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Eduardo Gonzales Callejas - Guerrilla Rural y Urbana PDF
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LA VIOLENCIA
EN LA POLÍTICA
Perspectivas teóricas sobre el empleo deliberado
de la fuerza en los conflictos de poder
199
GURR, 1979: 35 confirma que el terrorismo aparece como táctica propia de activis-
tas y grupos políticos clandestinos que carecen de una amplia base de apoyo para impulsar
una actividad revolucionaria en gran escala.
200
GINER, 1982: 20.
201
ASPREY, 1973: 681.
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cialmente tras las líneas enemigas, mientras que el esfuerzo militar princi-
pal debería tomar la fisonomía de una guerra convencional202. En efecto, a
semejanza del terrorismo revolucionario, la guerrilla es un tipo de violencia
desplegado por actores no elitistas, que suele desarrollarse en el marco de
una estrategia subversiva más ambiciosa, y que aspira a culminar como un
asalto al poder en forma de insurrección o de guerra civil.
Wardlaw distingue dos modalidades de guerra irregular: por un lado, la
guerra de guerrillas, considerada como una operación netamente militar, en
la que se emplea la táctica de golpear y desaparecer para hostigar a fuerzas
enemigas superiores en número, en el contexto de una campaña bélica de
tipo convencional. Por otro, la guerra revolucionaria, que utiliza la guerrilla
rural y urbana y otros métodos de lucha político-psicológica, como el te-
rrorismo, no con la intención de anular militarmente al enemigo, sino de
lograr el apoyo popular necesario para provocar la subversión del régimen
político203.
Según Huntington, tras la Segunda Guerra Mundial la política de las áre-
as subdesarrolladas se centró en la lucha por la independencia y los procesos
de modernización y desarrollo. El primer reto dio lugar a guerras revoluciona-
rias de liberación, y el segundo a guerras revolucionarias o a sucesivos golpes
de Estado. La guerra revolucionaria se produce cuando el gobierno es amena-
zado por una contraélite política, social o incluso geográficamente diferente
que no ha podido penetrar en la estructura política existente y que trata de crear
una estructura de poder paralela a la del gobierno para derribar el conjunto de
sistema social y político204. Para llevar a cabo la constitución de este contrapo-
der se necesita buscar apoyo en un grupo social o comunitario imperfecta-
mente integrado en el sistema político, conseguir una base razonablemente se-
gura de operaciones, emplear modos de violencia insurgente y de persuasión,
y establecer áreas liberadas donde establecer un embrión de gobierno.
De forma ideal, las fases de la guerra revolucionaria serían: 1) agitación
(los insurgentes diagnostican el resentimiento de la población contra el go-
bierno y emprende una campaña de propaganda para incrementar la disi-
dencia); 2) organización (se establece la infraestructura insurgente entre la
población, mientras que la presencia gubernamental es eliminada a través de
la persuasión y el terrorismo; 3) guerrilla (despliegue de acciones militares
a pequeña escala); 4) expansión de la zona guerrillera (liberación de exten-
202
MERARI, 1993: 222 (cit. en GEARTY, 1996: 208).
203
WARDLAW, 1986: 100.
204
HUNTINGTON, 1962: 23-24.
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205
A. Terry RAMBO, «The Concept of Revolutionary Warfare», en TINKER, MOL-
NAR y LENOIR, 1969: 13-14. Para un teórico de la contrainsurgencia como Claude DEL-
MAS, La guerre révolutionnaire, París, Presses Universitaires de France, 1959, p. 44 la doc-
trina de la guerra revolucionaria, que se formuló tras la lucha en Indochina y Argelia, es el
medio con que un Estado comunista puede hacer la guerra a otro sin provocar un conflicto
general y sin que parezca que recurre a la guerra. Consiste en guerra de guerrillas más gue-
rra psicológica. Vid. también, en esta misma línea, las obras de Gabriel BONNET, Les gue-
rres inurrectionnelles et révolutionnaires, París, Payot, 1958 y André BEAUFRE, La guerre
révolutionnaire. Les formes nouvelles de la guerre, París, Fayard, 1972.
206
THORNTON, 1964: 91-92.
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207
SUN TZU, 2000: 116.
208
LAQUEUR, 1976: 41.
209
LAQUEUR, 1976: 100-101.
