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Staff
Jadasa
amaria.viana Joselin
Anna Karol Julie
AnnyR' Madhatter
Beatrix mely08610
Dakya Miry
evanescita Sahara
Gesi Val_17
Ivana Umiangel
Jadasa
Amélie
Anna Karol
Elizabeth.d13
gabibetancor
Jadasa
Joselin
Tasmin
Libertad.
Una palabra tan simple.
Carecía de importancia para quienes la tenían. Pero para aquellos
que no, era la más preciada y la esperanza prometida de todo.
Supuse que tuve la suerte de saber cómo se sentía la libertad.
Durante dieciocho años, había sido libre. Libre de aprender lo que
quería, de ser amiga de quien me agradaba y de coquetear con los chicos
que superaron mis exigentes requisitos.
Era una chica sencilla con ideales y sueños, la sociedad me animó
a creer que nada podía herirme, que debía esforzarme por una excelente
carrera y que nadie podría detenerme. Las reglas me mantendrían a
salvo, la policía mantendría lejos a los monstruos y podría seguir siendo
inocente e ingenua ante la oscuridad del mundo.
Libertad.
La tenía.
Pero entonces, la perdí.
Asesinada, resucitada y vendida.
Perdí mi libertad durante tantos años.
Hasta el día en que él entró en mi jaula.
Él, con los ojos negros y el alma más negra.
El hombre que desafió a mi dueño.
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Tasmin
Querido Diario,
No, eso no suena bien. Demasiado alegre para mi historia.
Querido Universo,
Tacha eso. Demasiado grandioso.
A la persona que está leyendo esto,
Demasiado vago.
A la persona que deseo pueda ayudarme,
Eso me metería en problemas. Y me rehusaba a sonar débil. No si
estas palabras fueran lo único por lo que un extraño me recordaría.
A…
Golpeando el lápiz roto contra mi sien, hice mi mejor esfuerzo para
concentrarme. Durante semanas, había estado confinada como un
animal de zoológico aclimatada a su nueva jaula. Me habían alimentado,
lavado y brindado atención médica desde mi llegada. Tenía una cama con
sábanas, un inodoro y un champú en la ducha. Tenía lo básico que toda
vida humana y no humana requería.
Pero no vivía.
Estaba muriendo.
Ellos simplemente no podían verlo.
Espera... ya sé.
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crianza.
¿Ese aplomo y confianza que mi madre me inculcó? No me otorgó un
buen lugar para una carrera rentable o un marido guapo. Hizo enojar a la
gente. Di la impresión de ser una engreída, sabelotodo y vana.
Me hizo un objetivo.
No sé si alguien verá esto alguna vez además de ti, Nadie, pero si lo
hacen, espero que olviden lo que voy a admitir. Soy hija única de una
madre soltera. Amo a mi madre. Lo hago.
Pero si logro sobrevivir a lo que me va a pasar, y por algún milagro,
vuelvo a encontrar la libertad, me guardaré esta próxima parte cuando
cuente mi tiempo en el purgatorio.
Amo a mi madre, pero la odio.
Extraño a mi madre, pero no quiero volver a verla nunca más.
Obedecí a mi madre, pero quiero maldecirla por la eternidad.
Ella es la única a la que puedo culpar.
La única responsable de que me convierta en nada más que una
puta.
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Página
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Traducido por Joselin
Corregido por Anna Karol
Tasmin
Pasaron dos días.
En el mundo del que me tomaron, dos días no era nada. Dos relojes
de alarma, dos lecciones en la universidad, dos noches de hablar por
teléfono con mis amigos y dos noches de sueños maravillosamente
protegidos donde creí estúpidamente que nadie podía hacerme daño.
¿En este nuevo mundo?
Dos días fueron suficientes para que me rascara por picazones que
no existían solo para sentir algo. Dos días significaron que usé mi lápiz y
luego arranqué lentamente la madera para revelar más plomo, así que
tuve algo en lo que ocupar mi tiempo.
Dos días significaron que continué escribiendo mi novela de papel
higiénico, sin saber que al final de las cuarenta y ocho horas, mi breve
estancia en el limbo terminaría.
El proceso terminó.
Mi fecha de venta se encontraba lista.
Vinieron por mí a la hora de la cena. En lugar del habitual arroz
blando y pollo o guiso acuoso que empujaban a través del agujero en la
pared, la puerta se abrió.
¡La puerta se abrió!
Por primera vez en semanas.
Había estado sola, acompañada por unos espejos sucios que
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rompieron en algo que atesoraba. Era más fuerte ahora que cuando
llegué por primera vez. Ya no era la niña llorona que había sido
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Tasmin
Para Nadie,
Mi madre siempre me dijo que los matones también son personas.
Me advirtió que nunca juzgara las primeras impresiones o fuera
superficial como los demás. Dijo que no era mi lugar criticar, sin saber si
estaban sufriendo o viviendo una vida terrible mientras atacaban a otros.
Bueno, no estaría de acuerdo teniendo en cuenta mi situación actual,
pero, de nuevo, estos hombres no son matones, son monstruos. Así que
supongo que la regla de mi madre está a salvo.
No juzgues. Escucha.
Ella me prometió que me mantendría en buena posición, y que haría
amigos, no enemigos. Lo que no me dijo fue que a nadie le gustaba ser
observado como un espécimen, y todos odiaban a un compasivo
sabelotodo.
Y fue por eso que me atacaron.
O al menos… creo que lo fue.
Verás, Nadie, todo comenzó como una noche normal. Me vestí en mi
habitación, frente a la de mi madre. Me puse los tacones bajos que ella
eligió, así como el vestido de hombros descubiertos y me subí al taxi que
contrató.
Agradecí que me incluyeran porque normalmente no era así.
Me sentía orgullosa de mi madre. Respetuosa, cautelosa… pero no
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adorando. Me amaba, pero no tenía tiempo para las niñas tontas, incluso
si esa niña tonta era suya. Se aseguró de que yo fuera vieja y sabia para
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poder valerme por mí misma mientras lidiaba con adultos matones a diario.
Vendió sus servicios al Estado para aliviar la carga de los psicópatas y
pedófilos.
Nos trataba a todos como conejillos de indias, pensando en nuestras
mentes, preguntándose por qué hice algo en lugar de reprender. Exigir
palabras articuladas en lugar de demostraciones desordenadas de
emoción.
Mis amigos me llamaron loca por confiar en la guía de mi madre.
Pero yo era una buena niña, una amable hija, una niña guiada por una
mujer que se ganaba la vida levantando el velo en el que se esconden los
humanos. Me hizo creer que tenía la misma magia, y era mi deber ayudar
a los que no tenían ese don.
Ella me formó.
Supongo que tengo que estar agradecida por eso porque, sin su
educación estricta, sería como las chicas lloriqueando incluso ahora en la
esquina en tanto esperamos a que nos recojan para lo que venga a
continuación. Estoy agradecida con la mujer que me dio a luz por darme
estas habilidades para la vida, pero eso no significa que alguna vez la
perdonaré.
Desde las nueve de la noche hasta medianoche, me hallaba a salvo.
Me mezclé con trajes y entretuve en susurros, representando a mi madre y
su negocio con el equilibrio que exigía.
Solo que, alrededor de esa hora de brujería, cuando las reglas se
relajan y el cansancio se arrastra bajo la oscuridad de la diversión, conocí
a un hombre. Mientras mi madre intoxicaba a los benefactores con su
ingenio y su encanto, ganando generosas donaciones para su caridad para
el bienestar mental de las personas en el corredor de la muerte (por qué
alguien querría donar, no tenía idea), un hombre misterioso llamado señor
Kewet coqueteó conmigo.
Se rio de mis chistes adolescentes. Complació mis caprichos
infantiles. Y caí en cada maldito truco en su desastroso arsenal.
Mientras otros rodeaban a este hombre, notando instintivamente
algo malo, hice que mi misión fuera hacer que se sintiera bienvenido. No
dejé que la voz dentro de mi cabeza me alejara; en cambio, creía en la regla
firme y rápida de “No juzgues. Escucha.”
Mi madre me enseñó mal.
Me hizo querer simpatizar en lugar de temer.
Me hizo creer en lo bueno en vez de reconocer lo malo.
Bailé con mi asesino.
Sonreí cuando me acorraló afuera.
Traté de calmarlo cuando me amenazaba.
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—Se acabó el tiempo. Será mejor que estés lista para irte.
Mi lápiz dejó de acuchillar mi papel higiénico. Necesitaba escribir
lo que sucedió después de caer inconsciente en el abrazo asesino del
señor Kewet. Cómo me devolvió a la vida en un mundo que ya no
reconocía. Cómo todo lo que sabía y todo lo que tenía sentido se
encontraba, repentinamente, revuelto y era completamente extraño.
Pero Máscara Veneciana regresó, cruzando los brazos sobre su
enorme cuerpo. Incluso su voz era anodina sin acento ni insinuación. Sin
rasgos faciales ni pistas raciales, no tenía idea de adónde me habían
transportado ni a qué país pertenecería.
Levantando mi puñado de párrafos garabateados con lápiz, metí el
pañuelo en mi corpiño con cuentas de perlas. Mis dedos arrastraron el
vestido decorativo para susurrar sobre mi garganta. Incluso ahora, las
sombras de magulladuras me marcaban. Ser estrangulada era una
muerte dolorosa. Y una que dejó rastros tanto de dolores como de
contusiones, siempre allí para recordarla cuando se vislumbraba en un
espejo.
Me mató. No pude detenerlo.
Entonces, ¿por qué no pudo dejarme muerta?
¿Por qué no podría haber terminado esto en lugar de solo
comenzarlo?
Porque vales mucho más viva.
Enderecé la espalda.
Me sequé el cabello y me apliqué la máscara de pestañas y el lápiz
labial. No sabía por qué me molestaba. Sin embargo, la belleza puede ser
una maldición que me puede otorgar un destino más amable. En mi
razonamiento inquietante, pensé que cuanto más pagaba alguien por mí,
mejor podrían tratarme.
A menos que me saliera el tiro por la culata y un multimillonario
psicótico me compre para su práctica de tiro.
Mi garganta se cerró en tanto mi corazón hacía todo lo posible por
encontrar una escalera de tijera y salir de mi pecho. Me lo tragué de
nuevo. Por mucho que no quisiera enfrentarme a esto, necesitaba que me
latiera el corazón si tenía alguna posibilidad de sobrevivir.
Caminando sobre los azulejos, alisé mi vestido blanco como si fuera
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besó mi cuerpo sin ropa interior para proteger la piel sensible de mis
pezones y núcleo y susurró sobre el piso a un milímetro de ser demasiado
largo. Las medidas fueron exactas, hasta el tamaño cinco de los tacones
blancos en mis pies.
Nunca fui fanática del blanco. Prefiero usar negro, porque me daba
la imagen de autoridad (según mi madre), o colores pastel y colores
dependiendo de mi estado de ánimo en la clase.
El blanco era de un mantenimiento demasiado alto. Se ensuciaba
con manchas de vida a los pocos minutos de ponérselo. Pero también me
daba la inocencia por la que entendí, mis traficantes me habían vestido.
Mi cabello parecía más brillante; mis ojos verdes más grandes, mi tez más
bonita.
La chica vestida de negro se veía dura y mayor, mientras que la
pelirroja de color gris parecía desteñida y ya pedía una tumba.
Si estábamos a punto de entrar en la guarida de un lobo, no quería
oler a sangre antes de la pelea. Manteniendo mis hombros hacia atrás,
pasé junto al guardia y me puse a caminar con Máscara de León.
En silencio, seguí a nuestros pastores y conduje al triste tren de
esclavas por el pasillo, a los ascensores y al nivel dos.
Allí, la conmoción fue recibida con sonidos de conversación, risas
masculinas y un piano suave.
Había pasado tanto tiempo desde que escuché música o sentí el
cálido bufete de cuerpos que me perdí. Olvidando mi necesidad de
permanecer al margen y sin tocar, me detuve de golpe. Mi olvido me ganó
un golpe al lado de mi cabeza cuando Máscara de León me empujó hacia
adelante.
Tropecé por primera vez desde que había respondido durante la
primera paliza que soporté y sufrí durante la lección una vez más.
Ojos fijos en mí desde todos los rincones de la habitación.
Ojos hambrientos.
Ojos enojados.
Ojos terribles, llenos de lujuria.
Todos mirando por detrás de un tesoro de papel maché y yeso de
máscaras parís.
Un foco se movió desde la brillante bola plateada que empapaba el
espacio con luces parpadeantes directamente sobre nosotros. El piano
dejó de sonar cuando las dos chicas y yo nos dirigimos al centro de lo que
solía ser una pista de baile bajo la guía de Veneciano y León.
Ahora, era una pluma de mercado. Completa con podio para
inspección y subastador con su martillo. Las dos chicas, con las que me
23
Para Nadie,
Esa fue la última vez que hablé. La última vez que perdí. La última
vez que supe lo que era no vivir cada día con dolor.
Desde ese día en adelante, fui Pimlico la Muda, la Mujer Sin Voz de
Blanco.
Sin importar lo que me hizo ese hombre, no me rompí.
Sin importar la golpiza o el castigo sexual que me dio, me mantuve
muda y fuerte.
Me gustaría decir que encontré una manera de escapar. Que corrí.
Que te estoy escribiendo esto desde una pintoresca cafetería en Londres
con un guapo novio a mi izquierda y una mejor amiga a mi derecha.
Pero nunca he sido buena mintiendo.
27
Pimlico
En lugar de contar lo que perdí y jamás volvería a ver, prefería
contar lo que tenía.
Eso me mantuvo ocupada a medida que se realizaba la transacción
de mi venta, la sala se vació cuando los postores exitosos se llevaron sus
nuevas posesiones a casa, y mis brazos fueron sujetados detrás de mí
para que una gruesa cuerda se envolviera alrededor de mis muñecas
como una especie de retorcido anillo de bodas.
No dije ni una palabra cuando una venda se colocó sobre mis ojos
con un sudario ennegrecido, ni espié cuando las manos dominantes me
guiaban desde el salón de baile, lleno de calidez y notas de piano, por
pasillos que no podía ver, y a través de un vestíbulo que no había
presenciado.
Se intercambiaron voces suaves mientras me empujaban como a
un fugitivo dentro de la parte trasera de un auto, mi vestido blanco y mi
bufanda todavía me decoraban como un preciado juguete recién sacado
del estante.
No sabía si me transportaba un desgastado Honda o un Maybach
costoso desde el Hotel de Tráfico Sexual a una pista de aterrizaje privada.
No se me permitió ver, tocar o mover sin la ayuda de las dos manos que
me compraron.
Él no me hablo. No le hablé. Y el personal que nos rodeaba no
necesitaba hablar porque tenían sus órdenes y las obedecían
explícitamente.
Agachándome más allá del fuselaje de lo que supuse era un jet
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paso.
Página
dolor.
Me vendieron a ese demonio.
Sonrió, mostrando derechos dientes blancos en un rostro
bronceado. Su cabello rubio y opaco lo consideraba sueco o quizás
noruego. Tenía la misma estructura ósea de desgarbados europeos con
nariz larga, pómulos pronunciados y ojos azules penetrantes.
Supuse que su edad sería de finales de los treinta. Una edad en la
que podría haber sido mi padre si hubiera tenido hijos pequeños.
Espera…
¿Tenía hijos? ¿Esposa? ¿Familia?
Nos miramos fijamente el uno al otro, sin decir una palabra. Se
sentía como un concurso, luchando por la dominación, pero lo sabía bien.
Quería que entrara en su trampa. Le pedí que me desatara. Hice mi parte.
El resto dependía de él.
Sonrió fríamente. —Ahora que puedes verme, comencemos.
Inclinándose, clavó los dedos en mis rodillas. Nadie me había
agarrado ahí antes, pero cuando sus uñas se hundieron rápidamente en
el satén de mi vestido y se enroscaron alrededor de los huesos que
protegían mis articulaciones, de repente comprendí cuán vulnerables
eran las rodillas. Cuán fáciles de arrancar y destrozar.
Jadeé, volviéndome helada en mi silla.
—Mi nombre es Alrik Åsbjörn. Para ti, soy el amo A. ¿Entiendes?
—Clavó más fuerte sus dedos.
Mis labios se pegaron, negándose a hablar. Tenía el poder sobre el
habla, pero no sobre mis ojos. Se llenaron de dolor mientras seguía
haciéndome daño.
—¿No tienes nada que contestar? —Su mandíbula se tensó en
tanto apretaba más fuerte mis rodillas—. ¿Qué le pasó a la chica que pujo
un millón por ella? Me gustaba más esa perra.
La incomodidad agonizante estalló en mis piernas, pero no me
rompí. No podía. Si él ganaba esta batalla, entonces habría perdido la
guerra. No podía hacerme eso tan pronto.
—¿Te has vuelto tímida conmigo? Bien. —Eliminando su amenaza,
se recostó—. Hablarás. Ya lo verás.
El alivio alrededor de mis huesos pulsaba con cada latido del
corazón.
Haré todo lo posible para que nunca más vuelvas a escuchar mi voz.
—Veo que tendremos que hacer algunas incursiones, pero no me
subestimes, niña. No quieres meterte conmigo. —Tirando de un archivo
negro que no había visto encajado a su lado, abrió la cremallera del folder
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eres tú. La suma de tu vida. Tus amigos en las redes sociales. Tus fotos
familiares. Tus mensajes personales. Cada pensamiento tonto y feo
recordatorio de tu pasado.
Su voz suave, estúpidamente, me calmó hasta que él explotó en un
estallido violento, arrojando los papeles a través de la madera y la cabina
con adornos plateados. —¡Desapareció! Todo. Ya no eres esa puta. Eres
mi puta. Se te ha dado el nombre de Pimlico, y de ahora en adelante, eso
es todo lo que eres. ¿Lo entiendes? No tienes nombre ni familia y eres
mía.
Elevó la mano y las lecciones que los traficantes me enseñaron me
mantenían servil. Me encogí antes de su ataque, ya le daba el control que
tanto deseaba. Me golpeó alrededor de la oreja, causando un fuerte
sonido dentro de mi cráneo.
Me mordí el labio, conteniendo cualquier llanto o lágrima,
inclinándome para enviar una onda de cabello castaño para ocultar mi
rostro.
Necesitaba desaparecer. Desvanecerme.
A él no parecía importarle que no gritara ni rogara. Frotándose las
manos, volvió a calmarse.
Demasiado tranquilo.
Actuó como si estuviéramos en una cita comercial, discutiendo una
transacción que nos beneficiaba a los dos.
Quería enseñarle lo que era beneficioso: sus bolas en mi mano
izquierda y una orden de detención en la derecha.
Alrik, ¿como si alguna vez lo llamaría amo A? (El imbécil sádico):
colocó una palma sobre su mandíbula bien afeitada. —Es justo que te
diga algo sobre mí, ya que sé todo lo que hay que saber sobre ti. —
Frotando las uñas contra su camisa, suspiró como si todo esto lo
aburriera—. Te llevaré a mi casa en Creta. Ahí, harás lo que yo quiera,
cuando yo quiera. No te rehusarás a menos que disfrutes de la agonía. —
Sus ojos se estrecharon sin piedad—. Por otra parte, tal vez te guste el
dolor. ¿Te gusta, Pimlico? Respóndeme; no seas tímida. ¿Disfrutas
secretamente de ser lastimada?
