Así la temporalidad del palacio se pro-
pabilidad que no recae sobre su actuación pública, que deja a salvo yecta en lo eterno, el rey mortal asciende a la inmortalidad, la
su indiscutible buena intención, que enmascara sus errores polí- estructura social deviene inmutable a través de su correspondencia
ticos y recae, más aguda por más íntima y cercana, sobre sus pe- formal con la vida celeste. Vemos pues comprobada y documen-
cados particulares, sobre sus debilidades como hombre, que son tada esta visión de la corte como imagen del cielo, esta unión,
así causa de su fracaso como rey. Y, sin embargo, no poder dejar en lo externo y en lo íntimo, en lo festivo y en lo trágico, de
de pecar. Tanto dolor, tan buenos propósitos, y una carne débil. lo espiritual y lo profano. Unión tan típicamente barroca y que
Esta es la lúcida, compleja y amarga mirada que Felipe el Gran-
de clava en nuestros ojos desde los retratos de su amigo Veláz-
10 Cartas de Felipe IV a Sor María de Jesús de Agreda, en F. LÓPEZ ESTRADA,
quez. Antología de epístolas, Labor, Barcelona, 1960, p. 496.
Y de este estado de ánimo son testimonio sus cartas a la monja " J. BROWN y J. H. ELLIOT, Un palacio para el rey. El Buen Retiro y la corte
de Agreda, donde dice: «Yo, aunque suplico a Dios y a su Madre de Felipe IV, Revista de Occidente, Madrid, 1981, p. 241.

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nos ayudará a explicar muchos detalles curiosos de las concep- ¿e las diferencias de clase, fortuna, cultura y condición. Difun-
ciones escatológicas de la época. dían, pues, verdades que no sólo eran unánimemente aceptadas
por la inmensa mayoría de los españoles del siglo XVII, sino que,
además, convenía favorecer y reforzar para mantener una acep-
table cohesión y un apoyo razonable a las instituciones.
Por todo esto, la influencia que teatro y sermón ejercieron
6. L O S P R E D I C A D O R E S en su época es incalculable. Ningún medio más eficaz para la di-
fusión de ideas que, si bien no varían mucho en lo fundamental
En la vidajx)tidiana del habitante de la corte, había dos acon- (sí en los detalles), y nos resultan elementales y repetitivas, pre-
tccimiejTtoi/ujndamcntales, dos entretcrarnientos'gue'gpzaban del cisamente por eso, al ser expuestas con claridad y precisión, con
favor e todas las_clases~3e pub^coV^rtejtfo^eLserrnón. Parece la ayuda de una serie de recursos estilísticos probadamente ren-
un disparate juntar dos fenómenos a primera vista tan dispares, tables, y ante un público diverso y multitudinario, adquirían la
pero tienen, observados con mayor detenimiento, bastantes pun- fuerza de convicción de un mensaje publicitario, y perpetuaban
tos en común. modelos de comportamiento y esquemas mentales con eficacia
En primer lugar, tanto uno como otro tienen un nivel medio difícilmente igualada incluso hoy.
de alta calidad literaria. Esto permite que, además de otras inter- Normalmente, el teatro aparecería como el transmisor de va-
pretaciones, puedan ser considerados como diversiones, como lorelTs7)clirtrs-y^errÍTÍcTHrciejaTT^
espectáculos. El teatro, como el sermón, trasmitía una serie de Tos dogmas y +a mora-rrpercVjS"rajñó^cs^e2c^to^J_^^o.~Kr"uñT
valores sociales, morales e incluso dogmáticos. El sermón, co- parte, el teatro clá5Íco~espanol toca muchos temas religiosos; in-
mo el teatro, utilizaba recursos literarios y aun dramáticos para cluso en dramas a primera vista profanos encontramos puntos
aumentar su eficacia. Así se aproximan y se complementan, y teológicos y problemas éticos tratados con rigor de escoliasta.
se nos muestran como lo que fueron verdaderamente: las dos ma- Además, la literatura contribuía generosamente al realce de las
nifestaciones más populares de la cultura barroca. festividades religiosas, con poemas alusivos, comedias de santos
Además, ambos eran un acto social, donde la gente acudía o autos sacramentales, que a veces se representaban en recintos
a ver y a ser vista, donde se mezclaban todas las clases sociales, sagrados. La extensión de tal costumbre la confirma Deleito y
a veces con gran escándalo de los moralistas más estrictos o de Piñuela cuando dice: «A esta aportación literaria contribuían desde
los visitantes extranjeros. Eran lugares de encuentro, aptos para los profanos copleros a los ingenios que escalaban las mayores
el galanteo y la intriga, pero también, por esa mezcla heterogé- alturas del Parnaso español. Iglesia y monasterios procuraban es-
nea de públicos, para favorecer la cohesión social. Así pues, su timular tal producción, celebrando representaciones escénicas en-
mensaje debía estar dirigido a todos y fomentar, en lo posible, tre sus festejos religiosos, y abriendo concursos literarios para
esa cohesión, reforzando los lazos de los espectadores entre sí premiar las mejores composiciones» l2 . Y en una época tan
y de éstos con una serie de valores fundamentales. De aquí que preocupada por la cuestión de la preeminencia, así en la tierra
los temas e ideas que más frecuentemente se repiten, como lo corno en el cielo, en la que los hombres se enemistaban por quién
es, por ejemplo, el de las postrimerías, se revelen como puntos saludaría a quién y las órdenes religiosas, las ciudades y aun las
clave de interés, como aspectos verdaderamente básicos e im- parroquias disputaban ásperamente sobre si el santo de sus pre-
portantes a la hora de reconstruir la mentalidad de la España con-
trarreformista. JosÉ DELEITO Y PIÑUELA, La vida religiosa apañóla bajo el cuarto Felipe,
Su mensaje, pues, debía estar dirigido a todos, por encima Espasa Calpc, Madrid, 1952, p. 137.

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ferencias tenía mejor o peor puesto en el Paraíso que el de su rrer, por ejemplo, es una buena muestra de orador tremebundo
contrincante, no faltaban ocasiones para celebraciones y fastos y eficaz, que no dudaba en emplear los más complicados trucos
de esta especie. Por ejemplo, en muchos conventos de monjas para aumentar el impacto de sus sermones. El humanismo recu-
existían dos bandos: las partidarias de S. Juan Bautista y las de peró la retórica como modo de manifestación de la verdad: sólo
S. Juan Evangelista. La rivalidad era muy fuerte, y, cuando lle- el hombre recto, sólo el que defiende la justicia y la razón, pue-
gaba la fiesta de uno de los santos, sus devotas procuraban que de ser orador. De Cartagena a Vives, los mejores humanistas tra-
fuese de lo más lucida y suntuosa, recurriendo para ello a todos bajan por la resurrección de esta disciplina, considerada de nuevo
sus medios y a la ayuda de sus parientes y amigos, mientras que entre las más nobles, pues, al comprender la profunda relación
las del bando rival hacían todo lo posible por deslucir la fiesta, entre tema y forma, el buen orador deja de ser un charlatán so-
empeñando también en ello todas sus influencias. Tan encontra- fistico para convertirse en el paradigma de hombre bueno, en el
dos desvelos tenían como consecuencia fomentar las artes y dar difusor de la verdad. La auténtica belleza no puede surgir del error.
trabajo a los escritores, tanto eclesiásticos como seglares. Esta nueva preocupación dará pronto sus frutos, y de esfo~
Por su parte, el sermón, que debía trasmitir el dogma y las se beneficia también la oratoria sagrada, que alcanza cotas muy
reglas morales, se aproximaba también a los temas profanos, a altas de calidad. Calidad que se mantiene, por lo común, duran-
veces tratándolos directamente, incluyendo cuestiones de polí- te el siglo XVI y una buena parte del XVII. Sin embargo, cambia
tica, por ejemplo, entre sus tenias, aunque fuera un tanto forza- sustancialmente el enfoque de la retórica sagrada a partir del triun-
damente, trayéndolos como por los cabellos. Otras veces porque, fo del espíritu contrarreformista. La influencia jesuística se apropia
aun versando el cuerpo del sermón sobre un asunto sagrado, se del nuevo arte y busca, supuesta la verdad de la doctrina, más
divagaba hacia lo mundano. El orador se recreaba en considera- que profundidad, eficacia. Se trata de convertir la retórica en un
ciones marginales sobre astronomía o pintura, y discurseaba sobre instrumento útil a la Iglesia. Esto supone, desde luego, mante-
la moda, las artes venatorias, o sobre la agricultura. No pocas ner la calidad literaria y halagar los sentidos del oyente, y no en
veces incluía en sus sermones citas clásicas, lo que originaba al- vano se compara, en los tratados, al orador con el pintor. Pero
guna polémica, pues por oportuna y provechosa que fuese la sen- algo se ha perdido. No se intenta convencer, sino conmover. El
tencia, no dejaba de provenir de un autor pagano, siendo, por discurso no es manifestación de la razón, sino de la ley y el dog-
tanto, discutible la conveniencia de comentarla sobre el pulpito. ma. Desde luego, se sobreentiende que no hay errores de doc-
Hubo, incluso, predicadores que obtuvieron gran fama de eru- trina, pues la Iglesia garantiza la verdad, pero lo que fundamen-
dición inventando citas, por el sencillo procedimiento de atri- talmente se persigue es la reforma moral, y ésta surgirá, sobre
buir a Aristóteles o Cicerón lo primero que pasaba por sus cale- todo, de una fuerte conmoción. Se busca, por tanto, impresio-
tres, pero, por lo general, los predicadores eran cultos y compo- nar, conmover. La doctrina será poca, clara y concisa. Las apela-
nían sermones de valor literario, llegando algunos, como Para- ciones a la voluntad, constantes. Es preciso provocar la emoción,
vicino, a escribir obras maestras de la oratoria de todos los tiem- despertar el amor, incitar a un cambio en las costumbres. Y esto
pos. Esta preocupación literaria hacía atractivo el sermón, en el supone apelar, no solamente a recursos puramente retóricos, como
que, en ocasiones, se intercalaban incluso poesías, propias o ajenas. orden del discurso y figuras literarias, entonación y ademanes,
Pero de nada serviría la calidad literaria si el sermón no tu- sino a efectos dramáticos e incluso francamente escenográficos.
viese un buen efecto oratorio y no estuviera acompañado por Y esto aproxima, de nuevo, el sermón y el teatro y los revela
a ambos como espectáculos.
una presencia cuidada, una buena y educada voz, que lo dotase
de eficacia, y, en fin, por una adecuada puesta en escena. La re- Se cuida, pues, la luz que ha de caer sobre el orador y sobre
tórica comenzó a resucitar en el primer humanismo; Vicente Fc- sus oyentes, la distancia, el vestido. Se reservan grandes gestos
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para momentos cumbre y se juega, para hacer más efectivo el de alargar la hebra, adonde la han de tirar; dónde han de humi-
mensaje, con elementos de la iglesia, de los altares, señalando y llar la cerviz y coserse con la tierra; en las alabanzas sean difusos
resaltando en un momento dado las bóvedas, las pinturas, las imá- y floridos, en las reprensiones afectuosos y fervientes, en la doc-
genes o la misma custodia. Se recurre, incluso, a artilugios co- trina claros, pero concisos; concisos, pero claros» 14.
mo el que empleaba un predicador que solía ejercer su ministe- Esta adecuación del estilo al tema la defiende también el gran
rio en la Red de San Luis, que, mediante una especie de hélice, sistematizador Jiménez Patón, que la extiende asimismo al tono
crecía en estatura a lo largo del sermón. Sin duda se alcanzó una y metal de la voz, en el «uso de la cual las mudanzas han de ser
técnica muy desarrollada en el empleo de imágenes y crucifijos las que del ánimo porque se endcrezca a mover los ánimos, así
que, bien manejados, producían un efecto infalible sobre el pú- que tal sonido de voz procurara tener el predicador cual el mo-
blico, arrancando lágrimas y gritos, y provocando, en ocasio- vimiento que en el oyente quisiere causar» ' 5 . Estos recursos, por
nes, escenas de verdadera conmoción colectiva. Una mirada a tanto, no se justifican estéticamente, sino en cuanto elementos
algunos textos de retórica de la época nos confirmará la impor- al servicio de un mayor poder de convicción. No se trata de al-
tancia de este nuevo enfoque de la oratoria. canzar la perfección retórica, sino en la medida en que ésta auxi-
Por ejemplo, Francisco Terrones del Caño, aunque partida- lie poderosamente en la tarea de mover los afectos. Y para esto, una
rio de una cierta moderación en todo, no olvida nunca el pro- buena ayuda son los gestos, que, para nuestro autor, han de ser
pósito primordial de toda homilía, y entiende que éste ha de guiar adecuados y elocuentes, pero no desmesurados. Hay que mo-
el tono y la estructura del sermón. Así, «como el fin principal verse, sí, pero sin descomponerse, guardando esa compostura de
del predicador es mover y aprovechar, y lo que se dice al fin se la que hablábamos al tratar de las imágenes. «No muchas pal-
queda más en la memoria, es mejor poner lo provechoso al fin, madas ni muy quedas las manos, que lo uno es de esgrimidores,
porque no se nos olvide» u. Por tanto, se debe sacrificar la po- lo otro de troncos». Emoción, pero con medida. Dramatismo,
sible brillantez literaria a la eficacia, y, si ésta lo requiere, se po- pero con equilibrio. Profusión, pero dejando a salvo la claridad.
drán introducir incluso «dos o tres bocaditos agudos y dulces», Hay que conmover, sí, pero conservando un control, a salvo de
que, halagando el ingenio de los oyentes, disimulen un poco lo una exaltación excesiva que podría atentar contra la pureza de
áspero de las reprensiones y hagan más fácil el camino de la rec- la doctrina. En esta delicada correspondencia de tensiones se re-
titud moral. vela la retórica sagrada como verdaderamente barroca, dentro
El propio Cáscales, aunque no es propiamente un tratadista del espíritu general del arte de su tiempo, cuya clave, una vez
de retórica, como era un hombre muy culto, reputado por su más aquí, se manifiesta como exactitud.
buen gusto y preocupado por todas las manifestaciones litera- También el polémico obispo Palafox opinó sobre la tarea del
rias de su época, no dejó de opinar sobre estas cuestiones. Para orador eclesiástico, que, naturalmente, deberá emplear «palabras
él, lo fundamental es la claridad. La doctrina debe exponerse de claras, eficaces, ciertas, verdaderas, llanas, santas; porque éstas con
la manera más transparente posible, para quedar al alcance de- espíritu y fervor pesan más que la elocuencia de Tulio» "'. No
todos los entendimientos, y poder así encender todos los cora- podemos olvidar que Palafox era enemigo de los jesuítas, y des-
zones. Pero esto no supone que sea preciso acatar un único esti-
lo. Por el contrario, recomienda: «Miren los predicadores cómo 14 FRANCISCO CÁSCALES, Cartas filológicas, Espasa Calpc, Clásicos Caste-
y con qué ropa han de vestir diferentes conceptos: adonde han llanos, Madrid, 1941, vol. II, p. 127.
BARTOLOMÉ JIMÉNEZ PATÓN, Elocuencia española en arte, editado por ELE-
NA CASAS, La retórica en España, Editora Nacional, Madrid, 1980, p. 358.
13 FRANCISCO TERRONES DEL CAÑO, Instrucción de predicadores, Espasa Cal- 16 JUAN DE PALAFOX Y MENDOZA, Trompeta de Ezechiel a curas y sacerdotes,
pc, Clásicos Castellanos, Madrid, 1960, p. 114. Madrid, 1658, p. 174.

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preciaba, por tanto, las artes retóricas, pues, según él, no es la destinadas a resolver los problemas más urgentes del predi-
técnica la que puede hacer mejores a los hombres, sino el espíri- cador.
tu interior, la profunda verdad de la palabra divina. Y añade: «Mu- Por ejemplo, está claro que hay que conmover a los demás.
dar afectos interiores de las almas, limpiar los corazones de cul- pero se supone que, para eso, uno debe de compartir los senti-
pas, sacar el alma de la servidumbre del Demonio, no lo hace mientos que se propone provocar. Entonces ¿qué puede hacer
lengua de carne, hácelo aquél de quien con admiración decían el sacerdote que no sienta nada? Y viene la respuesta: «para mo-
los Infieles: Quis est qui peccata dimittit?». La conversión sólo verse a sí, y a otros, se han de amplificar las cosas, y hacer des-
puede atribuirse a la gracia, y no a la palabra. Pero, sin embargo, cripción de ellas tan al vivo, como si las viésemos, y luego saldrán
se sigue conviniendo en que el propósito principal del sermón los afectos» l8 . Así, aplicándose a sí mismo la técnica descriptiva,
es conmover y mudar la conducta: lo único que se pone en duda tan cara el espíritu barroco (y más entre los jesuítas, y Escardó
es la validez de las técnicas para lograrlo, atribuyendo todo el lo era), el propio predicador es el primero en ceder a la fascina-
mérito a la inspiración del Espíritu Santo. Así que, aunque difie- ción de los encantos que maneja.
re en su estimación, mantiene la idea de oratoria de los otros tra- Es muy importante el papel de la imaginación. Nuestro autor
tadistas. Y ya es mérito, en personaje tan polémico que, un siglo recomienda al que ha de pronunciar una homilía que «pase por
después de su muerte, aún tenía revolucionados los ánimos, y la fantasía las imágenes que representan la cosa que se ha de tra-
cuya memoria fue reivindicada por los volterianos, conservan- tar; porque mucho más mueve lo que vemos con los ojos, que
do sin embargo el honroso título de Venerable en la Iglesia lo que oímos». Por lo tanto, hay que presentar a los oyentes las
oficial. cosas como si las estuvieran viendo. Y recordemos que en mu-
Más respetuoso con las artes se muestra Juan Díaz Rengifo, chos lugares, como en el influyente Arte de la pintura de Pacheco,
autor de una Poética muy popular (de la que, por cierto, Veláz- se compara al pintor y al orador.
quez poseía un ejemplar en su biblioteca). Este autor mantenía, Pero se trata de mover la voluntad, y no se quiere lo que no
dentro de la tradición platónica, su veneración por la inspira- se conoce, según la tradición aristotélica. Luego es preciso «que
ción, don divino y madre de toda belleza, pero sin desdeñar, de se convenza primero con razones el entendimiento; y que la doc-
acuerdo ahora con la corriente aristotélica, el poder de la técni- trina sea fácil, clara, y no muy especulativa, ni de mucha agude-
ca. Es preciso, y a esto deben dedicarse oradores y poetas, mejo- za»19, teniendo cuidado de particularizar, pues siempre intere-
rar a nuestros semejantes y hacer bien a las almas. «Mas porque san más los detalles que las generalizaciones, y de aclararlo todo
los hombres se enfadan y hartan presto de oír las cosas que más con comparaciones y ejemplos. Además, el tema del sermón ha
les convienen, para que de buena gana les den oído, muchas ve- de ser adecuado para conmover, pues realmente hay materias más
ces es menester azucararlas, y hacerlas gustosas con el lenguaje, fértiles en emociones que otras.
en que se las proponen» 17 , y un buen conocimiento de las fi- Pero no hay que extenderse mucho: decir pocas cosas, claras
guras literarias y de la estructura musical del idioma resulta, pues, y muy repetidas. Insistir sobre el sentimiento provocado mediante
imprescindible. la reiteración del estímulo. Variaciones, sí, pero sobre el mismo
A mi juicio, uno de los manuales más útiles para compren- terna, remachando bien, porque «de la manera que un clavo cuan-
der la forma en que se construía un sermón en el siglo XVII es ' más golpes le dan más firme queda, y más metido en el lugar
la Retórica cristiana de Escardó, delicioso libro que tiene la venta-
ja de resumir sus conclusiones en una serie de reglas prácticas, JUAN BAUTISTA ESCARDO, Rhetorica christiana o idea de los que dessean pre-
pon espíritu, y fruto de las almas, Mallorca, 1647, p. 336.
17 JUAN DÍA/ RENGIFO, Arte poética española, Madrid, 1606, p. 6. Ibídem.

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donde lo hincan; así sucede a los afectos que se mueven en la pongan los medios para alcanzarlas. Y concluye: «¡Oh cuan ama-
voluntad» 2 ". das son tus moradas, Señor de las virtudes! Codicia, y desfallece
Mucha importancia le da Escardó al uso de la voz, al dife- mi alma por los atrios del Señor, mi corazón, y mi carne se ale-
rente empleo de los tonos, según el momento y el asunto, mo- graron en Dios vivo. Que éste sea el afecto, esta voz común de-
dificándose de una frase a otra para así mantener viva la aten- todos los fieles, así como los párrocos lo deben desear con ve-
ción y acentuar el efecto de las palabras sobre el oyente. Pero hemencia, así también lo deben procurar con el mayor desvelo» -.
para una reforma de la vida, nada mejor que una fuerte impre-
sión. No olvidemos la tradición de conversiones radicales debi-
das a un fuerte choque emocional, como las de Francisco de Borja
o Miguel de Manara. Y aquí resultan poderosas auxiliares las
imágenes, particularmente el crucifijo. Este deberá ser bastante EL T E M A DE LAS POSTRIMERÍAS
grande, aunque no tanto que no se pueda mover a voluntad, y
deberá sacarse sólo en algunos sermones muy importantes y, en Uno de los asuntos favoritos de los predicadores era el de
éstos, tenerse escondido y hacerlo aparecer por sorpresa, para la vida ultraterrena. En efecto, tenía el encanto seductor de lo
que así haga más impresión, como reconoce el autor. Y añade: desconocido y lejano, lo que, por mucho que se repitiera, le da-
«Si cuando saca el Cristo la gente llora, no la haga callar; porque ba un aire siempre novedoso; además, era particularmente apto
cesará el llanto, y entrará la imagen fríamente; y no es razón, que para conmover, pues reducía la mítica lucha entre bien y mal,
el efecto vaya en disminución, sino en aumento: y, por eso, los luz y tinieblas, al ámbito del corazón humano, haciéndola así ín-
oradores, en habiendo movido el auditorio, luego se dejaban con tima y apasionante. Permitía, para reforzar esta capacidad de con-
la emoción, que es muy buen dejo, y daban fin a su oración. Pero moción, recrearse en especulaciones imaginativas, utilizando el
si los gritos, que dan los del auditorio, son tan grandes que no método descriptivo, tan recomendado, como hemos visto, y ha-
se pueda oir lo que dice el predicador, entonces hablará con ac- lagando así los sentidos y la fantasía del oyente, excitando su te-
ciones, dándose golpes en el pecho, señalando con el dedo las mor o su deseo. Y este temor y este deseo se podían orientar
llagas, los clavos, las espinas, besando el Cristo abrazándole, dando prácticamente hacia la reforma moral y la fidelidad a la Iglesia, úni-
algunos gritos, y diciendo algunas palabras de grande efica- cas vías seguras para lograr lo anhelado y evitar la causa del miedo.
\1
cia»Op.
21 . cit.,
Emoción,
fol, 338. sí, y aun amenaza desbordante, pero encauza-
Así pues, como ya dice, con su habitual acierto, Caro Baro-
ja, el Barroco supone la fijación definitiva del modelo de vida
da, controlada, llevada a un fin cotidiano y sereno: la vida moral.
Pasión, desde luego, que estalla en gestos y llanto, pero cuida- después de la muerte, la creación, completa, coherente y deta-
dosamente planificada, medida por una mente clara, que la ana- llada, del mundo de ultratumba. Y el tipo establecido entonces
liza racionalmente. Qué profundamente barroco, qué contenido ha perdurado hasta nuestros días. Será un mundo sensual y va-
torrente el sermón perfecto concebido por Escardó. riado, descrito con precisión y que se parecerá mucho a los ideales
Por último, recordar que es el propio Concilio de Trento el Y los tipos de las artes visuales de la época. Aparecerá como un
que aconseja a los párrocos atención a sus prédicas, recomen- reflejo mejorado de la vida cortesana, y los predicadores serán
dándoles, por cierto, que se esmeren en pintar a sus feligreses sus portavoces, particularmente los jesuítas.
las delicias del cielo, para que así las deseen con impaciencia y Pero aunque la especulación, puramente imaginativa, (pues

Catecismo del Santo Concilio de Trento para los párrocos, ordenado por disposi-
21 Op. cit., fol, 344. Cl°n de San Pío I/ Madrid, 1785, p. 85.

50 51
(í F. O C; U A F I A 1 ) F . L A F, T E R N 1 D A 1) I N T R O D U C C I Ó N

la razón, aun en el caso de llegar al convencimiento de la exis- se convierte a su vez en modelo ideal de ésta, en su meta y su
tencia de una vida inmortal después de ésta, no puede dotarla culminación, cerrando un círculo de relaciones complicadas. Y
de contenido) codifique definitivamente en la Contrarreforma esta cercanía comprensible, unida a la lejanía de saberla inalcan-
su visión de la eternidad, el de las postrimerías es un tema muy zable si no es después de la muerte y a través, justamente, de la
antiguo en la tradición de la Iglesia, lo que resulta explicable, vida, de una vida moral y religiosa, da mayor fuerza a la evoca-
pues trata de algo que halaga una vieja ilusión del hombre: su ción de las postrimerías, las introduce más profundamente, hun-
inmortalidad personal. Y si además esta inmortalidad se desen- diendo sus raíces en nuestros más ocultos instintos. Así, la ex-
vuelve en un mundo no absolutamente distinto de éste, aunque periencia del fiel era más fuerte, la conmoción más intensa, y el
sensiblemente mejor, y se garantiza, además, un castigo para los predicador podía estar seguro de la efectividad de su sermón,
malvados que restablezca el equilibrio entre virtud y felicidad, como el escritor de la eficacia de su libro, cuando tocaban estos
injustamente roto en la tierra, al menos para una mirada super- temas. Todo esto, fortalecido y auxiliado por el florecimiento de
ficial, la tentación de creer en nuestras ilusiones es irresistible, un estilo artístico particularmente apto para conmover íntegra-
tan hondamente llegarán a conmovernos. Por eso desde muy mente al hombre en toda su complejidad, determinó la abun-
pronto nos encontramos con visiones del Cielo y del Infierno, dancia de referencias al Cielo y al Infierno durante el siglo XVII
que varían y se enriquecen a lo largo de la historia del pensa- y el pintoresco detallismo de sus descripciones.
miento cristiano.
Las descripciones del mundo de ultratumba aparecen ya en
las Actas de los mártires y se continúan durante toda la historia
de la Iglesia, de modo que los escritores barrocos se encontra-
ron con un terreno bien labrado y abonado. Ellos, sin embargo,
al hablar de esta vida trasmundana insisten sobre todo en los as-
pectos plásticos y en los goces de los sentidos, que, si bien cons-
tituyen la gloria accidental, siendo la esencial la unión espiritual
y plena con Dios, eran más apropiados que ésta para despertar
los sentimientos de los fieles de una época tan sensual como el
Barroco, y, por su apelación directa a la sensibilidad, más indi-
cados para despertar deseos anhelantes o temerosas repulsas, y
es el conocimiento (aunque aquí sea inadecuado, por provenir
de la opinable y dudosa, aunque poderosísima, fuente de la ima-
ginación, y no de las más seguras de la razón y la experiencia,
mudas ante un mundo cuya misma existencia es ya cuestionable
y, de hecho, no sé puede demostrar, por lo que sus característi-
cas no pueden basarse en otra cosa que en la fantasía y en la auto-
ridad de escritores antiguos, que no tenían tampoco más base
que su ilusión y alguna tradición folklórica) es el conocimiento,
repito, unido al deseo, lo que puede robustecer la voluntad y
orientarla a una reforma de las costumbres. Así, la vida celestial,
que ha sido diseñada conforme a la estructura de la vida terrena.
52
I. EL INFIERNO
1. D E S C R I B I R EL INFIERNO

Un siglo sensual, fastuoso y amigo de ceremonias y espec-


táculos, como fue el XVII español, parece que no habría de en-
contrarse muy a gusto pintando los tormentos infernales, pero
la contradicción desaparece si se piensa que era precisamente re-
pulsión lo que se trataba de provocar. Asco y miedo, náusea y
temor tan fuertes como para lograr que se apartase del vicio una
carne débil, que huyesen del deleite unos nervios excitables y
tensos, casi sonoros, como cuerdas de guitarra; que viesen un
peligro en el placer unos sentidos despiertos y afinados por un
sabio adiestramiento. Además, la sensibilidad barroca fue tan exas-
perada y lúcida que ya veía en cada cosa un anuncio de la muer-
te, un proceso de disolución, pues estaba educada para percibir
los cambios más imperceptibles, la labor callada e implacable de
las horas, «las horas, que limando están los días». Y ni aún el
suave roce de la lima pasa inadvertido a los ojos del discreto. Si-
glo de espejos y relojes, donde todo se contempla hasta su fon-
do y donde todo se sujeta a ritmo y medida, aun la labor de la
fuerte, que se vuelve tiempo y hora: reloj. Como se vuelve re-
ilejo especular, porque el espejo nos revela lo ajeno de la imagen
Y nos otorga la distancia propicia para el análisis, intelectualiza
a Percepción, refina el sentimiento filtrándolo, revelando la inac-
esibilidad de lo asequible. Siglo de retratos que son radiogra-

57
c; E o c; R A F I A i) K L A E i h R N i n A n EL I N F I E R N O

fías del alma, y cuyos hombres sabían unir, al placer de besar 1' ción q ue tiene cl orador cristiano de injerir este tan im-
unos labios, el consciente aflorar, en los dientes, de la calavera ° asunto siempre que pueda en sus sermones, pues sien-
Encontrarse un esqueleto entre los brazos es una vieja lección los oyentes por la mayor parte enfermos de varios achaques,
moral que el español del XVII recibía a diario. Para este lúcido udente, y crucl sería el médico, que por no desabrirlos, re-
observador, el mundo, tan apasionadamente amado, se presen- B*rase en recetar esta purga, que aunque amarga, lleva consigo
taba en su verdad, como apariencia y transcurrir. Como aparien- F salud, y la expulsión de los malos humores, que ocasionan la
cia, pues sólo tenemos percepciones de las cosas, y no su ser enfermedad, y conducen a la muerte eterna'. Así pues, aunque
Como transcurrir, pues todo, desde el momento mismo del na- '«¡pintura de tantos males parece que va en contra del espíritu
cimiento, emprende la fatal carrera que le llevará a la tumba. E] « aquel tiempo, que tendía a presentar la religión como algo
mundo, la vida, es sueño, pues no es más que un aparecer y un amable y a teñirla con tonos tiernos y seductores, no puede de-
desvanecerse. La muerte nos acompaña, forma parte de noso- jarse de lado, precisamente por su capacidad para mover los afec-
tros. Estamos ya disolviéndonos, el yo que éramos hace un ins- tos fm principal del sermón. Y no se excluye tampoco cierta com-
tante ya no es, se ha perdido en la nada. Y a todo esto se llega, placencia artística por parte de los autores sagrados, que, hijos
no a partir de un rechazo del mundo, sino precisamente gracias de su siglo al fin, no podían renunciar a un cuadro, si terrible,
a una entrega a él cálida, despierta, irreversible e implacable, a variado, vivido, plagado de pasiones extremas y de expresivi-
través de una aceptación del cuerpo que perdura más allá de la dad- Además, toda sociedad necesita reflejar culturalmente sus
tumba, que analiza la labor del gusano con desesperado amor, propios fantasmas, sus miserias y sus terrores, el lado negado de
con clarividencia apasionada. Tal vez tanto amor a la vida y una su realidad. Y las descripciones del Averno se adaptaban perfec-
consciencia tan alerta, juntos, sofíTa causa de que Ja gente de la tamente a este fin. Esta triple función, ética, estética y social, ex-
época sea tan profundamente religiosa, sejidhiera con tal fervor plica la abundancia de ellas a lo largo de todo el siglo.
a_silTe7J^ftJuc[necésitan que haya algo inmóvil, perdurable, por- 3} Las principales características del Infierno están ya fijadas des-
qytTse^aferran a la creeriaaTñlíI|^Viv~ó~pl^^ de el siglo anterior. Pedro de Medina, por ejemplo, nos da ya
para cjuíeTnTla~cTuTá"cuírT ño'liigTíifique aniquilamiento. Quizá por una visión muy cercana a la iconografía barroca, y aun incluye
eso pintan el Cielo tan semejante a la tierra, a esta vida de aquí, una memorable semblanza de los demonios: «Son más negros
adorada e irrenunciable, en el suelo y bajo el sol. Y quizá por que la pez, como aquellos que toman la color del fuego en que
eso lo más aterrador del Infierno sea su condición de definitivo de continuo arden, que es madre de todo negror. Sus caras son
sepulcro y, para una época estética y gestual, la confusión, ca- muy espantosas. Los ojos tertuliados, saltando de ellos centellas,
rente de ritmo, huérfana de ceremonias, y la penumbra, falta del atices rebajadas, o muy romas, o muy gruesas, o muy al-
contraste de la luz y de la gala de los colores. Y esto, unido a muy delgadas fuera de toda manera. Las mejillas consu-
la perspectiva de atroces padecimientos físicos, podía connio- . Las bocas muy grandes y muy abiertas, como aquéllos
cionar al español del XVII lo suficiente como para transformar •siempre infingen tragar. Los dientes muy agudos. Las gar-
su vida y convertirse. s muy anchas, todas las otras hechuras, por esta manera,
Por eso las descripciones de las penas del abismo eterno son son bocas. Todos son uñas, de todos salen llamas de fue-
tema favorito de los predicadores. Así lo reconocen varios auto- c , ly quemantes, por ojos, por orejas, por narices, por bo-
res, como Xarque, que dice: «Pues si tanto fructifica en los cora- p '. 's una imagen fuertemente expresiva, vivaz, y con un aire.
zones humanos la memoria del infierno: si es así, que Oderun PPar, de estampa devota, de pliego de cordel, que, a pesar de
peccare male formidine poenae, el miedo de la pena tiene a rav
la insolencia de los malos; bien se deja entender (...) la A- XARQUE, op. fit., p. 402.

58 59
I
(; F. O <; R A F I A I ) F. L. A K T E U N I D A D

su voluntaria ingenuidad (no tan ingenua, por querida) no pier- mportan los hechos y sus accidentes exteriores, no los verda-
de su poder aterrador, aun para nosotros, sobre todo al final. ¿eros sentimientos, no las circunstancias anímicas. Y eso se ve
Y éste es el tono general durante todo el siglo XVII: expre- ^uy bien si leemos las obras de casuística. Lo importante es el
(más aparecer: no vale sólo ser bueno, sino parecerlo. Las obras lite-
rñcntc^, 3etaTfe£éxtremecedores y deseo de horrorizar. Por repeti- rarias sobre el honor son buena ilustración en este punto. Y esta
do, el tema se hace común y se tiñe, a veces, de comicidad. Pero, sin exterioridad de la virtud se extiende también a su premio. La fe-__
embargo, nunca le abandona su fuerza y su capacidad de convic- licidad ya nges una íntima satisfacción, un gozo interior, un£S-
ción. Como no perdieron su facultad de asombrarnos las metáforas ffí~éñ~p2Z consigo, sino que sc_confunde con el éxito, con el ble-
de la poesía de la época, con ser tantas y tan extremadas que los ffésTáT social, con cltriunfo cortesano7La VirFüd yrálio~es"taTy;',
poetas, compitiendo por lo peregrino, hacían cotidiano el milagro. p"oTTáTito7 ya no lleva_aparcjado'^rrpfopio premio, que es ella
nJSrnTc'n cuanto enriquecimiento del ser humano. DeTolqulTse"
trata ahora es de las Emcnas ól)"r¥s^^üyo^remíó"Tíer5effa"s"erálgo
tlíraleáToTrcr Jero esta, terrestre e inco'iísTaritt1,
ncTsíempre sonríe al más devoto, sino que suele acaecer lo con-
2. EL L U G A R DEL I N F I E R N O trario. El catolicismo no cree, como los protestantes, que la pros-
peridad sea un indicio de qúe~somo!j buenos a los ojos de Bies.
El infierno es el lugar donde los pecadores reciben un tor- Kmenudo sucede lo opuesto, que
mento eterno, primero sólo en su alma y, a partir del Juicio Fi- a los suyos por sus pecados, como se castiga al hijo y se es indi-
nal, también en su cuerpo. Es cierto que los malos pueden ser ferente a las faltas del extraño, o permite que sufran sin motivo,
castigados en esta vida, y ya veíamos, en capítulos anteriores, para probarlos, y que triunfen los malos, para que sea más es-
cómo algunos sucesos, por ejemplo las derrotas militares, se in- pectacular su caída. De modo que la dicha, proclamada y un poco
terpretaban como castigo divino. Todavía, en el lenguaje popu- rimbombante, se concebía como un premio para después de la
lar, se suele decir «castigo de Dios» cuando alguien «recibe su muerte. Y esta exterioridad de la moral se refleja en el Cielo ima-
merecido». Pero la realidad, triste realidad a los ojos del justo ginado que, más que felicidad, promete placeres.
desdichado, es que a los malvados no siempre les va mal en esta Y, para restablecer totalmente la justicia, el malo debe ser cas-
vida. Incluso parecen triunfar y ser felices. Su castigo, por tanto tigado. El hecho de ser un malvado, de comportarse de forma
(pues no puede dejar de haber un castigo) vendrá después de la indigna, de ser miserable y mezquino, no les parecía bastante cas-
muerte. Porque, en verdad, el objeto último de la ética, sea pa- tigo a los católicos. No es suficiente con empobrecerse, con en-
gana o cristiana, es hacer felices a los hombres. La virtud no es vilecer su vida y su ser, con verse forzado a convivir con el pro-
un fin en sí misma: es el medio para alcanzar la dicha, radique pio embrutecimiento y la propia maldad: esta íntima desdicha
ésta en el perfecto equilibrio del hombre consigo mismo o en les parece demasiado poco. La pena ha de ser pública, la degra-
la unión definitiva con Dios. Ahora bien, cuando la piedad se dación interna pierde importancia frente al desprestigio exterior
torna en religión positiva, y cuando esa religión se vuelve dog- que supone ser desterrado de la corte celestial. Y, por tanto, des-
ma, como sucede con el catolicismo contrarreformista, las rela- pués de la muerte, y por toda la eternidad, el malvado penará
ciones éticas se resuelven en pura exterioridad. La virtud pierde er» cuerpo y alma. Jamás entrará en la Ciudad de Dios.
su sentido último y rico y se confunde con las obras buenas pres- Este destierro eterno podría cumplirse en cualquier parte, pero
critas por los mandamientos, obras que serán igualmente váli- el equilibrio intelectual de toda doctrina bien construida exige
das, según el dogma, si se realizan de forma fría y superficial. ^Ue, como hay un lugar para el gozo, haya otro para la pena. Y
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El I N P: I E li N (1
C V. O C H A P I A 1) K I A H T 1: U N 1 1> A I )
sarnos cotidianamente, y que (aquí se dividen las opiniones) se
así, al Cielo se opone el Infierno. Ambos se enfrentan y se co- trata de un pozo muy hondo o de una cárcel muy oscura. O de
rresponden: detalle a detalle, uno es negación del otro. Y ambos las dos cosas, o sea, una cárcel en el fondo de un pozo.
adquiren su verdadera importancia después del Juicio final, cuan- La situación en lo más profundo del mundo responde a una
do, unidas de nuevo las almas a los cuerpos, se puedan disfrutar costumbre muy antigua. Narraciones mitológicas y cucntecillos
o padecer en toda su plenitud. La simetría es perfecta, y así co- ¿e tradición oral suelen hablar de seres a los que «se traga la tie-
mo algunos santos especiales resucitan y suben a la Gloria en rra». En la Biblia, el Seol está en las entrañas de la tierra. La cultura
cuerpo y alma, así también hay algunos condenados que pade- grecorromana también situaba allí el reino de Hades, en el mismo
cen anticipadamente las penas corporales, sea en el Infierno o lugar en el que se encuentra el infierno musulmán. La Divina Co-
sea en sus propias tumbas. Un autor afirma que «De los cuerpos media recoge esta triple tradición en su viaje a los abismos. No
de los condenados se burlan y escarnecen los Demonios, y cuando es extraño, pues, que todos los autores coincidan en este punto.
Dios lo permite, los desentierran y los sacan de las Iglesias arras- Por ejemplo, y empezando por lo más sencillo, en un peque-
trando» 2 . Pero, no contentos con manifestar de este modo su ño catecismo publicado en Lima, a la pregunta sobre qué es el
respeto por los lugares sagrados, a veces, impacientes, abrasan Infierno, se responde: «Un lugar en el centro de la tierra, donde
con el fuego infernal el cadáver dentro de su sepulcro. El mismo las almas condenadas padecen eternamente penas gravísimas de
autor cuenta algunos casos: «Otras veces no sacan los Demo- fuego, y todas las que se pueden imaginar, sin un instante de
nios de las Iglesias los cuerpos de los condenados, porque en ellas descanso, sin fin jamás» 4 . Es una definición breve y precisa,
les dan las penas, que dispone la divina justicia, como se vio en donde sólo se dice lo esencial, y entre esas características funda-
el cuerpo de un tintorero de Roma, enterrada en el templo de mentales se incluye la situación tal vez como una cuestión de si-
San Jamario Mártir, que la noche siguiente oyó el sacristán que metrías: si el Cielo está en lo más alto, en la esfera superior, al
salían de la sepultura unas tristes voces, que decían: Estoy ar- Infierno le corresponde estar en lo más bajo, en el centro de la
diendo, estoy ardiendo» 3 . O este otro, aún más impresionante, esfera inferior. Si aquél evoca aire, luz y libertad, éste nos trae
y más cercano geográficamente: «A un cortesano de la provin- a la mente sofocamiento, tinicbla, encierro. Si aquél nos rescata-
cia de Valencia, que había cometido cierto pecado deshonesto rá de la tumba, éste nos hunde más profundamente en ella.
(y murió de repente al séptimo día) enterráronle en la iglesia, y El impagable librito del P. Martín de Roa, uno de los más
de su sepultura comenzaron a salir vivas llamas, que duraron mu- completos y detallados, lo sitúa así: «Este lugar es una cueva, si-
chos días, y fueron consumiendo toda la tierra, que estaba sobre ma, o seno de la tierra en lo más profundo de sus entrañas, veci-
el cuerpo difunto, cuya carne y huesos también se revolvió en no a su centro, ancho, y largo, cuanto sufrirá la grandeza de la
llamar». Pero estos casos, por llamativos que sean, no dejan de tierra, que ocupa, como dicen, once mil leguas en su redondo,
-£er excepciones. Por lo general el muerto reposará en su tumba, Y cuanto será necesario para la muchedumbre de pecadores, que
y el alma sufrirá en el Infierno hasta que, tras el universal acaba- 2lli han de guardar perpetua carcelería» \í incluso se nos
miento, cuerpo y alma se unan, en el resucitado, para compartir informa de las dimensiones exactas, y la fijación de un espacio
el padecer en los sombríos calabozos intérnales.
*"" Pero, como se preguntan los manuales de la época: ¿qué lu-
gar es éste del Infierno y dónde se halla? La respuesta suele ser FRANCISCO DE LA CRUZ, Breve compendio de los misterios de nuestra Santa
que se encuentra en el centro de la tierra, bajo este suelo que pi- Católica, Lima, 1655, p. 121.
^. MARTÍN DK ROA, Estado de los bienaventurado!, en el cielo, tic1 los niños en el
. °> de los condenados en el infierno, y de todo este universo después de la resurrección,
2 JOSÉ OK SANTA MARÍA, Triunfo del ayta bendita, Sevilla, 1642, fol. 12' yJu'cio universal, Barcelona, 1630, fol. 88.

3 ¡bídem.
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<; F. o (; K A r- i A i) i-: i A E T E R N I D A D I I I N F 1 K U N O

limitado y estrictamente cerrado produce una sensación de an- • dica, es el crisol en el que se purifican las almas, pero no en
gustia, reforzada por la mención, que se hace inmediatamente, 1 Infierno, sede de lo impuro por antonomasia y donde no existe
de la muchedumbre enorme de gentes que habrá de albergar. •ngUna esperanza, donde no es posible una transformación, don-
Por su parte, el padre Nieremberg apunta: «Otro género de de las almas están condenadas a no limpiarse jamás. Único lugar
pena de gran trabajo y desconsuelo es la del destierro, la cual nue el pensamiento puede concebir donde el sufrimiento es to-
padecerán los condenados en sumo grado; porque serán deste- jíjl y definitivamente estéril.
rrados al lugar más apartado del cielo, y más calamitoso de to- También en los sermones se insistía en esta localización. Por
dos, que es en lo profundo de la tierra, donde ni el Sol del día, ejemplo, en uno, dedicado a San Pascual Baylón, leemos: «In-
ni las Estrellas de noche verán, donde todo será horror y tinie- fierno quiere decir lugar que está debajo en el centro de la tie-
blas»' 1 . Se establece una realidad paradójica: estar desterrado. rra»" Y se añade que, aunque pueda parecer inconcebible, aún
en la tierra, a fuerza de estar enterrado. Se insiste en la extrema hay infierno del Infierno, un lugar aún más hondo, donde reside
lejanía del Cielo y en el hecho de que es un lugar tenebroso. To- el mismo demonio, en lo más profundo de lo profundo, en el
dos los autores añaden que, aunque está lleno de fuego, es un corazón del corazón de la tierra. Y en esta opinión lo acompa-
fuego especial, que no alumbra. Como tampoco brillan, en lo ñan otros autores, como lo acompaña la iconología, a juzgar por
profundo, las llamas celestiales, los astros. Así, se está en el mundo los grabados e ilustraciones, tal vez sin caer eri la_cuenta cíe que
como en un lugar extraño, sin puntos de referencia en la oscuri- esta opiniójTjj^r^nj^xtraña^pTry^^
dad. Todo es siniestro y oscuro, todo desconocido. La patria te- tu5~á""5Iíanj¿j:l .centro nVj I Jmvrrsn
rrestre se revela, en su fondo, en su corazón de fuego, como ex- CJñíTvez localizado el Infierno, nos ocuparemos de lo que su-
traña y terrible, como destierro, verdaderamente, pues en ella no cede en su interior, de quiénes son sus habitantes y cómo se dis-
hay nada en que reconocerse. Y para un amante de esta vida de tribuyen en su espacio. Sobre esto versará el siguiente capítulo.
acá, para un observador apasionado y despierto, tal vez ningún
tormento más terrible que este desconocimiento, este extravío,
súbito rostro hostil de la entraña del mundo.
Otro libro nos dice que el Infierno «es una concavidad a ma-
nera de calabozo, que Dios les tiene preparada en el centro de CONDENADOS Y VERDUGOS
la tierra, llena de fuego de azufre de la manera que acá un estan-
' gue está lleno de agua» 7 . Aparece aquí otro elemento que, por Los primeros habitantes del Infierno fueron los ángeles caí-
lo general, se asocia siempre con los poderes diabólicos: el azu- os. Allí perdieron su gracia, su belleza y su dicha, aunque no
fre. Suelen identificarse las apariciones diabólicas por el intenso su poder. Transformados en demonios, aprovechan este poder
olor a azutre que dejan tras de sí. Y esto encierra una cierta in- Para arrastrar al hombre a su perdición, pues no pueden sopor-
coherencia doctrinal, pues el azufre simboliza, y así lo recoge tar que una criatura inferior, tosca e imperfecta, alcance la felici-
la tradición alquímica, la purificación profunda. Por tanto, su lugai dad que ellos perdieron. Así, hicieron pecar a Adán y Eva y, desde
debería estar más bien en el purgatorio, que, como su nombre entonces, son los enemigos implacables de la humanidad. El dia-
- ' <<en las tinieblas profundas da con un hombre. Si hay pro-
undos de miserias, ahí hace encallar las almas; si hay apreturas
11 JUAN EUSEHIO NIEREMBERG, De la diferencia entre lo temporal y lo ete
sus profundidades, mete al que le sigue; si cárceles en sus maz-
Lisboa, 16S3, p. 329.
7 SEBASTIÁN IZQUIERDO, Consideraciones de los quatro Novissinws del
Muerte, Juicio, Infierno y Gloría, Roma, 1672, p. 229. FRANClsco LÓPK/, Sermones, Madrid, 1678, p. 270.

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F I I N f I E H N O
T, E O G R A F Í A I) I L A F T K l< N I I) A I)

morras, si pozos en sus honduras, si mares de trabajos, en sus turas tan frágiles como los hombres, tan inferiores a ellos bajo
cavernas» 9 . Persigue incansable al hombre, tratando de precipi- todos los aspectos?
tarlo en su abismo de tormentos, y, si puede hacerlo, es porque Puede resultar algo difícil de admitir que el demonio sea ver-
conserva, junto con un poder considerable, una inteligencia su- daderamente poderoso, y los autores emplean páginas y argu-
perior a la humana (pues al fin y al cabo, aunque caído y perver- mentos sin fin para demostrar que este poder se ejerce sólo con
so, es un ser puramente espiritual) y además un cierto poder de permiso de Dios y solamente hasta el punto que Dios quiere,
seducción, como un eco de su perdida condición de ángel. Es V para hacernos ver que todo es por nuestro bien, para respetar
seductor verdaderamente, y aun puede revestirse de una menti- nuestra libertad y porque la justicia divina no puede darnos un
da forma hermosa, puramente aparente, por supuesto, pues no premio tan desproporcionado a nuestra mortal condición, co-
puede haber belleza verdadera en quien es compendio de todo mo es la dicha eterna, sin que lo hayamos merecido a fuerza de
mal. Puede presentarse bajo los aspectos más variados, halagar sufrimientos, luchas, dudas y lágrimas.
al hombre de las más diversas maneras. Incluso toma a veces apa- Lo cierto es que un Dios tan unilateralmcnte bueno como
riencia de ángel bueno o incluso de persona divina. Resulta en el Dios cristiano, un Dios que se comporta según las mismas re-
verdad tentador: profundo psicólogo, sabe el punto débil de ca- glas morales que dicta para los hombres, resulta poco satisfacto-
da uno, conoce al que caerá simplemente por unas monedas y rio a la hora de explicar el origen del mal, y exige por tanto un
al que se dejará enredar en el cebo del poder. Conoce al orgullo- poder contrario, un poder vencido eternamente, para garantizar
so y al esclavo de la envidia. Sabe tratar al que no resistirá un su condición inferior y sometida, pero lo bastante fuerte como
halago a su vanidad, al que se rendirá fácilmente a cambio dt para que su derrota exija una lucha constante, hasta el día de la
un puñado de placeres o al que se precipitará en el abismo, in- definitiva derrota, en el que irá a ocupar, ya para siempre, su pues-
cluso a sabiendas, detrás de una sonrisa y unos ojos claros. Y to en lo profundo, y, de enemigo, pase a ser eterno prisionero.
sólo tras la perdición se quitará la máscara de cómplice y apare- Su posición, sin embargo, es especial, pues, como verdugo, es
cerá su verdadera condición de verdugo. Sólo entonces las adu- instrumento de la justicia divina y por tanto, aunque opuesto
laciones se tornarán en desprecio, y a aquél al que le ofreció to- esencialmente a ella, su colaborador. El castigado que castiga,
do el mundo le dirá que se ha vendido por nada, por un poco como una paradoja inmortal, cuya propia inconsistencia aterra
de polvo, de ruido y de reflejo. Porque el diablo, que, como ser aún más que la concreta negatividad que se le atribuye. Dispa-
espiritual y sapientísimo, sufre colTmás^ínrem^dTdTá^amargur.i rate viviente en quien se concentran todas las pesadillas, que viene
de SUsu^esTimTy^rdcrToTaríicne por oficio^¿entro_del Jnficr a tomar su forma en el reflejo de todo lo que la mente rechaza,
de UeSUHU y su u n i r í a , v¿x-.¿^ ^^» "^' rrzr -
atorniéntaf^Tos~coñ3cñadx35^ysométeflos a_ suplicios-variados en lo negado. «Muladar, donde se arroja y junta toda la basura
e in£rlísü^íñtorescóf. SórflólTdenionios dueños y reyes del rei- del mundo, sentina de vicios», son los demonios, entre los jue-
no inferñaTy ejercen su función de sayones con eficacia pero sin gos del infierno, «más temerosos y horribles que los mismos fue-
entusiasmo, pues ellos mismos sufren un tormento atroz y nad gos»1", «espíritus malignos, sedientos de nuestra sangre», como
puede aliviarlos. Y en efecto, ¿qué mayor castigo que tener qin J°s define finalmente el mismo autor. Pesadillas que surgen de
lo profundo.
emplear su elevada capacidad mental, su enorme sabiduría y su
considerable poder en tarea tan baja y miserable como tentar A*-' Surgen de lo profundo. De lo temido, y también de lo re-
azado. Venganza de lo vencido, que vence en el temor. Porque
la forma más sagaz y atormentar del modo más adecuado a cri.i-

9 LORENZO DE ZAMORA, Discursos sobre los misterios que en la quaresmti > ' < ' ' ' MARTÍN PERAZA, Sermones del Adviento con sus festividades, Salamanca,
r' *JJ.

Ichraii, Alcalá, 1603.


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(; E O (; I! A I- I A D E L A E T E U N I 1) A 1) EL I N F I E R N O

todo comportamiento moral (todo, y no sólo el de la vida cris- Otras veces se me apareció en forma de toro, con el cuerpo,
tiana), toda conducta ética, supone el dominio de una parte de cabeza y puntas lleno de manchas blancas y negras, y hacía del
nuestra vida instintiva, vencer instintos que pueden ser destruc- quería acometerme»".
tivos, pero que son reales, y son parte de nosotros mismos. Cuan- Menos explícita en su descripción es Hipólita de Jesús, quien
do la conducta ética es consecuencia de una decisión racional. se lirrüta a decirnos, con precisión no exenta de encarecimiento,
se parte de una comprensión de la naturaleza humana, de una QÜC el diablo «es tan feo, que si una persona le viese, sólo de su
asimilación de su complejidad y un estudio de sus fuerzas en- fea vista moriría luego súbitamente»'-. Hay en estos seres así
contradas, y entonces lo rechazado no se niega, sino que sim- evocados un eco de las antiguas gorgonas, como para recorda-
plemente se mantiene bajo control y se renuncia a ello por razo- nos la perennidad de los temores bajo distintos cultos.
nes determinadas y explícitas, libremente. Lo rechazado es así Los otros habitantes del infierno son los condenados, que pa-
no deseado, pues se opone a lo que se desea verdaderamente. Pero decen distintas penas según la clase y cuantía de sus culpas. Para
cuando la conducta es resultado de la simple aceptación obediente pintarnos su situación, un predicador de la época los compara
de unas normas externas, sin decisión realmente libre, sin análi- con los presos, y dice así. «Si cuando entramos en una cárcel real,
sis racional, lo prohibido por la norma se niega en bloque, se y vemos tantos presos, unos consumidos de flaqueza, otros car-
expulsa fuera de sí como irreconocible o innombrable. Es el mal, gados de cadenas, otros perecidos de hambre, otros puestos a
y no puede formar parte del hombre. Se atribuye también a algo la sombra encerrados en tinieblas acullá en las profundas bóve-
exterior, al diablo, y a este mismo saco diabólico va todo lo in- das, donde no ven apenas luz de candil, que ni saben si es de
comprensible, todo lo que, aun dentro de uno mismo, no se ajusta día ni de noche, viendo todo esto temblamos, y concebimos ho-
a la norma, y así el rostro del demonio es diferente para cada rror y espanto, y procuramos con toda diligencia no venir a tal
uno, está hecho con los propios fantasmas. Y esto permite una miseria e infelicidad, ¿qué será de nosotros cuando nos lleven
singular venganza de lo negado, pues, al no intervenir la razón arrastrados por el cuello a ver aquella carcelería de Dios, y los
ni una verdadera decisión, lo rechazado puede aparecer como de- tormentos no imaginables, que allí se padecen?» ". No se olvi-
seable, y es esta condición de objeto del deseo lo que otorga al da tampoco de los carceleros, y añade seguidamente: «Espíritus
demonio, a ese demonio personal e intransferible, su tremendo tiene Dios en aquella cárcel, verdugos de su justicia, deputados
poder, su sutil capacidad para tentar y también su carácter te- para tomar venganza, que con gran furor castigan a los malos:
rrorífico. Gran parte de las descripciones del diablo parecen pro- y no con menor contento que aborrecimiento». Es de notar que
ceder de un proceso semejante, a juzgar por su aire de pesadilla los diablos ahora parecen haber perdido todo su carácter de re-
soñada, de sombra, amada y temida a un tiempo, de las propias beldes, toda su fundamental oposición a la divinidad, para con-
cavernas. vertirse en sus decididos colaboradores, en los aborrecibles, pe-
Algunas descripciones son, por decirlo así, de primera ma- ro necesarios, no lo olvidemos, necesarios, ejecutores de sus con-
no, pues provienen de una aparición, como las que nos cuenta,
por ejemplo, Marina de Escobar: «Se me mostró en forma de Im Citada en MANUEL SERRANO Y SAN7, Apuntes para una biblioteca tic es-
un hombre negro y fiero, en pie, los brazos delgados, como ju- critoras españolas desde el año 1401 al 1833, B.A.E., Madrid, 1975, 4 vols., tomo
mento, con muchos cuernecillos en la cabeza y una cola muy U' ^ 393.

larga, que llegaba hasta el suelo. Otra vez le vi que estaba ha- í ,., HIPÓLITA DE JESÚS Y ROCABEKTI, Templo del Espíritu Santo dividido en cua-
ciendo unos visajes y torcimientos con el cuerpo y cabeza con 'K libros, Valencia, 1680, p. 301.
, TOMÁS RAMÓN, Conceptos extravagantes y peregrinos sacados de las divinas
sus puntas, y metíala por medio del cuerpo y sacábala por las nanas letras y Santos Padres, para muchas y varias ocasiones que por discurso, del
espaldas, y luego quedábase puesto en su lugar. ' se ofrecen predicar, Barcelona, 1619, p. 216.

