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“Ciertamente es grande lo que hizo el Señor; pero si no continúa realizándose cada día
lo que una vez se hizo, el milagro deja de ser grande para nosotros”. Esta expresión de
san Jerónimo pone de manifiesto las dos tendencias en la interpretación de los milagros
en la Iglesia primitiva: la que considera suficiente analizar el hecho histórico y la que se
preocupa por actualizarlo, subrayando algunos elementos que se prestan para asumir un
significado espiritual.
Así, para Jerónimo y Beda el ciego es quien no conoce a Cristo y la curación es el don
de la fe. Pero también los detalles de la narración asumen un valor simbólico. En Mateo
los dos ciegos son dos y no uno como en los otros sinópticos para representar a los
judíos y a los paganos; estar al margen del camino simboliza no haber llegado a la
verdad sino sólo haberse acercado a ella, sea mediante la ley, en el caso del judío, o de
la luz de la razón, en el caso del pagano; dejar el manto implica dejar todo lo que es
viejo, antiguo; seguir a Jesús después de la curación significa la necesidad de sumar las
obras a la fe.
Unos se esfuerzan para ofrecer una actualización al texto, aunque de una manera que a
veces suscita perplejidad, hasta tal punto de que ellos mismos se dan cuenta y lo
reconocen, como lo hace san Jerónimo: “Quizá alguno pensará para sí: éste busca
siempre la alegoría y violenta la santa Escritura”. Los otros, por eso, prefieren renunciar
a esa actualización: el milagro permanece un hecho del pasado, que tiene para nosotros
sólo un valor apologético y alguna aplicación moral que se saca no del milagro en sí
sino de otros elementos presentes en el relato (la insistencia del ciego, la compasión de
Jesús).
Este episodio suele ser puesto en paralelo con la curación del ciego de Betsaida (8,22-
26). Ambos también tienen un significado simbólico ya que muestran la necesidad del
poder sanador de Jesús para abrir los ojos, pero también para ser capaces de reconocer
la identidad de Jesús (en 8,22-26 encontramos la curación del ciego, mientras en 8,27-
30 aparece la profesión de fe de Pedro, donde reconoce a Jesús como Mesías) y para
conocer el camino a recorrer para seguirlo (10,46-52). El encuentro con Jesús y la
curación de la ceguera, habilita para lo que se presenta en la última frase: comenzar a
seguirlo (v. 52).
1. Estructura interna.
Hay una estrecha conexión de cada uno de los elementos que aparecen en la escena. El
v. 46 sirve de introducción: describe la situación: Jesús y sus acompañantes están
caminando, el ciego está sentado junto al camino. Los vv. 47-50 muestran cómo la
distancia es superada y cómo se llega al encuentro del ciego con Jesús: el ciego sentado
grita y recurre a la misericordia de Jesús (vv. 47-48); Jesús interrumpe su marcha y hace
llamar al ciego (vv. 49-50). Los vv. 51-52a refieren el diálogo entre Jesús y el ciego. La
conclusión (v. 52b) reporta la curación del ciego y su seguimiento detrás de Jesús.
2. Paralelo sinóptico.
La descripción del modo con el que Jesús lo hace acercarse aparece bien detallado en
Mc 10,49-50. Aparecen mencionados los acompañantes de Jesús (v.49) y son detallados
los particulares del acercamiento del ciego a Jesús (v.50). En Mt 20,32 sólo se dice:
Jesús se detuvo y les preguntó, mientras que Lc 18,40 es más explícito: Jesús se detuvo
y mandó que se lo trajeran.
3. La situación (10,46).
Marcos es el único que menciona el ingreso en la ciudad de Jericó: Y llegaron a Jericó.
Como de costumbre (cf. 9,30.33; 10,32; 11,1) usa la tercera persona del verbo sin sujeto
explícito; sólo por el contexto (cf. 10,32.46) se puede deducir que el sujeto es Jesús, los
discípulos y quienes los acompañaban, ellos son los que entraron en Jericó.
Esta antiquísima ciudad, ubicada en un oasis del valle del Jordán, era el último centro
habitado antes de atravesar el desierto de Judea y subir hacia Jerusalén. La doble
mención de Jericó en el v. 46 subraya el hecho de que Jerusalén (y todo lo que Jesús ha
anunciado) y el final del viaje están cercanos.
