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CARLOS MONTAÑO
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CAPÍTULO II
1. ¿Qué hay por detrás del llamado “tercer sector”: “sector” o función
social?
Contraponiendo la lógica de la solidaridad del “tercer sector” a las lógicas del poder
del Estado y del lucro de las empresas, los autores del “tercer sector” se refieren a éste
como:
e. acciones voluntarias (ver Rifkin, in Ioschpe, 1997; Kisil, in Ioschpe, 1997: 142;
Landin y Scalon, 2000; Coelho, 2000: 69 y ss; Domeneghetti, 2001);
Así, si el “tercer sector” es considerado como una esfera no estatal (“primer sector”)
y no mercantil (“segundo sector”) –o sea, si fuese identificado con la “sociedad civil”–, no
parece justificada, en la mayoría de los análisis, la ausencia de las organizaciones
sindicales3 y de los movimientos sociales combativos (MST o FARCs, por ejemplo), lo que
resulta sintomático y deja una profunda laguna en este concepto.
Todo indica que, de acuerdo con los autores, el “tercer sector” se refiere, en
contraposición al “primero” (Estado) y al “segundo” (mercado) a la sociedad civil. Más allá
del seccionamiento de lo real, todos parecen coincidir en esto, apenas discordando en
cuanto al concepto de “sociedad civil” que emplean. El “tercer sector” sería, para sus
autores, el conjunto de organizaciones más o menos formales de la “sociedad civil”.
1 “La ley inglesa, tradicionalista como es, usa una expresión más antigua para designar nuestro
objeto. Habla de ‘caridades’...” (Fernandes, in Ioschpe, 1997: 25).
2 “La noción de ‘filantropía’ [...] también aparece con frecuencia, sobre todo en la literatura
anglosajona” (Idem: 26).
3 Casi la totalidad de los autores del “tercer sector” no menciona a estas organizaciones en sus
definiciones del sector, como claramente aparece en Cardoso: “La composición del Consejo [del Programa
Comunidad Solidaria] incluye ministros de Estado y 21 representantes de la sociedad civil, con actuación
reconocida en organizaciones no gubernamentales, iglesias, universidades, mundo de la cultura, empresas
públicas y privadas” (Cardoso, in Ioschpe, 1997: 9), quedando afuera los representantes de los trabajadores.
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Esto nos impone la exigencia de desvendar, más allá de las intensionalidades de los
autores, lo que en realidad está presente en el concepto de “tercer sector”. No descartar
sumariamente el concepto, pero tampoco aceptarlo en la forma en que es tratado por sus
autores. Esto es, no partir de un concepto aislado, buscando entonces su expresión en la
realidad, sino contrariamente, partir del análisis de esa realidad, como totalidad histórica
que es, para entonces explorar esta categoría. Esa inflexión cambia radicalmente nuestra
perspectiva teórico-metodológica en relación a los autores del “tercer sector”. A partir de
las transformaciones de la realidad contemporánea, promovidas por el embate desigual
entre el proyecto neoliberal y las luchas de los trabajadores, verdaderos cambios se están
procesando en las respuestas de la sociedad a la llamada “cuestión social” y sus
refracciones.
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En una reflexión más crítica y profunda de los textos sobre el “tercer sector”,
podemos observar que en el fondo, e inclusive sin explorar críticamente y mistificando tales
aspectos, hay una constante referencia al fenómeno como tratándose de:
De esta forma, lo que los autores llaman de “tercer sector”, no es tercer, ni es sector
– una segmentación de lo social entre Estado, mercado y sociedad civil autónomos–, ni se
refiere a las organizaciones de ese sector –ONGs, instituciones, fundaciones y otros.
En verdad, en lugar de ese término, el fenómeno real debe ser interpretado como
acciones que expresan funciones a partir de valores. O sea, las acciones desarrolladas por
organizaciones de la sociedad civil, que asumen las funciones de respuesta a las demandas
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Esto es, si todavía no quedó claro: el llamado “tercer sector” representa una
denominación equivocada para designar un fenómeno real. Por ser un término equivocado
–y esto no es un accidente teórico–, lleva a pensar a este fenómeno como siendo el conjunto
de las organizaciones de la sociedad civil, y por lo tanto, conduce a una desarticulación de
la realidad que propicia una mayor aceptación del fenómeno en cuestión: en lugar de las
organizaciones del Estado (burocrático e ineficiente) o del mercado (lucrativo) para
responder a las demandas sociales, las organizaciones de la sociedad civil asumen esa tarea.
Por lo tanto, al operar una transferencia del fenómeno real –actividades que
expresan funciones sociales a partir de determinados valores– para un debate sobre
organizaciones en determinado ámbito (o sector), lo que ocurre es una verdadera
transformación de una cuestión político-económico-ideológica en una cuestión meramente
técnico-operativa. En lugar de debatir la función social de respuesta a las demandas sociales
y los valores que la sustentan –sus fundamentos, modalidades y responsabilidades–, se
discute, aisladamente, si las organizaciones de determinado “sector” pueden dar tal
respuesta. Se opera no apenas la ya mencionada sectorialización de la realidad, sino una
verdadera despolitización del fenómeno y del debate. La discusión es llevada hacia la
comparación entre institución estatal –tratada como burocrática, ineficiente, corrupta,
rígida, y en crisis (fiscal)– y organizaciones del “tercer sector” –vistas como dinámicas,
democráticas, “populares”, flexibles, atendiendo a las particularidades regionales y
categoriales.
Por lo tanto, el debate encubre un fenómeno que debe ser entendido como inserto en
un proyecto de reestructuración social y producto de éste, pautado por lo principios
neoliberales y/o funcional a él.
Las consecuencias de este desplazamiento del debate, operado por el uso del
término “sector” en lugar de “función”, son variadas y problemáticas. Se esconde el
verdadero carácter del fenómeno real –un nuevo patrón de respuesta social a la “cuestión
social”, con pérdida de derechos y de garantías en el atendimiento de calidad–, en una
“cortina de humo” –el debate que confronta organizaciones estatales y de la “sociedad
civil”.
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4 Mota señala el hecho de que “la cultura de la crisis de los años ’80 y ’90 incorpora un nuevo modo
de trato de la cuestión social brasileña [...] que apunta a una etérea cultura de la solidaridad social, sea ésta
dominada por redes de protección social, de políticas de combate a la pobreza, de comunidades solidarias o de
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es llamado “tercer sector”. La funcionalidad de este concepto con aquel fenómeno será
asunto, más adelante, de nuestra consideración.
Así, en el contexto del Welfare State, al colocarse la “cuestión social” como meta de
las políticas sociales, recibiendo una respuesta política y no apenas represiva, aquella es
internalizada en el orden económico-político (ver Netto, 1997: 19); entre tanto, en el
contexto actual, la respuesta social a la supuesta “nueva cuestión social” tiende a ser
nuevamente externalizada de ese orden, y transferida hacia el ámbito inmediato e
individual, para la esfera privada.
neoliberal, que elabora esa nueva modalidad de respuesta a la “cuestión social”, quiere
acabar con la condición de derecho de las políticas sociales y asistenciales, con su carácter
universalista, con la igualdad en el acceso, con la base de solidaridad y responsabilidad
social y diferencial (todos contribuyen con el financiamiento y a partir de las capacidades
económicas de cada uno). En su lugar, se crea una modalidad polimórfica de respuesta a las
necesidades individuales, diferente según el poder adquisitivo de cada uno.7 Así, tales
respuestas no constituirían derechos, sino una actividad filantrópica/voluntaria o un servicio
comercializable; también la calidad de los servicios responde al poder de compra de la
persona, la universalización cede lugar a la focalización y a la descentralización, la
“solidaridad social” pasa a ser localizada, puntual, identificada con la auto-ayuda y la ayuda
mutua. Como afirma Laurell, “las estrategias concretas idealizadas por los gobiernos
neoliberales para reducir la acción estatal en el terreno del bienestar social son: la
privatización del financiamiento y de la producción de servicios; cortes de los gastos
sociales, eliminándose programas y reduciéndose beneficios; canalización [focalización] de
los gastos para los grupos carentes; y la descentralización a nivel local” (Laurell, 1995:
163).8
a) Por un lado, éstas son retiradas paulatinamente de la órbita del Estado, siendo
privatizadas: transferidas al mercado y/o situados en la sociedad civil.9 Con esto, de
7 Según Soares, “la concepción hegemónica, que orienta finalmente la transformación del Estado,
define la sociedad como un mero agregado de individuos que realizan sus intereses individuales”; así,
continúa, el no acceso a los recursos y servicios sociales, “deja de ser un problema del Estado [y por lo tanto,
de la sociedad], tornándose un problema a ser resuelto en el ámbito privado” (2000: 73). Finalmente, amplía,
“frente a la crisis de la presencia del Estado en la sociedad, se construye un discurso a favor del
individualismo pragmático, dejando personas y grupos entregados a su propia suerte o, en la mejor de las
hipótesis, a una red comunitaria de solidaridad” (ídem: 75).
