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Historia de la Iglesia Moderna

Capítulo I: LA IGLESIA CATÓLICA EN LA EUROPA DEL SIGLO XVI.


1.El contexto.
a) Una Iglesia estática en una sociedad inestable: La sociedad europea del 1500 vive en
poblaciones rurales o urbanas que mantienen la economía señorial y la vecindad
aldeana. La mayoría de las familias mantiene el todo de vida rural: tiene un patrimonio
con casa y tierras, sobre el que tiene una propiedad limitada y siempre gravada con
impuestos, condición que hace muy dura su vida. Desde el poder le llegan otros males,
como la inflación monetaria, causada por la mayor circulación de la plata, que dispara
los precios.
A lo largo del 1500 se produce un fuerte flujo migratorio. Crece la población hasta
desbordar los espacios campesinos y municipales; se crean masas de población flotante
que desborda la capacidad de acogida de las instituciones urbanas. Surge asi un mundo
de marginados, en el que prevalecen enfermos y niños, campo propicio para el
bandolerismo y la inseguridad pública. A estas masas no llega el beneficio económico
de las nuevas explotaciones centroeuropeas (pesca, hortalizas y ganadería lanar) y
mediterráneas (vino y aceite) sino su reverso: los víveres imprescindibles (pan y carne)
que se encarecen. Por el contrario, el nuevo mapa comercial de la Europa Moderna,
construido por grandes mercaderes y banqueros al servicio de las Monarquías,
especialmente de los mayores dispendios de éstas, que eran los lujos y las guerras, asila
mas al vecino tradicional de aldeas, villas y ciudades, y le pone frecuentemente ante
nuevas exigencias fiscales de sus señores y sus soberanos que quieren salvar con
impuestos y servidumbres sus insuficiencias económicas en unos estados en los que la
aristocracia es cada vez mas económica.
La Iglesia Católica que ofrecía asistencia religiosa y social a las poblaciones europeas
no esta en condiciones de asumir nuevas tareas. Su presencia física estaba en parroquias
rurales y urbanas, con la base en templos; con pequeños hospitales y cofradías
(compañías) para la asistencia de los indigentes; con escuelas que cubrían escasamente
la demanda del clero; con una economía fundamentalmente decimal, es decir, basada en
los diezmos y primicias que satisfacían los fieles. A lo largo de los siglos medievales se
había acomodado al sistema señorial como titular de patrimonios y rentas y grupo social
diversificado en estamentos. De hecho, la misma Iglesia reproduce en su seno las
desigualdades sociales imperantes: prelados señores que se distinguen como
favorecedores y columnas de las monarquías modernas; cabildos y monasterios que
conjuntan títulos señoriales y académicos y son semilleros de funcionarios, conventos
urbanos que recomponen su mole con vistosidad barroca y albergan comunidades
mayores con frecuencia de mas de un centenar de comensales; clérigos y capellanes
instalados en las parroquias y templos que apenas logran vivir de sus modestos
beneficios. Un mosaico de grupos e instituciones, desiguales y enfrentados, que buscan
el amparo de su autonomía frente a sus colegas, y muy particularmente ante los obispos,
éstos reforzados por las nuevas competencias disciplinares que les confiere el Concilio
de Trento.
Como cuerpo social la Iglesia católica sufre un marasmo social e institucional, que
comienzan a denunciar los grupos inquietos. Sobreabundan los clamores y denuncias,
pero no llegan las iniciativas de cambio. Éstas tuvieron nombre y programa: La
Reforma de la Iglesia.
El renacimiento: La visión unitaria de la vida que presenta el monoteísmo cristiano y
que quiere traducir en normas el renacido Derecho Romano de Bolonia no podrá
sostenerse en este periodo de inquietudes crecientes. La Escolástica, como cuerpo
orgánico de saberes ordenados a la docencia, con su típico latín escolar y sus
sucedáneos culturales, entre los que se destacan la literatura devota, la predicación, y la
hagiografía, se ve fuertemente cuestionada por el espíritu naturalista que se apoya en las
ciencias positivas, el racionalismo que pretende absorber toda la verdad y las formas
literarias y artísticas del Renacimiento que pretende recrear los valores culturales del
mundo helenístico – romano. En contraposición ofrecen al cristianismo nuevos
panoramas rejuvenecedores, los progresos de la Filología que hace posible el acceso a
los textos bíblicos y clásicos en sus versiones originales, las literaturas romances y
sobre todo la nueva arte mecánica de la Imprenta que multiplican los libros, haciendo
posible la lectura personal y reflexiva y superando así progresivamente la cultural oral.