Me puse rígida cuando me acarició la rodilla otra vez, amenazando
con recordarme lo que ya hizo. —Cualquiera que sea el poder que esperas
obtener al permanecer en silencio... piénsalo de nuevo. —Su mano
recogió el vestido y me lo puso en los muslos.
No. Por favor, no.
Cerré con fuerza los ojos, esperando que sus gruesos dedos
treparan entre mis piernas. Pero se detuvo. Flotando sobre mi delicada
piel, gruñó—: Me hablarás. Finalmente. Pero no te preocupes, si solo
aprendes a gritar, puedo trabajar con eso.
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Pimlico
—Esta es tu habitación.
Alrik me empujó por el umbral, bloqueando la puerta con su
cuerpo. Mis tacones blancos resonaban en los brillantes azulejos
plateados, hundiéndose profundamente en una alfombra de piel de oveja
mientras tropezaba por su empujón.
Quería frotar mi piel donde me tocó. Quería lavar, y lavar, y lavar.
Habíamos llegado hace poco tiempo, volando desde las nubes a la
tierra, concluyendo nuestro viaje en una pista de aterrizaje privada. Un
auto con chofer nos llevó desde allí hasta aquí, y la resplandeciente casa
de mi captor no hizo nada para que mi estadía fuera más acogedora.
Al momento en que me arrastró dentro, me empujó a través del
espacio, pasando el comedor, la cocina, la sala de estar, hasta un tramo
de escaleras que se bifurcaba en dos direcciones. Tomó la izquierda,
envolviendo sus dedos con fuerza alrededor de mi muñeca como si fuera
a huir en cualquier momento.
No hay ningún lugar al cual huir.
No tenía idea de dónde me encontraba. Sin ninguna esperanza de
escapar.
Perdí la cuenta de cuántas habitaciones existían en el pasillo hasta
que abrió una puerta lacada en blanco y me arrojó dentro.
O bien Alrik tenía una fascinación por el blanco, o no tenía
inspiración cuando se trataba de decoración. Las paredes eran blancas,
37
bienvenida.
Para Nadie:
Él se ha ido. Se ha llevado mis anteriores confesiones, pero no mi
lápiz. Voy a ocultar lo que transcribo ahora, así nunca tendrá estas nuevas
páginas. Es tarde, muy tarde, pero no tengo un reloj en esta tumba sin
emociones. Mañana, mi vida cambiará, y podría o no escribirte acerca de
lo que vivo.
Sólo saber que estás allí para escuchar es suficiente. Tener tu
aceptación y ningún juicio me hará seguir adelante.
Mi madre estaría orgullosa de mí. He durado tanto tiempo con mi
dignidad intacta.
¿Puedo contarte un secreto, Nadie? Lo que sea que Alrik me haga
mañana, sexualmente, será lo primero que alguien me haya hecho. Tengo
dieciocho años y soy virgen. Ridículo, ¿verdad? Pero eso es lo pasa cuando
vives en mi mundo. Mi madre me obligó a elegir libros sobre chicos y
estudios sobre sexo. Quiero decir, si hubiera encontrado a un chico que me
gustara lo suficiente para tener un par de citas y dar algunos besos
descuidados, sus reglas no me habrían detenido. Pero no lo encontré. Y
ahora, nunca lo haré porque esa elección me fue arrebatada.
¿Es estúpido no tener miedo de sus puños o botas o cadenas? ¿Es
ridículo que no tema los palos y látigos y equipos de tortura? Todo lo que
realmente temo es a él. Su… pene.
¿Dolerá?
¿Sangraré?
¿Quién estará allí para hablar conmigo cuando se termine y me
sienta diferente? ¿Cuándo él me fuerce de niña a mujer? ¿De adolescente
a esclava? ¿De libre a rota?
Tú, supongo. Sólo tú.
Hasta mañana, Nadie.
Duerme bien porque yo no lo haré.
39
Página
6
Traducido por Jadasa
Corregido por Elizabeth.d13
Pimlico
Para Nadie,
Yo... pensé que podía hacer esto. Pero no puedo. Pensé que podría
decirte lo que él hizo. Pero no lo haré. Todo lo que puedo decir es... su idea
de bienvenida incluía cosas que nunca quiero volver a experimentar. Duele.
Muchísimo, tanto. Apenas puedo sentarme sin querer gritar en agonía
mientras te escribo esto.
Tomó mi virginidad.
Varias veces.
Me hizo desear que el sexo nunca fuera inventado.
Dios, dolió tanto, Nadie.
Pero no me mató.
De manera que me concentraré en eso.
Y en esforzarme al máximo para descubrir cómo sobrevivir.
40
Página
7
Traducido por Julie
Corregido por Anna Karol
Pimlico
Para Nadie,
¿Cuánto tiempo llevo viviendo aquí? Lo he olvidado. ¿Son dos
semanas o tres? ¿Diez semanas o doce?
Alrik mantiene deliberadamente los calendarios fuera de la casa, y
cada dispositivo tecnológico que posee está protegido con contraseña. Lo
sé porque lo he intentado. He estado en la oscuridad tratando de hackear
su codificación. He fingido que dormía, encadenada en la esquina de su
dormitorio, todo mientras andaba a tientas con el bloqueo numérico de su
teléfono celular.
La única forma en que puedo juzgar el paso de los meses es la
inyección anticonceptiva regular que me da.
Oh, Nadie, ¿si pudieras verme? Dios, estoy tan contenta de que no
puedas hacerlo.
¿Cómo pude ser tan vanidosa para pensar que era guapa? ¿Por qué
siempre quise perder la grasa que me daba curvas? Puedo decir
honestamente que, si mi madre me viera ahora, pasaría justo al lado mío.
No me reconocería. No me reconozco.
Alrik me cortó el cabello hace tres noches. ¿O fueron seis? No lo sé.
Todo lo que sé es que sus puños en mi piel y sus botas en mi vientre no
eran suficientes para él. Tuvo que cortar el cabello que usé para proteger
mi cara de la suya. Me quitó mi protección con cuatro cortes con la tijera de
la cocina.
41
Para Nadie,
Te hablo todos los días (si puedo robar el tiempo), ¿pero te has dado
cuenta de que no estoy escribiéndolo todo? ¿No te estoy llevando a través
de mis horrores diarios o entreteniendo con la verdad de lo que soporto?
¿Quieres saber por qué?
Porque nadie debería tener que leer lo que me hace. Nadie debería
tener que ver lo que hace ese bastardo violador.
Te lo ahorraré.
Y me lo ahorraré al no recordarlo.
43
Página
Traducido por Jadasa
Corregido por Anna Karol
Querido Nadie,
Hoy, Alrik me dijo que he estado con él durante un año. ¡Un año! Un
año repugnante, horrible y devastador.
Un año…
Eso es demasiado tiempo.
Hice todo lo que pude para escapar… lo sabes. Me escondí de él,
luché contra él, incluso intenté matarlo.
Y pagué por mis intentos.
Eres lo único que tengo, Nadie. Solo tú sabes los verdaderos hechos.
Solo tú entiendes lo que he hecho para sobrevivir. Cómo renuncié a un
pedazo de mí misma para proteger lo que me queda. Cómo puede lastimar
mi cuerpo, pero ya no mi alma.
He aprendido a manipularlo. Todavía me pega, Dios mío, todos los
días encuentra nuevas maneras, pero después de todo este tiempo, me
prometió que ya me habría roto.
Ocurre lo contrario.
Ahora soy más fuerte de lo que alguna he sido.
En este momento soy más vieja.
Actualmente, soy más sabia.
Y finalmente entiendo lo que mi madre intentó enseñarme.
Hay poder en escuchar, analizar y observar. Alrik es una cloaca de
maldad, pero me tiene atrapada. En tanto busco maneras de asesinarlo,
lo controlo... lentamente. Centímetro a centímetro, gano una comida extra
por ser educada. Debilito su abuso siendo obediente.
No me ha roto.
Nunca lo hará.
Y pronto, seré libre.
44
Página
Traducido por Jadasa
Corregido por Anna Karol
Querido Nadie
Un año y medio…
Mi madre... para ahora ya se habrá mudado. Mis amigos estarán a
la mitad de sus estudios universitarios. Sus vidas progresaron mientras la
mía ha retrocedido.
¿Siquiera soy ya una chica? No lo sé. Todo lo que conozco es el dolor.
Fui fuerte por tanto tiempo. Me instalé en casa profundamente, profundo
en mi interior. Tenía un santuario seguro al cual huir cuando venía por mí.
Pero ayer... abordó mi reino interior e invitó a sus amigos a
romperme.
No tuvieron éxito.
Pero sí en otra cosa.
Me mata admitirte esto, Nadie... pero yo... he sido tan valiente como
puedo serlo. Me he mantenido durante tanto tiempo.
Estoy cansada.
¿Cuándo la vida se convierte en la elección equivocada y la muerte
en la correcta? ¿Cuándo es más sabio quitarte la vida que dejar que otra
persona la destruya?
No quiero morir porque soy débil.
Deseo morir porque es lo último que puedo hacer para ganar.
No me tendría más. Le quitaría su poder.
El suicidio podría ser la rebelión final y un acto que no pudo evitar.
¿Crees que sería débil? ¿Crees que he resistido lo suficiente? ¿He
soportado suficientes huesos rotos para demostrar mi deseo de seguir
viviendo?
Soy una esclava, Nadie.
Una esclava de sus caprichos incluso mientras maldigo su propia
creación.
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Lo valgo todo.
Y finalmente he tenido suficiente.
Traducido por Val_17
Corregido por Anna Karol
Querido Nadie:
Has estado allí para mí a través de cada corte y conmoción cerebral.
Has escuchado mis pesadillas, y sostuviste mi mano mientras ese
bastardo me hacía sangrar.
Tantas veces me has escuchado, abrazado y estado allí. ¿Pero
alguna vez pensaste que tendrías que escuchar durante dos años?
Dos.
Años.
He estado con este horrible monstruo dos años.
No tengo nada más que decir. Nada más que dar.
Hace seis meses, llegué a mi límite. Apagué lo que quedaba dentro
y me decidí por la muerte o el delirio. Muerte si pudiera engañar su
diversión al hacerme daño. Delirio si no podía correr a mi tumba.
Pero de alguna manera… lo supo.
Un día, los cuchillos en la cocina se encontraban en el soporte como
siempre, tentándome más y más cerca; al siguiente, habían desaparecido.
Los cordones de las cortinas, las herramientas domésticas, los
aparatos eléctricos: cualquier cosa que pudiera haber ayudado en mi
suicidio desapareció mágicamente.
Lo hizo para mantenerme débil.
Pero no funcionó. Me recordó que he sido fuerte todo este tiempo.
Puedo hacerlo por más tiempo. ¿Por qué debería morir? Él es quien merece
conocer a su creador y pagar por todo lo que ha hecho.
Y pagará.
Me aseguraré de ello.
He tardado mucho tiempo, pero ya no sospecha que le traicionaré.
Dejé de luchar exteriormente, yo… obedecí. Pero no porque me haya roto.
Oh, no.
46
Lo hice porque soy más inteligente que él. Soy lo bastante paciente
para esperar el momento perfecto.
Página
Pimlico
—Ponte en tus putas rodillas, Pim.
Mis moretones increparon, pero no le daría otra razón para
golpearme. Mis rodillas retozaron en tanto cautelosamente hacía lo que
me dijo.
¿Vivir en esta casa con él? Era un perpetuo purgatorio.
Odiaba cada maldito segundo, pero odiaba despertarme más. Al
menos dormida, tenía algo de libertad. Libre para estar afuera otra vez.
Reír de nuevo. Correr lejos, muy muy lejos.
Era un imbécil aburrido que no tenía nada mejor que hacer que
atormentarme. No iba a trabajar. No tenía personal aparte de un equipo
de limpieza que venía una vez a la semana y un servicio de entrega de
chef a las seis de la tarde. Todos los días. Sus fondos eran ilimitados.
Tenía el poder de salirse con la suya con todo.
Al principio, no tenía idea de lo que lo hacía funcionar o por qué
me trataba tan mal. Pero dos años era mucho tiempo, y aprendí
rápidamente. Cada golpe, cada latigazo, cada noche horrible que pasé
debajo de él me dio pistas sobre cómo sobrevivir.
Responder no era una opción. Correr, gritar, desobedecer, todos
me hicieron obtener más dolor del que podía soportar.
Pero la observación.
Ese era mi arsenal.
Para empezar, saber que si su forma de andar cambiaba de suave
48
lo supo.
Cada centímetro de su propiedad era grabado.
¿Cómo no había visto ninguna cámara?
No hay un punto ciego o sala no vigilada.
En ese momento, mi corazón había agarrado una pala y había
cavado un agujero tan profundo y cavernoso dentro, que temía que nunca
volviera a salir.
Pero tuve que hacerlo. Porque no tenía elección.
—Ah, ahora, Pim, no seas así. Me he ido por tres horas...
seguramente, debes de haberme extrañado.
Como si extrañara el ébola.
Estreché mi mirada, arriesgándome a mirarlo.
En el momento en que hicimos contacto visual, sonrió. —Todavía
te niegas a hablar, ya veo. Puedes juntar tus labios, diablos, puedes
arrancarte la lengua, pero te escucho gritarme. Escucho tus respuestas
incluso si no las dices en voz alta.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Esperaba que hubiera escuchado eso; los decibeles vibraban a
través de mi cuerpo para que cualquier persona sorda o ciega los
percibiera.
Se rio entre dientes, agachándose a mi nivel sobre mis rodillas. La
punta de su dedo trazó la línea de mi mandíbula, presionando
deliberadamente el moretón que me hizo la noche anterior. —Sabes... sí
me hubieras hablado desde el principio, podría haber sido un poco más
amable contigo.
Mentiroso de mierda.
Aparté mi rostro de su toque.
Inhaló una respiración enojada. Su mano cayó a mi pecho
desnudo, pellizcando mi pezón. —Podría haberte dado ropa, al menos.
No te creo.
No lo haría. No tenía compasión y solo vivía para lastimar.
La mañana en que llegué, me quitó mi vestido blanco y nunca me
lo devolvió. Una vez robado, no tenía nada. No había ropa para mí en
ninguno de los armarios de su finca de doce habitaciones. Cuando
intenté tomar una de sus camisetas, me golpeó tanto que evité todos los
espejos del baño durante semanas. Sentirlo abusar de mí era una cosa.
Ver las marcas y la traición en mi piel era completamente diferente.
51
Me vestí, Nadie.
Me puse la falda, el polo con cuello y me quedé mirando en el maldito
espejo por muchísimo tiempo. Estoy confundida de por qué me hace usar
esto. No es sensual. El material me queda grande, ocultando mi figura
demacrada y todos los moretones y cicatrices que me ha dejado.
Pero ¿por qué haría eso?
¿Por qué ocultar los logros con los que me ha marcado? A él le
gustan. Los llama mis joyas. Me dice lo generoso que es al darme otro collar
estrangulado o un brazalete de cuerda.
Oh no, me está llamando.
No quiero ir.
No tengo más remedio que ir.
56
Página
9
Traducido por Ivana
Corregido por Amélie
Elder
Había múltiples versiones del infierno.
La mayoría se encontraban llenas de clichés y no eran más que
fastidio sobreactuado y el tema de conversación para los que pretenden
la atención. Sin embargo, algunas versiones justificaban el nombre.
Una versión visitó por un breve momento, destrozó una vida y dejó
las ruinas para quienquiera que fuera lo suficientemente valiente como
para recoger las piezas ensangrentadas. Otra versión apareció
especialmente para los bastardos, devolviendo el pago por las atrocidades
cometidas. Una tercera actuó como un huracán, trayendo destrucción a
todos los que se encontraban en su camino, mereciéndolos o no.
Y luego, estaba esto.
La forma mentirosa y engañosa del infierno donde cada
movimiento, cada vocal tenía que ser elegida con cuidado y entregada
meticulosamente, porque si no se le daba atención, la muerte no era el
peor castigo disponible.
Me hallaba en ese infierno.
Entré voluntariamente a una guarida de demonios, ¿y para qué?
¿Por qué demonios estoy aquí?
La respuesta colgaba como un gusano dentro de mi mente. Pero si
había un gusano dentro de mis pensamientos, significaba que mi núcleo
era malo. Una manzana podrida lentamente devorada por la suciedad.
Y lo era.
Durante muchos años eso fue exactamente lo que yo era.
57
Pero ya no lo seré.
Página
Blanca.
Miré con desdén.
Página
Pimlico
Esta noche es diferente.
No me gustaban las cosas diferentes.
Me dolía el estómago en donde me pateó. Me siento aturdida por
su golpe. Me arde la oreja por sus dientes. Y ese era él siendo amable.
Las lecciones de mi madre sobre cómo leer a los abusadores se
habían convertido en una ocupación de tiempo completo. Ahora sabía
qué le gustaba a los hombres de mi amo. Robé piezas de él a cada
momento que me miraba o me tocaba.
Fui la esponja de su maldad, empapándome de todo lo que pude
para mi beneficio. Sin embargo, sin importar las pequeñas victorias que
disfruté, las tragedias superaron con creces mis triunfos.
Esta noche no sería un triunfo.
Podía sentirlo.
¿Qué va a pasar?
Me estremecí cuando las respuestas horribles no fueron
compartidas, cada una peor que la anterior. La casa se sentía peligrosa
y extraña, dispuesta para algo para lo que no podía prepararme.
Dejando mi dormitorio sin puertas, bajé las escaleras. Mis pies
descalzos no podían camuflar las sombras negras y azules de él
rompiéndome los huesos, ni ocultar el pigmento desnutrido de mi piel.
Pero la falda blanca, que revoloteaba alrededor de mis piernas, cubrió mi
desnudez y cicatrices por primera vez desde que llegué a Creta.
60
Muévete.
Si no fuera voluntariamente, él vendría por mí. Me habría
lastimado. Por hoy ya era suficiente.
Soy lo suficientemente fuerte para obedecer.
Esa frase se había convertido en un grito de guerra, una canción
de cuna, una oración. Me recordaba constantemente que era cierto. No
importaba si algunos días era una mentira... todavía seguía aquí. De una
forma extraña, gané.
Sorbiendo las lágrimas, hice todo lo posible para enderezar una
espina dorsal que hacía mucho tiempo se inclinaba bajo la dominación y
el dolor y bajaba los escalones.
Despacio.
Tan despacio.
Pero no lo suficientemente lento.
Mis dedos alcanzaron el piso inferior antes de que hubiera tenido
tiempo de limpiar la gota en mi mejilla. Mi garganta se contrajo a medida
que avanzaba lentamente por el pasillo hasta el salón. El polo en mi cuello
se aferraba con fuerza, convirtiendo mi miedo en algo espeso y
empalagoso.
Me hallaba a dos segundos de arrancar los artículos ofensivos
cuando vi al invitado del Amo A por primera vez.
Mi primer pensamiento fue... huye.
Sus ojos coincidían con los de los hombres que lo rodeaban.
Los ojos de un asesino, liberador de dolor y adicto.
Pero mi segundo pensamiento fue... corre hacia él.
Él no me conocía.
El amo A no lo manda. Finalmente podría ser quien me liberara.
O matara.
Cualquiera de las dos conclusiones serviría porque, por primera
vez en tanto tiempo, recordé cómo era ver a un extraño. Sentir esperanza
en lugar de obligarme a permanecer fuerte.