8 En Mota tenemos como principales metas de las reformas: “reducción de gastos públicos;
ampliación de la participación del sector privado lucrativo y no lucrativo; reducción de las contribuciones
sociales de las empresas; desarrollo de las políticas focalizadas en la pobreza; desarrollo de actividades
voluntarias complementarias a los servicios públicos” (1995: 120).
9 De acuerdo con el ex-ministro Bresser Pereira, los “servicios sociales” son prioritariamente de
responsabilidad de las “entidades públicas no estatales” (ver 1998: 101). Entre tanto, para él, “la mejor forma
de combatir el clientelismo [estatal] y tornarse gerencial, es dar autonomía al administrador público,
valorizándolo por su capacidad de tomar decisiones [...] en vez de someterlo a un control burocrático y
humillante” [en verdad, debería decir, a un “control democrático”] (ídem: 23). El ex-ministro justifica así la
privatización de los servicios sociales. Finalmente, para él, “es necesario extinguir la entidad estatal que
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acuerdo con Laurell, “en el campo específico del bienestar social, los neoliberales sostienen
que éste pertenece al ámbito privado, y que sus fuentes ‘naturales’ son la familia, la
comunidad y los servicios privados” (1995: 163), lo que estaría demarcando “un avance en
relación con el pasado”. Coincidentemente, para Soares, con esto se registra un claro
“retroceso histórico”, en tanto hay un “retorno a la familia y a los órganos de la sociedad
civil sin fines lucrativos, como instancia del bienestar social [más allá de la esfera del
mercado]” (Soares, 2000: 79).
realiza las actividades a ser publicizadas para que éstas puedan ser absorbidas por una asociación o fundación
de derecho privado, creada por personas físicas” (ídem: 247, subrayado nuestro).
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empresas “ciudadanas” que asumen las actividades sociales, o inclusive que el Estado
subcontrate (de forma tercerizada) los servicios privados.
b) A su vez, esas políticas sociales estatales son focalizadas, esto es, dirigidas
exclusivamente a los sectores portadores de carencias puntuales, con necesidades básicas
insatisfechas. Así, contra el principio universalista de las políticas sociales y corroyendo su
condición de derecho de ciudadanía,10 hoy éstas se destinan solamente a un segmento de la
población carente de determinado servicio puntual. Esto redunda tanto en una caída de la
calidad de los servicios para el grupo de personas que dependen del apoyo estatal, como en
una dualidad en la calidad de los servicios y en el acceso a ellos.
demanda por servicios sociales, respondida, sea por la auto-actividad de los propios sujetos
portadores de necesidades, sea por la acción filantrópica de entidades sociales, sea por la
prestación de servicios privados (y lucrativos), para gran parte de la población no cubierta
y/o no satisfecha por los Estados (por fuera del criterio de focalización), ni por la acción
filantrópica.
a las políticas sociales y a los servicios asistenciales. Sólo desviará magros recursos
para suplir algunas carencias puntuales a la población sin cobertura en el ámbito de la
filantropía, o destinados (focalizados) a quien no tiene condiciones de contratarlos
privadamente.
Con este retiro del Estado de su responsabilidad social, dejando amplios segmentos
de la población precariamente atendidos o literalmente desatendidos por el poder público,
se produce lo que Soares llama de “un Estado de Malestar” (2000: 72 y 2001: 344). En éste,
se procesa un “vaciamiento presupuestario” relativo a las actividades y funciones sociales
estatales; y con eso, “se produce una ‘ritualización’ de los ministerios sociales”, que se
transforman en meros gestores subordinados a las políticas económicas (ver ídem: 76-7).14
El proceso de retirada del Estado del trato universal/no contractualista de la “cuestión
social”, la precarización/focalización/descentralización de la actividad estatal, y la paralela
ampliación de la actividad social privada (filantrópica o mercantil), acaba profundizando y
ampliando las desigualdades sociales –donde Brasil tiene el demérito de ocupar los
primeros lugares.15 Sucede que, como apunta Soares, “cuando se analiza la desigualdad
social en América Latina, podemos constatar cómo las mejorías sociales están
relacionadas con la inversión pública [estatal] en la infraestructura social, bien como con
la oferta de servicios [estatales], particularmente en el área de salud” (ídem: 64; subrayado
nuestro). Esto muestra la dimensión de la gravedad del mayor alejamiento del Estado en el
trato a la “cuestión social” en países latinoamericanos.
Como muestra Soares (2001: 43), las limitaciones que existían en el patrón anterior
de respuesta a la “cuestión social”, no sólo no son resueltas por la reestructuración
neoliberal, sino que en muchos casos son agravadas; así: la mala distribución y la baja
cobertura de los programas sociales; el carácter predominantemente contractualista
(excluyendo a los no contribuyentes); la estratificación de beneficios, reproduciendo las
desigualdades; la inexistencia de un enfoque de redistribución de la política social; la
De esta forma, los “servicios estatales para pobres” son, en verdad, “pobres
servicios estatales”. Aquellos que tuvieran condiciones de contratarlos en la órbita privada,
tendrán servicios de buena calidad; quien no pudiera hacerlo, y por lo tanto, tuviera que
recurrir a la prestación de servicios estatales, recibirá un tratamiento de mala calidad, y
despersonalizado.16 Y esa precarización y disminución de los servicios estatales ocurre
justamente en un contexto de crisis, en el cual se desencadena un aumento real de las
necesidades, carencias, y demandas sociales.
Así, por un lado, la privatización de las políticas sociales lleva a que éstas sufran un
proceso de multifragmentación: no sólo la fragmentación ocasionada por la sectorialización
de las políticas sociales (de salud, laborales, etc.), ya típica desde la génesis de estos
instrumentos estatales, sino también la actual fragmentación originada a partir de su
Por todo esto, el nuevo trato a la “cuestión social” debe ser, en el molde neoliberal,
dual. Por un lado tiene que atender con servicios de calidad a la población con capacidad de
adquirirlos en el mercado, según sus posibilidades económicas, en una actividad claramente
lucrativa. Por otro, debe intervenir, por medio del Estado o de entidades filantrópicas, en las
demandas puntuales de la población carente, con precarios servicios momentáneos. Se
altera de esta manera, la dimensión de seguridad social como derecho del ciudadano, la
universalidad de la prestación del servicio, de calidad homogénea para toda la población, el
carácter no contractualista de las políticas sociales y asistenciales. Así, según Pereira, se
produce un pasaje de una visión no contractualista e incondicional de protección social (sin
contrato, contrapartida o mercantilización), propia de la posguerra –integrada,
universalizada, preventiva (ver 1998: 63 y 69)– para la actual visión contractualista –con
abandono del compromiso con el pleno empleo, la disminución relativa de los gastos
sociales públicos, la transformación de los servicios sociales universales en atención
pública selectiva y focalizada a los carentes, privilegiando la lógica del contrato y del
seguro, la retracción de la participación del Estado y el énfasis en la responsabilidad
individual (ídem: 64-5).
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De esta forma, para cubrir las lagunas que, en la Previsión Social y en los servicios
sociales y asistenciales, deja ese nuevo Estado “minimizado” en el área social, parte
importante de las respuestas a la “cuestión social” son privatizadas y transferidas para el
mercado (cuando son lucrativas) y para la “sociedad civil” o “tercer sector” (cuando son
deficitarias), los que venden u ofrecen “gratuitamente” los servicios sociales. Finalmente,
en contraposición a la incondicionalidad, unicidad y universalidad de la respuesta estatal
típica del contexto keynesiano, el nuevo trato a la “cuestión social”, presente en el proyecto
neoliberal, significa la coexistencia de tres tipos de respuestas:
19 Estas instituciones, al tomar tales funciones “dejadas” por el Estado, terminan entrando en el
esquema de “desestatización” (o privatización) de las áreas “económicas” y de re-mercantilización y re-
filantropización de la “cuestión social”.
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Con esto, como caracteriza Vieira, si la política social brasileña, en los periodos que
van desde la dictadura de Vargas (1930) al populismo nacionalista y de la dictadura militar
(1964) hasta la constituyente de 1988, conservó en su ejecución el carácter fragmentario,
sectorial y emergencial, en el periodo actual, posterior al año ‘88, se configura una
“política social sin derechos sociales” (ver Vieira, 1997: 68). Así, afirma, “sólo por el
irracionalismo y por el relativismo [de lo que llama “neoliberalismo tardío”; ver ídem: 69]
se explica la supresión de derechos relacionados con la educación, la salud, la asistencia, la
previsión social, el trabajo, la recreación, la maternidad, la infancia, la seguridad, etc.,
basándose en la ‘crisis fiscal del Estado’ y en la fiebre de evaluación” (ídem: 72).