En este conjunto de islas que pugnan por prevalecer, la Iglesia arrastra carencias que
van a traer consecuencias graves. La primera es la escasa definición de la propia Iglesia
católica, que no ha logrado ajustar el Primado Pontificio en sus expresiones más
absolutas. (Las numerosas crisis en que se envuelta la administración pontificia
acarrean confusiones en la Iglesia).
Recuperado el papado del Cisma de Occidente y de las amenazas cociliaristas, no
consiguió dar vida a una nueva eclesiología comunitaria y se configuro definitivamente
como poder monárquico personal y centralizado que hubo de pactar constantemente con
las monarquías modernas. En estas condiciones, agravadas por el cortesanismo romano
del Renacimiento, los sucesivos protagonistas del Pontificado representaron papeles
muy diversos: habilidad diplomática en los tratos políticos, condescendencia forzada
hacia intereses particulares coloreados de religiosidad, legitimación de todo tipo de
iniciativa religiosas, como las reformas en curso, etc.
2. Los papas.
En la sociedad del Renacimiento existen protagonismos crecientes en pugna por prevalecer. Son
las instituciones públicas que continúan intactas, aunque en proceso de absorción, y las personas
de papas, reyes y señores que apetecen personalizar el poder y la autoridad y proclaman el
absolutismo como dogma de gobierno. La Iglesia católica esta dentro de esta tendencia y
presenta el cuadro de sus instituciones y personas, afectadas por esta tensión.
a) Los primeros papas del siglo XVI: señores y favorecedores romanos: Los papas del
siglo XVI están enmarcados en las coordenadas sociales y políticas. Proceden de un
grupo social cortesano del Renacimiento, en el cual se cotiza el éxito muy por encima
de la conducta moral que permanece regularmente al margen o en la sombra y sólo se
hace aflorar cuando se hacen los elogios ditirámbicos o los reproches políticos, una
condición que daña gravemente el sentido cristiano de la vida. Reciben una herencia
institucional que se cifra en la promoción de la cultura humanística en su sede, que mira
a convertir a Roma en la capital cultural del mundo, un compromiso intercristiano, que
es la defensa de la Cristiandad frente al Turco, una estrategia política, consistente en
alianzas puntuales con que contrarrestar contrarios a los intereses romanos, unos
equilibrios diplomáticos y políticos entre las grandes monarquías europeas, de las que
dan la pauta, España, Francia y el Imperio. Cada papa sube al trono como resultado de
un cuadro de interés y personas que se entrecruzan.
b) Alejandro VI (1492 – 1503). Un papa encausado: Rodrigo de Borja, papa con el
nombre de Alejandro VI. Hace carrera romana desde su juventud al amparo de su tío,
como estudiante de Derecho en Bolonia y cardenal y vicecanciller desde 1455, cuando
su tío sube al pontificado con el nombre de Calixto III. Bien equipado económicamente
con una rica nomina de beneficios eclesiásticos, entre los que figuran los obispados
españoles de Cartagena (1482-1492) y Mallorca (1489 – 1492) y diestro gestor de los
negocios curiales, se consolida como cardenal vicecanciller durante los pontificados
siguientes y buen negociador a quien los papas encomiendan frecuentemente legaciones
difíciles. Cortesano rico, de gustos fastuosos, lucio sus grandes dotes de galán alegre y
siempre complacido por las cortesanas con el resultado de una prole numerosa que él
mismo se encargará de promocionar, con envida de sus contrincantes y frecuente
desaprobación de sus amigos. Encamino sin dificultad el gobierno de Roma y de los
Estados Pontificios, tradicionalmente infectados de bandolerismo, estableció un
régimen domestico de sencillez y eficacia y se adentró en la política italiana. Fue un
hombre de alta visión política en el escenario europeo y del mosaico italiano, pero
careció de sensibilidad moral y religiosa.
