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La economía agropecuaria

Cómo empezó todo

Hace 10.000 años, en una época en la que nadie podía siquiera sospechar que
alguna vez existiría algo así como el Dax o el Dow Jones, vivía en las montañas de Asia
menor una tribu de cazadores recolectores. En la actualidad, esas montañas se
conocen como Montes Tauro. Se trataba de un grupo pequeño, modesto: hombres
de rasgos toscos con melenas y barbas hirsutas, mujeres y niños, todos apenas
cubiertos con pieles; su tez morena, toda agrietada. Más allá del asentamiento, en la
ladera de la montaña, había una cueva que los protegía del viento, de las inclemencias
del clima y del ataque de animales salvajes. Situándose en la entrada de la cueva, la
vista se perdía en extensos bosques y colinas verdes. Más abajo corría un torrente
que proveía a la tribu de agua fresca y donde los hombres pescaban truchas con sus
lanzas.
Es muy poco lo que sabemos acerca de los hombres de la Edad de Piedra.
Aunque nos dejaron sus herramientas, sus pinturas rupestres y los objetos que
enterraban junto con sus muertos, aún no conocían la escritura como medio para
poder transmitirnos sus ideas. Nos imaginamos que en su lengua se
autodenominaban simplemente “los humanos”. En los bosques casi no había otros
seres humanos además de ellos mismos, y a los pocos que encontraban
ocasionalmente los consideraban simplemente “los no humanos” o “los extraños”.
En esa tribu, una noche sucedió más o menos lo siguiente…
“Todos los adultos se habían reunido Alrededor del fuego. Los hombres más
jóvenes estaban de pie, apoyándose en sus Lanzas; los más viejos se habían sentado;
las mujeres amamantaban a sus niños. Un poco más elevados que el resto, sentados
sobre unas piedras tapizadas con pieles, había dos hombres, 1 de mediana edad y él
Otro un anciano de rasgos enjutos y larga barba blanca: el cacique y el chamán de la
tribu. En medio del círculo, delante del fuego, se hallaba de pie una mujer joven. Tenía
la cabeza gacha y los hombros tirados hacia delante. Chiva un bebé en brazos.
- La situación es gravísima -dijo 1 de los cazadores, que llevaba al hombro un
arco fabricado con una varilla de madera de Fresno y una cuerda hecha con el
tendón de un animal -. la casa es cada vez más exigua. Casi no hay animales,
incluso las liebres están escaseando. Tenemos que continuar nuestra marcha
antes de que llegue el otoño.
Al decir esto último, el hombre dirigió una mirada sombría a la mujer joven. Pero no
le dijo nada. Hombres y mujeres se quedaron largo rato en silencio. Finalmente,
algunos hombres empezaron a manifestar su aprobación, murmurando:
- Sí, es cierto. tenemos que continuar.
Durante todo ese tiempo, la mujer se había quedado parada en el mismo sitio, como
petrificada. Evidentemente, lo que se estaba discutiendo tenía que ver con ella.
finalmente, el curandero alzó la voz:
- La ira de los espíritus alcanzado a los hombres. por eso, los espíritus han
ausentado a los animales y espantado a los peces -dijo-. Alguien entre
nosotros se ha opuesto a su voluntad. Y todos sabemos quién. Al pronunciar
estas últimas palabras, el chamán dirigió su mirada hacia la joven mujer.
- Y aquí está la blasfema -gritó-. ¡confiesa que has quebrantado las viejas reglas
de los espíritus!
La mujer respondió en voz baja, casi en un susurro, de modo que apenas podía
entenderse lo que decía:
- Tenía miedo de pasar hambre en invierno, de la travesía tan larga. Tenía miedo
de que mijo volviera a pasar hambre y de morir sin dejar descendencia.
- ¡Continúa! ¿Qué hiciste?
- Todos ustedes saben bien que haya fuera, dónde está nuestro jardín, siempre
crece muchísimo mijo.
Los demás asintieron con la cabeza.
- Por supuesto, eso siempre fue así. cuando comemos mijo , también crece mijo
en el jardín.
La joven mujer prosiguió con su relato:
- Me di cuenta de que allí en el jardín estaba lleno de semillas de mijo. Recogí
todas las que pude y volví a poner las en la tierra.
- Semillas del jardín... -Los hombres meneaban la cabeza, como si se sintieran
avergonzados-. semillas manchadas... Claro, ahora entendemos todo...
- Y esta primavera, en el lugar donde yo había enterrado las semillas volvió a
crecer mijo fresco. Pueden comprobarlo ustedes mismos. Está bien tupido.
Pronto vamos a poder cosecharlo.
El chamán respondió ásperamente:
- Has infringido las leyes. Eres la culpable de la miseria de nuestra tribu. Los
humanos han vivido desde que existen los espíritus les obsequian: de los
animales salvajes, de los peces, de las hierbas, de las semillas de los frutos del
bosque.
- Pero mis semillas también su obsequio de los espíritus -dijo la joven mujer.
- ¡Silencio! te has ubicado por encima de los espíritus. Tenemos que quitar esta
mancha de nuestra tribu. Vamos a arrancar todo tu mijo, vamos a quemarlo y
luego vamos a reanudar nuestra marcha antes de que llegue el otoño.
Todo se hizo tal cual lo había dispuesto el chamán. Los campos de la mujer joven
fueron destruidos, y al llegar el otoño, los humanos reanudar la marcha. La travesía
fue terrible el invierno fue duro y al llegar la primavera encontraron terrenos de caza
muy pobres. El invierno siguiente fue aún más frío que el anterior; en lo alto de la
montaña la nieve permaneció hasta la llegada del equinoccio. Y cuando por fin volvió
a llegar la primavera tan ansiada, a la mitad de los humanos no había logrado
sobrevivir a la travesía. Y entonces, en su nuevo asentamiento, la tribu volvió a
