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Theodor Adorno, fragmento de “Signos de puntuación”, en Notas sobre Literatura,

Akal, 2003

“Tomados aisladamente, cuanto menor es el significado o expresión de los signos de


puntuación, cuanto más constituyen en el lenguaje el polo opuesto de los nombres, tanto
más resueltamente consigue cada uno de entre ellos su "status" fisionómico, su propia
expresión, la cual sin duda es inseparable de la función sintáctica, pero que sin embargo
de ningún modo se agota en ésta. (...) ¿No parece el signo de admiración un dedo índice
amenazadoramente erguido? ¿No parecen los signos de interrogación luces
intermitentes o una caída de párpados? Los dos puntos, según Karl Kraus, abren una
boca: ay del escritor que no sepa saciarla. El punto y coma recuerda ópticamente un
mostacho colgante; más fuertemente aún siento yo su sabor a salvajina. Tontiastutas y
autosatisfechas, las comillas se pasan la lengua por los labios.

“Todos son señales de tráfico; en última instancia, éstas son imitaciones de ellos. Los
signos de admiración son rojos, los dos puntos verdes, los guiones ordenan "pare". (Es
un error común) confundirlos por eso con signos de comunicación. Más bien lo son de
dicción; no sirven diligentes al tráfico del lenguaje con el lector, sino jeroglíficamente a
uno que tiene lugar en el interior del lenguaje, en sus propias vías. Superfluo por tanto
ahorrárselos como superfluos: entonces meramente se ocultan. Todo texto, aun el más
densamente tejido, los cita por sí, amistosos espíritus de cuya presencia sin cuerpo se
alimenta el cuerpo del lenguaje.

“En ninguno de sus elementos es el lenguaje tan musical como en los signos de
puntuación. Coma y punto corresponden a la semicadencia y a la auténtica cadencia.
Los signos de admiración son como silenciosos golpes de platillos, los signos de
interrogación modulaciones de fraseo hacia arriba, los dos puntos acordes de séptima
dominante; y la diferencia entre coma y punto y coma únicamente la captará
correctamente quien perciba el diferente peso del fraseo fuerte y débil en la forma
musical. Pero tal vez la idiosincrásica oposición contra los signos de puntuación que se
produjo hace cincuenta años, y que ningún observador atento pasará totalmente por alto,
no sea tanto revuelta contra un elemento ornamental como plasmación de la virulencia
con que música y lenguaje divergen. Sin embargo, difícilmente se podrá tener por
casualidad el hecho de que el contacto de la música con los signos de puntuación
lingüísticos estuvo ligado al esquema de la tonalidad, que desde entonces se ha
desintegrado, y de que el esfuerzo de la nueva música podría sin duda describirse
perfectamente como un esfuerzo por conseguir signos de puntuación sin tonalidad. Pero
si la música está obligada a mantener la imagen de su semejanza con el lenguaje, es
posible que el lenguaje esté obedeciendo a su semejanza con la música cuando
desconfía de los signos de puntuación.

“(...) En los signos de puntuación se ha sedimentado historia, y ésta es, mucho antes que
el significado o la función gramatical, la que, petrificada y con ligero escalofrío, mira
desde cada uno de ellos. (…) La esencia histórica de los signos de puntuación se
manifiesta en el hecho de que en ellos queda anticuado precisamente aquello que en otro
tiempo fue moderno. (...) Los diletantes literarios se dan a conocer en el hecho de
quererlo enlazar todo. Sus productos enganchan las frases entre sí mediante partículas
lógicas, sin que impere la relación lógica afirmada por esas partículas. A quien no puede
pensar nada verdaderamente como unidad le es insoportable todo lo que recuerde a lo
fragmentado y separado; sólo quien es capaz de un todo sabe de cesuras”.

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