Mis rodillas se tambalearon cuando su atención permaneció en la
pandilla de imbéciles habituales que se aprovecharon de mí a discreción
del amo A.
No me había visto, flotando en silencio contra la pared.
El intruso se encontraba sentado rígidamente como una espada
esperando saltar de su vaina, mirando a los tres hombres en el sofá de
enfrente.
El Amo A nunca me presentó a los animales que me maltrataron,
62
pero sabía sus nombres. Conocía sus gustos bárbaros. Y sabía que eran
tan malos como el resto.
Página
almidonado.
La desesperación negra que vivía permanentemente bajo mi fuerza
amenazaba con estrangularme. Mi corazón pateó mis otros órganos como
si intentara despertarme o matarme. Forzando una reacción que hacía
tiempo que ordenaba permanecer oculta.
Este extraño podría ser el único que vería antes de morir. Nunca
más volvería a inhalar la fragancia de una flor o probar una gota de lluvia
en mi lengua.
Jadeé cuando un inminente ataque de pánico se arremolinó.
Durante un año y medio, pude controlar mi histeria. Pero hace unos
meses, había sufrido un gran vacío de horror y desesperación, el amo A
se vio obligado a llamar a un médico privado (que no hizo preguntas) para
asegurarse de que no me estaba muriendo de insuficiencia cardíaca.
Me diagnosticaron una depresión severa con tendencias de pánico.
Estuve agradecida por un diagnóstico, pero llena de odio porque la
adolescente fuerte que había sido ahora no era más que un choque
emocional y agotado, no importa lo valiente que me obligué a ser.
El amo A me apretó más fuerte, susurrando en mi oído—:
Aguántalo, Pim. No tendrás un ataque mientras la compañía esté
presente.
Si pudiera controlarlo, obedecería. No había nada bueno en revelar
cuán profundo era mi miedo.
Pero una vez que la falta de aliento se rompió y me aplastó, me
superó.
Tragando fuerte, arañé el apretado algodón alrededor de mi
garganta.
No puedo respirar.
Necesito aire.
Necesito correr y correr y correr.
Sus dedos como armas me arrastraron hacia un lado. —¡Cálmate!
No puedo.
No puedo.
Me corrompieron los recuerdos de la muerte tenebrosa y
adormecida. Recordé cómo era ver lo último que había visto y sentir lo
último que había sentido. Recuerdos reprimidos de ser estrangulada y
despertarse en esta pesadilla enjambrada de tráfico sexual.
¡Detente!
¡Hazlo parar!
Mi asfixia se convirtió en jadeos de boca abierta.
67
los míos otra vez—. Pimlico... dime tú misma. ¿Quieres quedarte con mi
Página
señor Prest.
En el momento en el que choqué con él, retrocedí.
Él no era diferente.
Era igual.
Y no tenía ningún deseo de estar cerca de él ni de ningún hombre.
El amo A hinchó su pecho, cruzando sus brazos. —¿Compartir es
un requisito oficial para completar nuestro acuerdo?
Mi cabello disparejo colgaba sobre mi rostro cuando el señor Prest
me empujó bruscamente alrededor de su cuerpo, colocándome detrás de
él. Su brazo me sujetó fuertemente, manteniéndome encajada contra su
dura espalda. —Realmente eres un jodido enfermo.
La energía y el poder sin explotar se deslizaron por su columna
vertebral a medida que se reía entre dientes, infectándome con la locura
que sufría.
Porque tenía que estar loco.
Me protegió del amo A, mientras discutía el compartirme para
completar una transacción comercial.
¿Quién hace eso?
Nadie de quien quisiera estar cerca.
Hace un año, podría haber luchado, mordiendo su muñeca para
tener la oportunidad de ser libre. Pero al igual que evolucioné en
obediencia para sobrevivir, aprendí que no era inteligente comportarse
antagónicamente sin razón alguna.
El amo A extendió sus manos. —Algo ofensivo para decir. No te
estoy juzgando. Por lo que te agradecería que no lo hagas conmigo.
Mirando por encima de mi hombro, me sentí incomoda al encontrar
a Darryl, Tony y Monty reposicionados para estar detrás del señor Prest,
listos para desfigurarlo o matarlo si amenazaba a su amigo.
Cerré los ojos, evitando deliberadamente lo que vendría después.
Sin embargo, subestimé al señor Prest.
Casi como si percibiera el inminente ataque, dio un paso atrás,
obligándome a moverme con él hasta que entró en la sala y giró para
enfrentarse a los tres hombres, clavándome contra la pared.
Los enfrentó a todos en tanto el amo A acechaba para estar junto
a sus malvados cómplices.
El señor Prest tensó su mandíbula, sus ojos entrecerrados y
oscuros. —Vamos a empezar esto de nuevo. Con la jodida verdad. —
Sacándome de detrás de su espalda, me colocó a su lado—. Ella es una
puta.
Me sobresalté al oír la palabra.
75
La odiaba.
Página
Conjuraba cosas tan tristes y rotas. Pero yo no era eso. Era una
hija, una estudiante, una amiga. Era inteligente. Una vez había sido
bonita.
Quise decir algo.
El amo A compartió una mirada con Tony antes de sonreír. —Es
más que una puta. La compré. De manera justa.
—Entonces, es una esclava. —El señor Prest no lo expresó como
una pregunta. De alguna manera, supo todo el tiempo lo que yo era desde
el segundo en que me vio.
Soy su esclava, es verdad.
Pero no quiero serlo.
El amo A miró fijamente a su invitado por un largo momento antes
de que sus hombros se relajaran y una amplia sonrisa dividió su rostro.
—Es una esclava, una puta, una furcia. Es lo que sea que quieras. —
Avanzando, extendió su mano por segunda vez—. Conoce a Pimlico… mi
posesión. Y tienes permiso de usarla.
No…
Mis ojos se dirigieron al señor Prest, esperando que aborreciera la
proposición. Que prefiriera salir por la puerta antes que lidiar con
personas tan horribles y llevarme con él.
Pero el tenso enfrentamiento terminó cuando aceptó el apretón de
manos del amo A, sonriendo fríamente.
—Eso es lo que me gusta. —Rompiendo la introducción, el señor
Prest apoyó su brazo sobre mis hombros cubiertos por su chaqueta—.
¿Por qué no lo mencionaste antes?
No...
—Eso hace que esta noche sea mucho más interesante.
76
Página
11
Traducido por Julie
Corregido por Amélie
Elder
Este lugar está lleno de mentiras y engaños.
Y eso es decir algo, ya que yo era quien más tenía que ocultar.
Este imbécil había despejado la mayoría de mis canales de
exploración, pero mi investigación no reveló una novia que viviera en su
casa.
Definitivamente tampoco una muda.
Pero ella no es ninguna de esas cosas.
Era una puta golpeada y destrozada.
Una esclava.
Había visto algo de mierda en mi pasado. Cometí crímenes. Hice mi
parte de cosas malas. Pero jamás conocí a alguien que pensara que podía
poseer un alma humana.
Una parte de mí quería desatar toda la ira que él poseía. Pero la
otra... una parte más fuerte se hallaba intrigada.
Alejándome de Pimlico, no podía negar que mi piel se calentó por
la fragilidad de sus huesos. No podía apartar la mirada de la translucidez
de su piel con su mapa de venas azules y arterias rojas.
Juntando las manos, di un paso más.
Su respiración se agitó, no como si coqueteara, sino con miedo.
Eso no era algo bueno.
77
Pimlico
No podía ver.
Los olores de la deliciosa comida me hicieron sentir un fuerte
gruñido por el hambre.
¿Esto es real?
¿Realmente estaba sentada en una silla en la mesa con un plato
delante de mí?
¿Era una broma cruel del amo A, donde me arrebataría la comida
como a veces lo hacía por rencor?
Me estremecí, recordando el mes pasado y cómo hizo que me
arrastrara detrás de él por varios kilómetros, subir y bajar gradas por
todos los corredores, burlándose de mí con el trasto de comida de perro
lleno de espaguetis a la carbonara.
Quería tanto esos deliciosos y cremosos fideos, más que cualquier
cosa y odiaba lo me hacía hacer y cuando finalmente se detuvo exigió que
le chupara la polla a cambio de mi cena.
El sabor de su semen arruinó totalmente mi recompensa.
Nunca iba querer a la carbonara de nuevo.
Mis dedos temblaban alrededor del utensilio mientras me forzaba
a recordar toda la mecánica. ¿Cómo podía olvidar cosas tan sencillas
como usar un tenedor? Y si no podía recordarlo, ¿Qué va a pensar el
señor Prest de mí?
83
quisiera?
Página
en estos días.
Página
ese hombre tuviera ojos tan hechizantes, era doblemente injusto que
entrara en mi dura existencia y la volviera mucho peor.
Página
Siempre lo recordaría.
Él me olvidaría mañana.
¿Por qué me senté a su lado?
Debería haberme sentado a los pies del amo.
Esto era mi culpa.
Estúpida.
Tan estúpida.
Bajando el tono de su voz embriagadora, el señor Prest susurró—:
Un centavo por tus pensamientos, niña.
La frase pasada de moda hizo eco en mi pecho.
¿Quería pagar por mis mudas respuestas?
¿Valoraba mis respuestas lo suficiente como para sobornarme?
¿Por qué?
El amo A nunca me ofreció amabilidad al charlar. Solo me
castigaba y reforzaba mi deseo de permanecer en silencio.
Pero este hombre…
Era peligroso.
Respirando profundamente, le devolví el centavo con mi meñique.
La urgencia de sacudir la cabeza se apoderó de mí. Lo no verbal era
tan malo como lo verbal.
Luché contra el impulso, comiendo el último bocado de fideos y
haciendo todo lo posible para no hiperventilar cuando empujó el dinero
hacia mí.
No repitió la frase.
No necesitó hacerlo. Lo oí fuertemente.
Un centavo por tus pensamientos.
Habla, joder.
El amo golpeó la mesa con la palma de la mano, haciendo que Tony,
Darryl, y Monty se sobresaltaran.
Pero no el señor Prest.
Se movió con fluidez, arqueando una ceja hacia su anfitrión. —¿Sí?
El amo A mostró los dientes, su manó apretó el cuchillo. —He
terminado con cualquier juego que esté llevando a cabo. Olvídese de ella.
No es nada. Hablemos de negocios. —Apuñalando el aire con su cuchillo
manchado de comida, gritó—: Pim, limpia la maldita mesa. Ya
terminaste. Aléjate de mí vista.
90
No te vayas…
El amo evitó que desapareciera.
Página
Elder
Jodidamente detestaba el sabor del bourbon.
Prefiero el sake o la ginebra o incluso la absenta ocasional. No era
un gran bebedor. Tenía mis razones. Y llevaba casi un año sin beber una
gota.
Pero un hombre como Alrik esperaba que se hiciera un trato con
bebidas alcohólicas porque aún era un maldito neandertal.
Le daría el gusto con este tema, ya que yo había ganado todas las
demás rondas.
La esclava no se sentó, revoloteando como un jodido colibrí,
recogiendo vasos de tragos, enderezando cojines blancos y colocando los
platos en el lavaplatos.
A Alrik no parecía importarle. No era solo su esclava sexual, sino
también su sirvienta. Ya casi no era consciente de ella, feliz de dejarla
morir de hambre y consumirse por nada.
Él merecía algo por eso.
Algo doloroso.
En los próximos días, me volvería creativo y descubriría un castigo
adecuado.
El grifo corrió en la cocina, alertándome cuando la chica se roció
accidentalmente con agua.
Joder.
93
Por ella.
Página
4 Es un ánime.
A juzgar por la manera en que mantenía su cuerpo frente a él,
supuse que cambiaba mucho de opinión, ya sea para fastidiarla o
lastimarla.
Mirando de cerca mi chaqueta arruinada con sus puños mojados
que goteaban y la forma holgada que colgaba de sus hombros, ordené—:
Dale permiso para que me obedezca directamente a mí. —Levanté la
mirada, mirando a Alrik a los ojos con la orden.
Hazlo.
¿Qué mierda hacía?
Esta muchacha no importaba. Corría el riesgo de destruir este
acuerdo de negocios. Entonces una vez más... ¿me importaba?
Hice una pausa, analizando lo que significaría si saboteaba
deliberadamente esta transacción. Claro, perdería millones. Pero tenía
más de lo que podía contar y no se trataba de dinero. Sí, perdería la mala
reputación que me esforcé en ganar. Finalmente me abría paso al
ambiente donde, hasta ahora, me habían negado la entrada. Pero no
necesitaba al maldito Alrik para que me abriera las puertas. Podría
patearlas por mi propia maldita cuenta.
No, esta chica me interesaba más de lo que Alrik podría alguna vez.
Si todo se iba a la mierda, ella valdría la pena.
Alrik fulminó con la mirada a su esclava antes de asentir
brevemente hacia mí. Antes, no le agradaba. Ahora, me odiaba.
Sonreí fríamente. —Dijiste que podías compartir.
La chica se estremeció, su cuerpo enviando pequeñas ondas a lo
largo del sofá. No la había tocado todavía, pero cada terminación nerviosa
se activó intensamente.
—Pimlico. —Alrik se enderezó, su mano tensa alrededor de su
vaso—. Obedece al señor Prest como me obedeces a mí. ¿Entendido? Haz
lo que quiera sin cuestionarlo.
Luché contra la emoción que bajó por mi columna vertebral.
Pimlico me miró de reojo, antes de dejar caer su mirada al suelo.
No asintió ni dio ninguna indicación de que se encontraba de acuerdo.
Pero sabía que escuchó, evaluó y aceptó los nuevos términos.
El hecho de que no hablara aumentó mi interés, no porque quisiera
sus secretos silenciosos, sino porque me desafió a hacer lo que mi
maestro me enseñó hace una década: Escucha con todo tu cuerpo, no solo
con tus oídos. Observa con todo tu ser, no solo con tus ojos. Y juzga con
toda tu alma, no solo con la percepción superficial.
97
Pimlico
Palabras, voces y negocios.
¿Cuánto tiempo me quedé allí sentada? Encadenada por ataduras
invisibles a un hombre que tenía que obedecer de forma tan absoluta
como a mi amo.
Mis párpados se cerraron cuando la jerga y las promesas vacías
volaron por la habitación.
No tenía idea de a qué acuerdo se había sumado el amo A con el
señor Prest, pero, sea cual sea, tenía un precio de más de treinta millones
de dólares y venía con frases pronunciadas como “indetectable,
irrefutable y férrea en la velocidad y la entrega”.
Había pasado tanto tiempo desde que escuché el flujo y reflujo de
una conversación normal que me dejó en un estado de semi relajación.
Yo no era el centro de atención, y una orden de ladridos entre estos dos
hombres era su problema, no el mío.
Sutilmente, me froté las rodillas en donde las contusiones
constantes manchaban mi piel. La falda blanca me irritaba al aferrarse
con fuerza en donde me dolían las costillas y el abdomen por su anterior
paliza.
Por más agradable que fuera este indulto, sin importar lo
agradecida que me sentía por estar sentada en un sofá después de años
de arrebato, no venía sin consecuencias.
Me compartirán esta noche.
99
mí. —La voz del señor Prest se convirtió en un gruñido—. Pero ya eres
consciente de esos términos. —Sus ojos se movieron hacia los míos, sus
Página
me habían lastimado.
Pasé mis años de adolescencia con el manoseo ocasional de un
chico ansioso que ganó mi interés en acercarme lo suficiente para tocar.
Y luego, entré en la femineidad con una violación brutal que siempre
mancilló el sexo. Todo lo relacionado con la unión de hombres y mujeres
era enfermizo, sucio e incorrecto.
Ni una parte de mí, bajo ninguna circunstancia, quería ser tocada
allí. No por el señor Prest, ni por el amo A, y definitivamente no por
ninguno de sus miserables amigos.
Lo odiaba por tomarse libertades. No quería que mi piel se avivara.
No quería que mis sentidos florecieran.
Quería permanecer entumecida.
Distante.
Y la audacia del señor Prest para hacerme notar las cosas otra vez,
para que mi corazón latiera y mis papilas gustativas se encendieran... no
era justo.
Pero al menos, mi cuerpo se hallaba tan repugnado por él como por
cualquier otro hombre.
No sentí mi vientre reanimarse. Mi sexo no se tensaba y mi sangre
no se calentaba. Mi espíritu podría resistir, negándose a romperse, pero
el amo A rompió mi cuerpo.
El sexo era repulsivo.
El sexo era repugnante.
El sexo no era algo que alguna vez llegaría a amar.
Me encontraba segura de ello.
No impidió que el señor Prest pasara la punta de los dedos entre
las piernas. Su voz se mantuvo pesada y baja—: Estoy acostumbrado al
silencio, silenciosa. Pero no eres muy buena ocultando los pensamientos
de tus ojos. —Alejándose, rozó mi barbilla con sus nudillos—. ¿Quieres
que lo demuestre? Sé que odias que te toque y no puedes contener el odio
en tu interior.
Sus ojos se dirigieron al amo A en tanto su cabeza se inclinó otra
vez. Dio la impresión de que nos susurrábamos secretos. —Él no te ve
como yo. No te escucha como yo.
El amo A se puso de pie, claramente listo para que esta reunión
terminara. —Creo que hemos cubierto los detalles más delicados. Del
resto podemos encargarnos cuando dejes el contrato para la firma final.
El señor Prest entendió el mensaje subyacente.
Váyase.
104
tres,
cuatro
Página
Pimlico
En el momento en que el señor Prest se marchó, me dirigí hacia el
pasillo y la escalera.
Hice mi parte. Fui el peón en la transacción comercial del amo A.
Terminé.
—Oh, Piiiimmm. —La burla del amo A resonó detrás de mí—. ¿A
dónde crees que vas?
Mi espalda se enderezó incluso cuando la adrenalina bajó por mis
piernas. Cada instinto me gritaba que corriera. Correr y esconderme e
irme lo más lejos posible.
Pero no correría.
Jamás lo haría.
Porque correr era una debilidad, y yo era muchas cosas, pero me
negaba a ser eso.
Levanté mi barbilla, lo miré y continué mi camino hacia el pasillo.
El sonido de sus zapatos sobre los azulejos enviaba cuchillos contando
mi columna vertebral.
—Sabes que no debes darme la espalda, Pimlico.
Solo continúa.
Unos pasos más.
Mi mano izquierda se extendió para tocar el marco de la puerta
108
cuando salí del salón y respiré temblorosamente. Un paso, dos, tres. Mis
pies descalzos tocaron el primer escalón; mi corazón acelerado me hizo
Página
No estuve de acuerdo.
El dolor sería el mismo.
—¿Estás lista para otro regalo de aniversario, querida? —Su risa
resonó con malas intenciones—. Creo que eres tú quien me debe un
regalo después de que te deje sentarte en mi sofá. No quiero que pienses
que vales más de lo que crees.
El rellano se encontraba muy cerca. Mi velocidad aumentó un poco.
Gruñó mientras mis pies rozaban el escalón superior. —Correr no
cambiará lo que te voy a hacer, Pim.
Su promesa me empujó como una mano fantasma entre mis
omóplatos. Ya no era una batalla entre lento y rápido, fuerte o débil,
valiente o manso. Yo era un guerrero que enfrentaba el combate de frente.
Pero también era un soldado derrotado que quería huir de las líneas
enemigas.
