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Staff
Jadasa

amaria.viana Joselin
Anna Karol Julie
AnnyR' Madhatter
Beatrix mely08610
Dakya Miry
evanescita Sahara
Gesi Val_17
Ivana Umiangel
Jadasa

Amélie
Anna Karol
Elizabeth.d13
gabibetancor
Jadasa
Joselin

Jadasa Vane Black


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Índice
Sinopsis Capítulo 17: Pimlico
Advertencia Capítulo 18: Elder
Nota del autor Capítulo 19: Pimlico
Prólogo: Tasmin Capítulo 20: Elder
Capítulo 1: Tasmin Capítulo 21: Pimlico
Capítulo 2: Tasmin Capítulo 22: Elder
Capítulo 3: Tasmin Capítulo 23: Pimlico
Capítulo 4: Pimlico Capítulo 24: Elder
Capítulo 5: Pimlico Capítulo 25: Pimlico
Capítulo 6: Pimlico Capítulo 26: Elder
Capítulo 7: Pimlico Capítulo 27: Pimlico
Capítulo 8: Pimlico Capítulo 28: Elder
Capítulo 9: Elder Capítulo 29: Pimlico
Capítulo 10: Pimlico Capítulo 30: Elder
Capítulo 11: Elder Capítulo 31: Pimlico
Capítulo 12: Pimlico Capítulo 32: Elder
Capítulo 13: Elder Capítulo 33: Pimlico
Capítulo 14: Pimlico Playlist
Capítulo 15: Pimlico Dollars
Capítulo 16: Elder Sobre la autora
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Sinopsis
“Niña, no soy el héroe en esta historia. Harías bien en recordarlo.”
Hace mucho tiempo, era una estudiante de psicología de
dieciocho años.
Ahora, soy la propiedad de un hombre.
Secuestrada y vendida, he sido decorada con moretones desde el
día en que mi mundo cambió hace dos años.
Sufro en silencio anhelando la libertad, pero nunca me rompo.
No puedo hacerlo.
Hasta que llega él.
Elder Prest, el único hombre que me mira y me ve. El único ser
humano más despiadado que mi dueño.
Me desea por razones que no entiendo.
Me reclama por una noche, luego se va y nunca mira hacia atrás.
Hasta que vuelve.
Y la vida se vuelve mucho más complicada.
Dollar, #1
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Advertencia
Pennies es un dark romance. Esto significa que habrá escenas
difíciles de leer, lenguaje gráfico y contenido sexual (tanto implícito como
explícito). Por favor, no lo leas si te ofende enamorarte de un hombre que
viste trajes monstruosos en vez de la armadura de un caballero.
Este no es un cuento de hadas. Este es un abismo negro que debe
ser escalado a ciegas antes de merecer la luz. Junto con la oscuridad
literaria, este es el primer libro de una serie de cinco libros. Por favor,
también ten presente que no obtendrás todas las respuestas y que no
todos los personajes son lo que parecen. Hay bestias vestidas como un
ángel y ángeles que se disfrazan como bestias.
Recuérdalo.
Has sido advertida.
No digas que no te lo dijeron.
Lee bajo tu propio riesgo.
Enamórate de Elder Prest bajo tu propio riesgo.
¿Estás lista?
¿Estás segura?
¿Realmente, en verdad, segura?
Bien entonces... entra en el mundo de los pennies y dollars1.
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1 En español: centavos y doláres.


“A los 18 años, tenía centavos, pero el dinero no me hizo audaz.
A los 19, tenía dólares, pero no mitigaba el dolor de ser vendida.
A los 20, tenía cientos, pero luego lo conocí y me encontraron.
A los 21 años, tenía miles, pero todo lo que quería era tener vínculos.”

“A los 23, tenía dólares, pero la vida cambió y me hice rico.


A los 25, tenía cientos, pero no fue suficiente para detener mi picazón
mortal.
A los 27, tenía miles, pero mi reputación no me liberó.
A los 29, tenía millones, pero la conocí y finalmente pude ver.”

Tasmin fue asesinada al cumplir dieciocho años.


Tenía todo planeado. Un título en psicología, una madre que la
empujaba a la excelencia y un futuro por el que cualquiera moriría. Pero
luego su asesino le salvó la vida, solo para venderla a una existencia
totalmente diferente.
Con un giro del destino, Elder pasó de estar sin dinero a ser
asquerosamente rico. Su vida de crimen y sombras están detrás de él,
pero no importa el poder que ahora ejerce, no es suficiente. Tiene planes
que llevar a cabo y no se detendrá hasta terminarlos.
Pero entonces, se conocen.
Una esclava golpeada y un ladrón que viste ostentosamente.
El dinero es lo que guio sus destinos. El dinero es lo que los unió.
Y el dinero es, en última instancia, lo que los destruye.
Ella era pobre.
Él era rico.
Juntos... estaban en bancarrota.
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Prologo
Traducido por Jadasa
Corregido por Anna Karol

Tasmin
Libertad.
Una palabra tan simple.
Carecía de importancia para quienes la tenían. Pero para aquellos
que no, era la más preciada y la esperanza prometida de todo.
Supuse que tuve la suerte de saber cómo se sentía la libertad.
Durante dieciocho años, había sido libre. Libre de aprender lo que
quería, de ser amiga de quien me agradaba y de coquetear con los chicos
que superaron mis exigentes requisitos.
Era una chica sencilla con ideales y sueños, la sociedad me animó
a creer que nada podía herirme, que debía esforzarme por una excelente
carrera y que nadie podría detenerme. Las reglas me mantendrían a
salvo, la policía mantendría lejos a los monstruos y podría seguir siendo
inocente e ingenua ante la oscuridad del mundo.
Libertad.
La tenía.
Pero entonces, la perdí.
Asesinada, resucitada y vendida.
Perdí mi libertad durante tantos años.
Hasta el día en que él entró en mi jaula.
Él, con los ojos negros y el alma más negra.
El hombre que desafió a mi dueño.
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Página

Y lleva mi encarcelamiento por un camino completamente


diferente.
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Traducido por Joselin
Corregido por Anna Karol

Tasmin
Querido Diario,
No, eso no suena bien. Demasiado alegre para mi historia.
Querido Universo,
Tacha eso. Demasiado grandioso.
A la persona que está leyendo esto,
Demasiado vago.
A la persona que deseo pueda ayudarme,
Eso me metería en problemas. Y me rehusaba a sonar débil. No si
estas palabras fueran lo único por lo que un extraño me recordaría.
A…
Golpeando el lápiz roto contra mi sien, hice mi mejor esfuerzo para
concentrarme. Durante semanas, había estado confinada como un
animal de zoológico aclimatada a su nueva jaula. Me habían alimentado,
lavado y brindado atención médica desde mi llegada. Tenía una cama con
sábanas, un inodoro y un champú en la ducha. Tenía lo básico que toda
vida humana y no humana requería.
Pero no vivía.
Estaba muriendo.
Ellos simplemente no podían verlo.
Espera... ya sé.
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La inspiración me golpeó cuando se me ocurrió el nombre del


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destinatario de esta triste carta. El título era el único correcto en este


nuevo mundo equivocado e incorrecto.
Para Nadie.

En el momento en que presioné esas dos palabras en mi


pergamino, no pude evitar que los recuerdos se desarrollaran. Mi mano
izquierda temblaba mientras mantenía el papel higiénico plano en tanto
mi derecha volaba, transcribiendo lentamente mi pasado.

Tenía dieciocho años cuando morí.


Recuerdo ese día mejor que cualquier otro en mi corta vida. Y sé que
estás poniendo los ojos en blanco, diciendo que solo sucedió hace tres
semanas, pero créeme, jamás lo olvidaré. Sé que algunas personas dicen
que ciertos eventos se imprimen en su psiquis para siempre, y hasta ahora,
no había experimentado nada como eso. Verás, Nadie, supongo que
podrías llamarme mocosa. Algunos incluso podrían decir que merezco esto.
No, eso es mentira. Nadie le desearía esto a su peor enemigo. Pero el hecho
es que solo tú sabes que no estoy muerta. Estoy viva y en esta celda a
punto de ser vendida. He sido herida, tocada, vulnerada en todos los
sentidos salvo la violación y despojada de todo lo que solía ser.
¿Pero para mi madre? Estoy muerta. Morí. Quién sabe si alguna vez
realmente descubrirá lo que me pasó.

El garabato de mi lápiz se detuvo. Respiré con dificultad,


temblando con fuerza a medida que revivía lo que sucedió.
Mi voluntad de permanecer respirando se había desvanecido.
Tardaron un tiempo en romperme, pero lo hicieron. Y ahora que lograron
su objetivo, no era más que carga esperando la transacción para llenar
sus bolsillos.
Durante días, todo lo que tuve para entretenerme eran mis
pensamientos caóticos, mis horribles recuerdos y el abrumador pánico
de lo que me esperaba. Pero eso fue antes de que encontrara el lápiz
masticado y roto por la mitad debajo de la cama.
El hallazgo había sido mejor que la comida o la libertad; mejor
porque mis traficantes controlaban minuciosamente ambas cosas. No
tenía poder para influir en la llegada reglamentada del desayuno y la
cena, ni la capacidad de detener el hecho de que me vendieran como
carne al mejor postor.
No tenía control sobre estar sola en una habitación pequeña que
una vez fue la suite de un hotel antes de que se comprara el local para
usos más desagradables. Las toallas lucían gastadas con el sello de un
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establecimiento de hace una década, y la alfombra se arremolinaba con


dorados y bronce, dando a entender que la decoración no había sido
Página

actualizada desde los años setenta.


¿Era ese el tiempo que el lápiz había acechado debajo de mi cama?
¿Fueron las marcas de mordidas en la madera dadas por un niño ruidoso
esperando que sus padres dejaran de quejarse para poder explorar una
nueva ciudad? ¿O una doncella lo perdió mientras colocaba sábanas
blancas almidonadas con precisión militar?
Nunca lo sabría.
Pero me gustaba inventar fantasías porque no tenía nada más que
hacer. Pasé mis días dolorosamente aburridos repasando cada rincón de
mi cárcel. Me rompieron el espíritu, me quitaron mis ganas de luchar,
pero no podían detener el impulso decidido en mi interior. El instinto que
todos tenían, o al menos, yo creía que todos tenían.
Había estado sola tanto tiempo que no sabía lo que harían las otras
chicas que procesaron conmigo. ¿Yacían tumbadas sobre la cama y
esperaban su futuro? ¿Se acurrucaron en la esquina y rogaron a sus
padres que detuvieran esta pesadilla? ¿O lo aceptaron, porque era más
fácil aceptar que luchar?
¿Yo? Pasé mis dedos sobre cada pared, cada grieta, cada marco de
ventana pintado y bloqueado. Me arrastré sobre mis manos y rodillas,
buscando algo para ayudarme. Y por ayudarme, no sabía si me refería a
un arma para salir adelante o algo para terminar mi lucha antes de que
realmente comenzara.
Tardé días en revisar cada centímetro cuadrado. Pero todo lo que
encontré fue este lápiz medio destrozado. Un regalo. Un tesoro. La
protuberancia estaba casi en la madera, y no tendría mucho antes de
tener que encontrar una manera de afilar mi preciosa posesión, pero me
preocuparía por eso otro día. Al igual que me convertí en una maestra en
dejar de lado mis preocupaciones por todo lo demás.
Lo único que no encontré fue papel. No en los cajones de la mesa o
en el armario debajo de la televisión que no funcionaba. El único lugar
en el que podía escribir era papel higiénico, y el lápiz no se hallaba
demasiado interesado en esa idea, rasgando el tejido blando en lugar de
imprimir sus líneas plateadas.
Sin embargo, me encontraba decidida a dejar algún tipo de nota
atrás. Una parte de mí que estos bastardos no tomaron y jamás lo harían.
Respirando profundamente una vez más, aparté mis condiciones
actuales y apreté el lápiz con más fuerza. Echando un vistazo a la puerta
para asegurarme de que me hallaba sola, extendí mi pañuelo de papel
higiénico, apretándolo y escribiéndolo, y continué con mi nota.

Ojalá pudiera decir que un monstruo me mató. Que un terrible


accidente causó esto. Y puedo decir eso... hasta cierto punto.
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Sin embargo, la verdadera razón por la que estoy muerta y soy un


juguete nuevo que está a punto de venderse es principalmente debido a mi
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crianza.
¿Ese aplomo y confianza que mi madre me inculcó? No me otorgó un
buen lugar para una carrera rentable o un marido guapo. Hizo enojar a la
gente. Di la impresión de ser una engreída, sabelotodo y vana.
Me hizo un objetivo.
No sé si alguien verá esto alguna vez además de ti, Nadie, pero si lo
hacen, espero que olviden lo que voy a admitir. Soy hija única de una
madre soltera. Amo a mi madre. Lo hago.
Pero si logro sobrevivir a lo que me va a pasar, y por algún milagro,
vuelvo a encontrar la libertad, me guardaré esta próxima parte cuando
cuente mi tiempo en el purgatorio.
Amo a mi madre, pero la odio.
Extraño a mi madre, pero no quiero volver a verla nunca más.
Obedecí a mi madre, pero quiero maldecirla por la eternidad.
Ella es la única a la que puedo culpar.
La única responsable de que me convierta en nada más que una
puta.
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Traducido por Joselin
Corregido por Anna Karol

Tasmin
Pasaron dos días.
En el mundo del que me tomaron, dos días no era nada. Dos relojes
de alarma, dos lecciones en la universidad, dos noches de hablar por
teléfono con mis amigos y dos noches de sueños maravillosamente
protegidos donde creí estúpidamente que nadie podía hacerme daño.
¿En este nuevo mundo?
Dos días fueron suficientes para que me rascara por picazones que
no existían solo para sentir algo. Dos días significaron que usé mi lápiz y
luego arranqué lentamente la madera para revelar más plomo, así que
tuve algo en lo que ocupar mi tiempo.
Dos días significaron que continué escribiendo mi novela de papel
higiénico, sin saber que al final de las cuarenta y ocho horas, mi breve
estancia en el limbo terminaría.
El proceso terminó.
Mi fecha de venta se encontraba lista.
Vinieron por mí a la hora de la cena. En lugar del habitual arroz
blando y pollo o guiso acuoso que empujaban a través del agujero en la
pared, la puerta se abrió.
¡La puerta se abrió!
Por primera vez en semanas.
Había estado sola, acompañada por unos espejos sucios que
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reflejaban mi tez paulatinamente pálida por compañía que la visita se


apoderó de mi corazón. Cuando me tomaron por primera vez, tenía
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curvas con la suavidad de los adolescentes, los senos turgentes y la


barriga redondeada. Mi cabello castaño rizado y teñido en un rico
chocolate gracias a una cita con mi peluquero personal ante las
demandas de mi madre para lucir lo mejor posible para su función de
caridad.
La misma función en la que me secuestraron.
Antes, mis pensamientos eran superficiales, preguntándome cómo
perder mi gordura juvenil y aplicar mi maquillaje como las modelos en
YouTube. A pesar de mi apariencia elegante, era inteligente y acababa de
inscribirme en una universidad de prestigio para estudiar psicología, tal
como quería mi madre. Siguiendo sus pasos como si hubiera arreglado
toda mi vida.
Ahora, mi apariencia y pensamientos eran de una chica
completamente diferente. Ya no era una adolescente, sino una mujer. Mi
cabello se tiño en su normal melaza marrón oscuro. Mi cuerpo perdió sus
curvas gracias al menú infrecuente bajo en calorías que disfruté.
Supuse que habría sido feliz si todavía tuviera mi libertad. Tenía lo
que quería. Era un poco más delgada y ya no me importaban los tintes
para el cabello ni la moda. En cambio, odiaba mi transformación porque
añadía otra cadena a la proverbial correa de cuello alrededor de mi
garganta.
—Ven. —El hombre chasqueó los dedos.
Ver a otro humano debería haberme llenado de algún tipo de alivio.
Algo intrínseco dentro de mí necesitaba compañía, incluso si esa
compañía era mi perdición. Pero no podía ver sus ojos ni su boca ni su
nariz. Era un fantasma, una caricatura, oculta detrás de la máscara
facial veneciana de un bromista en blanco y negro con lágrimas en la
mejilla.
¿Eran las lágrimas por mí? ¿O simplemente una burla?
Di un paso hacia él, odiando la obediencia que me inculcaron los
primeros días de mi encarcelamiento. Los moretones se desvanecieron,
pero las lecciones no.
Pero entonces, me detuve, mirando de vuelta a las cartas en las
hojas de papel higiénico.
Cartas que cuentan mi historia.
Una historia que cambiaría para siempre al momento en que dejará
esta habitación.
Ya no tenía nada de valor. Los trapos que usaba de tantas mujeres
traficadas anteriormente, no eran míos. Las almohadas en las que lloré
para dormir no eran mías. Ni siquiera mi vida seguía siendo mía. El deseo
de mantener mis pensamientos garabateados no tenía sentido, pero me
negué a dejar otra parte de mí atrás.
15

Si debo enfrentar esta nueva prueba, lo haría con mi pasado en un


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puño de la palma de la mano como un talismán recordándome si podía


respirarlo, podría escribirlo, y cuando lo escribiera, me encontraría libre
de ello.
—¡Ahora, niña! —El hombre entró en la habitación, con su postura
montañosa lista para lastimar.
Antes de que me pudiera agarrar, corrí hacia el escritorio y recogí
las piezas endebles de mi vida. Apretándolas con fuerza, me agaché
alrededor de su gran circunferencia y desaparecí por la puerta.
¡Por la puerta!
Estoy fuera de la habitación.
La familiaridad de mi espacio impreso desapareció cuando caminé
descalza por el pasillo adornado con la misma alfombra de oro y bronce.
Las pesadas pisadas de mi captor resonaban detrás de mí.
No me agarró ni me obligó a frenar. Sabía tan bien como yo que no
había escapatoria. Me vendaron los ojos cuando me trajeron hasta aquí,
pero me dejaron mirar una vez que estuve dentro del edificio.
A medida que pasamos por las habitaciones cerradas como
cualquier hotel normal, me obligué a pararme más erguida y prepararme
para lo que viniera después.
Puedes superar esto.
Me querían viva, no muerta.
Por alguna razón, ese pensamiento no me dio el consuelo deseado...
en todo caso, hizo que mi miedo aumentara.
—Entra en el ascensor. Vamos a bajar. —La voz del hombre resonó
en el espacio claustrofóbico.
Girando a la izquierda, entré en el vestíbulo abierto donde cuatro
puertas plateadas se disponían de dos en dos. Maldije el ligero temblor
en mi mano mientras presionaba el botón llamando a uno de ellos para
que se abriera.
El timbre sonó de inmediato, el ascensor gimió de par en par,
dándome la bienvenida en una caja de espejos sucios.
No pude mirar mi reflejo cuando entré y me volví para mirar hacia
la salida final. Mis piernas se asomaron debajo de los desteñidos
pantalones cortos amarillos que me habían dado. Mis brazos flacos
sostenían los últimos restos de mi edad juvenil en la holgada camiseta
gris apolillada. No me importaba mirarme porque el cuerpo exterior no
representaba al alma interior.
Sí, me veía rota.
Sí, obedecí implícitamente.
Pero por dentro, de alguna manera pegué las partes que se
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rompieron en algo que atesoraba. Era más fuerte ahora que cuando
llegué por primera vez. Ya no era la niña llorona que había sido
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desnudada, lavada por manos enojadas y clasificada con otras mujeres.


Mantuve mis gritos adentro porque allí, nadie podía oírme.
Nadie podía usarlos contra mí. El silencio era un arma que podía
manejar mejor que el pánico. Y si eso significaba que nunca más
pronunciaría una palabra hasta que encontrase la libertad, que así sea.
El hombre se metió junto a mí, presionando el nivel cuatro.
A juzgar por los números en las puertas de la habitación de hotel
que pasamos, deduje que me mantuvieron en el nivel doce. ¿Cuántas
chicas seguían encerradas detrás de esas paredes? ¿En cuántos pisos
tenían prisioneras esperando a ser vendidas?
El descenso se abalanzó un poco demasiado rápido, la gravedad
aferrándose a mi vientre. Contuve el aliento cuando el ascensor se abrió
de nuevo, revelando una plataforma de aterrizaje idéntica.
El hombre me dio un codazo entre los omóplatos.
Salí disparada hacia adelante. No tropiezo. No ruego. No pregunto
o suplico.
No tenía sentido.
Me froté la mejilla donde me golpearon unas horas después de mi
llegada, todas esas semanas atrás. Había exigido todo tipo de cosas. Les
había prometido dolor una vez que mi madre los encontrara. Creía que
era una princesa con un regimiento de caballeros que me perseguirían.
Aprendí rápidamente, con las botas en el estómago y los puños en
la cara, que todo en lo que confiaba era mentira.
—Aquí abajo. —El hombre señaló el pasillo izquierdo.
Caminando en la dirección elegida, me estremecí cuando la
suavidad de la alfombra hizo todo lo posible por consolarme. El hotel era
el telón de fondo perfecto de la nada. La temperatura se mantuvo en un
nivel cómodo, por lo que nunca me estremecí o sudé. Las luces brillaban
con una iluminación uniforme, por lo que nunca entrecerré los ojos ni
me tensé. Todos los sentidos controlados hasta que olvidé cómo se sentía
el viento contra mi piel y los rayos del sol en mi cara.
¿Me permitirían salir ahora?
¿A dónde me lleva?
El hombre caminaba delante de mí, empujando una puerta del
viejo gimnasio. El hotel debe haber sido un establecimiento de cuatro
estrellas, una vez, antes de que lo compraran y lo tiraran a la ruina.
Al entrar en el vestuario femenino, donde las baldosas de marfil se
volvían sucias y los secadores de cabello antiguos colgaban como
máscaras de gas, me detuve para recibir más instrucciones. En la pared
colgaba una bolsa de ropa, con cremallera, pero transparente, mostrando
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un vestido blanco. Incluso desde aquí, el corpiño de perlas y la bufanda


de diamante que colgaba de la percha hablaban de galas que no eran
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celebradas en un lugar tan oprimido.


El hombre detrás de su máscara veneciana murmuró—: Báñate,
arregla tu cabello y vístete. Te recogeré en una hora.
¿Una hora de preparación?
¿Para qué?
Se inclinó cerca, oliendo a comida frita y cerveza. —No pienses en
huir. —Inclinando la cabeza, dio un paso atrás cuando otras dos chicas
entraron al espacio—. Ah, compañía.
El pastor de las recién llegadas señaló las bolsas de ropa en la
pared opuesta. Sus vestidos eran negros y grises. —Prepárense, ambas.
Al igual que todas las facetas de sensación fueron robadas por el
aire regulado, el calor y los incentivos aprobados, también lo fueron
nuestras opciones para vestir. Blanco, negro y gris. Monótonos sin
espectro de color.
Mi guía asintió hacia su colega enmascarado de león. —Estás de
guardia. Le diré al jefe que estamos casi listos.
Las chicas me miraron. Les eché un vistazo. Todas miramos a los
hombres que tenían nuestro destino en sus garras sucias. Las ganas de
preguntar qué pasaría me quemaron la lengua. Pero no lo hice. No porque
no me atreviera o me faltara el coraje, sino porque ya sabía la respuesta:
la risa fría, los matices burlones y la respuesta críptica significaban
aterrorizar en lugar de consolar.
No, no preguntaría.
Pero mi decisión no llegó a la chica más cercana a mí con un vestido
de color rosa y el cabello rubio enredado. —¿Por qué están haciendo esto?
¿Qué nos pasará?
Máscara veneciana miró a León. Juntos, avanzaron hacia ella,
apoyándola contra la pared de azulejos. Dejaron que la fuerza de su aura
la golpeara en lugar de destruirla físicamente, lo que me hizo pensar que
nos habrían lastimado para controlarnos al principio, pero ahora,
valíamos más sin ser heridas.
Después de todo, ¿de qué servía la mercancía si era fea y estaba
magullada?
—Ya te dije. Te van a vender, bonito ángel. —León le acarició la
mejilla—. Serán elegidas y procesadas, y cuando ese dulce, muy dulce
dinero caiga en nuestras manos, se irán. Adiós. Ya no es nuestro
problema.
La otra chica con el cabello rojo deslucido tropezó hacia atrás,
separando su boca en un grito silencioso.
¿Como no lo sabían? ¿Cómo, si pasaron la misma cantidad de
tiempo que yo encerradas y solas y no vieron venir algo como esto? Tal
vez, había leído demasiados libros oscuros o visto demasiados programas
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de crimen en la televisión. De cualquier manera, yo no era estúpida, y


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definitivamente ya no era ingenua.


Al igual que jamás iría a la universidad para terminar mi
licenciatura en psicología, estas chicas nunca volverían a sus vidas. A
diferencia de mí, quien culpaba a su madre por su desastre, podrían
culpar a un novio malo o una decisión estúpida de beber demasiado y
confiar en la persona equivocada.
No importa qué nos trajo hasta aquí, estábamos en el mismo viaje.
Solo con diferentes destinos, determinados por quien nos haya
comprado.
Apartándome de las lágrimas y de los captores riendo, me quité los
pantalones cortos y la camiseta, coloqué mis preciosas palabras en el
papel higiénico en el mostrador y me fui directamente a la ducha. No
había persianas ni cortinas. Mi desnudez se mantuvo en exhibición
cuando encendí el agua a temperatura corporal y eché un chorro de
champú sin aroma en mi cabello.
Estar desnuda frente a extraños me hubiera petrificado hace un
mes.
Ahora, ya no ponía reservas en esas cosas porque no tenía control
sobre quién miraba o tocaba o, en última instancia, violaba y destruía.
No pienses en eso.
Rechinando los dientes, hice espuma con el champú. Ningún
aroma o comodidad vino del jabón. Extrañaba mi exfoliante corporal de
sandía y mi brillo de labios de frambuesa. Anhelaba tomar bebidas
gaseosas y una suave manta de lana después de un largo día de estudios.
Lo que no me darían a oler de nuevo. Oír de nuevo. Sentir de nuevo.
Mientras las otras chicas lloraban sus vidas y temían por su futuro,
agradecí con alivio. Me alegré de que esta etapa hubiera terminado. Otra
hora en esa habitación me habría vuelto completamente loca. Al menos
de esta manera, tenía algo que hacer, alguien a quien desafiar, un lugar
a dónde ir.
Y quién sabe, quizás encuentre la manera de escapar.
El ruido de la ducha mientras sostenía mi cabeza bajo su corriente
bloqueaba todos los sonidos. Mantuve mis ojos cerrados en tanto
enjabonaba mi cabello y no me volví hasta que me lavé, usé la afeitadora
provista para afeitarme y envolví otra toalla deshilachada alrededor de
mí.
Los hombres y sus máscaras se habían ido, y las mujeres me
copiaron, cada una entrando en un comportamiento y lavándose
obedientemente, pero con lágrimas.
Esta no era una simple limpieza o preparación.
Este era un bautismo hacia el infierno.
19
Página
3
Traducido por AnnyR’ & Joselin
Corregido por Jadasa

Tasmin
Para Nadie,
Mi madre siempre me dijo que los matones también son personas.
Me advirtió que nunca juzgara las primeras impresiones o fuera
superficial como los demás. Dijo que no era mi lugar criticar, sin saber si
estaban sufriendo o viviendo una vida terrible mientras atacaban a otros.
Bueno, no estaría de acuerdo teniendo en cuenta mi situación actual,
pero, de nuevo, estos hombres no son matones, son monstruos. Así que
supongo que la regla de mi madre está a salvo.
No juzgues. Escucha.
Ella me prometió que me mantendría en buena posición, y que haría
amigos, no enemigos. Lo que no me dijo fue que a nadie le gustaba ser
observado como un espécimen, y todos odiaban a un compasivo
sabelotodo.
Y fue por eso que me atacaron.
O al menos… creo que lo fue.
Verás, Nadie, todo comenzó como una noche normal. Me vestí en mi
habitación, frente a la de mi madre. Me puse los tacones bajos que ella
eligió, así como el vestido de hombros descubiertos y me subí al taxi que
contrató.
Agradecí que me incluyeran porque normalmente no era así.
Me sentía orgullosa de mi madre. Respetuosa, cautelosa… pero no
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adorando. Me amaba, pero no tenía tiempo para las niñas tontas, incluso
si esa niña tonta era suya. Se aseguró de que yo fuera vieja y sabia para
Página

poder valerme por mí misma mientras lidiaba con adultos matones a diario.
Vendió sus servicios al Estado para aliviar la carga de los psicópatas y
pedófilos.
Nos trataba a todos como conejillos de indias, pensando en nuestras
mentes, preguntándose por qué hice algo en lugar de reprender. Exigir
palabras articuladas en lugar de demostraciones desordenadas de
emoción.
Mis amigos me llamaron loca por confiar en la guía de mi madre.
Pero yo era una buena niña, una amable hija, una niña guiada por una
mujer que se ganaba la vida levantando el velo en el que se esconden los
humanos. Me hizo creer que tenía la misma magia, y era mi deber ayudar
a los que no tenían ese don.
Ella me formó.
Supongo que tengo que estar agradecida por eso porque, sin su
educación estricta, sería como las chicas lloriqueando incluso ahora en la
esquina en tanto esperamos a que nos recojan para lo que venga a
continuación. Estoy agradecida con la mujer que me dio a luz por darme
estas habilidades para la vida, pero eso no significa que alguna vez la
perdonaré.
Desde las nueve de la noche hasta medianoche, me hallaba a salvo.
Me mezclé con trajes y entretuve en susurros, representando a mi madre y
su negocio con el equilibrio que exigía.
Solo que, alrededor de esa hora de brujería, cuando las reglas se
relajan y el cansancio se arrastra bajo la oscuridad de la diversión, conocí
a un hombre. Mientras mi madre intoxicaba a los benefactores con su
ingenio y su encanto, ganando generosas donaciones para su caridad para
el bienestar mental de las personas en el corredor de la muerte (por qué
alguien querría donar, no tenía idea), un hombre misterioso llamado señor
Kewet coqueteó conmigo.
Se rio de mis chistes adolescentes. Complació mis caprichos
infantiles. Y caí en cada maldito truco en su desastroso arsenal.
Mientras otros rodeaban a este hombre, notando instintivamente
algo malo, hice que mi misión fuera hacer que se sintiera bienvenido. No
dejé que la voz dentro de mi cabeza me alejara; en cambio, creía en la regla
firme y rápida de “No juzgues. Escucha.”
Mi madre me enseñó mal.
Me hizo querer simpatizar en lugar de temer.
Me hizo creer en lo bueno en vez de reconocer lo malo.
Bailé con mi asesino.
Sonreí cuando me acorraló afuera.
Traté de calmarlo cuando me amenazaba.
21

Y cuando sus manos rodearon mi garganta y me estrangularon,


todavía creía que podía redimirlo.
Página

Me mató en el balcón del salón de baile a pocos metros de mi madre.


