Está en la página 1de 281

A. J.

GREIMAS

DEL SENTIDO II
ENSAYOS SEMIÓTICOS

VERSIÓN ESPAÑOLA DE

ESTHER DIAMANTE

f e
BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA
EDITORIAL GREDOS
MADRID
© É ditions du S euil , París, 1983..

© EDITORIAL C R E D O S, S. A ., Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1989, para la versión


española.

Título original: D U SEN S II. E S S A IS SÉM IO TIQ U ES.

D ep ósito Legal; 44552-1989.

ISB N 84-249-1409-0.

Im preso en España - P nn ted in Spain.


G ráficas Cóndor, Sánchez Pacheco, 81, Madrid, 1989. — 6232.
IN TRO D U CCIÓ N

PRELIMINARES

Fidelidad y cambio: quizá haya algo de paradoja, por parte de


un investigador, en afirmar querer permanecer fiel a sí mismo, cuan­
do el proyecto científico, hoy en día, es el único espacio en que
la noción de progreso aún tiene sentido, y donde la renovación se
inscribe como lo propio de todo esfuerzo teórico. ¿Qué sentido po­
demos dar a este deseo de permanencia si la semiótica que había­
mos soñado, lejos de satisfacerse con la pura contemplación de sus
propios conceptos, debía, en todo instante y a cualquier precio,
poner manos a la obra y mostrarse eficaz trabajando sobre lo real?
El objeto a construir determinaba entonces, en gran medida, el al­
cance del sujeto. Aún más. El constante ejercicio de lucidez que
nos habíamos impuesto no dejaba de relativizar los resultados obte­
nidos y hacer que las certidumbres apenas adquiridas se tambalea­
sen: la estrecha vía elegida aparecía entonces como un recorrido
sinuoso, hasta tal extremo el epistema ambiente y los cambiantes
puntos de vista filosóficos e ideológicos llegaban a desplazar los
lugares de sus interrogantes y a transformar el estatuto de las for­
mulaciones más firmes.
No sin titubeos hemos inscrito el número II en el título de este
volumen: sugiere la discreción de los números, la ruptura radical
entre dos «estados de cosas». Conviene, pues, leer, no oralmente,
sino visual y ordinalmente, esta precisión del título, que se conside­
ra destinada a destacar no el vacío, sino la plenitud entre dos térmi­
nos polares separados por una quincena de años de aventuras se­
mióticas. Sólo de este modo, los textos aquí reunidos se convierten
en testigos de vagabundeos de una historia cierta, pero, al mismo
tiempo, en referencias que, con un poco de suerte, permitirán re­
construir una historia verdadera. Y a que el sobrevuelo que intenta­
mos en las páginas siguientes no se inspira en un proceso genético
que describa todos los tanteos del investigador, sino en un enfoque
generativo con vistas a recuperar, remontando la corriente, el hilo
conductor y el tema de una práctica semiótica que sobrepasa los
esfuerzos particulares. Quizá a este precio podamos esperar recons­
tituir o, al menos, dar sentido a la propia fidelidad.

U N A SINTAXIS AUTÓNOMA

En el momento actual, parece posible reconstruir en pocas pala­


bras, dándoles una forma casi lineal finalizada más tarde, los princi­
pales progresos que se han podido hacer a partir de la descripción,
elaborada por V. Propp, del cuento maravilloso ruso, considerado
como un modelo analógico, susceptible de múltiples interpretacio­
nes. El punto de partida es el esfuerzo consistente en dar a una
sucesión canónica de acontecimientos una formulación más riguro­
sa, que le otorgaría el status de esquema narrativo. Así, al conferir
a las «funciones» de Propp la forma de enunciados simples, donde
«función» era interpretada, a la manera de un Reichenbach, como
una relación entre actantes, se veía aparecer el esquema como una
serie de enunciados narrativos que, a lo largo de su desarrollo, ha­
cían resaltar recurrencias y regularidades y, al mismo tierno, permi­
tían la construcción de una «gramática», entendida como un mode­
lo de organización y justificación de esas regularidades. Éstas, por
otra parte, pronto aparecieron como proyecciones, sobre el desa­
rrollo sintagmático del discurso, de las categorías paradigmáticas
puestas de plano: tal armazón, por emplear la palabra de Lévi-
Strauss, a la vez que imprimía una cierta orientación dinámica al
discurso, lo regulaba y lo delimitaba.
Se había avanzado un paso más al redefinir el acontecimiento,
para distinguirlo de la acción: mientras que la acción sólo depende
del sujeto, interesándose en organizar su hacer, el acontecimiento,
por su parte, no puede ser entendido sino como la descripción de
ese hacer por un actante exterior a la acción, identificado primero
con el narrador, pero erigido después, vista la complejidad de estas
tareas, como un actante observador independiente, que acompaña
al discurso a lo largo de todo su desarrollo, dando cuenta de la
instalación y de los cambios de puntos de vista, de la inversión
del saber de los actores sobre las acciones pasadas y futuras, aspec-
tualizando los diferentes hacer para transformarlos finalmente en
procesos provistos de historicidad.
El reconocimiento de este desarrollo del discurso tuvo como efec­
to liberar el hacer del sujeto de la influencia del observador. Una
nueva interpretación del hacer como acto y de la acción como pro­
grama del hacer se ha hecho así posible: el sujeto, gracias a este
nuevo status de su función, se convierte en un sujeto sintáctico cual­
quiera, permitiendo analizar, en profundidad, las actuaciones de
cualquier actante de la narración, sujeto o adyuvante, destinador
manipulador o juez. Se afirma así una nueva sintaxis, independien­
te de todo nexo con tal o cual secuencia del esquema narrativo
de inspiración proppiana, capaz de proponer el cálculo de los pro­
gramas narrativos simples o complejos, los PN de base que rigen
desde sus fuentes los PN de uso que les están subordinados.
Paralelamente, el esquema proppiano pronto sufre otra reeva­
luación. Considerado en los años sesenta — y hasta el momento
actual por gran número de narratólogos— como el modelo de na­
rración por excelencia, pronto se hizo evidente que, en realidad,
no era más que una mezcla hábil de dos narraciones, enfrentando
a dos sujetos que desarrollaban, cada uno a su modo, dos recorri­
dos distintos y opuestos, dependiendo las distinciones del héroe y
del traidor sólo de la coloración moralizadora del narrador. Desde
entonces, la sintaxis semio-narrativa pudo extraer de la descripción
de Propp el principio mismo de la confrontación de dos sujetos,
interpretándolo como una estructura binaria elemental, basada en
la relación, bien contractual, bien polémica — digamos: polémico-
contractual— de dos sujetos cuyos recorridos están condenados a
cruzarse.

SINTAXIS MODAL

La circularidad de los desplazamientos del objeto de valor (de


la princesa, por ejemplo) en el esquema proppiano que, saliendo
del espacio de origen, vuelve a él después de haber cambiado mu­
chas veces de mano y de espacio, ha llevado, de un modo casi natu­
ral, a intentar una definición topológica de la narración. No obs­
tante, desde el punto de vista sintáctico, tal circulación de objetos,
para poder dar lugar a una interpretación general y deductiva de
la narratividad, requería un reexamen de las relaciones entre los
objetos y los sujetos.
Una definición del sujeto que no fuera ni ontológica ni psicoló­
gica planteaba necesariamente el problema de la «existencia semió­
tica»: de acuerdo con el postulado teórico de la preeminencia de
la relación sobre los términos, podía decirse que la relación bastaba
port«sí sola para definir los dos términos resultantes de sujeto y
objeto uno respecto al otro, que el sujeto sólo existía por el hecho
de estar en relación con el objeto y que, por consiguiente, el primer
vertimiento semántico de que estaba provisto el sujeto no era otro
que el valor situado en el objeto en junción con él. Admitido esto,
la circulación de los objetos aparecía como una serie de conjuncio­
nes y de disjunciones del objeto con sujetos sucesivos o, lo que
es igual, como una comunicación entre los sujetos, definiéndose
cxistencialmente los sujetos en junción con los objetos como suje­
tos de estado.
Sin embargo, tal definición del sujeto era insuficiente, seguía
siendo estática y axiológica. Se hacía necesario un operador sintác­
tico, que diera cuenta de esta circulación — o de esta comunicación— :
el sujeto de hacer, complementario del sujeto de estado — mani­
festados indiferentemente por dos actores distintos, o reunidos en
un solo actor— , se imponía así en la plenitud de sus funciones.
Una axiología, por otra parte, sólo podía ser eficaz si se encarnaba
en los sujetos antropomorfos de una sintaxis narrativa superficial.
Su presencia, sin embargo, no dejaba lugar a dudas. Para eso, bas­
taba con preguntarse ingenuamente: ¿qué es lo que hace correr a
estos sujetos detrás de los objetos? que los valores vertidos en los
objetos son «deseables»; ¿qué hace que ciertos sujetos sean más
deseosos, más capaces de obtener objetos de valor que otros? que
son más «competentes» que otros. Estas formulaciones triviales,
que revelan la existencia de una capa de modalizaciones que sobre-
determinan, tanto a los sujetos como a los objetos, indican igual­
mente un fenómeno semiótico destacable: la carga modal que, en
principio, se considera que se proyecta sobre el predicado, modu­
lándolo (produciendo así las modalidades aléticas, por ejemplo),
puede aparecer distribuida de manera diversa en el interior del enun­
ciado al que afecta, recayendo, ya sobre el sujeto de hacer — y cons­
tituyendo entonces su competencia modal— , ya sobre el objeto, dan­
do cuenta, por el hecho de definir éste al sujeto de estado, de la
existencia modal del sujeto.
Tres series de modalizaciones — distribuyendo la masa modal
en cuatro modalidades de querer y deber, de poder y saber— pue­
den, según esto, plantearse: las modalizaciones del enunciado (por
mediación del predicado, constitutivo del enunciado), las modaliza­
ciones del sujeto de hacer, y finalmente las modalizaciones del ob­
jeto (repercutiendo sobre el sujeto de estado). Podemos imaginar
las consecuencias que se derivan de la integración de tales dispositi­
vos modales en la sintaxis semiótica, apenas liberada de la ganga
de las «funciones» proppianas: mientras que, hasta hace poco, sólo
se hablaba de la circulación de los objetos, ahora se puede proceder
a los cálculos de competencia modal, desigual, de dos sujetos frente
a un objeto de valor que, desigualmente apreciado, comporta sus
propias atribuciones modales. De cuantitativo, el cambio se hace
cualitativo: mientras que, leyendo a Propp, nos encontrábamos an­
te seres y objetos fuertemente iconizados situados en la dimensión
pragmática de la narración, ahora se trata de competiciones e inter­
acciones cognitivas donde sujetos modalmente competentes solici­
tan objetos modalizados, mientras que la dimensión del aconteci­
miento, que informa de sus actuaciones, no es, en todo caso, sino
un pretexto para lides mucho más importantes.

NUEVOS DISPOSITIVOS SEMIÓTICOS

No por esto se agota la potencia del modelo analógico constitui­


da por el esquema proppiano. Si la teoría de la comunicación de
origen topológico se aplica sin dificultad a las diferentes dimensio­
nes definitorias de la sociedad, al intercambio de bienes, pero tam­
bién de servicios, por ejemplo, no hay razón que le impida tomar
a su cargo la comunicación intersubjetiva, preocupada por la circu­
lación de los objetos de saber que son los mensajes, a condición
de sustituir las instancias neutras de la emisión y de. la recepción
por sujetos competentes, aunque desigualmente modalizados — lo que
explicaría, en parte, los malentendidos y los fallos de comunicación
entre los hombres— , pero también p>or sujetos motivados, directa­
mente involucrados en el proceso de la comunicación y ejerciendo,
por un lado, el hacer persuasivo, y, por otro, el hacer interpretativo.
La confrontación polémico-contractual, que consideramos co­
mo una de las estructuras de base organizadora del esquema narra­
tivo, se ve aquí traspuesta e instalada en el corazón mismo de la
intersubjetividad.; donde parece poder reflejar el carácter fiduciario,
inquieto, titubeante, pero al mismo tiempo astuto y dominador,
de la comunicación. No altera nada la cuestión el hecho de que
el destinador de la narración proppiana se manifieste en los dos
extremos de su desarrollo, encargando primero una misión al sujeto
y controlando su competencia en el momento de la prueba cualifi-
cadora, y reapareciendo más tarde para evaluar y reconocer sus
hazañas, mientras que se ve dividido en manipulador y juez, que­
dando situado en los dos polos de la estructura de la comunicación:
la comunicación es un juego de sustitución de los roles, donde el
enunciador asume, un instante después, el rol del enunciatario, sin-
cretizando la instancia de la enunciación ambas competencias.
Se ve entonces que el hacer del sujeto propiamente dicho se en­
cuentra englobado por dos se Íes de operaciones modelizables, po­
niendo cada una de ellas en juego dos sujetos sintácticos, el prime­
ro de los cuales dará cuenta del comportamiento del destinador,
y el segundo, del destinatario-sujeto, consistiendo el propio juego
sintáctico, en el primer caáo, en «competencializar» el sujeto, y en
el segundo, en «sancionar» su hacer mediante juicios epistémicos.
Reservando el lugar central para una semiótica de la acción — que
puede ser de naturaleza cognitiva, y consistir en series de actos de
lenguaje, o de naturaleza pragmática, descrita en forma de encade­
namientos de actos somático-gestuales— , se desprenden dos dispo­
sitivos semióticos autónomos — una semiótica de la manipulación
y una semiótica de la sanción— , liberados de las coerciones del
esquema narrativo, pero también de las restricciones de la comuni­
cación verbal propiamente dicha.
Estos nuevos objetos semióticos, cuya elaboración dista mucho
de estar terminada, son, de hecho, organizaciones modales, indife­
rentes a los contenidos vertidos y manipulados, susceptibles de ser
utilizados como modelos de previsibilidad para el análisis de los
textos verbales y no verbales, pero también para el de los «compor­
tamientos» y las «situaciones», por poco orden o regularidad que
pueda descubrirse en ellos, solicitando, por tanto, su consideración
como secuencias significantes.
El éxito, algo inesperado, que tuvieron los esquemas de Propp
en Francia, se explica en parte, creemos, por el hecho de que el
cuento ruso trataba en realidad, bajo variados ropajes figurativos,
un solo problema obsesivo, el del sentido de la vida de un hombre
sólidamente inscrito en la sociedad — lo que correspondía a preocu­
paciones actuales de las diferentes corrientes literarias, dispuestas
a acomodarse a una semiología naciente. Este esquema, que se re­
ducía primero a las tres épocas de la vida — la cualificación, la
realización y el reconocimiento— , se refino más tarde, aunque sólo
fuera por el enriquecimiento del sujeto con ayuda de una combina­
toria de modalidades que lo constituían y lo tipologizaban (J.-C.
Coquet). Su status de armazón ideológica de un proyecto de vida
se ha mantenido, sin embargo, pudiendo considerarse al sujeto, ya
en sus coerciones iniciales, recordando entonces su organización mo­
dal a un dispositivo genético, ya en su recorrido de vida, ramifica­
do pero previsible. Nuevos análisis de textos literarios no pueden
sino enriquecer la problemática de la construcción del sujeto.
A la semiótica del sujeto consagrada a la formulación de sus
posibles recorridos y a su esquematización tipológica, debe corres­
ponder una semiótica del objeto. Los problemas de apropiación y
de construcción de los objetos parecen situarse, a primera vista,
en dos niveles distintos, el de la percepción y el de la transforma­
ción del mundo. Si ya no es necesario insistir en el rol primordial
del sujeto que, durante la percepción, va por delante de los objetos
para construir a su guisa el mundo natural, la problemática puede
verse invertida, sin embargo, afirmando el «déjá-lá» de las figuras
del mundo, que no sólo serían, por su propio ser, provocadoras,
«sobresalientes» e «impositivas» (según la terminología de René
Thom), sino que, llegando más lejos, participarían activamente en
la construcción del propio sujeto (Lévinas). Esta vuelta del péndu­
lo, por muy temible que sea, permitiría quizá a la semiótica sobre­
pasar, una vez más, los límites que se ha impuesto, aunque sólo
fuera para cuestionarse, por ejemplo, las posibilidades de una esté­
tica, si 110 objetiva, al menos objetual.
La transformación del mundo, el hacer-ser de los objetos, for­
ma parte, naturalmente, de las preocupaciones de la semiótica. Las
necesidades primarias del hombre: el alimento, el vestido, la vivien­
da, han poblado el mundo natural de materiales manipulados y
de objetos construidos. Si su construcción parece obedecer al mo-
délo relativamente simple de la proyección, por parte del sujeto,
de un valor modalizado, al que se trata de proporcionar a continua­
ción una envoltura-objeto con ayudas de programas de hacer más
o menos complejos, las investigaciones dirigidas a analizar y codifi­
car las operaciones «primitivas», mediante las cuales se ejerce la
influencia del sujeto sobre la naturaleza, parecen, por el contrario,
apenas esbozadas: la forma en que manipula los elementos cosmo­
gónicos de base: el agua y el fuego, el aire y la tierra, haciendo
que actúen unos sobre otros o sobre los objetos a construir (la coc­
ción por el fuego, la putrefacción por el agua, etc., por no recordar
más que la contribución esencial de Lévi-Strauss), los procedimien­
tos elementales de licuefacción y de solidificación, de trituración
y de mezcla, permiten imaginar una verdadera «alquimia de la na­
turaleza» susceptible de servir de nivel profundo a una semiótica
figurativa cuya necesidad se hace sentir durante la lectura de los
discursos tanto poéticos como científicos.
El análisis del discurso en ciencias experimentales del que se ocupa
competentemente Frangoise Bastide, al mismo tiempo que pone pro­
gresivamente al día estas operaciones elementales, amplía también
las posibilidades de elaboración de la sintaxis «objetual», haciendo
aparecer otros objetos naturales o ya construidos que desempeñan
en los programas más complejos roles de actantes operadores o me­
diadores: las experimentaciones se presentan entonces como aconte­
cimientos narrados y desvelan así su verdadero status de operacio­
nes cognitivas conducentes a la construcción de objetos de saber
inéditos de naturaleza conceptual.
Vemos así que, gracias a la autonomía de la sintaxis difícilmente
adquirida, la propia práctica semiótica se ve transformada de arri­
ba abajo. Consagrándose primero tímidamente a la elaboración y
formulación rigurosa de un pequeño número de secuencias canóni­
cas, llega a construir poco a poco nuevos dispositivos y nuevos ob­
jetos ideales que sustituyen progresivamente, en la estrategia de la
investigación, a las exploraciones de las semióticas definidas por
los canales de transmisión de sus significantes en virtud de campos
culturales que éstas articulan.

SEMIÓTICAS MODALES

Estos dispositivos semióticos tienen la particularidad de presen­


tarse como encadenamientos sintácticos que pretenden la definición
— y la interdefinición— de los principales actantes semióticos: suje­
to y objeto, destinador y destinatario, justificando así a continua­
ción, de manera formal, la estructura actancial molar que ha servi­
do de punto de partida para la construcción de la semiótica narrati­
va. Como era de esperar, hicieron un uso considerable de las moda­
lidades y de sus arreglos, dejando el cuidado de sus definiciones
paradigmáticas y de sus encadenamientos sintagmáticos a las semió­
ticas modales particulares.
La primera de estas semióticas, aunque sólo sea porque parece
la menos discutible por la existencia, paralela, de la lógica que lleva
el mismo nombre, es la semiótica deóntica, que, desde el principio,
ha tratado de precisar su especificidad: no considerando los valores
de la lógica modal sino como denominaciones que subtienden sus
definiciones sintácticas (definiéndose así la prohibición, por ejem­
plo, como un /deber no hacer/), aquélla sitúa sus operaciones a
un nivel más profundo que la lógica; no quedando satisfecha con
simples operaciones de sustitución, trata de elaborar series sintácti­
cas que comportan «aumentos de sentido» teniendo en cuenta que
el discurso guarda «en memoria» las adquisiciones modales de su
recorrido anterior.
Sin embargo, la homogeneidad de una semiótica de este tipo,
por poco que tratemos de aplicarla a un discurso manifestado, a
menudo es ilusoria. Así, el discurso jurídico — deóntico, si lo hay—
llevaba, en el ejemplar elegido al azar para el análisis, el título «la
interrupción voluntaria del embarazo»: este título, tras una serie
de manipulaciones persuasivas, no sólo sustituía un /deber no ha­
cer/ por un /no deber no hacer/, sino que manifestaba, por vías
que se trataría de precisar, un /querer hacer/ individualizado. Si
una jurisdicción que se pusiera a reglamentar los «actos volunta­
rios» de los ciudadanos resulta algo sospechosa, indica, sin embar­
go, la ausencia de una semiótica volitiva que el análisis en cuestión
necesita igualmente.
La semiótica, durante mucho tiempo, ha evitado tocar todo lo
referente, de cerca o de lejos, al campo de la psicología. Hoy día
ya no se impone esta actitud, plenamente justificada en sus princi­
pios, cuando había que establecer primero los actantes definidos
como simples «actuantes», liberados de la ganga secular de deter­
minaciones psicologizantes acumulada alrededor de los «caracteres»
y los «temperamentos»: por el contrario, la ausencia de instrumen­
tos de análisis, cuando se trata de abordar sentimientos y pasiones
«de papel», encontradas en los discursos, aparece ya como una li­
mitación metodológica arbitraria. Así, las exigencias internas del
desarrollo de la semiótica, a las que conviene*añadir la persistente
negativa del psicoanálisis a elaborar una metapsicología deseada por
el propio Freud, nos han llevado a emprender el examen sistemáti­
co de las teorías de las pasiones, presentes como parte integrante
en todos los grandes sistemas clásicos de filosofía. Se ha podido
comprobar entonces que todas estas teorías, hasta Nietzsche y Freud,
tenían un rasgo en común: independientemente de la elección y de
la jerarquía de los valores «pasionales» que articulaban, eran todas
de carácter taxonómico y se presentaban como clasificaciones lexe-
máticas más o menos conseguidas.
Fue grande la tentación de dar a estas pasiones-lexemas — y al
mismo tiempo a sus expansiones discursivas— definiciones sintácti­
cas apropiadas. Se observó primero que, contrariamente a las pos­
tulaciones implícitas de las teorías clásicas, era bastante raro encon­
trar pasiones «solitarias», que éstas casi nunca eran cosa del sujeto
solo, y que su descripción sintáctica siempre reclamaba el montaje
de una estructura actancial. Se comprobó después que la interpreta­
ción semiótica de estas pasiones se efectuaba casi exclusivamente
D E L S E N T ID O . II. — 2
en términos de modalidades: la afectividad que se desprendía de
la lectura de los textos verbales o somáticos podía ser considerada
entonces como un efecto de sentido producido por estructuras paté-
micas de carácter modal, teniendo en cuenta, además, que la fron­
tera entre lo que se consideraba patémico y lo que no, no siempre
quedaba claramente establecido, que la actitud de las sociedades
sobre la cuestión cambiaba en el espacio y en el tiempo (si la avari­
cia, por ejemplo, se ha mantenido como pasión hasta nuestros días,
su contraria, la generosidad, pasión por excelencia en los siglos xvi
y xvn, ha perdido su carga afectiva). El indiscutible relativismo
cultural confirma lo que acabamos de decir a propósito de los efec­
tos de sentido: sobre el fondo general de dispositivos modales más
ó menos complejos — «actitudes» o «estados»— , cada sociedad tra­
za los contenidos de su configuración patémica particular, que, in­
terpretada como una red de lectura social connotativa, tiene como
tarea, entre otras, facilitar la comunicación intersubjetiva y social.
La interpretación de las pasiones con ayuda de la sintaxis modal
constituye así un instrumental metodólogico que permite un análisis
más refinado de los discursos; ofrece, además, nuevas posibilidades
a la semiótica general: así, por ejemplo, la hipótesis según la cual
la forma del contenido de los discursos musicales sería de naturale­
za patémica y, por tanto, susceptible de ser descrita como una sin­
tagmática de los dispositivos modales de un lenguaje semisimbóli-
co, parece de lo más prometedora. Pero lo esencial de esta avanza­
da epistemológica reside en la explotación eventual de análisis de
discursos pasionales con vistas a la construcción que, a falta de
un término mejor, seguiremos llamando semiótica volitiva.
Siguiendo con esta idea, llegamos naturalmente a tomar en con­
sideración una masa modal susceptible de articularse en una semió­
tica del poder (del poder-hacer y del poder-ser). Este amplio campo
ya ha sido afortunadamente despejado por Michel Foucault, cuyos
ricos y pertinentes análisis se ven, a menudo, exacerbados por las
motivaciones ideológicas del filósofo y de sus discípulos.
Perplejidad es, quizá, la palabra que más conviene para descri­
bir la actitud de quien se encuentra, como a pesar suyo, situado
ante la problemática del saber; hasta tal punto parecen tambalearse
hoy en día las certidumbres de que disponía. Si no fuera por miedo
a las grandes palabras, nos atreveríamos a hablar de un cambio
radical de episteme, que se estaría realizando sin que nosotros fué­
ramos plenamente conscientes y que sería la sustitución del concep­
to fundamental de verdad por el de eficacia. Lejos de tener un ori­
gen solamente tecnológico, la eficacia, considerada no tanto como
un logro, sino más bien como un proceso que permite obtener re­
sultados, teniendo en cuenta el conjunto de las precondiciones ex-
plicitadas, se beneficia ciertamente del predominio, en nuestra épo­
ca, del hacer sobre el ser. En el campo semiótico, ya está implícita­
mente presente en el principio de empirismo de Hjelmslev y, de
manera más explícita, en la exigencia predictiva de la gramática
generativa donde ésta sanciona el proceso global de la práctica
científica.
Aplicada a nuestras preocupaciones actuales, la eficacia adopta
el nombre, tomado de Lacan, de comunicación asumida. En efecto,
si la comunicación no es una simple transferencia del saber, sino
una empresa de persuasión y de interpretación situada en el interior
de una estructura polémico-contractual, se basa en la relación fidu­
ciaria dominada por las instancias más explícitas del hacer-creer y
del creer, donde la confianza en los hombres y en su decir cuenta
ciertamente más que las frases «bien hechas» o su verdad concebida
como una referencia exterior.
Para la semiótica de la comunicación así comprendida, la ver­
dad y sus valores se sitúan dentro del discurso, donde representan
uno de los campos de articulación modal, el del saber. Pero enton­
ces el discurso lógico, y también el discurso «mostrativo» de la ciencia
— uno regido más por el saber-ser y el otro por el saber-hacer— ,
ocupan, en el marco de la discursividad global, un espacio que les
asigna la exigencia primera de la eficacia de la comunicación. Una
semiótica modal del saber, lógico-mostrativa, cumpliría entonces
la función de proporcionar material modal apropiado a los discur­
sos de convicción, como lo hace la semiótica volitiva, por ejemplo,
en los discursos de seducción, o la semiótica del poder, en los dis­
cursos de dominación y de provocación.
Resulta banal decir que las diferentes semióticas modales, cuyos
emplazamientos, si no sus contornos netos, acaban de ser esboza­
dos y cuyos grados de elaboración son desiguales, no se realizan
en estado puro en los discursos manifestados y que diversas modali­
dades y/o sus series canónicas se cruzan y se entremezclan en él.
Estas semióticas son, en realidad, construcciones que sólo ¿ienen
existencia virtual y competen al universo del discurso, situadas co­
mo están en las fuentes de la instancia de la enunciación: el discur­
so se extrae de allí como de un depósito, para constituir modelos
gramaticales complejos y para dedicarse después a ocupaciones di­
versas, algunas de las cuales hemos intentado distinguir hablando
de los dispositivos semióticos particulares.
La reflexión teórica, por poco fecunda que sea, tiene el inconve­
niente de sobrepasar casi siempre los conceptos que ella misma se
forja y los términos que elige para designarlos. En el campo semió-
tico, el mejor ejemplo es quizá el concepto de narratividad'. no te­
niendo en principio más ambición que la de ocuparse únicamente
de la clase de los discursos narrativos, ha tratado naturalmente,
de construirse una sintaxis narrativa. Se ha caído en la cuenta, en­
tonces, de que ésta podía ser utilizada y daba cuenta indiferente­
mente de todo tipo de discursos: todo discurso es, pues, «narrati­
vo». La narratividad se encuentra, desde entonces, vaciada de su
contenido conceptual.
Algo parecido ocurre, mutatis mutandis, con el concepto instru­
mental de dimensión cognitiva de los discursos, que, en su origen,
permitía distinguir las descripciones de los hombres que tomaban
parte en los acontecimientos y dependían de la dimensión pragmáti­
ca, y de las descripciones referentes a su saber y sus manipulacio­
nes. Sin embargo, las cosas se complicaron con bastante rapidez.
Nos dimos cuenta, por ejemplo, de que entre el sujeto-héroe y su
hacer existía .un vacío semiótico que convenía rellenar con lo que
se ha llamado su competencia modal. Ésta, aunque resaltaba a me­
nudo la modalidad del saber-hacer, podía también comportar todas
las demás modalizaciones. Se veía bien que estas modalidades no
tenían nada de «pragmático» y que la definición del sujeto — aunque
lo mismo puede decirse de los demás actantes semióticos— se con­
vertía en un asunto «cognitivo». Pronto se hizo evidente que la
sintaxis narrativa de superficie, en su conjunto, era interpretable
en términos de sintaxis modal que, a su vez, recubría toda la di­
mensión cognitiva: lo que quedaba en la dimensión pragmática po­
día probablemente ser vertido en beneficio del componente semán­
tico de la gramática. Cuando, tras la interpretación de las pasiones
con ayuda de estructuras modales, toda la afectividad se ha visto
integrada en la dimensión cognitiva y, finalmente, la confianza ha
sustituido al conocimiento como soporte de toda comunicación, re­
duciendo lo cognitivo propiamente dicho al status de uno de los
componentes de la discursividad, de lo «cognitivo» no ha quedado,
en la dimensión cognitiva, más que el nombre, un metatérmino que
recubre una organización conceptual articulada de muy diferente
manera. Al haber agotado ciertos conceptos instrumentales su valor
heurístico, parece como si un nuevo proyecto, la construcción de
una sintaxis semiótica modal, capaz de crear sus propias problemá­
ticas y de definir nuevos objetos semióticos, ya estuviera dispuesto
para tomar el relevo, tras unos diez años de esfuerzos colectivos.
Se trate de una crisis de crecimiento o de un cambio decisivo,
un nuevo rostro de la semiótica se va esbozando poco a poco.
UN P R O B LE M A DÉ SE M IÓ TIC A N A R R A T IV A :
LOS OBJETOS DE V A LO R 1

1., EL STATUS SEM IÓ TICO DEL VALOR

1 .1 . LOS VALORES CULTURALES

Elegir como cuerpo de referencia el universo de los cuentos ma­


ravillosos constituye una cierta garantía en cuanto a la universali­
dad de las formas narrativas que en ellos puedan reconocerse. Esto
ocurre, por ejemplo, con una determinada clase de actores figurati­
vos tradicionalmente conocidos como objetos mágicos: una vez pues­
tos a disposición del héroe o del antihéroe, les ayudan de diferentes
maneras e incluso, a veces, les sustituyen en la búsqueda de valores.
Apareciendo a menudo — pero no necesariamente— de tres en tres,
estos objetos se presentan, por ejemplo, en orden disperso, como:
— una bolsa que se llena por sí sola,
— un gorro que transporta a lo lejos,
— un cuerno o un silbato que proporciona soldados.

Georges Dumézil, tras haber estudiado más particularmente el


tipo 563 de la clasificación de Aarne-Thompson 2, llega a la conclu­
sión de que estos talismanes, como él los llama, se someten fácil­

1 Este texto apareció por primera vez en la revista Langages, 31, 1973.
2 M ythe et Épopée, París, Gallimard, 1968, págs. 541-542.
mente a T a clasificación según el esquema ya comprobado de la
tripartición funcional de la ideología indoeuropea. Los objetos má­
gicos, desde esta perspectiva, no serían sino formas degradadas y
figurativas de las principales esferas de la soberanía divina, o, di­
cho de otro modo, atribuidos esenciales de la competencia humana,
que instauran, justifican y hacen posible, bajo el modo de lo imagi­
nario, el hacer del hombre.
Sin entrar de momento en un examen detallado de las diferentes
prestaciones ofrecidas por los objetos mágicos, sin preguntarse tam­
poco por la legitimidad de rebasar el área indoeuropea y generalizar
los resultados adquiridos para el conjunto de los hechos narrativos,
puede observarse, como muestra de evidencia ingenua, una primera
distinción que permite dividir estos objetos en dos clases, según
proporcionen bienes o servicios. Si entendemos por servicios las vir­
tudes de los objetos que dispensan al héroe de la posesión de las
cualidades que necesitaría para llevar a cabo sus hazañas — el don
del desplazamiento inmediato e ilimitado que proporciona la alfom ­
bra voladora, el don de la invisibilidad y de la omnisciencia que
se adquiere cubriéndose con un sombrero determinado, o el poder
de someter a los enemigos dando instrucciones a una vara mágica— ,
los objetos pertenecientes a esta clase pueden considerarse fácilmen­
te como adyuvantes modales cuyas esferas de competencia corres­
ponden a las dos primeras funciones de la soberanía.
Los objetos mágicos que proporcionan bienes aparecen a su vez,
y quizá con mayor claridad aún, como representantes «degrada­
dos» de la tercera función dumeziliana, como mediadores entre un
destinador mítico y el hombre a quien van destinados los bienes:
el objeto mágico — una calabaza, por ejemplo— no es un bien en
sí, sino un proveedor de bienes, solamente rellenándose ofrece ali­
mento abundante.
Es inútil e imposible proceder a la clasificación de los objetos
mágicos proveedores de bienes: tal clasificación depende del análisis
semántico cuyos resultados aparecerían en forma de tipología que
presentaría un cierto número de constantes correspondientes a las
necesidades elementales del hombre, y otras tantas variables que
darían cuenta de las relatividades socioculturales. A nivel de la lite­
ratura étnica, podemos así distinguir entre, por una parte, bienes
consumibles (= alimentos abundantes) y, por otra, bienes atesora-
bles (= riquezas, oro). Otras oposiciones aparecerían tras exámenes
más atentos, como la repartición de los adyuvantes según los mo­
dos de producción:

frutos de la cosecha vs frutos de la agricultura 3

o según los utensilios empleados en la producción:

un cuchillo para los cazadores vs una azada para los agricultores 4.

El hecho de que los objetos mágicos se vean sustituidos en este


papel de proveedores de bienes por animales compasivos 5, en nada
cambia este inventario relativamente simple y estable de los valores
deseables. Sólo la extensión del corpus que engloba relatos cada
vez más complejos permitiría hacer un inventario, si no exhaustivo,
al menos representativo de los valores elementales — amor, salud,
belleza, fecundidad— situados por los indoeuropeos bajo la protec­
ción de las divinidades de la tercera función.

1 .2 . O b je to y v a lo r

Cuando se habla de objetos de carencia o de deseo, como, por


ejemplo, los alimentos o el oro, refiriéndose sólo a los relatos
folklóricos, se tiende si confundir las nociones de objeto y de valor:
la aforma figurativa del objeto garantiza su realidad y el valor se

3 C. Calam e-Griaule, citado por Denise Paulm e, A lliés animaux, pág. 102.
4 D. Paulm e, «Échanges successifs», en A lliés animaux, op. cit., pág. 187.
5 C f. el tipo 554 de Aarne-Thom pson, estudiado por D. Paulm e, en A lliés ani­
maux, op. cit.
identifica 'en él con el objeto deseado. Las cosas, incluso a este
nivel, no son tan simples de hecho. Cuando alguien, por ejemplo,
en nuestra sociedad actual, se presenta como adquisidor de un auto­
móvil, quizá no es tanto el coche como objeto lo que desea adqui­
rir, sino, en primer lugar, un medio de desplazamiento rápido, sus­
tituto moderno de la alfombra voladora de otros tiempos; lo que
compra a menudo es también un poco de prestigio social o un sen­
timiento de potencia más íntimo. El objeto deseado no es entonces
más que un pretexto, un lugar de vertimiento de los valores, algo
ajeno que mediatiza la relación del sujeto consigo mismo.
El problema así planteado no depende sólo de la psicología,
también afecta al lexicógrafo deseoso de proporcionar una defini­
ción apropiada a los lexemas de su diccionario, constituye un prece­
dente al análisis semántico haciendo que toda descripción exhausti­
va sea aleatoria. Es evidente, por ejemplo, que una definición del
lexema automóvil que pretendiera ser exhaustiva debería comprender:
a) no sólo un componente configurativo, que descompone el obje­
to en sus partes constitutivas y lo recompone como una forma,
b) y un componente táctico, que refleja, por sus rasgos diferencia­
les, su status de objeto entre los otros objetos manufacturados,
c) sino también su componente funcional, tanto práctico como mí­
tico (prestigio, poder, evasión, etc.).

El lexema que es un objeto lingüístico aparece así como un con­


junto de virtualidades. Conjunto cuya organización interna — si es
que existe— no es evidente en absoluto; virtualidades cuyas realiza­
ciones eventuales sólo se ven precisadas gracias a recorridos sintác­
ticos que se establecen durante la manifestación discursiva.
La evidencia de este carácter indefinible del lexema no hace sino
sumarse a nuestras preocupaciones anteriores 6 cuando, al pregun­
tarnos por las condiciones de aparición de la significación, nos vi­
mos llevados a postular:

6 Semántica estructural, Madrid, Gredos, 1971, Cap. III, «La estructura elem en­
tal de la significación».
a) que todo objeto sólo era cognoscible por sus determinaciones,
y no en sí mismo;
b) que sus determinaciones sólo podían ser aprehendidas como di­
ferencias que se perfilan en el objeto, confiriéndoles este carác­
ter diferencial el status de valor lingüístico;
c) que el objeto, aun permaneciendo irreconocible como tal, esta­
ba presupuestado, no obstante, como una especie de soporte,
por la existencia de los valores.

Utilizando una metáfora lógica, podríamos decir que el objeto


es comparable al concepto del que sólo se puede m anipularla com­
prensión, entendiendo que ésta sólo está constituida por valores di­
ferenciales. El objeto aparece así como un objeto de fijación, como
un lugar de reunión ocurrencial de determinaciones-valores.
Hablar, por tanto, de objetos en sí mismos no tiene sentido,
e incluso el tratamiento taxonímico de una clase de objetos — como
esa organización del campo de los asientos popularizado por B.
Pottier— no opera más que con categorías sémicas, es decir, sólo
con los valores: siempre queda una distancia entre el paquete de
semas que organiza metalingüísticamente la representación del si­
llón y el lexema terminal sillón. Sólo la realización sintáctica puede
dar cuenta del» encuentro del sujeto y de los valores que en él se
encuentran vertidos. Tomando la sintaxis como lo que es, es decir,
como la representación imaginaria, pero también la única manera
de imaginar la captación del sentido y la manipulación de las signi­
ficaciones, puede comprenderse que el objeto es un concepto sin­
táctico, un término-resultante de nuestra relación con el mundo,
pero al mismo tiempo uno de los términos del enunciado elemental
que es un simulacro semiótico que, bajo la forma de espectáculo,
representa esa relación con el mundo. Sin embargo, la captación
del sentido, como hemos visto, sólo encuentra en su camino valores
que determinan el objeto, y no el objeto mismo: y entonces, el
lexema que aparece engañosamente en el lugar indicado para el ob­
jeto, sólo es legible en algunos de sus valores.
Es en'el desarrollo sintagmático donde la sintaxis se une con
la semántica: el objeto sintáctico, que no es más que el proyecto
del sujeto, sólo puede ser reconocido por uno o varios valores se­
mánticos que lo manifiestan. El reconocimiento de un valor, por
tanto, permite presuponer el objeto como lugar sintáctico de su
manifestación. La enunciación que produce ún enunciado hace sur­
gir un valor que manifiesta y determina un objeto, y esto indepen­
dientemente del modo de lexicalización del propio valor.

1 .3 . S u je t o y valor

Hasta ahora, hemos utilizado el término valor sólo en su acep­


ción lingüística como un término denominado arbitrariamente que
recubre una estructura semántica inexpresable y que sólo puede ser
definida negativamente, como un campo de exclusión con respecto
a lo que no es y fijado, sin embargo, en un lugar sintáctico llamado
objeto. No obstante, una definición tal del valor que la hace opera-
cional en semiótica no se encuentra muy alejada de su interpreta­
ción axiológica, aunque sólo sea porque, fijada en ese lugar deno­
minado objeto y presente para manifestarlo, el valor se encuentra
en relación con el sujeto. En efecto, en la medida en que el enun­
ciado elemental puede definirse como relación orientada que engen­
dra sus dos términos resultantes — el sujeto y el objeto— , el valor
que se vierte en el objeto enfocado semantiza en cierto modo el
enunciado entero, y se convierte de golpe en el valor del sujeto
que se encuentra con él al enfocar el objeto, y el sujeto se ve deter­
minado en su existencia semántica por su relación con el valor.
Bastará por tanto, en una etapa ulterior, con dotar al sujeto de
un querer-ser para que el valor del sujeto, en el sentido semiótico,
se transforme en valor para el sujeto, en el sentido axiológico de
este término.
De este modo tenemos solucionado provisionalmente un proble­
ma práctico: en un universo semántico cualquiera, lleno de innume-
rabies objetos potenciales como son los lexemas, sólo contarán y
serán tomados en consideración los lexemas que puedan inscribirse
en el eje sintáctico
sujeto -» objeto

ya que sólo la red sintáctica subyacente es susceptible de seleccionar


los lexemas para extraer sus valores, transformando al mismo tiem­
po la manifestación logomáquica en una organización discursiva
del sentido.

1.4. V a lo r e s o b je tiv o s y v a lo r e s s u b j e t iv o s

Estas cuantas precisiones aportadas al status del valor — que só­


lo se hace legible una vez inscrito en la estructura sintáctica— de­
ben completarse con un rápido examen de las relaciones que pue­
den concebirse entre la sintaxis semiótica y sus diferentes manifes­
taciones en las lenguas naturales.
Volvamos a la búsqueda de un punto de partida, a la fuente
habitual de nuestra inspiración que es el folklore. Hemos visto que
la búsqueda y adquisición de riquezas son, dentro de éste, ur^Q de
los temas favoritos y casi universales. Las riquezas pueden preseñ-
tarse en las narraciones de diferentes maneras, y en primer lugar
bajo su forma figurativa, como por ejemplo:

(1) Juan posee una olla llena de escudos de oro.

El análisis de tal «hecho» semiótico permite interpretar el status


del objeto en tres niveles diferentes:

Nivel sintáctico : actante : objeto


Nivel semántico : valor : sema riqueza
Modo de manifestación : actor : objeto figurativo olla llena de escudos.

Pero la figuratividad no es más que uno de los modos de mani­


festación entre otros, y la posesión de riquezas puede expresarse
en una lengua natural como el español mediante un enunciado lin­
güístico del tipo:

(2) Juan tiene una gran fortuna,

donde se reconocerán los dos primeros niveles idénticos a los del


ejemplo (1), mientras que:

Modo de manifestación: actor: objeto no figurativo gran fortuna.

Un tercer modo de manifestación aparece finalmente con los


enunciados lingüísticos del tipo:

(3) Juan es rico,

donde se reconoce fácilmente la presencia del valor riqueza que,


como antes hemos dicho, presupone necesariamente la del objeto
sintáctico, pero c u y o , modo de manifestación atributivo crea
conflicto.
En varias ocasiones 7 hemos intentado dar cuenta de esta doble
manifestación lingüística1de un mismo hecho narrativo por la opo­
sición de los verbos avoir, «tener» (y sus parasinónimos) vs étre,
«ser», utilizados para traducir la misma función lógica de conjun­
ción constitutiva de los enunciados de estado: aun considerando
que realizan una misma y única función, hemos tratado de buscar
una fuente de diferenciación que permita distinguir los valores ob­
jetivos (producidos con la ayuda de enunciados con avoir) de los
valores subjetivos (producidos por enunciados cón étre), distinción
que nos autorizaría a hablar de exteriorización e interiorización de
los valores. Sin ser falsa, tal interpretación se sitúa todavía dema­
siado cerca de las lenguas de manifestación (la distribución de los
roles de avoir y étre puede ser diferente de una lengua a otra; otros
medios de manifestación lingüística, los posesivos, por ejemplo, pue­

7 C f. recientem ente en «Élém ents de grammaire narrative», en Du Sens, París,


Ed. du Seuil, 1970.
den peí luí bar la dicotomía postulada; etc.), sin dar cuenta al mis­
mo tiempo de lo que es justamente propio de toda manifestación
discursiva, independientemente de la lengua utilizada: la forma ac-
lorial de la manifestación de actantes.
En efecto, si en los ejemplos ( 1) y (2 ) a los dos actantes — sujeto
y objeto— correspondían cada vez dos actores manifestados — Juan
y «olla llena de escudos» / «gran fortuna»— , en el casó del ejem­
plo (3) estos dos mismos actantes se manifiestan dentro de un mis­
mo actor Juan. Dicho de otro modo, un solo enunciado semiótico
del tipo
SnO

puede ser postulado como incluyendo una gran variedad de mani­


festaciones lingüísticas de una misma relación de conjunción entre
el sujeto y el objeto, sin dejar de prever ulteriormente una tipología
estructural de la manifestación y, a continuación, reglas de genera­
ción de enunciados correspondientes a niveles gramaticales más
superficiales.
El reconocimiento del principio de no concomitancia posicional
de los actantes semióticos y de los actores discursivos (que, a su
vez, no deben confundirse con los actantes lingüísticos frásicos) y
de la distancia que separa a unos de otros garantiza así la autono­
mía de la sintaxis narrativa y la instaura como una instancia organi­
zadora y reguladora de* la manifestación discursiva. En el caso que
nos preocupa en este momento, el sincretismo de los actantes, si
lo podemos llamar así, desde el punto de vista de la estructura acto-
rial, la presencia de dos o más actantes en un solo actor discursivo,
podría ser interpretado en el marco general de la reflexividad.
Así, continuando con el mismo Juan podemos decir, no sólo
que es rico, sino también que
(4) Juan se tortura continuam ente.

El análisis superficial de este enunciado lingüístico nos revela


que en el interior de un actor llamado Juan y considerado como
un lugar donde se producen acontecimienstos sintácticos, Juan, en
su cualidad de actante sujeto, tortura al mismo Juan tomado como
actante objeto. Vemos que el status del llamado enunciado reflexi­
vo se interpreta fácilmente por la inscripción de un enunciado sin­
táctico cualquiera en el lugar llamado actor sincrético, y poco im­
porta que se trate de un enunciado de hacer (en caso de tortura)
o de un enunciado de estado (donde la riqueza puede convertirse
en una cualificación táxica y axiológica que rige un tipo de compor­
tamientos previsibles).
Si es así, vemos que el tipo de relaciones mantenidas entre la
estructura actancial y la estructura actorial es el que determina, en
casos límites, bien la organización reflexiva de los universos indivi­
duales, bien la organización transitiva de los universos culturales,
y que una misma sintaxis es susceptible de dar cuenta, tanto de
la narrativización psico-semiótica («la vida interior»), como de la
narrativización socio-semiótica (mitologías e ideologías), siendo la
forma de narratividad más frecuente, sin embargo, una forma mix­
ta, a la vez psico- y sociosemiótica (correspondiente al conjunto
de las prácticas interindividuales).

\
2. EL STA T U S N A R R A TIV O DE LOS VA LORES

2.1. La n a r r a t iv iz a c ió n de los valores

Ya se trate de nosotros mismos, que, inmersos en el universo


semántico, nos vemos rodeados de infinidad de objetos semióticos
susceptibles de revelarse como valores, o se trate de nuestros discur­
sos que, según el procedimiento de desembrague actancial, pobla­
mos con sujetos en posesión o búsqueda de valores, el esquema
sintáctico elemental guía al sujeto y selecciona, tanto en un caso
como en otro, los valores en posición de objeto, llamando así, por
esta relación subtendida, a los sujetos y objetos cualesquiera a una
existencia semiótica. En efecto, sólo la inscripción del valor en un
enunciado de estado cuya función establece la relación juntiva entre
el sujeto y el objeto nos permite considerar este sujeto y este objeto
como semióticamente existentes el uno para el otro. Tal aserción,
lejos de ser una lucubración metafísica, persigue, por el contrario,
una meta eminentemente práctica: a) definiendo la existencia se­
miótica como una relación estructural, excluye de nuestras conside­
raciones la problemática ontológica del sujeto y del objeto; b) for­
mulando esta relación como constitutiva de un enunciado canónico
de estado, proporciona el marco formal y los criterios de reconoci­
miento de los hechos semióticos pertinentes para todo análisis.
Quedando así precisado el status semiótico de los valores, la
narrativización puede concebirse como su montaje sintagmático, co­
mo una organización discursiva que manipula los elementos consti­
tutivos del enunciado canónico
a) ya operando sustituciones de sujetos,
b) ya sustituyendo unos objetos-valores por otros,
c) ya procediendo a transformaciones de la función.

A l buscar nuestra reflexión las formas elementales de la narrati-


vidad, hemos de plantearnos primero los casos más simples: así,
considerando el sujeto y el objeto del enunciado de estado como
constantes, sólo examinaremos en primer lugar las transformacio­
nes de la función constitutiva del enunciado.
Ahora bien, esta función puede definirse como una junción que,
como categoría sémica, se articula en dos términos contradictorios:
conjunción y disjunción, dando lugar así a dos tipos de enunciados
de estado:
Enunciados conjuntivos = S n O
Enunciados disjuntivos = S u O

entendiendo que el paso de un enunciado a otro sólo puede hacerse


mediante la suma de un meta-sujeto operador, cuyo status formal
sólo se hace explícito en el marco de un enunciado de hacer de tipo:

F transform ación (Si —►Oí)


donde Si es el sujeto que opera la transformación y Oí es el enun­
ciado de estado al que conduce la transformación.
Una vez planteado esto, se comprenderá nuestra definición pro­
visional de la narratividad que consiste en una o varias transforma­
ciones cuyos resultados son junciones, es decir, bienconjunciones,
bien disjunciones de los sujetos con respecto a los objetos.
Aplicando estas definiciones a la sintagmatización de los valo­
res, llamaremos realización a la transformación que establece la con­
junción entre el sujeto y el objeto:

R eal = F tran s [Si ->■ Oí (S n O )l

Podremos después llamar valor realizado al valor vertido en el


objeto en el momento (= en la posición sintáctica) en que éste
se encuentra en conjunción con el sujeto.
Ahora bien, al ser contradictorias las relaciones de conjunción
y disjunción, toda transformación que se refiera a un estado de
conjunción sólo puede producir una disjunción entre el sujeto y
el objeto. La disjunción, al ser la negación de la conjunción, no
constituyela abolición de toda relación entré los dos actantes: de
lo contrario, la pérdida de toda relación entre sujetos y objetos
llevaría a la abolición de la existencia semiótica y devolvería los
objetos al caos semántico original. La negación mantiene, pues, al
sujeto y al objeto en su status de seres semióticos, confiriéndoles
al mismo tiempo un modo de existencia diferente al estado conjun­
tivo. Diremos que la disjunción no hace sino virtualizar la relación
entre el sujeto y el objeto, manteniéndola como una posibilidad
de conjunción.
Por tanto, nos está permitido designar con el nombre de virtua-
lización a la transformación que opera la disjunción entre el sujeto
y el objeto, y considerar como valor virtual un valor cualquiera
vertido en el objeto disjunto del sujeto:

Virt = F tra n s [Si —> Oí (S u O )]

DHL S E N T ID O II. — 3
No considerando, por consiguiente, más que las transformacio­
nes referentes a funciones constitutivas de enunciados de estado,
la narratividad, en su forma simplificada hasta el extremo, aparece
como un encadenamiento sintagmático de virtualizaciones y realiza­
ciones. Sin olvidar el carácter arbitrario de las denominaciones que
acabamos de ofrecer, hay que tener en cuenta el hecho de que cu­
bren formas sintácticas definidas: esto nos permite utilizar una ter­
minología de apariencia metafórica, hablar del sujeto que, para ser
realizado, debe primero instaurarse como sujeto virtual8 en pose­
sión de valores cuya realización anulará su status de valores virtua­
les, etc., sin que nuestro discurso deje de satisfacer las condiciones
de cientificidad.

2 .2 . O r ig e n y d e s tin o de lo s v a lo r e s

El hecho de considerar la narración como una cadena de virtua­


lizaciones y realizaciones de valores no deja de plantear el problema
de su origen y de su destino. ¿De dónde proceden en el momento
en que surgen por primera vez como valores virtuales para quedar
a continuación conjuntos con los sujetos? ¿Dónde desaparecen cuan­
do resultan irremediablemente disjuntos de los sujetos que los
poseían?
Encontrar y perder aparecen, a primera vista, como formas ex­
tremas de conjunción y de disjunción gratuitas. Encontrar un obje­
to es aprehenderlo como valor procedente de ninguna parte y esta­
blecer la relación primera entre él y el sujeto. Perder un objeto,
por accidente, destrucción u olvido, no es solamente disjuntarse de
él, es abolir toda relaóión con él, destruyendo al mismo tiempo
al sujeto en su status de ser semiótico.

8 Por un deseo de sim plificación, dejarem os de lado, aquí, toda problem ática
del sujeto, dejando para más adelante su instauración com o un queriendo-ser en
relación con el objeto considerado com o siendo-querido.
Y sin embargo, cuando se buscan ejemplos que puedan ilustrar
estos casos extremos de surgimientos y desapariciones de valores,
nos topamos con ambigüedades embarazosas. Maítre Hauchecorne
encuentra un trozo de cordón en la célebre narración de Maupas­
sant. Pero la sociedad no deja de acusarle inmediatamente: según
la lógica de ésta, en efecto, encontrar presupone de un modo natu­
ral perder, que postula un sujeto de disjunción distinto, lo cual
equivale a negar la posibilidad de la aparición ex nihilo de los valo­
res. El lector, que por su parte sabe que se trata de un trozo de
cuerda «sin valor», no puede dejar de invocar a «la fatalidad» que
lo ha puesto en el camino de MaTtre Hauchecorne, postulando así,
en forma de un destinador no figurativo, la existencia de un sujeto
anterior distinto. La calabaza que proporciona alimento abundante
a la familia africana antes hambrienta ¿se rompe por sí misma y
queda definitivamente perdida? La pérdida se explica por la trans­
gresión de una prohibición y aparece como una disjunción efectua­
da por un sujeto implícito distinto, que se erige en guardián de
la ley. Parece como si, dentro de un determinado universo axiológi-
co, los valores circularan aislados y las apariencias de encontrar
y perder recubrieran en realidad las conjunciones y disjunciones ab­
solutas mediante las cuales este universo inmanente comunica con
un universo trascendente, fuente y depositario de los valores que
quedan fuera de circuito.
Al encontrarse, a raíz de su análisis de las aventuras de P ino­
cho, con el problema del tesoro escondido, P. Fabbri propuso 9
una interpretación sociológica: la sociedad agrícola toscana, como
probablemente todas las sociedades autárquicas, concibe las rique­
zas como algo disponible en cantidad limitada, de tal modo que
a una comunidad cerrada bn sí misma corresponde un universo de
valores cerrado. La circulación de las riquezas se produce en circui­
to cerrado, y'los recorridos sintácticos de los valores se establecen
de manera que a cada adquisición efectuada por un miembro de

9 Se trata de una exposición realizada en el marco de nuestro sem inario.


la sociedad corresponde necesariamente una pérdida sufrida por otro
miembro. El mito de la búsqueda del tesoro escondido introduce,
por el contrario, valores que no dependen de este universo cerrado,
y esto desde un doble punto de vista:
a) A los bienes considerados como resultado del trabajo se opo­
nen las riquezas encontradas, inmerecidas, condenables y deseables
a la vez: con respecto a los valores positivos, estas riquezas apare­
cen como antivalores o valores negativos procedentes de un antiuni­
verso axiológico. La prueba está en que estos valores, una vez reali­
zados, en caso (Je que no hubieran sido observadas ciertas reglas
durante la toma de posesión, son susceptibles de transformarse en
lo que realmente son, en estiércol de caballo, por ejemplo, o en
corteza de abedul (folklore lituano): .
b) Este tesoro es a menudo guardado y a veces concedido bajo
ciertas condiciones por un ser sobrenatural, que no pertenece a la
sociedad de donde procede el sujeto de la búsqueda. Guardián o
donante, este personaje juega el papel de mediador entre el univer­
so de valores trascendentes y el universo inmanente al que se vierten
nuevos valores para ser puestos en circulación.

Este breve examen, situado al nivel de la literatura étnica, nos


permite distinguir diversos casos de manipulación de los valores:
1) El primer caso, el más simple, concierne a la circulación
de los valores constantes (o equivalentes) entre sujetos iguales en
un universo isótopo y cerrado.
2 ) El segundo caso plantea el problema de la entrada y la sali­
da de estos valores inmanentes en el universo en cuestión, presupo­
niendo la existencia de un universo de valores trascendentes que
engloba y encierra al primero, de tal modo que los sujetos poseedo­
res de los valores inmanentes aparezcan como destinatarios con res­
pecto a los destinadores-sujeto procedentes del universo trascendente.
3) A estos dos primeros casos, que cuestionan la calidad y el
número de los sujetos involucrados en la manifestación de los valo­
res, se opone una problemática de la transformación de los propios
valores, es decir, del modo de organización de los valores en mi-
crouniversos polarizados que permiten determinar las relaciones exis­
tentes entre los valores positivos y los valores negativos y prever
su narrativización en forma de valores planteados y de valores
inversos. .

A fin de disponer las dificultades en serie, empecemos por exa­


minar el primero de estos casos.

3. LA COMUNICACIÓN CON UN SOLO OBJETO

3.1. El e n u n c ia d o de j u n c ió n c o m pl e ja

Tratemos, por consiguiente, de representarnos y de analizar las


únicas relaciones que existen entre los sujetos y los objetos en el
marco de un universo axiológico cerrado donde los valores, acepta­
dos por todos y nunca negados, circulan de manera uniforme pa­
sando de un sujeto a otro, tomando como modelo la sociedad tos-
cana invocada por P. Fabbri a propósito de Pinocho, o el universo
axiológico comparable en el que se inscribe el juego mediterráneo
Mors tua, vita mea, analizado por A . Cirese 10. La narrativización
de tal universo, obligada a dar forma de encadenamiento sintagmá­
tico al juego de conjunciones y disjunciones de valores, no dejará
de situar, para cada operación, dos sujetos orientados hacia un solo
objeto, manifestando así una de las formas quizá más primitivas
de la narración, tal como las describe, por ejemplo, Heda Jason,
tlonde dos personajes, alternativamente picaro e inocente, se apro­
pian sucesivamente de un objeto de valor que, de este modo, puede
pasar de uno á otro indefinidamente.
Nos hallamos así en presencia de dos objetos simultáneamente
presentes e igualmente interesados en un mismo y único objeto.