¡Corre!
El instinto me hizo hacerlo. La necesidad animal de esconderse no
se podía discutir. No pude evitar que mis piernas se tensaran para correr,
al igual que no pude evitar que mi corazón se desgarrara a través de mi
pecho golpeado.
No debería.
Debía ser castigada.
Debía luchar contra mi terror y caer de rodillas. Como siempre.
Pero no pude. No esta vez.
Corrí.
—¡Pim! —Me persiguió. Justo como sabía que lo haría.
Mis piernas frágiles arrastraron mi cuerpo flaco desde el pasillo a
mi habitación. No había puertas que cerrar, ni cerraduras que asegurar.
Incluso mi baño no tenía pared, no se ofrecía privacidad en ningún
momento.
Supuse que tenía suerte de tener mi propio espacio, pero era solo
otro elemento del juego de dolor del amo A. No importaba dónde corriera,
no importaba dónde me escondiera, él me encontraba. Porque él era dios
en esta casa, y yo era simplemente su puta.
Mi boca se abrió con un grito silencioso cuando apareció en la
puerta, jadeando con ojos afilados. —¿Pensé que habías aprendido la
lección de no correr unas semanas después de tu llegada? —Saltando
hacia mí, gruñó—: ¿Ese maldito idiota deshizo de alguna manera todas
mis enseñanzas en el momento en que te tocó? ¿Lo hizo? ¡Respóndeme!
Cada célula se encogió, mi sangre se secó, mi corazón dejó de latir.
110
con los brazos extendidos, como había visto a los monjes hacer cuando
oraban, suplicando misericordia, pero sabiendo que no obtendría nada.
—Eso no te salvará esta vez, perra. —Mi aliento se detuvo cuando
pisoteó mi mano izquierda, torciendo su pie para que mi piel se arrugara
e hiciera todo lo posible por doblar en espiral.
Grité mentalmente.
Dolor.
Dolor.
¡Dolor!
Mi grito silencioso era tan fuerte que hacía sangrar mis tímpanos.
—Te gustó que te tocara, ¿verdad? No lo niegues. Sé la verdad.
Pisoteó más fuerte mi mano, poniendo todo su peso en los huesos
pequeños y quebradizos—. ¿Crees que no me di cuenta? ¿Que no vería la
forma en que lo mirabas? ¡Joder, Pimlico eres mía!
Grité de nuevo, ahogándome en la agonía, pero la habitación
permaneció en silencio mientras él pisaba una y otra vez, haciendo todo
lo posible por destrozar los dedos delicados.
—¡Solo porque no hables no significa que no sepa si me estás
mintiendo!
¡Apágalo!
¡Ahora!
Luchando contra una oleada de náuseas abrumadoras, obligué a
cada terminación nerviosa a retirarse profundamente. Hice lo que mi
cuerpo me enseñó. Un mantra llenó mi cabeza mientras los receptores
del dolor en mi mano se apagaban.
Después de todo, de eso se trataba el dolor. Una sirena
anunciándome que todo se encontraba mal y que había que tomar
medidas para evitar daños peores. No mierda, no todo estaba bien. Recibí
ese mensaje alto y claro. No necesitaba escucharlo una y otra vez.
Encendido o apagado.
Clic.
Apagado.
No significaba que pudiera ignorar el latido y la agonía que
rebotaba en mi brazo. Simplemente me permitió fraccionar y permanecer
alerta para poder anticiparme a lo que venía después.
Su zapato se levantó de mi mano solo para retirarse y clavarse
bruscamente en mis costillas.
111
Y no era bueno.
Me azotó una y otra vez, las diminutas fibras de la cuerda cortaban
Página
Elder
¿Quién carajo es ella?
La pregunta me enloquecía.
Pim estaba en mi mente juzgándome en silencio; en mis
pensamientos con su mirada de complicidad.
No era más que una chica. Una derrotada, delgada e insolente.
Entonces, ¿por qué la recuerdo como algo mucho mejor de lo que
era? ¿Por qué causó una impresión así en mí?
Desde que vivía en las calles llenas de frialdad y crueldad, nadie
me impresionó así. Me recordaba esa época. Una que me esforzaba en
olvidar.
—Señor, el contrato se ha redactado.
Levanté la cabeza del ordenador portátil. Fulminé con la mirada a
Selix. Era uno de los pocos que me conocía desde antes de que conviviera
en la riqueza, bueno, antes de que la robara e hiciera mía.
Pasé una mano por mi brazo desnudo, trazando las palabras
japonesas tatuadas alrededor de mi muñeca. El proverbio se burló de mí,
recordándome la promesa que le hice a mi madre cuando era un mejor
hombre. —Bueno. Organiza la reunión final para que podamos
jodidamente irnos de este puerto.
—Muy bien. —Se retiró de mi oficina, llevando la gruesa carpeta de
manila llena de diagramas y letra pequeña. No me relajé hasta que oí el
115
y amable?
Página
La deseo.
Mi cuerpo se tensó con la obsesiva necesidad de raptar a la esclava
de Alrik. Pasé los dedos a través de mi cabello intentando domesticar las
gruesas hebras negras, forzando a que ese tipo de ideas desapareciera.
Pimlico tenía mucho que compartir, una historia completa que
contar. Ella también se había sentido intrigada por mí. Lo sentí. Su
interés no se debía a que quería mi riqueza sino a algo más profundo.
Algo, no podía entenderlo. Algo, nunca lo sabría porque no era mía y tenía
leyes en vigor que tenía que seguir.
La había visto una vez. La toqué una vez.
Una vez tendría que ser suficiente.
Porque un hombre como yo jamás podría tener una segunda
oportunidad.
Era mi regla más inquebrantable.
Mañana, regresaría y finalizaría nuestro acuerdo.
Debería estar entusiasmado con otro contrato bien hecho.
Sin embargo, no podía importarme menos.
Lo que me importaba era la esclava y sus secretos silenciosos que
rogaban que me acercara y los robara.
¿Tengo la fuerza de voluntad para hacer esto?
Caminando en mi oficina de un lado al otro, fruncí el ceño ante la
costosa decoración con los estantes de la biblioteca y los muebles hechos
a mano. Toda mi vida había vivido con mis inusuales apetitos. No dejaría
que una chica rota destruyera mis estrictas reglas.
La volvería a ver.
No hablaría con ella.
No la miraría.
Y definitivamente no exigiría jodidamente compartirla.
118
Página
17
Traducido por Anna Karol, AnnyR’, amaría.viana & Mely08610
Corregido por Jadasa
Pimlico
Pasaron dos días.
Después de la paliza, cuando el señor Prest se fue, el amo A me
utilizó sin piedad. De día, me hizo desear haber sido más valiente y
suicidado en el momento en que me compró. Por la noche, me hizo
acurrucarme como un perro en el extremo de su cama, donde podía
darme una patada en sus sueños y luego violarme cuando despertara.
Por la mañana, me encontraba privada de sueño y temblaba
agonizando.
No llamó al médico para que revisara mi mano y, después de
haberle preparado el desayuno, saqué el botiquín del baño en la planta
baja, haciendo todo lo posible por repararme. Encontré un vendaje y
analgésicos, que no eran lo suficientemente buenos como para arreglar
lo que había hecho, pero era mejor que nada.
¿Por qué me molestaba?
No tenía ni idea.
Simplemente me lastimaría una y otra vez. No tenía sentido darle a
mi cuerpo un centésimo intento de sobrevivir cuando mi alma ya había
empacado sus maletas y saltado por la borda.
Sin embargo, mientras me vendaba los dedos rotos y esparcía el
árnica sobre mis brazos y piernas por sus patadas, mi mente vagó hacia
el señor Prest.
119
Él me causó dolor.
Él era la razón por la que el amo A se volvió tan vil.
Página
mejilla ardiente.
Nunca aprenderás.
Página
Din don.
Ambos nos congelamos.
Página
No, no es atracción.
No podría ser.
Después de perder mi virginidad con la esclavitud sexual, me
habían curado de pensar en encontrar a alguien agradable a la vista o
conectado a mi alma.
Dudé de que alguna vez encontrara a alguien así.
Mi destino era diferente al de mis amigas que vivirían largas vidas
y darían a luz a niños con hombres de quienes se habrían enamorado.
Quería estar sola.
Segura.
Lejos de los hombres.
Los dos villanos hablaron en murmullos bajos sobre las fechas de
entrega y las inspecciones.
No me molesté en esforzarme para escuchar. No me importaba.
Mi piel se erizó cuando la voz del señor Prest se mezcló con la de
amo A. La conciencia de que ambos me miraban envolvió una bolsa de
plástico alrededor de mi corazón, sofocándome lentamente. No me atreví
a moverme; apenas podía respirar. El señor Prest de alguna manera robó
todos los sentidos manteniéndolos enfocados en él.
La batalla para mantener mis ojos bajos y la cabeza agachada se
hizo cada vez más difícil de ganar. Cada movimiento de sus pies y el
crujido de su ropa me susurraron que me permitiera simplemente echar
un vistazo.
Un vistazo.
No puedo.
Respiré hondo, hice lo que nunca pensé que haría y me centré en
la música clásica en lugar de mi abominable fascinación por nuestro
visitante.
De buena gana, dejé que los instrumentos de cuerda me
distrajeran, aunque solo trajeran pesadillas.
Eso era lo que era el amo A: una pesadilla. Y uno de estos días, me
despertaría y esto sería todo.
Despierta, Pim… despierta.
Después de diez minutos más o menos, el amo A chasqueó los
dedos, interrumpiendo su conversación. —Dale al señor Prest una
bebida, Pim.
¿Levantarme?
¿Moverme?
126
incidente.
Ignorando la cicatriz en mi antebrazo por el horrible recuerdo,
rápidamente limpié el pequeño derrame y tapé la botella.
Volviéndola a colocar en su lugar, deposité los vasos sobre la mesa
de café donde ambos hombres se retiraron en el salón y volví a mi puesto
junto a la pared, cayendo de rodillas con una mueca mal encubierta.
El señor Prest murmuró algo como gratitud, sus ojos siguiéndome
incluso cuando el suave tintineo de las copas resonaba sobre la música.
Pero no dijo nada más. No hay púas en mi guardarropa o gancho
de pesca para incitarme a hablar.
Su lenguaje corporal me apagó, centrándome en el amo A.
Durante los siguientes treinta minutos, me retiré.
Escuchar a los hombres, en lugar de conceder mamadas forzadas,
era una alternativa mucho más feliz. Sin embargo, tras las últimas
noches de insomnio, luché contra la pesada nube de somnolencia. Contra
los párpados caídos, pellizcando mi muñeca interior con la exigencia de
no caer inconsciente.
Lo había hecho una vez: me deslicé a una posición fetal completa
en el suelo.
Darryl fue quien me castigó esa noche. El amo A lo había incitado,
diciendo que era indisciplinada y que necesitaba una dura lección.
No pude moverme durante una semana.
El zumbido de las voces se detuvo de repente.
Entré en pánico.
¿Me caí y se habían dado cuenta? ¿Me pidieron que sirviera y me
tomé una micro siesta?
Mi corazón hizo todo lo posible para huir. Solo que el señor Prest
se aseguró que se quedara en mi caja torácica con una suave maldición.
Mis hombros se movieron aún más cuando finalmente eligió su momento
para socavar mi conflicto de no mirarlo.
—Al menos tu vestido te queda mejor que esa fea falda. —Su voz
actuaba como tijeras, cortando el vestido que él había felicitado, lamiendo
mi piel con fuertes amenazas.
Avanzando lentamente a lo largo del sofá, su sombra se acercó
cuando las luces automáticas se encendieron, el sol se puso.
No mires.
No. Lo. Mires.
Se posó en el extremo del sofá como un cuervo negro de intriga.
—Vamos a firmar el contrato final, ¿de acuerdo? —murmuró el amo
128
A, tomando su bebida.
—En un momento. —El señor Prest le hizo un gesto expresando
Página
impaciencia.
Incluso con mi cabello obstaculizando mi visión y mi firme
obediencia de mantener mi mirada fija en el suelo, no podía dejar de
esforzarme por sentir, escuchar y mirar.
Te odio por lo que me ocurrió.
Entonces, ¿por qué todavía estaba atraída por él?
¿Magia?
¿Destino?
¿Qué?
Sintiendo que escuchaba, el señor Prest se acercó más.
Inclinándose sobre el extremo del sofá con sus dedos entrelazados
alrededor de su copa, sus ojos fijos en mí. —Todavía estás en silencio, ya
veo. —Se río, su cuerpo tenso como cuerdas de violín con intriga en lugar
de prestar atención al amo A.
No hagas eso.
¿No ves lo que me cuestas?
Míralo a él, no a mí.
Inclinándose, colocó su alcohol intacto sobre la mesa de café antes
de poner su mirada en mi cabeza.
Mi cuero cabelludo picaba bajo su mirada, calentándose en
muchos grados a medida que nos quedábamos atrapados en el juego que
él jugaba.
—Señor Prest... —El crujido de papel y un golpecito con el bolígrafo
sobre el cristal señalaron el no muy sutil intento de interrupción del amo
A.
No funcionó.
El Señor Prest simplemente miró con más intensidad, como si
pudiera abrir mi cráneo y arrastrar mis pensamientos sin tener que pasar
por mi boca muda. Cambiando ligeramente, metió la mano en su bolsillo.
Que no sea un centavo.
No de nuevo.
El suave sonido del cobre rebotando en la baldosa, cerca de mi
rodilla, girando con un brillo de bronce opaco antes de caer boca arriba.
—Un centavo por tus pensamientos, silenciosa. Tal vez, hoy hablarás.
¡Deja de hacerme esto!
Maldito sea él y sus centavos.
129
él. Todo fue un acto para irritar al amo A y de alguna manera obtener
mejores términos para cualquier acuerdo que hubieran alcanzado.
—Se lo hizo a sí misma. —El amo A separó más sus piernas en una
pose amenazante—. No te preocupes por un pequeño accidente.
Preocúpate por haber entregado mi yate en el maldito tiempo.
—Oh, no me preocupo por cosas como esas. —El señor Prest
también se puso de pie, enfrentándose con él—-. Tengo la mayor
convicción de que su compra será de la mejor calidad, con las
especificaciones más altas y se entregará perfectamente a tiempo.
El amo A no tuvo ninguna réplica.
—Entonces, viendo que yo garantizo cumplir mi parte del trato,
¿qué tal si me complaces respondiendo una simple pregunta? —Mirando
alrededor del amo A, el Señor Prest atrapó mí mirada—. Dime.
¡Mierda!
Levanté la mirada, olvidándome de mí misma.
En el momento en que hicimos contacto visual, me quedé sin
aliento y cada vena unida a mi corazón se liberó como una manguera,
rociando sangre caliente en ríos dispersos en mi pecho.
—Dime cómo se lastimó la mano. —Su mandíbula se endureció,
sus ojos parecían piedras preciosas de ónix, mucho más valiosas que
cualquier centavo que pudiera dar—. Miénteme por qué está negra y
jodidamente azul.
Su ira aumentó hasta que su rostro se oscureció y la frente se
arrugó en líneas furiosas.
Él me intoxicó.
Su furia era una manta caliente, que me recordó brevemente cómo
era ser vista con más valor.
Levanté mi mentón, mi boca se abrió a medida que nos mirábamos
y mirábamos.
Se lamió los labios mientras algo tácito y no reconocido se arqueaba
de su cuerpo al mío. No tuve más remedio que dejar que su electricidad
corrupta brillara por mis venas antes de romperme hacia él.
Cuanto más observábamos, más gruesa se hacía la conexión hasta
que cada célula zumbaba por algo más grande que yo, algo más fuerte,
más aterrador, más seguro de lo que me habían dado.
Aparta la mirada…
¡Mira hacia otro lado!
Me quedé mirando demasiado tiempo. Había puesto en peligro mi
dolor por muy poco.
131
pensar que sentía lo que brotaba entre nosotros. Me hizo creer que
merecía la atención de alguien.
Estúpida, Pim.
¡Estúpida, estúpida, estúpida!
Él no sintió nada.
¡Nada!
Mi visión se volvió vidriosa cuando las lágrimas furiosas se
desataron. Quería que todo esto fuera olvidado. El amo A tenía razón.
Quería al señor Prest más que a mi dueño… no de forma sexual,
emocionalmente, demonios, no sabía cómo lo deseaba.
Pero lo hacía.
Y ahora, me curé. Sabía mi lugar, nunca me permitirían apartarme
de eso.
Suspirando con toda la decepción y la desesperación que sentía,
me abracé a mí misma, apoyé mi frente en mis rodillas.
Ya no me importaba.
Sólo quería estar sola.
El señor Prest interrumpió con su voz mi depresión—: ¿Todavía
tiene mi chaqueta?
Sí.
Y no te la voy a devolver.
Porque la quemaré mientras pienso en ti.
El amo A asintió. —Sí, todavía la tiene, la buscará si la quieres.
Me acurruqué aún más.
No me hagas esto, bastardo. Eso es mío y haré lo que se me dé la
gana hacer con ella...
—No. Fue un regalo — dice pasando su mano por su mentón, el
señor Prest agregó en voz baja—: Sin embargo, antes de que se concluya
este acuerdo al cien por ciento, tengo un término que agregar.
El amo A no se tensó, creyendo que era algo que él aceptaría de
buena gana. Pensó que había ganado. —¿Oh?
Ya lo sabía.
Mi columna vertebral se puso rígida cuando dejé de respirar…
esperando.
El señor Prest se rio entre dientes, por los nervios de la
anticipación. —Este término debería ser fácil para ti. Algo a lo cual no
tendrás ningún problema en acceder, ya que me lo ofreciste la vez pasada
anterior.
133
No.
Página
diablo vestido de ángel, pero tenía un veneno refinado del que carecían
otros monstruos.
Era aterrador.
—No hay ningún trato. Encontraré a alguien más que pueda
construir lo que yo quiero.
—Nadie más tiene esos contactos y lo sabes.
El amo A gruño—: No vas a follar a mi esclava.
—Es una esclava por esa razón —dijo el señor Prest, su voz nunca
se elevó, se mantuvo realmente calmada y melódica—, y la tendré… si
quieres tener lo que pediste.
Mi cuerpo sufrió un espasmo a medida que respiraba con
dificultad, odiando la forma en que mi piel se calentó debido a que
peleaban por mí. Nunca pensé que iba a ser tan deseada, incluso aunque
fueran por razones terribles, me sentí como una princesa por unos pocos
segundos.
—Ya te he pagado una jodida fortuna.
—Y quiero algo más.
—De ninguna manera.
Los dedos del señor Prest se apretaron alrededor de mi nuca,
levantándome nada gentil sobre mis pies. No podía pelear por la presión
que hacía con su agarre, encadenándome completamente a su merced.
Estar de pie no ayudó a mi inminente ataque de pánico. Me
tambaleé en el lugar cuando el señor Prest me obligo a mirarlo. Mis ojos
llorosos se abrieron ampliamente bebiendo su rostro como si sostuviera
el futuro, no el final.
Su cabello brillaba, tan negro azulado, parecía un pozo de
alquitrán, listo para apagar mi vida. Su mirada brilló con furia de ébano.
—Sí. Y te diré por qué. —Su voz se convirtió en un silbido—. Sé que eres
tú quien la golpea. Sé que no se lastimó la mano al caerse de las
escaleras, y sé que la castigaste por cosas que yo hice la vez anterior que
estuve aquí. La quiero. La tratas como si fuera una mierda. Lo menos que
puedes hacer es dármela así yo puedo hacer lo mismo.