reunirse alrededor del fuego.
Un hombre joven se incorporó: era el nuevo chamán. Había sucedido al anterior,
quién había muerto durante las intensas heladas en las montañas. También había
heredado el bastón de su predecesor, con el que apunta ahora hacia la joven mujer
que había atentado contra el orden de los humanos. Habían bastado dos inviernos
para que los cabellos de la mujer se tornan blancos. Ahora tenía los rasgos curtidos
de una anciana. Había sucedido lo que ella tenía: su hijo había muerto de frío en el
invierno, durante la travesía.
- Tú -le dijo el curandero -. ¡Levántate!
la mujer se puso de pie, asustada.
- Los espíritus se han puesto de tu lado; todos han podido observarlo hace dos
inviernos arrancamos todos los pastos que nacieron de las semillas que
plantaste, y tuvimos que pagarlo muy caro. Todos entendieron la señal:
tenemos que hacerte caso. Todas las mujeres de la tribu enterrarán semillas
de mijo tal como tú lo has hecho. Dinos qué tenemos que hacer para no volver
a morir de hambre en el invierno.
Y entonces la mujer les explico a los otros miembros de la tribu como lo había hecho:
a comienzos de la primavera, antes de la llegada de la gran lluvia, había desmalezado
un terreno, había depositado las semillas de mijo la tierra y había controlado que no
creciera ningún otro su uso en el lugar. Había construido un cerco de piedra alrededor
del terreno para evitar que el viento volar a las semillas. Eso mismo hicieron las
mujeres de los otros, y los hombres siguieron yendo de casa, continuando con la
tradición de sus padres.
Las primeras cosechas no fueron gran cosa. Pero las mujeres no utilizaron todas las
semillas para hacer puré de cereales, sino que guardaron una parte en un lugar seco
para poder sembrar más en la primavera siguiente. Harían falta varias generaciones
más para que los cazadores y recolectores se transformaron en verdaderos
agricultores. Sin embargo, gracias a esta fuente adicional de alimento, su vida se
volvió más segura, en el invierno ya no murieron tantos y la tribu de los humanos fue
creciendo. La otrora blasfema, que había sido la primera en sembrar mijo, se había
convertido en una anciana sabia y poderosa a quien nadie la tribu se atrevía a
contradecir. Sus sucesores la adoraron como la diosa de la siembra y la fertilidad. En
cambio, el viejo curandero pasó a la posteridad como el Dios de la destrucción y la
helada”
Esta historia pudo haber sucedido hace unos 10000 años en el territorio que
actualmente ocupa Turquía. Obviamente es inventada, pero es posible que haya sido
más o menos así. en la actualidad, la época en que se inventó la agricultura lleva el
nombre de “neolítico” porque en aquel entonces los hombres aún no habían
aprendido a trabajar el metal y confeccionaban todas sus herramientas con piedras,
tal como venía haciéndolo sus antepasados desde hacía decenas de miles de años.
sin embargo, en un periodo relativamente corto, cambiaron su forma de vida de
manera radical: se asentaron en aldeas; Comenzaron a cultivar los campos con mijo,
cebada y trigo, a tener caballos, vacas, cabras y cerdos como animales domésticos;
Comenzaron a utilizar bueyes para arar la tierra. la invención de la agricultura fue una
verdadera revolución: “la revolución neolítica”.
Esta revolución se produjo en distintas partes del planeta en forma totalmente
independiente. Ignoramos cuál fue el detonante. Tal vez haya sido casualidad, o
quizás una mujer se haya dado cuenta realmente de que allí donde los miembros de
su tribu hacían sus necesidades crecían precisamente aquellas plantas con las que
mayormente se alimentaban. Sea como fuere, alrededor del 8000 a.C. se inició la
agricultura en la “medialuna fértil”, una región que comprende los actuales
territorios del oeste de Turquía, parte de Irak, Irán, Siria y el Líbano. Poco más tarde,
otros hombres comenzaron a domesticar animales y a cultivar plantas, también en
otros territorios, como por ejemplo en algunas partes de China, más tarde en México
y en los que actualmente ocupan los Estados Unidos de América. El nuevo método
fue expandiéndose desde esos centros con mayor rapidez hacia todas las regiones
del mundo. EN el territorio que actualmente pertenece a Alemania, las primeras
plantas comenzaron a cultivarse alrededor del 5 000 a. C.
Antes de eso, los cazadores y recolectores vivieron al día. Si bien conocían el fuego
desde hacía decenas de miles de años y sabían fabricar herramientas, debían
adaptarse al ritmo de la Naturaleza. Si la caza era buena, la vida también lo era; pero
si no conseguían ninguna presa, pasaban hambre. Lo que hacían los cazadores
recolectores no podría calificarse como “trabajo”, tal como lo entendemos en la
actualidad; ellos hacían lo que la Naturaleza les pedía, nada más. Hacer algo más
habría sido absurdo. Cualquier tipo de plan a largo plazo o de trabajo disciplinado
habría distraído su atención del entorno inmediato y sus peligros. La agricultura
funciona únicamente cuando los agricultores se aseguran el sustento en forma
planificada y a conciencia. Y la economía consiste exactamente en eso. De modo que
nuestros antepasados del neolítico no solamente inventaron la agricultura: fueron los
verdaderos inventores de la economía.

Piper, Nikolaus; La espiral de Jenofonte; cap. 1 “La economía agropecuaria”; Cántaro


Ensayos; 2005.

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