c) Julio II (1503 – 1513) El terrible. Julia della Rovere. Promocionado por su tio el
cardenal franciscano Francisco della Rovere, futuro Sixto IV, en los estudios y en la
carrera eclesiástica, entra de lleno en la vida romana desde 1471, con una exuberante
dotación económica, dignidades cardenalicias pingues y misiones diplomáticas en Italia
y en diversos países de Europa. En la Curia Romana es durante su larga trayectoria
cardenalicia el hombre hábil y fuerte que mueve la maquina de todas las decisiones
pontificias: con Sixto IV y con Inocencio VIII, que obran a su dictado. Cuando no se le
da la primacía, se convierte en conspirador y adversario. Es cortesano en sus
costumbres privadas y públicas, apasionado por su linaje de hijos y sobrinos que busca
colocar sin gran éxito, voluntarioso y desafiante en sus tratos. Julio II caudillo y rey
deseo siempre la paz y la busco en el Arte, llamando a su lado a los genios del
Renacimiento: el arquitecto Donato Bramante que diseño la futura basílica de San
Pedro como si hubiera de encabezar una Roma nueva que olvidara la antigua y
derrumbada romanidad; los escultores y pintores Andrés Sansovino y Miguel Ángel
Buonarroti que habrían de labrar una gigantes capilla sepulcral y dejaron su genio
pictórico en la capilla Sixtina.
d) León X (1513 – 1521) El papa de las gracias. El cardenal Juan de Médici, papa Leon
X, hijo de Lorenzo Médici y cardenal desde los trece años, pasó por la Corte Romana
sin perder su nativo porte florentino de dignatario rico, alegre y despreocupado, una
imagen idílica que le aseguró los favores mas rediticios como las delegaciones en
Alemania, Flandes y Francia y las magistraturas italianas. Despreocupado de cuanto
supiera a ascesis y epicúreo en sus degustaciones de los momentos de la juventud, era el
compañero de viaje de humanistas y artistas que a estas alturas preferían ser cortesanos
honrados que trabajadores contratados. Con ellos hará caudal y será tenido por
realizador de los grandes sueños artísticos del impetuoso Julio II. A su vista estaban dos
volcanes peligrosos: el Concilio Lateranense V que codificaba reformas y cambios que
demandaban un papa severo que las cumpliese, los grupos reformados, ahora equipados
de teología bíblica y fogosos en sus denuncias, que comenzaban a tener audiencia y
sobre todo apoyo político. El desafío estaba a la vista: la denuncia de los pecados
públicos de la curia romana con el Papa al frente, la demanda reiterada de un “Concilio
Libre” que reforme de verdad la Iglesia. El 31 de octubre de 1517, se oía en la
minúscula ciudad de Wittenberg, de Alemania, la protesta de un fraile observante y
teólogo que se llamaba fray Martin Lutero. La reforma se había hecho terremoto en
Europa y cabía esperar explosiones en cadena. De este nuevo drama no fue consciente
el papa Médici que creyó apagar la hoguera con el remedio acostumbrado: una bula de
excomunión.

Posteriormente la evidencia se asomaba, los papas – reyes del Renacimiento no eran


capaces de conseguir sus dos objetivos primordiales: concordia entre las reyes cristianos
y equilibrios de poder en la península itálica. Había dos opciones en el mapa: alinearse
con el Emperador y el Papa, tan débilmente unidos, y desoír las reclamaciones
religiosas o apuntarse a las reformas radicales, sociales, religiosas y políticas, sin meta
clara y con explosiones en cadena.
e) Los papas que preparan el Concilio de Trento: Paulo III (1534 – 1549) Y Julio III
(1550- 1555).
Es el momento histórico en que la Reforma y el Concilio dominan el panorama eclesial
y político. Los titulares del pontificado no desmienten su honda raíz cortesana y
nobiliaria a la medida italiana. El binomio Reforma y Ortodoxia es ahora la pilastra del
nuevo e incierto edificio.
Paulo III: Alessandro Farnese, un cortesano con todas las implicaciones y tachas que
conlleva el favoritismo dinástico. Sabe que no puede esperar más a convocar el
Concilio y a tutelar la ortodoxia. Y responde vigorosamente: habrá Concilio, que, tras
largos forcejeos con el Emperador, el Rey de Francia y los príncipes católicos alemanes,
termina convocándose para la ciudad de Trento en 1542. Y habrá también Inquisición
(1542), porque la infiltración heterodoxa facilitada por la nueva técnica de la imprenta y
propiciada por los gustos religiosos individualistas del momento, comienza a ser
enfermedad endémica. En ambos casos se adentraba en las tormentas. Pero ahora era
comprendido, incluso cuando vacilaba y buscaba sus peculiares arreglos, como el
traslado del Concilio a Bolonia en 1547 – 1548, renovando las tensiones con el
Emperador. Él y sus sucesores inmediatos serán los papas de Trento, porque ya no
podrán desasirse del Concilio. Al fin la Reforma parecía haber encontrado un cauce, si
bien arriesgado y tortuoso, pero dejaba de ser una ilusión. Era la hora de demostrar que
la Iglesia católica estaba reformada en la cabeza y se disponía a reformar a los
miembros, como se venia clamando desde un siglo atrás.