Mis rodillas se debilitaron.
Mi capricho de niña de querer ser tratada cordialmente se
pulverizó.
Él quería…. no dormir conmigo… pero ¿si lastimarme?
¿Así es como consigue diversión? ¿Golpeando a una mujer que ya
se encuentra muy maltratada?
Mi furia contuvo mi ataque de pánico, dándome un pilar para
sostenerme en tanto arrastraba aire hacia mis pulmones que por el
136
momento lo rechazaban.
¡Cómo se atreve!
Página
Elder
—Malditamente bien. —Alrik miró ferozmente con todo el odio que
pudo conjurar.
Tenía una obsesión con su esclava. Insalubre. Peligrosa. Una
obsesión que eliminaba la racionalidad.
Y acabo de dirigir esa idiotez posesiva hacia mí mismo al exigir la
única cosa que juré que no haría.
No fuiste lo suficientemente fuerte.
Había venido aquí prometiéndome que no haría esto.
Juré una y otra vez que no la miraría ni le hablaría, ni siquiera la
notaría. Durante la primera parte de la reunión, lo logré.
Pero luego mi mente vagó hacia el silencioso ratón magullado en la
esquina. Su silencio me tiró, forzando mi atención a vagar hacia ella cada
vez que arrancaba la misma.
Ahora, había hecho algo de lo que ya me arrepentía.
¿Qué diablos estoy haciendo?
Esto no terminaría bien. Se suponía que tenía que firmar las copias
en papel definitivas, dárselas a Selix para enviarlas a mi abogado y zarpar
en unas pocas horas.
Se suponía que no iba a pasar la noche con una chica que casi se
sumergió en un coma porque la reclamé durante unas horas. No podía
138
Avancé.
Página
Mi mano subió.
El impulso de calmarla me hizo llevar los dedos hasta una de sus
mejillas. Mi piel brotó de su delicado calor. Ya había tenido mi único
toque cuando le acaricié el cabello. No tenía permitido tener un segundo.
Pero no me detuvo.
Un momento, se quedó cerca, inclinando la barbilla hacia la puerta.
Al siguiente, cruzó la jaula, empujando una pila de cajas que
cayeron haciendo ruido; cuchillos de carnicero y de mantequilla, y
tenedores afilados.
Sus ojos se volvieron luminosos en la penumbra, fijándose en los
míos con rabia.
Mierda.
Olvidé el dejar de sentir pena por este fantasma golpeado, pero ella
no olvidó su abrumador odio hacia los hombres.
No aparté la mirada. Pero tampoco me expliqué.
La tomé prestada para pasar la noche. Si quisiera tocarla, podría.
El hecho de que se hubiera escapado significaba que podía reportarla a
su amo y castigarla.
O podrías castigarla en su lugar.
La distancia entre nosotros se hizo más gruesa cuando respiramos.
Esperé... queriendo saber qué tan profundo fluía su educación en
el placer.
Apartando su mirada de la mía, tragó saliva. Pieza a pieza, escondió
su odio, reemplazándolo con una aceptación renuente.
Acercándose más, sus dedos de los pies empujaron las cuchillas
afiladas mientras se acercaba a mí y caía de rodillas sobre el frío cemento.
La mitad de mí se sacudió con una loca lujuria. La mayoría de mí
se alejó con repulsión cuando su cabello desaliñado cubrió su rostro,
pero no antes de ver el retorcido disgusto y el eco de la desesperación.
—Levántate —murmuré. A pesar de que mi voz era baja, el garaje
la amplificó y la estratificó con un mordisco.
Al instante, se abalanzó. El crujido de sus articulaciones y el mal
uso del cartílago en sus huesos sonaron como diminutos disparos.
—No te arrodilles. No aquí.
Su barbilla se inclinó mientras se balanceaba en su lugar. La
incomodidad cayó entre nosotros. No me hallaba acostumbrado a esto.
Jamás compré una esclava. Tendía a que la gente hiciera lo que quería
sin que yo les dijera. Me encontraba demasiado ocupado para hacer
micro gestión.
Tener a esta chica para mandar, cualquier orden, me demostró que
142
no era tan demonio como pensaba. No quería darle una tarea que no
tenía más remedio que obedecer. Quería que usara su libre albedrío y me
Página
Pimlico
Estábamos solos.
Mi habitación tenía una puerta.
Por primera vez en más de un año.
Mi cuarto de baño aún no, y la ducha brillaba desde donde me
arrodillé en el suelo al final de mi cama, pero al menos, no se veía desde
el pasillo y la paz caía, aunque fuera brevemente, en mi habitación.
El señor Prest señaló la alfombra blanca arqueando una ceja una
vez que le mostré cuál era mi habitación. Había mirado el espacio
indescriptible con una furiosa decepción.
No sabía por qué se enfadó. La decoración era tan sosa y austera,
que nadie podría ofenderse por eso.
En el momento en que me puse de rodillas en el suelo, el señor
Prest me dio la espalda y se puso a arreglar la puerta. No podía hacer un
trabajo perfecto sin las herramientas necesarias para asegurar las
bisagras, pero la madera bloqueaba la vista, y arrastró el aparador frente
a él, dándonos un elemento de privacidad.
Privacidad.
Bueno... no realmente.
Mis ojos se deslizaron hacia los rincones de la habitación donde
sabía que se encontraban las cámaras.
145
era visible.
¿Pero cómo podría si me negaba a comunicarme?
El terror con el que el amo A me hizo vivir durante tanto tiempo se
deslizó sobre mi cuerpo. Me rendí estúpidamente a un pequeño segundo
de relajación cuando el señor Prest aseguró la puerta. Finalmente me
había vuelto loca, creyendo que este extraño y una débil barrera me
mantendría a salvo.
Estúpida, Pim. No estás más protegida aquí de lo que estabas
corriendo por la mansión.
Probablemente estoy en más peligro.
Ahora peligraba más porque conocía al amo A. Me lo imaginaba
caminando por las escaleras, golpeando una o dos paredes, mirando al
techo como si pudiera penetrar el suelo y ver mi habitación. No se tomaría
muy bien que me usaran en privado.
Había sido desterrado.
Hará algo... y pronto.
Tragué cuando el señor Prest se volvió hacia mí.
¿Sabía lo peligroso que era esto? ¿Cuán endeble, volátil y
aterrador? En el momento en que negoció una noche conmigo, tomó un
fósforo y lo encendió, humeando y silbando, tomando velocidad hasta que
explotó una bomba.
¿Por qué, oh por qué, no tomaste el cuchillo cuando tuviste la
oportunidad?
Por enésima vez desde que me encontraba en el garaje, con las
llaves de tantas cosas que me quitó, me maldije. Sí, no tenía dónde
esconder el cuchillo. Sí, el amo A lo sabría al momento en que lo tomara,
dónde lo pusiera, y lo más probable es que lo usara como una lección de
que nada era mío para codiciar.
Pero al menos cuando irrumpiera (una vez que su temperamento
se desbordara al vernos), yo podría tener algo con el cual defenderme.
Me castigaría por todo, no solo por el pequeño contratiempo en el
garaje.
Debería estar horrorizada, temerosa, llorando.
Solo que llevaba tanto tiempo esperando ser libre algún día. Si me
quedaba en la víspera, que así sea. Esta noche, o me iría libre o moriría
libre.
Ambas opciones eran muy atractivas.
Mi atención se centró en el señor Prest. Lo odiaba por lo que me
pasó, pero cuanto más tiempo pasábamos juntos, más evolucionaba mi
146
complot.
Pidió una noche conmigo porque sentía lo mismo que yo.
Página
No, no quiero.
—Sí, quieres, niña.
Niña, puf.
¿Por qué no usó mi nombre? A pesar de que no se me dio uno.
¿Era tan indescriptible como para no ganarme un nombre
adecuado? ¿Prefería que no se me diera un sustantivo propio, sino que
siguiera siendo un adjetivo o un verbo?
No me moví.
No me encogí de hombros ni hice un gesto con la cabeza. Mi cuerpo
se hallaba amordazado, así como mi boca.
La voz del señor Prest flotó en el espacio mucho más tiempo de lo
habitual. Las palabras resonaban como el humo de una vela apagada,
aún visible, pero lentamente desapareciendo a medida que pasaba el
tiempo.
Cuando se desvaneció la última sílaba, murmuró—: No te gusta
eso, ¿verdad?
¿Qué cosa?
—Que no usara tu nombre.
Mis ojos se abrieron de par en par hasta que la delicada piel que
los rodeaba se tensó por el shock. ¿Qué demonios...?
Sonrió con suficiencia. —¿Cómo te llamas?
Sabes mi nombre.
—Déjame reformularlo... ¿cuál es tu verdadero nombre?
Me convertí en piedra. Nunca lo sabrás.
—¿De dónde vienes?
No es asunto tuyo.
Lo miré con más atención; sus ojos se entrecerraron, frustrado. —
¿Cuántos años tienes?
Demasiado vieja. Demasiado joven.
La novedad de que me hicieran preguntas amenazaba con fisurar
mi mundo de pesadilla. Eran peligrosas, pero también las más
insustanciales y comunes. Si hubiera tenido más citas, los chicos me
habrían preguntado exactamente lo mismo.
Y en ese entonces, habría respondido.
Pero aquí no.
No ahora.
Riéndose entre dientes, se inclinó. Sus piernas se doblaron para
149
—Hizo bailar otro centavo sobre sus nudillos con gracia y sin esfuerzo—
. Entonces, no me molestó, y ahora tampoco. —Agarrando la moneda en
un puño, gruñó—: Obtendré mis respuestas de ti, Pim.
Puedes intentarlo.
Su sonrisa se volvió fría. —Antes de que terminemos, sabré más
que algunas tonterías superficiales. Sabré quién eres... —Se lanzó hacia
adelante, apuñalando mi pecho con un dedo—. Ahí dentro.
Me estremecí bajo su agarre. Había tocado un moretón,
empeorando el castigo. No es que eso fuera difícil, ya que la mayoría de
mi cuerpo se encontraba cubierto con alguna lesión u otra cosa.
Sus ojos se clavaron en los míos.
Quería gritar: ¿Crees que me entenderás? Te conoceré mejor. ¿Qué
te parece un trueque?
Podría enterarse de mis secretos si me sacaba de contrabando de
aquí. Había algo sobre este hombre. Algo desconocido, intrínseco y
necesario. Tan, tan necesario.
Yo era ingenua para su monstruo, pero eso no significaba nada
mientras miraba a los ojos infinitos que se atrevían a ir a la guerra con
él.
Cuanto más nos quedábamos mirando, más profundo se volvía lo
que nos vinculaba. Esa maldita electricidad había regresado, fluyendo
sin límites, silbando en mi sangre.
Sin apartar la mirada, su dedo se convirtió en dos, luego en tres,
luego en cuatro hasta que presionó toda su mano contra mi esternón.
No me moví. No podía moverme cuando se acercó más, sus fosas
nasales se dilataron y su agarre cayó sobre mi pecho.
Las lágrimas brotaron. En parte debido a la invasión de ser tocada
con tanta ternura, pero sobre todo por el peso de su mirada que me
empujaba intensa y profundamente en el colchón. Mi corazón no tuvo
oportunidad, se rindió tratando de vencerlo y simplemente se dejó caer y
jugó a la zarigüeya en su lugar.
—¿Te gusta eso?
Su susurro me sacó de su hechizo.
No.
De ningún modo.
Mordiéndose el labio inferior, parecía más joven y más temerario al
mismo tiempo. Nunca había conocido a alguien como él. No había chicos
en mi pasado, ni hombres en mi presente. Era extraño, fascinante y
demasiado aterrador.
El señor Prest desvió sus ojos hacia donde me sostenía. Su pulgar
150
Elder
Qué bien, me salió el tiro por la culata.
No planeé darle la opción de hablar de su pasado, simplemente
sucedió. En un momento, mi teléfono era algo tan común, una
herramienta que usaba cada hora, todos los días. Al siguiente, fue el
santo y jodido elixir de esta delicada criatura que tembló como si pudiera
convertirse en un portal y llevarla lejos.
Mis manos se apretaron en puños. —¿A quién llamaste?
Presionó su cabeza más y más profundamente en el colchón. Duro
como un maldito colchón de rocas. No solo fue golpeada, moretones
marcaban su rostro y cada centímetro de su cuerpo, sino que su único
lugar de confort le daría aún más tortura.
Mi mente se descontroló por saber a quién llamó. ¿Su padre?
¿Hermano? ¿Novio? ¿Quién diablos no estuvo allí para ella cuando
finalmente tuvo la oportunidad de pedir ayuda?
No seas tan jodidamente hipócrita.
No tenía derecho a despreciar a sus antiguos seres queridos por no
haberla salvado cuando me hallaba a punto de hacer exactamente lo que
todos los hombres de su presente hacían. Debería darle otra oportunidad,
dejarla llamar a la policía.
Sé mejor que quienes la encarcelaron.
Ese pensamiento debería detenerme.
155
Pero no lo haría.
No después de haber tocado su pecho, y que mi piel detonara como
Página
—¿No me crees?
La contracción de su barbilla dio su respuesta.
Página
Pimlico
Me congelé cuando el señor Prest se balanceó sobre sus rodillas
ante mí.
Su traje crujió cuando extendió la mano y colocó sus grandes
manos sobre mis hombros. Sus ojos se posaron en mis pechos como si
la obstrucción del vestido blanco no ocultara lo que había debajo.
Me tensé, esperando que me tocara allí de nuevo. Sin embargo, sus
dedos apretaron la parte superior de mis esqueléticos brazos, agregando
presión hasta que me tambaleé involuntariamente.
Luché contra él, esforzándome por ignorar su empuje.
¿Qué demonios hacía?
—Lo primero que quiero de ti es... —Me empujó, sonriendo
mientras me tiraba de lado, extendí los brazos para detener mi caída y
uní las piernas—. Que dejes de sentarte así.
¿Así cómo?
¿Al igual que una mujer que no tiene elección?
Casi como si escuchara mi sarcasmo, una vez más presionó mis
hombros, forzando mi espalda. —Relájate.
Imposible.
Me retorcí en posición vertical, haciendo una mueca por el dolor y
los huesos palpitantes en mi mano.
158
igualdad y la amistad.
Página
poderosos, contra las costuras. El bulto entre sus piernas parecía más
grande que el del amo A, causándome una sensación horrible.
Olvidando lo que acababa de suceder, torció el dedo. —Levántate.
Viendo como prefieres estar sentada de esta manera, haz lo que yo hago.
¿Qué trataba de hacer? ¿Cómo podría adelantarme a su próximo
juego mental cuando él no sabía lo que me haría hacer?
Me sentí como un cachorro siguiendo a su líder cuando lo imité
respirando profundamente, me senté sobre mis rodillas, haciendo lo
posible por centrarme en mí. Sin embargo, no pude evitar la sensación
de inquietud que provocó en mi interior. No quería tener nada que ver
con el palpitante interés que me resultaba tan extraño como las comidas
regulares y salir a la calle.
—Recuerda, Pim. Nuevas reglas. Lo que haces, lo hago. Y lo que yo
hago, tú lo haces. —Con dedos elegantes, extendió la costosa tela de su
chaqueta a los lados, revelando el torso vestido con una camiseta negra
debajo. Lentamente, se encogió de hombros, tirándolo a la cama como si
no tuviera ningún valor, en tanto me observaba como si fuera una
seductora de valor incalculable.
¿Qué ve él en mí para justificar arriesgar su vida?
Debería apartar mis ojos. Dejar de mirar. Pero él quería que yo lo
hiciera.
No puedo negar que quiero mirar.
No importaba que lo encontrara una rareza y confuso. No
importaba que arrinconara mi mente al obligarme a permanecer
presente. El amo A acabó conmigo. Me dio la gracia de apagar mis
pensamientos y abandonar mi cuerpo para hacer lo que quisiera.
El señor Prest no.
Junto con la rebelión, trajo vida y conciencia, y aunque esa
conciencia me hizo apartar la concentración del cosquilleo no deseado en
mi vientre, no podía desconectarme porque la noche era tanto larga como
corta.
Pronto, se acabaría.
Gracias a Dios, todo habrá terminado.
Él se iría.
Me… dejaría.
Mis hombros se hundieron un poco antes de recordar que quería
que se fuera. Lo odiaba por las consecuencias que tendría que afrontar
cuando saliera por la puerta.
El amo A probablemente me mataría, eso era todo lo que tenía que
162
¿Qué tenía que esperar del señor Prest? Un imperio que gobernaba,
un reino que solo podía imaginar, en un palacio que solo podía soñar.
Apartando la mirada, hice mi mejor esfuerzo para silenciar
pensamientos no deseados y volver a caer en mi posición sin vida.
—Puedes mirar —susurró—. Tengo toda la intención de mirarte. —
Sus hombros se encogieron cuando se estiró sobre su cabeza y agarró la
parte trasera de su camiseta. Con una mirada oscura, arrancó la tela,
desvistió un torso que solo había visto en mis fantasías.
Para un hombre con autenticidades mixtas, su cuerpo no ocultaba
qué lo hizo sobresalir en este mundo. Brazos largos y ágiles con bíceps
perfectamente proporcionados y musculosos antebrazos. Pecho ancho,
pero no demasiado, con pectorales y oblicuos, y un paquete de seis en su
estómago que parecía demasiado fuerte para su piel.
Pero nada de eso importaba a medida que mis ojos admiraban la
obra maestra.
Contuve mi aliento con asombro.
Su caja torácica era visible. Su carne abierta, revelando un dragón
escondido debajo de los huesos.
Eso no puede ser.
Pero lo era.
Mis dedos ansiaban demostrarlo, insertar mi mano en su pecho y
acariciar el reptil que siseaba en su interior.
En algún lugar, dentro de mí, sabía que no era real, solo una
excelente ilusión. Quienquiera que hubiera hecho el tatuaje hizo que
pareciera tan tridimensional, tan realista, juro que miré su cuerpo y vi
cómo su corazón latía en tanto el dragón se deslizaba exhalando humo,
protegiendo a su amo como el guardián de su alma.
El señor Prest no se movió. Sentado sobre sus talones, me permitía
inspeccionarlo en tanto me balanceaba hacia adelante, engañándome al
pensar que, si giraba a la izquierda o a la derecha, vería su bazo, hígado
y riñones. El tatuaje era tan real, tan profundo en detalles, me avergoncé
al pensar en huesos reales presionando contra mí en lugar de encerrados
en carne humana.
—No es real. —Pasó la palma de su mano por encima del costado
que parecía cavernoso y boquiabierto. Sus dedos se arrastraron sobre sus
músculos sin sangre de una caja torácica expuesta o fueron mordidos
por el dragón que siseaba en su cavidad—. ¿Ves?
Dejando caer su mano, él levantó su mentón en mi forma
congelada. —Lo que yo hago, tú también debes hacerlo. —Arqueó una
ceja, terminando su oración. Sácate lo tuyo.
163
Me tensé.
No me asustaba el estar desnuda frente a él. La desnudez era solo
Página
Obedecí inmediatamente.
¿Quería horrorizarse más al ver mi aspecto grotesco?
Página
Adelante.
Pasaron unos segundos mientras sus ojos vagaban sobre mí.