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denas justicieras. Por último, el mismo autor compara las penas • nante monólogo de un alma que analiza su desgraciada situa-
y padecimientos de los condenados con su vida en la tierra, co- ón tiene un aire sombrío, de testimonio del más allá, y está ca-
mo si el sufrimiento eterno fuera una especie de venganza por c. ^temáticamente calculado, con creciente intensidad, para pro-
los placeres terrenales, y dice así: «Allí se verán freír aquellas car- ocar una fuerte reacción afectiva en el lector.
nes, antes tan regaladas, entre algodones y delicadas holandas; Una monja carmelita tuvo una visión muy detallada del In-
allí, abrasarse aquellos cuerpos, que en los pabellones llenos de ferno y de las actividades de demonios y condenados dentro
flores se acostaban; allí, coronadas de fuego aquellas cabezas, qu, AQ él. La cita es muy larga, pero vale la pena copiarla casi en su
el oro, las piedras preciosas y el artificio de los más primos maes- totalidad, tanto por la vivacidad de la narración como por lo de-
tros coronaban; allí, las sayas riquísimas, vestidas de escarcha- tallado de las descripciones. En primer lugar, Ana de San Agus-
dos, de fresos y romanos, convertidas en llamas de fuego qm tín que así se llama la monja vidente, nos cuenta cómo veía caer
cubren todo el cuerpo; por allí, los copetes, los garbos, los en- a los condenados en el infierno, y que sus compañeros de pade-
crespos, y enrizados, hechos de rayos de fuego riguroso». Es un cimientos, junto con los demonios «salían a recibir a los desdi-
tanto desconcertante que nuestro predicador, en su intento di chados, llevando las insignias de los tormentos, que han de te-
convertir a los fieles y llenarlos de temor por el infierno, no fus- ner» 15 , detalle ceremonial muy propio del barroco, aunque im-
tigue sus pecados, sino las galas y adornos, que, si bien pueden propio del desorden y caos que eran de esperar en los infiernos.
ser indicio de despilfarro, no son por sí mismos materia bastan- Luego, vio a las almas y a los diablos, en multitud innumerable,
te para la condenación. Es como si la superficialidad de la ctic.i. revolcándose en el fuego y ocupados en sus tristes menesteres,
su exteriorización, viniera a simbolizarse por esa sustitución de y describe así a los sayones: «Y vi los demonios con figuras des-
los más íntimo (una conciencia culpable) por lo más superfino: proporcionadas, y feísimas, que de imaginar en ellas me causa
los trajes, las sedas, los adornos; como si la misma falta de con- horror, que como crueles verdugos tomaban venganza en las des-
sistencia, la propia transitoricdad de estos accesorios los convir- dichadas almas». Y lo hacen de las formas más inesperadas, pues
tiera en ejemplo ideal de una ética sin un fundamento interiori- prosigue: «Vi unos ferocísimos demonios con unas lenguas muy
zado, sin contenido racional. disformes, que causaban gran terror, y con ellas herían, y lasti-
Y los condenados ¿cómo reaccionan ante su desdicha eterna? maban a los condenados», mientras gritan, aullan y braman de
Con intensa desesperación, sin duda, que se traduce en quejas forma estremecedora.
Acornó éstas: «¡Ay de mí, que abraso, que me abraso! Que me mue- En cuanto a los prisioneros de la cárcel eterna, según la mis-
» ro, que me muero, que reviento de dolor, que no lo puedo sufrir ma monja, su aspecto no puede ser más miserable. Están las po-
un punto, que un momento se me hace cien mil millones de años, bres almas «oprimidísimas, muy consumidas, desfiguradas, y con
¿cómo lo sufriré por toda la eternidad? ¿Cuándo se acabará estor terrible y espantable fealdad, y están muy avergonzadas, desnu-
¡Nunca! ¿Cuándo se aliviará? ¡Nunca! ¿Cuándo saldré de aquí' das, y con gran confusión; tienen las bocas abiertas, y sacadas
¡Nunca! ¿Quién me sacará de aquí? ¡Nadie! ¿Quién siquiera se s lenguas, y con grandes ansias y desesperación están diciendo
compadecerá de mí? ¡Nadie! ¿Qué no hay consuelo? ¡No! ¿Quc a gntos sus maldades». Y todo eso mientras padecen torturas es-
no hay alivio? ¡No! ¿Y habrá esperanza alguna? ¡No! ¿Y de aquí pantosas, aunque no más terribles que las que de hecho se apli-
.en cien mil años habrála? ¡No, ni por todos los siglos! ¿Pues qu c an en la tierra a malhechores o sospechosos, según deducimos
maré? ¡No hay que hacer sino morir y reventar!» 14 . Este impt"1-" Su descripción: «Unos están colgados de los pies, y abajo, poT~1

J 4 -FBAtjCjSCO DE S ALAZAR, Afectos y consideraciones devotas, sobre los i]u<>''1' FRANCISCO DE LA CRUZ, Desengaños para Vivir y Morir bien, divididos en
Novissimos, Madrid, 1663, fol~74. Palabras, Ñapóles, 1684, 5 vols.,'vol. I I I , p. 119.
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C L I N F I F R N O
C ; E O G R A M A D E L A E T 1: U N I D A D

las narices y boca, les están dando terrible ahumada. A otros los por último, un resumen bastante completo de los temas e ideas
están empringando y azotando. A otros asando. A otros ahor- ue han sido objeto de este capítulo lo encontramos en el pe-
can. A otros atan de pies y manos, y con argollas a las gargantas queño, pero memorable manual del jesuíta Martín de Roa.
los echan en unas mazmorras oscuras». Verdaderamente, parece] Comienza informándonos de que los condenados, si bien re-
que, por desgracia, el hombre tiene más imaginación para ator- sucitarán con cuerpos perfectos, serán feísimos, porque «La tris-
mentar a sus semejantes que los mismos demonios, aun ejerciendo teza y llanto, los gestos de boca y ojos, las arrugas de la frente,
estos su ministerio con criaturas que les son inferiores en rango. torcimiento de rostro, que aún acá traen, la crudeza del dolor
v el tormento oscurecer suelen la mayor luz de hermosura y aun
Por lo demás, este texto, claro, plástico, ordenado, tiene un aire
algo distante, como si, más que contarnos una visión, una terri desbaratar también la proporción de facciones, que en la sereni-
ble experiencia, se nos estuviera describiendo un grabado. Asi, dad y sosiego libre de semejantes accidentes suele gozarse, y lu-
c j r » 17 . Así pues, su aspecto será lamentable, pero no acabarán
mientras el texto nos narra la variedad de los padecimientos, su
tono mismo nos revela la objetividad exterior de un castigo que ahí sus cuitas, pues añade el tratadista: «Y aún podrá ser que al-
por mandato y juicio de un otro, ejecutan otros en otra vida y ofiv gunas veces los demonios hagan parecer sus figuras en maneras
lugar, pasando el hombre, que debería ser el sujeto de la moral espantosas, y abominables, para atormentar a unos con la vista
a una actividad totalmente pasiva y verdaderamente enajenada de otros; como lo harán con las que tomarán ellos, mostrándo-
La alienación de la decisión ética aparece aquí como extrañamiento seles en tales representaciones, que les causen mayor asombro
y hagan sus penas más intolerables».
del castigo.
Incluso los acaeceres terrenos pueden influir en la triste suerte Una vez definidos los eternamente malditos atendiendo a un
de los condenados, si hemos de creer al célebre y polémico obispo criterio estético, primacía que no deja de ser significativa, es pre-
Palafox, que afirma: «Al alma de Lulero, comenzando por lo más ciso atender otra gran obsesión de la época: la jerarquía, el lugar
bajo y hondo, se le aumentan sin duda accidentalmente en el in- de cada uno. Y aquí nuestro jesuíta discrepa algo de la opinión
fierno sus penas, cuando en este mundo se aumentan sus erro- general, instalándose en la duda. Dice así: «Puestos en el infier-
res» "'. Es, sin duda, un consuelo pensar que cada victoria de las no, qué disposición y orden de lugares hayan de guardar, si con-
armas herejes agudiza y recrece el dolor del fundador de la sec- forme a sus deméritos más o menos bajos, si como colgados en-
ta. Y es significativo que quien padece el recrudecimiento del tre las llamas, no sabemos cosa determinada, aunque en algunas
dolor es sólo Lutero, y no todos sus secuaces, condenados co- revelaciones que el Señor ha hecho de aquel lugar, parece se dé
a entender algo de esto». Y pasa a contarnos unas visiones, más
mo él, se supone. Esta idea refleja el carácter a un tiempo unita-
rio y fuertemente jerarquizado de la sociedad de la época, qiu o menos completas, de las que puede deducirse que a iguales pe-
cados ha de corresponder similar castigo.
consideraba al jefe de una Iglesia o un Estado como el símbolo
Después, se preocupa el tratadista de la postura que adoptan
viviente de toda la comunidad, en quien repercuten, como asunto
los condenados (casi no se habla aquí de los verdugos, en con-
personal, los triunfos o los fracasos de la colectividad que enea
traste con la importancia que adquieren en otros autores) en tan
beza (que encabeza, repito, pues el colectivo se entiende como
Aprobable espacio, y así nos enteramos de que «andarán los con-
un cuerpo, unidad regida por él como la cabeza rige el organis-
denados entre llamas, como peces en el agua, sin hacer pie en
mos), y cuyos actos personales influyen también decisivament
« suelo; que ultra del arder en ellas, no será pequeño tormento,
en los destinos de sus subditos. estar colgados, como en el aire suspensos violentamente, traba-

"' JUAN PE PALAFOX Y MENDOZA, Luz a los vivos y escarmiento en los mw 7 MARTÍN DH ROA, op. cit,, fbl. 89.
tos, Madrid, 1665, p. 299.
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<; K o G u A F I A I) E L A E T E R N I D A D F I I N F I E R N O

jando en su mismo peso, que los está inclinando a lo bajo». Esta ciegos y sin juicio. Ante tortura tan repelente, casi se
postura, que contradice las leyes de la física, parece añadir un hace deseable el castigo de Judas, atado a una rueda que se des-
horror más, una nueva monstruosidad, que convierte a los ha- peña, rodando sin cesar, de lo alto del Infierno a sus senos más
bitantes del Infierno, no ya en rebeldes a Dios y a la religión, profundos.
sino en opuestos al hábito mismo de funcionamiento de la ra- Por último, a nuestro impagable tratadista le queda sólo una
zón, a la propia estructura de la naturaleza. Son así verdaderos duda por resolver: en qué lengua se expresarán los moradores
monstruos, abominaciones extrañas a la humanidad, de ningún del abismo. Y confiesa el jcsuita que no encuentra autoridades
modo nuestros semejantes, lo que, por tanto, excluye la com- que traten de este punto, pero que «parece muy conforme a lo
prensión y justifica así la implacabilidad de la sentencia. que leemos en las divinas letras, y escriben los santos de este lu-
Esta inestabilidad en la posición determina otra característi gar, que hablará cada uno la suya, como en casa de eterna con-
ca: ni siquiera habrá un miserable rincón, en ese lugar de dolo- fusión. Y será no pequeña parte de tormento, no entenderse los
res, que el condenado pueda llamar suyo, que pueda tener en cier- unos a los otros, hablando todos, y dando voces tantos de tan
to sentido como su morada, espantosa y llena de tormentos, pe- diferentes naciones, y lenguas». Verdadera atrocidad para una épo-
ro de algún modo familiar. Y dice así nuestro jesuíta: «Piensan ca tan lingüística que en ella todo habla: colores, muebles, ro-
otros, que siendo tanta la muchedumbre de los condenados, no pas, flores, frutos, posturas, objetos. Y para un país de excelen-
estarán repartidos en lugares, sino como piedras en montón, unos tes oradores. Y así termina su disertación sobre este punto el padre
sobre otros. Mas cierto parece que no tendrán lugares determi- Martín de Roa, como finalizando con uno de esos sonetos, tan
nados y fijos, sino que los traerán los demonios de una parte ,¡ frecuentes en el barroco, en los que cada verso está escrito en
otra, en un perpetuo trasiego» I K , lo que no excluye la diferen- un idioma y las diversas lenguas se funden en la unidad del rit-
cia de las penas, pues los sicarios infernales aplicarán a cada uno mo. Del mismo modo, la confusión aparente de la Babel infer-
diversos tormentos, se halle donde se halle. Como ejemplo si nal se resuelve, oscuramente, pero con evidencia absoluta, en la
nos cuenta una pintoresca visión de un fraile cartujo. Este se sintió comunidad desgarradora del lamento.
arrebatado a un lugar oscurísimo, «donde vio un hombre senta-
do en una silla de fuego, a quien unas mujeres muy hermosas
entraban por la boca antorchas de fuego, y las sacaban por las
partes del cuerpo que habían sido instrumentos de sus pecados»:
es el castigo del lujurioso, y los demonios han tomado aquí fi- LUGAR DE TORMENTOS
guras atraycntes, olvidando su costumbre, tal vez para que la in- ^|Ri ' '
fc\n el capítulo anterior, veíamos cómo los demonios castiga-
feliz víctima incremente sus padecimientos con el, aún más atro/,
del deseo. A un señor cruel y despiadado con los vasallos le es- an a cada condenado con alguna tortura especial, adaptada a
pera un castigo diferente, pues el cartujo vio como los diablos su personalidad o a sus pecados más frecuentes. Estas torturas
lo «desollaban vivo, y habiéndole fregado el cuerpo con sal, !<-' resultan a veces rebuscadas y pintorescas, pero, al estar limitadas
tendíañ"^l3rtrTrrra^párfínas~al ful^wTTnTcuañToirios malos curas algún individuo particular, no tienen fuerza suficiente para fi-
yTTíoñjas7unc7s"verdugos íéíHñíos~¡e?ar¿al£aban_a^bjistones nu- gurar como características esenciales del Infierno, no pueden si-
dosos «hasta derramarles el cerebro por el suelo, yjjesencajan'-'s luiera definirlo plásticamente. Hay, sin embargo, otros tormentos
los ojos»7tonrieTítxrapT5pTac^^ para quienes an- 1 serán aplicados a todos los condenados, que parecen ema-
j e la naturaleza misma del lugar infernal. Estos son los que
w Ibídctn, fol. 93. Ñutirán identificar inconográficamente al Infierno, los que di-
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El I N F I I- U N O
(í E O (; U A F 1 A 1) 1: L A E T E U N ] I) A I)

señan sus características generales y aparecen en todas las de instinto de animal, su irracionalidad mal controlada se apo-
cripciones, llegando a convertirse en tópicos o a confundirse con a de él en cuanto el fuego, esa fiera a medio domesticar, se
uelve mostrando sus innumerables zarpas de luminosa muerte,
su definición misma.
Si el Infierno es lugar de tormentos, veamos cuáles de éstos devastación terrible y bella, en cuanto que aquél, que es fuente
son esenciales, cuáles son, por así decirlo, los castigos típicos, je vida, se revela* de nuevo como amenaza (mostrando quizá la

los umversalmente aplicados. Y, en primer y preferente lugar sencial crueldad de la vida misma). Ninguna catástrofe natural
encontramos el fuego. •ovoca escenas de terror colectivo parecidas a las que desata un
Son las llamas tan imprescindibles para este lugar que se K •endio, ni tampoco, tal vez, mayor fascinación. El predicador
llama, por otro nombre, el fuego eterno. Esta sinominia, si no •curre así a nuestro miedo más íntimo, o tal vez quiere ahuycn-
r con
expresa total identidad (pues hay en el Infierno más torturas \s habitantes) sí nos antorchas
revela alalos vicios, tantas
necesidad veces
de este descritos
elemento en como bes-
s. Su profundidad psicológica y su capacidad de conmoción
toda descripción infernal. Cuando se nos recomienda, para me- estacan aún más cuando vemos que ha colocado en segundo
jora de nuestras almas, que consideremos el castigo perdurable, ¡gar, en esa descripción de torturas, la oscuridad, otro de nues-
apenas si se nos amenaza mas que con arder para siempre, de- os horrores universales y esenciales, familiar a todos y por to-
jando de lado otras descripciones quizá más impresionantes. Vea- os sentido, tan antiguo como el otro aunque más sutil y, desde
mos, por ejemplo, lo que se predica en un sermón para el tiem- .ego, menos espectacular: miedo más psicológico que físico, y
po de Cuaresma: «Muertos o vivos, habéis de bajar a los infier- or consiguiente menos llamativo y confesable. Frente a estas
nos, como suelen decir, que muertos o vivos se ha de ir a San- los amenazas que van directamente a la raíz del ser humano, ¡qué
tiago. Pues para no ir muertos allá, que no podéis volver, el re- lejana e insignificante aparece, ya al final de la enumeración, la
medio es bajar vivos, considerar un poco lo que allá pasa en aquel ausencia de Dios, que sin embargo, en buena y ortodoxa teolo-
fuego, aquella oscuridad y mudanza de tormentos, la confusión, gía debería ocupar el primer lugar de la lista!
y vocerío, vista espantosa de los demonios, soledad de Dios, com- Más sensualista y detallado, pero sin alcanzar tanta sabiduría
pañía de enemigos» 19 . Este texto resulta interesante porque -1 psicológica, es otro sermón, también cuaresmal, ya en la segun-
orden sugiere una escala en las penas, de mayor a menor. El fue- da mitad del siglo. Dice así: «Quien ahora no se vale de su pí
go aparece en primer lugar, como lo primero que se aparece ,1 dad (de Cristo), experimentará entonces el rigor. Quien ahora
la mente al pensar en el lugar de perdición, como la primera im- no se aprovecha de tan grandes beneficios, padecerá aquel día
presión de los sentidos al contemplar una escena infernal. Su luz, tormentos. ¿Y qué tormentos? Ite maledicti in ignem aeternum.
su calor, su olor acre, sus chasquidos, llegan lejos, imponen su ñas llamas inextinguibles, que abrasan y no consumen; una sed
presencia, impresionan varios sentidos a la vez y nos conmiu'- ibiosa; un hambre mortal; un olor pestilente; un sabor intole-
lble; una compañía de demonios y de condenados; unos cala-
ven con un terror ancestral que brota del origen mismo de la
civilización. El temor al fuego es quizá el más instintivo de los mos estrechos; unas tinieblas oscurísimas; una desesperación
S1n remedio; una eternidad sin esperanza; una vista de un Juez
miedos. El hombre comienza propiamente cuando es capaz ui'
vencer ese pánico y utilizar el fuego, controlarlo y manejarlo (au" terrible; un gusano de la conciencia irreparable, un ¡ay! sin que
antes de ser su dueño, antes de ser capaz de encenderlo). I'1-"1 nadie se lastime» 2 ". La enumeración es muy bella literariarneiv;
el hombre no es sólo razón. Aunque civilizado, es un animal. } > con su ritmo a un tiempo regular y alterado, como los latidos
I
m 20 A
19 BASILIO PUNCE DE LEÓN, Primera parte ¡k discursos para differetites t'i''"' f. . ANDRÉS MENDO, Quarcsma. Segunda parte. Sermones para los lunes, mar-
*> jueves y sábados, Madrid, 1668, p. 61.
Helios del año, Barcelona, 1610, fol. 39.

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G E O G R A F Í A I)E LA E T E R N I D A D

[fernal no alumbra, y que su ardor es tal que, comparado con


de un corazón angustiado, y con esa suave gradación casi cro- ; el de aquí parece como pintado.
mática que va desde la luminosa tortura del fuego y los gritos, Con fuego físico nos amonesta, por ejemplo, Pedro de Jesús,
interiorizándose cada vez más, pasando del cuerpo al ánimo, hasta en una pintoresca llamada a la conversión: «Considere, puesTcí-l
el oscuro e íntimo desconsuelo de ese lamento que nadie oirá. da uno, que su alma es eterna, y que eternamente ha de estarj
Pura técnica pictórica que reserva los colores fuertes para los pri- o en compañía de María Señora Nuestra en el Cielo, o en com-
meros planos y coloca en los lejos el tono tenue, delicado, casi pañía de sapos, dragones y demonios en el infierno. Porque si
lírico en medio de la épica desdicha. Y, también como en los cua- 3 un acalenturado, o al que tiene un dolor le parece una noche
dros, lo primero que se ve, lo que da el aire general del ambiente un siglo, y está por instantes esperando la mañana, qué será es-
y permite una rápida identificación son las llamas, citadas en pri- tar una persona una noche eterna en el infierno, en donde jamás
mer lugar y ocupando doble espacio que los otros elementos gra- llegará el día, padeciendo en ella unos tormentos sin número,
cias a una sumaria descripción de su naturaleza. y no en cama regalada, sino dentro de un pozo de fuego» 2lJ
Naturaleza que, por cierto, preocupó un tanto a los teólogos. Aquí las llamas aparecen más como lugar, como circunstancia
Pues, en efecto, los textos evangélicos hablan de fuego simple- del tormento, que como padecimiento en sí. Sin embargo, se con-
mente, y no hay nada que permita suponer que se trata de un vierten en protagonistas absolutas, en mal supremo y casi úni-
fuego distinto del que conocemos. Pero si esto es así, ¿cómo es co, en otro sermón, éste de Diego Murillo, que dice así: «Quien
que arde sin consumirse y sin necesidad de combustible? Y pudiese abrir una ventana por donde pudieseis ver lo que pasa
¿cómo puede atormentar a los demonios, que son espíritus in- en el infierno, para que vieseis cómo tratan allí a los ricos que
corpóreos, y a las almas de los condenados antes del juicio uni- se regalan, y no saben compadecerse del pobre. O si vieseis có-
versal, cuando no se ha producido aún la resurrección de los mo cuecen sus carnes en aquellas calderas y cómo las asan en
muertos? Los doctores de la Iglesia se han ocupado de este punto aquellos fuegos inexorables, donde no hay demonio que no les
desde los primeros siglos del cristianismo, y los dos más influ- dé su tizonada. Ite maledicti (dice Cristo) in ignem aeternum:
yentes de entre ellos, San Agustín y Santo Tomas de Aquino, coin- Y será muy acertado pensar, cómo sufrirán el incendio del fue-
ciden en afirmar que el fuego infernal será corpóreo, y, aunque go eterno los que en verano no pueden sufrir el calor del sol,
mudado en algún accidente (lo que le permite no necesitar ser sino en sótanos regalados» 22 . Aquí, a lo terrorífico de la des-
alimentado), será esencialmente el mismo que el que nos calien- cripción, se une la comparación con la vida presente y el hacer
ta en la tierra y cuece nuestros alimentos, y que no hay contra- resaltar la continuidad de la persona más allá de la muerte. Tras
dicción en afirmar que atormentará físicamente las almas arro- el tránsito no seremos diferentes, seremos esencialmente los mis-
jadas a él, lo que hará de modo maravilloso pero cierto, come mos, tan débiles, tan vulnerables, tan sensibles al miedo, al do-
maravilloso, y no menos cierto, es que las almas se unan a los lor físico, a las incomodidades, a la deshonra que supone una
cuerpos. Si se admite una unión así para dar lugar a un ser vivo Maldición pública... Y esto se recalca precisamente para acen-
¿por qué no admitir una unión entre un espíritu (demonio o al- ar la intención moralizante de la homilía y para lograr una con-
ma) y un fuego material para producir dolor? El razonamiento
es de San Agustín. Santo Tomás da menos explicaciones, pero
afirma lo mismo. Sin embargo la idea de que el fuego infernal 2i_PEDRO I '. tí]í!os ft'frtr, para que
es diferente que el terreno y quema mucho más que éste se en-
cuentra muy arraigada en la mente popular. Tanto es así, que in- , DIEGO MURILLO, Discursos predicables sobre todos los evangelios que canta la
X esi", assí en las Ferias como en los dominaos, desde la Septuagésima, hasta la Resu-
cluso la encontramos expresada en libros de devoción, donde se r¡ ZaragozSi 1611> p 216.
ponen de manifiesto las diferencias y se nos dice que el
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(1 [•. O (I U A F 1 A 1) H I A H T F U Ñ I D A I) 1-1 I N F I E R N O

moción más profunda, que pueda tener resultados prácticos du- Aferentes v contrarios, de contrarias especies y formas; varie-
raderos. dad grande y copia de penas; avenida de miserias; lluvia de do-
El fuego se mezcla con lo más opuesto a él, con el hielo, en 1 res, que ^e m^ mancras afligen y contristan a los dañados co-
una escalofriante visión que tuvo un joven de moral un tanto mo enfermedades complicadas, y todas incurables. Fuego en sumo
dudosa. Este oyó una voz que le decía: «Si no haces lo que debes erado, y yel° sumo: agua de nieves con ardores sempiternos. Do-
y vives como es razón, no entrarás en el reino de los Ciclos, \a que veastares el para
caminoel cuerpo, tristezas
que llevabas para
y la el alma,apalpitaciones
perdición que ibas para el
corazón, temores para el ánimo, temblores para los miembros,
a parar, espera, que este santo Ángel ha de mostrarte y enseñaru horror para las orejas, para la voluntad rabia y desesperación»2\o aquí define
el desdichado lugar, que te aguarda, si no pones rienda y en-
mienda a tu libre y mal gobernada vida. Y diciendo esto, el Án- ciño mostrar su naturaleza, pues nació de una contradicción, de
gel le llevó por unas oscuras y temerosas cuevas, y al cabo d. u n ángel que se opuso a la palabra de Dios. Y todo en él reafir-
un gran rato, a unas lagunas de fuego, donde estaban los Demo- ma esta tensión de oposiciones sin resolución posible: unidad
nios atormentando muchas e innumerables almas, y sacándolas del dolor y multiplicidad de las penas; fuego y nieve. Tiritar en-
de aquel infernal fuego, las llevaban a otro estanque de nieve, ¡ tre llamas, abrasarse en el hielo. Aunque sin nombrar al fuego,
donde si con el fuego se abrasaban, allí con el yelo sentían m - Manuel de Nájera lleva esta situación paradójica a su límite más
menor dolor; miró que por momentos traían nuevos condena- escalofriante, definiendo a los condenados como muertos vivien-
dos, y el mal acogimiento que les hacían, y el contento y rego- tes, como sepultados en vida, en un impresionante texto que, para
cijo de los Diablos con los nuevos huéspedes, el llanto y quejas mayor paradoja, se encuentra en un panegírico. Dice: «Aquí pu-
y lastimosas voces que allí se oían; mirábalo todo y considerá- do llegar el furor de un odio, dice Basilio, sólo el desvelo de una
balo, y temeroso, rogó a su Ángel, que le sacase de tan trist.. pasión, sólo el ingenio de hacer mal, unicfTéxtTéTfToTtaTrcTára^
y desdichado lugar, y le socorriese y amparase, pues en sólo mi- rn¿nj£_rem3SironKrscpvrlcTo-y vrd^-cl-scpttkro "ofrece lo últí1
rarlo le parecía que estaba para perder la vida» 2 - 1 . Esta es lo que mo de los rigores, pero quita el sentimiento de padecerlos, y el
podríamos llamar una visión típica del Infierno, puesto que apa- dolor de sufrirlos, pues a un muerto, ni dolores le afligen, ni aflic-
recen todas sus características más importantes: situación subte- ciones le molestan; fenece en la sepultura el ser, pero también
rránea (pues para llegar a él es preciso adentrarse en un laberinto |acaba el penar. La vida lleva el poder sentir el dolor, pero es-
de cavernas), oscuridad, el fuego como nota principal del paisa- rba los horrores de una mortaja; quien yace en los sepulcros
je y como primer tormento, el papel de los demonios como ver- 1 vive, quien vive está exento de las penalidades de los sepul-
dugos y su alegría y sus burlas a cada nueva víctima que cae en cros, pues es tan artificioso el ardid de un demonio, que enlaza
sus manos, la afluencia constante de condenados y la ninguna o^3STjtte-sc-cstáTr4i rrcicrrdo-g uer rar vida * y
simpatía que se profesan entre sí, y los constantes lamentos de oTór; "tomo lcTpeortcjjrvida^'to"''rrras-agricr
las almas atormentadas. En cuanto al hielo, que aparece como Tas penalidades y de aquélla los señtiñTiefi-
elemento de contraste, si bien no figura en todas las descripcio- t el níórir "excusase
nes del Infierno, sí es bastante frecuente, como podemos ver p<".
esta desalentadora y extenuante enumeración de penas: «No e: seFespcluznante, revela el límite extremo de la contradic-
un tormento sólo el que castiga a los condenados, sino much"s
MARTÍN DE PERA/A, Sermones cuadragesimales y de la resurrección, Salaman-
2-' JERÓNIMO YÁÑEZ DE ALCALÁ, Verdades para la vida christiana, rea'/» ,5J04, 2 vols., vol. I, p. 607.
de los santos y graves autores, Valladolid, 1632, p. 276. MANUEL DE NÁJERA, Semu'nes ¡>dríos, Alcalá, 1643, p. 255.

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t; i-: o G R A F Í A n F L A F T E K N i n A n F L I N F I F U N O

ción y la conduce al puro absurdo que, mediante la reflexión este mundo fueron cómplices de sus culpas; y a los que mi-
no provoca reflexión a su vez, sino miedo, ciego terror corno jo amaron torpemente, y amando pecaron, viéndolos en el
ciega es la tumba en que encierra vivos (y después de muertos) 1 isrno suplicio, los aborrezcan como causa del suyo, y aborre-
a los pecadores. •endolos penen». Exquisito tormento: sufrir por odiar al obje-
/-^ Otros autores, sin embargo, no ven al fuego y al hielo coin, ; del amor. Extravagante modalidad del amor más allá de la
contrarios, sino como colaboradores en una tarea común: ha- muerte. Y qué desconsuelo que hasta la luz, que aquí disipa el
I cerle la vida imposible al desdichado prisionero de los infier- terror y conforta el ánimo, sirva allí para acrecentar las penas y
(^ nos. Ante esta suprema tarea de ejecutores de la divina justicia -acür nuevos horrores, horror ella misma, extraña de sí y ene-
olvidan sus diferencias y se reconocen en su semejanza de ver- miga para los ojos, su morada.
dugos. Es el caso de Juan Antonio Xarquc, que apunta: «Cosa £1 efecto persuasivo de la comparación del Infierno con los
admirable es que, siendo el fuego y la nieve criaturas entre sí tan dolores presentes puede acentuarse todavía más empleando re-
?MÍTvchida^7}rde~üa~iidades tatn;cmtrafÍas"TOñTó"rno"y calor, qxn< cursos de alusión directa al oyente, mediante la interpelación o,
ahora se hactFrTcruda guerra, oIvtdcrFeTTlíllrfraTCrsu eneirrrs-- en el caso de una meditación destinada a la lectura, el empleo
Cad natural, y se confedrrerTy avengan para ejecutafTü~ñá~crcas- de la primera persona. Es el método utilizado por Francisco de
Ugu qui iui'ieii'11 los encmigosdc Dios»-''. Tras cstábleceF^sta Salazar cuando escribe: «Echarme han, pues, de golpe en aquel
iiTqlTiHálTE~áTrañzTdc los elementos contra el desdichado peca- fuego donde consideraré que están sobre mí cien lanzas de fue-
dor, el autor pasa a explicar una confabulación no menos extra- go, y debajo y a los lados otras tantas, y yo en medio, y un fue-
ña: la del fuego y las tinieblas y, por otra parte, la de las tinieblas go que abrase más que plomo o metal derretido, y tanto más que
y la visibilidad. Dice así: «Entienda pues el pecador que, si en el fuego de acá es como pintado en su comparación, y así miraré
el juicio de Dios fuera condenado, ésta ha de ser una de sus pe- mi cabeza, mis ojos, boca, narices, pies, manos y todo mi cuer-
nas, y no de las menos horribles. Usque in aeternum non vidchit po hecho un fuego, como un hierro encendido cuando lo sacan
lumen. Que no ha de ver luz eternamente. No se consuele con de la fragua. ¿Qué dolor será el que aquí sentiré? ¿Cómo lo po-
que hay en el infierno hogueras de fuego, y que si éste abrasa, dré sufrir? No puedo sufrir una pavesa que me caiga en la mano,
también alumbra, porque sabe la Omnipotencia de Dios privar- pues cómo sufriré este fuego abrasador; si me han de dar una
le de la propiedad de lucir, y dejarle con sola la de quemar, co- lancetada o un botón de fuego, sólo el temor de ello no me deja
mo pondera bien San Basilio sobre aquellas palabras del Salmo: dormir la noche antes, pues ¿cómo no tiemblo de tan grave mal?
Vox domini intercidentisflamman ignis. Así como con ese absoluto Verdaderamente que, aunque esta pena hubiera de durar espacio
poder se paró al trocado la una de la otra en el horno de Babilo- *ola una Ave María, es tan grave, que no hubiera hombre que
nia, cuyo fuego alumbraba, y recreaba a los santos mancebos co:i pusiera a padecerla por todos los reinos del mundo, pues ¿có-
su luz, y no los empecía con su ardor, ni les chamuscó un cabe- 0 me he obligado yo a ella? No por reinos, sino por juguetes
llo. Verdad es que San Gregorio advierte que las infernales lla- e balde, y no por espacio de una Ave María, sino por toda
mas, entre aquellas negras nubes de sus espesas humaredas, da- eternidad (porque la pena de fuego se ha de padecer, y si aca-
rán alguna luz, pero no tal que sirva de alivio, sino de mayor se hubiese por algún tiempo de mudar, no había de ser, ni
tormento, con que los malos vean las figuras tremendas de lo> Sería de alivio ninguno» 2 7 . En textos como éste se deja entre-
demonios, verdugos suyos y compañeros en sus penas, a los qu 1 -' Ver que la repetición de la amenaza había hecho perder parte de

26 JUAN ANTONIO XARQUE, El orador cristiano sobre el salmo del miserere, Za- FRANCISCO ni: SALAZAR. Afectos y consideraciones devotas, solm- los qiiatro
ragoza, TB6U, vol. IV, p. 423. •— _. >sin,os, cd. cit., fol. 73.

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c; E o c; u A r i A n i. L A i- T H u N i n A n I- I I N F I E R N O

su efectividad al temor al castigo. Por eso aquí, mediante el cnu y abrasando con inexplicables dolores, que nunca jamás los
pleo de la primera persona y la comparación con acontecimie )u onsurna. Y el mismo fuego siempre por toda la eternidad du-
tos cotidianos, como la cura dolorosa o el accidente casero, S(; ará inextinguible, como se dice en el Evangelio (Matth. 3, Lúe.
trata de presentar el castigo como algo nuevo, intentando indu~ \. 9) sin que sea necesario irle cebando con nueva mate-
cir al lector para que reflexione sobre ello y sea consciente J c ria. Porque, como por divina virtud los cuerpos de los conde-
lo tremendo de un castigo que parece no ser tomado en cuenta nados siempre estaban ardiendo sin consumirse, así el azufre, que
bien porque su propia enormidad, su desmesura misma, lo ale- sera la materia de aquel fuego, siempre estará ardiendo sin con-
jan y le quitan verosimilitud, bien porque la frecuencia de |,|S sumirse, como lo significa Isaías cuando dice que el soplo de Dios
admoniciones lo han convertido en tópico, sobre el que se pasa \ estará siempre encendiendo, como si fuera un torrente de azufre,
irreflexivamente, como sospecha el mismo autor unas líneas in.¡s que siempre le estuviera entrando. Flatus Domini sicnt torrens sid-
abajo cuando dice: «¡Que tengo los oídos hechos a esto!» Eso phurís succedens eam. (Isai. 30).
nos demuestra que la búsqueda de novedad, y aun de extrava- »La luz de este fuego no sólo no será de consuelo (como lo
gancia en los conceptos y las imágenes, que tanto se pondera \n se critica
sueleenser
loslapredicadores barrocos, nosino
luz) a los condenados, es tan sólo
antes un re- sus pe-
aumentará
nas en varias maneras. Porque será una luz feísima y tristísima,
curso literario, una necesidad estética, sino que responde a 1 < > S y tan escasa y mezclada con humo de azufre que, aunque bastará
objetivos de reforma moral y conmoción de las conciencias que para que los condenados con grande horror y pavor suyo vean
el sermón contrarreíormista adoptaba como fines primordiales. las cosas horribles, y espantosas que allí ha de haber, no estor-
El hecho de que este afán de impresionar los ánimos haya tenido bará para que con verdad absolutamente se diga que es el Infier-
consecuencias más o menos felices para la literatura, contribu- no un calabozo oscuro y lleno de tinieblas, como en varias partes
yendo no poco a su enriquecimiento, es aquí secundario, pero lo supone, o significa la Sagrada Escritura» 2 ". El autor emplea
inseparable también, por otra parte, del hecho de que, si era pre- un lenguaje claro y expresivo, sin desdeñar adjetivos vivaces y
ciso buscar comparaciones cada vez más atrevidas, esto era ne- elocuentes, pero sin detalles ni descripciones, sin apelar a efec-
cesario (y posible) porque el gusto del público estaba formado tos dramáticos, enumerando en cambio los lugares de la Biblia
en audacias estéticas que, en algunos casos, aún no han sido su- o de los santos Padres que pueden corroborar sus afirmaciones,
peradas. dando a lo que no es sino suposición imaginativa un aire de afir-
Otros autores, sin embargo, prefieren, antes que la expresi- mación erudita, casi científica, y otorgando así a su discurso una
vidad, la clara y erudita exposición de las penas, pensando, sin apariencia (sólo apariencia, pero bien lograda) de racionalidad.
duda, que con esto ya basta para conmover todo corazón que Sin embargo, la debilidad de su técnica probatoria la pone de
no sea de piedra. Es el caso de Sebastián Izquierdo, que, descri- manifiesto él mismo, en la página siguiente, cuando rechaza la
biendo el fuego infernal, no emplea símiles ni apela a la sensibi- existencia del frío infernal, a pesar de los testimonios de la Es-
lidad, limitándose a decir: «El fuego de azufre, de que este mise- critura, e inclinándose, sin aportar texto alguno, por padecimien-
rable lugar ha de estar lleno, será tan poderoso, tan eficaz y tan tos más variados, dentro de la tradición del folklore infernal más
cruel, cuanto no se puede declarar con palabras, como dice difundido. Leemos: «Algunos dicen, que en el Infierno habrá tam-
S. Agustín. Ignis illius potentiam nulla vox exprimen', nullus pot bién intensísimo frío para que con él los condenados sean también
sermo explanare. (Serm. 181 de temp.) Porque lo primero no sol.i- ' Amentados, pasando del estanque de fuego a otro estanque
mente atormentará los cuerpos de los condenados, sino también
los espíritus, cuales son las almas, y los Demonios. Lo segunc!" SEBASTIÁN I/QUIKRDO, Consideraciones de los quatro Nai'issitnos del Hoin-
de tal manera los estará siempre por toda la eternidad qucnian- Muertc, Juicio, Infierno, y (Gloria, cd. eit., pp. 31 a 34.

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c; E o <; ií A i- i A n H L A E T E R N I D A i>
lo general, que desgastaban sus zapatos recorriendo pasillos
de nieve, y al revés con perpetuas mudanzas, conforme a aquell ( tecámaras en busca de un empleo. A ellos se encaminan las
que dice lob. Ad nimium calorem tmnseat ab aquis nivium. (lob. 24';
, -^5 Je forasteros, a ellos se acerca una muchedumbre de pa-
Pero la sentencia contraria, que con otros sigue, y bien prueh.i
' -itos ofreciendo consejos dudosos, influencias inexistentes o
el P. Lessio en el lugar arriba citado parece más probable. Habrá
rru¡trios supuestamente infalibles. Concitan a su alrededor una
empero en el infierno, de más del tormento del fuego, tantos otros,
eaueña junta de ociosos que, a su vez, pretenden algo de ellos,
y tan varios, que para significarlos la sagrada Escritura dice en
sea servirlos y estar en su favor si, por casualidad, resultaran bien
diferentes lugares, que habrá en él hambre, sed, llanto, crujir de
sus negocios, sea ayudarles a gastar los dineros que han traído
dientes, cuchillo dos veces agudo, espíritus criados para venganza,
¿e su ciudad para atender a sus necesidades durante la espera.
serpientes, gusanos, escorpiones, martillos, ajenjos amargos, agua
T os vendedores les ofrecen galas, alegando que una hermosa pre-
de hiél, espíritus de tempestades y otras cosas semejantes». Aquí
sencia es la mejor recomendación, los alcahuetes tratan de enca-
la fidelidad a la letra de la Biblia se sacrifica en favor de la varie-
jarles su mercaduría, pues en algo hay que entretener la espera,
dad y posibilidades imaginativas de los gusanos y monstruos,
y algún que otro desharrapado confía en medrar a su sombra.
las hieles y amarguras, las tormentas y los huracanes de fuego.
Pasan los meses, las promesas no se cumplen, los plazos se alar-
Algunas de las torturas que se suponen propias del Infierno
gan, aparecen nuevos estorbos, las dilaciones se acumulan, las
encuentran su modelo en penas terrenales, demasiado terrenales
esperanzas, poco a poco, se marchitan. Los ruegos se hacen más
en ocasiones, como la que nos pinta este sermón: «Tal es pues
apremiantes y las respuestas más secas. Pasa más tiempo aún. Qui-
el tormento de pretender, que, si se pueden añadir penas a las
zá algún afortunado logre su propósito, la mayoría no recibe si-
del infierno, no parece puedan ser otras que las de un esperar
no desaires. Los más sensatos volverán a su tierra a tratar de ad-
y las de un pedir» 29 . Y añade que, al que ha pecado mucho, co-
ministrar lo que quede de su patrimonio, resignados a la oscuri-
mo el rico de la parábola evangélica del pobre Lázaro, los jueces
dad. A la mayor parte, sin embargo, el orgullo les cierra las puertas
supremos «le condenaron a que pretendiese y solicitase». Y con-
del regreso. De éstos, unos se alistarán en el ejército y otros in-
cluye así: «No estorbe el humo la vista, porque pretendiendo crez-
tentarán malvivir en Madrid por los medios más inverosímiles.
ca más la infernal pena: si es pues dolor tan vivo el pretender,
Aguzando el ingenio, quizá logren conservar incluso una apa-
gran cuidado debían poner los ministros en despachar; debió-
riencia honorable. Tal vez unos pocos aún sigan insistiendo, de
ranse cercenar el descanso, y dar poco tiempo al sustento, por
puerta en puerta, tragándose las humillaciones, soportando las
ahorrar a los pretendientes molestias y por excusar tardanzas».
burlas, disimuladas al principio, descaradas luego, con la espe-
Así, las descripciones del Infierno no solamente sirven para orien-
ranza descabellada, pero necesaria para su supervivicncia, de que
tar la vida moral, sino también como advertencias encaminadas
algún día se atenderán sus ruegos y lograrán el deseado empleo.
a la reforma política. Y vemos además el funcionamiento del mé-
Esta lenta agonía era lo suficientemente patética como para que
todo comparativo: un hecho terrenal lamentable se traslada al
el predicador la considerase digna de figurar entre los tormen-
ámbito infernal, y de esta transposición resulta la necesidad di
tos infernales. Y el orador podía estar seguro, además, de que
un cambio en la vida terrena. La figura del pretendiente, tan fa-
buena parte de sus oyentes iba a comprenderle muy bien. Por
miliar en la Corte, era una molesta realidad que, por su abun-
ultimo, puede extraerse una doble consecuencia práctica. Por un
dancia, se había convertido en tópico literario. Las calles de Ma-
•o, todos en general debemos reformar nuestra conducta, pa-
drid estaban llenas de estos desocupados, jóvenes provincianos
ro exponernos a padecer esta pena eternamente. Por otro, aquc-
los en cuya mano está el poder de conceder o denegar deben
2<* M A N U E L l)H N Á J H R A , Discursos morales para las ferias de cuaresma, M.I
drid, 1649, p. 195.
sin demoras, para evitar a los vivos un castigo que sólo
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c; H O ( ' , K A I 1 A 1) F, L A E T I- U N I D A n E L N F I E k N O

merecen los que murieron en pecado mortal. Así, aun los deta- ¿n fuego de azufre, en el cual estarán anegados sus cuerpos,
lles rutinarios de la vida pública cobran importancia ética, se ii K t3 hora en medio de aquella cárcel, que es un pozo redondo de
teriorizan y se universalizan a un tiempo, por medio del descen- r ao al cual llama la Escritura estanque, o laguna de fuego, es-
so a los abismos. án las almas malaventuradas nadando como los peces en la
El padre Nieremberg, por su parte, en su descripción del In- 13 r tocando por donde quiera fuego, y se les entrañará por to-
fierno lo compara con una cárcel y va analizando los elementos "i su sustancia, más que se entra el agua, cuando uno se ahoga
comunes entre ambas prisiones, la temporal y la eterna, seña- ' Jo profundo del mar, por la boca, narices y oídos». Así, las
lando sus parecidos y diferencias. Comienza: «Porque el infier- llarnas penetran todo el cuerpo, mezclándose íntimamente con
no es la cárcel de Dios, cárcel rigurosísima para tantos mil mi- ada célula, pero sin fundirse con ella, guardando la distancia
llones de hombres como habrá allí, y hedionda y sucia, adonde e garantice la conciencia del tormento. Pero no acaba ahí el
no faltarán ataduras y grillos»3". Pero no será como las celdas dolor. Sobre un imponderable aún se empina otro horror, suma
terrenales, como nos advierte a continuación: «¿Qué tormento de males que, por su propia acumulación, llegaría a perder sen-
fuera, si viéramos echar a uno esposas y grillos de fuego, de ma- tido si la sincera convicción, el lenguaje expresivo y la plastici-
nera que los hierros de las esposas y grillos estuviesen encendi- dad de los ejemplos de este gran escritor no la llenase de vida,
dos como un ascua? ¿Quién pudiera sufrir tal género de prisio- no le diese cuerpo palabra a palabra.
nes? Pues esta prisión tan rigurosa, y mucho más, hay en el Sigue la comparación: «Ni ha de faltar el mal olor, que es tan
infierno. Estos cuerpos ígneos, que han de servir de prisiones propio de las cárceles, en esta cárcel de cárceles, porque, lo uno,
y cepos a los condenados, dicen graves Doctores, que han de te- aquel fuego de azufre, que no ha de tener respiradero, lía de causar
ner formas terribles y proporcionadas a sus pecados, y que pon- un hedor intolerable, porque si a una pajuela de alcrebite no hay
gan asombro con solo verlas». Tremenda diferencia separa, pues, quien la sufra un incendio de una legua de alcrebite, ¿quién lo
las prisiones infernales de las que acá están aparejadas. En unas podrá sufrir? Lo otro, porque aquellos cuerpos abominables echa-
y en otras se sujeta al reo con cadenas y grilletes, pero si los de rán de sí un hedor espantoso, muy proporcionado a la hedion-
aquí son de hierro, los de allá son de fuego, y si los de acá son lez de sus pecados». Recuerda a continuación Nieremberg el olor
de forma sencilla y familiar, los de allí atemorizarán con su solo (Ue despiden los cadáveres, y refiere el caso de un sepulturero
aspecto, y su forma misma será un tormento adicional. e, volviendo a abrir una tumba recientemente utilizada, que-
Prosigue el jesuíta: «Han de estar los hombres después del taiuerto al instante, asfixiado por el olor de corrupción. Y ra-
juicio final tan estrechos y apretados en aquella cárcel horrenda, zona: «Si un cuerpo muerto causó esta hediondez, tantos millo-
que la sagrada escritura da a entender que ha de estar como las Jjesde cuerpos, aunque vivos para su mal, pero muertos córfla
uvas en el lagar, donde están estrujadas y reventando la apretu- Jjegunda muerte, qué olor ecrTaTlñ^^^irAl^mrs^líé^l^^Tó'do
ra» 31 . Reconoce a continuación que tampoco en las prisiones te- íoínmundo, y asqueroso del múTüJoTcTranTrü se puTifKjurrrnnJc
rrenas están muy a sus anchas los presos, pero qué distinto sea ^gr~en el inticrno, como'dijb Santo Tbniis;"i±rríarte'de's"ernTij
este hacinamiento se pone de manifiesto cuando añade: «Qué será ^SGtiña hediondísima, que no haya quiefna~pueHa sü'fnr7>7Y~crm--
aquel tormento de los condenados, que estarán quemándose vi- Armando con el paralelo que guía suHiscTtn^dcScTrtxrvarias pri-
vos, y no podrán menearse, y por donde quiera que toquen, t<>- siones terrenales particularmente horribles, para concluir: «No
ñen que ver estas prisiones con las del infierno, respecto del cual
3" JUAN EUSEBIO NIKREMHEKG, De la diferencia entre lo temporal y eterno, 1 i x ~
Podían tener por paraísos llenos de azucenas y jazmines» 3 2 .
boa, 1653, p. 332.
.12
•" Ibídem, p. 333. Op. ríf., p. 334.

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C, F. O G R A F I A 1) I- L A K I I-. li N I I) A I)
i i

Por último, resume sus pensamientos apelando a la imagi- es en el dolor, desterrado hasta de su propia condición en el lu-
nación del lector, con una ponderación final: «Si a uno le mctie gar sólo fértil en penas y en agravios. Es un relato cruel, sin con-
sen en un profundo calabozo, donde no se viese la claridad di. fesiones a lo espeluznante, que todavía hoy impresiona.
cielo, y sin vestido, expuesto a las inclemencias del frío, y hu- Sin duda, el más completo catálogo de penas infernales nos
medad de aquel lugar, y no le diesen de comer sino una vez a! lo proporciona el libro del jesuíta Martín dc^Roa, libro breve,
día y solamente pan duro de cebada, en cantidad sólo de seis on- pero fundamental para el tema que aquí se trata, y al que ya he-
zas, con advertencia que allí había de estar seis años sin habhu ñios recurrido en ocasiones anteriores porque ciertamente no tiene
ni ver a ningún hombre, ni dormir en otra cama que la tierr desperdicio.
dura, ¿qué tormento tan grande fuera éste? Una semana de aquella Comienza, como es natural, por el tormento más típico del
habitación se le haría cien años. Pero cotejemos esto con lo que Infierno: las llamas inextinguibles, que, en su opinión, no han
será el destierro y cárcel del infierno y veremos que, comparada ¿e distinguirse sustancialmente de las hogueras terrenales. Dice
con él, sería regalo y dicha la vida tan miserable de este hombre, así: «Este es el fuego, que sin defensa, ni alivio los abrasa, y sin
el cual con todo su trabajo no tendrá quien le escarnezca, y K- esperanza de remisión. Cuan crudo sea este tormento, aún en
silbe y haga burla de él, no tendrá quien le atenace, ni azote, ni esta vida se experimenta, y en la otra no ha de ser de diferente
acierre. Mas en el infierno harán escarnio del condenado los de- linaje el fuego, de que igualmente estarán allí abrazados, que abra-
monios y le atormentarán cruelísimamente; allí no tendrá espan- sados. Un alivio solo que sustenta en este mundo a los desdi-
tosas vistas, ni ruido, ni voces de gemidos y llantos, pero en el chados en medio de sus mayores penas, que acabándolos, aca-
infierno no se podrá valer de estruendo y ruido; allí no estará barán ellas, de ese carecen; porque como olvidado el fuego de
en llamas de fuego, en el infierno hasta las entrañas se le abrasa- su natural virtud de consumir lo que emprende, disponiéndolo
rán; allí podrá moverse, y pasearse, en el infierno no podrá dar así la divina justicia, toda su fuerza empleará en atormentarlos.
un paso; allí podrá respirar aire sin mal olor, ni corrupción, en Hable aquí S. Gregorio, que en pocas palabras dirá lo que ni con
el infierno estará metido en llamas, humo, azufre, y hediondez; muchas podremos nosotros alcanzar. En una manera espantosa
allí tendrá esperanzas de salir, pero en el infierno ni esperanza, les es allí, dice, la muerte sin muerte; el fin sin fin; la falta sin
ni remedio habrá; allí le servirá de regalo aquel poco de pan du- falta; porque la muerte siempre vive, el fin siempre comienza;
ro que tendría cada día, pero en el infierno en millones de años la falta nunca falta, la muerte mata y no acaba; el dolor atormenta
no verá de sus ojos ni una migaja de pan, ni una gota de agua, y no quita el pavor; la llama abrasa y no alumbra» 34 . Preciosa
sino que perpetuamente estará rabiando de una hambre canina cita que culmina un párrafo claro y sugestivo, donde algún jue-
y de una sed ardiente. Esta ha de ser una gran calamidad de aquel 1 go de palabras matiza la documentada exposición con una lla-
tierra tenebrosa y estéril, si no es de abrojos y espinas, de toi - mada que alerta la sensibilidad para que la erudición fructifique
mentos y dolores» 33 . Con inmenso talento narrativo, comienza en obras de vida.
por pintarnos lo que parece la mayor desolación para luego, im- Prosigue la enumeración de los tormentos, y tras el fuego
placablemente, sosteniendo el ritmo con pulso de gran escritor, lene, muy atinadamente, la oscuridad: «Las tinieblas muy pro-
presentárnosla como un estado deseable en parangón con el abis- as son del lugar, pues no es más que un seno de la tierra, don-
mo eterno, donde el hombre, privado del pan y del aire, de " ni alcanzan los rayos del Sol, ni la luz, que en su renovación
dignidad y la esperanza, traspasado por el fuego, confundido en
la multitud de los dañados, apenas ya puede reconocerse si , . MARTÍN DE ROA, Estado de los bienaventurados en el Cielo. De los niños en
Limbo. De los condenados en el Infierno, y de todo este Universo después de la resu-
nción, y juyzio universal, ce!. cit., fol. 94.
Op. cit., p. 335.
91
90
G E O G R A F Í A DE L A E T E R N I D A D EL I N F 1E U N O

ha de recibir el día postrero. Estas son las cadenas, y más el fin v grande espacio. A un lado de él todo eran llamas de fuego,
go, que de tal manera los detiene en aquella cárcel, como si es- I? tro, granizo que todo lo abrasaba. Ambos estaban llenos de
tuvieran aherrojados con grillos, y otras prisiones. Mas estas t¡ - l s qUe como sacudidas de alguna recia tempestad, ya se arro-
nieblas no serán tan gruesas respecto del Riego que allí arde, \ han'en c' mcg°< V a cn °1 yelo, porque, no pudiendo sufrir el
éste tan claro, que no esté todo tenebroso, por ser la luz po t , ^ menso ardor de aquel fuego, saltaban al yelo, y apretados de
y confusa, mas que baste para verse unos a otros, y también :¡ ', increíble aspereza, se volvían, como rayos, al fuego, y así es-
sus atormentadores. Del llanto ya dijimos en el capítulo pasado to an en un perpetuo movimiento, sin esperanza de hallar en nin-
que lo ha de haber mas seco, sin lágrimas, que suelen desahoga- nna cosa descanso» ÍS y narra también otras visiones más mo-
el corazón, y aliviarlo». Todas las cosas modifican su naturakv dernas que corroboran la existencia del hielo infernal.
al entrar en el infierno. Los fenómenos naturales pierden su c.i - Una curiosa característica de este autor es su consciencia de
rácter familiar y sus efectos benéficos para convertirse en ine- niie, si bien la imaginación es un poderoso aliado del temor, al
quívocamente aterradores, en instrumentos de tortura, para cas- detallar excesivamente las penas infernales, aportando datos de-
tigar sin posible consuelo a los hombres malditos, tan transfor- masiado concretos y acercando los tormentos futuros a los pa-
mados ellos mismos que han perdido lo que constituye propia- decimientos terrenales, se debilitaba el efecto perseguido, pues,
mente la humanidad, es decir, lo que eleva al hombre a un plano por espeluznante que se nos presente una situación, siempre da-
diferente del de las bestias, conservando tan sólo el grado de con- rá más miedo si se deja inacabada, dejando que la imaginación
ciencia que puede hacer más acerbos sus dolores. Y así el fuego de cada cual complete el cuadro con aquello que más teme, pues
abrasa y no conforta, la llama devora y no ilumina, la luz revela no hay que olvidar que, por muy terrible que sea una cosa, siem-
el horror sin disipar el miedo, la tiniebla es ocasión de inquietud pre hay algo que nos asusta mucho más: lo desconocido. Por eso,
y no ámbito para el reposo. Y el llanto mismo quema los ojo- nuestro discreto jesuíta nos advierte «que cn el infierno, ni hay
y atenaza la garganta, sin el suave y calmante correr de las lágri- ruedas, ni tenazas, ni garfios, ni otros semejantes instrumentos,
mas: es una amargura estéril, que deja un polvo áspero en el ric- para atormentar a k)TZüñl3eñlK}o'sTmaTsó"ñ~é~stas"represcñtacior
tus dolorido de los labios, que ya no beberán nunca ese agua ti- ñes~que nuestro Señui han; de lu qrje~venTc)S~acjulTorrtas ójósT
bia, densa y salada, como el mar (y como el mar profunda es cuan crudo sea, para que por ellas~TñTfrTTda-roesH^-rigor tte'te
la tristeza) que parece brotar del corazón, tanto lo aligera. Quien penas que alirse~padccéh, y son mas duras~5in cüiuparactóir-ée
ahoga sus ojos en llanto desahoga su alma, agridulce río, caua queen~elitas~figuras se representan»"'.
que salva del estallido los diques de un pecho que no puede con- Unejemplo dé esrc~mctodo, que primero ofrece una pintura
tener tanta pena. Pero quien ha de padecer para siempre no pue- detallada para luego desmentirla y acabar dejando abierta la puerta
de permitirse este desahogo. Perpetuamente anegado en su tor- a los juegos de la imaginación, nos lo ofrece a continuación, al
tura, gritará hasta que le duelan los ojos de desesperación y de hablar de la pena del gusano. Comienza aportando los pareceres
sequía, y seguirá gritando, privado por toda la eternidad de esa de la Biblia y los Santos Padres. Dice: «La duda es si hay allí ver-
lluvia mansa que hace fructificar el consuelo. daderos gusanos de figura y tamaño espantosos que, mordien-
En cuanto a la cuestión de si han de sentir frío los condena uojos^ desdichadóTl:uejgo¿Tia&añ^sus_dolóFés mas~insu7nr3Tés._
dos, el autor no se decide a afirmarlo, aunque cuente, en favor ^sí lo sienten graves Doctores. Fúndanse en lo que dice el Ecle-
de este supuesto, una revelación antigua: «El venerable Beda, en S1astico cap. 7. 19. Fuego, y gusanos tomarán venganza del cuerpo
el c. 13 del libro 5, de su historia de Inglaterra escribe de un va-
rón gran cristiano, que habiendo muerto resucitó, y contaba qu f Op. cit., fol. 95.
le había llevado un ángel a un valle ancho, profundo, y largo pi" '' Ihídem, fol. 96.

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E O G R A F I A D E L A K T E K N 1 I) A I ) r. I I N F I E R N O

del pecador. Y Judit mucho antes: enviará el Señor fuego, y g l ; . ,s, como el de una devota doncella que, conducida por su ángel
sanos sobre sus carnes, para que se abrasen y estén en un conti- nfierno en un rapto, «vio una hoguera de pez ardiendo, y en
nuo dolor eternamente. Lo mismo dijo el Profeta Isaías en el cap, lia metida su madre hasta el cuello, y muchos gusanos bullen-
66.24, donde hablando del castigo que hará Dios en los traido- do Que daban de sí un olor insufrible».
res a su ley, dice que ni se acabará su fuego, ni sus gusanos. Y ' Pero ahora teme haber concretado demasiado, haber metido
confirmólo Cristo nuestro Señor, por San Marcos en el cap. 9.42. n ja tríente de sus lectores demasiados temores ajenos, sin dejar
Repitiendo estas mismas palabras San Basilio declarando el v e r - lugar para los propios. Por eso retrocede en parte, marcando la
so del Salmo, 33: Habrá, dice, en el infierno, un linajcjie_gus.i diferencia entre lo que vemos aquí y lo que.podemos suponer
nos ponzoñosos y"cáTmceros, siempre hambrientos, nunca_har- allá, dejando que cada cual termine a su gusto el dibujo de las
fos, que mordiendo causarári intolerables doIcjfésTSan Cirilo T« s torturas y dice: «No por esto se ha de entender, que hay cule-
pTnTa~át)ominítrtesTJtrvista y dTTblor fñM3fHBTeTÁñade~Sáh "A n - bras o escuerzos en el infierno, mas hay mayores tormentos sin
ácimo que serán"sefpíeñteYy dragones de figura y silbos espan- comparación alguna, de los que*aquí pudieran darrío? animales
tosos, que como los peces en el agua, ellos vivirán en la llama». as seme"
Todo este prodigio de erudición asegura la ortodoxia de ' > TJñzásde lo que por acá más sentimos. Esto es el común sentir
creencia en los gusanos infernales y le da un aire de veracidad, de los teólogos, que, después de la renovación del mundo, con-
pues los testimonios de autoridades venerables se emplean de- sumidos por el fuego todos los vivientes, no restarán gusanos,
masiado a menudo (en todas las épocas y no sólo en contextos ni otros animales, ni sobre la haz de la tierra, ni en el infierno.
religiosos) como si fueran pruebas científicas. Este uso abusi\,i Si bien no dudo, sino que para atormentar más a sus prisione-
de la erudición tiene el efecto psicológico de asegurar en la mente ros, tomarán a veces los demonios estas u otras figuras más es-
del lector la existencia del fenómeno sobre el que se habla, peí o pantosas, cuales son las de dragones y sierpes, que son más pro-
puede enfriar su ánimo, por el empleo de un lenguaje y unos porcionadas para causar asombro, y declaran más la fuerza y pro-
recursos puramente librescos. Hay, pues, que llenar de vida este piedades de su condición».
saber, hay que calentar de nuevo a los lectores, conmoverlos, sen- Excelente técnica que a nadie puede dejar indiferente, pues
sibilizarlos, y para ello nada mejor que convertir la letra y el sa- se dirige al hombre todo. Primero ceba el entendimiento con una
ber en experiencia vivida. Se pasa ahora, del lenguaje mesurad exposición erudita del problema, aportando el testimonio de los
y distante, a la narración viva y pintoresca, y de la enumeració doctores. Más tarde, acude a la sensibilidad, metiendo por los
de opiniones a la exposición de hechos. Es el momento de con- ojos (y por el resto de los sentidos) del receptor del mensaje to-
tar milagros y visiones. Por ejemplo: «Hacía oración una mujer do el horror de la situación en su concreta evidencia, y por últi-
por otro difunto deudor de su honestidad, y aparecióle el cuer- mo halaga la imaginación con alusiones desvaídas y augurios in-
po todo hecho una llaga muy asquerosa, la voz ronca. Y pre- inidos, sin olvidar una alusión a experiencias vividas, que pon-
guntándole ella la causa de aquel mal, respondió: padézcolo asi también la memoria al servicio del fin buscado: activar la vo-
por el gusto y vanidad con que cantaba torpes cantares, y p l > l 1Rtad para que ponga los medios que lleven al hombre a evitar
lo que de mi buen talle me gloriaba. Y descubriéndole más su ntos males. Y toda esta sabiduría psicológica envuelta en una
tormento, largó una capa y mostró un escuerzo feísimo y de ? rosa voluntariamente desaliñada, para que lo que es producto
disforme grandeza, que abrazándole con sus manos el cuell e un minucioso cálculo parezca natural y cada lector pueda así
juntando boca con boca, se tendía por todo el pecho, y con que el efecto deseado, los sentimientos y propósitos que
pies hacía presa en aquella parte del cuerpo, que había sido in de él, son resultado de su propia, única e intransferible
truniento de sus pecados». Triste fin para un galán. Pero hay otr espiritual. Con mente fría y celo ardiente, sabiendo que
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n disciplina para con las autoridades eclesiásticas. El premio


LUÍ mayor cuidado en la prosa podría transparentar la estructur una vida así mantenida férreamente en un desarrollo integral,
dc la infalible trampa para cazar almas que arma con su discur "ero mesurado, del hombre todo será la felicidad eterna, que no
so, el padre Martín de Roa se camufla en la hojarasca de un lcn rá sino la continuación de esa armonía del hombre consigo mis-
guaje a primera vista descuidado, demasiado frondoso a veces pero ya sin la tensión que supone mantener un control que
como conviene al cazador. ntónces se ejercerá naturalmente, al estar dc manifiesto la ver-
dadera naturaleza del ser humano, sin la presión deformadora
¿c un ambiente hostil y de una heredada culpa (culpa que, pre-
cisamente por heredada, no sólo corrompe su naturaleza, sino
¿me le hace desconfiar de ella y del entorno).
S. L O S S E N T I D O S E N EL I N F I E R N O Por el contrario, una sensualidad desmesurada, fuera no sólo
¿e las barreras legales, sino dc la norma interna de la racionali-
La mayor parte dc los tratadistas no se conforman con enu- dad, conduce a un desequilibrio que sólo puede producir un placer
merar las penas generales del Averno, sino que especifican los ambiguo, mezclado de dolor, dc incomodidad, de servidumbre,
tormentos peculiares que ha de sufrir cada potencia del alma (ma- como bien supo Epicuro. El pensamiento cristiano no aprendió
teria en la que no voy a entrar aquí, por no tratarse de un efecto la amarga y lúcida reflexión epicúrea, que veía en el placer mismo
) físico) y cada sentido del cuerpo. Esto tiene una razón: tanto las utTHoIoTy poma por ello su dicha en evitarlo, en salvaguardarse
potencias como los sentidos son las vías de comunicación del dFsITpelrgrosa intensidad, ál~menos con tanto empeño como
hombre con el mundo exterior, le proporcionan conocimiento
•f
-S y le posibilitan la acción. El hombre conoce, actúa y siente a través
el que ponemos en huir de las penas. No es extrañó, pues tam-
poco comprendióla reconfortanteconsecuencia del mensaje aris-
de sus cinco sentidos, y, por tanto, también peca, trasgrede la totélico, para el cual la felicidad y la virtud son la misma cosa
ley divina a través dc ellos. En un capítulo anterior veíamos có- en el mismo instante, pues esa plenitud en armonía que llama-
^ mo el pensamiento barroco les concedía la mayor importancia, los virtud es propiamente en sí la felicidad en su recta acepción
como vehículos capaces de llevar al hombre a su salvación o a cumplimiento total, de reconciliación del hombre consigo y
su pérdida, lo que tenía como consecuencia que la Iglesia deci- su mundo. Y así, la virtud (equilibrio, sí, pero con respecto
diera apelar también a ellos en el arte religioso, el culto y la pro- attina norma externa, al fiel de una balanza que Otro sostiene)
paganda. De ahí que si, a pesar de las advertencias de sus pasto- tiene su premio fuera de sí, en un cielo eterno y extraño, donde
res espirituales y de la posibilidad de integrar una rica y compleja «naturaleza del hombre, purgada por el dolor y por la muerte,
sensualidad dentro de los límites de la ley divina, el hombre se puede ser contemplada como pura e inocente, limpia por fin dc
dejaba arrastrar a la perdición por el mal uso de sus sentidos, *|pangre de Aquel que tomó sobre sí todos los pecados del mun-
éstos, responsables de su caída, tuvieran un castigo especulo *Wi liberada, tras el sepulcro, de la concreta ley de su carne y en-
y eterno, que no es más que el reverso de su erróneo halago. Pues, ^fnada en un cuerpo-pura-forma, que obedece ahora a la nor-
en efecto, un equilibrio ideal entre razón, pasión y sensibilidacl "^ abstracta de un Dios de quien es reflejo y no parte, y justa-
constituye la plenitud del hombre, según idea de raíz aristotéli- mente por eso puede ser feliz sólo en el momento en que rcco-
ca que recoge el pensamiento escolástico, y en este ambiente d £ te c°tno suya por obediencia una ley diferente del ritmo de su
equilibrio crece la virtud, como no se cansan de advertir los nu' waleza, confesándose así dependiente criatura, hijo dc Dios,
ralistas de la Contrarreforma, recelosos de cualquier exceso, " ' ^ar':e *^e^ todo. Felicidad, pues, postergada, que condena
cluso de los, aparentemente, más santos, sospechando de exalta a una unilatcralidad insatisfecha en la tierra y niega su
ciones místicas que pueden conducir a la herejía o, al menos.
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(i F. O C; K A l : 1 A D F. 1- A 1: r F. K N i n A i)
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existencia en el cielo, donde el justo ya no vive la virtud sino


su recompensa, un goce externo y otorgado, que no nace de sí Los autores difieren unos de otros en la importancia asigna-
mismo. Del mismo modo, el placer terrestre se contempla corno los padecimientos de los cinco sentidos, pero todos coinci-
un goce sin ambigüedades, cuyo único límite es la muerte (qui- en en algunos datos esenciales que aparecen especificados con
zá por eso los placeres del cielo se describen de modo tan terre- exactitud y concisión por el padre Arriaga:
no) y todo el dolor que encierra se manifiesta en los padecimientos
«La vista es atormentada por la presencia de los demonios,
de la culpa, cuya cara oculta (y perdurable) constituyen. La mo- y de los otros condenados.
ral cristiana desdobla el bien en virtud y premio, y desglosa el m a ] El oído con sus continuas maldiciones y escarnios de los ver-
en pecado y castigo. Así, bien y mal, perdido su sentido íntimo dugos.
se medirán exteriormente, de acuerdo con la mera legalidad for- El tacto con increíbles fuegos y los demás espantosos tor-
mal, y esto dará un cierto aire de arbitrariedad a la ética, arbitra- mentos.
riedad que se paliará de modo bien pintoresco, adecuando los El gusto con un amargor intolerable.
placeres celestiales y los tormentos del infierno al desarrollo de El olfato con el pestilencial olor de tantos como en él es-
la vida del sujeto. Así, el que en la tierra se distinguió por la pu- tán» 38'
reza de sus miradas gozará en el cielo de visiones maravillosas,
El texto es breve, pero suficiente para poner de manifiesto
mientras que el que aquí arriba se deleitó con miradas lascivas
tolerable de una situación en la cual cada poro del cuerpo
contemplará allá las apariciones más espantosas. ser atormentado sin consuelo posible y sin descanso, y no
Por tanto, en el infierno cada condenado padecerá especiales
rá potencia que se libre del padecer, ni sensación que alivie
penas en cada uno de los cinco sentidos, con diferentes intensi-
[ue al menos sea indiferente.
dades, en proporción al placer desmesurado e ilegal obtenido a
Más folklórica resulta la enumeración de penas de Fray To-
través de ellos en su existencia terrena. Estos padecimientos sen-
Ramón, que comienza, lógicamente, por contarnos los ma-
soriales definen así al condenado y revelan su naturaleza perver-
les que afligirán al sentido más importante: la vista: «Contem-
sa. Quizá por ello en las apariciones del diablo y de los conde-
plad que hay allí oscuridad y claridad para la vista, aunque siempre
nados es significativo el mal olor que dejan tras su paso, y que
están en horror, Sempiternus horror inhabitat, y tinieblas; con
manifiesta que son hijos del pecado, de la corrupción propiamen-
todo eso, ven aquellas furias infernales y sombras de muerte, que
te dicha, y ésta es una de las señales que se apuntan en los trata-
dice Job, umbrae mortis. Aquellos etíopes demonios que dice San
dos para distinguir las verdaderas revelaciones de los engaños
titilo; imágenes y fantasmas, y otras visiones pavorosas, de
del malo. Así lo siente Jerónimo Planes cuando compara las vi-
menstruos, dragones, avestruces y bestias crueles y tremendas, .
siones de dos monjes, uno que contempló a San Jerónimo y otro
1t?e vienen a los ojos, como dijo Isaías» 1 ''. /
que recibió la visita de un pecador castigado eternamente. Dice
Pespués de abrumarnos con esta mezcla, tan de su tiempo,
así: «Esta visión de la gloria comenzó por la luz y el buen olof
v r? lrnaginación y sabiduría, entre erudicción y sensaciones vi-
que del glorioso san Jerónimo salía; y por el contrario, en la vid*
j T*1^sa a ocuparse del segundo sentido más importante según
de los santos Padres fue hecha una revelación en la misma parte o
'cion literaria, y dice: «También hay allí para los oídos su
las penas del infierno a un monje, por un intolerable hedor q^
uno de los condenados le manifestó por ordenación divina* JOSÉ ARRIACÍA, Directorio espiritual, para ejercicio y provecho del Co-
<fartm-TrrTnfi'a en el Pim, Lima, 1608, p. 306.
37 JERÓNIMO PLANES, Tratado del examen de las revelaciones verdadera ) ^'""fcttna // " AM °>J, C.onceptos extravagantes y peregrinos, sacados de las divinas
*fc> so «e." e ras
ras y Santos Padres, , para muchas y varias ocasiones que por discurso del
sas, y de hs raptos, Valencia, 1634, fol. 217. Pndicar, Barcelona, 1619, p. 215.
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<; !•: O G R A F I A n K L. A F T E R N I D A D i i i N r i i- U N O

pasto, blasfemias, gemidos, aullidos de tantos condenados, p ( , r atormentados con las tinieblas, y con el humo negro y espe-
otra parte fieras voces de demonios con que los espantan, grita de aquellos hornos, que juntándose por de fuera con el fue-
y alaridos con que se huelgan en sus tormentos». Variopinta al- S* que interiormente les derrite las entrañas, los resolverá con-
garabía que le lleva a una breve disertación sobre la naturaleza ? 'uarnente en lágrimas de sangre. Asimismo rjemirán^dejver tan-
de los demonios, tras de la cual concluye: «Para el olfato tam- 'Tlastimosos espectáculos^ tanta trag_edia luctuosa y la carmcc-
bién hay pez, resina, piedra azufre, y otros hedores abominables ^ muchas personas,
„ a lenes_.
Para el gusto, hambre, sed, hiél, veneno. Pal dmconum vinum con//;/ bien en la vida. Pero sobre todo, con las visiones
ivnctiHin aspidum in sanabile. Para el tacto, fuego, yclo, negra y dura c les representarán los demonios, tomando ellos espan-
cama, ardiente hoguera, colchones y almohadas de polilla y colcha tables figuras, sin que puedan cerrar los ojos para no verlas en cas-
de gusanos». Espeluznante final para una disertación que empe- tigo de los pecados que hicieron con este sentido, y en particular
zó por la narración casi transparente, serena y algo monótona. ¿e las vistas lascivas, con que profanaron las sagradas Iglesias» 41 .
de las opiniones de los Padres de la Iglesia, y que manifiesta de Vernos en este fragmento la adecuación de pecado y castigo
nuevo esa técnica barroca del sermón «in crescendo», que, en tér- y la complejidad de éste: privación de la luz, humos, escenas de
minos teatrales, acababa en punta, dejando suspenso el ánimo dolor verdadero y horrores fingidos. Este último castigo, pues-
de los oyentes y aumentando el etecto de la disertación. Efecto to tras el evidente y realísimo sufriniÍ£ñtó~deToñlrmpjaT4a^ tor-
seguro y esperado que se completaba por la práctica de atender. turas de los sereTañi|3os "(y "Basta el amor sirve, como "venios,
inmediatamente después, al confesionario, donde las almas agi- para atormentar, en el inTIerno), trivializa un poco lo tremendo
tadas podían descansar en la confidencia y el perdón. Así, se pre- de la pena y nos convierte el abismo eterno en una especie de
tendía remover primero la tierra del alma para depositar en el tenebroso corral de comedias donde los espectadores se vieran
surco recién abierto, aún sangrante y húmedo cíe lágrimas, la se- obligados a contemplar, sin poder cerrar los ojos, como advier-
milla de una nueva vida de virtud, haciendo así perdurable en te el jesuíta, que no deja un resquicio al consuelo, terribles tra-
buenas obras el momento de intensa emoción, del mismo modo gedias representadas por monstruos disformes. Teatro de nue-
que prolongan los hijos el instante del amor. Esta costumbre de, vo, trasladado ahora a ese recinto en el corazón de la tierra. Pero
confesar tras los sermores la practicaban los másTafruHOs ora- aquí y a el teatro no distrae, sino que retrotrae al condenado a
croíeTcontrarrclorñiTstas"(és célebre el celo queT'aiíñ""ánciano^acha- lo monstruoso y trágico de su condición, ni presenta bellas apa-
eücT eTMaestro Juan de Avila4") y recogía, aumen- riencias, sino insoslayables realidades que sólo toman la másca-
tada, una tradición de la retórica eclesiástica, entroncando con lu- ra de lo efímero para mostrar mejor lo espantoso de su ser. Por-
chos como las legendarias conversiones en masa que se producían que en esta última función del gran teatro del mundo los pape-
tras los sermones de Vicente Ferrer, si bien éste unía a sus induda- les son ya definitivos e intransferibles, y no los ha repartido el
bles y excepcionales dotes de orador la amenaza de un peligro mu- azar, sino la Justicia inapelable. Y hasta el amor, la obra de vida,
cho menos improbable y más inmediato que el del infierno a positiva y luminosa, es aquí castigo, destrucción y ti-
Pero volvamos a éste para ocuparnos ahora de la forma en Pero no hay que extrañarse, pues el infierno aparece co-
que otro instructor de predicadores, Juan Antonio Xarque, opi- creación de un Dios que la Iglesia ofrece como Dios-amor.
na sobre las penas de los sentidos. Una vez más, se comienza veamos ahora lo que les está aparejado a los oídos pecado-
por la vista: «Primeramente, los ojos altivos, y deshonestos, s< «Darán grandes voces aquella canalla cruel, ¿y qué clama-