Y todo el tiempo que lo hizo, todavía pensé que él era quien
necesitaba ser salvado, no yo.

—Se acabó el tiempo. Será mejor que estés lista para irte.
Mi lápiz dejó de acuchillar mi papel higiénico. Necesitaba escribir
lo que sucedió después de caer inconsciente en el abrazo asesino del
señor Kewet. Cómo me devolvió a la vida en un mundo que ya no
reconocía. Cómo todo lo que sabía y todo lo que tenía sentido se
encontraba, repentinamente, revuelto y era completamente extraño.
Pero Máscara Veneciana regresó, cruzando los brazos sobre su
enorme cuerpo. Incluso su voz era anodina sin acento ni insinuación. Sin
rasgos faciales ni pistas raciales, no tenía idea de adónde me habían
transportado ni a qué país pertenecería.
Levantando mi puñado de párrafos garabateados con lápiz, metí el
pañuelo en mi corpiño con cuentas de perlas. Mis dedos arrastraron el
vestido decorativo para susurrar sobre mi garganta. Incluso ahora, las
sombras de magulladuras me marcaban. Ser estrangulada era una
muerte dolorosa. Y una que dejó rastros tanto de dolores como de
contusiones, siempre allí para recordarla cuando se vislumbraba en un
espejo.
Me mató. No pude detenerlo.
Entonces, ¿por qué no pudo dejarme muerta?
¿Por qué no podría haber terminado esto en lugar de solo
comenzarlo?
Porque vales mucho más viva.
Enderecé la espalda.
Me sequé el cabello y me apliqué la máscara de pestañas y el lápiz
labial. No sabía por qué me molestaba. Sin embargo, la belleza puede ser
una maldición que me puede otorgar un destino más amable. En mi
razonamiento inquietante, pensé que cuanto más pagaba alguien por mí,
mejor podrían tratarme.
A menos que me saliera el tiro por la culata y un multimillonario
psicótico me compre para su práctica de tiro.
Mi garganta se cerró en tanto mi corazón hacía todo lo posible por
encontrar una escalera de tijera y salir de mi pecho. Me lo tragué de
nuevo. Por mucho que no quisiera enfrentarme a esto, necesitaba que me
latiera el corazón si tenía alguna posibilidad de sobrevivir.
Caminando sobre los azulejos, alisé mi vestido blanco como si fuera
22

a ser presentada al primer ministro. Los pintorescos botones en la parte


posterior fueron asegurados gracias a la ayuda de la pelirroja. El satén
Página

besó mi cuerpo sin ropa interior para proteger la piel sensible de mis
pezones y núcleo y susurró sobre el piso a un milímetro de ser demasiado
largo. Las medidas fueron exactas, hasta el tamaño cinco de los tacones
blancos en mis pies.
Nunca fui fanática del blanco. Prefiero usar negro, porque me daba
la imagen de autoridad (según mi madre), o colores pastel y colores
dependiendo de mi estado de ánimo en la clase.
El blanco era de un mantenimiento demasiado alto. Se ensuciaba
con manchas de vida a los pocos minutos de ponérselo. Pero también me
daba la inocencia por la que entendí, mis traficantes me habían vestido.
Mi cabello parecía más brillante; mis ojos verdes más grandes, mi tez más
bonita.
La chica vestida de negro se veía dura y mayor, mientras que la
pelirroja de color gris parecía desteñida y ya pedía una tumba.
Si estábamos a punto de entrar en la guarida de un lobo, no quería
oler a sangre antes de la pelea. Manteniendo mis hombros hacia atrás,
pasé junto al guardia y me puse a caminar con Máscara de León.
En silencio, seguí a nuestros pastores y conduje al triste tren de
esclavas por el pasillo, a los ascensores y al nivel dos.
Allí, la conmoción fue recibida con sonidos de conversación, risas
masculinas y un piano suave.
Había pasado tanto tiempo desde que escuché música o sentí el
cálido bufete de cuerpos que me perdí. Olvidando mi necesidad de
permanecer al margen y sin tocar, me detuve de golpe. Mi olvido me ganó
un golpe al lado de mi cabeza cuando Máscara de León me empujó hacia
adelante.
Tropecé por primera vez desde que había respondido durante la
primera paliza que soporté y sufrí durante la lección una vez más.
Ojos fijos en mí desde todos los rincones de la habitación.
Ojos hambrientos.
Ojos enojados.
Ojos terribles, llenos de lujuria.
Todos mirando por detrás de un tesoro de papel maché y yeso de
máscaras parís.
Un foco se movió desde la brillante bola plateada que empapaba el
espacio con luces parpadeantes directamente sobre nosotros. El piano
dejó de sonar cuando las dos chicas y yo nos dirigimos al centro de lo que
solía ser una pista de baile bajo la guía de Veneciano y León.
Ahora, era una pluma de mercado. Completa con podio para
inspección y subastador con su martillo. Las dos chicas, con las que me
23

bañé, sollozaban en silencio mientras estaban alineadas en una


Página

procesión de otras mujeres. Mujeres que vivieron conmigo en este hotel,


pero nunca las había visto. Mujeres de todas las edades y etnias, todas
robadas de su lugar legítimo y tratadas como ganado.
Mis amigos realmente no me extrañarían porque no me entendían.
No tenía ningún novio que me llorara, ningún padre que viniera a
buscarme. En cuanto a conexiones y familiares, faltaba.
Supuse que se me hacía más fácil desconectar el deseo de amar y
ser amada, sabiendo que nunca volvería a sentir algo así. Pero también
dolía más porque, al menos, si hubiera tenido esas cosas, podría decir
que viví brevemente; que no había dado mi libertad por sentado.
Ahora, todo lo que conocería era el cautiverio.
Cuando un hombre con un esmoquin perfectamente planchado y
una máscara negra de verdugo caminó por la habitación sosteniendo un
micrófono en sus labios ocultos, la atmósfera se silenció en expectativa.
—Bienvenidos, caballeros, al MTB, también conocido como el
Mercado Trimestral de Bellezas. —Señalando la fila de mercancías, dijo—
: Como pueden ver, tenemos una gran asistencia para ustedes esta
noche.
Una por una, nos señaló.
Éramos las únicas con la cara descubierta y en exhibición.
Una por una, nos encogimos.
Conté doce antes de mí.
Era la afortunada número trece.
¿O era el trece de la mala suerte? Todo lo que necesitaba era un
gato negro, pasar debajo de una escalera y la superstición de una bruja
para estar maldita de verdad.
El hombre caminaba orgulloso como si hubiera creado
personalmente a todas y cada una de nosotras. Si él estaba a cargo de
despojarnos de todo y reconstruirnos en nada, entonces quizás lo hizo.
Tal vez era nuestro dueño y tenía pleno derecho a vender algo que ya no
reconocía.
—Como de costumbre, tenemos una gama de bellezas disponibles
para su placer. Todos han tenido tiempo de examinar sus archivos y fotos
que les proporcionamos.
Espera, ¿qué fotos y archivos?
¿Había cámaras en nuestras habitaciones? ¿Fuimos secretamente
catalogadas e investigadas? Mi pecho subió y bajó, presionándose contra
las palabras que había garabateado en el papel higiénico robado. ¿Sabían
ellos sobre mi escritura experimental? ¿Me la quitarían?
Mis preguntas me mantuvieron ocupada en tanto el hombre
irrumpía en la pista de baile y tomaba a la primera chica de la fila.
24

Arrastrándola hacia delante, la obligó a subir al podio, abrazándola hasta


Página

que recuperó el equilibrio.


El foco de luz exhibía cada línea de estrés, cada terror, cada
lágrima. No podía ocultar nada bajo un resplandor tan invasivo. Su
desnudez facial empeoró ya que ninguna humanidad le devolvió la
mirada. Sólo máscaras de animales y máscaras de robots y todo tipo de
creaciones.
No quiero lucir como ella.
No dejaría que estos idiotas vieran mi horror. Si se negaban a
dejarnos verlos, me negaba a que me vieran a mí. No tenía plumas ni
diamantes para ocultar mi verdadero yo, pero sí tenía fuerza de voluntad.
Tardé cuatro chicas en enseñarle a mis rasgos a formar una
cáscara rígida e insensible. Otras cuatro chicas para mí, para eliminar la
emoción de mi mirada y agarrar lo que quedaba para meterlo en una
maleta recién formada en mi interior (o debería decir alma) y cerrarla. Las
últimas cuatro chicas tuvieron que encontrar una manera de cerrar esa
caja de alma, desterrar todos mis secretos, esperanzas y aspiraciones, y
tirar la llave.
Mi nombre era Tasmin Blythe, pero cuando fue mi turno y me vi
forzada a sentirme orgullosa y arrogante en el podio, me dieron un nuevo
nombre. Uno que siempre me recuerda de dónde vengo, pero que me
despoja de todo lo demás al mismo tiempo.
Pimlico.
Después del suburbio de Londres donde se llevó a cabo la función
de mi madre.
Ya no era Tasmin. Pimlico… Pim.
Me alegro.
Ya no tenía que fingir ser fuerte y distante; Pimlico lo era. Tasmin
estaba encerrada, profundamente dentro y olvidada cuando parpadeé a
las luces brillantes y escuché lo más condenatorio de todo.
—Pagaré cien mil.
—Doscientos.
—Los superaré a todos y los duplicaré. —La sala se quedó sin
aliento cuando la silueta de un hombre alto y delgado entró en la pista
de baile—. Cuatrocientos mil dólares por la chica de blanco.
Mi corazón una vez más trató de construir un paracaídas y escapar.
Esa fue la puja más alta de la noche.
Me disgustó.
¿Cómo se atreven a decidir mi valor? Lo que valían mis compañeras
esclavas. No existía una etiqueta de precio en una vida humana.
Mi vida.
25

No había dicho una palabra desde el tercer día de mi


Página

encarcelamiento. No respondí a sus preguntas sobre mi edad o historial


sexual. Me negué a compartir cualquier número de preguntas invasivas.
Tomé ese pequeño poder a pesar de que, sin duda, sabían todo lo
que necesitaban gracias a mi licencia de conducir y a las redes sociales.
Pero ahora... aquí, en la víspera de mi venta, tenía algo que decir.
Poniendo mis manos en alto, miré al hombre indistinto que
deseaba ser mi dueño. Mi voz sonó suave pero pura, el único sonido
femenino en un nido de hombres.
—Pago un millón. Déjeme comprarme, señor, y olvidaré que algo de
esto sucedió.
Las chicas compradas, ya introducidas y agarradas por nuevos
amos, se quedaron sin aliento. Mi audacia podría acortar mi vida o
prolongarla. De cualquier manera, fue una apuesta que elegí
voluntariamente y con conocimiento.
No tenía un millón. Mi madre podría si vendiera nuestro
apartamento de dos habitaciones en Londres. Pero al igual que empujé
otras preocupaciones para ser resueltas al día siguiente, también empujé
ésta a un lado.
El dinero era solo dinero.
Centavos aumentados a dólares, y dólares aumentados a cientos.
Al final, el papel bonito no tenía ningún valor porque la inflación le
robó su beneficio numérico, incapaz de mantener contentos a quienes lo
poseían.
Mi vida, por otro lado, aumentaría de valor, haciéndose más sabia
y más rica en experiencia cuanto más sobreviviera. Yo era una inversión,
no una responsabilidad. E invertiría todo lo que tenía para darme un
futuro.
El hombre dio un paso adelante, cortando el resplandor para que
su silueta se convirtiera en masa física. Su cabello rubio sucio era lo
único visible detrás de la máscara principesca de algún lord inglés. —
¿Estás ofertando por ti misma? —Su voz sonaba extraña, pero no pude
ubicar el acento. ¿Mediterráneo, quizás?
Inclinando mi barbilla, el podio me hacía más alta que él cuando
bajé la mirada, como si él fuera mi súbdito y yo su reina.
Lo gobernaría. Jamás me inclinaría.
—Eso es correcto. Soy demasiado cara para ti. Un millón de libras,
no dólares. Hice una buena oferta sobre tu patética cantidad.
El subastador hojeó, claramente inseguro de qué hacer con este
cambio de eventos. Su negocio se encontraba en el juego de hacer dinero.
Vender mujeres era una gran ganancia, pero si él podía ganar más
vendiéndome a mí misma, ¿qué le importaba si se infringían ciertas
reglas corporativas?
26

A él le pagarían de cualquier manera.


Página

Haciendo caso omiso del hombre con su máscara de lord inglés,


enfrenté al verdugo, rogándole que su martillo cayera sobre mi oferta. —
Un millón, señor, y me alejo y jamás menciono esto otra vez.
¿Qué hay de las otras chicas?
Mi madre me maldeciría por la vergüenza y la culpa que sufrí al
pensar en dejar a las mujeres vendidas. Pero ella también estaría
orgullosa porque elegía un camino con decisión y convicción. Algo que
dijo que siempre me había faltado.
¿Feliz ahora, madre?
La sala estalló en murmullos de deliberación mientras estaba
parada en el mar de voces en ebullición.
Por un momento, estúpidamente, creí que había ganado. Que jugué
mi mano en el momento perfecto y gané mi libertad. Pero no había
aprendido mi lección final.
El orgullo precede la caída.
Y me hallaba a punto de desplomarme.
—Veo tu oferta y la mejoro —murmuró Lord Máscara—. Un millón
quinientas mil libras, no dólares. ¿Qué dices?
Antes de que pudiera responder, antes de que pudiera aumentar
mi oferta y cambiar mis circunstancias, cayó el temido mazo.
—¡Vendida! —gritó el subastador—. Al señor Lord por un millón
quinientas mil libras.

Para Nadie,
Esa fue la última vez que hablé. La última vez que perdí. La última
vez que supe lo que era no vivir cada día con dolor.
Desde ese día en adelante, fui Pimlico la Muda, la Mujer Sin Voz de
Blanco.
Sin importar lo que me hizo ese hombre, no me rompí.
Sin importar la golpiza o el castigo sexual que me dio, me mantuve
muda y fuerte.
Me gustaría decir que encontré una manera de escapar. Que corrí.
Que te estoy escribiendo esto desde una pintoresca cafetería en Londres
con un guapo novio a mi izquierda y una mejor amiga a mi derecha.
Pero nunca he sido buena mintiendo.
27

Esta novela de papel higiénico nunca iba a ser ficción.


Página

Esta es mi autobiografía de modo que un día, cuando se haya


utilizado mi valor, y cada centavo que mi amo pagó por mí haya sido
cobrado, alguien podría recordar a la esclava sin palabras que soportó
tanto.
Quizás, entonces, seria libre.
28
Página
4
Traducido por Miry
Corregido por Elizabeth.d13

Pimlico
En lugar de contar lo que perdí y jamás volvería a ver, prefería
contar lo que tenía.
Eso me mantuvo ocupada a medida que se realizaba la transacción
de mi venta, la sala se vació cuando los postores exitosos se llevaron sus
nuevas posesiones a casa, y mis brazos fueron sujetados detrás de mí
para que una gruesa cuerda se envolviera alrededor de mis muñecas
como una especie de retorcido anillo de bodas.
No dije ni una palabra cuando una venda se colocó sobre mis ojos
con un sudario ennegrecido, ni espié cuando las manos dominantes me
guiaban desde el salón de baile, lleno de calidez y notas de piano, por
pasillos que no podía ver, y a través de un vestíbulo que no había
presenciado.
Se intercambiaron voces suaves mientras me empujaban como a
un fugitivo dentro de la parte trasera de un auto, mi vestido blanco y mi
bufanda todavía me decoraban como un preciado juguete recién sacado
del estante.
No sabía si me transportaba un desgastado Honda o un Maybach
costoso desde el Hotel de Tráfico Sexual a una pista de aterrizaje privada.
No se me permitió ver, tocar o mover sin la ayuda de las dos manos que
me compraron.
Él no me hablo. No le hablé. Y el personal que nos rodeaba no
necesitaba hablar porque tenían sus órdenes y las obedecían
explícitamente.
Agachándome más allá del fuselaje de lo que supuse era un jet
29

privado, suaves empujones me guiaron por la pasarela antes de


obligarme a posarme en un asiento invisible. Al menos, lejos de esa
Página

espantosa célula no sensorial, tenía lo que necesitaba.


Fragmentos y sensaciones de la vida me rodeaban. El aire de la
ciudad en mi rostro, los sonidos de la civilización mientras conducíamos
por las calles, pasábamos junto a padres y amantes desprevenidos para
dar un paseo, y ahora... sentados en el cuero más suave que se pueda
imaginar con la espalda asegurada, las muñecas atadas y sin visión.
Eso aumentó los sentidos que tenía. Aromas a licor, bocanadas de
canela y caviar de cuerpo completo, y una nota más profunda de loción
para después del afeitado de un hombre.
A lo largo de mi encarcelamiento, no traté de liberarme por ser
estúpida. Nunca respondí (no después de la primera paliza de bienvenida)
y ni una sola vez rechacé las comidas que me sirvieron. Todas las
nociones tan ridículas sobre morirme de hambre y luchar con palabras
se eliminaron en las primeras horas de llegada.
En estas nuevas circunstancias, no dejaría de ser sabia. No gritaría
ni lloraría ni trataría de hacerme amiga de mi carcelero. En cambio, me
mantendría callada, fuerte y jamás sería idiota al rechazar cualquier
sustento que este hombre quisiera darme.
Necesitaba toda la salud y la determinación a la que podía
aferrarme.
Heladas burbujas de champán fueron llevadas a mis labios.
No había probado nada tan fuerte en mucho tiempo. Mi boca se
abrió, y tomé un sorbo.
El instrumento fue removido después de precisamente dos tragos.
Los motores a reacción privados se activaron, alguien me empujó más
profundamente en la silla para abrocharme el cinturón de seguridad en
mi regazo, y el crujido del anuncio de un piloto desconocido dijo que
estábamos listos para despegar.
Quería saber a dónde íbamos volando.
Quería saber quién era este nuevo adversario.
Quería saber cuánto tiempo podría durar antes de que se rompiera
la máscara que coloqué en el podio. El papel maché solo duraba hasta
que los elementos lo humedecieran y destruyeran. ¿Qué tal un disfraz
hecho de pura terquedad y rebelión? ¿Cuánto tiempo prevalecerían esos?
Pero el querer era diferente al recibir y no tuve más remedio que
sentarme en mi asiento a medida que avanzábamos a toda velocidad por
la pista y nos elevábamos al cielo. Mis oídos reventaron con el ascenso
empinado y nadie murmuró una palabra durante mucho tiempo.
Tampoco, nadie se movió para desatarme o devolverme el don de la vista.
Los minutos se convirtieron en horas y dejé de esperar a que el
hombre hablara. Me relajé tanto como pude y me aparté a mi interior,
manteniéndome sana, preparándome mentalmente para el siguiente
30

paso.
Página

Sabía que esto sucedería desde que el bastardo que me estranguló


me revivió gracias a la resucitación cardiopulmonar y boca a boca. Ya no
tenía a nadie en quien confiar. Nadie que me dijera qué hacer y cómo
actuar. Me encontraba enteramente dependiendo de mí.
Independientemente del dolor o maltrato que pudiera haber o no en mi
futuro, tuve que tomar mi propia mano, limpiarme las lágrimas y
encontrar consuelo en mis brazos, sin importar cuán sangrientos
estuvieran.
El terror existía en ese reconocimiento, pero también el estímulo.
Porque solo tenía que cuidarme. Podría ser egoísta estando sola. Podría
encerrarme fuertemente de la emoción y volver mi corazón tan mudo
como mi boca.
Las otras chicas vendidas serían olvidadas, así que no me preocupé
por su existencia. Mi madre no lo sabría, por lo que me convertiría en mi
propia persona y no en su protegida.
Era la única manera de sobrevivir.
A medida que pasaban más minutos y el avión viajaba lo suficiente
para que dos asistentes de vuelo sirvieran al hombre que me compró, que
el piloto anunciara que teníamos otra hora de vuelo, mis nervios lucharon
contra una batalla perdida.
A pesar de todos mis pensamientos positivos, no pude detener el
tic tac interior, contando hacia el próximo evento que tendría que
superar.
Traté de mantener la calma, de mantener mi mente alborotada
silenciada de preguntas. Pero todo lo que quería era saber a quién tendría
que soportar mientras planificaba mi escape.
¿Quién era este bastardo que cambió dinero por una vida?
¿Qué esperaba de mí?
¿Y con qué frecuencia escapó con tal transacción?
—Saquemos del camino las presentaciones necesarias, ¿de
acuerdo?
Me quedé inmóvil cuando la voz del hombre rompió el estancado
silencio. Su cadencia envió escalofríos por mi espina dorsal, casi como si
hubiera escuchado mis pensamientos.
¿Esperaba que hablara sin verlo? ¿Sin mirar su lenguaje corporal
y sin recoger tanta información como podría si me mantenía ciega?
Prometí no volver a hablar. Jamás. Pero en este caso, sería
beneficioso para mí, no para él. Me permitiría dos palabras. Una exigua
dieta de sílabas antes de volver a la inanición.
—Desátame primero.
Durante un largo momento, no respondió. Luego el ligero susurro
de su traje cuando se inclinó y apartó mis hombros del asiento. Mi piel
31

se erizó bajo su toque, hirviendo de odio.


Página

Haciendo mi mejor esfuerzo para alejarme, me retorcí hasta el


borde de la lujosa piel, sujetando mis muñecas para que fuera más fácil.
Con un corte rápido, las endemoniadas ataduras alrededor de mi piel se
cayeron, sus dientes amordazados para otro día.
La venda se relajó sobre mis ojos, otorgando un poco de alivio al
dolor de cabeza causado por su estrechez.
En el momento en que fui liberada, el hombre se reclinó en su silla.
Parpadeé, luchando contra el resplandor de finalmente tener visión
otra vez. Se sentó justo enfrente de mí en lugar de al otro lado del pasillo,
como creí. Se quitó la máscara y en cuanto me encontré con su mirada,
quise colocarme la venda de nuevo y olvidarme de todos los sentidos.
No quería ver, escuchar, tocar o, ¡Dios no quiera!, nunca probar a
este hombre.
La máscara de lord inglés que uso fue demasiado amable para el
monstruo debajo.
Luchando para mantener mi rostro tenso e ilegible, incliné la
barbilla. Las ganas de decir cosas maliciosas y preguntas aterradoras
formaron una mordaza alrededor de mi garganta.
Me sentía agradecida.
No merecía más palabras de mi parte. No merecía nada más que
un pelotón de fusilamiento y mis pasos bailando en su tumba.
Antes, cuando la vida era segura y mi única preocupación era qué
programa de televisión ver cuando no podía dormir, veía programas
policiacos, documentales forenses e investigaciones sobre delitos. Me
encantaba tratar de descubrir al sospechoso antes de que el presentador
llegara al perpetrador real, estudiando las pruebas de ADN y mirando a
cada asesino potencial en la pantalla.
La mayoría de las veces, la persona que asesinó se parecía a
cualquier otro vecino o amigo de la familia. Viejos o jóvenes, ricos o
pobres, eran solo una persona.
Una persona con oscuridad interior.
Sin embargo, cuando la cámara enfocaba en sus características a
medida que la conclusión del programa revelaba su ventaja, una cosa
siempre las unía.
Sus ojos.
Algo en sus ojos revelaba la verdad, tal como lo hacían los de este
hombre.
Algo faltaba. No quería decir un alma porque no sabía del todo lo
que era eso. Pero también podría ser algo mucho peor. Un impostor. No
lo suficientemente humano como para sentir compasión y empatía. Las
32

personas que asesinaban y violaban eran demonios fríos y sedientos de


Página

dolor.
Me vendieron a ese demonio.
Sonrió, mostrando derechos dientes blancos en un rostro
bronceado. Su cabello rubio y opaco lo consideraba sueco o quizás
noruego. Tenía la misma estructura ósea de desgarbados europeos con
nariz larga, pómulos pronunciados y ojos azules penetrantes.
Supuse que su edad sería de finales de los treinta. Una edad en la
que podría haber sido mi padre si hubiera tenido hijos pequeños.
Espera…
¿Tenía hijos? ¿Esposa? ¿Familia?
Nos miramos fijamente el uno al otro, sin decir una palabra. Se
sentía como un concurso, luchando por la dominación, pero lo sabía bien.
Quería que entrara en su trampa. Le pedí que me desatara. Hice mi parte.
El resto dependía de él.
Sonrió fríamente. —Ahora que puedes verme, comencemos.
Inclinándose, clavó los dedos en mis rodillas. Nadie me había
agarrado ahí antes, pero cuando sus uñas se hundieron rápidamente en
el satén de mi vestido y se enroscaron alrededor de los huesos que
protegían mis articulaciones, de repente comprendí cuán vulnerables
eran las rodillas. Cuán fáciles de arrancar y destrozar.
Jadeé, volviéndome helada en mi silla.
—Mi nombre es Alrik Åsbjörn. Para ti, soy el amo A. ¿Entiendes?
—Clavó más fuerte sus dedos.
Mis labios se pegaron, negándose a hablar. Tenía el poder sobre el
habla, pero no sobre mis ojos. Se llenaron de dolor mientras seguía
haciéndome daño.
—¿No tienes nada que contestar? —Su mandíbula se tensó en
tanto apretaba más fuerte mis rodillas—. ¿Qué le pasó a la chica que pujo
un millón por ella? Me gustaba más esa perra.
La incomodidad agonizante estalló en mis piernas, pero no me
rompí. No podía. Si él ganaba esta batalla, entonces habría perdido la
guerra. No podía hacerme eso tan pronto.
—¿Te has vuelto tímida conmigo? Bien. —Eliminando su amenaza,
se recostó—. Hablarás. Ya lo verás.
El alivio alrededor de mis huesos pulsaba con cada latido del
corazón.
Haré todo lo posible para que nunca más vuelvas a escuchar mi voz.
—Veo que tendremos que hacer algunas incursiones, pero no me
subestimes, niña. No quieres meterte conmigo. —Tirando de un archivo
negro que no había visto encajado a su lado, abrió la cremallera del folder
33

de cuero y sacó una hoja de papel. Agitándolo en mi rostro, sonrió—. Esta


Página

eres tú. La suma de tu vida. Tus amigos en las redes sociales. Tus fotos
familiares. Tus mensajes personales. Cada pensamiento tonto y feo
recordatorio de tu pasado.
Su voz suave, estúpidamente, me calmó hasta que él explotó en un
estallido violento, arrojando los papeles a través de la madera y la cabina
con adornos plateados. —¡Desapareció! Todo. Ya no eres esa puta. Eres
mi puta. Se te ha dado el nombre de Pimlico, y de ahora en adelante, eso
es todo lo que eres. ¿Lo entiendes? No tienes nombre ni familia y eres
mía.
Elevó la mano y las lecciones que los traficantes me enseñaron me
mantenían servil. Me encogí antes de su ataque, ya le daba el control que
tanto deseaba. Me golpeó alrededor de la oreja, causando un fuerte
sonido dentro de mi cráneo.
Me mordí el labio, conteniendo cualquier llanto o lágrima,
inclinándome para enviar una onda de cabello castaño para ocultar mi
rostro.
Necesitaba desaparecer. Desvanecerme.
A él no parecía importarle que no gritara ni rogara. Frotándose las
manos, volvió a calmarse.
Demasiado tranquilo.
Actuó como si estuviéramos en una cita comercial, discutiendo una
transacción que nos beneficiaba a los dos.
Quería enseñarle lo que era beneficioso: sus bolas en mi mano
izquierda y una orden de detención en la derecha.
Alrik, ¿como si alguna vez lo llamaría amo A? (El imbécil sádico):
colocó una palma sobre su mandíbula bien afeitada. —Es justo que te
diga algo sobre mí, ya que sé todo lo que hay que saber sobre ti. —
Frotando las uñas contra su camisa, suspiró como si todo esto lo
aburriera—. Te llevaré a mi casa en Creta. Ahí, harás lo que yo quiera,
cuando yo quiera. No te rehusarás a menos que disfrutes de la agonía. —
Sus ojos se estrecharon sin piedad—. Por otra parte, tal vez te guste el
dolor. ¿Te gusta, Pimlico? Respóndeme; no seas tímida. ¿Disfrutas
secretamente de ser lastimada?
Me puse rígida cuando me acarició la rodilla otra vez, amenazando
con recordarme lo que ya hizo. —Cualquiera que sea el poder que esperas
obtener al permanecer en silencio... piénsalo de nuevo. —Su mano
recogió el vestido y me lo puso en los muslos.
No. Por favor, no.
Cerré con fuerza los ojos, esperando que sus gruesos dedos
treparan entre mis piernas. Pero se detuvo. Flotando sobre mi delicada
piel, gruñó—: Me hablarás. Finalmente. Pero no te preocupes, si solo
aprendes a gritar, puedo trabajar con eso.
34

Reclinándose, su vil toque me dio un respiro mientras levantaba su


copa. Tomando tres largos sorbos, hizo girar la copa rompible con una
Página

sonrisa persistente. —Olvida todo sobre tu pasado y solo recuerda esto.


Eres mi juguete. Mi posesión más preciada. No olvides cuánto pagué por
ti y lo que espero a cambio.
Sus palabras cayeron al piso del avión como granadas cargadas.
Esperé a que detonaran y me destruyeran, pero prevaleció la
libertad que encontré al encerrarme.
El silencio se extendió como una sucia pausa, pero no me importó.
Si iba a permanecer fiel a mi futuro sin voz, tenía que entablar amistad
con el silencio y encontrar refugio en cualquier incomodidad que creara.
Sin embargo, Alrik no se encontraba preparado para hacer tales
cosas. Sus ojos se estrecharon cuando se inclinó hacia mí. —¿No
preguntarás qué puedes esperar a cambio?
Cada instinto me ordenó sacudir la cabeza. Para responder de
alguna manera. Pero también luché contra eso. La comunicación verbal
y no verbal ahora estaba prohibida para siempre. Justo cuando ocultaba
quién era yo, borraría toda memoria de conexión amigable.
Gruñó por lo bajo—: Cuanto más me desafíes, más pagarás cuando
lleguemos.
Llegar.
Lejos de mi casa y de mi madre. Lejos de todo.
Pude controlar mi respuesta externa, pero no mi corazón con el
vuelco suicida en mi pecho.
Alrik suspiró profundamente, chasqueando los dedos en busca de
otra copa de champán. Al instante, una copa cubierta de rocío con licor
espumoso fue entregada directamente en su garra extendida.
Mientras disfrutaba de un sorbo, dijo—: Viendo que no
preguntarás, no te lo diré. Pero para que sepas, para cuando termine la
semana, estarás de rodillas deseando haber sido más inteligente. Te
repetirás a ti misma durmiendo pidiendo saber lo que viene después.
Pintó un cuadro horrible. Un futuro con el que no quería tener nada
que ver.
Pasaron unos pocos segundos, mi pecho subía y bajaba,
haciéndome cosquillas en los pezones contra las palabras de papel
higiénico metidas en mi corpiño.
Mi nota a Nadie.
Fui estúpida por encontrar consuelo en esos trozos garabateados
de plata. Pero lo hice. Mi espalda se enderezó, y mis dedos se unieron con
recelo en mi regazo.
Este bastardo era solo un hombre.
Escoria.
35

Sí, él podría lastimarme. Sí, podría hacerme rogar por la muerte.


