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FERNAND BRAUDEL. “La historia y las ciencias sociales”. El Libro de Bolsillo. Madrid. 1968.

Pág. 28.

“El ejemplo es sin duda abusivo, como todos los ejemplos a los que se confiere un poder de
enseñanza. Confiésese, sin embargo, que, a menudo, la crónica, la historia tradicional, la historia-relato a
la que tan aficionado era Ranke no nos ofrece del pasado y del sudor de los hombres más que imágenes
tan frágiles como éstas. Fulgores, pero no claridad; hechos, pero sin humanidad. Adviértase que esta
historia-relato pretende siempre contar «las cosas tal y como realmente acaecieron». Ranke creía
profundamente en esta frase cuando la pronunció. En realidad, se presenta como una interpretación en
cierta manera solapada, como una auténtica filosofía de la historia.
Según ella, la vida de los hombres está determinada por accidentes dramáticos; por el juego de
seres excepcionales que surgen en ella, dueños muchas veces de su destino y con más razón del nuestro.
Y cuando se digna hablar de «historia general», piensa en definitiva en el entrecruzamiento de estos
destinos excepcionales, puesto que es necesario que un héroe tenga en cuenta a otro héroe. Falaz ilusión,
como todos sabemos.
O digamos, para ser más justos, visión de un mundo demasiado limitado, familiar a fuerza de haber
sido rastreado e inquirido, en el que el historiador se complace en medrar; un mundo, para colmo,
arrancado de su contexto, en el que con la mejor intención cabría pensar que la historia es un juego
monótono, siempre diferente pero siempre semejante, al igual que las mil combinaciones de las piezas de
ajedrez: un juego que encausa situaciones siempre análogas, sentimientos eternamente iguales, bajo el
imperativo de un eterno e implacable retorno de las cosas.(…)”

FERNAND BRAUDEL. “La historia y las ciencias sociales”. El Libro de Bolsillo. Madrid. 1968.
Pág.110- 111

“(…) Primera y esencial precaución: tratemos de presentar rápidamente a la historia, pero en sus
definiciones más recientes, porque toda ciencia no cesa de definirse constantemente, de buscarse. Todo
historiador es forzosamente sensible a los cambios que aporta, incluso involuntariamente, a un oficio
flexible, que evoluciona tanto por sí mismo, bajo el peso de los nuevos conocimientos, tareas y aficiones,
como por el hecho del movimiento general de las ciencias del hombre. Todas las ciencias sociales se
contaminan unas a otras; y la historia no escapa a estas epidemias. De ahí esos cambios de ser, de
maneras o de rostro. Si nuestra retrospectiva empieza con este siglo, tendremos a nuestra disposición por
lo menos diez análisis y mil retratos de la historia; y ello sin contar con las posiciones que se perfilan en las
mismas obras de los historiadores, ya que éstos se hallan inclinados a pensar que ponen mejor de
manifiesto sus interpretaciones y sus puntos de vista en una obra que en una discusión precisa y formal de
su pensamiento (de ahí el reproche irónico de los filósofos, a los ojos de los cuales los historiadores nunca
saben con toda exactitud la historia que hacen)(…)”

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