40 Cfr., por ejemplo, en los Casos notables de l¡> ciudad de Córdoba. /<Vn<;" ';'' . JUAN ANTONIO XAKQUH, /;'/ orador frístiano sobre el salino del miserere,
"•> P. 441
cióii tic documentos para la historia de Córdoba, Montilla, 2.a ed., 1982, p. '
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c; K O (; R A F I A I) F L A H I F U Ñ I D A I)
fresco, para respirar por boca y narices, serán llamas abrasado-
rán? Hiere, despedaza, degüella, azota, mata sin acabar con ellos ras de humo pestilencial como por el hedor intolerable que arro-
trac brasas encendidas, hiervan esas calderas de plomo, derrite jarán de sí los cuerpos de los condenados, como finalmente por
la plata y el oro, sáciense con el los que tan sedientos de él vivie- ja hediondez que se encerrará de asiento en tan inmunda cárcel,
ron en la vida, que por amores suyos despreciaron al Criador y sobrepujará la de las sentinas y albañales más asquerosos del
Estas y semejantes serán las músicas que recrearán los oídos, q lu . jriundo que no sin misterio se le dio el nombre de pozo del abis-
ahora se deleitan con comedias, con cantares lascivos, con lo-, flio»43- Es la ya repetida insistencia en el mal olor de los peca-
.pecados de sus hermanos, dando audiencia grata al farsante tor- dores, agravado por la pestilencia de la propia cárcel y por el humo
pe, y desalmado murmurador. Allí estarán siempre oyendo ho- sofocante de los fuegos. En cuanto al sentido del gusto «sobre
rrendas blasfemias contra Dios y contra sus Santos, lluvias de otros muchos padrastros, que en el infierno tiene, padece dos atro-
maldiciones, que impacientes arrojarán contra sí mismos, con- císimos martirios de hambre canina e insaciable sed». Padece, pues,
tra los cómplices de sus pecados, y sobre todas aquellas criatu- ¿e necesidad y carencia, y no por saturación, como los demás
ras, tiempos y lugares que fueron instrumentos de su condena- sentidos, tal vez porque el pecado que se comete con el gusto
ción. Pues qué armonía tan apacible la de aquellas temerosas es pecado de gula, que equivale más a hartazgo que a refinamiento,
jtrompctas,, u F T T c 2 F í _ a_m B g s ^a^Q_s^yjomitafán_fuegp.
^ _ _ _ le'
1 _y "y es lógico que la desmesura se pague con privación.
tocarán arma, y publicarán guerra, mientras Dios fuercJDios» «Finalmente, de las penas del tacto, no hay qué decir, sino
rá~^orñparacíoñ""cntre"las faltas pasadas y la revocar a la memoria lo que arriba se dijo de aquellos dos infier-
tristezas presentes, y la variedad de castigos: los condenados oirán nos de fuego, y de frío, que todas están cifradas en ellos. ¡Oh
amenazas terribles, gritos, maldiciones y discordantes trompe- gustos desventurados del mundo! ¡Oh miserables deleites sen-
tazos. Lo que no se comprende muy bien es por qué ha de resul- suales, que os mentís en los principios dulces y rematáis en de-
tarles doloroso a estos ya sempiternos enemigos de Dios el es- jos tan agrios, y tan amargos!».
cuchar blasfemias contra El y sus santos, a no ser que se supon- El jesuíta Sebastián Izquierdo se extiende más sobre estos te-
ga que, eternamente privados de El y antitéticos suyos por esencia mas. Comienza diciendo: «Y así los ojos serán atormentados con
(son el mal que un dios unilateralmentc bueno según el esque- las espantosísimas visiones de los Demonios, las cuales serán tanto
ma de la moral cristiana expulsa de su seno) sin embargo lo aman, horribles, cuando ninguno de los hombres puede imaginar» 4J .
lo desean y comprenden la justicia de su veredicto. Pero esta con- A continuación, cuenta el caso de un monje que, habiendo visto
tradicción, que no es tal para el dogma, si se piensa que Dios, un demonio, dio un grito espantoso y se desmayó, y al volver
que ama a todas sus criaturas, los ama también a ellos, pese i en sí, dijo «que antes querría echarse en un fuego y abrasarse en
hacerles sentir el peso de su terrible condena, parece un castigí' él, que tornar a verlo». Y prosigue el tratadista: «Pues si la vista
demasiado atroz para aparecer como explícito, y se refugia en brevísima de un Demonio en esta vida causa a los siervos de Dios
la sombra de la suposición, dejando a veces entrever lo que es.) tan espantosos efectos ¿cuan horribles los causarán en el Infier-
«privación de Dios» que define la pena de daño, primera y prin- no a los enemigos de Dios las vistas de tan innumerables De-
cipal entre las infernales, puede encerrar de desgarrador e inso- monios siempre continuas y para siempre sin fin continuadas?
portable. '""lánto será el horror, el pavor y el espanto que concebirá cada
Pero prosigamos: «No será más privilegiado el sentido del
olfato, ni penará menos dentro de su esfera, aunque menos dila- Ihídcm, p. 446.
tada que la vista y oído en las suyas. Así porque el embate más SEBASTIÁN I7.QUIHRI>0, Consideraciones de los quatro Nwissimos del Honi-
. Muerte, ¡nido, Infurtió y CAvria, cd. cit., p. 249.
()p. cit., pp. 442-443.
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(, H O (i R A F I A I) F. L A E T F U Ñ I D A P
I I I N F I E R N O

cual de los condenados cuando vea venir contra sí un ejército ¿e continuo estarán pronunciando contra sí mismos, contra Dios,
de leones, tigres, osos, serpientes, dragones y otros espantosos c ontra sus Santos y contra todas las demás criaturas; con aque-
animales todos de fuego con las bocas abiertas para despedazar- llos aullidos, bramidos, silbos, o chillidos espantosos, que aque-
lo y tragarlo? Que tales, y mucho más fieras serán las figuras qiu llas bestias infernales, cuyas figuras tomarán los Demonios, es-
tomarán los Demonios para espantarlos y con su vista atormen- tarán dando, cada cual según su especie o naturaleza; finalmen-
tarlos. Serán además de esto, atormentados los ojos de cada con- te, con aquellas trompetas de fuego, con que los Demonios (co-
denado con la vista del fuego tristísimo del azufre, y con el es- ^o se ha visto en algunas visiones) atronarán por ellos. Estas
peso y penosísimo humo, que de sí arrojará; con la vista de los serán las músicas, que para su recreación tendrá aquella misera-
cuerpos de los demás condenados, que, sobre ser feísimos, se h,¡- ble canalla. ¡Oh infelicísima, cómo reposará! Porque si acá el ruido
rán más horribles y espantosos con los visajes que harán coni- "Je un mosquito suele ser tanta molestia que quita el sueño ¿de
pelidos de los tormentos; con la vista de todos los instrumentos cuánta molestia serán a aquellos desdichados tan tos y tan recios
de atormentar que inventarán los Demonios; y con la vista de y tan desconcertados ruidos? 45 . Después de la espantosa situa-
todas las demás cosas horrendas que habrá en aquel lugar for- ción descrita al tratar de los ojos, esto de ahora parece casi una
midable». Detallada pesadilla que comienza por imaginar el in- molestia sin importancia. Por eso, nuestro jesuíta acude al infa-
fierno como una especie de aterrador zoológico, habilitado por lible recurso de comparar aquella vida con ésta, pero con ésta
bestias de fuego, llevando hasta su punto máximo, por acumu- en condiciones de perfección, pues no relaciona aquel estruen-
lación, el pánico ante una naturaleza desatada. Pero luego en- do con los ruidos de aquí, sino con la música, recordando la paz
cuentra algo aún más horrible que cualquier fiera, algo más es- y el consuelo que nos ofrece y cómo nos deleita en nuestros ocios
tremecedor que la pesadilla eterna de las bestias ardientes y el para resaltar más lo áspero de aquellos gritos, lo trabajoso de una
fuego devorador: el dolor humano, la agonía sin fin de otros hom- existencia eterna en medio de tan confusa algarabía y lo descon-
bres semejantes a él que le recuerdan su propia condición, su des- certado, en fin, (apropiadísimo adjetivo) de aquellos ruidos.
tino de eterna contradicción consigo, sin alcanzar jamás la ple- Prosigue: «Para tormento gravísimo del olfato bastábales a
nitud y la armonía. Y hay algo todavía que supera esta desdi- los condenados el estar siempre respirando la llama y humo de
cha, y es contemplar las invenciones de los espíritus infernales: aquel fuego de azufre, con que estarán tan rodeados, cuyo olor
la aberración más ignominiosa, el contrasentido más trágico: hi acá es tan malo, como experimentamos, y será allá sin duda mu-
razón obrando contra la vida, la inteligencia al servicio de la des- cho peor. Pero de más de esto, los cuerpos de todos ellos serán
trucción. como otros tantos cuerpos ya corrompidos y podridos, que arro-
Quizá para aliviar este mudo terror ante el espectáculo de una jarán de sí pcstilencialísimo hedor. Que por eso los llama Isaías
mente en verdad perversa, para no obligar al lector a soportar la cuerpos muertos, no obstante, que estarán vivos para padecer.
tensión de concebir un pensamiento capaz de hacer daño, em- Wdebunt cadavera vivorum, qui praevaricati sunt in nt.e: Vermis eorum
pleado en el mal, el autor pasa rápidamente a enumerar los cas- non morietur, ct ignis eorum non extinguctur. (Isai. 66). Porque cuan-
tigos que sufrirán los reprobos en el segundo de los sentidos, to a la fealdad, asquerosidad y hediondez estarán como cuerpos
y dice: «los oídos serán atormentados con aquel perpetuo mar- huertos y ya podridos, según sienten los intérpretes de este lu-
tillar y golpear de aquellos verdugos infernales; con aquel llanto ¡ar»46. Así, los reprobos no tendrán el descanso y el olvido de
rabioso y aquel ay continuo mezclado de voces desmedidas, I.K " uerte, pero sí su horror y su miseria, la podredumbre, el olor
lamentos desesperados, de gritos, y alaridos furiosos, con qi'c
todos los atormentados estarán siempre quejándose de sus ii (1 "
lores; con aquellas execrables maldiciones y atroces injurias qu<- Op. di., pp. 53-54.
Op. dt., pp. 55-56.
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I- I I N F 1 F. li N O
G E O ( ¡ R A F I A I) F L A E T F K M I D A P
constatación de un hecho que, acaeciendo en este mun-
apestoso, la lenta y segura tarea del gusano, inacabable aho ra la
j nuestr0' se presenta como sucedido allá.
el roer lastimoso de la corrupción. Continúa el autor recordar).! Sigamos adelante: «El sentido del gusto tendrán los conde-
do el caso de algunos malvados que sufrieron este castigo ya C1) dos atormentado con los sabores de que estará penetrado, más
su vida terrena, particularmente el rey Antíoco, que despedía t i l desabridos y más amargos que los ajenjos y la hiél, según aque-
hedor que infectaba todo un ejército, y concluye «¿cuál será el lla arnenaza del Señor: Ego ababo eos absinthio, et potaba eos felle.
hedor que echarán de sí tantos cuerpos de tantos condenados jun- 23); y ^^nj^sj^r^bajgs asqiirrn¡iísirru' > s. y provocativos_
tos, y pegados unos con otros, y encerrados en aquel calabozo vómito que inventarán los Demonios, y les harán que losjra-
infernal? ¿Y cómo los malaventurados lo podrán tolerar? A 1 ( , su grado. Pero el mayor torrñénto~de este sentiHo
dicho se llega que las inmundicias y suciedades de todo este mun- n hambre canina, s e g ú rTl"qu~e llo~d el pf o fct áf Ta men
do, de las cuales le ha de purificar aquel fuego del díafinal,j u n - añCs.~{\^¿\.-§&[ y-üí^dé^LmFsecrFabiosa»77; HctclFqüT
tamente con los condenados, han de ser echadas aquel día en el j-fosr3enlonlos convertidos eri pésimos cocineros, cosa que ya
infierno como en su propio muladar, según enseñan los teólo- sospechábamos por la clase de guisos que, según la amplia lite-
gos con S. Tomás (in 4 distinc. 47 quacst. 3 arte. 3), las cuales ratura sobre el tema, enseñan a las brujas. Pero aún más de te-
de muchas maneras aumentarán su hediondez; especialmente sien- mer es la sed, y el hambre, acuciada sin duda por los aperitivos
do el Infierno un lugar tan falto de respiración, cuya falta aun que se citan al principio. Para documentar este último tormento
en los lugares de suyo limpios es causa de malos olores, como acude al Evangelio, y nos recuerda la historia del rico glotón y
dice Aristóteles (in Problem. sect. 13), y la experiencia misma mues- del pobre Lázaro. Pero como la gran mayoría de sus coetáneos
tra». El infierno aparece aquí a modo de monstruoso vertedero, estaban más que acostumbrados a la penuria del estómago, el
definitivo colector de todos los residuos. Es una argumentación autor teme que el castigo les parezca leve y se apresura a añadir:
lógica: si Dios expulsa de su seno las fuerzas del mal como de- «Será sin duda el hambre y la sed del Infierno mucho mayor sin
secho despreciable y las confina en el infierno, es natural que allí comparación que la de acá; y así, si ésta ha sido tal a veces, que
desemboquen también todos los desechos, todo lo que el hom- ha obligado a comer las carnes propias, o las de los hijos, y a
bre aleja y maldice, todo lo que arroja de sí como extraño, como beber cosas inmundísimas ¿cuál podemos considerar que aqué-
sucio. Y allí caerán también los condenados, expulsados de la lla será? Especialmente, que la pena de ésta mucho se mitiga con
Iglesia triunfante, que se avergüenza de ellos y los oculta eterna- la esperanza de la hartura, mas la de aquélla muchísimo se aumenta
mente en lo profundo. con la desesperación perpetua del más mínimo alivio. Acá, un
También es preciso destacar la variedad de recursos que em- enfermo sediento con el ardor de una calentura consuélase, pen-
plea el autor para conmover a sus lectores más eficazmente, va- sando en las fuentes, con la esperanza de hartarse en ellas cuan-
riando continuamente de resortes para hacerles así vibrar de nuevo do esté bueno, mas un condenado tanto más sediento cuanto son
con cada frase. En este fragmento busca el soporte de la autori- , Mayores los ardores infernales en que se abrasa, ¿en qué fuentes
dad, recurriendo a la Biblia, a los doctores de la Iglesia e incluso pensará?, ¿y con qué esperanza de hartarse en ellas se consola-
a un filósofo pagano, aunque adoptado por el pensamiento cris- ra -». Para nuestro autor, por tanto, también es el principal tor-
tiano. Y este aire de realidad científica se corrobora con obser- Jftento que ha de sufrir el gusto la carencia de alimentos y bebi-
vaciones astutamente triviales, sabiamente cotidianas, que m'* i*as> como comentábamos en el texto anterior, aunque aquí aña-
hacen presente lo remoto y extraño, como ese razonamiento, se- ' e los malos sabores y el agravante de la desesperanza.
reno y mesurado, sobre la falta de ventilación de los aposentos
infernales, que tiene la virtud de recrear ente nosotros todo su p. cít., pp. 59-60.
horror y fortifica la credibilidad de un lugar de ultratumba p l ) I
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F. I. I N F I l¡ R N O
(, H O G U A F 1 A U E L A E T F. R N i D A D

Por fin, quedan por averiguar las penas del tacto, último de ^erría yo, cristianos, que ponderásemos con atención. Si una
los sentidos. Este, «que está extendido por todo el cuerpo, será olestia grande en uno solo de los cinco sentidos, o un dolor
atormentado con aquel fuego abrasador, que en sí y en todas sus udo en una muy pequeña parte del cuerpo por un breve espa-
partes tendrá embebido. Oh pecador miserable, todo ocupado de tiempo nos suele ser acá tan intolerable, como se ve por
en procurar y en gozar los regalos y deleites ilícitos de éste sen, experiencia, ¿cuan intolerables serán en el Infierno las sumas
tido, ¿cómo no te acuerdas de aquel tormento que ellos mere- olestias de todos los cinco sentidos juntas, y los intensísimos
cen? SijKjuíoiQ ._p]¿edes sufrir por el espacio de un Ave María lores de todas las partes del cuerpo desde los pies hasta la ca-
la llama de un canj¿il_en^un"HeHo^ ¿como allí sufrirás el estaTdr eza, no por un breve espacio de tiempo, ni por cualquier tiem-
plénTcaBczaicubierto, y penetrado con fuego tantcnnás cruel po finito, por largo que se considere, sino por una eternidad in-
parTTiorípre y sin fin? A qHe~sFaña~<Íirarrío5 demás'tonncntos, finita? Esto no es cosa comprehensible. Pero mucho menos lo
qíÜMxmtFa este sentido inventarán losDemoñios de azotes, me- es la ceguedad de tantos cristianos, que creyendo con fe infalible
ctas^íicTíittósTgaTfios, que todos los que mueren en pecado mortal han de estar pade-
aTíucgo como tormento prin- ciendo siempre, mientras Dios fuere Dios, todo aquel conjunto
cipal, para luego recordar la correspondencia entre delito \: al placer de penas, tan elsindolor,
corresponde miedo se arrojan
al regalo a los la
sucederá pecados
tor- mortales, y se
dejan estar en ellos, como si no lo creyesen. Dios por su miseri-
tura, el que busca suavidades ha de encontrarse en la mayor as- cordia a todos les abra los ojos» 49 . Con lenguaje expresivo y
pereza. ¡Y cómo se pone aquí de nuevo de manifiesto la superfi- profunda convicción, exhorta aquí el autor al cumplimiento de
cialidad de esta ética! Porque, en efecto, no es al pecado, a la ofensa la ley moral, señalando, como para facilitar el buen propósito,
a la ley, a lo que se hace referencia, sino al deleite que lo acom- que no pide nada extraordinario, sino que sólo pretende que el
paña, y es precisamente el goce, y no la trasgresión de la norma, cristiano sea consecuente con sus ideas. Hay en este párrafo un
lo que aparece como malo, como digno de castigo, como culpable. cierto aire escandalizado del escritor ante su público, paradójico
• Todo ser humano conoce la evidencia y la fuerza del placer. pueblo que se dejaría matar por la pureza de un dogma que con-
y también sabe qué fugitivo es, y qué azaroso. El jesuíta nos in- fiesa patrimonio de los doctores eclesiales y que, sin embargo,
vita ahora a probar la intensidad del dolor arrimando un dedo no hace de su vida el testimonio cálido y cotidiano de la Pala-
a la llama, experiencia muy recomendada por esa orden religio- bra. Pero eso que tanto parece escandalizar al autor no es más
sa como sumamente provechosa para el alma. E insiste luego sobre que la consecuencia inevitable de la política de la Iglesia triden-
la diferencia entre ambos dolores: el que sufrimos aquí afecta sólo tina. Al prohibir la interpretación personal de los libros sagra-
a una parte del cuerpo, y aquél nos recorrerá enteros, por dentro dos y mirar sospechosamente la relación directa con la divini-
y por fuera; el terrenal es, como el placer, pasajero y arbitrario. dad, imponiendo la necesidad de un clero mediador entre los fieles
el infernal será, como el castigo, perdurable y necesario, defini- icl cielo, desecha toda verdadera comprensión de la divinidad,
tiva cadena de nuestra carne. Y termina con una evocación ima- •estierra el pensamiento de todo posible contacto con lo tras-
ginativa de toda suerte de desdichas, tan abominables que aun cendente y suscita así una adhesión fanática y vacía a unas afir-
no están inventadas, pero cuyo carácter lesivo se pone de mani- maciones dogmáticas aceptadas, sí, y proclamadas a los cuatro
fiesto por los siniestros instrumentos que están aparejados. lentos, pero no realmente asumidas, no hechas carne y sangre
Pero este tétrico panorama se ha desplegado ante nosof«^ materia del propio ser, y que no pueden así fructificar en
con un fin: convertirnos. Y a ello se encamina el autor: «AM" 1 "*>s. Las obras, además, no surgirán así del corazón, no pro-

¡hídcni, p. 63.
O/>. ni., p. 62.

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EL I N F I E R N O
vendrán de una norma interna, sino que serán impuestas por una
ley exterior, a la que es fácil desobedecer. Es, quizá, una conse- tiene lleno el Infierno» 5 ". Se critica aquí la actitud del que, con-
cuencia querida, o al menos, tolerada por la Iglesia mismajjjue vencido de la necesidad del arrepentimiento, quiere disfrutar aún
tompjnisjiba con un poco de tolerancia moral stTintransigencia de su pecado, dejando para más adelante, para cuando esté has-
tiado de deleites o sea ya incapaz de gozar su carne macerada
ideológica.
Ésto a la vez se adaptaba a y acentuaba el carácter sensual por los años, el, sin duda, sincero dolor por las ofensas, el pro-
y apasionado del siglo del barroco, pero provocaba, en las per- pósito de la enmienda y aun la rigurosa penitencia. Es una pos-
sonalidades verdaderamente profundas, un cierto desdobla- tura cómoda y confiada, que revela una cierta inmadurez, lógica
miento de personalidad, una contradicción interna que na- en una comunidad de fieles destinados a obedecer sin participar,
ce de la insatisfacción, de un descontento irremediable, in- donde la moral es cuestión de disciplina, y no de verdadera y ma-
soluble para una fe sólida que no admite la posiblidad de l.i dura decisión. Exactamente la misma actitud que expresa, tan con-
cisa y acertadamente, el «qué largo me lo fiáis» que repite el bur-
duda. lador de Sevilla de Tirso de Molina, expresión glosada, al final
El autor termina rogando a Dios que abra los ojos de los fie-
les y los ilumine para hallar el camino de la salvación, pero es de la obra, instantes antes de que don Juan, impenitente y ate-
consciente de que hay que golpear el hierro en caliente y, por rrado, muera y caiga en el infierno, por la siguiente canción, en-
si la iluminación divina se retrasa, bueno es ayudar al Señor con tonada por dos fantasmas:
todos los medios humanos. Nos pone, pues, de nuevo, a consi-
derar los dolores de todas las potencias en el abismo eterno y «Adviertan los que de Dios
nos advierte que es necesario arrepentirse inmediatamente, em- juzgan los castigos grandes,
prender desde este mismo instante la gran tarea de la perfección, que no hay plazo que no llegue
ni deuda que no se pague.
porque acecha la muerte, inadvertida y repentina, nos espera el
infierno, y «allí se pagan con desesperaciones eternas las espe- Mientras en el mundo viva,
ranzas locas de los pecadores. ¡Oh cristiano lector, si llevases de no es justo que diga nadie:
aquí fija en tu corazón esta certísima verdad! Que de los cristia- ¡Qué largo me lo fiáis!
nos católicos los más, o casi todos, cuantos se condenan, que son siendo tan breve el cobrarse».
innumerables, por aquella loca esperanza se condenan, y con la
cual esperan que al fin han de ser perdonados de aquellos peca- Puesto que el plazo es, en efecto, corto, y el castigo terrible,
dos a que se arrojan o en que perseveran. Porque creyendo los es preciso apresurarse y cambiar de vida, para no arriesgarnos
católicos con fe certísima que el pecado mortal es digno del In- a sufrir eternamente.
fierno, ninguno es tan insensato que se atreviera a cometerlo o Larga y compleja disertación la de este tratadista. Pero el te-
a perseverar en él, si no es esperando que Dios por su bondad nia en verdad lo merecía, y un autor tan importante como el pa-
y misericordia infinita al fin se lo ha de perdonar, y darle su gra- dre Nieremberg le dedica igual atención, como veremos acto se-
cia, y salvarlo. Pero porque estos irracionales pecadores de allí &E
toman osadía para ofender a su Señor, de donde habían de to- ( Empieza por la vista: «Los ojos no sólo han de tener un do
mar motivo para amarlo y servirlo, justísimamente son de El de- lor vehementísimo, pues las mismas niñas de los ojos han de es
samparados, y al fin mueren con sus pecados y se condenan. Na- tar quemándose, pero con monstruos fieros y abominables fi
die peque, nadie persevere en el pecado con esperanza de que .i>
fin será perdonado, porque esta esperanza presuntuosa es la que 50
Op. cit., p. 70.
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guras, como se ha dicho, han de estar atormentados» 51 . El do- ieda otro más, y así concluye: «Finalmente, a la vista de cosas
lor de ojos es una innovación de este autor, pero lo más espan- LI tremendas y lastimosas, se ha de juntar un horror nocturno
toso siguen siendo las visiones. Razona qué tormento causará la unas tinieblas espantosas, que han de afligir mucho la vista de
contemplación de tantos diablos cuando la aparición de uno so- ¡ condenados». Ño detalla aquí el padre Nieremberg, como so-
lo, aquí en la tierra, puede provocar la locura o la muerte del in- n hacerlo otros autores, de qué modo se compaginan las ti-
fortunado que lo ve. Compara luego el temor que sentimos aquí lieblas con las visiones, si es que se alternan, en una variación
ante espectáculos de crueldad y miseria con el que sentiremos horrores, o si, como es el parecer de los más, la oscuridad,
allá, ante un panorama más desolador y, además, eterno, y, par.i aunque total, ha de permitir que el desdichado vea todo aquello
proporcionarnos un término adecuado de comparación, presenta je puede causarle aflicción. Me inclino por esta segunda hipó-
una anécdota histórica que nos parece desmesurada, pero que se esis, que es la aceptada comúnmente en el resto de autores de
resuelve en nada; casi es deseable, en parangón con las abomi- i Compañía, y la que parece desprenderse del sentido de la fra-
naciones del Profundo. Dice: «Además de esto, ha de tener tor- se, pero pienso que, en un ambiente tan desolador como el que
mento también la vista, con ver atormentar a muchos de los su- presentan las descripciones infernales, todo causa aflicción. En-
yos. Egésipo escribe de Alejandro, hijo de Hircano, que queriendo Dnces, ¿cuál es el lugar de la tiniebla?
hacer un riguroso castigo en ciertos hombres, mandó poner ocho- También acude a una comparación histórica a la hora de pin-
cientos en sus cruces, que entonces eran como después las hor- los las tribulaciones que sufrirá el sentido auditivo. Nos di-
cas, y ahora el garrote vil; y que a sus ojos, antes que acabasen ; «Los oídos no sólo serán afligidos con un dolor intolerable
de morir, los verdugos matasen a los hijos y mujeres, con gran que tendrán causado del fuego abrasador de que estarán penc-
crueldad, para que viéndolo aquellos miserables, no una, sino ados, pero también con un ruido y estruendo espantoso de true-
muchas muertes muriesen. No faltará este rigor en el infierno; voces, gritos, gemidos, maldiciones y blasfemias. Mandó
porque allí verán los padres con sumo dolor atormentar a sus ana vez Sila, dictador romano, encerrar en el circo seis mil per-
hijos, y los hermanos a los hermanos, y los amigos a los amigos». sonas, y juntamente que en un templo cercano se congregase el
Y si esto discurrió un hombre, una criatura frágil y mortal, de
inteligencia limitada ¿qué inventarán los demonios, mentes su-
periores destinadas a la triste tarca de atormentar sistemática-
mente a los reprobos? ¿Cómo jugarán con los sentimientos de
sus víctimas, cómo les desgarrarán el corazón utilizando como
I Senado, donde él les había de dirigir un discurso, ordenando que
cuando él diese principio a su razonamiento, matasen los solda-
dos con gran brevedad a toda aquella multitud de gente. Apenas
hubo Sila comenzado su oración, cuando no se podía oír pala-
bra por las voces, alaridos y llanto de la gente que moría, que-
instrumento de tortura a quienes le son más queridos?
Pero no sólo el amor sirve como cebo de la pena, sino qm
f dando todos atónitos y espantados. ¿Qué confusión y horror será
para cada uno de los condenados oír a otros?» rii . Así pues, los
también el odio, la rabia y el despecho participan en la tarea, pues principales tormentos son el dolor de las orejas, abrasándose en
«será grande tormento de los ojos, verse en aquel abismo de pe- fuego, y la algarabía de lamentos y gritos. No aparecen, sin
nas los que fueron escándalo y causa de que pecasen otros» embargo, los ruidos disonantes ni las trompetas atronadoras. En
Encontrarse cara a cara por toda una eternidad con el causante cuanto a la improbable anécdota que ilustra la imaginada situa-
de las propias desdichas es sin duda refinado tormento, pero aun ron, resulta acertada, pues si bien a la confusión de las quejas
se une el temor y la incertidumbre, mientras que en el infierno
la certeza del mal y la presencia del dolor alejan la duda, sin em-
11 JUAN EUSEBIO NIEREMBERG, Diferencia entre lo temporal y lo eterno, H.< r "
cdona, 1871, p. 272.
52 Op. cit., p. 273. Op. cit., p. 274.

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1 I I N F I E R N O

c; K o c; u A F i A n K L A H r K u N i n A n
1, respirando las miasmas de su perdición para siempre, para
bargo esta certeza no sosiega el ánimo y lo rinde ante lo inevita- rnprc, vivirán muerte eterna, intolerable.
ble, puesto que el condenado, aunque conoce la justicia de su Menos siniestro es el destino que le espera al sentido del gusto,
reprobación, no se resigna a ella, según la opinión más común nque no deje de resultar desagradable. Nuestro jesuíta nos lo
de los teólogos, ardiendo en una desesperación rebelde, en una ,jnta así: «¿Quién podrá declarar la amargura, mayor que de ajen-
estéril rabia contra su destino, como el mismo autor señalará una-- acíbar_gue sentirán los mi seTarJle'sTCa ^ritura cHccfníel
páginas más adelante, al hablar de los castigos reservados a las 'eoragones será su vmo^^vcneno de áspides gustaran etcrna-
potencias del alma, castigos de los que no nos ocuparemos aqin ;éñtéTjüñto con una scc^ intoferable y hambre canlÍKfTconfor-
por no entrar dentro de lo que se puede llama*descripción físi- _ que dijo PavTdTja.dlecerán Hambre, como perros. Este
ca. Así, si para los ojos del no iniciado puede parecer más terri- tormento será mayor de lo que se pueda pensar". QuiñfuTáho lla-
ble el tormento de los senadores, para el que conoce el estado mó dicha a la peste y a la mortandad de la guerra, en compara-
de ánimo de los reprobos —y el lector medio del siglo XVII es- ción del hambre, la cual dice que es un mal inexplicable, y la más
taba bien informado sobre el asunto—, el sonido infernal es más dura de las necesidades, deforme entre todos los males, que con-
horrible, más aterrador, no sólo por eterno, sino por desespe- feridos en ella, son preciosos». Dado el horror de las descrip-
ranzado. ciones anteriores, es desalentador decir que éste será un tormen-
A continuación, enumera las penalidades olfativas diciendo: to mayor. Pero esa afirmación se basa en la autoridad de los an-
«El olfato de la misma manera será atormentado con una hedion- tiguos y puede resultar demasiado teórica, después de las atro-
dez pestilencial. Fue_horxiblc_tprmentó el que usaba el rey Me- cidades narradas al hablar de los otros sentidos, así que el autor
ncncio, del cual escribe Virgilio, que era atar un hombre vivo
— . . . __ — -- ir _^ . —£? _—•—L 1 - ,
apela ahora de nuevo a lo espeluznante y prosigue: «Y si los de-
a_un cuerpo_ medio £odridjo.L dejáridol.o__así Jus.taj^ue .Tibedíon- más males de la vida se pueden tener por bienes, respecto del
dez del muerto lo matase. ¿Qué_cosa más_horrible, que pegada hambre, aun en esta vida temporal, ¿qué serán respecto del hambre-
Ia~Bocá~dérhombre vivo £onTa de otro muerto, haya de recibir eterna de la otra? El hambre en esta vida llega a tal extremo, que
él vivo las exhalaciones pcstilcntgs_y Joedíon Jas deT cadáver "ya no sólo perros, gatos, ratorTésrcüicbTa^rsapo^^ucrosre^éfeei
podrido, y perecer entre gusanos, asco yJiecRojidezTTero ¿qué se apeíecc^omer7>rse"(;omc" veT3ál3erá~mente, pero llegarTTas ma-
es ésto, con ser todo el cuerpo del condenado tan pestilente, v 3rcs~a~c 6 m éTTsuTlTifo s , y 1 o_s_ lio rnjjresTas^cafneT cté s \j£7jjrcnrcre
haber de estar pegado con otros cuerpos semejantes? A éstos por Brazos, como sucedió áTemperador Zenón. Si es tanTTórrible mal
su hediondez llamó Isaías cuerpos muertos, cuando dijo: Subirá 71m^^
la hediondez de sus cadáveres. Y San Buenaventura llegó a de- _náVque sé qüisierañ^éspedazar los con3enados~antcs de~piícic-
cir, que si un cuerpo solo de condenado lo trajeran a este mun- ffrla. ;Y3ar_s^di_J^crT¿iIaTorrnerttará menosjPt
do, bastara para inficionar toda la redondez de la tierra». Impre- Todavía abrumado el lector por la tremenda imagen del em-
siona lo truculento del dato histórico que aporta, pero su horror perador que se devoraba a sí mismo con desesperada autosufi-
macabro parece tolerable ante esa situación en que el dañado se ciencia, el autor, sin darle tiempo a recuperarse, sin dejar lugar
horrorizará de su propio cuerpo; estará, sí, atado a un cadáver, *1 pensamiento, ni siquiera al alivio, prosigue: «El tacto, así co-
a su propio cadáver, en descomposición inagotable, eternamente nio es el sentido más extendido de todos, así será el más ator-
corrupto, renovando la siniestra ceremonia del gusano y su abo- con aquel fuego abrasador. Asombra sólo el pensar la
minable banquete. Atados a su cuerpo muerto, ligados a una di- •imanidad del tormento que usó Falaris, metiendo los hom-
solución tanto más espantosa por cuanto que proviene de un- 1
carne ya definitivamente inseparable, y de una carne que un día Op. dt., p. 275.
fue aliada del placer y la belleza, odiando cada centímetro de su
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c; E o c; R A F i A n [• L A H T E u N i n A n i i N r i t. u N o

bres desnudos en un toro de metal, todo encendido, para qu, banse algunos de que pudiese un cuerpo humano sufrir en tiempo
se tostasen allí dentro. Pero risa es esta pena respecto del fucú ; de invierno tan grande frío, pero él decía: "otro frío mayor que
del infierno, que no sólo ha de tocar por fuera a los condenados. éste he visto yo"»".
sino que les ha de penetrar por todos cuantos poros tienen, cK Queda clara la intención del tratadista. Su deseo es que el li-
modo que no les han de arder menos las entrañas que el cabello bro funcione como visión infernal, que sea una auténtica y for-
de la cabeza». Curiosa cualidad penetrante de estas llamas, qvi, tísima revelación, una experiencia. Debe impresionar al devoto de
inquieta y asombra. Pero resulta casi inconcebible, pues un fiu-- al manera que suponga un corte en su vida, de modo que, para
go así no puede compararse con el terreno. Para ayudar a la ini.i- ¿•evitar aquellos dolores, acepte y aun busque los terrenales. El pa-
ginación, el padre Nieremberg acude de nuevo a las anécdotas, s'dre Nieremberg tiene un concepto tan pesimista de la naturaleza
aunque en este caso lo que nos cuenta no es un suceso humano, lumana, la ve tan manchada e indigna, que le parece imprcscin-
sino un milagro: «En confirmación de esto escribe el venerabK iible que cada hombre tenga su ración de infierno. Por eso, si
Pedro Cluniacense que, estando para morir un mal sacerdote, s, queremos librarnos de la condenación eterna e irrevocable del
le aparecieron dos fieros demonios que traían una especie de ca- Juez supremo, debemos condenarnos nosotros mismos a un pc-
zo con un líquido encendido, del cual cayendo una gota en 1,¡ íqueño infierno cotidiano, menos atroz y menos perdurable, y que
mano del enfermo, al momento se la abrasó y consumió tod.i : se ha de tolerar mejor por cuanto que es voluntario y se presu-
hasta los huesos, viéndolo cuantos estaban presentes, que qiu me esperanzado. Para los perfectos, todo, hasta lo que es apa-
ciaron atónitos en la eficacia y violencia de aquel fuego inferna! entementc placentero, puede convertirse en mortificación y as-
que así calienta y abrasa». Hay que hacer la salvedad de que, si ereza, alcanzando así la excelencia moral. Los mediocres basta
bien aquella gota abrasadora consumió la carne del moribundo con que resistan sin quejarse las penalidades de esta vida (que,
en el infierno la abrasará sin consumirla, pues nuestros cuerpos en opinión de nuestro jesuíta, ya es de por sí bastante infernal)
son aquí mortales, pero allá serán inmortales e indestructibles |y cumplan escrupulosamente las penitencias mínimas obligadas
Naturalmente, un futuro tan espantoso se ha presentado an- por la Iglesia. Así concluye: «Esta misma consideración débe-
te el lector para que éste medite sobre él y pueda evitarlo, asi los tener para sufrir en esta vida todo lo que se puede sufrir,
que el autor añade: «Considere esto el cristiano que pecó algún 3ues en la otra hay que sufrir más de lo que se puede. Más es
ve?, mortalmente; mire que le puede ser dificultoso, áspero, o in- el infierno que un ayuno a pan y agua; más que el áspero cilicio;
tolerable, pues mereció el infierno, y dígase en cualquier tribu- las que la disciplina sangrienta; más que el agravio y la injuria.
lación y trabajo: "Cosas más graves debía padecer, no tengo qii' 1 Suframos esto que es menor, por librarnos de lo otro que es más;
quejarme de esto"». Con esto, ya deja claro que la reforma m<> llanto más, cuanto es más lo vivo que lo pintado. No hay que
ral debe ser seria y profunda, debe consistir en un enfoque radi- Quejarnos del mal que nos puede suceder en esta vida, sino con-
calmente diferente de la vida. No basta con arrepentirse superfi- fiarnos mucho, que quien debiera estar en aquel incendio eter-
cialmente: es preciso haber penitencia. Y nos cuenta ,; continua- lamente y sin provecho, esté con esperanza de la gloria, con un
ción el caso de un cristiano que tuvo una visión de las penas in dolor temporal en que merezca el cielo». Agridulces palabras, pe-
fernales, la cual le impresionó de tal modo que ingresó en u imista consuelo que parece, sin embargo, claro y suave si se le
monasterio y llevó siempre una vida de extremado rigor, c»"1 iestaca sobre el sombrío fondo que le precede.
penitencias tan suicidas como ésta: «Entrábase en un rio helad 1 ' Para terminar, veremos qué es lo que opina de los padeci-
que estaba junto al convento, sin desnudarse los vestidos, habiend1' específicamente sensoriales el jesuíta Martín de Roa, cuyo
quebrantado el hielo por algunas partes para poder en:rar, y de-
pués dejaba que se enjugasen los vestidos en el cuerpo. Espant 1:1 O;;, cit., p. 276.

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C, H (1 (i R A T I A I) K I A H T I U N I D A D

I- I I N [• I Y R N O
libro, por ser a la vez sencillo y completo, ha venido también
cerrando y, de algún modo, resumiendo la situación en los capí- palabras, pero excitando a un tiempo la imaginación con la des-
tulos anteriores. mesura de una fealdad tal, que, antes de volver a verla, es prefe-
Comienza por establecer el principio general de que los do- rible arrojarse, durante siglos y voluntariamente, a un dolor in-
lores de los sentidos serán justo y adecuado castigo de sus pla- tensísimo. Y concluye: «Pues si dos de ellos causaron tal asom-
ceres ilícitos en la vida terrena, y dice: «Ultra de estos tormen- bro y horror, qué hará la vista de tantas legiones o compañías
tos, cada uno de los sentidos del cuerpo padecerán sus particu- de ellos, unos más feos que otros, todos encarnizados en su tor-
lares que correspondan a los deleites, que contra la ley de Dios mento, sin tratar de otra cosa que de su daño» 57 . Así, la varie-
admitieron en esta vida» 5 ' 1 . A continuación, expone, en una dad acentúa el efecto, pues hasta la mayor deformidad puede verse
enumeración rápida, el panorama general de estos padecimien- atenuada por la costumbre. Sin embargo, la diversidad en lo feo
tos específicos: «Tendrá la vista mil ocasiones de dolor en las lla- asegura el asombro y renueva el espanto. También se destaca que
mas, en las tinieblas, en las figuras espantosas, que se les mos- la actitud amenazadora y la expresión cruel de los demonios, la
trarán los demonios. Los oídos en los llantos, y gemidos de los evidencia de su enemistad para con el condenado, harán aún más
atormentados, en el crujir de sus dientes, en sus quejas y maldi- horribles sus facciones.
ciones, en sus blasfemias, en la vocería de los demonios y aulli- Para ilustrar las penas de los oídos cuenta dos visiones. La
dos de bestias, en cuyas figuras representarán sus bramidos. El primera la tuvo un cistcrciense que, cansado del rigor de la re-
olfato, en intolerables olores, que tendrá el mismo lugar, y sus gla, había pensado colgar los hábitos. Entonces se le apareció
moradores. El gusto con el sinsabor, que el fuego causará en él: su madre, que había muerto, y le exhortó a sufrir las asperezas
el tacto con los dolores continuos, y ardor del fuego». A conti- del monasterio, para no verse en mayor peligro de sufrir un día
nuación, trata de probar la veracidad de estas afirmaciones me- las del infierno. El fraile le contestó que, para él, ningún infierno
diante el autorizado testimonio de una serie de testigos presen- podía ser tan duro como su celda conventual. «Replicóle su ma-
ciales, y, siguiendo el orden del resumen, va contando uno o dos dre: ¿pues quieres experimentar un tantico de lo que allá pasa?
casos milagrosos que ejemplifiquen y, a la vez, establezcan co- Respondióle que sí. Oyó al punto un gruñir tan horrendo de ani-
mo indudables los tormentos anunciados. males inmundos, que pareció que los cielos se venían al suelo
Comenzando por la vista, cuenta la historia de un religioso y daban sobre él. Dio voces de miedo y desmayóse». Cuando
moribundo al que sus compañeros encontraron presa de una gran volvió en sí había cesado la algarabía, y sólo quedaba a su lado
agitación, y que, cuando se hubo calmado un poco, les explicó: el espectro dulce y consolador de su madre, a la que prometió
«No os maravilléis de mi turbación: vi dos demonios de tan abo- perseverar en el Císter; y cumplió su promesa, llegando a ser
minable vista, que si se encendiese aquí un fuego de piedra azu- una de las glorias de la orden.
fre y metal derretido, tan fuerte que hubiera de durar desde ahora La segunda visión la tuvo el camarero de un hombre rico,
al fin del mundo, escogiera antes pasar por él que volver a ver- noble y disipado. Estando el criado una noche en la antecámara
los». Excelente técnica, que nos describe un horror por los efec- de su amo, se sintió transportado ante el tribunal de Dios y vio
tos causados sobre el espectador, dándonos así la impresión de cómo su señor era conducido allí, juzgado y condenado. Los dc-
unas criaturas tan abominables que no pueden ser descritas con tnonios^ oída la sentencia,_«lleyáronlo luego^con gran orgullo ante
¿TPríndpe de la^tiniebíaTrcrTuaTnéndose^dijo: este caBatteró
""'' MARTÍN DE ROA, Estado de los bienaventurados en el cielo, de hs niños en el
Acostumbraba bañarsejmtes de comer y~fregarsé~el cíFcrpóTser-
limbo, de los condenados en el infierno: i de todo este Universo después de la resurrección idle según su~costimibrerLJ^Jronle^Trn^aña dónete unos dc~-
i ¡uizio universal, cd. cit., fol. 98.
Op. cit., fol. 99.
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jue, por abrazar varios tormentos, pueden resultar ilustrativos,
rramaban sobre él llamas de fuego, y otros con uñas carpían sus primero se parece mucho a la historia del señor y su criado.
íSmW. De aquí le pTrsTCTTrrrrccíSTai^éETIñ'^n^o^^icñH'o ci ( __ ; la visión de un monje al que le fue dado contemplar la recep-
'^üsan0sry~ir~d'Ícroñ~"á~Biéber p^cclrTlízüTrejéncendida. Daba c] ción de un rico en los infiernos. El príncipe de las tinieblas aco-
trótcTTuí^rfertdoSTy'eorrró'qücse compadeciera de él,dijo ¿Tquc' : con alegría su alma y «mandola sentar en una silla, vestida
piusidía^aslarpfr'sílete'coñ'güstcria música, désele alguna.'Xle- : boda (todo ello era de fuego), diéronle luego de beber un li-
gafoñse a cl~dos demonios con dos trompetas,_v]gít5riarTdoia's. cor como de bronce derretido». Los demonios, en torno al des-
jcjírrogrcirTtanto fuego por jos oídos, quelcreyentó por los ojos iichado, reían y festejaban, con regocijo y algazara, sus visajes
^_y_jiarice£>>Tt(. 'Iras esto, cesó ía visión, yeTlítí^óHzaiJoTnayop- ie dolor. Por último, lo llevaron a otra habitación «y pusiéronle
domo se precipitó en la habitación de su amo, al que encontró en una cama también de fuego, llena de serpientes y dragones
cadáver. Esa burla cruel de los demonios, que fingen halagos en vez de las mujeres, con quien en esta vida acostumbraba ofen-
mientras atormentan, esa sangrienta parodia de las ceremonias ier a la Divina Majestad. Allí en apariencia de besos y abrazos
y los placeres diarios, donde los camareros han sido sustituidos : daban tan crueles tormentos». Así, lo que en la tierra daba pla-
por verdugos, donde el señor es ahora el humillado y los delei- |cer, los ricos muebles, los trajes suntuosos, los licores exquisi-
tes se truecan en dolores insoportables, esa caricatura de la cor- tos, las músicas y bufones, los juegos eróticos, aparece en el in-
tés deferencia, parece una venganza del ánimo servil, como si fierno deformado, contrahecho, parodiado con una cínica cruel-
el infierno del amo hubiera ido forjándose con los sueños del dad. En este ejemplo, como en ningún otro, se aprecia la con-
criado, y tal vez el horror del vidente provenga sobre todo de cepción de las penas infernales no sólo como correspondientes
reconocer su odio, su oculta violencia en aquella escena infernal. a los pecados, sino como su negativo, como su reverso. Si en la
Los hechos parecen favorecer esta interpretación, pues el mayor- laginación del tratadista el trasgresor de la ley divina obtiene
domo abandonó su oficio, tomó el hábito y asombró al mundo cambio placer terreno, el dolor se imagina postergado al in-
con sus penitencias hasta que llegó su hora. fierno, a la venganza eterna.
El autor no pone ningún ejemplo de las desdichas del olfati < En realidad, la riqueza, el poder o el amor son partes de nues-
y el gusto en los infiernos, sino que se limita a decir: «Del olfa- tro destino, constituyen hilos del tejido de nuestra existencia, y
to, cuanto haya de ser atormentado, sobrados ejemplos tenemos son, como todo, agridulces, sublimes, mezquinas, felices, desdi-
(...) No hay duda sino que el mismo lugar y los cuerpos de los | diadas, dolorosas, placenteras, enfermizas, vitales, reales. Son a
condenados tendrán tan mal olor cual suelen dejar ellos y sus la vez nuestro premio y nuestro castigo, nos han caído en suerte
atormentadores las veces que se han aparecido en el mundo. Tam- y en desgracia. Sin embargo, para la unilateralidad de una ética
bién el gusto tendrá sus particulares penas, un sinsabor perpe- simplista la pasión ilícita produce placer y dicha en esta vida,
tuo, una hiél eterna, cual se significa con los manjares y bebidas (y ello es posible porque su carácter ilícito proviene de simple
que en sapos, y serpientes, en piedra azufre y metal derretido, desobediencia a una norma externa, y no de un crimen contra
se nos ha representado en muchas visiones» 5 ''. Apropia naturaleza y la prop ía plenitud vital). Por eso es justo y
En cuanto al tacto, el tratadista dice que son tantos y tan va- es necesario que en la vida de ultratumba el dolor y la desdicha,
riados sus padecimientos, que resulta difícil poner un ejemplo que se suponen ausentes de la existencia terrena del pecador, se
que proporcione una idea de ellos. Sin embargo, elige dos casos produzcan sin tregua, sin mezcla, sin consuelo, en una repeti-
ción al revés de la vida pasada. Por eso el_pecaclor_está^condena-
do a hacer rKacta^nteJasjnismas cosas cñla tierra y en el inflef-
™ Op. cít., fol. 100. 1o, pero los electos que recibirá de^stos actos serán totalmente
5" Ibídem.
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opuestos. Lo que arriba produce honor, abajo causa vituperio,
Toqüe~cTaBa placer atormenta, lo que otorgaba poder humilla, Con esto demos por terminado nuestro paseo por el reino
de las fuentes del amor brota el odio, lo que serenaba el ánimo ie las tinieblas. De aquí en adelante, será la suerte de los biena-
lo inquieta, lo que embellecía el cuerpo lo hiere, lo que agradaba venturados, sus goces y su entorno, tal como lo entendían los
disgusta, lo que fomentaba la vida causa la muerte. autores barrocos, el objeto de nuestra investigación.
Por último, nos refiere el autor los tormentos de un mal obis-
po. A éste también lo sientan en silla de fuego. Después, «pusié-
ronle sobre la cabeza una corona también de fuego, y entró un
ciervo espantoso, que con las puntas de sus cuernos le sacó de
la silla, y le hirió todo el cuerpo. Restituyéronle a su asiento y
entraron dos grandes lebreles negros, que, haciendo presa, le
arrancaron de él, y a bocados lo despedazaban. Sucedióles un
joven terrible con un alfanje desnudo, que de un golpe le rom-
pió la cabeza, y cortándole al derredor la corona, se la arrojó a
sus pies y se fue»'1". Luego, el propio sentenciado explicará al
vidente que la tortura del ciervo castiga las horas entretenidas
en la caza, sin ocuparse de su sagrado ministerio. Los perros ven-
gan a los subditos oprimidos, y el verdugo cercena su cabeza en
pago de las veces que mandó ajusticiar contra todo derecho a
los sometidos a su autoridad. Para finalizar, Martín de Roa nos
advierte^ que_no hay que tomar estas apariaoneTlitelFáTmeñte, si-
no_co_mo_parál:ioTas de un doloFinSecible. No es seguro que en
ci.JIlfÍ£Olo jexistan_ .alfanjes _ reales^si^milares aJosjJe aquí. Jefo
PJCLs_i}iS£.vi.?ible, P or medio del alfanje, l^mtensidad_del ^sufri-
miento que el obispo indigno sen^raren_suj^aÍ2eza4L.cuello. Sin
éjnbTrgo^concede, es~muy probable, casi seguro, que^jiunqui
no existan armas ni an7malelT«cTé~ véTcTad»7Tos demonios adop-
jten esas formas^ara acTeceñtaFlargeña de los perdidos. Él hecho
de que las Fieras y^osTñstrumentos seanímgfdos y no reales no
cambia nada sus dolorosos efectos ni altera el sufrimiento de los
condenados, pero asegura en cambio su posibilidad dogmática.
pues se supone que los animales, al no tener alma, no resucita-
rán ni habrá lugar para ellos en el cielo o el infierno. De todas
formas, que sean entidades existentes o meras apariencias nada
altera tampoco el aspecto exterior del infierno, que es de lo qm
nos hemos ocupado en estos capítulos.

Op. cit., fol. 101.