Julio III: Hombre curial y cortesano, que logra paliar las antítesis políticas y militares
entre España y Francia y prosigue el Concilio contando con la negativa francesa, nacida
de otra nueva intriga política italiana, que fue la Guerra de Parma y la postura
irreductible de los príncipes luteranos, que siguen empuñando sus extremismos
conciliares como arma agresiva frente a un pontificado que rechazan. En medio de
rechazos y negaciones el Concilio prosigue y hace su trabajo doctrinal y disciplinar.
f) Los papas del Concilio: Marcelo II (1555), Paulo IV (1555-1559) y Pio IV (1559 –
1565).
La culminación de este discernimiento político religioso se espera en la primera de 1555
del nuevo papa Marcelo II, el humanista cristiano que parece tener soluciones para
todo, pero fallece a los dos meses de su elección.
Juan Pedro Carafa (Paulo IV), vuelve el escenario cristiano a los días de Clemente VII
y desata las revanchas y rechazos en toda la convulsa europea del XVI, que ya no se
sabe si es católica o protestante. Gobierna con brazo de hierro: quiere reformar por
decreto pontificio con una congregación obediente a sus órdenes, sanciona sin rebajas a
los censores, casi siempre a obispos irresidentes, encarcela a sospechosos a veces de
vida tan ejemplar, promueve la formación de los Índices de libros prohibidos por las
diversas inquisiciones nacionales y regionales. En el balance final solo se suman
perdidas: Inglaterra, vuelve a romper con Roma en 1559 por decisión de la nueva Reina
Isabel, Polonia amenaza con abandonar el credo católico, el Imperio se siente alejado,
decide por su cuenta la sucesión de Fernando I en la silla imperial y gestiona con
autonomía la crisis religiosa y la España de Felipe II vuelve a demostrar al Papa que
sólo ella manda y decide en Italia.
Pio IV, es a quien le toca recomponer la concordia con la España de Felipe II que se
siente paraguas de la Catolicidad y quiere culminar a su dictado el Concilio de Trento,
con una Francia, encendida en guerra religiosa, que sólo apoyaría un concilio
enteramente nuevo, con los potentados católicos y protestantes que cada día se muestran
mas indiferentes respecto al decantado Concilio de Reforma. Pero el Concilio debía
concluir y lo importante era activar su desenlace en forma aceptable. La solución vino
del acostumbrado equilibrismo: un estado mayor pro-pontificio, encabezado por los
cinco legados y arropado por un batallón de teólogos ortodoxos de extracción
prevalente española, un criterio de viabilidad en el campo de las reformas que lo cifraba
todo en una regularidad institucional sin pasar a eliminaciones traumáticas.
g) Los papas que aplicaron el Concilio: de Pio V a Clemente VIII.
El pontificado conciliar realizó uno de los periplos más azarosos de la historia
eclesiástica. Tanteando infinidad de caminos y posibilidades y con las riendas
temporales y espirituales en la mano, hizo el aparente milagro de que la Jerarquía de la
Iglesia asumiera la Reforma en todas sus consecuencias y ésta dejara de ser un
idealismo amenazante. Tres fueron los grandes protagonistas de este momento de
batallas internas católicas: Pio V, fraile dominico, Gregorio XIII, negociador y
mecenas, Sixto V, demiurgo de la nueva Iglesia Barroca, empeñada en la capitalidad
cultural del mundo.
Pio V (1566 – 1572) es el dominico reformado e inquisidor, Michele Ghisleri, que
representaba en los pontificados precedentes la aplicación literal de la Reforma. Empuja
con decisión las reformas hasta extremos imposibles, como le acontece en España, en
donde su proyectada abolición del conventualismo religioso se demuestra equivocada,
apremia a los disidentes y desviados con los temidos procesos inquisitoriales, hace
inspeccionar monasterios y parroquias, sostiene a los prelados renovadores, como
Carlos Borromeo en Milán, concuerda los estados cristianos para nuevas campañas
contra el Turco, pone en marcha los nuevos textos de la catequesis y de la liturgia:
Catecismo de los párrocos, Breviario Romano, Misal Romano.