10 Actas del C oloq u io Internacional de Palerm o sobre Estructuras y géneros de


la literatura étnica.
Tal situación puede considerarse típica de una narratividad elemen­
tal, ya que satisface la hipótesis que hemos formulado anteriormen­
te y según la cual no existen valores hallados o perdidos absoluta­
mente: en la medida en que los destinadores, fuente trascendente
de los valores, no están explícitos en el relato, el sujeto Si, en dis­
junción con el objeto, sólo puede considerarse como sujeto virtual
si este objeto ya está en conjunción con el sujeto S2; dicho de otro
modo, el sujeto sólo atribuye algún valor a un objeto si éste ya
pertenece a otro.
Un estado narrativo de este tipo puede ser descrito, como ve­
mos, con ayuda de dos enunciados de estado:

(Si u O) i r (S2 n O )

que se encuentran reunidos por una relación de presuposición recí­


proca; si Si está disjunto de O, entonces S2 está conjunto con O,
de forma que cualquier cambio en el status de uno de los enuncia­
dos tendrá repercusiones previsibles y necesarias en el status del
enunciado solidario. Si, tras una transformación, Si se conjuntara
con O, S2 se encontraría disjunto de él.
Más aún. La solidaridad, término que utilizamos para denomi­
nar la presuposición recíproca entre los dos enunciados, es paradig­
máticamente una relación entre dos relaciones conocidas: la con­
junción y la disjunción, relación por la cual se define la contrarie­
dad entre dos términos de la categoría sémica 11 (contrariedad que,
en el caso de las categorías binarias — como es el caso aquí— se
identifica con la contradicción que no es, por consiguiente, sino
un caso particular de la primera). Si recordamos que hemos defini­
do el enunciado elemental por y como una relación que proyecta
los actantes como los términos-resultantes, denominándola función,
vemos que la solidaridad, a su vez, puede ser considerada como

11 V. «Jcu des contraintes sém iotiques», en colaboración con F. Rastier, en D


Serts, París, Ed. Du Seuil, 1970.
una función que se establece entre dos funtivos (es decir, entre fun­
ciones consideradas como términos, según la terminología de Hjelm-
slev). Podemos, por tanto, utilizar el nombre de junción, como de­
signante de la categoría cuyos términos sémicos son la conjunción
y la disjunción, para definir la función cuyo establecimiento tiene
como resultado la aparición concomitante de dos enunciados soli­
darios:
junción
(categoría)

Si o O S2

Los dos términos de la categoría sémica de la junción constitu­


yen el vertimiento sémico de las funciones constitutivas de dos enun­
ciados de estado, y la propia categoría, designada como junción,
aparece como una metafunción que incluye los dos enunciados. La
existencia de un objeto O, común a los dos enunciados, nos autori­
za, por otra parte, a modificar ligeramente la notación, dando a
esta especie de metaenunciado la forma de un enunciado complejo
con tres actantes: . •
Enunciado de junción = ( S i u O n S 2 )

3 .2 . J u n c io n e s s i n t a g m á t ic a s y iu n c io n e s p a r a d ig m á t ic a s

Esta nueva definición de junción nos obliga a introducir ciertas


precisiones suplementarias. Se recordará que hemos utilizado la de­
nominación de junción, en un primer momento, para designar con
un nombre común los dos tipos de funciones constitutivas de los
enunciados de estado. Se consideraban las dos relaciones desde el
punto de vista tipológico, como términos dentro de un sistema, in­
dependientemente de su realización en el proceso discursivo: la ca­
tegoría sémica de la junción engloba, en efecto, sus dos términos
contradictorios de conjunción y disjunción. El enunciado de jun­
ción que acabamos de formular representa, por el contrario, un
estado narrativo complejo que pone en juego, en un momento dado
del desarrollo discursivo, dos sujetos en presencia de un objeto de
valor.
Proponemos, pues, designar con el nombre de junción paradig­
mática la concomitancia lógicamente necesaria de dos enunciados
de conjunción y de disjunción, que afectan a dos sujetos distintos.
Sin embargo, pudiendo considerarse la narratividad como un enca­
denamiento de estados narrativos, un enunciado de conjunción que
presupone un enunciado de disjunción concerniente a un mismo
y único sujeto, y a la inversa, podemos reservar el nombre de ju n ­
ción sintagmática para una sucesión de dos enunciados juntivos (con­
junción y disjunción, o a la inversa) con un mismo sujeto y ligados
por una relación de presuposición simple. El funcionamiento de una
narración simple parece así caracterizado por un doble encadena­
miento:

junción sintagmática

junción 1í (Si u 0 ) —► (Si n O) —


paradigmática <
1> (S2 n O) —- (S2 U 0 ) —

Una narrativización tan simple como la que examinamos en este


momento hace aparecer, como vemos, la existencia, no ya de un
solo programa, sino de dos programas narrativos cuya solidaridad
está garantizada por la concomitancia de las funciones, en relación
contradictoria, definiendo los dos sujetos, promotores cada uno de
ellos de una cadena sintagmática autónoma y correlada. La existen­
cia de dos programas narrativos correlados refleja la posibilidad
de manifestar discursivamente, es decir, de contar o entender la
misma narración, haciendo explícito uno u otro de los dos progra­
mas, manteniendo implícito el programa concomitante, pero inver­
tido.
Tal interpretación, aunque todavía demasiado restringida por
su campo de aplicación, puede servir no obstante como punto de
partida para una formulación estructural de lo que a veces se llama
perspectiva. Sea como sea, centrado en el objeto único (o en una
serie de valores desmultiplicados, pero isótopos y sintagmáticamen­
te distribuidos), la narración manifiesta así su doble naturaleza sin­
tagmática y paradigmática, jugando simultáneamente con los dos
tipos de discontinuidades.

3 .3 . T r a n s f e r e n c ia s d e o b je t o s y c o m u n ic a c ió n e n t r e s u je t o s

Sin embargo, la descripción del desarrollo sintagmático de los


estados narrativos no debe hacer olvidar la existencia de un hacer
transformador que asegura el paso de un estado a otro y, sobre
todo, la del sujeto de este hacer productor de los enunciados de
estado. Este tercer sujeto, como hemos visto, es metatáctico con
respecto a los sujetos de los enunciados de estado, solo él permite
explicar la dinámica del relato, es decir, su organización sintáctica.
Así, prescindiendo provisionalmente de los problemas de la enun­
ciación y de su sujeto que, en su papel de narrador situado fuera
del discurso, dispone a su guisa de diferentes sujetos de su enunciado-
narración, y no considerando más que el sujeto transformador de­
legado e instalado en el discurso narrativo, podemos atribuir a cada
enunciado de junción un enunciado de hacer que lo produce y lo rige.
A primera vista se nos ofrecen entonces dos posibilidades:
a) o bien £l sujeto transformador que designamos como S3 se
identifica con Si, sujeto virtual, en disjunción con el objeto de valor;
b) o bien S3 se identifica con S2, sujeto realizado, en conjun­
ción con el objeto de valor.
O b s e r v a c i ó n : La identificación puede ser considerada como una
form a de sincretismo caracterizada por la presencia de dos actantes
en un solo actor.

Tanto en un caso como en el otro, la transformación que va


a efectuarse tendrá como resultado la inversión de la función del
enunciado de estado implicado: paralelamente, el sujeto virtual será
conjunto con su objeto, y el sujeto real, disjunto, se hará virtual.
Tanto en un caso como en otro, y considerando sólo el objeto,
se comprobará que se trata de una operación de transferencia de
valores. Y por el contrario, si consideramos, no el objeto, sino los
sujetos implicados en la transformación, y observamos que uno de
los sujetos implicados, por el hecho de ser al mismo tiempo sujeto
del hacer, afecta de un determinado modo a otro sujeto, tenemos
derecho a designar tal procedimiento como un acto de comunica­
ción, empleando el término comunicación en un sentido muy am­
plio que le permite cubrir la totalidad de las relaciones entre sujetos
humanos (o «humanizados», es decir, considerados humanos en de­
terminadas situaciones). A l mismo tiempo, el valor, en la medida
en que está vertido en un objeto de comunicación, recibe, junto
a las definiciones lingüística y axiológica ya propuestas, el status
de valor de cambio. Visto desde este ángulo, el discurso narrativo
aparece como representación de una serie de actos de comunicación.

O b s e r v a c i ó n : Vemos que la comunicación verbal, desde esta pers­


pectiva, no es sino un caso específico de comunicación por todos
los medios, y puede descomponerse en un hacer-saber, es decir, en
un hacer que produce la transferencia de un objeto de saber.

Una representación topológica de la narratividad que refleje trans­


ferencias de objetos no es contradictoria, como se ve, con su inter­
pretación como organización sintagmática de actos de comunicación.
3 .4 . L as tr a n s fo r m a c io n e s n a r r a t iv a s

Examinemos ahora los dos casos de sincretismo del sujeto de


hacer con los sujetos de estado que ya hemos distinguido. Teniendo
en cuenta que:
a) el sujeto de transformación puede identificarse, bien con el
sujeto Si, bien con el sujeto S2, y que
b) cada uno de estos dos sujetos puede ser, anteriormente a
la transformación, bien un sujeto virtual (en disjunción con O),
bien un sujeto real (en conjunción con O), pudiéndose distinguir
cuatro tipos de transformación:
(1) Si
S3 trans = Si virtual,
entonces
F trans [(S3 = Si) - (Si n O)]

En este caso, la transformación puede llamarse realización refle­


xiva; en el plano figurativo, aparecerá como una apropiación (del
objeto).
(2) Si
S3 trans = S2 real,
entonces
F trans [(S3 = S2) -* ( S i n O)]

En este caso, la transformación es una realización transitiva; en


el plano figurativo, consistirá en una atribución (del objeto).
Estas dos transformaciones son transformaciones conjuntivas que
dan lugar a dos modos — reflexivo y transitivo— de realización del
sujeto.
(3) Si
S3 trans = Si real,
entonces
F trans [(S3 = Si) - (Si uO)]
La transformación se llamará virtualización reflexiva', en el plano
figurativo, podrá denominarse renuncia (al objeto).
(4) Si
S3 trans = S2 virtual,
entonces
F trans [(S3 = S2) -» (S iu O )]

La transformación aparece como una virtualización transitiva y po­


drá llamarse, en el plano figurativo, desposesión (del objeto).
Las dos últimas transformaciones son transformaciones disjun-
tivas que dan lugar a dos tipos — reflexivo y transitivo— de virtua­
lización del sujeto.
EL PUNTO DE VISTA SINTAGMÁTICO

Por lo anterior vemos que, para un solo sujeto, existen dos mo­
dos — reflexivo y transitivo— de realización a los que correspon­
den, en el plano figurativo, dos modos de adquisición de objetos
de valor: la apropiación, cuando el sujeto trata de adquirirlos por
sí mismo, y la atribución, cuando le son conferidos por otro sujeto.
Paralelamente, existen dos modos — reflexivo y transitivo— de vir­
tualización a los que corresponden, en el plano figurativo, dos mo­
dos de privación de valores: la renuncia, cuando es el propio sujeto
el que se separa de los valores, y la desposesión,•cuando es privado
de ellos por otro sujeto.
Quizá no sea inútil facilitar esta ordenación terminológica pre­
sentándola, de manera redundante, en forma de esquema:
reflexiva
(apropiación)
transform ación conjuntiva
transitiva
realización (adquisición)
(atribución)
TRANSFORM ACIONES
reflexiva
c . . . . . . , (renuncia)
transform ación disjuntiva = /
virtualización (privación) / !rans!llva
(desposesión)
Estos cuatro tipos de transformaciones pueden concernir a un
solo sujeto (Si o S2) en relación con un solo objeto O y, formando
así parte de su programa narrativo, constituir su sintagmática
elemental.

EL PUNTO DE VISTA PARADIGMÁTICO

Teniendo en cuenta que la narrativización, en el caso que estu­


diamos, consiste en el desarrollo concomitante y solidario de dos
programas narrativos implicando a dos sujetos a la vez, vemos que
a cada adquisición que caracterice a uno de los sujetos correspon­
derá, en el programa paralelo, una privación que afecte al otro
sujeto, de forma que habría concomitancia entre

apropiación y desposesión
atribución y renuncia.

Si designamos con el nombre de prueba la transformación que


da lugar a una apropiación y a una desposesión concomitantes, y
con el nombre de don a la que produce solidariamente una atribu­
ción y una renuncia, se obtienen las dos principales figuras median­
te las cuales se manifiesta, en la superficie, la comunicación de los
valores. Un cuadro muy sencillo puede ilustrar estas relaciones pa­
radigmáticas simples de la narración:

adquisición privación

prueba apropiación desposesión

don atribución renuncia

La solidaridad de la renuncia y de la atribución que acabamos


de postular sufre, sin embargo, una excepción importante sobre la
que tendremos que interrogarnos: se trata del status particular
del destinador, que, en casos a determinar, puede efectuar atribu­
ciones sin renunciar por ello a los valores que sigue poseyendo.

4. LA C O M U N IC A C IÓ N CO N DOS O BJETOS

4.1 . El d o n r e c íp r o c o

La prueba y el don pueden aparecer, según se plantee uno u


otro programa narrativo, bien como dos modos de realización del
sujeto, bien como dos modos de su virtualización.
La virtualización del sujeto, cuando se manifiesta en forma de
desposesión correspondiente a la «carencia» proppiana, comporta
un aspecto positivo: constituye una de las condiciones necesarias
de la promoción del sujeto virtual a sujeto de deseo. La renuncia,
por el contrario, siendo una virtualización general, no conduce al
sujeto hacia un aumento de sus potencialidades. Las dos «situacio­
nes de carencia», aun siendo comparables, no son idénticas, ya que
no lo son las posiciones sintagmáticas de los sujetos en la narra­
ción: en el primer caso, el hacer puede seguir a la virtualización
del sujeto; en el segundo, le precede.
En este último contexto es donde aparece, como una respuesta
esperada, una unidad narrativa a menudo llamada contra-don: pue­
de ser formulada en términos idénticos a los del don, con la dife­
rencia de que el sujeto operador del contra-don estará en sincretis­
mo con el sujeto del programa narrativo opuesto. Permaneciendo
inalterable el objeto de las dos operaciones de transferencia (como
ocurre, por ejemplo, con la vhija del rey que el héroe restituye a-
su padre para recibirla a continuación en matrimonio), el contra­
don se presenta como, el restablecimiento del statu quo ante:JLras
la renunciación de Si, la transformación de estado

( Sin O US 2) (Si u O nS2)


se ve anulada por el hacer transformador de S2:

( S i u O n S 2)= ^ > (S i n O u S 2)
■ < J '•
Una serie sintagmática compuesta de dos renuncias que impli­
can dos atribuciones recíprocas de un mismo objeto, o, en otros
lórminos, de dos transformaciones, la segunda de las cuales anula
los efectos de la primera y restablece el equilibrio anterior, puede
ser designada como un don recíproco. Sea cual sea su significación
narrativa, no constituye, ¿h el plano formal, sino el marco general
ele la comunicación bipolar, sin, a pesar de ello, poder ser identifi­
cada con la estructura de intercambio.

4 .2 . El in te r c a m b io v ir tu a l

La formulación de la estructura de intercambio exige, contraria­


mente a las situaciones que hemos examinado hasta ahora, la pre­
sencia de dos objetos de valor Oí y O2: el objeto al cual renuncia
nno de los sujetos (Oí), y otro objeto (O2) que el mismo sujeto
ansia y que le será atribuido, y a la inversa cuando se trata del
segundo sujeto. Por tanto, cada uno de los dos sujetos, tomados
por separado y anteriormente al desenlace de la transformación,
es a la vez sujeto real y virtual; conjunto, respecto a uno de los
objetos, y disjunto, repecto al otro. La transformación llamada fi­
gurativamente intercambio será, desde esta perspectiva, una nueva
realización y una nueva virtualización de cada uno de los sujetos.
Sin embargo, el hecho de que cada uno de los sujetos Si y S2
esté en relación con dos objetos Oí y O2 a la vez, nos obliga a
considerar los programas narrativos de los dos sujetos por separado
y a formular en primer lugar el estado narrativo que resume la
situación de cada uno de ellos en forma de un enunciado con tres
actantes:

(Oí n S u 0 2).
Vemos que el enunciado complejo así construido — igual que
el enunciado de junción analizado más arriba: ( S in O u C ^ ) — con­
siste en la reducción a un solo enunciado complejo de dos enuncia­
dos elementales, reducción posible gracias a la identificación, ya
de dos objetos que forman parte de dos enunciados, ya de dos suje­
tos encontrados por separado. En efecto, definiéndose el sujeto por
su relación de objeto y sólo por ésta, la presencia de dos objetos
Oí y O2 nos obliga a postular, en un primer momento, la existencia
de un sujeto distinto para cada uno de los objetos; y sólo después,
por el sincretismo actorial, la identificación de los dos sujetos per­
mite la reducción de dos enunciados elementales a un enunciado
complejo. Esto nos permite, por tanto, distinguir dos tipos de enun­
ciados de junción de estructura comparable: enunciados júniores
de sujetos y enunciados júniores de objetos.
El intercambio puede ser descrito entonces como una doble trans­
formación de dos enunciados juntores de objetos, transformación
operada, de manera concomitante, por dos sujetos del hacer a la
vez. Si la primera transformación, efectuada por el sujeto del hacer
identificado con Si, puede expresarse como

( 0 i n S i u 0 2)= ^ > (0 iU S i n 0 2),

la segunda transformación, producida por el sujeto del hacer iden­


tificado con S2, es solidaria de la primera y caracterizada por la
simple inversión de las funciones de conjunción y de disjunción:

(Oí u S2 n 0 2) = ^ > ( 0 i n S 2 U O 2 ).

El intercambio, como unidad de comunicación de los valores,


puede definirse entonces como

F trans [Si -* (O iu S in C ^ )] x - F trans [S2 -*• ( O in S 2 uC>2 )],


K
teniendo en cuenta que, en la primera transformación, el S
trans = Si, y que, en la segunda, el S trans = S2.
Parece como si, tras estas dos transformaciones concomitantes
y solidarias, los dos sujetos involucrados se encontraran de nuevo
a la vez realizados y virtuales, es decir, como si, habiendo adquiri­
do cada uno de ellos un objeto de intercambio, quedaran sin em­
bargo «atraídos» por el objeto al que acaban de renunciar. Preferi­
mos decir que, en este caso, el intercambio como tal no está realiza­
do del todo, que está sujeto a rebotes, y designarlo con el nombre
de intercambio virtual.

4 .3 . El in te r c a m b io r e a liz a d o

El intercambio, pues, sólo puede considerarse realizado si la re­


lación de disjunción que une a cada uno de los sujetos con el objeto
renunciado deja de ser una virtualidad de realización, es decir, si,
nna vez anulada toda relación, el valor que compete a Si deja de
ser un valor para S2, y a la inversa. La fórmula de intercambio
realizado debería expresarse, pues, como

F trans [Si -* (S inC h)] 3c F trans [S2 -»• ( O in S 2)J.

Esta fórmula puede ser considerada correcta a condición de que


tefleje la anulación o, al menos, la suspensión de las relaciones
virtuales que unen a los sujetos con los valores abandonados.
La interpretación que queremos proponer consiste en hacer ad­
mitir una posible equivalencia entre los valores realizados y los
valores virtualizados y, al mismo tiempo, su sustituibilidad. Podría­
mos decir, por ejemplo, que el intercambio no se ha realizado defi­
nitivamente (es decir, sin segundas intenciones de recuperación de
los valores a los que se ha renunciado) a menos que

Oí ~ O2,

o, dicho de otro modo, a menos que Oí y O2 sean considerados


como ocurrencias sustituibles de la clase de objetos O.
Vemos que, en este caso, la estructura del intercambio realizado
alcanza, guardando las proporciones, a la del don recíproco, excep­
to que ios objetos inscritos en los enunciados que explican el don
y el contra-don son considerados idénticos, mientras que en los enun­
ciados constitutivos del intercambio sólo son considerados como
equivalentes.
No obstante, el establecimiento de la equivalencia entre los va­
lores de intercambio presupone un saber previo relativo al «valor»
de los valores, y el intercambio equilibrado reposa, por esto, en
una confianza recíproca, dicho de otro modo, en un contrato fid u ­
ciario, implícito o explícito, entre los participantes del intercambio.
Resultado de esto es que si el intercambio, considerado como una
de las formas de la comunicación de los valores, posee una estruc­
tura definida, su interpretación depende esencialmente de la forma
del contrato que le precede y lo enmarca, forma que admite todas
las manipulaciones de la categoría del ser y del parecer.
No es de extrañar, pues, que las narraciones folklóricas simples
que explotan casi exclusivamente la estructura del intercambio 12,
parezcan construidas sobre la ignorancia o la ingenuidad, verdade­
ras o simuladas, de uno de los sujetos (o de cada uno de los dos
sujetos por intermitencia y sin justificación psicológica) y que los
encadenamientos sintagmáticos realizados se presenten como cres­
cendo o decrescendo de los valores, desde la posesión de la agujá
hasta la adquisición del buey, y a la inversa. Introducido como
una secuencia narrativa semiautónoma dentro de una narración más
amplia, el intercambio así desequilibrado por las modalidades del
contrato según el saber que sobreentiende aparece a menudo, por
ejemplo, como una engañifa, donde .sólo se realiza el sujeto que
engaña conjuntándose con el objeto de valor, no ofreciendo el suje^
to engañado más que un no-valor: tal intercambio no se distingue
apenas, en sus consecuencias — que sólo son tomadas en considera­

12 C f. especialm ente el estudio que, Denise Paulm e ha consagrado a los Échange


suecessifs, art. cit.
ción durante el establecimiento del esquema narrativo de las trans­
ferencias— , de la apropiación resultante de la prueba, y la formula­
ción de las transformaciones realizadas se vería llevada a utilizar,
para dar cuenta de la no-reciprocidad, el concepto de suspensión
de la transformación que sólo es efectuada sobre el modo del pare­
cer por el sujeto que engaña. Se instituye así un juego estilístico
de conversiones que consiste en la manifestación de ciertas unida­
des narrativas superficiales en lugar de otras unidades, requeridas
por la sintaxis narrativa, y sólo la inscripción del intercambio en
un contexto sintagmático más amplio permite eliminar la ambigüe­
dad del relato.

5. LA C O M U N IC A C IÓ N P A R T IC IP A T IV A

A l intentar explicar las transferencias de los objetos y las comu­


nicaciones de los sujetos dentro de un universo axiológico reducido
a su más simple expresión, en un universo de los valores ya existen­
tes y reconocidos como tales, nos hemos visto obligados a cerrarlo
con ayuda de antepechos que son los destinadores, garantes de la
circulación de los valores aislados y mediadores entre este universo
inmanente y el universo trascendente cuya presencia manifiestan en
forma de actantes de una sintaxis de inspiración antropomorfa. Ya
hemos visto hasta qué punto repugnaba al pensamiento mítico — y
probablemente a nuestra imaginación en general— reconocer el sta­
tus ex nihilo de los valores ambiente, prefiriendo sustituirlo por
otra realidad axiológica y postulando la posibilidad de una cierta
comunicación entre esos dos universos. Se trata, pues, de dar aquí
una representación, al menos resumida, de este tipo particular de
comunicación. Teniendo en cuenta que los destinadores, en calidad
de posesores de valores trascendentes, pueden considerarse como
sujetos a la vez reales y trascendentes, es posible imaginar su comu­
nicación con los destinatarios que operan por su propia cuenta en
el universo inmanente, en calidad, por consiguiente, de sujetos in­
manentes y virtuales, al menos en su primer estado original. Es
en calidad de sujetos como pueden ser puestos en comunicación
y como puede ser descrito su status en forma de enunciados
canónicos.
La dificultad de describir esta transubstanciación de valores
trascendentes en valores inmanentes, utilizando la estructura de la
comunicación, procede, en primer lugar, del hecho de que la propia
definición de la comunicación, entendida como una transformación
que efectúa solidariamente la disjunción del objeto con uno de los
sujetos y su conjunción con el segundo sujeto, no siempre se aplica
a las relaciones entre el destinador y el destinatario. La existencia
de una relación de presuposición unilateral entre el destinador-
término presupuesto y el destinatario-término presuponiente hace
que la comunicación entre ambos sea asimétrica: así, el status para­
digmático del destinador respecto al destinatario se define por la
relación hiperonímica, mientras que el del destinatario respecto al
destinador se caracteriza por la relación hiponímica, acentuándose
esta asimetría durante la sintagmatización de los dos actantes, con­
siderados como sujetos interesados por un solo objeto. Por tomar
sólo el caso del destinador que, en calidad de sujeto transformador,
efectúa un don dirigido al destinatario: si la transformación tiene
como consecuencia la atribución de un valor al destinatario, este
atribución no por ello es solidaria, como habría sido de esperar,
de la renuncia por parte del destinador. Dicho de otro modo, la
transformación, en lugar de efectuarse, como era previsible:

( D r n ü u D r e ) = ^ > ( D r u O n Dre),

conduce, por el contrario a:

( D r n O u D r e ) = ^ > ( D r n O nD re).

El objeto de valor, aun siendo atribuido al destinatario, queda


en conjunción con el destinador.
Los ejemplos que pueden ilustrar este fenómeno insólito son nu­
merosos. Así, durante la comunicación verbal, el saber del destina-
ilor, una vez transferido al destinatario, es «compartido» con él
sin que el destinador se vea privado del mismo. Por mucho que
la reina de Inglaterra delegue, uno a uno, todos sus poderes en
los cuerpos constitutivos, no por ello deja de ser la soberana todo­
poderosa: una hermosa ficción, se dirá, sin la cual, sin embargo,
110 puede fundarse el concepto de soberanía.
Las transferencias de este tipo no se limitan sólo a las modalida­
des: la multiplicación del pan en los Evangelios sólo puede explicar­
se por el carácter inagotable de las posesiones del destinador; las
divinidades lituanas llamadas kaukai no proporcionan directamente
riquezas a aquellos a quienes protegen, se limitan a convertir los
bienes en inagotables, y el consumo de los mismos no disminuye
su cantidad.
En presencia de tales concepciones universalmente extendidas,
el semántico no ha de cuestionarse la realidad de los poderes de
la reina ni la eficacia de los kaukai, debe contentarse con proponer
una descripción apropiada. Diremos, pues, que se trata aquí de un
lipo específico de comunicación, proponiendo designarla comunica­
ción participativa, y esto refiriéndonos a las relaciones estructurales
particulares entre el destinador y el destinatario que interpretamos
en el marco general de la fórmula pars pro toto.
Sea como sea, es difícil, en este estadio de la formulación de
las estructuras elementales de la narratividad, llegar más lejos en
el examen de la comunicación participativa sin empeñar a fondo
nuestra concepción de la estructura actancial, sin haber descrito,
sobre todo, la estructura de la comunicación verbal y, de forma
más general, la de la trasmisión y manipulación semiótica del saber
que por sí misma constituye un nivel autónomo de la narratividad:
así, lo poco que de ello hemos dicho debería considerarse como
un memorándum, como una caja negra cuyo emplazamiento está
previsto, pero cuyo contenido queda por explorar.
Este capítulo está destinado a presentar, en primer lugar, los
valores culturales — poco importa que participen de los universos
semánticos sociales o que estén integrados en universos individuales—
distinguiéndolos de los valores modales, que, aun de naturaleza se­
mántica, son explotados para la construcción de la gramática. Las
posibilidades de definiciones lingüística, axiológica y sociológica del
valor han sido exploradas con la única finalidad de mostrar su ca­
rácter complementario y no contradictorio, condición de la perti­
nencia del proyecto semiótico. El universo de los valores, semántico
en el sentido estricto del término, ha podido así quedar encuadrado
por estructuras sintácticas elementales que aseguran su recogida y
dan cuenta de su narrativización.

6. LL A M A D A

La narratividad, considerada como la irrupción de lo disconti­


nuo en la permanencia discursiva de una vida, de una historia, de
un individuo, de una cultura, la desarticula en estados discretos
entre los que sitúa transformaciones: esto permite describirla, en
un primer momento, en forma de enunciados de hacer que afectan
a los enunciados de estado, siendo estos últimos garantes de la exis­
tencia semiótica de los sujetos en junción con los objetos conferi­
dos de valores. La sintaxis referida a acontecimientos, que nos es­
forzamos en construir, es, quiérase o no, de inspiración antropo­
morfa, siendo como es proyección de las relaciones fundamentales
del hombre en el mundo, o quizá inversamente, lo que no importa.
Buscando situaciones simples y estructuras sintácticas elementa­
les, hemos tomado como punto de partida una configuración sin­
táctica simple que representa dos sujetos interesados en un mismo
y único objeto de valor: su examen nos ha permitido reconocer
algunos estados narrativos simples susceptibles de ser formalizados
en enunciados de junción, sintagmáticos y paradigmáticos, y mos­
trar, también, que cada sujeto es capaz de desarrollar su propio
programa narrativo. Completando una interpretación topológica de
la narración según la cual los desplazamientos de los objetos basta­
rían por sí mismos para dar cuenta de su organización, no siendo
los sujetos más que los lugares de sus transferencias, hemos tratado
de mostrar que la comunicación de los sujetos, regidos por opera­
dores de transformación, constituía también una dimensión explica-
liva satisfactoria, que permite el establecimiento de una primera
fipología de las transformaciones elementales manifestadas, a un
nivel más superficial, como actos de comunicación.
A partir de esta tipología, la exploración ha podido llevarse en
dos direcciones diferentes. Por una parte, hacia la representación
sintáctica de la estructura del intercambio que necesita la introduc­
ción, junto a dos sujetos, a dos objetos de valor distintos: la equi­
valencia de los valores vertidos en estos objetos, y que nos hemos
visto llevados a postular, ha hecho aparecer la existencia presupues-
la de un contrato fiduciario anterior, interrumpiendo aquí nuestra
investigación. Y , por otra parte, hacia la interrogación sobre el sta­
tus particular de la comunicación entre destinador y destinatario,
caracterizada, bastante curiosamente, por una atribución del objeto
sin renuncia concomitante: las consecuencias a extraer del registro
ilc esta forma de comunicación participativa tampoco podían ser
desarrolladas en este lugar a falta del aparato conceptual aún no
lormulado. La última forma narrativa simple que explicaría la trans-
lormación de los valores positivos en valores negativos, o a la in­
versa, ni siquiera podía ser esbozada: su examen nos habría obliga­
do a postular la existencia de un antisujeto o de un antidestinador,
existencia que intuitivamente parece evidente, pero cuyo estableci­
miento — en el marco de un proyecto que pretendiera ser científico
¡Hinque sólo fuera por la coherencia interna que exige la interdefini-
t ión de todos los conceptos utilizados— no está claro.
Es evidente que el examen de los vertimientos axiológicos y de
su narrativización no constituye más que un capítulo relativamente
poco importante de la semiótica narrativa: los valores culturales,
si ocupan un lugar escogido en las narraciones míticas y sobre todo
folklóricas, tienden a reducirse a poca cosa en la literatura llamada
moderna, por ejemplo. No por ello la organización narrativa de
los valores deja de constituir el fundamento de la narratividad, ya
que su «desaparición» no es menos significativa que su presencia.
LOS A C T A N T E S , LOS A C T O R E S Y L A S F IG U R A S 1

1. ESTRUCTURAS NARRATIVAS

1 .1 . A c ta n te s y a cto res

La reinterpretación lingüística de las dramatis personae que he­


mos propuesto a partir de la descripción proppiana del cuento ma­
ravilloso ruso ha tratado de establecer, en primer lugar, una distin­
ción entre los actantes procedentes de una sintaxis narrativa y los
actores reconocibles en los discursos particulares en que se encuen­
tran manifestados. Esta distinción que seguimos considerando
como pertinente — aunque sólo sea porque ha permitido separar
claramente los dos niveles autónomos donde puede situarse la refle­
xión sobre la narratividad— no ha dejado de presentar desde el
principio numerosas dificultades, que muestran por eso mismo la
complejidad de la problemática narrativa. Se ha observado, por ejem­
plo, que la relación entre actor y actante, lejos de ser una simple
relación de inclusión de una ocurrencia dentro de una clase, era
doble:
Ai A2 Aj

82 83

1 Este texto fue publicado en el libro Sémiotique narrative et textuelle, París,


l.arousse, 1973, C. Chabrol y J.-C . C oquet, eds.
Si un actante (Ai) podía ser manifestado en el discurso por varios
actores (ai, a3), lo inverso era igualmente posible, pudiendo un
solo actor (ai) ser el sincretismo de varios actantes (A i, A2, A 3).
Investigaciones posteriores han permitido ver un poco más claro
en la organización actancial de los «personajes del relato», plan­
tearse incluso la posibilidad de una gramática narrativa indepen­
diente de las manifestaciones discursivas. La organización actorial,
por el contrario, se ha visto poco afectada por estas investigacio­
nes. Es un fallo que se explica fácilmente por la ausencia de una
teoría coherente del discurso.
Aprovechando el hecho de que las investigaciones narrativas,
en cierto sentido, parecen marcar el paso, hemos pensado que no
sería inútil proceder a una puesta a punto, tanto terminológica co­
mo didáctica, con una doblp finalidad: para inventariar lo que, én
este terreno, puede hacer-' hincapié en el número siempre creciente
— debido fundamentalmente al desplazamiento progresivo del cen­
tro de interés de la literatura oral a la literatura escrita— de proble­
mas urgentes de resolver, de direcciones que interesa seguir.

1 .2 . E stru ctu ra a c t a n c ia l

La estructura actancial aparece cada vez más como susceptible


de explicar la organización de lo imaginario humano, proyección
tanto de universos colectivos como individuales.

d is j u n c io n e s s in t a g m á t ic a s

Si consideramos el relato como un enunciado global, producido


y comunicado por un sujeto narrador, este enunciado global puede
descomponerse en una serie de enunciados narrativos (= las «fun­
ciones» de Propp) concatenados. Atribuyendo al verbo-predicado
del enunciado el status de función (en el sentido lógico de relación
formal), podemos definir el enunciado como una relación entre los
actantes que lo constituyen. Se pueden encontrar dos tipos de enun­
ciados narrativos:

F F

sujeto objeto destinador objeto destinatario

o, en la notación tomada de la lógica:

F(S - * O) F ( D i- > 0 - > D 2).

Sea cual sea la interpretación que se dé a estas estructuras sintácti­


cas: a) en el plano social, la relación del hombre con el trabajo,
que produce valores-objeto y los pone en circulación dentro del
marco de una estructura de intercambio, o b) en el plano indivi­
dual, la relación del hombre con el objeto de su deseo y la inscrip­
ción de éste en las estructuras de la comunicación inter-humana,
las disjunciones efectuadas por los esquemas elementales parecen
suficientemente generales para proporcionar las bases de una pri­
mera articulación de lo imaginario. Verbalizaciones de las estructu­
ras «reales» anteriores al hacer lingüístico o proyecciones del espíri­
tu humano que organizan un mundo sensato, poco importa: se pre­
sentan como posiciones formales que permiten la eclosión y la arti­
culación del sentido.

DISJUNCIONES PARADIGMÁTICAS

El concepto de estructura, postulado ímplicito a todo nuestro


razonamiento, presupone la existencia de una red relacional de tipo
paradigmático sobreentendida en los actantes, tal como aparecen
en los enunciados narrativos. Todo ocurre, en efecto, como si el
sujeto — destinador o destinatario del relato— , cuando se pone en
estado de producir o leer mensajes narrativos, dispusiera previa­
mente de una estructura elemental que articula la significación en
conjuntos isótopos, cuyo cuadro semiótico

puede servir de modelo y que, en todo caso, distingue la deíxis


positiva (Si + S2) de la deíxis negativa (S2 + Si). Esto da como
resultado, al menos, un desdoblamiento de la estructura actancial,
donde cada actante puede ser referido a una de las dos deíxis que
dan lugar a las siguientes distinciones: "
sujeto positivo vs sujeto negativo (o antisujeto)
objeto positivo vs objeto negativo
destinador positivo vs destinador negativo (o antidestinador)
destinatario positivo vs destinatario hegativo (o antidestina­
tario).

Si se entiende que los términos positivo y negativo son puras


denominaciones y no implican ningún juicio de valor, la confusión
no tarda, 'sin embargo, en instalarse rápidamente en ciertos casos.
Esto sucede, por ejemplo, en la literatura étnica, caracterizada a
menudo por una moralización dualista rígida, donde la oposición
positivo vs negativo se encuentra investida de contenidos bueno vs
malo, dando lugar a parejas de héroe y traidor, de adyuvante y
oponente, etc.
Tal vertimiento moralizante no es, sin embargo, ni necesario
ni suficientemente general: se ve fácilmente sustituido por un verti­
miento estetizante, por ejemplo, o distribuido, no ya simplemente
sobre las dos deíxis opuestas, sino sobre términos más numerosos
del cuadro semiótico, cuando los «personajes» dejan de ser única­
mente «buenos» o «malos». Así, bastará con mantener el principio
mismo de disjunción paradigmática de los actantes explicando su
dicotomización por su conformidad o no conformidad con las deí-
xis consideradas, a reserva de que después se plantee la posibilidad
de definir tal o cual clase de relatos mediante vertimientos valori­
zantes específicos.

O b s e r v a c i ó n : Desde esta perspectiva, la disjunción paradigm áti­


ca de los actantes puede ser generalizada, aplicable incluso a relatos
mínimos con un solo actante: en la m edida en que éste, en su hacer,
encuentre cualquier obstáculo, este obstáculo será interpretado co­
mo la representación metonímica del antiactante procedente de la
deíxis no conform e al campo de actividad del actante m anifestado.

1 .3 . R oles a c t a n c ia l e s

Junto a las disjunciones estructurales que explican la dramatiza-


qión del relato y de las disjunciones sintácticas que, como proyec­
ciones del hacer humano virtual, permiten dar la representación de
su desarrollo, otras categorías entran en juego para diversificar la
estructura actancial. Sin embargo, contrariamente a las disjuncio­
nes que acabamos de invocar y que descomponen el espacio imagi­
nario en otros tantos lugares distintos que, durante su proyección
o su captación, se mantienen en un cierto equilibrio, nuevas catego-
lías sobredeterminan a los actantes en su progresión sintagmática.

C O M P E T E N C IA S Y PERFO RM ANCES

El concepto de performance, que hemos propuesto introducir


en la terminología narrativa para sustituir las nociones demasiado
vagas de «prueba», «test», «tarea difícil» que el héroe ha de cum­
plir, y para dar una definición simple del sujeto (o del antisujeto)
dentro de su status de sujeto de hacer — reduciéndose este hacer
¡i una serie canónica de enunciados narrativos— , reclama de un
modo natural el de competencia.
En el plano narrativo, proponemos definir la competencia como
el querer y / o poder y / o saber - hacer del sujeto que presupone
su hacer performancial. En efecto, ya casi resulta banal decir que,
para todo sistema semiótico, el ejercicio de la «palabra» presupone
la existencia de una «lengua», que la performance del sujeto signifi­
cante presupone su competencia de significar. Si todo enunciado
manifestado sobreentiende, por parte del sujeto de la enunciación,
la facultad de formar los enunciados, ésta, sin embargo, permanece
generalmente implícita. La narración, por el contrario, en la misma
medida en que es la proyección imaginaria de las situaciones «rea­
les», se compromete a explicitar estos presupuestos manifestando
sucesivamente las competencias y las performances del sujeto. Hace
aún más. Si, por ejemplo, la competencia del sujeto hablante puede
concebirse como el sincretismo de las modalidades del querer +
poder + saber-decir, la narración, aun manifestando estas diversas
competencias como competencias de un hacer semiótico, puede dis-
juntarlas al mismo tiempo, bien atribuyendo las modalidades del
saber-hacer o del poder-hacer a actantes diferentes, bien haciendo
que un solo actante adquiera estas diferentes modalidades por sepa­
rado y sucesivamente en el curso de un mismo programa narrativo.
Aquí queríamos llegar: si el sujeto competente es diferente del
sujeto per formante, no por ello constituyen dos sujetos diferentes,
no son sino dos instancias de un mismo y único actante. Según
la lógica motivante (post hoc, ergo propter hoc), el sujeto perfor-
mador; según la lógica de las presuposiciones, el hacer performador
del sujeto implica previamente una competencia del hacer.
Diremos, pues, que el actante sujeto puede asumir, en un pro­
grama narrativo determinado, un cierto número de roles actancia-
les. Estos roles son definidos a la vez por la posición del actante
dentro del encadenamiento lógico de la narración (su definición sin­
táctica) y por su vertimiento modal (su definición morfológica) ha­
ciendo así posible la reglamentación gramatical de la narratividad.
Debería poder constituirse una terminología de los roles actan-
ciales, que permita distinguir claramente los propios actantes de los
roles actanciales que están llamados a asumir en el desarrollo del
relato. Así, podríamos distinguir el sujeto virtual del sujeto del que­
rer (o sujeto instaurado); éste, del héroe según el poder (Ogro, Rol-
dán) o del héroe según el saber (Pulgarcito, Zorro), etc.

V E R I D IC C IÓ N

La estrategia de los roles actanciales adquiridos o intercambia­


dos a lo largo del relato.no se limita a los juegos de competencias
y performances. No debemos olvidar, en efecto, que, por ejemplo,
sólo en el marco del cuento popular, la competencia del sujeto (=
su calificación) no puede ser adquirida si no es con ayuda de una
performance simulada. Ahora bien, al decir simulada, se sobreen­
tiende que se realiza para parecer cierta, pero sin serlo «en realidad».
El problema de la veridicción sobrepasa así ampliamente el mar­
co de la estructura actancial. Por el momento, introduciendo en
el marco que nos hemos trazado la categoría del ser y del parecer,
se trata de mostrar de qué modo ésta, al mismo tiempo que compli­
ca aún más el juego narrativo, aumenta considerablemente el nú­
mero de roles actanciales. Proponiendo la interpretación semiótica
de la categoría verdadero vs falso según las articulaciones del cuadro
VERD ADERO

ser parecer

! ( MENTIRA

no parecer no ser

FALSO

tratamos no sólo de liberar esta categoría modal de sus relaciones


con el referente no semiótico, sino también y sobre todo de sugerir
que la veridicción constituye una isotopía narrativa independiente,
susceptible de plantear su propio nivel referencial y tipologizar sus
diferencias y desviaciones, instituyendo así «la verdad intrínseca del
relato».
La sobredeterminación de los actantes según esta categoría del
ser y del parecer da cuenta de este extraordinario «juego de másca­
ras» hecho de enfrentamientos de los héroes escondidos, desconoci­
dos o reconocidos, y de los traidores disfrazados, desenmascarados
y castigados, que constituye uno de los ejes esenciales de lo imagi­
nario narrativo. Sin embargo, lo que retendremos de momento de
todo esto, es la posibilidad de nuevas diversificaciones de progra­
mas narrativos: así — y ateniéndonos sólo al ejemplo del cuento
popular— el sujeto instaurado (dotado de la modalidad del querer)
estalla inmediatamente, como hemos visto, en un sujeto y un anti­
sujeto, cada uno de ellos susceptible de adquirir competencias se­
gún el poder o el saber (o los dos sucesivamente), ofreciendo de
este modo al menos cuatro (u ocho) roles actanciales y autorizando
ya una tipología de los sujetos competentes (héroes o traidores) que,
a su vez, permite determinar recorridos narrativos diferentes; la so­
bredeterminación de estos diversos sujetos competentes por modali­
dades de verdadero vs falso y de secreto vs mentira multiplica otro
tanto el número de roles actanciales, diversifica los recorridos sin­
tácticos que emprenden los sujetos, pero también — y esto es
importante— permite calcular, gracias a sumas, restas y sobredeter-
minaciones de las modalidades que definen los roles, ciertas trans­
formaciones narrativas que se producen dentro del marco de un
programa determinado.
Dicho de otro modo, la introducción, a partir de las estructuras
actanciales elementales, del concepto de rol actancial permite plan­
tearse con más seguridad la posibilidad de la construcción de una
sintaxis narrativa.

1 .4 . E stru ctu ra actorlal

Para estar presente en el discurso narrativo, la estructura actan­


cial necesita de la mediación de la tipología de los roles actanciales
que, definidos a la vez por sus cargas modales y sus posiciones
sintagmáticas respectivas, pueden por sí solos, recubrir y dinamizar
la totalidad del discurso. Sólo después puede iniciarse un nuevo
proceso que lleve a la manifestación discursiva de la narratividad,
proceso que conduce a una superposición de dos estructuras, actan-'
rial y actorial, y da lugar a incrustamientos de actantes en actores.
Así, sin tratar de precisar previamente el status estructural de
actor, y fiándonos únicamente de su concepción ingenua de «perso­
naje» que permanece de una determinada manera a lo largo de un
discurso narrativo, puede esperarse que la utilización del concepto
ile rol actancial aporte alguna luz a la simple constatación de la
no adecuación entre actantes y actores (según la cual un actante
puede ser manifestado por varios actores y, a la inversa, un actor
puede representar a varios actantes a la vez), que, si se cumpliera,
110 sería sino un acto de fracaso para una teoría que pretende ser
explicativa. Algunos ejemplos permitirán situar más fácilmente el
problema de esta inadecuación.
a) El examen del actante objeto nos ha permitido, por otro
ludo, distinguir dos especies de objetos: los que están investidos
de «valores objetivos» y los que comportan «valores subjetivos».
A pesar de la flagrante imperfección terminológica, la distinción
se asienta sobre un criterio estructural, el de su modo de atribución,
<1ue se realiza, en el primer caso, según el tener y, en el segundo,
según el ser. A este primer criterio, debemos, sin embargo, añadir
otro, el de su manifestación actorial en el discurso: mientras que
los objetos investidos de «valores objetivos» están presentes en el
discurso en forma de actores individualizados e independientes (ali­
mentos o niños en Pulgarcito), los objetos con valor subjetivo están
manifestados por actores que son, conjunta y simultáneamente, su­
jetos y objetos (Pulgarcito, como actor, es al mismo tiempo sujeto-
héroe y objeto de consumo para el Ogro, proveedor, al fin, de toda
su familia). Así, los roles actanciales pueden distribuirse de manera
conjunta o disjunta entre los actores.
le permitan efectuar elecciones necesarias y reconocer los elementos
del discurso (en nuestro caso, los actores) narrativamente pertinen­
tes. La distancia entre lo que cree saber sobre el modo de existencia
de las estructuras narrativas y las técnicas de lectura que posee es
aún demasiado considerable: la impotencia relativa del análisis tex­
tual que pretende operar prohibiéndose hacer valer su saber narrati­
vo implícito es aquí tan significativa como las dificultades que pa­
dece el constructivismo deductivo para encontrarse con la manifes­
tación discursiva.
Así, abandonando provisionalmente el modo deductivo situado
en el marco de la narratividad, trataremos de retomar el problema
a partir de las consideraciones generales acerca de la manifestación
lingüística.

2 .2 . F ig u r a s y c o n f ig u r a c io n e s

La debilidad de los resultados del análisis textual, cuando inten­


ta establecer los procedimientos de reconocimiento de los*actores
del discurso entre los innumerables actantes sintácticos de sus enun­
ciados, y definir al mismo tiempo a los actores en su permanencia
y sus mutaciones, procede, según creemos, del hecho de que sitúa
sus investigaciones al nivel, muy superficial, de la sintaxis de los
signos. Ahora bien, desde Hjelmslev, sabemos que nada bueno puede
hacerse en lingüística mientras no se traspase este nivel, mientras
no se exploren, tras haber separado los planos del significante y
el significado, las unidades a la vez más pequeñas y más profundas
de cada uno de los planos tomados por separado, a las que se deno­
mina figuras.
El análisis narrativo de que nos ocupamos se sitúa justamente
por completo en el plano del significado y las formas narrativas
no son sino organizaciones particulares de la forma semiótica del
contenido que la teoría de la narración trata de explicar. La teoría
del discurso, cuya urgente necesidad se invoca por todas partes,
tendrá pues como tarea el explorar las formas discursivas y los dife-
lentes modos de su articulación antes de pasar a la teoría lingüística
stricto sensu. En el momento actual, esta mediación teórica entre
las formas narrativas y las formas lingüísticas de dimensiones frási-
eas es la que parece más difícil de establecer.
Volvamos pues, para empezar, a problemas propiamente semán-
Iicos. En efecto, si el concepto de actante es de naturaleza sintácti­
ca, el de actor, al menos a primera vista, parece no ser competencia
de la sintaxis, sino de la semántica; un actor sólo funciona como
notante cuando se hace cargo de él, bien la sintaxis narrativa, bien
la sintaxis lingüística. Respecto a sus empleos lingüísticos, se en­
cuentra en la situación comparable a la de un lexema nominal que
se pliega a todas las manipulaciones de la sintaxis.
El examen semántico de un lexema (del lexema tete, «cabeza»,
por ejemplo, analizado en Sémantique structurale) nos lo muestra
dotado de un núcleo relativamente estable, de una figura central
ti partir de la cual se desarrollan ciertas virtualidades, ciertos reco-
n idos semémicos que permiten su contextualización, es decir, su
realización parcial en el discurso. El lexema, por consiguiente, es
una organización sémica virtual que, con raras excepciones (cuando
es monosemémica), nunca se realiza tal cual en el discurso manifes­
tado. Todo discurso, en el momento en que plantea su propia isoto­
pía semántica, no es sino una explotación muy parcial de las consi­
derables virtualidades que le ofrece el tesauro lexémático; si sigue
su camino, es dejándolo sembrado de figuras del mundo que ha
rechazado, pero que continúan viviendo su existencia virtual, dis­
puestas a resucitar al mínimo esfuerzo de memorización.
Las investigaciones referentes a la explotación de los «campos
léxicos» han puesto en evidencia esta carga potencial de las fuerzas
lexemáticas: estén descritas en el marco del diccionario (como el
lexema oeil, «ojo», analizado por Patrick Charaudeau) o extraídas
de un texto homogéneo (como coeur, «corazón», en la obra de
lean Eudes, estudiado por Clément Légaré), se observa inmediata­
mente que estas figuras no son objetos cerrados en sí mismos, sino
<iue en todo momento prolongan sus recorridos semémicos encon-
cíales y, poi otro, el sendero privilegiado establecido por la coid i
guración discursiva donde una figura, apenas planteada, propone
un encadenamiento figurativo relativamente apremiante.
Sin embargo, estos dos tipos de recorrido, aun siendo paralelos
y en cierto modo previsibles, son de naturaleza diferente. El prime­
ro es un programa deliberadamente elegido en el marco de una gra­
mática narrativa; el segundo depende de un diccionario discursivo,
de un inventario hecho de configuraciones constituidas a partir de
universos colectivos y/o individuales cerrados. En efecto, del mismo
modo que un diccionario frásico es una lista de figuras lexemáticas,
cada una de las cuales comporta la enumeración de sus posibilida­
des semémicas de contextualización en número finito, igualmente
es lícito concebir un diccionario discursivo como un depósito de
«temas» y de «motivos» constituido por y para el uso de los parti­
cipantes de un universo semántico (y donde la originalidad consisti­
ría en el trazado de recorridos neológicos, posibles pero aún no
realizados).
Pues no hay que olvidar que las configuraciones no son otra
cosa que «formas del contenido» propias del discurso: la manifes­
tación discursiva de la narratividad no es, pues, desde esta perspec­
tiva, sino la integración, dentro de los objetos narrativos generados
por la gramática narrativa, de su componente semántico presenta­
do, es cierto, bajo su forma sintagmática y ya elaborado como for­
ma, y no como sustancia, del contenido. La conjunción de las dos
instancias — narrativa y discursiva— tiene como efecto, por tanto,
el vertimiento de los contenidos en las formas gramaticales canóni­
cas de la narración, y permite la liberación de mensajes narrativos
sensatos.
El hecho de que el discurso aparezca como la forma elaborada
del contenido que se manifiesta mediante configuraciones de carác­
ter sintagmático no deja de plantear el problema de su organización
estructural. Algunos ejemplos, dispares a primera vista, permitirán
quizá entrever, si no la solución, al menos la dirección de las inves­
tigaciones a emprender.
I I concepto do la configuración discursiva es el que permite ex-
l*lii ¡ii, poi ejemplo, el modo en que una isotopía culinaria única
s# man!¡ene en el mito bororo del origen del fuego cuya organiza-
i júti sinlagmática hemos tratado, por otra parte, de analizar, y esto
¡i prsat de las variaciones isotópicas que caracterizan cada secuen­
cia una sola configuración se extiende a todo lo largo del discurso
mineo, pero articulándose — y recortando al mismo tiempo secuen-
M /.v figurativas— bien sobre los actores-consumidores del alimento,
birn sobre el propio objeto de consumo, bien, en fin, sobre los
productores de lo cocido y de lo crudo (fuego y agua). Vemos la
iiMiliguración discursiva organizándose según el esquema canónico
üel enunciado (destinador -> objeto -►destinatario), siendo cada tér­
mino de este esquema susceptible de producir un recorrido figurati­
vo autónomo. Esta contribución de las configuraciones a la organi-
lación sintagmática de los discursos aclara en parte uno de los
i ¡ipítulos de lo que a veces se ha dado en llamar macroestilística.
Pero es otra propiedad estructural de estas configuraciones — la
polisemia de las figuras que las constituyen— la que permite com­
prender, refiriéndose a otros textos, cómo, por ejemplo, la elección
tli* una figura plurisemémica, que propone virtualmente varios reco-
i ríelos figurativos, puede dar lugar a la organización pluri-isótopa
tiel discurso, a condición de que los términos figurativos que emer­
gen durante la realización no sean contradictorios.
En otros casos, por el contrario, una ligera duda en la elección
de tal o cual figura cargándola de un rol determinado puede provo­
car la aparición de recorridos figurativos distintos, pero paralelos.
I .a realización de estos recorridos figurativos introduce así la pro­
blemática de las variantes: según que la figura encargada de repre­
sentar lo sagrado sea la del sacerdote, el sacristán o el pertiguero,
el desarrollo figurativo de toda la secuencia se verá afectado, los
modos de acción, los lugares en que ésta deberá situarse, conformes
cada vez a la figura inicialmente elegida, serán diferentes, en la
misma proporción, unos de otros. Polarizando los dos fenómenos,
podemos decir que, en el caso de la pluri-isotopía, una figura origi­
nalmente única da lugar a dessarrollos de significación superpuestos
en un solo discurso; en el caso de la plurivariancia, la diversifica­
ción figurativa, retenida y disciplinada por la presencia implícita
de un rol único, no impide la persecución de una significación com­
parable, si no idéntica, en varios discursos manifestados.
La importancia de este último ejemplo reside sobre todo, como
vemos, en la aparición, bajo figuraciones diferentes, de un rol te­
mático único. Pues el problema que se plantea en el marco de la
teoría de la narratividad y, más concretamente, de su componente
actancial, es el de saber si las configuraciones discursivas pueden
ser sometidas al análisis estructural y si, en caso de respuesta positi­
va que parece precisarse, este análisis puede extraer elementos no­
minales discretos, susceptibles de ser confrontados y ajustados tér­
mino a término con los roles actanciales. Ahora bien, la reducción
eventual de las configuraciones a roles discursivos podría justamen­
te prestar el servicio deseado.
En los ejemplos, dispersados al azar, de estas reflexiones — ojo,
corazón, sol, fuego, sacristán— , parece como si las figuras nomina­
les (nominales, ya que están dotadas de un sema «universal», que
permite considerarlas como objetos por oposición a los procesos)
fueran portadoras de virtualidades que dejaran prever no sólo sus
realizaciones semémicas frásicas, sino también los posibles haces
de sus predicados figurativos, de eventuales objetos figurativos que
aquéllas enfocan si se encuentran situadas en posición de sujetos,
o de eventuales sujetos que pueden manipularlas como objetos. La
proyección de sus virtualidades sobre una isotopía discursiva cual­
quiera, a la vez que permite su manifestación difusa a lo largo del
discurso (o de un pedazo del discurso), les impone una cierta disci­
plina, autorizando sólo la realización de ciertos recorridos figurati­
vos con exclusión de otros, suspendidos. Guardando las proporcio­
nes, la configuración discursiva corresponde, en el marco del dis­
curso, al rol temático, como el lexema corresponde al semema en
el marco del enunciado.
Esta observación es aclaratoria, pero no suficiente: la configura­
ción engloba en su seno todas las figuras — nominales, verbales,
pero también circunstanciales, como el espacio y el tiempo— que
es susceptible de asociar, el rol temático, por su parte, no es más
que una figura nominal. Si puede pretenderse que, en cierto sentido
y dentro de los límites que le prescribe la isotopía del discurso,
asuma todas las figuras no nominales de su configuración, es en
virtud de otra de sus propiedades estructurales. Además de tema,
también es un rol y, en el plano lingüístico, podemos encontrarle
un equivalente estructural en el nombre de agente que es a la vez
un nombre (= una figura nominal) y un agente (= un rol parasin-
(áctico). El lexema pescador, por ejemplo, es una construcción de
superficie muy condensada: designa al que posee una competencia
limitada a un cierto hacer susceptible de expansión que, cuando
está explícito, puede recubrir una larga secuencia discursiva; pero,
al mismo tiempo, mantiene, por lo menos a este nivel, su carácter
semántico; puede ocupar, en las dos gramáticas, lingüística y narra­
tiva, posiciones actanciales diversas.
Un rol temático se define entonces por una doble reducción:
la primera es la reducción de la configuración discursiva a un solo
recorrido figurativo realizado o realizable en el discurso; la segunda
es la reducción de este recorrido a un agente competente que lo
asume virtualmente. Toda figura encontrada en el discurso, cuan­
do, en condiciones que se trata de precisar, se ve investida de un
rol temático, puede ser analizada y descrita, para las necesidades
de la causa, bien como una configuración de conjunto, bien como
un recorrido figurativo encerrado en el universo discursivo.
La figura del pescador que se manifiesta en el discurso en forma
de rol temático (pensamos por ejemplo en Deux amis, de Maupas­
sant) nos parece un buen ejemplo que permite quizá franquear el
límite que, a primera vista, separa las figuras del diccionario, esta­
blecidas por el uso y teóricamente codificables, de las figuras en
vía de constitución como son, por ejemplo, los personajes de nove­
la. El pescador lleva en sí, evidentemente, todas las posibilidades
de su hacer, todo lo que puede esperarse de él respecto a su com­
portamiento; su isotopización discursiva le convierte en un rol te­
mático utilizable por parte del relato. El personaje de novela, supo­
niendo que sea introducido, por ejemplo, por la atribución de un
nombre propio que le es conferido, se construye progresivamente
mediante notaciones figurativas consecutivas y difusas a lo largo
del texto, y sólo despliega su figura completa en la última página,
gracias a la memorización efectuada por el lector. Esta memoriza­
ción, fenómeno de orden psicológico, puede ser sustituida por la
descripción analítica del texto (= su lectura en el sentido del hacer
semiótico) que debe permitir extraer las configuraciones discursivas
de las que está constituido y reducirlas a los roles temáticos de los
que está cargado. Esto no impide que, situándose desde el punto
■'V *
de vista de la producción del texto, estemos obligados a invertir
los procedimientos y dar una prioridad lógica a los roles temáticos
que se hacen cargo de las figuras y las desarrollan en recorridos
figurativos, comportando implícitamente todas las configuraciones
virtuales del discurso manifestado.
Desde este momento, es fácil dar un último paso y decir que
la selección de los roles temáticos, cuya prioridad lógica sobre las
configuraciones acabamos de reconocer, sólo puede hacerse con ayu­
da de los terminales a los que conduce el montaje de las estructuras
narrativas, es decir, de los roles actanciales. El hecho de que los
roles actanciales tomen a su cargo roles temáticos es lo que consti­
tuye la instancia mediadora que dispone el paso de las estructuras
narrativas a las estructuras discursivas.