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II. EL CIELO
DESCRIBIR EL CIELO

El cielo, el paraíso. La serenidad azul de aire quieto, inmuta-


: por encima de las nubes, o el jardín de flores que nunca se
architan y frutos fragantes y accesibles. Algo cercano por cog-
tioscible, por imaginable, por soñado y deseado, pero insopor-
ablemente lejano por inalcanzable. Se ha perdido la llave, se ha
Dlvidado el camino, no podemos encontrar la puerta que nos con-
ducirá a esa delicia eterna y transparente.
Esa doble condición de perenne culminación de los deseos
de lugar lejano, al que sólo se puede llegar tras haber sufrido
oruebas terribles y haberse asesorado por el consejo de los sa-
bios aparece en todas las descripciones de un lugar feliz, de un
cielo, en las más diversas culturas. Y esta misma identidad hace
distintas las concepciones del cielo no sólo según las cultu-
•» sino a través de las épocas. Si es culminación de los deseos,
se configurará elevando al grado superlativo lo que cada comu-
nidad, en un momento histórico dado, considera como más de-
eable, y si sólo se llega a él por el consejo de los sabios y tras
una dura prueba, su camino se trazará atendiendo a las ideas de
Cuellos que, para aquel lugar y aquel tiempo, se consideren de-
Ppsitarios de la sabiduría y la verdad, y tras un acto que, según
ichos criterios, se considere al mismo tiempo heroico y peno-
°- oólo entonces llega cada uno ante los muros que encierran
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la felicidad perpetua, y la muerte será la llave oscura y comp ar _ iersonalidad individual. Ella es tan compleja que nos resulta
tida que nos franqueará la entrada si superamos de acuerdo con Incomprensible, tan vasta que parece caprichosa en el entrete-
las normas su difícil, pero inevitable, descenso a la tiniebla y ha- jerse complicado como un encaje de sus innumerables ritmos,
llamos, en lo más recóndito, en lo más hondo de su negrura es- en el secreto y seguro desenvolverse de sus ciclos amplísimos.
pesa, el corazón de diamante que engendrará en nosotros un a El Dios Padre, por el contrario, no tiene ningún nombre, pero
eternidad de luz. nos conoce a todos por el nuestro. Es extraño a nosotros, pero
En la tradición cristiaiTaJ^ndea de paraíso, de jardín, es pronto n0s cuida, nos protege y nos escucha con solicitud individuali-
sustituida porTa"3crc7u3ad celestí^l:TúdacTl^TMT^-Tnic^Ttl-ris- zada. No comparte su sustancia con nosotros, pero somos su ima-
tiani^mcJTparece eíVun momento cñ^qurla^VTtopía posible;' ctccn-
\¡ E O G R A F I A DE LA H I H R N 11) A I)
'tjo_déTpcxler y lá~dÍ£haH'tl_esta tic-rñTcra la gran metrópoli Je,|
gen y nuestra estructura mental refleja el funcionamiento de la
suya, resultando así claro y comprensible. Es grande y podero-
y así el lugar en que Dios premia a sus elegi- so, pone límites a las cosas y es bueno y justo según nuestros
dos será una RomTcelesteT FrerrtFál pagano jarcTín ctoñclt~t7[ na- criterios. Ofrece seguridad y promete una paz eterna. Es fijo, in-
turaleza se ofrece efTünTsplendor siempre renovado, los n u i f , , s mutable, inmóvil. Su morada está en lo alto, más arriba que el
de una ciudad que resplandece, pero que limita, ordenada racio- más etéreo de los elementos, encima del cielo, y su casa es trans-
nalmente, sin ese componente de riesgo, de plenitud desborda- lúcida. Junto a él todo es inequívoco, todo unilateral. Si en el
da, incontrolable, de fuerza vivificante y peligrosa que es inse- corazón del jardín se oculta la serpiente, ctónica fauna que ofre-
parable de la naturaleza. El jardín es el reino de la Diosa, de l.i ce al mismo tiempo la muerte y la conciencia, la ciudad del Dios
madre casta, de la virgen fecunda, señora de la vida y de la muerte, Padre es tranquila y lejana, sin animales ni árboles, frágil geo-
que asume necesariamente su doble papel de esplendor sobre e grafía de diamantes y vidrio que se ofrece en evidencia fiable y
suelo y podredumbre subterránea de donde germinarán las nuevas sin secreto.
criaturas. Ella es renovación, ciclo, movimiento. Crece arrolla- El Dios Padre es espíritu puro, y como tal reniega de la na-
dora y en su crecimiento es implacable y puede parecer cruel, turaleza. Si ella es movimiento, El es el inmóvil; si ella es varie-
pues para conservar la vida es inevitable aceptar la muerte, el di- dad, El es el idéntico a sí mismo; si ella es múltiple, El es único
namismo. Ella es una paz que resulta del equilibrio de mil per- y excluyeme; si ella es pasión, El es impasible; si ella es vida y
petuas luchas. Exige veneración y acepta en su seno generoso tiempo inacabable, El es eternidad sin horas. Sus adoradores de-
a quien se confiesa carne y sangre suya, pero nunca se doblega, ben apartarse de la naturaleza y seguir el camino de la pura espi-
no protege a nadie porque lo protege todo, pide entrega sin cn- ritualidad. El hombre, al alcanzar la conciencia, se percibe a sí
tragarse, se da sin ser poseída, es eterna a través de nuestra muerte mismo como algo separado, como diferente, pero este descubri-
y se alimenta de la vida que nos ha dado. Como el amor, nos miento no tiene por qué suponer una ruptura si el ser humano
construye y nos aniquila, perdurando. Ella reina en el cuerpo ^be aceptarse en su plenitud de animal y de racional (y racional
en la carne que nace, goza, envejece, muere y se disuelve, y s gracias a su animalidad, a su condición de ser vivo), y acepta,
mantiene serena y sonriente porque para ella todo es vida, tucr •«mismo tiempo que su diferencia, su comunidad con los otros
za y alegría. Pero para nosotros la muerte es sólo muerte, di-i seres en general y con los miembros de su especie en particular.
nitivo fin, y la vida que surgirá de nuestros huesos no ser.! r° ef Dios Padre exige que el hombre se ligue a él con un lazo
nuestra, aunque pueda ser la de un semejante. Ella, terrible \, la de losc^milr SÍVO
nombres,
y tüta1perdura renovándose,
' cs u n Dios nacieiH El hombre debe
rígido y celoso.
Atesarse hijo suyo, y esta relación filial se establece solamente
cada día, y el hombre, en cuanto que forma parte de ella, es rayés del espíritu. Debe pues el hombe aferrarse a la parte pu-
algún modo eterno. Pero esta eternidad colectiva no satisfaz' • ente racional de su personalidad, desconfiando de su cuer-
128 129
G K O G II A F I A D E L A E T E k N I I ) A I) E I- C I E L O

po, de sus instintos y de sus sentimientos, pues la racionalid- ri o se rige por la salida del sol y el sucederse de las estaciones,
discursiva es lo único que encuentra en sí capaz de ser inniut que mide su tiempo por relojes y calendarios y hace de la
ble, de establecer relaciones y sentar principios que se present 6 día si así le apetece. Por último, en la ciudad el hombre
como universales y eternos. Se condena así a un mundo de gc O actúa según relaciones afectivas basadas en lazos familiares
neralidadcs abstractas e incorpóreas, y sus lazos con la tierra jaén proximidad física, sino que debe regirse ante todo por rela-
con la comunidad humana concreta se debilitan en favor de su es jurídicas. La ley es el principio constitutivo de la ciudad,
ligaduras con la divinidad y con otra comunidad difusa: la de dominio está por encima de cualquier motivación, por pro-
los creyentes. El Dios Padre promete una salvación segura pa ra funda o respetable que sea. Su dominio es el de la racionalidad
los que siguen su ley, ley positiva, externa, racionalizada \- LjjStracta que olvida las particularidades concretas, y esta esque-
denada meticulosamente sin ambigüedades ni excepciones, y ofre- ijnatización abstracta de la vida se acentúa por la necesidad del
ce a sus adoradores la perduración individual: ya que el homh r c nnbre ciudadano de someterse a la división del trabajo.
renuncia a la comunidad natural y social para vivir como un in- Todo esto, al anular los lazos naturales del hombre, favorece
dividuo, como conciencia aislada sin más compañía que su Dio s | individualismo, acentuando así la necesidad de asegurar una
sin más guía que su fe, merece la recompensa de la inmortali- vación individual. A esto se añaden en los tiempos de intro-
dad. Pero no todo el hombre es inmortal: sólo su alma, su parte ||cción del cristianismo, dos circunstancias: los importantes pro-
espiritual, y si la religión cristiana acepta la resurrección _de los sos tecnológicos, que presentaban al hombre como domina-
_ c con- de la naturaleza, debilitando su natural veneración por ella,
diciones especiales, de unos espirituales dones que los desmate- |el hecho de que el imperio romano, desde los primeros césa-
nalízlrirql^mTloirrñas^uc^la ne^arTotrdFsiI car_áctcr_dLróT)'j c^~ !3S, establecía un régimen despótico que excluía toda participa-
tos naturalesTSérán así interpenetrables, transparentes, rapidísi- 6n del ciudadano en la vida política, resintiéndose así su unión
mos, impasibles, en pura contradicción con los principios nías jCtn la comunidad y orientando sus intereses hacia objetivos in-
elementales de la física. Cuerpos, pues, meramente teóricos, re- dividuales.
ducidos a pura forma abstracta, indiferenciados en una general V, Así pues, el paraíso cristiano ofrecerá una inmortalidad per-
perfección que, en verdad, los desnaturaliza hasta el absurdo. Así, sonal y será una ciudad celeste. En principio, su modelo fue Ro-
por poner un ejemplo, estarán dotados de órganos sexuales, pe- ma, y luego añade otras prefiguraciones terrenas, como la corte
ro carecerán de poder genésico y de libido. Tendrán estómago, Üe Salomón, junto con la iconografía mística del Apocalipsis. Este
hígado e intestinos, pero no realizarán nunca ninguna operación *squema fue modificándose, variando según las épocas, y así cada
digestiva. Cónica cstructuras_pajc_ctas__ci inútiles^ pasearán sus país y cada tiempo dotó de características distintas a la Ciudad
cucrpqs_trivialmcntc sin tacha, y su_única_ diferencia _rcal como 'Eterna. La España del siglo XVII, que se consideraba favorecida
individuos radicará tan sólo en la conciencia. -por Dios y su embajadora en la tierra, segura de la rectitud de
El reinado celeste del Uios cristianóle configura según el mo-
delo de la ciudad, y no sólo como contrapartida de la Roma ti
rrena, sino también porque es un Dios padre y la ciudad es i'1"
t ideas, de la importancia de su misión y de lo ineludible de
triunfo final, no toma ya por modelo estos antiguos impe-
ttos, sino la propia corte de Madrid. Bien es cierto que los espa-
gación y rechazo de la naturaleza, reino del artificio. En primar ñoles de la época eran conscientes de la realidad progresiva de
lugar, su espacio violenta el paisaje y lo oculta. La ciudad dcb' ^derrota, del fin de su sueño expansionista y unificador, pero
su trazado a la decisión y la voluntad humana, y no a los ai 1 - 1 •°_r lo general no atribuían estos fracasos a errores de concep-
dentes orográficos. No sigue el suave relieve del suelo: destruí ción política, a una equivocada gestión exterior o a falta de or-
y construye modificando el entorno. Además, en la ciudad la V K iúzación interna. Le echaban la culpa al mal gobierno del pri-
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É Hb
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( I K O ( I K A F I A I) E L A E T E U N I D A D E L C: 1 E L O

vado de turno si les caía mal, pertenecía a una familia o a un,, plemente, había que reformar las costumbres, para volver a
ciudad rival de la suya, o la situación concreta era tan grave q lu . ,grar el apoyo divino, y que atajar algunos abusos, arbitrando
no admitía causas teóricas, pero comúnmente se pensaba que ¡ , medios parciales, (y se ofrecían algunos arbitrios ciertamente
verdadera razón de que las cosas no fuesen tan bien como era riosos) para solucionar determinados problemas concretos.
deseable eran los pecados de los propios españoles, como co- Pero, aunque atravesando una mala racha, España, piensan
mentábamos en un capítulo anterior. Así, el padre Xarque ad- los tratadistas del XVII, sigue siendo la primera nación del mun-
vierte que, «habiendo los cristianos vuelto las espaldas a Dios do, 1a predilecta de Dios y su reflejo en la tierra. Y, al invertir
con el desenfrenamiento de nuestros vicios» no podemos extra- esta relación, resulta que, al imaginar la Corte celestial, se pro-
ñarnos de que nos vayan tan mal las cosas, que aun parece qiu :ta como un reflejo, aumentado y selectivo, de la corte madri-
los mismos elementos se vuelven contra nosotros. Es, pues, ex- . Como un Narciso contemplándose en una favorecedora co-
plicable «que la tierra se esterilice, y no retorne al sudor de lo s iente, que la devuelve una imagen más dulce, suavizada, bella-
labradores la semilla que arrojaron en ella; que lo que en tantos te difusa entre las ondas.
pasados siglos nunca hizo el cierzo maligno, queme nuestros oli- Este proceso se basa en una argumentación rigurosa: según
vares con inmenso daño de las haciendas; que casi todos los años s presupuestos de los tratadistas españoles del siglo XVII, fue-
tale la piedra nuestras mieses, y viñas; que se anticipen y con- sagrados o profanos, la política debía servir a la moral y al
fundan los tiempos a contemplación de los astros, y se convier- igma. No cabían, pues, planteamientos utilitaristas, y aun la
tan los otoños en secos y erizados diciembres, y en ardientes ca- iple flexibilidad parece ser vista como deserción. Así, se otorga
nículas las floridas, y templadas primaveras; que la pestilencia respaldo temporal a la influencia espiritual de la Iglesia, pe-
despueble estos reinos, que la guerra los empobrezca, los con- i, recíprocamente, la monarquía española adquiere un fúnda-
suma, y acabe»'. Cuadro tétrico e impresionante. Pero no hav nlo intemporal, eterno y verdadero, pues la garantiza el mis-
que preocuparse demasiado, pues el remedio es fácil. En efecto, que avala la fe cristiana: Dios en persona. Así, se asegura teó-
añade, esto sucede sólo porque Dios «en castigo de nuestras culpas .mente la perduración de la hegemonía española y la legiti-
ha arrimado por tiempo la especialísima providencia con que velar idad de su dominio. Todo esto lo expresa admirablemente Juan
solía en defensa del católico Imperio». Sólo por un tiempo, co- Salazar cuando en su Política española dice: «El fundamento y
mo advierte, aunque, como parece que la prueba está durando de tan alto edificio, los quicios y los ejes sobre que se mue-
demasiado, conviene corregirse y hacer penitencia, en especial esta máquina, el apoyo en que estriba esta gran Monarquía,
aquéllos que, debiendo asistir a las tareas de gobierno, están «aten- las columnas sobre que se ha sustentado, y con el favor divino
tos a solo su regalo, y comodidad». Así que, con arrepentimos ha de sustentar por muchos siglos, no son las reglas y docu-
y poner un poco de buena voluntad, todo irá sobre ruedas. ¡Y :tos del impío Maquiavelo que el ateísmo llama razón de Es-
esto se escribe en 1660, cuando la situación llegó a ser desespe- o; no los consejos y ejemplos de bárbaros reyes, emperado-
rada! Pero parece que los españoles de la época estaban tan con- tiranos y príncipes fementidos, que solamente procuran su
vencidos de que sus planteamientos eran correctos y de que su> ¡ento y provecho propio, aunque muy a costa de otros, por
ideales se ajustaban a la verdad y la rectitud, que no se les ocu- ilícitos, con efusión de inocente sangre y con mengua
rría cuestionar las líneas generales de la política, ni mucho me- potable de su autoridad y reputación, faltando mil veces a la pa-
nos dudar de la legitimidad o conveniencia de las instituciones: pbra que dan y a las promesas que hacen, a quienes de ordinario
*^s salen sus intentos y designios falsos, por ir fundados en de-
1 JUAN ANTONIO XARQUE, El orador cristiano sobre el salmo del miserere, £<•' Slgnios y medios humanos; (...) no la avaricia desordenada de
tit., p. 164. cupar nuevos reinos y estados, quitándoselos a justos posee-

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F. L, C: 1 F. L O
G F. O ( ' . R A F I A U E L A F I F. R N I D A 1)

dores ni ambición de mandar sin legítimos títulos a nuevos va- damcntal grandeza de este nuevo pueblo escogido. Sólo en po-
sallos, sino la religión, el sacrificio y culto divino y el celo de cas ocasiones se ocultan las desdichas, disfrazadas, perdidas en
la honra y servicio de Dios» 2 . Gracias a esta conducta honora- un tupido bosque de elogios. Pero aun los autores más críticos
ble, tan basada en principios absolutos que apenas puede llamarse son incapaces de ver el disparate que supone aplicar un esquema
política (ese reino de lo relativo), España «eternizará su imperio rígidamente racional, estrictamente moral, desesperadamente co-
y lo perpetuará hasta el fin del mundo», y aseveración que el tra- herente, a algo tan sinuoso, tan lleno de dobleces, tan cambiante
tadista prueba con testimonios bíblicos y razonamientos tan pe- como la acción política. Se limitan a apuntar reformas parciales,
que no se aplicaban en la mayoría de los casos, pero que de ha-
regrinos como incontestables. berse aplicado tampoco hubieran servido de nada. El proyecto
Los fundamentos teóricos de la grandeza de España estaban
tan firmemente trabados que su decadencia real resultaba inex- de una monarquía cristiana, tomado perfectamente en serio, es-
plicable. Este es un pueblo lúcido: los autores ven que los desas- taba irremediablemente abocado al fracaso. Y este consciente sui-
tres se suceden, pero lo que ven no se ajusta a la teoría, no puede cidio, este racionalizado absurdo, da al siglo XVII español esa
ser integrado en su explicación del mundo. Se produce así una mezcla de esplendor y decadencia, de prejuicio y lucidez, de dig-
disociación, pues existe una fundamental incoherencia entre la nidad y miseria, de belleza y crueldad, de orgullo y desgarro,
verdad metafísica y la realidad física. No se podía dudar de la rec- de rectitud e injusticia. Por eso es una época compleja y profun-
titud de los presupuestos: los garantizaba la religión, y justamente da: trágica. Y supo ser tan grande España en su caída, sabia y amar-
en el momento en que el Concilio de Trento había ratificado la ga, que quizá no les faltara razón a quienes la nombraron prime-
certeza e invariabilidad de su doctrina, así que, a la hora de ele- ra entre las naciones del mundo.
gir entre una proposición metafísica, que es inmutable y se acepta Si España es algo así como el reino de Dios en la tierra, la
como umversalmente válida, y unos hechos físicos, que son cam- corte celestial viene a ser un Madrid eterno, más perfecto, claro,
biantes, pasajeros, y admiten una pluralidad de puntos de vista. porque, dado que allí sus habitantes, por definición, no podrán
los autores se quedaban con la teoría, que, por si fuera poco, re- pecar nunca, todo saldrá bien, todo será impecalbe, en el más
sultaba más gratificante que la hiriente realidad de miserias, in- estricto sentido. Madrid es una especie de cielo empecatado, y
justicias, opresiones y fracasos. Así, los hechos que contradicen sólo porque el hombre es débil y no puede dejar de ofender a
la lisonjera interpretación y el esperanzador futuro de España co- Dios, esta corte no iguala, o aun supera, en esplendor a la celes-
mo reina universal de las naciones y país perfecto elegido por te. Las dos cortes coinciden en detalles, en gestos, con una pre-
Dios, se explican con hipótesis ad hoc que puedan al mismo tiempc > sión irreal. El premio eterno es así la autocontcmplación soña-
confesarlos como anomalías y mantener la validez del paradig- lora de lo que pudo ser.
ma que parecen contradecir. De este modo, se buscan razones Esta identidad hace, por otro lado, más apetecible el premio
sobrenaturales para desastres demasiado terrenos, y se culpa al iterno, pues para el hombre nada puede sustituir a esta vida de
desorden moral de los particulares, dejando así perfectamente a iquí, la que él conoce y ama. Por eso, cuanto más se parezca el
salvo la imagen del monarca, (que, por otra parte, obraba con nundo de ultratumba a este otro cotidiano, más ilusionará los
la mejor voluntad y estaba convencido de la corrección de su> deseos del hombre y más se esforzará éste por alcanzarlo. Debe,
presupuestos). Otras veces, se bromea sobre los males del país eso sí, haber una diferencia fundamental: en la vida de allá no
considerándolos como algo pasajero, que no puede tocar a la fun- ¡be existir nada que nos defraude, nada que nos produzca do-
>r, desdicha, nada que nos envilezca. Y tampoco la muerte.
El Concilio tridentino, que sabía de la importancia de los usos
2 En Antología de escritores políticos del Siylo de Oro, Taurus, Madrid, 19d (
totidianos, de los sentidos y de los sentimientos, y los utilizaba
p. 191.
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C H (1 (, l( A I 1 A !) 1 I A I- I t- R N I I) A 11
H I. C I E I O

ampliamente en su tarea pastoral, se aprovechó también de esta iiií, sin asomo de envaramiento, histrionismo o desmesura, re-
tendencia, y propició así una idea singularmente terrenal de la velan ya su carácter sobrenatural. Así, lo sobrehumano se mani-
gloria eterna, recogiendo también tópicos y elementos de la ico- fiesta en la más íntima humanidad, lo eterno se encarna en lo
nografía popular. Sin embargo, la idea clara, sistemática y deta- cotidiano, y la vida del más allá se revela a la vez como lejana,
llada del cielo sólo se establecerá completamente, fijando defini- pues advertimos su superioridad, su diferencia, y como próxima
tivamente sus elementos, en la época barroca, que nos ofrece una y accesible, pues descubrimos su fundamental identidad con nuestra
visión completa de la vida celestial. forma de ser y de sentir. Esta complicidad sentimental con el Pa-

I
Y, en efecto, las pinturas del cielo, breves o extensas, se fue- raíso lo hace tan íntimamente deseable como un hogar verdadero,
ron haciendo progresivamente más frecuentes, hasta convertir- definitivo y cálido, de belleza sublime, pero comprensible. El cielo
se, ya en el siglo XVII, en uno de los lugares comunes que los ps nuestra casa, y eso nos incita a poner los medios para llegar a él.
sermonarios de la época proponían para la predicación. La des-
cripción de los gozos celestiales, por su carácter sensual, halaga-
ba la fantasía y permitía la elaboración de un universo mental
delicado, suntuoso, complejo y armónico. El cielo es un lugar
de deleites rigurosamente jerarquizado, tiene una atmósfera de 2. P R E F I G U R A C I O N E S
sensualidad, lujo y refinamiento, y, a la vez, de exaltación espi-
ritual, y en él se dan a un tiempo el sumo placer y el orden ab- Las ceremonias cortesanas, los ritos del culto católico y el arte
soluto: era, pues, particularmente afín a las aspiraciones artísti- religioso barroco proporcionaban al español del siglo XVII una
cas del barroco, y es un dato revelador el hecho de que las des- idea bastante aproximada de la gloria perdurable. Pero hay otros
cripciones del cielo casi doblan en abundancia y extensión a las elementos de su vida cotidiana o de su práctica piadosa que fun-
del infierno. Al permitir unir, además, la grandilocuencia dra- cionan también como prefiguraciones de la existencia celestial.
mática con los detalles suaves, tiernos y graciosos, conectaban Así, la vida de todos los días, en su misma evidencia, en su exte-
con el arte popular, y el intenso pintoresquismo de las descrip- rioridad y su placer, adquiría un valor simbólico y trascendente,
ciones, por su fuerza plástica, proporcionaba una base doctrinal : y del mismo modo la fe y, sobre todo, la práctica de la religión
a las representaciones artísticas. Por eso, la felicidad de ultratumba y el ejercicio de las virtudes, no sólo eran el camino para alcanzar
queda perfectamente definida, y sus rasgos comunes se recono- el cielo, sino resumen del cielo mismo, como una gloria abrevia-
cen no sólo en los tratados religiosos, sino en la imaginería, en 'a que se ofrece aquí mismo, en la tierra, al que sepa descifrar
la pintura e incluso en la literatura profana. u profundo sentido simbólico. Sin necesidad de pasar por el trá-
Esta familiaridad con la patria de los cielos se muestra con nite de la muerte, podía el hombre disfrutar de esos adelantos
particular encanto en las bellísimas imágenes de ángeles que pue- e la gloria, que, si bien no pueden compararse en duración con
blan las iglesias y conventos de la España barroca, en los cua- os goces de los elegidos, sí tienen similar intensidad. Porque es-
dros de Sagradas Familias que vienen a constituir una pintur.; s prefiguraciones no son, como las estatuas y cuadros de san-
de género a lo divino, donde la ternura y la cálida intimidad di >s, o como la corte madrileña, imágenes y reflejos de los pala-
la escena, su misma humanidad, les da un carácter trascendente: os empíreos, débiles copias por tanto, sino que son en sí mis-
tan sólida armonía sugiere lo que de inmoral hay en nosotros, s auténticas experiencias del reino supraterreno, aunque disfra-
la intensa felicidad que transpiran nos transfigura, nos eleva, \s hace veradas,
que los seres
como ahí representados,
míticas princesas, conporel el mero de
hábito hecru'
lo vulgar. Así,
^terminadas cosas son el cielo, pero sólo puede experimentarlas
de soportar un estado de ánimo tan alto con tan perfecta natum- tno tal el que sepa percibir su significado último. Es la inter-
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C', f. O (í U A F I A 1) F. I A F. T F. U N I D A D EL C I E L O

prefación lo que convierte en maravilloso lo cotidiano y en de- e n las doradas trenzas de los cabellos, en las netas perlas de la
licia el hastío. boca, en el listón carmesí de los labios, en el jazmín y rosas de
La más habitual de estas realidades susceptibles de una lectura las mejillas, y en el torneado alabastro del cuello, y añadió: Ab-
celeste es la propia Iglesia católica. La comunidad eclesial es el gere eo, quod intrinsecus latet. Mi esposa es todo esto, á más de lo
reino de Dios en la tierra, y, como tal, está jerarquizada, sujeta que oculta en lo interior» 4 .
a unas normas legales y ordenada según una disciplinada etiqueta. Pero estas prendas externas no sólo tienen un sentido literal,
Pero además trasciende su condición terrena, pues en cuanto co- ino que significan dones internos. Por ejemplo, «las dos parle-
munidad espiritual integra en su seno los vivos y a los muertos, s luces de los ojos publican su sencillez, y prudencia», y sigue
a los miembros militantes y a los triunfantes, así que una partí en el mismo tono «la crespa dorada madeja de los cabellos, vo-
considerable de este reino se encuentra, de hecho, en los cielos. cea lo castizo de sus pensamientos (...) los tersos menudos aljó-
y el número de sus ciudadanos celestes crece día a día, al ritmo fares de la boca, testifican su inocencia (...) el partido rubí de los
incansable de la Guadaña. Para aumentar la ambigüedad, el nom- labios asegura lo precioso de su doctrina (...) la nieve y carmín
bre de Esposa del Cordero se aplica indistintamente a la Jcrusa- de las mejillas expresan el candor de su virginal vergüenza (...)
lén eterna y a la Iglesia como la forma visible del reino de Dios. el bruñido marfil del cuello dice su humildad». Así pues, el as-
o sea, del cielo. La idea se repite insistentemente en los autorc^ pecto de la Esposa-Iglesia manifiesta su perfección espiritual, pero
contrarrcformistas, y se despliega con alegórico entusiasmo, poi no la agota, pues el Esposo ha dicho que aún falta lo que se oculta
ejemplo, en uno de los sermones de Antonio Rius. en el interior, es decir, lo que no puede ser expresado por signos
Comienza exponiendo el estado de la cuestión según los tex- externos, pues «la hermosura de la Esposa es tan sin igual, que,
tos sagrados: «La Iglesia, o el Alma santa entendida por el reme- por mucho que se explique, nunca bastantemente se llega a ex-
de los Cielos, según la interpretación de San Gregorio: Regnutii licar».
Coelorum praesantis temporis Ecclesia dicitur, está simbolizada en un Esto justifica la abundancia de parábolas con que el Evangelio
tesoro; está figurada en unas margaritas; está expresada en un fine sin agotarlo el Reino de Dios. Así está «la Iglesia retrata-
grano de mostaza; está comparada a unas redes; y finalmente, da en varias y diferentes metáforas, pero nunca bastantemente
según nuestro Evangelio, está asemejada a diez vírgenes» 3 . L.¡ ntendida» 5 . Cada uno de los epítetos que el Evangelio le atri-
autor parece quedar anonadado ante la cantidad de símiles qui- ye hace referencia a sus poderes espirituales. De este modo,
se necesitan para expresar la idea de la Iglesia como manifesta- s tesoro, porque encierra las riquezas de todas la virtudes (...)
ción temporal de la gloria eterna, y así exclama: «¡Notable suce- margarita, porque fue concebida perla en la concha del pe-
so! y que no puede dejar de causarme admiración. ¿Tantas som- O de Jesucristo (...) Es grano de mostaza, porque habiéndose
bras para idear la hermosura de la Iglesia? ¿Tantos jeroglíficos para sto tamañita, descuella sobre los árboles mas agigantados (...)
explicar su perfección? Sí; porque hay cosas que por mucho que Es real, porque tendida en el mar de este mundo, arrastra para
se expliquen, nunca se llegan bastantemente a explicar». Com- si toda perfección (...) Mas aunque sea todo esto, y aunque con
para luego este aluvión de imágenes con el que emplea el Espo- todo esto se explique, aún queda más que explicar».
so, en el Cantar de Cantares, para pintar la belleza de su amada, Esta descripción de las excelencias de la Iglesia no sólo la con-
pues responde a una intención similar. En efecto, el Esposo «quis'1 firma como Reino de Dios, y por tanto como cielo en la tierra,
significar por las señas exteriores de su Esposa las virtudes inte- sino que, al predicar de ella atributos como la perfección incon-
riores que encerraba, y deteniéndose en los luceros de los ojos.
Op. rit., p. 89.
-1 ANTONIO Rius, Sermones varios, Barcelona, 1684, p. 88. Op. dt., p. 90.

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G E O G R A F Í A I) F.L A E T E R N I D A D F. L c l i:

mensurable, parece igualarla con la propia divinidad, y, aunque no como parte de Dios, ni siquiera como semejante a El, sino
la confiesa parte del mundo, sus cualidades lo trascienden y la como su casa. Es una relación de máxima confianza, pero entre
sitúan en un lugar que, si comparte la geografía terrena, es in- dos extraños. El Señor, el dueño de la casa (somos pues una/w-
vulnerable a su miseria. 'piedad suya, y, por lo tanto, algo ajeno a El, pues sólo podemos
""'Este autor insiste en una imagen de la Iglesia como institu- apropiarnos lo que está fuera de nosotros) vendrá a habitarla siem-
ción, pero el cielo puede encerrarse, en su apariencia terrenal, pre que la conservemos en buen estado, en gracia. Si caemos en
en algo infinitamente menos aparatoso, incomparablemente más desgracia, en pecado, ya no visitará esa morada, no hará de ella
íntimo: el corazón humano, base fundamental de la Iglesia y se- su corte. Por tanto la felicidad, el gozo supremo, no es la virtud,
de de la gloria celeste. Lo declara de este modo, entre otros, Lo- sino una simple consecuencia de su práctica. Se convierte así, a su
renzo de Zamora. A un reino espiritual, como el de los cielos, vez, en una posesión nuestra, como nosotros lo somos de Dios,
le conviene un fundamento espiritual, como el alma del hom- y así el hombre bueno posee el sumo Bien, lo guarda en sí, pero
bre. Allí ha edificado Dios su casa. Y dice el autor:«¿qué cielo no llega a tener una verdadera experiencia de la suprema dicha,
es éste, Señor, donde vuestra gloria habita?; ¿qué cielo es éste don- pues no se transfigura en ella, no es él mismo su propio premio,
de está el asiento do vuestra grandeza? Este es el hombre, dice sirio que lo alberga, como un regalo magnífico, pero otorgado.
san Ambrosio, ésta la silla de su gloria, ésta la ciudad donde El El cristiano no será nunca Hércules, ni siquiera el sueno plató-
vive, el huerto donde se recrea, el Paraíso donde se entretiene; nico (que, si bien guarda en su interior la estatua de un dios, lle-
y como lo hacía para morada propia suya, para alcázar de su Rei- ga a ser ese dios cuando se despoja de su tosca envoltura). Todo
no, para aposento propio suyo, para corte y metrópoli de su im- lo más, como Admeto, recibirá en su casa a la divinidad, aten-
perio, hízolo como a tan alto Príncipe convenía»' 1 . Así, el cen- diéndola con cortesía, ocultando su dolor humano, su amor hu-
tro de esa ciudad supraterrena está aquí, entre nosotros: somos mano, su desesperación, su vulnerabilidad, para ofrecer un ros-
nosotros. El corazón del hombre es la capital del reino de los tro risueño ante los eternamente dichosos, que no deben conta-
cielos, el palacio en que habita su Rey, y, ausente aún del paraí- minarse con el sucio, vergonzante, intolerable espectáculo de la
so, es lo que le otorga sentido y fundamento. El cielo esencial. pena. Y a cambio recibirá la resurrección, no venciendo a la muer-
el metafíisicamente real y racionalmente asentado es el hombre, te, sino como regalo de un dios que la vence por él.
que no sólo es imagen de Dios, sino su sede y su morada. Fuera Pero, sin necesidad de adentrarse en esas honduras alegóricas,
cíe la eternidad, todo lo otro parece superfluo. El paraíso y su> muchas veces demasiado rebuscadas, podía el cristiano formar-
delicias se convierten en mero accidente, en un deseable acceso • una idea viva y exacta del paraíso y sus detalles por otra vía
rio, en un derroche deleitoso. Este cielo interior es más hernio- .ucho más cercana a sus sentidos y que, además, inspiraba gran
so, más diáfano. Brilla con la luz propia de nuestra sangre y es arte de las representaciones plásticas de situaciones sobrenatu-
verdadera morada edificada sobre roca, que nadie podrá arreba- rales. Se trata de las descripciones de milagros, visiones y apari-
tarnos nunca. Comparados con él, los detalles de la gloria part- cione>jd£_santos,
" que~pToliÍrarrTxTrá
een más crudamente superficiales, destacan su exterioridad de atura religiosacTéT siglo XVII. Sin ser propiamente visiones ce-
forma hiriente, con impúdica vacuidad. 5s~{qlíé7 al no srr-pTcfi"gTifa"ciones, sino contemplación de la
Pero contemplándolo detenidamente, ¡qué superficial es aun ?loria tal y como es, no tendrían cabida en este capítulo), sí son
esta utopía intimista!. En primer lugar, el hombre aparece ahí, Percepciones de objetos o personajes de la corte celestial, y, por
auto, a través de ellos se puede inducir su esplendor, yendo de
'' LORENZO DE ZAMORA, Monarchia Mystica de la Iglesia, hecha de hienyl'j1' te parte al todo, como el enamorado imagina la belleza de su da-
coi, sacados de humanas y divinas letras, Barcelona, 1608, p. 620. a partir de la fugaz visión de una mano enjoyada surgiendo

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(¡ ¡: O (, I! A F I A I A F T F K N I F L C 1E L O

del manto que la cubre por completo. Son numerosísimos lo La escasez de información que el autor proporciona, pues vuel-
ejemplos, por lo que solamente citaré una mínima parte, tratan- a hablarnos de nuevo tan sólo de luz, se compensa por el he-
do de repetirme lo menos posible. cho de que, al ser contemplada esa luz por personas normales,
Algunas de estas visiones son casi simbólicas, y sólo revela i, no favorecidas con gracias especiales, su testimonio adquiere un
algún rasgo concreto y real de las suntuosas moradas eternas. aire de veracidad y realismo que lo reviste de un valor casi «cien-
Por ejemplo, estas cruces que se dibujan en el cielo y que nos tífico». Además, esta luz adquiere todo su valor evocador de las
ofrecen uno de sus regalos perdurables más insistentemente ci- glorias eternas por su poder para transformar todo el entorno.
tado: la luz refulgente, capaz de palidecer al mismo sol. Cuenta Así, se añade: «Veían en aquellas ocasiones aquella pobre sala,
el autor: «En la muerte de S. Daniel Estilita aparecieron tres cruce llena de la gloria de Dios, siendo dichosamente más feliz que los
en el cielo hechas de estrellas, siendo de día. y resplandeciendo suntuosos y ricos palacios de los mayores monarcas del mundo;
el sol con grande resplandor y hermosura^ Aquí, sólo el bri- •íi-y así admirados desde afuera viendo la gloria celestial que res-
llo, sólo la luz salta a través del símbolo con un destello de ver- plandecía dentro, derramaban lágrimas devotas, infiriendo de estas
dadera atmósfera celeste, por una vez compartida en esta tierra cosas cuántos serían los regalados favores que recibía su dichosa
por los ojos mortales. alma en la muerte». En efecto, si sólo la contemplación, desde
Otro caso, mucho más satisfactorio para los sentidos, es la vi- cierta distancia, de la luz que derraman algunos de los habitan-
sita de los ángeles a algunos santos, para confortarlos o asistir- tes de la corte celestial, es capaz de convertir una humilde celda
les. Es un tema que se repite en las artes plásticas, yendo de la en una maravilla que supera los más alhajados salorcs palacie-
serena grandeza de un Zurbarán a la extática alegría de Ribalta ;os, el esplendor que sugiere, al mostrar la imponderable sun-
o la delicada expresividad de las figuras angélicas de Luisa Rol- osidad del Empíreo, invitándonos a inferir de esta muestra la
dana. En las narraciones escritas se añade a la luz y la belleza 1;¡ .aravilla del conjunto, supera con mucho el asombro y el gozo
sugerencia del perfume, la evocación de la música y el cálido vacío irescntcs que su realidad causa, con ser éstos tan grandes que
de su ausencia, al remontar el vuelo blanco, tenue. Un autor nos exceden toda descripción.
describe las frecuentes visitas angélicas con que era honrado san Más convencional y escueta es la visita que nos cuenta el pa-
Pedro de Alcántara, pero lo hace a través de los ojos de los es- dre Rivadencyra en su célebre santoral, recibida ésta por San Vi-
pectadores, no agraciados con tan singular favor. Dice: «Visitá- cente mártir. Se manifestó primero «una luz venida del cielo, sin-
banle los ángeles, y los santos del Cielo, alentándole para que tióse una fragancia suavísima, bajaron ángeles a visitar al santo
no temiese el tránsito último; y aunque los religiosos, que lo ve- mártir; el cual en un mismo tiempo vio la luz, sintió el olor, y
laban, (asistentes a la puerta de la celda) no veían las visitas del oyó a los ángeles, que con celestial armonía le recreaban»" acu-
Cielo, veían el celestial resplandor de que se llenaba la pieza donde mulación de sensaciones que satisfacen varios sentidos en com-
estaba el santo, cuya claridad era de tan maravillosa hermosura. plejo equilibrio, y que viene a demostrar que las delicias celes-
que llenos de admiración, no se atrevían a entrar dentro por e! tiales tienen una aspiración de obra total que armoniza mucho
temor reverencial que tenían»". con los ideales estéticos barrocos.
Como muy del gusto del siglo es este aparatoso descenso de
la Virgen, arrastrando parte de su corte consigo, como reina que
7 J A I M E BLEDA, Quatrocientos milagros, y muchas alabanzas de la Santa O» es) a la catedral de Toledo para imponer, en solemne ceremonia
con unos tratados de las cosas más notables desta divina señal; Valencia, 1600, p. 203.
* JUAN DE SAN BERNARDO, Chronica de la vida admirable, y milagrosas ha^-
cortesana, un hábito (o una casulla, que viene a ser lo mismo)
ñas de el admirable Portento de la Penitencia S. Pedro de Alcántara, Ñapóles, 1667,
p. 637. PEDRO RIVADENKRA, h'los sancionan, Madrid, 1616, p. 148.

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c; F o (. u A i i A n !•: L A i; T H K N i n A n

a su celoso defensor, San lldelfonso. «La sacratísima Virgen María tual pero corpóreos, densos, pisando firmemente la misma tie-
(...) Reina nuestra (...) bajó del ciclo, acompañada de innumera- rra que el santo al que confortan, como también en las que, dan-
bles ángeles y vírgenes, y con inmensa claridad ilustró el tem- do la vuelta al hecho, nos muestran a nosotros como cercanos
plo de Toledo, y puso sus sagrados pies en el suelo, y se asentó a los bienaventurados, tendencia que inspira, por ejemplo, la moda
en la cátedra en donde san Ildefonso solía predicar, y honró y de los retratos a lo divino (en los que un personaje se representa
vistió al santo Prelado con una casulla, labrada por manos de con los atributos y actitudes propios del santo de su nombre o
ángeles, y le mandó que usase de ella en sus solemnes fiestas»1'. de su mayor devoción) y que, alentada por los jesuítas, que veían
Aparte de las indudables concomitancias que la escena tiene con en ella un poderoso auxiliar de las famosas «composiciones de
la vida de palacio, es interesante ese detalle de la Virgen que pisa lugar», al hacer intervenir al máximo el mecanismo de la identi-
el suelo y se sienta en un sillón. No es un personaje etéreo que ficación, está en la base de muchas obras maestras, como la Ado-
flota entre nubes. Es un ser bellísimo, luminoso, irradiando dul- ración de los Reyes, de Velázquez, donde la Virgen ostenta las en-
zura, resplandores y gracia, pero real, tan cercano a nosotros, tan cantadoras facciones, llenas de tímido orgullo y dulce respeto,
partícipe de nuestra naturaleza, que pisa nuestro suelo, que com- de una jovencísima Juana Pacheco, a la que su padre contempla
parte nuestro espacio y se siente cómodo en un lugar hecho y con sincera admiración desde su papel de rey más anciano.
habitado por los hombres. Del mismo modo, nosotros nos mo- Y esta misma metáfora, esta trasposición de personajes, sea en
veremos con naturalidad por el cielo, compartiremos su espa- sentido ascendente o descendente, impregna el mejor arte ba-
cio, habitaremos moradas fabricadas por seres sobrenaturales co- rroco y lo hace verdaderamente conmovedor. Porque son como
rno nuestra propia casa. Esta aparición garantiza la identidad fun- nosotros, compartimos el temor y la esperanza del San Bartolo-
damental entre la naturaleza humana y los ciudadanos celestes. mé de Ribera o la serena confianza, consciente de la propia fuer-
y afirma a un tiempo la realidad de éstos, que se mezclan con no- za, de la Eva de Alonso Cano. La devoción suscitada por mu-
sotros, en nuestra atmósfera y nuestra arquitectura, y nuestra pro- chas de las imágenes de la época, que conmocionaban los áni-
pia espiritualidad, pues tal adelanto de la gloria eterna aviva nues- os de sus contemporáneos hasta el punto de provocar radica-
tra fe, alienta nuestra esperanza y enciende nuestro amor, mos- .es conversiones, y que ejercen aún su fascinación en nuestros
trando el cielo como algo maravilloso, pero lo suficientemente días, ese poder para cambiar la vida de un hombre que se atri-
parecido al suelo como para que podamos realmente desearlo, no buye a determinados crucifijos o imágenes de la Virgen, no se
con un vago anhelo de deshilachada belleza, sino, como delicia explica por el hecho de que representen seres sobrenaturales, ni
rcalísima, con verdadero deseo que, al nacer del amor, exige un porque sean imágenes muy bellas: es su humanidad lo que con-
mínimo de conocimiento (y por tanto una posibilidad de com- mueve, porque sólo lo cercano puede despertar simpatía, com-
paración). Esta sólida cercanía de los seres espirituales, que llena pasión. Sólo lo cercano comprendemos y compartimos. Y si los
de cómplices ambigüedades el culto, se revela en muchas mani- Cristos de Montañés no nos mirasen con un dolor exento de re-
festaciones del arte de la época, tanto en aquellas que muestran proche, con un amor que se transparente a través de los párpa-
a los seres celestiales cercanos a nosotros, como ocurre a diario dos semicerrados, que traspasa los velos con que la muerte ciega
en el trato con las imágenes (con las que se dialoga, a las que las pupilas, y en las Vírgenes de Murillo no reconociéramos la
se adorna con flores y ropajes, a las que se piropea) y se refleja dulzura inflexible de la juventud, su frágil fuerza, la sencillez triun-
en muchos cuadros de los grandes pintores barrocos, sobre to- fante de su simple aparecer, candido y sabio, no hubieran llega-
do de Zurbarán, con sus bellos ángeles, llenos de unción espiri" do a ser, no sólo obras de arte, sino sobre todo objetos sagrados
capaces de despertar la devoción, de provocar los sentimientos
los fieles, de sacudirlos profundamente y hacerles vivir de otra
Op. cit., p. 158.

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<; H o c; K A F i A n E L A E T E u N i n A n E L C: I E L O

manera. Cuando esta fundamental humanidad se pierde, las i 'blic°> común y definido de la gloria. La invitación tridentina
genes serán más divinas y lejanas, aterradoras en su majestad usar la imaginación ordena, en realidad, su regulación, su control
o se diluirán en piadosa y superficial sensiblería; podrán segui través del halago. Por eso, aun a riesgo de la irrealidad o de
siendo bellas, pero perderán su poder sobre los hombres. P0_ lo grotesco, se acumulan las noticias sobre la vida eterna, y se
drán fascinar, nunca ser amadas. eslielven con encomiable presteza, no exenta de osadía, las me-
ores dudas del devoto sobre el particular. Algunos autores re-
sultan bastante pintorescos, o incluso ridículos, en su afán de des-
cribirnos con viveza los aposentos celestiales y revelarnos sus ín-
timos secretos; otros, más prudentes, sólo dirán lo suficiente para
3. EL L U G A R DEL CIELO encauzar la fantasía, envolviéndose en una inteligente impreci-
sión que permite al lector terminar el dibujo según sus íntimos
¿Qué lugar es ése donde las delicias no hastían, donde los pla- anhelos. Su paraíso resulta así menos animado y más intempo-
ceres no se agotan, donde la felicidad inventa sus variaciones en ral, pero precisamente por eso más umversalmente satisfactorio
una melodía inacabable? Lugar en el que el goce es bendición f y, además, no corre el riesgo de pasarse de moda.
y no riesgo, en el que la belleza es norma y no asombro, en el Por lo general, todos comienzan con una descripción general
que la plenitud es ámbito y no deslumbramiento, en el que el del aspecto de las moradas empíreas, trazando las líneas más re-
cuerpo es eterno y el alma libre. El Paraíso, el Cielo Empíreo, levantes de su configuración. Aquí, algunos se limitan a una sim-
lugar creado por Dios para eterno reposo de los justos, es una ple definición, mientras que otros creen necesario aportar más
promesa que exige ser concretada. Se piden datos sobre su for- datos. En nuestra exposición, comenzaremos por los autores que de-
ma, su aspecto, su distancia, sus dimensiones, su aderezo. Los dican menos espacio a esta ojeada panorámica, para irnos adentran-
tratadistas intentarán de responder a esas preguntas, abrumados así gradualmente en las complejidades de la recompensa divina.
por la escueta abstracción de la palabra divina en punto tan in- '1 más escueto, sin duda, es Francisco de la Cruz, que en su
teresante. Arropando la imaginación con cifras cuya misma pre- xismo liquida la cuestión diciendo:
cisión las hace inverosímiles, aportando como prueba irrefuta-
ble la palabra de otros autores cuya santidad pueda prestar auto- «Dónde se goza la gloria?
ridad al desvarío, basándose en visiones de delirio de devotos En el Ciclo Empíreo»".
de nombre incógnito, tal vez inexistentes, o copiando, con leve como toda aclaración, añade, unas líneas más abajo, que ese
idealización, la realidad circundante para dar un aire convincen- Cielo Empíreo «es lugar de bienaventuranza». Demasiado lacó-
te a su sueño futurista, logran construir en la nada un paisaje nico, incluso para un catecismo, y más si tenemos en cuenta que
de alucinada fijeza, con la realidad excesiva de lo mágico. En efec- es un libro publicado en América. No creo que resultara muy
to, obsesionados por la escasez de noticias sobre la vida de u l -
evocador para los nuevos conversos, ni mucho menos que des-
tratumba, nos presentan un panorama de ésta demasiado realis- pertase deseos ardientes de salvación eterna en unos colonizadores
ta, tan lleno de detalles que no resulta creíble. Su hiriente preci- que contemplaban cada día la derrota de su imaginación por una
sión, flotando en su inseguridad, tiene los perfiles exactos de un
naturaleza seductora y cruel, rica e indomable, como la dama al-
sueño y produce la misma sensación de flotar sin amarras en >•'' tlva, ingrata, bellísima e imprevisible de una novela de caballerías.
vacío. Se dan excesivas respuestas a una pregunta que sólo pue-
de contestarse con el deseo. FRANCISCO DE LA CRUZ, Breve compendio de los misterios de nuestra Sautii
El carácter colectivo y oficial de la Iglesia exige un prototip 1 ' ' Católica, Lima, 1655, p. 104.

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C; E O G R A F I A I) 1- I. A E T E R N I D A I) EL C I E 1 O

Otros autores son algo más explícitos, y se preocupan al Hip- lapidi pn-tioso. Vi (dice San Juan Evangelista) a la Ciu-
nos de distinguir el cielo atmosférico, la bóveda celeste, del cie- Santa de Jerusalem, que bajaba desde el Cielo a la tierra,
lo empíreo, la morada de Dios y los suyos. La palabra común sistida de claridad muy divina, con tanta luz que equivalía
induce, sin duda, a contusiones. Pero todo se aclara, opina José hermosura de sus resplandores a las piedras más preciosas.
de Santa María, si se leen con atención los textos. Dice así: «£ s in esta Ciudad,-en sentir de muchos expositores sagrados, está
de saber que cuando el santo Moisés dijo, que en el principio representada un alma, que baja santa desde el Cielo, a donde su-
o primer instante del tiempo crió Dios el cielo y la tierra. por bió virtuosa; subió asistida de las luces de la gracia, que la ad-
el cielo se entiende el que es cielo por antonomasia, el que p or quirieron sus virtudes, y baja rica con la riqueza de la gloria, que
verdadera y rigurosa creación salió del abismo del no ser al ser, lanifiesta su corona» ' \l autor, en la Celeste Jerusalén ve un retrato, no del Pa
sin que le precediese otra criatura temporal de que fuese hecho.
El que por esta causa fue nombrado en primer lugar de Moisés, quizá demasiado hermoso para ser pintado con palabras, sino de
cuando dijo: En el principio crió Dios el cielo, esto es, el cielo sus efectos embellecedores sobre el alma que goza de él. Esto
Empíreo, con todos sus cortesanos, que por su excelencia y so- le empuja, naturalmente, a una interpretación alegórica de las pa-
beranía es llamado en las letras sagradas ciclo del cielo, y por labras del Evangelista, y en las páginas siguientes se dedica a tra-
la misma razón le llamó cielo tercero el glorioso Apóstol, con- ducir los términos físicos en espirituales, realizando una triple
tando por segundo el firmamento con todos los demás cielos in- versión. En una de ellas compara cada una de las piedras precio-
feriores al Empíreo, y por cielo primero la región del aire, que sas citadas por San Juan con una virtud, más tarde lo hace con
es también llamado cielo en las divinas letras» ' 2 . En este párra- un santo, y, finalmente, la correspondencia se establece entre las
fo aparece clara la confusión lingüística: se llama cielo al firma- piedras preciosas y las órdenes monásticas, y así la Jerusalén ce-
mento estrellado, y también a la atmósfera, además de recibir esc leste deja de ser alma y vuelve a ser ciudad, ciudad tan insepara-
nombre la morada de los elegidos. Pero el autor señala que sólo ble de sus habitantes que éstos son sus muros, sus puertas y sus
a ésta corresponde con propiedad tal denominación, y ello por cimientos.
tres razones: por su excelencia, incomparablemente superior, por Otros autores, como el prolífico jesuita Luis de la Puente, si
su situación, encima de los otros, lo que justifica la expresión bien toman como punto de partida las palabras del Apocalipsis,
«cielo del cielo», y por su primacía en el tiempo, ya que tue la dejarán de lado su posible simbolismo para insistir en su fasci-
primera obra que salió de manos del Señor. Así, gracias a una 'nación estética, y así la Jerusalén eterna pasa a ser ejemplo de
simple aclaración terminológica, nos hemos informado de la si- la belleza de las moradas celestiales, ejemplo un tanto pálido, si
tuación del Empíreo y de su antigüedad. hemos de creer a nuestro autor: «Y así cuando dice S. Juan que
Otros autores no sé bien si buscando la seguridad de los tex- sus plazas son de oro claro como vidrio, sus muros aclornados
tos o la ambigüedad de los enigmas, toman como modelo, ^ con piedras preciosas, sus fundamentos y puertas de margaritas
su descripción del Cielo, la poética pintura apocalíptica de la Ciu- i?y perlas de inestimable valor, todo esto es pintura por no haber
dad del Cordero. Es el caso, por ejemplo, de Fr. Jacinto de I t£rá cosa más preciosa a que comparar lo que hay en el cielo» ".
rra, que dice así: esa belleza deslumbrante, toda esa riqueza que se ostenta
«En el capítulo veintiuno del Apocalipsis dice San Juan Evaí
gelista de esta suerte: lit ostctidit inihi Civitatcm Satictam H»'1''1
JACINTO DE PARRA, Rosa laureada entre los santos. Epitalamios sacros t!e la
salem descendentem de Coelo habentcm claritatcm Dci, ct lumen < 'Or\4' "donaciones de España, aplausos de Roma, Madrid, 1668, p. 466.
Luis DE LA PUENTE, Meditaciones de los inysterios de \. Sancta Fe, con la
12 JOSÉ I)F SANTA M A R Í A , Triunfo </<'/ ayta ¡mulita, Sevilla, 1642, t- Poctíca de la oración mental sobre ellos, Valladolid, 1605, vol. II, p. 933.

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G E O G R A F Í A D F LA E T E R N I D A D

en eterno derroche, no es más que una metáfora de otra hermo- iaria luminosidad, explicable en la morada del bien, por con-
sura incomparablemente superior, que, por incomparable preci- raposición con los sombríos senos que preside el Príncipe de
samente, no halla términos que la adjetiven si no es recurriendo as tinieblas. El significado a un tiempo literal y simbólico de
a lo más raro y preciado de la tierra. esta luz se explícita al afirmar que el propio Dios es el sol que
Pero, para aquietar la imaginación deslumbrada y confusa, pro- Jumbra esta morada.
sigue el jesuíta: «Particularizando lo que toca el cielo Empíreo, En segundo lugar, la suavidad del clima, lejos de los extremos
ponderaré cuatro excelencias de este lugar. La primera, que es ie calor y frío que se padecen en la tierra y se agudizan hasta
clarísimo, sin que jamás haya en él tinieblas ni noche, sino un límite en el infierno. Esta tranquila templanza podría resultar
perpetuo día, con una luz apacible celestial y divina, porque e! lonótona a espíritus ansiosos de novedades, y quizá no sería de-
mismo Dios es su Sol, y lo alumbra con una claridad digna de eable para la ávida sensibilidad barroca. Por eso el autor se apre-
Dios; y el Cordero que es Cristo nuestro Señor con el resplan- jra a añadir que tal igualdad no causará hastío, sino que será
dor de su sacratísima humanidad lo esclarece y llena de alegría. lenísima, y mantendrá alejadas las terribles catástrofes natu-
Lo segundo, es lugar templadísimo sin la variedad de tiempos les y las aborrecidas epidemias. Pero hay algo más: en aquel
que acá nos molestan, porque no hay inviernos, ni estíos, ni oto- lugar no hay día y noche, sino que todo es un cénit inmutable;
ños, ni calores ni sequedades, ni humedades, sino un temple uni- falta también el ritmo de las estaciones, la alternada respiración
forme y tan divino que no cansa ni enfada. Y así es lugar quietí- iel tiempo. Allí estaremos, pues, lejos del tiempo, fuera de él;
simo y santísimo, porque no llegan allá tempestades ni terremotos, 10 podrá atemorizarnos con su transcurrir indiferente que nos
no truenos ni rayos, no pestilencias ni aires corruptos, ni las mal- acaba. Aquello, dice el autor, es tierra de vivos; no podrá entrar
diciones de esta miserable tierra, porque es tierra de bendición lí la sombra de la muerte, o sea, el tiempo, heraldo de la muer-
muy cumplida, y tierra propiamente de vivos donde no puede te en la inconografía barroca, pero también materia de vida, co-
llegar ni aún lo que es sombra de muerte. mo sabían muy bien los poetas contemporáneos y olvida deli-
Lo tercero, es lugar seguro, durable y eterno, sin temor ni re- beradamente el tratadista.
celo de que se acabará o arruinará, ni puede entrar allá cosa que Enlaza esto con la tercera característica, la eternidad de las mo-
lo turbe, inquiete o desmorone su entereza, y así en todos habrá las celestiales, que más ponen siempre a salvo de las horas y
perpetua quietud, serenidad y suavidad perfecta. DS cambios.
«Finalmente es lugar hermosísimo, amenísimo, y deleitable in- La cuarta característica viene a cerrar el círculo. Si se comen-
comparablemente más que todos los lugares deleitables y apaci- aba citando a San Juan para ponderar la belleza de la ciudad ce-
bles de esta vida, mucho más que el Paraíso terrenal, que se ll;i- lestial, ahora se nos invita a imaginarnos su sin par hermosura.
mó Paraíso de deleites, porque es lugar diputado, no para bue- Si este mundo, tan lleno de cosas admirables, es un destierro in-
nos y malos, ni para peregrinos, y viandantes, sino para solos Ügno de los hombres, ¿cómo será el lugar que Dios, punto últi-
buenos, y para premiar a los escogidos que han trabajado fiel- ao de referencia de la idea de lo bello, ha juzgado digno de ser
mente en servicio de su Rey. Pues si tantos bienes puso Dios en morada por los siglos de los siglos?
este mundo visible, lugar común a hombres y bestias, a justos Similares características, aunque glosadas con menos vivaci-
y pecadores, ¿qué bienes, qué deleites, qué riquezas habrá puesto 1, encontramos en la pluma del cartujo Antonio de Molina,
en el lugar común a hombres y ángeles, pero propio de solos e, invitando al lector a meditar sobre la meta deseada, ponde-
justos? Oh lugar dichoso y bienaventurado. Oh paraíso de de- ra sus excelencias diciendo: «El Cielo Empíreo, que está sobre
leites inefables y morada digna de nuestro Dios». |todos los orbes celestiales, considera que tiene las calidades, y
Vemos que la primera característica del Cielo es su extraordi- Kcelencias siguientes. Lo primero, su grandeza excede no sólo
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(i F (1 <; K A P I A I ) I- I A K 'I F U Ñ I D A ] ) F: L c i E L o

la medida sino la imaginación humana, que no sabrá imaginar . no y palacio de sus glorias. Además, una de las notas atribuidas
cosa tan grande, y capaz, porque aun esto se puede afirmar del por Luis de la Puente al Cielo, su eternidad, no se menciona en
octavo Cielo, que es el firmamento donde están las estrellas, pues este texto, quizá por considerarla obvia, y se hace referencia, en
la menor de ellas es mayor que toda la tierra, y algunas hay no- su lugar, a un atributo que no aparece en el jesuíta: la magnitud
venta veces mayores. Y sobre éste hay otros dos mucho mayo- 'y extensión de la patria de los bienaventurados, sus generosas
res de inmensa grandeza; y sobre todos éstos está el Empíreo, proporciones.
q'ue les excede incomparablemente; y así excede su grandeza a En los sermones de Francisco López, la descripción apocalíp-
la misma imaginación. Lo segundo, es lugar clarísimo, más que tica de lajcrusalén celestial plantea un pequeño problema, cuya
si a cada lado tuviera mil soles que le alumbraran, sin que en solución se apresura a dar el predicador con evidencia digna de
él haya jamás noche ni tinieblas, sino un perpetuo día, y una lux Perogrullo. Dice: «A la Ciudad Santa dejerusalén la vio San Juan
divina, porque el mismo Dios es el que lo alumbra, y el Corde- con puertas a todas partes; con tres puertas al oriente: Ab Orien-
ro, esto es, la sacratísima Humanidad de Cristo nuestro Señor, te poríac tres; con tres puertas al aquilón: Ab Aqiiüone portae tres;
con un celestial y apacible resplandor, lo esclarece y alegra. Lo con tres puertas al austro: Ab Austroportae tres; y con tres puertas
tercero, es lugar templadísimo, sin la variedad de invierno, ni estío, al ocaso: Ab Occaso portae tres. Veis ahí todas las puertas del Cie-
ni otras destemplanzas de tiempos, siempre con un temple u n i - lo, y veis ahí por donde han de entrar los que merecieron aque-
forme, tan divino, y apacible, que no cansa ni enfada. Lo cuarto, lla Ciudad dichosa. Mas siendo cierto que han de entrar todos
es lugar hermosísimo, incomparablemente más que todos los edi- por esas puertas, pregunto ahora: ¿Y por cuál puerta entrará ca-
ficios y cosas vistosas del mundo y más que todos esos Cielos da uno? La respuesta parece muy difícil, y es muy fácil: cada uno
que desde acá se alcanzan a ver, los cuales son como el zaguán entrará allá por el camino que tomare acá. Entrará por el oriente
o portal en comparación del retrete o recámara o camarín donde el que tomare el camino del oriente; entrará por la parte aquilo-
el Rey tiene sus tesoros y riquezas, porque aquél es el Alcázar nar el que tomare el camino del aquilón. Entrará por la parte
Real de la divina Majestad y el Palacio donde aposenta a sus ami- austral el que caminare por el camino del austro; entrará por el
gos y escogidos. Lo quinto, es lugar amenísimo, y deleitosísi- ocaso el que emprendiere el camino del occidente» "'. Estos ca-
mo, más que todos los bosques, huertas, y vergeles del mundo, minos, añade, tienen un doble significado: el puramente geográ-
y mas que el Paraíso Terrenal, que se llamaba Paraíso de deleites; fico, según el cual cada uno utilizaría la puerta más cercana a su
y todo cuanto hay y ha habido en el mundo es poquedad y ba- punto de partida, y el simbólico, según el cual cada camino sig-
sura en comparación de aquel lugar de verdaderos deleites, que nificaría el tipo de vida virtuosa que a cada uno le ha llevado
al fin es Corte Soberana de Dios y Patria verdadera, y eterna de a merecer el Cielo así como el grado e intensidad de sus virtu-
solos sus escogidos» 15 . des. Y refuerza este sentido alegórico cuando prosigue afirman-
La correspondencia entre ambos textos salta a la vista. Hay, do que, el día del Juicio final, saldrán las almas del paraíso para
sin embargo, algunas notables diferencias. Las cuatro caracterís- presenciar la definitiva sentencia de la justicia divina y luego, ya
ticas del jesuíta se convierten en cinco en el texto del cartujo, revestidas con sus cuerpos, volverán a la ciudad celeste, en la que
que desdobla la última, la que se refiere a la belleza de las mora- entrarán por la misma puerta por la que lo hicieron la primera
das empíreas, en dos diferentes: hermosura y amenidad, relacio- vez, pues ésa es la que merecieron, dice el orador, y en el Cielo
nando y explicando ambas por su carácter de corte del Rey etcr- ada uno recibe aquello que mereció.
Si el autor citado nos deja imaginar la solemnidad de aquella
1:1 ANTONIO DH MOLINA, Exercicios espirituales de las excelencias, provecho )'
necessidad de la oración mental, Barcelona, 1613, fol. 165. 16 FRANCISCO LÓPF.Z, Smwncí, Madrid, 1678, p. 272.

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C F O (. It A l : I A I) I- L A F I F U Ñ I D A D F. L, C I E L O

ceremonia decisiva, nada más sencillo que la escueta descripción Nos cuenta aquí que el Ciclo es una ciudad que se ajusta bas-
de Fr. Tomás Ramón: «Hizo Dios (...) aquella real Ciudad de Je- tante a la Jerusalén apocalíptica, corte del Rey supremo, ricamente
rusalén, la bienaventuranza eterna, donde habita con los biena- najada, y cuyos ciudadanos mantienen cordialísimas relacio-
venturados. Quis edificat (dice el propheta Amos) in coelo ascensio- es unos con otros y ocupan su tiempo en cantar las glorias de
nem suam, o como lee el Caldeo. Qui collocavit in praesidio excelso, su Rey. Pero lo más importante en esta cita es el hálito inflama-
sive in alta arce, magestatem gloriae suae, en la cual no hay cosa que do que se percibe, que hace brillar con prístina frescura las anti-
no sea de regocijo y alegría y todo gloria. Casa tan ilustre y ma- pas palabras de los santos, iluminadas por un auténtico fervor
jestuosa, que no hay en ella hambre, sed, enfermedad, lágrimas, por el propósito de hacer que los lectores desen con todas sus
desnudez, muerte, ni cosa triste, si bien todo cuanto bien se puede :uerzas permanecer para siempre en tan deleitoso lugar.
desear. Es de manera su felicidad y riqueza, que no hay lengua La visión de la Jerusalén celeste ricamente amurallada no re-
que pueda explicarlo» l7 . Aquí no se nos dice gran cosa acerca sulta, sin embargo, umversalmente satisfactoria. Así, Hipólita de
del aspecto del Cielo: apenas se supone que es una ciudad, pero :sús advierte que, pese a las palabras de Juan, «no has de enten-
se nos asegura que la existencia de sus ciudadanos estará exenta er hermano mío cristiano que en el cielo haya plazas, ni muros,
de las miserias de la vida, de la necesidad, el dolor, la tristeza ni oro como lo de acá tenemos, porque no hay peligro de ene-
y la muerte, mientras que estará colmada de dicha y de algo más: migos para que esté murada aquella amable ciudad»'". No hay,
de riqueza, pues, corte al fin, no son los sencillos placeres de la por tanto, murallas, y sólo aparecen éstas para simbolizar que
frugalidad lo que ofrece. •s una ciudad cerrada en el sentido de que no se puede entrar
Esta felicidad nos invita a imaginar Francisco de la Cruz, cuan- n ella libremente, sino atravesando unas puertas, unas condi-
do nos aconseja: «Contempla despacio qué gozo será el de tu .ones determinadas. En cuanto a las plazas, prosigue la autora,
corazón cuando te halles en aquel lugar, qué felicidad será la tu- dicese plazas, por la anchura y belleza del lugar. Tanta es la an-
ya cuando entres por aquellas puertas y te salga a recibir toda chura y largueza de él, que dicen algunos Santos Doctores que
aquella celestial milicia, repartida en escuadrones; qué respon- abrá tanto lugar de un bienaventurado a otro en la resurrec-
derás cuando te den el parabién de tu dicha aquellos Santos Mo- ión general, como hay distancia del oriente hasta el occidente,
radores». según la grandeza de las cielos; y como dicen los astrólogos, no
«Dichosa mi alma (dice S. Agustín) si yo podré merecer de ;ólo son mayores las estrellas que toda la tierra junta, pero cua-
ver tu gloria, oh Ciudad Santa de Dios, gozar de tu belleza, con nta veces mayores que la tierra; y hay estrellas de mayor gran-
templar tus puertas, mirar tus muros, pasearme por vuestras pla- ¡eza que sesenta veces mayores que la tierra; y hay estrellas de
zas, vivir en vuestras mansiones, gozar de la compañía de vues- .ayor grandeza que sesenta veces más. Pues según esto, bien se
tros ciudadanos, y ardientemente inflamarme en la belleza del 'Uede creer lo de arriba dicho, pues lo dicen los Doctores; y así
Rey del Cielo. Pues vuestros muros son de piedras preciosas. Santa Iglesia tomándolo del Apocalipsis, llama plazas, para dar
vuestras puertas de perlas gloriosísimas y vuestras plazas de oro fl entender la grandeza y anchura del lugar; y de oro, para dar
finísimo y purísimo, adonde se canta sin intermisión el dulcísi- |entender la suma riqueza de aquella Ciudad; pues lo que en
mo Aleluya con tanta suavidad que parecen allí los mil años, co- te destierro es más preciado y lo ponemos sobre nuestras ca-
mo el día de ayer, que pasó». s por ornato, allá no se hace caso más de lo que aquí pisamos».

17 TOMÁS RAMÓN, Conceptos extravagantes y peregrinos, sacados de las «"' 18 HIPÓLITA DE JESÚS Y ROCABERTI, La Celestial lentsalen, con la exposición
ñas y humanas letras y Santos Padres, para muchas y varias ocasiones que por ífo<'"' 1 'íPsalmo super flutnina Babilonis, y de otros muchos lugares de la Escritura, Valencia,
del año se ofrecen predicar, Barcelona, 1619, p. 261.
•83, p. 354.