Finalmente, susurró—: Eres más negra que blanca, y más azul que rosa
saludable, pero no eres tímida para revelarlo.
¿Tímida?
No se trataba de timidez.
Era sobre saber mi lugar y hacer lo que me decían.
¡Hice lo que me pediste!
Este hombre no tenía idea de las reglas y leyes en las que vivía. No
tenía experiencia lidiando con criaturas compradas.
Eso calmó un poco mi ira, saber que yo podría ser lo peor que
alguna vez vio en su vida, pero él no era lo peor que yo alguna vez
encontré.
—¿Qué te ocurrió? —Su voz bajó a un tono frío.
Mis pezones se pusieron rígidos por el frío a medida que sus ojos
ardientes me calentaban.
¿Esperaba que se lo dijera cuando las respuestas estaban a su
alrededor?
Hombre estúpido.
—El silencio no te salvará de mí, Pimlico. —El señor Prest se
apartó, reclinándose de nuevo contra la cama. Apoyó la cabeza contra la
cabecera, sus movimientos suaves y sin prisas. Jamás apartó su atención
de mí, extendió sus piernas y con dedos ágiles se desabrochó los
pantalones.
Tragué saliva.
El suave tintineo de la hebilla de metal sonó fuerte cuando estiró
el extremo de su cinturón hacia el lado opuesto y abrió el botón antes de
que el sonido áspero de una cremallera abriéndose resonara en la
habitación. —¿Crees que no te tocaré solo porque he visto tus heridas?
Mi corazón tomó el control y mis pulmones gruñeron como un
herrero forjando acero.
—¿Crees que soy un buen tipo que te tratará con más respeto que
los hombres que te marcaron? —Estiró la pretina de los calzoncillos
negros de su tatuado estómago, metiendo su mano derecha en sus
profundidades. Su mandíbula se tensó cuando sus caderas se arquearon
un poco, concediendo un poco de holgura a sus dedos para envolverlos
alrededor de sí mismo.
La forma en que su rostro expresaba una profunda concentración
166
y sus dientes mordiendo su labio, era lo más sensual que había visto
desde que me vendieron.
Página
—No lo soy. —Su lengua se deslizó por los dientes que mordieron—
. No soy alguien con quien puedas joder. Cuando pido algo, espero
conseguirlo. Inmediatamente.
Una repentina oleada de miedo y rebelión se estrelló sobre mí
cuando su mano se movió en sus calzoncillos.
—Tienes una opción. Dame lo que quiero o lo tomaré. —Sonrió con
dureza, sus ojos recorrieron la habitación como si esperara compañía en
cualquier momento—. Tú eliges.
Parpadeé.
No entendía este nuevo juego. Ya me dijo que mis moretones lo
cambiaron todo, que ya no me deseaba. Podría haberme tomado en el
momento en que me robó, entonces ¿por qué amenazarme con tener sexo
cuando preferiría estar en una cama diferente con una chica diferente?
Mi barbilla presionó contra mí esternón, haciendo mi mejor
esfuerzo para suprimir ese desconcierto.
—Mírame. —Su voz sonó brusca cuando su mano se movió,
susurrando pecado.
Pellizcándome los muslos para conservar algún tipo de dignidad,
hice lo que me pidió. Esta vez, no pude evitar mi fascinación a medida
que asimilaba todo de él. Desde la manera en que sus labios brillaban,
su estómago subía y bajaba y su dragón se retorcía bajo la ilusión óptica
de los huesos de las costillas.
—Recuerda, lo que yo hago, tú lo haces.
Mi boca se abrió conmocionada.
Él... ¿quiere que me toque?
Nunca me toqué a mí misma.
Primero, porque tenía una madre estricta que irrumpía en mi
habitación a toda hora sin preocuparse por respetar mi privacidad, me
crio y, segundo, porque vivía con un amo que me hizo despreciar todas
las partes inferiores.
¿Por qué querría tocarme a mí misma?
¿Por qué molestar esa parte de mí cuando ya era abusada con
demasiada frecuencia?
Se mordió el labio de nuevo, esta vez succionando la carne húmeda
en su boca en tanto su brazo se abultaba. —¿Quieres que te trate como
a una puta? ¿Prefieres obedecer órdenes humillantes que responder unas
pocas preguntas simples? —gruñó—. Muy pronto aprenderás a tomar
mejores decisiones.
Nuestros ojos se encontraron antes de que un ataque de pánico se
clavara en mis pulmones como un parásito. No puedo creer que me
167
sintiera más segura con este hombre, quien pensé que era diferente.
Su rostro se contrajo con frustración cuando bajé los ojos,
Página
Elder
Era muchas cosas, pero un abusador, un violador y un maldito
bastardo no formaban parte de mis muchos errores y defectos.
Sí, entré en la casa de Alrik listo para tomar lo que le pertenecía.
Sí, había tenido intenciones impuras de usarla para mi placer.
Incluso me convencí a mí mismo de que ella no era mi problema,
solo un endulzante para nuestro negocio.
Pero luego se quitó el vestido.
Y jodidamente no pude hacerlo.
¿Cómo podría ponerme duro con una chica que tenía tanta fuerza
en su corazón, pero tanto abuso pintado en su piel? Su silencio no era el
desafío que yo creía. Su silencio no era coraje ni agallas. Era la única
maldita cosa que le quedaba.
Y quiero robar eso sobre cualquier cosa que su cuerpo pueda darme.
La amenacé con sexo. Metí la mano en el pantalón, obligándola a
creer que la follaría de todos modos. En lugar de terror y disgusto, me
miró con fría resignación. Llevaba viviendo en un mundo de dolor y sexo
forzado mucho tiempo, que era aburrido para ella. Algo esperado y
desconectado en tanto permanecía oculta en su silenciosa fortaleza,
abandonando su cuerpo para mantener su mente.
Joder, eso se ganó mi respeto.
169
impedía leerla.
—¿Tienes una banda elástica? —Inclinándome, recogí sus cabellos
Página
Esperé a que asintiera, parpadeara, que hiciera algo que podría ser
Página
que has querido saber por un tiempo. ¿Sabes por qué me deja usarte,
incluso cuando eso le molesta? ¿Por qué me deja reclamar su preciada
Página
Pimlico
Santa mierda, ¿qué está haciendo?
Me puse rígida cuando su mano forzó la mía, presionando mi dedo
medio, sin darme otra opción que obedecer. Mis nudillos se calentaron
cuando su gran palma me sofocó.
No podía apartar la mirada cuando sus dientes mordieron su labio
inferior. Hizo que me fuera imposible evitar que cada célula se excitara
con la forma erótica en que empujaba contra mi cadera. No se había
quitado los pantalones, pero eso no detuvo el calor de acero de su
erección marcándome.
Estaban sucediendo muchas cosas.
Demasiados estímulos.
No sabía en qué concentrarme: su cuerpo intercalado con el mío,
su mano obligándome a sentirme a mí misma, o su polla complaciéndose
conmigo de la forma más extraña.
Me hizo sentir claustrofóbica y susceptible.
¡Quiero escapar!
Pero entonces, todo lo demás se desvaneció cuando la punta de mi
dedo entró en mí.
¡Detente!
Lo condené.
182
Lo detesté.
Lo… odié, odié, odié.
Página
¡Suéltame!
Me retorcí, fulminando su mirada oscura.
¡Déjame malditamente en paz!
—Cierra los ojos.
Vete a la mierda.
Arqueó una ceja cuando lo desobedecí manteniendo los ojos bien
abiertos.
—¿Quieres ver? —Añadió más presión, tirando mi brazo hacia
abajo para que mis dedos desaparecieran por completo en mi interior—.
Puedo conseguir un espejo si quieres. Hablaré contigo. Te mostraré lo que
está haciendo tu mano traviesa.
Quería sacudir la cabeza desesperadamente, en caso de que
creyera que mi silencio era una petición de cosas tan repugnantes. Pero
simplemente se río de mi incomodidad y liberó mis dedos. —Veamos si
odias esto tanto.
Lentamente, muy lentamente, deslizó mi dedo hacia arriba hasta
que rozó una parte de mí que se desprendió de su adormecimiento
protector y se encendió con un extraño sentimiento.
Mi clítoris.
Me sobresalté en el momento en que mis dedos se deslizaron sobre
el duro brote.
Su sonrisa era el mismísimo infierno. —Ah, ahí estás, ratoncita.
Lentamente cobrando vida.
Una vez más, el nombre “ratón” hizo que mis músculos se tensaran,
anulando todo lo que había vivido. Podría haber tolerado cualquier otro
nombre. Cualquier otro nombre de roedor o alusión de puta, incluso un
temido verbo, habría sido mejor.
Pero, ¿ratón?
¿Cómo podía usar ese?
¿Cómo se atreve a usar algo que significa tanto para mí?
Rechinando los dientes, aparté los recuerdos que hacían todo lo
posible por levantarse. No me había permitido pensar en él en años. Era
jodidamente duro. Mi madre no se hallaba a menudo en mis
pensamientos, pero al menos todavía se encontraba viva y era felizmente
ignorante de en lo que se había convertido su hija.
Mi padre, por otro lado, estaba muerto.
Me miraba desde el cielo, llorando por mis circunstancias y viendo
cada una de las asquerosas actividades que me obligaban a hacer.
El horror y la autocompasión se sentían tan pesados que no podía
respirar. Luché por sentarme, por liberar mi mano del agarre del señor
184
Necesitaba espacio.
Necesitaba bloquear ciertos recuerdos antes de que me volvieran
loca.
Pero no me soltó. Su muslo presionó con más fuerza, sus dedos
obligaron a los míos a girar alrededor de mi clítoris. —Odias eso incluso
más que cuando te llamo niña. —Su boca se movió, pero su voz era
silenciosa como una respiración, casi se disculpó mientras persuadía mis
secretos—. Dime por qué.
¿Cómo cuando me niego a hablar?
¿Por qué no te conozco?
Nunca, porque no mereces saberlo.
Odiaba lo guapo que se veía reclinado a mi lado, robándome la
libertad con el arte de su torso expuesto y su tatuaje. Su cabello negro
coincidía con las líneas opacas de la cavidad cavernosa donde deberían
estar sus órganos, sus labios eran tan embriagadores.
Pero la belleza no ocultaba a una bestia, y no me dejaría engañar.
Había terminado con esto.
—Cierra los ojos, Pim. Es mucho más fácil dejarte ir que cuando
estás…
Me resistí, interrumpiéndolo y determinada a eliminar su control.
Me negué a hacer lo que me ordenaba, no cuando no confiaba en
él.
Espera, no confías en el amo A, pero obedeces.
Eso era cierto, pero sabía lo que sucedería si no lo hacía. Era lo
suficientemente inteligente como para elegir el camino menos doloroso.
Con el señor Prest, no sabía lo que él haría en represalia.
Y valía la pena arriesgarse a la agonía para averiguarlo.
Puede que no tenga las pelotas para golpearme. Puede que me deje
salirme con la mía y podría evitar acostarme con él, lo que a su vez
complacería al amo A porque no quería compartirme.
Era un plan complicado… pero un plan, al fin y al cabo.
Levanté mis hombros de la cama cuando luché más fuerte de lo
que había luchado en años.
Su rostro se oscureció a medida que la sorpresa destellaba en sus
ojos. —Sigue luchando y tu noche será diez veces peor, ratón silencioso.
Me sacudí, pero en mi devanado estado no me centré en el apodo.
Sin embargo, jadeé cuando sus dientes se cerraron sin delicadeza sobre
mi clavícula. Me estremecí cuando su lengua lamió la mordida de sus
incisivos.
185
¡Sí, me atrevo!
¡Estoy tan cansada de todo esto!
El hocico de su dragón siseó donde su caja torácica se abrió de
golpe mientras sostenía mi forma retorciéndose. Pero eso no me detuvo.
No me asustó. Lo único que podría hacerlo era saber que, sin importar lo
que hiciera el señor Prest, nunca sería tan malo como el amo A.
Tenía que usar a ese hombre para liberarme o demostrarle al amo
A que era leal y sumisa. Si me veía luchando… podría ser más amable
conmigo. Si el señor Prest veía mi fuerza, podría ayudarme a escapar.
Dos escenarios de un movimiento valiente e imprudente.
Se quedó inmóvil, siguiendo mi mirada hacia su tatuaje y donde
nuestros cuerpos se besaban. Incapaz de ocultar su frustración, su rostro
expresó su mal genio. Por su confianza al adivinar mis respuestas
silenciosas, jamás entendería por qué “ratón” era el único nombre que
nunca podría llamarme sin hacer que lo odiara por la eternidad.
La impenetrable máscara que usaba (ocultando todo lo que lo hacía
real), se cayó por un segundo. Desapareció el grosero empresario que
proyectaba, y se convirtió en alguien fascinante y desconocido.
Me observó tanto como yo a él.
Vi a un hombre con problemas de control.
Uno muy acostumbrado a que el mundo se inclinará ante sus caros
pies.
Pero también vi a un hombre que sabía lo que era ser yo. Ser quien
no tiene opción, el que no tiene vida… que no tiene esperanza.
Entonces, como si recordara que yo no era más que una puta que
existía para que la usara como quisiera, su máscara volvió a colocarse en
su lugar.
Su toque se volvió áspero.
—No puedes dirigir la diversión de esta noche, Pimlico. Ese es mi
trabajo.
Me quedé sin aliento cuando obligó a mis dedos a girar más fuerte
sobre mi clítoris, acumulando aún más hormigueo de electricidad.
—Lo descubriré más temprano que tarde. Me responderás. Pero por
ahora, me niego a perder más tiempo.
Encajó su polla contra mi cadera, palpitando debajo de sus
pantalones. —Quiero estar dentro de ti, pero por tu bien, voy a esperar
hasta que estés empapada. —Su nariz rozó la mía—. ¿No es eso justo de
mi parte? ¿No es amable?
Tomando mi mano rota con la suya libre, la llevó de golpe sobre mi
186
y completamente a su merced.
Tragué saliva cuando su garganta se movió con dureza, su cabello
cayó sobre un ojo mientras presionaba su frente contra mi sien. —Vas a
sentir algo bueno, Pim. Todo está en tu mente. —Sus dedos manipularon
los míos para pasar de mi clítoris a mi entrada, y viceversa. La caricia se
sintió diferente esta vez, menos extraña, pero igual de atroz.
Junté los labios apretadamente cuando un gemido traicionero se
construyó en mi pecho. No de placer, sino de súplica.
Podía herirme, forzarme, ordenarme, pero no me correría.
No puedo.
¿Cómo podría hacer algo que nunca antes había hecho? ¿Cómo
podía arreglar algo que llevaba roto desde el principio?
Jamás disfrutaría de esto.
Nunca.
Jamás desearía esto.
Nunca.
Y si se convertía en Alrik y solo quería follarme… que así sea.
Tenía una forma de protegerme.
Me iría mientras devastaba mi cuerpo.
Y jamás volvería a pensar en él porque destruiría cualquier
sentimiento que pudiera haber desarrollado.
Escapar…
Tragando con fuerza, me tensé y relajé de golpe. Vibré y me
estremecí al mismo tiempo que mi sexo se apretaba por su propia cuenta
y mi soberanía sobre mis extremidades desaparecía.
Me volví flexible, exactamente como la muñeca que preferían estos
bastardos.
Mis músculos se derritieron en la cama, mis piernas se abrieron y
mi mente… esa era la mejor parte.
Escapé.
Desaparecí en mi interior, girando cada vez más rápido hasta que
estuve demasiado profundo como para ser alcanzada, demasiado lejos
como para ser golpeada, demasiado protegida como para arruinarme más
de lo que ya me encontraba.
No me importaba que su dragón arrojara humo por el enojo.
No oí su atormentado gemido.
No sentí mis dedos en mi interior.
187
Me
había
Página
ido.
24
Traducido por Val_17
Corregido por Jadasa
Elder
Ella seguía aquí.
Su cuerpo caliente todavía vivía bajo nuestros dedos entrelazados.
Su respiración todavía me hacía cosquillas en el pecho. Su presencia
todavía me ponía duro.
Pero todo lo que la hacía ser Pimlico desapareció.
Su lucha, su ira justificada, su confusión, su fuerza y coraje.
Todo se desvaneció.
Así que, de esta manera es cómo se protege a sí misma.
Podría no conocer el placer. Podría solo entender el dolor. Pero
había descubierto la manera de proteger su mente. Joder, si eso no me
intrigaba más. Si estuviera más interesado en esta mujer, no sería capaz
de alejarme cuando llegara el momento.
Incluso ahora, nos quedábamos sin tiempo. Me sorprendía que
Alrik no hubiera irrumpido mientras la tocaba. (No era como si la hubiera
tocado, simplemente la guie en su autoexploración).
El hecho de que aún no hubiera entrado me daba una mala
sensación y la cautela recorría mi sangre.
Pero ahora, lo arruiné, perdí a la chica y sus secretos. Lo único que
podía hacer era convencerla de que volviera antes de que fuera demasiado
tarde.
188
cuando mis dedos tocaron algo suave que sobresalía de las tablillas del
marco.
Página
Pimlico
Mi reloj de Minnie Mouse anunció que eran las 12.33 a.m.
Mi madre odiaba que me lo pusiera, decía que era demasiado mayor
para esas cosas tan infantiles. Pero me encantaba su frente cutre y su
correa desgastada por el tiempo. Era todo lo que me quedaba de él. El
hombre que me llamaba Ratón desde que podía recordar.
El recuerdo de su apodo para mí resonó con cada tic de las
manecillas sobre las grandes orejas de Minnie. El apodo provenía de mi
verdadero nombre y de alguna manera se transformó en un personaje de
Disney. Tasmin se convirtió en Min, y luego en Minnie, que se convirtió en
Ratón. Tenía muchos apodos, pero solo mi papá me llamaba Ratón
mientras que los demás me llamaban Tas.
Él murió cuando tenía siete años.
Por eso nunca me lo quitaría, sin importar cuán vieja fuera.
Nunca crecería cuando se trataba de mi padre.
Eso volvía loca a mamá.
Según mi reloj, llevaba en esta fiesta con ella durante cinco horas, y
quería irme a casa. Me dolían los pies, me retumbaba la barriga y terminé
de ser cortés con las personas que no lo merecían.
Pero entonces, el señor Kewet sonrió y me pidió que lo acompañará
al balcón; estúpidamente fui con él, aunque lo reconocí como un predador.
Yo era la hija de una psicóloga. Estaba aquí para convencer a sus
clientes y respaldar sus patrocinios. No la decepcionaría.
191
Fruncí el ceño.
No...
Página
Elder
¿Qué demonios estás haciendo?
Apagué mi mente.
No podía controlar mi cuerpo o su palpitante lujuria cuando
Pimlico se acercaba más, pero podía desconectar las preguntas
regañadoras de mi cordura.
Me había prometido a mí mismo que no haría esto. Mientras
dormía, aumentaba el deseo de tomar lo que deseaba, encadenándome
con obediencia.
Jodidamente bien resultó ser mi autocontrol.
Se me permite uno de todo.
Y lo quería.
Mucho. Jodidamente. Demasiado.
Pero esto va contra...
Apagué mis pensamientos.
Incluso si estuviera mal, jamás lo volvería a tener. Necesitaba saber
cómo se sentía antes de salir por la condenada puerta y nunca mirar
hacia atrás. Después de esto, me iría. No esperaría a que Alrik irrumpiera
en nuestro santuario y robara su esclava.