O b s e r v a c i ó n : E s evidente que la introducción del concepto.de

rol temático no deja de producir nuevas y considerables dificultades,


ofreciendo cada disciplina —la psicología, la psicosociología, la
sociología— su propio repertorio de roles. La distinción que, por
otra parte, hemos propuesto entre la «form a semiótica» y la «form a
científica» podría ser utilizada aquí para distinguir los dos tipos de
«roles». Los trabajos de Claude Bremond merecen, en este sentido,
toda nuestra atención.
3. RECAPITULACIONES

La vuelta que acabamos de realizar al modo deductivo permite


precisar, aunque sólo sea provisionalmente, nuestra concepción de
la narrativización del discurso. La gramática narrativa genera obje-
los narrativos (= «relatos»), concebidos como recorridos narrati­
vos elegidos para la manifestación. Éstos son definidos por una
distribución particular de roles actanciales dotados de modalidades
V determinados por sus posiciones respectivas en el marco del pro­
grama narrativo. El objeto narrativo, en posesión de su estructura
gramatical, se encuentra investido, gracias a su manifestación en
el discurso, de su contenido específico. El vertimiento semántico
se hace mediante la selección, efectuada por los roles actanciales,
de los roles temáticos que, para realizar sus virtualidades, explotan
el plano lexemático del lenguaje y se manifiestan en forma de figu­
ras que se prolongan en configuraciones discursivas.
El discurso, considerado a nivel de superficie, aparece así como
mi despliegue sintagmático sembrado de figuras polisémicas, carga­
das de virtualidades múltiples, a menudo reunidas en configuracio­
nes discursivas continuas o difusas. Sólo algunas de estas figuras,
susceptibles de mantener roles actanciales, se encuentran erigidas
en roles temáticos: adoptan entonces el nombre de actores. Un ac-
lor es, pues, el lugar de encuentro y conjunción de las estructuras
narrativas y de las estructuras discursivas, del componente gramati-
■al y del componente semántico, ya que está cargado a la vez al
menos de un rol actancial y al menos de un rol temático que con­
notan su competencia y los límites de su hacer o de su ser. Es,
al mismo tiempo, el lugar de vertimiento de estos roles, pero tam­
bién de su transformación, ya que el hacer semiótico, que opera
t ii el marco de los objetos narrativos, consiste esencialmente en
H juego de adquisiciones y de pérdidas, de sustituciones y de inter-
f ambios de valores modales o ideológicos. La estructura actorial
aparece entonces como una estructura topológica: dependiendo a
la vez de las estructuras narrativas y de las estructuras discursivas,
no es más que el lugar de su manifestación, no perteneciendo pro­
piamente ni a uno ni a otro.
P A R A U N A T E O R ÍA DE L A S M O D A LID A D E S 1

1. LAS ESTRUCTURAS MODALES SIMPLES

1 .1 . E l ACTO

Si tomamos como punto de partida la definición provisional de


1h modalización según la cual ésta sería «una modificación del pre­
dicado por parte del sujeto», podemos considerar que el acto — y,
%
más particularmente, el acto de lenguaje— , a condición de que la
instancia del sujeto modalizador esté suficientemente determinada,
pn el lugar de surgimiento de las modalidades.
Todo acto procede de una realidad desprovista de manifestación
lingüística. Así, el acto de lenguaje sólo se manifiesta en y por sus
irswltados como enunciado, mientras que la enunciación que lo pro-
Élice sólo posee el status de presuposición lógica. El acto en general
sólo recibe la formulación lingüística de dos maneras diferentes:
ü bien cuando es descrito, de forma aproximativa y variable, en
#1 marco del discurso-enunciado, o bien cuando es objeto de una
reconstrucción lógico-semántica que utiliza los presupuestos saca­
dos del análisis del enunciado, en el marco de un metalenguaje se-
miótico. Tanto en un caso como en el otro, la única manera correc-
!m de hablar de él consiste en darle una representación semántica
i anónica.

1 liste texto apareció por primera vez en Langages, 43, 1976.


La definición ingenua — y a la vez comprometedora— del acto
lo presenta como «lo que hace ser». Permite reconocer inmediata­
mente una estructura hipotáctica de dos predicados:

hacer v s ser

1 .2 . LOS ENUNCIADOS ELEMENTALES

La construcción del simulacro lingüístico del acto exige desde


este momento una definición previa del predicado, la cual, a su
vez, no puede sino remitir a tal o cual concepción de la estructura
del enunciado elemental: elección definitiva, ya que decide la forma
que adoptará la teoría lingüística en su conjunto.
Nosotros postulamos que el predicado representa el núcleo, es
decir, la relación constitutiva del enunciado, relación cuyos términos-
resultantes son actantes. Prescindiendo del semantismo que se en­
cuentra vertido en el predicado y que puede ser «evacuado» para
ser tratado por separado, el predicado es susceptible de ser identifi­
cado con la función lógica y el enunciado, puede recibir la forma
canónica de:
F(A,, A 2,

Postulamos también que la función puede estar investida de un


mínimo semántico, permitiendo establecer la distinción entre dos
funciones-predicado: hacer y ser, y plantear así dos formas posibles
de enunciados elementales: enunciados de hacer y enunciados de
estado.
A fin de dar una representación más abstracta de estos dos enun
ciados, podemos designar el predicado hacer como una función de­
nominada /transformación/ y el predicado ser como la función
/junción/.

O b s e r v a c ió n : Sin e m b a r g o , l o s t é r m i n o s hacer y ser p o d r á n e m


p le a r s e e n la m e d id a en que no p rod uzcan p o lis e m ia s en g o rro sa s,
LA T R A N S F O R M A C IÓ N

La transformación puede ser considerada, desde el punto de vis-


i¡t paradigmático, como una categoría semántica (aunque su verti­
miento mínimo la haga aparecer como un universal del lenguaje)
y proyectada en el cuadro llamado semiótico:

S, S2
/aserción/ /npvnriñn /

donde /negación/ = /aserción/

y esto da lugar a la definición interna de la contradicción: Si y


son contradictorios, si S>2= Si y Si = S2; la contradicción aparece
asi como un caso particular de la contrariedad.
Desde el punto de vista sintáctico, es decir, desde el punto de
visla de las operaciones que, efectuadas en el cuadro, se constituyen
tm series:

Así, el ejemplo francés de:

imifistra bien que si no es una simple aserción, sino un lexema car­


gado de «memoria» y que presupone un enunciado de negación
íj'ii1 le es anterior.
I I rodeo que acabamos de efectuar tiene una doble finalidad,
fip nata de justificar la proyección, sobre el cuadro, de las catego­
rías binarias (de las contradictorias). Se trata también de marcar
una diferencia de tratamiento entre la lógica (que es de naturaleza
frásica y sólo opera mediante sustituciones) y la semiótica discursi­
va (cuyos enunciados poseen, además, una significación posicional).

LA JUNCION

La junción, tomada como eje semántico, se desarrolla a su vez


en categoría de
/conjunción/ / /disjunción/

/disjunción/ ^ /conjunción/

O b s e r v a c i ó n : Aquí también, la posición del objeto de valor so­


bre el recorrido sintáctico permite distinguir, por ejemplo, entre /dis­
junción/, que caracteriza al objeto que nunca ha sido poseído, y
/conjunción/, estado del objeto al que se ha renunciado.

1 .3 . P erform ance y c o m p e t e n c ia

Puede decirse que la junción es la relación que determina el


«estado» del sujeto con respecto a un objeto de valor cualquiera,
sólo las determinaciones, y no una «esencia» del sujeto, que permi
ten conocer algo a propósito del sujeto y, concretamente, considerar
lo como «existente». Considerando la junción, para simplificar las
cosas, como una categoría binaria, se dirá que el sujeto puede sei
descrito con ayuda de dos enunciados de estado diferentes:

bien SinOi
bien S i UOi

mientras que la transformación (aserción o negación) refleja lo que


ocurre al pasar de un estado a otro. Constitutiva de enunciados
de hacer, la transformación tendrá como objeto sintáctico, no ya
un valor cualquiera, sino un enunciado de estado. Toda transfor­
mación produce, pues, una junción, y todo enunciado de hacer rige
un enunciado de estado. La representación canónica de tal organi­
zación será, por tanto:

S2 —> O2 (Si n Oí)

donde
-> indica la transform ación
n indica la junción.

Esta organización hipotáctica de dos enunciados elementales (que,


ni una lengua natural, corresponde a la expresión hacer-ser) puede
denominarse performance.
La performance no llega a agotar, como vemos, la definición
ingenua del acto, ya que el acto no es un «hacer-ser», sino «lo
ijite hace ser», constituyendo el «lo que...», en cierta manera, «el
sti del hacer» y pudiendo formularse como un nuevo enunciado
tic estado, jerárquicamente superior, que explica la existencia vir-
IMili, lógicamente presupuesta, de la instancia que produce el hacer.
«ser del hacer», sobre el cual volveremos, puede, a partir de
Shora, llamarse competencia, y el propio acto definirse como una
islm ctura hipotáctica que reúne la competencia y la performance;
la performance presuponiendo la competencia, pero no a la inversa.
Teniendo en cuenta que toda modificación de un predicado por
il 10 predicado se define como su modalización, tanto la perfor­
mance como la competencia deben considerarse como estructuras
Rindales.

O b s e r v a c i ó n : Así, todo predicado que rige otro predicado se


convierte, por su posición sintáctica, en un predicado modal. Éste,
aun m anteniendo su status enunciativo canónico (form ador, bien de
un enunciado de hacer, bien de un enunciado de estado), puede en­
tonces recibir, a pesar de la identidad de las lexicalizaciones en las
lenguas naturales, nuevas sobredeterminaciones semánticas.
1 .4 . L as m o d a l iz a c io n e s t r a s l a t iv a s

Las definiciones de la performance y de la competencia han po­


dido obtenerse aplicando dos organizaciones modales:

hacer m odalizando ser


ser m odalizando hacer.

Se observa que aún quedan otras dos posibles combinaciones:

ser m odalizando ser


hacer m odalizando hacer.

Las estructuras modales que nos proponemos examinar exigen


la presencia de dos instancias modalizantes distintas, debiendo ser
el objeto modalizador necesariamente diferente del sujeto cuyo pre­
dicado es modalizado: puede decirse que se trata aquí de modaliza­
ciones traslativas.

LAS M O D A L ID A D E S V E R ID IC T O R IA S

Un enunciado modal de estado que tenga como sujeto Si es


susceptible de modificar cualquier otro enunciado de estado produ­
cido y presentado por el sujeto S2.
Tal esquema presupone, cuando se trata de actos de lenguaje,
la existencia de dos instancias de enunciador y de enunciatario, con­
siderando este último como el sujeto modalizador que sanciona' el
enunciado producido por el enunciador. Esta distinción, necesaria
en el plano teórico, ya que permite determinar el modo de genera­
ción de las modalidades, puede borrarse cuando sólo se considera
el funcionamiento práctico del discurso: el actor «sujeto hablante»
es intermitentemente el actante enunciador y el actante enunciatario
de sus propios enunciados.
El predicado modal puede ser tratado como una categoría y des
compuesto en:

La categoría se articula en dos esquemas:


el esquema / p —~ p / es llamado manifestación
el esquema / e — é / es llamado inmanencia.

Comporta dos ejes:


el eje de los contrarios es llamado verdad
el eje de los subcontrarios es llamado falsedad.

Encontramos dos deíxis:


la deíxis positiva /e + p / es llamada secreto
la deíxis negativa /é + p / es llamada mentira.

Algunas observaciones se imponen a propósito de esta presenta­


ción de la modalidad de ser.
1) Se entiende que los términos empleados son denominacio­
nes semióticas, sin ninguna relación con los conceptos ontológicos
con los que pueden ser relacionados.
2) Los términos de manifestación vs inmanencia son tomados
de Hjelmslev, pero pueden ser útilmente comparados con las cate­
gorías superficial vs profundo en lingüística, manifiesto vs latente
en psicoanálisis, fenoménico vs nouménico en filosofía, etc. Las
lenguas naturales, por otra parte, modalizan separadamente el pla­
no de la manifestación y el de la inmanencia («es necesario», «pare-
i'c posible», etc.). La eficacia de esta distinción nos parece cierta
ít raíz del análisis de los discursos narrativos.
3) La categoría /verdadero/ vs /falso/ se encuentra situada
en el interior del discurso, y el juicio veridictorio se ahorra así todo
(clórente exterior.
4) El lexema ser se encuentra empleado en la lengua natural
con, al menos, tres acepciones diferentes; hemos tratado de elimi­
nar la ambigüedad sustituyéndolo por denominaciones apropiadas:
a) corresponde a junción, relación constitutiva del enunciado
de estado;
b) es utilizado para designar la categoría modal de la
veridicción;
c) designa al mismo tiempo el término positivo del esquema
de la inmanencia (expresado .generalmente por el símbolo e)

LAS M O D A L ID A D E S F A C T IT IV A S

Todo enunciado modal con hacer como predicado y Si como


sujeto es susceptible de modificar cualquier otro enunciado de ha­
cer cuyo sujeto es S2.
La proyección sobre el cuadro de esta modalización del hacer
por el hacer puede ser presentado como:

hacer hacer ^ hacer no hacer

no hacer no hacer no hacer hacer

Tal presentación — que utiliza los lexemas de la lengua n a tu ra l-


tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Parece sugestiva cuando se
trata de explorar un terreno poco habitual; considera, sin embargo,
los predicados modal y descriptivo sólo como categorías binarias,
lo que más tarde puede entorpecer la descripción de los recorridos
discursivos de las modalizaciones (cf. supra, «La transformación»,
pág. 81). Como, de momento, sólo se trata de plantear la existencia
de un lugar autónomo de la modalización, y no de dar su represen
(ación canónica definitiva, consideramos que tal actitud está justifi
cada. Igualmente, pensamos que denominaciones más o menos mo*
(ivadas de las posiciones modales (tales como, por ejemplo, «acre­
ditar» e «impedir» para el eje de los contrarios) son prematuros
en esta fase.
Estas modalidades, tradicionalmente llamadas factitivas, se pre­
sentan a primera vista como especies de imperativos referidos, aun­
que no estén necesariamente, como estos últimos, en sincretismo
con la modalidad de /poder/.
Hay que relacionarlas y distinguirlas de la relación transitiva
«|ue se establece entre el sujeto y el objeto de los enunciados de
hacer y define el predicado descriptivo; la relación factitiva, por
mi parte, se establece entre el sujeto y un objeto que ya es un enun­
ciado de hacer: aparece, por este hecho, como la relación entre
dos sujetos jerárquicamente distintos, S2, sujeto modal, y Si, sujeto
ild hacer. Así,
hacer un vestido = hacer para que Si haga un vestido
hacer saber ~ hacer de manera que Si aprenda algo
hacer creer (persuadir) ~ hacer de form a que Si emita un juicio
de certidum bre a propósito de algo.

Vemos que el campo de ejercicio de la modalización factitiva,


difícil de delimitar en esta fase del análisis, cubre, totalmente o
§h liarte, los conceptos de comunicación, de representación, de de­
c u r ió n , etc. Un examen más profundo haría aparecer probable­
mente esta categoría modal como uno de los universales que podría
fMlU*jar muchas prácticas significantes humanas.

! ">. E n c a d e n a m ie n t o de la s estru ctu ra s m odales s im p l e s

A la característica común de las modalizaciones factitiva y veri-


jjylotia, que es su traslatividad, hay que añadir otra: ya no se si-
IHhu en el plano pragmático, marco en el que hemos tratado de
Mis* tibir el acto, sino en el plano cognitivo que lo circunscribe. Así,
la modalización factitiva se presenta como un hacer cognitivo que
llata de provocar el hacer somático; igualmente, la veridicción es
una operación cogniiiva que se ejerce como un sultcr sobre los obn
tos (del mundo).
A partir de este fondo común, no dejaremos de reconocer lo
que las distingue en el plano sintagmático: mientras que la modal i
dad veridictoria modifica el predicado al que rige a posteriori v
ad quem, — se considera que el enunciado sometido a la modali/;i
ción ya está producido— , la modalidad factitiva se ejerce ab quo
y funciona como una especie de estimulante, susceptible de suscitai
la puesta en marcha de la competencia de un sujeto diferente.
Desde el punto de vista de la posición sintagmática que ocupn
en la representación del encadenamiento de las actividades huma
ñas, el enunciado modal factitivo se presenta como un «hacer-ser»,
es decir, como una performance cognitiva del sujeto S2: como tal,
este enunciado es naturalmente apto para desarrollarse como pro
grama cognitivo en expansión (así, «hacer creer» se articula como
un programa de hacer persuasivo). Pero, al mismo tiempo, el obje
to enfocado por esta performance cognitiva es la virtualización de
la competencia pragmática, implícitamente reconocida, del sujeto Si.
Por su parte, la modalización veridictoria puede ser interpretada
como una competencia cognitiva de S2, estatuyendo sobre la per­
formance pragmática de Si.

O b s e r v a c i ó n : Es evidente que la competencia cognitiva que legi­


tim a el «saber-verdadero» admite, a su vez, una perform ance parti­
cular (un hacer interpretativo) que conduce al acto cognitivo que
es el juicio. Es un problem a a tratar por separado.

Este primer examen sugiere la posibilidad de una representación


sintagmática de las cuatro estructuras modales:

performance competencia
cognitiva de S2 I I cognitiva de S2
competencia de Si performance de S
acto pragmático.
Vi-mos 11uc el acto de un sujeto cualquiera se encuentra como
■Hvuelfo poi instancias modalizantes de un segundo sujeto situado
tu la dimensión cognitiva. Las dos estructuras modales envolventes
■gil, desde el punto de vista sintáctico, presuponientes y no presu­
puestas: la performance de S2, para tener lugar, presupone la com-
■ilnicia de Si, la competencia de S2 presupone, a su vez, la existen-
fin de la performance de Si. El acto de Si, aun bastándose a sí
iiihiiio, puede inscribirse, bajo ciertas condiciones, en el recorrido
fugnitivo traslativo.
Se observará aquí hasta qué punto se parece la organización
sintagmática del acto a la del discurso narrativo o, más bien, al
programa narrativo canónico: éste, articulado en dos componentes,
k competencia y la performance, se refiere generalmente a la ins­
tancia del destinador, encargado de acreditar primero al sujeto y
¿e sancionarlo después.

2. LAS SOBREMODALIZACIONES

2 . 1. L a c o m p e t e n c i a y sus s o b r e d e t e r m i n a c i o n e s

El montaje del dispositivo sintagmático de las modalidades que


acabamos de proponer tiene como objetivo instalar los lugares de
irllexión y trazar configuraciones de los campos epistémicos a par­
tir de los cuales podría concebirse y construirse una teoría de las
modalidades. Vemos, por ejemplo, que una teoría de la performan-
iv, que englobara a la vez el hacer factitivo y el hacer transitivo,
podría desarrollarse en dos componentes: una teoría de la manipu­
lación y una teoría de la acción. También sería deseable que naciera
linalmente una teoría paralela, la de la competencia, integrando
en la medida de lo posible las investigaciones convergentes de los
lógicos y de los semióticos.
Efectivamente, ya se trate del «ser del hacer», de la competencia
pragmática del sujeto que se dispone a actuar, o del «ser del ser»,
de la competencia cognitiva que lo habilita para juzgar objetos-
enunciado sobre el mundo, el «ser» o el «estado» del que hablamos
en ambos casos se presenta intuitivamente ante nosotros como una
instancia potencial donde se sitúa el conjunto de las condiciones
previas del hacer y del ser. Por otro lado, esta instancia aparece,
empleando el término de G. Guillaume, como el lugar de «tensión»
que se establece entre el punto cero y el punto donde se realiza
el hacer o el ser, estado tenso, susceptible por tanto de recibir, co­
mo otros tantos jalones, articulaciones más finas en forma de so-
bredeterminaciones modales.

2. 2. In v e n ta rio p ro v is io n a l

Un inventario provisional de estas sobremodalizaciones de la com­


petencia, en absoluto restrictivo — ya que sólo reposa en la expe­
riencia limitada del análisis de los discursos narrativos y en descrip­
ciones de algunas lenguas europeas (alemán, inglés, francés)— , po­
dría proponerse actualmente. Comporta una lista de cuatro
modalidades
/q u e re r/
/d e b e r/
/p o d e r/
/sa b e r/

Estas modalidades son susceptibles de modular el estado poten­


cial llamado competencia, y regir así los enunciados de hacer y los
enunciados de estado, modificando en cierto modo sus predicados.
El inventario propuesto es provisional en dos sentidos diferen­
tes: en primer lugar, porque no está organizado en taxonomía; des­
pués, porque no está cerrado. Así, mientras que el semiótico tende­
rá a interpretar espontáneamente el deber como el querer del desti­
nador, para el lógico el querer puede aparecer como un deber auto-
destinado. La conclusión que podríamos extraer en este momento
es la posibilidad de establecer, tras un análisis a la vez sémico y
sintáctico, un sistema modal interdefinido y autosuficiente.

2.3. C a te g o r iz a c ió n y d e n o m in a c ió n

Considerando cada una de las modalidades del inventario como


Una forma de modificación del «ser del hacer», es posible categori-
nirías una a una, y proyectarlas en el cuadro, binarizando el predi­
cado modal y el predicado hacer (cf. supra, «Las modalidades fac­
titivas», pág. 86):

La categoría modal así obtenida es susceptible de denominarse


en sus términos como:

El procedimiento de denominación permite reencontrar, con al­


alinas modificaciones, el dispositivo de las modalidades deónticas
utilizado en ciertas lógicas modales.
Desde el punto de vista lingüístico, toda denominación es arbi-
liiiria, aunque pueda estar más o menos motivada semánticamente
in el momento de su lexicalización. Para ser operatoria en el plano
nirlalingüístico que contribuye a fundamentar, debe comportar una
ilrlinición estructural que la integre en el conjunto coherente de
jos conceptos de un mismo nivel.
Ahora bien, en nuestro caso, el procedimiento de denominación
consiste en lo que podemos llamar la nominalización, es decir, la
‘diversión de una formulación verbal en formulación nominal que
transforme el predicado modal en valor modal. Aún más: lo que
es convertido y nominalizado, es lo que ya hemos llamado estructu­
ra modal, que es una organización hipotáctica de un enunciado mo­
dal y de un enunciado descriptivo, y no sólo el predicado modal,
de forma que, por ejemplo:

/prescripción/ ~ /d eb er hacer/.

Los valores modales, utilizados en la lógica, por consiguiente,


deben considerarse, desde el punto de vista semiótico, como deno­
minaciones dotadas de definiciones sintácticas que son las estructu­
ras modales correspondientes.

2 .4 . L as m o d a l iz a c io n e s del s u je t o y del o b je t o

Empleando el mismo procedimiento, es posible efectuar la cate-


gorización de la estructura modal /deber-ser/, dotando al mismo
tiempo a las posiciones tácticas obtenidas de sus correspondientes
denominaciones:
necesidad imposibilidad
d eb er ser ^ deber no ser

no deber n o ser no d e b e r ser


posibilidad contingencia.

Reconoceremos fácilmente en el dispositivo así obtenido, el de


las modalidades aléticas.
La comparación de las modalidades deónticas y aléticas es su­
gestiva: mientras que sus denominaciones tienden a separarlas y a
hacer que se consideren como modalizaciones distintas, sus defini­
ciones sintácticas las relacionan: siendo los predicados modales idén­
ticos en ambos casos, sólo se distinguen por la naturaleza de los
enunciados modalizados (enunciados de hacer o enunciados de
estado).
Así, en la medida en que la semiótica intenta dotarse de una
taxonomía y de una tipología de las modalidades, debe evitar deno­
minaciones demasiado apresuradas que, aun motivadas semántica­
mente, corran el riesgo de ser tachadas de un relativismo cultural
difícil de descubrir, y contentarse, en esta fase, con las definiciones
modales cuya categorización, utilizando un simbolismo muy simple:

m = enunciado modal
h = enunciado de hacer
e = enunciado de estado

adoptará formas de:

mh mh me me

Vertiendo sucesivamente en el enunciado modal los cuatro pre­


dicados modales retenidos — el querer, el deber, el poder y el saber—
obtendremos así ocho categorías modales que articularán la instan­
cia de la competencia y permitirán prever otras tantas lógicas posi­
bles: junto a una lógica deóntica que descansa en el dispositivo
modal extraído del /deber-hacer/, es fácilmente previsible una lógi­
ca volitiva o buléstica, por ejemplo, articulada alrededor del /querer-
liacer/, y así sucesivamente.
La distinción entre las modalizaciones del hacer y del ser debe,
■in embargo, ser mantenida. Se dirá que, en el primer caso, la mo­
dalización se refiere al predicado considerado en su relación con
rl sujeto y, en el segundo caso, en su relación con el objeto: pueden
distinguirse dos tipos de lógicas — lógicas subjetivas, que describen
y regulan las modalizaciones de los sujetos, y lógicas objetivas, que
tratan de los modos de existencia de los objetos-enunciados— .
EL ENFOQ UE S IN T A G M Á T IC O

El procedimiento de categorización que hemos tratado de pro­


mover permite entrever la posibilidad de una taxonomía modal. Sin
embargo, ésta sólo podrá erigirse en la medida en que se trace pro­
gresivamente una red de interdefíniciones que recubra el conjunto
de las categorías modales y articule sus nudos sémicos.
A pesar de algunas tentativas interesantes — pero que sólo se
apoyan en la intuición— no ocurre así en el momento actual. En
efecto, si podemos concebir la distribución de los espacios modales
a partir de los cuales pueden construirse las lógicas modales parti­
culares, es difícil imaginar cómo se encajan unas en otras.
Por tanto, podemos intentar un enfoque diferente, preguntán­
donos, desde una perspectiva propiamente semiótica, si no es posi­
ble imaginar y precisar las condiciones en las cuales las modalida­
des tratadas serían susceptibles de constituir series sintagmáticas
ordenadas o, en su defecto, recorridos sintácticos previsibles. Esto
permitiría responder, al menos parcialmente, a preguntas ingenuas
de tipo: ¿qué recorrido se adopta para llegar, a partir de la instan­
cia generadora ab quo, desde el punto cero, hasta la instancia ad
quem, hasta la realización del acto, hasta la performance? ¿Cómo
llegamos, por otra parte, a partir de simples enunciados de estado,
es decir, a partir de determinaciones cualesquiera atribuibles a suje­
tos cualesquiera, a un saber asegurado y asumido sobre el mundo
y sobre los discursos que relatan el mundo?
Es evidente la imposibilidad de encontrar respuestas satisfacto­
rias a tales preguntas en el momento actual. La búsqueda del saber,
por tanto, comienza casi siempre a partir de preguntas ingenuas.
Plantear la «competencia» como un bloque, como un concepto no
analizable, es útil en un primer momento, pero insostenible a la
larga. Tratar las lógicas modales como un repertorio de los mode­
los es bueno; pero poder considerarlas, desde el punto de vista se-
miótico, como jalones que marcan etapas sucesivas de un discurso
de la verdad sería aún mejor.
O R G A N IZ A C IÓ N DE LA C O M P E T E N C IA P R A G M Á T IC A

No considerando más que la competencia pragmática, y consi­


derándola como una instancia potencial presupuesta por el acto,
pi oponemos articularla en niveles de existencia:
a) estando cada nivel caracterizado por un modo de existencia
semiótico particular, y
b) manteniendo los niveles entre sí la relación de presuposición
oiientada a partir de la performance (que presupone la competencia).
Se obtendrá así

COM PETEN CIA PERFORM ANCE

modalidades modalidades modalidades


virtualizantes actualizantes realizantes

d e b er-h a cer p o d e r-h ace r


h a ce r-ser
q u e re r-h a ce r s a b er-h a ce r

El esbozo de una organización sintagmática de las modalidades


ejue proponemos sólo puede tener un status operatorio. Viene suge­
rido, en parte, por una larga tradición filosófica, se apoya sobre
lodo en el reconocimiento de los esquemas canónicos de la narra­
ción donde las dos instancias — la de la instauración del sujeto (mar-
tuda por la aparición de las modalidades eficientes de /deber-hacer/
y/o de /querer-hacer/ y la de la calificación del sujeto, las modali­
dades de /poder-hacer/ y/o de /saber-hacer/ determinando los mo­
dos de acción ulterior)— están distinguidas muy claramente.
Sin embargo, curiosamente, tal organización sintagmática, que
n o s gustaría considerar como canónica, si parece justificada in abs­
tracto, como el simulacro del paso al acto, no corresponde a lo
ijue ocurre a nivel de la manifestación y, especialmente, en los dis-
i ni sos que describen la adquisición de la competencia que desenca­
dena performances: el sujeto, por ejemplo, puede estar dotado del
poder-hacer sin poseer, sin embargo, el querer-hacer que debería
haberle precedido. Se trata aquí de una dificultad que la. catálisis,
la explicitación de los presupuestos, no puede resolver por sí sola:
parece como si las modalizaciones sucesivas que constituyen la com­
petencia pragmática del sujeto no provinieran de una sola instancia
original, sino de varias (de varios destinadores, diríamos en térmi
nos de gramática narrativa). La interpretación que propone distin­
guir modalidades intrínsecas (el querer-hacer y el poder-hacer), opo­
niéndolas a las modalidades extrínsecas (el deber-hacer y el poder-
hacer), por muy interesante que sea, no parece aportar todavía una
solución definitiva 2.
Así, pensamos que es oportuno proceder de momento — en es­
pera de un método apropiado— a confrontaciones de las estructu­
ras modales, tratando de homologarlas por pares a fin de extraer,
si es posible, criterios de su compatibilidad.

3. LAS CONFRONTACIONES MODALES

3 .1 . M o d a l iz a c i o n e s a l é t ic a s

Para empezar — y ya que gl emparejamiento elegido nos parece


interesante desde el punto de vista metodológico— podemos tratar
de poner en paralelo dos categorías modales objetivas, aquellas cu­
yas estructuras modales (correspondientes al término S2 del cuadro)
han sido reconocidas primero como /deber-ser/ y /poder-ser/.
La operación puede concebirse como una serie de homologado
nes. Éstas son cuatro:

1) Homologación 1: superposición simple de dos categorías mo


dales articuladas en cuadros.

2 Ver el artículo de M. R engstorf, «Pour une quatriéme m odalité narrative»,


en Langages, 43, 1976, pág. 71.
2) Homologación 2: superposición de dos categorías con inver­
sión de los ejes de la segunda modalidad.
3) Homologación 3: superposición con inversión de los esque­
mas de la segunda modalidad.
4) Homologación 4: superposición con inversión de las deíxis.

El cuadro que viene a continuación representa los resultados de


homologaciones; irá seguido de algunas notas explicativas e
I ii s

Inlerpretativas.

CO N FRO N TA CIÓ N DE /D E B E R -S E R / Y DE /P O D E R -S E R /

11 Compatibilidades

1) C om plem entariedades (H om ologación 1).

Hrcesidad ( deber-ser deber no ser 1 imposibilidad


(S) I ________ ___________ \ (S)
posibilidad | poder-ser poder no ser i contingencia
(O) l
(O)

(/nubilidad no deber ser 1 contingencia


no deber
P (S) 1 no ser { (S)
necesidad | no poder no poder ser J imposibilidad

F (O) no ser (O)

I) Conform idades (H om ologación 2).

Inecesidad í deber-ser deber no ser ) imposibilidad


(S) < -------- r - __________ _ \ (S)
\ no poder
no poder ser J imposibilidad
necesidad * no ser
(O)
(O)
posibilidad no deber no deber ser } contingencia
(S) 1 no ser
_________ > (S)
posibilidad I poder-ser poder no ser j contingencia
(O) (O)

H Fl M NTIDO II. — 7
II. Incompatibilidades
1) Contrariedades (H om ologación 3)

necesidad ( deber-ser deber no ser ) imposibilidad


(S) ) \ (S)
imposibilidad ) no poder ser no poder | necesidad
no ser (O)
(O )

posibilidad ( no deber no deber ser ] contingencia


l (S)
(S) / no ser
contingencia I poder no poder-ser ) posibilidad
(O) (O)

2) Contradicciones (H om ologación 4).

deber no ser ,imposibilidad

Í
necesidad ( deber-ser
(S) J ______ (S)
contingencia | poder no ser poder ser
(O ) 1 posibilidad
(O)
posibilidad / no deber / \ no deber ser '| contingencia
1 no ser / 1[ (S)
(S)
imposibilidad 1 no poder ser no poder 1i necesidad
no ser (0 )
(O)

1) Junto a las definiciones sintácticas de las estructuras moda


les (que hemos expresado en lengua natural, pero cuya formulación
encontraremos en 2 . 4 .), hemos juzgado que sería bueno añadir sus
denominaciones. Siendo éstas arbitrarias, nos ha parecido sugestivo
— ya que la intuición invitaba a ello— utilizar las mismas denomi
naciones para las dos categorías modales, de forma que, por ejemplo;

Si (de) = S2(pe)

en reserva de plantearnos después este hecho inesperado.


2) Las cuatro homologaciones permiten obtener la confronta­
ción de diez y seis términos tácticos emparejados de los cuales ocho
son compatibles y los otros ocho incompatibles. Son compatibles
los emparejamientos cuyos términos pertenecen a la misma deíxis
' c incompatibles los términos procedentes de deíxis diferentes.
Distinguimos, por otra parte, dos tipos de compatibilidad: la
complementariedad y la conformidad. La complementariedad ca­
racteriza a dos términos que ocupan la misma posición táctica y
puede ser interpretada como la posibilidad de su inscripción en el
mismo programa modal (que marca bien la progresión, bien la re­
gresión en el proceso de modalización). La conformidad es el resul-
ludo del encuentro de dos términos diferentes de la misma deíxis
v marca su concomitancia en la misma posición sintagmática del
programa modal.
La incompatibilidad de las estructuras modales es de dos tipos.
Hablaremos de contrariedad cuando se trata de la confrontación
de dos términos en posición táctica de contradicción, y de contra­
dicción cuando dos términos confrontados estén en posición táctica
de contrariedad. Tanto en un caso como en el otro, la incompatibi­
lidad corresponde a la imposibilidad de su inserción en el mismo
programa modal y transforma la confrontación en enfrentamiento.

O b s e r v a c i ó n : Aparece una dificultad a nivel del eje de los sub-


contrarios de la tercera homologación, planteando, una vez más,
la cuestión de saber si los subcontrarios pueden definirse siempre
por la relación de contrariedad.

3) La confrontación de las dos categorías modales produce,


8 raíz de la segunda homologación, un caso particular de conformi-
dnd que conduce, si nos atenemos a sus denominaciones intuitivas,
h su identificación. Dos interpretaciones son aquí posibles. Desde
1 1 punto de vista paradigmático el /deber-ser/, denominado necesi­
dad, se presenta como igual al contradictorio del contrario de /poder-
sei / que es /no poder no ser/ y que hemos denominado igualmente
necesidad. En este caso, las dos estructuras modales, el /deber-ser/
y el /poder-ser/, deben considerarse como contradictorias, y esta
constatación se presenta como el principio de la organización taxo­
nómica de nuestro inventario provisional de modalidades. Desde
el punto de vista sintagmático, sin embargo, podemos preguntarnos
si las denominaciones un poco apresuradas no esconden diferencias
situadas a otro nivel, si las dos «necesidades», por ejemplo, no
se distinguen del mismo modo en que se oponen el «determinismo
en los espíritus» y el «determinismo en las cosas», o las «estructu­
ras construidas» a las «estructuras inmanentes». Si tal fuera el
caso, si pudiéramos distinguir la necesidad procedente del sujeto
(coherencia de los modelos y del metalenguaje) de la necesidad pro­
cedente del objeto (resistencias del referente), la confrontación de
estas dos categorías modales podría inscribirse, en el programa mo­
dal de la competencia epistémica, como un segmento en el que si­
tuaríamos la problemática de la adecuación (como definición posi­
ble de la verdad).
4) El modelo de confrontaciones, obtenido con ayuda de ho­
mologaciones sucesivas, nos parece utilizable para probar otras com­
patibilidades y/o incompatibilidades de las estructuras modales que
pueden ser inscritas en un mismo programa de modalización tanto
del sujeto como del objeto.

3 .2 . M o d a liz a c io n e s d e ó n tic a s y b u lé s tic a s

Armados de este procedimiento de homologaciones, podemos


volver ahora sobre la competencia pragmática para intentar una
nueva confrontación de las modalidades virtualizantes de /deber-
hacer/ y de /querer-hacer/.
CON FRO NTACIÓN DE /D E B E R -H A C E R / Y DE /Q U E R E R -H A C E R /

Compatibilidades.

1) Com plem entariedades.

deber-hacer deber no hacer


obediencia activa ^
querer-hacer \ / querer no hacer

voluntad pasiva ^
no deber
no hacer
no querer
/
/
\ no querer hacer
no hacer

2) C onform idades.

deber-hacer deber no hacer


obediencia pasiva \
no querer \
no hacer \ / no querer hacer

no deber
no hacer /
/
/
\ no deber hacer
voluntad activa
querer-hacer querer no hacer
I
11. Incompatibilidades.
1) Contrariedades.

deber-hacer deber no hacer


resistencia pasiva
no querer no querer
hacer no hacer

no deber
no hacer no deber hacer
abulia activa
querer-no hacer querer-hacer
2) Contradicciones.

resistencia activa
{ deber-hacer deber no hacer

X
querer no hacer querer-hacer

no deber
no deber hacer
no hacer
abulia pasiva no querer
no querer-hacer
no hacer

La interpretación de este cuadro sugiere unas cuantas


observaciones:
1) Los emparejamientos efectuados parecen representar un con­
junto de posiciones modales del sujeto pragmático en el momento
en que cumple las condiciones necesarias al concluir el contrato,
en el momento, pues, en que el destinador ya ha transmitido, con
ayuda de la modalización factitiva, el contenido deóntico de su men­
saje. El sujeto, dotado de dos modalidades distintas, se encuentra
en una posición que puede dar lugar, bien a la aceptación (en caso
de compatibilidad modal), bien al rechazo (en caso de incompatibi­
lidad) del contrato, procediendo la aceptación o el rechazo ( ~ aser­
ción o negación) de la performance cognitiva que es la decisión.
2) La combinatoria simple que hemos obtenido comporta ocho
posiciones de aceptación y otras ocho de rechazo.
O b s e r v a c ió n : E s e v id e n te q u e e l r e c h a z o d e b e c o n s id e r a r s e ig u a l­
m e n te com o una fo r m a de c o n tr a to : no d e t ie n e el d e s a r r o llo d el
p r o g r a m a d e m o d a liz a c ió n d e l s u j e t o , p e r o lo d e s v ía e n o t r a d ir e c c ió n .

Apesar del carácter muy aproxim adlo de las denominaciones


— y denominando, esta vez, sólo los ejes de las modalidades em­
parejadas— , podemos hacernos una idea de la distribución de los
roles actanciales del sujeto consintiente:
y del sujeto rechazante:
resistencia activa abulia activa

abulia pasiva resistencia pasiva.

3) Vemos que una tipología tal de los sujetos conminados a


confrontar sus deberes y sus quereres depende a la vez de una se­
miótica deóntica y de una semiótica buléstica, pero que al mismo
llempo puede ayudar a esclarecer ciertos aspectos de la tipología
tic las culturas y, más concretamente, la descripción de las «actitu­
des» del individuo con respecto a la sociedad. Vemos, por ejemplo,
•iue el contexto cultural europeo valora como «creadores», los roles
m lanciales de «voluntad activa» y de «resistencia activa».
4) Las confrontaciones modales no prejuzgan en absoluto el
desarrollo sintagmático de las modalizaciones ni su ordenamiento
en series. Así, según la prioridad sintagmática concedida a una u
otra de las estructuras modales, pueden preverse dos tipos de
contrato:

contrato injuntivo = /deber-hacer/ -» /querer-hacer/


contrato permisivo = /querer-hacer/ —►/deber-hacer/
O b s e r v a c i ó n : Téngase en cuenta, sin embargo, que el contrato
permisivo es facultativo: no está presupuesto por el establecimiento
de la modalización volitiva.

3 .3 . S is t e m a s de reglas y a p t it u d e s de los s u je t o s

Un último ejemplo pretende proponer un modelo de representa­


ción del funcionamiento de los códigos sociales, es decir, de los
linternas de reglas más o menos obligatorias, implícitas o explícitas,
■ enfrontados con dispositivos comparables correspondientes a las
diferentes articulaciones de la competencia de los sujetos a los que
se aplican. Se tratará aquí de la confrontación de las modalidades
de /deber-hacer/ y de /saber-hacer/, pero la yuxtaposición de. la
primera con el /poder-hacer/ sería quizá igualmente sugestiva.

CO N FRO N TA CIÓ N DE /D E B E R -H A C E R / Y DE /SA B E R -H A C E R /

I. Compatibilidades.
1) Com plem entariedades.
deber-hacer deber no hacer

{ saber-hacer saber no hacer

no deber
no hacer no deber hacer

no saber no saber hacer


no hacer

2) C onform idades.

deber-hacer deber no hacer

no saber no saber hacer


no hacer

no deber
no hacer no deber hacer

saber-hacer saber no hacer

II. Incompatibilidades.

1) Contrariedades.

| deber-hacer deber no h a c e r ,
no saber-hacer no saber
no hacer

no deber
no hacer no deber hacer

saber no hacer saber-hacer


2) Contradicciones.

( deber-hacer deber no hacei

saber no hacer saber-hacer

no deber no hacer no deber hacer

( no saber hacer no saber


no hacer

O b s e r v a c io n e s :

1) la confrontación de estos dos tipos de modalidades permite


dar la representación de la aplicación de los códigos sociales de ca­
rácter normativo tales como:
— reglas de gramática
— reglas de jurisprudencia
— reglas sobre las costumbres (códigos de cortesía, de usos
sociales), etc.,

a los sujetos dotados de /saber-hacer/, es decir, de una especie de


«inteligencia sintagmática» que puede quedar tipologizada como un
dispositivo de aptitudes e ineptitudes. Teniendo en cuenta la diversi­
dad de isotopías semánticas sobre las que pueden efectuarse tales
aplicaciones, sería poco prudente en esta fase tratar de encontrar,
para cada emparejamiento, una denominación apropiada (los «exce­
sos de celo» según el código de cortesía corresponderán, por ejem­
plo, a las «hipercorrecciones» en gramática).
2) La confrontación puede concebirse de dos maneras diferen­
tes: a nivel de la competencia, determina los modos de acciones even­
tuales y puede dar lugar al establecimiento de una tipología de roles
sociales; captada después de cumplirse las performances, sirve para
constituir una red dentro de la cual podrá ejercerse la sanción (exá­
menes, rituales de iniciación; calificación y reconocimiento de los
sujetos, etc.), que es una forma de veridicción referente a la compe­
tencia de los sujetos.
4. A M O DO DE C O N C L U SIÓ N

La necesidad, sentida desde hace mucho tiempo, de introducir


y analizar el componente modal de una futura gramática discursiva
está en el origen de este texto y de las reflexiones que en él se
han inscrito. Lo que, en un principio, no era sino el deseo de seña­
lar la existencia de un lugar de interrogaciones y de un campo teóri­
co sin cultivar ha dado lugar a algunos desarrollos más avanzados,
a ciertas formulaciones provisionales, sin que el inmenso campo
de intervenciones modales — pensando en primer lugar en las mo­
dalizaciones epistémicas— quede, sin embargo, explorado.
DE L A M O D A L IZ A C IÓ N D EL SER 1

1. T A X O N O M ÍA S Y A X IO LO G ÍA S

Todo semantismo («noción», «campo», «concepto», «lugar»,


«territorio», etc.) es susceptible de articularse, cuando es entendido
fiomo una relación y planteado como un eje semántico, en una cate­
goría semántica, representable con ayuda del cuadro semiótico.
Una categoría semántica puede ser axiologizada por la proyec­
ción, en el cuadro que lo articula, de la categoría tímica cuyos tér­
minos contrarios son denominados /euforia/ vs /disforia/. Se trata
dr una categoría «primitiva», también llamada propioceptiva, con
tuya ayuda se trata de formular, muy someramente, el modo en
que todo ser vivo, inscrito en un medio, «se siente» a sí mismo
y reacciona ante su entorno, un ser vivo considerado como «siste­
ma de atracciones y de repulsiones». La categoría tímica puede así
homologarse, en cierta medida, con el término /animado/ de la
tiiU'goría /animado/ vs /inanimado/ generalmente admitida en
lingüística.
Se dirá que el cuadro y la categoría que éste representa taxonó­
micamente están axiologizados, y los términos que los constituyen
►reconocidos e interdefinidos— pueden ser llamados valores axio-

) 1 F.ste texto apareció, en prepublicación, en el Bulletin del Grupo de Investiga-


¡É@nes Sem iolingüísticas (EH ESS-C N R S).
lógicos (y no ya sólo descriptivos — o lingüísticos— en el sentido
saussureano de «valor») y, a este nivel abstracto, tendrán el status
de valores virtuales. Se dirá, pues, que la aplicación de lo «tímico»
sobre lo «descriptivo» transforma las taxonomías en axiologías.

O b s e r v a c i ó n : Se han introducido, inadvertidamente, lamentables


homonimias en la designación de los términos que definen diferentes
modos de existencia semiótica: /virtualidad/ - /a ctua lid ad / - /reali
dad/. Por un lado, para distinguir los diferentes niveles de profundi
dad de las estructuras sem ióticas en general, se dice que las estructu
ras profundas son virtuales; las estructuras semio-narrativas, actuali
zadas; y las estructuras discursivas, realizantes. Por otro lado, parn
designar las diferentes fases de la modalización del sujeto d e hacer
(de la adquisición de su competencia modal), las modalidades se di
viden en visualizan tes (querer- y deber-hacer), actualizantes (poder
y saber-hacer) y realizantes (hacer-ser). Las situaciones de confusión
son, sin embargo, relativamente raras.

2. PRO BLEM AS DE C O NVERSIÓ N

Recordaremos que, con el nombre de conversión, se designa el


conjunto de los procedimientos que explican el paso ( = de la trans
cripción) de una unidad semiótica situada a nivel profundo a una
unidad de la estructura de superficie, siendo esta nueva unidad con
siderada a la vez como homotópica y como heteromorfa con res
pecto a la antigua, es decir, como encuadrando el mismo contenido
tópico y comportando más articulaciones significantes, sintácticas
y/o propiamente semánticas.
La conversión de los valores axiologizados de que nos ocupa
mos en este momento consiste:
a) en el mantenimiento de su status de valores axiológicos, y
b) en su actualización que se efectúa al ser los valores adopta
dos por los sujetos, o, dicho de otro modo, al establecerse una
relación de cierto tipo entre los valores y los sujetos.
Por el hecho de que, a nivel profundo, el valor axiológico se
defina como comportando dos elementos — un término sémico so-
bredeterminado por un término tímico— , habrá que enfocar por
'¡(-parado dos aspectos de este procedimiento de conversión.
a) De los valores considerados, desde el punto de vista semán­
tico, como términos asémicos susceptibles de ser seleccionados den-
tro del cuadro, se dice que son convertidos cuando se encuentran
Vertidos en entidades sintácticas llamados objetos, definidos por la
i dación de función que mantienen con los sujetos. Los valores se
representan entonces como inscritos en los enunciados de estado.
b) La conversión de los valores considerados en su aspecto tí­
mico plantea un problema nuevo, de carácter muy general.

3. ESPA C IO TÍM ICO Y ESP A C IO M O D A L

Tal conversión necesita la postulación de una hipótesis general


que podemos formular como sigue: E l espacio significante que, a
nivel de las estructuras profundas, se articula con ayuda de la cate­
goría tímica ha de ser considerada como homotópica y como hete­
romorfa con respecto a la totalidad de las articulaciones modales
que, a nivel de las estructuras semióticas de superficie, rigen las
t elaciones entre los sujetos y los objetos. Dicho de otro modo — pues
ninviene que este postulado epistemológico sea explicitado— , el es­
pacio tímico que, a nivel de las estructuras abstractas, se supone
¡rpresenta las manifestaciones elementales del ser viviente en rela­
ción con su entorno (cf. /animado/), encuentra correspondencia,
g nivel más superficial, antropomorfo, del recorrido generativo, en
fl espacio modal que, al mismo tiempo que cubre el mismo lugar
tópico, se presenta como una excrecencia y una sobrearticulación
dH primero (y puede ser relacionado con el término /humano/).
Diremos, pues, que la conversión de los valores — junto a la
adopción de un término sémico, seleccionado dentro del cuadro se-
miótico e inscrito en el objeto considerado como valor— comporta
igualmente la selección de un término túnico, llamado a verterse
en la relación que liga el sujeto al objeto. La relación entre el sujeto
y el objeto, que define al sujeto como existente semióticamente,
se ve así dotada de un «excedente de sentido», y el ser del sujeto
se ve modalizado de un modo particular.
La modalización se presenta entonces como el resultado de una
serie de sub-articulaciones significantes de la masa tímica amorfa:
constituida primero como categoría tímica a nivel profundo, se di
ferencia una vez más en categorías modales a nivel antropomorfo,
Las configuraciones modales, obtenidas así por categorizaciones su­
cesivas, deben ser consideradas como universales y construidas a
la vez. Están construidas porque — a pesar de las evidencias intuiti
vas, siempre discutibles, y de los análisis inductivos de sus lexicali
zaciones en las lenguas naturales, nunca convincentes— sólo los cri
terios sintácticos de la gramática semionarrativa pueden ser base
para su discriminación y su interdefinición.
Así, sólo desde una perspectiva hipotético-deductiva podemos
decir que a la categoría tímica corresponden, a un nivel más super
ficial, cuatro categorías modales, y que un término tímico come
/euforia/, por ejemplo, puede convertirse, teniendo en cuenta la
posición sintagmática de la estructura sintáctica dentro de la cual
será vertido, en cuatro términos modales distintos: /querer/, /de*
ber/, /poder/ y /saber/.

O b s e r v a c i ó n : N o será extraño encontrar, a nivel de las estructii


ras antropomorfas (estructuras semio-narrativas de superficie), orga­
nizaciones taxonómicas que sirvan de punto de partida para las cons
trucciones sintácticas: ahí es donde deben definirse no sólo las reía
ciones entre los sujetos y los objetos, sino también las estructuras
actanciales (la fragmentación de los protoactantes en actantes, nc
gactantes, etc.), sin hablar de las categorías modales, que permiten
establecer la tipología de los sujetos y de los objetos.
4. C O M PE T E N C IA M O D A L Y E X IST E N C IA M O DAL

Teniendo en cuenta:
a) que las relaciones, desde el punto de vista estructural, se
consideran primeras con respecto a los términos que no son sino
I «lis resultantes, reconocibles como puntos de intersección con otras
relaciones,
b) que las relaciones, desde el punto de vista sintáctico, son
constitutivas de los enunciados elementales (enunciados de hacer
fy enunciados de estado),
c) que las modalizaciones de estos enunciados se refieren a las
relaciones constitutivas de los enunciados (llamadas funciones), con­
viene distinguir en primer lugar, según la naturaleza de la relación
que modifiquen, dos tipos de modalizaciones, y, al mismo tiempo,
dos clases de modalidades: las modalidades de hacer que rigen las
relaciones intencionales, y las modalidades de estado que rigen las
relaciones existenciales.

O b s e r v a c i ó n : Vemos que las modalizaciones son anteriores a las


operaciones sintácticas que se supone describen los enunciados: para
«hacer», primero hay que «poder hacer»; las operaciones de aser­
ción y de negación presuponen el querer y el poder de afirmar o
negar; igualmente el objeto de valor es «querido» independientemente
de las operaciones de conjunción y de disjunción, y anteriormente
a ellas.

Por otro lado, la observación del modo en que se vierten y se


distribuyen las cargas semánticas dentro de los enunciados canóni-
■os (por ejemplo: «la costurera trabaja», «la mujer joven cose»,
«fila hace costura», etc.) permite al semiótico que construye su me-
talenguaje formular esta «carga semántica» suplementaria como pro­
cedente de uno u otro de los elementos constitutivos del enunciado.
Así, de esta modalización puede decirse que se refiere, bien a la
propia relación-función, bien al sujeto, o al objeto.
Diremos, por consiguiente, que las modalizaciones del hacer han
de interpretarse como modificaciones del status del sujeto de hacer
y que las modalidades que le afectan constituyen su competencia
modal. De la misma manera, las modalizaciones del ser serán consi­
deradas como modificaciones del status del objeto de valor, las mo­
dalidades que afectan al objeto (o más bien al valor que se encuen­
tra vertido en él) serán llamadas constitutivas de la existencia moda!
del sujeto de estado.

O b s e r v a c ió n : Es e v id e n te q u e e s ta s d is t in c io n e s n o s e h a c e n ú n i­
c a m e n t e p a r a f a c ilit a r la f o r m u la c ió n m e t a l in g ü í s t i c a d e la s m o d a l i ­
d a d e s y q u e c o r r e s p o n d e n t a n t o a la a p r e h e n s ió n i n t u it iv a d e f e n ó ­
m e n o s m o d a le s c o m o a la e x p e r ie n c ia e x t r a í d a d e la p r á c t i c a d e lo s
tex to s. El su je to de h a cer se p r e se n ta com o un a g en te, com o un
e le m e n t o a c t iv o , a c u m u la n d o e n s í t o d a s la s p o t e n c ia lid a d e s d e l h a ­
ce r; e l s u j e t o d e e s t a d o , p o r e l c o n t r a r io , a p a r e c e c o m o u n p a c ie n t e ,
y r e c o g e , p a s iv o , t o d a s la s e x c it a c io n e s d e l m u n d o , in s c r ita s e n los
o b je to s que le r o d e a n .

Por tanto, es posible evidenciar la diferencia que separa la se­


miótica modal de las lógicas modales: mientras que la semiótica
se dedica a determinar y a confirmar la competencia modal de los
sujetos (de hacer) y la existencia modal de los objetos de valor (que
definen los sujetos de estado), la lógica, considerando las modaliza­
ciones como algo que se refiere exclusivamente a las proposiciones
(es decir, a las relaciones que las constituyen), sólo se interesa por
ellas en la medida en que modifican estas relaciones proposiciona
les. Un ejemplo permitirá ver las consecuencias que pueden extraer
se de este doble tratamiento:
D E B E R-H A CE R DEBER-SER

lógica sem iótica lógica sem iótica


«ob ligación » «prescripción» «necesario» «indispensable»

Mientras que en la lógica alética, la relación entre el sujeto y


el objeto (o más bien el predicado) es la que se define como «nece
saria», en semiótica el /deber-ser/ se interpreta como refiriéndose
il objeto de valor y especificándolo como «indispensable» para el
sujeto de estado. Igualmente, en la lógica deóntica, la «obligación»
puede interpretarse como la relación entre dos sujetos (o dos ins­
tancias actanciales), cuando la «prescripción» semiótica es un /deber-
liacer/ «sentido» por el sujeto y forma parte de su competencia
modal, mientras que el destinador, fuente de esta «prescripción»,
nc caracteriza, por su parte, por un /hacer/ factitivo.
Vemos que los dos enfoques, por muy diferentes que sean, son
Igualmente legítimos: claramente distintos mientras se trate de enun­
ciados de estado, corren el riesgo de confundirse en el tratamiento
modal de los enunciados de hacer, aunque la gestión semiótica pa-
iczca, a primera vista, más «sofisticada».

5. EST R U C TU R A S M O D A L ES Y SUS D E N O M IN A C IO N E S

Mientras que las modalidades de hacer ya han sido sometidas


¡mtes a un examen más atento (ver el capítulo anterior), las modali-
/¡iciones de los enunciados de estado han quedado un poco de lado,
siendo su tratamiento parcialmente confundido con el practicado
rn la lógica, que sólo se interesa por los enunciados desembraga­
dos, «objetivados». La necesidad de distinguir los problemas relati­
vos a las modalidades, situados a nivel narrativo, de los de desem­
brague, propios del nivel discursivo, pero también la aparición de
una nueva problemática, la de las pasiones, nos ha obligado a re­
plantear ciertas formulaciones demasiado rígidas, a concretar más,
también, las fronteras entre disciplinas vecinas. Las interrogaciones
sobre la posibilidad de describir las «pasiones» parecen dirigir ac­
tualmente las investigaciones semióticas hacia la constitución de una
especie de psico-semiótica, mientras que parece difícil que los lógi-
rbs se aventuren en este sentido por su propia voluntad.
Es fácil tomar las cuatro modalidades susceptibles de modificar
los enunciados de estado y constituir, proyectándolos en el cuadro

Mt I SENTIDO II. — 8
semiótico, las cuatro categorías modales que pueden servir de red
taxonómica para una sintaxis modal. Sin embargo, es su denomina­
ción, aunque arbitraria por definición, la que plantea dificultades.
Las denominaciones comportan, se quiera o no, una parte de inter­
pretación: bien «motivadas», facilitan su uso en las lenguas natura­
les, uso al que ningún metalenguaje puede escapar. La fabricación
terminológica solitaria a la que se dedican ciertos investigadores ra­
ra vez resulta eficaz: así, aun permitiéndonos sugerir, a título indi­
cativo, algunas posibles denominaciones, preferiríamos, si surgiera
la necesidad, confiar la tarea a un «comité terminológico» que pu­
diera apreciar su empleo en la práctica de análisis textuales.

deseable nocivo

no querer no ser no querer ser

indispensable irrealizable
deber ser deber no ser

realizable
no deber no ser
X fortuito
no deber ser

posible evitable

X
poder ser poder no ser

inevitable imposible
no poder no ser no poder ser

verdadero ilusorio

X
saber ser saber no ser

no saber no ser no saber ser


O b s e r v a c io n e s so bre la d e n o m i n a c ió n :

1) Al incidir la modalización sobre el objeto de valor, nos gus­


taría, por decirlo de un modo natural, interpretar el /querer-ser/
como el «ser querido» del objeto. Desgraciadamente, la lengua no
siempre se presta a estas «transformaciones pasivas»: el /deber-ser/
no es un «ser debido», etc.
2) Los adjetivos dotados de los sufijos -able, -ible, por el hecho
de servir para calificar los objetos «modalizados» en relación con
los sujetos, parecen, por el contrario, convenir a las operaciones
terminológicas.
3) Las denominaciones elegidas deben ser diferentes de las utili­
zadas en la lógica.

La interpretación de las estructuras modales que se efectúa así


gracias a las lexicalizaciones denominativas, por muy imperfecta que
lea, no por eso deja de permitir reencontrar, a grandes rasgos, el
mismo dispositivo de sus interrélaciones que hemos encontrado a
niíz del examen de las modalizaciones del hacer:
a) Así, las modalidades de /querer-/ y de /deber-ser/, llama­
das visualizantes, parecen más «subjetivas», más cercanas al suje­
to, en comparación con las modalidades de /poder-/ y de /saber-
sn1/, llamadas actualizantes, más «objetivas», que determinan más
el status del objeto de valor.
b) Igualmente, la distinción entre las modalidades endógenas
( querer/ y /poder/) y exógenas (/deber/ y /saber/), propuesta pri-
Hino por M. Rengstorf 2 para las modalizaciones del hacer, parece
iquí operatoria, en la medida en que opone los deseos del hombre
a sus necesidades, las posibilidades de su realización a las resisten-
tías propias de los objetos.

«P ara una cuarta modalidad narrativa», ari. cit.


6. V A L O R ES M O D A L IZ A D O S

Vemos, tras este reexamen, que lo que nos hemos acostumbrado


a llamar valor, partiendo de objetos de valor, es en realidad una
estructura modal:
V = me (s)

donde «s» designa una magnitud sémica cualquiera, seleccionada


a raíz de la conversión, y «me» una estructura modal cuyo primer
término «m» designa una de las modalidades seleccionadas, y «e»
la relación existencial modificada por la modalización.

O b s e r v a c i ó n : Quizá convendría, distinguir en la escritura, una


«v» minúscula, que sirviera de símbolo de la magnitud axiológica,
de una V mayúscula, que designara el valor ya modalizado.

Tal valor modalizado, una vez inscrito en el objeto, actante a


su vez del enunciado de estado, se encuentra entonces sometido
a las operaciones de junción (conjunción y disjunción) efectuadas
por el sujeto de hacer (situado en sincretismo dentro de un mismo
actor, o representados por un actor autónomo y distinto). Así, poi
ejemplo, un objeto de valor /deseable/ puede estar, bien conjunto,
bien disjunto del sujeto de estado. Puede decirse, en este sentido,
que un sujeto (de estado) posee una existencia modal susceptible
de ser perturbada en cualquier momento, sometida a las transfoi
maciones efectuadas, bien por él mismo como actor (sujeto de ha
cer), bien por otros actores (sujetos de hacer) de la misma
escenografía.