20 En verdad, tres modalidades de atención, de buena calidad (cuando es ofrecido por el mercado) o
precario (cuando es ofrecido por el Estado o por el “tercer sector”). Véanse los sistemas previsionales público
y privado, los servicios de salud y la enseñanza (primaria y secundaria) estatales y privados, los sistemas de
financiamiento para habitación, etc. Laurell analiza cómo en Chile, el “proceso de privatización selectiva”
consolidó un “sistema dual” de “seguros-producción de servicios privados” y “seguros-producción de
servicios públicos” (1995: 174). Para Mota, diferenciando el “ciudadano-pobre” del “ciudadano-consumidor”
(1995: 180), “en el discurso empresarial, la atención se vuelve para la previsión social que pasa a ser
desdoblada en dos sistemas: una previsión pública básica [...]; y [otra] previsión complementaria privada”
(ídem: 224). En una perspectiva semejante, Raichelis entiende que “se trata de un proceso que tiende a operar
un desplazamiento de las responsabilidades del Estado en el campo de las políticas sociales, acentuando la
diferenciación en el patrón de consumo de los servicios sociales entre trabajadores de la gran empresa –
consumidores de los servicios sociales privados– y trabajadores excluidos y precarizados –asistidos de las
políticas públicas” (1998: 89).
21 Mota discute estas categorías como: “ciudadano-fabril”, “ciudadano-pobre” y “ciudadano-cliente”
(1995: 159 y ss.).
203
22 Para el caso boliviano, Petras observa que “después de tres años de operaciones, el 81% de las
551 instituciones que trabajaban para el FSE [Fondo Social de Emergencia] era ONGs, al tiempo que el
restante 19% era entidades estatales”. No obstante, apenas el 32% de los recursos invertidos por el Fondo era
canalizado por medio de ONGs (Petras, 1999: 83), lo que muestra la clara reducción de los costos de los
servicios cuando son desarrollados por ONGs.
204
Como consecuencia del desarrollo del “tercer sector”, en tanto complemento del
proceso de desarticulación de la responsabilidad social del Estado, se procesan ciertos
desplazamientos: de luchas sociales para la negociación/colaboración; de derechos por
servicios sociales para la actividad voluntaria/filantrópica; de la solidaridad
sistémica/obligatoria para la solidaridad voluntaria; del ámbito público para el privado; de
la ética para la moral; de lo universal/estructural/permanente, para lo
local/focalizado/fortuito.
23 La legislación sobre el “tercer sector” y las disposiciones relacionadas pueden ser encontradas en
el site de la RITS: <http://www.rits.org.br>. En idéntico sentido, se puede verificar un estudio sobre el
conjunto de leyes, decretos, etc., sobre el asunto en Szazi (2000). También se encuentra un análisis crítico
sobre la evolución de la legislación en Gomes (1999). Una reflexión crítica sobre la situación actual de la
seguridad social luego de casi una década de gobiernos FHC, se encuentra en Araújo (2000).
205
24 Constitución de la República Federativa de Brasil (1988). Título VIII (Del Orden Social),
Capítulo II (De la Seguridad Social), Sección I (Disposiciones Generales), Artículos 194 y 195 (ver Cress,
2000: 41-3).
206
la Constitución como “un derecho de todos y un deber del Estado, garantizado mediante
políticas sociales y económicas que apunten a la reducción del riesgo de enfermedad [...] y
el acceso universal e igualitario” (Sección II, Art, 196; in CRESS, 2000: 43-5), es
posteriormente reglamentada por la Ley nº 8.080, del 19 de setiembre de 1990, denominada
Ley Orgánica de la Salud (LOS), disponiendo sobre la constitución del Sistema Único de
Salud, de responsabilidad del poder público (ver Cress, 2000: 165 y ss.)
La Ley nº 91, del 28 de agosto de 1935, reconoce como de utilidad pública las
sociedades civiles, asociaciones y fundaciones, constituidas en el país con el fin
exclusivo de servir desinteresadamente a la colectividad (ver Szazi, 2000: 148 y
89).25 La Ley es reglamentada por el Decreto nº 50.517, del 2 de mayo de 1961
(ver ídem: 218).
25 Utilizaremos básicamente, para determinar estas leyes, el estudio de Szazi sobre la regulación del
“tercer sector” en Brasil. Sin embargo, observamos que, no casual ni ingenuamente, nuestro jurista del “tercer
sector” excluye de la legislación por él considerada, ni más ni menos que el Artículo 194 de la Constitución
federal, que dispone sobre la composición de la Seguridad Social, articulada en su trípode: salud, previsión y
asistencia, y sobre los preceptos que la orientan. De la misma forma, ignora olímpicamente las Leyes
Orgánicas de la Salud y de la Asistencia Social. De una forma por demás de astuta, retira la contradicción del
análisis histórico sobre el proceso legal.
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A partir de esas normas, que legislan sobre los tipos de organizaciones que
componen el llamado “tercer sector” y sobre la relación de cooperación Estado/sociedad, es
de fundamental importancia la participación estatal en el financiamiento directo o indirecto
de esas entidades. Tal vez muchos de estos incentivos fiscales o apoyos financieros
contribuyan para explicar el tan mencionado “cambio de mentalidad” del empresariado,
ahora supuestamente más preocupado con lo social, y el tan festejado crecimiento de las
organizaciones del “tercer sector”.
209
Para viabilizar tales incentivos a las organizaciones del “tercer sector”, el Estado
desarrolla diversas modalidades de cooperación y financiamiento:
Según datos del gobierno brasileño, en 1991 había cerca de 220 mil entidades
registradas como “sin fines de lucro”, de las cuales el 29,1% es de beneficencia, religiosas y
asistenciales; el 23,3% deportivas o recreativas; el 18,6% culturales, científicas y
educacionales; el 4,4% asociaciones y sindicatos de empleados; el 2,9% asociaciones y
sindicatos de empleadores; el 1,8% asociaciones de autónomos o profesionales liberales; y
el 19% otros (ver Landin, 1999: 74 y 84).
26 Según un estudio de la Organización de las Naciones Unidas, en 1998 existían 200 mil ONGs de
ámbito nacional en Brasil, siendo 32 mil aquellas de actuación internacional (Veja, 2000: 51).
27 A partir de una investigación realizada en 1994 por medio de un trabajo conjunto entre Abong y
el Iser, coordinada por Leilah Landin y Letícia Cotrim.
211
Como su propia denominación sugiere, las organizaciones sin fines de lucro, las
fundaciones filantrópicas, las asociaciones comunitarias, parecen no desarrollar una
actividad generadora de lucro. Si así fuera, estaríamos hablando de empresas vendedoras de
servicios, en el ámbito del mercado, y no de organizaciones del llamado “tercer sector”.
En la mayoría de los casos, éstas tampoco generan recursos suficientes como para
mantenerse en operación; así, estas organizaciones tienen extrema necesidad en captar
recursos fuera de sus actividades fundantes. Estas actividades y su característica de
“gratuidad” llevan a una falta de auto-sustentabilidad tal que la captación de recursos, o
fundraising, se torna no sólo una actividad esencial de la organización, sino que además
puede pasar a orientar la filosofía y a condicionar su “misión”.
Por un lado, la captación de recursos es tan fundamental que, más allá del hecho
obvio de necesitar fondos que no son auto-generados para desarrollar sus actividades, en
aquellos países con una mayor expanción del “tercer sector”, estas actividades de
fundraising han movilizado importantes volúmenes de recursos. Así, en Estados Unidos,
28 Estos datos no hacen más que confirmar el aumento del desempleo generado por la
reestructuración productiva y la búsqueda de fuentes alternativas de ingresos.
212
las 750 mil organizaciones filantrópicas o sin fines de lucro consiguieron reunir, en 1999,
190 billones de dólares (ver Exame, 2000: 22 – según datos de la Sociedad Nacional de
Ejecutivos de Captación de Recursos). En otra fuente, el “tercer sector” estaría
representando en los Estados Unidos el 6,3% del PBI, absorbiendo en 1988 activos
equivalentes a 670 billones de dólares (ver Szazi, 2000: 21). Esta actividad de captación de
recursos ha creado, en ese país, un mercado de trabajo específico, una “profesión”
altamente competitiva –la de los ejecutivos especializados en la captación de recursos–
compuesta, según estimativas, por cerca de 300 mil “profesionales”, y una organización, la
Sociedad Nacional de Ejecutivos de Captación de Recursos, con 23 mil afiliados (Exame,
2000: 22).