154 155
y C, >-: O (. U A I- 1 A I) I- 1 A F T F U N I D A 1) E L C I E L O

Por lo que podemos ver, la monja está de acuerdo en q Uc ^ ¡0s proporciona el Padre Nieremberg. Lo primero que le asom-
Empíreo sea una Ciudad, pero piensa que toda descripción ra del Empíreo es la grandiosa simplicidad de su diseño, «por-
ella con términos humanos y terrenos no haría sino empobre- no es como otros reinos y provincias, que no están todos
cerla, ocultándonosla. Toda ponderación, por bella y preciada .hitados, y tienen grandes desiertos, montes inaccesibles y bos-
que nos la haga parecer, se toma tan sólo como señal e indicio lúes espesos, estando divididos en muchas ciudades y poblaciones
como flecha que señala hacia lo alto sin marcar un término d c stantes unas de otras. Pero el Reino de Dios, aunque es exten-
comparación concreto. Tan sólo nos habla de la desmesurada ex- idísimo, todo es una ciudad hermosísima. ¿Quién no se mara-
tensión del Cielo, j lo hace con tan osada exageración que esa filara, si viera que toda España o Italia era sola una ciudad que
imagen de los bienaventurados separados unos de otros por tan j>giese tantas leguas como contienen estas provincias, y que to-
enorme distancia resultaría francamente angustiosa si no recor- esa ciudad fuese tan hermosa como lo fue Roma en tiempo
dáramos que el Creador, en su vigilante Providencia, ha dotado Augusto César, el cual la hizo de mármoles, siendo antes de
los cuerpos de los Elegidos con el precioso (y necesario, dadas drillo? ¿Qué vista fuera la de Caldea, si toda fuera como Babi-
las circunstancias) don de la agilidad. foia; y la de Siria, si toda fuera como Jerusalén, cuando estaba
Su extensión y su situación privilegiada, que rodea y culmina I su mayor hermosura? ¿Cuál será la ciudad celestial de los San-
el universo, permitirá a los bienaventurados la contemplación de i, que ocupa con su grandeza todo el reino de los cielos, y más
un paisaje singular: el del universo renovado. Los astros, tras e! indo como la pinta la sagrada Escritura, de oro y piedras pre-
juicio final, se detendrán en sus órbitas y todo el mundo se pu- [psísimas, para significar las riquezas que poseerán los siervos
rificará. «La superficie de la tierra quedará como un vidrio claro, "t Cristo?»'''.
y las aguas como un cristal purísimo; los aires puros, como los |.Para el autor, resulta grandiosa esta concepción de un remo
cielos: el fuego, como las estrellas, y la Luna resplandecerá co- Ido Corte, reducido a lo fundamental, a su centro y esencia,
mo ahora el Sol, y entonces el Sol resplandecerá siete veces más lijando de lado ese territorio superfluo y hostil lleno de plantas
que ahora, como dijo Isaías; y los cuerpos de los santos resplan- animales groseros y molestos; lejos para siempre esas agobiantes
decerán como el Sol, quedándose pues la misma sustancia de los inuras desérticas, esos montes por definición inaccesibles, esos
cielos, y elementos, serán todas las cosas vestidas de esta clari- Arincados bosques que aterran. Será una gran Corte, tan mág-
dad, y hermosura, para alegría y contento de los justos». Las cosas, ica que el jesuíta sólo encuentra términos de comparación en
pues, aun sin cambiar sustancialmente, quedarán purificadas v ¡grandes ciudades del pasado agigantandas por la leyenda: Ba-
libres de corrupción, siendo revestidas de una luz resplandeciente. fonia, Jerusalén, la omnipresente Roma en su esplendor.
El autor, jesuíta, da en sus palabras un testimonio de la impor- Tero aún estas quedarán oscurecidas por la metrópoli celeste,
tancia de la iluminación en la estética y en la escenografía de su m las supera en riqueza y extensión, y así prosigue: «Si toda
orden. El paisaje celeste se desata en una competición de res- |ma fuera de zafiros, admiraría al mundo: ¿qué maravilla será
plandores, el menor de los cuales deslumhra nuestros ojos. Que lella ciudad santa, que extendiéndose por millones de leguas,
el exceso de luz sea excedido sin que al punto la luz parezca som- toda de oro, margaritas, y piedras preciosísimas, o por me-
bra, que todo brille y nada quede oscurecido, y que el ojo, en ; decir, de más que oro y perlas, y habitada de tanta multitud
tal embriaguez de destellos, sea capaz de calibrar intensidades |hermosísimos ciudadanos? Y así como sus habitadores son
matices: he aquí la maravilla de ese paisaje inmóvil. Su inism número, así sin capacidad es su medida.
imposibilidad ante la razón y el sentido parece hacerlo más se-
ductor a los ojos de la esperanza. '19
' JUAN EUSEI3IO NIEREMBERG, De la diferencia cutir h temporal y eterno,
Una de las descripciones más fascinantes del Cielo es la (4lK oa, 1653, p. 180.

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E O (, lí A F I A I) H I, A K R N I D AD F. L c: i E i o

Diógcncs dijo que el cielo era un techo inmenso, lo cual se y con todas las perfecciones de todas las criaturas, que contiene
podía decir con más razón del cielo Empíreo, donde está la Corte en sí con eminencia! ¿Qué espectáculo tan agradable fuera para
de Dios, su ciudad, y su Reino. De él dicen insignes matemáti- uno, si de una vez le mostraran cuantas cosas de gusto y admi-
cos que es tan grande, que aunque diese Dios a cada uno de los ración ha habido? Si le metieran en un campo, en el cual estu-
bienaventurados, tantos cuantos son, mayor espacio que toda la vieran las siete maravillas del mundo, con que apacentara los ojos,
redondez de la tierra, con todo eso sobrará espacio para dar ;i y todos los regaladísimos banquetes que hizo el rey Asuero y
otros muchos otro tanto. Llegan también a tantear la grandeza los demás reyes de Pcrsia, y los más raros espectáculos y fiestas
de este cielo tan capaz, diciendo que tendrá de grandeza más de que hicieron los romanos, y los árboles más vistosos y de más
diez mil catorce millones de millas, y de latitud tres mil seiscientos sabrosa fruta que hubo en el Paraíso, y las músicas más sonoras
millones. ¡Qué pasmo será ver una ciudad de tantos mil millo- y dulces que pudieron dar las nueve musas, y los olores más suaves
nes de millas, toda de oro lucidísimo y transparente como el cris- que se hallan en la India, y Arabia, y todos los tesoros que tu-
tal! Los teólogos confiesan que esta capacidad del cielo Empíreo vieron Creso, David y todos los emperadores de Asiría y Roma,
es casi inmensa, pero más se huelgan de admirarla, que atreverse ¿Qué maravilla fuera ver tantos gustos juntos? ¿Quién no se tu-
a medirla. Si bien no falta teólogo que diga que, si Dios hiciese viera por dichoso, si le hicieran entrega de todo esto por cien
de cada granito de arena que hay en la orilla del mar que fuese años que le asegurasen de vida? Pero no digo si le diesen esto
tan grande como este mundo terreno, que parece serían infini- solo, sino también todo cuanto grande y gustoso habrá en el mun-
tos, con todo eso no llenarán la capacidad del ciclo, el cual ocu- do, con todos cuantos gustos y contentos y perfecciones han te-
pa aquella ciudad santa, toda labrada de materia más vistosa y nido todos los hombres, y tendrán hasta el fin del mundo: toda
preciosa que oro, perlas y diamantes» 20 . la sabiduría de Salomón, Platón, Aristóteles; toda la fortaleza de
Sorprende la generosa extensión de las parcelas que el Padre Aristómenes y Milón, toda la hermosura de París y Adonis. Si
Eterno asignará como feudo a cada uno de los bienaventurados. se lo dieran a uno, no tiene que ver, y sería todo asco y amargu-
Y para corroborar la amplitud de la gloria, se ofrecen datos pre- ra, comparado solo con el gusto que habrá en ver a Dios eterna-
cisos, números concretos que, rápidamente, con astucia que mente, porque en El solo se verá un retrato de bienes y grande-
aumenta su posible efectividad como supuestas pruebas cientí- zas, en que están todas las de las criaturas juntas: en El se hallará
ficas, se atribuyen a los «matemáticos», insinuando que sólo una lo rico del oro, lo ameno de los prados, lo resplandeciente del
mente obsesionada hasta rozar lo impío por el deseo de verdad Sol, lo sabroso de la miel, lo deleitable de la música, lo hermoso
y exactitud ha podido proporcionar esos datos, porque los teó- de los cielos, lo suave del ámbar, lo apacible de todo sentido, y
logos, más piadosos, no osan medir lo que desborda toda medi- ''uanto hay que admirar y gozar» 21 .
da y se contentan con admirar lo que la fe les asegura. Aquí aparece de nuevo la imagen, tan repetida, del Cielo co-
Pero de todas formas cualquier dato será arrollado ante lo de- ló teatro, ostentación y desfile de todas las maravillas. El autor
vastador del asombro. El lugar será imponderablemente bello, va enumerando todo lo que es más precioso en la naturaleza y,
y el autor, sabiamente, adjetiva su magnitud con su riqueza y a' 'obre todo, en el arte; va evocando las delicias prestigiadas por
revés, entrecruzando los términos para no dar reposo a la ima- i historia, hasta dejar la imaginación anhelante, jadeando, cn-
ginación deslumbrada del lector. (Tiagada, para luego decir que eso no es nada, que resulta des-
Y acaba admirando: «¡Oh cuan grande y deleitoso teatro sci.' preciable comparado con lo que nos espera, que, si nos lo ofre-
ver a Dios como es en sí, con todas sus infinitas perfecciones. en a cambio de uno solo de los placeres celestiales, lo apar-

20 JUAN EUSHHIO NIEREMHKRG, Op. cít., p. 281. JUAN EUSEBIO N l H U H M B E R G , Op. cit., pp. 292-293.

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(I E O G U A F I A H E I A H 'Y E U N ! I) A I )
i. L c: i E L o
taríamos asqueados, con un gesto desdeñoso. Así la admiraciú n Volviendo al padre Nieremberg, esta misma idea de Dios co-
se sobrecoge y queda en suspenso. no fuente y compendio de todas las maravillas aparece en otros
Y lo que nos espera es, nada menos, que el propio Dios otor- lugares de su obra, como en esta invocación, que se supone apro-
gándose a sí mismo como espectáculo, desarrollando ante nues- iada para confortar al moribundo en su última hora: «¡Oh Dios
tros ojos la suma de sus hermosuras, que contiene y excede tocio jo! ¡oh dulce vida de mi alma! ¡oh mi verdadera salud! ¡oh único
lo que de notable hay en la tierra, como un interminable gabi- eterno bien mío y bien sumo e inmutable! ¿qué quiero, qué
nete de coleccionista. La suma variedad encerrada en lo simp] c lusco sino a Ti? ¿No tengo por ventura todas las cosas, si a Ti
la multiplicidad de lo bello desplegándose dentro de la suprema poseo que las criaste todas? Ninguna cosa hay en parte algu-
unidad. Dios es así un inmenso, eterno, inagotable tablado de na, que sea de estima, que no sea obra de tus manos. La hermo-
maravillas. Y el bienaventurado, un espectador insaciable y sa- sura de los ángeles bienaventurados, la hermosura de las almas
tisfecho, contemplando con admiración que se excede a sí mis- santas, la hermosura de los cuerpos humanos, la hermosura de
ma a cada paso. Es curioso el cambio de tono del autor: primero [os brutos, de las estrellas, del Sol, de la Luna, de la mar, de la
nos deja imaginar qué estupendo sería tener la belleza de Ado- ierra, de las plantas, de las flores, de las piedras preciosas, de
nis, la fuerza de Milón y la sabiduría de Aristóteles y a renglón los metales, de todos los colores; la suavidad de las voces, de los
seguido nos encarece cuánto mejor será ver esas envidiables cua- olores, de los que deleitan de Ti es. Todo lo que hay de hermo-
lidades encarnadas y superadas en el Padre Eterno. Pero no dice sura, de gracia, de deleite, de gentileza, de dulzura, de virtud,
que el bienaventurado será infinitamente bello, fuerte o sabio, si- de valor, de riqueza en las criaturas, en Ti está todo abundantísi-
no sólo que verá a aquél que lo es. La vida activa, que nos habrá ma y excelentísimamente, y sin marchitarse jamás. Por cierto, Tú
ayudado a ganar el cielo mediante la práctica de las virtudes, que- eres sumamente hermoso, sumamente deleitable, sumamente
dará pues, en la tierra y el olvido. Al hombre le espera una con- amable y digno de ser sumamente deseado. Tú, con grandísima
templación sin fin, deleitable, pero pasiva. Es indicativo de la es- undancia, contienes en Ti toda la hermosura, y alegría siem-
cala de valores estéticos en el siglo XVII el que el autor no se le nueva y florida, la cual es tanto más excelente que la que pue-
pase por la cabeza que alguien pudiera replicar que prefería ser m ver y sentir los hombres en las criaturas, cuanto Tú, que las
él mismo un poco rico a mirar a otro que lo sea inmensamente. criastes, eres más excelente y más aventajado que todas ellas. Tú
Si el Cielo es una grandiosa obra de arte, un sublime espectáculo, 's un piélago inmenso de pura alegría y de santos deleites. Tú
el primer papel corresponde sin duda al inventor que lo ha con- 'es luz inefablemente serena, luz resplandeciente, luz hermosa,
cebido, y después a los espectadores que gozan viéndolo. La eje- luz eterna y no limitada» 22 .
cución propiamente dicha se olvida como algo mísero y sin im- Así pues, la belleza del Empíreo, que el autor comenzó cnca-
portancia. Bien es verdad que los seres más altos, Dios en el cic- 'ciendo, resulta de algún modo superflua, pues viendo a Dios
lo y el Rey en la tierra, son, a la vez que creadores del espectácu- hallaremos en El toda la hermosura posible, toda la luz, porque
lo, parte de él, primeros actores en la función, pero eso es com- la luz es el símbolo, a un tiempo, de la belleza, del bien y de la
patible con su elevada dignidad porque no les exige ningún Verdad, y así, en el espléndido final, el autor, con encendida pie-
esfuerzo, ningún movimiento: se convierten en el foco de las mi- dad que hace temblar apenas el ritmo sabio de la frase, acaba iden-
radas, en el centro de la atracción, por lo que son y no por 1' Wicando a Dios con la luz originaria, con la luz definitiva.
que hacen. Por su propia naturaleza son tan sublimes que los de Para terminar, como es norma a lo largo de este trabajo, va-
más consideran un privilegio y un placer incomparable el me
hecho de poderlos contemplar, pero ellos están por encima >'
JUAN EUSEBIO NIEREMBERG, Partida a la eternidad y preparación para la
su propia exhibición. te, Madrid, 1645, p. 51.
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t; E O (, U A r [ A 1) H I A F. I E U M I D A i> E L C I É 1 O

mos a ocuparnos de aquellos autores que nos dan un panorain partes o tres regiones; ínfima, media, y suprema. La ínfima es"
más extenso y completo del terna de este capítulo. de materia sólida, estable e inmoble, y confina por su superficie
Comenzaremos por el jesuíta Sebastián Izquierdo, que consi- inferior cóncava con el Cielo de las aguas, y por su superior con-
dera esencial, para que nos hagamos una idea del gozo que ex- : vexa sirve como de pavimento, o suelo holladero a la región me-
perimentan los elegidos, trazar un panorama general del lugar dia. La cual es de materia líquida y respirable, donde los biena-
en que han de vivir eternamente. venturados han de tener su habitación. La suprema es también
Habitarán, dice, en el Ciclo Empíreo, que es el más elevado materia sólida, estable e inmoble, como la ínfima, y por su
de todos, y que se llama así por su gran luminosidad. A la h < > i , ¿superficie inferior cóncava confina con la región media, y le sir-
de describirlo, hay algunos puntos que juzga esenciales: «Su si- Ive como de techo bovedado siendo su superficie superior con-
tio y la suma altura que tiene sobre todas las demás cosas que = vexa el término, donde remata todo este gran globo del Univer-
componen el Universo. Su forma y su admirable grandeza. Su it'so, dentro del cual están encerradas todas las criaturas, que exis-
riqueza y su hermosura inexplicable» 21 . En esta descripción el fcten»25.
autor asegura que se basará en las conclusiones tanto de los teó- Queda así el universo lejos de la inquietante indefinición. Sa-
logos como de los astrónomos y matemáticos, añadiendo así a ;' hemos que es una esfera perfectamente acabada, herméticamen-
la verdad proclamada por obediencia y revelada por fe las prue- Ite cerrada, definitivamente estable, como una gran caja redon-
bas aportadas por la razón. |da. Sabemos que los santos tienen un techo sobre sus cabezas,
En primer lugar se ocupa de la forma, y advierte que «el Cie- I lo que sin duda resulta sedante. Y se nos notifica que, si logra-
lo Empíreo no es de figura o forma cuadrada, como algunos opi- mos llegar a tan feliz estado, no respiraremos aire, como en la
naron, sino de esférica, como los demás Cielos, porque es el su- .tierra, sino algún tipo de líquido muy fluido y sutil, más ade-
premo y último Cielo, que abraza, y comprchende a los demás, cuado, sin duda, a la naturaleza del cuerpo glorificado que el vul-
y termina y da fin todo alrededor a este magnífico edificio y ar- gar oxígeno atmosférico.
tificiosísimo globo del mundo universo» 24 . Por debajo del Empíreo está el cielo de las aguas, y más abajo
Es curiosa esa concepción del universo no sólo como edificio, reí cielo estrellado, que es sólido y transparente y tiene «como
sino como artificiosa máquina, como obra de arte animada, co- : engastadas en sí a todas las estrellas fijas, a la manera que los nu-
mo «ingenio» cuya belleza sólo es superada por lo original y bien dos de la madera están en la tabla». Este se mueve muy lenta-
trabado de su complejo mecanismo. mente y participa también del movimiento diurno. Luego viene
Establecida la redondez del Empíreo, el autor va a ocuparse el cielo etéreo, que es líquido. En él están, a diferentes alturas,
de su distribución interna, y lo hará configurándolo como ur las órbitas de los siete planetas —para el autor, es un error pen-
espacio cerrado. La expresión «Cielo del Cielo», que otros auto re - sar que cada una de estas órbitas constituye un cielo diferente—,
aplican a la morada de los santos, resulta útil para dar una idea por último la tierra, rodeada de los elementos del fuego, del
de su elevación y su inmensidad, pero puede producir una sen- iré y, aunque no por completo, del agua.
sación de intranquilidad en una mente ordenada, sugiriendo un Una vez así dibujado el esquema del universo, el autor se va
algo inacabado y difuso, como un halo. Sebastián Izquierdo des- ja ocupar de medir las distancias. Comienza por la tierra, a la que
vanece esta impresión. Según él, el Empíreo se estructura en «tre> atribuye un diámetro de 2.336 leguas y una superficie de
17.139.232 leguas cuadradas.
Mide luego la Luna, el Sol y algunas de las estrellas fijas, in-
2-' SEBASTIÁN IZQUIERDO, Consideraciones de los quatro Nwissinws del Hf»'
bre. Muerte, Juicio, Infierno, y Gloria, cd. cit., p.404.
24 Op. cit., p. 405.
Op. cit., pp. 406-407.

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O K H G R A f I A I) H L A H T E U N I I) A I) F L C I E L O

crcmentando la admiración del lector con cifras cada vez más ele- mundo (corriende como hasta aquí ha corrido) dure quince
vadas, y señala también la enorme velocidad a la que deben des- años».
plazarse dichas estrellas para adaptarse el movimiento diurno: p ( ) r Para hacer este cálculo se basa en el ritmo de crecimiento de
lo visto, se desplazan a 16.979 millas por segundo. Realmente población que presenta el P. Ricciolo en su Geografía. De acuer-
la astronomía ptolemaica le resulta a nuestro autor un auxiliar con esos datos infiere «que el número de los hombres que
impagable a la hora de describir maravillas. jos habrá criado al fin del mundo, si dura (corriendo como hasta
Llegamos por fin a las medidas del Empíreo. Su superficie cón- ora) precisamente quince mil años, será de un millón de mi-
cava distará del centro de la tierra 584 millones de leguas (unos , pocos más o menos; y de éstos, según el sentir común
3.212 millones de kilómetros) y su superficie convexa 1.168 mi- teólogos y padres apenas se salvará la décima parte (que son
llones de leguas (6.424 millones de kilómetros). No sabemos có- >s dichos cien mil millones) conforme aquella sentencia de
mo ha llegado el animoso jesuíta a establecer dichas medidas, (, Bernardo que refiere Duvalio (Trac, de 4 Novis. quaest. 5 art.
si bien 61 las presenta con un tono de autoridad incuestionable. 2) por estas palabras; In mari Massiliensi ex decem navibus vix una
Esto da al Empíreo un espesor de 584 millones de leguas, de las perit: sed in mari huius Mundi ex decem animabus vix una salvatur.
que las dos quintas partes corresponden a la morada de los bie- En el mar de Marsella, dice el Santo, de diez naves apenas perece
naventurados propiamente dicha, reservando las tres partes res- una: pero en el mar de este mundo de diez almas apenas se salva
tantes, equitativamente distribuidas, para el suelo y el techo, só- ana. De manera que el número de los hombres predestinados
lidos e inmutables, de tan sublime edificio. Estas medidas dan, •oporcionalmente ha de ser mayor o menor conforme la dura-
para todo el universo, un diámetro total de 2.336 millones de jón del mundo fuere mayor o menor. Y así, según este discurso
leguas, lo que supone 12.848 millones de kilómetros. En cuanto 'bable, si el mundo dura diez mil años, los hombres que se
a la superficie de aquella zona, del Cielo Empíreo destinada pro- salvarán serán sesenta y seis mil millones, y algunos pocos más;
piamente a habitación de los santos, nuestro jesuíta la estima en si dura veinte mil años, serán ciento y treinta y tres mil millo-
7.239.391.078.400.000.000 leguas cuadradas. Los números se ics, y algunos pocos más» 27 .
vuelven terroríficamente grandes, pero el autor no sólo quiere Después de habernos aclarado, con escalofriante soltura, el nú-
abrumarnos, sino sobre todo fascinarnos, y deja la aritmética para mero y proporción de los salvados, nos advierte que, en el re-
tratar de darnos una idea más plástica de tamaña extensión, asi arto de la superficie celeste, es preciso incluir también a los an-
que, comparando el tamaño del Empíreo con el del globo te- ales, que serán diez veces más que todos los hombres creados,
rrestre, concluye: «Y de aquí se infiere que, aunque el número í, y siguiendo con la hipótesis de un mundo que durase quin-
de los hombres predestinados llegue a ser de (100.000.000.000) mil años, los ángeles serían diez millones de millones, lo que
cien mil millones, en la superficie, que es el suelo del Cielo bea- s da un censo total de habitantes del Empíreo de diez billones
tífico donde han de habitar, se podrá dar a cada uno más que cien mil millones, cifra que convierte a la Jerusalén celestial,
cuatro veces doblado espacio del que tiene toda la superficie del ninguna duda, en la ciudad más populosa de la historia. Se-
globo de la tierra» 2 ' 1 . Y es probable que la parcela que corres- •n esto, a cada uno de los bienaventurados, sean angélicos o
ponda a cada santo sea aún mayor, pese a que Sebastián Izquier- lUrnanos, les corresponderá un espacio de 716.771 leguas cua-
do les ha asignado territorios aún más generosos que el resto de cadas.
los autores. Pues no está claro que sea tan elevado el número de Manejando cifras tan desmesuradas el autor teme provocar en
los santos. De hecho, para alcanzar tal cifra será necesario «qv |C ''lector un vértigo que, más que seducirlo, lo abrume, dejándo-
27
Op. cit., p. 431. Op. di., pp. 432-433.

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F I. C I E I O

i lo atontado a fuerza de admirativo estupor. Por eso insiste .


nuevo en los ejemplos prácticos: Si un ángel quisiera atravesar I Paraíso Celeste. Que todos estos no»bres le da la Sagrada Es-
; ritura al lugar donde han de habitar los bienaventurados, para
el universo por su diámetro, y cada día avanzase 6.400 leguas
(unos 35.200 kilómetros, lo que daría una velocidad media ¿( denotar que en él han de estar juntos todos los bienes que hay
1.466 kilómetros por hora, realmente casi impensable en la época), acá en todos estos lugares. Porque acá en un reino se halla la am-
tardaría mil años en concluir la travesía, y tres mil ciento cua- plitud y variedad de cosas buenas: en una ciudad la policía y va-
renta años si, a la misma velocidad, recorriera su circunferencia. riedad de comodidades; en una casa o palacio de un gran señor
Y para redondear el asombro del lector añade que los ángeles a riqueza y variedad de adornos; y en un paraíso (que es lo mis-
pueden moverse a velocidades aún mayores, sin cansarse jamás, o que lugar de recreación) la amenidad y variedad de delicias;
y, lo que es aún más admirable, con la misma rapidez nos des- en todos estos lugares muchos y diversos géneros de hermo-
plazaremos nosotros si ganamos el cielo, gracias a la dote de agi- uras. Todo lo cual con inexplicables ventajas se hallará junto en
;quella felicísima y beatífica Habitación» 28 . El Cielo será, pues,
lidad de los cuerpos glorificados.
Quisiera recordar aquí, que por mucho que tratemos de po- una ciudad con la amplitud de un reino, el orden y boato de una
nernos en el lugar de un devoto del siglo XVII, no alcanzamos corte, la riqueza y suntuosidad de un palacio y la amenidad de
a formarnos una idea cabal de la impresión que estos datos cau- un delicioso jardín.
saban en su mente, del deslumbramiento fascinado con que, casi Pero no todas las partes del Empíreo serán iguales ni tendrán
incrédulo, repetiría una y otra vez esas cifras. La tecnología mo- .a misma densidad de población. De hecho, «los bienaventura-
derna y los progresos de la ciencia nos han habituado al mila- dos no han de tener sus moradas esparcidas por todo él, ni aún
gro, han borrado, como nunca hasta ahora, las fronteras entre por la región media suya, donde nosotros hemos dicho que han
lo real y lo fabuloso, entre la hipótesis y la utopía. Pero el lector de habitar; porque cabiéndoles del espacio de ella a cada uno mu-
barroco debía de quedar en un estado de arrebatado éxtasis tras chas centenas de millares de leguas cuadradas, como dejamos
recrear imaginativamente las proporciones del Empíreo, sobre mostrado, estuvieran muy distantes unos de otros, y no pudie-
todo teniendo en cuenta que aquel lugar admirable y casi ate- ran componer de hecho una república política y sociable, en que
rrador se predica como su verdadera patria, como el lugar real- 'e cerca puedan tratarse unos a otros, y conversar unos con otros,
mente adecuado a la naturaleza humana, que, de rebote, queda mag- así todos han de tener sus moradas juntas en una parte pro-
nificada. El autor saca rápidamente la consecuencia moral, gol- porcionada a su número del Cielo Empíreo como lo sienten co-
peando el hierro en caliente para obtener resultados prácticos en únmente los santos padres, y teólogos» 2 ''.
bien de las almas: debemos poner todo nuestro amor y nuestro Por lo visto, al autor le producía cierta angustia ver a los san-
esfuerzo en aquella patria, para lograr alcanzarla y no quedar en fos aislados en sus feudos, separados por distancias enormes. A
exilio perpetuo, y no aferramos al pecado, que nace de una ex- pesar de la agilidad de los cuerpos gloriosos, el trato se hacía
cesiva estimación de las cosas terrenales, revelando una singular «ojoso. Y la conversación, uno de los principales placeres del
ceguera, pues, comparada con la morada futura y definitiva, es- •spañol del siglo XVII, que pasaba prácticamente su vida en la
te mundo no es más que una «vilísima y estrechísima venta» en :alle, no puede faltar entre los gozos de los inmortales. Además,
la que nos alojamos como viajeros de paso, y aún sus más gran- |i el Cielo es la Corte de Dios, lo lógico, para nuestro jesuíta,
:s que se parezca, al menos remotamente, a las cortes terrenales,
des reinos son apenas puntos diminutos perdidos en el Universi •
Prosigue el tratadista: «Pasemos ya a considerar la riqueza, >' h concreto a la de Madrid. Y una corte requiere cierto ambien-
hermosura de aquel Empíreo grande sobre toda grandeza, de aquel 28
Reino de los Cielos, Ciudad de Dios, Casa del Padre Celestial. Op. cit., pp. 445-446.
Op. cit., p. 450.
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te abigarrado y multitudinario, una animación de la que carece . digno de su rango. El lujo era un Égno de la posición del in-
ese sereno cuadro de los santos reposando pacíficamente en sus ividuo en la escala social, y no desplegar el boato correspon-
posesiones, que responde más al modelo de retiro campesino que iientc a la clase a la que pertenece equivalía a excluirse de ella,
en la España del XVII se consideraba como un destierro. istas categorías terrenas, que sirven de cobertura simbólica a la
Para que el parecido entre la corte celestial y la terrena sea más sociedad jerarquizada, no son juzgadas como algo frivolo, per-
grande, se nos advierte que «estos lugares propios, estancias o snecicnte a las deleznables vanidades terrenas, sino que son tras-
moradas, que han de tener todos los bienaventurados ángeles y adadas al Reino de los Cielos, dando así una perduración etcr-
hombres, serán otros tantos palacios fabricados de la materia in- a, en el deseo y el reflejo, al orden social existente. La utopía
corruptible y preciosísima del Ciclo Empíreo, riquísimos, her- ie la eternidad feliz no es aquí crítica, disolvente y revolucióna-
mosísimos y transparentes, y cada cual en su grandeza, riqueza, la, sino que idealiza la estructura social, coopera en su cohesión
y hermosura proporcionado a los méritos del que habitare en • aparece como una voluntad extremadamente conservadora: de
él. Porque aunque allí estos palacios no serán necesarios para de- lecho, imagina que tal estructura ha de conservarse por toda la
fender a sus moradores de las inclemenciass del tiempo, serán eternidad.
convenientes para premio de sus méritos, y también para honra, De modo que la capital del Empíreo tendrá un aspecto bas-
y decencia suya. Puesto que, como después diremos, todos han ante similar a la Jerusalén apocalíptica, pero será muchísimo ma-
de ser reyes»30. yor, advierte el tratadista, pues en la visión de San Juan se muestra
Las señoriales mansiones, que convertirán el ciclo en una ma- ana ciudad diseñada para un número bastante más exiguo de ha-
ravilla urbanística, estarán hechas de la misma materia que el cielo, bitantes. Por ejemplo, se suponía que iban a salvarse 144.000 horn-
pero esta uniformidad se compensará por la diversidad de sus ees, mientras que nuestro jesuíta supone que lo harán cien mil
tamaños y órdenes arquitectónicos. Insiste el autor en que allí ilíones. El autor piensa que la Corte celestial será una ciudad
no son necesarias las casas para defendernos del clima o aliviar- aadrada con un perímetro de 254.000 leguas (aproximadamente
nos del cansancio, porque nunca nos cansaremos, al no haber 1.397.000 kms.). Hace este cálculo suponiendo un espacio para
nada corruptible en nuestros cuerpos gloriosos ni nada que pueda calles y plazas asignando a cada habitante, ángel u hombre, una
producir dolor o molestia, y la temperatura será ideal. Así, el márcela cuadrada de 80 pasos geométricos de lado (unos 111 me-
palacio se despoja definitivamente de su función secundaria, la ros y medio) donde estará su palacio y «algún modo de jardín,
de vivienda, para identificarse plenamente con su función prin- vividario celeste, que sirva para mayor hermosura, y recrea-
cipal: la de representación. Allí el palacio es superfluo y, justamente ción». El tamaño de los palacios y de estos pequeños parques
por ello, ostentación pura, destinado a mostrarse y a mostrar, privados podrá oscilar levemente, según la importancia del que
a través de su forma y su decoración, a su dueño. La casa como aya de habitarlos, aunque siempre serán espaciosos y magnífi-
expresión del carácter y el linaje de su habitante, una mansión- cos. Las casas también serán diferentes por su forma, su estilo
símbolo, como si toda ella fuera blasón, pues ha de ser propor- decoración y su altura, que, dentro de unas proporciones ar-
cionada a las virtudes y méritos de aquél a quien le ha sido dada. loniosas, podrá ser mucho mayor que en las mansiones terrc-
Y la lujosa y magnífica morada, si bien no es necesaria por lales. «Porque como quiera que aquellos palacios han de ser de
razones físicas, es, como recuerda el autor, conveniente para el latería de Cielo sólida, cual conviene para su estabilidad y fir-
decoro. Si los santos han de tener categoría de reyes, sirviendo leza, fundados sobre aquel suelo sólido de la región media del
en la Corte del Emperador Supremo, deben llevar un tren de vi- empíreo, por mucho que se levanten en alto, aunque sean le-
guas, ni habrá peligro de que se incline el edificio y se caiga porque
Op. cit., p. 453. su materia no gravita; ni de que flaquee o se desmorone con el

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(1 H O t, K A F I A H E L A K 1 E I! N I I) A [)
I I C I E L O

tiempo, porque es incorruptible; ni sus habitadores se ca L aue a diferencias formales, a la mayor excelencia de la ma-
o emperezarán, de subir a lo más alto, o para eso necesitar' T*Tl 1
- riue es incorruptible, y a la bondad de sus habitantes, que
caleras, por su agilidad y ligereza» 31 . v' Ia» " . j __ i _ • i
¡un va incapaces de todo mal.
Así que los santos, de acuerdo con su rango, vivirán en cd'T «Fn aquel bello recinto vivirán juntos todos los bienaventurá-
cios de diferentes tamaños, y, como la materia de estas casa- is haciendo «una vida sociable, conversable y amigable», tra-
estará sujeta a las leyes naturales, podrán alcanzar alturas d » * Üaidose con la familiaridad hija de un largo conocimiento y una
mesuradas. Los mayores rascacielos que el hombre ha construid" Jmunidad de intereses. Sus relaciones serán como las de los ne-
a lo largo de su historia no son nada comparados con estos cd jes terrenos, aunque su amistad será más firme y su simpatía
ficios que, según el autor, tendrán leguas de altura (y cada legua más sincera al no estar envenenado su trato por la ambición ni
son más de cinco kilómetros). La elevación de los edificios Ince
que, en comparación, los jardines resulten diminutos, pero todo
resultará armonioso y proporcionado, asegura el autor, como he-
cho por el mayor Arquitecto y elaborado con materia preciosa
« rencillas por cuestión de rango.
Pero, aunque los santos, de ordinario, vivan en la capital, no
ir ello quedará sin utilidad el resto de la amplísima esfera ce-
te, «porque, como acá al rededor de una gran Corte suele ha-
y transparente, como una gema. Ante los ojos de la imaginación a corta distancia casas de recreación con sus jardines y huer-
los edificios surgen entre las flores y se elevan hasta perderse de amenos, a donde los cortesanos salen a recrearse para vol-
vista, como interminables agujas de cristal que resplandecen como rse luego a la Corte y a mayor distancia hay muchos campos
el oro. ipoblados, pero llenos de variedad de cosas vistosas por los
Toda la ciudad será, pues, de esta riquísima materia translúci- ales suelen también a veces espaciarse, así, es verosímil que al
da, «Pero como matizada, pintada, y hermoseada con finísimos lededor de aquella Corte Celestial, a alguna distancia (que para
y diversos colores, que la harán más vistosa. Tendrá sus calles los bienaventurados por su admirable ligereza cualquiera será cor-
y plazas, como la que vio S. Juan para que los bienaventurados ta), habrá lugares particulares de recreación, y en el resto de los
puedan andar por ella sin penetrarse con sus edificios. Y es ve- campos espaciosísimos de aquel Cielo muchas y varias cosas dig-
rosímil, que correrán también por ella ríos de aguas o elementa- nas de verse; y que los cortesanos celestiales, cuando gustaren,
res, como las nuestras, aunque más purificadas y cristalinas, o irán a unas partes y a otras con su velocísimo movimiento a re-
semejantes a ellas, pero más preciosas, como hechas de la mate- arse y espaciarse, para volverse luego a su Corte y a sus mo-
ria de aquel Cielo. Los cuales ríos estarán también adornados con las fijas»".
la amenidad de varios árboles semejantes a los de acá en la for- No faltará, pues, en el Empíreo la dulzura de los recreos al
ma, pero no en la materia, porque aquella corno cosa de aquel 'e libre, los paseos por el campo, las fiestas y romerías; y hasta
Cielo será incorruptible y preciosísima» 52 . istirá el placer de unas cortas vacaciones en el campo, disfru-
Aquel Madrid celeste, siempre próspero y feliz, tendrá, por tan- ido del silencio y la soledad, gozando de la hermosura de la
to, su Manzanares con riberas sombreadas por árboles peren- turaleza para luego sumergirse de nuevo en el bullicio ciuda-
nes. Pese a la rareza de los rascacielos transparentes, que se graba •O. Así, mediante la variación se aleja el fantasma del hastío,
en nuestra mente con la fijeza de un sueño, la estructura de la conserva, como tipo de vida ideal, la del cortesano madrile-
capital del Reino de Dios no difiere gran cosa de la Corte espa- ño, con sus breves temporadas en sus posesiones de provincia,
ñola, y las mejoras que advertimos en la ciudad eterna se deben. la del propio Rey, alternando su alcázar con ocasionales estañ-
en el Retiro y los Sitios.
31 Op. dt., p. 459.
K On. cit., pp. 460-461. CU., pp. 463-464.
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Además de estas actividades, los santos podrán distraerse ejer- ue las rosas, más transparentes y finas que esmeraldas, tálamos
ciendo de astronautas aficionados, pues subirán, si así lo desean, sitiales ricos, en donde descansaban vario número de gente de
«por toda su crasicie líquida hasta llegar a la superficie cóncav,. los que había conocido en esta vida; éstas, le dijeron, son las man-
que es como el techo bovcdado de dicha región. Porque por to- siones eternas, que el Señor nos tiene prevenidas. Vio luego bien
das partes de ella habrá muchas cosas dignas de verse desde cer- plantada en inmenso sitio la Ciudad grande Eterna. Eran sus mu-
ca. Y todo a su agilidad le será muy fácil. Especialmente siendo, rallas de tersa sillería cortada de diamantes, rubíes, y piropos;
como es también verosímil, que aquella bóveda celeste esté ador- eran las puertas de oro de quilates claveteadas de preciosas mar-
nada de otros varios cuerpos vistosísimos a manera de estrellas garitas, las calles, empedradas de amatistas, berilos y otra varia
o de soles, como la bóveda de este mundo inferior, cual es el fir- y preciosa pedrería; discurrían sus ciudadanos en edad floreciente
mamento, está adornada de sus estrellas. Porque si para cubierta alegres placenteros. Cubrían las mesas regaladísimas viandas, muy
de la vil y caediza choza de este desierto puso Dios un pabellón diferentes que las de acá. Pero al quererse asentar a la mesa, le
tan hermoso, cual vemos en una noche clara el cielo estrellado mandaron volver a su convento, a que esperara la muerte, que
¿cuál será la cubierta que le habrá puesto a aquella preciosísima era la que le había de abrir la puerta, que hasta entonces sólo
y permanente y eterna Patria?» 14 . n la Fe se le permitía pasear aquellas moradas celestiales, en
Como este mundo, también aquél tendrá sus estrellas, si bien onde cada sentido tendrá su particular deleite»15.
mucho más hermosas. Además, los santos no sólo se limitarán En efecto, aunque los ojos de la fe nos permitan columbrar
a contemplar tranquilamente sus resplandores desde el suelo, si- Igo de lo que nos espera tras la muerte, esa contemplación, al
no que podrán pasearse entre los astros y visitarlos cuantas ve- no dejarnos probar siquiera los placeres que presenta a nuestra
ces quieran, sin que esto les exija ningún esfuerzo ni les fatigue consideración, no hace sino encender el deseo por alcanzar aquella
lo más mínimo. Por último, el autor encarece la luminosidad del aravillosa morada. La muerte clausura esta vida, pero se pre-
Empíreo, alumbrado por soles tan esplendorosos, y en particu- senta como algo apetecible, pues es ella la que, con el mismo gesto
lar de su capital, con sus edificios brillantes y su suelo como es- con que cierra las puertas de este mundo para nuestro cuerpo,
pejo, sus diáfanos muros y los cuerpos de sus habitantes, que ful- abre las de la ciudad eterna para nuestra alma, si hemos sabido
girán como relámpagos. Y con esta visión de luz inagotable, in- merecer tal destino mediante una vida virtuosa y una fidelidad
terminablemente reflejada, para la que cada transparencia es un los preceptos que la fe nos enseña.
eco, cada superficie un acento, da por terminada el autor su des- Sin embargo, toda nuestra capacidad de imaginar, toda nues-
cripción del Reino de los Cielos. adhesión a las promesas divinas, no bastan para una descrip-
Otro de los autores que describen con detalle el aspecto de ón exacta de las inefables bellezas del Empíreo. Incluso las re-
las moradas de los elegidos es Manuel Ortigas, jesuita también. velaciones de aquellos santos que han podido contemplarlo en
Comienza su descripción diciendo que, mientras estemos en la una visión son sólo «un tosco dibujo», un esquema cuya finali-
tierra, sólo podemos contemplar el Empíreo con los ojos de l.i dad no es sino «encender el alma a su conquista». El autor nos
fe, pero que con ellos alcanzamos una visión más nítida que con recomienda que tomemos sus propias palabras como torpes se-
los corporales. ñales, que, más que pintar la ciudad celeste, pretenden encami-
Sin embargo, lo primero que nos cuenta es una visión del santo narnos en su dirección. Para insistir en esta idea recurre de nue-
anacoreta Cosme: «vio en dilatada estación floreciente de jardi- vo a un ejemplo: «Sucédales a los que miraren y leyeren atentos
nes y alamedas, bajo pabellones de olivos y de yedras, más blandas
3:1 M A N U E L ORTKÍAS, (borona eterna. Implica la gloria accidental y general del
Op. cit., p. 465. K de íilniii y cuerpo, Zaragoza, 1650, pp. 12-13.

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( I I- O (, R A l ; 1 A I) K I A H T H U N I D A 1)
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el dibujo que emprendemos, aunque tosco, lo que al Rey Filipo que no habían de estar los Santos en el cielo como las ovejas en
de Macedonia con Demades Tebano. Mandóle le hiciera una plan- las campañas y despoblados en los dilatados espacios del Empí-
ta de la ciudad de Tebas. Tomó un carbón, grosero lápiz, y en reo, tan grandes que aseguran muchos teólogos que si Dios criara
el campo breve de una hoja de papel, le delineó sus murallas, tantos mundos como granos de arena hay en los mares y los ríos,
torres, palacios, alcázares y edificios, aunque apriesa; de tal suerte, aún no llenarían los espacios de su población gloriosa; otros le
que haciendo concepto de la gran ciudad, Filipo dijo: Yo la he señalan un número increíble de leguas a su sitio; otros lo con-
de conquistar con el acero de mis armas o con el oro de mis ren- fiesan imperceptible e innumerable a las plumas y guarismos» 17 .
tas. Digamos con el corazón cuando vamos leyendo, aunque tan El autor nos promete placeres ilimitados en el espacio y en el
groseros sus diseños: O con el hierro o con el oro he de con- tiempo, afirma que, en el Empíreo, gozaremos de las delicias del
quistar la Ciudad Eterna, despreciando el uno, y no temiendo campo y de las diversiones de la ciudad. Comparando su ima-
el otro. No es sino menos que pintado, cuanto aquí decirse pue- gen del Cielo con la de su compañero de orden Sebastián Iz-
de, pero es bastante, si bien se considera a encendernos en su con- quierdo, del que nos ocupamos anteriormente, vemos que Orti-
quista» 3h . gas no concibe, como el otro, el paraíso como un reino con su
Las descripciones del cielo, dice el autor, son aún menos que capital bien diferenciada y sus campos, que la rodean, sino que
pinturas. Tanta distancia como va del retrato al modelo vivo, se nos da la impresión de una plenitud sin vacíos. Todo es unifor-
establece entre un retrato y el rápido bosquejo de algunas líneas. memente fértil, todo está poblado por igual.
Pero aun así —tan grandes son las bellezas del original— encan- Coincide con el autor antes citado en la existencia de palacios,
dila nuestros deseos y nos incita a su posesión. cuya misión es puramente ornamental y cuya razón de ser no
Comienza el padre Ortigas su disertación basándose en los es la necesidad sino el decoro, pero se muestra mucho más con-
nombres del cielo y en las autoridades de los Padres de la Igle- servador en cuanto a su arquitectura. Si bien da a entender que
sia, para, encadenando estos testimonios, darnos una idea del as- serán más bellos que los de la tierra, no nos deslumhra con atre-
pecto general del Cielo. Dice así: «Varios nombres tiene en las í vidas fantasías. Incluso parece preocuparse más por evitar nues-
divinas letras esta dichosa habitación que esperamos en el cielo: tra nostalgia que por provocar nuestro asombro, pues un poco
Paraíso la llamó el Apóstol en su divino rapto, por sus amenísi- más adelante nos comunica que si tal vez los Santos «quisieren
mas delicias; llámase frecuentemente Reino, porque no pensáse- |ver cuanto de esto tuvo en coliseos, pirámides, templos, y alcá-
mos eran limitados sus gozos y su sitio, como el del Paraíso te- zares Egipto, Italia, Grecia o Palestina», este capricho, hijo mes-
rrenal, sino que se extendía a los deleites de jardines y ciudades tizo de la curiosidad y la añoranza, será sin duda satisfecho en
y porque nadie imaginara ahí en el Cielo, como en los reinos la contemplación de las casas celestiales. Los edificios no serán,
de por acá, desvíos, soledades, desiertos, o despoblados, se lla- por tanto, según Ortigas, retos a nuestra imaginación, sino una
ma también Ciudad Eterna, porque, como notó nuestro Eusc- especie de antología de la historia de la arquitectura mundial, mez-
bio, todo el Cielo está poblado cíe alcázares, palacios, mansio- clada con algunas innovaciones originales para satisfacer el an-
nes, o hermosos pabellones de campaña eternos, como los lla- sia de los bienaventurados vanguardistas.
mó Cristo Señor nuestro. No serán menester fábricas ni edifi- Por último, termina su disertación ponderando el tamaño del
cios, dice San Agustín, para la seguridad, ni inclemencias de los Reino eterno, pero, aunque pone algunos ejemplos, no aporta,
tiempos, como acá, pero sí los habrá para el ornato y majestad, como hacía su compañero de orden, datos concretos, prefirien-
añade S. Anselmo. Que claro se está (dice aquí el P. Drexelio) do dejar su inmensidad en una cierta indeterminación.

Op. dt., pp. 321-322.


Op. dt., p. 19.

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c F. o G R A M A n K L A F T K u N i n A n K I C I F I. O

No olvida que lo que le ha movido a escribir esas páginas 4. LOS HABITANTES DEL CI EL O
no es sino la tarea de aumentar los posibles ciudadanos del Pa-
raíso, haciendo que sus lectores lo deseen y se esfuercen por lo- Este reino imaginado, que nos ha deslumhrado con la enor-
grarlo. Por eso finaliza con una invocación: «Oh Señor, cuan gran- midad de sus proporciones, que nos ha encantado con su refina-
de es vuestra Casa, podemos exclamar con Bruc. Sus puertas (es- da decoración, que ostenta su belleza incomparable para tentar
cribió Tobías) son de zafiros y esmeraldas; la sillería de sus mu- nuestra esperanza y que ha de durar eternamente, es un lugar
fallas, de rica pedrería, el pavimento de sus calles, plazas y pala- muy exclusivo, donde sólo han de penetrar aquellos que puedan
cios de oro de quilates (añadió San Juan), más diáfano y considerarse dignos de tanta excelencia. Está reservado el dere-
transparente que el vidrio cristalino, sus majestuosas puertas son cho de admisión, y, antes de entrar en los alcázares eternos, el
cortadas como en canteras de preciosas perlas cada una. Pero ver- futuro ciudadano debe acreditar su linaje de criatura perfecta. Las
daderamente poco era el oro y los diamantes de por acá para su limitaciones, los defectos, las más pequeñas taras deben ser eli-
ornato, muy diferente es aquello de esto; por eso lo llaman oro, minadas. Para entrar en el cielo es preciso nacer de nuevo, per-
pero transparente como el cristal que no se ve en el de aquí. Las fecto en cuerpo y alma. La muerte del santo es así como un par-
puertas, y murallas, de perlas y zafiros pero éstas tan grandes que, to que iniciará para él la vida perdurable, pero aun después dé-
como si serrara un monte de un diamante o perla, se saquen de la dura prueba de la muerte, el alma se acrisola en el fuego del
una pieza las almenas y portales; para que acabemos de enten- purgatorio, perdiendo allí hasta la más leve huella de una impu-
der, dice Sta. Teresa, que aventaja su riqueza y hermosura a toda reza. Los bienaventurados poseen una perfección siempre recién
la de acá, como el oro al lodo, los diamantes y perlas a las pie- inaugurada: no hay en ellos cicatrices, ni arrugas, ni costumbres.
dras, el Sol a una vela, las estrellas a las pavesas, el cielo al suelo, Son como un cristal purísimo, intachable transparencia para re-
el sumo Hacedor a los oficiales de la tierra. ¡Oh patria querida, flejar la imagen de Dios. Como un espejo, no dicen nada de sí
oh Ciudad santa, tú serás mi cuidado! Pendientes quedarán de mismos, a no ser lo pulido de su resplandeciente superficie: son
tus almenas celestiales, las aljabas y saetas de mis suspiros y es- pura superficie destinada al reflejo, eco de Dios por siempre, gi-
peranzas!». rando en torno suyo, cortesanos brillantes, dóciles, lisonjeros.
Pese a lo manido de los testimonios y lo torpe del estilo lite- Los autores barrocos nos pintaron el Cielo como un lugar de
rario, esta mezcla de confusa erudición y verdadero fervor no ensueño; una Corte cuajada de delicias siempre nuevas, una Ciu-
carece de atractivo, y su auténtica piedad parece revestir de no- dad ideal donde pudiéramos ser plenamente felices. El único lu-
vedad los antiguos textos. El propósito edificante se cumple, más Sgar digno de ser palacio del Altísimo, y el único también en que
que por lo que dice, por el entusiasmo que lo anima. El deseo podrá desarrollarse del todo la multiplicidad de nuestro ser, donde
despertado en el lector resulta así como un reflejo del que siente la humanidad alcanzará una plenitud que no podemos sospechar,
el autor, y para rematar su tarea y alentar y sostener al que, tras ionde nuestra capacidad de gozo se verá no sólo colmada, sino
sus palabras, haya decidido emprender la senda de la salvación, lesbordada. Tal plenitud parece casi peligrosa, como si nos tu-
añade a continuación un capítulo que titula: «Es angosto, pero • viera en riesgo de estallar, de disolvernos en una explosión de
fácil y suave, el camino del Cielo». pura felicidad, si no se nos prometiese a un tiempo la conserva-
ción eterna de nuestra individualidad.
El cielo, en efecto, es un lugar diseñado especialmente para ha-
cer posible la felicidad eterna. Ahora, bien, la felicidad, si bien
depende en gran parte de factores colectivos, es ante todo un asun-
to individual, privadísimo, pues nace, flor última, del centro de
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c; E o <; u A F- i A n F i. A E i H U N I D A n

nuestra raíz. Sin embargo, los autores, por diferentes que sean La descripción de los bienaventurados que surgirá de este ca-
entre sí, ofrecen un modelo de ciclo bastante unitario. Es de su- pítulo será, pues, el retrato ideal de un hombre perfecto para el
poner, pues, que sus habitantes, si se entiende que han de ser di- español del siglo XVII. El hecho de que los mismos que lo ima-
chosos en él, pierdan parte de su individualidad, se conviertan de ginan y los mismos que lo leen puedan ser un día encarnaciones
algún modo en arquetipos, se ahilen en una abstracción que los de ese ideal, y serlo para siempre, hacía su felicidad más cercana
convierta en cortesanos convincentes de aquella universal metrópoli. accesible, y así aquella dicha eterna no despertaba la adoración
Por otra parte, si el lugar y sus moradores han de adecuarse i envenenaba con la envidia, sino que fortalecía la esperanza y
uno al otro y el Empíreo, como ya vimos, tenía un marcado pa- ¡ostenía la perseverancia del que emprendía el camino de la sal-
recido con el Madrid del seiscientos, sus ciudadanos, presumi- vación.
blemente, responderán al ideal del perfecto cortesano del barro- En el Empíreo hay varias clases de habitantes. Su personaje^
co español, y serán retratos favorecidos de los madrileños de la principal, el centro hacia el que gravitan todos los demás, es el
época: reflejarán lo que éstos querían ser. El cielo es así el lugar Rey supremo de aquella corte, Dios, desplegado en tres perso-
en el que uno es eternamente aquello que en vida se ha esforza- nas con funciones bien diferenciadas. El segundo lugar corres-
do en parecer. ponde a la Reina, María, que, en paralelo con la trinidad divina,
Al describir el premio de los bienaventurados y el lugar en esume en sí el triple aspecto de Virgen, Madre y Esposa. Des-
el que han de disfrutarlo, la imaginación se hace aliada del de- pués vienen los ángeles y los santos, que teóricamente tendrán
seo, pero ni una ni otro son libres. Se trata de describir algo que el mismo rango, pues los santos se integrarán en los coros angé-
pueda ser deseado tan profundamente, que la sola suposición de licos, pero que se diferencian entre sí como la antigua nobleza
su existencia, aunque sea lejos de nosotros, aunque no lo con- de linaje y la nueva, que ha adquirido su posición por méritos
templemos nunca, baste para iluminar nuestra vida y dar senti- propios y no por nacimiento. Analizaremos cada uno de estos
do a nuestro esfuerzo. Será algo, además, que resulte igualmente ¡tratos de la sociedad celestial por separado.
apetecible para todos los hombres, pues todos están, en princi- Nos ocuparemos primero de las descripciones físicas del Rey
pio, llamados a formar parte de los Elegidos. Así que, quien tra- oipremo. No abundan, ciertamente, pese a que la segunda per-
ta de pintar las bellezas del cielo, se despoja en lo posible de sus sona de la Trinidad, el Hijo, posee un cuerpo humano que esta-
obsesiones particulares y de sus ambiciones privadas, y trata de ba fijado iconográficamente casi sin variaciones desde los pri-
interpretar la imaginación colectiva para convertir así su descrip- neros siglos del cristianismo, y ese tipo icónico estaba apoyado
ción en objeto universal del deseo. Esta universalidad esquema- tbundantemcnte por un número muy considerable de aparicio-
tiza necesariamente, convierte a los seres vivientes en arqueti- k~s y revelaciones a los santos durante su vida terrena. Pienso
pos, a los lugares en tópicos, pero tiene la ventaja, para el histo- le la escasez de descripciones puede deberse precisamente al
riador, de reflejar con bastante exactitud los ideales del tiempo hecho de que se trata de una figura ya muy conocida por los fie-
y el lugar en que tales descripciones fueron ideadas; no sólo son «s, pero también al escrupuloso cuidado por mantener la orto-
descripciones del ciclo, son utopías que nos hablan de lo que po- doxia. En efecto, si se describe a Dios sólo como Cristo, las otras
dríamos llamar el super-ego de una sociedad: la imagen que una dos personas divinas ocupan un segundo plano, hasta casi desa-
colectividad quiere dar de sí misma. Lo que se atreve a desear parecer de la imaginación, y así parecería que Dios es uno y so-
es también, así, lo que osa proponerse a sí misma como fin- L'1 «ttnente uno, y se identifica totalmente con Jesús, olvidando el
medida del deseo es también la medida de la grandeza moral de "Qgma trinitario. Ahora bien, si se quiere describir a las tres per-
ese pueblo en aquel momento, de su energía, de la profundidad Sn""", aparte de lo chocante de la representación del Espíritu,
de su espíritu. hecho de que se contradice el Credo, según el cual sólo
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el Hijo se hizo hombre, el hecho de que cada persona se presen- ción, o lo sostiene en sus brazos tiernamente y juega, alegre, con
te con un aspecto diferente sugiere a la imaginación la idea de él. Pero es también la bella mujer atormentada que sigue la pa-
tres seres totalmente distintos, lo que atenta contra el dogma de sión de su hijo con dolor y esperanza, y la desgarrada figura en-
la unidad de Dios. Una divinidad a la vez una y trina es un enorme vuelta en ropas de luto que sostiene en su regazo, como un ara,
problema si uno quiere describir su aspecto. La pintura había sol- el cuerpo despedazado de su hijo divino. Y de pronto, otra vez
ventado la cuestión con bastante soltura, y la triplicidad divina se reviste de símbolos y estrellas, se alza sobre las nubes pisando
se resolvía en un diálogo lleno de profundo amor y elevada dig- alas de ángeles, o se sienta en el centro de los cielos para ser co-
nidad, en una escena familiar de contenida intimidad y trágic.i ronada Emperatriz eterna. Admite infinitas representaciones, y,
grandeza. Pero es que un cuadro que representase ese tema se por tanto, se adapta a todos los temperamentos religiosos, y en
encuadraba dentro del género religioso alegórico: no pretendía su devoción pueden hallar consuelo todos, porque cada uno en-
describir nada, sino expresar de forma sensible un misterio. Son. contrará en Ella lo que ande buscando, lo que colme su anhelo.
además, escenas dramáticas, donde, más que el aspecto de las per- No es de extrañar, pues, que sea la protagonista del mayor nú-
sonas, importa lo que pasa entre ellas, su relación. En cambio, al mero de las descripciones de los ciudadanos celestes, y que estas
describir la vida celeste se trata de pintar algo real, de hecho, se- descripciones difieran entre sí. Por ejemplo, para la monja Juana
gún los autores, lo más real que existe, y allí, ante los ojos de de San Antonio, María es una reina muy terrenal, que marca la
los Bienaventurados, Dios se mostrará en su plenitud, y ellos co- moda de la corte con sus elegantes vestidos y se rodea de una
nocerán la verdad suprema, sin símbolos ni velos. Ahora bien camarilla de damas bellas y alegres: «Tiene la gran Emperatriz
esta verdad está vedada a los ojos mortales, y en la tierra sólo soberana aquel vestido entero; saya grande de blanco y encar-
podemos adivinar tal belleza por indicios, signos y señales. De nado, todo de piedras preciosas, como tengo dicho; y las santas
aquí que las descripciones de la divinidad sean tan escasas y re- vírgenes con ella, todas de la misma librea, la cosa más hermosa
vistan, en la mayoría de los casos, una forma emblemática. que ojos humanos han visto; una gentileza de cuerpos, una bi-
En cambio, hay muchas descripciones de la primera dama de zarría de talles. ¡Qué cabezas tan aderezadas, qué tocados y rosas
la compañía: la Reina madre. Criatura sublime, intachable, ex- I enlazadas de perlas y piedras preciosas, y aquella belleza de co-
celsa, pero que fue mujer, criatura humana y mortal. Esto le ha- ronas imperiales en ellas! ¡Qué ojos, frentes y bocas! ¡Que ma-
ce más accesible, le da una imagen más tierna y comprensiva, ínos tan blancas y qué manillas y sortijas!» 3 ". Con balbucicntjx'
y, además, no plantea problemas iconográficos de gran enver- admiración, la monja contempla este desfile donde no sabe qué
gadura, pues, fundamentalmente, basta con representarla como ponderar mas, si la hermosura de los talles o lo refinado de los
una mujer hermosa de mirada limpia y actitudes modestas. Co- atuendos.
mo Reina celestial, su figura se engrandece, y su serena digni- Si aquí la figura se desvanece en sus vestidos, en las palabras
dad puede resultar impresionante, casi terrible, pero siempre dulce. de otra monja, la de Agreda, María se nos hurta bajo un manto
como madre, dispuesta a perdonar. Señora de cielos y tierra, es- de símbolos, se hace ciudad coronada de torres, y esparce su cuer-
trella de los mares, los astros le sirven de corona y la luna es su po en mística geografía: «Habló el Ángel.al Evangelista y díjole:
escabel. Madre siempre virgen, doncella fecunda, soberana po- Ven, y te mostraré la esposa, mujer del Cordero, etc. Aquí de-
derosa, es también la niña de ojos candidos que se distrac un mo- , clara que la Ciudad Santa dejerusalén que le mostró es la mujer
mento de la labor, absorta en pensamientos devotos, o la cálid-1
adolescente ante cuya esplendorosa sencillez cae de hinojos el án- 38 JUANA DH SAN ANTONIO, Citado en Manuel SERRANO Y SANZ, Apun-
gel que le anuncia la fertilidad de su vientre, o la joven madre tes para una biblioteca de escritoras españolas desde el año 1401 al /W.J, 15. A.E., Ma-
que contempla al bebé salido de su seno con amorosa venen fdrid, 1975, 4 vol. I I I , p. 225.

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esposa del Cordero, entendiendo debajo de esta metáfora (como explica porque, como Madre de Dios, fue el lugar donde El re-
ya he dicho) a María Santísima, a quien miraba San Juan madre, sidió, y, por tanto, la verdadera Corte.
o mujer y esposa del Cordero, que es Cristo; porque entrambos Además, puesto que es Inmaculada y nunca perdió la gracia,
oficios tuvo y ejercitó la Reina divinamente. Fue esposa de la Di- es permanente morada de Dios, que habita en el corazón del hom-
vinidad única y singular por la particular fe, y amor con que se •bre cuando el pecado no se lo hace insoportable.
hizo y acabó este desposorio: y fue mujer, y Madre del mismo Tan resplandeciente figura en el triunfo de su totalidad pro-
Señor humanado, dándole su misma sustancia, y carne mortal, voca la franca admiración de cuantos se ocupan de ella. Algu-
y criándolo y sustentándolo en la forma de hombre que le había , nos encuentran demasiado pobre la prosa para describirla, co-
dado. Para ver y entender tan soberanos misterios fue levantado mo el autor de esta décima:
en espíritu el Evangelista a un alto monte de santidad y luz; por-
que, sin salir de sí mismo y levantarse sobre la humana flaqueza «Quién es ésta, que camina
no los pudiera entender, como por esta causa no los entende- como la mañana hermosa,
mos las criaturas imperfectas, terrenas y abatidas. Y levantado, con tanta gracia gloriosa,
dice: Mostróme la Ciudad Santa de Jerusalén, que descendía del que más parece Divina?
Ciclo, como fabricada y formada, no en la tierra, donde era co- Quién eres, Flor sin espina,
mo peregrina y extraña, sino en el Cielo, donde no se pudo fa- Luna en toda plenitud.
Médico, Amparo, y salud,
bricar con materiales de tierra pura y común porque si de ella que siendo tierna doncella,
se tomó la naturaleza, pero fue levantándola al Cielo, para fabri- eres la gracia más bella
car esta Ciudad mística al modo celestial, y angélico, y aun di- que ha criado la virtud?» 4 ".
vino y semejante a la Divinidad.
Y por eso añade que tenía la claridad de Dios: porque el alma
de María Santísima tuvo una participación de la Divinidad, y La interrogación retórica acentúa el asombro, y en la ponde-
de sus atributos, y perfecciones, que si fuera posible verla en su : ración se alterna lo delicado con lo grandioso, componiendo una
mismo ser pareciera iluminada con la claridad eterna del mismo emocionada visión que la piedad que traspasa cada línea anima
Dios» 39 . ' dinamiza.
Aquí la Reina Virgen aparece divinizada no tanto por lo que Así, con retazos y líneas sueltas logra el autor bosquejar un
se dice de ella, con ser importante, pues se afirma que fue creada etrato de aquella gracia que enajena, de aquel encanto que rin-
con la materia más pura y más semejante a lo divino, como por |e, de aquella nobleza que inspira respeto, de aquel donaire que
el modo en que se dice, pues se la describe mediante símbolos ;' enamora, de aquella majestad que sobrecoge, de aquella bondad
y perífrasis, confesando que su perfección es un misterio incom- jue seduce, de aquella belleza que^cicga, de aquella dulzura que
prensible para nuestros limitados caletres. Ese es el estilo que se iscina. El conjunto es tan atrayente que lleva tras de sí miradas,
utiliza ordinariamente para hablar acerca de Dios, y, por lo mis- anhelos y palabras. Deja sin aliento, supenso el ánimo, la admi-
mo, resulta inadecuado hacer uso de él para pintar una de sus ración atónita, sin saber qué ponderar allí donde todo es pcrfec-
criaturas, por excelsa que sea. 3. Su hermosura es tan increíble que por ello mismo resulta más
En cuanto a la identidad entre María y la Jerusalén celeste, si
FRANCISCO SANTOS, Alva sin crespusculo. Paráfrasis de lugares de sagradas,
' devotas plumas, ajustados a la inmunidad de la mas pura Aurora, que amaneció en
39 M A R Í A nnjHSÚs DI- ACRHDA, Mystica ciudad de Dios, milagro de su omm
''pecho del 1-temo Padre, para ser Madre del mejor Hijo Dios, Madrid, 1664, fol. 22.
potencia y abismo de la gracia, Madrid, 1670, 4 vols, vol. I, p. 155.