7. C O N C L U SIO N ES PR O V ISIO N A LES

En esta fase de nuestro estudio, es demasiado temprano paia


tratar de extraer todas las consecuencias de la puesta a punto qm
acabamos de realizar estableciendo una especie de equilibrio entre
las modalizaciones del hacer y las modalizaciones del ser, entre la
competencia modal y la existencia modal. Las observaciones que
podemos añadir sólo tratan, por consiguiente, de mostrar la impor­
tancia de las posturas que se encuentran así manifestadas.
1) El hecho de que las modalizaciones del ser puedan referirse
a magnitudes sémicas cualesquiera (s) puede significar dos cosas:
bien que el valor vertido es una variable de la estructura modal
(ornada como invariante, bien.que esta estructura modal ha de con­
siderarse como una disposición permanente independientemente de
lodo vertimiento semántico. Así, por ejemplo, el lexema amor de­
signaría el efecto de sentido de un dispositivo modal como tal, mien-
!ras que avaricia comportaría, además, el vertimiento semántico «di­
nero» (sin hablar de otras restricciones que la especifiquen).
2) El hecho de que la magnitud sémica vertida parezca estar
dotada de antemano, «natural» o «socialmente», de una connota-
t lón tímica propia no impide que su modalización se revele como
positiva o negativa. Así, por ejemplo, el término sémico /vida/ puede
i modalizado como /deseable/ o /no deseable/, pero lo mismo
puede ocurrirle a su contrario /muerte/. El mismo fenómeno se
pbserva en el tratamiento de la categoría /naturaleza/ vs /cultura/
u en la valorización actualizante de la axiología figurativa elemental
luego - agua - aire - tierra/ (cf. Maupassant). Vemos que la estruc­
tura modal del sujeto de estado recategoriza los sistemas de valores
*1uc toma a su cargo.
3) El hecho de hablar de valores vertidos como de magnitudes
i iialesquiera permite cubrir con una misma etiqueta los valores des-
ulptivos (valores semánticos stricto sensu) y los valores modales,
tú evidente que las modalizaciones del ser pueden referirse a las
dos clases de valores, que los valores modales tales como el /saber/
h e| /poder/, por ejemplo, pueden estar sobremodalizados a su vez
Buino /deseables/, /indispensables/, /posibles/ o /verdaderos/.
4) Vemos, por otra parte, que un valor cualquiera, vertido en
ii objeto, puede estar modalmente sobredeterminado, bien simultá­
nea, bien sucesivamente, por varias modalidades a la vez. Lo que
hemos dicho de las confrontaciones modales a propósito de las mo­
dalizaciones del hacer se aplica aquí igualmente: en el primer caso,
el de la concomitancia, se trata del cálculo de compatibilidades mo
dales (un objeto de valor puede ser considerado por el sujeto como
/deseable/ e /imposible/ a la vez); en el segundo caso, el de su
sucesión, es la historia modal del sujeto — o al menos de los este
reotipos sintagmáticos modales que contiene— lo que se trata de
describir (no olvidando, sin embargo, que la historia se sitúa yu
en el plano discursivo).
5) la última observación se refiere a la comprobación, cotidia
na en resumidas cuentas, de que un sujeto puede encontrarse en
relación modal no ya con un solo objeto de valor, sino con vario,',
objetos a la vez, de que su existencia modal da lugar a conflictos 1
de valores, a interrogantes sobre el conocimiento y la confian/a
en el valor comparativo de los valores desiguales y sufre tensiones
de desigual importancia, es posible hablar de sujetos neutros, d<
estados indiferentes, de competencia nula. Diremos más bien qui­
los sujetos de estado son por definición sujetos inquietos, y los su
jetos de hacer, sujetos veleidosos. Por tanto, por poco que quera
mos hablar del sentido dentro de este tumulto modal, estableen
encadenamientos sensatos de acciones y de pasiones de un sujeto,
nos vemos obligados a plantear el problema de las isotopías moda
les dominantes y de su discursivización.
EL C O N T R A T O DE VE R ID ICCIÓ N 1
A Paul Ricceur

1. LO VEROSÍM IL Y LO VERÍDICO

Lo verosímil parece poder definirse a primera vista como una


referencia evaluante que el discurso proyecta fuera de sí mismo y
que enfoca una cierta realidad o, más bien, una cierta concepción
di- la realidad. La utilización de este término se sitúa, por consi­
guiente, en un contexto social, caracterizado por una cierta actitud
con respecto al lenguaje y de su relación con la realidad extralin-
aiiística. Esto equivale a decir que el concepto de verosímil está
necesariamente sometido a un cierto relativismo cultural, que, geo­
gráfica e históricamente corresponde a tal o cual área cultural que
posible circunscribir. Semióticamente, depende del conocido fe­
nómeno de la categorización del universo de los discursos que se
flectúa gracias a lexicalizaciones clasificatorias cuyas «teorías de
los géneros» variables de una cultura a otra, de una época a otra,
ofrecen el mejor ejemplo.
Más aún: un mismo contexto cultural no sólo admite la existen-
i ia de los discursos no verosímiles — esto es normal y procede de
Ih lógica natural implícita— y de los discursos que no son ni verosí­
miles ni inverosímiles — de los discursos científicos, por ejemplo— ,
pero considera que el juicio sobre el carácter verosímil del discurso
fiólo puede ser convenientemente formulado por la clase de los adul­

1 Este ensayo apareció en Man and World, 13, 3-4, 1980.


tos y, por este hecho, presupone un cierto grado de desarrollo de
la inteligencia. En efecto, los psicólogos nos dicen que los niños,
hasta cierta edad, al ver la televisión, no llegan a distinguir los per
sonajes que existen «realmente» de los seres imaginarios; las accio
nes y las historias «reales», de las puras fantasías. De aquí emana
un campo particular de investigaciones: se trata de ver cómo, a
partir de estas confusiones, se realiza la adquisición progresiva de
la «realidad», es decir, de la visión conforme al «sentido común».
Así, el concepto de verosimilitud no sólo es el producto cultural
de una determinada sociedad, su elaboración exige un largo apren
dizaje que da acceso a una «realidad» del mundo, basada en una
cierta racionalidad adulta.
En un contexto cultural determinado, el criterio de verosimilitud
sólo se aplica, por otra parte, a una cierta clase de discurso cuyas
fronteras son bastante difíciles de tratar. Así,
a) este criterio no es aplicable a los discursos abstractos (dis­
cursos filosóficos, económicos, etc.), sino sólo a los discursos figu
rativos;
b) tampoco se aplica a los discursos normativos (jurídicos, es
téticos, etc.), sino sólo a los discursos descriptivos;
c) su aplicación no sólo se limita a los discursos literarios (con
siderados como obras de ficción), sino a todo discurso narrativo
(«¡qué historia tan increíble!» se escucha a menudo en la conversa
ción cotidiana).

Lo verosímil que, a primera vista, parece complementario de


la idea de «ficción», no depende, por tanto, de la teoría literaria,
sino de una tipología general de los discursos, y aparece como una
noción que se refiere a una «filosofía del lenguaje» implícita, histó
ricamente anclada.
Teniendo en cuenta estas limitaciones, es como parecen pertinen
tes los análisis de G. Genette, surgidas, en su origen, de las consido
raciones sobre la «querella del Cid»: es normal que fuera el siglo
x v i i el que estableciera la relación entre el discurso que cuenta enea
ilenamientos de acontecimientos y el mundo del sentido común, na­
tural y social, que se suponía poseía una racionalidad subyacente.
Es necesario un esfuerzo de extrañamiento para volver a situar
el problema en un marco más amplio. Es suficiente, dejando de
lado la actitud excesivamente europeocentrista, arrojar una mirada
sobre las producciones discursivas africanas para darse cuenta de
i|iie, en gran número de sociedades, los discursos etnoliterarios en
lugar de evaluarse en función de lo verosímil, lo son en función
<lc su veracidad, que los relatos orales se clasifican, por ejemplo,
ni «historias verdaderas» e «historias para reír», siendo las histo-
lí.is verdaderas, evidentemente, mitos y leyendas, mientras que las
historias para reír sólo relatan simples acontecimientos cotidianos.
I o verosímil europeo corresponde, como puede verse, a lo risible
filricano, y Dios sabe quién tiene razón en esta disputa que es más
que una disputa de palabras.
Cambiando de contexto cultural, nos vemos llevados a cambiar
Igualmente de problemática: mientras que la noción de verosimili-
iiid está íntimamente ligada a la concepción del discurso como re­
presentación de otra cosa, el hecho de que un discurso pueda califi­
carse de «verdadero» como tal no deja de plantear la cuestión de
0u status propio y de las condiciones de la producción y el consumo
pe los discursos verdaderos.
Una vez que el lugar de la reflexión sobre la veridicción está
iilifUalado dentro del propio discurso, pueden surgir preguntas inge­
nuas para poblarlo: ¿En qué condiciones decimos la verdad? ¿C ó­
mo mentimos? ¿Cómo hacemos para esconder los secretos? A esta
■trie de preguntas que planteamos al productor del discurso corres-
jn mden otras preguntas que conciernen a su receptor: ¿En qué con-
fjúiones aceptamos como verdaderos los discursos de los demás?
«Cóm o desciframos en ellos las mentiras y las imposturas? ¿Cuán­
do los asumimos como portadores de verdades profundas, presin­
tiendo «las cosas que se esconden tras las cosas»? El problema de
verosímil se integra, pues, también, en esta interrogación sobre
|k veracidad de los discursos: ¿Cómo procede el enunciador para
que su discurso parezca verdadero? ¿Según qué criterios y qué pro
cedimientos juzgamos los discursos de los demás como verosímiles?
La primera enseñanza a extraer de este enfoque ingenuo: el dis
curso es ese lugar frágil donde se inscriben y se leen la verdad y
la falsedad, la mentira y el secreto; estos modos de veridicción re
sultán de la doble contribución del enunciador y del enunciatario,
sus diferentes posiciones no se fijan sino en forma de un equilibrio
más o menos estable procedente de un acuerdo implícito entre los
dos actantes de la estructura de la comunicación. Este acuerdo táci
to es lo que se designa con el nombre de contrato de veridicción.

'-
2. EL CONTRATO SOCIAL

Pasando de las preguntas sobre los discursos individuales a las


consideraciones sobre los discursos sociales, nos vemos obligados
a evocar el problema de las variaciones de evaluación de los textos
planteados por Y. Lotman: el hecho de que ciertos textos, recibidor
como religiosos (es decir, como verdaderos) en la Edad Media, sean
leídos como literarios (es decir, como productos de ficción) algunos
siglos más tarde se explica, dicen, por ciertas variaciones históricas
de los contextos socioculturales en que se encuentran sucesivamente
inscritos. Una interpretación así supone que un texto, tomado en
sí, es un invariante susceptible de múltiples lecturas debidas a los
cambios extratextuales situados en la instancia del enunciatario. Ciei»
tas experiencias recientes — concretamente, la efectuada en Burdeos
bajo la dirección de Robert Escarpit— muestran, sin embargo, qur
el número de isotopías de lectura de un mismo y único- texto es
limitado: una fábula de La Fontaine, representada por un grupo
de actores siguiendo cinco interpretaciones diferentes, sólo es acep
tada en tres de sus versiones por un público debidamente encuesta
do, y las otras son juzgadas como «ilegibles» (siendo admisible,
por ejemplo, la interpretación inscrita en el universo brechtiano,
pero no lo es la que procede del universo sartriano).
Esta resistencia del texto a ciertas variaciones ideológicas con
textuales y no a otras sólo se explica si se acepta que el propio
texto posee sus propias marcas de isotopías de lectura (y, en el caso
<|ue nos preocupa, sus marcas de veridicción) que limitan sus posi­
bilidades. En otros términos, la interpretación de Lotman debe in­
tegrarse en la teoría de los lenguajes de connotación hjelmsleviana,
y el semiótico, en lugar de evacuar el problema que le turba descar­
gándose sobre el historiador, debe esforzarse en estudiarlo él mismo.
Sin embargo, decir, como hacen algunos, que los textos litera-
| rios se definen por el hecho de comportar la connotación «literarie-
ilad» nos parece adelantar mucho su solución, y el concepto de
connotación aparece a menudo como una etiqueta cómoda, aplica­
da a un saco repleto de preguntas embarazosas. Se olvida demasia­
do a menudo que una connotación no es un simple efecto de senti­
do secundario, sino que posee su estructura de signo y se integra,
por tanto, en un «lenguaje» connotativo: las marcas de veridicción
inscritas en el discurso enunciado han de considerarse como lo que
constituye el «significante connotativo» cuya articulación global
►-y no los elementos singulares reconocibles uno a uno— da cuenta
•leí «significado connotativo». El lenguaje de connotación es una
inetasemiótica oblicua: desviante con respecto a la semiótica a la
(pie connota, pero no por ella deja su organización de apoyarse
en los mismos postulados de base.
Nos vemos así llevados poco a poco a efectuar una inversión
de la problemática, situando nuestra interrogación en el marco de
Iti semiótica de las culturas. Es conocida la sugerencia de Lotman
según la cual las culturas se definirían esencialmente, a un cierto
nivel de generalidad, por la actitud que adoptan con respecto a
sus propios signos, interpretación que volvemos a encontrar en la
formulación del concepto de episteme, en Foucault. Así, la cultura
medieval consideraría los signos como metónimos de una totalidad
espiritual, y la cultura «racionalista» del siglo xvm , como copias
Conformes del mundo natural, mientras que el Islam clásico, por
ejemplo, admitiendo que una palabra puede significar una cosa y
su contraria, explicaría de esta manera la unicidad de la fuente
divina de todo sentido. Ahora bien, si, siguiendo a Hjelmslev, con
sideramos el signo como el resultado de la semiosis que conjunta
los dos planos de la expresión y del contenido y esto independiente
mente de sus dimensiones sintagmáticas, vemos que los discursos
de los que nos ocupamos no son sino signos complejos y que las
«actitudes» que las culturas adoptan con respecto a estos signos
son sus interpretaciones metasemióticas connotativas. La inversión
de la problemática consistirá pues en decir que no son los discursos
— religiosos o literarios— los que se definen por sus contextos cul
turales, sino que por el contrario, son los contextos culturales (es
decir, las culturas) los que se definen mediante interpretaciones con­
notativas de los discursos.
Siendo así, debería ser posible una tipología estructural de las
«actitudes» epistémicas o, mejor, de las interpretaciones connotati­
vas de los signos-discurso; permitiría explicar, según las necesida­
des, tanto las variaciones espacio-temporales de los contextos cultu­
rales, como las distribuciones taxonómicas de los discursos dentro
de una cultura determinada. Desgraciadamente, aún no existe una
tipología de este tipo. Sólo podemos sugerir algunos ejemplos, ilus­
trando los diferentes modos de existencia de los discursos verdaderos.
a) El primer ejemplo que nos viene a la mente se refiere a
lenguaje poético, caracterizado por el uso particular que hace de
su plano del significante. Sin hablar de las formas extremas, con-
densadas, del hecho poético y especialmente de la «fusión» del sig­
nificante y del significado que parece definirlos, bastará con evocar
el fenómeno de distorsión rítmica que se encuentra en icontextos
culturales muy alejados. Lo que choca, por ejemplo, al escuchar
la balada rumana, es la superposición, sobre la acentuación nor­
mal, de un segundo esquema rítmico que deforma y distorsiona
la prosodia de la lengua natural. Pues bien, el mismo fenómeno
aparece, según el testimonio de Germaine Dieterlen, en la pronun­
ciación de los textos sagrados dogon. Nos encontramos aquí ante
el desdoblamiento del significante destinado a señalar, como en una
procesión de máscaras africanas profiriendo gritos inhumanos y so­
brehumanos, la presencia de una segunda voz, distinta, que tras­
ciende la palabra cotidiana y asume el discurso de la verdad.
La explotación de la materialidad del significante para señalar
la verdad del significado sería así uno de los modos de la connota­
ción veridictoria.
b) Un procedimiento diametralmente opuesto y, sin embargo,
similar en su enfoque vuelve a aparecer en la utilización de las posi­
bilidades de maniobra del significado. Un ejemplo muy simple nos
viene proporcionado por el funcionamiento del lenguaje jurídico
estudiado no hace mucho por un pequeño equipo de investigadores.
Nos ha impresionado, en primer lugar, la manera subrepticia con
que este discurso consigue constituir un referente interno más o
menos implícito que lo hace aparecer como un discurso que estatu­
ye sobre las cosas, por la manera, también, que le permite, utilizan­
do el presente intemporal, hablar de las cosas que deben ser como
cosas que son.
Esta reificación del significado — fenómeno que sobrepasa am­
pliamente el marco del discurso jurídico— es otro modo mediante
el cual muestra su decir-verdad.
c) Junto a las posibilidades ofrecidas por el significante y el
significado tomados por separado, queda el inmenso campo de ma­
niobra situado a nivel de los propios signos y de la interpretación
metasemiótica de la naturaleza de los signos. Para tener un ejemplo
actual de este fenómeno, basta considerar, exagerándolas quizá un
poco, las dos actitudes respecto al lenguaje, características de los
contextos culturales de ambos lados del Atlántico y que constitu­
yen, más que diferencias del hacer científico propiamente dicho,
una de las principales dificultades de la comunicación en el plano
ile las teorías semióticas. Mientras que en Europa, y más concreta­
mente en Francia, el lenguaje es considerado comúnmente como
una pantalla engañosa destinada a ocultar una realidad y una ver­
dad subyacentes al mismo, como una manifestación de superficie
que deja transparentar las significaciones latentes más profundas,
en los Estados Unidos, por el contrario, se supone que el discurso
refleja las cosas y las expresa de manera inocente. A l lenguaje, pre­
texto para múltiples connotaciones, se opone el lenguaje que es pu­
ra denotación, y la búsqueda del sentido profundo de unos se iden­
tifica con el reconocimiento de las «anomalías» efectuadas por otros.

3. LA CRISIS DE LA VERIDICCIÓN

Una tipología de los discursos basada en los modos de veridic­


ción es posible siempre que sus marcas estén sólidamente inscritas
y garantizadas por el contrato social, propio de las culturas homo
géneas. Ya no ocurre lo mismo cuando, con la llegada de las socie­
dades industriales, la organización a la vez taxonómica y axiológica
del universo de los discursos estalla en un abanico de discursos so
ciales aparentemente heterogéneos, cada uno de ellos regido por
su propia retórica. La historia de la Torre de Babel se repite: la
multiplicidad de discursos que se interpenetran y se entremezclan,
cada uno dotado de su propia veridicción, portador de connotacio­
nes aterrorizantes o despreciativas, sólo puede engendrar una situa­
ción de alienación por el lenguaje que, en el mejor de los casos,
desemboca en una era de incredulidad.
Los avatares de la semiótica, disciplina joven y, sin embargo,
ya desengañada, presentan y reflejan, en forma de resumen, las
contradicciones de nuestra época. Comprobar que el lenguaje es
el lugar de su propia veridicción y, casi simultáneamente, darse cuen
ta de que el discurso es el lugar de un «parecer» engañoso no cons­
tituyen para aquélla una posición de partida particularmente con
fortable. Se las arregla, sin embargo, pensando poder construir un
metalenguaje que le servirá de instrumento de desmitificación de
los discursos sociales y de desmistificación de la palabra dominado
ra: su acción, durante algún tiempo, pareció lúcida, y su lucidez,
liberadora. Fue entonces cuando apareció una metasemiótica crítica
que, bajo el pretexto de que el discurso semiótico es, como los otros
discursos, un discurso ideológico, le negó su competencia veridicto-
ria. Tal semiótica crítica, sin embargo, es una semiótica en crisis;
ni no atribuir ninguna fe a los discursos del otro, no vemos cómo
podría afirmar la veracidad de sus propias palabras.
El rizo queda así rizado: no sólo no existen discursos verdade­
ros, sino que ni siquiera puede existir un discurso capaz de estatuir
sobre la falsedad de los discursos pretendidamente verdaderos. Los
dados están trucados: puesto que no hay un lenguaje de la verdad,
no puede haber lenguaje de la ficción; ya no hay discurso literario,
puesto que todo es literatura; sólo hay ya, retomando la excelente
fórmula africana, «discursos para reír».
Llegamos así a comprender mejor el «estado de las cosas» que
caracteriza nuestro contexto cultural actual: ya no se supone que
el sujeto de la enunciación trate de producir un discurso verdadero,
sino un discurso que produzca el efecto de sentido «verdad», y el
(ipo de comunicación sobre el que reposa la cohesión social se páre­
te extrañamente a la estructura de un género etnoliterario particu­
lar, comúnmente llamado «cuento de picaros». Es un relato con
dos personajes, el picaro y el tonto, con roles intercambiables: en
Un primer episodio, el picaro engaña a su amigo, en el segundo,
nc deja engañar, y así sucesivamente, sin que el cuento tenga ningu­
na razón para interrumpirse. Un mismo actor, astuto cuando se
trata de engañar al prójimo, resulta crédulo y desarmado frente
al discurso del otro: resumen de la condición del hombre, burlador
y burlado a la vez.

4. LA MANIPULACIÓN DISCURSIVA

Si la verdad no es más que un efecto de sentido, vemos que


su producción consiste en el ejercicio de un hacer particular, de
un hacer-parecer-verdad, es decir, en la construcción de un discurso
cuya función no es decir-verdad, sino parecer-verdad. Este parecei
ya no va dirigido, como en el caso de la verosimilitud, a la adecúa
ción con el referente, sino a la adhesión de la parte del destinatario
a quien va dirigido, y busca ser leído como verdadero por parle
de éste. La adhesión del destinatario, por su parte, sólo puede sei
adquirida si corresponde a su espera: es decir, que la construcción
del simulacro de verdad está fuertemente condicionada, no directa
mente por el universo axiológico del destinatario, sino por la repre
sentación que de éste se hace el destinador, maestro de obra de
toda esta manipulación, responsable del éxito o del fracaso de su
discurso.
El discurso de la verdad ya no funciona, pues, del antiguo mo
do en que la palabra «dada», el juramento «prestado» bastaba pa
ra garantizarlo. Dos tipos de manipulación discursiva han sustituí
do a esta inocencia atávica, dos formas discursivas rivales que, sin
embargo, persiguen la misma meta: la adhesión del destinatario,
la única susceptible de sancionar el contrato de veridicción.
El primer tipo de manipulación que procede de lo que podemos
llamar camuflaje subjetivante se encuentra bien ilustrado por el dis
curso lacaniano que, según confiesa el propio autor, debe cons
truirse de tal manera que, para ser aceptado como «verdadero»,
parezca «secreto». El discurso que sólo está ahí para sugerir la exis
tencia de un plano anagógico a descifrar, moderno avatar del «dis­
curso en parábolas» de Jesús, es una de las formas de la comunica
ción veridictoria asumida.
A esta comunicación hermético-hermenéutica se ppone el dis
curso científico — o pretendidamente tal— que, por su parte, proco
de del camuflaje objetivante: para ser aceptado como verdadero,
trata de parecer como si no fuera el discurso del sujeto, sino como
el puro enunciado de las relaciones necesarias entre las cosas, bo
rrando, en la medida de lo posible, todas las marcas de la enuncia
ción. Un enunciado de tipo la tierra es redonda presupone, como
sabemos, que .yo digo que..., yo sé que..., yo estoy seguro de que...,
la tierra es redonda. Esto no impide que todo este soporte enuncia
livo que sitúa el enunciado dentro del marco de una comunicación
en acto se vea ocultado dejando que, en ese caso, aparezca sólo
H impersonal es cierto que..., que se supone lo modaliza con toda
objetividad.
Si, en esta ocasión, podemos hablar de camuflajes subjetivante
y objetivante es porque, en el primer caso, el sujeto de la enuncia­
ción se anuncia como un yo (cuando sabemos que el yo instalado
rn el discurso no es verdaderamente el yo enunciador), garante de
la verdad, mientras que la comunicación de ésta le exige la cons­
trucción de una «máquina de producir el efecto de lo verdadero»;
lambién es porque, en el segundo caso, el sujeto de la enunciación
le ve, o bien eliminado por construcciones impersonales, o bien
.socializado por la instalación de los se y de los nosotros. En el
primer caso, estamos en presencia de un sujeto anunciado pero «fal­
so» y de un saber oculto, pero «verdadero». En el segundo caso,
el saber se anuncia como «verdadero», y el sujeto oculto, como
«falso». Dos procedimientos diferentes, incluso contradictorios, pe­
to procedimientos al fin y al cabo, destinados a producir lo verídico.
Se entiende entonces por qué, en la epistemología de nuestros
•lías, el concepto de verdad se sustituye, cada vez más, por el de
eficacia.

5. LA VERDAD Y LA CERTIDUMBRE

Si, al hablar de la veridicción, empleamos el término de contra-


to, no es en algún sentido metafórico, sino porque la comunicación
de la verdad descansa en la estructura de intercambio que le sirve
de base. En efecto, el intercambio más elemental de dos objetos
de valor — una aguja por un carro de heno, por ejemplo— , presu­
pone el conocimiento del mérito de los valores intercambiados, el
«conocimiento del valor» no siendo sino el saber-verdadero sobre
los valores-objeto. Por tanto, el regateo que precede, recubre y con­
diciona la operación gestual del intercambio se presenta como un
|lKi SENTIDO II. — 9
hacer cognitivo recíproco, es decir, como un hacer persuasivo que
tiene frente a sí un hacer interpretativo igualmente exigente, y a
la inversa. Sin embargo, estos dos discursos cognitivos, que maní
pulan de manera diferente, mediante un saber-hacer apropiado, el
saber sobre los valores, no constituyen sino los preliminares del
intercambio que, por su parte, sólo se realiza tras la conclusión
del contrato. Ahora bien, ese contrato, aunque se apoye en los re­
sultados del hacer cognitivo, no es en sí de naturaleza cognitiva,
sino fiduciaria. Como la circulación de la moneda en nuestras ma-
crosociedades, como la circulación de la «palabra» en los clubs de
discursos psicoanalíticos, la verdad es objeto de comunicación y
necesita la sanción fiduciaria.
En la era de la manipulación en que vivimos, la distancia entre
la verdad y la certidumbre, entre el saber y el creer, es particular­
mente visible. El esfuerzo crítico que, con más o menos éxito, ha
tratado de desmantelar y poner al día los procedimientos que per
miten la construcción de un decir-verdad tachando de ideológicos
los fundamentos del discurso científico, ha tenido como corolario
el florecimiento de los discursos utópicos basados en el creer en
estado casi puro. La sociedad de incredulidad se deja sumergir por
olas de credulidad, se deja atrapar por los discursos políticos, di­
dácticos, publicitarios, y el saber adquirido en las trampas del saber
es un antídoto absolutamente ineficaz. El grito de dolor credo quia
absurdum que nos llega del fondo de la Edad Media puede aplicar­
se perfectamente a estos juegos de picaros e inocentes, de subcons­
ciencia y de inconsciencia, excepto que el dolor se encuentra ausente.
Este discurso — el nuestro— que a veces adopta aires moralizan­
tes, sólo pretende, en realidad, establecer la distinción entre los dos
componentes autónomos y los dos niveles superpuestos del contrato
de veridicción: el saber y el creer, la verdad y la certidumbre, el
saber-verdad y el creer-cierto, y mostrar la preeminencia de los jui­
cios epistémicos sobre los juicios aléticos. Sin embargo, la certi­
dumbre, sanción suprema a la que debe someterme el discurso verí­
dico, es un concepto relativo y graduable, y la fe, una cosa frágil.
Recientes investigaciones realizadas entre los estudiantes de una uni­
versidad india, referentes a la creencia del carácter sagrado de la
vaca, no sólo distribuyen sus resultados según el sexo o el origen
social, sino que tratan de cifrarlos en porcentajes de credulidad:
(al estudiante cree en un 25% que la vaca es sagrada, tal estudiante
lleva su fe hasta el 30%. Estos resultados — cuyo carácter cifrado
nos hacen sonreír un poco— no difieren apenas de nuestras obser­
vaciones personales sobre la creencia que los habitantes del Perche
(ienen en la eficacia de los toucheux; hay que observar que no cree
en ellos, aun creyendo.
¿Cómo interpretar este fenómeno del creer ambiguo que se pre­
senta como la coincidencia de los contrarios, como el término com­
plejo que reúne la certidumbre y la improbabilidad, sino por el
hecho de proceder de dos contextos ideológicos incompatibles y,
finalmente, de dos epistemes coexistentes? A l proponer una inter­
pretación de este tipo, sin embargo, no hacemos sino devolver la
problemática del creer a la teoría del lenguaje según la cual los
epistemes, que recubren las culturas, pueden definirse y analizarse
como lenguajes de connotación. Pero no olvidemos que, al hacerlo,
ejercemos un hacer interpretativo, constructor de metalenguaje, un
hacer que manifiesta ostensiblemente el saber sobre el creer. Todo
ocurre, pues, como si la verdad y la certidumbre, dotadas cada
una de ellas de un status semiótico diferente, representaran dos for­
mas irreductibles de semiosis cuya existencia es difícil e ineludible.
EL SABER Y EL CREER: UN SOLO UNIVERSO C O G N ITIVO

1. INTRODUCCIÓN

Las preocupaciones de la semiótica que tratan de explicar plena


mente la modalización de los discursos no son recientes. Tampoco
se le ha escapado la importancia de las modalidades, hasta el punto
de que la construcción de una gramática semionarrativa se concebía
desde hace tiempo como la elaboración de una gramática modal.
Pero es el concepto de competencia modal — seguido del de existen­
cia modal— el que verdaderamente ha abierto una vía para la ex
plotación de las modalidades de /saber-hacer/ y de /saber-ser/ que
nos interesan en este momento.
Sin embargo, la profundización de los problemas relativos a la
dimensión cognitiva de los discursos ha tenido como corolario la
aparición de lo que, quizá impropiamente, llamamos modalidad del
/creer/. En efecto, para un semiótico era difícil sostener que la
comunicación no era más que una simple transferencia del /saber/:
la familiaridad que mantenía con los sujetos «en el papel», los que
encontraba en los textos, le forzaba a afirmar que los sujetos en
situación de comunicación no eran neutros, sino que, por el contra
rio, estaban dotados de una competencia modal variable. Por tan
to, el /saber-hacer/ que presidía en la comunicación se convertía
en un hacer persuasivo que tenía, en el otro extremo de la cadena,
un hacer interpretativo correspondiente y opuesto. El cambio de
perspectiva así obtenido se resumía en que persuadir, aunque seguía
siendo en parte un hacer-saber, es sobre todo, y en primer lugar,
un hacer-creer. A partir de aquí, todo progreso de la reflexión so­
bre las condiciones del conocimiento no hacía sino ampliar el cam­
po de la creencia.
Se ha observado, por ejemplo, que yo pienso que, que sirve
de soporte al discurso interior del sujeto cuando queremos exterio­
rizarlo, no es un «yo sé», sino un «yo creo». Cuando vemos que
dicen que, fuente principal del saber comunicado, significa sólo la
falta de certidumbre y de confianza, que nuestro saber sobre el
mundo se basa fundamentalmente en los «se dice», podemos pre­
guntarnos si, cuando queremos hablar de la dimensión cognitiva
de los discursos y de las modalidades que lo articulan, no se trata
esencialmente de la dimensión y de las modalidades de nuestras creen­
cias, cuyo saber llamado científico no sería sino un paréntesis o
quizá incluso un efecto de sentido que se constituye en condiciones
a determinar.
Si tenemos así tendencia, por una especie de despecho a consi­
derar el saber y el creer como una sola cosa, considerando la distin­
ción categórica generalmente practicada como una falsa dicotomía,
debemos reconocer, sin embargo, qué, en las lenguas naturales, es­
tos dos términos no sólo se superponen a menudo sin confundirse,
sino que llegan a oponerse totalmente. Cuando se dice: «Todos sa­
bemos que moriremos, pero no lo creemos», o cuando se repite,
como Unamuno fue uno de los últimos en hacerlo, el credo quia
absurdum medieval, nos vemos obligados a comprobar, no sólo
que el saber instalado no llega a expulsar al creer, sino que el creer
descansa a menudo, e incluso se consolida, sobre la negación del
saber. Parece como si el creer y el saber estuvieran motivados por
una estructura elástica que, en el momento de tensión extrema, pro­
dujera, al polarizarse, una oposición categórica, pero que, al rela­
jarse, llegara a confundir ambos términos.
Estas «anomalías» son molestas. Entonces tendemos a sentir nos­
talgia por los antiguos tiempos en que las cosas estaban más claras:
Georges Dumézil ha llamado complacientemente nuestra atención
sobre el latín credere que cubría simultáneamente los campos de
significación, hoy en día separados, de creencia y de confianza,
donde la confianza entre los hombres, establecida y mantenida, ba
saba la confianza en su decir respecto a las cosas y, finalmente,
en las propias cosas.
Este retorno incongruente a las antiguas fuentes, sin embargo,
nos enseña al menos una cosa, a saber, que para basar nuestras
certidumbres, es conveniente, antes de buscar la adecuación de las
palabras respecto a las cosas, desviarse por la comunicación con
fiante entre los hombres.

2. LOS PROCESOS COGNITIVOS

2.1. El sa b er p reced e a l c r e e r

Adoptando el modo ya clásico, se puede tratar de captar la es


pecificidad del fenómeno «creer» dentro de la comunicación inter
subjetiva. Lo primero que había que hacer en este caso, decíamos,
era sustituir las instancias «neutras» del emisor y del receptor por
los lugares de ejercicio del hacer persuasivo y del hacer interpretati
vo, procedimientos cognitivos que acaban, en el primer caso, en
un hacer-creer y, en el segundo, en el acto de creer, también llama­
do acto epistémico. A un nivel profundo y abstracto del lenguaje,
este modelo explicativo puede quedar reducido a un pequeño
número de operaciones simples, pero, a nivel semio-narrativo, pue
de sufrir expansiones sintagmáticas que permiten homologar el ha
cer persuasivo con la manipulación narrativa, y el hacer interpreta
tivo con la sanción narrativa e imaginar estos recorridos, bien for
mulados, como algoritmos cognitivos.
Para ilustrar, de manera seguida, nuestra reflexión, es oportuno
utilizar un ejemplo tomado de una lengua natural, el castellano en
este caso. Al elegir, entre los parasinónimos de la persuasión, el
verbo convencer, podemos inmediatamente tratar de explotar la de­
finición que de él dan los diccionarios corrientes:

a) «Llevar a alguien //
b) / / a reconocer la verdad //
c) // de una proposi­
ción (o de un
hecho)».

Utilizando los símbolos:

51 = sujeto de la manipulación
52 = sujeto de la sanción

podemos considerar que

— el segmento a) representa el hacerpersuasivo de Si,


— el segmento b), el hacer interpretativo de S 2 ,conducente
al acto epistémico,
— el segmento c), el enunciado-objeto (la «proposición»)
sometido por Si a S 2 .

Dejando para más tarde el examen de los procedimientos de


persuasión de Si a) que acompañan la transmisión del enunciado-
objeto c), trataremos de explicitar más el segmento b), «reconoce
la verdad», que consideramos como una síntesis de los procedi­
mientos de interpretación. Volviendo de nuevo a los diccionarios,
se nos ofrecen dos nuevas definiciones de reconocer (la verdad)'.

— «Admitir como cierto //


/ / después de haber negado o
/ / después de haber dudado».
— «Aceptar // a pesar de las reticencias».

Estas definiciones, bastante triviales, nos inspiran unas cuantas ob­


servaciones que trataremos de catalogar.
EL ACTO EPISTÉMICO ES U N A TRANSFORMACIÓN

La segunda serie de definiciones evidencia el hecho de que el


acto epistémico, situado en la dimensión cognitiva del discurso, e.s
una transformación, es decir, el paso categórico de un «estado de
creencia» a otro:

— de lo que es negado a lo que es admitido,


— de aquello de lo que se duda a aquello que se acepta, etc.

Esto quiere decir simplemente que, tras la transformación, el


status epistémico del enunciado sometido al juicio de S 2 ya no será
el mismo para él.

EL ACTO EPISTÉMICO ES SUSCEPTIBLJ


DE CONVERTIRSE EN HACER INTER
PRETATIVO Y EN PROCESO DISCURSIVO

Las transformaciones de las que hablamos se encuentran sitúa


das a nivel de la sintaxis profunda: así, en nuestro ejemplo, el paso
de negado a admitido puede ser localizado como una operación
en el cuadro epistémico (sean cuales sean las denominaciones de
estos términos posicionados). Esto basta para plantearse la posibili
dad de «narrativización» de tales transformaciones, para aplicar ¡1
su caso el principio general de conversión de las estructuras pasan
do de un nivel a otro: así, una operación cognitiva de tipo lógico
semántico podrá presentarse, a nivel de la sintaxis de superficie,
como una serie de programas narrativos jerarquizados. Ya que, no
hay que olvidarlo, es en este nivel antropomorfo donde se sitúa
el hcer interpretativo del sujeto al que tratamos de convencer.
A nivel discursivo, finalmente, los programas de interpretación
adoptarán la forma de procesos aspectualizados: el acto epistémico,
categórico en el plano semio-narrativo, será entendido como pun
tual en el plano discursivo: el observador podrá leerlo, bien como
incoativo prolongándose en un estado durativo (= estado de creen­
cia, y ya no acto), bien como terminativo (de una creencia — o
de una duda— antigua y superada).

LA INTERPRETACIÓN ES RECO­
NOCIMIENTO E IDENTIFICACIÓN

Si el hacer interpretativo que ha de hacer frente a procedimien­


tos de persuasión bastante variados (argumentación, demostración,
entre otros) cubre un campo de ejercicio muy amplio, no es menos
cierto que puede ser reducido, en última instancia, a una operación
de reconocimiento (de la verdad). Ahora bien, el re-conocimiento,
contrariamente al conocimiento, es una operación de comparación
de lo «propuesto» (= la proposición lógica, en el sentido de «pro­
posición» como sugerencia y oferta) y de lo que él ya sabe/cree.
El reconocimiento en tanto que comparación comporta necesaria­
mente una identificación, en el enunciado ofrecido, de la totalidad
o de los fragmentos de «verdad» que ya se poseen.
Si el acto epistémico es una identificación, echa mano del uni­
verso de saber/creer del sujeto judicador. El reconocimiento de la
«verdad», que, hasta Einstein inclusive, se definía por su adecua­
ción a la «realidad» referencial, lo hace ahora por adecuación a
nuestro propio universo cognitivo.

EL ACTO EPISTÉMICO ES EL
CONTROL DE LA ADECUACIÓN

Vemos que el «reconocimiento» es en primer lugar el control


de la adecuación de lo nuevo y desconocido a lo antiguo y conoci­
do, y que la verdad o la falsedad de la proposición sometida al
inicio no es más que su efecto secundario. Los resultados de este
control pueden ser positivos o negativos, la adecuación puede ser
teconocida o rechazada.
El acto epistémico puede estar representado, pues, bajo su do
ble cara de afirmación o de negación, lo que a su vez autoriza
su expresión en el cuadro:
pfírm or

O b s e r v a c ió n : Utilizamos el cuadro sugerido por Claude Z ilb er


berg, sustituyendo sin embargo una de las denominaciones, «creer»
por «admitir», y esto para evitar los peligros de la polisemia.

EL ACTO EPISTÉMICO ES
UNA OPERACIÓN JUNTIVA

Desde el momento en que consideramos el acto epistémico co­


mo una operación, es decir, como un hacer cognitivo «puro», po
demos interpretar que las operaciones dirigidas a identificar el enun
ciado sometido a la apreciación epistémica con tal o cual fragmento
del universo cognitivo del sujeto judicador tendrán como resultado,
bien la conjunción (en caso de éxito), bien la disjunción (en caso
de fracaso) de los dos objetos considerados.
No obstante, siendo las modalizaciones epistémicas graduales y
no categóricas (como es el caso, por ejemplo, de las modalizaciones
aléticas), /afirmar/ y /negar/ sólo pueden ser consideradas como
polarizaciones extremas de las operaciones juntivas, conseguidas
(= conjunciones) o fracasadas (= disjunciones). Asimismo, el cua
dro sobre el que podemos proyectarlas tendrá como particularidad
el presentar los esquemas si vs Si y S2 vs h no Como contradiccio
nes, sino como graduaciones:
a fir m a r negar

(conjunción) (disjunción)

a d m itir > -- dudar

(no disjunción) (no conjunción)


Así, podemos /dudar/ más o menos, /admitir/ más o menos,
pero no podemos /afirmar/ o /negar/ más o menos.
O b s e r v a c i ó n : Mientras que el eje /afirmar/ vs /negar/, una vez
binarizado, se convierte en la categoría fundamental de la lógica:
/aserción/ vs /negación/ (con la restricción según la cual S 2 = Si,
y Si = S 2 ), los recorridos sintácticos elementales — con los obliga­
dos pasos intermedios: de la negación a la afirmación pasando por
la admisión, y de la afirmación a la negación pasando por la duda—
explican el funcionamiento semiótico del discurso.

EL ACTO EPISTÉMICO PR O D U ­
CE MODALIDADES EPISTÉMICAS

Hasta ahora, sólo hemos hablado de las modalizaciones episté­


micas identificándolas con los actos epistémicos y definiéndolas co­
mo operaciones juntivas. Así, pensamos en ellas como formas diná­
micas, procedentes del orden del «hacer» y no del «ser». Esto no
impide que podamos «sustantivarlas» fácilmente — y la lógica es
entendida en ello— representándolas no ya como modalizaciones,
sino como modalidades que indican el status modal de los enuncia­
dos considerados tras el acto modalizante. Esto equivale a decir
que el acto epistémico produce una «carga modal» que tiene como
efecto «colorear» modalmente el enunciado sometido al juicio.
Podemos, por consiguiente, añadir una nueva serie de denomi­
naciones a los términos del cuadro epistémico ya instalado. Tres
tipos de denominaciones que remiten cada vez a sus definiciones
como modalidades, como modalizaciones o como operaciones ju n ­
tivas, pueden ser homologadas así:

c e r tid u m b r e e x c lu s i ó n
a fir m a r negar
(conjunción) (disjunción)

p r o b a b ilid a d in c e r tid u m b r e
a d m itir dudar

(no disjunción) (no conjunción)


EL SUJETO OPERADOR ES UN SUJETO COMPETENTE

La operación que se efectúa en la dimensión cognitiva del dis­


curso es del orden del hacer, y presupone, como condición previa
de todo paso al acto, una cierta competencia modal del sujeto. Un
examen más atento de ésta sobrepasaría los límites de la reflexión
que nos hemos impuesto.
Digamos solamente que es probable que esta competencia esté
constituida por dos modalidades, una virtualizante y otra actuali­
zante, del /querer-hacer/ y del /poder-hacer/.
Por tanto, podemos imaginar que, a nivel discursivo, tal sujeto
operador, ligado por iteración al ejercicio preferencial de una u
otra de las modalidades epistémicas, puede transformarse, en un
contexto cultural determinado, en un rol patémico estereotipado:
así, al ejercicio recurrente de los juicios de certidumbre, correspon­
dería, teniendo en cuenta, por supuesto, las determinaciones com­
plementarias, un «crédulo» o un «fanático», mientras que la cos­
tumbre de dudar daría lugar al rol de «escéptico», etc.

2.2. El creer precede al sa b e r

LA PROPOSICIÓN

Para hablar del acto epistémico, hemos elegido deliberadamente


situar el lugar de ejercicio del sujeto epistémico en el extremo límite
del recorrido de la interpretación, identificándolo al mismo tiempo
con el destinador judicador del esquema narrativo global. Tal elec­
ción, desde luego, sólo es táctica y, sin embargo, permite, gracias
a la dramatización así obtenida, una captación más «pura» del fe­
nómeno considerado y, por esto mismo, la construcción del simula­
cro de su funcionamiento, pudiendo eventualmente servir como mo­
delo del juicio epistémico. Este modelo, a su vez, estará integrado
en la sintaxis semionarrativa, independiente de los esquemas ideoló­
gicos y capaz de explicar las operaciones cognitivas, sea cual sea
su posición en el recorrido del sujeto.
Por tanto, quizá no sea inútil recordar que toda comunicación
humana, todo trato, aunque no sea verbal, reposa sobre un mínimo
de confianza mutua, que involucra a los protagonistas en lo que
hemos llamado contrato fiduciario. Que este contrato sea anterior
a toda comunicación o que se instaure a partir de la primera toma
de contacto, poco importa: esto recuerda un poco la historia de
la gallina y del huevo. En la práctica, el analista necesita una
situación-límite y un gesto epistémico que abra la comunicación.
Y a se trate de un yo pienso seguro de sí mismo o de un yo
sé vacilante, ya sean proferidos en voz alta o solamente implícitos,
el desencadenamiento que provocan puede ser llamado proposición
de contrato. Los dos sentidos de proposición — enunciado (que in­
volucra al enunciador) y sugerencia, invitación (para hacer parte
del camino juntos)— son conciliables: mientras que el primero in­
volucra sobre todo al enunciador, el segundo va dirigido al enun-
ciatario, evidenciando ambas definiciones la relación fiduciaria que
«personaliza» la comunicación bipolar.

LA MANIPULACIÓN SEGÚN EL SABER

Esto equivale, en otros términos, a decir que toda proposición


formulada por el enunciador descansa sobre una base epistémica
que va de la afirmación a la duda, y de la negación, a la admisión
(decenas de verbos tales como pretender, presumir, suponer, sospe­
char, admitir, conjeturar, etc., lo corroboran). Este acto epistémi­
co, sin embargo, que sirve de preludio a la comunicación, no es
una simple afirmación de sí, sino un avance, una solicitud de con­
senso, de contrato, a las que el enunciatario dará continuación me­
diante una aceptación o un rechazo. Entre estas dos instancias y
estas dos tomas de posición se encuentra instalado un espacio cog­
nitivo de la persuasión y de la interpretación que corresponde, en
el plano de las estructuras semio-narrativas, a las amplias maquina­
rias de la manipulación y de la sanción.
Nos hemos tomado nuestro tiempo, hace poco, para reflexionar
sobre los problemas de la manipulación. Dos formas principales
de ésta, definibles por la modalidad que en ella resulta favorecida,
han retenido nuestra atención: la manipulación según el querer que
se manifiesta, por ejemplo, mediante la tentación o la seducción,
y la manipulación según el poder, reconocible en la amenaza o la
provocación. En ambos casos, se trata de operaciones factitivas que
consisten en hacer montajes de simulacros, que, gracias al hacer
interpretativo «influenciado», pueden recibir la adhesión del sujeto
manipulado: se trata, en suma, de procedimientos que dan cuenta
de los efectos de sentido de «hacer-creer» y de «creer».
Por tanto, podemos preguntarnos si erespacio cognitivo así re­
conocido no puede ser considerado como el lugar de ejercicio de
otro tipo de manipulación, de una manipulación según el saber donde
la factividad se desarrollaría bajo las formas variadas de las argu­
mentaciones llamadas lógicas y de las demostraciones científicas,
para, a fin de cuentas, ofrecerse al sujeto epistémico, como una
proposición de razón, alética o veridictoria. «Se puede convencer
a los demás con las propias razones, pero sólo se les persuade con
las suyas» (Joubert): los procedimientos convocados por el enuncia-
dor para «convencer» al enunciatario especificarían entonces este
modo de manipulación según el saber, distinguiéndolo de las otras
formas de persuasión que, por su parte, apelarían directamente (o,
más directamente) a las «razones» del enunciatario.
Parece, pues, como si la operación «con-vencer», resemantizan-
do un poco esta palabra, consistiera en una serie de pasos, situados
en el plano cognitivo, enfocados a la victoria, pero una yictoria
completa, aceptada y compartida por el «vencido» que se transfor­
maría así en «convencido». Se trataría, en suma, de una prueba
cognitiva susceptible de organizarse en un conjunto de programas,
d atando de aportar «pruebas» y someterlas a la instancia epistémi-
ca indicadora.
Si es así, el «discurso culto» no sería más que un tipo particular
del hacer persuasivo que desarrollaría, entre dos instancias episté­
micas, un saber-hacer sintagmático de orden «lógico».

3. LOS SISTEMAS COGNITIVOS

3.1. Los UNIVERSOS DEL SABER Y DEL CREER

Reconociendo, con ocasión del análisis de un cuento de Mau­


passant, las dificultades considerables que encuentra la interpreta­
ción del discurso figurativo mientras que no llega a satisfacerse de
los datos semánticos contenidos en el propio discurso manifestado,
nos hemos visto llevados a proponer un procedimiento complemen­
tario de lectura, que consiste en confrontar el mensaje recibido con
el universo referencial del saber del destinatario. Se llame este pro­
cedimiento lectura, descodificación o desciframiento, poco impor­
ta: se trata siempre del mismo fenómeno de integración de lo desco­
nocido en lo conocido, de la autentificación del primero por parte
del segundo.
Este universo del saber es designado por algunos, un poco preci­
pitadamente, como enciclopedia: en efecto, tal designación, aun
lomándola como definición, no nos dice nada sobre el modo de
organización de este universo, caracterizándose la enciclopedia jus­
tamente por la ausencia de todo orden intrínseco. Lo mismo puede
decirse de los «datos de experiencia» que vienen a socorrer al lec­
tor: esto es otra confesión de impotencia que consiste en desemba­
razarse de una problemática embarazosa remitiéndola a disciplinas
vecinas que sólo nuestra ignorancia permite considerar como más
competentes.
La confrontación, indispensable a raíz de la interpretación se­
mántica, no lo es menos cuando se trata de reconocer la validez
de las relaciones, paradigmáticas o sintagmáticas, que mantienen
entre sí las unidades moleculares o molares del discurso: la activi­
dad epistémica de los sujetos se define como validación de estas
relaciones, sobre todo cuando se la concibe, metafóricamente, co­
mo una «adhesión íntima y total». Esto equivale a decir que es
en cuanto depositario de formas de organización «válidas» como
el universo cognitivo interesa e involucra la instancia epistémica in­
tegrada en el proceso de la comunicación.
Este concepto de universo, sin embargo, para ser de alguna uti­
lidad, debe primero relativizarse doblemente: reconociendo la exis­
tencia de universos colectivos, caracterizados por diferentes tipos
de «mentalidades», de «sistemas de pensamiento» o de «creencias»;
distinguiendo eventualmente universos individuales, considerados co­
mo estos mismos universos, pero asumidos por individuos y ha
biendo padecido, por esta razón, «deformaciones» más o menos
coherentes.
Estas distinciones no nos informan, sin embargo, sobre la esqui
zofrenia fundamental que parece caracterizar a la civilización euro
pea — y esto después de las primeras oposiciones medievales entro
lo profano y lo sagrado— y que se desarrolla progresivamente en
una separación definitiva entre el saber y el creer, más aún, entro
dos universos del saber y del creer irreconciliables, confirmados poi
dicotomías practicadas dentro del contexto cultural que opone la
razón a la fe.
Hemos visto en qué punto estas elaboraciones culturales secun
darias (situadas en el nivel superficial de la categorización según
Sapir-Whorf) resisten con dificultad un examen mínimamente aten
to de los procesos de comunicación intersubjetiva donde la parlo
fiduciaria, incluso en programaciones cognitivas rigurosas, parece
dominante. Y sin embargo, como fenómeno intracultural, la esqui
zofrenia existe claramente: en el plano colectivo, qué más sugerenlo
que la aparición en el siglo xix, junto al cientificismo, de la poesía
simbólica, forma particular del discurso sagrado, o, en el plano
individual, cómo no tomar en serio el testimonio de un antiguo
estalinista, hablando de su «desdoblamiento»: «Desde entonces,
hubo en mí un yo que sabía y otro que creía. La corriente estaba
cortada entre ellos. Ni siquiera sus memorias se comunicaban» (J.
Cathala, Sans fleur ni fusil, pág. 347). Igualmente, ¿no habría adop­
tado otra forma la teoría de los mundos posibles, si no se basara
en la admisión a priori de un «mundo real» positivista?
Oposiciones tan tajantes plantean una última pregunta: ¿existen
campos semánticos privilegiados que estarían recubiertos — exclu­

Isivamente o sólo en parte— por redes fiduciarias de creencias, mien­


tras que otros campos estarían reservados a las ciencias? A primera
vista, el creer parece ejercitarse, al menos en el universo occidental,
en un territorio que corresponde, grosso modo, a la religión, la
filosofía y la poesía, y se ocupa esencialmente de los «fines prime­
ros y últimos del hombre». Sin embargo, volviendo al ejemplo de
la emergencia del simbolismo, observamos que éste se desarrolló
justamente en el momento en que la ciencia pretendía dar respues­
tas a los problemas metafísicos, es decir, en el momento en que
los dos campos del creer y del saber se superponían y entrecruza­
ban. Lo mismo ocurre con la sociología marxista-estalinista cuyo
campo de ejercicio y respuestas proporcionadas correspondían pre­
cisamente a los problemas prácticos y «reales» que se planteaban
el individuo y la sociedad. Dicho de otro modo, no es tal o cual
sustancia del contenido lo que determina la relación-cognitiva que
el sujeto mantiene con ella, sino, por el contrario, la forma del
contenido: sólo el examen de las formas de organización del univer­
so cognitivo puede informarnos sobre la parte que le corresponde
al saber y al creer.
Así, refiriéndonos tanto a los sistemas de creencias como a los
sistemas de conocimientos, así como a los procesos que éstos gene­
ran o sancionan, hablaremos, de acuerdo con Jean-Pierre Vernant
(Divination et Rationalité), de los distintos tipos de racionalidad,
más que de la razón que excluye la fe.

I>t l. S E N T I D O II. — 10
3.2. La r a c io n a l id a d p a r a d ig m á t ic a

Nuestra hipótesis consiste, pues, en pretender que la sanción


— o la presunción epistémica si se trata de la instancia productora
del enunciado— debe interpretarse como una adhesión del enuncia
do propuesto a la parcela formalmente correspondiente del univer
so cognitivo y que dentro de este lugar formal es donde elegirá
la variante «fiduciaria» o «lógica» de su estructura. Tal afirmación
necesita ser explicada e ilustrada. Nos pondremos a ello, empezan
do por lo fundamental, es decir, por la estructura elemental de la
significación.

EL BINARISMO Y LOS TÉRMINOS COMPLEJOS

Sin dejarse arrastrar por la discusión ontológica, a saber, si las


estructuras binarias o las ternarias son más «verdaderas» y más
«fundamentales», sin pronunciarse sobre la oportunidad o la efica
cia de su uso, nos vemos obligados a admitir la existencia de una
oposición entre, por una parte, el binarismo lógico y, por otra,
la «estructura de lo mixto» de la filosofía presocrática, presenlc
hasta nuestros días como la «coexistencia de los contrarios» en los
estudios mitológicos. He aquí un lugar formal único, susceptible
de articulaciones distintas.
Conviene convocar aquí — para dar a las mismas articulacionr.
una dimensión diacrónica— el testimonio de Vigo Brondal, lingüis
ta de una época que aún creía en el progreso del espíritu humano,
que afirmaba, apoyándose en numerosas investigaciones, que las
lenguas naturales propias de las sociedades que se encuentran en
la cúspide del progreso tienden hacia el binarismo de sus categoría-,
gramaticales.
En cuanto a nosotros, hemos intentado responder a esta dohlr
exigencia proponiendo, en forma de «cuadro semiótico», una intei
pretación de la estructura elemental de la significación que, aun
conservando el principio binario, admitía la generación de los tér­
minos neutros y complejos: la estructura elemental así concebida
es susceptible de integrar los enunciados del discurso científico, pe­
ro también de los discursos religiosos y poéticos.

LO CATEGÓRICO Y LO GRADUAL

La diferencia de status estructural entre, por un lado, las moda­


lidades aléticas (necesidad, posibilidad, por ejemplo) y, por otro,
las modalidades epistémicas (certidumbre, probabilidad) no puede
sino inquietar al semiótico: unas parecen articuladas por oposicio­
nes francas, categóricas, revelándose sus diversas expresiones lin­
güísticas como categorizables, mientras que las otras, por el contra­
rio, son graduales y graduables.
Esta diferencia que parece acentuar la dicotomía del saber y
del creer no es propia sólo de las modalidades, es decir, de las
cualidades de los enunciados y de sus actantes. También aparece
en las lenguas naturales, junto a los cuantificadores lógicos, en for­
ma de «cuantitativos indefinidos» (jpoco, mucho, etc.) y se introdu­
ce, a nivel de los subcontrarios (ciertos, algunos), en los cuadros
lógicos. Puede ampliarse el inventario añadiendo los temporales
(pronto, tarde) y los espaciales (cerca, lejos): se encuentran así reu­
nidos los ejes principales de la producción discursiva. Podemos ha­
blar a propósito de ellos, insistiendo en el rol del sujeto, de aprecia­
ción o de evaluación, o bien, teniendo en cuenta la naturaleza del
objeto evaluado, de la tensividad del enunciado producido. Hemos
tratado de dar cuenta de ello mediante el doble procedimiento de
desembrague objetivante y de embrague subjetivante, aun siendo
conscientes de que la problemática procedía, en última instancia,
de las opciones fundamentales sobre el carácter continuo o discon­
tinuo del objeto conocible.
LO MENSURABLE Y LO APROXIMATIVO

Es bajo el signo de la tensividad — pero no de la gradua-


lidad— como conviene tratar de interpretar un tipo particular de
producción de significación, al que C . Lévi-Strauss considera como
característico de la racionalidad mítica: se trata de la preferencia
que el discurso mítico manifiesta por la categorización, es decir,
por las oposiciones significativas, según el modo del exceso y de
la insuficiencia (casi, demasiado). Este modo de pensamiento no
se opone solamente a las categorizaciones abruptas de la lógica bi­
naria: cada exceso o insuficiencia remite a uno u otro de los térmi­
nos de la categoría binaria, considerados como límite o norma que
se presupone sin explicitar. No es de entrañar, por tanto, que la
categoría así presupuesta se convierta en la medida de cualquier
cosa y que, pasando de lo cuantitativo a lo cualitativo, sirva de
soporte a la ideología — y a la moral— de la medida que encontra
mos, por ejemplo, en todas las mitologías indoeuropeas: la evalua­
ción del «buen sentido» cartesiano, la transformación paralela de
lo racional en «razonable» ilustran esto en nuestro contexto cultu
ral más cercano, mostrando las confusiones y las separaciones suce
sivas de estas dos formas de racionalidad.

3.3. La r a c io n a l id a d s in t a g m á t ic a

El interés que acabamos de manifestar por las estructuras ele


mentales se debe al hecho de que constituyen los lugares tópicos
de captación de la significación: el acto epistémico como identifica
ción encuentra en ellas, llegado el caso, tal o cual articulación indi
vidual, permitiéndole «añadir fe» a los nuevos enunciados recogi
dos. Sin embargo, no habría que perder de vista que dentro de
estas estructuras, que podemos llamar constitucionales, es donde
se efectúan y se captan las operaciones fundamentales que pueden
servir de base a una tipología de las relaciones sintácticas. También
conviene señalar, si no examinar, algunos casos de articulaciones
de sintaxis discursiva, particularmente llamativos — pues la proble­
mática suscitada sobrepasa ampliamente el marco de nuestras
reflexiones— , para hacerse una idea sobre la forma en que son re­
conocidas e interpretadas por la instancia epistémica.