* En artículo del diario O Globo, se anuncia que el gobierno Lula, el año de 2003, transfirió a ONGs,
de forma directa y sin ningún tipo de licitación o control social, recursos públicos equivalentes a R$ 1,3
billones. (3 de mayo de 2004: p. 3).
213
“buen” uso de los recursos,29 y esto parece requerir una actividad profesionalizada, lo que
nos lleva al punto que será abordado a continuación.
29 “Sabemos que ya no podemos esperar obtener dinero de los donantes; éstos precisan
transformarse en contribuyentes” (Druker, in Exame, 2000: 24).
214
Por otro lado, nos dicen, se debe demostrar los “beneficios de la donación”. ¿Cuáles
beneficios? ¿Para la población-meta? No, los beneficios para la institución donadora. Esto
quiere decir que, si la “donación” no rindiera dividendos no seria de interés para el
“donador”, no habría “donación”. Esto evidencia el fetiche de la donación. En primer lugar,
una actividad verdaderamente rentable32 trasmutada en aparente “donación”. En segundo
lugar, una “donación” proveniente supuestamente de una institución (empresarial) y de una
clase (la burguesía), que, sin embargo, en el fondo proviene de la sociedad (de los
trabajadores) y/o del Estado –directamente de la sociedad, cuando tal “donación” redunda
en mayores ventas y precios, por lo tanto, mayores lucros para la empresa “donante” (que
Con esas características, una actividad –la captación de recursos– que debería ser
funcional, se torna esencial, y todavía más, se torna el fundamento de la “misión”
organizacional. Así, las organizaciones del “tercer sector”, como en un frenesí, se vuelcan
hacia la captación de recursos. Lo que debería ser una actividad auxiliar, se torna actividad
central, lo que demuestra la gran dependencia de esas organizaciones por esos recursos
externos.
Así, las nuevas fuentes potenciales de recursos son variadas. Siguiendo a Bailey (in
Abong, 2000: 90), los recursos pueden provenir de:
d. instituciones extranjeras;
e. recursos gubernamentales.
217
Sin embargo, es imperioso un análisis más profundo y crítico sobre estas fuentes de
recursos para el llamado “tercer sector”.
33 Como De Masi afirma: “Usted no es lo que hace en el trabajo, sino fuera de éste” (1999a).
218
34 Recordemos que la Ley reza que “el servicio voluntario no genera vinculo laboral, ni obligaciones
de naturaleza laboral, previsional” (ver Szazi, 2000: 200). Así, “contratar” voluntarios en lugar de asalariados,
puede ser de interés para quien quiere realizar la tarea sin importarle la calidad del servicio, pero quiere
menores costos. Esto es una clara fuente de desempleo.
35 La Fundación Bradesco invirtió 74 millones de reales en 1999, particularmente en escuelas. La
Fundación Abrinq (formadas por fabricantes de juguetes), en 1997 invirtió 8 millones de dólares en
actividades en defensa de los derechos de los niños, siendo tres cuartos oriundos de sus empresas (ver Bailey,
in Abong, 2000: 94).
36 La ex-primera dama de Brasil y presidenta del “Programa Comunidad Solidaria”, Ruth Cardoso,
afirma: “El empresariado brasileño ya entendió la responsabilidad de participar en acciones sociales” (ver
Exame, 2000: 16). Pues bien, no se trata de que el empresariado “aprenda” la importancia de las “acciones
sociales”, sino de que descubra que éstas son fuente de renta, reducción de gastos, disminución de
conflictos/aceptación del contexto donde opera, etc. Un ejemplo de esto son las empresas-miembros de la
Fundación Abrinq, que por ser “ciudadanas”, tienen sus productos rotulados: “Empresa amiga de los niños”.
37 Inclusive en círculos más críticos se llega a murmurar, no siempre con pruebas claras, que
actividades derivadas de las empresas, también son biombos para el “lavado” de dinero y/o enriquecimiento
ilícito. Siendo una institución diferente, no obstante, mencionaremos las denuncias sobre “desvío de recursos”
en la LBV (Legión de la Buena Voluntad), con enriquecimiento de su director (O Globo, Rio de Janeiro,
20/3/01, p. 3). Después de la denuncia pública, el Consejo Nacional de Asistencia Social (CNAS), vinculado
al Ministerio de la Previsión Social, anula el registro de entidad filantrópica (exenta de impuesto de renta) de
68 instituciones, entre ellas la LBV y la Cesgranrio (instituida por diez universidades). La auditoría del
Consejo constató un millonario desvío de dinero de la LBV, (supuesta) “entidad sin fines de lucro”, a favor de
su director (José de Paiva Netto) y de empresas a éste ligadas. En el caso de Cesgranrio, se verificó el
incumplimiento del compromiso de destinar el 20% de las recaudaciones en enseñanza gratuita y becas
(Jornal do Brasil, Río de Janeiro, 13/6/2001, p. 3).
219
Sería, como mínimo, ingenuidad (o engaño) afirmar, como la ex-primera dama, que
“el empresariado brasileño ya entendió la responsabilidad de participar en acciones
sociales” (ver Exame, 2000: 16). Ahora bien, la cuestión no es “concientizar” al
empresariado de la importancia social de sus actividades filantrópicas, sino de que
compruebe si éstas le dan retorno financiero, en la ganancia directa o indirectamente
derivada de esa actividad.
las demandas sociales continúa siendo de la sociedad. Entre tanto, con la “reforma
tributaria”, la transformación de impuestos directos (sobre las ganancias, el patrimonio, la
herencia) en impuestos indirectos (particularmente sobre el consumo, IVA)39
desresponsabiliza aun más al capital, y carga en el trabajador la mayor responsabilidad de
financiar al Estado y la transferencia de recursos para el “tercer sector”.
Como corolario de este proceso, se afirma una tendencia al crecimiento del llamado
“tercer sector”, particularmente de las ONGs. Con esto se pretende justificar que las
pérdidas de las respuestas estatales a la “cuestión social” serían compensadas por la
intervención de este sector, manifestando que no es hora de enfrentar el hecho del
“achicamiento del Estado”, pero sí de concentrar los esfuerzos por reforzar el “crecimiento
de la sociedad civil”. Argumento claramente resignado a un supuesto “hecho inalterable”
(la crisis fiscal estatal y su incapacidad de respuesta efectiva a la “cuestión social”) y
mistificado, por pensar esta “sociedad civil” como representante homogéneo de los
intereses populares (en oposición al Estado y al mercado, supuestamente considerados
como representantes oriundos del capital).
4.1. Las tesis de la “escasez” y de la “crisis fiscal del Estado” como pretexto de la
(contra-)reforma estatal
39 Donde el peso del tributo en relación con sus ingresos es mayor para el trabajador.
40 Según apunta Bresser Pereira, “la reforma o la reconstrucción del Estado, particularmente por la
vía de la Reforma Gerencial de la administración pública, es una respuesta al proceso de globalización en
curso, que amenaza con reducir la autonomía de los Estados en la formulación e implementación de políticas,
y principalmente a la crisis del Estado” (1998: 31). Así, “la crisis del Estado impuso la necesidad de
reconstruirlo; la globalización, el imperativo de redefinir sus funciones” (ídem: 33).
222
pasivos/trabajadores activos–, y/o del elevado gasto (social) sin retorno– con políticas
sociales, asistencia, subsidios, compensaciones, etc.
En realidad, el fundamento de la crisis fiscal del Estado tiene más que ver con el uso
político y económico que las autoridades, representantes de clase, han hecho históricamente
a favor del capital (e inclusive en provecho propio): pago de la deuda pública (interna y
externa), renuncia fiscal, sobrefacturación de obras, rescate de empresas quebradas, ventas
subvencionadas de empresas estatales subvaluadas, clientelismo político, corrupción,
compras sobrevaluadas y sin licitación, préstamos al capital productivo con retorno
corroído por la inflación, tasas elevadísimas de interés al capital financiero especulativo,
construcción de infraestructura pública necesaria para el capital productivo y comercial.
41 Además de eso, para los neoliberales, la elevación de impuestos (en la industria y en el comercio)
incentiva la expansión de la economía informal. En sentido idéntico, esa corriente entiende que la
manutención de un buen sistema de políticas sociales induce a los trabajadores desempleados a dilatar su
retorno al mercado de trabajo (ver Brandão, 1991: 99).
42 “El capital monopolista y la mano de obra apoyaron el crecimiento de las inversiones sociales
financiadas por el Estado”, así como “también favorecieron la socialización de los gastos de consumo social,
como los costos de asistencia médica a los trabajadores y los del nivel de las jubilaciones”, y defendieron “los
crecientes gastos corrientes de cuño social” (O’Connor, 1977: 52-3).