Mc lo presenta como el hijo de Timeo (único paralelo: los hijos de Zebedeo en 10,35;
cf. 1,19) e indica su nombre: Bartimeo. Este individuar a una persona es característico
para quienes son llamados por Jesús (1,16-20; 2,14; 3,16-19) pero no aparece nunca con
quienes son curados por Jesús (en 5,22 se habla de Jairo, pero es el nombre del padre de
la niña resucitada). Como ciego está marcado por un grave infortunio y de ahora en
adelante será identificado por su estado de ciego (10,49.51). Esto explica su labor como
mendigo. La actividad que desarrolla una persona normalmente se menciona en el
contexto de una llamada (Mc 1,16; 2,14).
Se describe su posición: estaba sentado junto al camino, al igual que en 2,14: sentado a
la mesa. Ambos se encuentran en su lugar de trabajo y cada uno a su manera pide dinero
a la gente que pasa. El camino que une Jericó y Jerusalén es apropiado para un mendigo
a causa de la gran cantidad de peregrinos que pasaban por allí. Son pocas las personas
del Evangelio de las que recibimos tanta información como lo tenemos en el caso de
Bartimeo.
El cambio que se constata en Bartimeo está expresado claramente por dos verbos (dos
imperfectos que indican un estado continuo) que marcan el inicio y el final: v. 46:
estaba sentado junto al camino y v. 52: lo seguía por el camino. El que era ciego,
estaba solo y bloqueado junto al camino, pero recupera la vista y es capaz de entrar en
comunión con Jesús y seguirlo a lo largo del camino que lo lleva al destino anunciado.
Es interesante notar la importancia del tema del camino en esta sección. En Mc 8,27 la
pregunta de Jesús que da lugar a la profesión de fe de Pedro se da en el camino,
mientras que en Mt 16,13 se dice que fue al llegar a la región de Cesarea de Filipo y en
Lc 9,18 no se dice nada del lugar. En Mc 9,33 Jesús les pregunta de qué conversaban en
el camino, mientras en Mt 18,1 y Lc 9,46 no se dice nada con respecto al lugar y sólo se
refiere la pregunta sobre quién es el más grande. En Mc 10,32 el tercer anuncio de la
pasión se da mientras iban de camino, algo que aparece también en Mt 20,17 pero no en
Lc 18,31.
Al grito del ciego se opone un obstáculo: los que acompañan a Jesús lo quieren hacer
callar (el verbo está en imperfecto lo cual resalta la acción de querer acallarlo). No se
indica el motivo de este comportamiento. Parecería que tienen una falsa concepción de
la persona y de la obra de Jesús. Piensan que no vale la pena que Jesús interrumpa su
camino para ayudar a un insignificante ciego.
Sólo aquí se dice expresamente que Jesús interrumpió su camino y se detuvo. Jesús no
pasa al lado de un pobre sin dar pruebas de su misericordia. Su bondad hacia los que
sufren lo hace detenerse. Las tres intervenciones de Jesús están introducidas por la
expresión Jesús dijo (10,49.51.52). Mediante la voz el ciego expresó su deseo firme de
encontrarse con Jesús y mediante la voz Jesús lo hace ir hacia Él. Del contacto a
distancia mediante la voz se llega al encuentro inmediato.
La reacción del ciego es descripta en tres momentos que se encuentran sólo en Mc. Ante
todo, arroja su manto, que le servía también como abrigo durante la noche. Algunos ven
en el manto un símbolo de lo antiguo, del estilo de vida anterior que es abandonado. Por
otro lado, el gesto de Bartimeo corresponde al de quienes han sido llamados a seguir a
Jesús y dejan el ambiente en el que han estado viviendo: 1,18: ellos dejaron sus redes y
lo siguieron; 1,20: dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo
siguieron.
El mendigo ciego abandona su manto sobre el que estaba sentado y que seguramente le
servía para recoger las limosnas que recibía de quienes pasaban.
Cuando están juntos, Jesús le pregunta: ¿Qué quieres que haga por ti? La misma
pregunta aparece en 10,36: ¿Qué quieren que haga por ustedes?