EL PENSAMIENTO CAUSAL

El primero de estos casos está constituido por una forma fre­


cuente de «inteligencia sintagmática» más conocida con el nombre
de razonamiento causal: permite preguntarse sobre el papel que tal
razonamiento juega en el reconocimiento y la evaluación del decir-
verdad discursivo. Mientras que la lógica se ha preocupado mucho,
a su manera, de las relaciones interproposicionales, la mayoría de
los semióticos, siguiendo en esto el ejemplo de V. Propp, han erigi­
do la temporalidad en principio organizador de la narratividad, in-
lerpretando la consecución de las «funciones» (= acciones o acon­
tecimientos descritos), según el famoso «post hoc, ergo propter hoc»,
como un encadenamiento causal. No habría nada de malo en ello,
si la cusalidad no estuviera considerada, por este hecho, como un
elemento de razonamiento lógico, capaz incluso de fundar, según
algunos, la descripción lineal de la historia, mientras que a esta
relación sólo puede reconocérsele el status fiduciario, y más aún
cuando se tiene la impresión de que tales relaciones causales son
particularmente frecuentes, de que caracterizan tanto el pensamien-
lo mítico («los dioses se enfadan; el hombre lo padece») como el
pensamiento práctico («las nubes se acercan; lloverá»), y de que
organizan tanto los rituales sagrados como los profanos.
Sólo si examinamos las relaciones constitutivas de una cadena
discursiva, no partiendo de las causas, sino, por el contrario, re­
montando el encadenamiento causal «natural», observamos el he-
i lio, insólito a primera vista, de que sólo algunas de las secuencias
discursivas ven sus relaciones interfrásicas como desdobladas: lo que,
de izquierda a derecha, se lee «causalidad», puede al mismo tiempo
leerse «presuposición lógica» de derecha a izquierda, mientras que
la mayor parte de los encadenamientos sintagmáticos no poseen tal
basamento implícito de naturaleza lógica.
Así, idénticos a nivel de superficie, podemos distinguir dos gran­
des tipos de racionalidad sintagmática: un pensamiento técnico de
carácter algorítmico, cuyas articulaciones se basan en una necesidad
modal objetiva (= en un /no poder no ser/) y un pensamiento
práctico, de carácter estereotípico, que se apoya, por consiguiente,
en la co-ocurrencia, en contigüidad temporal, de los comportamien
tos — o de los enunciados que los describen— , cuya sucesividatl
será considerada como previsible y, por este hecho, verosímil o in
cluso necesaria («subjetivamente», en el modo del /deber-ser/).
Esta nueva distinción — que parece categórica— entre el sabei
y el creer sigue siendo frágil, sin embargo, con el riesgo continuo
de que las programaciones algorítmicas de la racionalidad técnicu
queden sumergidas por la omnipresencia del pensamiento práctico
cotidiano que nos guía por todas nuestras costumbres de «hombres
normales», forzándonos a interpretar la vida diaria en términos de
roles sociales y estereotipos patémicos o cognitivos. Esta normali
dad que, queramos o no, encontramos en casi todos los juicios in
dividuales y colectivos, se reúne de nuevo, por otro lado, con el
sentido de la medida en el que se asientan, como hemos visto, las
desviaciones del pensamiento mítico.

EL PENSAMIENTO PARALEI O

Un breve retorno a las fuentes latinas — pensamos en el doble


sentido de credere— nos ha permitido captar la proximidad semán
tica casi natural que existe entre la confianza en los hombres y l;i
confianza en sus palabras. No siendo el saber verdadero y cierto,
en definitiva, sino una cuestión de confianza, resulta igualmente
sugestiva otra aproximación léxica, la del par confianza/confiden
cía: parece como si una de las garantías, y no de las menores, de
la eficacia del discurso confiante residiera en su carácter confiden­
cial, como si el discurso ganara en veracidad al expresar sus conte-
i nidos de forma sobrentendida y velada.
Se trata aquí de un fenómeno mucho más extendido que la sim­
ple técnica de la propagación de rumores y calumnias: los campos
privilegiados de la manifestación de lo fiduciario, tales como la reli­
gión, la poesía, la filosofía, sitúan sus discursos bajo la sigla de
lo secreto: más aún, los modernos sustitutos de la palabra sagrada,
los cuchicheos acompasados por largos silencios de las terapias psico-
sociales, los inciertos sermones de los curas de pueblo en búsqueda
de un nuevo discurso de la fe, insinúan en todo momento que hay
que «buscar las cosas que se esconden detrás de las cosas».
Sin embargo, podemos preguntarnos si no es generalizable el
reconocimiento del carácter bi-isótopo del discurso, el parecer que
al mismo tiempo vela y sugiere un eventual ser; si, por ejemplo,
nuestra actual preocupación por lo implícito, lo implicado, lo pre­
supuesto, no puede considerarse como un fenómeno de la misma
naturaleza, aun teniendo articulaciones diferentes. Podemos llegar
inás lejos y decir que, desde esta perspectiva, la ciencia puede ser
interpretada, en su conjunto, como un esfuerzo por traspasar el
parecer del sentido común para alcanzar su ser-verdadero, como
la victoria de la inmanencia sobre la manifestación.
Ahora bien, el parecer del mundo natural, así como el parecer
de nuestros discursos, es casi siempre de orden figurativo. Las figu-
las de! mundo tienen una doble función: como parecer de su «reali­
dad», nos sirven de referente, intra- o extra-discursivo; como figu-
las del lenguaje, están ahí para decir algo distinto de sí mismas,
lista segunda dimensión figurativa es la que nos interesa: el discur­
so figurativo, una vez desreferencializado, se encuentra disponible
i y apto para lanzarse a la búsqueda de significaciones distintas, ana­
lógicas, llegando a crear el ejercicio del nivel significativo, en con­
diciones que están por determinar, un nuveo «referente» que es
rl nivel temático.
Sin embargo, no es tanto la articulación sintagmática del discm
so figurativo la que merece nuestra atención — ésta sigue siendo
«causal», lógica o fiduciaria según los casos— sino más bien su
aptitud para proyectar una doble referencia, la primera en profun
didad y creadora de una isotopía temática más abstracta, y la se­
gunda, en lateralidad, desarrollando una nueva isotopía figurativa
paralela. Basta con recordar Moise de Vigny, primer poema «mili
co» de la literatura francesa: si la miseria y la grandeza de Moisés
puede producir una lectura paralela de las mismas miseria y grande­
za del poeta, es gracias a la mediación de un tertium comparationis,
constituido por el nivel temático común que el autor, por otra par
te, señala, insistiendo en el «poder» y la «soledad» del héroe.
Es esta capacidad de extrapolación, que permite dotar al discui
so paralelo implícito de una articulación sintagmática original, l;i
que podemos considerar como una forma de racionalidad discursi
va tan importante al menos como la «inteligencia sintagmática» 0 1
ganizadora de encadenamientos transfrásicos. Esto no impide que
la sanción epistémica de tal discurso cree problemas.

La evocación del funcionamiento discursivo de la alegoría y ch


la parábola puede dar ya algunas indicaciones. Tomemos como ejeni
pío la conocida parábola del Hijo Pródigo. Sobre un fondo narrati­
vo y temático de carencia y de liquidación de carencia se superpo-
nen, como recordamos, una serie de isotopías figurativas, contando
la pérdida de una moneda de plata, de un cordero, de un hijo,
etc. Sin embargo, observando de cerca, la superposición de isoto
pías sólo es aparente: aunque se superpongan, éstas articulan,
dándole prioridad, tal o cual secuencia del relato de conjunto sub
yacente; más aún, cada una de las parábolas cambia casi impercep
tiblemente de temática subtendida de forma que, partiendo de efec
tos de sentido disfóricos o eufóricos ligados a la pérdida de dinero,
se llega finalmente a la teología cristiana del arrepentimiento y de
la salvación. He aquí un progreso discursivo indiscutible, un modo
de «razonamiento figurativo» que se basa, en gran parte, en la no
homologación término a término de los actantes o de las funciones
de las diferentes isotopías. Desde este punto de vista, el discurso
parabólico se distingue del discurso alegórico, caracterizado por la
I correspondencia — similitud o incluso identidad— entre los elemen­
tos discretos de las isotopías paralelas.
Vemos así que el discurso parabólico contiene el germen de la
problemática de los modelos figurativos del razonamiento, modelos
de naturaleza esencialmente sugestiva y alusiva, cuya proyección por
parte del enunciador organiza y determina en parte el desarrollo
del discurso. Tal modelo es, evidentemente, fiduciario y procede
del orden del /deber-ser/ subjetivo: ya hemos tenido la ocasión de
subrayar la importancia del modelo «juego de ajedrez» en la elabo-
I ración de la teoría del lenguaje, utilizado sucesivamente por Saus-
| sure, Husserl, Wittgenstein y Hjelmslev. Y sin embargo, un mismo
^ modelo figurativo ha dado lugar a cuatro discursos teóricos dife­
rentes.
Con respecto a este razonamiento figurativo, cuya utilización
I y validez sobrepasan, como vemos, los terrenos privilegiados donde
se ejerce habitualmente la fiducia, y que, de manera algo inespera­
da, revela el rol del creer en los discursos innovadores, el razona­
miento analógico, considerado de naturaleza lógica en su origen,
se ha empobrecido con el uso, no designando, actualmente, más
que el razonamiento por semejanza, cercano a la alegoría, aunque
también el pensamiento práctico fundado en la verosimilitud. El
concepto de homologación, que ha sustituido a la antigua analogía,
introduce la proporción matemática en la apreciación de las relacio­
nes entre isotopías presumiblemente paralelas. Contrariamente a los
modelos figurativos de carácter prospectivo e hipotético, las formu­
laciones homológicas provienen más bien de la lectura interpretati­
va de los discursos y de su control. No obstante lo que opone más
ilaramente el pensamiento llamado parabólico, de naturaleza fidu­
ciaria, al pensamiento homologizante, lógico, es, en primera instan­
cia, la presencia — o la construcción— de elementos discretos y de
categorías francas, presupuestos por la homologación, la discreción
que el discurso parabólico no tiene en cuenta, pero también, como
hemos visto examinando los discursos paradigmáticos, el pensamiento
mítico.

4. A M ODO D E C O N C L U SIÓ N

A l tratar de comprender y reconstruir los procedimientos que


conducen al acto epistémico, nos hemos visto inducidos a postular
la existencia de un universo cognitivo de referencia que, por sí solo,
permite evaluar y afirmar-la adecuación del enunciado nuevamente
ofrecido a formas semióticas ya asumidas. Este universo no es una
enciclopedia cualquiera repleta de imágenes del mundo, sino una
trama de relaciones semióticas formales entre las cuales el sujeto
epistémico selecciona las equivalencias que necesita para recibir el
discurso veridictorio. Hemos tratado de mostrar que estos lugares
formales eran susceptibles de articulaciones distintas en las que po
dían reconocerse la parte de lo fiduciario y de lo lógico. El creei
y el saber proceden, pues, de un mismo y único universo cognitivo.
D ESCRIPCIÓ N Y N A R R A T IV ID A D A PRO PÓ SITO DE
L A CU ER D A , DE G U Y DE M A U P A S S A N T 1

LA CUERDA
A Harry A lis

Por todos los caminos alrededor de Goderville, los campesinos y sus


mujeres se dirigían hacia el burgo, ya que era día de mercado. Los varones
iban con paso tranquilo, echando todo el cuerpo hacia adelante a cada
movimiento de sus largas piernas torcidas, deform adas por los duros trab a­
jos, por el peso del carro que hace que, al mismo tiempo, suba el hom bro
derecho y se desvíe el talle, por la siega del trigo que hace que las rodillas
se separen para adoptar un equilibrio sólido, por todas las tareas lentas
y penosas del cam po. Su blusa azul, alm idonada, brillante, como barniza­
da, adornada en el cuello y los puños con un pequeño dibujo de hilo blan­
co, inflada alrededor de su torso huesudo, parecía un globo presto a volar­
se, del que asom aban una cabeza, dos brazos y dos pies.
Unos arrastraban, tirando de una cuerda, una vaca, un ternero. Y sus
mujeres, detrás del animal, le golpeaban los lomos con una ram a aún pro­
vista de hojas, para apresurar su m archa. Llevaban en los brazos grandes
cestos de los que salían cabezas de pollos por aquí, cabezas de patos por
nllá. Y cam inaban con paso más corto y más vivo que sus hom bres, el
talle seco, recto y envuelto en un pequeño chal apretado, prendido sobre
su pecho plano, la cabeza cubierta con una tela blanca pegada al pelo
y rem atada por un gorro.

1 Este análisis fue publicado por primera vez en la Revue canadienne de linguis-
lí(/ue romane, I, 1, 1973.
Después pasaba un charabán, al trote irregular de una jaca, sacudiendo
de modo extraño a dos hombres, sentados uno junto a o tro, y a una mujei
al fondo del vehículo, a cuyo borde se agarraba para atenuar las duras
sacudidas.
En la plaza de Goderville, había una m uchedumbre, un barullo de hu
manos y bestias mezclados. Los cuernos de los bueyes, los altos sombreros
de pelo largo de los campesinos ricos y las tocas de las campesinas emer
gían sobre la superficie del conjunto. Y las voces chillonas, agudas, vocin­
gleras, form aban un clamor continuo y salvaje dom inado a veces por una
gran carcajada lanzada por el pecho de un alegre campesino, o el largo
mugido de una vaca atada al m uro de una casa.
Todo eso olía a establo, leche y estiércol, a heno y sudor, destilaba
ese sabor agrio, espantoso, humano y bestial, particular de la gente del
campo.
Maese H auchecorne, de Bréauté, acababa de llegar a Goderville, y se
dirigía a la plaza, cuando vio en el suelo un trocito de cuerda. El señoi
H auchecorne, ahorrador como todo buen norm ando, pensó que cualquiei
cosa que pudiera ser de utilidad había de recogerse; y se agachó penosa
mente, ya que sufría de reuma. Cogió del suelo el trozo de cuerda fina,
y se disponía a enrollarlo cuidadosamente cuando vio, en el umbral de
su puerta, a maese M alandain, el guarnicionero, que le m iraba. Habían
tenido ciertas cuestiones a causa de un cabestro, y habían quedado enfada
dos, siendo los dos rencorosos. A maese Hauchecorne le entró una especie
de vergüenza de haber sido visto así por un enemigo, rebuscando en el
fango un trozo de cordón. Escondió bruscamente su hallazgo bajo la blu
sa, y después en el bolsillo del pantalón; a continuación hizo ademán de
seguir buscando por tierra algo que no encontraba, y se fue hacia el merca
do, la cabeza hacia adelante, doblado en dos por los dolores.
Se perdió enseguida entre la m ultitud chillona y lenta, agitada por los
interminables regateos. Los campesinos palpaban las vacas, se iban, vol
vían, perplejos, siempre con miedo a ser engañados, no atreviéndose nunca
a decidirse, espiando los ojos del vendedor, tratando sin fin de descubrii
la astucia del hom bre y el defecto de la bestia.
Las mujeres, con sus grandes cestos a los pies, habían sacaso sus aves
que yacían por el suelo, atadas por las patas, el ojo espantado, la cresta
escarlata.
Escuchaban las ofertas, mantenían sus precios, con aire seco, el rostro
impasible, o bien de pronto, decidiéndose por la rebaja propuesta, gritaban
al cliente que se alejaba despacio:
—De acuerdo, maese Anthime. P ara Vd.
Después, poco a poco, la plaza se despobló y, al tocar elángelus al
mediodía, los que vivían demasiado lejos se distribuyeron por las posadas.
En la de Jourdain, la gran sala estaba llena de gente comiendo, igual
que el amplio patio estaba lleno de vehículos de todo tipo, carretas, cabrio­
lés, charabanes, tílburis, innumerables carricoches, amarillos de barro, de­
formados, remendados, alzando al cielo, como brazos, sus varales, obien
la nariz por tierra y el trasero al aire.
Casi pegada a los hombres que cenaban sentados a las mesas, la inm en­
sa chimenea, ilum inada por las llamas, arrojaba un calor vivo contra la
espalda de la fila de la derecha. Tres espetones daban vueltas, cargados
de pollos, de palomas y de piernas de cordero; y un deleitoso olor a carne
asada y a jugo chorreando por la dorada piel surgía del hogar, encendía
el alborozo, hacía las bocas agua.
T oda la aristocracia de la carreta comía allí, en casa del señor Jour-
dain, posadero y chalán, un tunante que tenía escudos.
Los platos pasaban, se vaciaban igual que las jarras de sidra amarilla.
Cada uno contaba sus asuntos, sus com pras y sus ventas. Se sabían noti­
cias de las cosechas. El tiempo era bueno para las verduras, pero un poco
desabrido para los trigos.
De pronto redobló el tam bor, en el patio, delante de la casa. Todo
el m undo se puso inmediatam ente en pie, salvo algunos indiferentes, y co­
rrió hacia la puerta, hacia las ventanas, con la boca todavía llena y la
servilleta en la mano.
Después de term inar su redoble, el pregonero lanzó con voz brusca,
acom pasando sus frases a contratiem po:
—Se hace saber a los habitantes de Goderville, y en general a todas
las personas presentes en el mercado, que esta m añana —entre las nueve
y las diez— se ha perdido, en el camino de Benzeville, una cartera de
cuero negro que contema quinientos francos y papeles de negocios. Se rue­
ga devolverlo en la alcaldía, aquí mismo, o en casa de maese Fortuné Houl-
bréque, en Manneville. H abrá veinte francos de recompensa.
Después el hom bre se fue. Se volvieron a oír de nuevo, a lo lejos, los
sordos redobles del instrum ento y la voz debilitida del pregonero.
Entonces se pusieron a hablar de este acontecim iento, enum erando las
posibilidades que tenía el señor H oulbréque de recuperar o no su cartera.
Y la cena terminó.
Estaban apurando el café, cuando el cabo de la gendarmería apareció
en el umbral.
Preguntó:
— ¿Está aquí maese Hauchecorne, de Bréauté?
Maese H auchecorne, sentado en el otro extremo de la mesa, respondió:
—A quí estoy.
Y el cabo contestó:
—Maese H auchecorne, ¿tiene usted la am abilidad de acom pañarm e a
la alcadía? El señor alcalde desearía hablar con usted.
El campesino, sorprendido, inquieto, se tragó de un golpe su copita,
se levantó y, más encorvado aún que por la m añana, ya que los primeros
pasos después de cada comida eran especialmente difíciles, se puso en ca
mino repitiendo:
—Aquí estoy, aquí estoy.
Y siguió al cabo. El alcalde le esperaba, sentado en un sillón. Era el
notario del lugar, hombre grueso, grave, de frases pomposas.
—Maese H auchecorne, dijo, se le ha visto recoger esta m añana, en el
camino de Beuzeville, la cartera perdida de Maese Houlbréque, tlr
Manneville.
El campesino desconcertado, miraba al alcalde, ya atem orizado por l;i
sospecha que pesaba sobre él, sin com prender por qué.
—Pero, pero, ¿que yo he recogido su cartera?
—Sí, usted mismo.
—Palabra de honor, no tengo conocimiento de ello.
—Se le ha visto.
— ¿Se me ha visto, a mí? ¿Quién me ha visto?
—Maese M alandain, el guarnicionero.
Entonces el viejo se acordó, com prendió, y rugiendo de cólera:
— ¡Ah! ¡me ha visto, ese villano! Me ha visto recoger este cordón, ten
ga, señor alcalde.
Y rebuscando en el fondo de su bolsillo, sacó el trocito de cuerd.t
Pero el alcalde, incrédulo, movía la cabeza:
—¿No me querrá hacer creer, maese Hauchecorne, que maese Malan-
dain, que es hombre digno de fe, ha tom ado este hilo por una cartera/
El campesino, furioso, levantó la m ano, escupió de lado para atestigum
su honor, repitiendo:
—Sin em bargo, es la verdad de Dios, la santa verdad, señor alcalde.
Aquí, por mi alma y mi salvación, lo vuelvo a repetir.
El alcalde replicó:
—Después de recoger el objeto, incluso habéis seguido busqando un
buen rato en el barro por si se había escapado alguna moneda.
El buen hom bre se ahogaba de indignación y de miedo.
— ¡Qué barbaridad!... ¡qué barbaridad!... ¡Embustes así, para difam ar
a un hom bre honrado! ¡Qué barbaridad!...
Por mucho que protestó, no le creyeron.
Le pusieron frente a frente con maese M alandain, que repitió ysostuvo
su afirm ación. Se insultaron durante una hora. Registraron, por petición
suya, al Sr. H auchecorne. No le encontraron nada.
Finalmente el alcalde, muy perplejo, le dejó ir, previniéndole de que
iba a avisar a las autoridades judiciales y solicitar órdenes.
La noticia se había extendido. A la salida de la alcaldía, el viejo fue
rodeado, interrogado con una curiosidad seria y burlona, pero donde no
cabía ninguna indignación. Se puso a contar la historia de la cuerda. No
le creyeron. Se reían.
Cam inaba, parado por todos, deteniendo a sus conocidos, recomenzan­
do sin fin su relato y sus protestas, m ostrando sus bolsillos vacíos, para
probar que no tenía nada.
Le decían:
— ¡Anda, viejo tunante!
Y él se enfadaba, exasperado, enfebrecido, desolado porque no le creían,
sin saber qué hacer, y contando una y otra vez su historia.
Llegó la noche. H abía que irse. Se puso en camino con tres vecinos
¡i los que mostró el lugar donde había recogido el trozo de cuerda; y du­
rante todo el camino habló de su aventura.
P or la tarde, se dio una vuelta por el pueblo de Bréauté, con el fin
de contarla a todo el m undo. No encontró más que incrédulos.
Estuvo enferm o toda la noche.
Al día siguiente, hacia la una de la tarde, Marius Paumelle, mozo de
labranza de maese Bretón, agricultor de Ymauville, devolvía la cartera y
su contenido a maese H oulbréque, de Manneville.
Este hom bre afirm aba, en efecto, haber encontrado el objeto en el c;i
mino; pero, no sabiendo leer, se lo había llevado a casa y entregado a
su patrón.
La noticia se extendió por los alrededores. Se inform ó a maese Hauchc
corne. Salió inm ediatam ente a la calle y empezó a n arrar su historia com
pletada con el desenlace. Triunfaba.
—Lo que me dolía, decía, no es tanto la cosa en sí, ¿comprendéis?,
sino el embuste.
Se pasó todo el día hablando de su aventuradla contaba en los camino',
a la gente que pasaba; en la taberna a la gente que bebía; a la salida
de la iglesia, el domingo siguiente. Paraba a desconocidos para decírselo.
A hora estaba tranquilo, y sin em bargo, había algo que le molestaba sin
saber exactamente qué era. Tenía la sensación de que se burlaban al escu
charle. No parecían convencidos. Le parecía oír comentarios a sus espaldas
El martes de la semana siguiente, acudió .al m ercado de Godervillc.
em pujado únicamente por el deseo de contar su caso.
M alandain, de pie junto a su puerta, se echó a reír al verle pasar. ¿Poi
qué?
A bordó a un grajero de Criquetot, que no le dejó acabar, y, dándolr
una palm ada en la boca del estómago, le gritó a la cara: «¡anda, viejo
tunante!». Después dio media vuelta.
Maese H auchecorne se quedó desconcertado y cada vez más preocupa
do. ¿Por qué se le había llamado «viejo tunante»?
Cuando se sentó a la mesa, en la taberna de Jourdain, se puso otra
vez a explicar la historia.
Un tratante de caballos de Montivilliers le gritó:
— ¡Vamos, vamos, el viejo truco, ya lo conozco yo, tu cordón!
H auchecorne balbuceó:
—¿Acaso no han encontrado ya la cártera?
P ero el otro replicó:
—Vamos, hom bre, uno lo encuentra y otro lo devuelve. ¡Ni visto ni
conocido, te hago un lío!
El campesino quedó cortado. Al fin comprendía. Le acusaban de habn
hecho devolver la cartera por un com padre, por un cómplice.
Quiso protestar. Toda la mesa se echó a reír.
No pudo acabar la cena y se fue, en medio de las burlas.
Volvió a su casa, avergonzado e indignado, ahogado por la cólera, pol­
la confusión, mucho más- aterrado por ser capaz, con su astucia de nor­
mando, de hacer aquello de lo que le acusaban, e incluso de jactarse de
ello1 como de una buena jugada.
Su inocencia se le presentaba confusam ente como algo imposible de
probar, dejando al descubierto su malicia. Y se sentía herido en el corazón
por la injusticia de la sospecha.
Entonces comenzó de nuevo a contar la aventura, alargando su relato
cada día, añadiendo cada vez nuevas razones, protestas más enérgicas, ju ­
ramentos más solemnes que imaginaba, que preparaba en sus horas de
soledad, con la mente ocupada únicamente en la historia de la cuerda.
Le creían aún menos, cuanto más com plicada era su defensa y más sutil
su argumentación.
—Esas son razones de mentiroso, decían a sus espaldas.
Él lo notaba, se le corroía la sangre, se agotaba en esfuerzos inútiles.
Iba desmejorándose a ojos vistas.
A hora los bromistas le hacían contar la historia para divertirse, como
hacen contar su batalla al soldado que ha estado en cam paña. Su espíritu,
profundam ente herido, se debilitaba.
A finales de diciembre, se metió en cama.
Murió en los primeros días de enero y, en el delirio de la agonía, juraba
su inocencia, repitiendo:
—Una cuerdecita... una cuerdecita..., tenga, aquí está, señor Alcalde.

1. SIT U A C IÓ N DE LA D ESCR IPCIÓ N


EN EL DISC URSO N A R R A TIV O

Antes de proceder al análisis interno de las unidades textuales


reconocidas como «descriptivas», primero tenemos que tratar de
situarlas en el conjunto del texto narrativo, y de distinguirlas de
las demás unidades discursivas utilizando criterios de reconocimien­
to tan objetivos como sea posible: es conveniente, en efecto, que
una práctica de segmentación formal sustituya progresivamente la
comprensión intuitiva del texto y de sus articulaciones. Para esto,
nos parece oportuno servirnos del conocimiento de las estructuras
DI-.L S E N T ID O II. — 11
narrativas de textos diferentes y comparables, considerándolos co­
mo modelos de previsibilidad del desarrollo narrativo.

1.1. L a s e g m e n ta c ió n s e g ú n lo s c r i t e r i o s e s p a c io -te m p o ra le s

La totalidad de la historia contenida en La Ficelle parece haber


sido distribuida por Maupassant, en el momento de su temporaliza-
ción, en dos martes sucesivos, apareciendo los esquemas narrativos
de las dos jornadas, a la vez, como sintagmáticamente recurrentes
y paradigmáticamente oponibles entre sí.
A esta segmentación temporal, sigue un desglose a la vez tempo
ral y espacial de ambas jornadas. En estrecha correlación con los
desplazamientos de los actores de la narración, cada una de las
unidades temporales — la jornada— se somete a una partición espa
cial que da lugar a la topología narrativa siguiente:

espacio hetero-tópico
T """■ ------ ------- — fíñ i

espacio tópico

i espacio utópico ! ¡
i ¡ , . : . i i
¡ I j j

en su casa en el camino en la ciudad en el camino en su casa epílogo

La espacialización del relato hace también aparecer los caractc


res a la vez sintagmáticos y paradigmáticos de su organización: si
el espacio en el que se instala el relato es circular y simétrico:

de «en su casa»... a «en su casa»

vemos que esta simetría está sólo hecha para subrayar las transfoi
maciones de los contenidos inscritos en las coordenadas espacio
temporales:
principio fin

primer martes salu d ... enferm edad

m uerte moral
segundo martes salu d ...
y física

Sin embargo, el marco espacio-temporal así establecido no es


sólo un marco formal, también es el lugar de los desplazamientos
y de los hechos y gestos de los protagonistas de la narración: por
eso, las relaciones entre los lugares y los actores, entre los topóni­
mos y los antropónimos, así como sus variaciones, son narrativa­
mente significativas.
A primera vista, la segmentación del relato tal y como la hemos
obtenido corresponde, a grandes rasgos, a la articulación canónica
de numerosos objetos narrativos, haciendo pensar, entre otros, en
los resultados del análisis proppiano de los cuentos maravillosos
rusos. Las diferencias significativas no tardan tampoco en aparecer;
contrariamente al relato proppiano donde el héroe se encuentra pri­
mero en conjunción con la sociedad y se desplaza después hacia
los espacios solitarios y enemigos para llevar a cabo sus hazañas,
el héroe de Maupassant es un héroe solitario que se desplaza para
ponerse en conjunción con aquélla: el espacio utópico que, por de­
finición, es el lugar de disjunción y de enfrentamiento solitario se
presenta aquí como lugar de conjunción y de confrontación social.
Anteriormente, pues, a todo análisis del contenido, podemos decir
que a) la estructura narrativa se presenta como el conflicto entre
dos protagonistas: el Individuo y la Sociedad (lo que parece eviden-
te), y b) que los segmentos del texto tradicionalmente designados
como «descripciones» están, desde el punto de vista narrativo, en­
cargados de una función precisa que es la de situar y hacer actuar
ni actante colectivo llamado sociedad (lo que aún queda por
demostrar).
1.2. S e g m e n ta c ió n seg ú n e l sab er

Partiendo del principio de que toda redundancia semántica es


significativa en un texto cerrado — contrariamente a los textos abier­
tos en los que no es más que «ruido»— y que es tanto más signifi­
cativa en cuanto que se encuentra manifestada en términos idénti­
cos o comparables en la lengua natural, podemos señalar como marca
form al la frase tomada dos veces (pág. 160):
La noticia se había extendido,
La noticia se extendió (por los alrededores);

marca que se ve confirmada por la presencia, dos líneas después,


de otra frase redundante:
Se puso a contar la historia de la cuerda
Comenzó a narrar su historia com pletada con el desenlace.

Si la «noticia» que se extiende puede considerarse como la difu­


sión del saber social y la «historia de la cuerda» como la del saber
individual, puede decirse que las marcas que acabamos de introdu­
cir instituyen una frontera dentro del relato que, a partir de aquí,
se presenta como el relato del enfrentamiento de dos saberes y de
dos saber-hacer, tratando el héroe-individuo de convencer a la opi­
nión pública, oponiéndole el anti-héroe-sociedad su propia interpre­
tación de los hechos. Se ve claramente, por otra parte, que este
saber diferenciado que se encuentra así introducido — tal actor sa­
biendo tal cosa y tal otra cosa— se opone, en la primera parte
del relato, al saber absoluto del sujeto de la narración que, toman­
do al lector como cómplice, habla de la gente y las cosas como
si estuviera omnipresente y fuera omnisciente. Por tanto, esta pri­
mera parte del relato — que contiene las secuencias «descriptivas»
de que nos ocupamos— está destinada a representar, con respecto
al saber individual o social que es el «objeto» de la segunda parte,
el ser y el hacer de los protagonistas. Una nueva segmentación del
relato aparece así según la proporción:
(1 .a parte) (2. a parte)

ser y hacer sociales saber social


ser y hacer individual — saber individual

Según nuestro modelo de previsibiliad, las secuencias llamadas


descriptivas tendrán como función,pues, introducir en el relato el
actante colectivo Sociedad y presentarlo según su ser y según su
hacer. Lo cual, evidentemente, queda por comprobar.

1 .3 . Se g m e n t a c ió n seg ún lo s c r it e r io s g r a m a t ic a l e s

A los dos criterios de segmentación ya utilizados, podemos aña­


dir fácilmente un tercero que nos viene proporcionado por el autor,
gracias a la estricta observancia de las reglas clásicas de la prosa
del siglo xix. Este criterio dota de marcas temporales particulares
a las unidades textuales, distinguiendo entre «descripciones», «reía­
los» y «diálogos»: sabemos que, en ellos, las unidades descriptivas
están caracterizadas por el uso del pretérito imperfecto y delimita­
das por los pretéritos indefinidos que las enmarcan.
Por tanto, sobre el telón de fondo que constituye el discurso
«objetivo» — ya que está basado en su saber absoluto— del narra­
dor que cuenta el ser y el hacer de los actores a los que pone en
juego, podemos utilizar a la vez, mezclándolos, los criterios de des­
glose espacio-temporal y las marcas gramaticales para obtener la
siguiente partición:
secuencia descriptiva I secuencia descriptiva 2

segm. descr. 1 segm. descr. 2 segm. descr. 3 segm. descr. 4

(en el camino) (en la plaza (en la plaza (en la posada)


del mercado) del mercado)

«En todos los «En la plaza de «Los campesinos «En casa de Jourdain
cam inos...» G oderville...» palpaban...»
1) Entre las secuencias descriptivas 1 y 2 se intercala una se­
cuencia evenimencial que detiene la oleada de pretéritos imperfectos
descriptivos y los enmarca mediante dos pretéritos indefinidos «vio»
y «se perdió».
2) La secuencia descriptiva 2 se encuentra a su vez delimitada
por un pretérito indefinido «redobló el tambor», que anuncia la
segunda secuencia evenimencial seguida de varias unidades dialoga­
das. Toda la primera parte, que va desde la introducción de la pro­
blemática del saber diferenciado, se presenta, pues, así:

se. descr. l-+ -s c . even. l-* ~ sc. descr. 2 -* -s c . even. 2 (-► se. dialogadas)

sg. 1 sg. 2 sg. 3 sg. 4

3) Vemos así que, a la modalización sintagmática del discurso


en secuencias descriptivas y evenimenciales, corresponde, grosso mo­
do, la oposición de los contenidos, refiriéndose, bien al actante co­
lectivo, bien al actante individual, maese Hauchecorne.

2. A N Á L ISIS SEM ÁN TIC O DE LAS SEC U E N C IA S D ESC R IPTIV A S

La segmentación del texto así efectuada, si, en cierta medida,


permite prever la función general de la «descripción», no nos ilus­
tra sobre los contenidos vertidos y distribuidos en varios segmen­
tos. Nos vemos obligados a recurrir, en esta nueva fase, al análisis
semántico de las unidades descriptivas reconocidas.

2.1. El seg m en to d e s c r ip t iv o 1: el actante v o l u n t a r io

1) El primer segmento descriptivo representa a «los campesi­


nos y sus mujeres» desplazándose «pór todos los caminos de Go
derville». Ahora bien, el desplazamiento, como sabemos, se inter
preta generalmente, en el marco narrativo, como la manifestación
figurativa del deseo, dicho de otro modo, como la forma narrativa
de la modalidad del querer de la que se encuentra dotado el sujeto.
En la medida en que el desplazamiento tiene un objeto, podemos
definirlo como una búsqueda-, la explicación dada por Maupassant
— «ya que era el día del mercado»— indica justamente el sentido
de búsqueda, que es la de la comunicación económica y social.
2) El segmento, a su vez, está dividido tipográficamente en tres
párrafos que — sin tener en cuenta ciertas «transiciones estilísticas»—
corresponden a la presentación de tres tipos de actores en sus pape­
les de sujetos:

— hombres;
— mujeres;
— gente en coche.

La partición del segmento descriptivo parece aquí, a primera


vista, asimétrica, ya que pone en juego, sucesivamente, dos catego­
rías clasificatorias distintas. Podemos decir que los hombres y las
mujeres, divididos, según la categoría del sexo, constituyen, sumán­
dolos, toda la sociedad. Sin embargo, como «gente a pie», hombres
y mujeres se oponen a la «gente en coche», según una categoría
diferente, la que pone en juego las consideraciones de riqueza, pres­
tigio, es decir, en suma, de jerarquía según un cierto tipo de poder.
Veremos además, un poco más lejos, las restricciones a aportar en
cuanto al rol de la distinción entre sexos en la descripción de la
sociedad.
Permítasenos anticipar algo, diciendo que esta doble clasifica­
ción, según el sexo y según el poder, no sólo se mantiene a lo largo
de la descripción, sino que incluso puede considerarse como el prin­
cipio generador de la descripción: vemos así que los segmentos des­
criptivos que siguen (sg. 3 y sg. 4) son expansiones proporcionales
del primer segmento:
gente a pie (hombres y mujeres)
sg. 1: en el camino: ---------------------------------------------------------
gente en coche

sg. 3: en el m ercado (gente a pie)


— ►- en la ciudad: ----------------------------------------------------------------
sg. 4: en la posada (gente en coche)

En el plano de la expansión discursiva, la organización de un


primer segmento descriptivo sirve así para producir dos nuevos seg­
mentos descriptivos. El nivel de organización discursivo se distin­
gue, pues, del nivel narrativo: las funciones narrativas atribuidas
a los segmentos descriptivos así generados no obedecen a los mis­
mos principios de organización.
3) La población en situación de desplazamiento no se presen­
ta, ni como una colección de individuos., ni como una sociedad
global, sino más bien como una colección de clases estereotipadas,
clases de hombres y de mujeres. Estas clases de individuos, ordena­
dos en series ordinales aparecen con evidencia cuando se les opone
a la sociedad presentada, en el segmento 2, como una «muchedum­
bre», un «barullo», una «asamblea», es decir, como una totalidad
indiferenciada.
Por tanto, el paso del segmento 1 al segmento 2 aparece como
la transformación de las series ordinales de individuos estereotipa­
dos en una sociedad total no individualizada. Parece como si una
colección de voluntades particulares convergiera hacia un espacio
común para constituir un ser colectivo dotado de un querer general:
sg. 1: en los caminos sg. 2: en la plaza del mercado
individuos + quereres particulares sociedades + querer general

4) Hasta ahora, sólo hemos tomado en consideración, entre


los actores que se desplazan por los caminos, a los seres humanos:
en realidad, las series ordinales estereotipadas, descritas por Mau-
passant, se presentan como series sintagmáticas concadenadas que
dan cuenta de una jerarquía implícita:

hombres vacas aves mujeres.


(vemos que la distinción entre sexos está ampliamente dominada
por una jerarquía de los seres establecida en función de su utilidad
económica).
Si tenemos en cuenta el hecho de que esta disposición sintagmá­
tica de los humanos y de los animales en los caminos corresponde,
en la plaza del mercado, a una ordenación paradigmática, une fule,
une cohue d ’humains et de bétes mé/angés (una muchedumbre, un
barullo de humanos y bestias mezclados), que puede interpretarse
como la constitución de un término complejo:

/h u m a n id a d / + /an im alid ad /

se reconocerán fácilmente en esta descripción, hecha a base de pin­


celadas sucesivas, hombres y vacas, mujeres, pollos y patos, con
la intención apenas disimulada de identificar metafóricamente a los
hombres con los animales. La figura del campesino comparada con
«un globo» de donde salen una cabeza, dos brazos y dos pies, no
es diferente de la figura nuclear de la vaca que le sigue: lo mismo
puede decirse de la descripción de la mujer centrada en su cabeza
coronada por un gorro, en estrecho paralelismo con la insistencia
puesta en describir las cabezas de los pollos y de los patos.
Así, al establecer, en el plano de la sintaxis narrativa, la modali­
dad del querer constitutiva del actante-sujeto colectivo que es la
sociedad, la descripción aclara al mismo tiempo, gracias a una pre­
sentación analítica, los componentes del ser social, es decir, su con-
lenido semántico vertido, que aparecerá, en la plaza del mercado,
como una mezcla de humanidad y animalidad.

2.2. El seg m en to d e s c r ip t iv o 2: el acto r f ig u r a t iv o

1) El análisis semántico sólo puede hacerse mediante la bús­


queda de las similitudes y las oposiciones: así, este segundo segmen-
to descriptivo, delimitado previamente, según el criterio espacial,
por la presencia de la muchedumbre en la plaza del mercado, ya
ha sido caracterizado, comparándolo con el primer segmento:
— sintácticamente, como constitutivo del actante colectivo:
— semánticamente, como definiendo la sociedad mediante
el término complejo /humanidad/-)-/animalidad/.

2) Este segundo segmento, así como el primero, por otro lado


aparece como la descripción de la sociedad tal como es conocida
e imaginariamente percibida por el sujeto de la narración. Pero,
mientras que el primer segmento procede únicamente de la percep­
ción visual del narrador, el segundo está sometido a la diversifica
ción de órdenes sensoriales que le sirve de principio de organización
interna. La descripción se establece, así, como basada sucesivamen
te en las percepciones " ;>

— visual,
— auditiva,
— olfativa,

tres órdenes que, desplegadas a lo largo del sintagma, producen,


en el plano paradigmático, el efecto de totalización sensorial, es
decir, de la percepción global de la sociedad, tal como puede sci
captada por todos los sentidos, figurativamente. Así, la razón de
ser suplementaria de este segmento descriptivo nos parece la preseiv
tación de la sociedad como actor figurativo, cubriendo la figura
plurisensorial sus atribuciones sintácticas y semánticas ya reconocidas.

2.3. E l s e g m e n to d e s c r ip tiv o 3: e l h a c e r s o c i a l

1) El segmento que acabamos de examinar brevemente va se


guido, en el texto de Maupassant, de una secuencia evenimencial
que relata el hacer particular del señor Hauchecorne (que encuentia
una cuerda y hace como que no ha encontrado nada). Como los
demás campesinos, llegó sólo a la ciudad, y, habiendo realizado
este desplazamiento voluntario, «se perdió enseguida entre la multi­
tud».
Este actor, a quien el narrador prepara un destino de sujeto
individual, se conjunta, pues, con la sociedad en vías de constitu­
ción y no se distingue apenas del ser social en el que «se pierde»,
conjunción que se mantendrá hasta el final de la secuencia descrip­
tiva: el señor Hauchecorne asume, por consiguiente, todas las atri­
buciones que el autor confiere sucesivamente a la sociedad campesi­
na en su conjunto.
2) La secuencia de acontecimientos se encuentra intercalada en­
tre dos segmentos descriptivos que el desglose espacial no permitiría
distinguir, ya que ambos están consagrados a la presentación de
la plaza del mercado: esta secuencia posee, pues, una función de
demarcación y opone los dos segmentos descriptivos:

sg. 2 el ser social


sg. 3 el hacer social

3) La categoría del sexo, ya explotada en el sg. 1, es retomada


aquí para dividir la actividad descrita en dos tipos distintos de ha­
cer: los hombres están encargados de la compra, y las mujeres de
la venta, los hombres se consagran al regateo, y las mujeres efec­
túan el intercambio, el hacer masculino es un hacer verbal en gran
parte, mientras que el hacer femenino es un hacer casi somático
de orden económico:
hacer m asculino _ compra _ hacer verbal (regateo)_______
hacer fem enino — venta hacer som ático (intercam bio)

Tal distribución de actividad según las clases de sexo no es perti­


nente, como puede verse, en el plano «referencial»: ha de buscarse
otra pertinencia, interior a la organización semántica del discurso,
para dar cuenta de ello.
4) Mirando las cosas más de cerca, se observa que, a la agita­
ción de los hombres, el narrador opone la impasibilidad de las mu­
jeres, que esta agitación de los compradores no conduce a ninguna
compra, mientras que las mujeres silenciosas e impasibles, proceden
a operaciones económicas. Todo ocurre, a primera vista, como si
se tratara de la valoración antifrásica de las mujeres, situadas en
el grado más bajo de la escala de los seres y cumpliendo, sin embar­
go, funciones económicas fundamentales, mientras que los hombres
pasan el tiempo en verborreas desprovistas de significación econó­
mica. Pero aún hay más. Superando la oposición de los sexos, pue
de verse en la actividad desbordante del mercado, objeto del querer
colectivo, dos formas del hacer social: un hacer fundamental de
orden económico, recubierto por entero de un hacer secundario en
el que se resume la comunicación social.
5) En efecto, lo esencial de la comunicación social se presenta
en forma de «interminables regateos», dondfe la actitud del compra­
dor, definida en términos de perplejidad, de indecisión, de «miedo
a ser engañados», está al servicio de una sola idea, que es la de
«descubrir la astucia del hombre y el defecto de la bestia». Dicho
de otro modo, la comunicación social es concebida de tal modo
que el mensaje enviado por el destinador es, por definición, un;i
mentira modalizada por un parecer-verdad\ la recepción del mensa
je por parte del destinatario debe consistir, pues, en un hacer inter­
pretativo enfocado a leer como engañoso todo lo que parece verdad.
El rol que puede atribuirse al segmento descriptivo 3 en la eco
nomía general de la narración se concreta, por tanto: el campesina
do de Maupassant, constituido en actante colectivo dotado de un
querer-hacer, es puesto aquí en situación para ejercer su hacer so
cial, que es doble: el hacer económico, que podríamos considerai
como denotativo y que debería ser fundamental, está, sin embargo,
ampliamente dominado por un hacer secundario, connotativo, que
se encuentra en la base de las relaciones sociales y que consiste
en engañar y en no dejarse engañar en un mundo en que la verdatl
no es más que la máscara de la mentira. Vemos que tal presenta
ción del hacer social — en el que el Sr. Hauchecorne participa ple­
namente, aceptándolo— es narrativamente necesario: el individuo
que quiere mostrar su verdad desnuda en forma de una cuerdecita
será confrontado con la sociedad que sólo podrá ver en ello la
mentira.

2.4. El seg m en to d e s c r ip t iv o 4: la s a n c ió n s o c ia l

El último segmento que queda por analizar presenta una fuerte


complejidad estilística: acabando la parte descriptiva del texto, ofrece
al escritor, según las convenciones del- siglo xix, la ocasión de mani­
festar su «arte» ejecutando un fragmento efectista. Interesados en
primer lugar por las funciones narrativas del segmento, no tratare­
mos de agotar todas sus virtualidades semánticas, contentándonos
con extraer solamente los elementos que nos parecen narrativamen­
te pertinentes.
1) Ya hemos observado que el sg. 4 se oponía al sg. 3 en que
presenta a la gente con coche reunida en la mejor posada, distin­
guiéndola de la gente de a pie que hemos visto en la plaza del mer­
cado. Esto, de nuevo, sólo es cierto desde el punto de vista de
la organización semántica interna del texto: según la verdad exte­
rior, «referencial», el Sr. Hauchecorne, llegado a pie, no debería
haberse encontrado en la posada.
Por otro lado, una «lógica» de sucesión de los segmentos preci­
sa las atribuciones de la clase de gente con coche: sólo se encuen­
tran en la posada los que pueden considerarse como beneficiarios
del hacer social antes descrito, es decir, los que han obtenido ga­
nancias económicas gracias a su saber-hacer social, que consiste,
como hemos visto, en desbaratar las astucias y en interpretar co­
rrectamente la mentira universal que se esconde bajo las apariencias
ile la verdad. Se trata aquí de la gente que ha salido vencedora
ile las pruebas sociales.
2) Las formas narrativas canónicas prevén que, a continuación
ilel hacer conseguido, el sujeto vencedor trate de hacerse reconocer
como tal, que busque, según la jerga narrativa corrientemente em­
pleada, su «glorificación», que sólo podrá serle acordada por un
destinador al que dirige los frutos de su búsqueda. Así es, al me­
nos, como se determina a priori, según el modelo de previsibilidad,
la función narrativa del segmento que estudiamos. ¿Corresponden
los datos descriptivos a las previsiones?
3) Una ojeada superficial sobre el segmento permite distingu
en él, de entrada, dos primeros párrafos simétricamente dispuestos
que ponen en oposición complementaria la descripción de los vehí­
culos y la de los comensales. La complementariedad de las dos des­
cripciones, por otro lado, está marcada por Maupassant de manera
explícita:
la gran sala estaba llena de gente com iendo...

como - •.
el amplio patio estaba lleno de vehículos...

La comparación que autoriza la superposición — o la


equivalencia— de ambas descripciones (procedimiento que ya he­
mos observado al reconocer la identidad de las figuras humanas
y animales en los caminos), y estando los caballos curiosamente
ausentes de ésta, los vehículos vacíos se encuentran en relación me­
tafórica con la gente que come sentada a la mesa. Mediante el sesgo
de esta metaforización indirecta es como se plantea y resuelve
el problema del destinador por Maupassant, que describe estos
vehículos «humanizados» como «alzando al cielo, como brazos,
sus varales, o bien la nariz por tierra y el trasero al aire».
Dos actitudes del sujeto colectivo con respecto a un destinadoi
imaginario se encuentran así destacadas: articulándose la relación
del destinatario-sujeto colectivo y del destinador según la categoría
bajo vs alto, «ciel», «air»:
a) o bien el destinatario-sujeto tiende los brazos vacíos haci;i
el cielo, no teniendo ningún mensaje que dirigir al destinador;
b) o bien el destinatario-sujeto, dando la espalda al destinador
y «la nariz por tierra», ignora completamente a éste.
Tanto en un caso como en otro, ya se ignore la destinación
del hacer o no se llegue a transformarlo en valor susceptible de
ser dirigida al destinador, el hacer social descrito anteriormente es
presentado, ya se ve, como desprovisto de sentido.
4) En ausencia del destinador, asistiremos, pues, a una escena
de autodestinación: los valores económicos adquiridos tras el haeer
social están destinados al consumo, y la reunión de la posada se
presenta entonces en forma de comida sacrificial irrisoria, cuya sola
meta es la autodestrucción de los valores penosamente adquiridos.
La sociedad de consumidores, como vemos, no es nada nuevo.
5) Lo absurdo del querer y del hacer de esta sociedad se ve
entonces manifestado en el modo de la burla antifrásica que sirve
como principio para la construcción de todo el segmento descripti­
vo. Esto sucede con la descripción del fuego, fuente de vida, que
difunde la luz y el calor pero no encuentra sino las espaldas vueltas,
mientras que un «deleitoso olor» de alimento lo sustituye en su
función vivificante. Lo mismo ocurre con la famosa frasecita de
Maupassant «toute l'aristocratie de la charrue» (toda la aristocracia
de la carreta) se encuentra figurativamente resumida en la persona
del posadero, gran sacerdote oficiante junto al fuego rechazado,
definido como «un malin qui avait des écus» (un tunante que tenía
escudos), es decir, por su hacer y su ser a la vez.

3. SEG M E N TA C IÓ N T E X T U A L Y O R G A N IZ A C IÓ N DEL TEXTO

Este análisis somero — puesto que sólo pretendía poner de ma­


nifiesto un solo aspecto del texto considerado— plantea ciertos pro­
blemas que pueden interesar al semiótico narrativista.
1) Las distinciones clásicas según las cuales se reconocen las
unidades textuales tales como «descripciones», «relatos», «diálo­
gos», etc., aun siendo pertinentes a nivel de la manifestación dis­
cursiva de superficie, dejan de serlo cuando el análisis trata de ex­
plicar la organización profunda del texto considerado como un to­
do de significación. Así, en la medida en que se considera que la
narratividad, tomada en el sentido general de este término, es uno
de los principios de articulación de los textos a nivel profundo,
la forma discursiva asignada a los segmentos textuales queda dobla
da por una función narrativa secundaria.
2) El análisis al que hemos procedido muestra particularmente
que la parte puramente descriptiva del texto de Maupassant, qui­
se suele oponer a la parte que comporta la narración propiamente
dicha, está organizada, de hecho, según las reglas canónicas de la
narratividad y representa, en su desarrollo sintagmático, una es
tructura narrativa fácilmente reconocible. Por mucho que la des­
cripción se descomponga en «cuadros» y obedezca a una especie
de «lógica» espacio-temporal de la representación (según la cual
el ojo del narrador exploraría sucesivamente tal o cual espacio),
la razón de ser de esta figuración aparece enseguida: para organiza i
la puesta en escena del drama que se dispone a contar, el narradoi
necesita confrontar un sujeto individual dotado de su propia ver
dad con otro sujeto, éste colectivo, suficientemente «real» como
para llevar en sí, no sólo el saber sobre los seres y los acontecimien
tos, sino también los modos de interpretación de la verdad.
Vemos, pues, que la secuencia discursiva denominada «descrip
ción» es, de hecho, un microrrelato que comporta la historia com
pleta de la sociedad: la instauración del sujeto colectivo, voluntario
y figurativizado, la demostración de su hacer social, la sanción so
cial, en fin, de este hacer victorioso (que consiste finalmente en
la autodestrucción de los valores adquiridos). Es el microrrelato qui­
se integra después, como programa narrativo hipotáctico, en el ma
crorrelato que constituye el tópico de La Fice/le: el enfrentamienlo
trágico de dos saberes, ambos verdaderos, y sin embargo en
contradicción.
3) El alcance de este análisis sigue siendo limitado. Si el princi
pió según el cual la segmentación textual de superficie no explica
suficientemente la organización profunda del texto, que, a su ve/,
proviene de una gramática narrativa implícita, nos parece sólida
mente establecido, no por esto es generalizable el ejemplo examina
do: otros textos comportan otras secuencias descriptivas dotadas
de funciones narrativas diferentes.
4) El problema de la construcción de los actantes colectivos,
por el contrario, es capital para la semiótica general, interesada
no sólo por las producciones literarias, sino también por los textos
históricos y sociológicos: las clases sociales, las instituciones jurídi­
cas, los organismos políticos, las agrupaciones económicas son se­
res sociales, es decir, actantes colectivos cuyos modos de existencia
y de funcionamiento pueden ser sometidos a los mismos procedi­
mientos de análisis.

DI L SENTIDO II. — 12
L A SO P A A L «PISTOU» O L A C O N STR U C C IÓ N
DE UN O BJETO DE V A L O R 1

L A SO PA A L «P ISTO U »

La sopa al pistou es el más bello florón de la


cocina provenzal. Es la. diana vencedora que os
P a ra 8 personas: deja sobrecogidos de golosa adm iración. Es un
6 litros de agua plato digno de los dioses. Un plato, sí, muelm
1 kilo de alubias
p ara desgranar más que una sopa.
350 g. de judías verdes D urante mucho tiempo creí que la sopa al />i\
con grano
tou era de origen genovés, que los provenzalev
6 patatas
6 zanahorias al apropiársela, no habían hecho sino mejoraih»
4 puerros mucho. ¡Pero mi amigo Fernando Pouillon m<
4 tom ates
6 calabacines
explicó que la sopa al pistou era el plato nació
2 ram itas de salvia nal iraní! Poco im porta, por otra parte: ya que
3 puñados de albahaca todo el mundo la aprecia en Provenza, naturali
6 dientes de ajo
300 g. de queso parm esano cémosla provenzal.
sin rallar Desde luego, no existe una sola y única recdn
6 cucharadas soperas
de sopa al pistou adoptada, para siempre, pot
de aceite de oliva
los provenzales. Pueden incluso citarse una mr
H. Philippon,
dia docena. Las he probado todas. La que pir
La cuisine p roveníate
© R. L affo n t, 1966 fiero, con mucho, es la que tengo la audacia d?
llamar «mi sopa al pistou». P ara gran confusión
mía, he de confesar que no soy yo quien ha in
ventado esta receta. La recibí de una amiga pro

1 Este texto apareció, en prepublicación, en Documents de Recherche del Gni|»i


de Investigaciones Sem iolingüístieas (EH ESS-C N R S), 1979.
venzal en cuya casa comí por prim era vez una sopa al pistou prodigiosa,
la misma cuya receta les voy a dar.
Pero antes, he de insistir en un punto: esta receta sólo es válida para
ocho personas, quiero decir que las proporciones han sido establecidas p a­
ra ocho personas, y no más.
Lo mejor sería utilizar una marm ita de barro de Valauris. Pero, a la
sazón, cualquier m arm ita puede valer.
Vierta, pues, en la m arm ita provenzal 6 litros de agua, y sazone ense­
guida con sal y pimienta.
Desgrane un kilo de alubias frescas, y cuézalas aparte en una cacerola
con agua hirviendo. Pele después 6 patatas de tam año medio, y córtelas
en dados pequeños.
Después, pele cuatro tom ates y quíteles las pepitas.
Lave con agua corriente 350 gr. de judías verdes con grano, y córtelas
en trocitos después de haber quitado las hebras.
Raspe seis zanahorias de tam año medio y córtelas en dados.
Tome finalmente cuatro puerros de los que sólo utilizará la parte blan­
ca: lávelos, y córtelos en rodajas.
C uando hierva el agua en la m arm ita, eche las alubias en grano que
habrán empezado a cocer aparte.
A ñada tomates, patatas, así como seis calabacines que antes habrá pe­
lado y cortado en dados.
A ñada finalmente dos ram itas de salvia.
Cuando el conjunto recomience a hervir, baje el fuego, y deje cocer
a fuego lento durante dos horas.
U na media hora antes de servir, añadir los puerros y las judías verdes
con grano, -así como fideos gruesos (o minúsculos).
M ientras la sopa cocía, habrá tenido tiempo de sobra para confeccionar
el pistou propiam ente dicho. Pues se me olvidaba precisar algo: la sopa
al pistou es una sopa a la que se añade, en el últim o m om ento, una especie
de pasta olorosa —el pistou— que le da más que gracia:carácter.
En un m ortero de mármol o de m adera de olivo, m achaque dos o tres
puñados de albahaca (si es posible, albahaca de Italia, de hojas grandes)
con seis gruesos dientes de ajo de Provenza (ya que es mucho más suave
que el ajo recolectado en el resto de Francia), y 300 gr. de queso parmesa-
no que previamente habrá cortado en finas láminas (el simple hecho de
rallarlo cambia el gusto de su sopa).
O btendrá con mucho trabajo y paciencia una pasta que regará, durante
la preparación, con cinco o seis cucharadas de aceite de oliva.
Finalmente, cuando su sopa esté preparada, retírela del fuego, pero,
antes de añadir el pistou, conviene esperar que deje de hervir totalmente.
P ara esto, se recomienda diluir el pistou en el m ortero con uno o dos
cucharones de sopa. Después, vierta todo en la m arm ita, agitando rápida
mente. Esta operación impedirá que el aceite se separe del pistou. Vierta
finalmente su sopa en la sopera y sírvala.

1. LA R EC ETA DE C O C IN A

1.1. La receta de cocina, aunque formulada, en superficie, m


diante imperativos, no puede considerarse como una prescripción,
regida por un /deber-hacer/ subtendido al conjunto del texto. Se
presenta primero como una propuesta de contrato de tipo: «si Vd
ejecuta correctamente el conjunto de indicaciones dadas, entonces
obtendrá la sopa al pistou». Se trata, por tanto, en principio, dr
una estructura actancial que pone frente a frente dos sujetos — el
destinador y el destinatario— situados ambos en la dimensión coy.
nitiva: el destinador encargado normalmente de modalizar al desli
natario, no se preocupa en absoluto de transmitirlo un /quera
hacer/ ni un /deber-hacer/, contentándose con investirlo con ln
modalidad del /saber-hacer/. Desde este punto de vista, la recein
de cocina no se distingue, por ejemplo, de la ley sobre interrupción
voluntaria del embarazo (anteriormente analizada en el marco dH
seminario) que, a pesar de su status aparente de ley, se présenla
como un recorrido, sabiamente programado, de actos a reali/üi,
elaborado con vistas a las mujeres deseosas de interrumpir su ein
barazo, sin comunicar, no obstante, ningún tipo de /deber-/ á
/querer-hacer/. Tanto en un caso como en otro, las modalizacioiir =
aparentes, manifestadas en la superficie discursiva, no correspon
den al status modal del texto revelado por el análisis.
1.2. La aceptación de este contrato implícito es lo que desen­
cadena el hacer culinario y permite situar el paso de lo cognitivo
a lo práctico, de la competencia a la performance.
El /saber-hacer/, considerado como uno de los componentes de
la competencia del sujeto y que permanece sobreentendido y presu­
puesto en los comportamientos cotidianos de los hombres, se en­
cuentra aquí, no sólo aclarado, sino, por una especie de desviación
que lo aparta de su finalidad que es el paso al acto, manifestado
en forma de discurso particular. La receta de cocina puede conside­
rarse, por consiguiente, como una súb-clase de discurso que, como
las partituras musicales o los planos del arquitecto, se presentan
como manifestaciones de competencia actualizada, anteriormente
a su realización.

1.3. Aunque el texto de la receta comporte numerosos elemen­


tos del hacer persuasivo, éste no constituye la razón decisiva de
la aceptción del contrato. La aceptación, como asunción del /saber-
hacer/, se integra en un PN (programa narrativo) ya elaborado,
suscitado bien por un /querer-hacer/ — invitación dirigida a los ami­
gos, por ejemplo— , bien por un /deber-hacer/ — necesidad de ali­
mentar a la familia— . El destinatario de la receta de cocina es ya,
por consiguiente, un sujeto modalizado (Si) en posesión de un pro­
grama a realizar. El hacer persuasivo sólo juega un papel secunda­
rio, en el momento de la elección de tal o cual receta; aún más,
se sitúa a otro nivel, el del programa del autor deseoso de vender
su libro de cocina. Así, en el análisis que sigue, no lo tendremos
en cuenta.
El PN en cuestión — que llamaremos P N de base— consiste en
la atribución, por parte de Si, del objeto de valor O, «La sopa
al pistou», al sujeto de estado S 2 , «los comensales»:

PN de base = Si -► (S 2 n O : sopa).