223
costos de capital generó más gastos sociales del Estado, lo que tendió a la constante
elevación de los impuestos. No obstante, la imposibilidad de aumentarlos indefinidamente
llevó al Estado a gastar más de lo que recaudaba; se creó así, una brecha fiscal.43
En el pasaje de los años ’60 a los ’70, el déficit fiscal del Estado se torna
verdaderamente insustentable; se desata una profunda crisis fiscal entre los ’70-’80.
Para O’Connor, la crisis fiscal, que paralelamente lleva a una crisis de legitimidad,
se condensa a partir del crecimiento simultaneo de los sectores monopolista y estatal; para
el autor, ésta tiene como base la contradicción básica de la acumulación capitalista –la
socialización de la producción y la apropiación privada de su producto–, sumada a
tendencias particulares del capitalismo moderno –la cada vez mayor socialización de los
costos de capital y de los gastos sociales de producción, combinados con la no socialización
de los lucros– y a la inflación salarial del sector estatal, creada a partir del momento en que
el aumento de la productividad es estimulado por la elevación del salario (ver O’Connor,
1977: 51). Así, todos los factores de la posguerra, destinados a mantener la estabilidad de la
sociedad capitalista norteamericana, demuestran ser una fuente de inflación continua,
llevando a una permanente crisis fiscal (o “inflación” del presupuesto estatal) (ídem: 57).
Por esto, a pesar de que los gastos estatales en inversiones sociales hayan contribuido para
el crecimiento de la producción y de la renta capitalista, especialmente monopolista, ellos
“aumentan la base tributaria” (ídem: 53); o, en otros términos, para que el Estado pueda
financiar los costos del capital y los servicios sociales para la población, tuvo que recaudar
cada vez más impuestos del capital y del trabajo, para ser destinados a actividades no
productivas (en el sentido de que no generan plusvalía).
En ese sentido, más allá de las causas, el efectivo proceso de crisis fiscal ha
“justificado”, en los años ’80-’90, la (contra-)reforma del Estado, que en la concepción
neoliberal, se procesa fundamentalmente con privatizaciones de empresas públicas, ajuste
de gastos estatales, reformas tributarias, de la previsión y de la legislación laboral y
electoral, recorte del financiamiento del área social. Particularmente en este último aspecto,
se han retirado de la esfera estatal un conjunto de políticas e instituciones sociales, en las
áreas de asistencia, previsión, y de salud y educación públicas.
En realidad, estas tesis están íntimamente articuladas con las anteriores; ya sea
como causas –se culpa a la burocracia y al paternalismo estatal por la consolidación y
agravamiento de su crisis fiscal–, ya sea como consecuencias –se entiende que esta última
llevó a una crisis de “gobernancia”.
Para el ex-ministro, “la apertura democrática en Brasil no fue apenas, como bien
observó Weffort, conservadora; fue también populista, y finalmente burocrática” (sic).
Para éste, “el pacto político que comandó la transición hacia la democracia del país a partir
de los años ‘70, y que llegó al poder a mediados de los años ’80, además de democrático
era populista, en la medida en que fue incapaz de reconocer la crisis fiscal y partió hacia
una política expansionista e ingenuamente distributivista, que tuvo su auge en el Plan
Cruzado. Y al final, se reveló burocrático, porque paradójicamente la Constitución de 1988
consagró un burocratismo sin precedentes en la historia del país” (ídem: 41-2). Así,
44 Bresser Pereira caracteriza como “distorsiones”, culpables por la ineficiencia e ineficacia del
Estado, el excesivo número de funcionarios públicos, y la elevada y privilegiada remuneración de éstos (sic)
(1998: 183 y ss.).
226
completa, “la crisis se agravó [...] a partir de la Constitución de 1988, cuando se salta para
el extremo opuesto [al del contexto de la dictadura militar] y la administración pública
brasileña pasa a sufrir el mal opuesto: la rigidez burocrática extrema” (ídem: 43).
Ahora bien, tales afirmaciones “olvidan” algo fundamental: fue la misma clase (que
hoy hace esta crítica y promueve la reforma del Estado) la que otrora (y en el presente) se
sirvió (y se sirve) del “patrimonialismo” y del “clientelismo”, burocratizando al Estado. Por
lo tanto, esa acusación al menos es sospechosa. Asimismo, este “patrimonialismo” y
“clientelismo” del Estado no se revierten con la transferencia de funciones sociales
esenciales para el ámbito del llamado “tercer sector” (una verdadera privatización, que
Bresser Pereira llama pomposamente de “publicización”), sino justamente con una
verdadera desprivatización del Estado.
para viabilizar en Brasil la coalición de poder capaz de dar sustentación y permanencia, al programa de
estabilización del FMI, y dar viabilidad política a lo que resta por hacer de las reformas preconizadas por el
Banco Mundial” (Fiori, 1995). Además, el combate a la inflación sirvió “como mecanismo para inducir
democraticamente y no coercitivamente a un pueblo a aceptar políticas neoliberales de las más drásticas” (ver
Anderson, 1995: 21).
48 Según el IBGE, la década del Real no cambió la desigualdad económica en el país (Jornal do
Brasil, Río de Janeiro, 5/4/2001).
229
trabajo que se cierra, se precariza, o no se abre para los asistentes sociales en la órbita del
Estado, es compensado por el espacio ocupacional que se crea en el creciente “tercer
sector”.
49 Para Bresser Pereira, “las nuevas entidades [organizaciones sociales] conservarán su carácter
público y su financiamiento por el Estado” (1998: 246). Y continúa, “las nuevas entidades no estatales
recibirán, mediante concesión precaria, los bienes de la entidad estatal extinta” (ídem: 247).
231
Como apuntamos, con el fuerte retraimiento actual del impacto de las luchas de las
clases trabajadoras, el capital financiero quiere deshacerse de todas aquellas conquistas
laborales (constitutivas de derechos) que nunca quiso, pero que tuvo que aceptar en un
contexto de elevada lucha de clases: derechos laborales, políticas y servicios sociales y
asistenciales, derechos democráticos.
Entonces ¿cómo retirar del Estado todas aquellas conquistas sin crear un proceso de
convulsión social que pudiese llevar a una profunda crisis y a un probable quiebre
institucional? Siguiendo este triple camino:
50 También para Petras, el crecimiento de las ONGs “está asociado al apartamiento de los Estados
latinoamericanos de la responsabilidad por los servicios sociales y del bienestar general de la población”
(1999: 75). Según éste, “las ONGs comenzaron a asumir un papel importante en tanto ejecutoras de la
prestación de asistencia al desarrollo” (ídem: 79). Por otro lado, esta expansión de las ONGs también es
resultado de su papel de empleadora de “segmentos profesionales urbanos”, en un contexto de elevado
desempleo (ver ídem: 78).
232
Por esto, si en los años ’80 las ONGs crecieron como hongos51, en los años ‘90 éstas
crecen como una burbuja. Efectivamente, en la década de los ’90, se procesa un efecto de
aumento de ONGs, producto de los “convenios” con el Estado, que muestra una apariencia
de enormes dimensiones, pero que es, en realidad, vacío por dentro.52 Veamos.
civil” (que algunos llaman de “tercer sector”),53 donde inclusive los sectores “de intensión
progresista” sienten izadas ciertas banderas –de la descentralización, de la “solidaridad” no
clasista, de la sociedad civil como espacio más autónomo e igualitario– y se sienten con
mayor grado de poder –dada su no participación en el gobierno central, en las manos de los
representantes de las clases hegemónicas. Se acrecienta a esta imagen de “transferencia” o
“pasaje”, la idea de que estaría potenciada por los “convenios” con el Estado. Entonces, el
camino para ocultar la verdadera finalidad de clase de ese proceso, y con él la importante
pérdida de derechos conquistados, está libre.
53 Para Carlos Nelson Coutinho, “el tercer sector es, en sí mismo, ideológico. Usa el concepto
gramsciano de sociedad civil pero lo transforma en ideología” (Curso dictado en la ESS-UFRJ, Río de
Janeiro, 21/12/99).
Así, el concepto de “tercer sector” (pre-)supone la oposición, como esferas autónomas y antagónicas,
entre sociedad civil y Estado; oposición esta justificada en la confrontación entre esas esferas en el periodo
dictatorial – una sociedad civil oprimida por un Estado autoritario. De esta forma, la “sociedad civil” es vista
en su doble oposición: “sociedad” como opuesto al “Estado”, y “civil” como opuesto a “militar”. En estos
abordajes, la sociedad civil sería el espacio de la libertad y el Estado-(autoritario) conformaría la esfera de la
dominación.