Página

Pero éramos de la misma especie. Los mismos adversarios.


Y un día, pronto, encontraría una manera de ganar y estar libre de
él.
Alrik brindó con su champaña, sin ofrecerme una bebida ni una
cena. Su mirada recorrió cada centímetro de mí cuando el avión se inclinó
hacia la izquierda. —Estamos casi en casa. No puedo esperar para
mostrarte todo.
Se rio entre dientes, disfrutando de ser el creador de bromas y la
línea de la nueva narración de mi vida. —Una vez que lleguemos ahí, te
darás cuenta de cuánto desperdiciaste mi franqueza para hablar. Pobre
Pimlico... realmente debiste preguntar.
»Y ahora... es demasiado tarde.
36
Página
5
Traducido por Val_17
Corregido por Elizabeth.d13

Pimlico
—Esta es tu habitación.
Alrik me empujó por el umbral, bloqueando la puerta con su
cuerpo. Mis tacones blancos resonaban en los brillantes azulejos
plateados, hundiéndose profundamente en una alfombra de piel de oveja
mientras tropezaba por su empujón.
Quería frotar mi piel donde me tocó. Quería lavar, y lavar, y lavar.
Habíamos llegado hace poco tiempo, volando desde las nubes a la
tierra, concluyendo nuestro viaje en una pista de aterrizaje privada. Un
auto con chofer nos llevó desde allí hasta aquí, y la resplandeciente casa
de mi captor no hizo nada para que mi estadía fuera más acogedora.
Al momento en que me arrastró dentro, me empujó a través del
espacio, pasando el comedor, la cocina, la sala de estar, hasta un tramo
de escaleras que se bifurcaba en dos direcciones. Tomó la izquierda,
envolviendo sus dedos con fuerza alrededor de mi muñeca como si fuera
a huir en cualquier momento.
No hay ningún lugar al cual huir.
No tenía idea de dónde me encontraba. Sin ninguna esperanza de
escapar.
Perdí la cuenta de cuántas habitaciones existían en el pasillo hasta
que abrió una puerta lacada en blanco y me arrojó dentro.
O bien Alrik tenía una fascinación por el blanco, o no tenía
inspiración cuando se trataba de decoración. Las paredes eran blancas,
37

la cama blanca, incluso el tocador, la cabecera de la cama y el armario.


Blanco, blanco, blanco.
Página

Mis ojos cayeron a mi vestido.


¿Fue por eso que me compró? ¿Porque fui preparada para la venta
con el color blanco?
Retrocedí hacia las cortinas de alabastro, ocultando una vista de
un país que nunca había visitado, escondido en lo avanzado de la noche.
Sus manos se extendieron como cadenas mientras marchaba hacia
mí. —Es hora de darte la bienvenida a tu nuevo hogar, ¿no crees? —
Agarrando la parte delantera de mi vestido, tiró. Con fuerza.
Las bonitas perlas y las costuras intrincadas hicieron todo lo
posible por soportar tal tortura, pero las piezas se rompieron con un
fuerte chillido.
Mis brazos subieron automáticamente. No para proteger mi
decencia, ese lujo me fue arrebatado en el hotel del tráfico sexual, sino
para ocultar mi novela de papel higiénico.
Demasiado tarde.
Los pedazos garabateados se esparcieron sobre la alfombra como
pequeños cuadrados de miseria. Mi lápiz mordido rebotó con libertad
como una astilla de mi corazón. Quería recogerlos, pero no tenía sentido.
Él lo había visto, y sin importar si los recogía o los dejaba, me lo robaría.
Eso era lo que hacían los hombres como él.
Fui comprada para compartir su vida pervertida de la manera en
que él considerara conveniente. No lloraría por mis palabras reveladas, y
no le rogaría que las dejara en paz.
Sus ojos se clavaron en el desastre en el suelo, una sonrisa
siniestra curvando sus labios. —Bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí?
Contuve el aliento, frunciendo el ceño con toda la fuerza que me
quedaba.
Levantó una ceja mientras se agachaba para recoger un pedazo.
Leyendo los garabatos, levantó la mirada. El hecho de que se inclinó ante
mí no escapó de mis conocimientos. Sin embargo, no era tan tonta como
para creer que la posición lo ponía por debajo de mí. Podría causar tanto
dolor ahí abajo como conmigo acurrucada y llorando a sus pies.
—¿Qué exactamente es esto?
Rompí el contacto visual, mirando la pared pintada de blanco. Sin
cuadros. Sin personalidad… un blanco vacío de nada.
—El que no me respondas se está volviendo viejo, muy rápido. —
Alrik se enderezó, empujando un puñado de las páginas en mi cara—.
¿No quieres decírmelo? Bien. En ese caso, ya no las necesitas.
Agarrando hasta la última hoja, se dirigió a la puerta. —Te sugiero
38

que duermas un poco, Pimlico, porque mañana comienza tu verdadera


Página

bienvenida.

Para Nadie:
Él se ha ido. Se ha llevado mis anteriores confesiones, pero no mi
lápiz. Voy a ocultar lo que transcribo ahora, así nunca tendrá estas nuevas
páginas. Es tarde, muy tarde, pero no tengo un reloj en esta tumba sin
emociones. Mañana, mi vida cambiará, y podría o no escribirte acerca de
lo que vivo.
Sólo saber que estás allí para escuchar es suficiente. Tener tu
aceptación y ningún juicio me hará seguir adelante.
Mi madre estaría orgullosa de mí. He durado tanto tiempo con mi
dignidad intacta.
¿Puedo contarte un secreto, Nadie? Lo que sea que Alrik me haga
mañana, sexualmente, será lo primero que alguien me haya hecho. Tengo
dieciocho años y soy virgen. Ridículo, ¿verdad? Pero eso es lo pasa cuando
vives en mi mundo. Mi madre me obligó a elegir libros sobre chicos y
estudios sobre sexo. Quiero decir, si hubiera encontrado a un chico que me
gustara lo suficiente para tener un par de citas y dar algunos besos
descuidados, sus reglas no me habrían detenido. Pero no lo encontré. Y
ahora, nunca lo haré porque esa elección me fue arrebatada.
¿Es estúpido no tener miedo de sus puños o botas o cadenas? ¿Es
ridículo que no tema los palos y látigos y equipos de tortura? Todo lo que
realmente temo es a él. Su… pene.
¿Dolerá?
¿Sangraré?
¿Quién estará allí para hablar conmigo cuando se termine y me
sienta diferente? ¿Cuándo él me fuerce de niña a mujer? ¿De adolescente
a esclava? ¿De libre a rota?
Tú, supongo. Sólo tú.
Hasta mañana, Nadie.
Duerme bien porque yo no lo haré.
39
Página
6
Traducido por Jadasa
Corregido por Elizabeth.d13

Pimlico
Para Nadie,
Yo... pensé que podía hacer esto. Pero no puedo. Pensé que podría
decirte lo que él hizo. Pero no lo haré. Todo lo que puedo decir es... su idea
de bienvenida incluía cosas que nunca quiero volver a experimentar. Duele.
Muchísimo, tanto. Apenas puedo sentarme sin querer gritar en agonía
mientras te escribo esto.
Tomó mi virginidad.
Varias veces.
Me hizo desear que el sexo nunca fuera inventado.
Dios, dolió tanto, Nadie.
Pero no me mató.
De manera que me concentraré en eso.
Y en esforzarme al máximo para descubrir cómo sobrevivir.
40
Página
7
Traducido por Julie
Corregido por Anna Karol

Pimlico
Para Nadie,
¿Cuánto tiempo llevo viviendo aquí? Lo he olvidado. ¿Son dos
semanas o tres? ¿Diez semanas o doce?
Alrik mantiene deliberadamente los calendarios fuera de la casa, y
cada dispositivo tecnológico que posee está protegido con contraseña. Lo
sé porque lo he intentado. He estado en la oscuridad tratando de hackear
su codificación. He fingido que dormía, encadenada en la esquina de su
dormitorio, todo mientras andaba a tientas con el bloqueo numérico de su
teléfono celular.
La única forma en que puedo juzgar el paso de los meses es la
inyección anticonceptiva regular que me da.
Oh, Nadie, ¿si pudieras verme? Dios, estoy tan contenta de que no
puedas hacerlo.
¿Cómo pude ser tan vanidosa para pensar que era guapa? ¿Por qué
siempre quise perder la grasa que me daba curvas? Puedo decir
honestamente que, si mi madre me viera ahora, pasaría justo al lado mío.
No me reconocería. No me reconozco.
Alrik me cortó el cabello hace tres noches. ¿O fueron seis? No lo sé.
Todo lo que sé es que sus puños en mi piel y sus botas en mi vientre no
eran suficientes para él. Tuvo que cortar el cabello que usé para proteger
mi cara de la suya. Me quitó mi protección con cuatro cortes con la tijera de
la cocina.
41

Me dejó con una masacre despareja a la altura de la mandíbula. Eso


no me molesta. Los mechones cortados no pueden debilitarme, pero el
Página

hecho de que no arreglara su horrible trabajo de piratería dañó mi creencia


de que podría soportar lo que me deparara el futuro.
Al dejarme así, ha demostrado lo mucho que no le importa.
Me reclamó su preciada posesión.
No lo soy.
Soy su trofeo para ser empañado y abollado, y luego puesto de
nuevo en una repisa para que se desvanezca del oro al bronce sucio antes
de ser metido en una caja y quedar olvidado. ¿Cuánto tiempo pasará antes
de que yo esté en la caja, Nadie?
¿Acaso quiero saberlo?
42
Página
Traducido por Jadasa
Corregido por Anna Karol

Para Nadie,
Te hablo todos los días (si puedo robar el tiempo), ¿pero te has dado
cuenta de que no estoy escribiéndolo todo? ¿No te estoy llevando a través
de mis horrores diarios o entreteniendo con la verdad de lo que soporto?
¿Quieres saber por qué?
Porque nadie debería tener que leer lo que me hace. Nadie debería
tener que ver lo que hace ese bastardo violador.
Te lo ahorraré.
Y me lo ahorraré al no recordarlo.
43
Página
Traducido por Jadasa
Corregido por Anna Karol

Querido Nadie,
Hoy, Alrik me dijo que he estado con él durante un año. ¡Un año! Un
año repugnante, horrible y devastador.
Un año…
Eso es demasiado tiempo.
Hice todo lo que pude para escapar… lo sabes. Me escondí de él,
luché contra él, incluso intenté matarlo.
Y pagué por mis intentos.
Eres lo único que tengo, Nadie. Solo tú sabes los verdaderos hechos.
Solo tú entiendes lo que he hecho para sobrevivir. Cómo renuncié a un
pedazo de mí misma para proteger lo que me queda. Cómo puede lastimar
mi cuerpo, pero ya no mi alma.
He aprendido a manipularlo. Todavía me pega, Dios mío, todos los
días encuentra nuevas maneras, pero después de todo este tiempo, me
prometió que ya me habría roto.
Ocurre lo contrario.
Ahora soy más fuerte de lo que alguna he sido.
En este momento soy más vieja.
Actualmente, soy más sabia.
Y finalmente entiendo lo que mi madre intentó enseñarme.
Hay poder en escuchar, analizar y observar. Alrik es una cloaca de
maldad, pero me tiene atrapada. En tanto busco maneras de asesinarlo,
lo controlo... lentamente. Centímetro a centímetro, gano una comida extra
por ser educada. Debilito su abuso siendo obediente.
No me ha roto.
Nunca lo hará.
Y pronto, seré libre.
44
Página
Traducido por Jadasa
Corregido por Anna Karol

Querido Nadie
Un año y medio…
Mi madre... para ahora ya se habrá mudado. Mis amigos estarán a
la mitad de sus estudios universitarios. Sus vidas progresaron mientras la
mía ha retrocedido.
¿Siquiera soy ya una chica? No lo sé. Todo lo que conozco es el dolor.
Fui fuerte por tanto tiempo. Me instalé en casa profundamente, profundo
en mi interior. Tenía un santuario seguro al cual huir cuando venía por mí.
Pero ayer... abordó mi reino interior e invitó a sus amigos a
romperme.
No tuvieron éxito.
Pero sí en otra cosa.
Me mata admitirte esto, Nadie... pero yo... he sido tan valiente como
puedo serlo. Me he mantenido durante tanto tiempo.
Estoy cansada.
¿Cuándo la vida se convierte en la elección equivocada y la muerte
en la correcta? ¿Cuándo es más sabio quitarte la vida que dejar que otra
persona la destruya?
No quiero morir porque soy débil.
Deseo morir porque es lo último que puedo hacer para ganar.
No me tendría más. Le quitaría su poder.
El suicidio podría ser la rebelión final y un acto que no pudo evitar.
¿Crees que sería débil? ¿Crees que he resistido lo suficiente? ¿He
soportado suficientes huesos rotos para demostrar mi deseo de seguir
viviendo?
Soy una esclava, Nadie.
Una esclava de sus caprichos incluso mientras maldigo su propia
creación.
45

Me hizo una cicatriz, me arruinó, y ahora, me comparte como si yo


no valiera nada.
Página

Lo valgo todo.
Y finalmente he tenido suficiente.
Traducido por Val_17
Corregido por Anna Karol

Querido Nadie:
Has estado allí para mí a través de cada corte y conmoción cerebral.
Has escuchado mis pesadillas, y sostuviste mi mano mientras ese
bastardo me hacía sangrar.
Tantas veces me has escuchado, abrazado y estado allí. ¿Pero
alguna vez pensaste que tendrías que escuchar durante dos años?
Dos.
Años.
He estado con este horrible monstruo dos años.
No tengo nada más que decir. Nada más que dar.
Hace seis meses, llegué a mi límite. Apagué lo que quedaba dentro
y me decidí por la muerte o el delirio. Muerte si pudiera engañar su
diversión al hacerme daño. Delirio si no podía correr a mi tumba.
Pero de alguna manera… lo supo.
Un día, los cuchillos en la cocina se encontraban en el soporte como
siempre, tentándome más y más cerca; al siguiente, habían desaparecido.
Los cordones de las cortinas, las herramientas domésticas, los
aparatos eléctricos: cualquier cosa que pudiera haber ayudado en mi
suicidio desapareció mágicamente.
Lo hizo para mantenerme débil.
Pero no funcionó. Me recordó que he sido fuerte todo este tiempo.
Puedo hacerlo por más tiempo. ¿Por qué debería morir? Él es quien merece
conocer a su creador y pagar por todo lo que ha hecho.
Y pagará.
Me aseguraré de ello.
He tardado mucho tiempo, pero ya no sospecha que le traicionaré.
Dejé de luchar exteriormente, yo… obedecí. Pero no porque me haya roto.
Oh, no.
46

Lo hice porque soy más inteligente que él. Soy lo bastante paciente
para esperar el momento perfecto.
Página

No importa si me volví experta en dormir mientras estoy


encadenada, de respirar en tanto estoy atada, y de vivir a pesar de ser
golpeada.
He hecho cosas de las que estoy orgullosa. Y de las que no. Pero
últimamente, nada de eso importa.
Antes sentía cosas, Nadie. Aún creía en las fantasías como la
esperanza, el hogar y la felicidad. Ahora, todo en lo que creo es en el
entumecimiento, la evaluación clínica con la que manipulo a mi amo, y la
bomba de tiempo en mi interior que podría detonar en cualquier momento.
Desapareció la adolescente superficial que pensaba que gobernaría
el mundo. Mis huesos hacen todo lo posible para sobresalir de mi piel
delgada. Mis ojos están vacíos y fríos. El corte de cabello que me hizo ha
vuelto a crecer en jirones como una muñeca de trapo.
No me importa que haya tomado todo. Todavía hay una cosa que
nunca tendrá.
Dos años sin una palabra.
Mi voz es su santo grial y mi último “vete a la mierda”. Él nunca
ganará. No es que deje de intentarlo.
Hace nueve meses, el amo A me rompió la pierna sólo para
escucharme gritar. Ganó eso. No pude contenerlo. Y sí, has oído bien. Dejé
de llamarlo Alrik cuando él… ¿sabes qué? No importa.
Lo único que importa es que hoy es nuestro aniversario.
Dos años.
Será nuestro último aniversario.
Eso te lo prometo.
47
Página
8
Traducido por Anna Karol & MadHatter
Corregido por Amélie

Pimlico
—Ponte en tus putas rodillas, Pim.
Mis moretones increparon, pero no le daría otra razón para
golpearme. Mis rodillas retozaron en tanto cautelosamente hacía lo que
me dijo.
¿Vivir en esta casa con él? Era un perpetuo purgatorio.
Odiaba cada maldito segundo, pero odiaba despertarme más. Al
menos dormida, tenía algo de libertad. Libre para estar afuera otra vez.
Reír de nuevo. Correr lejos, muy muy lejos.
Era un imbécil aburrido que no tenía nada mejor que hacer que
atormentarme. No iba a trabajar. No tenía personal aparte de un equipo
de limpieza que venía una vez a la semana y un servicio de entrega de
chef a las seis de la tarde. Todos los días. Sus fondos eran ilimitados.
Tenía el poder de salirse con la suya con todo.
Al principio, no tenía idea de lo que lo hacía funcionar o por qué
me trataba tan mal. Pero dos años era mucho tiempo, y aprendí
rápidamente. Cada golpe, cada latigazo, cada noche horrible que pasé
debajo de él me dio pistas sobre cómo sobrevivir.
Responder no era una opción. Correr, gritar, desobedecer, todos
me hicieron obtener más dolor del que podía soportar.
Pero la observación.
Ese era mi arsenal.
Para empezar, saber que si su forma de andar cambiaba de suave
48

a entrecortada significaba que prefería azotarme antes que follarme, no


Página

ayudaba en lo más mínimo. No podía evitar lo que planeaba. No


importaba si su voz me indicaba su estado de ánimo o las recetas de
tortura que planeaba.
Pero a medida que el tiempo avanzaba, me advertían. Me hizo más
fuerte, adormecí mi cuerpo y gané solo respirando. Comencé a entender
quién había pasado los látigos y las cadenas y lo encontré increíblemente
deficiente. Era el epítome de un cobarde asqueroso y sin voluntad que
me mantuvo en línea con la violencia.
Había entrado en su casa creyendo que podía seguir siendo fuerte.
Eso fue antes de la primera violación.
La primera paliza.
La primera patada, puñetazos y azotes.
Mi desobediencia duró más de lo que pensaba, pero todo se detuvo
cuando me mostró las fotos de lo que le pasó a su última chica.
Muerta.
Él la mató.
Sin embargo, mientras envolvía otra cuerda alrededor de mi cuerpo
para sujetarme, murmuró que no terminaría igual que ella. Había pagado
el cuádruple por mí. Realmente era su juguete más caro, y aunque quería
destruir mi espíritu y atarme a su alma, no me mataría.
Valía más viva que muerta.
Era una conclusión horrorosa. Y mi desafío rápidamente cambió
de flagrante a oculto. Cuando aparté mis ojos en sumisión, realmente le
negué el derecho a leerme. Cuando me adelanté cayendo de rodillas, le
rechacé la oportunidad de golpearme.
Y a medida que me obligaba a hacer tareas, completamente
desnuda, mi mente se envolvió en ropa llena de retribución y venganza.
Tendría una oportunidad de matarlo. Solo una.
E incluso si tuviera éxito, no tenía ninguna garantía de que pudiera
escapar sin ser inteligente. Todo en esta casa formaba parte de un
sistema electrónico. Si lo matara sin aprender ese código, moriría aquí.
Me negaba a compartir una cripta con este violador.
—Tenemos algo que celebrar. ¿No estás de acuerdo? —Caminó a
mi alrededor con su barbilla en alto—. Dos años, querida. Puedo imaginar
a tu tierna edad que es la relación más larga que hayas tenido.
Esto no es una relación, cerdo.
Mi labio superior se contrajo de disgusto cuando bajé la mirada a
la alfombra de piel de oveja.
Desafortunadamente, él vio mi insulto facial.
49

Su puño golpeó un lado de mi cabeza. —¡Joder, no me des esa


actitud, Pim! No en nuestro aniversario.
Página

Me caí de lado, sacudiéndome las palpitantes estrellas, obligando


a mi cuerpo a ponerse de rodillas antes de que me diera una patada para
recuperar mi postura. Ignorando el repentino dolor de cabeza, catalogué
su estado de ánimo. Todo esto me habló en estos días, no solo su
comportamiento, sino también su vestuario, el reloj seleccionado, incluso
la forma en que se peinaba. Cada uno era una pista a su disposición.
Mientras paseaba a mi alrededor, parloteando acerca de cómo su
viaje a la ciudad fue bueno y cualquier negocio que concluyera iba a su
favor, miré sus zapatos (los mocasines negros significaban que se sentía
despreocupado y confiado). Eché un vistazo a sus pantalones (de
vaquero, indicaba que su visita a la ciudad no estuvo relacionada con el
trabajo). Mis ojos se dirigieron a su muñeca y al llamativo Rolex dorado
(hoy quería presumir y mostrar su superioridad). Finalmente, eché un
vistazo a la camisa azul de manga larga (estilo relajado, pero de muy buen
gusto). Sin embargo, la chaqueta de lino desabrochada no formaba parte
de su repertorio habitual (quería impresionar, pero aún mostrar
indiferencia).
¿A quién?
No me gustaban las cosas que no podía entender.
¿Se había vestido para nuestro “aniversario” o tenía invitados esta
noche?
Mi corazón se enroscó en su caparazón ante el pensamiento.
Cuando me entregó por primera vez a sus amigos, Darryl, Tony y Monty,
vomité no solo por el horror al ser usada por cuatro hombres, sino
también por los repetidos golpes en mi vientre.
Desde entonces, el intercambio era a menudo. No tenía elección.
Pero al menos su arrogancia y la de sus amigos me dieron un refugio en
el que encerrarme y esconderme. Podrían tener mi cuerpo, pero mientras
flotaba en un mundo, no del todo aquí, podía mantener mi alma intacta,
y mi voz por siempre le era negada a ellos.
Se pasó la mano por el cabello rubio y puntiagudo. —¿Fuiste una
buena chica mientras estuve fuera?
Ya sabes la respuesta a eso, bastardo.
Miré ceñuda a la pared.
Por alguna razón, cada vez que salía a hacer recados, estaba tan
seguro de que nunca encontraría una salida, no me ataba como hacía en
la noche. Las primeras veces que me dejó sola, me había apoderado de
los cuchillos de la cocina, incluso robé unas cuantas hojas con la
esperanza de matarlo mientras dormía.
Pero cuando regresaba, sabía exactamente lo que había hecho. Con
un puño en mi pelo, me arrastraba por la casa, recogiendo los tres
cuchillos de carnicero que escondí en lugares secretos. Después de
50

redondear mi arsenal, me había llevado a una sala de seguridad privada


en el garaje escondida detrás de un pedazo de panel de yeso y reveló cómo
Página

lo supo.
Cada centímetro de su propiedad era grabado.
¿Cómo no había visto ninguna cámara?
No hay un punto ciego o sala no vigilada.
En ese momento, mi corazón había agarrado una pala y había
cavado un agujero tan profundo y cavernoso dentro, que temía que nunca
volviera a salir.
Pero tuve que hacerlo. Porque no tenía elección.
—Ah, ahora, Pim, no seas así. Me he ido por tres horas...
seguramente, debes de haberme extrañado.
Como si extrañara el ébola.
Estreché mi mirada, arriesgándome a mirarlo.
En el momento en que hicimos contacto visual, sonrió. —Todavía
te niegas a hablar, ya veo. Puedes juntar tus labios, diablos, puedes
arrancarte la lengua, pero te escucho gritarme. Escucho tus respuestas
incluso si no las dices en voz alta.
Te odio.
Te odio.
Te odio.
Esperaba que hubiera escuchado eso; los decibeles vibraban a
través de mi cuerpo para que cualquier persona sorda o ciega los
percibiera.
Se rio entre dientes, agachándose a mi nivel sobre mis rodillas. La
punta de su dedo trazó la línea de mi mandíbula, presionando
deliberadamente el moretón que me hizo la noche anterior. —Sabes... sí
me hubieras hablado desde el principio, podría haber sido un poco más
amable contigo.
Mentiroso de mierda.
Aparté mi rostro de su toque.
Inhaló una respiración enojada. Su mano cayó a mi pecho
desnudo, pellizcando mi pezón. —Podría haberte dado ropa, al menos.
No te creo.
No lo haría. No tenía compasión y solo vivía para lastimar.
La mañana en que llegué, me quitó mi vestido blanco y nunca me
lo devolvió. Una vez robado, no tenía nada. No había ropa para mí en
ninguno de los armarios de su finca de doce habitaciones. Cuando
intenté tomar una de sus camisetas, me golpeó tanto que evité todos los
espejos del baño durante semanas. Sentirlo abusar de mí era una cosa.
Ver las marcas y la traición en mi piel era completamente diferente.
51

Tras esa primera iniciación, enloquecí. Volé alrededor de su casa


como un pájaro psicótico atrapado en una jaula. Intenté con todas las
Página

puertas, arañé todas las ventanas, busqué y rebusqué una grieta en la


fortaleza de la casa, buscando algo, cualquier cosa que me liberara.
Fallé.
Sin embargo, mi lucha no se desvaneció.
Intentó hacerme hablar. Se volvió... inventivo con la persuasión.
Pero no vacilé.
Si me hablaba, miraba fijamente una pared. Si me llevaba a la
cama, cerraba mi mente. Si tiraba cosas o me golpeaba, me enroscaba
con fuerza alrededor de mi alma y me aferraba hasta que terminaba.
Y cada vez, me levanté.
Un paso delante del otro... hasta que un día, me detendría.
Pero ese día no sería hoy.
O mañana.
—¿Sabes qué cosa especial he planeado esta noche?
¿Tu muerte? Ese es el único regalo que quiero de ti.
—Va a ser una noche doblemente increíble para mí. —Dándome
palmaditas en la cabeza, sonrió—. Primero, tengo un visitante muy
importante que espero que entretengas, si es requerido.
Me quedé helada.
—Segundo, una vez que se haya ido... tendremos nuestra propia
celebración para conmemorar dos años. —Sonrió—. Oh, mientras estuve
afuera, fui de compras. Compré una mordaza y una cuerda nueva. Soy
tan generoso cuando se trata de ti, Pim.
La escalera, la pala y el paracaídas en el que mi corazón había
tratado de escapar se estrellaron contra mis costillas cuando al maldito
órgano le crecieron piernas para correr a gran velocidad.
Podía quedarse con su generosidad barbárica.
Dirigiéndose al pequeño refrigerador al lado del tocador, en donde
mantenía un stock de cerveza para mantenerse hidratado en tanto
pasaba horas haciéndome desear que estuviera muerta, retorció la parte
superior de su marca favorita y bebió profundamente. —Una cosa que
debes saber sobre esta noche, Pim, es que este bastardo no sabe cuán
singular es nuestro amor. Es especial, ¿lo entiendes?
Me tomó todo lo que tenía no poner los ojos en blanco.
Te engañas. ¡Loco!
¿Amor? ¡Bah!
Su propiedad hacia mi persona, era la misma definición de jodido.
—Te comportarás de la mejor forma, porque tengo otra cosa que
darte.
52

Mis hombros rodaron, protegiéndome de un golpe seco o de un


Página

doloroso beso de cualquier artículo nuevo que hubiera comprado. Mi


capacidad para leerlo se había disparado como si la inferencia repentina
cambiara su agenda habitual.
Si no puedes predecirlo, has fallado en Psicología 101.
Mi madre no estaría orgullosa.
Mis pensamientos no iban a menudo hacia ella, pero cuando lo
hacían, me preguntaba si alguna vez se mezclaría con el bastardo que me
había secuestrado. Sonriéndole, pensando que él estaba allí por su
negocio mientras él sonreía con el secreto de robarme para obtener
ganancias.
¿Cuánto más que cinco millones consiguió por mí?
¿Qué obtendría de mí ahora? ¿Ahora que estaba flaca, golpeada y
azul?
El amo A se volvió para mirarme.
Mi carne picaba con un presentimiento.
Todo lo que quería hacer era dispararle y alejarme. Necesitaba
buenas noticias para contarle a Nadie. Aunque compartía mi vida con mi
amigo imaginario, no podía escribir la mayoría de las confesiones.
Él me lastimaba más de lo que quería inmortalizar en grafito. Él
podría contaminarme, abusar de mí, e incluso convencerme de que
hablara, pero nunca le daría lo que más quería.
Mi voz.
A veces, me llevaba al borde del discurso a través del
estrangulamiento o cortándome, y me suspendía en el precipicio de decir
una palabra para que se detuviera. Pero, como si sintiera que, si me hacía
hablar, no valdría nada, él retrocedía en el último momento insoportable.
Después de tal incidente, usaba la fuerza que me quedaba para
bloquear la puerta con mi cómoda, impidiéndole que me hiciera más
daño.
Se había vuelto loco, agarrando un hacha del garaje, cortando los
muebles inmaculados.
Y lo que había hecho cuando terminó...
Me estremecí, incapaz de revivirlo. Pero eso no impidió que mis
dedos se arrastraran hasta mi pie, en donde cada metacarpiano se había
roto cuando me pisoteaba y me maltrataba.
—Levántate. Tengo una sorpresa para ti.
¿Sorpresa?
Odiaba las sorpresas.
Sorpresa significaba ser estrangulada.
53

Sorpresa significaba ser vendida.


Página

Mis labios se apretaron a medida que me paraba.