210
Según ARTOLA, 1964: 12-43, la guerrilla española fue la primera realización mo-
derna de la «guerra revolucionaria». Nuestra opinión es que en este artículo se establecen co-
rrelaciones demasiado forzadas entre la doctrina maoísta y guevarista y la praxis guerrillera
de la «lucha contra el francés». Igualmente, confunde la táctica guerrillera en el seno de una
conflagración prolongada de liberación nacional (de la cual nuestra Guerra de la Indepen-
dencia no fue el primer ni único exponente) con la guerra revolucionaria, teorizada por cier-
tas tendencias marxistas como el vehículo para precipitar un abrupto cambio social y políti-
co en países colonizados o en vías de desarrollo.
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211
LUSSU 1972: 261-262.
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batalla completa. Eso nos asegura la victoria en las batallas». También re-
comendaba «reforzar nuestro ejército con todas las armas, y la mayor parte
de los hombres capturados al enemigo. La fuente principal de los recursos hu-
manos y materiales para nuestro ejército está en el frente». En el estadio avan-
zado de esta etapa, los insurgentes expanden la organización en las regiones
bajo control y buscan el reclutamiento de guerrilleros a tiempo completo.
Alcanzada esta situación de paridad, se llegaba a la tercera fase: el lo-
gro de la superioridad estratégica conduciría a una guerra de movimientos,
llevada a cabo por las fuerzas regulares que se hubieran preparado a partir
de las unidades guerrilleras en las zonas liberadas, cuyo objetivo militar se-
ría destruir las fuerzas armadas del gobierno y su objetivo político despla-
zar a las autoridades gubernamentales. Este nuevo ejército revolucionario
iniciaría una ofensiva generalizada, y se dispondría a aniquilar a un adver-
sario desmoralizado y mermado en su eficacia militar, ocupando en primer
lugar las pequeñas poblaciones y los campos, para luego proceder a la des-
trucción de las grandes fuerzas enemigas. Ello traería como resultado natu-
ral la ocupación de las ciudades más importantes, que no constituían por sí
mismas un objetivo estratégico prioritario213.
Hasta la primera conflagración europea, la guerrilla mantuvo el carác-
ter de un mero complemento de las operaciones militares convencionales.
Pero su empleo masivo por parte del comunismo chino contra el Kuomin-
tang y el invasor japonés, y por los movimientos de resistencia antifascista
durante la Segunda Guerra Mundial, reveló una potencialidad de subversión
política que sobrepasaba con creces la mera utilidad bélica. De ahí que, con
las convulsiones que sacudieron a los antiguos territorios coloniales duran-
te la posguerra, fuera reivindicada como un instrumento eficaz de destruc-
ción del poder existente y de emancipación social y política de la población,
según las normas avanzadas por Mao en su doctrina de la «guerra revolu-
cionaria». El curso de la victoria maoísta en China mostró algunas intere-
santes variaciones tácticas, ocasionadas en gran parte por los diez años de
guerra contra Japón. En su fase triunfal de 1947-49, asumió de forma cre-
ciente la fisonomía de una guerra convencional, aunque los aspectos políti-
co-militares más significativos del maoísmo procedían de la guerra de gue-
rrillas librada contra el Kuomintang en los años veinte.
Durante la década y media posterior al segundo conflicto mundial, una
213
ZEDONG, 1976: 55-68. Un repaso somero a estas etapas de la estrategia revolucio-
naria maoísta, en TUCKER, 1969: 155-162 y O’NEILL, 1993: 83-90. Sobre el modelo
maoísta de revolución, vid. BAECHLER, 1972: 308-310 y BURTON, 1977: 53-68.
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214
GUEVARA, 1977: 11.
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las masas, y separar la lucha militar de la lucha política, por lo cual chocó
frontalmente con la estrategia preconizada por el maoísmo y el leninismo,
que supeditaba el factor militar a una minuciosa planificación política, y
sentenciaba que toda guerra revolucionaria desprovista del carácter y de los
objetivos marcados por un partido obrero y campesino de vanguardia esta-
ba abocada al fracaso215. Pero, a pesar del voluntarismo y del elitismo pre-
sentes en sus concepciones de la lucha guerrillera, el gran mérito de Gue-
vara fue, aparte de su revalorización del papel revolucionario de un
campesinado alentado por las promesas de reforma agraria, su revaloriza-
ción del «foco» como levadura de la revolución. Creando un núcleo guerri-
llero, un pequeño grupo de hombres resueltos creía poder galvanizar la con-
ciencia política del pueblo, aportando con sus acciones la prueba de la
injusticia y de la vulnerabilidad de los gobiernos. Aunque el «Che» siempre
trató de destacar la amplia autonomía política de que gozaba la acción gue-
rrillera, no podía menos de reconocer que, para tener una mínima posibili-
dad de éxito, debían darse tres condiciones previas: una insuficiente legiti-
mación de la élite gobernante, la presencia de tensiones sociopolíticas
agudas entre la población, y la percepción por parte de los grupos de oposi-
ción de que todos los medios legales para obtener cambios sociales o polí-
ticos se encontraban bloqueados.