En el marco constituido por este PN de base es donde se inscri­


birán los otros PN, considerados como P N de uso o de auxilio.
2. EL OBJETO Y EL VALOR

2.1. Para que Si pueda trasmitir el objeto de valor «sopa»,


primero ha de poseerlo. Pero la posesión sólo puede quedar asegu­
rada mediante un P N de don (efectuado por el destinador), de un
P N de intercambio (encargo en una casa de comidas) o, finalmente,
de un P N de producción. A este último caso corresponde la realiza­
ción de la receta de cocina.

2.2. Un programa dé producción consiste en la construcción


de un objeto de valor, es decir, de un objeto en el que se vierta
un valor cuya conjunción con S2 sea capaz de aumentar su ser.
Este valor, en nuestro caso, puede corresponder, bien a la satisfac­
ción de una necesidad, bien a la consecución de un placer. Como
las recetas de cocina, en general, no son redactadas para la gente
que muere de hambre, podemos admitir que el valor vertido consis­
tirá en una sensación gustativa eufórica. Siendo invitados los co­
mensales a disfrutar de un placer estético de orden gustativo, el
valor a producir deberá formar parte del código gustativo cultural
implícito.
Tal valor, relativamente abstracto, está vertido en un objeto fi­
gurativo complejo denominado «sopa al pistou» cuya construcción
exige la ejecución de un conjunto de programas somáticos y gestua-
les. El PN de construcción, aun siendo un P N de uso insertado
en el PN de base, tendrá pues la forma de un recorrido de orden
figurativo. Por tanto, la comparación se hace evidente: mientras
que el cuento maravilloso proppiano — y las extrapolaciones a las
que éste ha dado lugar— aparece como pudiendo servir de modelo
de P N de construcción de sujetos, debería promoverse una empresa
paralela para elaborar los modelos de P N de construcción de objetos.

2.3. Situando el PN .de construcción a nivel figurativo de los


discursos es como se explica la importancia de su articulación tem­
poral. La cocción de los elementos destinados a constituir la sopa
es un proceso durativo, que, además, comporta un aspecto tensivo
que lo dirige hacia su terminación: la construcción del objeto se
presenta en términos de estructuración aspectual. Lo que, en el pía
no lógico, se interpreta como la transformación de un estado en
otro estado (de la «no-sopa» en «sopa») se formula aquí en térmi
nos de conversión: los diferentes ingredientes «se convierten» en
una sopa.
La introducción de la temporalidad, que tiene por efecto con­
vertir los programas en procesos, permite captar en el centro de
la cuestión uno de los aspectos definitorios de la programación,
que consiste
a) en la elaboración de una serie de implicaciones entre enun­
ciados y programas narrativos, lógicamente necesarios para la reali­
zación del PN de base, y
b) en la conversión de esta derie de implicaciones en una serie
temporal del proceso.

3. EL DISPO SITIVO ESTRATÉGICO

La lectura superficial del programa culinario permite ya recono­


cer, al nivel pragmático (no realizado) de éste, la existencia de dos
P N paralelos e independientes, cuya conjunción, al final del reco­
rrido, constituye el PN de construcción global. Dos objetos parcia­
les son construidos con ayuda de los programas:

— PNi = confección de la «sopa de legumbre», y


— PN 2 = confección del «pistou propiamente dicho»,

para constituir a continuación, mediante los procedimientos de «mez­


cla» y de «fusión», un objeto de valor único: la «sopa al pistou».
El examen de cada uno de estos programas permite distinguir,
a su vez:
— un P N principal (que empieza, para P N i, por «vierta
6 litros de agua...»);
— una serie de P N adjuntos (tales como «pele seis patatas...»,
«pele cuatro tomates y quíteles las pepitas...», etc.).

3.1. La so pa d e v e r d u r a s

3 .1.1. El PNi principal es reconocible:


a) Por la atribución de un espacio autónomo: la «marmita»
que puede considerarse como un espacio utópico, lugar de las prin
cipales transformaciones de lo /crudo/ en /cocido/. A la «marmi
ta», espacio propio del P N i, se opone el «mortero», espacio autó
nomo del PN 2 (el status del tercer recipiente, la «cacerola», será
examinado más adelante).
b) Por la adjunción a este espacio de un actante sujeto, «agua»,
que será instituido como operador de las transformaciones: es el
agua, en efecto, la que «hace cocer» las legumbres.
c) Por la «desnaturalización» del agua. La instrucción: «sazo
ne enseguida con sal y pimienta», marca bien el paso del agua en
estado /natural/ al estado /no natural/.
d) Por la aparición implícita del sujeto «fuego» que cumple
una función doble: llevando el agua al estado de ebullición, la cali­
fica como sujeto operador (para hacer cocer las verduras); actuan­
do directamente sobre el agua-objeto, la transforma en objeto con­
sumible (el «caldo» ya es una sopa).

3.1.2. Vemos que las operaciones que se realizan en el espacio


utópico acercan el hacer culinario aparentemente racionalizado al
modelo mítico de la transformación de lo crudo en cocido, antro
pomorfizando, concretamente, los elementos de la naturaleza e ins­
taurándolos como sujetos operadores.
Vemos, por otra parte, que si el realizador humano del progra­
ma culinario se presenta como un maestro de cocina, delega rápida­
mente sus poderes en otros sujetos de hacer (el fuego hace hervir
el agua; el agua hace cocer las- verduras) instaurando así estructuras
de manipulación en las que los sujetos delegados, estrechamente
vigilados (atribuyendo, concretamente, un tiempo de cocción pro­
pio de cada verdura, es decir, estableciendo la correspondencia
entre los procesos durativos de cocción y las transformaciones
lógicas de lo /crudo/ en /cocido/), parecen actuar por mandato
imperativo.

3.1.3. En cuanto a los P N adjuntos, que, para el PN i, son


nueve, y se formulan, dentro de la receta, como éste, por ejemplo:

«tome cuatro puerros» (utilice sólo lo blanco)


«lávelos»
«córtelos en rodajas»

vemos que su razón de ser reside en la transformación de objetos


crudos en objetos no crudos, integrándose estos objetos «semicultu-
ralizados», a continuación, en el PN principal, sometidos a la coc­
ción y a la transformación en objetos cocidos. Las dos operaciones
son así distintas:

/c r u d o / ' /c o c id o /

pudiendo efectuarse la primera con ayuda de los PN adjuntos, mien­


tras que la segunda, siendo una operación 'de síntesis, se efectúa
en el marco del PN principal. Del modo más natural, los PN ad­
juntos recuerdan, en los casos de construcción de sujetos, a las per­
formances de cualificación, y los PN principales, a las performan­
ces decisivas de los sujetos.

3.1.4. Se observará también que la realización de los PN ad­


juntos, atribuida por nuestro texto al propio maestro de cocina y
que exige, por esto, una programación temporal de las tareas, pue­
de ser igualmente confiada a sujetos delegados (humanos o autó­
matas). Sin embargo, el orden de sucesión de los PN adjuntos, a
pesar de la apariencia de una consecución textual exigida por su
enumeración, no se vé precisado aquí: sólo se haría obligatorio si
estuviera basado en una serie de implicaciones lógicas. Es de supo­
ner que los programas de construcción de objetos más complejos
que el nuestro comportarían una planificación de ejecución de las
tareas prevista de antemano.
Tal organización de suplencias, reconocible en los ejes progra­
máticos paralelos cuyos resultados, en forma de objetos semiacaba-
dos, se ven progresivamente integrados en el PN principal, da cuen­
ta finalmente de la constitución y del funcionamiento de lo que,
por otro lado, hemos designado como sujeto colectivo sintagmático
(citando, a este propósito, las fábricas Renault). Queda por ver,
evidentemente, en qué condiciones un esquema de programación,
desde el momento en que su ejecución se hace iterativo, es suscepti­
ble de engendrar una institución (una empresa).

3.1.5. Entre los PN adjuntos, hay uno que se distingue de


los demás por su carácter semi-autónomo. En efecto, este progra­
ma:

— «Desgrane un kilo de alubias frescas y cuézalas aparte en


una cacerola con agua hirviendo».

— «Cuando hierva el agua en la marmita, eche las alubias en


grano que habrán empezado a cocer aparte»

es a la vez:
— independiente, ya que posee su propio espacio utópico
(la «cacerola»),
sus propios sujetos delegados manipuladores (el fuego y el agua), y

— adjunto, ya que el objeto semi-construido por este pro­


grama (las alubias que han empezado a cocer aparte)
se ve integrado, al mismo tiempo que los otros objetos
no crudos, en el PN principal.

A primera vista, el tiempo de cocción, más largo que para las


demás legumbres, es el que determina por sí solo la autonomización
de este PN adjunto. Es evidente, desde este punto de vista, que
la receta de cocina está mal redactada: el agua de la cacerola debe
estar ya hirviendo en el momento en que comienza la ejecución
del PN principal. Sin embargo, la estructura formal de este PN
no se distingue en nada de los PN independientes, incluso posee
su propio PN adjunto «desgrane las alubias frescas». Lo que pare­
ce producirse aquí es una desviación del PN dirigido a obtener un
objeto de valor propio, «las alubias cocidas», y su integración en
un dispositivo funcional más amplio y diferente: confeccionar una
sopa de legumbres. Tal satelización del PN independiente no puede
sino recordarnos los procedimientos de integración de los «moti­
vos», susceptibles de funcionar como relatos autónomos, en estruc­
turas narrativas más amplias.

3.2. El « p is to u »

3.2.1. El PN 2 dirigido a la confección del pistou propiamente


dicho posee, a pesar de su aparente simplicidad, una independencia
real que le está garantizada por su situación en el espacio utópico
propio, el «mortero», pero también por la realización completa de
su objeto de valor, el «pistou» que sólo es conjuntado y mezclado
con la sopa de legumbres en el momento en que ésta «deje de hervir
totalmente».
Su autonomía, por otra parte, le viene de la originalidad de
las técnicas utilizadas para la confección del objeto: mientras que,
en el P N i, la marmita, al principio, es llenada de agua, es decir,
de un líquido que se trata de solidificar, la ejecución del P N 2 con
siste en tomar los productos sólidos para licuarlos. La realización
de los dos PN conduce poco a poco al mismo punto y la fusión
de ambos objetos produce el objeto complejo líquido y sólido que
es la sopa al pistou.

3.2.2. El PN 2 principal también se presenta como muy dife


rente del PN i: mientras que en el primer caso el hacer culinario
de base era delegado, de entrada, al fuego y al agua instituyéndolos
como sujetos manipuladores, la operación culinaria, que reclama
la presencia de un sujeto humano, es aquí doble: consiste

— en la trituración («machaque») de los objetos sólidos;


— en su rociamiento iterativo con aceite de oliva (líquido)

En caunto a los ingredientes que, en un principio, constituyen


el contenido del mortero, desde el punto de vista de sus cualifica
ciones para entrar en la composición del objeto cultural a construí 1 ,
se pueden agrupar en dos clases:
a) el aceite de oliva y el queso parmesano (a los que hay que
añadir los fideos del PNi) son ya objetos culturales de por sí, po­
seedores de una historia y de un PN de construcción completos,
El PN adjunto al que se encuentra sometido el parmesano («corta
do en finas láminas» y no «rallado») es, pues, una operación re
dundante desde el punto de vista de su «culturalización»;
b) la albahaca y el ajo (a los que hay que añadir «dos ramitas
de salvia» del PNi) plantean un problema. La primera impresión
que se desprende de la lectura de la receta es que su status «natu
ral» y, por tanto, no cualificado, se encuentra camuflado por una
retórica textual:
— «tres puñados de albahaca (si es posible, albahaca dé
Italia, de hojas grandes)»;
— «seis gruesos dientes de ajo de Provenza (ya que es mucho
más suave que el ajo recolectado en el resto de Francia)»,
Todo ocurre, sin embargo, como si cualquier producto proce­
dente de fuera, e implicando por tanto operaciones de transporte,
se encontrara ya valorizado, susceptible de ser considerado como
un objeto no natural: constatación que, como vemos, sobrepasa
el reconocimiento de los embellecimientos retóricos y que remite
a la cuestión, importante en otro sentido, del status cultural de las
especias.

3.2.3. Aun entreviendo las grandes líneas que permiten enten­


der este tipo particular del hacer culinario — procedimientos que
parten de la descomposición de los objetos parciales, se sirven de
su licuefacción progresiva y llegan a la recomposición de un objeto
complejo nuevo (la «pasta»)— , nos es imposible imaginar, en el
estado actual, el modelo que expresaría la construcción de este gé­
nero de objetos culturales. Un mejor conocimiento de la obra teóri­
ca de los alquimistas podría, probablemente, aportar cierta luz. Se
trataría, en suma, de inventariar un número limitado de procesos
tecnológicos elementales cuya combinatoria cubriría la totalidad del
hacer productor de objetos culturales.

3.3. La p r o g r a m a c ió n

Estamos ahora en situación de proponer la representación del


conjunto de los procedimientos de construcción de la sopa al «pis­
tou» en forma de un esquema de programación:
P N 19 «alubias frescas»
(cacerola)
«desgrane»
PNi «sopa de verduras» ebullición
(marm ita) PN ; «pistou»
puesta en el fu e g o .................................... (m o rte ro )
P N 2,
PN igP N nP N ii; P N h PN ,4 P N n P N u PN «parmesano
fuego fuerte

ebullición
i I
reebullición

fuego moderado
(2 h)

30 mn “
retirada
del fu ego

no ebullición ■
^ PN común («remover»)


PN de base: Si— ►PN de uso («sirva»)— (comensales)

4. A L G U N A S E N SE Ñ A N Z A S

Al término de este examen bastante superficial de un texto inh;i


bitual, conviene tratar de extraer, aunque sólo sea para justific;n
su elección, algunas enseñanzas de carácter más general.

4.1. Hemos conseguido, en nuestra opinión, situar los textos


llamados recetas de cocina dentro de una clase de discursos más
amplia, la de los discursos programadores que pueden considerarse
como manifestaciones discursivas de uno de los componentes de
la competencia modal del sujeto, la del /saber-hacer/, manifesta­
ciones desviantes por el hecho de que interrumpen el discurso na­
rrativo del sujeto antes de pasar al acto transformador y escinden
así al sujeto en dos actantes: un destinador-programador y un
destinatario-realizador, instituyendo al primero en el rol de narrador.

4.2. Si se considera el acto sometido a la estructura modal del


I /hacer-ser/, vemos que el hacer en cuestión es capaz de apelar a
la existencia, bien de los sujetos, bien de los objetos. La semiótica
narrativa, particularmente sensible a la construcción del sujeto, ha
dejado completamente de lado, hasta ahora, la problemática de la
construcción del objeto. El texto examinado se presenta justamente
como el proyecto de construcción de un objeto particular, la sopa
al pistou. Inversamente, el objeto, considerado como resultado de
una actividad productora, es susceptible de recibir una definición
generativa que la explica por su modo de construcción. El proyecto
semiótico, como vemos, debe tomar a su cargo la elaboración de
los modelos de orden generativo (y no genético) acercándose, por
este hecho, a la investigación llamada operacional, cuyo carácter
«aplicado» y objetivo principal — la optimización de los procedi­
mientos de generación— , no deben escapársele.

4.3. La manifestación discursiva de la estructura modal del


/saber-hacer/, que se entiende esencialmente como un procedimien­
to de programación nos informa un poco sobre el funcionamiento
de ésta «inteligencia sintagmática» que casi siempre queda implícita
y presupuesta por el acto. Se observa concretamente que la progra­
mación global se efectúa a partir del punto terminal del proceso
imaginado y consiste, partiendo de una meta fijada, en la búsqueda
y elaboración de los medios para llegar a ella, es decir, remontando
el tiempo y no dejándose ir a la deriva de éste. Sólo en la última
fase se efectúa la temporalización de los programas narrativos y
el establecimiento del orden de su sucesión. He aquí un argumento
de peso, si aún es necesario, contra ciertas teorías narrativas que
basan la articulación de la narratividad en la sucesión temporal.
4.4. El carácter lógico de la programación explica, a su vez,
el lugar particular que ocupa la construcción de objetos en el PN
de base: lo que es esencial para el hombre, es la búsqueda y la
manipulación de los valores (su apropiación, su atribución, etc.);
los objetos sólo le interesan — y su construcción no merece ser
emprendida— en la medida en que constituyen lugares de verti­
mientos de los valores. Así, el nivel lógico-semántico donde se reco­
nocen y circulan los valores debe considerarse como más profundo
que aquél, figurativo, donde se construyen y/o se intercambian los
objetos.

4.5. El esquema de programación, tal como acabamos de pre­


sentarlo en 3.3., a pesar de su simplicidad — o por causa de ella—
puede considerarse como una muestra sugerente que permite hacer­
se una idea de lo que es la organización semiótica narrativa en ge­
neral. Un discurso narrativo, sea cual sea su complejidad, es, desde
el punto de vista del enunciador, un objeto construido, y, desde
el del enunciatario, un objeto susceptible de recibir una definición
generativa.
A C C ID E N T E S EN L A S CIEN C IA S L L A M A D A S H U M A N A S

N A C IM IE N TO DE A R C Á N G E L E S

Observando la disposición de este libro, los lectores tendrán la sensa­


ción de que ha sido escrito para responder a la siguiente pregunta: «¿En
qué se ha convertido, dentro del pensamiento religioso de Z oroastro, el
sistema indoeuropeo de las tres funciones cósmicas y sociales, con los dio­
ses correspondientes?». Éste es, en efecto, el problem a aquí presentado,
pero ha sido sustituido durante la investigación por un enunciado muy
distinto.

En múltiples ocasiones, habíamos recordado que, en torno a la pareja


de grandes dioses soberanos (M itra y Varu/za, en la India; Odin y Tyr,
en Escandinavia, etc.), existen en las diversas mitologías indoeuropeas lo
que podríam os llamar dioses soberanos menores, es decir, dioses menos
im portantes, cuyo dominio queda situado en la prim era función, en la so­
beranía mágico-política: son, por ejemplo, Aryam an, Bhaga y los otros
Aditya, en la India; H eim dallr, Bragi y algunos otros, en Escandinavia.
Nos hemos propuesto estudiar estos soberanos menores empezando por
la India, donde el grupo de los siete Aditya está claramente caracterizado.
Hemos tenido naturalm ente que examinar también, en Irán, el grupo de
los seis Amssha Spsnta, de los seis «Arcángeles», inmediatam ente subordi­
nados a A hura M azdáh, dios único del zoroastrism o puro, y que son gene-

1 Este texto apareció en Introducción á l'analyse du discours en sciences sociales,


París, H achette, 1979.

DEL S E N T ID O , I I . — 13
raím ente considerados, desde Darmesteter, como los correspondientes zo-
roastrianos de los Aditya védicos. Después de B. Geiger y H . Lommel
hemos tratado de precisar, entre unos y otros, relaciones que nos parecían
a nosotros mismos más que probables (v. Mitra-Varu/za, págs. 130 y si­
guientes). Pero este esfuerzo no ha dado frutos. Se han opuesto dificulta­
des insuperables. Si los dos primeros Arcángeles (Vohu M anah y Asha
Vahis/zta) y, como mucho, el tercero (Khshathra Vairya) se sitúan en un
terreno que puede ser, en efecto, el de los Aditya, no ocurre lo mismo
con los tres últimos (Spsntá Arm aiti, H aurvatát y A m srstát); los argum en­
tos de Geiger, muy fuertes cuando se trata de As/za, se debilitan con
Khshathra y se hacen francam ente sofísticos con A rm aiti.

Fue entonces cuando apareció la posibilidad de otra solución. Recientes


estudios han hecho conocer mejor la religión indoirania y la religión in­
doeuropea. Benveniste y nosotros mismos hemos m ostrado que estas reli­
giones estaban dom inadas, enmarcadas por el sistema de las tres funciones
(soberanía, fuerza guerrera, fecundidad) y de sus subdivisiones; y este siste­
ma se encuentra patrocinado, en los príncipes arya de M itani en el siglo
xiv antes de nuestra E ra, así como en varios mitos y rituales védicos, por
una serie jerarquizada de cinco o seis dioses, de los cuales sólo los dos
primeros, los dioses de las dos mitades de la soberanía, pertenecen, en
la India, al grupo de los Aditya. Estos dioses son: primero M itra y Varu/za,
después Indra y, en tercer lugar, los dos gemelos Násatya. Pero un cierto
núm ero de rasgos inmediatam ente com probables y que no exigen ninguna
preparación para ser interpretados relacionan la lista jerarquizada de los
antiguos dioses funcionales y la lista jerarquizada de los A masha Spanta
e inducen a considerar los segundos, en ciertos aspectos, como herederos
de los primeros. De ahí, la hipótesis de trabajo form ulada en el Capítulo
II y las verificaciones de los tres capítulos siguientes. El problem a del que
habíam os partido se ha desvanecido, pero de sus restos se desprenden los
elementos de otro problem a, éste más real: accidente frecuente en las cien
cias llamadas hum anas.
Es también por accidente como esta investigación, seguida igual qui­
las anteriores en un curso de la École des Hautes Études, llega en este
m om ento...
1. INTRODUCCIÓN

1.1. J USTIFICACIONES

Los rápidos progresos de nuestros conocimientos sobre la orga­


nización de los discursos figurativos (folklore, mitología, literatura)
han suscitado esperanzas en cuanto a la posibilidad de clasificación
y reglamentación de las formas narrativas que dan lugar a una gra­
mática o a una lógica narrativas. Dos tipos de dificultades han
surgido en el camino. Se ha observado, en primer lugar, la comple­
jidad de los discursos narrativos llamados literarios y del rol desem­
peñado en ellos por la dimensión cognitiva que se hipertrofia y lle­
ga incluso a ser sustituida, en numerosos textos «modernos», por
la dimensión evenimencial. Se ha reconocido, después, la imposibi­
lidad de contruir una gramática discursiva sin que ésta tome en
cuenta los discursos no figurativos — o que parecen tales— que son
los discursos comprendidos en el amplio terreno de las «humanida­
des», sin que tenga que conocer discursos que nosotros mismos con­
sideramos como ciencias del hombre.
En este último terreno, era imposible no pensar en primer lugar
en Georges Dumézil cuya aportación a nuestras investigaciones fue
decisiva y cuyo discurso, bajo la aparente simplicidad que procede
tanto de la modestia como de la convicción en cuanto al rol del
sabio en el proceso de la investigación, recela en realidad de los
procedimientos a la vez rigurosos y complejos, donde son utilizadas
todas las astucias de la inteligencia.
En el conjunto de su obra, había que elegir un texto representa­
tivo, y agradecemos al autor que nos haya indicado aquel cuya con­
fección le ha proporcionado más satisfacciones. Aún había que op­
tar, después, entre dos posibles formas de acercamiento, entre el
análisis del conjunto del texto que, aun extrayendo quizá un cierto
número de características generales, seguiría siendo necesariamente
superficial, y el microanálisis de un fragmento textual donde ciertos
mecanismos puestos en evidencia, una vez asegurados algunos he­
chos, corrían el riesgo de perderse en el laberinto de los detalles.

1.2. El sta tu s s e m ió tic o d e l p r e fa c io

Nuestra elección se fijó finalmente en el prefacio de esa obra


metodológicamente capital que es Naissance d ’Archartges, prefacio
cuyo carácter excepcional, fuera del texto, se ve subrayado por el
hecho de estar dotado, separada y pleonásticamente, de la firma
del autor.
No nos hemos engañado sobre la trampa que esta elección con­
tenía. El prefacio no forma parte del cuerpo del libro. En el eje
temporal, es un postfacio y es continuación tanto del discurso de
la investigación como de su ejecución escrita. Su status es el de
una reflexión metadiscursiva sobre el discurso ya producido. Así,
una primera segmentación del discurso constituido por la obra dis-
juntaría el prefacio del resto del texto, lo mismo que de su título
o sus diferentes subtítulos, planteando de este modo la cuestión de
las relaciones que estos diferentes segmentos textuales mantienen
entre sí.
Se supone que este metadiscurso revela lo que el propio autor
piensa de su discurso, de su finalidad y de su organización. Además
podemos preguntarnos lo que vale exactamente esta «elaboración
secundaria» tanto respecto al discurso sobre el que pretende refle­
xionar como respecto a la «verdad textual» que el autor, sin preten­
derlo, inscribe en su metadiscurso. No podemos sino extrañarnos, por
ejemplo, ante la diferencia que existe entre la pobreza teórica de
los neogramáticos del siglo xix, y la complejidad rigurosa de su
planteamiento metodológico que se despliega como a pesar de ellos.
Si es interesante ver cómo el autor concibe el proceso de pro­
ducción del discurso de investigación, no lo es menos seguir paso
a paso la forma en que cuenta su desarrollo. Se observa que las
intenciones se encuentran como sumergidas por oleadas de procedí
mientos discursivos que provienen de un hacer y de una escritura
llamados científicos que las superan porque son de naturaleza so
ciolectal y/o porque el autor las utiliza en nombre de una cierta
ética de investigación.
Buscando explicitar la concepción personal de la investigación
— y del descubrimiento científico que constituye su razón de ser— ,
tenemos, por consiguiente, derecho a esperar encontrar, en el exa­
men del discurso-prefacio, ciertas regularidades características de
todo discurso con vocación científica.

1 .3 . O r g a n iz a c ió n textual

El prefacio, como texto escrito e impreso, se encuentra dividido


en seis párrafos que es fácil agrupar en dos partes simétricas. Esta
dicotomía se justifica por la recurrencia del lexema accidente, con­
tenido en la frase que termina el tercer párrafo: «...accidente fre­
cuente en las ciencias llamadas humanas» y que reaparece a partir
del comienzo del párrafo siguiente: «Es también por accidente co­
mo esta investigación... llega en este momento».
Si admitimos — como trataremos de mostrar— que «acciden­
te» es la palabra clave del texto y que «también» subraya una
cierta equivalencia entre las dos partes del prefacio, vemos que éste
está consagrado al relato de dos accidentes, siendo el primero un
accidente en la investigación, y el segundo, en la vida del investiga­
dor.
Así, la organización del texto, considerado en su superficie, se
presenta como una articulación simple de 6 = 2 X 3, es decir, co­
mo una proyección sintagmática de las estructuras binaria y terna­
ria, apreciadas por el autor.
El objeto de nuestro propósito — el examen del discurso de
investigación— nos obliga a limitar el análisis a la primera parte
del prefacio, cuyo texto distribuido en párrafos reproduciremos aquí
progresivamente:
O bservando la disposición de este libro, los lectores tendrán la
sensación de que ha sido escrito para responder a la siguiente pre­
gunta: «¿En qué se ha convertido, dentro del pensamiento religioso
de Zoroastro, el sistema indoeuropeo de las tres funciones cósmicas
y sociales, con los dioses correspondientes?». Éste es, en efecto, e!
problem a aquí presentado, pero ha sido sustituido durante la investi­
gación por un enunciado muy distinto.

2. D ISC U R SO DEL SABER Y DISC URSO DE LA IN V ESTIG A C IÓ N

2 .1 . D is c u r s o e n p r o c e s o d e a c t u a l iz a c ió n y d is c u r s o r e a l iz a d o

Desde el primer párrafo, aparece una oposición, marcada por


su articulación en dos fases de estructuras diferentes:
a) entre dos fases de la producción del discurso, la del discurso
realizado bajo la forma escrita de un «libro» y presentado como
un objeto «observable», y otra, anterior, donde el discurso es cap­
tado como un proceso, como un «curso de investigación», y se en
cuentra en estado de actualización-,
b) entre dos formas discursivas, la primera de las cuales lo
presenta como un objeto de saber ofrecido a los «lectores» instituí
dos como sujeto de la frase, y la segunda, borrando, mediante la
construcción pasiva, al sujeto del hacer científico, trata de dar la
imagen del discurso que se está haciendo a sí mismo.
Esta concepción aparentemente inocente del discurso, ofrecido
primero como proceso de producción y después como objeto pro
ducido, se ve sostenida por un juego de construcciones sintácticas
y semánticas mucho más sutil.
2.2. El d is c u r s o r e a liz a d o y la c o m p e te n c ia d e l n a r r a t a r i o

El enunciador, al instalar en su discurso un actante de comuni­


cación «los lectores», que podemos designar como narratario 2, pro­
cede a una delegación de la palabra que le permite exponer una
cierta concepción de la investigación sin, por eso, tomarla directa­
mente a su cuenta. El actante narratario así instituido no es una
simple figura de retórica, sino que, por el contrario, está dotado
por el enunciador de un cierto número de competencias:

a) de la competencia atribuible a todo enunciatario que le


permite ejercer:
— un hacer informativo (los lectores «observan» la dispo­
sición del libro),
— un hacer interpretativo (son susceptibles de tener «el
sentimiento de que...»);
b) de la competencia narrativa, es decir, de un saber y de
un saber-hacer relativos a la organización sintagmática
de los discursos, que sirve de soporte a su hacer inter­
pretativo y que se manifiesta como:
— una competencia narrativa general (que permite, a partir
de la «disposición» del libro, reconocer la finalidad que
lo organiza),
— una competencia «científica» específica (que postula
que los libros son escritos como «respuestas» a «pre­
guntas»);
c) de la competencia lingüística stricto sensu que le hace
capaz de formular preguntas y, cosa aún más notable,

2 R etom ando por nuestra cuenta el término narratario, propuesto por G. Ge-
nette, sugerimos com pletar la term inología de la enunciación introduciendo una pa­
reja de actantes presupuestos e im plícitos: enunciador vs enunciatario, distinguién­
dolos así de los m ism os actantes: narrador vs narratario, instalados y m anifestados
en el discurso por el procedim iento de desembrague actancial.
de formular la pregunta que él mismo no plantea, pero
que, se supone, plantea el enunciador en un discurso
interior que éste se dirige.

Un complejo mecanismo se encuentra así montado dentro del


discurso, que tiene como efecto de sentido la creación de una dis­
tancia entre el sujeto de la enunciación y su enunciado, y uniendo,
al mismo tiempo, el discurso realizado a la instancia de la lectura.

2.3 . El d is c u r s o d e la in v e s tig a c ió n y la a u s e n c ia d e l su je to

1. El paso de una frase a otra («éste es, en efecto, el proble­


ma...») deja entender que el propósito del libro, es decir, el objeto
de la investigación, no cambia sea cual sea el punto de vista desde
el cual se considera. Sin embargo, un ligero desfase léxico sugiere
una apreciación diferente de la forma de la investigación:
a) Así, mientras que en la primera frase la finalidad de la obra
se concebía como la respuesta a una «pregunta», el libro aparece,
en la segunda frase, como la presentación de un «problema»: una
«pregunta a (la que) responder» se encuentra sustituida por una
«cuestión a resolver» (definición de «problema» según el Petit
Robert).
b) Igualmente, mientras que el término disposición, utilizado
en primer lugar, dejaba entender que podía tratarse de cualquier
obra, siempre que estuviera ordenado según las reglas de la retóri­
ca, el problema se define como cuestión a resolver que da motivo
a discusión, en una ciencia (Petit Robert).
c) Más aún: mientras que disposición hace surgir inmediata
mente su término complementario invención y remite así a una con
cepción clásica lineal del descubrimiento, el problema que aparece
es el resultado de una sustitución, tomando el lugar, no de otro
problema, sino de otro «enunciado» no problemático, y sugiere un;i
concepción de la investigación totalmente diferente.
Así, a la concepción del discurso, género literario clásico, pres­
tada al actante «lectores», se encuentra opuesta la del discurso cien­
tífico problemático.

2. Este pequeño examen léxico al que acabamos de proceder


no es un juego del semántico habituado a solicitar el sentido de
las palabras: los términos considerados son, de hecho, metatérmi-
nos que tratan de la organización formal de los discursos, aunque
sólo sea de forma alusiva e incompleta, y constituyen otras tantas
referencias a microuniversos ideológicos cuyos contornos no pode­
mos precisar. Las oposiciones más o menos implícitas que plantean
se encuentran consolidadas y aclaradas por el montaje de aparatos
gramaticales distintos.
Contrariamente a lo que ocurre en la primera frase, donde una
cierta concepción del discurso es asumida por el narratario delega­
do, ningún sujeto de rasgos antropomorfos está presente para apo­
yar el discurso científico. La expulsión de tal sujeto se realiza, co­
mo puede observarse, en dos tiempos:
a) primero, por la construcción pasiva de la primera proposi­
ción: «el problema... está aquí presentado (por...)», que permite,
aunque su posición esté totalmente indicada, la supresión del
narrador,
b) después, por la construcción reflexiva de la segunda propo­
sición: «el problema ha sido sustituido por...» donde problema ocupa
al mismo tiempo las posiciones de sujeto y de objeto, no dejando
ya lugar para las marcas de la enunciación.

Si se trata aquí, así como en la primera frase, del procedimiento


de desembrague actancial, los resultados a los que conduce son di­
ferentes. El enunciado producido se encuentra, en el primer caso,
ligado y sometido a la interpretación simulada, del enunciatario,
mientras que, en el. segundo caso, está separado al máximo de la
instancia de la enunciación para aparecer el discurso de la no perso­
na, que no pertenece a nadie, es decir, como el discurso objetivo
cuyo sujeto sería la ciencia que se hace a sí misma.
Este primer párrafo es, pues, susceptible de doble lectura:
sintagmáticamente, desarrolla las dos fases de la realización del
discurso de investigación; paradigmáticamente, opone dos concep­
ciones diferentes de ésta. Estas dos formas de «contenidos» se en­
cuentran, además, vertidas en dos formas discursivas diferentes: bas­
tante paradójicamente, el primer discurso, «personalizado», es un
discurso sin problemas, mientras que el segundo, discurso con pro­
blemas, se muestra como un enunciado despersonalizado.

2.4. La pr e g u n t a

1. En la medida en que se considera, por hipótesis, que el dis­


curso en ciencias humanas tiene que obedecer a las reglas de organi­
zación narrativa, éste ha de adoptar la forma de búsqueda de un
objeto de valor. Siendo este objeto, a su vez, un cierto saber que
se trata de adquirir, el discurso científico se presenta como una
aventura cognitiva. Siendo el objeto-saber el objetivo del discurso,
es evidente que el estado inicial de donde parte la búsqueda es un
estado de no saber: el relato científico se define entonces como la
transformación de un /no-saber/ en un /saber/.

2. El saber como modalidad rige necesariamente un objeto del


saber, situado a su vez en un nivel discursivo jerárquicamente infe­
rior. En el caso que examinamos, la estructura bipolar utilizada
pregunta vs respuesta no es más que la formulación antropomórfi-
ca de la estructura narrativa subyacente al relato: la pregunta que
se supone se plantea el sujeto del discurso es una confesión implíci­
ta o simulada de su ignorancia, surgiendo la respuesta para colmar­
la, ofreciendo, como resultado de la búsqueda, al saber adquirido.
La pregunta contiene, pues, modalizado por la ignorancia, el obje­
to del saber, el tópico del discurso.
Se apoya, en su formulación de superficie, en el predicado deve­
nir «convertirse», que tiene como función unir dos estados históri-
eos determinados y que, desde el punto de vista narrativo, constitu­
ye el objeto de saber objetivo de la búsqueda

f o r m u l a c ió n :

abstr acta —► « c o rre s p o n d e n c ia » f ig u r a t iv a

estado 1
estado indoeuropeo: «el sistema de las
tres funciones» «los dioses»

« d e v e n ir »

estado 2
estado iranio: «el pensam iento religioso de Zoroastro»

3. Siendo el prefacio un metadiscurso producido después del


texto, prácticamente en el mismo momento en que la obra es dota­
da de título y de subtítulo, es interesante comparar la pregunta plan­
teada en el prefacio con las formulaciones de los títulos.
Curiosamente, el título — Nacimiento de Arcángeles— y el sub­
título — Ensayo sobre la formación de la teología de Zoroastro—
sólo mencionan el segundo estado, el estado iraní de la religión,
presentándolo bajo dos formas,

— abstracta: «la teología de Zoroastro» y


— figurativa: «los Arcángeles»,

que corresponden a la doble articulación del estado 1 en la pregun­


ta del prefacio, y que podemos poner en paralelo:

FORM ULACIÓN A B STR AC TA FIG URATIVA

estado l el sistem a de las tres funciones los dioses

estado 2 la teología zoroástrica los Arcángeles


4. Después de haber observado que el objeto frásico de deve­
nir es el estado 1 y el de los otros dos predicados, el estado 2,
las diferentes lexicalizaciones de la función que liga a los dos esta
dos pueden representarse a su vez como sigue:

estado I : .................................... ¡ ..................................................................................


| « d e v e n ir »

i «form ación» i «nácim iento»

estado 2: ---- ^ ^ ------------------------------------


(de la teología) (de los Arcángeles)

Si consideramos que la función que constituye el objeto del sa


ber enfocado por el programa científico puede interpretarse, en otro
lenguaje, como «proceso histórico», se observará que éste sólo se
encuentra evocado parcialmente, a veces como un proceso aspee
tualizado hacia arriba, a veces hacia abajo. A esto hay que añadii
el curioso hecho de que los lexemas que designan el proceso en
cuestión son verbos o nominalizaciones de los verbos intransitivos
«devenir», «nacer», «formarse», cuando se considera que éstos tra
ducen la transición de un estado a otro y que, estando dotados
de semas durativos, la duración que expresan no hace sino sobrede
terminar otros aspectos — incoativo y terminativo— del proceso.
Parece como si el proceso de transformación, objeto de saber enfo
cado, se encontrara en gran parte evacuado de sus vertimientos
semánticos a favor de los dos estados históricos claramente enun
ciados y cuya oposición es conformada por la relación de las pre­
guntas del prefacio y de las respuestas que proporcionan, por anti
cipación, los títulos de la obra.
El problema de la comprensión, representación y definición
de las transformaciones diacrónicas queda así implícitamente plan
teado.
3. EL RELATO DEL FR A C A SO

En múltiples ocasiones, habíamos recordado que, en torno a la


pareja de grandes dioses soberanos (Mitra y Varuwa, en la India;
Odín y Tyr, en Escandinavia, etc.), existen en las diversas mitologías
indoeuropeas lo que podríamos llamar dioses soberanos menores,
es decir, dioses menos importantes, cuyo dominio queda situado en
la primera función, en la soberanía mágico-política: son, por ejem­
plo, Aryaman, Bhaga y los otros Aditya, en la India; Heimdallr,
Bragi y algunos otros, en Escandinavia. Nos hemos propuesto estu­
diar estos soberanos menores empezando por la India, donde el gru­
po de los siete Aditya está claramente caracterizado. Hemos tenido
naturalmente que examinar también, en Irán, el grupo de los seis
Amssha Spsnta, de los seis «Arcángeles», inmediatamente subordi­
nados a Ahura Mazdáh, dios único del zoroastrismo puro, y que
son generalmente considerados, desde Darmesteter, como los corres­
pondientes zoroastrianos de los Aditya védicos. Después de B. Gei-
ger y H. Lommel hemos tratado de precisar, entre unos y otros,
relaciones que nos parecían a nosotros mismos más que probables
(v. Mitra-Varu/ia, págs. 130 y siguientes). Pero este esfuerzo no ha
dado frutos. Se han opuesto dificultades insuperables. Si los dos
primeros Arcángeles (Vohu Manah y Asha VahLs/zta) y, como mu­
cho, el tercero (Khshathxa Vairya) se sitúan en un terreno que puede
ser, en efecto, el de los Aditya, no ocurre lo mismo con los tres
últimos (Spsntá Armaiti, Haurvatát y Amarstát); los argumentos de
Geiger, muy fuertes cuando se trata de Asha, se debilitan con
Khshathra y se hacen francamente sofísticos con Armaiti.

3.1. O r g a n iz a c ió n d is c u r s iv a y n a r r a t iv a

1. La sustitución que reemplaza un «enunciado» virtual por


el «problema», propósito del libro, catafóricamente anunciada des­
de el primer párrafo, justifica la expansión discursiva que cubre
toda la primera parte del prefacio: el segundo párrafo es la expan
sión del término «enunciado», la tercera, la del término «problc
ma». Desde el punto de vista narrativo, la sustitución corresponde
al conocido esquema sintagmático, constituido por la duplicación
de las pruebas, donde el éxito final se encuentra valorizado poi
el fracaso de la primera tentativa: dos relatos — el relato del fracaso
y el relato de la victoria— sirven así de base para los desarrollos
discursivos del texto examinado.

2. El relato del fracaso se articula fácilmente en dos segmen


tos: la búsqueda realizada por el sujeto está contada por un nous
«nosotros» — manifestación sincrética del narrador y del sujeto do
hacer— que mantiene un discurso en tiempo pasado; la derrota,
marcada por la aparición del antisujeto, es directamente asumida
por el enunciador, produciendo un discurso objetivo, dado en tiem
po presente, que aparece como un presente atemporal de la verdad.

3.2. El relato d el s u je t o

1. La isotopía de superficie de este relato queda asegurada,


tanto por la iteración del sujeto frásico nous como por una suce­
sión de predicados que lexicalizan, con algunas variaciones semánti
cas, las actividades cognitivas de este sujeto:

«habíamos recordado que...»


«nos hemos propuesto estudiar»
«hemos tenido... que examinar»
«...hem os tratado de precisar...»

Esta sucesión de enunciados cuyas características se encuentran


precisadas constituye un nivel discursivo autónomo que podemos
designar como discurso cognitivo.

2. Este discurso en primera.persona — siendo nosotros, con al


guna connotación, sustituto de yo— comporta, subordinados a ca
da uno de sus predicados cognitivos, otros tantos enunciados de
objetos cuyo encadenamiento constituye un nivel discursivo hipotá-
xico con respecto al primero. Caracterizado como discurso que tra­
ta de los objetos de saber, se presenta al mismo tiempo, en cuanto
a su forma sintáxica, como un discurso objetivo (o que se hace
pasar por tal) por el hecho de su despersonalización actáncial y
de su predicación mantenida en el presente atemporal.

3. Este discurso objetivo se refiere constantemente a otros dis­


cursos que, se supone, lo apoyan y que, ausentes del texto que se
actualiza, sólo están representados en él mediante alusiones y refe­
rencias consideradas conocidas y verificables. Una serie de anafóri­
cos tales como:
Según D arm esteter...
Según B. Geiger y H. Lom m el...
(v. M itra-V ariw a (págs. 130 y sigs.),

a las que hay que añadir la «llamada» inicial que no es más que
una autorreferencia, constituyen un tercer nivel dicursivo que pode­
mos designar como discurso referencial.
En lugar de ser un desarrollo sintagmático lineal, el discurso
que examinamos aparece como una construcción a varios niveles,
cada uno de los cuales posee sus características formales y asume
un rol particular.

EL D IS C U R S O C O G N IT IV O

Se observará que este discurso está compuesto, a su vez, por


dos niveles, presentándose el nivel inferior como una serie de lexi-
calizaciones de las diferentes formas de actividad cognitiva:
«estudiar» -» «examinar» -► «precisar relaciones»

mientras que el nivel superior está hecho de modalizaciones de los


predicados cognitivos, constituyendo su encadenamiento el progra­
ma narrativo que organiza el conjunto de los discursos.
Dejando aparte el enunciado inicial, «Habíamos recordado», que
representa, como autorreferencia al discurso anterior, la situación
a partir de la cual va a desencadenarse el relato (y cuyo pluscuam­
perfecto se opone a los pretéritos perfectos del resto del relato),
el dispositivo modal corresponde al esquema previsible de la adqui­
sición de la competencia por parte del sujeto del hacer cognitivo.
Recordémoslo brevemente:
a) «nos hemos propuesto...» representa el sincretismo del des­
tinador y del sujeto del hacer que se instaura a sí mismo como
sujeto del querer-hacer;
b) «hemos tenido naturalmente...» es la manifestación, en for­
ma de prescripción, de la modalidad del deber-hacer y del reconoci­
miento de un nuevo destinador, al que el sujeto acepta someterse;
este destinador, es la metalógica que exige la inclusión de los A r­
cángeles en la clase de «soberanos menores» indoeuropeos; el lexe-
ma naturalmente, que remite a la «naturaleza de las cosas», mani­
fiesta esta prescripción lógica;
c) «hemos tratado...» manifiesta el supuesto poder-hacer del
sujeto, siendo esta modalidad necesaria para pasar a la realización,
es decir, a la conjunción del sujeto con el objeto de valor en cues
tión; no obstante, este objeto, tal como ha sido precisado por la
«pregunta» a la que responde el libro, es el saber sobre la relación
función existente entre dos estados de religión; la tentativa del suje­
to cognitivo consiste, también aquí, en «precisar las relaciones» en
tre los representantes de ambos estados.

El programa narrativo, concebido como la modalización del su


jeto, es conducido hasta la prueba decisiva.

EL D IS C U R S O O B JE T IV O

1. Subordinado al hacer cognitivo, el discurso llamado objeli


vo describe los objetos del saber y las manipulaciones sucesivas qur
éstos experimentan. Es fácil reconocer tres tipos de manipulaciones
a las que están sometidos:

a) El hacer taxonómico consiste, grosso modo, en consolidar


los objetos del saber mediante operaciones de inclusión. Así, los
«soberanos menores» son situados «alrededor» de la pareja de los
dos soberanos, y los dos subconjuntos se incluyen en el conjunto
«primera función»; por otro lado, los «soberanos menores» for­
man parte de las «mitologías indoeuropeas». Volveremos sobre ello.
b) El hacer programático establece el orden sintagmático de
las operaciones cognitivas: los soberanos menores indios son «estu­
diados» primero, el grupo de Arcángeles iranos es «examinado»
a continuación.
c) El hacer comparativo se ocupa de los objetos del saber par­
cial, reconocidos gracias al hacer programático, y trata de «precisar
ciertas relaciones» entre ellos.

2. He aquí diferentes tipos de manipulaciones cognitivas — cuya


lista, evidentemente, no puede ser exhaustiva— , que caracterizan
el hacer del sujeto que se ejerce en el marco del discurso cognitivo.
Los objetos discursivos así manipulados se encuentran presentes en
la forma de enunciados de estado. He aquí' algunas muestras:

«existen... dioses soberanos m enores... Son...»


«el ¿ ‘upo de los siete Aditya está claramente caracterizado»
«de los seis Arcángeles que están... subordinados... y que son ge­
neralmente considerados com o...»
«relaciones que nos parecían... más que probables...»

Si no existe duda en cuanto a su status de enunciados de estado


que los distingue de los enunciados de hacer cognitivo que los ri­
gen, se observará fácilmente que la relación predicativa de existen­
cia que los constituye se encuentra cada vez modalizada de una
determinada manera mediante expresiones como «claramente ca-

D E L S E N T ID O II. — 14
racterizado», «generalmente considerados», «parecían», «probables»,
que la sobredeterminan indicando el grado de necesidad o de certi
dumbre que se le atribuye.
El discurso objetivo, así como el discurso cognitivo antes exami
nado, comporta, pues, dos niveles discursivos distintos: un nivel
modal rige en él la predicación de existencia constitutiva del nivel
descriptivo. Tendremos que volver más adelante sobre la naturaleza
de esta nueva modalización, que no es ya una modalización del
hacer, sino del ser.

EL D IS C U R S O R E FE R E N C L A I

1. El discurso referencial es convocado aquí sólo como un dis


curso de autoridad, que, por otro lado, será luego puesto en entre
dicho; así que, de momento, no nos será posible examinar su orga
nización formal. Como mucho, podríamos poner de manifiesto cierto
número de modos de convocación del discurso referencial, considc
rando especialmente las relaciones referenciales como estructuras
trópicas que sirven como correctores. Hay que distinguir dos proce
dimientos: la referencia y la autorreferencia.
En el caso de referencia (a) el nombre de autor sirve como ana
fórico a su discurso, y (b) se considera que este nombre inaugura
la serie de los discursos (según Darmesteter, según B. Geiger y H.
Lommel) que lo sanciona y lo despersonaliza, haciendo de él un
discurso referencial único.
La autorreferencia, por el contrario, restablece la continuidad
entre discursos parciales de un mismo autor, y los reúne en un solo
discurso personalizado y coherente, haciéndolo aparecer como pa­
trocinado por un proyecto global único (cf. el segundo subtítulo
del libro: «Júpiter, Marte, Quirino»). Llega incluso a producir un
nuevo sincretismo donde el actor nous, cumpliendo ya los roles de
narrador y de sujeto cognitivo, encarna, además, al sujeto del dis­
curso referencial.
Tanto en un caso como en otro, la referencialización se recono­
ce como el fenómeno de anáfora semántica: el discurso referencial
«recordado», forma en expansión, pero ausente, está representado,
en el discurso en proceso de realización, por su forma condensada
y presente. De hecho, en el segmento que examinamos, el discurso
referencial, actualizado en su forma condensada, se identifica con
el discurso objetivo.

2. Se comprende ahora por qué el autor tuvo, de entrada, la


precaución de denominar esta forma de discurso de la investigación
con el término vago de «enunciado», término que sólo adquiría
cierta consistencia por su oposición al discurso-«problema». En efec­
to, la investigación, tal y como es concebida aquí, consiste en la
convocación seleccionada de un cierto número de discursos referen-
ciales, cuyas formulaciones condensadas se encuentran dispuestas
según un cierto orden debido a lo que hemos llamado hacer progra­
mático, y que constituye la única novedad de este discurso. Se trata
aquí, ciertamente, de un discurso clásico y laborioso, resumido en
la fórmula pregunta vs respuesta y del que el autor se desembaraza
por adelantado atribuyendo su paternidad al narratario imaginario.

3.3. El relato d el a n t is u j e t o

S U P E R F IC I E D IS C U R S I V A Y D IS P O S IT IV O N A R R A T IV O

1. La aparición, en medio del texto examinado, del disyuntivo


mais, «pero», produce, en el desarrollo del relato, un efecto de
ruptura, y más aún por el hecho de que esta señal lógica se encuen­
tra acompañada de un cambio de la forma discursiva, desapare­
ciendo el nivel cognitivo, al menos en apariencia, en provecho del
discurso objetivo.
Este cambio de forma, sin embargo, no es más que un fenóme­
no de superficie: significativo en sí, por el hecho de que oculta
la manifestación directa de la narratividad cuyo lugar privilegiado
es, como hemos visto, el discurso cognitivo, no por eso la suprime.
Así,
a) el «esfuerzo» que «no ha dado frutos» es sólo una recurren­
cia semántica, sustantivada, del verbo «intentar» y representa el
hacer cognitivo que trata de pasar a la realización', igualmente,
b) «dificultades» que «se oponen» señalan la aparición del opo­
nente o, mejor, del antisujeto, introducido en el texto por procedi­
mientos semifigurativos: el verbo «oponerse» personifica las «difi­
cultades», el adjetivo «insuperable» convoca una figura antropo­
morfa.

2. La única irregularidad que podemos observar es la permuta­


ción sintagmática de dos enunciados narrativos: el fracaso de la
prueba precede, y no sigue, a la aparición del antisujeto y a la
puesta de manifiesto de la estructura polémica del relato. Además
de que la no pertinencia del desarrollo lineal del texto para el reco­
nocimiento del esquema narrativo subyacente ya no está por de­
mostrar, la razón, discursiva, de este hecho es muy simple: dificul­
tades es un catafórico que anuncia la continuación del discurso y,
por este hecho, hay que relacionarlo con la expansión de éste.

3. La despersonalización del discurso no llega a disimular el


hecho de que el adjetivo insuperable se refiere a «dificultades» co­
mo actante objeto, no siendo el sujeto de este proceso irrealizable
distinto del sujeto del discurso cognitivo ya manifestado por una
serie de nosotros. La modalidad del /poder/ que contiene este lexe­
ma se inscribe, pues, en la serie de modalizaciones que marcan la
adquisición progresiva, por parte del sujeto cognitivo, de su compe­
tencia: el /poder-hacer/ que presidía los «ensayos» y los «esfuer­
zos» del sujeto se revela incompleto e ilusorio frente al antisujeto;
sustituido por el /no poder-hacer/, explica la no realización del
programa narrativo cuyo esquema modal se presenta como

[/q u erer/ —>/d e b e r/ -* /p o d e r/] —>[/no p o d er/ -* /h a ce r/]


EL F R A C A S O DEL HACER C O G N IT IV O

Pasando del nivel modal al nivel cognitivo stricto sensu, se ob­


servará que el fracaso, debido a un /no poder/, se refiere a un
/hacer/ y que éste tenía como finalidad precisar relaciones, es de­
cir, dar cuenta del tipo de relaciones entre los Aditya indios y los
Arcángeles iraníes: el fracaso narrativo significa por consiguiente,
en el plano cognitivo, el fracaso del hacer comparativo.
Ahora bien, el hacer comparativo presupone la inscripción de
los objetos a comparar en un marco taxonómico que sólo puede
permitir el reconocimiento de un tertium comparationis, de un eje
común a los dos objetos. La lógica utilizada en este caso es la lógi­
ca de la inclusión, y el término clave de sus operaciones es la
«situación».
Así,
a) las representaciones figurativas constituidas por los Aditya
y los Arcángeles están situadas en un «terreno» que les es propio;
b) los «terrenos», lugares de su situación, están a su vez «si­
tuados» en «funciones» y, en el caso que nos interesa, en la prime­
ra función.

Basta, pues, con asegurarse de que el «terreno» de los Arcánge­


les es idéntico al de los Aditya para establecer su pertenencia co­
mún a la prirntra función. Vemos que el hacer cognitivo cuya últi­
ma finalidad es la comparación comporta previa y necesariamente
un subprograma de hacer taxonómico, tratando de «situar» a los
Arcángeles, tomados uno a uno, en el «terreno» que compartían
en común con los Aditya, y que el fracaso de este esfuerzo clasifi-
catorio produce la no conjunción del sujeto cognitivo con el objeto
de valor en cuestión.
LA M O D A L IZ A C IÓ N DEL D IS C U R S O O B JE T IV O

1. El fracaso en sí no se presenta de manera abrupta, sino


progresivamente. Una serie de operaciones cognitivas permite expli­
car esta degradación:
a) Los Arcángeles, repartidos en tres subconjuntos — operación
que depende del hacer programático al que ya hemos hecho
alusión— , están situados en un mismo y único «terreno», opera­
ción de inclusión que da lugar a la producción de tres enunciados
de estado.
b) Cada enunciado de estado se encuentra después modaliza-
do, según el grado de «solidez» que se supone comporta la relación
de existencia que lo constituye.

2. Las modalidades, expresadas en lengua natural, pueden ser


interpretadas como sigue:

a) los dos prim ero Arcángeles, «pueden ser» = /p o sibilid ad /


b) el tercero, «como mucho» — /posibilidad débil/
c) los tres últimos, «no ocurre lo mismo» = /im posibilidad/.

Vemos que la primera y la tercera de estas modalizaciones co­


rresponden a las posiciones fácilmente reconocibles del cuadro alético:

necesidad imposibilidad
deber-ser deber no ser

no deber no ser no deber ser


posibilidad contingencia

O b s e r v a c i ó n : La modalización por /posibilidad d é b il/ aparece


como un elemento de relativización de las relaciones categóricas. Se
trata aquí de una tendencia general que volveremos a encontrar en
múltiples ocasiones.
3. El discurso objetivo, tal como se desarrolla en este lugar,
se presenta, pues, como una construcción a dos niveles:
a) el nivel descriptivo, formado de una serie de enunciados de
estado, representa los resultados del hacer cognitivo;
b) el nivel modal, que sobredetermina al primero, es el lugar
de la manifestación de las modalidades aléticas que rigen los predi­
cados de existencia de los dos enunciados descriptivos.

Son estas modalidades y especialmente la última de ellas, la im­


posibilidad (que no es más que la denominación lógica de un /de­
ber no ser/), que «se oponen» al hacer del sujeto cognitivo y lo
descalifican como /no pudiendo hacer/.

LA M O D A L IZ A C IÓ N DEL D IS C U R S O R E F E R E N C IA L

1. El segmento textual relativo a la exposición de las «dificul­


tades» comprende dos frases, la primera de las cuales, que acaba­
mos de analizar, procedente del discurso llamado objetivo, y la se­
gunda, del discurso referencial. Este último, que sólo explota el
discurso-ocurrencia de Geiger, se encuentra dividido en secuencias
anafóricamente designadas como «argumentos», de forma que a
cada secuencia-argumento del discurso referencial corresponde un
enunciado de estado del discurso objetivo.
El término argumento elegido para denominar las secuencias re-
ferenciales, está motivado e indica que se trata de un hacer persua­
sivo. (La cuestión que queda abierta es la de saber si el hacer per­
suasivo científico posee rasgos específicos que lo distinguen de los
discursos de la persuasión en general.) Este se encuentra dividido
en sub-programas narrativos llamados «argumentos» cuyos resulta­
dos, relacionados e integrados en el discurso objetivo, forman en
él enunciados de estado. La referencia que va de un nivel discursivo
a otro puede definirse, por tanto, como una relación estructural
que se establece entre el proceso y el estado, entre el programa
narrativo y sus resultados.
2. Se habrá observado fácilmente que las secuencias-argumento
(en nuestro caso concreto: subprogramas que buscan efectuar la
inclusión de tal o cual Arcángel en el «terreno» único) están someti­
das, una a una, a cierto tipo de evaluación modalizante cuyos resul­
tados se presentan como la «fuerza» de los argumentos. Así, eli­
giendo un representante para cada uno de los tres subconj untos
de Arcángeles anteriormente establecidos, se dirá de los argumentos
relativos:
— al segundo Arcángel, que son «muy fuertes»;
— al tercer Arcángel, que «se debilitan»;
— al cuarto Arcángel, que «se hacen francamente sofísticos».

Del mismo modo que los enunciados descriptivos del discurso


objetivo corresponden a los «argumentos» del discurso referencial,
las modalizaciones aléticas se basan en la fuerza de estos argumentos.

LA E C O N O M ÍA N A R R A T IV A DEL RELATO DEL FRACASO

1. Se plantea una pregunta capital, a saber: ¿quién es la auto­


ridad habilitada para la estimación de los argumentos, y dónde se
encuentra el sujeto de esta nueva modalización? A primera vista,
la «fuerza» de los argumentos procede del hacer persuasivo y, por
consiguiente, del sujeto del discurso referencial. Esto, sin embargo,
no es así ya que, mientras que el sujeto «Geiger», al desarrollar
su hacer persuasivo, cree haber superado las pruebas, otra persona
toma en consideración sus sub-programas y los resultados de éstos,
los examina y los evalúa, a veces como éxitos («muy fuertes»), a
veces como fracasos («francamente sofísticos»). Esta otra persona
adopta, pues, el discurso referencial y ejerce sobre él su hacer inter­
pretativo cuyos resultados constituyen una nueva sobremodaliza-
ción del discurso considerado. Vemos que esta persona no puede
ser sino el antisujeto que, por sus juicios modales, levanta «dificul­
tades insuperables» que condenan al sujeto al fracaso.
2. Todo esto permite comprender mejor la economía general
de la organización narrativa del discurso analizado: existe un sujeto
que, presente en el texto en forma de nosotros, ejerce su hacer cog­
nitivo apelando a una serie de adyuvantes que son los fragmentos
seleccionados de diferentes discursos referenciales; pero, frente a
él, aparece un antisujeto cuyo hacer interpretativo, portando sobre
los argumentos del discurso referencial a los que ha convocado co­
mo oponentes, detiene el progreso narrativo del sujeto y condena
su hacer al fracaso. El discurso de la investigación, cuando se orga­
niza como el relato del fracaso, presenta su estructura polémica
como un combate que, dentro del actor llamado «autor», libran
el sujeto y el antisujeto, dos proyecciones objetivadas de la instan­
cia de la enunciación.
Se comprende entonces la resonancia que esta puesta en escena
narrativa produce en la organización discursiva de superficie: el dis­
curso cognitivo, fijado como tal y personalizado, es el lugar de
la manifestación del investigador desafortunado, mientras que el
discurso objetivo que viene a continuación, al ocultar al antisujeto,
hace que la «ciencia» aparezca como única vencedora de la prueba.