Gregorio XIII (1572- 1585), Hugo Boncompani de Bolonia, es el papa del equilibrio y
de la siempre cultural que necesita la Reforma para asentar y tener futuro. En su mente
lo que importaba eran los plantíos de una nueva generación eclesiástica en Roma y en
las iglesias locales. Se conseguiría creando colegios de impronta jesuítica en Roma y en
las grandes urbes católicas, siguiendo el modelo del Colegio Romano que terminará
recordándole con el titulo reciente de Universidad Gregoriana y organizando
nunciaturas eficaces en las cortes católicas. Por otra parte, la Roma de os papas quiere
ahora ser la metrópoli de la cultura. Busca y custodia los manuscritos de todas las
lenguas. Definitivamente los papas y la Iglesia vuelven a tomar la delantera en el
escenario europeo.
Sixto V (1585 – 1590) Convierte la Reforma en Imperio. Lo que importa a sus ojos es
Roma, como capital del orbe y cabeza y corazón de la Iglesia. Una capital barroca y
emporio de cultura, que eduque y asombre al mundo, por afuera al contemplar su mole,
sus palacios y templos (palacio del Vaticano, Letrán, y Quirinal); por dentro,
instaurando en ella la primera gran empresa libraría y documental.
La Biblioteca Apostólica Vaticana, modelo de todas las reales bibliotecas modernas.
Definitivamente el pontificado del siglo XVI parece diluirse en la primera parte de la
centuria, tentado por las pasiones de la estirpe y del poder territorial, y renace con vigor
creciente, reconquistando una primacía ya no temporal sino eclesial que había
deteriorado gravemente en las crisis de la Baja Edad Media.
3. Obispos y Clérigos.
a) La nueva cara de la Curia Romana: las congregaciones y sus peritos.
El nuevo perfil reformado y pastoral del pontificado no se explicaría sin un nuevo
modelo de Curia Romana. En efecto, en la Curia se hacían con la experiencia
administrativa y con la promoción personal los dignatarios que decidían en la
administración pontificia y con frecuencia ceñían la tiara pontificia. En su currículo
contaba la estirpe, la habilidad y las oportunidades de crecimiento que podían
desembocar en un cónclave favorable a su candidatura. Eran los titulares de los oficios
mayores del Pontificado y de las magistraturas de la Curia Romana, éstas saturadas de
legistas y de humanistas que despachaban los negocios que en su día rematarían en las
oficinas documentales: La Cancillería, la Rota Romana, la Cámara, la Penitenciaria y
muy especialmente la secretaria. En los grandes problemas públicos de la Iglesia tenían
posturas cercas a las facciones que prevalecían: las de sus familias, como los Borgia,
Sforza, Rovere o Médici, las del papa reinante, las de la nación que les encomendaba
sus negocios y les intitulaba sus protectores.
En la etapa postridentina, el colegio cardenalicio y la curia caminan en dirección fija,
siguiendo el curso y los plazos de las reformas puntuales que establecen el Concilio de
Trento y la normativa sobre las congregaciones, sin que puedan ya desligarse de este
itinerario.
En la misma corte pontificia crece y brilla la Roma de los eruditos eclesiásticos,
apiñados en la Biblioteca Vaticana, de los devotos organizados en las grandes
archicofradías romanas, de los diplomáticos entretenidos en las gestiones de las
nunciaturas. En ella los cardenales ostentan con gusto su pertenencia a alguno de los
oratorios que alimentan la espiritualidad clerical o pilotan grandes campañas de ciencia
y erudición.
b) El clero: señores y proletarios.