Los factores básicos de la táctica guerrillera pueden ser divididos en tres
grupos: el medio físico, la relación con la población autóctona, y los asun-
tos de orden estratégico y militar. En el primer aspecto, la guerrilla siempre
debe buscar zonas poco accesibles, que limiten la capacidad de despliegue
de las grandes unidades convencionales y den a los insurgentes la posibili-
dad de establecer áreas liberadas («santuarios»), donde puedan retirarse
para desarrollar todas las actividades ligadas a la preparación del combate:
descanso, abastecimiento de hombres y material, adoctrinamiento, etc. No
cabe duda de que buena parte del éxito de un movimiento guerrillero de-
pende de su capacidad para alimentar una lucha prolongada y enajenar a las
autoridades el apoyo o la comprensión de la comunidad nacional e interna-
cional.
El guerrillero tiene como principal misión controlar a la población, y
215
Según HAGOPIAN, 1974: 372, las diferencias entre el «foquismo» y la guerra po-
pular maoísta residen en la debilidad numérica de las bandas guerrilleras, la ausencia de fuer-
tes partidos revolucionarios o de estrechas relaciones con los mismos, y la resistencia a cons-
truir una estructura político-administrativa que vaya más allá de las necesidades logísticas
del esfuerzo militar inmediato.
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216
WORDEMANN, 1977.
217
GUEVARA, 1977: 24. Sobre el modelo guevarista-castrista de revolución violenta,
vid. BAECHLER, 1972: 310-311 y 315-316; BURTON, 1977: 101-109 y O’NEILL, 1993:
91-95.
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218
DEBRAY, 1974: I, 14. En esta obra, Debray analiza y refuta cuatro formas de acción
y organización revolucionariaa: la autodefensa armada, la propaganda armada, la base gue-
rrillera y el partido de vanguardia clásico.
219
DEBRAY, 1968: 51
220
Una critica al «foquismo» como «teoría del fracaso», en CHALIAND, 1979: 71-84.
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221
Cit. por MOSS, 1973: 277.
222
MARIGHELLA, 1971a, también en MARIGHELLA, 1971b: 65-122. Sobre las tesis
de Marighella, vid. BURTON, 1977: 130-140; GELLNER, 1974: 22-27 y John W. WI-
LLIAMS, «Carlos Marighella: The Father of Urban Guerrilla Warfare», Terrorism, vol. XII,
nº 1, 1989, pp. 1-20. Sobre la guerrilla urbana en general, vid. O’NEILL, 1993: 95-99.
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223
«Minimanual del guerrillero urbano», en MARIGHELLA, 1971b: 93. Este activista
brasileño consideraba seis etapas de cada operación (reconocimiento, planeamiento, ensayo,
ejecución, retirada y explotación o «propaganda armada») y cuatro tipos de operación gue-
rrillera: psicológica, acción de masas, combate de guerrilla y operaciones terroristas. Algu-
nas operaciones de clara naturaleza delictiva («operaciones logísticas» como robo de armas,
asalto a bancos, etc.) son, más que nada, un esfuerzo por demostrar la existencia de una «jus-
ticia revolucionaria» paralela a la oficial. Sobre esta tipología del «bandido político», que uti-
liza modernos instrumentos de lucha y aspira a integrar su acción criminal en el engranaje
estratégico de una acción colectiva violenta, organizada y planificada por un movimiento rei-
vindicativo bien caracterizado, nos remitimos in extenso al libro de MASSARI, 1979: 72-85.
224
MOSS, 1973: 21.
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surgente:
227
THOMPSON, 1967. Desarrollos prácticos de esta estrategia contrainsurgente (repre-
salias basadas en la responsabilidad colectiva, realojamiento en campos de concentración,
controles legales de población, registros, contrainteligencia, creación de cuerpos de autode-
fensa, programas de defección y pacificación), en Andrew R. MOLNAR, Jerry M. TINKER
y John D. LeNOIR, «Countermeasure Techniques», en TINKER, MOLNAR y LeNOIR,
1969: 295-345.
228
HUNTINGTON, 1962: 28.