Desapareció de la habitación solo para regresar un segundo
después con una bolsa. —Vamos. Échale un vistazo a mi regalo. No seas
una perra ingrata.
Si no hubiera hecho un voto de silencio, habría maldecido su alma
podrida. Le hubiera gritado que muriera varias veces.
Dando un paso vacilante, acepté la bolsa y eché un vistazo en su
interior.
Ropa.
¿Por qué demonios me está dando ropa ahora... después de todo este
tiempo?
¿Esperaba de alguna manera que lo perdonara por lo que había
hecho? El algodón y la seda no podrían hacer eso. Nada podría. No es que
alguna vez fuera lo suficientemente humano como para buscar el perdón
o incluso lo suficientemente sano como para darse cuenta de lo enfermo
que se encontraba.
Sin esperar a que sacara la ropa, me quitó la bolsa de los dedos y
tiró las prendas blancas al suelo. Se fusionaron con los azulejos y la piel
de oveja debajo. —Son tuyas. Espero que las uses.
Cuando no me moví, apareció detrás de mí, frotando su erección
en la grieta de mi trasero. —Mierda, me haces enojar por no hablar. —
Me dio una palmada en el muslo—. Crees que eres tan fuerte, pero no
eres tan fuerte. ¿No quieres hablarme? No necesito que lo hagas.
Mordiéndome el lóbulo de la oreja lo suficientemente fuerte como
para extraer sangre, se echó a reír cuando me estremecí. —Un día, te
romperás, y cuando lo hagas, lo celebraré escuchando tus gritos.
Tomando mi nuca, me hizo avanzar hasta que me estrellé contra el
tocador. —Sigue sin hablarme. No necesito tu voz de niña cuando sé que
te gusta escribir.
Mi piel se agitó con indignación cuando una gota de color carmesí
de mi oreja mordida aterrizó en mi hombro.
Movió sus caderas, clavando su polla en mi espalda. —Recuerdas
esas notas que te robé cuando llegaste por primera vez... fueron lecturas
entretenidas. Quiero un poco más. Quiero saber qué sientes cuando te
tomo. Quiero saber todo lo que guardas dentro de ese pequeño y mudo
cerebro.
Me obligué a no mirar por encima de mi hombro a mi escondite.
Hojas y hojas de notas para Nadie escondidas tan cerca de donde
estábamos. No me quedaría nada si las encontraba.
No podía respirar mientras me golpeaba la cara contra un libro
54

grande que descansaba en el borde de la mesa. —Este es otro regalo


Página

porque me siento como el jodido Papá Noel esta noche. —Presionando mi


mejilla contra el adornado diario atado, siseó—: Garabatea, querida. A
ver qué más tienes que decir sobre mí.
El nuevo bolígrafo Mont Blanc junto a las nuevas páginas me
suplicó que lo usara como un arpón. Que lo apuñalara en el ojo y bailara
mientras quedaba ciego.
Hazlo.
Mátalo.
¡Ahora!
Mis dedos se arrastraron hacia la pluma, pero él la agarró en su
puño. —Pensándolo bien... esto es demasiado bueno para ti. —
Lamiéndome la oreja, esparció mi sangre—. Veo tus planes, Pim.
Avergüénzate por pensar en usar mi regalo para hacer otras actividades.
Maldito seas.
¡Púdrete!
¡Déjame ir!
Lágrimas calientes y enojadas empañaron mi visión.
Y entonces nada más importó cuando me tiró al suelo y me colocó
un pie en el estómago. —Qué perra tan ingrata. ¡Las cosas que hago por
ti!
Patada.
Patada.
Patada.
El instinto me tensó, pero la disciplina me hizo deshacerme y
aceptarlo. Hace mucho que aprendí que tratar de evitar su diatriba solo
traía consigo otra y otra más.
—Crees que eres mejor que yo. ¡No lo eres!
Patada.
Patada.
Mis costillas gritaron. Mis pulmones se asfixiaron. Me dolía.
Soy lo suficientemente fuerte para obedecer.
El timbre de la puerta sonó con una sincronización perfecta de su
maldito abuso. El alegre timbre envió cuchillas por mi espina dorsal.
Respirando con dificultad, se agachó y casi me arrancó un puñado
de cabello en tanto me arrastraba sobre mis pies tambaleantes. —Ah, él
está aquí. Hora de jugar.
Contuve un aliento llena de odio, existiendo en una agonía ardiente
de fuego.
55

Me dejó ir, enderezando su camisa. —Ahora que has visto la


Página

magnitud de mi generosidad, es hora de que hagas lo mismo al ser la


puta perfecta para mi invitado de esta noche. Vístete, maldita sea. Y baja
las escaleras.
Para Nadie,
Estoy sentada aquí tocando estas extrañas ropas nuevas, y no
quiero ponérmelas. ¿Eso hace que sea una rara? No quiero estar confinada.
No quiero que los hilos que tejen esta creación me estrangulen.
¿Puedes verlos, la monstruosidad blanca? No, por supuesto, no
puedes porque no tienes ojos, ni oídos, ni corazón.
Dijo que un invitado va a venir esta noche. Uno diferente de los
animales habituales con los que me comparte.
No sé qué significa eso. No me gusta no saberlo.
¿Puedo arrastrarme en el interior de los cuadrados suaves y
esconderme detrás de las líneas de lápiz hasta que termine?

Me vestí, Nadie.
Me puse la falda, el polo con cuello y me quedé mirando en el maldito
espejo por muchísimo tiempo. Estoy confundida de por qué me hace usar
esto. No es sensual. El material me queda grande, ocultando mi figura
demacrada y todos los moretones y cicatrices que me ha dejado.
Pero ¿por qué haría eso?
¿Por qué ocultar los logros con los que me ha marcado? A él le
gustan. Los llama mis joyas. Me dice lo generoso que es al darme otro collar
estrangulado o un brazalete de cuerda.
Oh no, me está llamando.
No quiero ir.
No tengo más remedio que ir.
56
Página
9
Traducido por Ivana
Corregido por Amélie

Elder
Había múltiples versiones del infierno.
La mayoría se encontraban llenas de clichés y no eran más que
fastidio sobreactuado y el tema de conversación para los que pretenden
la atención. Sin embargo, algunas versiones justificaban el nombre.
Una versión visitó por un breve momento, destrozó una vida y dejó
las ruinas para quienquiera que fuera lo suficientemente valiente como
para recoger las piezas ensangrentadas. Otra versión apareció
especialmente para los bastardos, devolviendo el pago por las atrocidades
cometidas. Una tercera actuó como un huracán, trayendo destrucción a
todos los que se encontraban en su camino, mereciéndolos o no.
Y luego, estaba esto.
La forma mentirosa y engañosa del infierno donde cada
movimiento, cada vocal tenía que ser elegida con cuidado y entregada
meticulosamente, porque si no se le daba atención, la muerte no era el
peor castigo disponible.
Me hallaba en ese infierno.
Entré voluntariamente a una guarida de demonios, ¿y para qué?
¿Por qué demonios estoy aquí?
La respuesta colgaba como un gusano dentro de mi mente. Pero si
había un gusano dentro de mis pensamientos, significaba que mi núcleo
era malo. Una manzana podrida lentamente devorada por la suciedad.
Y lo era.
Durante muchos años eso fue exactamente lo que yo era.
57

Pero ya no lo seré.
Página

Donde el gusano atravesó mi humanidad y rectitud, algo más llenó


los agujeros. Algo que ansiaba poder, aunque ya tenía cantidades
infinitas. Algo que ansiaba la riqueza, aunque ya tenía océanos. Algo que
me exigía que nunca olvidara quién fui al principio.
Y quien fui, no era un ciudadano que valiera la pena. Sino sombras,
sangre y gritos. Perdí mi honor, mi familia, todo lo que me hacía humano.
Perder todo significaba que cuando ganaba todo, la suerte que se
me otorgaba no hacía que la oscuridad dentro de mí mejorara... lo
empeoraba.
Tan malditamente peor.
No es que mi nuevo anfitrión supiera eso.
Hice un mohín con la boca cuando salí de mi auto y asentí hacia
Selix. —No necesitaré tus servicios esta noche.
Mi guardaespaldas, chofer y siervo completo estrechó la mirada. Su
cabello oscuro en un moño en la parte superior de su cabeza absorbía la
luz de la tarde, su mandíbula afeitada y marcada. —¿Estás seguro?
Sabes lo que es este hombre. Lo investigaste. Aconsejaría repensar...
—Te aconsejaría que dejes de intentar aconsejarme.
Nos conocimos en los días previos a que yo fuera alguien. Un
enemigo que luchó en los mismos trabajos que tuve. Cuando mi suerte
cambió, lo saqué de la alcantarilla conmigo.
Después de todo, no había mejor persona para emplear que un
enemigo.
Si pudiera comprar su lealtad y ganarme su amistad después de
intentar matarnos, nada podría separarnos. Construimos una base en
algo mucho más fuerte que la luz y la felicidad. Fuimos forjados a partir
de la misma despreciabilidad.
Hay debilidad en eso además de fuerza.
Y debido a ello, no dejaría de recordarle que podría confiarle mi
vida, pero él no era mi conciencia. Ni antes, ni ahora, ni nunca.
Dudo que ya tenga conciencia.
Según mi herencia, yo era un don nadie. No era digno de ser
llamado un hombre.
Estoy bien con eso.
Selix juntó los labios. —Estaré cerca si me necesitas.
Abotonando mi chaqueta, asentí. —Lo sabrás si lo hago. —
Despidiéndolo, caminé hacia la puerta principal de la gran mansión
blanca.
58

Blanca.
Miré con desdén.
Página

La mentira más grande de todas.


Le daba a un visitante la impresión de inocencia y pureza. Pero la
verdad era lo contrario. El blanco era el color con múltiples caras. Mentía
sobre su identidad, ocultaba su pigmento mientras sofocaba a los demás.
El último pensamiento en blanco antes de la muerte.
Mi nuevo anfitrión creía que yo era lo que dije que era. Si me
hubiera investigado como lo investigué a él, no sabría nada verdadero
sobre mí. Solo las migajas cuidadosamente puestas de la información
inútil.
No conocería mi historial.
No conocería mis habilidades.
Y no conocería mi propósito final.
Pero pronto, lo sabría.
Y entonces, mi tarea en el infierno estaría completa.
59
Página
10
Traducido por Sahara, AnnyR’, amaria.viana & Jadasa
Corregido por Amélie

Pimlico
Esta noche es diferente.
No me gustaban las cosas diferentes.
Me dolía el estómago en donde me pateó. Me siento aturdida por
su golpe. Me arde la oreja por sus dientes. Y ese era él siendo amable.
Las lecciones de mi madre sobre cómo leer a los abusadores se
habían convertido en una ocupación de tiempo completo. Ahora sabía
qué le gustaba a los hombres de mi amo. Robé piezas de él a cada
momento que me miraba o me tocaba.
Fui la esponja de su maldad, empapándome de todo lo que pude
para mi beneficio. Sin embargo, sin importar las pequeñas victorias que
disfruté, las tragedias superaron con creces mis triunfos.
Esta noche no sería un triunfo.
Podía sentirlo.
¿Qué va a pasar?
Me estremecí cuando las respuestas horribles no fueron
compartidas, cada una peor que la anterior. La casa se sentía peligrosa
y extraña, dispuesta para algo para lo que no podía prepararme.
Dejando mi dormitorio sin puertas, bajé las escaleras. Mis pies
descalzos no podían camuflar las sombras negras y azules de él
rompiéndome los huesos, ni ocultar el pigmento desnutrido de mi piel.
Pero la falda blanca, que revoloteaba alrededor de mis piernas, cubrió mi
desnudez y cicatrices por primera vez desde que llegué a Creta.
60

Si eso era incluso donde estaba.


Página

El cuello de polo incoloro se apoderó de mi garganta con dedos de


algodón, haciéndome sentir inquieta y tirando de la obstrucción.
Últimamente, él tenía una tendencia a usar collares y cuerdas,
manteniéndome atada en posiciones terribles. Normalmente, en esa
posición acababa estrangulándome cuando terminaba. Me aterrorizaba
cuando ocurría, pero también manchaba los momentos en que no lo
estaba. Cada vez que me tocaba el cuello, las lágrimas brotaban
instantáneamente. No importaba lo fuerte que fuera, él había convertido
esa parte de mi cuerpo en un desencadenante del terror.
Y ahora, me vistió con ropa que me asfixiaba en su nombre.
Tragando mi creciente pánico, me detuve a mitad de la escalera.
No puedo hacer esto.
Dándome la vuelta, retrocedí.
No tienes opción.
Me detuve en el rellano con mi cara en mis manos, sollozos que
amenazaban con deshacer cada costilla. Odiaba mi miedo repentino. Los
desconocidos hicieron esto, sacudieron mi frágil fuerza, listos para
desatar el edificio en detonación dentro de mí.
En los últimos dos años, desarrollé un sistema de seguridad de tal
forma que me aseguraba que respiraría otro día, incluso cuando algunos
días deseaba morir. Otros, quería gritar. La mayoría, anhelaba matarlo.
Fueron los pensamientos de matarlo los que me ayudaron a seguir.
Y evolucioné.
Antes, me obligaba a arrodillarme, y yo soportaría desobedecer. Él
aplastaba mi cara contra el piso, y yo saltaba en desafío. Por mis
problemas, fui herida una y otra vez.
Ahora, hacía una reverencia porque le hacía creer que lo respetaba,
mientras mi corazón afilaba las dagas que quería hundir. Me arrodillaba
porque le daba poder, y cuando tenía poder, no lo afirmaba tan a
menudo.
Era un cobarde con un impulso vicioso y sádico. Pero jugaba lo
mejor que podía. Me metí en su cabeza. No podía evitar su ferocidad
diaria; pero, siendo inteligente, podía evitar la tortura.
Sin embargo, ser inteligente y servil vino con un precio. Mis
acciones de supervivencia me hicieron vivir y respirar la existencia de un
esclavo, y ocasionalmente, solo ocasionalmente, mi miedo constante y mi
infelicidad ganaron.
Como en este momento.
Los sollozos crecieron hasta que mi piel pidió alivio de la ropa
ajustada. Quería desnudarme y desaparecer.
61

Te estás quedando sin tiempo.


Página

Muévete.
Si no fuera voluntariamente, él vendría por mí. Me habría
lastimado. Por hoy ya era suficiente.
Soy lo suficientemente fuerte para obedecer.
Esa frase se había convertido en un grito de guerra, una canción
de cuna, una oración. Me recordaba constantemente que era cierto. No
importaba si algunos días era una mentira... todavía seguía aquí. De una
forma extraña, gané.
Sorbiendo las lágrimas, hice todo lo posible para enderezar una
espina dorsal que hacía mucho tiempo se inclinaba bajo la dominación y
el dolor y bajaba los escalones.
Despacio.
Tan despacio.
Pero no lo suficientemente lento.
Mis dedos alcanzaron el piso inferior antes de que hubiera tenido
tiempo de limpiar la gota en mi mejilla. Mi garganta se contrajo a medida
que avanzaba lentamente por el pasillo hasta el salón. El polo en mi cuello
se aferraba con fuerza, convirtiendo mi miedo en algo espeso y
empalagoso.
Me hallaba a dos segundos de arrancar los artículos ofensivos
cuando vi al invitado del Amo A por primera vez.
Mi primer pensamiento fue... huye.
Sus ojos coincidían con los de los hombres que lo rodeaban.
Los ojos de un asesino, liberador de dolor y adicto.
Pero mi segundo pensamiento fue... corre hacia él.
Él no me conocía.
El amo A no lo manda. Finalmente podría ser quien me liberara.
O matara.
Cualquiera de las dos conclusiones serviría porque, por primera
vez en tanto tiempo, recordé cómo era ver a un extraño. Sentir esperanza
en lugar de obligarme a permanecer fuerte.
Mis rodillas se tambalearon cuando su atención permaneció en la
pandilla de imbéciles habituales que se aprovecharon de mí a discreción
del amo A.
No me había visto, flotando en silencio contra la pared.
El intruso se encontraba sentado rígidamente como una espada
esperando saltar de su vaina, mirando a los tres hombres en el sofá de
enfrente.
El Amo A nunca me presentó a los animales que me maltrataron,
62

pero sabía sus nombres. Conocía sus gustos bárbaros. Y sabía que eran
tan malos como el resto.
Página

Darryl, Monty y Tony me descartaron desde el momento en que se


burlaron de mí. Yo no era nada para ellos. Al igual que la araña de cristal
sobre la mesa del comedor no era nada o el jarrón en el aparador del
vestíbulo.
Me vieron, incluso podrían apreciarme por un breve momento, pero
no tenía importancia.
Solo deseaba no tener la suficiente importancia como para no
atraer el interés sexual cuando fluía el alcohol, y el amo A daba la orden
de hacer lo que fuera que quisieran.
El maldito enfermo permitió a sus amigos herirme los tres a vez. Se
sentó allí masturbándose mientras ellos...
¡Detente!
Metí cada horrible recuerdo profundo, muy profundo. Era la única
forma en que podía soportar más en la cima de una montaña ya escalada.
Además, no importa.
Me sentía mucho más interesada en este extraño en medio de mi
pesadilla.
¿Quién es él?
Mis dedos se entrelazaron en la fea falda, buscando refugio de su
fría fragilidad. Había pasado tanto tiempo desde que estuve vestida; me
había olvidado de lo reconfortante que podría ser una cubierta simple.
No es que protegiera mi cuerpo.
Cada parte de mí seguía siendo visible, solo... a la sombra. La tela
blanca no ocultaba mis pezones a través de la tensión, y la falda
insinuaba lugares secretos y violados entre mis piernas.
Recordé vagamente que mi madre decía que a veces la ropa era más
provocativa que la desnudez absoluta. ¿Tal vez eso era lo que era? ¿Una
diversión? ¿Un espectáculo de tira inversa?
El amo A se fijó en mí, saliendo de la cocina con una copa de
champán. No lo bebía a menudo, y casi me alejo por sorpresa cuando me
pasó la delicada copa.
Besando mi mejilla, miró al extraño antes de decir contra mi oído—
: Nuestro invitado no es consciente de nuestros pequeños juegos, ¿sí, mi
dulce Pim? Y si sabes lo que es bueno para ti, no le darás ninguna razón
para averiguarlo.
Volteándose hacia su invitado, sutilmente dibujó una línea sobre
su garganta en una amenaza.
No sabía si eso significaba que mataría al recién llegado o a mí.
Robando el champán de mis dedos sin que una sola gota salpicara
63

mi lengua, me rodeó con un brazo y me llevó hacia el hombre.


Página

Cuanto más nos acercábamos, más me intrigaba.


A diferencia del amo A y sus homólogos rubios similares, este
hombre era una mancha negra en medio de las bellezas europeas.
Su cabello era más negro que el negro, parecía un derrame de tinta
en la muerte de una noche perfecta. Su mirada coincidía con las
profundidades del carbón, escondiéndose mucho, pero captando todo.
Supuse que había renunciado a la adolescencia hace un tiempo y
bordeaba lo último de los años veinte y principios de los treinta. Era lo
que mi madre solía llamar “etnia confusa”. No era como yo, que podía
rastrear sus raíces hasta los anglosajones y los vikingos. Era un
desajuste de orígenes, seductoramente exótico.
Era guapo y me miraba fijamente.
Mirando como si no esperara que una chica estuviera aquí; una
esclava que había olvidado bien y verdaderamente al mundo exterior.
Bajé la mirada, alentando a un mechón de cabello para ocultar los
restos de hematomas en mi pómulo.
No había estado en ninguna parte ni visto nada nuevo en dos años.
Hasta este hombre.
Deteniéndose ante el extraño mientras se levantaba rígidamente
del sofá, el amo A gruñó—: Pensé en añadir a uno más a nuestro arreglo
para la cena si no te importa. —Clavándome las uñas en el codo, sonrió
cordialmente—. Esta es mi novia, Pimlico.
El hombre arqueó una ceja, atrayendo mi atención de su cabello y
ojos al resto de su rostro simétricamente masculino. Su nariz tenía la
autoridad suficiente sin ser demasiado grande. Su barbilla era lo
suficientemente cuadrada para exponer cada apretón de sus dientes, y
su garganta lo suficientemente poderosa como para revelar cada trago,
ondeando con tendones y músculos.
Mis ojos siguieron su cuello, siguiendo los contornos de su
impecable piel hasta que desapareció debajo de una camisa gris oscuro
con el cuello desabrochado. Llevaba un informal blazer negro como si se
hubiera encogido de hombros en el último momento mientras compraba
en Armani o Gucci, y sus largas piernas le pusieron media cabeza más
arriba del amo A, quien ya se elevaba sobre mi cuerpo más pequeño.
Solo que, donde el amo A me hacía sentir pequeña e indefensa, este
nuevo hombre… no.
No podría describirlo.
A menudo escuchaba a mis amigos de la secundaria mencionando
algún tipo de reacción del destino cuando conocieron a sus novios, pero
jamás lo había sentido.
Mi corazón se volvió traidor cuando el hombre inclinó su cabeza,
sus ojos nunca dejaron los míos. Se movía como un líquido como si
64

tuviera el poder de ahogar a todos con una simple caída o erradicar


Página

paisajes enteros con un tsunami.


No pude respirar cuando se inclinó en una leve reverencia,
extendiendo su mano. Cada movimiento fue engrasado y perfeccionado,
el atractivo sexual que lo rodeaba como una niebla fina.
Me estremecí.
¿Por qué me miró como si valiera algo? ¿No podía ver que me
metería en problemas si el amo A consideraba que recibía regalos que no
me correspondían?
Mis hombros se movieron en tanto miraba las baldosas blancas
debajo de mis pies.
El amo A me aplastó a su lado con un apretón de advertencia. —
Estrecha la mano del señor Prest, Pim.
¿Estrecharla?
Había olvidado esas sutilezas sociales. Durante dos años, una
palma extendida significaba dolor, no una presentación común.
¿Qué diablos está pasando?
Si no hubiera jugado los juegos del amo A durante tanto tiempo,
podría haberles hecho una reverencia a sus deseos, esperando que esta
noche tuviera un resultado más feliz que en otras ocasiones. Pero no
podía negar que llevaba siendo suya durante demasiados años y ya no
creía en la esperanza.
No podía evitar el dolor.
No importa lo que hiciera.
Entonces, ¿por qué debería hacer algo? Él podría querer que
temblara para poder gritarme por tocar a otro hombre contra sus deseos.
O podría regañarme por no obedecer. De cualquier manera, las
consecuencias eran las mismas.
No lo haré.
Inclinando mi cabeza, me encontré con la mirada del señor Prest.
Y crucé mis brazos.
Darryl, Monty y Tony se rieron en el sofá, sabiendo lo que hice, que
me harían daño. Mucho. Una vez que este intruso se fuera.
Tony rio. —Aww, mierda, vas a obtener…
—¡Suficiente! —replicó el amo A, silenciando su posible
deslizamiento. Su rostro palideció, haciendo coincidir las hebras rubias
en su cabeza.
Interesante.
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No era una farsa; realmente no quería que este hombre supiera.


Página

Mi corazón hizo todo lo posible para quitarse el manto de la muerte


y encontrar la esperanza una vez más. Durante tanto tiempo, empacó su
escalera y su paracaídas, estableciéndose para la guerra de guerrillas
mientras yo seguía con vida siguiendo las jodidas reglas. Pero ahora, se
sacudió el polvo y los escombros de batalla, brillando con tentativo
carmesí.
Si recordara cómo usar mi voz, podría haber informado a este
misterioso señor Prest de que acaba de ingresar a una prisión sexual. De
buena gana se hizo amigo de estos animales que compartían y lastimaban
y no pensó en el alma gritando en silencio dentro de mí.
Pero dos años era mucho tiempo.
Y una palabra borrosa era tan extraña para mí como ser libre.
Dejando caer su mano inquebrantable, el señor Prest frunció el
ceño. Su mirada bailaba sobre mí, su rostro ocultaba sus pensamientos,
pero era incapaz de frustrar sus preguntas.
Al igual que yo quería saber quién era, él quería conocerme a mí.
Luché contra el impulso de dejar caer mis ojos, pero la intensidad
feroz con que me estudió me dio coraje en lugar de despojarlo. Nunca
aparté la mirada incluso cuando la suya bajó sobre mi postura cerrada,
demorándose en mis pezones visibles a través del polo blanco y patinó
hacia el brazo del amo A, que me aferraba con fuerza.
Sus labios se adelgazaron cuando una oscura conclusión apareció
en su rostro.
Quería aplaudirlo. Darle un maldito premio por notar que no todo
era lo que parecía.
Pero entonces, cualquiera que sea la realización a la que había
llegado, se desvaneció mientras sonreía tan fríamente, tan
malvadamente, tan desagradablemente como el amo A y sus socios. —
Hola, Pim.
Pim.
Solo así, acortó mi nombre como si me conociera.
Mis brazos cruzados se apretaron.
No me conoces. Nunca lo harás.
Su mirada se desvió hacia mis hombros donde mis músculos se
contrajeron. Ya no tengo mucho músculo. Me desgasté gracias a una
comida al día, y solo si me la ganaba.
Llevaba dos años sin ver el sol, a menos que fuera por la ventana.
No había sentido una brisa en dos años, a menos que fuera de una
unidad de aire acondicionado.
El anhelo que sentí en el hotel de tráfico sexual, de aire libre, era
tan insistente aquí donde el mármol reemplazó la alfombra de los años
66

setenta, y las sábanas de algodón egipcio reemplazaban las de blanco


Página

almidonado.
La desesperación negra que vivía permanentemente bajo mi fuerza
amenazaba con estrangularme. Mi corazón pateó mis otros órganos como
si intentara despertarme o matarme. Forzando una reacción que hacía
tiempo que ordenaba permanecer oculta.
Este extraño podría ser el único que vería antes de morir. Nunca
más volvería a inhalar la fragancia de una flor o probar una gota de lluvia
en mi lengua.
Jadeé cuando un inminente ataque de pánico se arremolinó.
Durante un año y medio, pude controlar mi histeria. Pero hace unos
meses, había sufrido un gran vacío de horror y desesperación, el amo A
se vio obligado a llamar a un médico privado (que no hizo preguntas) para
asegurarse de que no me estaba muriendo de insuficiencia cardíaca.
Me diagnosticaron una depresión severa con tendencias de pánico.
Estuve agradecida por un diagnóstico, pero llena de odio porque la
adolescente fuerte que había sido ahora no era más que un choque
emocional y agotado, no importa lo valiente que me obligué a ser.
El amo A me apretó más fuerte, susurrando en mi oído—:
Aguántalo, Pim. No tendrás un ataque mientras la compañía esté
presente.
Si pudiera controlarlo, obedecería. No había nada bueno en revelar
cuán profundo era mi miedo.
Pero una vez que la falta de aliento se rompió y me aplastó, me
superó.
Tragando fuerte, arañé el apretado algodón alrededor de mi
garganta.
No puedo respirar.
Necesito aire.
Necesito correr y correr y correr.
Sus dedos como armas me arrastraron hacia un lado. —¡Cálmate!
No puedo.
No puedo.
Me corrompieron los recuerdos de la muerte tenebrosa y
adormecida. Recordé cómo era ver lo último que había visto y sentir lo
último que había sentido. Recuerdos reprimidos de ser estrangulada y
despertarse en esta pesadilla enjambrada de tráfico sexual.
¡Detente!
¡Hazlo parar!
Mi asfixia se convirtió en jadeos de boca abierta.
67

El amo A me maltrató en el salón para meterme en un lugar donde


no lo avergonzara.
Página

El señor Prest siguió nuestra estela.


Cuando me tropecé por la puerta del pasillo, una voz fría dijo—:
Suéltala.
El amo A se quedó inmóvil y miró por encima del hombro. Con
manos enojadas, me hizo girar para enfrentarme al extraño. —Esto no es
de tu incumbencia.
No puedo respirar.
Agarrándome el pecho, saqué los confusos latidos de mi corazón.
Según el médico, tenía el poder de detener el ataque recordándome que
mi situación actual no cambiaría, sin importar cómo me sentía al
respecto. No tenía motivos para enfatizar cuando no podía revertir la
circunstancia.
Tuvo la audacia de decirme eso.
A mí.
La muda esclava que fue golpeada, violada y a quien hacían morir
de hambre diariamente.
Me hallaba completamente justificada en mi terror. Me sorprendió
que los ataques empezaran hace unos meses y no el día en que me
vendieron.
Oh, Dios.
Dos años.
Dos largos, muy largos años.
Me doblé por la mitad, sosteniendo mi pecho, haciendo todo lo
posible para evitar que mi alma se liberara. Mientras me encontraba
atrapada en medio de un episodio, mi cabeza rugió, mi corazón se detuvo,
y todo lo que quería hacer era morir. Detener el horror y volver a calmarse
parecía una imposibilidad.
No puedo soportar dos años más.
Ni siquiera puedo soportar dos días más.
El señor Prest inclinó la cabeza y se pasó una mano por la sombra
de la mandíbula. Todo sobre él boicoteaba la crudeza blanca de la
mansión del amo A, llevando la oscuridad a sus corredores.
—Si quieres hacer negocios, Alrik, considera esto como mi
preocupación. —Sus ojos se perdieron en mí. No simpatizaba con mi
sufrimiento, simplemente era frío y un poco molesto.
Su ceja se alzó con un arco aristocrático cuando mis labios se
enfriaron y mi jadeo se volvió demacrado. Me miró como si fuera un
fenómeno del circo, puesto en escena solo para él.
Una actuación que no le gustó.
Ignorando al amo A, todavía luchando por mantenerme en posición
68

vertical y no arrodillarme en el suelo como quería, el señor Prest


Página

murmuró con dureza. —Basta.


Quería gritar. Vociferar. Hablar. Demostrarle que era humana y no
algo que él pudiera mandar. Pero me encogí bajo su pesada mirada,
encorvándome entre los dedos mordaces de mi dueño.
Ser reprendida no era nuevo. La única conversación que soportaba
era comentarios sarcásticos, órdenes y maldiciones. De manera que no
me sorprendió que este extraño fuera igual que ellos. Ninguna palabra
amable o conmiseración. No hay empatía o habilidad para ver más allá
de las mentiras y entender la verdad.
Incluso si pudiera... ¿por qué debería importarle?
Yo no era nada para él.
Solo un juguete rebelde que se está volviendo aburrido y listo para
ser reemplazado.
El amo A me sacudió, silbando en mi oído. —Escuchaste a nuestro
invitado. Detente. —Tirando de mí más cerca, agregó para que solo yo
pudiera escuchar—: ¿Crees que este comportamiento quedará impune?
Tonta, tonta, Pim. Esta noche, tu espalda estará destrozada. Cicatrices
sobre cicatrices.
Me convulsioné, rompiendo sus apretados dedos y deslizándome
hacia el suelo.
No. No. No.
Recupérate
¡Respira!
Mi cuerpo entero temblaba a medida que estiraba el algodón
alrededor de mi garganta. Mis uñas rotas rascaron rodajas dolorosas
sobre mi piel cuando finalmente logré agarrar la ropa ofensiva,
regocijándome en la grieta del material rasgado.
El escote adherido se abrió mientras lo trituraba y cortaba.
No me detuve hasta que la parte superior blanca se abrió y quedó
abierta, revelando las laceraciones del látigo, las costras dolorosas y las
cicatrices plateadas en mi pecho por pertenecer a un troll como el amo
A.
El señor Prest se puso rígido.
No me atreví a levantar la mirada, pero sus muslos se tensaron en
troncos de árboles de acero, estirando sus pantalones negros. El suave
susurro de su chaqueta insinuó que ya no se veía como un espectador,
sino como un testigo de mi ruina.
Hace algún tiempo, hubiera escondido mi pecho desnudo,
intentado cubrir mis pezones, ser recatada y tímida.
Ahora... no me importaba.
Después de tanto tiempo sin ropa, me sentía más cómoda desnuda.
69

No podía soportar que nadie o nada me tocara.