Obispos, señores. Los obispos preconizados por el Concilio de Trento están obligados a
realizar personalmente la animación pastoral de su iglesia. Han de ser doctos en
ciencias eclesiásticas con grados académicos o titularidad equivalente. Han de predicar
y examinar la suficiencia a su clerecía mediante el Catecismo de los párrocos y los
exámenes quinquenales. Han de visitar canónicamente al clero catedralicio y controlar
el culto de sus iglesias mayores, comenzando por la propia catedral, en la que existen
ahora nuevos oficiales especialmente dedicados a la predicación, a la liturgia y a la
penitencia. Con especial énfasis les encare el Concilio la obligación de realizar
personalmente las visitas pastorales en su diócesis, la celebración regular de sínodos, la
promoción escolar de sus súbditos, la remodelación hospitalaria que pueda colmar la
creciente demanda de asistencia social, el impulso directo por sus personas y por las de
su clero de la piedad popular que crece fuertemente en la era barroca. En su agenda está
un desafío mayor: la creación de los colegios – seminarios o comunidades colegiales de
jóvenes que puedan colmar una ratio studiorum que les capacite para el ministerio.
c) ¿Las iglesias particulares o nacionales?: la vida real de los cristianos acontece en las
iglesias particulares o locales. Son en principio las diócesis con su geografía articulada
en distritos; las comunidades humanas de cristianos formando feligresías, los ámbitos
sociales y culturales en que conviven los cristianos. En el 1500 estas comunidades
tienen otras referencias más directas en las que se van encuadrando: las monarquías
nacionales que acentúan su presencia jurisdiccional, los municipios que pretenden ser
autónomos y dar formas corporativas a su vecindario. La dependencia social y
jurisdiccional que prolonga el sistema señorial de la Edad Media hace que las
comunidades cristianas se sientan mas directamente dependiente de los señores seglares
o eclesiásticos y de los reyes que de los papas y obispos.
4. Los fieles
a) A lo largo del siglo XVI se hacía evidente la fuerza de las instituciones religiosas en
reforma, ya definitivamente configuradas como observancias, y la indigencia de la
clerecía y del laicado. La primera carecía de modelos, de programa y de ideales que la
renovasen. El segundo, feligrés y contribuyente a la vez, estaba abocado a la pasividad
y conformidad en la vida sacramental. El clima de reforma suscitado en el siglo XV y
enardecido en el siglo XVI llegaba a sus puertas con dos demandas: oración y caridad.
Traducido a la realidad significaba que se deberían crear congregaciones clericales,
asociaciones laicales, programas de acción caritativa y educativa, instituciones de apoyo
que se cifren preferentemente en colegios y hospitales.
b) Proyección popular de la Reforma: En el campo seglar la Iglesia del Renacimiento ve
nacer dos realidades nuevas: el replanteamiento de la beneficencia y el compromiso por
la educación de la juventud.
Las ciudades y villas crean ahora sus propias cátedras, que suelen desarrollarse en
colegios de Gramática y Artes con alguna enseñanza en Derecho Canónico, pasos que
las convierten en Estudios Generales. Concurren a la tarea las órdenes religiosas,
algunas de las cuales, como los dominicos y jesuitas, tienen privilegios para otorgar los
grados académicos. En las ciudades episcopales estos centros se desarrollan hasta
convertirse en universidades con las clásicas facultades de Artes, Teología, Derecho
Canónico y Civil y Medicina. Las materias jurídicas tienen gran demanda porque sus
estudiantes conquistan los oficios administrativos y la Teología crece en la aceptación
general de ciencia renovada por el Humanismo cristiano.
 Doctrinos, huérfanas, arrepentidas… Los graves problemas sociales del siglo
XVI tienen una incidencia mayor en los niños. Las guerras centroeuropeas y las
calamidades públicas que producen grandes desarraigos de poblaciones y los
llevan a las ciudades pone a la luz una turba de niños hambrientos que urge
socorrer recogiéndolos en centros de asistencia y adiestrándolos para la vida.
Antiguas experiencias de casas de huérfanas o casas de doncellas, que recogían
y educaban niñas con destino a la vida religiosa o al claustro, se multiplican
ahora como colegios de doncellas, colegio de huérfanas y casas de
arrepentidas, en el caso de las niñas; y casas de la misericordia y colegios de
doctrinos, en el caso de los niños.
 Enfermos y hospitales: Los aires del Renacimiento y el espíritu de la Reforma
coincidieron en airear la primacía de la Caridad y las soluciones urgentes con
que asistir a las poblaciones indigentes. Lo notable en este momento es el
cambio de concepción y función de los hospitales y cofradías. Lo que se
pretendía en el siglo XVI es centros fuesen mansiones de acogida a todos los
necesitados, enfermos e indigentes. El modelo se venía ensayando desde 1500
en Santiago de Compostela con el Gran Hospital, fundado por los Reyes
Católicos y organizado por el obispo humanista Diego de Muros III, obispo de
Mondoñedo y Oviedo, obra de grandes dimensiones dispuesta para realizar la
asistencia en todas sus facetas: transeúntes, enfermos, apestados, niños
expósitos, servicio farmacéutico.