234
En segundo lugar, con la crisis fiscal estatal, con la presión del capital para la
disminución de tributos, con las privatizaciones –que tanto llevan a una pérdida de la
capacidad de gestión y control social sobre los recursos de las empresas privatizadas, como
derivan en una significativa pérdida de fuente de renta del Estado–, con la ideología del
235
¿Qué es lo que podrá ocurrir entonces, cuando esta “crisis fiscal del Estado” afecte
su capacidad de establecer “convenios”, financiando al “tercer sector”?
Los trabajadores verán sus derechos sociales destruidos, las políticas públicas se
precarizarán, e inclusive desaparecerán parcialmente. Y, por ser éstas la “base de
sustentación funcional-laboral” de los asistentes sociales, éstos podrán ver su espacio de
inserción de trabajo, deteriorado, significativamente disminuido y/o fuertemente
modificado, sea en términos de demanda (aumento de las actividades de clasificación y
“selección de pobres” para el criterio de focalización, gestión en Recursos Humanos,
“gerencia social”, asesoría), de modalidad y espacio de intervención, o de estabilidad del
empleo.
236
Si esa puede ser, según los resultados que apunta nuestra investigación, la tendencia
real del proceso que asume la forma aparente de “transferencia compensatoria” de la
actividad estatal en el área social para el llamado “tercer sector” –esto es, el hecho de tener
un plazo finito en que se puedan desarrollar los convenios y el estímulo estatal a las
“organizaciones sociales”–, hasta cuándo ese fenómeno tendrá su efectividad garantizada
no es una cuestión que la teoría pueda dilucidar. El hecho es que esa tendencia se confronta
con el real movimiento de la historia, y en ésta aparecen otras tendencias, productos de
determinaciones y movimientos imposibles de ser aprehendidos ex-ante, más allá de su
tendencialidad.
54 Guerra define a la instrumentalidad “como las propiedades sociales de las cosas, atribuidas por los
hombres en el proceso de trabajo, al convertirlas en medios/instrumentos para la satisfacción de necesidades y
para alcanzar sus objetivos/finalidades” (Guerra, 2003: 178).
237
Ser medio para alcanzar las finalidades deseadas significa ser instrumento (o
instrumentalizado) para tal propósito. Así, la instrumentalidad remite a la mediación entre
teleología (pre-ideaciones) y causalidades dadas (condiciones naturales existentes) y
puestas (relaciones y procesos sociales). El sujeto, para alcanzar su propósito, debe conocer
las condiciones existentes, las posibilidades y dificultades, determinando así los medios
para alcanzar sus fines, superando las dificultades y potenciando las posibilidades.55
Investigando la instrumentalidad del trabajo, como actividad creativa del ser social,
Guerra afirma: “en el proceso de trabajo, el pasaje del momento de la pre-ideación
(proyecto) para la acción propiamente dicha, requiere instrumentalidad. Requiere la
conversión de las cosas en medios para el alcance de los resultados” (Guerra, 2003: 175-
6).56 Es, para nuestra autora, esa capacidad de convertir cosas en medios, de
instrumentalizarlas, la que “posibilita pasar de las abstracciones de la voluntad a la
concreción de las finalidades” (ibídem).
55 De acuerdo con Lessa, “la necesidad, esencial al trabajo, de captura de la realidad por la
conciencia, de modo tal que pueda transformar con suceso la realidad según una finalidad previamente
idealizada, es el fundamento ontológico de un impulso al conocimiento de la realidad, que Lukács, a partir de
Hartman, denominó intentio recta” (Lessa, 1997a: 34).
56 Así, “al ser creados por el trabajo, los objetos adquieren instrumentalidad: capacidad de tornarse
instrumentos que satisfacen necesidades humanas” (Guerra, 2003: 178).
238
Así, por ejemplo, la instrumentalidad del Estado de Bienestar consiste en ser medio
para ampliar la acumulación capitalista y para la reproducción de las relaciones sociales
necesarias a ésta.
Sin embargo, no existe una única y unívoca relación medio/fin. Si, como dijimos, el
Estado de Bienestar es instrumento para la ampliación de la acumulación capitalista, en
algún grado, y sin que esto anule la centralidad de la función mencionada, éste también
incorpora demandas sociales, esto es, constituye un instrumento para la satisfacción de
ciertas reivindicaciones y necesidades materiales y transitorias de las clases trabajadoras.
Con esto, por un lado, presenciamos que el constante aumento del desempleo
estructural, la precarización de las condiciones de trabajo y el vaciamiento del sistema de
protección legal del trabajador, generados como exigencia de la reestructuración
productiva, precisan ser escamoteados, ocultados, relativizados, para tornarlos aceptables
para la población. Por otro lado, el vaciamiento de los principios democráticos nacionales,
las anti-populares reformas administrativas del Estado, el retiro de la responsabilidad estatal
en la respuesta a las secuelas de la “cuestión social”, la significativa pérdida de derechos
ciudadanos, todo eso exige mecanismos pseudo compensadores, ideológicos, que impidan
la clara identificación de las causas de las penurias de las poblaciones.
La estrategia para esto es compleja, aunque por demás de clara y explícita. Consiste
en instrumentalizar diversas cuestiones, en tornarlas medios para estos fines, en hacerlas
funcionales a los objetivos neoliberales.
57 En este sentido, afirma Petras, “de cierto modo, las ONGs asumieron las funciones anteriormente
cumplidas por las agencias estatales, lo que permitió a los gobiernos nacionales la reducción de su
responsabilidad por la promoción del bienestar de la población” (1999: 72).
242
Paralelamente, al definir “las nuevas entidades” del “tercer sector”, responsables por
los “servicios sociales y científicos” (ver Bresser Pereira, 1998: 101), como “de carácter
público”, conservando el “financiamiento del Estado”, pero de “derecho privado” (ídem:
246-7), atribuye la responsabilidad pública de las respuestas a las secuelas de la “cuestión
social” a las organizaciones de la sociedad civil, aunque retira su control de la gestión
estatal y del derecho público, transfiriéndolo para el derecho privado. Las posibilidades de
control democrático y de presión política disminuyen significativamente con este
movimiento.
58 Según Petras, mientras los regímenes neoliberales centrales fueron desbastando comunidades,
estimulando la deuda externa, promoviendo una pauperización cada vez mayor, “las ONGs fueron siendo
financiadas para ofrecer proyectos de ‘auto-ayuda’, ‘educación popular’, capacitación profesional, etc.” (ver
Petras, 1999: 45).
243
actor destacado en ese proceso. Es el Estado el que nos inunda de propaganda sobre el
“Amigo de la Escuela”, el que promueve el Año Internacional del Voluntariado, el que
desarrolla la legislación para facilitar la expansión de estas acciones, el que establece
“convenios” transfiriendo recursos públicos para las entidades privadas, etc.
Desresponsabilizarse y apartarse parcialmente de la intervención en la “cuestión social”, no
elimina el hecho de que el Estado tiene un papel fundamental en las transformaciones
operadas por los gobiernos y por el capital, bajo la hegemonía neoliberal.
Pues bien, si tenemos hoy una sensible disminución de la intervención estatal, vía
privatización de las políticas y servicios sociales (tanto para el ámbito lucrativo del
mercado, como para el “tercer sector”), vía terciarización de los mismos, vía recorte de los
gastos sociales, pasando a ser esta acción cada vez más de responsabilidad de los propios
sujetos portadores de necesidades, esto no sólo significa el retiro parcial del Estado de esta
función, sino fundamentalmente, la transferencia de una responsabilidad del conjunto de la
sociedad en financiar esta acción estatal para una auto-responsabilidad de los necesitados
por la solución de sus propias necesidades. Esto significa que pasa a existir un
autofinanciamiento por parte de los propios sujetos carentes, complementado por la
participación voluntaria.
La acción social deja de ser financiada por el conjunto de la sociedad, por el capital,
por el trabajo, etc., y pasa ahora a ser cada vez más financiada por los sectores carentes,
244
más ligados a los trabajadores de medios y bajos ingresos. Esto es, el capital deja de ser
obligado a co-financiar las políticas sociales estatales; se pasa de una “solidaridad
sistémica” (mediante la contribución obligatoria y diferencial) a una “solidaridad individual
y voluntaria” (según los principios de la “auto-ayuda” y de la “ayuda mutua”).
Ahora bien, toda demanda social atendida por esas “entidades” independientes,
filantrópicas y voluntaristas, tiende a ser, vía de regla, transformada en demanda
emergencial –esto es, retirada de sus fundamentos sistémicos y, eliminadas las
mediaciones, transformada en demanda inmediata, apenas tratando la forma manifiesta de
la cuestión de fondo–, por lo tanto, tratada de forma asistemática y asistencialista –sin
constituir derecho, sin garantía de permanencia y como actividad curativa. Así, por un lado,
se crea una dependencia crónica del “necesitado” a ese servicio inmediato, que sin
embargo, no garantiza permanencia en la prestación. A su vez, se tiende a responder a la
demanda de forma precaria, insuficiente para atender mínimamente las necesidades del
“demandante”. Finalmente, la atención, por parte de estas “entidades”, de la demanda
social, termina silenciando las voces desconformes con las condiciones de vida de ese
orden social. Es, por lo tanto, una actividad aun más desarticuladora e inhibitoria del
descontento y de la tendencia a la rebeldía.