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real, pues supera el poder de la imaginación: ¿quién sería capaz aquí los Querubines
de inventar algo tan sublime? y sacros Serafines
Además, en el caso de Maríra se parte, para su glorificación, forman un Trono, donde van postrados,
del cuerpo más perfecto que tuvo criatura alguna, de la más de- absortos, y admirados
purada materia, que tuvo el privilegio de encerrar un Dios en de ver tan gran Señora (...)» 4 -
sus extrañas, y por ello recibe un aumento extra de belleza so-
brenatural: «Además de la dignidad que tienen en la Virgen es- La Virgen es ante todo reina, y se desplaza seguida de un gran
tas dotes gloriosas, superior a todas las de otra pura criatura, por cortejo que la sirve y acompaña, rendido ante su belleza. Un es-
razón de mayor gloria y merecimiento, otra calidad se les añade cuadrón de ángeles forma su escolta. A continuación se nos des-
de parte de la maternidad divina, que incomparablemente la di- cribe el aspecto de María tal y como se muestra ante los ojos
ferencia de todos los demás cuerpos gloriosos. Porque (como di- de los dichosos mortales que contemplan su aparición:
cen con gran fundamento algunos Doctores) tiene este cuerpo
glorioso de la Virgen algún resplandor singularísimo y admira- «No tan de antorchas llena
ble, u otra insignia superior de Majestad significativa de su dig- la orbicular celeste compostura
nidad Real y maternidad divina, y del principado y dominio, que (con proporción debida a su alto asiento
sobre todos los bienaventurados tiene» 41 . De este modo, la dig- en la noche serena)
nidad de su porte, la soberana belleza de su semblante, la perfec- se mostró, campeando su hermosura,
ción y nobleza de su talle y un no sé qué de majestuoso en sus en plazas del octavo firmamento,
ademanes nos harían reconocer a María como la Reina de los ni el voraz elemento
en su divina esfera
Ciclos aunque no supiéramos quién era. La superioridad de su mostró en matiz distinto,
naturaleza se expresará así en cada rasgo, se hará armonía y gar- Crisólito, Jacinto,
bo, gracia y hermosura. Rubí, Topacio, Jaspe y Cornerina,
Para terminar, unos versos del sacerdote mejicano Gabriel de tan rara, y peregrina
Ayrolo describiendo a María en una de sus apariciones. Prime- como la muestra agora
ro pinta los preparativos del viaje y el descenso a la tierra sobre del Sol de Cristo la divina Aurora» 4 1
un pedestal de ángeles:
Bella como una noche estrellada, resplandeciente y majestuo-
«Ya del Empíreo cielo sa como el sol, tierna y matizada como el alba, como ella conso-
la Reina deja el tálamo, y al punto ladora, y ostentando más brillo que las piedras preciosas, apare-
se apercibe de angélicas deidades
para bajar al suelo, ce la Reina del Cielo en la tierra, que una vez fue su hogar. Con
un escuadrón que le acompaña junto esta luminosa evocación terminamos la enumeración de sus des-
con todas las supremas majestades, cripciones.
Tronos y potestades, Veamos ahora cuál es el aspecto que ofrecerán los bienaven-
Virtudes, Principados,

42 GABRIEL DE AYROLO CALAR, Pensil de principes y varones ilustres, C.S.I.C..


41 JdSÉ DE JESÚS MARÍA, Historia de la l'irgen María Nuestra Senara. O' Madrid, 1945, p. 140.
lii declaración de algunas de sus Excellencías, Anihcrcs, 1652, p. 843. 41 Op. en., p. 142.

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F L C I E L (1
(i F. O (', R A F I A I) F. I. A F. I F. U N I D A D

en luces no volaremos a purificar a Isaías ¿pues por purificar a


turados, sean éstos ángeles u hombres. Aunque no habrá dife-
Isaías neguemos con alas a los ojos esas luces? Lleguemos a em-
rencias en su rango, sí las hay en su naturaleza, y por ello los
barazarnos el ver, por quedar libres para el volar. El ver es favor,
trataremos por separado. Comencemos por los ángeles.
el volar es servicio, y es tan generoso el ardimiento de su afi-
Lo primero que hay que destacar es que los ángeles son espí-
ción, que por aumentar servicios, se están impidiendo gozos».
ritus puros, o sea, que no tienen cuerpo. Sin embargo, pueden
Aquí el asombroso número de alas que ostentan los serafines
tomar forma visible, pero cuando lo hacen es con alguna finali-
no aparece como simple atributo físico, sino como enigma: su
dad concreta, sea hacer de su mostración visual un símbolo que
figura es en verdad enigmática, y se comprende tan sólo resol-
aumente nuestro conocimiento, o sea proporcionar placer a los
viéndose en enseñanza moral: como criaturas bondadosísimas
ojos de quienes los contemplan o, simplemente, y en el caso de
que son, ponen todo su poder al servicio de su Creador, y, si
apariciones a simples mortales, hacer notar su presencia (esto no
con unas alas vuelan rapidísimos a ejecutar sus mandatos, con
será necesario en el cielo, donde los bienaventurados gozarán de
otras cubren sus ojos, entre humildes y temerosos de quedar en-
visión intelectual además del sentido de la vista). Así que, cuan-
cadenados a la terrible hermosura de su Señor y que tal visión
do un ángel toma forma en el Empíreo, lo hace o para conver-
los deje petrificados y atónitos, incapaces de apartarse de allí para
tirse en emblema viviente, o para acrecentar con su hermosura
atender a sus deberes.
el goce de los santos.
Pedro de San José, cuando habla de las actividades de los án-
La mayor parte de los autores que tratan de estas criaturas su-
geles en el Empíreo, nos los muestra dedicados a la única tarea
tiles se fijan, sobre todo, en el aspecto alegórico de su envoltura
de cantar las glorias de la Reina celestial, en interminable sonso-
visual o de sus ademanes.
nete de Ave Marías. Dice así: «Cuan agradecidos se muestran
Así, por ejemplo, el prestigioso predicador Manuel de Náje-
los ángeles a María ofreciéndole incesables coronas de Ave Ma-
ra: «Ve Isaías a Dios en aquel trono majestuosamente grande. Asis-
rías; bien se descubre, pues en los Cielos, no parece tratan de
tíanle abrasados Serafines, que con dos alas se embarazaban los
otro, pues continuamente están repitiendo esta dulce salutación
ojos, con dos aprisionaban los pies, y cortaban ligeros con do-,
¡del Ave María. Hablando San Atanasio con María le dice: Bea-
el aire: Duabus velabant caput eius, et duabus velabant pedes eius, el
tam te praedicant omnium Angelomm, et terrestmm Hierarchiae, bene-
duabus volabant. ¿Hay acción más peregrina? Cuando está Dios
dicta tu in mulieríbus, et benedictus fructus ventris tai.
tan abundante de luces, que aun de las sobras arde en resplando-
«Y el Beato Alano dice que para ostentarse los ángeles agra-
res el templo, sin saber qué hacerse de tanto reflejo el aire, ¿se
decidos a María, por cuyo medio se han restaurado las pérdidas 1
hacen tan de parte de su desgracia los serafines, que ellos mis-
y reparado las ruinas de sus jerarquías, la están saludando siem- j
mos se están embarazando la dicha? ¿Tan envidiosos viven del
pre con la dulce salutación cjcl Ave María» 4 4 . ^/
bien ajeno, que porque otros no consigan el gozarlo gustan ellos
Aquí parece que se nos vienen a los ojos esos cuadros barro-
de perderlo? No es invidia, dice Teofilato, sino fineza. Esas alas
cos donde la Inmaculada aparece rodeada y seguida de una es-
no son embarazos de infelices, sino ejecutorias de fervorosos. Ven
pesa y dorada nebulosa de ángeles luminosos, susurrantcs*en sus
a Isaías manchado con culpas, y que es necesario aligerar para
tonos rubios y rosados, como surgiendo de un murmullo de re-
purificarlo de ellas los vuelos: et volabit ad me unus de Seraphim;
.zos musitados que se hubieran encarnado en esos.'cuerpos in-
et tetigit os meum, et dixit: Ecce tetigit hoc labia tua, et anferetur iniqw-
fantiles, transparentes y redondeados, tiernos como una oración.
tas tua, et peccatum tuum nnindabitur. Ven a Dios cuyas luces los
detienen gustosos, los entretienen suspensos, y llegan a ser tales
las ansias de volar, que ellos mismos se están estorbando el ver. PI-.DUO ni- SAN JOSF., Glotitis tic Mtiiia Siintissiniii cu sermones duplicados
pan todas sus fcstivitlatlcs, Alcalá, 1651, £. 547.
Si nos entregamos a estos gozos, dicen los Serafines, anegados
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H O (i R A F I A 1) F L A E T E R N I D A D F L C: I F L O

Pues a estos ángeles que repiten siempre el Ave María debemos tación y un ánimo inseguro, que, tal vez por no creerse a la altu-
imaginarlos muy jóvenes, pues sólo la gracia y la inocencia de ra del puesto que ocupa, disfraza su pequenez real entre las ga-
la infancia puede lograr que tanta reiteración se haga música y las. Pues éstas, si bien pueden a veces ser exigidas por el decoro,
juego, y no resulte exasperante y aun enojosa. representarán, en esos casos, la magnificencia del cargo, nunca
De todos modos, esta atención constante de las criaturas an- la nobleza de la persona, que sólo en ella reside.
gélicas hacia su reina no debe extrañarnos, pues, como informa Poe último, cñ el Empíreo también han de residir los Santos,
Juan de San Gabriel, «Aun los ángeles de Dios gustan de las cor- es decir, los hombres que, por haber creído en Dios y cumplido
tesías, y no es una misma cosa ser santos y desatentos» 4 \e sus mandatos, hayan merecido la salvación eterna. Ahora bien:
este modo, una de las cualidades fundamentales que se exigían el hombre es un compuesto de cuerpo y alma. Al morir, el alma
al perfecto caballero no podía faltar en estos seres celestiales. Esa se separa del cuerpo y es inmediatamente juzgada por Dios. Si
cortesía, en la que, según Cervantes, «antes se ha de pecar por Este la juzga digna de la gloria, entrará a gozarla sin más dila-
carta de más que de menos», es la que, sin duda, explica ese ex- ción; si se hallan manchas leves, habrá de purificarse en el Pur-
ceso de salutaciones que resultaría enfadosa en voces menos mu- gatorio, pero, acabado este periodo de limpieza, entrará en el Cielo
sicales. y se complacerá en sus deleites. Los cuerpos, entre tanto, per-
Los ángeles aparecen, pues, como ejemplos y dechados del cor- manecerán en sus tumbas. Sólo al llegar el Juicio final los cuer-
tesano intachable. Y eso se advierte también en su sencilla indu- pos resucitarán, renovados e incorruptibles, y se unirán defini-
mentaria. Del mismo modo que, en los retratos, los reyes apare- tivamente con sus almas. Sólo a partir de ese momento gozará
cen vestidos con suma sencillez, pues su majestad se trasluce en el hombre como tal, íntegro y completo, los placeres de los Ele-
el porte, en los rasgos y el ademán, y así la simplicidad de los gidos. Hasta entonces, la situación de los cuerpos santos es por
vestidos acentúa esa grandeza que la propia carne transpira y que demás penosa, pero incluso las almas padecerán alguna incomo-
un mayor oropel no haría sino ocultar, sirviendo de disfraz si didad por tal divorcio. Dice un predicador «que las almas sepa-
no de grosera redundancia, Luis de San Bernardo nos cuenta una radas, o apartadas de sus cuerpos están siempre con natural de-
visión y «Dice que a los veinticuatro del mes primero vio a un seo, y conato de volverse á unir con ellos, con peso, y apetito
ángel; el traje era humilde, mas los resplandores peregrinos»". tan poderoso, que ni la gloria de las bienaventuradas basta a ol-
Como príncipes, los ángeles reciben su esplendor de su digni- vidarlas de la carne su compañera; y esto es tanta verdad (...) que
dad misma, de su propia excelencia de espíritus celestes, y el sen- este apetito de los cuerpos, aun a las almas gloriosas, con estar
cillo traje señala de qué elevada fuente procede esa luz que los allá sin mancha, por lo menos les es aete deseo como una arruga
baña, y enseña al atrevido que quisiera emularlos que de nada fea, una mora enojosa, que no las deja estar tan bellas, como las
sirven los adornos, de los que cualquier villano puede apropiar- abe poner la gloria» 47 . El encontrarse lejos de sus envolturas
se, pues la nobleza verdadera procede del corazón y, desde él, carnales causa en las almas jan desasosiego que las afea. La falta
transparenta sus resplandores a la forma visible. Así, la austeri- del cuerpo produce una señal en el alma, lo mismo que se dice
dad del traje es símbolo de majestad, de magnanimidad y de gran- del pecado, revelando que el bien, cuando se aleja de la vida, de-
deza, mientras que el atavío complicado indica sólo vana osten- |ja de ser tal bien.
Para expresar gráficamente esa inquietud que molesta los es-
JUAN DE SAN GABRIEL, Sermones sobre los Evangelios de domingos, miérco- íritus felices y los deforma, recurre el autor a un ejemplo de
les, y viernes de la Quaresma, Tomo II, Zaragoza, 1656, p. 29.
4(1 Luis DE SAN BERNARDO, Sermón predicado el día que se coloco el Santissi-
vida cotidiana: «Levántase un tablado en esa plaza, sea para
mo Sacramento, en la Real (Capilla, dedicada a la Inmaculada Concepción, Madrid.
1665, fol. I. 47 FERNANDO DE HERRERA, Sermones varios, Barcelona, 1675, p. 143.

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c H o c; u A F i A D i i A i i i-: u N ID A i) i: i C I É i. o

un auto de íc, para una comedia de Corpus u otro cualquier es- destructible, que el propio Dios no puede contrarrestar. El Pa-
pectáculo de admiración, suben unos y otros; pero la madre, que. dre celestial es así vencido, en su propio trono, en la sede misma
por algún accidente, se dejó abajo el hijo, por más que la nove- de su reino, en medio de las trompeteantes algarabías que can-
dad de los casos la convide, con todo, solicitada el alma de 1,, tan sus alabanzas, por ese silencio terco de la carne. Porque la
prenda que le duele, vuelve una y otra vez la cabeza abajo y co- vida, mansa sólo en apariencia, calla astutamente para gritar con
mo no es posible hacer esta diligencia sin torcer el cuerpo, ni mayor eficacia su victoria, y es discreta en su poderío, como ver-
se tuerce el cuerpo vez que no haga la piel dobleces, ni hay do- dadera reina. Sólo cuando se restablezca la Vida en su integri-
bleces, que no formen arrugas. De ahí es que quien quiere mirar dad, sólo entonces, comenzará realmente el gozo de los biena-
abajo, arrugas ha de formar: Ita itt contrahentur quoquammodo, a venturados. Y por eso su gozo será eterno, porque cuerpo y al-
quasi mgam facían!. Suben, pues, las almas justas a ese tablado in- ma habrán renegado de la separación, derrotando a la muerte.
menso de los Cielos, pídeles ambos ojos aquel eterno e infinito Hasta el mismo Dios, insinúa otro autor, gusta de rodearse de
espectáculo de Dios, Trino y Uno, que siempre da más que ver. ese cálido aliento de los cuerpos: eso es lo que hace al hombre
si ellas se dejaran arrebatar de él todas, levantáranse de puntillas necesario en el Cielo, que ya sobreabundaba de belleza con las
la piel se les estirara y estuviera lisa la tez; pero como las llama tribus angélicas. Dios, «teniendo nueve coros de ángeles, de quie-
el cuerpo que quedó abajo, al torcerse para la tierra, llenan de nes es servido y adorado en el Cielo, tanta falta le hizo el hom-
arrugas la piel» 4 *. Con la solicitud de una madre que ha perdi- bre, y tan solo se halló sin él, que representándosele estas dos
do a su hijo, con la urgencia de una naturaleza agraviada por la cosas, o morir, o no tener hombres consigo, quiso más padecer
separación, reclaman las almas sus cuerpos. Ni siquiera el fasci- muerte y pasión, para volverlos al Cielo y estar de ellos acom-
nante espectáculo de Dios desplegándose, infinito y único, es bas- pañado, que quedarse, no muriendo, no padeciendo sin ellos en
tante para distraerlas, para mitigar su añoranza. Dios, al que sin un desierto, como si fuera a quedar el Cielo sin hombres, para
embargo aman tanto que le dedicaron su vida, como prueba su Dios más pesada Cruz que aquélla en que fue crucificado» 4 ''. Y
salvación eterna, no tiene, sin embargo, el suficiente poder de lo que viene el Hijo a buscar a la tierra, lo que le hace encarnar-
seducción para atraerlas a su goce, para captar su atención com- se, es la vida. Descendió Dios a la tierra para hacerse Dios vivo,
pleta, mientras no recuperen su cuerpo. Entonces sí, entonces, para vivificar su reino y redimir así, a un tiempo, cielo y tierra
tras la resurrección, el hombre pleno gozará plenamente: No» /;</- mediante la glorificación de la vida y el reconocimiento de su
bentem maculam, ñeque rugam. Perfección sin pecado y sin agra- eternidad. *
vio, reconciliación tras el dolor que reveló el amor como una Las almas, pues, se unirán a los cuerpos tras el Juicio final, y
herida, la muerte como un abismo del cual el hombre pendió comenzará entonces el Reino de Dios, la bienaventuranza eter-
hasta entonces, colgándose del borde, estirándose en difícil pi- na, hasta entonces incompleta. El día de la Resurrección será un
rueta por lograr aquel equilibrio, aquella paz de cuerpo y espíri- día de triunfo, la definitiva derrota del mal y el comienzo de la
tu en unión indisoluble, armoniosa y, por fin, deseada. :;era de la perfección inacabable. El sufrimiento ha depurado al-
- Así la carne, que la teología humilla llamándola cárcel, degra- ma y cuerpo, y el dolor del purgatorio, de la distancia, del se-
da nombrándola sierva, denigra proclamándola esclava, triunfa pulcro, ha sido un crisol donde se fundía el hombre nuevo, el
del triunfo de las almas, revela, desde el oscuro mundo subte- ciudadano del Reino de los Ciclos: «Esta es la gloria con que Dios
rráneo, desde la entraña misma de la tierra, su poder sobre el ha de reformar la humildad de nuestros cuerpos, librándolos de
cielo y sobre el aire, manifiesta su terrible poder, su fuerza in- ,1a bajeza donde los derribó el pecado. Para esto lo esperan los
O/;, rif., pp.143-144. 4'' I ( ; N A C I O C O U U N O l'ivtntiiirio cspiritititl, M-n-ind, p. 413.

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< ; E O G R A F I A 1) t- ! A 1-.

santos (como habernos dicho) Salvatorem expectamus, etc. El cual (retejiéndose en su materia misma, una celestial belleza de todos
sus rasgos, y una expresión de dulce y amorosa dicha. Por si fuera
entonces los pondrá tales y tan resplandecientes, que cuando lo s
vean los condenados en la otra vida, que tanto los despreciaron poco, «los cuerpos de los buenos, compuestos, y figurados de
en ésta dirán pasmados fuera de sí: Hi sunt quos aliquando hnhui- sus cenizas, como si fueran unos pebeteros finísimos, unas ca-
mus in derisum? Verán un hierro sin luz ni lustre, cual es una du- zoletas suavísimas, echarán de sí un olor y una fragancia mara-
reza como la nuestra llena de labores curiosísimas. Verán una ccp \e invierno fea y deHasta
villosa». ahí, el cuadro
mal parecer, es alegre,y triunfal,
enriquecidas llena de un delicioso des-
verdes
pertar que por la luz auroral y el delicado perfume recuerda una
y hermosos pámpanos. Verán de unos trapos viejos sacados de bella mañana de primavera. Pero en este jardín de delicias apa-
los muladares de los sepulcros, un blanquísimo papel. Verán qm rece a continuación la serpiente del rencor, la fruta carcomida
de una yerba, que ni tiene buena vista, ni olor, ni es buena par.i por la insana revancha, y así prosigue: «Ha de cdhtar el Señor
que !a coman los animales, sale un vidrio claro y resplandecien- con una trompeta, ha de hacer un son de fiesta y alegría; porque
te. Y finalmente verán este cuerpo tan humillado, lleno de glo- a los buenos ha de dar los parabienes de sus triunfos y a los ma-
ria» s". El convertir ese día de triunfo y reconciliación en una re- los, aún también los parabienes de sus castigos. Aún bien mala-
vancha de los elegidos sobre los reprobos tiñe de un cierto aire venturado, no te quisiste aprovechar de mis consejos, de mis ejem-
de bajeza, de una oscura mezquindad este fragmento, donde, por plos, y de todos los demás medios que apliqué para tu salvación:
otra parte, se manifiesta una imaginación notable y una capaci- ¿no quisiste? Pues ahora lo verás, y ya se llega tu final condena-
dad de ejemplificar gráfica y originalmente. ción, tus castigos y tormentos eternos. Muy bien te está, bien
Ese mismo espíritu píamente vengativo se insinúa en las pala- mereces lo que tienes» 32 Tal falta de compostura a la hora del

bras de Francisco de Mendoza cuando se ocupa de la resurrec- triunfo no se explica en un predicador de la España barroca, que
ción universal. Comienza por aclararnos una importante duda: .se enorgullecía de sus gestos nobles y magnánimos, que pintaba
cómo se han de reconstruir los cuerpos, a veces dispersados en- a un general victorioso con la afable benevolencia de Ambrosio
tre el polvo y el viento. No sabemos cómo se recompondrán los de Spínola en la Rendición de Breda, que afectaba una elegancia
de los condenados, pero en cuanto a los santos «han de salir los desdeñosa en la fortuna y digna en la adversidad. Se explica me-
ángeles, y han de juntar los cuerpos o cenizas de los predestina- nos aún en esa sociedad ideal de los bienaventurados, que, segu-
dos que estuvieren esparcidas por todas las cuatro partes del mun- os de su eterna ventura, serenos ante la deiinitiva justicia, de-
do» 51 . Se supone que los demonios harán lo mismo con los res- crían comportarse con mayor decoro. Sobre todo, porque la per-
tos de los malos, aunque, sin duda, menos amorosamente. Pro- ección no se burla de la desdicha (mira demasiado alto para ello),
sigue, describiendo el aspecto de los recién salidos de sus tum- porque la felicidad es generosa.
bas: serán cuerpos perfectos, sin tacha: «El que en esta vida fue ;, Otra descripción general del aspecto de los Santos, peto mu-
ciego ha de tener entrambos ojos; el que sordo, ambos oídos; cho más pintoresca, nos la proporciona Antonio de Molina: «To-
el que tullido, entrambos pies; el que fue manco, entrambas ma- dos son sapientísimos, santísimos, prudentísimos, afabilísimos
nos; el que no tuvo dientes, los tendrá todos». A esta plenitud eminentísimos en todas las buenas calidades, que se puede de-
saludable unirán los Elegidos una luz que bañará su carne, en- ar de complexión, condición, cortesía, discreción y de toda vir-
y buen respeto, porque todos los que tuvieron males antes
entrar alli, se purgarán perfectamente en esta vida o en el Pur-
s" PKDRO DH V A L D K R R A M A , Exerddos espirituales para todos los
Quaresma, Sevilla, 1602, fol. 393.
51 FRANCISCO DE MENOOCA, Sermones de tiempo, Barcelona, vol. II Op. dt., p. 23.
p. 21.

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Cí E (1 G R A F 1 A 1) L I. A h I I- R N I D A I) EL C I E L O

gatorio; no puede entrar en aquella santa Ciudad, sino oro p lt cuerpo, en la tierra, ha colaborado con el alma en la tarea sal-
rísimo y acendrado». Hasta aquí, la descripción es muy parecí- tadora, pero el alma ha dirigido sus pasos, ha sido la conducto-
da a la de otros autores, aunque haciendo más hincapié en la s fra, la que planeaba los objetivos a cumplir. Por eso, a la hora del
cualidades externas. Pero prosigue, ocupándose ahora de los cuer- [triunfo, es también el alma la que determina y dirige la gloria
pos: «Considera que, en entrando el alma gloriosa en su cuerpo jel cuerpo, la que, desde su interior, lo ilumina y embellece, la
le comunica su gloria de todas las maneras que él es capaz de i que le otorga las dotes sobrenaturales. La virtud es gala del al-
ella, y así lo pone tan glorioso, que excede en hermosura y be- ''rna, y la belleza, gala del cuerpo, como se otorga en recompensa
lleza a cuantas cosas hay en el mundo, de manera que causaría ie la virtud, procede de ella, se corresponde con ella. Por eso
más contento a la vista ver un solo cuerpo glorificado, que ver las heridas del martirio no se borran, permanecen en el cuerpo
cuantas lindezas y cosas hermosas y bellas hay en él (...). Esta como una de sus principales hermosuras, brillando entre sus res-
gloria de los cuerpos consiste en cuatro dotes, o calidades nobi- plandores con una luz coloreada y deslumbrante. Y tal vez por
lísimas, que el alma gloriosa les comunica; y son: claridad, suti- eso son visibles los huesos, las arterias, los nervios, como para
leza, ligereza e impasibilidad. La claridad es tan grande, que • revelar la estructura de la belleza, para manifestar que esta her-
excede a la del Sol, como dice Cristo nuestro Señor, que res- mosura eterna, pura, verdadera, es una con el bien, es manifes-
plandecen los justos, como el Sol en el Reino de su Padre. Y las tación del interior. Así en el bienaventurado halla su cumplimiento
heridas, que hubieren recibido por el Señor, estarán más hermosas, la eterna trilogía: el bien se hace real y se sustrae al tiempo, apa-
y resplandecientes que mil rubíes y otras piedras preciosas, que reciendo en su triunfo como verdad, y manifestándose como bc-
los harán más hermosos y vistosos. Y no sólo lo serán en el co- leza en la carne glorificada de los Electos.
lor, y figura exterior, sino serán trasparentes, como si fueran de Se hablaba también en el texto de las cuatro dotes con que es-
un cristal o un diamante clarísimo, de suerte que se descubra y tarán adornados los cuerpos santos. Un catecismo de la época
vea claramente toda la compostura y armonía de los huesos, ve- las define con la concisión propia de su género:
nas, y arterias, todo con gran resplandor y belleza, que haga una
vista hermosísima y apacibilísima»53.
No estoy muy segura de que la visión de los huesos y las vis-
ceras a través de la carne pueda ser calificada de apacible, aun- «PREGUNTA: ¿Y tendrán los cuerpos otra cosa?
que, sin duda, resulta interesante e instructiva. Pero lo más no- RESPUESTA: Tendrán cuatro dotes o dones de gloria, que son agi-
table, a mi juicio, de este texto es cómo la belleza exterior se va lidad, sutilidad, claridad, e impasibilidad.
construyendo como una consecuencia de la estructura interior, P: ¿Qué es agilidad?
al modo de los buenos cuadros barrocos. La resurrección y la R: Que á su voluntad se moverán, pasando de un hijjar a otro
eternidad de los cuerpos gloriosos no es aquí un triunfo de la con suma velocidad, por el aire, y por el Cielo, o por la Tierra,
carne, una apoteosis vital: es, por encima de todo, un premio a sin que sea necesario andar.
la virtud, una recompensa que hemos ganado en la vida terrena P: ¿Qué es sutilidad?
precisamente por no seguir los dictados de la naturaleza, obede- R: Es estar el cuerpo señoreado sumamente del alma, que casi
está transformado en ella, y así como ahora empieza el conoci-
ciendo, en cambio, las órdenes de un espíritu guiado por la fe. miento de los sentidos al alma-, entonces del alma a los sentidos.
P: ¿Qué es claridad?
R: Como la que tiene el Sol, que entonces cada cuerpo glorioso
^ ANTONIO DE MOLINA, Exercicios espirituales de las excelencias, provecho resplandecerá más que el Sol.
necessidad de la oración mental, Barcelona, 1613, fol. 167. P: ¿Qué es impasibilidad?
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C H O ( . R A F I A I) F I A E r ¡ U N I D A I)

R: Que no podrá el cuerpo glorioso padecer o ser dividido, ni alvador que en la Resurrección no habrá casamientos, ni bo-
cosa alguna causarle dolor o pena, que todo le estará sujeto.)" 1 , y que todos serán como ángeles, pareciéndose en esto a los
oíros espíritus. Tendrá también sutileza para poder en virtud de
Luis de la Puente habla así de las cuatro cualidades de los cuer- ios penetrar los cielos y otro cualquier cuerpo sin que le sea
pos de los Santos: «La primera dote es claridad, porque cada uno pedimento» 35 .
resplandecerá como el Sol, a semejanza del cuerpo de Cristo nues- Analicemos las palabras del jesuita: En la dote de la claridad
tro Señor, aunque el más bienaventurado tendrá mayor resplan- 0 sólo incluye el resplandor, sino también la belleza, inscpara-
dor, y el de Cristo, sobre todos, tendrá perfecta entereza en to- de la luz en la estética jesuítica del barroco. Aparece también
das sus partes, con grande proporción, y con un color y figura transparencia de los cuerpos, y el autor hace una referencia
maravillosa, sin fealdad, ni mancha, ni arruga, ni cosa que des- la Jerusalén celeste, de oro translúcido, de la que vienen a ser
dore su resplandor. Y si alguna herida o llaga recibió en esta vi- :o los cuerpos de sus habitantes, dorados pqf una luz de carác-
da por Cristo, y queda su señal en el cuerpo, será como esmalte r solar, aunque más brillante, y cuya carne es como cristal. Las
de perlas preciosísimas que le harán muy más hermoso. Y de- visceras aquí no son motivo de horror, sino de deleite, no son
más de la hermosura exterior será vistosísima y apacibilísima la objeto de meditación moral, sino de contemplación estética; y
interior del mismo cuerpo por su transparencia, descubriéndose es que en el cuerpo resucitado todo ha sido purificado, todo es
la armonía de los huesos, venas, arterias, con grandísimo res- bello, nada puede producir repugnancia, y el hecho de que no
plandor de todas. Y por eso se compara al oro, que es resplan- exista la muerte hace que el mecanismo de la vida se contemple
deciente, y al vidrio o cristal, que es transparente. La segunda Teñamente, no enturbiado por el temor. En el cielo se reveren-
dote es impasibilidad inmortal, o inmortalidad impasible, por- ia a un Dios creador de toda vida. La adoración se encamina
que nunca más tendrá hambre, ni sed, ni dolor, o enfermedad. oda hacia el Creador y la vida, en sí misma, deja de ser divina.
ni recelo de muerte, aunque esté en medio del fuego no se que- ra no es sagrada, y, por lo tanto, ya no cs*peligrosa. Su meca-
mará, y aunque penetre ríos y mares no lo humedecerán. Siem- lismo ha dejado de ser un misterio: el intelecto conoce sus me-
pre tendrá un vigor que no se puede marchitar, y una salud que nores movimientos, y hasta los sentidos pueden sorprender su
no se puede menoscabar y una impasibilidad eterna con sumo secreto. Por eso el interior del cuerpo, sustraído a la muerte, pe-
gozo de la carne, la cual con el corazón se alegrará en Dios vivo, ,ro también enajenado a la vida (por medio de una formidable
de quien recibe tan alegre, y dichosa vida. La tercera dote es agi- y definitiva revolución que rompió para siempre su ciclo) puede
lidad, o ligereza, por la cual tendrá el ánima tanto dominio de profanado por los ojos: ya no inspira temor, ni una repug-
su cuerpo que lo podrá mover de una parte a otra sin cansancio, cia que ocultaba religioso respeto; ya no es nada, no signifi-
ni fatiga o tardanza penosa, sino con suma presteza y velocidad. nada, no tienen ninguna función: se ha convertido en un simple
como centella o rayo, discurriendo por el cielo Empíreo a su gusto, )jeto decorativo.
ya al trono de Jesucristo nuestro Señor, ya al de su madre o al a impasibilidad no sólo exime del dolor, sino también del mie-
de otros santos. La cuarta dote es sutilidad o espiritualidad; porque a la muerte. La agilidad, además de facilitar los movimientos,
no estará sujeto a las obras de la vida vegetativa más que si fuera tierra la fatiga, y en cuanto a la sutilidad permite penetrar otros
espíritu, y así pasará sin comidas y bebidas, sin sueño y sin las erpos, como hacen los aparecidos, filtrándose por las paredes,
demás obras que son comunes a las bestias, y por esto dijo el ¡ero tal vez sea porque convierte, de hecho, a los bienavcntura-

^ FRANCISCO DE LA CRUZ, Breve compendio de los misterios de nuestra SiiiH<¡ 55 Luis DE LA PUENTE, Segundo tomo de las Meditaciones de los Mysterios de
Fe Católica, Lima, 1655, pp. 108 a 110. B>< Sánela Fe, con la práctica de la oración mental sobre ellos, Valladolid, 1605, p. 940.

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dos en fantasmas, libres del peso de la carne, apartados de sus alegría, exaltación victoriosa del cuerpo (y no sobre él). Y hay
operaciones, cuya existencia nada tiene que ver con la vida, con también una enseñanza ética, un intento de encauzar el gozo ha-
esa fuerza que mueve y anima toda la Naturaleza y nos convier- cia la reforma moral, para que la esperanza fructifique en actos
te en parte de ella, en seres vivos entre otros seres vivos. La suti- y se traduzca en virtudes.
leza, por el contrario, nos recuerda que esa perduración intermi- Otros autores, más que de los premios que han de disfrutar
nable de la individualidad no puede llamarse verdadera vida, nos ;odos los bienaventurados en común, se ocupan de las recom-
segrega de la comunidad de los vivientes y nos impide los ges- pensas especiales a que algunos de ellos se harán acreedores por
tos más elementales, las acciones básicas del ser animado: cre- sus grandes méritos. Por ejemplo, Miguel de Dicastillo incluye
cer, comer, multiplicarse, beber, besar, dormir. Atrapados en una en su obra una silva, escrita por un compañero de orden, en la
existencia inmutable (mientras la vida es cambio), inmóviles aun- que se nos dan datos preciosos acerca del particular modo en
que nos desplacemos a velocidades impensables, gozaremos de que han de gozar de la gloria eterna algunos santos, concreta-
un cuerpo espectral, mero adorno, pura apariencia de carne des- mente los cartujos. Sus virtudes los hacen merecedores, como
tinada a un frivolo deleite de los ojos, haz de rayos de sol, res- colectividad, de un lugar privilegiado. E» efecto, son muchos
plandores diamantinos, perfección que no envejece, ni se altera, los que rodean al Cordero,
ni sufre, en fin, ni vive.
Un predicador de finales de siglo espiritualiza las dotes cor-
porales, afirmando que cada una de ellas ha de premiar una de «Pero los que inmediatos
las virtudes cardinales, que corresponden al cuerpo por ser más al Trono soberano, en todo gratos,
terrenas, por afectar al comportamiento del hombre con sus se- en multitud inmensa innumerable,
mejantes, mientras que las teologales se atribuyen al alma, pues eran monjes Cartujos, *
se manifiestan ante todo en las relaciones del hombre con Dios. que por no en episodios detenerte,
Dice: «La claridad es premio de la prudencia; la impasibilidad, estaban colocados de esta suerte.
De la Muralla altiva,
de la justicia; la agilidad, de la fortaleza; la sutilidad, de la tem-
en rara elevación, si fugitiva
planza. La claridad es un océano de luces, un golfo de soles, un erigida altitud, raros descuellos
abismo de rayos celestiales. La impasibilidad trueca los lamen- de frondosa esmeralda verdes sellos
tos en gozo, los dolores en placeres, las enfermedades en quietu- eran del aire, en las Regiones Santas,
des, los afanes en consolaciones. La agilidad presta plumas de las encumbradas plantas
águila al pesado yugo de nuestras miserias, convierte los pasos de la Diosa Cibeles,
en vuelos y hace imitar al cuerpo las veloces jornadas del espíri- que el vulgar llama aeá Pinos Donceles,
tu. La sutilidad lo hace victorioso contra todos los embarazos: que a brevísimos trechos,
con ella el cuerpo no es cárcel del alma, sino triunfal palacio, .1 como Airones vistosos,
quien, como al fuego sutilísimo, ceden todos los estorbos, se rinde todo el muro ceñían prodigiosos:
la dureza de los peñascos y obedece la obstinación impenetrable los Troncos (a la vista siempre grata)
formados eran de escarchada plata,
de los bronces duros» 56 . En esta magnífica pieza retórica sí hay las copas densas, las frondosas faldas
de ricas esmeraldas,
y las Pinas, que el Orbe
5(1 FRANCISCO DE SOBRECASAS, Sermones sobre los Evangelios de las Ferias Verde y lucido en orden tachonaban,
yorcs de la Quarcsma, Madrid, 1690, p. 138. de oro obrizo precioso se fraguaban:

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(; E O G R A F Í A 1) F L A H T F U N I D A 1)

todas ellas abiertas, ¡ellos mayor placer presenciar el brillante apogeo de la justicia
las Conchitas lustrosas descubiertas, I divina que ocupar un puesto preeminente en la Corte celestial.
y en el nicho, que ostenta rubricado, Invulnerables a las debilidades humanas, ni el resentimiento ni
en cada hoja de la Pina el fruto, jel orgullo hallan albergue en su espíritu, y ninguno desearía un
un Cartujo ofrecía, que elevado, f lugar de privilegio sabiéndose poco merecedor de él. Reinará el
cuna le era el Rubí en el Catre bruto» 3? amor a la equidad, así como la perfecta concordia, y todos se
! regocijarán con la exaltación de los mejores, con el suave bie-
De modo que el trono en que se sienta el Rey eterno está ro- nestar de los menos elevados, y hasta con el castigo de los per-
deado de una muralla coronada de pinos. Esos pinos ocupan un • versos, en aquella república tan implacablemente bien ordena-
lugar de privilegio, tanto por su elevación como por su cercanía da. Por eso, «Para los bienaventurados y el mismo Dios, será de
al celestial Monarca. Los pinos son árboles humildes en la tie- .particular gozo ver penar~a los condenados, que como a vos os
rra, como los monjes. Sin embargo, en el Ciclo aparecen trans- cía contento, y abre el corazón, el humo de una pastilla dVarn-
mutados, glorificados. Como en los cuentos, su tronco es de plata, abrasa en el fuego, qu£ os recreaTtódo, asf scrá~~dc paT-
sus hojas de esmeralda, y sus frutos de oro. En esos frutos se ticular gozo para 1 Jiós~y los santos aquel humoTc'sl.ü es,'
sientan los cartujos, cada uno en el lugar de un piñón. La eleva- castigar pecados y maldadesTquc tan eii_glona de Dios ydc SU
ción recompensa su vida humilde, su silencioso retiro se premia |• justiciaTori aquello sc~casHgan»~. En cambio, los reprobos per-
con la compañía y conversación del mismo Dios, y el oro hecho ! manecerá"r7aterrados a~sü maldad, ciegos para la verdad, engol-
fruto es premio de su pobreza generosa, de su caridad fecunda. í fados en la injusticia, en aquella confusión infernal, y por eso
Lo pintoresco, casi jocoso, de la imagen se compensa con lo evi- í«Uno_de los mayores tormentos, ¿fue J3ondejra^el Espíritu Santo,
dente de la alegoría moral. - ?ncTFán los condenados en el infierno, será_desde allí a los
El Reino de los Ciclos, como sede de la verdadera paz, está j mismos que acá en el mundo conocieron desprccíaclos,pobres;
asentado sobre la más estricta justicia. Así, el premio de cada uno f aesnuHos, llenos délo' qúeTTáman desventura, wrTóTaTe1~cieki
se ajustará escrupulosamente a sus méritos. En algunos casos es- í con majestad inmensa, con ropas rpza^nTes~cI(rgTpria, con rí~-
pecialmente repcsentativos, la intensidad del placer no depende I £uezas_divinas». Lamentablemente, la falta de cTévacioíTmoral de"
sólo de la conducta personal del santo, pues, por ejemplo «a San [los condenados les impide regocijarse en su castigo, considerán-
Pedro se le aumenta accidentalmente su gloria cuando crece su f dolo justo y adecuado a su perversidad y alabando por él a la
celestial, y católica doctrina» 38 :. Sin embargo, tras el Juicio final {•bondad divina.
acabará esa tensión, esa lucha, con el triunfo indiscutible de l.i El cielo es el lugar del orden inmutable, y este orden se esta-
Fe, y ya el premio de cada uno se corresponderá con lo que su- Iblece según una escala justa y objetiva. Para nuestro autor, lo
po ganar en vida. e determinará el lugar de cada uno es la intensidad de su amor
Sin embargo, estas diferencias no envenenarán el corazón de [a Dios, y este baremo se aplica tanto a los ángeles como a los
los bienaventurados con envidias o rencores, porque entonces •hombres. Dice: «¿Hay orden en ellos? Grandísimo, que si en cuan-
ya para siempre buenos y sabios, a salvo de flaquezas, será para ito Dios dispone en la tierra, se guarda, ¿cuánto más en el cielo?
[¿Quién pone ese orden? El amor: tanto tienen estos preciosos va-
57 MIGUEL DE DICASTILLO, Aula de Dios, Cartn\¡i real de Zaragoza, Zara-
goza, 1679. ¿3 JERÓNIMO BATISTA DE LANU7,A, Homilías sobre los Evangelios que la Igle-
18 JUAN DE PALAFOX Y MENDOZA, Luz a los vivos y escarmiento en los inuei- tsia Santa propone, los días de la Qmiri'sma, 3 vols., Barbastro, 1621-1622, tomo
tos, Madrid, 1661, p. 299. ti, p. 594.

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sos lugar más excelente y alto cuanto fuere más el amor con que
aman a Dios: y así tienen el supremo los serafines, porque son de las incontables bellezas del lugar, garantizará la compañía do-
los mejores vecinos.
los que más aman, y están todos encendidos y abrasados en este
amor. Cosa es excelente la limpieza de los ángeles, la pureza de Esto lo notará el afortunado mortal que penetre en la gloria
los arcángeles, la grandeza de los principados, la fuerza de las desde el primer momento, pues la recepción que habrán de dis-
virtudes, el señorío de las dominaciones, la majestad de los tro- pensarle sus compañeros no podrá ser más calurosa. Así lo ates-
nos, la sabiduría de los querubines, pero a todo esto es superior tigua el autor, utilizando como prueba los éxtasis de una santa
el amor de los serafines, y así tienen el coro supremo, y están de sinceridad indudable y agudo criterio. Dice así: «Veía Santa
más allegados a Dios, y son aquellos de quien Dios mismo es Teresa entrar muchas veces los Santos que partían de esta vida
maestro, que les descubre por sí mismo sus secretos particula- al Cielo; así vio a los de la Compañía (como vimos) entrar en
res, y por ellos los manifiesta a los otros ángeles. (...) No habrá él, tremolando sus candidas banderas. El mismo día que Jacques
allí dos compañías diferentes, una de hombres, otra de ángeles, Soria, calvinista mató en el mar, con crueldad de hereje, cuaren-
sino una sola distinta por los órdenes de ellos (...) Esto es, que ta religiosos de la misma Compañía, los vio entrar la Santa en
como los ángeles están dispuestos en sus grados según lo que la Ciudad Eterna con sus aureolas de mártires triunfantes: Con
merecieron, así serán los hombres, porque esta medida del me- ésta vio entrabe! alma de V.P. Martín Gutiérrez, que había muerto
recimiento es el amor, y según éste fuera, será el lugar de cada por la fe, preso de los herejes en Cardellat. Otra vez vio guiar
cual, y subirá cada uno según la alteza de su amor de Dios: unos al Cielo muchas almas a un devoto hermano que había muerto
entre los ángeles, otros entre los arcángeles, otros entre los prin- aquel día, y que Cristo Señor nuestro salía a recibirle con los
i cipados, otros entre los querubines, otros entre los serafines»'1". brazos abiertos (como de la Virgen, a sus devotos, decía San Je-
~~ De manera que el amor es una medida que se aplicará por igual rónimo) diciéndole: sabe Teresa que es privilegio de los religio-
a ángeles y hombres: él será la medida del índice de perfección, sos que muenjn en la Compañía, saurios a recibir yo mismo de
el que, con sus alas, nos eleve más o menos ante la presencia del esta suerte, como capitán a mis soldados» 61 . Envidiable privi-
Señor. El hecho de que a todos se juzgue por el mismo rasero legio de los jesuítas, entrar en la Jerusalcn eterna en triunfo y
indica, de paso, que la naturaleza del hombre es tan perfecta co- ser recibidos por el Rey divino en persona. Pero es exactamente
mo la del ángel, pues la suprema justicia actúa con el mismo ni- el tipo de recepción a que les hace acreedores su vida en la tie-
vel de exigencia, y por eso el hombre puede integrarse en sus , rra: a una orden religiosa que se define como milicia, corresponde
nueve jerarquías sin lesionar el decoro de corte tan hermosa co- una entrada triunfal, incluso con las banderas desplegadas, os-
tentosas.
mo protocolaria.
Analizaremos, finalmente, las opiniones de aquellos autores que Porque en el Cielo cada uno ha de recibir lo que se haya gana-
abordan el tema de los habitantes del Empíreo con mayor ex- do en la tierra. Gozarán, dice el autor, «estos soberanos ciuda-
tensión y de forma más completa. Por ejemplo Manuel Ortigas, danos de los deleites y honores ventajosos, según hubieren sido
que, en su interesante obrita sobre los goces del cielo, dedica, aquí sus merecimientos y victorias. Cada uno (dice el Apóstol)
naturalmente, parte de su atención a describir a los ciudadanos recibirá el premio igual a su trabajo. Aquel segará más, que más
de la gloria. Comienza contando una anécdota: un ateniense ven- hubiere sembrado; gozará más despojos, que más hubiere pe-
día su casa a un precio exorbitante porque tenía buenos vecinos. leado, cantó Isaías de la Gloria. Diferente es la luz, prosigue Pa-
El Empíreo, por tanto, será más deseable aún porque, además l blo, del Sol de la de las estrellas, así será mayor la de los que más
! hubieran aquí trabajado. Cuanto más sembráramos, dice San Lau-

60 Op. cit., vol. II, pp. 1833-1834.


M M A N U H L ORTIGAS, Corona cternu, Zaragoza, 1650, p. 332,
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rencio Justiniano, aquí de oraciones, limosnas, mortificaciones, Mira que es el tiempo de recoger las piedras de la ribera, que
y lo demás tanto más abundantes serán las mieses de palmas y a la hora de la muerte te forjarán coronas, o despreciadas ahora,
laureles inmortales de la Gloria»' 0 . te romperán después la cabeza y levantarán el padrón de tu des-
Interesa aquí notar la insistencia en los acentos triunfales: se honor Eterno»''1.
habla de honor, de victoria y de despojos. El Cielo es el botín Qué hijo de su tiempo se nos muestra el buen padre Ortigas:
conseguido tras la dura batalla de la vida. Incluso cuando se alude condenarse no es perder a Dios, no es hundir al alma en el caos
a un trabajo de paz, la siembra y la recolección, son palmas y y el rechazo de sí misma, es, sobre todo, un deshonor. El conde-
laureles lo que se cosecha. Y con esta tensión, con esta violencia nado queda deshonrado para siempre, sin satisfacción posible y
del contenido, contrasta el tono algo monótono de la prosa, rei- ante los ojos de toda la humanidad. Destino en verdad abomi-
terativa, cuajada de autoridades. nable y que cualquier español de la época debería evitar con to-
Pero, a pesar del acopio de opiniones coincidentes, que ase- das sus fuerzas. Pero no sólo se evita con promesas de virtud
guran a un tiempo la ortodoxia de la doctrina y su veracidad, o con oraciones: cf camino más seguro es que la fe florezca en
prendiéndola en las almas con el férreo clavo de la autoridad, obras: la práctica piadosa de las virtudes, fundamentalmente de
el autor no tiene por fin primario demostrar la exactitud de sus la caridad. Las virtudes son como piedras, minerales extraños
opiniones sobre el ciclo, sino mostrar al lector los caminos para que, con el calor de la práctica, entran en ebullición y se con-
llegar a él. Y precisamente el tema de la diferencia de premios vierten en preciosas gemas, con las que nosotros mismos vamos
resulta idóneo para la reflexión moral, así que nuestro jesuíta se confeccionando la corona que ceñirá nuestras sienes glorifica-
apresura a extraer conclusiones prácticas, para que su palabra sea das; en cambio, el abandono las endurece, agudiza sus filos, las
fecunda y dé sus frutos. cubre de ceniza, y prepara así el triste lecho en que han de yacer
Pone el ejemplo de dos hombres que partieron para las Indias. los eternamente doloridos.
Uno pasó los años ocioso, divertido con la novedad de los pai- Pero, independientemente del galardón que cada uno consiga
sajes y las gentes; el otro se dedicó a reunir perlas y otras pie- con sus méritos, hay tres premios especiales, tres coronas de oro
dras preciosas. Cuando, al cabo del tiempo, regresan ambos a que se darán por añadidura a tres clases especiales de bienaven-
España, ¿qué desesperación será la del vago, cuando vea que al turados, que se convierten así en una especie de aristocracia ce-
trabajador le pagan en Sevilla por cada perla mil ducados? Pues lestial. Dice Ortigas: «En esta ventaja de los premios de allá, a
así nos sentiremos en la otra vida si no hemos sabido aprove- los merecimientos de acá, se fundan las tres coronas de oro o
char ésta para hacer el bien. aureolas, que, como dice Santo Tomás son debidas por particu-
Exhorta, pues, a los lectores: «Oh, no te descuides cristiano, lar privilegio a los mártires, vírgenes, y doctores, que debida-
que si una vez llegas al puerto de la muerte, ya no hay más vol- mente se portaron, venciendo a sus enemigos en la conquista de
ver. Tiempo hay de recoger piedras, dice Salomón, y de lograr- la Ciudad Eterna. Requiérese en el mártir vencer perfectamente
las. Tú aplícalo a las preciosas, recoge esas piedras que te tiran al mundo, despreciando por su Dios todas sus cosas, hasta la mis-
de agravios, murmuraciones, denuestos, qucmaciones, que te l a - ma vida en el efecto porque el padecer y morir actualmente, es
pagarán, como las más preciosas margaritas. Que semejante al lo que le ha de forjar la corona eternamente. El virgen para go-
que las busca, has visto el reino de los Cielos. ¿Por qué no rezas, zar su particular aureola o corona ha de vencer su carne en la
das limosna, recoges pobres, vas a las cárceles y hospitales, y lo conquista dura, por continua, siempre ha de estar armado y de
demás que podías hacer tan fácilmente, y ves que otros hacen? batalla, con propósito de guardarse de deleite aún lícito en otro

Op. di., pp. 333-334. Op. cit., pp. 334-335.

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estado que no es su aureola esclarecida, de los que no se casaron de muchos testigos»"5. Si esto hizo un simple santo, ¿quién pue-
solamente, porque no pudieron atajados de la muerte u otros ac- de dudar de lo que podrá Dios?
cidentes, sino porque no quisieron valerosos. A los doctores se Prosigue: «Resucitarán todos en estado de juventud entera, y
les da por haber vencido el Demonio en sí y hecho lo bastante robusta, sin quiebra, ni falta alguna de cuerpo, aunque la hayan
para echarlo de los demás con su ejemplo y enseñanza. Cam- tenido en el mundo, con tal proporción y hermosura en todo,
pearán estas divisas principalmente en el alma, dice S. Agustín, cuanta pueda caber en su naturaleza. La altura y grandeza de su
con que los que las gozan, se diferenciarán de los demás; pero cuerpo no será igual en todos, mas será la que cada uno pudiere,
(también sienten muchos teólogos) se verán en los cuerpos de según sus fuerzas naturales, y particulares disposiciones haber
los santos, al modo de Reales Coronas, hechas de piedras finas alcanzado, si las enfermedades y miserias comunes no les ataja-
celestiales, que en los mártires retraerán lo rojo del Rubi; en los ran el paso» <>f> . Es decir, que cada uno alcanzará su personal ple-
vírgenes lo candido y luciente de las perlas; en los doctores lo nitud como cuerpo, la perfección dentro de su peculiaridad.
verde fino de las esmeraldas más preciosas»'' 4 . Los niños crecerán, y presentarán el aspecto que hubieran te-
De modo que los santos estarán, real y físicamente, adorna- nido al llegar a la juventud. En cuanto a los condenados, resuci-
dos con estas coronas de oro y piedras, expresión visible de un tarán, pero esto sólo aumentará su capacidad para el dolor.
triunfo, porque sólo se darán a aquellos que se hayan enfrentado Los cuerpos resucitados tendrán los humores fundamentales
victoriosamente con los tres máximos enemigos. La corona, como en las cantidades requeridas y bien equilibrados, pero carecerán
el blasón, no es un simple adorno: ostenta una hazaña y es así de los superfinos y de los excrementos. El lugar de los malos
señal y epifanía del honor. humores y demás sustancias cj^sechablcs será ocupado por el aire,
Abandonaremos aquí a Manuel Ortigas, con esta deslumbra- en los elegidos, y por el fuego, en los reprobos.
dora visión de bienaventurados tan lujosamente vestidos, y fi- Conservarán la diferenciación sexual, que es gala, y no bal-
nalizaremos el capítulo resumiendo lo que nuestro antiguo co- dón de la naturaleza, pero no habrá casamientos, ni vida íntima
nocido, el padre Martín de Roa, opina sobre el aspecto, orden entre los casados, pues el deseo sexual, las inclinaciones eróticas
y jerarquía de los elegidos. y los humores y flemas que las acompañan habrán desapareci-
Comienza abordando el problema de los cuerpos resucitados. do, pues no son necesarias para la perfección de la naturaleza,
Afirma que todos los hombres han de resucitar, y que será el Án- sino un añadido útil sólo para los fines reproductores, y en el
gel de la Guarda el que se encargue de reunir las cenizas disper- Cielo, libres ya de la muerte, lo estarán así mismo de la imperio-
sas de su pupilo para que reciba el soplo vivificador de Cristo. sa tarea de conservar la especie. En cuanto a las mujeres, todas
Dice que esto no debe asombrarnos, pues ya se han visto mila- resucitarán con su himcn virginal, pero las que lo perdieron en
gros similares, como en el caso de algunos mártires que, corta- vida, aunque fuera dentro de un matrimonio legal, y santificado
dos en pedacitos por sus verdugos, se recompusieron y quedó por la Iglesia, no gozarán de los mismos privilegios que ador-
su cadáver entero y sin señal, como si nunca hubiese sido divi- narán a las que se conservaron íntegras. En cuanto a los varones
dido. Es más, en la vida de varios santos se reproducen hechos que fueron circuncidados, surgirán del sepulcro perfectamente
semejantes, por ejemplo en la de san Luis, obispo de Tolosa: «Parió enteros.
una mujer una criatura hecha pedazos, mas habiendo invocado
al Santo, todos se unieron, y el alma les dio vida, en presencia ' •"' MARTÍN DE ROA, Estado de los Bienaventurados en el (,ieh, de los niños en
el Limbo, de los Condenados en el Infierno, y de todo este universo después de la resurrec-
ción y juicio universal, Barcelona, 1630, fol. 3.
Op. cit., pp. 337-338. ''" ' Op. cit., fol. 3.

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O ( I K A 1- 1 A I' 1 I A E T E R N I D A D i- L t: i i i o
Respecto al color, es evidente que el blanco es el más adecua- los autores, que optín por un cielo con ciudadanos que se apro-
do, porque participa más de la luz, y por eso los hombres fue- ximan lo más posible al modelo físico de Cristo, ciclo que hoy
ron creados de ese color. Pero al extenderse la humanidad por nos recuerda una pesadilla de ciencia-ficción, y opta por la va-
la tierra, los rigores del clima cambiaron el matiz de algunos, riedad. Y ciertamente, si el Creador hizo tantas especies distin-
y así la piel negra, amarilla o cobriza no es sino una degenera- tas de animales y plantas, muchos de ellos inútiles y aun dañi-
ción de la blancura primitiva, causada por las difíciles condicio- nos al hombre (fin de la creación según el pensamiento cristia-
nes de vida. Por eso, añade, muchos autores piensan que todos no) debió de ser, sin duda, para recrearse en lo múltiple, El que
los bienaventurados resucitarán blancos. No es ésta la opinión es la suma unidad, y hallar su deleite en lo diverso, El que es
rttc nuestro autor, porque «Ya con la sucesión de los tiempos y idéntico a sí mismo. No es probable, por tanto, que en el Empí-
lá*rgas generaciones pasó el vicio en naturaleza: son negros en reo, su reino y su morada, exija la uniformidad. Más bien prefe-
sus tierras algunos, y trasladados a las nuestras no dejan de ser- rirá que sus cortesanos sean todos distintos, y que, al resucitar,
lo, porque ya no es vicioso en ellos este color, sino natural; y le alaben y gocen de El con aquel mismo cuerpo, aquellos mis-
siéndolo, parece mas verosímil, que hayan de resucitar con él, mos rasgos, colores y matices, con que, en vida, le dirigían sus
quitadas todas las imperfecciones, que comúnmente suelen acom- plegarias.
pañarlo, porque la tez y facciones del semblante serán tan her- También para los resucitados será más agradable esta'varie-
mosas, de tanto lustre y gracia, que harán en aquella ciudad so- dad, pues les permitirá reconocer su propio cuerpo como suyo,
berana una no menos admirable, que agradable variedad. Será como su propia carne al fin recuperada, identificar físicamente
el negro no deslavado, ni deslucido, sino vivo, resplandeciente, a sus compañeros de gloria y gozarse con los innumerables ros-
cual fuera el de un azabache cuajado con sangre, penetrado todo tros de la belleza. Solo la imperfección, la deformidad o la vejez
de una luz más que de un Sol, cual tendrán por el don de la cla- estarán excluidas.
ridad, que les dará increíble donaire y gracia. Ni desdice lo ne- Hay, sin embargo, heridas que no indican derrota, sino triun-
gro de la hermosura, que no consiste tanto en el color, como fo; no muerte, sino inmortalidad; no enfermedad, sino salvación;
en la suavidad de él, que podrá ser igual en lo negro y en lo blanco, no horror, sino hermosura. Por ejemplo: «Retiene también este
y dar aún mayor gusto a la vista. Y como no todos los biena- Señor, y conserva abiertas, y frescas las llagas de pies, y manos,
venturados serán de temple sanguinos, aunque éste sea el más y costado, como las experimentó el discípulo incrédulo: mas tan
perfecto de todos, antes cobrará cada uno el que tuvo primero; hermosas, tan resplandecientes, tan gloriosas, que será una de las
así también sucederá en el color, que no todos tendrán el que más agradables vistas, que tendrán los ojos de sus cortesanos.
mejor fuere en su género, sino el que mejor estuviere al sujeto (...) A esta semejanza se verán también en los cuerpos gloriosos
de cada uno. Tal será el negro a los que fue natural en la vida» ". de los mártires algunas señales de los tormentos que padecie-
*~ETn cambio, los que, habiendo nacido blancos, se tornaron de piel ron, en tan grande claridad y belleza, que no sólo no menosca-
oscura por los trabajos, la intemperie o las enfermedades, como barán punto de su hermosura, más aún la harán mucho mas agra-
los marineros y labradores, renacerán con la blancura de su tez dable a la vista de todos. Así se ha visto aun en los cuerpos muer-
restituida, olvidada de las injurias del viento y el sol. En cuanto tos de algunos, como en el de Herculano obispo de Perosa, de
al color de ojos y cabellos, cada uno tendrá el que le fue otorga- quien escribe san Gregorio en el libro cuarto de sus diálogos,
do al nacer. Así nuestro buen jesuita discrepa de la mayoría de que habiéndole cortado la cabeza los Godos, y quitádole la me-
dia piel, echaron por mayor afrenta, en un lugar vilísimo el san-
to cuerpo mas halláronle luego entero con su cabeza, vestida su
Op. cit., fol. 5. piel, y con sola una sutilísima señal en la parte por donde ha-
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G E O G R A F Í A DE LA E T E R N I D A D F L C: I E L O

el fuego pudiera quemarle, ni helarle el yelo, ni humedecerle el


Después de evocar esta imagen de cicatrices delicadas, resplan- aire, ni lastimarle la tierra, ni herirle el cuchillo, ni hacerle otra
decientes, que adornarán el cuerpo como joyas, el autor pone va- ofensa, cosa alguna de las que tenemos en esta vida. Y aunque
rios ejemplos de personas que resucitaron, sacados de la vida de todos resucitarán con su complexión o temple natural, colérico,
los santos, para así acallar las dudas de los incrédulos, abrumán- sanguino, flemático, melancólico, será cada uno en su género pcr-
dolos con pruebas irrefutables. Luego inscrtajjm curiosa narra- fectísimo, y como todos los humores han de estar acordados en
ción sobre el hallazgo de _ _ toda su proporción, mantenidos por este dote en su ser, no po-
pucio, que ~se~ natía" extraviado durante el saqueo de Roma por drán sentir afecto, ni efecto alguno desordenado, cual suelen acá
las tj7jpas~clFtraTrosT~y^'üe fuc'recupcraBa en octubre de_J 5^5 7, padecer con el exceso de ellos, sobresaliendo con la cólera, o des-
hallándose el precíosocTespojo tan fresco como si acabara de ser caeciendo con la melancolía. Tendrán siempre una milagrosa paz,
cortado. Este acontecimiento desató una multitud de prodigios y alegría de cuerpo y alma, sin temor de perderla. Una salud más
que nuestro autor narra con gran detenimiento, resaltando que entera que la de nuestros padres en el estado de inocencia»7".
la incorruptibilidad de ésta y de otras menos prestigiosas reli- La impasibilidad nos libra de la muerte, pero también de todo
quias son prueba de las cualidades de los cuerpos gloriosos. su cortejo: de la enfermedad, el dolor, la vulnerabilidad, el te-
Vuelve luego a éstos, tras la extensa digresión, y nos informa mor, el cansancio y la vejez, pero, en su afán de mantener un
de que todos hemos de resucitar de treinta y tres años, y que, equilibrio inmutable, nos libra también de sentimientos y afec-
aunque cada uño ha dé tener la'esfafüTarácJFcuacla ITsu ña tur ale1 ciones, nos arrebata la vida, y cabe preguntarse si esa perfecta
zaV's'crá dentro de las jpajJla£HeT£]r7ün^ enano"? proporción de los humores será compatible con ese gozo inten-
Agigantes habrán de cojregir su mengua y ^'3emisTa"rTes'prcr"- sísimo y durable que se nos promete.
tivamente. Concluye, des^ííes~ct(racíucir múltipteSTfuTrjrichid-es; La impasibilidad garantiza una salud de hierro para nuestros
«QucdTpucs asentado que cualquier exceso de la común estatu- cuerpos, y nos asegura que serán indestructibles. El siguiente paso
ra proporcionada a las fuerzas naturales de cada uno, o bien por es lograr que, a la inmortalidad siempre joven, se añada la her-
\a extraordinaria
sido cortada, que daba aldecuello
cortedad admirable
cuerpo, como loshermosura»'*.
niños, los pigmeos y mosura deslumbrante. Ya se nos ha prometido un cuerpo ínte-
los enanos o bien por disforme grandeza de él, como los gigantes, gro, correctamente desarrollado, desprovisto de defectos, en la
todos se reducirán al estado natural, que pide su perfección»69. plenitud de sus posibilidades. Pero la verdadera belleza no resi-
También se ocupa el padre Martín de Roa de las cuatro dotes de sólo en la perfección, sino que requiere un cierto toque má-
de los cuerpos gloriosos. Primero, habla de la impasibilidad, «don gico, un don que la transforme. El cuerpo de Cristo era irrepro-
sobre todas fuerzas humanas, que saca al cuerpo de la sujeción chable, pero sólo en la Transfiguración derribó por el suelo, ató-
de la muerte, le exenta de todo dolor, le hace libre de todo pecho nitos, deslumhrados, a su compañeros más íntimos. Ese toque
de la mortalidad, de enfermedad, molestia, sed, hambre, cansan- especial lo recibirá el cuerpo de la segunda de las dotes sobrena-
cio, inviolable a las injurias de tiempos, personas, y cosas con- turales, «la claridad, con que se da colmo a su hermosura, para
trarias, inmortal y eterno en su duración. Esto es impasible: no que así como el alma resplandece con la lumbre de la gloria y
sujeto a mudanzas, a quien ninguna violencia podrá destemplar clara vista de Dios, así el cuerpo resplandezca con otra luz cor-
o descomponer. De tal manera, que si apareciese hoy uno de los poral y visible, con que se haga digno instrumento y morada
santos, que en cuerpo y alma subieron con Cristo al Cielo, ni del alma. Y es así que, entre los accidentes visibles, ninguno hay
que dé lustre a las cosas, y las haga parecer agradables a la vista
Op. tit., fol. 6.
Op. cit., fol. 18. Op. cit., fol. 50.