Jesús le pide al ciego una toma de posición, debe expresar qué deseo motivó su
conducta precedente. La misma pregunta se encuentra en el diálogo con los hijos de
Zebedeo, pero en ese caso la iniciativa no había sido de Jesús sino de ellos. El verbo
“querer” es importante en las instrucciones principales de nuestra sección (8,34.35;
9,35; 10,43.44). Una de las enseñanzas fundamentales de Jesús es hacer que sus
discípulos sepan reconocer el deseo que está detrás de sus actitudes, cuál es el fin que
buscan con su estilo de vida.
Pide a Jesús la curación de su ceguera. El pedido del ciego manifiesta, al mismo tiempo,
un reconocimiento del mesianismo de Jesús, ya que uno de los signos que da el mismo
Jesús para que puedan reconocer su misión mesiánica es que los ciegos recuperan la
vista (Mt 11,5; Lc 7,22), lo cual va unido con el título que anteriormente le da Bartimeo:
Hijo de David (10,47.48). Este pedido viene aceptado por parte de Jesús, a diferencia de
lo sucedido con los hijos de Zebedeo (10,37-38).
6. Función en el contexto
La perícopa presenta la última curación del Evangelio de Mc y la primera y única en
Judea. Pero lo que sucede no es sólo la curación de un hombre ciego. Este hecho se ve
comparando nuestro episodio con Mc 8,22-26 y Mc 1,16-20.
Las características que distinguen 10,46-52 de 8,22-26 al mismo tiempo lo unen con
1,16-20 (cf. 2,14): el pasar de Jesús (1,16.19; 2,14; 10,46); el nombre (1,16.19; 2,14;
10,46); el nombre del padre (1,19; 10,46); la ocupación (1,16; 10,46); la llamada de
Jesús (1,17.20; 2,14; 10,49); el dejar algo (1,18.20; 10,50); el seguimiento (1,18.20;
2,14; 10,52). La comparación permite ver cómo la perícopa 10,46-52 está impregnada
por elementos que caracterizan al discipulado. Podemos pensar que 1,16-20 y 10,46-52
constituyen una inclusión en torno a toda la actividad de Jesús antes de su llegada a
Jerusalén. Ella comienza con la llamada de los primeros discípulos y termina con el
seguimiento de otro discípulo.
Mc 10,46-52 muestra una extraordinaria riqueza de temas y aparece como una síntesis
de toda la sección de Mc 8,27-10,52. Es interesante tener en cuenta algunos aspectos.
Quienes acompañan a Jesús quieren impedir a los niños (10,13) y al ciego (10,48)
acercarse a Jesús. Jesús no acepta este comportamiento (10,14.49). Hace comprender a
los Doce que recibir a un niño es un servicio ejemplar (9,35-37) y presenta el servicio
como el núcleo de su misión (10,45). También su comportamiento con el mendigo ciego
va en esta línea.
Todo esto se desarrolla en el camino hacia Jerusalén que Jesús tantas veces ha revelado
como camino hacia el cumplimiento de su misión (8,31; 9,31; 10,33) y a lo largo del
cual ha enseñado a sus discípulos las condiciones del seguimiento (8,34-9,1; 9,35-50;
10,42-45). El encuentro con el mendigo ciego muestra a Jesús que decididamente se
acerca a la meta de su camino y, por otro lado, a un hombre que tiene el
comportamiento justo: es un hombre de una fe plena en la identidad y en la potencia
salvadora de Jesús y, siguiéndolo manifiesta su confianza en Él como guía de la vida, de
la salvación.
La perícopa concluye la sección del camino hacia Jerusalén y al mismo tiempo hace de
transición al episodio sucesivo: el ingreso en Jerusalén (11,1-11) con el que presenta un
contacto bien claro: la filiación Davídica (10,47.48; 11,10).
El camino de Jesús hacia Jerusalén se convierte para Marcos también en un símbolo del
camino espiritual del cristiano, llamado a seguir a Jesús (8,34; 9,38; 10,21.28.32.52),
negándose a sí mismo (8,34), haciéndose pequeño, pobre, servidor (9,33-37; 10,17-
31.35-45). Pero el seguimiento se ve obstaculizado por la ceguera humana, como
muestran las reacciones negativas al triple anuncio de la cruz (8,32s; 9,32s; 10,35-41).
En este contexto, casi todos los estudiosos de Marcos admiten que Bartimeo, que una
vez curado “lo seguía a lo largo del camino” (10,52), tiene un valor simbólico.