LA S m o d a l id a d e s e p is t é m ic a s

1. El reconocimiento del sujeto modalizador no agota la cues­


tión que plantea la naturaleza de las modalidades que'aparecen en
la superficie del discurso como estimaciones de la «fuerza de los
argumentos».
Son, como hemos visto, apreciaciones formuladas tras el hacer
interpretativo que se ejerce sobre el discurso convocado a este efec­
to: su lugar de producción corresponde, pues, a la instancia del
enunciatario y no a la del enunciador. Instituyen una distancia f i ­
duciaria entre las palabras del otro y la adhesión que conviene testi­
moniarles y aparecen, por este hecho, como reguladoras de nuestro
saber sobre el mundo. Designadas como modalidades epistémicas,
podrían distribuirse en el cuadro como
certidumbre improbabilidad

probabilidad X .
incertidumbre

Las lexicalizaciones «muy fuertes» y «francamente sofísticos»


se identificarían con las posiciones /probable/ e /improbable/, mien­
tras que la expresión «se debilitan» se situaría en el eje que las une.

2. Sin embargo, el encuadramiento de estas modalidades pue­


de dar una impresión engañosa en cuanto a su status categórico.
Contrariamente a las modalidades aléticas donde la oposición /po­
sible/ vs /imposible/ se presenta como un par de contradictorios,
las oposiciones de los términos epistémicos no son sino polarizacio­
nes de lo continuo, permitiendo la manifestación de gran número
de posiciones intermedias. El lexema «creer», por ejemplo, puede
representar por sí solo, según los contextos, todas las posiciones
entre /certidumbre/ e /incertidumbre/.
Vemos inmediatamente las molestas consecuencias que este ca
rácter relativo de las modalizaciones epistémicas puede tener sobre*
el rigor del discurso llamado científico. Ya que, si las modalidades
aléticas que lo rigen están basadas, como todo parece hacernos creer,
en modalizaciones epistémicas que estatuyen sobre el discurso refe
rencial, el paso de los juicios relativos a las afirmaciones categóri
cas no es fácil. La /posibilidad débil/ que hemos visto aparecei
en el discurso objetivo da testimonio de las dificultades que encuen
tra el discurso en ciencias humanas.

EL PARECER Y EL SEK

La confusión entre las modalidades epistémicas y aléticas es vi


sible en la primera parte de nuestro relato donde estaban convoca
dos fragmentos discursivos referenciales en función de adyuvancia.
Expresiones tales como «claramente caracterizados» o «generalmente
considerados» ¿proceden de la modalización epistémica o alética?,
¿no serían más bien sincretismos debidos a la dificultad de distin­
guir los dos niveles discursivos, por ser al mismo tiempo el sujeto
del discurso referencial?
No ocurre ya lo mismo con la tercera modalización, donde el
plus que probables se presenta directamente como un juicio episté­
mico. Sin embargo, hecho molesto, esta /probabilidad fuerte/ se
encuentra situada en la isotopía del parecer («nos parecían más que
probables»). Parece, pues, como si la función principal de la moda­
lización epistémica — que funda la modalización alética del discurso
objetivo, determinando esta última, a su vez, el status modal del
sujeto cognitivo— consistiera en acondicionar el paso, en suprimir
la distancia entre la isotopía fenoménica del parecer y la isotopía
nouménica del ser (en el sentido semiótico y no metafísico de estos
términos). Así, la articulación fundamental — tal como podemos
encontrarla a nivel de las estructuras profundas del relato del des­
cubrimiento que estamos analizando— se presenta, a partir de la
isotopía del parecer planteada inicialmente, como la negación del
parecer (correspondiente, en la superficie, al relato del fracaso), ha­
ciendo surgir, en la segunda parte que narra la victoria, el término,
ocultado hasta ahora, del ser

/se r / /p arecer/

O b s e r v a c ió n : La o p e r a c ió n (1 ) e s tá c u b ie r ta p o r el r e la to d el
fra ca so , la o p e r a c ió n (2 ) corresp on d e a l r e la to de la v ic to r ia .

A riesgo de anticiparnos al análisis que vendrá después, tenemos


que invocar, para confirmar la interpretación propuesta, la última
frase, conclusiva, del párrafo siguiente que, retomando el tema de
la sustitución, comprueba que «el problema del que habíamos par­
tido se ha desvanecido», cediendo su lugar a «otro problema más
real», dos lexicalizaciones que podemos identificar con la negación
del parecer y la afirmación del ser.
El discurso del descubrimiento se da, pues, casi en el sentido
etimológico del término, como la revelación de las realidades que*
se esconden bajo las apariencias.

4. EL RELATO DE LA VICTORIA

Fue entonces cuando apareció la posibilidad de o tra solución.


Recientes estudios han hecho conocer m ejor la religión indoirania
y la religión indoeuropea. Benveniste y nosotros mismos hemos mos
trado que estas religiones estaban dom inadas, enm arcadas por el sis
tema de las tres funciones (soberanía, fuerza guerrera, fecundidad)
y de sus subdivisiones; y este sistema se encuentra patrocinado, en
los príncipes arya de M itani en el siglo xiv antes de nuestra Era,
así como en varios mitos y rituales védicos, por una serie jerarquiza
da de cinco o seis dioses, de los cuales sólo los dos prim eros, los
dioses de las dos mitades de la soberanía, pertenecen, en la India,
al grupo de los Aditya. Estos dioses son: prim ero M itra y Vanma,
después Indra y, en tercer lugar, los dos gemelos Násatya. Pero un
cierto núm ero de rasgos inmediatam ente com probables y que no exi­
gen ninguna preparación para ser interpretados relacionan la lista
jerarquizada de los antiguos dioses funcionales y la lista jerarquiza
da de los Amssha Spsnta e inducen a considerar los segundos, en
ciertos aspectos, como herederos de los primeros. De ahí, la hipóte
sis de trabajo form ulada en el Capítulo II y las verificaciones de
los tres capítulos siguientes. El problem a del que habíamos partido
se ha desvanecido, pero de sus restos se desprenden los elementos
de otro problem a, éste más real: accidente frecuente en las ciencias
llamadas humanas.
Es también por accidente como esta investigación, seguida igual
que las anteriores en un curso de la École des H autes Études, llega
en este m om ento...
4.1. L a a d q u is ic ió n d e la c o m p e te n c ia

1. El nuevo párrafo se inicia con una frase cuya estructura


sintáctica es bastante insólita: está formulada como si procediera
del discurso objetivo, pero al mismo tiempo comporta un nosotros
que prolonga el discurso cognitivo anterior, confiriendo al narrador
la posición del sujeto pasivo. La restitución de la forma activa exi­
giría una lexicalización diferente donde «aparecer» sería sustituido
por «advertir». La elección realizada por el enunciador es, pues,
significativa: atribuye al nosotros el rol de receptor pasivo a quien
se le impone una «aparición».
En la permanencia del discurso cognitivo nos vemos obligados
a reconocer, por esta aparición brusca («fue entonces cuando...»,
es un giro enfático), una ruptura del relato o, mejor, la irrupción
de un acontecimiento que vuelve a permitir su despliegue. Más aún:
la aparición, definida como la manifestación de «un ser invisible
que se muestra de pronto bajo una form a visible» (Petit Robert),
comporta, en su estructura sintáctica subyacente, la exigencia de
un sujeto que aparece implícito, diferente de aquél manifestado por
nosotros.
Tal interpretación del fenómeno de «aparición» se ve, por otro
lado, confirmada por la insistencia con la que el autor .vuelve sobre
ella en la segunda parte de su prefacio, donde, refiriéndose al mis­
mo «entonces» narrativo, habla de la «sorpresa... (que) nos reser­
vaba». Ahora bien, la sorpresa «emoción provocada por algo ines­
perado» (Petit Robert), caracteriza de la misma manera al sujeto
receptor, que sufre la «provocación» de otro sujeto emisor.

2. «La posibilidad de otra solución» ocupa la posición del su­


jeto frásico. Pero, si tenemos en cuenta que la transformación pasi­
va no es sino la inversión de los roles del sujeto y del objeto, se
admitirá fácilmente que el segmento frásico dado como sujeto no
es, semánticamente, sino el objeto visión que recibe el sujeto noso­
tros, mientras que el sujeto emisor que está en el origen de esin
visión, aun permaneciendo implícito, representa, en el plano nai i a
tivo, la instancia actancial del destinador X.
Examinemos más de cerca el contenido de esta «aparición». I >r
entrada, como recordamos, el discurso de investigación era presen
tado como un problema. Su término complementario, el de solu
ción, es el que aparece ahora permitiendo representar el programa
de investigación como situado en el eje

problema -> solución,

pudiendo interpretarse la solutión a la vez como el proceso que


permite resolver el problema y como su término final, la adquisi-
ción del objeto de saber en cuestión. , .
La «posibilidad de solución» que aparece así se presenta, poi
consiguiente, como el programa narrativo virtual. Este programa
— o más bien el sujeto al que se atribuirá este programa— está,
además, modalizado: el lexema posibilidad, que normalmente pro
cedería del cuadro alético si rigiera un enunciado de estado, es aqui
la expresión de la modalización enunciativa ya que se refiere al ha
cer, y no al ser, y ha de ser interpretado como la atribución dr
un /poder-hacer/.
Lo que aparece en el sujeto nous, es finalmente el contenido
a la vez modal y programático del hacer científico, constitutivo de
la competencia del sujeto cognitivo. La actitud del sujeto en posi
ción de receptor le muestra dispuesto a aceptar esta competencia,
y su pasividad está ahí para señalarnos que no tiene nada que vei
con su adquisición, que el operador de la transferencia es otro,
es decir, que la competencia es un don del destinador X, remitido,
de manera brusca e inesperada, al destinatario-sujeto. Este sujeto,
descalificado antes como /no pudiendo hacer/, se vuelve a encon
trar así dotado de la modalidad de /poder-hacer/, y la actualiza
ción del nuevo programa puede empezar.
4.2. La m a n ip u la c ió n d ia lé c tic a

1. Gracias al análisis minucioso del párrafo anterior, nos en­


contramos mejor armados para comprender el funcionamiento com­
plejo del discurso científico y reconocer sus astucias. Así, es fácil
ver en el Iexema études, «estudios», que ocupa la posición del
sujeto en la nueva frase, la representación condensada, en su
forma nominal, del hacer cognitivo cuyas verbalizaciones estu­
diar -* examinar -* precisar se extendían a lo largo del relato an­
terior. «Estudios» no es sólo la forma condensada que señala la
existencia del nivel cognitivo del discurso, es también una catáfora
que anuncia su producción ulterior en expansión.
La función de este discurso cognitivo se encuentra precisada por
el predicado «hacer conocer mejor». Se trata de un hacer que
consiste en aumentar, cuantitativa o cualitativamente, el saber
(«conocer mejor»), pero también en «hacer conocer», es decir, en
producir saber con el fin de su comunicación a un actante que se
encuentra implícitamente planteado y que no es otro que el enun-
ciatario. La misma estructura actancial de su comunicación, por
otro lado, es retomada en la frase siguiente donde dos actores («Ben-
veniste y nosotros mismos») asumen la tarea de «mostrar» algo
a alguien. El discurso cognitivo, como era de esperar, comporta
una doble función: es a la vez un hacer y un hacer-saber, un proce­
so acumulativo de producción y de transmisión, que utiliza los pro­
cedimientos de construcción de objetos semióticos y de hacer
persuasivo.

2. Se entiende mejor entonces el mecanismo de la manipula­


ción dialéctica, que explica los cambios sucesivos del status formal
del discurso científico. Como hacer cognitivo, es un proceso crea­
dor del saber; como hacer-saber se presenta como una operación
de transferencia del saber considerado como objeto consolidado,
al ser resultado del hacer cognitivo y ofreciéndose como discurso
objetivo; en tanto que objeto adquirido por el enunciatario even­
tual, cambia de status para aparecer como el discurso referencial
que, una vez descifrado y evaluado, podrá servir de soporte a un
nuevo discurso cognitivo. Dicho de otro modo, un mismo discurso
que, prescindiendo de diferentes modalizaciones que son otros tan­
tos sistemas de regulación y de mediación entre diversas instancias,
posea una organización narrativa y retórica, más o menos constan­
te, es capaz de cambiar de status formal y adquirir cada vez una
significación localizada diferente, relativa a su posición en el marco
del discurso global.
La manipulación consistente en tomar el discurso cognitivo para
transformarlo en discurso referencial capaz de generar un nuevo
discurso cognitivo es uno de los elementos constitutivos de la defi­
nición del progreso científico.
Sin buscar una simetría a cualquier precio, hemos de precisar,
de todos modos, que el discurso cognitivo se sitúa desde la perspec­
tiva del enunciador, mientras que el discurso referencial depende
del enunciatario que lo toma a su cargo, pudiendo un solo actor
asumir — y asumiendo casi siempre— las dos posiciones actanciales,
hasta el punto de que el proceso de comunicación — cuyo discurso
global es muchas veces su simulacro— consiste en el intercambio
continuo de ambos roles. Con respecto a estas dos instancias móvi­
les, el discurso-objeto, despersonalizado y objetivado, es más que
una ocultación fraudulenta del hacer persuasivo y del hacer inter­
pretativo que lo basan y lo apoyan: lugar de un saber incierto, es,
al mismo tiempo, proyecto del saber verdadero.

4 .3 . L as perfo r m a nces c o g n it iv a s

UN A N U EVA TAXONOMÍA

Debiéndose el fracaso de la primera búsqueda a las insuficien­


cias taxonómicas, es natural que la empresa recomience con el mon­
taje de una nueva organización taxonómica de los objetos semióticos.
1. Este punto de partida consiste en la presentación de lo ad
quirido en «recientes estudios», que se efectúa por la referenciali/.a-
ción de las investigaciones anteriores. Plantea a la vez el objeto
de saber, que es el universo semántico a explorar, y la interpreta­
ción que conviene darle:
universo semántico — 1 relación — modelo interpretativo

... f «d om in ación » ) «sistem a de las tres funciones»


«estas religiones» < , . , >
( « en cu ad ram ien to») («y sus subdivisiones»)
/ «religión indo-irania»
\ (Benveniste)
) «religión indo-europea»
l (nosotros m ism os)

2. El paso siguiente adopta la forma de una puesta en paralelo


del concepto de sistema que articula de manera abstracta el univer­
so semántico examinado y del de serie jerarquizada, que se supone
reproduce las mismas articulaciones en el plano figurativo poblado
de dioses. Sin embargó, el paralelismo obtenido es más que el esta­
blecimiento de los dos planos superpuestos de «realidad religiosa»
— como daría a entender el término «patrocinar», que lexicaliza su
relación— , es una verdadera homologación de los dioses, conside­
rados como denominaciones, y de sus definiciones funcionales, que
instituye el plano figurativo como un plano del significante dotado
de significado.
DEFINICIONES DENOM INACIONES
«sistem a» — ► «patrocinado por» «serie jerárquica»

las funciones de los dioses

/so b e r a n ía / /fu erza guerrera/ /fe c u n d id a d / (Mitra y Indra lo gem elos


Varuna) Nadatya

1 .a mitad 2 . a mitad
(contractual) (mágica) Mitra Varuna

D H L S E N T I D O , II. — 15
Cada nombre de dios se encuentra así ligado a una «función»,
y la nueva designación de «dioses funcionales» no hace sino confir­
mar su status de signos. El progreso taxonómico, en comparación
con la primera tentativa, resulta notable: de una lógica de inclusión
que «situaba» a cada dios en un «terreno» sin cuestionarse la natu­
raleza semiótica de uno o de otro, pasamos ahora a una lógica
cualitativa donde las figuras divinas, consideradas como significan­
tes, son susceptibles de ser comparadas en sus significados e identi­
ficadas por los rasgos semánticos — término que aparece en el mo­
mento oportuno— que las definen.

3. Simultáneamente a esta precisión del status semiótico de los


objetos de análisis, se efectúa un enriquecimiento del modelo inter­
pretativo. Pasando del concepto de sistema al de serie jerarquizada,
se observa que, si el primero se presenta como una organización
sistemática que proyecta la estructura ternaria sobre el campo se­
mántico determinado, el segundo ha de definirse como una organi­
zación jerárquica, es decir, como una puesta en orden ascendente
(o descendente) según el criterio de superioridad (¿de poder?, ¿de
situación?). Ahora bien, la homologación de las denominaciones
de los dioses y de sus definiciones funcionales muestra bien que
el orden jerárquico, válido para los dioses, no lo es menos para
las funciones. El «sistema de las tres funciones» está, por consi­
guiente, doblemente articulado y se presenta como una estructura
ternaria jerarquizada.

DE LO CO N CEPTU A L A LO TEXTU AI

1. A primera vista, el desarrollo discursivo de este párrafo pa


rece corresponder al planteamiento deductivo. El hacer taxonómico
que en él se ejerce, toma primero como objeto el conjunto de las
religiones indoeuropeas para considerar después sólo sus manifesta
ciones particulares, tal como las encontramos:
«en los príncipes arya de Mitani» y «en varios mitos y rituales
védicos».

Mirándolo más de cerca, se observa que se trata aquí, no de


una restricción conceptual, sino de un cambio de actitud con res­
pecto a los objetos considerados, del paso del universo semántico
(«religiones»), planteado como concepto no analizado, al corpus,
que se presenta, desde el punto de vista filológico, como una «reali­
dad» manifiesta, y, desde el punto de vista histórico, como un «he­
cho» comprobado, condiciones que permiten considerarlo como el
referente dotado de una cierta materialidad.

O b s e r v a c i ó n : Este paso del concepto al corpus se apoya, pues,


en toda una tradición implícita del hacer científico en ciencias hum a­
nas, «tradición» que ha de concebirse como el discurso referencial
global, cuya presencia está presupuesta en todas las ciencias.

2. Este cambio de nivel referencial que abandona la manipula­


ción conceptual a favor del análisis del corpus se ve subrayado por
la aparición de la expresión liste hierarchisée, señalando que el pro­
pio corpus no ha de considerarse como una simple colección de
objetos lingüísticos, sino como un texto dotado de organización sin­
tagmática. El principio jerárquico, articulación del modelo de las
tres funciones, se interpreta ahora como una propiedad del texto
referencial, leyéndose la disposición ordinal de los nombres de los
dioses en los textos como significando su organización jerárquica.
Poco importa saber si tal lectura es legítima, el interés de la empre­
sa está en otra parte, concretamente en el deseo de validar los mo­
delos, estructuras construidas con ayuda de las estructuras del refe­
rente que poseen una objetividad, de la cual lo menos que puede
decirse es que se basa en procedimientos de naturaleza diferente.
La iniciativa que tiene como objetivo circunscribir el objeto de aná­
lisis adopta, así, la siguiente vía:

/universo sem ántico/ -*■ /c o rp u s/ -> /te x to /


EL H A C E R CO M PARATIVO

1. La instalación del referente lingüístico permite comprender


mejor el hacer comparativo, última etapa del hacer cognitivo den­
tro del programa científico que examinamos. Consiste, en primer
lugar, en la adaptación, para un objeto nuevo, de los métodos de
la gramática comparada que podemos presentar, de manera aproxi-
mativa, en forma de un pequeño número de reglas operatorias:
a) establecimiento de dos corpus, que se presupone comparables;
b) determinación de las unidades a comparar y de su distribu­
ción sintagmática en el texto; ^
c) constitución de dos inventarios exhaustivos y cerrados;
d) establecimiento, en el plano del significante, de las correla­
ciones entre las unidades puestas en paralelo.

Se trata aquí de un comparatismo fonético que permite, por


ejemplo, una vez realizada la segmentación del texto y el reconoci­
miento de las unidades-morfema, el establecimiento de una red de
correlaciones fonéticas constantes entre dos lenguas indoeuropeas.
Esta red de correlaciones, garante de su «parentesco genético», per­
mite, a su vez, fundar una morfología comparada.

O b s e r v a c i ó n : Este conjunto de procedimientos com parativos ha


de considerarse de nuevo como el discurso científico anterior, refe-
rencializado e implicitado en el discurso actual que estamos exami­
nando.

Con respecto al primer discurso cognitivo cuya virtud heurística


sólo había consistido en la selección y distribución acertada de los
fragmentos de discursos referenciales anteriores, el progreso es no­
table: reside en la trasposición analógica de los modelos del hacer
cognitivo y se sitúa a nivel de la renovación de la competencia
narrativa.
O b s e r v a c i ó n : Queda entendido, sin em bargo, que no se trata
aquí de un estudio psicológico e histórico de la personalidad científi
ca de Georges Dumézil, sino del discurso-prefacio y de su «verdad»
narrativa y textual.

2. El éxito de este hacer comparativo no es, sin embargo, la


meta directamente perseguida por el programa narrativo: éste se
propone determinar la relación entre los «dioses funcionales» (esta­
do 1) y los Arcángeles iranios (estado 2). Con respecto a este pro­
grama funcional, sólo se trata, en esta primera aproximación que
compara e identifica los dioses védicos y los dioses de Mitani, de
un subprograma de uso o de mediación que permita obtener un
instrumento-adyuvante con vistas a la realización del programa glo­
bal (el bastón que el mono va a buscar para hacer caer el plátano
colgado fuera de su alcance). Pero el objetivo alcanzado por este
subprograma no es el aumento del saber referente al objeto de estu­
dio (correlacionando una serie de dioses más, los de Mitani, con
las series de dioses funcionales ya conocidos), sino la adquisición
del instrumento metodológico, que permita abordar la última fase
del programa. Así como, en lingüística comparada, el establecimiento
de las correlaciones fonéticas sólo es pertinente si se sitúa en un
contexto más amplio, el de los morfemas, determinado previamen­
te, la comparación de las figuras divinas consideradas en sus signi­
ficantes sólo puede realizarse si sus significados están ya interdefi-
nidos en el marco de un sistema de oposiciones «funcionales».

3. Se comprende, pues, en qué consiste «la posibilidad de otra


solución», es decir, el descubrimiento científico propiamente dicho.
A nivel del hacer cognitivo, se manifiesta como una mutación me­
todológica marcada por el paso del comparatismo fonético al com-
paratismo semántico. Siendo los dioses signos dotados de significa­
dos y pudiendo éstos analizarse en rasgos, la identificación de los
rasgos comunes en las «listas jerarquizadas» permite establecer la
red de correlaciones semánticas, no sólo entre las dos series, sino
también entre los dos sistemas considerados. Poco importa enton­
ces que los nombres de los dioses, situados en el plano del signifi-
cante, no siempre puedan ser correlacionados fonéticamente entre
sí — pueden sufrir avatares semánticos (los epítetos que sustituyen
a los nombres, por ejemplo) o fonéticos (por convergencias de ten­
dencias fonológicas contradictorias)— , los «acercamientos» entre
series están establecidos, y las «relaciones» entre sistemas, asegura­
das. El objeto de la búsqueda queda entrevisto, y la victoria del
héroe está cercana.

4 .4 . El d e s c u b r im ie n t o como e v id e n c ia

1. La mutación — término que empleamos para marcar esta


ruptura metodológica— se encuentra inscrita en el contexto discur­
sivo global cuyo mecanismo hay que tratar de desmontar.
a) Éste se presenta primero como la explicación del hacer cog­
nitivo y su integración en el esquema narrativo del descubrimiento,
introducido, al principio del párrafo, como la aparición de «la po­
sibilidad de otra solución». La competencia del sujeto cognitivo («la
posibilidad») transmitida como un don, está aquí reafirmada: «los
rangos comprobables», son rasgos que se pueden comprobar, defi­
nición subyacente que pone de manifiesto el /poder-hacer/ del suje­
to, actuando sobre el objeto rasgos. Hay que observar, sin embar­
go, una diferencia y un progreso: mientras que, en el primer caso,
el sujeto cognitivo estaba situado en posición de receptor pasivo
aquí, gracias a la competencia ya adquirida, ejerce un hacer recep­
tor activo 3.
b) En ambos casos, el sujeto cognitivo receptor se identifica,
desde el punto de vista discursivo, con el enunciatario: es de espe-

1 H em os propuesto, por otro lado, distinciones que caracterizan el hacer cogniti­


vo no moda/izado, llamado hacer informativo:

í emisivo
hacer informativo < í activo (cf. «escuchar»)
\ receptivo <
/ pasivo (cf. «oír»)
rar, por consiguiente, que el hacer comprobativo que está llamado
a ejercer se refiera al discurso del otro, es decir, al discurso referen­
cial convocado al efecto.
Pero — y es aquí donde aparece la primera desviación con respec­
to al discurso «normal»— el objeto de comprobación no es el dis­
curso referencia], sino el propio referente lingüístico, presente en
forma de dos «4-istas» que se encuentran «relacionadas». Lo que
al principio se ofrecía como la posibilidad de una solución se con­
vierte ahora, tras la integración del nivel cognitivo, en la compro­
bación, es decir, la comprensión en forma de rasgos comunes, de
la relación de semejanza entre dos listas.
c) El hacer informativo que vemos aquí en funcionamiento es­
tá, por definición, no modalizado, y va seguido normalmente del
hacer interpretativo que asegura la significación y la solidez de la
comprobación. En el caso que examinamos, la instancia de inter­
pretación está bien prevista, pero los dos hacer sucesivos se efec­
túan en condiciones que buscan suprimir toda distancia discursiva
entre el sujeto conocedor y el objeto por conocer. Así — la informa­
ción es recibida sin mediación (los rasgos son «inmediatamente com­
probables»)— la interpretación se hace sin preparación «no necesi­
tan ninguna preparación para ser interpretados», es decir, sin el
ejercicio de un saber-hacer previo.
Basta con relacionar estas condiciones con la definición corrien­
te de evidencia, «carácter de lo que se impone al espíritu con tal
fuerza que no es necesaria ninguna otra prueba para conocer su
verdad, su realidad» (Petit Robert), para reconocer que se trata,
en nuestro caso, de una forma particular de modalización epistémi-
ca que corresponde, en el cuadro que antes hemos sugerido, a la
posición de /certidumbre/. Pero mientras que la certidumbre es la
sanción del hacer interpretativo que se ejerce sobre el discurso refe­
rencial convocado, la evidencia es la comprobación de adecuación
entre el referente y el discurso que lo manifiesta.

Esta adecuación que tratamos de precisar explica la inversión


de la forma discursiva mediante la cual se intenta expresar aquélla:
todo ocurre como si el texto referencial, situado en posición de
sujeto, enunciara por sí mismo su propia verdad, haciendo que el
investigador no aparezca como culpable del descubrimiento.

2. La modalización epistémica sanciona la comprensión de la


relación entre las dos «listas jerarquizadas» y el hacer comparativo
se consuma así por el establecimiento de identidades parciales entre
los objetos semióticos inscritos en ellas. Se trata aquí de poner de
manifiesto un comaparativismo semántico de carácter general, de
un procedimiento que permite correlacionar dos — o varias— sin­
tagmáticas cualesquiera, sometidas previamente a un hacer taxonó­
mico que establece los lugares y criterios de su comparabilidad. Lo
esencial de la «aparición», es decir, del descubrimiento, está ahí.
Sin embargo, no corresponde enteramente a la meta fijada del dis­
curso de investigación que es la determinación del «proceso históri­
co» situado entre los dos estados religiosos, representados por las
listas paralelas.
Así es propuesta sin tardanza una nueva interpretación del obje­
to de saber adquirido, una especie de elaboración secundaria sobre
los resultados seguros. Los «rasgos», sujeto frásico del hacer com­
parativo, «inducen a considerar» a los arcángeles como herederos
de los dioses funcionales, invitando así al sujeto cognitivo a ejercer
su punto de vista, es decir, a interpretar la correlación estructural
y acrónica entre dos textos y dos series de objetos discursivos como
una relación diacrónica entre dos estados y dos tipos de figuras
divinas que los representan.
No tiene mucho sentido abrir aquí una interrogación sobre el
status semiótico de los textos atestiguados, sobre el hecho de que
los textos presentes en el hic et nunc se consideren como proyectan­
do sus significados en el pasado y fundando así la «realidad históri
ca». Sin embargo, es justamente este salto de la realidad textual
a la realidad histórica lo que el sujeto cognitivo es «inducido» a
realizar. Ya veremos de qué precauciones se rodea la interpretación
de este paso, a qué restricciones da lugar.
a) La relación diacrónica está lexicalizada, en varias ocasiones,
en términos de herencia. Pero se tome este término en su sentido
genético como la «transmisión de los caracteres de un ser vivo a
sus descendientes», o se considere al heredero, desde el punto de
vista jurídico, como el que «recibe los bienes en herencia», el deno­
minador común de ambas definiciones es el concepto de transferen­
cia de las propiedades identificadas de un individuo a otro, de un
estado discreto a otro. Pasando del comparativismo textual al com-
parativismo histórico, la identificación de los rasgos es interpretada
como su transferencia, lo cual no está claro. Esta transferencia,
sin embargo, no es más que parcial (los arcángeles sólo son herede­
ros de los dioses funcionales «en ciertos aspectos»), se realiza sobre
un fondo de diferencias, de ruptura entre estados que implica la
propia noción de transferencia.
b) Contrariamente a la evidencia que sanciona el comparativis­
mo semántico como iniciativa cognitiva, la modalización del com­
parativismo histórico no parece ser de naturaleza epistémica: mien­
tras que el juicio epistémico es consecuencia del hacer interpretativo
(o de su suspensión, en caso de evidencia) y se efectúa a continua­
ción de éste, la «inducción a ver», en tanto que incitación a ejercer­
lo, se sitúa antes del hacer interpretativo. Aparece así como la aper­
tura de un nuevo programa que tiene como objetivo hacer que el
sujeto cognitivo sea competente para ejercer la interpretación de
los datos adquiridos durante el programa anterior (reconocimiento
de los rasgos semánticos comunes): e, incluso entendido de esta
manera, la «inducción» no parece proceder de la modalización deón-
tica como /deber-hacer/, sino que se presenta más bien como un
/querer-hacer/, transmitido por el destinador-texto al destinatario-
sujeto interpretante.
4.5. D is c u rs o d e l d e s c u b rim ie n to y d is c u r s o d e l a in v e s tig a c ió n

La organización discursiva de superficie, tal como queda fijada


en el tercer párrafo, pretende ser la manifestación de un razona
miento de form a deductiva. El párrafo está, en efecto, articulado
en tres proposiciones:

«Recientes estudios...»
« P ero...»
«De ahí...»
•' ' *1

de las cuales, las dos primeras se presentan como premisas, segui­


das de una tercera que sirve de conclusión.
Hemos visto que, desde el punto de vista narrativo, su organiza­
ción es muy distinta. Las dos primeras frases son el lugar de mani
festación de un programa narrativo del descubrimiento, programa
complejo, compuesto de un subprograma de uso (primera frase),
desvío que permite la realización del programa principal (segunda
frase). En cuanto a la tercera frase, sirve para inscribir el paso del
discurso del descubrimiento en su manifestación en forma escrita.
Si, a propósito de esta ejecución gráfica, podemos hablar de con­
clusión, no es en el sentido lógico del término, sino en el, más
general, de «disposición final de un asunto».
La tercera frase evoca un discurso enteramente diferente del an­
terior, un discurso escrito cuya organización anuncia en cinco capí­
tulos. Si mantenemos, para el primero, el nombre de discurso del
descubrimiento, reservando, para el segundo, el de discurso de la
investigación stricto sensu, el paralelismo entre ambos puede que­
dar representado como en el cuadro adjunto.
Esta comparación inspira unas cuantas observaciones.

1. Los dos discursos, aun poseyendo un tronco común, desa­


rrollan, cada uno, secuencias que les son propias. Así es como el
discurso del descubrimiento hace preceder el relato del PN conse-
guido de una secuencia que narra el fracaso de un PN anterior.
Este discurso se desarrolla según las reglas de organización narrali
va bien conocidas que, al mismo tiempo que utilizan la inversión
de las figuras discursivas que son las pruebas, permiten la construc­
ción del relato concebido como la búsqueda de valores efectuada
por el sujeto individual.

2. Siendo el prefacio un metadiscurso que cuenta la historia


de nuestros dos discursos, vemos mejor el rol particular que se asig
na a la tercera frase de este párrafo: hace hincapié en la «formula
ción» de la hipótesis de trabajo expuesta en el discurso escrito. La
«formulación», sin embargo, es más que un simple cambio de la
forma de expresión, más que el índice del paso del discurso interior
al discurso escrito. La solución del problema, captada como una
evidencia en el primer discurso, se presenta, cuando es «formula­
da» en el segundo, como una «hipótesis de trabajo», es decir, como
un modelo de interpretación, cuyo valor epistémico ya no es el de
certidumbre, sino el de probabilidad. Hecho curioso, cuyo mecanis
mo permanece bastante oscuro, aunque su finalidad aparezca clara
mente. Al pasar del discurso del descubrimiento, de orden indivi
dual, al discurso de la investigación, de carácter social, la modaliza
ción del modelo interpretativo sufre una transformación: considera
do como evidente en el plano personal, el modelo sólo puede ser
integrado como probable en el discurso de la ciencia donde debo
ser sometido a procedimientos de verificación.

3. El discurso de la investigación que se desarrolla entonces


se presenta como el discurso social, es decir, como el discurso con
ducido por un sujeto colectivo, no sólo porque hipotetiza el descu
brimiento individual, sino también porque comporta una modaliza
ción diferente de la competencia de este nuevo sujeto: mientras que
el descubrimiento procedía de un hacer interpretativo que no nece
sitaba «ninguna preparación», las «verificaciones», por el contra
rio, presuponen por esto mismo una «preparación», es decir, un
saber-hacer científico. Este saber-hacer, por su parte, no es propio
de un individuo: el discurso hablado del que se hace mención en
la segunda parte del pirefacio (y del que no podemos ocuparnos
aquí), que se realiza en el marco del seminario de investigación de
la École des Hautes Études, es presentado como teniendo por suje­
to un nosotros plural que no es en absoluto retórico y donde el
saber-hacer del «pequéfio auditorio» se ejerce al mismo tiempo que
el del conferenciante.

4. El discurso de la investigación, articulado en /hipótesis-»


verificación/ no hace sino doblar, en cierto sentido, el discurso del
descubrimiento: los resultados de este mismo, adquiridos como evi­
dentes, son vueltos a poner en cuestión, hipotetizados, a fin de que,
tras un nuevo programa cognitivo, sean verificados y reconocidos
de nuevo como ciertos. En cuanto al procedimiento de la propia
verificación, definida como examen del «valor de alguna cosa (es
decir, en nuestro caso, del modelo interpretativo) por confronta­
ción con los hechos» (Petit Robert), se descompone fácilmente en
distintos pasos del hacer cognitivo ya reconocidos anteriormente:
convocación de los segmentos referenciales, su modalización episté-
mica y, finalmente, transformación de los juicios epistémicos en
juicios aléticos que instauran el discurso objetivo.

5. Un último punto permanece oscuro en este procedimiento


de conversión de un discurso en otro, en esta construcción del dis­
curso de !a investigación: el tronco común a los dos discursos no
comporta sólo el fragmento discursivo que, tras la remodalización,
se transforma en enunciado de la hipótesis de trabajo, sino también
la secuencia preliminar que, cubriendo todo el primer capítulo del
libro, reproduce el programa de uso del discurso del descubrimien­
to. ¿Qué hacen los dioses de los príncipes de Mitani en el «naci­
miento de Arcángeles»?, podemos preguntarnos ingenuamente.
En efecto, si la comparación conseguida de los dioses védicos
y mitánicos puede identificarse como la prueba cualificante en el
marco del relato del descubrimiento, su transposición no parece im­
ponerse durante la construcción del dicurso de la investigación, es­
tando la hipótesis de trabajo formulada a partir de la sola compro­
bación de la comparabilidad de los rasgos semánticos. Por tanto,
podemos preguntarnos — habiendo parecido necesaria la reproduc­
ción del conjunto del recorrido del descubrimiento— si el propio
descubrimiento es tan inmediato y tan evidente como quieren ha­
cernos creer, o si, por el contrario, no está condicionado por la
elección previa del lugar de la problemática y la instauración de
un cierto tipo de saber-hacer. El descubrimiento científico, aunque
se presente en el meollo de la cuestión como una aparición y una
comprobación de evidencia, obedecería entonces a su propia lógica
y debería interpretarse, a la manera de los procesos genéticos, como
un programa coherente cuya finalidad sólo aparece a posteriori.

4 .6 . R e f l e x ió n e p is t e m o l ó g ic a

1. La frase que termina la primera parte del prefacio constitu­


ye a la vez la vuelta a la problemática de la sustitución, enunciada
en el párrafo introductivo, y la anáfora de las secuencias discursi­
vas representadas por los párrafos 2 y 3: es el lugar tópico del dis­
curso del prefacio. Resumiendo y subsumiendo el relato de una bús­
queda ocurrencial, la generaliza en forma de aforismo:

«accidente frecuente en las ciencias llamadas humanas»

y esto por un procedimiento simple que consiste en plantear que


lo que es válido para el discurso titulado Nacimiento de Arcángeles
lo es para el conjunto de las ciencias humanas, que el accidente
singular que caracteriza el desarrollo de este discurso es un acciden­
te frecuente en las ciencias.
Tal generalización no tiene ya nada de estrictamente científico,
procede más bien de una reflexión epistemológica sobre las vías
del conocimiento y los límites del esfuerzo humano.

2. Así, como ya hemos señalado, el término «desvanecimien-


lo», viene aquí a propósito para completar el de «aparición», que
designa el descubrimiento: los progresos de las ciencias humanas,
considerados bajo el aspecto fenoménico, son regulados, como si
dijéramos, bajo el modo fantasmático, según el ritmo de aparicio­
nes y desapariciones.
El esfuerzo del sabio tiende, sin embargo, a sobrepasar este pla­
no fenoménico y trata de alcanzar el nivel de la realidad mas pro­
funda («...otro problema, más real»): hemos visto que el progreso
narrativo, a raíz de la búsqueda del saber marcada por la «sustitu­
ción», podía ser interpretado como la negación del /parecer/ y la
afirmación del /ser/.
Y , sin embargo, esta nueva «realidad», resultado del descubri­
miento, no es absoluta; el problema elucidado no es «real», es «más
real» que el primero: ya que el primer problema, «generalmente
considerado»... «desde Darmesteter» como real, «se ha desvaneci­
do», nada garantiza que la nueva solución no corra la misma suer­
te. Una duda fundamental subyace a todo progreso.

3. El relativismo de la categoría del /parecer/ y del /ser/, cuan­


do ésta es proyectada sobre el recorrido de las ciencias humanas
considerado como una sintagmática, explica su carácter accidentado:
a) Así, el recorrido de una ciencia humana está constantemen­
te marcado por accidentes, es decir, rupturas evenimenciales que
lo articulan en discontinuidades.
b) Estas rupturas son accidentes, lo que también quiere decir
que son contingentes.
La discontinuidad, creadora del sentido, y la no-necesidad, for­
ma objetivada de la libertad, caracteriza, pues, este discurso social.
c) Pero estos accidentes frecuentes no son, en definitiva, más
que accidentes, es decir, acontecimientos de superficie que «aña­
den» a lo que es esencial «sin alterar su naturaleza». Los accidentes
son modos de producción del saber, no replantean ni el saber, ni
lo inteligible que éste persigue.

Con el enunciado del lugar donde él la sitúa — «les sciences dites


humaines»— es como acaba el enunciador su reflexión sobre los
cambios del conocimiento. Denominación ambigua de cuyo epíteto
«humano» rehúsa hacerse cargo, dejando así flotar la duda sobre
lo que aquella califica exactamente: el objeto demasiado complejo
o el sujeto excesivamente frágil de esta búsqueda del saber.

5. A G U ISA D E C O N C L U SIÓ N

Los resultados del microanálisis a que hemos procedido nos pa­


recen interesantes en la medida en que pueden ser retomados, como
hipótesis generalizables al conjunto de los discursos en ciencias hu­
manas, y constituir, tras su verificación, un cierto número de seña­
les estables que permitan una mejor comprensión de los procedi­
mientos empleados durante la producción y manipulación del saber
científico.
El discurso en ciencias humanas, lejos de ser lineal, aparece co­
mo desarrollándose en varios niveles a la vez, los cuales, aun siendo
reconocibles como dotados de una autonomía formal, se interpene-
tran, se suceden, se interpretan y se apoyan unos a otros, garanti­
zando así la solidez y la progresión — todas relativas, evidentemente—
de la empresa con vocación científica. Los tres principales niveles
que hemos reconocido — el discurso cognitivo, el discurso objetivo
y el discurso referencial— comportan, cada uno de ellos, un nivel
modal que le es propio, permitiendo así esbozar una primera tipo­
logía de las modalidades cuyo papel en el desarrollo discursivo es
capital: las modalizaciones del proceso de la enunciación se distin­
guen claramente de las de los enunciados que registran sus resulta­
dos; las modalizaciones epistémicas, ligadas a la instancia del enun-
ciatario, se refieren al discurso ya constituido, lo sancionan y, refe-
rencializándolo, permiten el despliegue de nuevos programas de
investigación.
El examen del texto de Georges Dumézil nos ha permitido ha­
cernos una idea acerca de las relaciones complejas que mantiene
el discurso de la investigación, que tiende a toda costa — astucia
y vocación al mismo tiempo— a hacerse pasar por un discurso ob­
jetivo y sociolectal, cuyo sujeto sería un actante a la vez colectivo
y de otro tipo, y donde el investigador-hablante no sería más que
el actor delegado, con el discurso del descubrimiento, necesaria­
mente personalizado, pero, como hemos podido entrever, inscrito
en un algoritmo subyacente que lo rige bajo cuerda. Existen rela­
ciones paradójicas entre el discurso social que no llega a ocultar
sus vínculos con el enunciador singular que lo produce y con el
discurso individual que se deja guiar por una finalidad que lo supera.
Independientemente de estas ambigüedades fundamentales, ve­
mos cómo se desprende un cierto tipo de práctica científica hecha
de continuidades en la investigación y de rupturas producidas por
la intrusión del descubrimiento: el acontecimiento que constituye
cada una de estas injerencias se ve absorbido por su integración
en el discurso social, y esto, como hemos visto, por la reformula­
ción en hipótesis de las certidumbres del descubrimiento, remodali-
zación que tiene como consecuencia el desdoblamiento, mediante
procedimientos de validación, de los programas ya actualizados.
Si en la naturaleza del discurso humano, sea cual sea, está el
depender, en definitiva, del sujeto enunciador que lo produce en
el hic et nunc subjetivándolo y relativizándolo, vemos, sin embar­
go, de qué precauciones, de qué procedimientos complejos se rodea
el discurso con vocación científica en su búsqueda del saber
verdadero.

DHL SEN TID O , II. — 16


E L D ESAFÍO 1

Rodrigue, as-tu du cceur?


' •-'-J .V

Si admitimos que a la distinción empírica entre la acción del


hombre sobre las cosas y su acción sobre los demás hombres corres­
ponde, en el plano semiótico, la distinción que se basa en la aplica­
ción de la categoría de la transitividad (el hacer-ser), o en la aplica­
ción de la factitividad (el hacer-hacer), tenemos derecho a extraer
de todo discurso a analizar segmentos que manifiesten, de maneras
muy variadas, los elementos de factitividad, y tratar de construir,
explicitándolos plenamente, el (los) modelo(s) de manipulación sus­
ceptible^) de ser utilizados de forma generalizada.

1. MARCO CONCEPTUAL

El hacer factitivo constituye así uno de los elementos definito-


rios de la manipulación, a condición, sin embargo, de que se trate
de un hacer cognitivo y no pragmático: la «prisión por deudas»,

1 Este texto apareció, en prepublicación, en el Bullelin del Grupo de Investiga


ciones Sem iolingüísticas (EH ESS C N R S), 1982.
aun siendo una acción del hombre sobre el hombre, no proviene,
a primera vista, de la manipulación: sin embargo, se le parece: el
desafío, que hemos elegido examinar de cerca considerándolo como
una de las figuras características de la manipulación, se define en
efecto, espontánea e intuitivamente, como una «coerción moral».
Esta definición intuitiva, sin embargo, no se ve confirmáda por
los diccionarios> para los cuales el desafío es una «declaración pro­
vocadora mediante la cual se manifiesta a alguien que se le tiene
por incapaz de hacer una cosa» (Petit Robert). El diccionario, co­
mo vemos, considera el desafío como un enunciado simple, sin te­
ner en cuenta la naturaleza modal de los dos sujetos puestos así
frente a frente, ni el nexo específico que tal declaración establece
entre ellos, en resumen, sin tener en cuenta el aspecto «hacer» de
este «decir». Sólo la explicación del carácter «provocador» de la
declaración nos permite comprender que el desafío es, en primer
lugar, el acto de «incitar» a alguien a hacer algo, donde el predica­
do incitar — con los parasinónimos figurativos empujar, llevar a,
conducir, arrastrar, que encontramos fácilmente— aparece como
la lexicalización, en la superficie del discurso, de la factitividad.
Por tanto, esta incitación parece poder inscribirse en el marco
general del contrato y corresponder, más concretamente, en la pri­
mera parte de éste, a la proposición de contrato que podemos for­
mular del modo siguiente:

Sj-SznCMOzíOa)]
donde:
O í: objeto cognitivo (el saber transm itido);
O 2 : Si nV (el querer del sujeto m anipulador que se comunica al
sujeto m anipulado);
O3: Real. (PN de S 2 ) (siendo el objeto del querer la realización,
por parte de S 2 , del program a elaborado y transm itido por
S,).

Tal mensaje, como vemos, es de naturaleza puramente informa­


tiva: el hecho de tomar conocimiento del querer de Si no obliga
en nada a S 2 . La proposición de contrato constituye así una cues­
tión previa cognitiva y neutra, autorizando, a su vez, a concebir
al sujeto receptor del mensaje como modalmente soberano, libre
de aceptar o rehusar esta proposición.
Dentro de este marco contractual es donde podrá instalarse y
desarrollarse la manipulación.

2. EL H A C ER P ER SU A SIV O

Entre las dos instancias contractuales — la proposición y la


aceptación— se sitúa el lugar problemático hecho de tensiones in­
tersubjetivas y de enfrentamientos implícitos: es ahí donde se efec­
túan el hacer persuasivo y el hacer interpretativo de los dos sujetos,
dando lugar, eventualmente, a un contrato a veces deseado, a veces
impuesto.
En el caso de la provocación por desafío que nos interesa en
este momento, el mensaje persuasivo del sujeto manipulador que
acompaña la proposición de contrato consiste en notificar al sujeto
que va a ser manipulado su falta de competencia: el sujeto S 2 es
así invitado a ejecutar un cierto programa (PN) y al mismo tiempo
advertido de su insuficiencia modal (del «no poder hacer») para
efectuarlo.
El enunciado persuasivo que, como objeto de saber, es transmi­
tido por Si a S 2 , conjuntamente con el enunciado contractual, pue­
de formularse como sigue:

S, -> 8 2 0 0 ,(0 2 (0 3 )]

donde:

O,: juicio epistémico (la certidumbre de Si);


O2 : objeto de saber (el saber de Si);
O3: S2 np f (S2 está desprovisto de poder-hacer).
O b s e r v a c i ó n : Si la modalización epistémica del enunciado per­
suasivo es evidente, no hay que olvidar que las modalidades episté-
micas son graduables: el manipulador puede mostrarse «seguro», pero
igualmente puede «sim ularlo» o «darlo a entender». El ejemplo de
Corneille citado en exergo muestra claramente cómo una simple in­
terrogación significando la duda es suficiente para desencadenar el
mecanismo m anipulatorio. La fuerza del juicio epistémico no se pre­
senta, por consiguiente, como un factor decisivo de la eficacia de
la persuasión.

Y a hemos tenido la ocasión de esbozar por otra parte 2 una


primera articulación de la persuasión:
deíxis de la persuasión deíxis de la disuasión

Vemos que el desafío se presenta como un caso particular de


persuasión antifrásica: el enunciado persuasivo está fijado como una
persuasión a rehusar con la intención oculta de verlo leído, tras
el hacer interpretativo del sujeto manipulado, como una disuasión
de rehusar. Se trata en cierto modo, en su caso, de «defender lo
falso para obtener lo verdadero»: la negación de su competencia
está destinada a provocar un «sobresalto saludable» del sujeto que,
justamente por esto, se transforma en sujeto manipulado.
Hemos observado muchas veces que el esquema narrativo cons­
tituye una referencia cómoda para situar y, eventualmente, inter­
pretar tal o cual secuencia narrativa que nos proponemos analizar.
En nuestro caso, vemos que el comportamiento del sujeto manipu­
lador, tal y como se resume en los dos enunciados de proposición
y de persuasión, corresponde a las dos intervenciones fundamenta­
les del destinador, la orden y la sanción cognitiva que es el recono­
cimiento. El desafío se nos presenta como una especie de resumen
del esquema narrativo, excepto que, el reconocimiento está aquí
2 Maupassant. La sémiotique du texte, París, Ed. du Seuil, 1976, pág. 199.
anticipado e invertido, es decir, que se refiere, como sanción, .1
la competencia y no a la performance del sujeto y que es injusla
e imperiosamente negativo.
Esta anticipación de la sanción hace que podamos considera 1
al sujeto manipulador como un actor sincrético que subsume a los
dos actantes: el destinador manipulador y el destinador juez. I I
carácter invertido de su juicio plantea, por su parte, la cuestión
delicada del status veridictorio de este destinador, para quien la
mentira constituye uno de los elementos esenciales de su estrategia.

3. EL H A C ER IN TERPRETATIVO

3.1. U na c o m u n ic a c ió n c o e r c it iv a

La reacción del sujeto que ha recibido el mensaje persuasivo


consiste en la puesta en marcha de procedimientos interpretativos.
Este hacer interpretativo se encuentra inscrito, sin embargo, en una
forma particular de comunicación que podemos llamar comunica­
ción coercitiva: en efecto, en ciertas circunstancias que convendría
precisar, el destinatario a quien se dirige un cierto tipo de mensaje
se ve obligado a responder, a dar una continuación al mensaje
recibido.
Los ejemplos de tales situaciones son abundantes. Es, en primer
lugar, el problema general y muy discutido en otra época del apoli-
ticismo y del no compromiso: está admitido que todo rechazo a
comprometerse es ya un compromiso negativo. Es también el caso
ejemplar del compromiso de Jesús ante los tribunales, del silencio
de los «dos amigos» de Maupassant ante la orden del oficial prusia­
no: la coerción consiste, en estos casos, en la imposibilidad de man­
tener una posición de neutralidad, retirándose, en cierto modo, del
proceso de comunicación.
A este tipo de comunicación pertenece el desafío que examina­
mos y, quizá, todo tipo de provocación. Puesto frente a la afirma­
ción de su incompetencia, el sujeto desafiado no puede eludir la
respuesta, pues su silencio sería irremediablemente interpretado co­
mo una confesión. En otras palabras, se encuentra frente a una
elección forzosa: puede elegir, pero no puede no elegir 3.
Si consideramos que la elección es una decisión, y que ésta es
un acto cognitivo, vemos que esta obligación de elegir puede inter­
pretarse como formando parte de la competencia modal del sujeto
desafiado, y que consiste en su modalización según el /poder-hacer/,
situada en la dimensión cognitiva donde ocupa, más concretamen­
te, la posición de /no poder no decidir/, homologable con el /deber
decidir/ 4.
Recapitulemos. Ante el doble mensaje enviado por el sujeto ma­
nipulador — la notificación de su querer refiriéndose a un programa
narrativo preciso y de la incompetencia del sujeto manipulado para
realizarlo— , el receptor no puede aceptar o negar el contrato pro­
puesto antes de pronunciarse sobre el «desafío» propiamente dicho.
Ahora bien, nosotros postulamos que aquel se encuentra en la im­
posibilidad de no pronunciarse: aún habría que tratar de desmontar
el mecanismo que desencadena tal coerción.

3.2. Los OBJETOS DE LA ELECCIÓN

El sujeto desafiado se encuentra, pues, ante un dilema que los


diccionarios definen como una «alternativa entre proposiciones con­
tradictorias entre las cuales el sujeto es intimado a elegir». La alter­
nativa, en nuestro caso, se constituye entre, por una parte, el enun­
ciado producido por el sujeto manipulador Si y que podemos for­
mular como:

S2 n p f

1 Op. cit., pág. 201.


4 C f. supra, «Para una teoría de las m odalidades», págs. 79-106.
y, por otra, su contradictorio, que el propio sujeto manipulado se
construye, es decir:

S2 n pf.

Un dilema podría entonces expresarse como:

S2 n p dec. (S2n p f vs S2n p 0 -

Tal formulación, sin embargo, es incorrecta, ya que, mirándola


un poco más de cerca, se observa que las entidades cubiertas por
la denominación simbólica S 2 no son idénticas: los S 2 dotados de
/poder-hacer/ o de /no poder hacer/ son, en cierto modo, objetos
de valor entre los cuales se supone que se ejerce la elección del
sujeto desafiado, cuando el S 2 situado ante el dilema es, en reali­
dad, un sujeto de hacer, dotado de una competencia cognitiva par­
ticular, la de /no poder no decidir/. Conviene distinguir, por consi­
guiente, por una parte, los sujetos de comunicación (Si y S 2 ) cara
a cara y negociando un eventual contrato y, por otra, los sujetos
de representación (que podríamos expresar, por ejemplo, como S '),
que se encuentran situados en el espacio cognitivo de S2 y el prime­
ro de los cuales ( S ^ n p f) acaba de ser recibido en forma de enun­
ciado producido por Si, mientras que el segundo (S ' 2 npf) es pro­
ducido por S 2 cómo contradictorio del primero.
Vemos que el espacio cognitivo que descubrimos en esta ocasión
está poblado de actantes que no son más que representaciones más
o menos convincentes de los sujetos de' comunicación. ¿Puede este
espacio interpretarse como una especie de discurso interior o como
su simulacro hipotético-lógico reconstruido? ¿Constituye, en parte,
lo que las otras disciplinas llaman a veces la «dimensión imaginaria
autónoma»? Ya que este simulacro hace pensar, sin duda, en la
«imagen de marca», expresión creada y utilizada por fuera del cam­
po semiótico. Si la comparación es sugestiva, nos informa, como
debe ser, más sobre las diferencias que sobre las semejanzas: así,
la imagen de marca parece situarse más en el eje de la seducción
que sobre el de la provocación; es creada también para un uso tran­
sitivo, mientras que el simulacro que nos preocupa es más bien ad
usum internum del sujeto que trata de reconocerse en él.
Sin embargo, podemos decir en favor de la semejanza que la
descripción del sujeto simulado por la forma de su competencia
modal no siempre se satisface de su representación antropomorfa
abstracta: con ayuda de la «imaginación», la imagen de este sujeto
recibe a menudo nuevas determinaciones semánticas, adquiere un
ropaje figurativo, se dota incluso de recorridos narrativos en los
que se encuentran previstas eventuales sanciones, positivas o negati­
vas.'

3.3. La a x io lo g ía e n g lo b a n te

Sería excesivo, sin embargo, decir que la elección de la «buena


imagen» (la del sujeto dotado de la competencia positiva) depende
únicamente del sujeto desafiado, de su deseo de reconocerse en ella:
esta elección está sometida, igualmente, a la «mirada ajena» y debe
estar conforme a la proyección supuesta de los valores del manipu­
lador. Poco importa que se trate de una estructura intersubjetiva
simple, de la presencia de un actante observador o de un destinador
juez aceptado, al menos implícitamente, por las dos partes: el buen
funcionamiento del desafío sobreentiende una complicidad objetiva
entre el manipulador y el manipulado. Dicho de otro modo, si S 2 ,
sujeto desafiado y tachado de impotencia, trata de establecer la
conformidad entre su ser (su competencia modal) y la representa­
ción proyectada, sólo puede hacerlo en el marco axiológico previa­
mente determinado por Si y admitido por S2 . Es impensable que
un caballero pueda desafiar a un villano, y a la inversa. Igualmen­
te, si tal autor lanza a los franceses E l desafío americano, él mismo
está admitiendo implícitamente y exigiendo de sus lectores que re­
conozcan el sistema de valores americano: sin esto, el desafío no
tendría sentido.
El ejemplo de Jesús puede servir de contra-caso. Si la bofetada
de la que hablan los Evangelios es una provocación y un desafío,
aparentemente sólo hay dos respuestas posibles: o bien actuar de­
volviéndola (afirmando así su poder-hacer) o bien no hacer nada
(y aceptar, por tanto, la prueba de su impotencia). No obstante,
Jesús aconseja una solución desviante: presentar la mejilla izquier­
da. Se trata aquí, no sólo de una negativa a «seguir el juego»,
sino también de la propuesta de otro código del honor.
Pues se ve claramente que, en todos estos casos, hay que hablar
de un código axiológico común y, tratándose de la problemática
dél poder, del código del honor: lo que antiguamente obligaba a
un gentilhombre a aceptar el duelo, lo que hoy en día obliga a
un gángster ganador a aceptar la prolongación de una partida de
poker hasta perder el último céntimo, es el sentido del honor, pala­
bra cuyo sentido no acaban de delimitar los diccionarios.
Podemos así proponer, a título provisional, una de las articula­
ciones eventuales de este código del honor, tal como podría obte­
nerse mediante el encuadramiento de la modalidad de /poder-hacer/,
teniendo en cuenta que los términos así distribuidos serán conside­
rados como valores modales.

código de la soberanía

lib ertad : , p f p f \ ¡in d ep en d en cia

código del orgullo ) > código de la humildad

o b ed ie n cial pf pf ' ¡im po ten cia

código de la obediencia código de la sumisión código de la libertad

La lectura de tal modelo ofrece la posibilidad de reconocer, en


cada eje, esquema o deíxis, un subcódigo del honor susceptible de
desarrollarse como sistema axiológico autónomo. Conviene también
observar de paso el status particular que poseen los subcódigos de
la humildad (Jesús) y del orgullo (Vigny: «el honor es la poesía
del deber») desarrollados a partir de la estructura dinámica de las
deíxis, se distinguen por su carácter desviante.

3.4. L a v a lo riz a c ió n

El modelo axiológico propuesto se presenta como un conjunto


organizado de códigos de referencia, dentro del cual los sujetos de
comunicación seleccionan y extraen los valores susceptibles de ba­
sar su complicidad «a pesar suyo». Estos valores, sin embargo, son
sólo virtuales: son valores según el saber y, por tanto, ineficaces.
Para ser actualizados, deben ser «convertidos» pasando de un nivel
generativo a otro, y satisfacer, como sabemos, dos condiciones
esenciales:
a) deben ser narrativizados, es decir, inscritos en la relación
sintáctica constitutiva del sujeto y del objeto, cambiando así su sta­
tus paradigmático por el sintagmático;
b) deben estar vertidos en los enunciados narrativos de forma
que afecten al mismo tiempo al sujeto y al objeto, transformando
el primero en un sujeto deseante (o debiente) y el segundo, en un
objeto deseado (o debido, es decir, indispensable en el orden de
las «necesidades»).

Solamente ahora se encuentran actualizados los valores, y los


simulacros
( S '2 n p f) vs ( S '2 n p f)

se convierten, para el sujeto desafiado S2, en objetos de valor: de


ser objetos de saber, pasan al estado de objetos de querer o de deber.