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o c; K A r i A n F L A h T E i¡ N i n A n H L c: I E L O

como la luz. Sin ella, ni talle, ni color, ni facciones son de ver. como un cuerpo glorioso, cuando quisiere andar de un lugar a
Por esto dice san Juan Damasceno que la luz es honra y atavío otro, o llevarse todo sin mover pies, ni brazos, ni algún otra par-
de las criaturas visibles, y hace vistosa su hermosura. Y éste es te, que lo podrá hacer en un pensamiento, tan sin cansancio ni
el vestido de los bienaventurados, más galano y precioso que todas fatiga, como si no se moviera»72.
las riquezas de la tierra. Esta luz no sólo estará en la tez y apa- De modo que la agilidad no sólo implica rapidez, sino tam-
riencia exterior, sino derramada dentro y fuera por todo el cuerpo. bién destreza, perfecto dominio del cuerpo y de todos sus miem-
a la manera que en un cristal, o bien como el fuego en un hierro bros. Añade luego el autor que no estarán sujetos los santos a
encendido. Hará todo el cuerpo transparente de manera que no la ley de la gravedad, por lo que les será igualmente fácil despla-
sólo pueda verse la figura de fuera, más aún toda la compostura zarse hacia arriba, hacia abajo o en cualquier sentido. Esta taita
y armonía de dentro» 71 . de esfuerzo comunicará, además, a los movimientos de los ele-
El autor ha sabido captar esa cualidad dorada de la verdadera gidos, por veloces que sean, un aire de serenidad y reposo, un
belleza, que emana un vaho cálido, se entreteje en la carne y la aspecto descansado, digno, majestuoso aun en medio del vérti-
ilumina con un resplandor que, más que de la luz que baña la go arrebatado de su vuelo.
piel y provoca el reflejo, el tornasol y la suavidad honda y opa- Pone, como confirmación de su esperanza, algunos ejemplos
ca, parece proceder del interior, de la estructura misma del cuerpo. de santos que, en vida, se trasladaron milagrosamente de un lu-
o tal vez irradiar del corazón, difundiéndose en olas sosegadas. gar a otro, o caminaron sobre las aguas. Y concluye diciendo
Pone luego ejemplos de esta claridad, que se manifestó en los que la agilidad permitirá a los bienaventurados mover y trasla-
cadáveres de algunos santos y, en ocasiones, posibilitó su locali- dar cualquier objeto, por grande o pesado que sea, aunque reco-
zación o el establecimiento de su identidad. Después, prosigue: noce que, como tras el juicio final habrá quedado el mundo per-
«No será de menos gusto y gloria a los bienaventurados la ter- fectamente ordenado, co-n todas las cosas en su lugar exacto, no
cera perfección, que se les comunicará después de resucitados; tendrán muchas oportunidades de ejercer esa habilidad, si bien
su nombre es agilidad, don excelente, obrador de grandes mara- no por eso será menos agradable poseerla.
villas, que hace a los santos, no sólo fáciles, sino poderosos en El cuarto don sobrenatural de los cuerpos gloriosos será la su-
obrar. Con él están ágiles, prestos, poderosos, para el uso de to- tileza, que les proporcionará, siendo de carne, las ventajas de los
dos sus miembros, de pies, y manos, y de todo su cuerpo, sin espíritus incorpóreos, según comenta el autor, alborozado. Dice
que haya peso que tarde su ligereza, ni estorbo que lo haga a su luego: «Una de las grandes faltas que en esta vida padecen los
facilidad, ni resistencia a su vigor. No habrá primor ni artificio cuerpos, es la poca fuerza que tienen contra la resistencia que
que no pueda salir de sus manos, no sólo con muchas ventajas los otros les hacen, negándoles el paso, la entrada o salida al lu-
a lo que pudieran hacer los artífices de los milagros del mundo, gar que desean. Quisieran los hombres reconocer en las entra-
sino con todos los cabales, y colmos de perfección, que puede ñas de la tierra las venas del oro y plata donde ella las esconde
caber en el arte y fábrica de cada cosa. Sus pies serán como de mas estorba un cuerpo al otro, el de la tierra al del hombre, no
ciervo, respecto de los demás animales, y por ligeros que aqué- pueda pasar por el uno el otro, y si porfiase el hombre hacerlo,
llos sean y más prestos en la carrera, no igualarán a sus pasos, escaparía muy maltratado. Quisieran escudriñar en lo profundo
y daránlos con la misma serenidad y sosiego, que si estuvieran del mar las riquezas que se ha tragado. Más o menos en todos
quedos en su lugar. No hay viento, por ligero que corra, ni ave hallan resistencia, ninguno se.deja pasar. Queda el hombre frus-
que tan veloz vuele, ni saeta que con tanto ímpetu rompa el aire. trado con pesadumbre de sus deseos. Vence todos estos estor-
()/>. dt. fol. 51. ()/). cit., fol. 52.
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( I E (1 C R A F I A I) K L A E T E li N I I) A I) EL C I E L O

bos la sutilidad: da libre paso a un cuerpo por otro, aunque más mismo título, Su Majestad, se aplica a Dios (y a su presencia en
grueso, más duro sea, y más intratable. Más fácilmente atrave- el Sacramento) y al Rey de España. Y que tanto el monarca co-
sará un bienaventurado una peña, una pared, un monte, toda la mo la custodia tienen derecho a caminar bajo palio en determi-
tierra, que ahora nosotros este aire, sin hallar cosa que se lo im- nadas ocasiones, evidenciando así su identidad como manifesta-
pida, ni poner de su casa algún trabajo» 73 . De este modo, por ciones de lo divino sobre la tierra.
ejemplo, atravesó Cristo las puertas de su sepulcro, y también También el hecho de culpar a los pecados del rey o de los es-
varios santos escaparon en vida de cárceles y prisiones gracias pañoles de a pie de las desdichas de la patria, evidencia ese para-
a un adelanto de este don inapreciable. Con un fascinante relato lelismo entre los dos reinos, así como su influencia mutua. Y
sobre el martirio de los santos Filemón y Arriano, donde se ma- la introducción tanto de elementos profanos en fiestas religiosas
nifiesta generosamente, no sólo el don de la sutileza, sino una (corridas de toros, mascaradas y teatro para celebrar la canoni-
variedad de milagros a cuál más admirable, da por terminado zación de un santo) como de elementos religiosos en fiestas pro-
el buen jcsuita su discurso sobre los cuerpos gloriosos y sus pro- fanas (sermones, alegorías devotas y presencia de imágenes de
piedades. santos en los esponsales de una princesa).
Una vez descritos los habitantes de la Jerusalén celeste, falt;i Todos los pueblos de la tierra, en todas las épocas, tienden a
saber en qué emplearán su tiempo. De eso tratarán los siguien- considerarse los elegidos de Dios y a pensar que el Cielo tiene
tes capítulos. particular interés en sus empresas y es decidido partidario de su
causa. Y de hecho, aun en nuestro siglo han luchado los hom-
bres por causas demasiado terrenas, proclamando que lo hacían
por Dios. Pero la identidad que el español barroco establecía entre
la Jerusalén celeste y Madrid, entre Cristo y los Austrias, era tan
5. LA CORTE CELESTIAL fuerte, que a los extranjeros llegaba a parecerles francamente sa-
crilega. Y teñía gran parte de su vida religiosa, no sólo porque
La corte celestial es una expresión que se emplea habitualmente la religiosidad tridentina, al hacerse accesible y buscar la emo-
cuando uno se refiere al Empíreo, y para nosotros, en nuestro ción del fiel y el esplendor del culto, implicaba una mezcla de
tiempo, se ha vaciado de sentido, y tendemos a tomarla como elementos profanos, tomados en sentido literal y alegórico, sino
una metáfora, porque pensamos que un dios sólo puede ser con- también porque, al identificar las personas de Cristo y de su rey,
siderado rey alegóricamente. Pero para el español del siglo XVII, el español tendía a adoptar ante ambos la misma postura: fideli-
la frase se entendía de forma totalmente literal, y quería decir dad inquebrantable, acatamiento, irreprochable cortesía, respeto
que el Cielo era de verdad una corte, con su rey, sus altos car- mezclado con admiración, y ánimo para aclamarlo cuando fuera
gos, sus jerarquías y sus ceremonias, y en su descripción de las pertinente y para morir en su defensa si resultara preciso, pero
actividades celestes, toman por modelo la vida madrileña, del manteniendo aparte la vida privada. En las narraciones de los
mismo modo en que las festividades profanas se mezclan con ele- viajeros por España percibimos una virtuosa indignación; todos
mentos sagrados, otorgándoles así un aire de trascendencia y per- se escandalizan por lo que consideran el colmo de la hipocresía,
duración, y convirtiendo aun los más frivolos actos del monar- al ver a nuestros paisanos tan celosos de la ortodoxia y tan laxos
ca en espejo del Cielo. La corte celestial y la terrena se copian, en la moral, tan devotos y tan pecadores, fiando siempre de la
se inspiran y se explican mutuamente. Y no olvidemos que un confesión en el momento de la muerte. Hacen penitencia, inclu-
so con extravagancia, reconocen los visitantes, pero sin decidi-
73
Op. cít., fol. 63. do propósito de la enmienda. Se comportan en el templo como
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c; F. o c; u A r i A n H L A H r K u N i ti A i> y i. c l E [ o

en su casa y «su religión es en todo de las más cómodas, y son tra los herejes y blasfemos, mientras cumplamos con la exterio-
exactos en observar todo lo que no les produce alguna molestia; ridad del culto, contribuyendo así a su pompa y a la suntuosi-
castigarían severamente a un blasfemador del nombre de Dios dad de su casa, mientras estemos dispuestos a purgar con públi-
y a una persona que hablase contra los santos y los misterios de ca penitencia cualquier ocasional desacato a sus órdenes, no hay
nuestra fe, porque es preciso estar loco, dicen ellos, para come- nada que temer, somos subditos leales y El cuidará de nosotros
ter un crimen que no da gusto ninguno; pero no moverse de los y no nos dejará morir* sin confesión. No hay por qué preocu-
lugares más infames, comer carne todos los viernes y sostener parse, y una conducta demasiado estricta resulta sospechosa, como
públicamente una treintena de cortesanas, y tenerlas todos los si ocultara a un espía o un traidor.
días a sus lados, eso ni siquiera es para ellos materia de escrúpu- Dos últimos ejemplos de esta similitud entre la corte celestial
lo» 74 . Brumel, además, se admira del rostro y talla tan españo- y la terrena. El primero concierne a la decoración. En capítulos
les que ostentan las imágenes de los santos, y eso le parece una anteriores, el padre Martín de Roa nos decía que el Empíreo está
suerte de desacato. Comparando opiniones de viajeros, un autor adornado con arcos triunfales, donde se representan emblemas
actual concluye que el español del siglo XVIf«parece mucho más y figuras de santos. Veamos parte de las galas con que Madrid
capaz de morir por su Dios que de reprimir, en su nombre, sus se vistió para celebrar, en 1620, la beatificación de San Isidro:«Hi-
aspiraciones y sus instintos» 75 . ciéronse tres arcos triunfales para este día, el primero en la pla-
Estas críticas se basan en una fundamental incompresión de zuela de la Cebada que tenía de alto 80 pies, y se pasaba por de-
la actitud de aquellos hombres ante la divinidad. ¿Por qué no bajo por un arco. Fue muy bien adornado de historias, enigmas
iban a comportarse en el templo como en su casa? Si tanto Espa- y jeroglíficos en alabanza del santo, pintado de diferentes colo-
ña como el templo son imágenes del Cielo, el comportamiento res imitado de mármol blanco, y tenía por remate en un nicho
dentro de la iglesia no tiene por qué ser distinto del habitual. a San Isidro sobre un trono de ángeles, y arrcmallaba por los
¿Por qué no dar a los santos rostros familiares? De hecho, los lados en cuatro cornucopias sobre pedestales llenos de espigas
santos son una especie de españoles de lujo; Dios tiene dos cor- y flores, símbolo de la abundancia con que Madrid este día acu-
tes: la celestial y eterna y la terrenal y española; los santos habi- día al cumplimiento de sus obligaciones. Remataban estos pe-
tan en aquélla y los españoles, hasta el día de su muerte, en ésta. destales y cornucopias con cuatro Armas de la Villa y el remate
Los ciudadanos del Cielo son así casi nuestros paisanos, y lo se- último del Arco era de términos y pirámides revestidos de folla-
rán de hecho tras el Juicio. En cuanto a la relajación de las cos- jes» 76 . Arcos recubicrtos de apariencias, aquí como allá, para
tumbres, aparte de la exageración previsible, pues todos tende- expresión de un triunfo y deleite de los ojos. La entrada de un
mos a considerar las costumbres ajenas como inmorales, tam- santo en el Cielo se conmemora en la tierra, y la vida de la tierra
bién puede explicarse. El español barroco rendía homenaje a su proporciona temas decorativos al Ciclo.
rey y a su Dios, fundiéndolos en uno solo. Ahora bien, la vida Otro ejemplo más: en el Cielo, se nos ha dicho, edificios y
privada es algo particular, algo que no le concierne al rey y, por objetos serán de materia transparente y brillante. Pues bien, se-
tanto, tampoco a Dios. Según este razonamiento, mientras sea- gún cuenta el padre Flórez, el príncipe Baltasar Carlos, el día
mos fieles al Señor, y defendamos su honor y su autoridad con- de su bautizo, era transportado en una silla de cristal de roca que
provocó la admiración de los asistentes, como en una prefigura-
74 GUAMONT, Citado en J.M. DÍKZ BORQUK, La saciedad española y los via-
jeros del siglo XVII, S.G.E.L., Madrid, 1975, p. 156. ''' Relación de las fiestas de la beatificación de San Isidro, en J. SIMÓN DÍAZ,
7:1 M. DEFOURNEAUX, La vida cotidiana en la España del siglo de oro, Argos Relaciones breves de actos públicos celebrados en Madrid, de 1541 a 1650, Instituid
Vcrgara, Barcelona, 1983, p. 32. de Estudios Madrileños, 1982, p. 114.

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c; t: o (; u A i : i A n i: i. A i: i i-. U N I D A D -

ción del diáfano trono eterno que con aquella ceremonia del bau- Es interesante señalar cómo el autor anónimo de esta relación
tismo empezaba a merecer. dota de trascendencia algo tan banal, tan frivolo, como la moda.
De modo que los predicadores y tratadistas, al describir el ciclo Las damas, lujosamente ataviadas, jóvenes y alegres, ruidosas, sin
toman como modelo la corte de Madrid, y son muchas las coin- duda, como gorriones, le parecen las doncellas de Israel, y aún
cidencias entre los trajes, costumbres y diversiones de los corte- más, un escuadrón de ángeles. Así las ceremonias de la corte de
sanos terrestres y los celestes, como se pondrá de manifiesto en Madrid son eco y prolongación de las de la Jerusalén celeste.
los ejemplos que siguen. Un ejemplo más: «La librea de su Majestad se hizo dentro de
Veamos, para empezar, cómo se vestían los madrileños de al- Palacio, y la del conde de Olivares, que era una misma, la cual
to rango en las grandes solemnidades: «Salió su Majestad de su fue de Lama de plata bordada de acero pavonado, que era tan
aposento, vestido de raso blanco, calzasj^cuéra y Bohemio de rica, que el sastre que la hizo, dice que valía más que todas jun-
^ de plata, aforra- tas, por el valor y coste que tenía. Llevaron el Rey y el conde
do en armiños, zapatosjb Láñeos y gorra de tercipéloTIso negro, de Olivares muchas y grandes plumas azules con rosetas blan-
con cintillo deberlas y diamantes, martinetes, penacKo"cíé"cííaH cas, y en los sombreros dos rosas de diamantes de inestimable
tro plumasl^Fancas con una riquísTma~deldíañTíñtés,l;spáda~pTá- valor y precio.
teada cincelada, talabarte y pTertlnTt)15Máltc^,Tücllo~cón vainilla El Infante don Carlos, que hizo pareja con el marqués del Car-
eTc^ pió sacaron librea de terciopelo leonado, bordado de muy grue-
~ sos canutillos de plata, y'las plumas que llevaban eran de color
la reina, vestía una saya grande de tela blanca coñ~vrvos de mur-
tas, bordadas de gjjaj"rnH¿n jOE^?!^^ muchas puntas negro y grandes.
dj^Sm^ejLyJ^a^^ y entre ellas un collar El conde de Monterrey y don Luis de Haro, que de esta tropa
4ej3LM^unj_£omll;Lad^re^di^ eran los delanteros, sacaron librea de terciopelo negro liso, de
cho_c^nj3lumas_y_£aLrzotas en_el_tocado» 77. canutillo, y bicho de plata con mucha lentejuela de plata, aque-
Este era el atavío de las personas reales, pero el de otros per- jada toda la librea de esta manera con muy famosas labores. Lle-
sonajes de menor rango tampoco tenía mucho que envidiar. Se- vaban la librea del Conde y de don Luis seiscientas onzas de plata
guían «otras damas y meninas, con tantas telas, bordados, colo- y más, plumajes grandes y blancos»7''.
res y gorrillas en los tocados, que parecía primavera de abril y Ciertamente resulta casi escandaloso pensar que, para confec-
mayo, en los jardines de Aranjuez, donde se veían azucenas, cla- cionar dos libreas para una máscara, se emplearan más de dieci-
veles, jazmines, lirios, azahar, amarantos, violetas, rosas, y mos- siete kilos de plata. A nuestros ojos, eso excede al lujo y es un
quetas, y un escuadrón de ángeles en su hermosura y gallardía, franco derroche. Sin embargo, la idea barroca de monarquía im-
acompañadas de particular y general de tantas galas e invencio- plicaba rodear al rey de una pompa y un esplendor tales que pu-
nes de oro, plata, joyas, perlas, y piedras que parecían haberse sieran inmediatamente de manifiesto su superioridad respecto del
recogido allí todas las perlas de la India Occidental a competir común de los mortales. El rey podía aparecer sencillamente ata-
con los diamantes de la Oriental. La alegría que llevaban era co- viado sin faltar al decoro, mostrando así que su grandeza era al-
mo la que tuvieron las damas de Israel cuando cantaron la gala go consustancial con su persona, y no un oropel prestado, pero
y alabanzas de David»7". el marco que lo rodeaba debía ser magnífico. Este esplendor era
expresión del poder real, y también del respeto de sus subditos,
. C . J Relación del juramento del príncipe don Felipe (1608), en JOSÉ SIMÓN DÍA/,
"Relaciones breves de actos públicos celebrados en Madrid de 154] a 1650, Instituto de
79 Mascara y fiesta real, que se hizo en Madrid, a 26 di Irbrero de ¡623, en JOSÉ
Estudios Madrileños, 1982, p. 49.
7ti Ihidcm, p. 57. SIMÓN DÍAZ, Op. cit., p. 191.

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que no consideraban nada lo bastante bueno para estar en pre- bien nos da una imagen de elegancia a un tiempo refinada y cos-
sencia de su señor. De este modo, el lujo de la corte no sólo era tosa: «Pues aquellos trajes y vestidos de los bienaventurados, qué
explicable, sino necesario. Un último ejemplo corroborará lo di- lustrosos son. Vistióse de nuevo José para entrar en el palacio
cho: «Parece que con la salida de estos príncipes ha dejado la Corte del Faraón. Vistióse Mardoqueo de fiesta, para hablar con Asnero.
las galas, porque todo cuanto la invención humana pudo imagi- Vistióse Daniel de gala, para asistir al servicio de Nabucodono-
nar tanto sacaron de Madrid. La puerta de Guadalajara quedó sor (...). Pues para entrar un bienaventurado en aquel palacio de
sin joya de consideración, porque al menor de los que van a la la gloria, para ponerse a hablar con el príncipe cíe los ángeles,
jornada le pareció poco comprarlas todas, y así gastaron esplén- para entrar en su servicio, para asentarse en su mesa, para ser
didamente, y de manera que en diamantes, rubíes, topacios, ama- convidado en el banquete de su gloria, ¿qué trajes, qué vestidos,
tistas, bájales, crisólitos y esmeraldas llevaban cifrada la India qué libreas ha de tomar? ¿Qué manteos y marlotas? ¿Qué guir-
Oriental, en gorras, cueras, capas, y bohemios, gasto por cierto naldas y capellanes? ¿Qué turbantes y plumajes? ¿Qué coronas
bien empleado, pues se ocupa en servicio y honor de sus mis- y aureolas? ¿Qué cadenas y collares? ¿Qué insignias y divisas?
mos reyes» *". ¿Qué hermosura y belleza?» 82 . Aparte del evidente paralelismo
Ahora ya tenemos una idea del aspecto de los cortesanos del con la moda de la época, es digno de mención el hecho de que
Madrid del seiscientos. Veamos ahora cómo se adornan los cor- el autor tome como punto de referencia, para suponer el com-
tesanos celestes: «Paséase mi Señor por el castillo, gallardísimo, portamiento de los bienaventurados, los grandes imperios de la
vestido de tela blanca, encarnada, verde y azul, toda bordada de historia. Egipto, Persia, Babilonia, explícitamente citados; el im-
piedras preciosas». El atuendo de Cristo es suntuoso. No lo es perio español no nombrado, pero presente como modelo con-
menos el de su Madre: «Tiene la gran Emperatriz soberana aquel creto de la moda de los elegidos.
vestido entero, saya grande de blanco y encarnado, todo de pie- También Francisco Garau, autor de un célebre libro de em-
dras preciosas, como tengo dicho; y las santas vírgenes con ella, presas, encuentra natural considerar el Cielo como una corte, a
todas de la misma librea, la cosa más hermosa que ojos huma- imagen de la madrileña, y también él encuentra imprescindible
nos han visto; una gentileza de cuerpos, una bizarría de talles: el uso de atavíos extremados. Compara, primero, a los Serafines
¡Qué cabezas tan aderezadas, qué tocados y rosas enlazadas de con los vigilantes e informadores, por no decir supervisores y
perlas y piedras preciosas, y aquella belleza de coronas imperia- espías, que pululan en derredor de los tronos: «Y no sé si aque-
les en ellas! ¡Qué ojos, frentes y bocas! ¡Qué manos tan blancas llos sagrados serafines, que están hechos mil ojos delante la Ma-
y qué manillas y sortijas» 81 . El traje de María es casi idéntico al jestad Divina, son símbolo de los muchos Argos que asisten en
de Margarita de Austria en la jura del futuro Felipe IV, y el coro los Palacios a las majestades humanas» w .
de las vírgenes también se asemeja al tropel de engalanadas y Luego, compara las imágenes de los santos con las estatuas
gorjeantes damas que figuraban en el cortejo. de héroes y de otros personajes notables y famosos que adornan
Otro autor, aun sin detallar tanto como la monja citada, tam- las plazas de las ciudades, rindiendo culto a la grandeza de aquél
en cuyo honor fueron erigidas, y despertando a un tiempo la emu-
80 CRISTÓBAL DE FK;UEROA, Relación de la onrosissima ¡ornada, que la Ma- lación de quienes las contemplan: «¿Qué hacen en los altares las
jestad del Rey don Felipe nuestro Señor a hecho aora con nuestro Príncipe, y la Reytta
de Francia sus hijos, para efectuar sus reales bodas (1615), en J. SIMÓN DÍAZ, Op.
cit., p. 99. 8- FRANCISCO DE MENDOCA, Sermones de tiempo, Barcelona, 1636, p. 271
81 Texto de JUANA DE SAN A N T O N I O , citado en MANUHI. SERRANO Y 81 FRANCISCO GARALI, l-l saino instruido de la naturaleza, en quarenta máxi-
SAN/., Apuntes para una biblioteca de escritoras españolas desde el año 1401 al I8.W, mas, políticas, y morales, ilustradas con todo genero de erudición sacra, humana, Barce-
U.A.E., Madrid, 1975, 4 vol. I I I , p. 225. I lona, 1711, p. 10.

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<; r o G R A F Í A n i-, i A i; r i R N i n i i [•: L n

imágenes de los santos sino excitar nuestro alientu ia media noche dar música:» en una calle, luego sospecháis que
¿qué hacen las de los héroes en las plazas, sino espolear-3 ,?ledad? ,n amores, y que allí a unaía parte estará disfrazado el g a i án , y
Si te gozas en su término, ¿por qué no sigues sus pasos?° FVal°r? •sde alguna celosía oyendo ^ la dama. Pues oís a la media noche
sible, que al ruido de su fama no despierte tu espíritu?;»! P°~ ,'bre el establillo de Belén i músicas celestiales, y que todos los
Así vemos que,, al asimilar los santos a los os hérc
roes nr f jozos del coro del Cielo estdPán allí haciendo de garganta, y can-
se los acerca más al devoto lector, y a éste le parece más h lr\°s' ,ndo mil divinas cancionesis, y muchas sospechas me dan que
ro seguir su ejemplo, mientras que el premio parece más a ' allí amores: y haylos reaL límente; y cl enamorado, au» lquc n j-
cible cuando, además del favor divino, se promete la farn Jt es tan fino en saber am;*i^r, que excede en amor a todas las i
Pero algo más se requiere para considerar al cielo como •iaturas juntas, y está tan disfrazado, q ue apenas nadie l o cono. j
verdadera corte: el boato, la belleza, las galas: «Dios cuando quie , sino es la dama, que sabe*- muy bien quién es. La dama, digo I
blasonar de Señor, y fundar Corte como Rey, saca por gala 1 sacratísima Virgen, a quie-en se le da la música, la cu a l podía
hermosura. Desde que vistió de hermoso, parece tiene pala- lUy bien decir: el mi amadlo para mí, y yo para cl mi amado. /
cio» 85 . La belleza, la presencia física majestuosa y seductora es ^h fiesta inmensa! ¡Oh regí^ocijos soberanos» 88 . "^
pues, ingrediente imprescindible de la realeza. i; María es una dama hern-rnnosa y distinguida, y Dios, quc es
Cambiando de tema: ¿qué hacían los caballeros enamorados ;u hijo, pero también su esprposo y, consecuentemente, su ena _
para declarar su pasión a sus amadas, guardando el respeto y la morado, la obsequia con las -'* galanterías al uso.
discreción que el alto rango de la dama exigía? Les enviaban versos iOtro autor, comentando ca^l hecho de que, en la Anunciación,
y les daban serenatas. Lo cuenta María de Zayas: «Sucedió que 1 arcángel saludó amablemo-iente al llegar, pero desapareció sin
una noche de las muchas que a don Diego le amanecían a las ma frase de despedida, vuelwve a presentar a María como Una <j a _
puertas de Laura, viendo que no le daban lugar para decir su pa- Bia, bella y gentil, honesta, pt pero discreta y aguda en la réplica,
sión, trajo a la calle un criado que con un instrumento fuese ter- •el arcángel aparece como u un galán ingenioso y cortés quc la
cero de ella, por ser su dulce y agradable voz de las buenas que •quiebra en tono elegante y r respetuoso, como amigo y enviado
en la ciudad había, procurando declarar en un romance, que al :1 amante, y desaparece sin s/aser notado al hacer éste acto d e pre-
propósito había hecho, su amor» 86 . Lo corrobora Lope de Ve- incia. Dice: «comedido estabnba el Principe del Cielo Gabriel con
ga: «Habiendo conducido una noche con varios instrumentos ^ Virgen nuestra Señora mu^Jy cortesano y cumplido, per o en el
excelentes músicos, quiso que a sus mismas rejas dos voces de fcnto que sintió la presencia c de su Rey, que se había hecho hom-
las mejores la cantasen así» 87 . De modo que el amante enviaba Je, dase punto en boca, deja;-a la plática que tenía comenzada y
uno o varios músicos para que cantasen ante su dama unos~ re Tapetando a la Majestad, que;«c entendió estaba presente, retírase
sos que él mismo debía escribir o, al menos, aparentar que a lt pase sin despedirse» 89 .
escrito. 'Si María es una dama cortci^sana, Di0s es un Rey, que se osten-
Los habitantes del Empíreo observan idéntica conducta, y asi :n medio del esplendor convnveniente a su alto rango. En s u mag _
lo pone de relieve un predicador de principios de siglo: «3.< ' lco palacio, se rodea de bcíooato, riquezas y hermosuras: «Oh

84 Op. dt., p. 20.


Op. dt., p. 68.
«wo , DlEG ° DE AUCEl Miscdánea ?'a P'''»"-'™ de naciones eclesiásticas, desde el Do
86 MARÍA DE ZAYAS, La fuerza del amor, en Novelas completas, BrugM*
*6, k\'\UUatm dí'SP><" dí' Penthtl"hccostcs> hast"la Vigilia de Natividad, Murcia,
Barcelona, 1973, p. 181.
87 FÉl.ix LOPE DE VEGA CARPIÓ, El desdichado por la honra, en Mea, ?IEG,° DE LA V E C ; A ' Et»Pleo tí* Y fxercicio sa,,to sobre los Ei'anvelios ,/,, ¡a, ,/„
Marcia Leonarda, Pucyo, Madrid, 1970, p. 57. ">as de todo el año, Barcelona, 16W3605, fol. 56

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Ci E O G K A F I A 15 H L A F. T F U Ñ Í 1) A I) E L . C: I E L O

imágenes de los santos sino excitar nuestro aliento a la piedad? a la media noche dar música en una calle, luego sospecháis que
¿qué hacen las de los héroes en las plazas, sino espolear el valor? son amores, y que allí a una parte estará disfrazado el galán, y
Si te gozas en su término, ¿por qué no sigues sus pasos? ¿Es po- desde alguna celosía oyendo la dama. Pues oís a la media noche
sible, que al ruido de su fama no despierte tu espíritu?»" 4 . sobre el establillo de Belén músicas celestiales, y que todos los
Así vemos que, al asimilar los santos a los héroes profanos, mozos del coro del Cielo están allí haciendo de garganta, y can-
se los acerca más al devoto lector, y a éste le parece más hacede- tando mil divinas canciones, y muchas sospechas me dan que
ro seguir su ejemplo, mientras que el premio parece más apete- hay allí amores: y haylos realmente; y el enamorado, aunque ni-
cible cuando, además del favor divino, se promete la fama. ño, es tan fino en saber amar, que excede en amor a todas las
Pero algo más se requiere para considerar al cielo como una criaturas juntas, y está tan disfrazado, que apenas nadie lo cono-
verdadera corte: el boato, la belleza, las galas: «Dios cuando quiere ce, sino es la dama, que sabe muy bien quién es. La dama, digo
blasonar de Señor, y fundar Corte como Rey, saca por gala la la sacratísima Virgen, a quien se le da la música, la cual podía ,
hermosura. Desde que vistió de hermoso, parece tiene pala- muy bien decir: el mi amado para mí, y yo para el mi amado^J
cio»" 5 . La belleza, la presencia física majestuosa y seductora, es, ¡Oh fiesta inmensa! ¡Oh regocijos soberanos» 88 .
pues, ingrediente imprescindible de la realeza. María es una dama hermosa y distinguida, y Dios, que es
Cambiando de tema: ¿qué hacían los caballeros enamorados su hijo, pero también su esposo y, consecuentemente, su ena-
para declarar su pasión a sus amadas, guardando el respeto y la morado, la obsequia con las galanterías al uso.
discreción que el alto rango de la dama exigía? Les enviaban versos Otro autor, comentando el hecho de que, en la Anunciación,
y les daban serenatas. Lo cuenta María de Zayas: «Sucedió que el arcángel saludó amablemente al llegar, pero desapareció sin
una noche de las muchas que a don Diego le amanecían a las una frase de despedida, vuelve a presentar a María como una da-
puertas de Laura, viendo que no le daban lugar para decir su pa- ma, bella y gentil, honesta, pero discreta y aguda en la réplica,
sión, trajo a la calle un criado que con un instrumento fuese ter- y el arcángel aparece como un galán ingenioso y cortés que la
cero de ella, por ser su dulce y agradable voz de las buenas que requiebra en tono elegante y respetuoso, como amigo y enviado
en la ciudad había, procurando declarar en un romance, que al del amante, y desaparece sin ser notado al hacer éste acto de pre-
propósito había hecho, su amor» 86 . Lo corrobora Lope de Ve- sencia. Dice: «comedido estaba el Principe del Cielo Gabriel con
ga: «Habiendo conducido una noche con varios instrumentos la Virgen nuestra Señora muy cortesano y cumplido, pero en el
excelentes músicos, quiso que a sus mismas rejas dos voces de punto que sintió la presencia de su Rey, que se había hecho hom-
las mejores la cantasen así» 87 . De modo que el amante enviaba bre, dase punto en boca, deja la plática que tenía comenzada, y
uno o varios músicos para que cantasen ante su dama unos ver- respetando a la Majestad, que entendió estaba presente, retírase,
sos que él mismo debía escribir o, al menos, aparentar que había y vase sin despedirse» 89 .
escrito. Si María es una dama cortesana, Dios es un Rey, que se osten-
Los habitantes del Empíreo observan idéntica conducta, y así ta en medio del esplendor conveniente a su alto rango. En su mag-
í lo pone de relieve un predicador de principios de siglo: «Si oís nífico palacio, se rodea de boato, riquezas y hermosuras: «Oh

84 Op. cit., p. 20.


85 Op. cit., p. 68. 88 DIEGO DE ARCE, Miscelánea primera de oraciones eclesiásticas, desde el Do-
86 MARÍA DE ZAYAS, La fuerza del amor, en Novelas completas, Brugucra, mingo veynte y cuatro después de Penthecostes, hasta la l-'i^ilia de Natividad, Murcia,
Barcelona, 1973, p. 181. 1606, fol. 480.
87 F É I I X LOPE DE VEGA CARPIÓ, El desdichado por la honra, en Novelas .1 89 DIEGO DE LA VEGA, Empleo y exercicio santo sobre los Evangelios de las do-
Marcia Leonardo, Pucyo, Madrid, 1970, p. 57. minicas de todo el año, Barcelona, 1605, fol. 56.

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qué aparador tan precioso tiene Dios en ese su palacio celestial, narquía observan nuestros Reyes austríacos, le hemos de asig-
al fin tal cual de un tan gran Rey y Dios soberano. Qué de piezas nar los honores y puestos de primera autoridad y graduación;
ricas en la materia, y sin comparación infinitamente más en la hallan sus ministros, no sólo uno, sino muchos ejemplares de vi-
forma, esmaltes y labores sobrepuestos por la mano de su divi- gilancia y fidelidad grande a su Príncipe» 1 ".
na gracia»'" 1 . Veamos ahora cómo se celebraban las fiestas en el Madrid del
La magnificencia, los tesoros, las obras de arte, los objetos pre- seiscientos. Había, desde luego, luminarias: «Al anochecer repi-
ciosos o extraños de todo tipo, se consideran imprescindibles para caron todas las campanas de todas las iglesias y monasterios de
una adecuada epifanía de la majestad. Suponer en el Empíreo un frailes y monjas que en esta corte son muchos, y así fue extraor-
palacio divino sencillamente alhajado constituiría una falta con- dinario el ruido. Hubo muchas luminarias, en muchas partes se
tra el decoro. La diferencia con los palacios terrenos parte de la pusieron faroles de trecho en trecho, encima unos tiestos de ba-
superioridad en materia, forma y duración de la residencia ce- rro muchas rajas de tea, pez y resina sobre unos paños levanta-
leste, es que Dios, además de Rey, es arquitecto y artífice de tan dos, sobre las torres de las iglesias había gran muchedumbre de
extremada maravilla. luces. Estaban repartidos 50 trompetas y ministriles en 9 torres
El rey del Cielo, como sus colegas mundanos, tiene, además de las parroquias y ocho plazas y cantones de esta Villa, de ma-
de un palacio, una camarilla de servidores leales y solícitos, que nera que en 17 partes distintas había en cada estancia un juego
atienden a su comodidad, seguridad y necesidades; lo que se de- de trompetas y ministriles concertado que en tocando los unos
nomina su casa. Un orador recuerda el paralelismo entre las dos correspondían los otros y así todos juntos con buena propor-
majestades en una ocasión propicia: «San Pedro, según queda di- ción. Alegróse la gente sobre manera y salían de sus casas a ver
cho, pretende fabricar habitación o poner casa Real a nuestro So- las calles que con las muchas luces estaban tan claras como el
berano Rey, mostrándose tan desinteresado, que ni para sí, ni para mediodía: porque apenas había casa principal donde no había
los condiscípulos, solicita ocupación honorífica: Elias sólo ha de muchas hachas encendidas a las ventanas» 1 ' 2 .
ocupar los principales oficios de este Palacio, los primeros ho- Ademas de las- luces y las músicas, había vistosos desfiles o
nores de este Reino y las funciones de mayor graduación en la máscaras, donde desfilaba la nobleza con lujosos trajes confec-
casa de este excelso Príncipe; y habéis de notar'cómo las sirve cionados especialmente para la ocasión, y figuraban también mú-
y cómo se desempeña; (...) como se llegó el tiempo tan deseado, sicos y carros alegóricos: «Iban veinticuatro atabales y trompe-
en que a nuestro grande y católico monarca D. Carlos Segundo, tas a muía, con la librea de su Alteza, carmesí blanco y azul con
que el Cielo prospere en feliz duración, según el estilo de sus gualdrapas de lo mismo. Seguía una danza de instrumentos, mú-
predecesores, se le pone Real casa, y elige ministros, que sirvan, sicos a pie, con diferencias de trajes y naciones. Y aquí comenzó
y asistan al obsequio y autoridad de su Real Persona. En nuestro la máscara, diez cuadrillas de a diez cada una de caballeros y se-
Salvador, que, corno divino Príncipe, es Rey de Reyes, y Señor ñores. A todos dio las libreas la villa ricas y costosas, vaqueros
de Señores, tiene nuestro Monarca en el presente tema la idea y jubones de tela de oro, herreruelos de terciopelo, todos guar-
del más recto proceder, para el cumplimiento de su obligación necidos con pasamanos de oro forrados en tabí de plata, som-
y acierto en sus empresas, y veneración debida a su majestad; breros franceses, bordadas las faldillas y toquillas, plumas de co-
y en Elias, a quien, según el porte que en su augusta casa y rno-

'"' JERÓNIMO BATISTA DK L A N U / A , Homilías sobre los Evangelios qw la /c'< '" MARTÍN DE SAN JOSÉ, Sermones varios, Madrid, 1679, p. 71.
''2 Relación de la fiesta de 'N.P.S. Ignacio que en Madrid se hi(o a 15 de Noviem-
si a santa propone, los días de la Quaresma, 3 vols. B;irbastro, 1621-1622, vol. II.
bre de 1609, c-n Josí SIMÓN DÍA7, Relaciones breves de actos públicos celebrados en
p. 1833. Madrid, 1541 a 1650, Instituto de Estudios Madrileños, 1982, p. 70.
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lores. Cada cuadrilla llevaba las suyas. Fue un muy lucido es- guna representación teatral, en la que, atendiendo a la solemni-
cuadrón en tantos, y tan buenos caballos, que con la gala de los dad de la ocasión, se cuidaba con especial esmero la escenogra-
jaeces, bozales desempedraban las calles. Llevó la vanguardia don fía, procurando que resultase a un tiempo bella, novedosa, sor-
Pedro de Guznián, corregidor, y el regimiento, a quien seguían prendente y rica. Veamos un ejemplo: «Hízose un tablado de 120
títulos y grandes. Y la retaguardia, el duque de Alba y el conde pies en cuadro, el cual levantaba del suelo ocho pies y en medio
de Villamediana. El rato de la tarde, que fue extremada, gasta- de él se hizo una montaña de grutas, riscos, árboles, yerbas y
ron en correr delante de su Majestad y Altezas, que estaban en flores, con varios animales pintados y verdaderos, y en la cum-
balcones, gustosos de los carros y de sus invenciones, y de ver bre se hizo un castillo con sus torres y almenas, estandartes y
tantas cuadrillas y tantos señores con tan gran gala y bizarría» 93 . gallardetes, pintados en ellos las armas de su Majestad y de esta
En cuanto a las carrozas alegóricas, podemos reconstruir su Villa (...) Subíase a la montaña por dos subidas o caminos, uno
aspecto gracias a textos como éste: «A las cinco de la tarde se por entre peñas que subía a lo alto, y al principio de él, en la
hizo una máscara de diferentes invenciones y carros, la cual em- falda de la montaña había una puerta con un padrón escritas las
pezó desde el Prado de San Jerónimo y vino por la calle Mayor siguientes letras: Aquí llegan los osados, y entran sólo los hu-
a Palacio, donde su Majestad la vio. Empezó con música de chi- mildes. El otro camino del otro lado correspondiente, éste era
rimías y trompetas a caballo, con libreas de los colores de la Vi- entre árboles y amenidad, y subía hasta la mitad y daba fin en
lla, y a ellas seguía un carro tirado de dos camellos, y en él una una peña grande sobre la cual está una ermita de una pequeña
montaña, y sobre ella el caballo Pegaso, de cuya altura se despe- forma (...) Y al punto que su Majestad se puso a la ventana em-
ñaba una fuente tan nombrada de los Poetas, y al pie de ella las pezaron del Castillo trompetas y atabales y chirimías con otros
Musas con diferentes instrumentos tañían y cantaban. Tras ese diferentes instrumentos, a cuyo son se aparecieron por cada la-
carro acompañaban muchas figuras a caballo muy bien vestidas, do de la montaña dos distintos ejércitos de gente de guerra muy
y con diferentes insignias en las manos, todos los famosos poe- bien vestidos, a lo antiguo y romano, que habiendo pascado el
tas, como fueron Virgilio, Horacio, Cicerón, El Petrarca y tablado empezaron diferentes escaramuzas de bailes y, acabados,
otros»1'4. Curioso cortejo de poetas paganos y figuras mitoló- se hizo una pequeña representación de los Milagros de San Isi-
gicas para honrar la memoria de un santo cristiano que no se dro»'"'.
distinguió, precisamente, por el cultivo de las letras. Además de Vemos, pues, que las fiestas se celebraban de manera pública
un número variable de estos carros alegóricos, figuraban en ta- y colectiva, y en ellas tomaba parte toda la villa y corte, desfi-
les desfiles «Los pueblos circunvecinos (...) cargados con sus pen- lando, iluminando las casas, figurando en alguna comparsa o, sim-
dones de seda, cruces de plata y mangas de brocado»" 5 , así co- plemente, contemplando los muchos, variados y deslumbrantes
mo las parroquias de la villa con los suyos. espectáculos. Había, empero, otras diversiones más distinguidas:
Un elemento que no podía faltar en las celebraciones era al- recepciones y bailes que tenían lugar dentro del palacio y donde
a veces danzaban incluso los propios reyes. Un último ejemplo:
1)3 Relación de la ¡ornada, y casamientos, y entregas de Hspaña, y Francia (1615),
«En palacio estaba ordenado sarao por remate de la fiesta, el cual
en J. SIMÓN DÍAZ, Op. cit., p. 97. se comenzó con la majestad que se acostumbra en presencia de
'M Relación de las fiestas de la beatificación de San Isidro (1620), en J. SIMÓN tan gran Monarca. (...) Los Reyes danzaron algunas veces, y en
DÍAZ, Op. cit., p. 116. lo que más hubo de ver fue la pavanilla de tres, que danzaron
>h Suntptuosas jiestas que la ¡'illa de Madrid celebro a XIX de Junio de 1622. hn
la canonización de San Isidro, San Ignacio, San Francisco Xavier, San Felipe Ncri Clé-
rigo Presbítero Florentino, y Santa Teresa de Jesús, en J. SIMÓN DÍAZ, Op. ni., '"' Relación de las fiestas de beatificación de San Isidro (1620), en J. SIMÓN
p'. 168. DÍAZ, Op. cit., p. 117.

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tres a tres. El Rey, duque de Cea, y conde de Saldaña de una parte. ser una diversión, es también un espectáculo, y así, sin faltar al
La Reina, doña Catalina de la Cerda y doña Juana Portocarrero respeto debido al Señor de los ciclos, los bienaventurados le agra-
de otra, donde en cada uno hubo cosas maravillosas que ver tanto decen sus mercedes de forma decorosa y grata a los ojos. No
en el primor, concierto, correspondencias, y gallardía, como en es, por otra parte, ninguna novedad, pues aquí en la tierra el culto
la destreza, donde se cifró cuanto se puede pensar de danza, gala divino incluye, en ocasiones, danzas ceremoniales. David bailó
y bizarría, por ser la traza e invención del maestro más primo delante del Arca de la Alianza, acompañado de coros, y también
que hoy se conoce, con lo que se dio fin al día tan célebre y a hubo baile cuando se inauguró el templo de Salomón y cuando
noche tan regocijada»'' 7 . Judit venció a Holofernes. Aún en nuestros días hay templos cris-
Ya tenemos una idea bastante aproximada, a mi juicio, de có- tianos en los cuales se ejecutan complicados y ceremoniosos bailes.
mo se divertían los cortesanos españoles del siglo XVII. Tome- Una vez que ha demostrado cómo, desde tiempos muy remo-
mos ahora la otra línea paralela, y tratemos de averiguar cómo tos, ha figurado ese regocijo en el culto, el autor quiere conven-
celebran las fiestas los felices moradores de la corte del Rey de cernos de que, aun en su versión profana, es un entretenimiento
reyes. ¿Tendrán, por ejemplo, bailes? Nuestro antiguo conocido, honesto, cuando se ejecuta como se debe, sin desfigurarlo con
el padre Martín de Roa, piensa que una diversión que, en la tie- las malas inclinaciones.
rra, autorizan con su presencia, incluso tomando parte activa, Y para demostrar tal extremo recurre al ejemplo de la corte
nada menos que los reyes de España, representantes de Dios en madrileña: «Los que se han hallado en palacios reales, y visto
el suelo, no puede ser mala. Lo que alegró los ojos de los Felipes allí los saraos de las damas, refieren que es tanta la gravedad, y
es, sin duda, un espectáculo digno de desarrollarse ante la mira- modestia, tan grande la compostura, el decoro y decencia con
da del supremo Hacedor. que se hacen, tanta la serenidad y sosiego de los semblantes, los
Razona así este impagable jesuíta: «Todo honesto entretenimien- ademanes y movimientos de todo el cuerpo, tan decentes, tan
to de los que en esta vida se hallan, cortadas- todas las imperfec- graves, tan compuestos, que ni desdicen de la majestad de las per-
ciones que aquí nuestras malas inclinaciones les mezclan, mejo- sonas Reales, y componen los más licenciosos ojos de quien los
rados en orden superior, en que el Cielo se aventaja a la tierra, mira. De aquí podemos entender con cuántas ventajas en todo
y los moradores de él, a los de ésta, podemos entender, que se se podrán hacer semejantes regocijos en el cielo a vista del mis-
hallará también en aquellas bodas eternas, que allí se celebran mo Dios y de la Princesa de los ángeles, su Madre santísima,
entre Dios y los hombres. ¿Qué cosa en éstas o más alegre, o por los príncipes de su Corte, por sus esposas las vírgenes, to-
más usada, que los saraos y danzas, regocijados fines de sus con- dos en destreza del arte, en santidad y modestia, milagros del
vites? Persuadiránse muchos que no faltarán en el cielo, y yo, que mundo. Parece muy verosímil que será éste uno de los gloriosos
soy uno de ellos, daré razón de lo que me persuade a creerlo»1'". entretenimientos de aquel soberano Palacio. Será gloria ver el or-
Las razones que aporta Martín de Roa son varias. En primer den, el concierto, el compás, el decoro, la majestad con que los
lugar, los santos tienen que exteriorizar su regocijo de alguna bienaventurados darán estas muestras de alegría, haciendo fies-
manera, y el baile es una forma sencilla y natural. Además de tas a su Redentor»''1'.
Vemos que los bailes, cuando los sanciona la muy alta majes-
tad del rey de España, son espectáculos incluso edificantes: no
''7 Relación del jiiraint'iito del serenissimo Principe de Castilla don Felipe quartc- sólo no incitan al pecado, sino que traen al buen camino los ojos
deste nombre en J. SIMÓN DÍA/, ()p. cit., p. 60.
''* MARTÍN DE ROA, listado de los bienaventurados en el Cielo, de los niños en profanos y los pensamientos descompuestos. Si tanta armonía
el Limbo, de los condenados en el Infierno, y de todo esle universo después de la resurrec-
ción, y juysio universal, Barcelona, 1630, fol. 54. "'' ()p. cit., fol. 56.

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y decoro hay en los saraos terrenos, fácil es imaginar cómo se- mente en el Cielo. Ella accedió, siempre que el buen religioso
rán los celestiales, superiores en corrección, en suntuosidad y no- le garantizara que en el Empíreo hallaría regocijo tan de su agrado.
vedad incluso a los más memorables de aquéllos. El adujo muchas razones y la doncella, convencida, se retiró del
La coreografía de estas danzas celestes será, a veces, muy com- mundo y vivió ejemplarmente. Murió poco después, y, en su ago-
plicada. En algunas añade el autor, los santos evolucionarán «ha- nía, dio las gracias al dominico, diciéndolo que ya veía los coros
ciendo mudanzas con las coronas, y palmas», y además la dote de santos danzando, y el lugar que iba a corresponderle en aque-
de agilidad permitirá figuras tan vistosas como poco usuales. llos bailes sin fin.
Estos festejos tendrán lugar en diferentes ocasiones. Los san- También se nos dan noticias de otras celebraciones. Sabemos,
tos «celebrarán allí sin duda la memoria de los insignes benefi- gracias a la visión de un devoto sacristán genovés, que el día de
cios, que en la tierra fueron precisos medios para gozar ellos el Todos los Santos se festeja con una máscara. En efecto, el ilumi-
fin último de su bienaventuranza: el nacimiento y concepción nado sacristán «vio al Rey de Reyes sentado en un Trono Real,
de la Virgen, los de Cristo, su Redentor, y otros soberanos mis- cortejándole todos sus ángeles. Vino luego su Reina, la Santísi-
terios, con las demostraciones de alegría; que caben en cuerpos ma Virgen, acompañada de muchos coros de vírgenes, a quien
humanos y no desdicen de aquel estado. Tales pueden ser pro- el Rey se levantó y dio silla y estrado junto a su persona. Des-
cesiones, cantos, saraos, que ya un coro, ya otro de los biena- pués, un personaje vestido de pelos de camello, con muchos otros
venturados, acompañados de sus hermanos los ángeles, puestos venerables ancianos, luego otro en hábito pontifical, con algu-
en orden (...) pasarán en presencia de Cristo nuestro Señor, y nos otros del mismo; después innumerables soldados, y última-
de su Madre Santísima, prestándoles adoración, y reverencia como mente gran tropa de gente de toda suerte de estados»"".
a sus Reyes, con demostraciones también exteriores de cuerpo, En estos desfiles, los ángeles figurarán mezclados con los hom-
si semejantes a las que usaron en la tierra, superiores mucho en bres, y es verosímil, según el autor, que, para tales ocasiones, to-
gravedad»'"". men los espíritus angélicos figura corporal, fabricada con aire
Así pues, las fechas señaladas se solemnizarán con bailes, y tam- o con la materia de que estarán hechas las cosas en el Empíreo,
bién con ordenados desfiles ante las Majestades celestiales, co- aquella sustancia de luminosa transparencia.
mo se acostumbraba en la tierra. El propio autor hace hincapié También sabemos cómo se celebrará la fiesta de la Candelaria,
en el paralelismo, y añade que no se diferenciarán gran cosa de gracias a la visión de una doncella paralítica, noble y devota, que
lo que se veía en las calles, con la salvedad de que los santos se estando desconsolada por no poder asistir al templo en día tan
moverán con un aire más grave, más digno, con el empaque pro- señalado, fue arrebatada en espíritu a la celestial Jerusalén, «donde
pio de su elevado rango. vio una solemnísima procesión de todos los bienaventurados. Iban
También aporta el estupendo jesuita pruebas positivas de la de dos en dos, por su orden, con candelas encendidas en las ma-
naturaleza de los festejos eternos. Una joven, hermosa y de alta nos, patriarcas, profetas, apóstoles, mártires, confesores, vírgenes,
cuna, era descomedidamente aficionada a los bailes, y a tanto lle- cantando todos las antífonas y salmos, que en esta fiesta canta la
gaba su gusto por estas diversiones, que no pensaba en otra co- Iglesia, haciendo pausa a trechos como acá se acostumbran» "'-.
sa. Por lo demás, era buena y piadosa, pero un fraile dominico, Luces y desfiles, como aquí, y hasta con los mismos cánticos.
amigo de su familia, pensó que todo abuso es peligroso, y que Verdaderamente, los bienaventurados no sentirán en el Empíreo
por aquel gusto podía perderse. Así que habló con ella y le dijo nostalgia ni desarraigo. Todo será igual, mejorado, es cierto, pe-
que, si renunciaba a los bailes en la tierra, podría danzar eterna-
Op cit., fol. 60.
11)0 Op. cit., fol. 58. lindan

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ro reconocible, guardando un aire familiar con el mundo que de- delante del Cardenal, donde juraban y luego pasaban a hacer el
jaron atrás el día de su muerte. Incluso en el día en que se con- pleito homenaje en manos del conde de Miranda. De allí iban
memora la memoria de algún santo señalado, es probable que a besar la mano al Príncipe y luego a sus Majestades. Recibié-
sus compañeros de gloria le rindan homenaje recordando sus ronlos con demostraciones de alegría, porque, cuando besaban
principales hazañas en la vida mortal: una suerte de representa- la mano, les echaban la otra sobre el cuello, y el Rey no sólo echaba
ciones teatrales a lo divino. el brazo, sino la capa, y los levantaba abrazándolos, levantándo-
Este paralelismo a nosotros nos resulta chocante, pero no así se su Majestad algo de su asiento, la Reina hacía lo mismo, des-
a los españoles del seiscientos, acostumbrados a comparar situa- pedíanse con otras tantas reverencias, y vuelto uno al banco, sa-
ciones de su vida presente y de la futura que anhelaban. Era un lía el otro con gran autoridad y ésta fue la orden que se tuvo
sustento de la esperanza, un modo de conjurar el miedo a la muer- con los grandes» '"\s que son ceremonias relativamente sencillas, pero
te, una reacción natural del deseo de supervivencia: el que espe-
ra un mundo detrás de la barrera oscura no desea otra vida, sino solemnes, cuyos participantes actúan con gran dignidad, movién-
su vida, sustraída al poder de la terrible Dama, a salvo para siem- dose de forma lenta y majestuosa, dentro de un orden riguroso,
pre, aunque, naturalmente, desprovista de miserias e incomodi- impecable. Hay un tono general de respeto, pero a un tiempo
dades —de hecho, esas molestias, aun las más graves, se mini- de dignidad y propia estimación, y el homenajeado correspon-
mizan incluso en esta vida, cuando las contemplamos desde la de con un gesto afectuoso.
óptica de la muerte—. Hablar de la vida futura en términos de Y, para terminar, veamos la descripción que hace de un so-
la existencia presente es un consuelo para el alma atormentada por lemne recibimiento en la Corte celestial el mejor de los predica-
el miedo a desaparecer. Hablar de esta vida en términos de la dores españoles del barroco: Paravicino.
venidera es una exaltación de ésta, que queda enaltecida, tras- Paravicino pondera la extenuante belleza del instante en que
cendida en lo eterno. asciende María «vertiendo elementos, Cielos, estrellas, luces, án-
En el Empíreo, además, hay días únicos, irrepetibles, señala- geles hasta meter sus méritos la cabeza dentro del solio de
dos por ceremonias de gran vistosidad. Uno de ellos fue, desde Dios»"". La suntuosidad de su entrada superó incluso, a la de
luego, el de la Ascensión del Señor, precedido por un tropel de su divino Hijo, «porque cuando nuestro Redentor subió al Cic-
ángeles que gritaron por tres veces, anunciando su llegada y re- lo, no se pudo El recibir a sí mismo, que subió, ángeles solos
clamando que se abrieran las puertas de la ciudad, que se acer- lo recibieron. Pero hoy, que sube su Madre, El sale a recibirla
caba su Dueño. Pero la ceremonia que aparece descrita más pro- el primero; luego más honrado recibimiento es el de la Virgen,
lija y frecuentemente es la Asunción de María y su recepción en que el de su Hijo. El caso no es muy dificultoso. Claro está, que
el Ralacio eterno. Para mejor comprender el carácter local y cor- si Madrid hiciese fiestas al Rey nuestro Señor (que Dios guar-
tesano de estas descripciones, veamos cómo se desarrollaba una de), y él las fuese á ver, no serían tan ilustres como si las hiciese
escena similar en el Madrid el siglo XVII. al alumbramiento feliz de la Reina nuestra Señora, y su Majes-
En el juramento de Felipe IV como heredero de la corona, «A tad (Dios la guarde) saliese a ellas.
los grandes señores los tocó ir después de los prelados de la suerte Lo que con venia de este Ilustre Príncipe ponderaba yo de nue-
que acertaron a estar sentados en el banco, que fue de esta ma-
nera (...) En saliendo de su lugar subían ocho gradas, y en lo al- Relación del juramento del icreiiiísinw Principe de ('.astilla ¡ion l-clipe quarta
to del teatro hacían reverencia al santísimo Sacramento, luego destc nombre (1608), en J. SIMÓN DÍA/., ()¡>. cit., pp. 58-59.
al Rey y a la Reina, al Príncipe y a la Infanta, a las grandes seño- 104 HORTKNSIO FF.LIX DF. PARAVICINO Y ARTFAGA, Oraciones evangélicas o
ras, y a las damas. Luego caminaban seis pasos y se arrodillaban discursos panegíricos y inórale?, Madrid, 1766, 6 vols., vol. IV, p. 445.

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vo es que aun de los cortesanos del Cielo no fue tan grande el Todavía nos dejó el prodigioso mercedario otra espléndida des-
recibimiento de Jesucristo, porque yo oigo a los ángeles, que van cripción de la triunfal entrada de la Reina Madre. Dice: «Acu-
delante a dar voces a las puertas del Cielo: Attollitc portas. Abrid, dieron (si no desalados, que decís) desalentados del ansia de ade-
príncipes, esas puertas, que viene el Rey de la gloria. Luego ha- lantarse, tropezando luces, unas plumas en otras amorosamente,
bía quien abriese dentro. Angeles se quedaron a abrir los Cielos las jerarquías todas de los ángeles (...) No quedó en el ciclo án-
y ver la entrada. Pero hoy, Dios el primero, sus ángeles después, gel, ocupado el aire, desatando el cielo lluvias animadas de oro
toda la corte celestial salió al acompañamiento. Y que saliera la y nieve. Bien que sabrosa y entendida perplejidad los tuvo co-
Corte y los ciudadanos, aún no me espantara; pero (...) que el mo neutrales aquellos tres días, si acompañarían el alma, que era,
mismo Cielo Empíreo, la misma Corte, y Jerusalén Celestial, si mayor que ellos, de su género al fin, sino especie o se queda-
guarnecida de sus diamantes eternos, e inmortales basas, salió rían con el cuerpo, que había sido más glorioso en la oficina de
al camino. Y entiéndese así de aquel lugar del Apocalipsis: Vídi su Hacedor, que sus espíritus todos.
civitatem sacratamjerusalem novam descendentcm de Codo. ¡Raro ca- Ya al subir en cuerpo y alma divina gratitud de su Hijo, El
so! ver desasirse de las rocas del cristal de que se forma el Cielo llegó al primer paso del mármol a abrazarla, si con ternuras de
último, sagrados cimientos de Jerusalén que alumbra el Corde- Hijo, con influencias de Dios ""'.
ro, y ver mover aquella máquina imperial, aquel Empíreo asien- Bellísima pintura de los ángeles, perdiendo plumas y resplan-
to, llenando de luces, y de asombro el aire, en busca de esta Señora. dores, atropellados, en su ansia de contemplar a su Señora. Y
«Si fuera Madrid tan poderosa en un recibimiento Real, que cuánta exactitud al describir el gesto del Soberano, lleno a un
no sólo salieran los príncipes y nobleza española a la fiesta, sino tiempo de cariño y de dignidad, que se adelanta para abrazar a
que arrancando este pueblo de los pedernales de su cimiento, toda la Madre, pero sin perder el decoro debido a su rango, sin des-
esta lustrosa población saliera media legua al camino; quien viera componer el ademán, y mostrando a un tiempo su infinito amor
de lejos moverse tanta y tan majestuosa pesadumbre, ¿qué dije- y su elcvadísimo linaje, que, evidenciándose en la presencia, honra
más a la que lo concibió.
ra? ¿Qué admirara?» 105 .
Comienza el autor con una pincelada breve y reveladora, la
visión deslumbrante de María derramando estrellas, esparcien-
do cielos a su paso. Luego ra/ona lo suntuoso de un recibimien-
to en que el mismo rey participa, y añade que todos los cortesa-
nos celestiales, sin dejar uno solo, salieron al camino a aclamar 6. L U G A R DE P L A C E R E S
a su Reina y darle la bienvenida. Cuando ya tiene a los oyentes
atónitos, suspensos, sin aliento, en un esfuerzo increíble aún lo- El español del barroco era un hombre ansioso de novedades,
gra sorprenderlos: la propia ciudad, la Jerusalén celeste, se des- contenido en sus gestos, pero extremado en sus pasiones. Por
prendió de sus eternos cimientos y se adelantó hacia la Princesa eso, era importante señalar las divergencias entre los goces ce-
de los ciclos, impaciente por albergarla y servirle de trono. Y, lestiales y los terrenos, pues, si todo había de ser igual, acechaba
para hacer mensurable el asombro, la continua referencia a Ma- el fantasma del hastío, con el agravante de la eternidad. Dentro
drid, que pone a su estupefacto auditorio ante las dimensiones de los autores que ponderan los placeres de aquél lugar diseña-
do para el gozo algunos se dedican exclusivamente a poner de
exactas de la maravilla.
""' HORTENSIO FÉLIX PARAViciNO Y AKTEAGA, Ontfwncs evangélicas, Ma-
drid, 1638, fol. 144.
Op. dt., pp. 469-470.
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relieve su diferencia con las alegrías de la tierra. Es curioso, sin ce: «Gran disimilitud tienen entre sí los bienes del Cielo y de
embargo, que todos hablan de gozos, entretenimientos, gustos, la Tierra, diversa calidad se halla en unos que en otros, pues los
distracciones, placeres, y no felicidad. El placer, como el contento, terrenos siempre los afecta el corazón humano, solícito y desve-
es algo exterior al sujeto, necesita de un otro, de un agente que lado desea su posesión, y en poseyéndolos (o porque experimenta
le proporciona ese placer, mientras que la felicidad es algo inte- su instabilidad, o porque están llenos de espinas y amarguras y
rior, propio, intransferible, que emana del perfecto equilibrio del no llenan jamás el corazón) los aborrece y desprecia; los celes-
sujeto consigo mismo. La felicidad es el resultado de la virtud, tiales ya van por diferente corte, pues éstos no los desean los hom-
es prácticamente lo mismo que ella. El placer, en cambio, puede bres, no aspiran ni anhelan por ellos, descuidadas están de ordi-
darse en seres desdichados. Un asesino, por ejemplo, ha roto su nario las criaturas a su pretensión; pero si acaso llegan a gozar-
propio equilibrio con su acción, pues el que destruye la vida mer- los y a poseerlos por algún camino (...) tanto los desean poseer,
ma también su propia vida, y, sin embargo, puede obtener pla- que más parecen deseos que posesiones el gozarlos (...) Sea el
cer si aspira un perfume, degusta un plato exquisito o realiza el mayor encarecimiento de este asunto, lo que el Apóstol S. Pedro
acto sexual. Del mismo modo, un hombre puede ser feliz y no dice de los ángeles, espíritus puros, que están gozando siempre
sentir placer ni estar contento, y así será, sin duda, si sufre la muer- de la gloriosa cara de Dios, y están deseando ver y mirar al mis-
te de un ser querido o es sacudido por el dolor físico, pero, aun mo que están viendo y mirando siempre» " l7 . Sofisticada distin-
en medio de estas situaciones desagradables, persiste inalterada ción, extraños bienes, más deseados cuanto más poseídos, que
su felicidad, y en ese sentido decían los estoicos que el sabio y nos insinúan una eternidad extenuante, a la que podríamos cali-
el justo son felices incluso en el potro del tormento, no porque ficar de agotadora y casi perversa si no fuera porque la preside
sean insensibles o masoquistas, sino porque nada ni nadie, ex- un Dios unilateralmente bueno, que ha preparado aquel lugar
cepto ellos mismos, puede arrebatarles ese íntimo florecimien- precisamente para descanso de sus elegidos.
to. Otro autor pone el acento en esa igualdad diferente de las di-
Dios, por tanto, no puede regalarle la fclicidad_al justo, porque chas celestiales: «Muchos se alegran en el mundo, unos con esta
el justo ya la posee, por serlo, sin deberle nada a Dios__rjor_ellp. ocasión, otros con la otra, más ninguna hay que pueda compa-
Lo que otorga a sus fieles son placeres siñ~fm7justo precio a la rarse con aquel gozo del cielo. Y así, Tamquam iucundatorum, co-
extenorí3áH"de una morarcomo la contrarreformista, que se sa- mo ésta que conocemos, porque no será ésta, sino otra más aven-
tisface en la apariencia y en la corrección de las formas y consi- tajada y más perfecta» "m.
dera peligrosa, como un primer paso hacia la herejía, la excesiva Aquí el detalle difercnciador es la intensidad y refinamiento
profundización en las conciencias. Por eso, porque son meros pla- del goce. Un tratadista enfoca el asunto de otra manera: «Hu-
ceres, y no felicidad, pueden causar hastío los goces celestiales, manas y divinas letras hacen tan verdadera mi propuesta, (...) que
y por eso los autores se apresuran a garantizarnos que no ha de me desobligo a probarla. Porque no sé que hubiese gozos, ni mun-
ser así, basándose por lo general en que aquellos han de ser, no danos festejos, en que no tuviesen parte los delitos, o hiciesen
sólo más intensos, sino de otra naturaleza que los terrenos, sien- suerte los arrojos, de vanidad originados y con lo mundano en-
do fundamentalmente los mismos, de la misma manera que nues- tretejidos. Los regocijos del cielo toman opuesto rumbo: arres-
tro cuerpo, sujeto del placer, será el mismo que tuvimos en la
tierra y será, a la vez, distinto, de superior naturaleza y más apto
y capaz para el goce. PEDRO DE SAN JOSÉ, Gloría de María Santissimii en icinioues duplicados
para todas sus festividades, Alcalá, 1651, p. 341.
Entre los autores que se ocupan de la diferencia entre ambos
108 BASILIO PONCE DE LEÓN, Primera parte de discursos para todos los Evan-
placeres uno de los más enérgicos es Pedro de San José, que di- gelios de /<; Quaresma, Salamanca, 1608, p. 269.