Página

El tacto, al igual que hablar, se convirtió en un tabú. Sólo trajo


dolor. No placer.
El amo A me haló de un tirón, sus manos feroces e implacables
bajo mis brazos. —¿Qué diablos hiciste? —Su temperamento se formó
como una ventisca, arremolinándose con granizo y aguanieve.
Me estremecí, esperando la congelación ártica.
Pero el señor Prest dio un paso adelante. Quitándose la chaqueta,
ignoró a mi amo mientras cubría la tela con mi forma semidesnuda. Me
estremecí, temiendo el más mínimo toque.
Pero no vino nada.
Me dio su chaqueta, todavía cálida y con un olor rico a incienso
embriagador y algo exóticamente picante, pero lo hizo todo sin el toque
de un solo dedo.
Me quedé helada.
Me ahogué.
El acto de bondad amenazó con enviarme a otro ataque de pánico.
Me encorvé bajo el peso, tan poco acostumbrada al fuerte calor que
me sofocaba.
Un latido del corazón exigido, ¡sácalo!
El siguiente recordó lo que mi piel olvidó. Recordó lo bonito que era
ser protegida. No... no te lo quites.
—Quítale eso, señor Prest —gruñó el amo A—. Subirá y se vestirá
con sus propias cosas, ¿verdad, Pim?
¿Con que?
No tenía otra ropa.
Pero el señor Prest no lo sabía, y esperé con los ojos bajos, mi
corazón ardía ante la idea de tener el único elemento de comodidad que
me habían dado en tanto tiempo.
Todo lo que quería hacer era deslizar mis brazos en las mangas
anchas, llenarlas, caer al suelo y abrazarme. Quería enroscarme en una
crisálida, protegida por mi armadura de chaqueta, y volver a emerger
mucho más valiente y audaz que antes con alas de papel y belleza de
polvo, capaz de elevarme mucho, muy lejos.
Al menos la conmoción del señor Prest al compartir su guardarropa
interrumpió mis nervios. La adrenalina dejó de crepitar por mis venas,
hice mi mejor esfuerzo para respirar en lugar de asfixiarme.
El señor Prest cruzó los brazos, su camisa gris oscuro puesta hasta
sus codos, revelando músculos fibrosos y un brazalete tatuado con
caracteres japoneses alrededor de su muñeca. —Ella puede conservarlo.
70

El amo A frunció el ceño, clavando sus uñas en mi hombro


Página

mientras me dirigía hacia la escalera. —No. No puede.


—¿Por qué? —El señor Prest se encogió contra la jamba de la
puerta, sin apartar sus ojos negros de mí.
—Porque lo digo así. —El amo A me empujó hacia la escalera
inferior—. Volverá a bajar tan pronto como se haya cambiado.
Me tropecé, la chaqueta suelta revoloteando como nubes detrás de
mí.
El señor Prest bajó la mandíbula, observando desde los rasgos
sombríos. —Quiero oírlo de ella.
Amo A se congeló. —¿Qué?
El señor Prest señaló en mi dirección. Su liquidez y gracia parecían
aburridas y desinteresadas, pero una vena de letalidad se cocía a fuego
lento debajo. —Ella. Quiero oírlo de ella.
Me giré para enfrentar al hombre, empapándome de la blancura
ilícita que lo rodeaba. Hicimos contacto visual antes de que recordara mi
lugar y bajara la mirada.
El amo A arrastró sus rígidos dedos por su cabello rubio. —No lo
entiendes, Elder. No habla.
El señor Prest se convirtió en poder sigiloso. —No creo que estamos
en lo básico del primer nombre, Alrik. Y ciertamente no te tomes
libertades que no te han sido dadas,
Mi espalda se enderezó. Nadie le hablaba así al amo A y se salía
con la suya.
Pero sucedió lo impensable.
El amo A tragó su respuesta llena de insultos, asintiendo
respetuosamente. —Por supuesto. Mis disculpas. —Moviéndose hacia el
señor Prest, saludó por encima del hombro de su invitado—. Quizás,
deberíamos comenzar la noche de nuevo. Planeamos una buena comida.
Vamos a comer... ¿seguimos?
—No. —El señor Prest no se movió de la puerta—. Quiero saber qué
diablos está pasando.
Los ojos del amo A se desorbitaron.
Si no tuviera tanto miedo de que el hombre sea disciplinado, habría
disfrutado este cambio de eventos. Pero sabía que yo sería la que
finalmente pagaría una vez que el extraño se hubiera ido.
—No pasa nada.
El señor Prest inclinó la cabeza, con una sonrisa fría en los labios.
—Mentiras. No hago negocios con mentirosos.
—No estoy mintiendo.
—Entonces déjala hablar. —Los ojos del señor Prest se clavaron en
71

los míos otra vez—. Pimlico... dime tú misma. ¿Quieres quedarte con mi
Página

chaqueta o preferirías usar tu propia ropa? —Su mirada se desvió hacia


la desagradable falda blanca que llevaba, casi sin esconder nada—.
Tienes un gusto extraño en la moda, pero no juzgaré. Puedes usar lo que
desees. No me corresponde decirte qué ponerte. —Su ceño fruncido
aterrizó sobre el amo A—. Pero, de nuevo, tampoco es el lugar de
tu novio que te ordene cómo vestirte.
Su acento se burlaba de los rincones de mi mente, recordándome
a viajeros ricos y lugares extranjeros. La forma en que dijo “novio” hizo
que me tensara.
Yo tenía razón.
Él entendió. Vio a través de la mierda y supo quién era yo.
Mi corazón saltó a un océano de lágrimas. ¿Por qué me dolió tanto?
¿Ser visto como lo que era? ¿Para qué este extraño nunca me conozca
como Tasmin, feliz y confiada, sino como Pimlico golpeada, fea?
—Respóndeme —dijo el señor Prest—. ¿Mi chaqueta o la tuya?
La pregunta no me impulsó a responder. Después de dos años de
enmudecimiento, una pregunta ya no tenía tal poder. Mi laringe no se
preparó para hablar. Mis pulmones no se inflaron para hablar.
No tenía ganas de vocalizar.
Mi cuerpo se puso rígido al concentrarme en la poderosa
mandíbula y garganta del señor Prest. Supongo que tenía sangre
extranjera en alguna parte de su linaje. No era una parte fuerte de sus
rasgos, pero sus ojos eran demasiado almendrados como para ser
estrictamente europeos.
Los tres nos quedamos en un tenso silencio.
El señor Prest exhaló lentamente, su temperamento ensombreció
al del amo A, convirtiendo la ventisca blanca en un tifón oscuro. —Habla.
El amo A se rio. —Intenté decírtelo.
—¿Decirme qué?
—No habla. —El amo A hizo un gesto en mi dirección como si fuera
un bien defectuoso y solo sirviera para la tortura a la que me sometía—.
Es muda.
—¿Por elección o condición médica?
Guau... ¿qué?
La pregunta indiscreta traspasó el silencio como un machete.
El amo A sonrió, ganando lentamente el control de la situación,
ahora la atención se hallaba de vuelta en él.
—Desde que estamos juntamos, ha sido muda. Verás, cuando la
encontré, estaba tan destrozada que no sabía cómo comportarse
normalmente. Pensé que era enternecedor, e hice mi mejor esfuerzo para
72

ayudarla a curarse. —Pasó su mano por mi cuero cabelludo,


acariciándome con falso afecto—. Pero, por supuesto, estas cosas llevan
Página

tiempo y mucha paciencia.


Qué sarta de ment…
—Mentiras —gruñó el señor Prest.
El hecho de que robó la palabra de mi mente y la pronunció con
tanto desprecio e incredulidad como yo lo hubiera hecho hizo que mi
corazón saltara la cuerda.
Riendo con frialdad, el señor Prest agregó—: ¿Curarse? Esas
cicatrices y cortes en su piel no son viejas. —Acechando, se alzó sobre el
amo A—. Son recientes. ¿Te importaría mentir sobre cómo sucedió eso?
El amo A se encogió de hombros, esforzándose en parecer
impasible. —Una serie de cosas están mal con ella. Ser muda es solo una
de ellas.
Guau, ¿ahora está diciendo que me lastimo a mí misma?
Quería enojarme, pero no me quedaba más que indignante
aceptación.
¿Le creería el señor Prest si me arrancara la chaqueta y revelara mi
espalda azotada, los muslos con moretones y las nalgas con quemaduras
de cigarrillos? ¿O necesitaría evidencia más profunda, como las horribles
lesiones internas que había sufrido por los artículos no consentidos que
fueron empujados dentro de mi cuerpo?
El señor Prest hizo una pausa, mirándome de arriba abajo. —No te
creo. Nadie se autolesionaría hasta ese punto. —Su rostro se oscureció—
. Y créeme, lo sé.
¿Cómo lo sabe?
¿Era eso un indicio velado de que él se autolesionaba? Debajo de
su costosa ropa a medida, ¿tenía tantas cicatrices como yo?
De alguna manera, lo dudé.
Sin embargo, sus manos tenían heridas, tanto nuevas como viejas.
Las luces del techo destellaban sobre heridas plateadas y moretones en
los nudillos. Los usaba para asuntos distintos a las presentaciones con
imbéciles.
El temperamento del amo A reunía ferocidad. —Bueno, no tienes
por qué creerme. Es mi novia. Pensé que podría gustarte una compañía
femenina porque escuché que has estado en el mar durante meses. Pero
esto es jodidamente ridículo. No necesito un interrogatorio. —Agitando el
brazo, gruñó—: Ella es mía, ¿entendido? No es tuya. Olvida que alguna
vez la viste.
Dirigiendo su ira sobre mí, ordenó—: Arriba, Pim. ¡Ahora!
Hizo efecto la obediencia que me metió con golpes. Dándome la
vuelta en el escalón inferior, agarré la barandilla para alejarme subiendo.
Solo que, el señor Prest dijo bruscamente—: Detente.
73

Acercándose enérgicamente, agarró mi muñeca y me estiró


Página

bajándome de las escaleras.


¡No!
No quería estar en medio de cualquiera sea el viaje de poder que
era esto. Deseaba volver a mi habitación y contarle a Nadie lo confusa
que fue esta reunión. Inhalar la chaqueta del señor Prest en privado y
ceder a las lágrimas que quedaban de mi ataque de pánico.
Pero no importaba lo que yo quisiera.
Jamás importó.
Me convertí en la cuerda de un desagradable tira y afloja.
Sus dedos eran tan crueles como los del amo A cuando reforzó su
agarre y me atrajo más cerca. Muy cerca. Demasiado. La hedonista menta
de su aliento hizo que me ardieran los ojos. —Cuéntame tu historia.
Ahora.
Miré al suelo.
El amo A me secuestró del agarre de su invitado. —¿Cuál es tu
problema? Es muda. Acabo de decírtelo.
El señor Prest empujó un dedo contra la cara del amo A. —Mi
problema es que no hago negocios con personas que no entiendo. —
Entrecerró los ojos—. Y no entiendo dónde encaja ella.
El amo A me empujó contra la pared. Lo hizo de una manera que
expresaba autoridad y casi de protección de un extraño agresivo en
nuestro supuesto hogar feliz. Sin embargo, el señor Prest vio la verdad
cuando me tambaleé, buscando algo firme del que atajarme.
Agarrando mi brazo libre en tanto luchaba por mantenerme de pie,
el señor Prest gruñó—: Tú. Comienza a hablar.
El amo A luchó para sostenerme, una batalla de posesión sobre mi
cuerpo. —Suéltala.
—Si quieres completar nuestra transacción, jodidamente te
callarás. —La voz del señor Prest se redujo a un susurro aterrador—.
Piénsalo bien, Alrik. ¿Compartir a tu novia es demasiado para pagar por
lo que realmente quieres?
Lentamente, un brillo calculador llenó la acuosa mirada azul del
amo A. —¿Compartir? —Se rio entre dientes, arqueando una ceja en mi
dirección.
Para alguien desconocido, esa expresión sugeriría indecisión. Para
mí, que había sido compartida todos los días durante años, era una
amenaza. Un contrato perdido que antes de que terminara la noche, Elder
Prest me probaría, utilizaría y finalmente me destruiría con odio tanto
como con amabilidad.
—Tienes razón. —El amo A abrió los dedos, soltándome.
74

Me sacudí hacia adelante, cayendo contra el cuerpo esculpido del


Página

señor Prest.
En el momento en el que choqué con él, retrocedí.
Él no era diferente.
Era igual.
Y no tenía ningún deseo de estar cerca de él ni de ningún hombre.
El amo A hinchó su pecho, cruzando sus brazos. —¿Compartir es
un requisito oficial para completar nuestro acuerdo?
Mi cabello disparejo colgaba sobre mi rostro cuando el señor Prest
me empujó bruscamente alrededor de su cuerpo, colocándome detrás de
él. Su brazo me sujetó fuertemente, manteniéndome encajada contra su
dura espalda. —Realmente eres un jodido enfermo.
La energía y el poder sin explotar se deslizaron por su columna
vertebral a medida que se reía entre dientes, infectándome con la locura
que sufría.
Porque tenía que estar loco.
Me protegió del amo A, mientras discutía el compartirme para
completar una transacción comercial.
¿Quién hace eso?
Nadie de quien quisiera estar cerca.
Hace un año, podría haber luchado, mordiendo su muñeca para
tener la oportunidad de ser libre. Pero al igual que evolucioné en
obediencia para sobrevivir, aprendí que no era inteligente comportarse
antagónicamente sin razón alguna.
El amo A extendió sus manos. —Algo ofensivo para decir. No te
estoy juzgando. Por lo que te agradecería que no lo hagas conmigo.
Mirando por encima de mi hombro, me sentí incomoda al encontrar
a Darryl, Tony y Monty reposicionados para estar detrás del señor Prest,
listos para desfigurarlo o matarlo si amenazaba a su amigo.
Cerré los ojos, evitando deliberadamente lo que vendría después.
Sin embargo, subestimé al señor Prest.
Casi como si percibiera el inminente ataque, dio un paso atrás,
obligándome a moverme con él hasta que entró en la sala y giró para
enfrentarse a los tres hombres, clavándome contra la pared.
Los enfrentó a todos en tanto el amo A acechaba para estar junto
a sus malvados cómplices.
El señor Prest tensó su mandíbula, sus ojos entrecerrados y
oscuros. —Vamos a empezar esto de nuevo. Con la jodida verdad. —
Sacándome de detrás de su espalda, me colocó a su lado—. Ella es una
puta.
Me sobresalté al oír la palabra.
75

La odiaba.
Página

Conjuraba cosas tan tristes y rotas. Pero yo no era eso. Era una
hija, una estudiante, una amiga. Era inteligente. Una vez había sido
bonita.
Quise decir algo.
El amo A compartió una mirada con Tony antes de sonreír. —Es
más que una puta. La compré. De manera justa.
—Entonces, es una esclava. —El señor Prest no lo expresó como
una pregunta. De alguna manera, supo todo el tiempo lo que yo era desde
el segundo en que me vio.
Soy su esclava, es verdad.
Pero no quiero serlo.
El amo A miró fijamente a su invitado por un largo momento antes
de que sus hombros se relajaran y una amplia sonrisa dividió su rostro.
—Es una esclava, una puta, una furcia. Es lo que sea que quieras. —
Avanzando, extendió su mano por segunda vez—. Conoce a Pimlico… mi
posesión. Y tienes permiso de usarla.
No…
Mis ojos se dirigieron al señor Prest, esperando que aborreciera la
proposición. Que prefiriera salir por la puerta antes que lidiar con
personas tan horribles y llevarme con él.
Pero el tenso enfrentamiento terminó cuando aceptó el apretón de
manos del amo A, sonriendo fríamente.
—Eso es lo que me gusta. —Rompiendo la introducción, el señor
Prest apoyó su brazo sobre mis hombros cubiertos por su chaqueta—.
¿Por qué no lo mencionaste antes?
No...
—Eso hace que esta noche sea mucho más interesante.
76
Página
11
Traducido por Julie
Corregido por Amélie

Elder
Este lugar está lleno de mentiras y engaños.
Y eso es decir algo, ya que yo era quien más tenía que ocultar.
Este imbécil había despejado la mayoría de mis canales de
exploración, pero mi investigación no reveló una novia que viviera en su
casa.
Definitivamente tampoco una muda.
Pero ella no es ninguna de esas cosas.
Era una puta golpeada y destrozada.
Una esclava.
Había visto algo de mierda en mi pasado. Cometí crímenes. Hice mi
parte de cosas malas. Pero jamás conocí a alguien que pensara que podía
poseer un alma humana.
Una parte de mí quería desatar toda la ira que él poseía. Pero la
otra... una parte más fuerte se hallaba intrigada.
Alejándome de Pimlico, no podía negar que mi piel se calentó por
la fragilidad de sus huesos. No podía apartar la mirada de la translucidez
de su piel con su mapa de venas azules y arterias rojas.
Juntando las manos, di un paso más.
Su respiración se agitó, no como si coqueteara, sino con miedo.
Eso no era algo bueno.
77

En lo que a mí respecta, no.


Página

A lo largo de los años de mi dominio, me gané un nombre que había


pavimentado el camino de ladrillos dorados hacia las entrañas de este
mundo enfermo y retorcido.
Kaitou.
Ladrón fantasma.
Primero, porque era carterista, ladrón y maestro de cinco dedos2.
Segundo porque, en lugar de robar objetos, empecé a robar vidas.
Pero solo las vidas que me debían algo o esos demasiado débiles
para ser útiles.
¿En qué categoría se encuentra ella?
Era débil pero inútil no.
Algo en ella se me metió bajo la piel, picándome con una curiosidad
intolerable.
¿De dónde salió?
¿Cuánto tiempo había estado aquí?
¿Y cuánto tiempo llevaba anhelando morir?
La mirada en sus ojos era una invitación clásica a la muerte.
Me alejé un paso más de la esclava.
Por si acaso.
Vi fuerza en ella, pero también probé el anhelo de su fin. Una vez
que alguien atraía pensamientos de suicidio en su alma, estaban allí para
quedarse, corrompiéndolos lentamente hasta que encontraban su
camino de regreso a la vida o se rendían y dejaban que la muerte los
reclamara.
Subestimé a Alrik Åsbjörn.
Había mantenido viva a esta mujer por quién coño sabía cuánto
tiempo, incluso cuando su deseo de morir resonaba con cada latido del
corazón.
Eso era impresionante.
La aguda emoción de saber que podía hacer lo que quisiera con
esta chica sin ninguna repercusión me disgustó. Podría lastimarla,
follarla, tratarla sin ningún maldito respeto. Y ella solo podía aceptarlo
porque ese era su lugar. Su lugar comprado y vendido.
Podría matarla, y probablemente me agradecería por liberarla.
Tal vez debería hacerlo.
Quizás lo haga.
Dependiendo de cómo transcurriera la velada y nuestra
transacción, podría robarle la vida y conservarla como una baratija, un
78

recuerdo, a cambio de otro misterioso trato con los monstruos.


Página

2 Nota de traducción: se refiere a que domina un estilo de pelea.


—Comamos. —Alrik sonrió, caminando hacia la mesa de ocho
plazas situada debajo de una lámpara de araña genérica.
Su casa me irritaba. Todo blanco. Las paredes impersonales y los
muebles estériles. Prefería la personalidad en mi decoración. ¿Por qué
vivir en una caja tan desalmada? También podría vivir en un maldito
ataúd.
Los amigos de Alrik se sentaron, sin esperar a que el invitado de
honor, yo, se sentara primero. Mis labios se tensaron ante la falta de
cortesía y respeto.
Mi cultura exigía esas cosas.
Incluso cuando vivía en las malditas calles como una rata no
deseada, recordaba lo que mis ancestros me habían enseñado.
Reverencia para aquellos más sabios, mayores e inteligentes que tú.
Aprecio por aquellos que son más amables, más gentiles y agradables que
tú. Y la máxima adoración para aquellos que podrían aniquilarte sin
pensarlo dos veces.
Agarrando el respaldo de la silla, miré por encima de mi hombro a
los espectros de una esclava a medida que ella se desvanecía en el fondo.
A juzgar por su bienestar actual, diría que se ha convertido en una
experta en aceptar el dolor. Era como yo en ese aspecto. Y por eso, se
ganó mi interés. No era solo una posesión, sino un rompecabezas, lista
para ser descifrada.
Hundida de rodillas en los duros azulejos blancos, inclinó la
cabeza.
Incluso con mi chaqueta cubriendo su esqueleto, su cuerpo
desnutrido parecía impreso debajo de él. Mi chaqueta parecía cinco veces
más grande para ella. Su cabello era una fregona marrón asquerosa sin
estilo. Sus ojos verdes parecían un pantano, y su piel insinuaba que
bordeaba lo vil.
No se encontraba sana.
¿Por qué no hablaba? ¿Y por qué sus pensamientos desafiantes
gritaban más fuerte que las palabras? ¿Cómo pudo permanecer tan
impertinente cuando tocó el timbre de la puerta de la muerte con dedos
ansiosos?
Apartando la mirada, observé a los invitados no deseados que
rodeaban la mesa. Alrik me aseguró, cuando organizamos la reunión, que
solo seríamos él y yo. No otros tres bastardos y una chica silenciosa.
Lo aguantaría durante la cena porque me negaba a hablar de
negocios mientras comía, y jamás cuando bebía, pero en el momento en
79

que se consumiera la comida, ellos tendrían que irse a la mierda.


Página

Mi espalda se puso rígida a medida que me llenaban las


precauciones.
¿Podría haber envenenado la comida?
Gracias a mi incansable investigación, sabía que él no cocinaba,
que su servicio de chef proveía delicias todas las noches. Tenía que
confiar en que no pondría ricino en mi plato principal solo debido a su
ego y lo que él quería de mí.
Si Alrik, por una decisión imbécil, trataba de despacharme en vez
de hacer negocios, me encontraba listo.
No sería el primero en intentar matarme.
Y no sería el último.
Sin embargo, el rastro de cadáveres que quedaba a mi paso se iba
alargando a medida que demostraba que era invencible.
Sentado, reajusté mis cubiertos, pasando dedos ansiosos sobre el
cuchillo dentado. Podría asesinar a todos en esta habitación antes de que
se diera un grito.
Tal vez debería hacerlo.
Quizás lo haga.
Antes de que terminara la noche.
Alrik permaneció de pie, abriendo bolsas de comida gourmet y
sirviéndonos con cada elemento: bok choi con salsa de ostras, pato de
Pekín, fideos de Singapur y wontons.
Los aromas sustituyeron la suavidad del espacio monocromático
por la bienvenida.
Finalmente, se sentó en la parte principal de la mesa y sonrió. —
Coman. Disfruten.
Mientras arreglaba su servilleta, miré una vez más a la chica.
No se había movido. Su cabeza permaneció inclinada, sus ojos fijos
en una partícula frente a ella.
Levantando mi tenedor, la señalé. —¿No alimentas a tu esclava?
Alrik comió un bocado de fideos, sin tratar de ocultar la verdad. —
La alimento cuando se comporta. Lo sabe. —Levantó la voz para que la
chica pudiera oírlo—. Y esta noche no lo hizo. Ese desagradable episodio
de antes no va a ser tolerado. —Sonrió, apuñalando un trozo de pato—.
Comerá mañana.
Estuve de acuerdo.
Una mascota insolente debía ser castigada.
Pero ella no era solo una mascota.
Era un ser humano, y no terminé de inspeccionarla.
80

La necesito más cerca.


Página

Le ordené—: Invítala a comer con nosotros.


Alrik y sus amigos se congelaron, la comida quedó medio masticada
o colgando en sus tenedores. —¿Qué?
—Invítala a comer. Tiene hambre.
—Pero esto es una cena de negocios. No dejaré que ella la ensucie...
—Esto no se trata de negocios. Esto es meramente una amabilidad
social para sentir que creamos un vínculo antes de que nuestra
transacción se concluya. Si fuera por mí, habría llegado para encontrarte
a solas, según lo que hablamos, y me habría ido unos minutos después,
en lugar de este maldito espectáculo.
Mi barbilla bajó mientras mi temperamento se desviaba por mis
venas. —Eres tú quien cambió las reglas. Ahora, quiero cambiarlas para
mi beneficio. Déjala comer.
La piel clara de Alrik se volvió púrpura por la ira.
Sonreí, esperando un arrebato, cualquier arrebato. Con gusto le
enseñaría una lección que nunca ganaría conmigo.
Jamás.
Lentamente, dejó sus utensilios y miró a su puta. —Pimlico, agarra
un plato y únete a nosotros. He cambiado de opinión. Puedes comer esta
noche.
No me di la vuelta, pero su jadeo me bajó por la nuca y me hizo
temblar. Fue demasiado fácil. Cazar era muy divertido. Igual que el robo.
El truco para llevar a cabo un gran atraco era ganarse la confianza de tu
víctima.
Confía en mí, Pim.
Déjame robar tus secretos.
Alrik intentaba hacer eso atrayéndome a cenar con sus amigos.
Pero no pudo enmascarar su codicia de lo que yo podía ofrecerle. Pimlico,
por otro lado, compró mi santuario con cada latido del corazón,
poniéndose de pie y arrastrándose hacia la cocina.
No me moví mientras los sonidos de la vajilla recogida y el tintineo
de los cuchillos y tenedores resonaban en el espacio. Sus pisadas eran
tan silenciosas como una sombra a medida que se acercaba vacilante a
la mesa.
Entrecerré los ojos en tanto ella mantenía la mirada fija en el suelo,
sosteniendo su plato como un escudo.
Los amigos de Alrik se reían, chupando de botellas de cerveza,
disfrutando demasiado de su incomodidad. No necesitaba preguntar para
saber que también abusaron de esta chica. Eran los responsables de
algunos de los moretones y las cicatrices que decoraban su cuerpo.
Alrik suspiró pesadamente, poniendo los ojos en blanco. —Bueno,
81

siéntate, Pim. Mierda, no te quedes ahí acechando como un bicho raro.


Página

Instantáneamente, se apresuró y se deslizó con gracia en la silla


que estaba a mi lado.
Ya sea deliberado o subconsciente, el hecho de que haya elegido
sentarse tan cerca de mí hizo cosas extrañas en mi interior. La mitad de
mí quería acariciarle la mejilla y prometerle que mientras usara mi
chaqueta, yo la protegería. En tanto que la otra mitad deseaba ver lo
bonitas que se verían sus lágrimas cayendo en la cena.
Apartando la mirada de su rostro triste, tomé su plato vacío y lo
reemplacé con mi plato intacto y lleno.
Inhaló profundamente cuando empujé la comida deliciosa más
cerca.
No hablé. No necesitaba hacerlo.
Pim sabía lo que le ofrecí, y aceptaría, si supiera lo que era bueno
para ella.
El tenedor de Alrik golpeó el mantel, untando salsa de ajo y aceite.
—Espera... puede comer un sándwich. No hay suficiente para...
Levanté mi mano con una mirada intensa. —No tengo hambre. Ella
sí. Problema resuelto.
Además, existía cierto poder en no comer cuando todos los demás
lo hacían. Tenía la libertad de mirar fijamente y calcular. Podía hacer
preguntas y sondear mientras ellos tragaban bocados incómodos,
buscando mentiras.
No, esto era perfecto.
Conseguía hacer una buena obra, algo de lo que carecía mucho, y
también iba a conseguir una ventaja sobre estos hombres.
Que empiece el interrogatorio.
82
Página
12
Traducido por Mely08610 & Nickie
Corregido por Amélie

Pimlico
No podía ver.
Los olores de la deliciosa comida me hicieron sentir un fuerte
gruñido por el hambre.
¿Esto es real?
¿Realmente estaba sentada en una silla en la mesa con un plato
delante de mí?
¿Era una broma cruel del amo A, donde me arrebataría la comida
como a veces lo hacía por rencor?
Me estremecí, recordando el mes pasado y cómo hizo que me
arrastrara detrás de él por varios kilómetros, subir y bajar gradas por
todos los corredores, burlándose de mí con el trasto de comida de perro
lleno de espaguetis a la carbonara.
Quería tanto esos deliciosos y cremosos fideos, más que cualquier
cosa y odiaba lo me hacía hacer y cuando finalmente se detuvo exigió que
le chupara la polla a cambio de mi cena.
El sabor de su semen arruinó totalmente mi recompensa.
Nunca iba querer a la carbonara de nuevo.
Mis dedos temblaban alrededor del utensilio mientras me forzaba
a recordar toda la mecánica. ¿Cómo podía olvidar cosas tan sencillas
como usar un tenedor? Y si no podía recordarlo, ¿Qué va a pensar el
señor Prest de mí?
83

Verá a una puta y a una inútil.


Página

Una esclava no entrenada, y con terribles modales sobre la mesa.