3.5. L a id e n tific a c ió n

Henos aquí, en presencia de un S2 modalizado e inscrito en el


universo de valores donde podrá efectuar la operación cognitiva
que es la elección entre dos valores y para la cual está dotado,
como recordamos, de una competencia negativa, la de /no poder
no elegir/. Elegirá, pues, el valor positivo contenido en la imagen
que tiene de sí mismo como /pudiendo-hacer/, excluyendo al mis­
mo tiempo el valor negativo encarnado en la imagen de su
impotencia.
Hemos llegado así a la fase de la construcción del simulacro
donde el sujeto que representa este espectáculo se encuentra en la
posición de «el que sabe lo que quiere». Ahora bien, «lo que quie­
re» en realidad, no es ser «poderoso», sino reconocerse y ser reco­
nocido como tal. En otros términos, el problema que se plantea
entonces se sitúa a nivel de la sanción cognitiva y presupone la
existencia de un destinador común a los sujetos S] y S 2 , destinador
cuya sanción corresponderá al reconocimiento, por parte de Si, de
S 2 como (S r 2 npf) y a la identificación, por una especie de autorre-
conocimiento, de S 2 con su imagen de (S 72 npf)- Por supuesto, este
destinador no es más que la encarnación, a nivel de la gramática
antropomorfa, del universo de los valores — y más concretamente
del código del honor— cuya existencia ya hemos reconocido.
Vemos pues que, para obtener el reconocimiento del destinador,
el sujeto no puede hacer otra cosa que probar su competencia de
/poder-hacer/, comprobándola mediante el /hacer/ propiamente di­
cho. La realización del PN propuesto por Si se convierte entonces,
para S 2 , en el medio de alcanzar una meta muy diferente: dicho
de otro modo, el mismo segmento narrativo que comporta las mis­
mas articulaciones forma parte, al mismo tiempo, de dos PN: el
PN de manipulación de Si y el PN de honor de S 2 .
Este PN no es, en realidad, más que un PN de uso para S2 .
Considerado en sí mismo, le resultará indiferente en el mejor de
los casos, repulsivo o mortal en caso extremo (por ejemplo, la baja­
da por parte del caballero, a la jaula de los leones para buscar
el guante que la dama ha dejado caer adrede). Así, no podemos
decir que la competencia modal del sujeto esté, en este caso, deter­
minada por el /querer-hacer/: como en todo PN de uso, el sujeto
no pasa a su ejecución si no es movido por un /deber-querer-hacer/.
Vemos que, en nuestro caso, a la obligación deóntica de hacer,
se añade una necesidad de «salvar su honor», que el /deber-hacer/
subjetivante va acompañado de un /no poder no hacer/.
Es así como, por una especie de inversión, la performance, pre­
cediéndola, llega a probar, quizá incluso a constituir la competencia.

4. H A C IA EL D ISC U R SO

Resulta paradójico que el programa que S 2 se ve llevado a reali­


zar para salvar su honor sea el mismo que le ha sido sugerido por
Si: su realización permite, pues, inferir, al menos en la superficie,
que el propio contrato, tal y como era propuesto por Si, fue acep­
tado, ya que se han cumplido las obligaciones que de él se despren­
dían. Ahora bien, esto no ha sido así, y en realidad no se trata
más que de una ilusión contractual como las que aparecen a menu­
do en la vida diaria con motivo de diferentes formas de manipula­
ción.
Pues se trata, en este tipo de situación, bajo la apariencia de
un contrato coercitivo libremente consentido — no siendo la coac­
ción aceptada, como hemos visto, más que el precio de la libertad— ,
de la solución provisional de un estado polémico. El desafío es un
enfrentamiento sentido como una afrenta.
Una nueva problemática se abre así ante el semiótico: viene de
la necesidad de describir las estructuras de la manipulación, una
vez modalizadas a nivel semio-narrativo, «en situación», inscritas
en el marco de su funcionamiento «histórico», es decir, en el dis­
curso. Contrariamente a lo que pueda pensarse, y a pesar de la
usura del vocabulario relativo al honor, éste concepto está más vivo
que nunca en nuestras sociedades modernas. Sin hablar de las gran­
des potencias preocupadas por no «perder prestigio», dejando de
lado las misas mayores semanales donde se juega el honor nacional,
este concepto no denominado, implícito y/o cuidadosamente camu­
flado, alcanza en nuestros días una diversificación y un refinamien­
to tales que hace aparecer como zafios a los héroes cornelianos
y más aún a los pares de Carlomagno.
El análisis del discurso debe posibilitar la explicación de estas
riquezas: el discurso es, en efecto, el que, al introducir las catego­
rías de intensidad de aspectualidad, permite graduar la persuasión
antifrásica — ya que la mínima duda sobre su competencia afecta
al sujeto desafiado— , pero también articular aspectualmente las es­
tructuras imaginarias que preparan la respuesta del sujeto manipu­
lado, respuesta cuyos efectos de sentido, en función, entre otros,
del peligro corrido, de la dificultad de la tarea o de la humillación
padecida, son múltiples y diversos. El desafío, al poner en juego
organizaciones modales relativamente sofisticadas, comporta, como
corolario, perturbaciones patémicas no menos importantes, que exi­
gen, a su vez, nuevas investigaciones de la semiótica de las pasiones.
DE L A C Ó L E R A

ESTUDIO DE SEMÁNTICA LÉXICA 1

1. IN TROD UCCIÓN

1 .1 . E l e c c ió n m e t o d o l ó g ic a

La elección de las dimensiones lexemáticas para abordar el exa­


men de la cólera es una elección de conveniencia. Es notorio que
los lexemas se presentan a menudo como condensaciones que, por
poco que se aclaren, cubren estructuras discursivas y narrativas muy
complejas. La existencia, dentro del enunciado-discurso, de las ex­
pansiones que reproducen las mismas estructuras de manera más
o menos extensa y difusa no debe incomodarnos, más bien al con­
trario: ya que no se trata sino de una diferencia de dimensiones,
y no de naturaleza, las descripciones lexemáticas pueden constituir,
de forma económica, modelos de previsibilidad para análisis discur­
sivos ulteriores.
Estas descripciones, sin embargo, se sitúan, como vemos, den­
tro del área cultural francesa. Las vías y medios para superar este
marco, generalizando los modelos obtenidos, constituyen una pro­
blemática aparte.

1 Este texto apareció, en prepublicación, en Documents de Recherche del Grupo


de Investigaciones Sem iolingüísticas (EH ESS-C N R S), 1981.
Contrariamente al enfoque taxonómico y clasificatorio adopta­
do por la mayor parte de los filósofos de los siglos clásicos al ela­
borar su teoría de las pasiones, nuestra aproximación será franca­
mente sintagmática y, a menudo, incluso sintáctica. Sin embargo,
mientras que el examen de una pasión «simple», como la avaricia,
por ejemplo, reconocida como una de las «pasiones de objeto»,
al explicarla, nos permitió postular un modelo frásico con una pa­
sión «compleja», como la cólera, nos encontramos ante una se­
cuencia discursiva constituida por una imbricación de estados y de
hacer que hay que descomponer, para reconocer unidades sintag­
máticas autónomas, y recomponer en una configuración pasional,
que podemos considerar como su definición. El establecimiento de
tal configuración de la cólera (francesa) es la que plantea este estudio.

1.2. A p r o x im a c io n e s l e x ic o g r á f ic a s

Si tomamos la definición de cólera tal como la ofrecen los dic­


cionarios — por comodidad, utilizaremos constantemente el Petit
Robert— :
violento descontento acom pañado de agresividad

vemos que podemos elegir, como punto central de la secuencia que


presumiblemente define la cólera, el lexema descontento: es, sin du­
da, un estado pasional definido a su vez como sentimiento penoso.
Este lexema central permite entonces examinar por separado:
— lo que se sitúa ad quem y lo acompaña: la agresividad;
— lo que se encuentra ab quo y lo precede: la frustración,
ya que mécontentement, «descontento», es — recurramos
una vez más al diccionario— «el sentimiento penoso de
estar frustrado en sus esperanzas, sus derechos».

En una primera aproximación, podemos decir que la cólera se


presenta como una secuencia que comporta una sucesión de

frustración -* descontento —►agresividad.


Demos un paso más. Si el sujeto (que va a encolerizarse) se
siente frustrado «en sus esperanzas, sus derechos», es que este esta­
do de frustración sigue a — o mejor, presupone lógicamente— un
estado de no frustración que le es anterior y en el cual el sujeto
está, por el contrario, dotado de esperanzas y de derechos.
Así, anteriormente a la frustración, encontramos un «estado ad
quem original», un estado ab quo de la pasión que examinamos.
El problema de su estado terminal, como veremos, se planteará
en términos bien diferentes.

2. ESPERA

El estado original a partir del cual parece desencadenarse la his­


toria pasional de la cólera no es un estado neutro, es el estado
de un sujeto fuertemente modalizado.
Así, si miramos las definiciones del verbo frustrer, «frustrar»,
encontramos dos cosas:
a) frustrar quiere decir privar a alguien de un bien, de una
ventaja, disjuntarle o mantenerle en .disjunción con un objeto de
valor;
b) pero la definición continúa: (privar de un bien, de una
ventaja)
— «que tenía derecho a recibir»
— «con el que creía poder contar», lo que indica, no ya una
relación del sujeto con un objeto de valor, sino una relación
cuasicontractual — que, por este hecho, se ve rota— con
otro sujeto.

Para no tener que analizar desde ahora los «derechos» y las


«esperanzas» del sujeto frustrado, recurramos a un procedimiento
lexicográfico, tomando en consideración lo que en el diccionario
aparece como sinónimo de frustrar: «decepcionar». Sin embargo,
DEL SENTIDO II. — 17
decepcionar se encuentra definido como «no responder a (una espe­
ra)» lo que nos da una definición suficientemente general como
para comprender los «derechos» y las «esperanzas» del sujeto
frustrado-decepcionado y nos proporciona una palabra de la lengua
común — «espera»— que sustituye ventajosamente al término un
poco pretencioso de frustración.
Por tanto, utilizando lo adquirido en las definiciones examina­
das, podemos distinguir — para una exploración más atenta— dos
tipos de espera:
— la espera simple, que pone al sujeto en relación con un
objeto de valor;
— la espera fiduciaria, que supone, además, relaciones mo­
dales con otro sujeto.

2 .1 . E spera s im p l e

Poniendo provisionalmente entre paréntesis la relación fiducia-


ría intersubjetiva, podemos decir que, en caso de simple espera,
se trata, en primer lugar, de una modalización del sujeto que pode­
mos caracterizar como un
/querer-ser-conjunto/

lo que le distingue, por ejemplo, del sujeto «avaro» definible por un

/querer-conjuntar/

competencia modal que se inscribe tal cual en el programa narrati­


vo (PN) de hacer. Así, junto a las pasiones de actuar, representadas
por la avaricia, encontramos aquí una pasión de ser actuado, es
decir, la pasión en el sentido antiguo, etimológico de esta palabra.
Podemos preguntarnos si la distinción actuar vs ser actuado no
es susceptible de ser homologada con aquella, establecida hace mu­
cho tiempo, de sujeto de hacer vs sujeto de estado. Detengámonos
un instante para captarlas en su funcionamiento. Cuando hablamos
de sujeto de hacer modalizado, competente para pasar a la acción,
decimos que tal sujeto está actualizado. Tras la performance, ha­
biendo llevado a término su hacer, se hablará de sujeto realizado.
Sin embargo, este sujeto realizado es el sujeto de estado, conjunto
con su objeto, y no el sujeto de hacer. Pero entonces, tenemos
derecho a preguntarnos en qué «estado» se encuentra el sujeto de
estado en el momento de la actualización del sujeto de hacer, es
decir, en el momento en que aún no está en conjunción con el
objeto de valor, pero en que «quiere» esa conjunción, no como
sujeto de hacer, sino como sujeto de estado, deseoso de que la con­
junción sea hecha por el sujeto de hacer. En otras palabras, el suje­
to de estado se ve primero actualizado — dotado modalmente de
un /querer-ser-conjunto/— para verse después realizado — conjunto
con el objeto de valor, conjunción que garantiza su existencia
semiótica— .

O b s e r v a c ió n : J u n to a u n /q u e r e r -s e r -c o n ju n to /, p o d e m o s fá c il­
m e n t e d is p o n e r u n a p o s ic ió n p a r a le la d e l /d e b e r - s e r - c o n j u n t o /, s u s ­
c e p tib le de ser le x ic a liz a d a com o « fa ta lid a d » .

Así, vemos ya aparecer las dos primeras posiciones de los suje­


tos de estado, caracterizados rápidamente por oposiciones situadas
— a nivel semio-narrativo:

/d is ju n c ió n / vs /c o n ju n c ió n /
/a c tu a liz a d o / vs /r e a liz a d o /

— a nivel discursivo:

/te n s ió n / vs /r e la j a c ió n /
« esp era» vs « s a tis fa c c ió n » (? )

Como puede verse, el asunto no es desdeñable: se trata, parale­


lamente al recorrido del sujeto de hacer, formado por adquisiciones
de competencias y realizaciones de performances, de explicar un
DEL SENTIDO II. — 17*
recorrido comparable del sujeto de estado que se presenta como
una sucesión de «estados de ánimo» que comportan altibajos.
La pasión de espera, por su parte, puede formularse como

Si querer [S2 - » (Si n Ov)]


donde

51 es el sujeto de estado y
5 2 es el sujeto de hacer.

O b s e r v a c i ó n : Precisemos, aunque l a cosa sea evidente, que el


sujeto de hacer puede, bien estar inscrito en el mismo actor que
el sujeto de estado, bien constituir un actor independiente.

2 .2 . E spera f id u c ia r ia

Es el momento de volver hacia atrás para retomar el examen


del estado del sujeto anterior a la frustración: hemos visto, en efec­
to, que éste se caracterizaba, según los diccionarios que hemos tra­
tado de interpretar someramente, por una doble relación que el su­
jeto de estado mantenía, por una parte, con el objeto de valor y,
por otra, con el sujeto de hacer. Nos hemos conformado con decir
que esta última relación era intersubjetiva y modal: tratemos de
discernir un poco este problema.
En efecto, la espera del sujeto no es un simple deseo, se inscribe
en el telón de fondo anterior que es la confianza: el sujeto de esta­
do «piensa poder contar» con el sujeto d£ hacer para la realización
de «sus esperanzas» y/o de «sus derechos». Si el carácter contrac­
tual de la relación en la que se basan los «derechos» es evidente,
la naturaleza obligatoria del hecho de esperar, es decir «considerar
(lo que se desea) como debiendo realizarse», aparece igualmente
en cuanto se rasca ligeramente en su superficie lexemática. Digá­
moslo francamente: tanto en un caso como en otro, nos vemos
llevados a registrar la presencia de una modalidad deóntica, de un
/deber-hacer/ atribuido al sujeto de hacer.
Sólo que no podemos hablar aquí de un verdadero contrato de
confianza o de un pseudo-contrato. Podríamos quizá considerarlo
igualmente como un contrato imaginario, ya que, en su conclusión
— o más bien, en su reconocimiento— , el sujeto de hacer no se
encuentra involucrado en modo alguno, siendo su modalización deón-
tica producto de la «imaginación» del sujeto de estado.
Nos encontramos aquí ante una nueva dimensión de la actividad
semiótica, que hasta el momento presente ha atraído poco la aten­
ción de los analistas: se trata, en realidad, de la construcción de
los simulacros, de esos objetos imaginarios que el sujeto proyecta
fuera de sí y que, no teniendo aún ningún fundamento intersubjeti­
vo, determina de manera eficaz, sin embargo, el comportamiento
intersubjetivo como tal. Y a se trate de la confianza en el prójimo
o de la confianza en sí mismo (cuando el sujeto de estado y el
sujeto de hacer están en sincretismo), nos encontramos ante una
relación fiduciaria que se establece entre el sujeto y el simulacro
que ha construido, y no ante una relación intersubjetiva.

O b s e r v a c i ó n : La confianza puede estar más o menos «funda­


m entada»; puede ser, «espontánea», o puede basarse en experiencias
iterativas: es el problem a, distinto, de la construcción del simulacro,
y no de su utilización intersubjetiva.

Denominando como creer — a título provisional, desde luego—


esta relación fiduciaria entre el sujeto y el simulacro que se ha cons­
truido, pero que identifica con el «verdadero» sujeto de hacer, po­
demos intentar una formulación de la espera fiduciaria que no es
sólo un /querer-ser-conjunto/, es decir:

Si querer [S2 ->.(Si n O v)],

sino al mismo tiempo la fe en la obligación conjuntiva del sujeto


de hacer:

Si creer [S2 deber -> (Si n O v)]


2.3. R e a l iz a c ió n

SATISFACCIÓN

El estado pasional de Si — denominado espera— se ve perturba­


do por la intervención de S 2 : este sujeto de hacer, cuyo status pa­
sional procede de una problemática distinta (la de la generosidad
y del perjuicio; del engaño y de la veridicción, etc.), ejerce en el
marco de su PN una actividad- de atribución (y de no atribución)
que, a su vez, tendrá por efecto la realización o la no realización
del sujeto de estado.
La lexicalización de este hacer y de este estado, en francés, con-
duce a una aparente confusión cuya ambigüedad es fácil desentra­
ñar. En efecto, los lexemas:

satisfacción: «acción de contentar (una necesidad, un deseo)»,


contentamiento: acción de satisfacer las necesidades,

cuyas definiciones son amablemente circulares, denotan el hacer en


estado puro, sin otra modalización, de S 2 . Sin embargo, otro seme-
ma se desprende bajo esta misma cobertura lexemática; designa,
no ya la acción de S2 sino su resultado, que interesa a Si:

satisfacción: «placer que resulta de la realización de lo que se espe­


ra, desea, o simplemente de algo deseable.

Al resultado del hacer, que es la conjunción del sujeto con su


objeto de valor, se añade, pues, un cierto «placer» llamado satis­
facción: a la espera que designaba lina /tensión/ que caracterizaba
un /querer-ser/ sucede ahora la realización de ese «ser», una /rela­
jación/ que llamaremos /satisfacción/, sin olvidar, evidentemente,
que la satisfacción no es más que uno de los posibles desenlaces
de la espera.
PACIENCIA

Recordando que las «pasiones» de las que nos ocupamos en


este momento son pasiones del sujeto de estado, es decir, del pa­
ciente, de aquel cuya realización o no realización dependen de un
sujeto de hacer o agente, es conveniente detenerse un instante para
examinar la noción de paciencia, aunque sólo sea porque pertenece
a la misma familia etimológica y conceptual que pasión.
La paciencia, dicen, es la «disposición de espíritu de quien sabe
esperar sin perder la calma»: está íntimamente ligada a la espera,
la caracteriza del principio al fin; puede decirse que al llenar el
espacio entre el sujeto de estado actualizado y el sujeto realizado
(o no realizado), es coextensiva de la espera. Pero, con respecto
a su antónimo impaciencia, aparece enseguida como algo muy dis­
tinto de la espera, como una «disposición de espíritu del que sabe
esperar» y que se opone a aquel que no sabe. Sin embargo, «saber
esperar» es una manifestación lexemática de superficie y la modali­
dad que cubre no es un /saber-hacer/ (que consistiría, por ejemplo,
en contar ovejas esperando que llegue el sueño), sino un /poder-ser/.
La disposición de espíritu en la que reconocemos la presencia
de la modalidad del /poder-ser/ es, con respecto a la espera, una
disposición autónoma: mientras que la espera es una pasión acci­
dental como si dijéramos, dependiente del PN en el que el sujeto
se encuentra implicado, la paciencia, que se plantea la permanencia
del ser en general, encuentra su aplicación haciéndose cargo de la
espera, del mismo modo que podría tratar de perseverar, bajo otro
nombre, tomando posesión del estado durable de satisfacción. Se
trata aquí de un fenómeno de sobremodalización del querer por
el poder, de un /poder-querer-ser/.
Esto no impide que se plantee la cuestión de la paciencia del
paciente: ¿en qué momento puede decirse que el paciente empieza
a «impacientarse», que se encuentra «a punto de perder la pacien­
cia», de perder su paciencia?
El problema así planteado es el de la introducción de lo discon­
tinuo en la duración, el de la segmentación, en fragmentos, de la
vida pasional que, en su cotidianidad, nos parece como una ondu­
lación de las tensiones y las relajaciones, de los malestares y los
bienestares. Dos casos, uno ordinario, otro excepcional — capaces
de explicar esta intrusión— nos vienen a la mente:
— aquel en que el sujeto paciente se encuentra en sincretismo
con el sujeto cognitivo informa sobre el desarrollo del PN del suje­
to de hacer y del eventual receptor de este programa;
— aquel en que la tensión — que caracteriza la espera paciente— ,
sobredeterminada por la categoría de la intensidad, se hace excesi­
va, es más, intolerable y provoca el saber sobre la no realización
del PN del sujeto de hacer.

En ambas situaciones, es el saber — antecedente en el primer


caso, subsiguiente en el segundo— el que produce la ruptura del
flujo pasional.

INSATISFACCIÓN Y DECEPCIÓN

El malestar que se produce a continuación de esta ruptura, de


este choque modal entre el /querer-ser-conjunto/ siempre presente
y el /saber-no-ser-conjunto/ que se superpone a aquél, lo llamare­
mos, eligiendo entre numerosos parasinónimos como «contrariedad»
o «desagrado» — y por simetría con la /satisfacción/ esperada, /in­
satisfacción/. Ya sea la insatisfacción el efecto de sentido provoca­
do por la incompatibilidad modal o plantee un «movimiento pasio­
nal» más refinado, para precisarlo habría que proceder a un análi­
sis más profundo, referido a secuencias discursivas en expansión:
nos bastará de momento con indicar el emplazamiento en la econo­
mía general de los acontecimientos pasionales.
Queda, sin embargo, por señalar un punto relativo al rol de
la intensidad: se tiene la impresión de que a menudo hay una rela­
ción directa entre la intensidad de la espera: «anhelo», «voto», «es­
peranza», «aspiración», «deseo», «ganas», etc., y la gradación co­
rrespondiente de la insatisfacción, debida a su no realización.
A la insatisfacción aparecida tras la no atribución del objeto
de valor se añade a veces otro tipo de malestar, provocado por
el comportamiento del sujeto de hacer, interpretado como no con­
forme a la espera. Este comportamiento, que a los ojos del sujeto
de espera fiduciaria estaba modalizado por un /deber-hacer/, no
tiene lugar, y el creer del sujeto de estado se revela inmediatamente
como injustificado. La decepción resultante es una crisis de con­
fianza desde un doble punto de vista, no sólo porque el sujeto 2
ha defraudado la confianza puesta en él, sino también — y quizá
sobre todo— porque el sujeto 1 puede acusarse de la confianza
mal puesta.
Estas dos formas de disforia reunidas vienen provocadas por
la «frustración» y constituyen según los diccionarios ese «vivo des­
contento» que conduce a la explosión de la cólera.

3. D ESCO NTENTO

3.1. E l PIVOTE PASIONAL

Al abordar el examen de la cólera con ayuda de las definiciones


proporcionadas por los diccionarios, hemos reconocido, en una pri­
mera aproximación, tres segmentos:

«frustración» -»• «descontento» -*• «agresividad»

cuya sucesión se supone constituye el sintagma pasional «cólera».


El descontento — posición a la que acabamos de llegar— se presen­
ta así como un pivote pasional que, subsumiendo y asumiendo las
estructuras ab quo permite el desarrollo de las estructuras ad quem.
Expliquémonos. La insatisfacción, tal como la hemos definido,
aparece como el aspecto terminativo de un PN puesto en discurso:
es el resultado, como hemos visto, de la no conjunción del sujeto
con el objeto de valor. Pero este estado terminativo se sitúa justo
al lado, a riesgo de confundirse con él, de un estado incoativo que,
discursivamente, corresponde al estado de disjunción en el plano
narrativo. En otras palabras,

conjunción disjunción

í
no conjunción

la no conjunción raya en la disjunción, así como, en el plano dis­


cursivo, la terminatividad puede, en ciertos casos, ser leída como
la incoatividad, y como, en el plano pasional, la insatisfacción pue­
de transformarse en sentimiento de carencia.

O b s e r v a c i ó n : Estos dos «sentimientos» no deberían ser confun­


didos: podem os imaginar la insatisfacción sin continuidad, atenuán­
dose poco a poco en resignación.

Este sentimiento de carencia tiene' la particularidad de que pue­


de dar lugar, en ciertas condiciones, a la elaboración de un PN
de liquidación de la carencia, justificando así plenamente el rol de
pivote que acabamos de atribuir al segmento «descontento». Se im­
pone una precisión, sin embargo: la distinción que hemos estableci­
do entre dos esperas — simple y fiduciaria— y entre dos desconten­
tos — insatisfacción y decepción— debe ser mantenida hasta el
final, permitiendo tratar por separado la carencia objetual (carencia
de objeto de valor) y la carencia fiduciaria (o «crisis de confian­
za»). Esta doble carencia recuerda la situación inicial del relato prop-
piano: a la primera carencia (llamada como tal y resultante del
robo del objeto de valor) se añade una segunda, de naturaleza fidu­
ciaria (es la «traición» de los niños que trasgreden lo prohibido).
3 .2 . U n cam po a m p l ia d o

Para ver más claro, situando el lexema cólera en un campo se­


mántico aproximativo pero más amplio, basta suspender, es decir,
dejar de lado, al comparar diferentes definiciones, la sobredetermi-
nación del «descontento» por el aspecto durativo (duración larga
vs breve): se obtienen entonces parasinónimos tales como:

amargura: «sentimiento duradero de tristeza mezclada con rencor,


unido a una humillación, una decepción, a una injusticia de la
suerte»;
rencor: «am argura que se conserva después de una desilusión, de
una injusticia, etc.».

He aquí ejemplos de una cólera «suspendida», de una insatis­


facción e incluso de una decepción duraderas que, sin embargo,
no se desarrollan en un sentimiento de carencia con continuación
programática.

O b s e r v a c i ó n : Se observará de paso el carácter fisiológico, gusta­


tivo —el regusto am argo y rancio— del núcleo sémico de estas deno­
minaciones.

Por el contrario, una carencia e incluso un esbozo de programa


narrativo aparecen en otras definiciones «parasinonímicas» tales
como:

resentimiento: «hecho de acordarse con animosidad, de los males,


de los daños padecidos»;
rencor: «recuerdo tenaz que se conserva de una ofensa, de un per­
juicio, con hostilidad y deseo de venganza».

Vemos que con esta ampliación del campo semántico, no sólo


no nos alejamos de la definición de la cólera, sino que, por el con­
trario, nos acercamos: la animosidad, la hostilidad que acompañan
este descontento duradero (que definimos como un «recuerdo» pre­
sente) tiene el mismo aire de familia que la «agresividad» que entra
en la definición de la cólera. Hay que observar que rancune en
la Chanson de Roland, significa simplemente «cólera contenida».
El aire de familia que hemos reconocido en este acompañamien­
to de descontento podría designarse como malevolencia, «sentimiento
persistente» mediante el cual el diccionario define la animosidad.
En efecto, parece como si, tras la espera decepcionada, la benevo­
lencia que caracteriza las relaciones intersubjetivas confiantes cedie­
ra su lugar a la malevolencia que regirá las nuevas relaciones, como
si las relaciones contractuales hubieran sido sustituidas por relacio­
nes polémicas. La animosidad, continúa el diccionario, es «senti­
miento persistente de malevolencia que lleva a hacer daño a alguien»:
volvemos, pues, una vez más, sobre la organización pasional de
la intersubjetividad donde, junto a la generosidad, aparece la
nocividad.
Lo que parece estar en juego en esta oposición de

benevolencia vs malevolencia

es la articulación — positiva o negativa— del /querer-hacer/ del su­


jeto en su relación intersubjetiva. Sin embargo, lejos de ser una
operación de la lógica volitiva donde se presentaría como una sim­
ple inversión de signos, la malevolencia se interpreta, en el caso
que examinamos, como un /querer-hacer/ original, surgiendo a partir
de un estado — y no de un hacer— pasional y completando así el
inventario, que ya hemos comenzado a constituir, de las condicio­
nes necesarias para la aparición del sujeto de hacer. Hemos visto
cómo la decepción era susceptible de engendrar el sentimiento de
carencia fiduciaria; vemos ahora cómo, a partir de ese sentimiento
de carencia, se desarrolla un querer-hacer, modalidad que entra en
la composición de la competencia del sujeto de hacer.
Hay que subrayar, sin embargo, que tal descripción no pretende
dar cuenta de una casualidad cualquiera: no es sino un esfuerzo
de inventarización de unidades semio-narrativas consideradas como
previas a ese «milagro» que es la emergencia del sujeto de hacer.

3 .3 . El otro

Pues el querer-hacer que acabamos de reconocer no incumbe


aún a la competencia modal del sujeto: sin acompañamiento de
modalidades actualizantes de poder o de saber, sin PN en cuyo
interior se emplearía el hacer, este querer sólo es, de momento,
virtualidad y asombro. Como mucho, podríamos decir que tiene
un sentido, es decir, una dirección actancial, que mana del conjun­
to del dispositivo semio-narrativo que le precede: es un querer-hacer
negativo que se refiere a un sujeto diferente, sujeto responsable
de la decepción y de la carencia. Podemos incluso decir que esta
directividad es la que servirá de lugar de elaboración del PN, más
aún, que este otro que se plantea ya está presupuesto, que es la
condición necesaria de la aparición del sujeto de hacer.
Estudiando el dispositivo actancial tal y como se presenta en
el marco del esquema narrativo general, podemos tratar de precisar
qué actante semántico tiene capacidad para ocupar la posición de
este «sujeto diferente»; aparecen entonces claramente dos posibili­
dades conflictuales:
— el sujeto que ha provocado el «sentimiento de malevolencia»
puede ser el actante destinador: el querer-hacer del sujeto se inte­
grará entonces en el P N de rebelión (cf. J. Fontanille) que compor­
ta el rechazo del destinador y la búsqueda de una nueva axiología;
— el sujeto que ha inspirado la malevolencia puede ser el actan­
te antisujeto: el querer-hacer servirá entonces de punto de partida
para el P N de venganza.
3.4. La o fe n s a

Hemos visto antes que el rencor (rancune) — esa «cólera conte­


nida» en el sentido medieval— como decepción, va acompañado
de «hostilidad y de un deseo de venganza». Hemos podido integrar
la hostilidad, interpretándola como una «malevolencia», en la com­
posición del inventario de los elementos constitutivos de la cólera.
Aún nos queda por ver de más cerca el «deseo de venganza».
Pues «venganza», si consultamos los diccionarios, se encuentra
definida como «respuesta a la ofensa»: el acercamiento, que reposa
en una identificación al menos parcial, es posible, pues, entre de­
cepción y ofensa. '• 1
El verbo ofender, «herir a alguien en su dignidad (honor, amor
propio)», se analiza primero como una estructura con dos actantes,
un sujeto de estado, el ofendido, que se encuentra «herido» por
el sujeto de hacer, el ofensor. El mismo dispositivo actancial, como
hemos visto, permite explicar la decepción. En ambos casos, el su­
jeto de estado se encuentra en posición de «víctima», el estado pa­
sional que lo caracteriza es el de una insatisfacción, de un dolor
más o menos vivo.
Sin embargo, lo que los distingue, en primer lugar, es que el
sufrimiento procede, en el caso de la ofensa, de la acción del sujeto
de hacer, mientras que en el caso de la decepción, por el contrario,
la causa es la inacción del sujeto de hacer. Pero, de nuevo, por
su sola presencia, activa o inactiva, el sujeto de hacer provoca una
«respuesta» que adopta la forma de un sentimiento de malevolencia
primero, de venganza después. Esta respuesta puede incluso llegar
más lejos y, provocando el paso al acto, constituirse en un PN
apropiado, planteando al mismo tiempo, para el analista, el proble­
ma del nuevo status del sujeto replicante.
El verbo offenser comporta en francés una amplia parasinoni-
mia: «ofender» -► «herir» -> «vejar» -» («enfadar») -> «zaherir»
-► «picar», -► etc. A esta serie transitiva corresponde una serie pro­
nominal: s ’offenser, «ofenderse», -»• «sentirse vejado» ->• «sentirse
zaherido» -► «picarse» -» «enfadarse» -» etc., definiéndose como
una reacción más o menos viva a lo que se considera como una
ofensa. Pero la construcción pronominal se interpreta en términos
actanciales como el sincretismo, la copresencia en un solo actor,
del sujeto de hacer y del sujeto de estado (cf. desplazamiento: S 2
desplaza a Si). La reacción de que se trata es, por consiguiente,
«un asunto interior» al actor que «se siente herido», «se pica»,
«se siente zaherido», etc., provocando así un «sentimiento de amor
propio, de honor herido».
El mecanismo de ofensa vs venganza no es pues tan simple co­
mo parece, no se reduce, en cualquier caso, a acción vs reacción,
ni a pregunta vs respuesta. Y a que por mucho que la ofensa sea
una «herida», el ofensor sólo «hiere» efectivamente al ofendido si
él mismo se siente herido, reproduciendo, en otro plano, su «heri­
da». Una bofetada, por ejemplo, es evidentemente la manifestación
somática de la ofensa, pero, a pesar del dolor que ha podido cau­
sar, no es ciertamente la «herida» de que hablamos: la suprema
elegancia en este terreno consiste en amagar una bofetada — sin
darla— rozando el rostro con un guante a fin de dejar que subsista
sólo el mensaje que se supone ha de transmitir. Se trata, en efecto,
de algo muy distinto: de una «herida moral», de un «honor herido».

3 .5 . E l h o n o r h e r id o

Curiosa figura retórica, este «honor herido»: uniendo lo somáti­


co y lo imaginario, lo elemental y lo sofisticado — ¿o se trataría
de dos tipos de universales?— , no sabemos, en su caso, si «herida»
es lo que designa metafóricamente la disminución de la persona
humana, o si «honor» no es sino un simulacro metafórico de lo vivo.
No podemos extendernos aquí sobre el problema del honor que
ya hemos tratado al hablar del desafío: hemos visto que éste es
uno de los conceptos clave de la vida moral y que su uso — bueno
y malo— está casi tan extendido como el del buen sentido cartesia­
no. Este simulacro — ya que el honor es la representación, la «ima­
gen» de sí mismo que el hombre se ha construido en función de
su participación en la vida social— es un núcleo frágil, protegido
y expuesto a la vez. En efecto, ese «sentimiento de merecer conside­
ración y de mantener el derecho a la propia estima» — es una de
las definiciones del diccionario— se basa en una evaluación positiva
de la propia imagen, es decir, a fin de cuentas, es una «confianza
en sí».
Reñexionando sobre la ofensa, volvemos a encontrar la proble­
mática surgida a propósito de la decepción. En el caso de la decep­
ción, se trataba de la confianza en el prójimo, cuyo fracaso replan­
teaba la confianza en sí, tachándola de credulidad. En el caso de
la confianza de los otros que se manifiesta mediante la «herida».
Tanto en un caso como en otro, se trata de una carencia fiduciaria,
constituida por la distancia comprobada entre dos simulacros.
El acercamiento también es válido cuando se trata de plantear
la reacción del sujeto al que se ha faltado: la sinonimia parcial
— cuando, por ejemplo, enfadarse significa al mismo tiempo «ofen­
derse» y «encolerizarse»— lo confirma. La violencia de la reacción,
de «desconfianza» en ambos casos, sigue siendo proporcional al
dolor provocado por la doble herida: tratándose del honor a defen­
der, ésta puede ser formulada, en el plano de la modalización del
sujeto, como la emergencia del /poder-hacer/.

4. LA V EN G A N ZA

4 .1 . Un s in t a g m a p a s io n a l

A sí se encuentran reunidas las principales condiciones de la ins­


tauración del sujeto de hacer: la aparición, tras la carencia fiducia­
ria, en forma de un querer- y de un poder-hacer, de los componen­
tes esenciales de la competencia del sujeto permite plantearse su
paso al acto. La agresividad es susceptible de dar paso a la agre­
sión; el «deseo de venganza», de tornarse en venganza.
A estas condiciones, conviene añadir, como hemos visto, lo que
podría llamarse directividad de la competencia, es decir, la inten­
ción del sujeto que traza ya la trayectoria sobre la que podía cons­
truirse el PN eventual. Pues, si el programa de acción del sujeto
aún está ausente, sabemos ya que será un PN «humano», intersub­
jetivo, concerniente, no a un objeto de valor propiamente dicho,
sino a un sujeto diferente. Podemos incluso preguntarnos en qué
medida la emergencia del sujeto de hacer agresor, armado de un
/poder-hacer/ que los diccionarios — y ciertos psicólogos— definen
como la afirmación de sí y/o la destrucción del otro, ya no contie­
ne, en forma de «primi-tivos» o de «universales», los elementos
decisivos que determinan este programa.
Hay que subrayar, sin embargo, que el sintagma pasional así
construido está lejos de constituirse como un encadenamiento cau­
sal. En efecto, los elementos que lo componen no se suceden nece­
sariamente: por el contrario, el desarrollo sintagmático de la se­
cuencia puede pararse en cualquier momento, dando lugar, en cada
parada, a un estado pasional prolongado: la insatisfacción se difu-
mina así en «resignación», la malevolencia puede perseverar como
una «hostilidad» y el deseo de venganza queda en estado de «ren­
cor», sin que por eso todo este montaje pasional conduzca a un
hacer.
Añadiremos también que tales estados pasionales, por poco que
se reconozca su carácter iterativo y que pueden insertarse, como
unidades autónomas, a modo de motivos, en el desarrollo de los
diferentes discursos, están listos para fijarse en roles patémicos (o
psicológiocos) y constituirse después, para cada una de las áreas
culturales, en tipologías constatativas sugeridas por L. Hjelmslev.
4.2. La r e g u l a c ió n de las p a s io n e s

El sintagma pasional del que nos ocupamos no podrá desarro­


llarse hasta sus últimas posibilidades si no se le añade la última
pieza que falta — el programa narrativo— que permite la realiza­
ción de la competencia condensada. Teniendo en cuenta la compa-
rabilidad de los desarrollos sintagmáticos de la decepción y de la
ofensa y sobre todo la posibilidad de la aparición subsiguiente de
la carencia, podemos utilizar la definición de venganza, que a gran­
des rasgos nos parece generalizable.
La venganza se encuentra definida, bien como una «necesidad»,
deseo de «vengarse» — lo que ya hemos examinado— , bien como
«una acción», y en este caso puede considerarse de dos maneras:
— como «desagravio moral del ofendido mediante castigo del
ofensor»;
— o como el «castigo del ofensor que desagravia moralmente
al ofendido», lo cual es una forma algo pesada de decir que la
acción en cuestión concierne a dos sujetos y trata de restablecer
entre ellos el equilibrio perturbado tras la ofensa (y, añadiremos,
tras la decepción). Vemos inmediatamente, sin embargo, que no
se trata aquí de una simple liquidación de la carencia que situaría
el PN al nivel de la circulación de los objetos de valor, sino de
un asunto entre sujetos, uno de los cuales ha de ser «desagraviado
moralmente», y el otro, «castigado».

El PN de venganza sigue siendo, sin embargo, un programa de


compensación, pero esta última se realiza a nivel de las «pasiones»,
y el equilibrio intersubjetivo buscado es una especie de equivalencia
pasional. Si un sujeto Si sufre, entonces conviene infligir la «pe­
na», es decir, el castigo y el dolor a la vez, al sujeto S 2 , para hacer­
le sufrir otro tanto. La venganza, como vemos, es en primera
instancia un reequilibrio de los sufrimientos entre sujetos antago­
nistas.
Tal equilibrio de sufrimientos es un fenómeno intersubjetivo,
una regulación social de las pasiones. No obstante el PN de vengan­
za aún no se encuentra agotado. En efecto, el sufrimiento de S2
provoca el placer de Si — una satisfacción que normalmente acom­
paña a todo PN conseguido— que, por decirlo brutalmente, se re­
gocija de haber hecho sufrir a su enemigo. La venganza, por consi­
guiente, en el plano individual y no ya social, es un reequilibrio
de los desagrados y de los placeres.
Como primera conclusión, podemos decir que la venganza, en
la medida en que se sitúa en la dimensión pragmática — y corres­
ponde, acercándola al esquema narrativo general, a la sanción
pragmática— y comporta, por este hecho, una actividad somática
y gestual, se define de todos modos por efectos pasionales de esta
actividad y se comprende entonces como una circulación de objetos
«pasiones».

O b s e r v a c i ó n 1: Vemos que tal interpretación de la venganza se


presta a la com paración con el sintagma^aW/co cuyas unidades cons­
titutivas se suceden como: .
sufrir -+ hacer sufrir ->• sentir placer.

O b s e r v a c i ó n 2 : El equilibrio .«de los sufrimientos y de losí place­


res hacia el que tiende la venganza explica también la posibilidad
de sustitución del castigo somático por la indemnización: se supone
entonces que la privación de los bienes provoca el desagrado, y la
adquisición de bienes a título de «reparación moral» procura satis­
facciones consideradas equivalentes.

4.3. La s a n c ió n c o g n it iv a

Lo que ha debido sorprender al lector en varias ocasiones es


el paralelismo que ha podido observar con nosotros entre, por un
lado, el desarrollo de la secuencia pasional estudiada y, por otro,
las articulaciones fundamentales del esquema narrativo general. Es­
to ocurre con la carencia y su liquidación, uno de los resortes prin­
cipales de todo relato. Desde el momento en que hemos reconocido
que los objetos de valor que constituyen el juego del relato de la
venganza son objetos-pasión, la liquidación de la carencia no puede
ser sino la consecuencia de la prueba decisiva que comporta el do­
lor infligido y el placer del héroe victorioso.
Sin embargo, esta articulación narrativa elemental constituye sólo
la parte pragmática de la venganza. Los lectores atentos de V. Propp
se han planteado a menudo la razón de ser y la significación pro­
funda de la prueba glorificante que parece una simple duplicación
de la prueba principal y que el relato habría podido ahorrarse. Esta
prueba, sin embargo, posee una función mucho más importante
en la medida en que resuelve la «crisis de confianza» que se había
instalado en la sociedad, produciendo, con ayuda de la sanción cog-
nitiva, el reconocimiento del héroe y la confusión del traidor, es
decir, reinstalando de nuevo, de forma categórica, el lenguaje de
la verdad.
Analizando las posiciones terminales del esquema narrativo, se
consolidan, al aclararse las posiciones iniciales, manifestaciones de
un mismo dispositivo paradigmático proyectado sobre el relato: la
sanción cognitiva llamada reconocimiento presupone así al sujeto
no reconocido por los otros y perturbado en su fe, y permite com­
prender mejor la carencia fiduciaria como resorte narrativo. La auto­
nomía de esta dimensión de la venganza, por otro lado, no admite
dudas: basta con echar una ojeada sobre una de sus desviaciones,
que constituye el perdón para reconocer la venganza aligerada de
su dimensión pragmática, y que no deja de contener la liquidación
de la carencia fiduciaria. La evolución del duelo, esta forma típica
de «reparación moral», es también instructiva: habiendo llegado
a su agotamiento, el duelo a lo Léon Blum, donde la herida es
sustituida por una «marca», se ha convertido en un ritual práctica­
mente desemantizado, del que sólo el «honor» impide prescindir.
Sin embargo, podemos decir que el duelo sobrevive mientras
siga habiendo un enfrentamiento de tipo fiduciario y no termftie
en «empate», mientras que, tras aquél, el héroe y el traidor sean
reconocidos como tales.
Ya que esta pareja de héroe y traidor, de sujeto y antisujeto,
no es el resultado de una articulación categorial binaria, sino de
una presuposición recíproca que les hace inseparables, sin que uno
aparezca nunca sin la presencia concomitante del otro. El cara a
cara de esta pareja unida y antagonista, cuyas manifestaciones figu­
rativas se basan a menudo en la explotación de los universales se­
mánticos de vida vs muerte — se mata mucho en los relatos infanti­
les y míticos— , puede, sin gran peligro, considerarse a la vez como
la «afirmación de sí y la destrucción del otro».

4.4. Dos fo rm as d e s v ia n t e s : la j u s t ic ia y el s a d is m o

El hecho de que la venganza sea el PN del sujeto de hacer y


que éste sólo se constituya, como hemos visto, tras la emergencia
del /poder-hacer/, explica el rol primordial que el manejo de este
componente de la competencia del sujeto está llamado a represen­
tar: en efecto, es la delegación del poder-hacer la que instituye al
destinador-judicador y transforma la venganza en justicia.
Se trate de Dios proclamando que la venganza le pertenece, o
del señor que se esfuerza a toda costa por entrar en posesión de
la «justicia suprema», nos encontramos ante un desplazamiento de
poder que seguiremos llamando delegación, aunque sea superativa,
es decir, orientada de abajo arriba, y no inferativa, como ocurre
la mayor parte de las veces. Por lo demás, la orientación, en este
caso, no parece ser sino una cuestión de punto de vista.
La delegación tiene como efecto crear una distancia entre las
instancias del sujeto y del destinador-judicador, entre el querer-hacer
y el poder-hacer, que sólo puede ser colmado por mediación del
saber: saber sobre el sufrimiento que el destinador inflige al antisu­
jeto, placer que el sujeto sólo experimenta gracias al saber sobre
el castigo del otro.

D KL S E N T ID O II. — 18
Esta intelectualización de los dolores y los placeres explica en
gran parte el desapasionamiento de la venganza que caracteriza su
socialización. No es de extrañar que la desaparición de la inmedia­
tez, que confiere a la pasión el hacer somático ejercido en el marco
de las relaciones intersubjetivas, conduzca progresivamente a la de-
semantización de la estructura de la venganza y a su decadencia.
En cuanto a saber si otras estructuras de regulación de las pasiones
— la lucha de clases, por ejemplo— pueden sustituirla eficazmente,
se trata ya de una cuestión que concierne a los sociólogos.
A esa pérdida pasional se opone, al menos en apariencia, ese
exceso emocional que es el comportamiento sádico. Y a nos ha sor­
prendido la disposición sintagmática

sufrir -*• hacer sufrir sentir placer

que parece común a la venganza y al sadismo. La formulación más


rigurosa, en términos de estructuras actanciales y de programas na­
rrativos, no hace sino confirmar esta primera impresión (cf. C. Zil-
berberg). Y sin embargo, el reconocimiento de las estructuras sin­
tácticas comparables no hace sino acentuar las diferencias, de las
cuales la principal nos parece que es el carácter frásico — y no
discursivo— de la sintaxis sádica: así, como puede verse, si las uni­
dades sintagmáticas constitutivas de la secuencia son comunes a am­
bas «pasiones», lo que le falta al discurso sádico es — como en
la traducción automática— su poder de anaforización, lo que con­
vierte tanto a una como al otro, en discursos «desajustados». Cada
unidad frase del discurso sádico es correcta, pero los actantes sin­
tácticos de las primeras unidades — tales como S 2 sujeto frustrante
y S2 antisujeto— no se encuentran integrados en un único actor,
sincrético; el sujeto sádico Si se siente frustrado por S 2 , eso no
impide que el sujeto al que hará sufrir y cuyo sufrimiento le procu­
rará placer no es el mismo que el sujeto frustrante. Esto produce
un estancamiento, una ausencia de proyecto de vida que sólo la
integración de esta sintaxis en él esquema narrativo general podría
paliar.
5. CÓ LERA

Si el estudio de la cólera, emprendido primero de manera conti­


nuada, se ha extraviado después, al tomar en cuenta diferentes for­
mas sintácticas de las pasiones que parecían poder emparentarse
con ella, esto tenía un doble objetivo: inscribir por una parte la
cólera, en una paradigmática de las formas comparables, y desarro­
llar, por otra, el discurso colérico hasta sus últimas consecuencias.
Desde la segunda perspectiva, el examen de la venganza nos ha
parecido particularmente interesante: a partir de la «cólera conteni­
da» — y éste era el punto de bifurcación— , el comportamiento
pasional se desarrollaba, gracias al poder-hacer adquiridos, en un
programa narrativo de la «venganza», un PN complejo y completo.
Este desarrollo regular del discurso pasional podría entonces servir
de telón de fondo para entender mejor el fenómeno inquietante
de la cólera.
Parece, a primera vista, que el carácter violento, es decir, inten­
sivo, del descontento puede explicar en parte el hecho de que la
pasión, al desarrollarse, adopte el recorrido de la cólera en detri­
mento del de la venganza. Se trata aquí, a decir verdad, de una
doble intensidad: la cólera presupone una decepción violenta, pero
también la inmediatez de la reacción del sujeto decepcionado. La
explicación sin embargo no es totalmente satisfactoria, ya que po­
demos ver que las mismas características pueden presidir el desarro­
llo de la venganza: hablaremos entonces solamente, no de brusque­
dad, sino de rapidez de reflejos del ofendido. Estamos obligados,
por tanto, a recurrir a una interpretación tipológica, atribuyendo
los caracteres distintivos de la cólera y la venganza, bien a lo inna­
to, bien al particularismo cultural. Se trata de una opción que con­
cierne a la teoría de las pasiones en su conjunto.
Si toda explicación causal parece insatisfactoria, la descripción
semiótica de los dos recorridos es fácil. Vemos que el momento
crucial está constituido por la emergencia del sujeto según el poder-
hacer: en el caso de la venganza, esta modalidad se integra en él
conjunto de la competencia modal del sujeto dispuesta a producir
un PN apropiado; en el caso de la cólera, por el contrario, el poder-
hacer, exacerbado, domina completamente al sujeto, y pasa al ha­
cer antes de que esté definitivamente elaborado un programa de
acción, no siendo capaz de utilizar más que los elementos dispersos
susceptibles de basar este programa, reunidos bajo la rúbrica de
la agresividad orientada (afirmación de sí y destrucción del otro).
El PN de la cólera aparece así como un programa sincopado. En
cualquier caso, la distinción entre la venganza y la cólera hace sen­
tir la diferencia que existe entre el discurso de la pasión y el discur­
so apasionado, perturbado por la «pasión».
ÍNDICE GENERAL
Preliminares ............................................................................. 7
Una sintaxis autónoma ........................................................ 8
Sintaxis modal ....................................................................... 10
Nuevos dispositivos semióticos .......................................... 12
Semióticas modales .............................................................. 16

U n pro blem a de s e m ió t i c a n a r r a t iv a : los o b je to s de

VALOR ................................................................ .................. 22

1. E l status semiótico del valor ............................................ 22


1.1. Los valores culturales ................................................ 22
1.2. Objeto, y valor .............................................................. 24
1.3. Sujeto y valor .............................................................. 27
1.4. Valores objetivos y valores subjetivos ................... 28
2. E l status narrativo de los valores ................................. 31
2.1. La narrativización de los valores ........................... 31
2.2. Origen y destino de los valores ............................. 34
3. La comunicación con un solo objeto ........................... 37
3.1. El enunciado de junción completa ......................... 37
3.2. Junciones sintagmáticas .............................................. 39
3.3. Transferencias de objetos y comunicaciones entre
sujetos ........................................................................ 41
Págs.
3.4. Las transformacionesnarrativas .................................. 43

El punto de vista sintagm ático, 44. — El punto de vista


paradigm ático, 45.

4. La comunicación con dos o b je to s ................................. 46


4.1. El don recíproco .......................................................... 46
4.2. El intercambio virtual ................................................ 47
4.3. El intercambio realizado ............................................ 49

5. La comunicación participativa .......................................... 51

6. Llamada ................................................................................. 54

Los ACTANTES, LOS ACTORES Y LASFIGURAS ........................... 57

1. Estructuras narrativas ........................................................ 57


1.1. Actantes y actores ...................................................... 57
1.2. Estructura actancial ................................................... 58
Disjunciones sintagm áticas, 58. — Disjunciones paradigm á­
ticas, 59.

1.3. Roles actanciales .......................................................... 61

Com petencias y perform ances, 61. — Veridicción, 63.

1.4. Estructura actorial ............................. ........................... 64

2. Estructuras discursivas ........................................................ 67


2.1. Cómo reconocer a los actores ................................. 67
2.2. Figuras y configuraciones .......................................... 68
2.3. Roles temáticos ............................................................ 71

3. Recapitulaciones .................................................................. 77
Págs.

P a r a u n a t e o r ía d e las m o d a l id a d e s ..................................................... 79

1. Las estructuras modales simples ..................................... 79


1.1. El acto ............................................................................ 79
1.2. Los enunciados elementales ..................................... 80

La transform ación, 81. — La ju n c ió n ,,82.

1.3. Performance y competencia .................................... 82


1.4. Las modalizaciones traslativas ................................ 84

Las m odalidades veridictorias, 84. — Las m odalidades facti­


tivas, 86.

1.5. Encadenamiento de las estructuras modales sim­


ples ............................................................................... 87

2. Las sobremodalizaciones .................................................... 89


2.1. La competencia y las sobredeterminaciones....... 89
2.2. Inventario provisional ................................................ 90
2.3. Categorización y denominación .............................. 91
2.4. Las modalizaciones de sujeto y del o b je t o ......... 92

El enfoque sintagm ático, 94. — Organización de la com peten­


cia pragm ática, 95.

3. Las confrontaciones m o d a le s ............................. .•............ 96


3.1. Modalizaciones aléticas ............................................. 96
3.2. Modalizaciones deónticas y bulésticas ................ 100
3.3. Sistemas de reglas y aptitudes de lossujetos . . . 101
4. Como conclusión ................................................................ 106

D e la m o d a l iz a c ió n del ser ................................................................................... 107

1. Taxonomías y axiologías ............................................... 107


Págs.
2. Problemas de conversión .................................................. 108

3. Espacio tímico y espacio m o d a l..................................... 109

4. Competencia modal y existencia modal ....................... 111

5. Estructuras modales y sus denominaciones ................ 113

6. Valores m od a liza d os........ ................................................. 116

7. Conclusiones p rovisiona les................................................ 116

El contrato de v e r id ic c ió n ............................. ..................... 119

1. Lo verosímil y lo verídico .............................................. 119

2. El contrato social ............................................................... 122

3. La crisis de la veridicción ............................................... 126

4. La manipulación discursiva ............................................. 127

5. La verdad y la certidumbre ............................................. 129

El sa ber y el creer: un so lo u n iv e r s o c o g n it iv o ........ 132

1. Introducción ......................................................................... 132

2. Los procesos cognitivos .................................................. 134


2.1. El saber precede al creer ............................................ 134

El acto epistém ico es una transform ación, 136. — El acto


epistém ico es susceptible de convertirse en hacer interpretativo
y en proceso discursivo, 136. — La interpretación es reconoci­
m iento e identificación, 137. — El acto epistém ico es el control
de la adecuación, 137. — El acto epistém ico es una operación
juntiva, 138. — El acto epistém ico produce m odalidades episté-
m icas, 139. — El sujeto operador es un sujeto com petente,
140.
Págs.

2.2. El creer precede al saber .......................................... 140

La proposición, 140. — La m anipulación según el saber, 141.

3. L os sistemas cognitivos ..................................................... 143


3.1. Los universos del saber y del creer ...................... 143
3.2. La racionalidad paradigmática ................................. 146

El binarismo y los términos com plejos, 146. — Lo categórico


y lo gradual, 147. — Lo m ensurable y lo aproxim ativo, 148.

3.3. La racionalidad sintagmática ................................... 148

El pensam iento casual, 149. — El pensam iento paralelo, 150.

4. A modo de conclusión ...................................................... 154

D escripción y na r r atividad a propósito de «L a c u e r d a »,


de G uy de M a u p a ssa n t ........................................................... 155

«La cuerda» .............................................................................. 155

1. Situación de la descripción en el discurso narrativo . 161


1.1. La segmentación según los criterios espacio-tem­
porales ........................................................ ................ 162
1.2. Segmentación según el saber ................................... 164
1.3. Segmentación según los criterios gramaticales . . . 165

2. Análisis semántico de las secuencias descriptivas . . . . 166


2.1. El segmento descriptivo 1: El actante voluntario 166
2.2. El segmento descriptivo 2: El actor figurativo .. 169
2.3. El segmento descriptivo 3: El hacer social .......... 170
2.4. El segmento descriptivo 4: La sanción social . . . 173

3. Segmentación textual y organización del texto .......... 175


Págs.
La sopa al « pisto u » o la co nstrucción de u n objeto de
valor .................................................................................................... 178

La sopa al «pistou» .......................................................................... 178

1. La receta de cocina ..................................................................... 180

2. E l objeto y el valor .................................................................. 182

3. E l dispositivo estratégico ........................................................ 183


3.1. La sopa de verduras ......................................................... 184
3.2. El « p istou » .................................................... ........................ 187
3.3. La program ación ................................................................... 189

4. Algunas enseñanzas ......................................... . . : .................... 190

A c cidentes en las ciencias llamadas h um a nas ................. 193

Nacimiento de arcángeles ................................................................ 193

1. Introducción ...................................................................................... 195


1.1. Justificaciones ......................................................................... 195
1.2. El status semiótic.o del prefacio ................................. 196
1.3. O rganización textual .......................... . . . . . ..................... 197

2. Discurso del saber y discurso de la investigación . . . 198


2.1 . D iscurso en proceso de actualización y discurso
realizado .............................................................................. 198
2.2. El discurso realizado y la com petencia del narratario . 199
2 .3 . El discurso de la investigación y la ausencia del
sujeto ..................................................................................... 200
2 .4 . La pregunta ......................................................... •.................. 202

3. El relato del fracaso .................................................................. 205


3.1. O rganización discursiva y narrativa ......................... 205
Págs.

3.2. El relato del sujeto ..................................................... 206

El discurso cognitivo, 207. — El discurso objetivo, 208. —


El discurso referencial, 210.

3.3. El relato del antisujeto ............................................... 211

Superficie discursiva y dispositivo narrativo, 211. — El fracaso


del hacer cognitivo, 213. — La m odalización del discurso ob je­
tivo, 214. — La m odalización del discurso referencial, 215. —
La econom ía narrativa del relato del fracaso, 216. — Las m o­
dalidades epistém icas, 217. — El parecer y el ser, 218.

4. E l relato de la victoria ...................................................... 220

4.1. La adquisición de la competencia .............................. 221


4.2. La manipulación dialéctica ...................................... 223
4.3. Las performances cognitivas ..................................... 224

Una nueva taxonom ía, 224. — De lo conceptual a lo textual,


226. — El hacer com parativo, 228.

4.4. El descubrimiento como evidencia ......................... 230


4.5. Discurso del descubrimiento y discurso de la in­
vestigación .................................................................. 234
4.6. Reflexión epistemológica ............................................ 238

5. A guisa de conclusión ........................................................ 240

El d e sa f ío ....................................................................................... 242

1. Marco conceptual ................................................................ 242

2. E l hacer persuasivo ............................................................ 244

3. E l hacer interpretativo .................................................... 246


3.1. Una comunicación coercitiva ................................... 246
3.2. Los objetos de la elección ....................................... 247
Págs.

3.3. La axiología englobante ............................................ 249


3.4. La valorización ............................................................. 251
3.5. La identificación .......................................................... 251

4. Hacia el discurso ....................................................................... 253

De la c ó le r a . E s tu d io de s e m á n tic a lé x ic a ...................... 255

1. Introducción ...................................................................................... 255


1.1. Elección metodológica ............................................. 255
1.2. Aproximaciones lexicográficas .................... 256

2. Espera .................................................................. .. ... ...................... 257


2 .1 . Espera simple ................................................................. 258
2 .2 . Espera fiduciaria .......................................................... 260
2 .3 . Realización ..................................................................... 262

Satisfacción, 262. — Paciencia, 263. — Insatisfacción y de­


cepción, 264.

3. Descontento ...................................................................................... 265


3.1. El pivote pasional ......................... ............................... 265
3 .2. Un campo ampliado ............................. ...................... 267
3.3. El otro ............................................................................. 269
3.4. La ofensa ....................................................................... 270
3.5. El honor herido ............................... .. ....................... 271

4. La venganza ...................................................................................... 272


4 .1 . Un sintagma pasional ............................................. 272
4 .2 . La regulación de las pasiones ................................. 274
4 .3 . La sanción cognitiva .................................................. 275
4 .4 . Dos formas desviantes:la justicia y el sadismo . 277

5. Cólera .............. ................................................................................... 279

También podría gustarte