Él podría tenerla.
Ella era demasiado para mí.
200
Pimlico
Sus manos subieron.
Me aparté de un tirón, pero sus fuertes dedos impactaron alrededor
de mi cabeza, manteniéndome atrapada. El terror familiar me congeló
cuando el botón para el dolor apagó mis sentidos. No pude detenerlo. Me
habían maltratado demasiadas veces para anular un cierre tan instintivo.
—No te haré daño. —Su aliento me besó primero. Su promesa no
hizo nada para calmar mis nervios. La forma en que se arrodilló ante mí
hizo que mi corazón se enroscara como un alambre de púas, haciendo
que sangrara. En esa pequeña posición, él me dio más poder, más respeto
del que nunca me habían dado.
Me destripó.
Pero entonces sus labios se posaron en los míos.
Y el mundo se detuvo de golpe antes de girar violentamente en la
dirección equivocada.
No sabía qué hacer, cómo actuar.
¿Debo retirarme?
¿Morderlo?
¿Ceder a él?
Me quedé inmóvil.
¿Debo huir?
202
¿Esconderme?
Página
cometer un error.
En lugar de asentir o alejarme, me quedé donde me encontraba.
Página
su agarre. Me rendí por completo. Sea lo que sea esto, no quería que
terminara.
Sus labios presionaron los míos con más fuerza, alentando chispas
ya que nuestras bocas nunca se detuvieron.
Me moví inquieta y desesperadamente en tanto mi atención se
centraba en su hábil lengua y su magistral manipulación.
Me forzó en una marea extraña donde ya no escuchaba al mundo
exterior sino a mi interior.
Con el que había perdido el contacto desde que me asesinaron y
me compraron. El que era mucho más grande que el universo en el que
vivía.
La lenta incineración se aceleró cuando nuestra boca se volvió
hambrienta y desordenada. Ya no había sincronización.
—¿Lo sientes, Pim? —susurró entre besos—. ¿Sientes que tu
cuerpo se prepara para mí? —Su voz cambió a un gruñido, sus labios
brutales en los míos—. Mierda, te deseo.
Mi espalda se arqueó cuando él me empujó hacia adelante en su
abrazo.
Me pasó algo.
Ya no estaba en el mismo camino.
Me alejé.
No, fui arrastrada. Por este hombre.
Este ángel pecador que de alguna manera se convertiría en mi
defensor y liberador, todo en uno.
No lo conocía.
Pero lo deseaba.
Me salvó la vida al darme un segundo de felicidad. Quería que se
quedara en mi vida. Pero sabía que eso no era posible.
Prácticamente siseó con calor. No podía pensar mientras me
miraba así, me besaba de esta manera, me lo robaba todo.
Su lengua se deslizó tranquilamente a lo largo de mi labio inferior,
haciéndome anhelar lo que dio tan imprudentemente. Quería su lengua
sobre mí, dentro de mí, consumiéndome. Quería cosas que no entendía
o nunca pensé que debería considerar.
Su ceño fruncido expresaba furia, llena de lujuria. Gritaba sexo.
Pero no violación. Sexo. Sexo consensual, tan lejos del reino que conocía.
Su pecho se onduló cuando su mano ahuecó mi mejilla de nuevo.
Su vientre se apretó, haciendo a su dragón humear y chisporrotear.
205
haces.
La oleada de emociones complicadas y desconocidas me golpeó tan
fuerte como los puños del amo A. No sabía por qué, pero en ese segundo
me sentí devastada, no por el placer que me había dado, sino por lo grave
que me golpearía una vez que se fuera.
Quería vivir en este momento por la eternidad.
Quería encontrar la autoestima y la felicidad en esta falsa unión.
Quería compañía, pero al desear eso, me debilité porque quería apoyarme
en él después de apoyarme en mí misma durante tanto tiempo.
Me gustaba él.
Me besó de nuevo, detuvo mis pensamientos y me obligó a
aceptarlo en un nivel más profundo de lo que jamás había pensado.
Ya no era un esclava encarcelada o atrapada.
Me besaron.
Besada.
El señor Prest se alejó lentamente, llevándose su calor, su
amabilidad y su protección.
Eso fue… no tenía palabras.
¿Exquisito?
¿Divino?
¿Espantoso?
Me cerní en la felicidad final de lo mejor que me habían dado en
tanto tiempo, cayendo en un letargo tan pesado y agotador que luché por
mantener mis ojos abiertos. ¿Qué me hizo? ¿Por qué me sentía drogada
y obsesionada y tan, tan cansada?
No se movió.
Su mirada libraba una guerra con cosas demasiado profundas y
peligrosas para solo un beso, y me sentí agradecida cuando sacudió la
cabeza, ocultando cuidadosamente lo que ocurrió.
Sus labios se acomodaron en una sonrisa satisfecha de sí mismo.
—¿Supongo que fue tu primera vez?
Mis mejillas se calentaron.
Cerré los ojos, ya bajando del torrente emocional al que me llevó.
Sus nudillos me dieron un golpe en el mentón, sobresaltándome
para que abriera los ojos.
—¿Cuántos otros primeros te han negado?
¿Que? ¿Qué quieres decir?
206
No…
Mi respiración se convirtió en jadeos cuando la punta de su dedo
trazó la suave curva de mi pecho, mi caja torácica y mi cintura hasta
finamente llegar a mi ombligo. Su intensa mirada insinuó que deseaba
tocarme entre las piernas, pero que no lo haría.
Atrapada en la loca red que habíamos tejido, temblé cuando dijo—
: Quería darte otra primera vez. Un orgasmo. Ahora veo que sería
imposible para ti porque nunca sentiste verdadero placer.
Su frente se arrugó. —Hay tantas otras primeras veces que explorar
con tu coño, Pim. ¿Alguna vez has sentido la lengua de un hombre en tu
interior? ¿Su boca en tu clítoris? ¿Qué hay de sus dedos tan
malditamente profundos que te olvidaste de ser humana y en cambio te
convertiste en un animal?
La tensión de mis extremidades me cubrió con una seducción aún
más sensual.
—Quiero darte tantas primeras veces. —Se inclinó hacia mí con los
ojos entrecerrados y la boca a solo milímetros de la mía—. Quiero…
El desastre ocurrió.
La puerta se abrió de golpe.
Las balas traquetearon doblando las bisagras y astillando los
paneles de madera.
¡No!
Los gruñidos de Tony rompieron el silencio mientras destruía la
entrada con un bate de béisbol, demoliendo la única cosa que nos
protegía.
El amo A se hallaba de pie detrás de él, ladrando órdenes.
Mi corazón corrió de la tentativa de vagar en el paraíso y se estrelló
nuevamente en su prisión.
¡No, no, no!
Era por eso lo que nos había dado tanto tiempo. El por qué el señor
Prest tenía el privilegio de acostarse a mi lado ilesamente.
El amo A llamó por refuerzos.
—¿Qué demonios? —El señor Prest se puso de pie con el cuerpo
erguido y listo para una pelea—. Vete de aquí. No he terminado.
Me encogí cuando entró en la habitación. Tenía un arma en la
mano.
Nunca lo había visto con el revolver negro, pero la forma en que lo
208
manejaba con confianza y precisión me dijo que no era ajeno a esas cosas.
Su mirada saltó entre mi desnudez y la forma de los pantalones del
Página
mi destino. Lo aceptaba. Pero no dejaría que otro sangrara por mí, incluso
si él no fuera inocente de crimen.
Página
—No me importa.
—Ella es mía hasta que me vaya.
—Incorrecto. —Su mano blandió el arma—. Es mía, imbécil. No lo
volveré a pedir.
El señor Prest no se movió. Simplemente se cruzó de brazos.
Me paré en puntillas detrás de él, queriendo estar en posición para
correr o arrodillarme, necesitaba hacer algo para detener la tensa
situación.
El amo A cambió la táctica. Sus ojos azules sonrieron cruelmente
cuando movió el cañón del arma del intruso a mí.
Me puse rígida.
—Tienes algo que quiero, señor Prest. Considérate jodidamente
afortunado, porque si no lo hicieras, te habría disparado en el momento
en que tomaste a mi Pimlico. Sin embargo, querer algo también es tu
problema.
Jadeé cuando todo se ennegreció con un inminente asesinato.
El siniestro agujero de donde me dispararía una bala me hipnotizó.
No podía apartar la mirada.
Si esta era la manera más humana en que terminaría, que así sea.
Tuve mi primer beso verdadero. Fui tratada bien por primera vez en años.
Si este era el epílogo de mi horrible y terrible historia, me parecía bien.
Mis músculos se relajaron, listos para aceptar el desgarro del
lacerante e insoportable plomo.
Por favor, deja que sea un disparo limpio.
—Quieres a esta puta. —Agitó el arma—. La quieres lo suficiente
como para mantenerla viva. Con mucho gusto la mataré si eso hace que
cumplas con nuestro trato.
Hazlo.
Termina con esto.
El rostro del señor Prest se volvió monstruoso. —¿Matarías a tu
propia esclava con tal de no darme un par de horas más?
—Absolutamente. —Su respuesta fue instantánea—. Entonces,
¿qué será? Ella o tú. He sido muy tolerante. Necesita una maldita ducha
para deshacerse de tu inmundicia y luego un recordatorio de a quién le
pertenece.
Sólo dispárame.
No quería un recordatorio. No quería que nadie volviera a tocarme.
El señor Prest se enfureció. —Eres un imbécil.
211
—No lo harás.
—¿No lo haré? —Su frente se arrugó de rabia—. ¿Quieres que
malditamente te lo demuestre?
Él lo hará.
Tal vez, ¿ese era el plan del señor Prest? ¿Qué me disparen para
que él pueda alejarse, sabiendo que ya no sufriría más? Dijo que no le
importaría lo que me hicieran, que todos teníamos demonios personales
que soportar.
Era misericordioso eliminarme de esta manera.
El amo A se dirigió hacia mí y me agarró el pelo con un puño,
acercándome bruscamente. —Vamos a ver cuánto sangra, ¿de acuerdo?
El señor Prest dio un paso, olvidándose de sí mismo mientras la
furia cubría sus rasgos. —Quita tus manos de ella.
La fría amenaza de muerte se alojó en mi sien cuando el amo A
gruñó—: Mi paciencia se agota. —Presionó más fuerte el arma contra mí.
El olor fuerte del metal me subía por la nariz.
—Dile adiós a la puta. Mantén tu maldito yate, yo no...
—¡Para! —El señor Prest dejó caer sus brazos, extendiendo sus
manos en señal de rendición—. No la mates. —Su mirada se clavó en la
mía, llena de lívida acritud y disculpa—. Acabas de cometer el peor error
de tu vida, Alrik Åsbjörn.
El arma se retorció contra mi cabeza. El proyectil redondo
entumeció mí cráneo donde una bala rebotaría y terminaría conmigo.
—Incorrecto, Elder. Tú lo hiciste. Dame lo que quiero, por la jodida
mierda que pagué, y me olvidaré de que esto alguna vez sucedió.
El señor Prest se rio. El sonido aterrizó agresivamente en el suelo,
disparando con alegría gélida y promesas árticas. —Cuarta vez que
usaste mi nombre—. Asaltando hacia adelante, dijo bruscamente—: Me
acabas de joder, Alrik y eso no es algo malditamente bueno que hacer.
Recogió la chaqueta y la camisa de la alfombra y me miró. —Pensé
que podía hacerlo. Pensé que podría verte morir. Pero no lo haré. Tu vida
es tuya y ya no me meteré en ella.
Sacudió la cabeza. —Demasiado para más tuteos, Pim. Lo siento.
La cara roja del amo A fluyó como lava mientras arponeaba la
pistola en el aire. —¡Afuera!
—Te arrepentirás de esto. —El señor Prest bajó la mandíbula, con
mirada asesina—. Te haré maldecir todo lo que eres. —Señalando con un
dedo hacia mí, gruñó—: No la lastimes. Es mi culpa, no la de ella. Déjame
arreglar mis propios errores. —Lanzándome una última mirada ilegible,
desapareció por la puerta.
212
Me reí sin hacer ruido. Era una idiota. Una idiota muerta.
Página
por hacerme vivir, aunque solo fuera por un momento antes de la muerte,
no podía despreciarlo. Hizo lo que dijo y me sacó de su sistema. Me besó
para deshacerme de cualquier agarre que tuviera sobre él.
No me prometió nada más. De hecho, su único juramento fue que
me usaría y luego me dejaría.
Lo cumplió.
Yo no era suya.
Era del amo A, y el contrato del acuerdo estaba listo.
Luchando contra el abandono y la insensatez, mucho más
dolorosas que las heridas abusivas que había sufrido, mi mundo se
oscureció una vez más cuando cerré los ojos y me preparé para encontrar
mi final.
Agarré la sábana, tirando de ella para cubrirme. Sin embargo, algo
arrugado revoloteaba con la blancura, aterrizando en el suelo a mi lado.
El choque de algo desconocido interrumpió mi ataque de pánico.
¿Qué demonios?
Hipando, me senté erguida. Me temblaban las manos mientras
recogía el billete de un dólar.
Un billete de un dólar estadounidense.
Pero no se encontraba doblado como el dinero normal. No estaba
plano ni arrugado a la mitad como otras divisas bien tramitadas. Este
tenía la forma de una pequeña mariposa con alas y delicadas antenas.
El verde claro de la nota dio la ilusión de que las alas estaban
hechas de hilo y tinta, mientras que su cuerpo estaba envuelto en el valor
numérico de la riqueza del papel.
Es tan lindo.
¿Pero de dónde vino?
La respuesta fue obvia.
Él.
¿Pero por qué?
Tocando el pergamino de lino, destellé de ira. Mi ataque de pánico
se desvaneció, encontrando fuerza una vez más. ¿Fue esta la forma del
señor Prest de pagarme por lo que hicimos? ¿Sólo valía un dólar?
En lugar de un origami bonito, todo lo que vi fue algo barato. Algo
que me hizo sentir barata.
¿Fue nuestro beso tan poca cosa?
Tirándolo, el destello de la escritura negra me rogó que lo
desplegara.
215
mariposa, luego tiré de las líneas dobladas para revelar la nota que había
dentro.
Garabateado con caligrafía masculina, la carta decía:
Vine aquí para sacarte de mis pensamientos. Pero te quedaste
dormida, y estoy empezando a dudar de que alguna vez lograré eso. Para
un hombre como yo, eso es un problema. Por lo tanto, me voy en el momento
en que te despiertes.
Adiós, silenciosa.
Eso fue todo.
No hay promesas de regresar o insinuaciones de que me pediría
compartirme de nuevo. Había tenido su única noche y fue lo
suficientemente sincero como para que yo no fuera suficiente para captar
su atención.
Sus palabras se agudizaron hasta que brillaron con púas
punzantes, entregando veneno en mi corazón.
No lo odies.
No mueras con odio.
Si ese era el único placer que tenía, al menos sabía cómo se sentía.
Tengo que decirle a Nadie.
Tengo que escribirlo para que nunca lo olvide.
El señor Prest se convertiría en un producto de mi imaginación,
encerrado para siempre en mi novela de papel higiénico.
No le diría a nadie sobre él.
No envejecería para conocerlo o cuidarlo.
Solo una razón más por la que me quedaría en silencio para
siempre, guardando mis secretos.
Hasta el final.
216
Página
28
Traducido por Val_17
Corregido por Amélie
Elder
¡Cómo jodidamente se atrevió a echarme!
¿Acaso pensó que nuestro trato se llevaría a cabo según lo planeado
después de tal grosería? ¿Creía honestamente que no lo rompería en
malditos pedazos por la falta de respeto que mostró?
Lo habría lastimado por lo que le hizo a Pim, pero lo mataría por lo
que me hizo a mí. A nadie se le permitía tal intolerable insolencia.
Si me hubiera dado unos minutos más, habría salido por la maldita
puerta por mi propia voluntad.
Habría huido debido a su esclava.
Ese beso… mierda.
Nunca debí hacer eso.
Gran error.
Un error malditamente enorme.
Y ahora, Alrik cometió el suyo.
El amanecer acababa de comenzar, pero quería salir de ese agujero
blanco infernal. ¿Tocarla? ¿Probarla? Joder, era más de lo que podía
manejar. No tenía intención de volver a estar a solas con ella porque
conocía mis problemas y sabía qué pasaría si lo hacía.
Me alegré de que perteneciera a otro.
217
Pimlico
Querido Nadie,
No sé qué paso.
Todas mis notas y confesiones para ti... han desaparecido. ¿Los
tomaste? Por favor, dime que los tomaste. Puedo soportar eso. Dime que
estás harto de que te escriba, y los tiraste al inodoro, los quemaste o los
arrojaste por la ventana.
Dime cualquier cosa siempre y cuando no sea que el amo A te
encontró.
¡No me digas eso!
Estaban allí antes del desayuno de ayer. Lo comprobé.
No verifiqué anoche porque el señor Prest me hizo compañía.
Pero ahora, te he perdido.
¡No quiero perderte!
Oh no. Lo oigo venir.
Mierda, Nadie... y si él...
Espera, un segundo.
¿Cuál fue el primero?
¡Qué pregunta tan estúpida!
Mis fosas nasales se ensancharon cuando mi mente trató de
desenredar el rompecabezas.
La confusión me mantuvo aturdida, propensa a su puño mientras
navegaba por el aire, conectando con un horrible golpe en el costado de
mi cráneo.
Oh Dios…
La agonía de Cristo. La presión. El latido.
Envolviendo mis manos sobre mi cabeza, me caí de lado,
mordiéndome la lengua para evitar llorar.
—Puedes evitar esto, si me dices dónde están las demás. Te daré
una última oportunidad.
Parpadeé viendo estrellas a medida que mis ojos recorrían mi
habitación, haciendo todo lo posible para detectar las páginas antes de
que él pudiera.
Si el señor Prest las había encontrado, ¿por qué las tomó? ¿Tal vez
no sabía qué era el papel y los dejó en mi cómoda o abandonados en el
suelo? ¿Para eso era la mariposa del dólar? ¿Como pago por mis
pensamientos más oscuros, más profundos?
Él es un ladrón
Tomó mi primer beso.
Al igual que mis notas.
¿Pero por qué?
—¡Respóndeme! —El amo A me golpeó de nuevo.
Las estrellas se convirtieron en rayos de sol, destruyendo mi visión
por completo.
Cada centímetro de mí quería arrastrarse, correr, correr a toda
velocidad. No pude detener mi mente corriendo.
¿Por qué robó mis preciadas palabras?
¿Para leer mis emociones y reír? ¿Reírse de mi estupidez y
esclavitud?
Dijo que se olvidaría de mí.
¿Por qué llevarse algo para recordarme?
Mis manos arañaron la alfombra mientras recorría la actual ola de
agonía. La mariposa desplegada en dólares me rozó los dedos, tan rota
222
como yo.
Tomándola, lo usé como un talismán de esperanza. Mientras lo
Página
sostuviera, sobreviviría.
Me levanté, haciendo mi mejor esfuerzo para alejarme del abuso.
En cuclillas junto a mi cabeza, se rio entre dientes. —¿Tratando de
alejarte de mí, dulce Pim? Estúpida. Sabes que no hay a dónde ir; ningún
lugar para esconderse. Unas horas con ese hijo de puta y ya estás
arruinada.