245
Así, los conflictos de clase, las tendencias subversivas y transgresoras del orden,
serían canalizados por mecanismos institucionales y convertidos en confrontaciones
“dentro” del sistema, y no más “contra” el sistema. De luchas de clases, desarrolladas en la
sociedad civil, se pasa a actividades de ayuda mutua en colaboración con el Estado y el
empresariado. Y con ello, mientras la población se inclina exclusivamente hacia el ámbito
de la sociedad civil, la dirección central del gobierno queda en las manos de los
neoliberales; para el pueblo la participación en el “tercer sector”, el gobierno para el capital
–dejando así la correlación de fuerzas aun en mayor desventaja para los sectores
trabajadores.59
59 De acuerdo con Petras, “el énfasis en la ‘actividad local’ sirve muy bien a los regímenes
neoliberales, pues permite que sus simpatizantes internos y externos dominen las políticas macro y
socioeconómica” (Petras, 1999: 35). Y, según este autor, la localización de las luchas es la marca de las
ONGs y de movimientos emergentes (ver ídem: 36).
60 Dos observaciones merecen ser realizadas: por un lado, el agotamiento del llamado “socialismo
real” no hecha por tierra al proyecto socialista, mucho más amplio que aquél. En segundo lugar, debemos
distinguir, como sugiere Petras, el “‘fracaso’ debido a las inadecuaciones internas de prácticas socialistas”, de
aquél “debido a derrotas político-militares producidas por agresores externos” (Petras, 1999: 21). Así, para
este autor, “Regímenes capitalistas terroristas” (como en Chile, Argentina, Bolivia, Uruguay, República
Dominicana, El Salvador, Afganistán y Brasil) “desempeñaron un importante papel en el ‘declino’ de la
izquierda revolucionaria” (ibídem).
246
crecimiento del esoterismo y de las sectas que predican la riqueza en la vida terrena– o en
un “más acá” mistificado –en la auto-ayuda.
61 Así, de acuerdo con Petras, “habiendo decidido que las revoluciones son cosa del pasado, éstos
[los pos-marxistas] se concentran en las victorias electorales neoliberales, y no en las protestas de masas pos-
electorales o en las huelgas generales” (1999: 37).
62 Se estima en Brasil, para 1995, cerca de 1.119.533 ocupados en el “tercer sector” (ver Landim,
1999: 85).
247
de ese proceso de despido en cascada, lo que tendería a conformar una mayor convivencia
con estos índices de desempleo, relativizados por la absorción de trabajo en el “tercer
sector”. Con esto no queremos ignorar la relativa importancia del “tercer sector” como
estrategia de sobrevivencia del trabajador desempleado, sino destacar que este hecho es
instrumentalizado por el capital para calmar y apaciguar los ánimos, disminuir
insatisfacciones, reducir la conflictividad, tornar el desempleo soportable.
Coincidentemente, para Antunes, “el ‘Tercer Sector’ no es una alternativa efectiva y
duradera al mercado de trabajo capitalista, sino que cumple un papel de funcionalidad al
incorporar porciones de trabajadores desempleados por el capital” (1999: 113).
individual, micro; lo que era desarrollado por el aparato del Estado, pasa ahora a ser
implementado en el espacio local; lo que era constitutivo de derecho, pasa a ser actividad
voluntaria, fortuita, concesión, filantropía.
Como afirma Bihr (1999: 253), “el nuevo dispositivo institucional en el cual se
inscribe el proyecto neo-socialdemócrata, corresponde a una regionalización (o
localización) de las políticas encargadas de garantizar la reproducción de la fuerza de
trabajo y, aunque en menor medida, a una regionalización de la regulación de los mercados
regionales, especialmente del mercado de trabajo”. Para éste, “esto implica un proceso de
desconcentración y de descentralización del poder del Estado, autorizando un refuerzo de
las competencias de los poderes locales y regionales en materia de regulación económica y
social”, lo que, para localidades de menores recursos, redunda en poder formal e
impotencia real. Paralelamente, de acuerdo con este autor, implica también
63 Nótese que, como afirma Mota, “las acciones compensatorias se relacionan directamente con la
legitimación de la desigualdad social inherente a la constitución de la sociedad capitalista y se apoyan en la
posibilidad de humanizar el trato de la desigualdad. Cargan una moral y una ética conservadoras, y tienen en
el voluntarismo político y en el mercado de consumo el paradigma de su constitución. En general, se apartan
de una concepción de política social como parte del ejercicio de los derechos y garantías sociales, para
movilizar acciones de la sociedad civil, en colaboración con el Estado, en la implementación de programas de
corte asistencial” (2000: 6).
250
Lipietz, y para el conjunto de actividades del “tercer sector”, se encajase claramente en esta
transformación de trabajo (creador) en “ocupación” (reproductora), dado que, de acuerdo
con el mismo autor, “el pasaje del ‘trabajo’ para la ‘preocupación’ refleja, de manera
mistificada, el proceso de fetichización de las relaciones humanas, [...] donde el mundo
humano se manifiesta a la conciencia diaria [...] como un mundo ya hecho” (ibídem).
Con esto, este individuo apenas opera, manipula los instrumentos, los aparatos,
aunque sin siquiera conocer la estructura y su dinámica, ni la realidad más allá de la
fenomeneidad, de la pseudoconcreticidad. Tiene un conocimiento instrumental, operativo,
no crítico, ni fundamental. Así, en realidad, él es quien es instrumentalizado, manipulado,
refuncionalizado, para la reproducción del sistema que no conoce y considera como dado,
estructuralmente inalterable.
El actor del “tercer sector”, voluntario o no, tiende a comportarse de esta manera,
“ocupándose” en actividades dentro de un sistema considerado como ya dado e inmutable.
Tiende a “preocuparse” y a actuar de forma inmediata sin crítica, sin buscar la
transformación, sólo algunos cambios inmediatos, localizados, que respondan a sus
carencias directas. Por esto, afirma Kosik, “como la preocupación es anticipación,
64 Para Kosik, “el ocuparse es el comportamiento práctico del hombre en el mundo ya hecho y dado;
es manejo y manipulación de los aparatos en el mundo, pero no es creación del mundo humano” (Kosik,
1989: 64).
252
desprecia el presente y tiende para el futuro [fetichizado], que aun no es” (ídem: 68). Así,
concluye nuestro autor, “‘vivir en el futuro’ y ‘anticipar’ significan, en cierto sentido, negar
la vida; el individuo con ‘preocupación’ no vive el presente, sino el futuro; negando aquello
que existe y anticipando aquello que no existe, reduce su vida a la nulidad, vale decir, a la
inautenticidad” (Kosik, 1989: 68).
Esta es también la función social de las actividades del “tercer sector”: actuar de
modo desarticulado, inmediato, directo, en los “problemas” singulares, en una realidad des-
totalizada, deseconomizada, despolitizada, inmutable, sin historia. Este agente deja de ser
sujeto, pasa a materializarse en un sistema supra-histórico. Ya no se hace (ni se piensa en)
la Historia, sino apenas en historias, singulares y cotidianas.
En este punto, a partir del análisis de la actual crisis y reestructuración del capital,
de las consideraciones sobre el “tercer sector” –su concepto y debate hegemónico, y el
fenómeno que encubre y su funcionalidad– y de la reforma en la modalidad de respuesta a
la “cuestión social”, se busca ahora, hilvanar algunas reflexiones sobre la situación actual y
las tendencias para el Servicio Social en el interior (y como resultado) del actual proceso
histórico de desarrollo de la acumulación capitalista, teniendo como campo de análisis la
supuesta “transferencia” de servicios (y del espacio profesional de actuación) hacia el
llamado “tercer sector”.65
65 Hoy contamos con algunas investigaciones sobre mercado de trabajo; ver Silva (1996/7); Serra
(1998 y 2000); Mota (1998); Iamamoto (2003).
253
respuestas a las refracciones de la “cuestión social”; y si, finalmente, las políticas sociales
conforman mediaciones entre el Estado y las clases sociales, entonces podemos afirmar
que, consecuentemente, las políticas sociales, en el actual contexto neoliberal, “global” y
productivo, son substantivamente alteradas en sus orientaciones y en su funcionalidad.
