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cación sobre la Santa Maria, bamboleándose, sin que nadie lo sospechara, sobre las bravias aguas de lo

que iba a ser América. La dramaticidad del caso pierde tonicidad por la propuesta, cuyo absurdo
configura la humo- rada del Almirante.

En su libro, Ferla relata, critica y reflexiona los hechos históricos in- terpolando personajes y sucesos con
hechos y personajes contemporáneos. Este parangón, ante una feliz coincidencia, resulta risueña la
ridiculez, elemento ajeno al tiempo y al espacio, pero aderezo importante para la descarga humoral. En
una circunstancia el autor reconoce que ciertas descripciones de época las ha imaginado (ver página 87
"Llueve sobre el Cabildo"), mas esta licencia de imaginar la historia es característica de ciertos
historiadores, renuentes a sujetarse a documentos y testimonios fríos e inexpresivos y recurren a
reconstrucciones que el lector avisado piensa, que de no haber sido así, merecería serlo,

Salvador Ferla como intelectual criollo, comprometido con lo que se ha dado en llamar "el pensamiento
nacional" fue, efectivamente, uno de los primeros militantes en las letras de denuncia como es el caso
de su li- bro Mártires y verdugos, aporte primigenio al que echa mano Arturo Jauretche en su libro
Manual de zonceras argentinas, Zoncera Nº 28: "Queda abolida para siempre la pena de muerte por
causas políticas" (Art. 18 de la Constitución Nacional).

No obstante, Ferla ha evitado el solemne tratamiento escolar de las fi guras del procerato nacional. Una
circunstanciada referencia a Mariano Moreno trata de señalar ciertas contradicciones de su discurso con
los he chos, fundamentalmente, en el análisis que hace del Plan de Operaciones el cual, al cabo de un
exhaustivo tratamiento, deja librado a la Historia (por no decir a los historiadores) el juicio sobre la
autenticidad del Plan.

De San Martin se concreta a reproducir una lista sobre las coinci dencias del Libertador con agentes
ingleses en los momentos decisivos de su campaña militar. La lista en cuestión se la atribuye al biógrafo
del prócer, Bartolomé Mitre. En fin, a los héroes patrios se deben juzgar con la novisima dimensión de la
Relatividad, que es la cuarta: espacio-tiem- po. Atento observador y lúcido analista, el autor de Historia
argentina con drama y humor transita los instantes crepusculares de la patria, y halla en el sarcasmo, la
levedad de la resignación.

Arturo Peña Lillo, Ituzaingó, octubre de 2007

PREMISAS GENERALES
José María Rosa suele ilustrar la importancia de la historia con estas pa- labras: "Una sociedad no es una
entelequia a desarrollar fuera del tiem po, una máquina que se construyese pieza a pieza. Una sociedad
es un cuerpo real y vivo, con raíces que se clavan en el pasado y ramas que se dirigen hacia arriba".

Juan Bautista Alberdi, agudo y esclarecido en su ancianidad, escri bió: "Entre el pasado y el presente hay
una filiación tan estrecha que juz. gar el pasado, no es otra cosa que ocuparse del presente. Si así no
fuera, la historia no tendría interés ni objeto. Falsificad el sentido de la histo- ria, y pervertis por el hecho
toda la politica. La falsa historia es origen de la falsa política". Cicerón la llamó "maestra de la vida". ¡De
haberlo sido realmente vivirtamos en el mejor de los mundos! Por eso, adhiero a los conceptos
transcriptos con una importante salvedad. La pedagogía de la historia es siempre imperfecta, porque así
como en el régimen republica- no el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes,
la historia no habla sino por intermedio de los historiadores. Los hechos no varían pero se nos presentan
con el lenguaje, la sintaxis, la ortografia de su relator, dicen lo que él quiere que digan, según los ordena,
los valo- ra, los subraya o los deja perder en la intrascendencia, con una intención o con una
consecuencia que no puede ser otra que la de formar en el lec- tor idéntico criterio valorativo.

Aquello del "juicio inapelable de la historia", no es más que un di- fundidísimo pero inconsistente lugar
común. La historia no es un tribu- nal que da sentencias y menos aún con carácter de inapelables. Puede
as- pirar a convertirse en una memoria ordenada y razonada de los pueblos, una consciente y actuante
experiencia colectiva. Pero aún no ha llegado a eso. Por ahora simplemente ayuda a comprender el
pasado y a través del pasado el presente.

Toda historia es dramática. Porque la dramaticidad es una cualidad específica de la vida humana; es el
precio de la inteligencia. La dramati- cidad es también el resultado de la naturaleza conflictiva del
fenómeno humano llamado civilización. Este tiene dos caras, dos dialécticas. En una, el hombre dialoga
con la naturaleza y la domina, la penetra. En otra,

. Ferla, Salvador, Mártires y verdugos, Ed. Continente - Peña Lillo, Buenos Aires, 2007.

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