¿Por qué de repente quise ser notada en lugar de ser olvidada?
¿Reconocida en vez de ignorada? ¿Por qué este hombre me hizo estar más
viva que durante años?
Luchando contra mi temblor, me llevé un bocado a los labios.
La comida tenía sabor de cartón; aunque sabía, por haber comido
las sobras del amo A, que los menús que ordenaba eran de cinco estrellas
gourmet.
Mis papilas gustativas se encontraban en shock.
Mi mente, mi cuerpo, todo en mi temblaba por la anticipación
gracias al extraño sentado a mi lado.
No podía respirar sin inhalar el aroma del señor Prest, el cual era
embriagador y exótico. No podía moverme sin rozar su poderoso brazo o
que se cayera su cálida chaqueta sobre mis hombros.
No podía parpadear sin pensar que todo esto iba a desaparecer.
Puf. Nunca antes se me permitió estar en la mesa. Ni me dieron un
tenedor, cuchillo o plato. Y definitivamente jamás fui tratada como una
persona por un hombre que eclipsó al amo A en todos los sentidos.
Estaba agradecida.
Me sentía viva.
Odié y agradecí al señor Prest por eso.
Con cada bocado esperaba que el amo A me gritara y me arrojara
algo. Sentía la patada y la frialdad del piso presionando contra mi mejilla
mientras sostenía mi cara hacia abajo.
Los terribles juegos que me había hecho jugar. Las tareas
degradantes que me forzaba hacer. Esto fue solo una pequeña señal de
bondad en un mundo de tortura.
La comida se deslizó sin sabor en mi vientre, pero la riqueza
decadente me hizo sentir enferma. Mi cuerpo no se hallaba acostumbrado
a tal opulencia.
Pero no dejaría de comer.
No podía.
Devoraría cada pedazo, sorbería todos los fideos, y luego lamería
mi plato si podía hacerlo.
Mi boca se hizo agua cuando un débil recuerdo apareció. De un
sushi japonés y salsa soya; de una hamburguesa de queso y papas fritas.
Parecía que fue hace mucho tiempo.
¿De verdad me habían permitido ir a donde yo quisiera cuando
84

quisiera?
Página

¿Realmente me reí y encontré la felicidad?


Era tan ingenua.
El amo A levanto su copa de vino hacia el señor Prest. —Salud por
los emocionantes negocios y nuevos amigos.
Ugh… que idiota.
No parpadeé ni fruncí el ceño, pero por dentro, saqué la lengua y
el dedo de en medio. La maldad y el falso encanto falso. Era un reptil de
sangre fría.
Solo que el señor Prest no devolvió el brindis, simplemente inclinó
la cabeza dejando al amo A colgado y obligado a tomar un torpe sorbo de
alcohol.
Tony carraspeó cuando todos se enfocaron intensamente en su
comida. El tintineo de los cuchillos y tenedores era el único ruido aparte
de la música clásica que provenía de los parlantes.
Al amo A le gustaba la música.
Considerando que solo dos de nosotros vivíamos aquí, nunca
estuvo en silencio.
Lo. Odiaba.
Mi sinapsis asociaba las notas clásicas que usaba para la tortura,
y no podía escuchar el piano o violín sin revivir su polla dentro de mí o
su puño golpeándome.
El amo A hizo una burla en mi dirección, sorbiendo un bocado de
fideos. Su rabia por mi posición junto a su invitado silbó sobre la mesa.
El tenedor temblaba en mis manos, había vivido aquí durante tanto
tiempo, y aun así no podía predecir a mi carcelero. Mi imaginación pintó
innumerables castigos por desafiarlo, pero él siempre me sorprendería.
Como siempre. Al amo A le gustaba pasarse de la línea en cuanto a mí se
refería.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que comiste?
La pregunta me sacó de mis pensamientos. Parpadeé
estúpidamente, olvidando todo, y moviendo mi cabeza hacia la fuente de
la pregunta.
El señor Prest me devolvió la mirada. Sus ojos oscuros no se
movieron, hacían todo lo posible para sacar cada secreto que todavía me
quedaba. Señalando a mi plato me dijo—: Comes como un pájaro, y aun
así sé que estás hambrienta.
Mi corazón latió como si estuviera dentro de una bolsa de papel por
el miedo. Ha pasado tanto tiempo desde que alguien me vio como una
persona y no como una muñeca. Pero era demasiado tarde. Con
demasiados testigos, yo era más una posesión que cualquiera que cosa
85

en estos días.
Página

Mi mirada se dirigió al amo A. La indignación en su rostro no era


por algo por lo que yo haya hecho, si no que era porque atraje la atención
de alguien que no tenía su autorización.
—No preguntes cosas de las que no puedes saber las respuestas.
—El amo A golpeó su cuchillo contra la mesa—. Cuido de ella. Es todo lo
que necesitas saber.
Mi sangre se encendió con odio por la historia entre nosotros. Por
todas las cosas monstruosas que me ha hecho.
¿Me ha cuidado?
¡Qué montón de mierda!
El señor Prest se congeló, su columna se puso recta y vibraba con
energía despiadada. —Le hice una pregunta a ella. No necesito que tú
respondas por ella.
—Te lo dije antes. Nunca te responderá.
—Ya lo hizo.
Espera ¿qué?
Mi mirada bailó entre los dos hombres.
¿Cómo le había respondido? ¿Y por qué dices esas cosas? ¿No
puede ver que mi negativa a comunicarme llevaba al amo a un grado de
locura? Me matará si sabe que hablé con alguien más que no sea él.
—Deje en paz lo que no es suyo señor Prest. —Amenazó el amo A—
. Ella es mía. Dirige tus preguntas a mí y solamente a mí.
El señor Prest no se movió. —¿Por qué?
—¿Por qué? —Se burló el amo A—. ¿Por qué debería de ordenarte
que dejes de hablar con mi esclava? —Se paró con los puños sobre la
mesa—. Porque es mía y lo que sea que crees que te responderá son
mentiras.
—Tienes miedo de que me diga cosas sobre ti, y que no acepte tener
negocios contigo.
Error. Le aterrorizaba que le pidiera que lo matara.
Tiene miedo de que te dé la última parte de mí que me niego a
entregarle a ese bastardo.
—No te dirá nada. Ya sea bueno o malo. —Obligándose a relajarse
el amo A se deslizó de nuevo en su asiento—. Pero eso no viene al caso.
Tienes razón. Te ofrecí a Pimlico por nuestra amistad. Y tienes todo el
derecho de hacer lo que tú quieras. Lo que sea que asegure nuestro
interés muto en los negocios. —Su sonrisa era la de un tiburón—. Nada
más importa.
Durante cinco largos y dolorosos segundos el señor Prest no aceptó
la rama de olivo. La testosterona se elevó por encima de la mesa. Al menos
86

Darryl, Tony y Monty se mantuvieron al margen.


Página

—Algunas veces lo que se dice no es la respuesta más fuerte señor


Åsbjörn. —murmuró el señor Prest—. Y acabo de averiguar todo lo que
necesitaba sin que tu esclava pronuncie una sola sílaba.
El amo A perdió su interés en la cena. —¿Qué estás diciendo?
El señor Prest me observó, sus ojos de color carbón parecían a los
de un cazador en la oscuridad. —No estoy diciendo nada al igual que
Pimlico. —Con una presión elegante envolvió sus fuertes dedos alrededor
de mi muñeca.
Me puse rígida.
Tenía más fuerza, y también peligro, en su mano izquierda que el
amo A en todo su cuerpo. El zumbaba con una autoridad que me
aterrorizaba, pero también me animó a acercarme con la esperanza de
que usara ese poder para protegerme.
Mentiras.
Todo esto.
No me protegería.
Negué con mi cabeza y me liberé de esos estúpidos pensamientos.
El señor Prest de repente retiró su toque, liberando mi muñeca.
Tuve la terrible sensación de que había estado contando mi pulso,
no solo sosteniéndome para tocarme. ¿Podía sentir lo rápido que latía mi
corazón? ¿Podría ver el terror y desesperación en mi mirada?
Sin apartar la mirada, volvió a colocar sus manos en su regazo y
las apretó con fuerza, como si no confiara en sí mismo para dejar de lado
las restricciones que tenía. —Come Pim. Nuestra conversación ha
terminado por ahora.
Mi respiración se volvió superficial. Su persistente toque me
amenazó. No era estúpida, reconocía lo peligroso que era él, pero también
había una seguridad oculta.
Me susurraba que, si me lastimaba, me ayudaría al mismo tiempo.
Solo que no sabía cómo.
Él era una contradicción. Un enigma. Algo fascinante que no podía
entender.
Lentamente la atmósfera en la mesa retomó su calma; los hombres
regresaron a su cena.
Yo también lo hice. Después de todo, no desperdiciaría una buena
comida.
Mis párpados se agitaron a medida que mis papilas gustativas
finalmente funcionaban, señalando a mi cerebro lo rico y delicioso que
era el pedazo de pato cuando lo puse en mi lengua.
Tony, Darryl, y Monty eran unos seres habituales sin modales y el
87

amo A se mantuvo en su mejor comportamiento. Pero no pudo ocultar el


Página

hecho de que odiaba mi posición en la mesa.


Cualquiera que sea la nutrición que tuve, probablemente vendría
hirviendo hasta mi garganta cuando me dé una patada en mis entrañas
más tarde.
El pensamiento casi hizo que dejara de comer.
Pero no del todo.
Despacio, bajé mi mirada y con audacia tomé otro bocado.
No podía detener lo que él me haría, pero le daría a mi sistema cada
pulgada de vitaminas y sustento que me fuera posible.
—Cambié de opinión —dijo el señor Prest en voz baja,
acercándose—. Quiero saber sobre la chica muda llamada Pimlico.
Su voz.
Como melaza y caramelo, papas fritas picantes y chocolate lujoso.
Su cuerpo me quemaba, no porque estuviera caliente sino porque
su proximidad disparaba toda clase de advertencias en mi sangre.
Echando un rápido vistazo, me encontré con su mirada mientras
me observaba descaradamente. ¿De dónde era? ¿Cuál era su
nacionalidad? ¿Su país?
¿Y quién lo nombró Elder?
No era viejo o el líder de alguna secta3. O tal vez sí, por lo que yo
sabía.
¿Qué demonios hacía mezclándose con esta gentuza?
El amo A me miró con los ojos entrecerrados.
Conocía esa mirada. Quería que yo respondiera. Durante tanto
tiempo, esperó que cometiera un error y hablara inconscientemente.
Los primeros meses, había sido difícil entrenar mi arraigado deseo
de comunicarme cuando me hacían una pregunta directa. Ignorar el
impulso de responder. Pero con el tiempo, se volvió más fácil. Tanto que
incluso este desconocido guapo y peligroso no podía romper mi armadura
del silencio.
Tomé otro bocado y bajé la mirada deliberadamente, dejándolo
ganar el concurso de miradas, pero hacerlo perder la batalla para
hacerme hablar.
El fuego que ardía en mi interior me mantuvo luchando incluso
cuando quería rendirme. Solo yo sabía lo mala que se había vuelto mi
vida, pero algo (oh, Dios mío, ¿era orgullo?) odiaba que el señor Prest
viera una chica flaca y con cicatrices que no podía escapar.
Nunca me vio en un vestido con el cabello arreglado o maquillaje
perfecto. Ni me oyó responder a los profesores con ingenio e inteligencia.
Tampoco me vio bailando y entreteniendo a los presidentes de
organizaciones benéficas y ahondando en la mente de mis acompañantes,
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tal como mi madre me enseñó.


Página

3Juego de palabras, la traducción de Elder es viejo, anciano, mayor y a veces se


utiliza para nombrar una posición de liderazgo en una organización.
La persona que era, nunca existió para él. Solo veía lo que era
ahora. Se iría y siempre me recordaría como una esclava, no como una
chica libre.
Me burlé, masticando mi último pedazo de pato.
Claro que sí.
Se olvidará de ti en el momento en que se vaya.
A veces mi ego todavía podía lastimarme, incluso ahora.
Sin dejar que mi silencio lo disuadiera, el señor Prest se acercó a
mi espacio personal. Su mano grande desapareció en el bolsillo de su
pantalón, seguida por el delicado tintineo de monedas.
Llamando mi atención, movió su mole de músculos pasando un
centavo estadounidense por mi muñeca.
Mis ojos volaron hacia el amo A.
Así como no se me permitió estar en la mesa durante dos años, no
había manejado dinero o riqueza de algún tipo.
El amo colocó su cuchillo y tenedor a cada lado de su plato con una
calma escalofriante. —Señor Prest, ¿puedo preguntarle por qué diablos
le está dando dinero a mi esclava?
Jamás apartó sus ojos de los míos. —Eso es entre Pimlico y yo.
Mi corazón se hundió con un ancla oxidada de dos toneladas.
¿No podía ver que se había asegurado de que mi golpiza normal
fuera diez veces peor? Desautorizó al amo A y nadie debía hacer eso,
jamás.
Luché contra el terror y la infelicidad en tanto mantenía la mirada
fija en la mesa. Sin embargo, no me impidió ver al amo por el rabillo del
ojo. Una sonrisa malvada retorció sus labios, prometiéndome muchas
más noches en las que pasaría hambre.
Sus tres amigos sonrieron al comprender que habría otro castigo
más, al que estaban invitados a participar.
Maldito seas, señor Prest.
Tragando saliva con fuerza, no me di permiso para levantar la
mirada, pero cuando acercó el centavo aún más mis ojos se movieron a
los suyos.
Me congelé.
Las pestañas más gruesas y largas que había visto cercaban sus
pupilas negras. Tan densas y opacas, parecían de piel. No era justo que
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ese hombre tuviera ojos tan hechizantes, era doblemente injusto que
entrara en mi dura existencia y la volviera mucho peor.
Página

Siempre lo recordaría.
Él me olvidaría mañana.
¿Por qué me senté a su lado?
Debería haberme sentado a los pies del amo.
Esto era mi culpa.
Estúpida.
Tan estúpida.
Bajando el tono de su voz embriagadora, el señor Prest susurró—:
Un centavo por tus pensamientos, niña.
La frase pasada de moda hizo eco en mi pecho.
¿Quería pagar por mis mudas respuestas?
¿Valoraba mis respuestas lo suficiente como para sobornarme?
¿Por qué?
El amo A nunca me ofreció amabilidad al charlar. Solo me
castigaba y reforzaba mi deseo de permanecer en silencio.
Pero este hombre…
Era peligroso.
Respirando profundamente, le devolví el centavo con mi meñique.
La urgencia de sacudir la cabeza se apoderó de mí. Lo no verbal era
tan malo como lo verbal.
Luché contra el impulso, comiendo el último bocado de fideos y
haciendo todo lo posible para no hiperventilar cuando empujó el dinero
hacia mí.
No repitió la frase.
No necesitó hacerlo. Lo oí fuertemente.
Un centavo por tus pensamientos.
Habla, joder.
El amo golpeó la mesa con la palma de la mano, haciendo que Tony,
Darryl, y Monty se sobresaltaran.
Pero no el señor Prest.
Se movió con fluidez, arqueando una ceja hacia su anfitrión. —¿Sí?
El amo A mostró los dientes, su manó apretó el cuchillo. —He
terminado con cualquier juego que esté llevando a cabo. Olvídese de ella.
No es nada. Hablemos de negocios. —Apuñalando el aire con su cuchillo
manchado de comida, gritó—: Pim, limpia la maldita mesa. Ya
terminaste. Aléjate de mí vista.
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Me puse de pie inmediatamente.


Página

Afortunadamente, había devorado la cena y no me angustié por la


falta de tiempo para terminar. Mi plato vacío brillaba como recordatorio
de que mi estómago se encontraba lleno, pero no lo gané sin dolor.
Mi abdomen tenía calambres ante la indigestión por comer carne
tan sofisticada, y por la sinfonía de patatas y golpes que soporté.
Sin levantar la mirada, recogí los envases vacíos y puse las bolsas
de papel bajo mis brazos. La chaqueta del señor Prest seguía en su sitio,
pero hasta que no me la robara, no me la quitaría.
Era mía.
Aunque sea por un momento.
Me observó mientras llevaba los contendores a la cocina, los
enjuagaba y los ponía en el contenedor de reciclaje. Al regresar hice lo
posible por mantenerme fuera del alcance de las manos de los hombres
a medida que recogía los platos sucios.
Frunció el ceño cuando Monty me dio una palmada en el trasero y
Darryl olió mechones de mi cabello. El amo no notó que su invitado
vibraba de rabia y yo, no se lo diría. Me volví invisible otra vez al hacer
mis deberes de sirvienta.
El amo A se recostó en su silla. —Así que ya hemos comida, vamos
al grano.
El señor Prest colocó las manos sobre la mesa, juntando los dedos
con aplomo y poder. —Antes de eso, tengo condiciones.
—¿Cuáles?
—No discuto detalles en frente de otros. —Señalando con la barbilla
a los tres violadores, gruñó—: Quiero que se vayan.
Darryl se burló—: Oye perdedor. Estamos aquí por nuestro amigo.
Cuidamos su espalda.
—Sí. Sin nosotros no hay trato. —Monty se cruzó de brazos.
Llevaba los platos sucios a la cocina cuando el señor Prest se puso
de pie tan rápido que su silla chirrió contra las baldosas. —Entiendo.
Alejándose de la mesa, pasó a mi lado. Sus ojos brillaban con
profunda violencia, aún más cuando me miró de arriba abajo. —Quédate
con la chaqueta.
Mi boca se abrió cuando se precipitó hacia la salida.
Quería gritar que no podía irse.
No lo dejaría.
Con él aquí no tenía que temerle tanto al amo. No había tenido
tiempo suficiente para darme cuenta de que podía usarlo para mi
beneficio. ¿Podría ayudarme? ¿Liberarme?
91

No te vayas…
El amo evitó que desapareciera.
Página

Levantándose de la mesa, chasqueó los dedos. —Ustedes. Fuera.


—Persiguiéndolo, lo atrapó cuando llego a la puerta principal—. No seas
así, Elder. Tú ganas. Sin compañía. Solo tú y yo.
El señor Prest se detuvo con la mano en el picaporte. Sus hombros
estaban tensos y apretados. No sabía si aceptaría la oferta del amo o solo
se iría.
Respiré profundamente, la torre de vajilla en mis brazos tintineó.
Finalmente, se dio la vuelta con las manos a los costados. —No me
hagas recordarte lo de mi nombre, Alrik. La última maldita advertencia.
En cuanto a nuestra charla, te quiero a ti y a ella. —Su mirada ardiente
se fijó en la mía.
Oh, no…
No, no, no.
No quería estar al tanto de su charla. No quería que el amo tuviera
más razones para pensar que le interesaba demasiado.
Dejando los platos en el fregadero, me incliné para hacer una
incómoda reverencia y salí de la habitación hacia el pasillo y la escalera.
Por favor, dejarme llegar ahí antes de que me detenga.
Entonces podría subir la escalera y escribirle a Nadie, y taparme
los oídos así nunca tendría que saber las cosas ilegales que tramaba el
amo.
Pero por supuesto, las cosas no resultaron a mi favor.
Nada lo hacía, nunca.
El señor Prest fue quien me detuvo. —Quédate, chica. Y acepta tu
centavo. Puede que no renuncies a tus pensamientos por un precio tan
bajo, pero no te irás hasta que yo lo diga.
Mis ojos se dirigieron el amo A, buscando permiso.
Él podría ser el mejor cazador en este grupo de animales, pero no
era quien me compró. No era la persona con quien tenía que vivir una vez
que se fuera.
Apretó los dientes, soportando unas cuantas palmadas de
despedida de sus amigos mientras tomaban sus chaquetas y salían.
La irá lo impregnó, arremolinándose como un humo tóxico.
Pasando una mano por su pelo rubio, gruñó. —Mierda, está bien.
Quédate Pimlico. Trae las copas y el bourbon. El señor Prest y yo tenemos
algo que discutir.
92
Página
13
Traducido por Jadasa
Corregido por Anna Karol

Elder
Jodidamente detestaba el sabor del bourbon.
Prefiero el sake o la ginebra o incluso la absenta ocasional. No era
un gran bebedor. Tenía mis razones. Y llevaba casi un año sin beber una
gota.
Pero un hombre como Alrik esperaba que se hiciera un trato con
bebidas alcohólicas porque aún era un maldito neandertal.
Le daría el gusto con este tema, ya que yo había ganado todas las
demás rondas.
La esclava no se sentó, revoloteando como un jodido colibrí,
recogiendo vasos de tragos, enderezando cojines blancos y colocando los
platos en el lavaplatos.
A Alrik no parecía importarle. No era solo su esclava sexual, sino
también su sirvienta. Ya casi no era consciente de ella, feliz de dejarla
morir de hambre y consumirse por nada.
Él merecía algo por eso.
Algo doloroso.
En los próximos días, me volvería creativo y descubriría un castigo
adecuado.
El grifo corrió en la cocina, alertándome cuando la chica se roció
accidentalmente con agua.
Joder.
93

Mis labios se curvaron con disgusto. Las mangas de mi chaqueta


Página

se hallaban empapadas cuando enjuagó los cuchillos y los tenedores


antes de agregarlos al lavaplatos.
Cuidando mi trago de bourbon, dije bruscamente—: Suficiente,
muchacha. Siéntate.
Alrik se movió en el sofá de enfrente. Ya se tomó un trago y
olfateaba su segundo. Si se emborrachaba durante esta discusión, mejor
para mí. Los términos serían muy favorables para mí y las cláusulas que
normalmente ocultaba en el papeleo, esperando que no notaran, pasarían
inadvertidas.
Jodido idiota.
Tenía cosas que decir, pero no empezaría hasta que la chica se
sentara y se quedara quieta. No me gustaban las distracciones, y ella era
una maldita distracción.
Se oyó un ruido detrás de mí antes de que Alrik gritara—: Por el
amor de Dios, Pimlico, siéntate.
Inmediatamente, entró rápidamente al salón y se arrodilló sobre la
alfombra blanca junto a la mesa de café, volviendo a la misma posición
en la que había estado antes de que la invitara a comer.
No tocó los muebles, casi como si no le estuviera permitido. Como
un perro malo que fue golpeado demasiadas veces por saltar sobre
sillones preciados.
Cuanto más descubría sobre este bastardo, más lo despreciaba.
Ignorando a Pimlico en tanto se acurrucaba en el suelo, Alrik
brindó con su trago. —Por estar solos y poder discutir nuestro nuevo
acuerdo de negocios.
—No tan rápido.
Pensé que podía beber esta mierda, pero no podía.
De nuevo, ¿por qué carajo estoy aquí?
Desde el momento en que conocí a este depravado, tuve la
abrumadora necesidad de lavarme cada vez que me miraba. La manera
en que me miraba. La forma en que se reía y hablaba, como si no pudiera
escuchar sus apestosos secretos.
Pero podía.
Y cuanto más tiempo me hallaba en su compañía, menos quería
que respirara. El dinero era dinero. Los negocios eran negocios. Pero
cuando los instintos gritaban que ignorara el trato y me alejara...
escuchaba.
Solo que no quería hacerlo.
Aún no.
94

Por ella.
Página

Pellizcando mi nariz, miré de reojo hacia las ventanas detrás de


Alrik, donde presumiblemente había un jardín en la noche.
En el instante en que entré en la casa de este psicópata, me fascinó
ella. No porque pudiera ver sus tetas y la sombra entre sus piernas, sino
por la forma en que me miraba.
Lo veía todo.
El mundo tenía dos tipos de personas. En primer lugar, se
encontraban los que tomaban. Solo ven a aquellos que podrían
ayudarlos, ofreciéndoles amistad por razones falsas… sus egos impiden
que mejoren su interés superficial.
Los otros, eran quienes daban. Aquellos que sabían que se
aprovechaban de ellos, pero no podían detenerlo. Darían y darían hasta
que no les quedara nada. Pero al dar, veían cosas, observando en silencio
en las sombras.
Esta chica era una que daba.
No emitía ningún juicio, asimilándolo todo a medida que su amo y
sus conocidos fingían que no existía. Era fuerte por dentro, pero no
encontraba su libertad a pesar de rogar por ello, lo cual la hacía
insuficiente.
Y eso no me interesaba.
Por lo que jodidamente, olvídala, termina esto, y vete.
Inclinándome, deposité el vaso de vidrio sobre la mesita,
entrelazando mis dedos entre mis piernas. —¿Tienes los fondos?
Alrik sonrió. —¿Es en serio? ¿Me vas a preguntar eso? ¿Incluso
después de tus verificaciones de antecedentes invasivas?
Aja.
Se enteró de eso. Eso era interesante y se ganó un poco de mi
respeto. Mis habilidades de piratería no eran tan buenas como otras, pero
normalmente, podía infiltrarme, extraer y reparar mi entrada sin previo
aviso.
Resopló. —Mira, ¿vamos a hacer negocios o qué?
—Quizás.
Se arrojó sobre el suave cuero del sofá. —Joder, me dijeron que
eras agotador. Debería de haberles creído. —Tomando de nuevo su
bebida, chasqueo los dedos para que Pimlico la rellenara.
Lo hizo sin mirar ni pestañear.
Había estado cerca de otros que se negaron a hablar. Hacer un voto
de silencio no era tan inusual en mi profesión (o más bien, ex profesión)
pero no me tranquilizó en absoluto.
95

Principalmente porque no era tan jodidamente idiota como Alrik.


Página
Su esclava lo obedecía, pero lo odiaba con la muerte de mil
sombras. Y de dónde vengo... no era una buena muerte. Si mi apodo fuera
Kaitou para Phantom Thief4, el suyo sería Mokusatsu. Matar con silencio.
Lo absorbía todo, solo esperando su oportunidad para terminar con
la vida de él.
Buena suerte para ella.
En la breve interacción que tuve con ellos, merecía ganarle a este
idiota rico excesivamente mimado. Simplemente tenía que darse cuenta
de su poder y confiar.
—No es agotador ser meticuloso. —Apreté mis dedos, conteniendo
mi ira—. Es agotador entrar en negocios con personas no confiables.
Alrik frunció el ceño. —Mira, sabías del trato cuando llegaste aquí.
Fuiste muy recomendado. No me hagas arrepentirme de haberte invitado
a mi casa.
Me reí. Este imbécil pensaba que era mejor que yo. Que podría
ganar.
Error.
Ignorándolo, una vez más miré a la esclava en el suelo. Odiaba la
forma en que seguía atrayéndome. No actuaba. Realmente se encontraba
luchando para sobrevivir. Pero la vibración zumbante de su fuerza
determinada era una droga para mí.
Dando palmaditas en el sofá, murmuré—: Siéntate aquí,
muchacha.
Sus hombros rodaron a medida que se acurrucaba más
profundamente en la alfombra. Su cabello hecho tirones se sacudió
cuando miró a su amo.
Alrik intentó masacrarme con sus ojos.
Si yo fuera cualquier otra persona, de cualquier otro origen, podría
haber cuestionado mi decisión de jugar con sus posesiones.
Pero dijo que podía compartir.
Y no le tenía miedo. Jamás les temía a los farsantes.
El silencio cayó, enfrentándose con el temperamento de Alrik, el
terror de Pimlico y mi autoridad.
¿Adivina quién mierda ganó?
Alrik bebió su tercer bourbon. —Ve con él, Pim.
Al instante, la chica se levantó de rodillas y se apresuró a mi lado.
96

Mi corazón latió aceleradamente cuando se posó como un ave frágil


sobre el cuero blanco y rígido, sus muslos flexionados, listos para volar
Página

si Alrik cambiaba de opinión.

4 Es un ánime.
A juzgar por la manera en que mantenía su cuerpo frente a él,
supuse que cambiaba mucho de opinión, ya sea para fastidiarla o
lastimarla.
Mirando de cerca mi chaqueta arruinada con sus puños mojados
que goteaban y la forma holgada que colgaba de sus hombros, ordené—:
Dale permiso para que me obedezca directamente a mí. —Levanté la
mirada, mirando a Alrik a los ojos con la orden.
Hazlo.
¿Qué mierda hacía?
Esta muchacha no importaba. Corría el riesgo de destruir este
acuerdo de negocios. Entonces una vez más... ¿me importaba?
Hice una pausa, analizando lo que significaría si saboteaba
deliberadamente esta transacción. Claro, perdería millones. Pero tenía
más de lo que podía contar y no se trataba de dinero. Sí, perdería la mala
reputación que me esforcé en ganar. Finalmente me abría paso al
ambiente donde, hasta ahora, me habían negado la entrada. Pero no
necesitaba al maldito Alrik para que me abriera las puertas. Podría
patearlas por mi propia maldita cuenta.
No, esta chica me interesaba más de lo que Alrik podría alguna vez.
Si todo se iba a la mierda, ella valdría la pena.
Alrik fulminó con la mirada a su esclava antes de asentir
brevemente hacia mí. Antes, no le agradaba. Ahora, me odiaba.
Sonreí fríamente. —Dijiste que podías compartir.
La chica se estremeció, su cuerpo enviando pequeñas ondas a lo
largo del sofá. No la había tocado todavía, pero cada terminación nerviosa
se activó intensamente.
—Pimlico. —Alrik se enderezó, su mano tensa alrededor de su
vaso—. Obedece al señor Prest como me obedeces a mí. ¿Entendido? Haz
lo que quiera sin cuestionarlo.
Luché contra la emoción que bajó por mi columna vertebral.
Pimlico me miró de reojo, antes de dejar caer su mirada al suelo.
No asintió ni dio ninguna indicación de que se encontraba de acuerdo.
Pero sabía que escuchó, evaluó y aceptó los nuevos términos.
El hecho de que no hablara aumentó mi interés, no porque quisiera
sus secretos silenciosos, sino porque me desafió a hacer lo que mi
maestro me enseñó hace una década: Escucha con todo tu cuerpo, no solo
con tus oídos. Observa con todo tu ser, no solo con tus ojos. Y juzga con
toda tu alma, no solo con la percepción superficial.
97

No había olvidado esa lección. No era una persona que aprendía y


Página

luego desperdiciaba esa educación dejando que ese valioso conocimiento


se desvaneciera. Pero Pim era un buen recordatorio.
Quería estar a solas con ella. Para hacerle preguntas que no
contestaría, pero me ganaría su respuesta de todos modos. Quería
robarla, así mi propia mano disciplinaria le haría moretones, no este
imbécil mentiroso.
Probando su obediencia, palmeé mi muslo. —Acércate.
Por un segundo, vaciló. Sus labios se fruncieron, pero su mano se
deslizó lentamente, usándola para estirarse hacia adelante.
No vino tan cerca como quería, su pierna todavía creaba un abismo
entre nosotros, pero inhalé, haciendo mi mejor esfuerzo para olerla.
No olía a nada.
No, eso no era verdad.
Olía a jodida desesperación.
Anhelando que cambiara de opinión sobre mí, para demostrar
juguetonamente que no era un tipo tan malo, apoyé mi mano sobre su
muslo.
Se sobresaltó, pero permaneció sentada a pesar de que sus ojos se
entrecerraron con furia.
Su piel se hallaba fría bajo mi toque; su falda blanca no ofrecía
propiedades térmicas.
Alrik nunca apartó su mirada lívida en tanto la acariciaba con una
dulzura que dudaba que Pim hubiera tenido en años.
En vez de relajarse, solo se puso más tensa.
Si fuera un hombre amable, habría apartado mi mano y dejado que
volviera a agacharse en el suelo donde, obviamente, sentía cierta
seguridad.
Pero no era un hombre amable.
Era un torturador. Un asesino. Un ladrón.
Y quería drenar gota por jodida gota su valentía.
98
Página
14
Traducido por MadHatter & Ivana
Corregido por Anna Karol

Pimlico
Palabras, voces y negocios.
¿Cuánto tiempo me quedé allí sentada? Encadenada por ataduras
invisibles a un hombre que tenía que obedecer de forma tan absoluta
como a mi amo.
Mis párpados se cerraron cuando la jerga y las promesas vacías
volaron por la habitación.
No tenía idea de a qué acuerdo se había sumado el amo A con el
señor Prest, pero, sea cual sea, tenía un precio de más de treinta millones
de dólares y venía con frases pronunciadas como “indetectable,
irrefutable y férrea en la velocidad y la entrega”.
Había pasado tanto tiempo desde que escuché el flujo y reflujo de
una conversación normal que me dejó en un estado de semi relajación.
Yo no era el centro de atención, y una orden de ladridos entre estos dos
hombres era su problema, no el mío.
Sutilmente, me froté las rodillas en donde las contusiones
constantes manchaban mi piel. La falda blanca me irritaba al aferrarse
con fuerza en donde me dolían las costillas y el abdomen por su anterior
paliza.
Por más agradable que fuera este indulto, sin importar lo
agradecida que me sentía por estar sentada en un sofá después de años
de arrebato, no venía sin consecuencias.
Me compartirán esta noche.
99

Al igual que la mayoría de las noches.