Mi estómago se revolvió de náuseas cuando se levantó de nuevo.
—Pero no te preocupes. Me aseguraré de que recuerdes quién es tu
amo y qué sucede cuando te olvidas.
Mis labios se separaron en busca de oxígeno agrio mientras salía
de la habitación, su risa fría lo seguía.
¿Qué hará él?
No quiero saber
En los pocos minutos que estuve sola, no me molesté en tratar de
sentarme. Me quedé acurrucada de costado, cuidando mi cabeza
mareada, golpeando y agarrando mi único dólar.
Regresó.
Logré ahogar mi sollozo cuando mi mirada se posó en lo que
descansaba en sus manos. Él había cambiado el revólver negro por lo que
más odiaba.
La soga.
La soga que usaba para colgarme como una estrella de cuatro
puntas de su techo. La soga que usaba como correa, collar y herramienta
disciplinaria.
Mi enemigo más odiado.
Me apresuré hacia atrás cuando agarró mi cabello, girándolo
alrededor de su muñeca. —Vas a aprender, Pim. No quieres hablar Bien.
No hables jodidamente. Escribe tus estúpidas notas en un diario al que
no le importas. Incluso miénteme y escóndelo. Todo eso es perdonable
porque eres mía, dulce pequeña Pimlico, y ser mía significa que soy dueño
de tu mente, pero también tolerante.
Sus dedos se apretaron, arrancando algunas hebras de mi cuero
cabelludo. —Pero si crees que puedes pasar la noche con un jodido
extraño, acostarte a su lado, fantasear con tener su puta polla dentro de
ti y mantener en secreto lo que le dijiste, piénsalo de nuevo.
Envolviendo la cuerda gruesa alrededor de mi cuello, tiró con
fuerza. —Vas a decirme lo que pasó. Vas a decirlo, Pim. He sido lo
suficientemente paciente. Hablaste con él, ¿verdad? —Baba salió volando
de su boca cuando me arrastró desde mi habitación y por el pasillo. —
223
Elder
QUERIDO NADIE,
¿Está mal que todavía la odie?
Después de un año de ser el juguete de alguien, no debería albergar
malos sentimientos a aquellos que nunca me hicieron daño. Debería estarle
agradecida a mi madre por darme la vida, incluso si la odio.
Tuve suerte antes de que me vendieran. Llegue a tener alegrías,
escuela y seguridad.
Pero eso se ha ido ahora. Y odio no haber apreciado lo que tenía
antes de que me lo robaran.
Él tomó mi virginidad sin poder cuchichear con mi madre antes de
tener sexo o burlarnos de novios tontos. No es que ella me hubiera
consentido en tales cosas. Sin embargo, ahora nunca volveremos a hablar.
Ella ya no me conoce. No tiene idea de lo que he vivido. Odio que no esté
ahí para mí. Odio que no me haya buscado y me haya encontrado.
Odio que ya no sea su hija.
Soy de él.
Odio haber ido con ella, pero sigo aquí.
Todavía estoy aquí, Nadie.
Desvaneciéndome, desmoronándome, decayendo.
Pero todavía aquí.
228
Página
QUERIDO NADIE,
Hoy, me rompió un hueso por primera vez. Pensarías que tendría
más miedo, más dolor. Pero no.
Esperaba esto al momento en que el señor Kewet me matara a solo
unos metros de mi madre. En el momento en que sus dedos rodearon mi
garganta y me robó el reloj, ya no estaba viviendo, solo era un cadáver que
volvió a la vida para servir.
Él podría haberme dado RCP, nadie más, y salvar algunos años de
vida, pero ese día morí y no volví a levantarme.
Entonces, ¿qué es un hueso roto al lado de la muerte?
No es nada.
No soy nada.
Solo quiero que todo se detenga.
—Detén el auto.
¿Qué diablos estoy haciendo?
Esa pregunta se volvía sumamente vieja.
Mis dedos temblaban a medida que pasaban a través de garabatos
rasgados de papel higiénico, uno tras otro. Cuando pasé las manos por
la cabecera la noche anterior, tratando de acomodarme en el colchón
duro de Pimlico, encontré algo blando que sobresalía de una grieta en la
madera.
Pimlico me distrajo de ese primer toque, y me había mantenido
ocupado escribiendo una nota y plegando el pequeño regalo de origami.
Sin embargo, una vez que se formó la mariposa, no pude evitar que mis
dedos retrocedieran a lo que habían encontrado.
Estiré.
Y un jodido libro de cuentos fue arrojado a mis manos.
Debí guardarlo donde pertenecía. Debí respetar su privacidad. Pero
mientras la niña silenciosa dormía a mi lado, con su respiración tan
229
Acepté su muerte, creyendo que era lo mejor para todos. Pero ella
había pagado demasiado. Le debían algo mejor antes de morir tan
malditamente joven.
Valía más que una maldita tumba.
¿Entonces por qué jodidamente no hubo nadie para mí cuando
había estado en mi peor momento? ¿Por qué nadie me había ayudado?
Yo podría ayudarla.
Podría hacer lo correcto... por primera vez en mi vida abandonada
por Dios.
Su amigo imaginario, Nadie, la había cuidado hasta ahora. Y si no
podía protegerla mejor que una puta entidad ficticia, ¿qué clase de
hombre me hacía eso?
¿Un cobarde?
¿Frío de corazón?
¿Honesto ante lo jodido de la naturaleza del mundo?
Podrías tenerla para ti.
El pensamiento no era nuevo. Ella era una esclava, después de
todo. Y yo, un rico y maldito bastardo. Podría comprársela a él. Podría
mantenerla encerrada para usarla cuando quisiera sin distracciones de
mi compañía.
La idea era demasiado atractiva.
Sería una mascota.
Una invisible y desconocida. No tendría que llevarla a pasear o
darle golosinas especiales. Mientras tuviera comida y un lugar donde
descansar, tendría una mejor calidad de vida conmigo que con Alrik.
Pero ¿por qué la compraría cuando podría robarla?
No debería.
Debería irme antes de lastimarla más de lo que Alrik podría. Pero
mentí cuando doblé la mariposa de origami con mi nota dentro.
No podría olvidarla hasta que hubiera tomado lo que necesitaba de
ella. Y lo que necesitaba aún no lo había tomado.
Quiero follarla.
Una vez.
Una sola vez.
Entonces, podría venderla o liberarla. Una cosa era segura, no la
mantendría por mucho tiempo. No era posible para un hombre como yo.
Pero por un corto tiempo...
231
Pimlico
Mi corazón se traslada a mi boca, rebotando en mi lengua como si
fuera un maldito trampolín y sin importarle que las afiladas tijeras pronto
cortarán la única pieza que desesperadamente quiero conservar.
¿Era extraño que prefiera mi lengua antes que un dedo de la mano
o uno del pie?
¿Estaba mal que los pensamientos de negociación y de ofrecer otras
partes se resolvieran en mi mente?
Toma mi meñique.
No, mi dedo índice.
Espera… toma mi dedo gordo del pie.
¡Simplemente no me toques la lengua!
Me moví violentamente debajo del peso de Darryl cuando el amo A
se movió sobre mi cabeza para sujetarme. Colocando mi cráneo entre sus
rodillas, me miró fijamente, su rostro estaba del revés.
Sus labios se movieron, fundiéndose con la agonía en mi interior.
—Te dije lo que pasaría si un día no me hablabas, Pim. Esto es lo
que sucederá.
Mi mano rota se inflamó mientras golpeaba el suelo y hacía mi
mejor esfuerzo para alejarme. El dólar en mi otra palma no era suficiente
para sobornar mi libertad.
233
ganar. Nunca había sido capaz de ganar. Todo lo que podía hacer era
detenerme y aceptarlo.
Página
—Siete…
Página
Elder
El auto se detuvo.
Me bajé.
La puerta de entrada se encontraba cerrada con llave.
Utilicé mis habilidades como ladrón para abrir la entrada en
segundos.
En el momento en que entré, la alarma destrozó mis tímpanos con
una alerta aguda.
Lo ignoré, acechando por pasillos despreciables.
La casa blanca se burló de mí cuando me apresuré desde el
vestíbulo hacia la sala.
Y luego, de repente, ya no vi blanco.
Sino rojo.
Mucho y mucho rojo.
No me detuve a pensar. No hice una segunda suposición. Dejé salir
los instintos que había pasado años tratando de apagar, la ira; la
memoria muscular se hizo cargo.
Junto con mi pasado sórdido, había hecho cosas que me llevaron
de ladrón a convertirme en un asesino, de asesino a despiadado ladrón
de almas. Pelear siempre había sido algo más que un pasatiempo. Había
estado en mi pasado por generaciones. Y debido a mis defectos de
237
Al diablo el contrato.
Al diablo con el maldito dinero.
Él está muerto.
Alrik miró boquiabierto como un pez koi a su amigo muerto con
sus tripas enrolladas en el suelo. Su otro amigo permaneció inconsciente
a su lado. —¡Bastardo! —Sacudiendo la cabeza negativamente, dio un
paso atrás en la cocina.
Lo dejé ir.
Lo más probable es que tuviera otra pistola escondida en alguna
parte. Pensó que tenía poder sobre mí con un arma tan inútil.
Imbécil.
Manejar una pistola no lo salvaría de mí. Las balas no tenían
oportunidad con los métodos de matar que me habían enseñado.
Descartándolo, abrí la boca de Pimlico.
La sangre hizo todo escurridizo y resbaladizo.
Hizo una mueca, las lágrimas se mezclaron con su boca
ensangrentada mientras la forzaba a mostrarme lo que le hicieron.
Por experiencias anteriores, sabía lo que sangraba tan
copiosamente.
La lengua.
Y como no era estúpido, entendí por qué hicieron tal cosa. Se negó
a hablar. Sospecharon que me habló en vez de a él.
¿Por qué no me había hablado?
¿Fue esta la razón? ¿Porque sabía que me iría e hizo todo lo posible
por evitar la brutalidad que se avecinaba?
Esto fue mi culpa.
Yo hice esto.
Pero al menos, regresé para arreglarlo.
Pimlico luchó en mis brazos en tanto observaba el daño en su
lengua. Esperaba encontrar un trozo de carne cortado, pero no había
llegado demasiado tarde.
Una enorme rodaja la había cortado un tercio del camino a través
del músculo.
Le dolería. Seguiría sangrando. Pero no perdería el poder del habla.
Y no moriría... con suerte.
—Estarás bien. —Levantándola, la coloqué en el sofá blanco y me
llevé la satisfacción suprema cuando el carmesí oscuro cayó sobre las
239
Pimlico cubrió el respaldo del sofá, con sangre por todas partes,
ambas manos sostenían el arma. Ella negó, era la mayor respuesta que
jamás había obtenido, cuando sus ojos se posaron en Alrik luchando con
Página
mi agarre.
—¿Quieres hacerlo?
Asintió.
Temblaba demasiado. No podía apuntar.
Pero no le negaría lo único que me había pedido.
—Bien. —Moviéndome alrededor del cuerpo de Alrik, lo levanté
usando su mandíbula y nuca, amenazando con romperle el cuello—. De
pie, saco de mierda sin valor.
Sus pies se deslizaron sobre las baldosas, pero hizo todo lo posible
por obedecer. —No tienes que hacer esto. ¿Quieres más dinero? Tómalo
todo. Tú la quieres, llévatela. No me importa.
—Ya no se trata de eso. —Sonreí—. Se trata del karma y pagar por
lo que has hecho. Si dependiera de mí, sufrirías durante décadas, igual
que hiciste sufrir a Pim y a otras muchas chicas. Pero no tenemos ese
lujo, así que considérate jodidamente afortunado.
Pimlico nunca apartó sus ojos de él, con su dedo apretando el
gatillo. Se atragantó a medida que fluía más sangre, lo que la obligó a
vomitar rojo sobre el respaldo del sofá. Secándose las lágrimas, el arma
se tambaleó mientras se tensaba para disparar.
—Espera —le ordené.
Arrastrando a Alrik hacia ella, asentí mientras le pateaba la pierna
para hacer que se arrodillara y presionara su cabeza sudorosa contra el
cañón de la pistola. —Ahora, puedes matarlo.
Aspiró un suspiro, riachuelos escarlatas manchaban sus pechos
desnudos. La mirada que me dio, tan llena de gratitud y alivio, de victoria
cruel y perversa, me apretó las entrañas. Era insidiosa en su odio;
después de dos años de tortura había ganado.
Mi polla se endureció, reconociendo al conquistador dentro de ella.
Por eso no podía olvidarla. La razón por la que tenía que robarla.
Era única.
Mi igual.
Aunque nunca hubiera admitido tales cosas.
—Hazlo, Pimlico. Mátalo. —Mi voz se quebró por la impaciencia y
la codicia—. Termínalo.
Alrik cerró sus manos en oración. —¡Espera! Pim… dulce y
pequeña Pim. No hagas esto ¡Te amo!
Escupió otro cúmulo de sangre, salpicándolo por toda la cara. Su
odio le dijo exactamente lo que pensaba de su supuesto amor.
243
—Aquí te ayudaré.
Página
Pimlico
Duele.
Tanto.
Era todo lo que podía pensar. En lo único en lo que podía
centrarme.
Me desvanecía dentro y fuera de la oscuridad.
Mi cuerpo quería hundirse y hundirse… para calmar el dolor. Pero
mi fuerza de voluntad había esperado demasiado tiempo para esto.
Él está muerto.
¡Lo maté!
No podría dormir ahora.
¡Soy libre!
Pero, oh Dios mío, la agonía.
Los brazos del señor Prest a mi alrededor no podían competir con
el insoportable escozor de mi lengua. El aire fresco después de dos años
de estar encerrada pasó desapercibido. El mundo y todos los que estaban
en él no eran nada, ya que vivía en un infierno tortuoso de sangre caliente
que me asfixiaba y causaba más dolor del que creía posible.
No podía comprender lo que ocurría.
¡Me encontraba afuera!
246
El crujido de las piedras debajo de los zapatos del señor Prest fue
amortiguado. La vista de la casa del amo A encaramada en lo alto del
acantilado con las mejores vistas al mar era confusa. Quería besar el
concreto del camino de entrada y bailar en el suelo donde dormían los
brillantes arbustos verdes.
La brisa. La sal. El chillido de las aves marinas. Tanto caos después
de tanto silencio.
Y me hallaba demasiado envuelta en agonía para disfrutarlo.
Él está muerto.
Darryl, también.
Tony.
Todos muertos.
El señor Prest hizo lo que había soñado durante años.
Incluso ese conocimiento fue silenciado y no del todo real.
Necesitaba que mi lengua dejara de ahogarme en sangre, para poder
centrarme en esta nueva realidad.
Acabo de presenciar un asesinato. Un espantoso y horrible
asesinato.
Acabo de cometer un asesinato. Una muerte vengativa a sangre fría.
¡Y me siento dichosa!
No sentía tristeza por las muertes que sufrieron. Fue su karma. En
todo caso, no soportaron lo suficiente. Sin embargo, no podía averiguar
qué vendría después. ¿Me esclavizaría también el señor Prest? ¿Por qué
regresó? ¿Qué planes tenía para mí, para que le pagara por su rescate?
¿Debería correr, gritar, rogar?
No podía hacer ninguna de esas cosas con mi cuerpo muriendo
rápidamente, pero necesitaba saber, prepararme… ¿cuál es mi nuevo
destino?
Junto con un lavado constante de cobre, luchaba por respirar. Mi
lengua se había hinchado hasta el tamaño de un crucero. No escuchaba
mis órdenes para moverse. Simplemente se quedó inmóvil, parcialmente
cortada y agonizante, distrayéndome de todo.
El señor Prest me llevó a su auto, ignorando la mirada sorprendida
de un hombre de cabello oscuro que estaba inmóvil, con los ojos bailando
arriba y abajo de la entrada como si esperara que la policía apareciera en
cualquier momento.
—Señor…
—No preguntes. —El señor Prest esperó hasta que el hombre abrió
el vehículo y luego entró rápidamente. No volvió a hablar mientras me
247
acelerar.
Pasaron unos minutos.
Bailé entre estar despierta e inconsciente.
Su voz me arrastró de vuelta, su pregunta me hizo abrir los ojos.
—¿Estás agradecida? ¿De que te haya salvado?
Cansada, tan, tan cansada.
Lo miré
No.
Sí.
Gracias.
Me devolvió la mirada, incapaz de dejar de esperar una respuesta
que nunca llegaría. Finalmente, resopló. —Bueno, no deberías estarlo.
Mi corazón dio un vuelco.
El auto rebotó sobre un golpe, presionando nuestros cuerpos más
cerca. Sus dedos cayeron de mi mandíbula para envolverse alrededor de
mi muñeca flexible formando una nueva brida, un nuevo amo, una nueva
vida en servidumbre. —No soy el héroe en esta historia, Pimlico. Soy otro
villano. Será mejor que recuerdes eso.
Bajando la mirada al lío que había hecho y las cadenas de su toque,
mis ojos se posaron en el billete de un dólar que me había dado. De
alguna manera me las arreglé para sostenerlo mientras me cortaban la
lengua y me quitaban tres vidas.
También lo notó, robándolo de mi fuerte agarre. El dinero verde
ahora se parecía a una macabra corbata con hilos de sucio carmesí. —
Encontraste mi origami.
Es mío.
No podía apartar mis ojos de la única cosa que me quedaba.
No me importaba que fuera dinero. Solo me importaba que fuera
un regalo y lo quería más que nada.
Sintiendo que lo necesitaba de vuelta como un niño necesitaba su
juguete favorito para su comodidad, abrió su palma.
Lo tomé.
—Es tuyo. Te haré otro cuando estemos en casa.
Casa.
¿Dónde estaba la casa?
¿Qué era Phantom?
250
Madness - Muse
252
Página
Dollars
“Nunca debí pedir una noche contigo.
Esto jamás habría sucedido si hubiera tenido
más fuerza de voluntad”.
Érase una vez, una cautiva muda que
deseaba la muerte.
Ahora, estoy oculta ilegalmente en un
yate.
Salvada y tomada; el ladrón que me robó
exige mi voz, mi pasado, mi todo.
No me rendiré.
Pero Elder se niega a aceptar un no por
respuesta.
Presiona y engatusa, descubriendo
lentamente quién soy. Hasta que me entero
que ejecuta el chelo para escapar de sus demonios, todo mientras su
música evoca la mía.
Él es rico, estoy en bancarrota.
Soy muda por elección, él es curioso por naturaleza.
Tantas razones por las que nunca podemos funcionar.
Pero eso no detiene nuestra conexión, nuestra pasión.
Hasta que una noche lo arruina todo.
253
Página
Sobre la Autora
Pepper Winters asume muchos roles.
Algunos de ellos incluyen: escritora, lectora, a
veces esposa.
Le encantan las historias oscuras y tabú.
Cuanto más torturado el héroe, mejor, y
constantemente piensa en maneras de romper
y arreglar a sus personajes. Ah, y sexo… sus
libros tienen sexo.
Es considerada un éxito de múltiples
ventas internacionales del New York Times,
Wall Street Journal y USA Today.
Incursiona en múltiples géneros, desde
dark romance hasta ficción. Tras perseguir sus
sueños de convertirse en escritora a tiempo completo, Pepper se ha
ganado el reconocimiento con varios premios, pues sus libros han
alcanzado las listas de éxitos de ventas.
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