De esta forma, como ya afirmamos (ver Montaño, 1998), si las políticas sociales
constituyen la base de sustentación funcional-ocupacional del Servicio Social,
caracterizando su funcionalidad, su legitimidad, creando el espacio de inserción
ocupacional, y si éstas fueron y están siendo significativamente alteradas en el actual
contexto socio-económico y político, podemos entonces afirmar que la profesión de
Servicio Social tiende a sufrir transformaciones relevantes en su demanda y en su campo
de actuación, en su modalidad de intervención y en su vínculo laboral.66
66 El titular de la reforma del Estado, Bresser Pereira, se refiere así al respecto: “El Estado se
tornaba un Estado Social-Burocrático en la medida en que, para promover el bienestar social y el desarrollo
económico, contrataba directamente funcionarios públicos, profesores, médicos, enfermeras, asistentes
sociales, artistas, etc.” (1998: 35; subrayado nuestro). Obsérvese el tiempo pasado para conjugar el verbo
“contratar”. Esto porque, en la concepción del ex-ministro, como queda claro en esta afirmación, el Estado se
tornó “burocrático” exactamente por contratar gestores para promover el bienestar social. En su concepción,
la eficiencia de un Estado gerencial nuevo está en la “publicización”, esto es, en la transferencia de los
servicios sociales para la responsabilidad de organizaciones de la sociedad civil.
67 La especialización de comandar una herramienta parcial se transforma, con la gran industria, en la
especialización de servir siempre a esa máquina, transformándose el trabajador en parte de la máquina
(Marx, 1986: 514). “En la manufactura y el artesanado el trabajador se sirve de la herramienta; en la fábrica,
[éste] sirve a la máquina” (ídem: 515). Así, el trabajador pasa a depender completamente de la fábrica para
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poder trabajar, y por lo tanto del capitalista (ídem: 514-5). Esto es, continúa Marx, “la máquina [apropiada
por el capital] no libera del trabajo al obrero, sino [despoja] de contenido a su trabajo”. Así, la producción
capitalista se caracteriza por el hecho de que el instrumental de trabajo emplea al trabajador, y no que el
trabajador emplea el instrumental de trabajo (ídem: 516).
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Social, las transformaciones en las funciones y responsabilidades sociales del Estado, por la
vía de alteraciones en las políticas sociales, repercuten directa y radicalmente en la columna
vertebral de la profesión: en el tipo y la cantidad de la demanda dirigida al profesional, en
las condiciones de trabajo del asistente social, en la modalidad de intervención, en la
eventual tendencia al aumento del desempleo y subempleo profesional, en la
descaracterización de la profesión.
68 Según Diego Palma, “la administración de servicios sociales es la base material sobre la cual [el
asistente social] desarrolla su proceso educativo” (Palma, 1986: 129). En concordancia con esta noción, Serra
entiende que en el presente contexto se comprueba “una crisis de materialidad” del Servicio Social (1993:
148).
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70 Por lo menos para la mayoría de los asistentes sociales el Estado es su campo de inserción
profesional.
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social y de crisis financiera, éste entiende que “la ‘profesionalización’ de esos servicios
colectivos [...] sólo contribuyó para acentuar el costo de la solidaridad automática”
(Rosanvallon,, 1997: 37). De esta forma, “profesionalizar” los servicios remite, entre otras
cosas, a un perfeccionamiento de sus agentes planificadores y ejecutores, y a una mejora en
la calidad de los servicios sociales y asistenciales, encareciendo sus costos. Los asistentes
sociales se encuentran entre esos agentes (ver Netto, 1997: 69-70), por lo tanto, están entre
los “costos” que particularmente “pueden ser recortados” como una forma de disminuir los
gastos estatales generales del área social. Esta afirmación remite tendencialmente, en el
contexto de la focalización, descentralización y precarización de las políticas sociales, a la
clara precarización de las condiciones de trabajo del asistente social, a su terciarización, y/o
a su sustitución por agentes de menor preparación y salarios más bajos (o voluntarios),
precarizando/reduciendo la demanda de asistentes sociales, lo que a su vez se refleja
negativamente en la calidad de aquellos servicios.
71 En San Pablo, una investigación constata que apenas hay un 1,2% de asistentes sociales actuando
como “profesionales autónomos”, el 0,5% es “voluntario” y el 2,34% trabaja en instituciones religiosas,
siendo que el 72,4% lo hace en el ámbito estatal y el 19,3% actúa en el sector privado (ver Silva, 1996-7: 11-
2b).
72 Para Netto, “apostar en las ONGs como ‘salida profesional’ es desconocer los graves riesgos del
pluriempleo” (1996: 122).
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la gerencia de nuevos ‘acuerdos’ entre capital y trabajo (por ejemplo, los ‘estímulos’
ofrecidos a empleados, para que en los procesos de ‘terciarización’ creen sus ‘propios
negocios’), en la administración de ‘beneficios sociales’, y crecientemente en la conducción
de ‘nuevos métodos de organización del trabajo’ (Círculos de Control de Calidad, Calidad
Total, etc.)” (ibídem).
Por otro lado, según los resultados de la investigación en Río de Janeiro, los
asistentes sociales del área municipal reciben salarios más bajos que en los ámbitos
provincial/estadual y principalmente nacional. Los municipales, casi en su totalidad, se
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encuentran en las dos franjas salariales más bajas (hasta U$ 500 y entre U$ 500 y 1000)73
(ver Serra, 1998: 63).
reducción de los recursos en todas las tareas, ocurre un aumento de asistentes sociales en
algunas instituciones municipales, que sin embargo, como ya fue observado, tienen menor
carga horaria, mayor precariedad y rotatividad, y menor salario. Con esto, podemos
interpretar que lo que se procura es que las demandas de los usuarios por servicios estén
cada vez más dirigidas al campo municipal.
Por otro lado, el vínculo contractual en las ONGs, según la investigación, muestra
una importante presencia (en torno del 40%) de multiplicidad de contratos en estas
organizaciones, apuntando para una mayor inestabilidad de los asistentes sociales (ver
Serra, 1998: 47).
contexto. Por otro lado, el significativo índice de despidos en la década de ’90 (ver ídem:
53) muestra un elevado nivel de rotatividad de los asistentes sociales en este “sector”, lo
que configura inestabilidad y precariedad en el trabajo de estos profesionales, y no un
crecimiento sustentable del empleo de asistentes sociales en estas organizaciones.
Por otro lado, en Río de Janeiro, los asistentes sociales de las entidades
filantrópicas reciben, casi en su totalidad, salarios equivalentes a las dos franjas más bajas;
ya el 40% de los profesionales de las ONGs está inserto en la franja entre 1000 y 1500
dólares (ver Serra, 1998: 65). Paralelamente, para San Pablo, también se observa que “con
la transferencia de la responsabilidad por la atención médica, desde la municipalidad hacia
una Cooperativa del sector privado, los salarios propuestos a los Asistentes Sociales son
muy inferiores a los de otros profesionales, considerándose todavía la jornada diaria de 8
horas” (Silva, 1996-7: 14b).
los asistentes sociales; el 58% de las entidades filantrópicas permaneció en los años ‘90 con
un número invariable de profesionales de Servicio Social, mientras que el 40% de las
ONGs aumentó el número de asistentes sociales y otro 40% disminuyó (ver ídem: 98).
Como muestran los autores, hay una sobrecarga del ejercicio profesional, con el aumento
del número de atendimientos por cada asistente social, precarizando las condiciones de
trabajo y la calidad del servicio, creando el “tareísmo” profesional.
El análisis de los datos de la investigación muestra también que, mientras hoy los
órganos nacionales atienden fundamentalmente a sus funcionarios y familiares, son las
instituciones municipales y las entidades sin fines de lucro, las que pasan a atender a la
población en general y las manifestaciones de la “cuestión social” (ver Serra, 1998: 145-6).
Esto parece ser una prueba más del retiro paulatino del gobierno nacional de sus
responsabilidades sociales, transfiriendo (vía “descentralización” y “privatización”) las
responsabilidades para el municipio y el “tercer sector”.
Negar este hecho y fingir que todo sigue sin problemas para nuestra profesión es un acto
suicida; conformarse y aceptarlo como dado, y adecuarse a él, resulta reproductor y
confirma estas tendencias nefastas, tanto para los derechos del usuario, como para los
implementadores de las políticas sociales públicas –asistentes sociales, profesores,
enfermeros, médicos, entre otro profesionales. El conocimiento crítico de este proceso y su
enfrentamiento, es el único camino a seguir.
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SOBRE EL AUTOR
Autor de diversos artículos en varios países, publicó, por la Cortez Editora, los
libros: La naturaleza del Servicio Social. Un ensayo sobre su génesis, su especificidad y su
reproducción (1998), Microempresa na era da globalização. Uma abordagem histórico-
crítica (1999) y Terceiro Setor e Questão social. Crítica ao padrão emergente de
intervenção social (2002).