Página

Al señor Prest se le había dado carta blanca para controlarme, lo


que Tony, Darryl y Monty nunca recibieron. Podría pedirme que hiciera
cualquier cosa, y tendría que obedecerle. Y una vez que obedeciera, el
amo A me haría daño porque odiaba que otros se tomaran libertades que
no otorgaba.
Lo había visto de primera mano cuando Tony fue demasiado lejos
y me quitó algo que no debía. No regresó durante quince días debido a
las heridas que el amo A me infligió.
Quienquiera que sea el señor Prest, debe tener algo de importancia
incalculable para que el amo A pueda tolerar que incluso me quedara
sentada en sus muebles, y mucho más… que me permita escuchar una
jerga tan incomprensible.
El amo A tomó otro trago. —¿Y vas a instalar deflectores de agua
de primera línea?
—Según tu petición, sí.
—¿Y el armamento será muy superior al que usarán en represalia?
El señor Prest se puso rígido. —¿Dudas de mi ética de trabajo y del
contrato?
—No. Pero es mucho dinero y un arreglo sensible.
—Como todas mis transacciones. Se requiere la mayor discreción
de ambas partes. No solo de la mía. —El señor Prest arqueó una ceja, sin
tener en cuenta la pomposa acusación del amo A—. ¿Tengo tu promesa
de que nunca mencionarás mi nombre ni los orígenes del armamento a
bordo al momento de la entrega del barco?
Eh.
La somnolencia con la que me maldijeron se volvió consciente. Un
crujido de adrenalina inundó mi sistema nervioso. ¿Qué discutían?
¿Barcos y armas?
¿Qué es esto?
El amo A había dicho algo acerca de que el señor Prest estuvo en
el mar durante algunos meses y que necesitaba compañía femenina.
¿Estaba en la Marina? ¿Vendía secretos de Estado y espionaje?
El amo A asintió. —Por supuesto. Pero solo si los torpedos no son
detectables por el radar.
—Con el aumento de la tecnología en estos días, no está
completamente garantizado.
—Y estás seguro de que no puedes conseguir una ojiva nuclear. Te
pagaría un extra.
—Te dije que no trabajo con eso. Si las quieres, no será a través de
100

mí. —La voz del señor Prest se convirtió en un gruñido—. Pero ya eres
consciente de esos términos. —Sus ojos se movieron hacia los míos, sus
Página

infinitas profundidades me quitaban luz y vida—. ¿Tú qué piensas,


Pimlico? ¿Quieres estar encerrada en un barco en lugar de en una
mansión? Tu amo parece ir a la guerra.
¿Un barco?
¿Guerra?
¿De qué diablos está el hablando?
No pude visualizar tal cosa. Vino a mi mente una imagen de un
bote con remos de propulsión y laterales de madera para evitar que
alguien se ahogara. ¿Por qué alguien querría cambiar una casa por eso?
Apreté los dientes y miré por encima del hombro del señor Prest,
ignorando la pregunta.
No me importaba lo que no entendía. Lo que me importaba era que
había tratado de engañarme para que respondiera.
No funcionará.
Había tenido años de práctica.
Se rio. —No te preocupes. Estoy seguro de que no te llevará a la
guerra. —Su mano aterrizó posesivamente en mi muslo—. Y si lo hiciera,
al menos podrías encontrar lo que estás buscando.
Me quedé helada.
¿Qué?
¿Qué estoy buscando?
¿Cómo sabrías lo que necesito?
Aun cuando mis preguntas se solidificaron, dudé de mi convicción.
Sobrevivía en este mundo con metas diminutas que me mantenían
fuerte. Me complacía evitar un brazo roto haciendo tareas antes de que
me lo pidieran. Me concedían horas extras de sueño o ganaba cenas con
mucho esfuerzo cuando ocultaba exitosamente mi odio.
Hacía todo eso porque necesitaba algo con qué recompensarme. Si
no lo hacía, los susurros de terminarlo nunca permanecerían lejos. Si me
concentraba en cosas pequeñas, podía ignorar el tirón de la libertad.
Pero si no lo hacía... la muerte.
Era una seductora vengativa y calculadora, que prometía acabar
con el dolor y el sufrimiento. La habría escuchado una vez y habría
obedecido sus órdenes si los cuchillos no hubieran desaparecido. Pensé
que mi debilidad momentánea terminó.
Mentía.
Los murmullos de tomar mi propia vida se escondían en los
ataques de pánico que esperaban para asaltarme cuando mi fuerza
vacilaba. Ya no me encontraba totalmente completa, partes de mí se
tornaron en un enemigo, queriendo que muriera en lugar de sobrevivir.
101

Ha olfateado el suicidio en mí.


Página

Lo hizo al segundo en que me vio; de la misma forma en la que yo


probé que él era más que un hombre de negocios y un bastardo
aristocrático.
Era un asesino.
Y un muy buen observador ya que se encontraba aquí con nosotros
y no había sido atrapado.
Los dedos del señor Prest se deslizaron por mi muslo y se clavaron
en mi rodilla, tal como lo había hecho el amo A en el viaje en avión hasta
aquí. A diferencia de antes, cuando esa pequeña amenaza me asustó, no
era nada en comparación con lo que soporté. Fui entrenada con toques
como esos.
No me sobresalté cuando el señor Prest apretó y relajó, haciendo
palpitar mi articulación, obligando a mi cuerpo a prestar atención. Sin
embargo, cuando mis músculos se bloquearon por el abuso y mi corazón
se escurrió por el nerviosismo, su toque cambió de tratar de probarme a
intentar relajarme.
Su respiración se volvió superficial cuando bajó su mirada hacia
donde nuestros dos cuerpos se encontraban. —No voy a herirte.
Por favor.
Como si no hubiera escuchado eso antes.
Quería poner los ojos en blanco ante su promesa vacía, pero no me
atreví. ¿Quién sabía lo que haría el amo A? Podría sacarme los globos
oculares con una cuchara si mostraba más rebelión.
El amo A carraspeó, su atención se centró en donde el señor Prest
me tocaba. Vibraba con aversión y celos, a pesar de que fue quien me
ofreció para endulzar cualquier acuerdo que hubieran inventado.
—¿Tienes la oportunidad de experimentar cosas como aire fresco y
lugares nuevos, Pim? —El señor Prest nunca dejó de acariciarme. Sus
dedos dejaron lentamente mi rodilla, yendo un poco más alto con cada
toque.
Al igual que mis papilas gustativas cobraban vida después de unos
cuantos bocados de comida deliciosa, también lo hizo mi piel cuando
recibí caricias suaves por primera vez en mucho tiempo.
Mi piel empezó a picarme y a ponerse caliente, tensándose con la
sensación de más.
Traidora.
Tragué saliva, obligando a mi mirada a lucir confundida y no a
centrarme en el hombre que me tocaba, en mi amo o en las cosas que me
harían hacer en mi futuro.
—No es un maldito perro, Elder. —El amo A se rio entre dientes—.
102

No le coloco la correa y la llevo a dar un paseo por el maldito parque. Es


una puta. Esta es su casa. No necesita ir a ningún lado.
Página

Sí. Sí, necesito.


Necesito ir a algún lugar.
Muy lejos de ti.
Lejos de esta jaula.
Las uñas del señor Prest reemplazaron su suave caricia, marcando
mi muslo. —Tercer resbalón, señor Åsbjörn. Uno más y este maldito trato
se termina. No me importa si la producción está organizada y los
contratos están redactados. —Su mano abandonó mi piel, volando con
severidad para señalar al amo A—. Usa mi primer nombre una vez más y
nunca volverás a hablar. ¿Entendido?
Me estremecí cuando la misma mano que vibraba con violencia
cayó sobre mi cuerpo. En un momento, vicioso y resuelto con crueldad,
al siguiente, sereno y tranquilizador.
El amo A se sirvió otro bourbon y se lo tomó de golpe. Su frágil odio
se movió como fragmentos de vidrio en sus extremidades mientras se
obligaba a permanecer tranquilo.
Al señor Prest no le importó. Su atención se centró de nuevo en mí,
acercándose cada vez más, presionando su rodilla contra la mía.
Contuve el aliento en tanto inclinaba su cabeza hacia mi oreja, su
incienso embriagador y su aroma de crema para después de afeitar me
azotaron la nariz como un incendio forestal. Se encendió en mis
pulmones y en mi lengua, haciéndome inhalar y saborearlo todo de una
vez.
—Dime, Pimlico, ¿te gusta que te toquen con suavidad o estás
acostumbrada a un manejo mucho más rudo? —Su palma se extendió
sobre mi muslo, agarrándome lo suficientemente fuerte como para que
me estremeciera.
Los moretones permanentes escocieron. Contuve la respiración,
deseando que los receptores del dolor se calmaran y se adormecieran,
para tomar el control. Me había preparado para ese truco varias veces.
El señor Prest era cruel, duro y dominante. Pero debajo de esa
oscuridad, no podía borrar completamente la extrañeza que se escondía
en lo profundo de él. No sabía si era un mal extraño o bueno, pero era
diferente al amo A.
Esa rareza me atraía.
El amo A se echó de nuevo en el sofá, mirándonos con desdén. —
No sé por qué te molestas. No habla. Golpearla, lastimarla, susurrarle o
cortejarla, es todo lo mismo.
El señor Prest frotó su nariz contra el lóbulo de mi oreja,
murmurando para que el amo A no pueda oír—: Puede que no uses tu
voz, silenciosa, pero hablas de todos modos. —La punta de su lengua
recorrió la piel altamente sensible desde mi oído hasta el comienzo de mi
103

mandíbula—. ¿Quieres saber lo que ya me has dicho? —Su mano se


movió más arriba de mi pierna, arrastrándose hasta el lugar donde más
Página

me habían lastimado.
Pasé mis años de adolescencia con el manoseo ocasional de un
chico ansioso que ganó mi interés en acercarme lo suficiente para tocar.
Y luego, entré en la femineidad con una violación brutal que siempre
mancilló el sexo. Todo lo relacionado con la unión de hombres y mujeres
era enfermizo, sucio e incorrecto.
Ni una parte de mí, bajo ninguna circunstancia, quería ser tocada
allí. No por el señor Prest, ni por el amo A, y definitivamente no por
ninguno de sus miserables amigos.
Lo odiaba por tomarse libertades. No quería que mi piel se avivara.
No quería que mis sentidos florecieran.
Quería permanecer entumecida.
Distante.
Y la audacia del señor Prest para hacerme notar las cosas otra vez,
para que mi corazón latiera y mis papilas gustativas se encendieran... no
era justo.
Pero al menos, mi cuerpo se hallaba tan repugnado por él como por
cualquier otro hombre.
No sentí mi vientre reanimarse. Mi sexo no se tensaba y mi sangre
no se calentaba. Mi espíritu podría resistir, negándose a romperse, pero
el amo A rompió mi cuerpo.
El sexo era repulsivo.
El sexo era repugnante.
El sexo no era algo que alguna vez llegaría a amar.
Me encontraba segura de ello.
No impidió que el señor Prest pasara la punta de los dedos entre
las piernas. Su voz se mantuvo pesada y baja—: Estoy acostumbrado al
silencio, silenciosa. Pero no eres muy buena ocultando los pensamientos
de tus ojos. —Alejándose, rozó mi barbilla con sus nudillos—. ¿Quieres
que lo demuestre? Sé que odias que te toque y no puedes contener el odio
en tu interior.
Sus ojos se dirigieron al amo A en tanto su cabeza se inclinó otra
vez. Dio la impresión de que nos susurrábamos secretos. —Él no te ve
como yo. No te escucha como yo.
El amo A se puso de pie, claramente listo para que esta reunión
terminara. —Creo que hemos cubierto los detalles más delicados. Del
resto podemos encargarnos cuando dejes el contrato para la firma final.
El señor Prest entendió el mensaje subyacente.
Váyase.
104

Se apartó de mí y sonrió. —¿Quieres a tu esclava de vuelta tan


pronto? —Me dio unas palmaditas en la pierna, antagonizándolo—. No
Página

creo que entiendas el concepto de compartir, Alrik.


Me enfurecí.
No soy un juguete para pedir prestado.
No era una novedad o una muñeca barata para jugar por capricho
y luego desmembrar cuando el aburrimiento reemplazaba la fascinación.
Estaba dividida en dos. El señor Prest mantuvo mi corazón
catapultado como un traidor asediado con sus toques gentiles y órdenes
suaves. Le temía más de lo que temía al amo A. Quería que se fuera. De
inmediato. Pero una gran parte de mí quería seguir siendo manoseada
porque hacía mucho que nadie lo hacía. Quería que me liberara.
Sin embargo, nunca obtuve lo que quería.
El amo A se acercó un poco más, frunciendo el ceño ante la mano
del señor Prest sobre mi muslo. —¿Te gusta su toque más que el mío,
Pim? —Su voz era un murmullo peligroso—. Te aconsejo que digas que
me prefieres a este extraño.
Me miró fijamente.
Lo miré.
Sin responder.
No merecía saberlo, incluso si yo quisiera hablar. Nunca lo
preferiría. Quería enterrar sus cenizas y hacer que todos los perros del
vecindario orinaran en su tumba. En ese sentido, sí, prefería
enormemente el toque del señor Prest, incluso si lo robó en lugar de
solicitarlo.
El temperamento del amo A se arremolinó a medida que el silencio
se prolongaba. —Suficiente de compartir por una noche. Es hora de
recordar quién es tu verdadero amo. ¿Qué piensas de eso, mi dulce Pim?
Verdadero amo.
Eso significaba patadas, azotes y cadenas.
Incliné mi cabeza, manteniendo mi cara cubierta.
Me dijiste que lo obedeciera.
La ira se agitó en mi pecho porque sabía que no importaba lo que
sucediera en su acuerdo comercial, estaría en un mundo de dolor al
instante en que la puerta se cerrara tras el señor Prest.
Moviéndose un poco debido a demasiados tragos de bourbon, el
amo A pisó fuerte desde el salón hacia el vestíbulo delantero.
Mi corazón hizo clic en “Inicio” en un cronómetro, lamentando los
rápidos segundos antes de que estuviera herida de nuevo.
Uno,
dos,
105

tres,
cuatro
Página

Por favor, no me dejes sufrir más.


El amo A rugió—: Váyase, señor Prest. Nuestras negociaciones han
concluido. Pim y yo tenemos que charlar un poco. —Mirando por encima
de su hombro, no esperó tan sutilmente para expulsar al señor Prest,
mientras su mirada clavaba cuchillos en mi pecho.
Los dedos del señor Prest se apretaron en mi pierna, hundiendo
uñas perfectamente recortadas en mi falda. Mantuvo la presión durante
un segundo demasiado largo, conteniendo la respiración.
No me atreví a levantar la mirada. Aunque sabía que quería que lo
hiciera.
Me dio más respuestas sin hablar de lo que el amo A logró en dos
años. Tuvimos un entendimiento tácito entre nosotros. Una química que
reconoce nuestras similitudes de conexión. ¿Qué causó que atrajéramos
la atención del uno hacia el otro? ¿Por qué sentí como si pudiera
conocerlo...
Odio que puedas ver mis secretos.
Pero a cambio, veo algunos de los tuyos.
Su conversación sobre negocios y armas no fue lo que él pensaba.
Esas conversaciones eran de telarañas y prismas, ocultando la verdad.
Cómo lo sabía, no tenía ni idea. Cómo podía leerme, no lo entendía.
Y me aterrorizaba tanto como me intrigaba.
—Regresa a tu amo, silenciosa. Espero verte de nuevo.
No puedes irte.
Yo…
Me soltó al ponerse de pie. Con media sonrisa, se movió de forma
elegante y tranquila hacia la salida donde el amo A paseaba con los
brazos cruzados. Nunca lo vi tan enojado con otro hombre por tocarme.
—Ven aquí, Pim. —El amo A chasqueó los dedos, tirando del cordón
invisible alrededor de mi garganta.
Al instante, me puse de pie con huesos crujientes, manteniendo mi
barbilla con el respeto enseñado. Solo la máxima servidumbre me
salvaría esta noche.
Mi sangre se disparó y llenó de terror. Mi cuerpo supuró dolorosas
lágrimas al pensar en lo que sucedería. Lo único concediendo valor para
avanzar lentamente por el suelo era el intoxicante aroma del señor Prest
y la cálida pesadez de su chaqueta.
Yo pertenecía a una bestia. Pero si eso era cierto y el amo A era un
animal, entonces el señor Prest era el guarda de caza. Era el amo con las
106

cerraduras, las llaves y el poder. Tenía la jurisdicción para someter a esos


animales a la sumisión, para matarlos de hambre por mala conducta y
Página

obligarlos a comportarse en contra sus deseos básicos.


No sabía qué era peor.
El animal o el jefe.
—¡Quita la chaqueta del señor Prest de tu maldito inútil cuerpo,
Pim! —dijo el amo A mientras me acurrucaba más cerca, haciéndome
estremecer.
Mis dedos se apresuraron a obedecer, tirando de las inmaculadas
solapas y deslizando el material caro de mis brazos.
Lamenté la pérdida de calor y confort de inmediato.
El señor Prest levantó la mano. —No, dije que puede conservarla.
—Sus ojos se volvieron malvados a medida que miró al amo A—. Y lo digo
en serio. Cuando regrese en unos días, espero ver que todavía la tenga.
¿Entiendes?
El amo A tragó su rabia, ocultando sin éxito la ira en su rostro. —
Bien.
—Bien.
Dirigiendo su peligrosa mirada a mí, el señor Prest murmuró—:
Hasta que nos encontremos de nuevo, silenciosa. No arruines mi regalo.
—Con una última mirada persistente, se permitió ser escoltado de la
mansión blanca.
El modo en que el amo A lo expulsó no le ofreció respeto ni cortesía.
La manera en que el señor Prest se fue ofendido no brindó respeto
ni cortesía.
Se dibujaron líneas de batalla, y tuve la terrible sensación de que
fue por mi culpa.
No lo inicié.
No era una novia mimada que coqueteaba con los conocidos de su
amante para causar problemas. Solo era una chica que pedía una
existencia tranquila, deseando desaparecer para no tener que volver a ver
a otro hombre.
La rabia de ambos se trenzó, golpeando mi cuerpo a medida que la
puerta se cerraba lentamente. Rabia que me haría ganar partes rotas,
salvar otras, y partes que deseaba que simplemente renunciaran a vivir
y perecieran.
Respirando a través de un ataque de pánico que se aproximaba,
mantuve mis ojos en la parte final del camino de entrada.
Lo último que vi, antes de que todo se disolviera en un ataque de
agonía, fue el aterrador desconocido y su poderosa espalda en tanto se
alejaba.
107
Página
15
Traducido por Umiangel
Corregido por Joselin

Pimlico
En el momento en que el señor Prest se marchó, me dirigí hacia el
pasillo y la escalera.
Hice mi parte. Fui el peón en la transacción comercial del amo A.
Terminé.
—Oh, Piiiimmm. —La burla del amo A resonó detrás de mí—. ¿A
dónde crees que vas?
Mi espalda se enderezó incluso cuando la adrenalina bajó por mis
piernas. Cada instinto me gritaba que corriera. Correr y esconderme e
irme lo más lejos posible.
Pero no correría.
Jamás lo haría.
Porque correr era una debilidad, y yo era muchas cosas, pero me
negaba a ser eso.
Levanté mi barbilla, lo miré y continué mi camino hacia el pasillo.
El sonido de sus zapatos sobre los azulejos enviaba cuchillos contando
mi columna vertebral.
—Sabes que no debes darme la espalda, Pimlico.
Solo continúa.
Unos pasos más.
Mi mano izquierda se extendió para tocar el marco de la puerta
108

cuando salí del salón y respiré temblorosamente. Un paso, dos, tres. Mis
pies descalzos tocaron el primer escalón; mi corazón acelerado me hizo
Página

estremecer cuando apreté la barandilla pulida.


—Vuelve aquí. —El amo A aceleró su paso, apareciendo unos
metros detrás de mí. Hizo crujir sus nudillos, inclinando su cabeza en
una conocida amenaza—. No pensaste que te irías tan fácilmente,
¿verdad? Sabes que la cagaste esta noche.
Sus dientes blancos brillaban salvajemente. —Te sentaste en mi
puta mesa, perra. Comiste mi comida. Tentaste a mi invitado. Fuiste
grosera conmigo y sabes lo que eso significa.
Cada paso que daba hacia mí, mis células gritaban más fuerte para
que huyera.
Era tan difícil de ignorar. Tan difícil, tuve que agarrar la barandilla
para mantenerme en mi lugar; mis pobres nudillos dolían con la presión.
Pero no aumenté mi velocidad.
No importaba que estuviera parado como un arma lista para
disparar, esperando a que volara, subí los escalones lentamente, con la
cabeza en alto y el silencio envuelto como un vestido brillante a mi
alrededor.
Me defraudé a mí misma esta noche con mi ataque de pánico. El
terror debilitador que no pude controlar golpeó mi frágil poder en el peor
momento posible. Pensar que el extraño me vio así. Me escuchó sin
aliento y deprimida.
Oh, Dios.
La vergüenza era nueva. No tenía ninguna razón para valorar lo
que otra persona pensara de mí durante tanto tiempo... hasta él.
Pero no importaba. Se fue. Nunca lo volvería a ver. Después de lo
que el amo A me haría esta noche... nadie sabía si alguna vez volvería a
ver a alguien.
Siete pasos, ocho, nueve.
Veintisiete más y estaría en mi habitación, mi cárcel. Si pudiera
llegar allí, tal vez el amo A recordaría que le pertenezco a él no al señor
Prest. Otro hombre podría tocarme, usarme a criterio de mi dueño, pero
nunca me llevarían.
Solo yo podría hacer eso tomando mi vida o la suya.
Mi columna vertebral se encontraba llena de cucarachas
imaginarias, corriendo más y más rápido.
El amo A subió las escaleras silenciosamente detrás de mí. Mis
orejas se tensaron, esperando que me atacara. Pero en ningún momento
aumentó su velocidad, contento de acosarme por las escaleras, feliz de
ver lo que haría.
No tenía prisa por castigarme. Ambos sabíamos que no había otra
109

alternativa para esta noche.


Sintió como si lo hubiera desobedecido.
Página

No estuve de acuerdo.
El dolor sería el mismo.
—¿Estás lista para otro regalo de aniversario, querida? —Su risa
resonó con malas intenciones—. Creo que eres tú quien me debe un
regalo después de que te deje sentarte en mi sofá. No quiero que pienses
que vales más de lo que crees.
El rellano se encontraba muy cerca. Mi velocidad aumentó un poco.
Gruñó mientras mis pies rozaban el escalón superior. —Correr no
cambiará lo que te voy a hacer, Pim.
Su promesa me empujó como una mano fantasma entre mis
omóplatos. Ya no era una batalla entre lento y rápido, fuerte o débil,
valiente o manso. Yo era un guerrero que enfrentaba el combate de frente.
Pero también era un soldado derrotado que quería huir de las líneas
enemigas.
¡Corre!
El instinto me hizo hacerlo. La necesidad animal de esconderse no
se podía discutir. No pude evitar que mis piernas se tensaran para correr,
al igual que no pude evitar que mi corazón se desgarrara a través de mi
pecho golpeado.
No debería.
Debía ser castigada.
Debía luchar contra mi terror y caer de rodillas. Como siempre.
Pero no pude. No esta vez.
Corrí.
—¡Pim! —Me persiguió. Justo como sabía que lo haría.
Mis piernas frágiles arrastraron mi cuerpo flaco desde el pasillo a
mi habitación. No había puertas que cerrar, ni cerraduras que asegurar.
Incluso mi baño no tenía pared, no se ofrecía privacidad en ningún
momento.
Supuse que tenía suerte de tener mi propio espacio, pero era solo
otro elemento del juego de dolor del amo A. No importaba dónde corriera,
no importaba dónde me escondiera, él me encontraba. Porque él era dios
en esta casa, y yo era simplemente su puta.
Mi boca se abrió con un grito silencioso cuando apareció en la
puerta, jadeando con ojos afilados. —¿Pensé que habías aprendido la
lección de no correr unas semanas después de tu llegada? —Saltando
hacia mí, gruñó—: ¿Ese maldito idiota deshizo de alguna manera todas
mis enseñanzas en el momento en que te tocó? ¿Lo hizo? ¡Respóndeme!
Cada célula se encogió, mi sangre se secó, mi corazón dejó de latir.
110

Derritiéndome hasta el suelo, di un paso más para rogar. No me


incliné con la barbilla metida y los hombros encorvados. Me tiré al suelo
Página

con los brazos extendidos, como había visto a los monjes hacer cuando
oraban, suplicando misericordia, pero sabiendo que no obtendría nada.
—Eso no te salvará esta vez, perra. —Mi aliento se detuvo cuando
pisoteó mi mano izquierda, torciendo su pie para que mi piel se arrugara
e hiciera todo lo posible por doblar en espiral.
Grité mentalmente.
Dolor.
Dolor.
¡Dolor!
Mi grito silencioso era tan fuerte que hacía sangrar mis tímpanos.
—Te gustó que te tocara, ¿verdad? No lo niegues. Sé la verdad.
Pisoteó más fuerte mi mano, poniendo todo su peso en los huesos
pequeños y quebradizos—. ¿Crees que no me di cuenta? ¿Que no vería la
forma en que lo mirabas? ¡Joder, Pimlico eres mía!
Grité de nuevo, ahogándome en la agonía, pero la habitación
permaneció en silencio mientras él pisaba una y otra vez, haciendo todo
lo posible por destrozar los dedos delicados.
—¡Solo porque no hables no significa que no sepa si me estás
mintiendo!
¡Apágalo!
¡Ahora!
Luchando contra una oleada de náuseas abrumadoras, obligué a
cada terminación nerviosa a retirarse profundamente. Hice lo que mi
cuerpo me enseñó. Un mantra llenó mi cabeza mientras los receptores
del dolor en mi mano se apagaban.
Después de todo, de eso se trataba el dolor. Una sirena
anunciándome que todo se encontraba mal y que había que tomar
medidas para evitar daños peores. No mierda, no todo estaba bien. Recibí
ese mensaje alto y claro. No necesitaba escucharlo una y otra vez.
Encendido o apagado.
Clic.
Apagado.
No significaba que pudiera ignorar el latido y la agonía que
rebotaba en mi brazo. Simplemente me permitió fraccionar y permanecer
alerta para poder anticiparme a lo que venía después.
Su zapato se levantó de mi mano solo para retirarse y clavarse
bruscamente en mis costillas.
111

Luché contra las ganas de encorvarme alrededor de la nueva


amenaza. No importaba que me hubiera pateado hacía solo unas horas.
Tampoco que mis moretones anteriores se convirtieran en nuevos
Página

moretones, que sangrarían debajo de mi piel.