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tan todo el conato, en que se suplan faltas, no en que se amonto- do son engaños, y así sólo los del Cielo, patria de la verdad, son
nen culpas» "'lí. Según este interesante texto, los goces terrenos verdaderos placeres. Hay acritud y aspereza en las palabras del
son imperfectos porque en ellos se mezcla el mal, y por lo tanto orador: «La Patria de la verdad es el Cielo, luego es forastera del
el desasosiego, y la disarmonía; cediendo al mal, el nombre pierde mundo. Como a forastera la tratan, porque no la admiten. En
su integridad, malbarata parte de sí mismo, queda en falta por- el mundo nació, dice David ¿pues cómo está en el Cielo? Ese
que realmente le falta algo, está disminuido, desordenado, frag- es el desengaño. Nació en la tierra. Crióse con los mortales. Tra-
mentario. Los goces celestiales, en cambio, restituyen al hombre táronla con desprecios. No sé si la desterraron. Lo que sé con
en su integridad, restablecen su equilibrio, lo reestructuran, por- evidencia es que está en la esfera. Luego debió de morir, y por
que en ellos todo es bien, todo es plenitud, y por eso aumentan, santa se la llevó Dios a su Gloria.
amplían la capacidad del hombre, lo reconcilian consigo mis- ' En el Cielo no hay opiniones, porque se conocen claras las ver-
mo. Nos da este autor una imagen de tales deleites muy cercana dades. Luego de no conocer las verdades, nacen tantas opinio-
a la definición de felicidad. nes. Luego en el mundo no se conoce la verdad, pues corre de
Un predicador, precisamente en el sermón fúnebre dedicado ella tan varia opinión. ¿Pues cómo se defiende lo que no se co-
a Lope de Vega, distingue las dichas del Ciclo por su capacidad noce? Hermosa dificultad. Porque se presume que se alcanza. Lue-
para enamorarnos a primera vista, por captar nuestros sentidos go por una presunción afirmamos que es verdad. Enferma ver-
y arrastrarnos en su vértigo, mientras que los placeres terrenos dad, qLie te tundas en el viento de una presunción. No es vicio,
cereccn de esa fuerza irresistible de atracción, de ese instantáneo dirá el Sabio. Defienden prudentemente la verdad, porque ima-
impulso, que hace que, para el hombre, sea lo mismo verlos que ginan que k penetran; y cada uno defiende su imaginación, por-
desear ardientemente su posesión. Con respecto al Cielo, la tie- que juzga firmemente que es verdad. Luego en el mundo no hay
rra palidece porque «es muy inferior grado al de ella en esa no- más verdad que pasarle a cada uno lo que piensa que es verdad
bleza. Y así Job lo diferencia, que cuando el Cielo sin que le ha- por la imaginación. ¿Y dan crédito a esas imaginaciones? Sí, por-
gamos preguntas, dice David que nos enamora; aquí al contra- que imaginan que son verdades. Luego del vano apoyo de Lina
rio, en la tierra y sus alhajas, para que hagan tercería a amores imaginación pende el crédito de la verdad» 1 1 1 .
divinos, nos remite Job a que se lo preguntemos (...) Indicando Todas las cosas de esta tierra no son sino imaginaciones y apa-
avisadamente que ahí es menester más tardo examen no como riencias. No amamos nada, porque nada conocemos, sino que
el Cielo, que al breve instante que los ojos lo divisan, nos arre- creemos conocerlo. No poseemos nada porque no sabemos na-
bata a divinas admiraciones, ejecutivo en reclamos más poten- da, y por eso mismo de nada podemos gozar. A este extremo
tes» 110 . De modo que ese incontestable poder de seducción tan desdichado nos llevó la primera falta del hombre, y sólo el
emana de la evidencia con que el cielo deja transparentar la be- Cielo nos abrirá las puertas de la verdad, y, consecuentemente
lleza de Dios, que es tal que no puede contemplarse sin caer ren- del conocimiento, primer paso del amor y verdadera posesión.
dido de amor. Así, el que cree gozar en esta vida, sólo está siendo víctima de
Otro predicador nos persuade de que todos los goces del mun- un juego de su fantasía: se imagina que goza; y aun el discreto
es desgraciado, porque vive para una verdad ficticia. Los huma-
nos parecen como seres ridículos, afanándose tras burdos fan-
'"'' JUAN BAUTISTA DE LA EXPECTACIÓN, LHZCS de la Trinidad cu assumptos tasmas, enamorados de unas pinturas de las que ni siquiera sa-
morales para el pulpito, Madrid, 1666, p. 236.
1111 IGNACIO DE VITORIA. Oración funeral a honras de Lope de Vega, en Ideas
del pulpito y teatro de varios predicadores de Uspaña en diferentes sermones panegyricos, 111 M A N U h L DE G U E R R A Y RIBERA, Qnare.-ma continua. Oraciones evangéli-
de ocasión, fúnebres, y morales, Barcelona, 1638, vol. I, p. 138. cas para todos los días, 2 vols. Madrid, 1699, vol. II, p. 201.

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ben si son fieles al original. Un amargo sermón el de Manuel denados. Será, ademas, un consuelo para ellos saber que deben
de Guerra, más tenebroso aún por el tono malhumorado de su los gozos actuales a sus sufrimientos y penitencia durante la vi-
prosa. da pasada.
Un catecismo de principios de siglo nos da un resumen, con- Francisco Sobrecasas fundamenta la dicha celestial en tres ca-
ciso pero lleno de contenido, de los deleites de ultratumba. racterísticas. La primera es la saciedad de los deseos: «El templo,
Dice: en donde entran los justos, es la inmensa circunferencia de Dios,
que los ciñe y rodea con su deleitosa luz. Este es el tálamo en
«Considera la hermosura, resplandor y grandeza de aquel donde se celebran las bodas de Dios y el alma. Y éste es el cen-
lugar. tro en donde se halla el descanso, porque ya no tiene a qué aspi-
El contento que será ver a la Santísima Trinidad fuente de to- rar el deseo. En el Templo de la tierra estaban los deseos adorna-
da bondad.
Ver a Cristi) Rey de los Cielos en su grandeza y majestad.
dos con la esperanza del premio: Desideria oculorum amata. En el
Ver a la Beatísima Virgen y a todos los santos llenos de tan templo de la Bienaventuranza están los deseos, no sólo adorna-
grande gloria. dos, sino saciados y satisfechos. ¡Oh felicidad sin medida, con-
Gozar de su suavísima conversación. suelo sin mudanza y exaltación sin reveses de fortuna!»"1. Sin
Estar adornado con aquellos tan ilustres dotes del cuerpo y embargo, esta saciedad no traerá aparejado el fastidio que aca-
de ánima. rrea en la tierra la satisfacción prolongada, porque Dios combi-
Gozar de tan grandes y preciosos bienes que ni ojo jamás vio, na deseo y plenitud, disponiendo «un manjar suavísimo para el
ni el hombre pudo imaginar. alma, que saciándola llenamente con su esencia aumenta a los
Ver allá abajo los espantosos demonios que con el favor de Dios deleites el primor con la admirable y dulce novedad». Inventán-
venció.
dose a sí mismo cada día, el Creador proporciona infinitas va-
Ver sobre sí aquella gloria sempiterna que alcanzó por los mé-
ritos de Cristo. riaciones al placer de sus elegidos.
Gozar del fruto tan copioso de la penitencia pasada. Esta variedad es la segunda característica de la Gloria: «Así,
Holgarse tanto con los bienes de todos los que están en el cic- pues, se comunica Dios a los bienaventurados. Déjase ver con
lo como de los suyos propios. inefable fruición de las almas, mas no se deja comprehender su
Recibir un deleite increíble en todos los sentidos. luz infinita. Siempre la admiración reina en quien lo goza; y co-
Ver a Dios sin fin, amarle sin cansancio y alabarle sin cesar. mo la admiración contempla el bien con gustosa novedad, co-
La segura y eterna posesión de todos estos bienes» 11 -. mo siempre lo admira, siempre el gusto se renueva. De este prin-
cipio nace el que se goza el sabor de la esperanza, sin perjuicio
Los santos recibirán, pues, deleite en virtud del lugar en que de la posesión eterna: porque, como siempre Dios parece inac-
se hallan, de su alma, y sus potencias, de su cuerpo y sus senti- cesible y admirable, siempre da nuevo sabor de sus altas perfec-
dos, de la presencia de Dios, de la compañía y trato de todos ciones» "4.
los otros bienaventurados, de la conciencia de su propia gloria Dios es infinito. El infinito puede dividirse en infinitas partes
y de la seguridad de no perderla. Generosos con sus iguales, se infinitas. Así, Dios puede colmar cada día las capacidades de los
alegrarán de ver a los otros santos tan felices como ellos, mez- bienaventurados, otorgándoles un conocimiento de su esencia
quinos con los caídos, se regocijarán en la desdicha de los con-
111 FRANCISCO SOBRECASAS, Sermones sobre los Evangelios de las fiestas ma-
1 '2 PABLO JOSÉ ARRIAGA, Directorio espiritual, para exmicio y provecho del Co- yores de la Quaresma, Madrid, 1690, p. 144.
llegio de Sant Martin en Lima en el Piru, Lima, 1608, pp. 308-309. 114 Op. cit., p. 146.

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que desborda sus almas y un inmenso goce de su hermosura, sí?»'"'. Y no sólo será el gusto de conversar, ya de por sí desea-
y, a un tiempo, mostrarse siempre distinto, sorprendiéndolos, y ble, sino el hacerlo con tan distinguidos interlocutores. Podrá cada
uniendo a la plenitud el deseo y a la posesión la esperanza, en uno hablar, siempre que quiera, con los santos más ilustres, con
un perpetuo noviazgo en que el alma, saciada, sigue anhelando. los serafines más sutiles, e incluso con Cristo en persona o su
La tercera característica de los goces eternos es la imposibili- encantadora Madre.
dad de perderlos: «La última llcncz de los bienes es no hallarse Al trato con esos refinadísimos contertulios, se unirá, si así lo
día último en las felicidades. La perseverancia que tuvo el alma desea el afortunado habitante del Cielo, el placer de los viajes.
en merecer, se premia con la perseverancia en el gozar. El mayor Podrán los santos, ayudados de sus dotes sobrenaturales, «dar
bien, si es fugitivo, tiene más de susto que de consuelo. El me- vuelta, siempre que gustaren, no sólo al Cielo Empíreo y a to-
nor bien, si es durable, se multiplica todos los días con la pose- das sus partes, sino a todos los demás Cielos, y a todo el resto
sión dichosa. ¿Pues qué será gozar todos los bienes en un junto, del Universo. Lo cual ejecutarán varias veces, conforme fuere su
sin diminución, sin variedad, sin mudanza, sin peligro y sin tér- beneplácito. (...) Grande sin duda será su alegría, cuando sin per-
minos? (...) Siendo así que la eternidad es una duración indivisi- der a Dios de vista, al cual hallarán presente en todo lugar, bajen
ble, que abraza todos los tiempos imaginables, no fatiga, ni del Empíreo, y pasando por el Cielo de las aguas con admira-
molesta con la perpetuidad de lo que se goza. Renuévanse las ción grande de su hermosura, lleguen al firmamento, y se espa-
delicias, porque todo lo que han de gozar, lo tienen ya presente cien por todo él, salten de estrella en estrella, y dando gracias
en la fruición. Esta es la bendición más fecunda de soberanos infinitas al Criador, que tales y tantas y tan herniosas criaturas
deleites, más fértil de dulces amenidades, porque tan reciente, nue- allí crió. Luego descenderán por esa amplitud del etéreo discu.-
vo y maravilloso será el gusto del bienaventurado pasados mi- rriendo por los siete planetas, viendo en cada cual de ellos su
llones de siglos, como en el primer instante en que subió a ser particular belleza, y considerando sus propiedades, hasta llegar
dichoso»"". La duración y la seguridad se unen a la renovación a este globo de la tierra, donde se consolarán mucho de recono-
constante, pero esta renovación no provoca impaciencia ni in- cer aquellos lugares, en los cuales vivieron. (...) Y algunos pien-
quietud, porque el bienaventurado tiene siempre todo el gozo de san, que bajarán también hasta poder ver de cerca a los Conde-
que es capaz, y lo que hace a lo largo de la eternidad es desarro- nados» "7.
llarlo. Imagina nuestro jesuíta un Cielo que nos permite represen-
Para Sebastián Izquierdo, el principal placer de los elegidos na- tárnoslo como un intelectual de insaciable curiosidad científica.
cerá del amor. El amor es el que establece el orden y armonía Los mayores placeres que concibe, tanto la conversación con se-
del Empíreo, y el amor anudará tiernas relaciones entre todos res sapientísimos y buenos, como los viajes, revelan una inquie-
los santos, y proporcionará un placer estimadísimo: la tertulia. tud por conocer y, a un tiempo, un sincero goce en la sabiduría.
«De la misma caridad mutua nacerá que el trato de los ciudada- Los santos, interesadísimos, pierden su gravedad y saltan, feli-
nos de esta ciudad será amabilísimo, y su comunicación dulcísi- ces, de astro en astro, con la atención despierta, solicitada cada
ma, y las conversaciones, que entre sí tendrán, sabrosísimas (...). vez por un nuevo detalle. Hasta la visita a los infiernos toma un
Amándose todos los bienaventurados tan intensamente con un aire de investigación científica en este contexto, y nos resulta,
amor tan puro y tan racional, como fundado en la gran bondad, por tanto, menos insólita que en boca de otros autores. Hay dos
y muchas perfecciones, sin defecto de los objetos amados ¿cuánto
será el gusto que tendrán de comunicarse y de conversar entre 11(1 SEBASTIÁN l/.quiF.RDO, Consideniíiones tic los qtititro \\wssiinos </<•/ Hom-
bre. Muerte. Juicio, Infierno, y (ilorij, Roim. 1672, pp. 4HO-4H1.
115 Op. cit., p. 150. 117 Op' cit., pp."498 a 500.

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E O Ci U A F I A I) h 1 A E I H U N I ]) A I) H. L C 1 E L O

detalles chocantes; uno, que los bienaventurados, vayan donde va, viendo.sicmpre a Dios, y deseando siempre verle, y gozán-
vayan, nunca perderán a Dios de vista; el otro, que, cuando se dome de verlo sin cesar»"''. Si Dios, el ser más excelso que
supone que son inmensamente felices, diga el autor que sentirán existe, encuentra en sí mismo materia bastante para una suma de-
gran consuelo al ver, en la tierra, los lugares que habitaron, co- lectación eterna, es de suponer que nosotros, criaturas suyas, limita-
mo si toda una eternidad de deleites no bastara para apagar del dos y simples, hallaremos del mismo modo nuestra felicidad en El.
todo la nostalgia del suelo, la añoranza por los lugares en que Para Manuel Ortigas el mayor gozo será la posesión de Dios,
se gozó y se padeció, donde hubo dolor, alegría, ilusiones, de- e inmediatamente después la contemplación del soberano espec-
sengaños, amores, ausencias, soledad, compañía, muerte, y, en táculo de todo lo creado: «Discurra pues el entendimiento, o atien-
fin, vida, vida verdadera. da lo que se puede ver (...) O imagine está en la más alta torre
Otro jesuíta, Lus de la Puente, pone al Creador en el origen que ha visto el mundo, tienda la vista desde ella, vea las dilata-
de todas las dichas. En el Cielo el alma será feliz porque «toda das campiñas, y campañas más cercanas, hermoseadas en la ver-
estará como endiosada, llena de Dios, y hecha un Dios por par- dad, como los países en quien más bizarro y entretenido discu-
ticipación eterna, inmutable, uniéndose con ella como el fuego rrió el pincel, dorados, y pintados edificios de ciudades, pala-
suele apoderarse del hierro, y penetrarlo, comunicándole su luz cios y fábricas encantadas, espejadas fuentes de mármoles y pie-
y resplandor, su calor y las demás propiedades que tiene, de modo dras diferentes, bosques, selvas, o ciudades (...) Ya no alcanza más
que parece fuego» "*. Quedarán los santos anegados en el Se- la vista, penetre el entendimiento por las entrañas de la tierra,
ñor, aunque sin perder su individualidad, fusión que no disuel- encuentre en ellas las minas de Potosí y Ofir, los rubíes de Cei-
ve, sino que enriquece y dilata al bienaventurado, divinizándo- lán, las esmeraldas de Socotora, las perlas de la Pesquería, y toda
lo, como se atreve a decir el autor. la riqueza del Oriente (...) no pare de penetrar por la otra parte
La memoria gozará recorriendo los infinitos contenidos del de su globo, mírelo pendiente en el aire, vuele por sus regiones,
Espíritu divino y recordando sus atributos. El entendimiento sa- pase por la del fuego y las esferas de los siete planetas al firma-
ciará su sed de sabiduría conociendo y comprendiendo al Crea- mento, y mobles, hasta que llegue al cielo Empíreo, mire cual
dor, y con El toda su obra, y la voluntad colmará sus deseos con se dilata sin comparación a todos los demás cielos, muy peque-
el amor inacabable del Cordero. ños todos con su grandeza. Entre por sus edificios, y paraísos
Concluye: «Finalmente para entender de una vez la grandeza celestiales, entre los coros y jerarquías angélicas; atienda la sua-
y hartura de la gloria, ponderaré esta razón que las abraza todas. ve armonía de sus voces, aplique los sentidos al gozo de sus per-
Lo que hace a Dios bienaventurado, y le harta y da infinito go- fcctísimos objetos, mire la gala y hermosura de los santos, el trono
zo, bastante será para hacer en mí proporcionalmente otro tan- de Cristo y de María, adore sus plantas (...) Mucho más hay que
to: luego como Dios desde que es Dios, y por toda su eternidad ver en Dios, sin duda verán en ese espejo el orden, y curso de
sea bienaventurado, y esté harto gozoso sin fastidio alguno, con las cosas, aquella cadena de oro, aquella tela que vestía a Dios,
sólo verse y amarse, sin tener necesidad de otra cosa alguna fue- y decía la antigüedad, en donde estaban todos los sucesos e his-
ra de sí, también yo seré bienaventurado, y estaré harto y gozo- torias de cuantas naciones y ciudades ha habido y habrá en el
so con sólo ver a Dios, amarlo y gozarlo, sin tener necesidad de mundo, sabrán las propiedades y secretos de las ciencias todas,
otra cosa fuera de El, y sin que en esta obra haya fastidio, ni can- de las plantas, metales y animales de todo él»'-".
sancio, sino una novedad eterna, y una eternidad siempre nuc-
"'' Op. cit., p. 939.
" N Luis DH LA PUKNTK, Segundo tomo de las meditaciones de los mysterios de 120 MANUEL ORTIGAS, Corona eterna. Implica la gloría accidental y general del
N. Sánela h'e, con la practica de la oración mental sobre ellos, Valladolid, 1605, p. 937. Cielo, de alma i cuerpo, Zaragoza, 1650, pp. 284 a 286.

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Pero no sólo se saciará la curiosidad científica e histórica, no la justicia con que castiga. Ve todos los soberanos misterios que
sólo se deleiterá el alma en la contemplación de la hermosura creyó en esta vida; las tres divinas personas, su distinción en tan
y se abismará en el amor de Dios. Para que la felicidad sea com- inefable unidad de una simplicísima esencia y divinidad: un en-
pleta, es preciso que los bienaventurados tengan plena concicn- tendimiento, una volundad, un poder, una majestad. Todo esto
_ cia del ejercicio de la justicia divina, así que, prosigue el autor, ven los bienaventurados en Dios, clara, firme, inmutable y dis-
«No causará poco gozo, ver y acordarse cada uno de sí, y la tela tintamente, no por discursos, sacando unas cosas de otras, como
de su vida pasada, de esta suerte. Acordarse de sus peligros, ver- ahora hacemos, sino todo junto con una sencilla, y clarísima
los convertidos en coronas. Verán al mismo infierno clara y dis- vista» 1 - 1 .
tintamente, a todos cuantos habrá en él, los horribles tormentos La clarividencia del Cielo no nos proporcionará conocimien-
y dolores que padecen los cuerpos delicados. Veránlos no sólo tos nuevos, sino que será la confirmación directa y la percep-
en lo exterior desnudos, aferrados de los Demonios, sino los tor- ción inmediata de lo que en esta vida nos enseña la fe y llega
mentos interiores, las rabiosas desesperaciones de sus almas y a atisbar la razón. Pero, además de abismarse en la naturaleza de
corazones». Reconquistan su vida mediante el recuerdo consciente Dios, tienen los santos otros pasatiempos. Por ejemplo, «ven to-
de sus dolores pasados, y los dan por bien empleados como precio dos los coros y órdenes de ángeles y hombres, su número, sus
de su dicha, pero además es preciso anular el placer de los que méritos, su gloria; conócense y conocen a todos, y a cada uno
lo tuvieron en vida, y verlo convertido en eterno tormento; rees- en particular tan cumplidamente, como si fueran hijos de unos
cribir desde el Cielo la historia terrena y hacer patente el defini- mismos padres, criados en una misma casa, a una mesa. Ven aque-
tivo triunfo de los que fueron desdichados, la eterna derrota de lla horrible cárcel de los condenados, aquel abismo infernal, y
los que fueron dichosos. Como si toda la felicidad del Cielo no todos Ips tormentos que allí padecen. El número de méritos y
bastase para atenuar su melancolía por la vida desperdiciada, y castigos de cada uno» 122 .
necesitasen el constante recordatorio del destino de los repro- Conocerán, pues, íntimamente, no sólo a sus compañeros de
bos para darse cuenta de su maravillosa suerte. gloria, sino también a los que, menos afortunados, pagan dura-
Finalizaremos recogiendo la opinión del padre Martín de Roa. mente su equivocada elección. Sabrán, los secretos de la natura-
Comienza significando cuan superiores son los placeres celestes leza humana, tanto en la exasperación triunfante de su bondad
a los de esta vida. Luego, dice que el mayor gozo que se nos otor- como en los desesperados abismos de su perversidad, y, por si
gará en el Cielo será la visión clara y total de Dios. Explica cuan fuera poco, no se les ocultará nada de la complejidad de las dis-
dichosos nos hará este privilegio: «Quien ve acá un hombre, por tintas clases de ángeles. Pero no acabarán ahí sus entretenimien-
grande, por rico y poderoso que sea, sólo ve la apariencia de fuera, tos: «Verán la disposición, orden y curso, de la divina providen-
no la hermosura interior del alma, mas el que ve a Dios, todas cia que Dios ha guardado desde el principio del mundo hasta
sus riquezas y perfecciones ve, las que tiene en sí, y las que tiene el fin, con todos y cada uno de los hombres, reinos, provincias
en sus criaturas. Ve la fuente de la vida, de la luz, de la sabiduría, y lugares. Conocerán todos los géneros de metales, piedras, plan-
la fuente de la bondad y verdad, de la hermosura y suavidad, tas y animales, que en la tierra, en el agua y aire se hallaron, criados
del gozo y bienaventuranza; ve la infinidad de su esencia, la in- para su servicio, y que descubrirán también la sabiduría pode-
mensidad de su grandeza, la longura de su eternidad, el abismo rosa de su Criador. Sabrán todas las historias del mundo, todo
de sus juicios, la alteza de su Majestad, la firmeza tan inmutable
121 MARTÍN DE ROA, Estado de los bienaventurados en el Cielo, de los niños en
de su real trono. Ve la omnipotencia con que fabricó todas las el Limbo, de los condenados en el Infierno, y de todo este Universo después de la resurrec-
cosas, la sabiduría con que las crió y dispuso, la bondad con que ción y juyzio universal, Barcelona, 1630, fol. 70.
las perfecciona y trae a sí. Ve la misericordia con que perdona, 122 ¡bidem.

246 247
C F-. O < ; U A I- I A 1) F L f\o que en él h a b r á sucedido, aún mucho mejor que si lo hubie- i- L c: i E L o

7. L A GLORIA DE LOS SEN T IDOS


ran visto con sus propios ojos cuando pasó. Verán claramente
todo este universo, todas sus partes, la naturaleza, y propieda- El barroco supuso el redescubrimiento de la sensualidad, la
des, diferencias, virtudes de todas las cosas, porque en ellas to- reivindicación de los sentidos, el reconocimiento de su podcrüo"-
das alaban eternamente a su hacedor. No estorba esta vista de bfe ei
el nomorc,
hombre, de"ae su capacidad
dac como Fuence de plaXL'i y aun co-
los entendimientos bienaventurados distancia alguna de lugares, mo instrumentos para la salvación cuerna. Freme a la lígichrra-
porque todo este universo para ellos es como una sala, y todo cíonalidad del renacimiento, el barroco reconoce lo sensirTtc co-
lo macizo y grueso de cualesquiera cuerpos, como un cristal» 1J!. TñTTpartr fundánicntaTUc'I espíritu. "No propugna una"senstnrli-
No sólo, por tanto, poseerán los santos todos los conocimientos JáTTdese'nTrcnada, sino que je_otorga unjúgar Heñtro^del pér-
atesorados por la ciencia a lo largo de los siglos, sino que perci- fecto^equüjj)ncrcIéTser humanoTTTo sensual aparece encuadrado
birán claramente lo que no pudo escudriñar, y nada se les ocul- erTsu justo lugar, controlado, pero triunfante. Esto resulta obvio
tará de la naturaleza, funcionamiento y propiedades del univer- si contemplamos cualquier obra de arte barroca, y más evidente
so, tanto en su conjunto como en cada uno de sus numerosísi- aún si la comparamos con otra renacentista: Borromini y Palla-
mos elementos. Y, por añadidura, sabrán todos los acaeceres de dio, Bcrnini y Donatello, Rubens y Fiero dolía Francesca, o, por
la historia del hombre, percibiéndolos con una viveza aún ma- no salir de España, Pedro de Mena y Bartolomé Ordóñez, José
yor que si los hubieran presenciado. Ribera y Pedro Machuca. Pero también si nos fijamos en la lite-
Pero también se alegrarán los bienaventurados de su propia ratura —Luis de León y Luis de Góngora— en la moda en el
glorificación; se congratularán de encontrarse tan buenos, tan sa- vestir o en el teatro. La historia de la ciencia debe mucho a este
bios y adornados de virtudes, y «Gozaranse también de verse renacer de los sentidos7~que"unie"hdo a la deducción matemática'
enriquecidos, y hermoseados en sus cuerpos con los dotes de glo- ra~observacfón y la comprobación empincji_^osjbiT¡l^Ta~rcVü-
ria, en la grandeza, hermosura y resplandor de aquellos sobera- lución científica. También la filosofía patentiza esta atención a
nos palacios; gozaranse en la compañía de todos los bienaven- T6~sé7fsibie"y~~3~~la experiencia, y así la teoría del conocimiento
turados, así ángeles como hombres; porque los conocerán y y la ética centran las polémicas en esta rama del saber. La Iglesia
amarán a todos como a hijos de Dios y hermanos suyos, here- reconoce el poder de los sentidos y les otorga una importante
deros de un mismo reino y se alegrarán inmensamente de su glo- misión en la conquista del Cielo. Piensa que, bien encaminados,
ria, excelencia, y bienaventuranza, como la propia suya» ]-4. son auxiliares poderosísimos, y de hecho se ocupa de ellos en
Por fin, los santos podrán gozar de su cuerpo, goce que en la meditación, el arte religioso, la predicación y el culto.
la vida les estuvo vedado. Ahora que ya su carne no es carne ape- Si ayudaron al hombre a salvar su alma, justo es que los senti-
nas, aceptan al fin la evidencia de su cuerpo y sus posibilidades dos, tras la resurrección de la carne, tengan también su recom-
como fuente de placer. Ahora que su vida no es su vida, recupe- pensa. Así que, en el Empíreo, habrá para ellos satisfacción y apo-
rada tras la muerte, sino otra, la de los santos, la de los seres per- teosis. La salvación eterna será también la eterna gloria de los
fectos, de la que se les permite participar como premio a sus bon- sentidos, y, si bien su parte de júbilo es definida por los tratadis-
dades, pueden por fin disfrutar de ella. tas como goce accidental, no por eso deja de ser real e impor-
tante, y es notable que los autores suelen detenerse más en este
accidente deleitoso que en los goces esenciales, y los describen
con mayor minuciosidad, precisión y entusiasmo.
123 ()p. ni., fol. 71. Esto último se explica, además, porque el placer sensorial re-
124 Op. cít., fol. 74. sulta más fácil do imaginar, más seductor para la fantasía y mu-
248 249

.
I F. I O

cho más concreto que los sublimes, e inefables por definición, con eminencia todos los sabores, para regalar a los bienaventu-
gustos de la posesión divina. Además, precisamente a través de rados.
esta promesa de placeres eternos, podían los sentidos, prendi- »Finalmente el sentido del tacto, que está derramado por todo
dos en el deseo, ejercer como el más poderoso apoyo de la fe, el cuerpo, estará lleno de deleites santos y puros, de modo que
empujando al hombre, con su fuerza abrumadora, al camino del l todo el bienaventurado estará como empapado en el río de los
bien, con tanto ímpetu como, mal aconsejados, pueden empu- i deleites de Dios. Oh cuan bien premiados quedarán allí los sen-
jarlo por la pendiente del mal. El placer sensible es más inme- I tidos por las mortificaciones que en esta vida padecieron, pues
diato, asequible y violento que el placer intelectual. Todos los conforme a la muchedumbre de los dolores, será la muchedum-
hombres lo han sentido alguna vez, y todos lo desean. Si los pas- 1 bre de los consuelos en el alma, y en el cuerpo. Oh cuerpo mío,
tores de almas podían aprovechar esa apetencia y encandilar la anímate a padecer por Cristo, para que gocen tus sentidos del
imaginación de modo que el hombre prefiera posponer la satis- ! gozo que tienen los suyos» 12S.
facción, irrenunciable, de su deseo, y elija un placer más intenso " ~ El autor, al hablar de cada uno de los sentidos, describe sus
y duradero, abandonando lo ilícito, renunciando a lo caduco, sa- goces, pero sobre todo recalca que los ha obtenido como pre-
crificando lo inmediato en aras de lo prometido, tenían ganada mio a sus sacrificios en la vida terrenal, como retribución, que
casi toda la batalla. será mayor cuanto lo hayan sido, proporcionalmente, los sacri-
:»~ Consecuentemente, los autores que hablan del Cielo con al- ficios pasados. Por eso termina con una exhortación al lector,
gún detalle, dedican una parte de su atención a los goces senso- concretamente al cuerpo del lector, para que ponga todos los me-
riales. El padre Luis de la Puente, por ejemplo, nos hace un re- dios para conseguir ese galardón. Es una técnica típicamente
sumen sobrio, pero atractivo, de las delicias que esperan a los jesuítica: atemperar el ánimo, calentar los sentimientos mediante
justos: «La vista tendrá sumo deleite, viendo la hermosura de tan una apelación a la imaginación o la sensibilidad, para, rápida-
innumerables cuerpos gloriosos, con la variedad que habrá en mente, encauzar la emoción lograda hacia la reforma moral. Así
ellos de rostros y figuras apacibles. Y sobre todos, se deleitará se aprovecha la carga afectiva dándole un sentido práctico.
en ver la humanidad sacratísima de Cristo nuestro Señor y sus Recogeremos ahora la opinión de otro jesuíta, Sebastián Iz-
resplandecientes llagas, cuya vista será gloriosa (...). El oído se quierdo. Comienza con un razonamiento: el placer que recibe
deleitará, con oír las dulces palabras que se dirán unos a otros un sentido es tanto mayor cuanto más excelente, grato y perfec-
llenas de sabiduría, discreción y santidad, y las alabanzas que con to es el objeto en que se emplea; luego en el Cielo, donde tendrá
sus lenguas darán a Dios (...) también se recrearán oyendo mú- los objetos más dignos y gustosos, hallará un placer superior a
| sicas celestiales y sonidos nuevos, inventados por la sabiduría de cualquiera de los que le sea dado experimentar en la tierra. «De
Dios para recrear los oídos que gustaron en esta vida de oír sus donde se sigue que la grandeza del gozo, que el bienaventurado
palabras para creerlas, y sus preceptos para cumplirlos. entrará por el sentido de la vista, será inefable. Porque, lo pri-
»E1 olfato se recreará con el olor suavísimo que tendrán los mero, Dios le confortará la potencia visiva de manera que con
cuerpos glorificados, especialmente el de Cristo nuestro Señor grandísima claridad y perspicacia perfectísimamente vea todos
(...) Oh, que fragancia y variedad de olores inventará la divina sus objetos, no sólo los cercanos, sino también los distantes, por
piedad, para recrear la carne que dio de sí olor de santa vida. grande que sea su distancia, no sólo cuanto a su exterior super-
»E1 gusto tendrá una hartura y satisfacción celestial sin fasti- ficie, sino cuanto a toda su profundidad interior, porque serán
dio alguno, comunicándole N.S. sin manjares la suavidad que
pudiera recibir de ellos, con otro modo más sabroso, y sobera- 125 Luis DE LA PUENTE, Segundo libro de lia meditaciones de los Mysterios de
no (...) también sabrá Dios hacer tal modo de sabor que abrace N. sánela Fe, con la practica de la oración mental sobre ellos, Valhdolid, 16Ü5, p. ( )42.

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c; E o t; R A i: i A n H i. A i- i L U N I D A D K L C 1 h I O

transparentes y los verá y mirará despacio, por muy claros y res- moscados. Y en fin todo cuanto será visible yjuhtamente delei-
plandecientes que sean, no sólo sin molestias (que acá solemos table» 12H .
tener, mirando al Sol), sino con deleite admirable»126. Así que Así que también los objetos inanimados serán placenteros a
el sentido de la vista gozará de sí mismo, viéndose agudizado, los ojos de los elegidos. Tanto el palacio y la capital del Empí-
fortalecido, glorioso. Pero también de sus objetos, sublimes y do- reo, como toda su dilatada extensión, y aun los cielos inferiores
tados de una hermosura verdaderamente sobrenatural. «Porque y esta esfera en que habitamos, serán ocasión de placer a sus mi-
¿quién podrá explicar la hermosura y belleza de los cuerpos de radas, y aparecerán brillantes y llenos de vistosos y bien con-
Cristo N.S. y de su Santísima Madre, que han de ser las princi- trastados colores.
pales delicias de los ojos bienaventurados? ¿Quién la de los de- Pasa luego a considerar los sonidos que han de deleitarnos,
más cuerpos gloriosos, cuya multitud será innumerable, y cada y dice: «El oído de los bienaventurados será recreado con aque-
uno (como ya dijimos) siete veces más claro, más resplandecien- llas suavísimas músicas, que ha de haber en el Cielo así de ins-
te y más hermoso que el Sol?». Pero no sólo en los cuerpos de trumentos, como de voces» 12''. Estos sones serán bellísimos, pe-
los santos se recreará la vista, sino también en sus galas, porque ro además gozarán los santos de la plenitud y agudeza de su ca-
«aunque allí no serán los vestidos necesarios para los fines que pacidad auditiva: «El deleite de estas músicas tanto será mayor
acá se usan, pero serán muy convenientes para mayor ornato y así para los que cantaren, como para los que oyeren, cuanto el
gala y hermosura de los cuerpos gloriosos; y así es muy proba- sentido del oído será mas vivo, y las voces mas sonoras, y los
ble, que andarán vestidos (...) Y los vestidos serán de materia ce- instrumentos más finos, y la armonía y arte de la música más
leste riquísima, y lucidísima y transparente, matizada de varias perfecta, y las letras más gustosas y deleitables: porque todas estas
colores, y de vistosísimas formas, con que se aumentará gran- cosas tendrán en el Cielo incomparablemente mayor perfección
demente la belleza de aquellos cuerpos gloriosos» 127 . que tienen en la tierra» 13°. Así, la plenitud de la naturaleza se
Los bienaventurados contemplarán la gallardía y elegancia de unirá a la cumbre del arte y el saber, dando lugar a un conjunto
sus compañeros de gloria, su apostura y el maravilles diseño y excepcional, a un disfrute sin parangón posible.
colorido de sus trajes. Pero no acabarán ahí sus goces, pues «de No terminan ahí las posibilidades de placer de los oídos, pues
más de lo dicho, verán con deleite indecible todas las demás co- «también las conversaciones ordinarias, que tendrán los biena-
sas vistosas que en todo el Universo ha de haber, así las distan- venturados unos con otros, serán para sus oídos tan dulces y tan
tes, como las próximas. Verán aquella Ciudad de Dios, de que deleitables, como otras tantas acordadísimas músicas». Así que,
hablamos arriba, con todos sus hermosísimos y riquísimos edi- concluye el jesuita, vale la pena contener por esta corta vida mortal
ficios. El resto del Cielo Empíreo con todas sus partes lucidísi- la fútil curiosidad de oír, a cambio de obtener dulzuras mucho
mas. El Cielo de las aguas, que algunos piensan, será como un mayores y más duraderas.
gran arco Iris compuesto de diversos, y admirables colores. Las Es ahora el turno de la nariz: «El olfato_dejos__bienaventura-
estrellas y los planetas, que después de renovado el mundo que- dos seráj:ejja^adoj;ontinuarnente con los suavísimos olores que
darán con claridad y hermosura incomparablemente mayor, de habrá en aquel Paraíso Celeste. Porque 3c~más~3e' la admirable
la que ahora tienen. Los elementos también renovados y her- fragancia que esparcirán gor toda aquella ciucTáci'cte Diostantoíf
farciInes_Hc~rccreo, como dentro de ella y al redcJoFcTe ella~Ra

12(1 SEBASTIÁN IZQUIERDO, Consideraciones de los quatro Novissimos del Hom- I2ít Op. cit., pp. 512-513.
bre. Muerte, Juicio, Infierno, y Gloria, Roma, 1672, pp. 506-507. 129 Op. cit., pp. 513-514.
127 Op. cit., pp.' 508-509. '•"' Op. cit., p. 515.

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G E O G R A F Í A I ) I L A h E L C I E I. O

de haber, según probablemente arriba dijimos, los mismos cuer- naventurado experimentará una increíble dulzura, un placer que
re esta^ los englobará todos, que lo bañará por completo llevando su cuer-
rn ando "de sT"maravLllosos olores» 131 . Los aromas provendrán po a la cima del gozo.
tanto del entorno como de los habitantes, y serán tan deleitosos Manuel Ortigas, siguiendo el orden tradicional, comienza su
como todo lo de aquel lugar envidiable. discurso hablando de la gloria de los ojos. Si éstos apetecen por
En lo que respecta a los sabores, «También el sentido del gusto naturaleza ver, allá cumplirán plenamente su deseo. La belleza,
ha de gozar en el Cielo de varios, y sabrosísimos sabores. Por- aun la imperfecta del suelo, tiene tanto poder sobre nosotros que
que, aunque allí no ha de haber necesidad, ni uso de comcr~ñi ha provocado guerras y catástrofes, como vemos en Elena de Tro-
dé~bérJéTrDTól;"T?orr su sabiduTÍTy"^cmcíací~p"ála"á\'ára^y~regalará ya, Cleopatra o La Cava. «Si así arrebata la hermosura aquí, qué
a' sus hiJT7s~cjucridos, bañándoles el paladar y leñ~guircorrá 1 gun será allá en la Ciudad Eterna, donde ha de haber tantos millares
licor celestial, que en los sabores equivalga, y aún se aventaje "con de millares de perfectísimas bellezas, con tanta ventaja a los de
gran(de) exceso, a los manjares más regalados y a las-trettcías"más" acá. Allí todos serán Narcisos, Adonis, Democles, Espurinas, Ele-
exquisitas que acá conocemos»'". Y tío sólo yerí~rrIas~s5rJfoso nas, Suavildas, Raqueles y Lucrecias. No habrá allá, no, Cani-
"aquel sutil licor que todo Ib que aquí podemos probar, sino que dias, Tersites ni Isopos de fealdad alguna. Haced una pella de todo
también nos proporcionará un placer más duradero. En vida, sólo lo hermoso que el mundo admira, jardines, fuentes y animales
ejercitamos el sentido del gusto al comer o beber, y no pode- bellos, racionales y brutos, pintadas aves, metales, piedras, cuanto
mos hacerlo continuamente. En cambio, aquella sustancia mis- el arte y la naturaleza en victoriosas competencias han sacado
teriosa excitará nuestras papilas de manera continuada, en un pla- a luz hermoso. Pues si esto que así aquí admira ha puesto Dios
cer variadísimo en sus matices, inacabable en su duración. en este mundo, donde tiene tantos enemigos, qué será lo que tiene
/* Por último, «El sentido del tacto, que está esparcido por todo aparejado para sus amigos e hijos regalados»l34 . Si el firmamen-
el cuerpo, tendrá así mismo todos cuantos deleites fueren con- to, por ejemplo, es tan hermoso, siendo un cielo inferior, pode-
formes a la pureza de aquel lugar. Porque aquella parte del Em- mos imaginar cuál será la belleza de la esfera suprema: el Empí-
píreo líquida y respirable, de que estará rodeado, y las demás partes reo. Y en cuanto a los cuerpos de los santos, serán tan bellos que,
de él, y cosas tangibles tendrán tal temperamento, que causen a su lado, los mayores prodigios de hermosura terrena parece-
a este sentido grande consolación y recreo»'-". Al recibir el pla- rían monstruos.
"cér por medio de la atmósfera, y no de un contacto humano, se Y no sólo serán guapísimos y brillarán como estrellas, sino
garantiza a un tiempo la existencia y universalidad del gozo y que, en aquellas partes de su cuerpo que sufrieron por Cristo,
su completa asepsia moral. Hasta entre los perfectos se deben ostentarán resplandores extraordinarios: «Los pechos de Águe-
evitar las ocasiones. da, la garganta de Inés, y de Cecilia y así de los demás, que to-
Concluye el jesuíta animando a los lectores a poner todos los dos resplandecerán, más sin comparación que el Sol. Pero esta
medios para alcanzar goces tan sublimes, recordando lo leves que su luz será blanda, dulce, suave, de modo que no ofenda la vista,
parecen aun las más duras penitencias, aun las mortificaciones ni destemple la natural blandura de la carne y hermosa tez de
más austeras, cuando se contemplan desde la óptica de aquel in- los cuerpos» 135. Nada, pues, de brillos metálicos, sino carne lu-
menso y eterno deleite, y asegura que, por añadidura, cada bie- minosa, tierna, cálida, suave.

131 Op. cit., pp. 517-518. 134 MANUEL ORTIGAS, Corona eterna, l-splíca la gloría accidental i general ¡leí
132 Op. cit., p. 519. Cielo, Zaragoza, 1650, pp. 121-122.
133 Op. cit., p. 522. Op. di., p. 123.

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(; [-: ti ( ¡ R A F I A 1) K L A H I' í. U N I P A 1 ) H I. C I E L (1

También se regocijarán los ojos contemplando el interior de quen este sentido en el mundo, para ganar así su premio eterno,
los cuerpos dc~Tos santos, «sin duda masTEermoso que si fuera más deseable que los pasajeros regalos de esta vida.
dFtíqüTdos rubís la sangre, corazón y entnrnlTsTTóYrluTiólfdéTas Toca ahora el turno al sentido del oído. Comienza el jesuita
venas" SeTaHro s^Tos^]ijaesgs]jiervios_y Te'ndoñes^dc'rJcrlas^tci-'' recordando que el Cielo es una Ciudad, cuyos ciudadanos, los
paciolfmuy flexibles, y tratables». Descripción a un fíemp^Tpoe^ justos, formarán «humana, sociable y divinamente política com-
tica y~espclúzñante. pañía, la cual nace y se conserva con la recíproca familiaridad
Aún mayor deleite para la vista será el contemplar a María, conversación y trato. Este, pues, hablarse y oírse unos a otros
cuya belleza excederá la de todas las criaturas, como ya lo hacía será uno de los particulares deleites del oído. Para este fin, pues
en vida mortal. Fue aquí tan bella que hubo quien rogó a Dios ha de ser su república sensible, servirá el uso de las lenguas: po-
que le permitiese verla un momento aunque luego quedase cie- drá hablar cada uno, no sólo la suya natural y las que aquí supo
go para siempre, y, cuenta el autor, los españoles, aún antes de hablar, sino todas cuantas ha habido en el mundo»'". Podrán
ser cristianos, peregrinaban a Jerusalén para contemplar su her- así los santos hablar con los que fueron sus amigos en la tierra,
mosura. Pues su cuerpo glorificado estará aún mucho más em- volviendo a anudar los dulces lazos quebrados por la muerte;
bellecido, e incluso en el conjunto de los bienaventurados, que hablarán también con aquellos que fueron sus modelos, los san-
serán todos perfectos, destacará como una estrella sobre el fon- tos de su particular devoción, y aun los ángeles; hablarán con
do oscuro de la noche. aquellos sabios que admiraron, con los poetas, filósofos, cientí-
Sin embargo, el mayor placer de los ojos será la visión de Cristo, ficos y artistas, con los famosos generales, con los mártires. Co-
el más acabado modelo de varonil apostura, que, si ya en vida mentarán, entre chanzas, los trabajos que padecieron para alcanzar
fue un dechado, tras la resurrección supera cuanto podamos ima- la Gloria. Todos se tratarán con familiaridad y confianza, como
ginar. Las revelaciones de los santos así nos lo dejan entrever, hermanos, y se conocerán y amarán con ternura.
pese a que sólo son atisbos, lejanas sombras de lo que allí, de También disfrutarán con la música, recreo que no puede faltar
cerca y a plena luz, gozará nuestra vista. en aquel lugar tan refinado y natural expansión de la alegría. Can-
Sigue el autor su plática, y nos habla ahora del premio del ol- tarán bellos himnos al son de acordados instrumentos, alabando
fato. En primer lugar, del propio Dios emanará una fragancia a Dios y a su purísima Madre: «Convidarán los ángeles toman-
dulcísima. Y además, «los mismos cuerpos de los bienaventura- do voz humana, y formando dulcísimos instrumenfos_a celebrar
dos, y todo el lugar, esto es, todo el Cielo Empíreo, y más lo laTTÍaKíTñTasjj^sn Dios, rpspnnrlf'rátllQS_j.'l^tQs COn SUS VOCCS,
fluido, donde habitarán los santos de continuo, espirará suavísi- n o y a cojTjuna u otra como aquí, sino que todos podránTofmar
ma fragancia de olores, sin comparación más excelentes que los cuante^jjuisieren, tiple bajo, tenor, contralto, y otras~que pTrracá-
de acá, cuanto va de olor de tierra al olor del cielo»11(l. Leves no alcanzamos; oiranse ya uño?, yá^otFós"de"aquellos coros ce-
muestras de este perfume tenemos en la tierra, tanto a través de lestiales,~sm que la distancia embarace. Serán las voces de exce-
las revelaciones de los santos, como por el testimonio de los ca- lente sonido, sin pelo ni vicio de los que aquí ocasionan las inju-
dáveres de algunos elegidos. Además, añade el autor, son olores rias del tiempo u otros contrarios accidentes, serán los himnos
que no se evaporan, y convierten al Empíreo en una eterna pri- y canciones artificiosas, santas, llenas de elevados pensamien-
mavera, en un jardín perpetuamente florecido, en un prado siem- tos» I3tí. De modo que no sólo la belleza de las voces, sino el ar-
pre verde. Concluye recomendando a los lectores que mortifi- tificio de la composición, serán parte a causar sumo deleite a los

137 Op. dt., p. 207.


I3H Op. dt., p. 214.
Op. dt., p. 160.
256 257
(; F O C, R A F I A 1) F L A F I F U N I D A D L C: I E L O

oídos. Pone luego el autor algunos ejemplos de santos que tu- nará de una dicha maravillosa, pues allí el simple roce de una
vieron la fortuna de escuchar, en el suelo, algunos acordes de mano provoca una sacudida de placer mayor que el más intenso
la música del Cielo, y encarece así su perfección, y, tras una ex- que podemos concebir en esta vida. Finaliza, pues, el autor, re-
hortación al lector para que se aparte de las pláticas lascivas comendando a sus lectores que no sean tan ciegos de perder esas
y emplee sus oídos en el servicio de Dios y la ganancia de alegrías por el abrazo, mucho menos placentero, de un cuerpo
la Gloria, da por terminada su pintura de los goces de este mortal que en breve tiempo será pasto de gusanos y motivo de
sentido. horror para su propio amante. Allá en cambio se gozará inten-
Toca ahora ocuparse de los placeres del gusto. Consistirán, samente, sin riesgo, sin mudanza y sin final.
principalmente «en un humor delicadísimo y suavísimo, que Por último, veamos qué opina de la recompensa de los senti-
siempre bañará y acompañará ~^^r^^ dos el padre Martín de Roa. Primero, nos asegura de que, en el
Boca~y paladar qué~et'5cnor
' criará cuando resuciten los cuerpos Ciclo, se agudizará extraordinariamente nuestro aparato senso-
suerte que dejará^clj:uerpo_d¿l
^~ _ justo tan rocrg^- rial, y que disfrutará más aquél sentido que más haya cooperado
do~y mistoso_£ojTtmuamente. coñio~sijies£ués_dejTiuchos añqs en la tarea de la salvación. Luego, analiza por separado los goces
de hambreV^Tsejiallasc comiendo en un banquctejreaTrmag- de cada uno de ellos, comenzando por «el más hidalgo» de to-
"ñífico, eñtréTas mayores delicias sensibles, imaginables»"''. Se- dos, el de la vista. Este «tendrá tantos, y tan agradables empleos,
fa~pües uñí sensación de saciedad acompañada de los sabores cuantas serán las cosas visibles de cielos y tierra. El principal de
más sabrosos y variados que pueden imaginarse. Esto no repugna ellos el cuerpo glorioso de Cristo, no sólo hermoso sobre toda
al decoro de los santos, añade el autor, pues el mismo Cristo co- hermosura, sino fuente de quien la reciDen todas la criaturas (...).
mió tras la resurrección, y muchos santos fueron, en vida, ali- Verán aquella Gran Señora, Princesa del mundo, Reina de los
mentados por ángeles con manjares deliciosos. ángeles, alegría del Cielo, la Santísima Virgen, de cuya grande-
En cuanto al tacto, no le faltará tampoco su recompensa. El za, cuantas oyeron celebrar en la tierra, sombras les parecerán
perfecto equilibrio de los cuatro humores corporales causará un de aquella verdad» 141 . Y estos excelsos cuerpos los verán no só-
placer dulce, un bienestar agradabilísimo. En aquellas partes que lo en su belleza exterior, sino interior, lo que les permitirá apre-
fueron castigadas por la penitencia se sentirá un placer especial. ciar, según ejemplo puesto por el autor, la hermosura más re-
Además, ^<serán inmensos yjpunsimos los deleites que gozará, cóndita de aquél útero virginal que llevó dentro de sí al Señor
al rjurísimó contacto de los demás» I4IJ. l>el^uri~p7ácerpUTÍ5Ím€>, del mundo, y los conductos que llevaban, a través del sagrado
'éneT qüT^T^ráTañ¥3er«sospécha algüñlrte "h~me«or- inde- pecho de María, la leche con que se nutría su Hijo. Para ponde-
cencia». Ercuefp"o glorióso~~cstará fórmádcTcfe "üha~mátefia tan rar la belleza de la Reina celestial, cuenta el ejemplo de un fraile
imravulosa, que el más leve contacto producirá un gozo indes- que, deseando ver a la soberana Señora, rezaba todos los días para
criptible. Así lo experimentó, por ejemplo, el incrédulo Santo To- que se le concediese ese favor. Un ángel le dijo que accedería
más, al tocar con sus dedos la carne resucitada de Cristo. Ade- a su petición, pero que una belleza tan resplandeciente podía ce-
más, nuestro propio cuerpo será más sensible que aquí, más ap- garlo. El fraile aceptó y, cerrando uno de sus ojos, miró a María
to para el placer. «Será pues inefable el gozo y el deleite que sen- con el otro, quedando ciego ante su incomparable donaire, pero
tirán los justos al enlazarse fóTBrizos~y Tos cuellos, dándose unos tan prendado de lo que por un instante había vislumbrado, que,
" s , amorosos, castísimos_abrazos_», l o q u e n o s lle-
141 M A R T Í N DF ROA, Estado de las Bienaventuradas cu el Ciclo, de los trinos cu
13" Op. di., pp. 234-235. el Limbo, de los condenados cu el Infierno, y de todo este ( ' n i f c n o después de hi rcsurre-
1411 Op. cit., p. 257. (íon, )' jny;io universal, Barcelona, 1630, tol. 35.

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C, F. O (, K A F I A H F. I- A F '\. U N I I) A 1)

abriendo el otro ojo, prefirió quedar completamente ciego de por de gloria, parecerán de tan varios como suaves colores, y darán
vida antes que renunciar a mirarla otra vez. suavísimo entretenimiento a la vista» 1 4 3 .
Prosigue: «Crecerá gran parte la bienaventuranza de este sen- Además del gozo del conocer, habrá para los ojos el mero pla-
tido, con la alegre vista de los demás cuerpos gloriosos, más cla- cer gratuito, superfino, el simple encantamiento de prenderse en
ros, más resplandecientes que el Sol. Veranse unos a otros, tanto la belleza, el leve contemplar, como al descuido, lo más hermo-
en la hermosura de dentro, como en la de fuera. Sustentará un so y lo más raro. Para este fin tomarán cuerpo los ángeles, y tam-
gozo perpetuo la alegría, el agrado de sus semblantes, la gracia, bién para esto estará lleno el palacio de Dios de una multitud
el donaire de sus ojos; el lustre, el resplandor de su rostro; la luz, de cosas variadas y curiosas, gabinete de preciosidades «que se-
la claridad celestial, de que bañados todos dentro, y fuera, verán rán tantas y tales que jamás se cansará un hombre de verlas». Po-
clara y distintamente la maravillosa fábrica de sus cuerpos, el or- demos imaginarlas, concluye el jesuíta, considerando la varie-
den, el concierto y correspondencia de todos sus miembros, el dad y esplendor de este mísero mundo.
asiento del corazón, la fuente de la sangre, los arroyos, que por En cuanto a los oídos, hallarán su principal alegría en las con-
las venas se derivan; los espíritus de la vida, que por las arterias versaciones que mantendrán los santos entre sí, que podrán de-
se derraman; la compostura de los huesos, las ligaduras de los sarrollarse en cualquier lengua, pues las dominarán todas a la per-
nervios, la proporción y templanza de los humores; el artificio fección, aunque el idioma oficial es el hebreo, que es el que usa-
milagroso de los ojos; los instrumentos y caminos de los senti- ron Adán, Moisés y el propio Cristo. El tema más usual de las
dos, con muchos otros secretos, que ocultó en nuestros cuerpos pláticas será la alabanza del Creador, y «No quedarán estas ala-
la naturaleza, y entonces los descubrirá en ellos la gloria, con banzas en sola conversación, pasarán en suaves canciones, en con-
igual gusto del entendimiento que de la vista» l42 . sonancia de voces, en celestial música, en dulcísima y bien acor-
Así, la curiosidad quedará satisfecha, y nada se ocultará a los dada armonía»I 4 t . En estos cánticos se mezclarán las voces an-
ojos y, por tanto, a las mentes de los santos. Los ojos aparecen gélicas a las humanas, y cada uno de los bienaventurados podrá
aquí como auxiliares imprescindibles del conocimiento; la vista usar, además de su tono y timbre natural, el que más le plazca;
es un instrumento gnoseológico, y su mayor placer lo halla sa- todas las voces serán bellas, las músicas extremadas, las letras in-
ciando nuestra sed de sabiduría. Por eso, le será también muy geniosas, el conjunto excepcionalmentc bien acordado. «Oirán
deleitosa la contemplación del universo: «Verán también de este esta celestial música los bienaventurados, ya de unos ya de otros,
mundo visible cuanto quisieren, no sólo en la distancia, que pu- sin que la distancia por grande que sea, impida el oírla; que es-
dieran naturalmente alcanzar con la perfección de su vista, sino forzará Dios con virtud sobrenatural la cortedad de nuestro sen-
en cualquiera otra mayor de sus fuerzas; porque para esto se las tido, para que así oiga de lejos como de cerca, y ninguno carezca
dará Dios sobrenaturales. De manera que desde su lugar podrán aún de aquel gusto que le puede caber de gozar, unos de la sua-
ver todos los cielos, todas y cada una de sus partes y perfeccio- vidad de la música de los otros. No cesarán jamás de entonar
nes, todos los planetas y estrellas, sin que una se les esconda. Todos divinos loores, ya un coro, ya otro, ya esta, ya aquella compañía
los elementos, aún hasta las entrañas de la tierra, clara entonces de santos: de manera que cantarán a veces, y se oirán a veces,
y transparente, y hasta donde confina con el infierno. Será muy y harán a veces todos juntos dulcísima consonancia» 14 ". Goza-
apacible esta vista, porque demás de la hermosura, que habrán rán pues, sin cansancio ni hastío, de una música inacabable, simpre
cobrado en su renovación el último día del mundo, mirado todo distinta y siempre igualmente excelente.
él, y todas sus partes por los cuerpos celestes, como por vidros Op. dt., tol. 37.
Op. dt., tbl. 42.
Op. dt., fol. 36. Ibidem.

260 261
(i H O (', K A H I A D E L A K T E 1( N 1 I) A I) F 1. C I E I O

Por lo que toca al olfato, tendrá gran deleite, porque «el cuer- Creo que, a través de estas páginas, la imagen del Cielo y el
po de Cristo, de la santísima Virgen y de todos los demás san- Infierno que deseaban y temían los españoles del barroco se ha
tos, tendrán tan grande suavidad y fragancia, cuanta nLflores ni hecho bastante nítida y cercana. Como se ha podido ver, es a
ámbar, ni cualesquiera otras confecciones olorosas pueden igua- veces pintoresca, pero recoge a un tiempo los anhelos y los miedos
larse en la tierra» I4Í> . Además, la propia materia de que está he- de los hombres de aquel tiempo, y nos los hace cercanos, más
cho el Empíreo despedirá de sí diversos perfumes, a cual más comprensibles. Algunos de esos temores, ciertas esperanzas de
grato. aquéllas, nacen de una fuente tan honda, están tan ligados a la
Para prueba de su aserto, nos cuenta el jesuíta varios ejemplos condición humana, que aun hoy los compartimos, aunque si-
de resucitados que, vueltos a la tierra tras una visita al Cielo, con- tuando su cumplimiento en un mundo mucho más cercano.
taban, deslumhrados, los placeres que allí aguardan al olfato. Ade- Hoy la ciencia, la metafísica y la propia teología han cambia-
más, las apariciones de la Virgen y de otros miembros de su corte do sustancialmcnte, tenemos otro sentido de la ética y un orden
suelen ir acompañadas de una singular fragancia, y también los de prioridades diferente. Los paraísos soñados por el español del
despojos de su paso por la tierra conservan, por mucho tiempo, seiscientos nos parecen interesantes como dato histórico, absur-
el delicioso aroma de aquella celestial atmósfera. dos a veces, y decididamente pasados de moda. Su utopía para
También el gusto recibirá el premio que le han granjeado ayunos la eternidad puede considerarse un fracaso. Y es explicable, pues
y abstinencias. En el Cielo gozará de una dulce saciedad, y ade- aspiraba a perpetuar, idealizada, una situación estable, fija: la so-
más «pondrá Dios en él un humor incorruptible, que tenga un ciedad de su tiempo, en vez de concebir un universo cambiante,
gusto tan sobre todos los que inventa el arte, o produce la natu- en constante mejora, pues, para el que tiene fe en el ser humano,
raleza, que en su comparación pueden todos parecer amar- lo que unos hombres han hecho, bien o mal, otros lo pueden
gos» "7. Pone el autor ejemplos, sacados de la vida de los san- mejorar, reformar o deshacer. Además, las esperanzas que el Cielo
tos, que, alimentados por ángeles, quedaban satisfechos y con barroco nos propone nos sumen en una desesperanzada impo-
un sabor en el paladar tan exquisito como perdurable. tencia: es el Reino de Dios y no el nuestro, no podemos trans-
Por último, el sentido del tacto recibirá un gran placer con la formarlo, no tenemos ni derecho ni capacidad para alterar uno
perfecta disposición del cuerpo glorioso, su indestructible salud solo de sus detalles; lo único que se nos permite es merecer ser
y su total equilibrio. Disfrutará además besando los pies y ma- admitidos como sus invitados perpetuos. Son castillos en las
nos de Cristo y de su Madre, y con el contacto de los otros cuer- nubes.
pos, pues es indudable «que dándose los bienaventurados entre Aspiramos ahora a construir nuestro Cielo en la tierra, una
sí mil parabienes de la gloria y bienes que poseen, se enlazarán patria universal y perfecta. Conviene recordar, a la hora de ela-
en santos abrazos; o que dados de las manos, conversarán unos borar y poner en práctica nuestros sueños, que un lugar habita-
con otros, refiriendo los soberanos medios con que la divina pro- ble para la humanidad, una verdadera Ciudad del hombre, no
videncia los trajo a gozarlos. Daranse a veces estas muestras de podrá erigirse nunca sobre los cimientos de la violencia o del
amor y gozo, especialmente padres e hijos, y los amigos entre fanatismo, no sobre una fe ciega ni sobre una cierta razón tan
sí, yendo unos al lugar de los otros, y saludándose con ósculo implacable y rígida que olvide, en su ejercicio riguroso y, po-
santo de paz» I 4 K . Poniendo también algunos ejemplos de tan dríamos decir, automático, que es la mente humana su origen
castísimas familiaridades, concluye el autor su discurso. y su causa, y los hombres su fin. No crecerá tampoco nuestra
14Í ' Op. cit., fol. 44. hierba sobre el filo excluyeme de las dicotomías. Un hogar para
147 Op. cit., fol. 47. el hombre, sólo el amor acierta a construirlo.
I1K Op. cit., fol. 49.

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