Capítulo II: LA REVOLUCION RELIGIOSA, LOS CAMINOS DE LA RUPTURA.


En el interior de la cristiandad las rupturas se venían produciendo entre las autoridades, sin
arraigo popular. Pero en el siglo XVI cambiaba seriamente el panorama: ya era posible llevar
las inquietudes religiosas a las masas populares, especialmente al vecindario urbano. Las
llamadas masas populares, especialmente el vecindario urbano. Las llamadas a las masas
desarraigadas eran oídas, incluso en los casos de los grupos mas dispersos como eran los
campesinos. Los protagonistas de la revolución religiosa fueron conscientes de estas
posibilidades y las utilizaron vigorosamente. Tuvieron además a la mano un gran instrumento
cultural, capaz de llevar los mensajes a cada lector u oyente: la imprenta. Con la imprenta y la
escuela municipal seria posible convertir los mensajes en normas y costumbres y esperar que se
consolidasen como catequesis popular.
1. Martin Lutero, el profeta: fraile observante agustino, profesor universitario en la nueva
academia de Wittenberg, gran predicador y escritor, resucitaba con acento vibrante y
sensibilidad religiosa el mismo desafío de Wiclif y Hus. Con su teoría de la justificación
de la sola fides, descarta la libertad humana y las obras buenas del hombre regenerado
por la gracia de Cristo, también los sacramentos y todas las mediaciones de la Iglesia.
Los pasos sucesivos de rechazo y ruptura fueron:
 La campaña contra las indulgencias. La gran ventaja del reformador estaba en que
los tratos mercantiles del arzobispo con los banqueros Fugger de Augsburgo y la
predicación popular de la gracia pontificia durante ocho años eran hechos
escandalosos y odiosos para las clases populares.
 El proceso y la orquestación fue otra de las grandes plataformas de lanzamiento
publicitario de Lutero. Consigue a la altura de 1520 una audiencia que rebosa todos
los cálculos. Humanistas jóvenes, artistas de gran originalidad como Alberto Durero
y caballeros de aventura están a su lado en el momento en que la cancillería
pontificia expide las bulas condenatorias.
 El edicto imperial de Worms que proscribía a Lutero como hereje, es el hito que
señala la división y ruptura en todas sus dimensiones: la postural imperial de Carlos
V que es la defensa de la ortodoxia tradicional y se irá expresando en una lista de
documentos condenatorios de la rebelión luterana.
Lutero encontraba en la esfera nacionalista la forma de adueñarse de su empuje para
capitalizar las fuerzas religiosas. Fue apenas un ensayo de la ruptura plena con la Iglesia
católica, pero también la hora dramática de la decisión para cuantos buscaban la
reformar radical sin ruptura.
a) Alarma en Roma: esta vez no hubo disimulos ni cálculos políticos en Roma. El
papa Adriano VI tenía muy clara que la ruptura era una herida real y gravísima, que
había que curarla inmediatamente, partiendo de su pretexto que era la reforma de la
Curia Romana, que había llegado la hora de la batalla a muerte. Eran un conjuro
contra el mal mayor de la Iglesia al que nadie respondió: ni los reyes cristianos, que
estaban enzarzados en sus disputas nacionales (guerra entre Carlos V de España y
Francisco I de Francia); ni los señores, que se contentaban con respuestas
obsequiosas al Emperador y a su delegado; ni las ciudades, implicadas en la
revolución religiosa que aumentaba su competencia; ni siquiera los obispos,
preocupados de sus señoríos y desinteresados de la actividad pastoral de su clero.

Lutero universalizo su problema. Lutero dice esto me paso, y dijo si me paso a mi le pasa a
todos! El problema de Lutero, es fundamentalmente religioso, obviamente, pero después ese
problema se mezcla con la conciencia. Lutero se encontró con un montón de gente, que
aprovecho su pensamiento y su vida. Y lo incentivo a hacer lo que hizo. esa situación de Lutero
en un primer momento a Lutero nadie le llevo el apunte.
El mayor problema de toda esta situación es que se da un abuso en todo esto, la iglesia en el
papado no estaba preparada para todo esto, para una reforma.

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