Todo lo que podía hacer era permanecer recta y propensa a su
abuso. Me envolvería en cualquier adormecimiento que pudiera y
aceptaría dos cosas: o sobreviviría a esto, en cuyo caso podría curar mis
heridas en privado y finalmente ceder a los sollozos, o me mataría y luego
nada de eso importaría de todos modos
Mátame, termínalo.
—¡¿Por qué no hablas, perra?! —Me dio otra patada, yendo por mi
cadera, pintándome con colores lívidos—. Habla, maldita sea. —Su
zapato afilado apuñaló mi parte superior del muslo, luego mi rodilla,
pantorrilla y tobillo—. Di una palabra y me detendré.
No.
Jamás.
Esta batalla no era nueva. La soporté muchas veces. Sin embargo,
esta noche era más cruel, todo por culpa del señor Prest.
Maldito sea.
Lo maldigo.
Nunca vuelvas.
No vuelvas nunca.
Volviendo su atención del lado izquierdo, se inclinó hacia mi
derecha, pateando mi tobillo, pantorrilla, muslo y costilla. Al menos mis
moretones coincidirían. Un código morse que salpica mi carne. ¿Sería
una súplica de ayuda? ¿O daría a conocer que yo le pertenecía para hacer
lo que quisiera?
—No hablas conmigo, pero con él sí.
¿Qué?
—Hablaste con ese puto idiota que cree que es mejor que yo.
¡No!
—¿Crees que puedes mentirme? Incluso tu silencio gotea con la
puta verdad.
¿Qué verdad?
¡No hay verdad!
Me dio una patada con cada energía restante, aterrizando de lleno
en mi espalda baja y ganando un gemido profundo que no podía
controlar.
—Ah, dulce victoria. Sí hiciste un ruido. —Agachado a mi lado, jaló
con fuerza mi cabeza, obligándome a mirarlo—. Lo deseabas, ¿verdad,
Pim? Querías su polla sobre la mía. Deseabas a ese enfermo de mierda
112

porque te dejó sentarte en la mesa y comer como un humano. Porque te


permitió estar en el sofá como una mujer.
Página

Sacudiéndome, me escupió en la cara. —No eres una mujer. Eres


mía para ser lo que te diga que seas. Si digo que eres un jodido flamenco,
te paras en una pierna. Si te digo que eres un perro, te pones a cuatro
patas y esperas a que te monten. ¿Lo entiendes? ¿Verdad?
Me estremecí, asqueada cuando se escurría saliva cálida y
exuberante sobre mi barbilla.
Soy una mujer.
Y no soy tuya.
No importa cuánto tiempo me tengas, nunca seré tuya.
—Esos regalos suyos no eran para dar. —Tirándome de mí, usó mi
cabello como correa, guiándome de mi habitación a la suya.
Me tropecé a su lado, respirando con dificultad, con lágrimas que
no recordaba haber llorado, mientras sostenía mi mano destrozada. Cada
paso se sentía como si me hubiera roto en mil millones de
pedazos. Quería romperme. Quizás entonces la agonía se detendría.
Mi mano se encontraba rota. No necesitaba un doctor para decirme
eso.
Me arrojó a su habitación, se dirigió a su mesita de noche y tiró de
la cuerda. Retrocedí mientras me agarraba de la muñeca, tirándome a la
cama.
En el momento en que me acosté, arrancó la chaqueta del señor
Prest, me quitó la falda, me arrancó el resto de la camisa polo arruinada
y sonrió con victoria. —Quería divertirme esta noche. No todos los días
son tan especiales como un aniversario de dos años.
Empujó su cara en la mía. —Pero tuviste que arruinarlo, ¡¿verdad?!
Tenías que mojarte para ese hijo de puta mientras él me estafaba
millones. Tuviste la audacia de permitirle tocarte y disfrutarlo.
Apartándose, se pasó las manos temblorosas por el cabello. Su
temblor coincidió con el mío, pero por razones completamente diferentes.
Luché contra el terror y los últimos restos de fuerza que poseía. Se
encontraba ebrio de violencia y listo para dejarlo salir.
Enrollando la cuerda alrededor de su mano, soltó una risita. —
¿Sabes de lo que me acabo de dar cuenta, pequeña y dulce Pim? —Su
brazo se movió hacia atrás, haciendo que la cuerda silbara hacia
adelante—. Me di cuenta de que han pasado demasiados meses desde
que te hice gritar.
El primer ardor me golpeó en el pecho, lo que me otorgó un golpe
lívido al instante.
Apreté mis labios y miré al techo. Habría dado cualquier cosa por
rodar a un lado y apretarme en una bola. Había estado con él el tiempo
suficiente para saber qué planeaba.
113

Y no era bueno.
Me azotó una y otra vez, las diminutas fibras de la cuerda cortaban
Página

la tierna piel como un cuchillo para filetear. Pinchazos de sangre brotaron


de mis pechos y parte inferior del vientre.
—¿Recuerdas esa noche... cuando te rompí el brazo? Hiciste el
sonido más dulce. —Agarró su polla a través de su pantalón, antes de
desabrocharse rápidamente el cinturón y tirar sus pantalones al suelo.
No llevaba ropa interior, y su pene horrible brotó de un matorral de
cabello rubio—. ¿Cuándo te oí gritar? Joder, me excitó.
Se arrancó la camiseta y se subió al colchón, desnudo con solo la
cuerda en las manos.
Alejé mis ojos.
De ahora en adelante, no lo miraría. Él haría todo lo posible para
hacerme gritar. Me obligaría a mirar. Ordenarme que escuche cada cosa
depravada que dijera. Pero no podía hacer quedarme.
Cuando su agarre sudoroso ató mi cuerpo a la cama y una cuerda
gruesa en mis muñecas y tobillos, me despedí de Pimlico y me convertí
en Tasmin.
Me hundí cada vez más.
Regresé a un tiempo más feliz.
Olvidándome de mi esclavitud, mi mente saltó a la inocencia.
Donde nada ni nadie me podía tocar.
114
Página
16
Traducido por Jadasa
Corregido por Joselin

Elder
¿Quién carajo es ella?
La pregunta me enloquecía.
Pim estaba en mi mente juzgándome en silencio; en mis
pensamientos con su mirada de complicidad.
No era más que una chica. Una derrotada, delgada e insolente.
Entonces, ¿por qué la recuerdo como algo mucho mejor de lo que
era? ¿Por qué causó una impresión así en mí?
Desde que vivía en las calles llenas de frialdad y crueldad, nadie
me impresionó así. Me recordaba esa época. Una que me esforzaba en
olvidar.
—Señor, el contrato se ha redactado.
Levanté la cabeza del ordenador portátil. Fulminé con la mirada a
Selix. Era uno de los pocos que me conocía desde antes de que conviviera
en la riqueza, bueno, antes de que la robara e hiciera mía.
Pasé una mano por mi brazo desnudo, trazando las palabras
japonesas tatuadas alrededor de mi muñeca. El proverbio se burló de mí,
recordándome la promesa que le hice a mi madre cuando era un mejor
hombre. —Bueno. Organiza la reunión final para que podamos
jodidamente irnos de este puerto.
—Muy bien. —Se retiró de mi oficina, llevando la gruesa carpeta de
manila llena de diagramas y letra pequeña. No me relajé hasta que oí el
115

sonido suave de que se cerraba la puerta.


En el momento en que estuve solo, apoyé los codos sobre el
Página

escritorio y me froté la cara.


Me hallaba jodidamente distraído con esta tontería.
Es solo una chica.
Mierda, no la llames así.
Es una esclava.
Durante los últimos dos días, mi mente la transformó lentamente
de posesión a ser humano.
No quería eso.
Deseaba que se quedara sin rostro... inútil, así podría olvidarla y
seguir adelante. Tenía demasiados idiotas requiriendo mis servicios para
distraerme con cosas de poca importancia.
Además, si necesitaba una mujer, podía tener dos o diez siendo
entregadas dentro de una hora. No la necesitaba. No es que a menudo
cediera a los antojos carnales. Cosas malas sucedían cuando cedía a mis
deseos.
Mira mi reino actual.
De alguna manera, convertí delitos menores en auténtico crimen
organizado. Evolucioné de carterista en una dinastía ilegal, y ninguna ley
o regla podría detenerme. Operaba en aguas internacionales. Me hallaba
libre de la política de los países y constituciones. En efecto, era un pirata
con sus propios planes.
Pensando en alta mar, mis ojos se dirigieron hacia el horizonte. Me
agarró un anhelo físico de levantar el ancla e irme. Navegar lejos de esta
maldita ciudad desagradable.
Pronto.
Un día más.
Entonces podría irme de este lugar olvidado de Dios y dirigirme a
mí siguiente cita de negocios al otro lado del mundo.
Alrik fue fiel a su palabra. Vació sus fondos, y mi cuenta bancaria
era millones de dólares más rica.
No es que el mísero dinero significaba algo en estos días. Podía
sobrevivir sin nada, lo demostré, incluso si lo que había hecho para
sobrevivir no era aprobado por muchos.
Antes de que tuviera dinero... la vida era fácil. Yo sabía quién era.
Sabía qué era. Pero entonces, el destino decidió darme oro en vez de la
suciedad, convirtiéndome de nadie en alguien.
Me encontraba destinado a destruir a aquellos por debajo de mí,
para manipular y controlar. Entonces ¿por qué mierda sentía que aplasté
una rata alcantarilla debajo de mi zapato cuando no fui más que cortés
116

y amable?
Página

Maldita sea esa mujer.


Poniéndome pie, hice a un lado mi silla y me acerqué a los enormes
ventanales que revelaban un puerto brillante con catamaranes, lanchas
rápidas y botes pintados con colores brillantes. Llevábamos en el puerto
casi una semana, y era momento de irnos. No se me daba bien el estar
encerrado en un solo lugar.
—Joder. —La maldición salió en voz baja cuando una mujer con
oscuros rizos castaños sonrió sobre el muelle en la distancia. No se
parecía en nada a la delgada esclava que conocí, pero el color de su
cabello revolvía cosas que ya no reconocía.
Obtuve lo que quería de la reunión con Alrik.
Debería sentirme feliz.
Pero no podía deshacerme de este repugnante regusto como si
hubiera hecho algo de lo que no me encontraba orgulloso.
Mis manos se curvaron en puños. ¿No le di la maldita chaqueta?
¿No le hablé cordialmente y me aseguré de que comiera?
¡Sí!
Entonces, ¿por qué no puedo olvidarla?
Debería de haber estado agradecida por mi atención. La traté
mucho mejor de lo que su amo alguna vez lo hizo.
¿Qué le ocurrió en esos dos días desde que estuve allí?
¿Nuevamente había sido abusada sexualmente? ¿Otra vez le golpearon?
No es que importara.
En la calle había visto a personas que les pateaban los dientes y
les rompían huesos. A hombres con los dedos siendo cortados en tanto
me hallaba de pie en un restaurante cinco estrellas donde los jefes de la
mafia no temían represalias.
Vivía en la violencia.
Yo lo era.
Por lo que la idea de que una chica siendo golpeada, no debería
jodidamente molestarme.
Pero lo hace...
Alguien llamó a la puerta de mi oficina.
Levantando la cabeza, dije bruscamente—: Entre.
Uno de los sirvientes entró con pasos suaves trayendo a mi
escritorio una bandeja con un desconocido almuerzo cubierto con una
tapa plateada. No pronunció ninguna palabra, pero caminó con
confianza, depositando la comida sobre mi escritorio con una sonrisa
educada antes de retirarse.
117

Se movía con libertad y felicidad.


Pimlico se movía como una esclava depresiva.
Página

La deseo.
Mi cuerpo se tensó con la obsesiva necesidad de raptar a la esclava
de Alrik. Pasé los dedos a través de mi cabello intentando domesticar las
gruesas hebras negras, forzando a que ese tipo de ideas desapareciera.
Pimlico tenía mucho que compartir, una historia completa que
contar. Ella también se había sentido intrigada por mí. Lo sentí. Su
interés no se debía a que quería mi riqueza sino a algo más profundo.
Algo, no podía entenderlo. Algo, nunca lo sabría porque no era mía y tenía
leyes en vigor que tenía que seguir.
La había visto una vez. La toqué una vez.
Una vez tendría que ser suficiente.
Porque un hombre como yo jamás podría tener una segunda
oportunidad.
Era mi regla más inquebrantable.
Mañana, regresaría y finalizaría nuestro acuerdo.
Debería estar entusiasmado con otro contrato bien hecho.
Sin embargo, no podía importarme menos.
Lo que me importaba era la esclava y sus secretos silenciosos que
rogaban que me acercara y los robara.
¿Tengo la fuerza de voluntad para hacer esto?
Caminando en mi oficina de un lado al otro, fruncí el ceño ante la
costosa decoración con los estantes de la biblioteca y los muebles hechos
a mano. Toda mi vida había vivido con mis inusuales apetitos. No dejaría
que una chica rota destruyera mis estrictas reglas.
La volvería a ver.
No hablaría con ella.
No la miraría.
Y definitivamente no exigiría jodidamente compartirla.
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Página
17
Traducido por Anna Karol, AnnyR’, amaría.viana & Mely08610
Corregido por Jadasa

Pimlico
Pasaron dos días.
Después de la paliza, cuando el señor Prest se fue, el amo A me
utilizó sin piedad. De día, me hizo desear haber sido más valiente y
suicidado en el momento en que me compró. Por la noche, me hizo
acurrucarme como un perro en el extremo de su cama, donde podía
darme una patada en sus sueños y luego violarme cuando despertara.
Por la mañana, me encontraba privada de sueño y temblaba
agonizando.
No llamó al médico para que revisara mi mano y, después de
haberle preparado el desayuno, saqué el botiquín del baño en la planta
baja, haciendo todo lo posible por repararme. Encontré un vendaje y
analgésicos, que no eran lo suficientemente buenos como para arreglar
lo que había hecho, pero era mejor que nada.
¿Por qué me molestaba?
No tenía ni idea.
Simplemente me lastimaría una y otra vez. No tenía sentido darle a
mi cuerpo un centésimo intento de sobrevivir cuando mi alma ya había
empacado sus maletas y saltado por la borda.
Sin embargo, mientras me vendaba los dedos rotos y esparcía el
árnica sobre mis brazos y piernas por sus patadas, mi mente vagó hacia
el señor Prest.
119

Él me causó dolor.
Él era la razón por la que el amo A se volvió tan vil.
Página

No tenía intención de olvidarlo nunca.


No quería tener nada que ver con su chaqueta, su olor a incienso y
especias, o pensar en sus ojos negros y rasgos feroces.
Él no era nada para mí. Al igual que yo para mi amo.
La única salvación fue que no había visto a Darryl, Monty o Tony
desde la noche en que fueron expulsados. No pensé que fuera porque el
amo A necesitaba un descanso de sus supuestos amigos, sino porque
estaba celoso de la atención que me prestaban.
—Oh, ¿Pimlicooo? Sal, sal, de donde quiera que estés.
Me estremecí cuando mi némesis apareció en la cocina.
—Ah, allí estás.
Sí, aquí estoy. Lavando la ropa, y los platos, y haciendo todas las
tareas que quieres.
Acercándose detrás de mí, envolvió brazos horrorosos alrededor de
mi cuerpo dolorido. —Te extrañé.
Vete al infierno.
Presionando un moretón en mi clavícula, murmuró—: ¿Has sido
una buena chica mientras estuve en mi estudio?
Hace una hora más o menos, se retiró a su oficina, enviando
correos electrónicos y haciendo quién sabía qué. Había disfrutado unos
momentos lejos de sus ojos sucios y maldiciones críticas. En tanto se
hallaba ocupado, hice todo lo posible por encontrar las pastillas para
dormir que él usaba a veces. No podía aguantar otra paliza tan pronto, y
planeaba poner un poco en su comida para poder tener la noche libre.
Sin embargo, la botella había estado vacía.
Mi plan para evitar más agonía se frustró.
Si tuviera que golpearlo en la cabeza con la sartén... lo haría.
Golpearía y golpearía y golpearía hasta que su cráneo se
resquebrajara como un huevo podrido y finalmente pudiera caminar por
la puerta principal como una mujer libre.
Libre…
Mi mentón se alzó en tanto miraba a la distancia. Mis dedos
descalzos se hundieron en las baldosas frías mientras mi cuerpo desnudo
se arrastraba bajo su toque. Desde la partida del señor Prest, había
estado desnuda, toda la ropa desapareció una vez más.
Un momento, el amo A me apretó, al siguiente, me lanzó hacia el
fregadero, golpeando mi mejilla con el puño. —Te pregunté si fuiste una
buena chica, Pim. Respóndeme.
Eché un vistazo a través de lágrimas de cristal, sosteniendo mi
120

mejilla ardiente.
Nunca aprenderás.
Página

No importa lo que hagas… jamás te responderé.


Sus manos se apretaron cuando entramos en otro concurso de
miradas que normalmente terminaba cuando me inclinaba a sus pies por
piedad.
Todo el día, tuvo un estado de ánimo diabólico. Comenzó cuando
me despertó forzando mi cara en su entrepierna, haciéndome vomitar en
su erección mañanera.
En el desayuno, me quedé en la mesa como una estatuilla desnuda
para que pudiera arrojarme utensilios mientras comía su cereal.
A la hora del almuerzo, empujó mi cuerpo en el cuero blanco de su
sofá y me sostuvo mientras me tomaba por detrás.
Y ahora, era de noche.
El peor momento.
Durante años, conservé cierta dignidad. Guardé silencio. Lo
maldije con miradas y juré con una mandíbula muy inclinada. Y no
importaba lo que hiciera, nunca dejé que me rompiera. Pero al hacerlo,
me enredé tanto con los pensamientos de asesinato y huida que podía
llenar toda una enciclopedia.
Me sentía lista para matarlo o ser asesinada.
Ya no podía vivir así.
Quería salir.
¡Ahora!
Sacudiendo el puño que acababa de empujar en mi cara, gruñó—:
Sube las escaleras, Pim. Ha pasado tu hora de acostarte, y tengo lo justo
para ayudarte a quedarte dormida.

Tres días desde que el señor Prest se fue.


Hora de la comida.
Fui alimentada esta tarde, fue lo primero que comí en veintisiete
horas. No es que hubiera estado contando ni nada. Consistía en sobras
de lasaña servidas en el tazón para perros.
Fue una de mis pequeñas victorias. Anoche gané.
121

Me anticipé a sus planes, y con unas cuantas miradas bien


colocadas, cambié su estado de ánimo de volátil a cuerdo. Aún me
lastimó, pero no tanto como pensó hacerlo. Y hoy, estuvo de acuerdo en
Página

que yo era una buena chica.


Idiota.
Sin embargo, ahora que había lavado los platos y me arrodillé a los
pies del sofá mientras veía una película de acción espantosa, chasqueó
los dedos para que pudiera arrastrarme hacia él.
Mi estómago dio un vuelco cuando las náuseas subieron por mi
garganta.
Sabía lo que quería, lo mismo que siempre cuando veía una
película antes de cenar.
Una mamada.
Durante las primeras que me obligó a darle, tenté a la muerte
mordiéndolo. No fuerte, pero sí lo suficiente como para expresar mi
disgusto de la manera más ruidosa posible.
Me golpeó en la cabeza tan ferozmente, me desmayé, solo para que
después me violara.
Lamí mis labios, pasando mi lengua sobre la carne agrietada y las
encías doloridas. En cuanto a mí, hice todo lo posible para preparar mi
cuerpo para una tarea sumamente desagradable. Para él, parecía tan
sensual y con ganas de chupar.
El amo A gimió a medida que arqueaba las caderas en el sofá, se
desabrochaba la cremallera y sacaba la polla. —Te has vuelto muy
talentosa en esto, mi dulce Pim. —Tomando el control remoto a su lado,
apagó los sonidos de las explosiones y los disparos, reemplazando la
película con suaves cuerdas de violín y piano.
Al instante, me estremecí con repulsión.
Música clásica.
Intrínsecamente entrelazada con mi abuso. No sabía si el amo A
era lo suficientemente inteligente como para atascar mi mente con
música mientras hacía que mi cuerpo sufriera cosas terribles. Pero a mi
madre le habrían intrigado sus métodos. Habría disfrutado averiguando
por qué yo quería estallar en lágrimas en el momento en que una nota
temblorosa del instrumento más suave hacía eco a mi alrededor.
Reclinado, el amo A me agarró la nuca, guiando mi cara a su
regazo. —Estoy tan contento de que te estés comportando de nuevo.
Parece que nuestra pequeña charla te hizo recapacitar.
Te desprecio hasta las entrañas del cosmos.
Mi alma retrocedió. Luché contra el tirón tanto como me atreví.
Pero al final, dejé que me guiara a donde quería, manteniendo mis
ojos cerrados en tanto empujaba su polla contra mi labio inferior.
122

Din don.
Ambos nos congelamos.
Página

El timbre se cernía en el espacio con demanda.


El amo A respiró fuerte, su pecho moviéndose por la anticipación
de mi boca. —¿Quién diablos es ese?
¿Cómo demonios iba a saber?
Al retroceder, le di las gracias a quien fuera. No podrían evitar que
esto suceda, pero al menos me dieron un pequeño respiro, lo suficiente
como para devorar mi almuerzo y mentalmente apagar la música clásica,
por lo que podría ser capaz de hacer mi tarea en blanco y entumecida.
Alejándome, no le importó que me tirara sobre mis manos y rodillas
cuando se levantaba del sofá, rápidamente se colocó sus pantalones
vaqueros y subió la bragueta. —Si es el jodido Darryl, le dije que mañana.
Espero que todos tus amigos se pudran.
El amo A miró por encima del hombro, señalando la pared. —De
rodillas. Compórtate.
El timbre de la puerta volvió a sonar cuando desapareció del salón.
Vete a la mierda.
Saqué la lengua. Era inmaduro y ridículo, pero hizo que mi corazón
se encendiera de una manera diminuta.
Con el pequeño segundo sola, miré las ventanas a mi izquierda. El
sol se había puesto bajo el mar, apagándose en una hoguera de rosas y
naranjas. La vista desde la monstruosidad blanca nunca tuvo belleza, sin
importar si el sol se ponía o salía. Era simplemente una vista desde mi
prisión.
Lo odiaba.
Estos días odiaba muchas cosas.
Apartando mi mirada del anochecer, me arrastré hacia el lugar
donde me dijo que esperara.
Acunando mi mano vendada, levanté la mirada cuando el amo A
regresó al salón. Había desaparecido la lujuria de su rostro, reemplazado
con una gran molestia. Tiró algo suave y blanco a mi cuerpo desnudo.
—Joder, olvidé que venía hoy.
Mi corazón latió aceleradamente hasta que prometí envolverlo en
una soga para realizar la horca si no se detenía.
¿Quién?
¿Quién viene?
Agachándose, me puso un dedo en la cara. —Vístete. Ahora. No
levantes la mirada, se obediente, y si te atrapo mirándolo, pensarás que
las últimas noches fueron fáciles. —Levantando mi mentón con su dedo,
me besó con fuerza y descuidadamente—. ¿Lo entiendes? Eres mía. No
123

suya. Mía. Ahora, cúbrete y no te atrevas a moverte.


Sin esperar a que obedeciera, se dirigió hacia el vestíbulo,
Página

dejándome acariciar el vestido de suéter blanco que me dio.


Ropas.
La última vez que me dio ropa…
Oh, Dios mío, ha vuelto.
Elder maldito Prest.
El hombre que provocó a mi amo. El hombre cuya diversión casi
me cuesta la vida. Los últimos días, probablemente contó sus millones y
se olvidó de mí mientras yo sufría fracturas y agonizaba.
Ahora, volvió por más.
Mi piel estalló en fuego y escarcha, luchando por la supremacía. No
sabía por qué el amo A quería que me cubrieran para este invitado
cuando permitió que otros miraran fijamente, pero no dudé en deslizar
mis manos en las mangas largas y tirar del material elástico sobre mi
cabeza.
Mis hombros gritaron. Mis codos crujieron. Cada centímetro de mí
se quejó cuando me puse de rodillas y me puse el vestido. Llegaba hasta
mis pantorrillas, no lo suficiente como para ocultar los moretones en la
parte inferior de mis piernas, pero si para cubrir todo lo demás.
Está aquí.
No podía calmar mi corazón, no importa lo suave que acariciara o
susurrara para que se calmara. Ya no me escuchaba después de haber
amenazado con colgarlo.
El señor Prest era solo un hombre. Uno que no me gustaba. Uno
que trajo más dolor a mi mundo simplemente por visitarlo.
Pero aun así sólo un hombre.
Llevaba tanto tiempo sobreviviendo con uno… podría sobrevivir a
otro.
Se oyeron pisadas fuertes en el vestíbulo cuando me puse de
rodillas y me pasé la mano sana por el cabello, protegiéndome
deliberadamente el rostro de no ver demasiado. Él regresó, pero eso no
significaba que miraría. Si el amo A quería que fuera invisible, escuchara
su conversación de negocios, pero no le prestara atención al señor Prest,
seguiría todas las instrucciones.
Supongo que el mandato de obedecer al señor Prest fue revocado.
Apoyando mi mano adolorida en mi regazo, suspiré por la tela
ajustada del vestido que me dieron. Una vez más, la claustrofobia arañó,
susurrando ataques de pánico y debilidad.
Apreté los dientes.
Eres más fuerte que eso. Eres mejor que todos ellos.
Respirando fuerte por la nariz, me atreví a creer mis mentiras y
124

forcé mi sangre a calmarse.


Página

El suelo duro me enfrió las rodillas cuando los murmullos bajos se


acercaron. Mis orejas prestaron atención cuando el suave clic de los
zapatos de vestir de los hombres llenó el espacio austero. Mi mentón rogó
por levantarse para darme una imagen de postal perfecta del señor Prest,
ya que su olor y presencia me rodeaban.
Te lo prohíbo.
En cambio, me fijé en la línea entre las baldosas, siguiendo el gris
más suave desde la alfombra del salón hasta la mesa del comedor.
—Confío en que haya recibido el pago, ¿es así? —preguntó el amo
A.
Las piernas del señor Prest entraron en mi campo de visión.
Bajé aún más la cabeza.
No está aquí.
No es real.
No mires, ni escuches, ni te entretengas.
Mi corazón latía con vapor y carbón, pero gané la guerra. Mis ojos
permanecieron firmes en el suelo.
El señor Prest avanzó unos pocos pasos, plantando sus largas y
poderosas piernas donde deseaba que no lo hiciera.
Las piernas no estaban tan mal.
Podría manejar sus piernas… tobillos realmente.
Eso estaba bien.
Pero cualquier otra cosa, no quería ver.
—Sí. A cambio, te envié los esquemas y los planos a detalle. —Se
oyeron crujidos cuando el señor Prest sacó algo de la carpeta de cuero
que tenía en las manos—. Aquí.
¿Cómo sabes que es una carpeta?
Mierda, mis ojos se habían arrastrado constantemente hacia
arriba.
Subiendo por sus anchos muslos, pasando el ligero bulto en sus
pantalones, subiendo las esbeltas líneas de su pecho, hasta las afiladas
crestas de su garganta.
¡Baja la cabeza!
Mi orden hizo que mis hombros se movieran cuando me incliné
más profundamente en el suelo. No podía mirarlo a los ojos. Ahí se
encontraba el peligro.
Si me descuidaba y levantaba la mirada, dudaba vivir para mañana
125

si el amo A consideraba que tenía una especie de fascinación enfermiza


(¿o era atracción?) hacia este monstruo que no podía soportar.
Página

No, no es atracción.
No podría ser.
Después de perder mi virginidad con la esclavitud sexual, me
habían curado de pensar en encontrar a alguien agradable a la vista o
conectado a mi alma.
Dudé de que alguna vez encontrara a alguien así.
Mi destino era diferente al de mis amigas que vivirían largas vidas
y darían a luz a niños con hombres de quienes se habrían enamorado.
Quería estar sola.
Segura.
Lejos de los hombres.
Los dos villanos hablaron en murmullos bajos sobre las fechas de
entrega y las inspecciones.
No me molesté en esforzarme para escuchar. No me importaba.
Mi piel se erizó cuando la voz del señor Prest se mezcló con la de
amo A. La conciencia de que ambos me miraban envolvió una bolsa de
plástico alrededor de mi corazón, sofocándome lentamente. No me atreví
a moverme; apenas podía respirar. El señor Prest de alguna manera robó
todos los sentidos manteniéndolos enfocados en él.
La batalla para mantener mis ojos bajos y la cabeza agachada se
hizo cada vez más difícil de ganar. Cada movimiento de sus pies y el
crujido de su ropa me susurraron que me permitiera simplemente echar
un vistazo.
Un vistazo.
No puedo.
Respiré hondo, hice lo que nunca pensé que haría y me centré en
la música clásica en lugar de mi abominable fascinación por nuestro
visitante.
De buena gana, dejé que los instrumentos de cuerda me
distrajeran, aunque solo trajeran pesadillas.
Eso era lo que era el amo A: una pesadilla. Y uno de estos días, me
despertaría y esto sería todo.
Despierta, Pim… despierta.
Después de diez minutos más o menos, el amo A chasqueó los
dedos, interrumpiendo su conversación. —Dale al señor Prest una
bebida, Pim.
¿Levantarme?
¿Moverme?
126

¿Correr el riesgo de mirarlo?


Página

Mi columna vertebral rodó en desobediencia.


Cuando no salté a la acción, el amo A bajó la voz. —¿No me
escuchaste? —Empujando mi rodilla con su pie, gruñó—: ¡Ve!
Mi cuerpo gruñó con dolores y molestias a medida que me ponía de
pie, deslizándome en la cocina. Milagrosamente, no levanté la mirada.
Sin embargo, incluso sin hacerlo, vi al señor Prest. Lo sentí
observándome. Le oí pensar en mí.
Su sombra acechaba en mi periferia mientras corría alrededor de
la encimera.
Ni una sola vez el señor Prest se dirigió hacia mí. Ni una sola vez
trató de involucrarme en bromas, no como la primera vez que acortó mi
nombre con familiaridad.
No había sido amenazado por el amo A de no hablar o mirar, así
que ¿por qué no era tan extrañamente amable como al principio?
No quería admitirlo, pero que fuera indiferente me lastimaba más
que una patada de mi bastardo propietario.
Había que decir algo sobre la crueldad. No da nada más que
barbarie y eso es todo lo que se espera. Si das ternura mezclada con
persecución, la caída de la esperanza duele mucho, es mucho peor.
¿Desde el principio ese fue el objetivo del señor Prest?
Manteniendo mi rostro cubierto por mi cabello todo lo posible, me
dirigí a la despensa donde se encontraba una pequeña bodega ubicada
en el piso.
Al presionar un botón plateado junto a los condimentos que se
encontraban en el estante, se abrió la trampilla y la botella actual de
bourbon que el amo A seleccionó salió a la parte superior con un sistema
de entrega automática.
Agarrando el costoso licor, temblé a medida que servía el maldito
licor en generosas cantidades en las copas de cristal.
No lo hice cuidadosamente; algunas gotas cayeron sobre la mesa.
Mi espalda se puso rígida. Esperé la reprimenda.
Dejé caer una botella una vez.
Solo había estado con el amo A durante un mes y mi rebelión no
se había acabado por completo. No recordaba si la dejé caer por accidente
o a propósito.
Pero me acordaba muy bien del castigo. Incluía fragmentos de la
botella rota y el generoso vertido de licor en mal estado en el corte abierto
con el que me adornó.
Lloré lágrimas silenciosas.
Pero no le di lo que más quería: mi voz.
127

No es que importara. Curó mis dedos de mantequilla con un


Página

incidente.
Ignorando la cicatriz en mi antebrazo por el horrible recuerdo,
rápidamente limpié el pequeño derrame y tapé la botella.
Volviéndola a colocar en su lugar, deposité los vasos sobre la mesa
de café donde ambos hombres se retiraron en el salón y volví a mi puesto
junto a la pared, cayendo de rodillas con una mueca mal encubierta.
El señor Prest murmuró algo como gratitud, sus ojos siguiéndome
incluso cuando el suave tintineo de las copas resonaba sobre la música.
Pero no dijo nada más. No hay púas en mi guardarropa o gancho
de pesca para incitarme a hablar.
Su lenguaje corporal me apagó, centrándome en el amo A.
Durante los siguientes treinta minutos, me retiré.
Escuchar a los hombres, en lugar de conceder mamadas forzadas,
era una alternativa mucho más feliz. Sin embargo, tras las últimas
noches de insomnio, luché contra la pesada nube de somnolencia. Contra
los párpados caídos, pellizcando mi muñeca interior con la exigencia de
no caer inconsciente.
Lo había hecho una vez: me deslicé a una posición fetal completa
en el suelo.
Darryl fue quien me castigó esa noche. El amo A lo había incitado,
diciendo que era indisciplinada y que necesitaba una dura lección.
No pude moverme durante una semana.
El zumbido de las voces se detuvo de repente.
Entré en pánico.
¿Me caí y se habían dado cuenta? ¿Me pidieron que sirviera y me
tomé una micro siesta?
Mi corazón hizo todo lo posible para huir. Solo que el señor Prest
se aseguró que se quedara en mi caja torácica con una suave maldición.
Mis hombros se movieron aún más cuando finalmente eligió su momento
para socavar mi conflicto de no mirarlo.
—Al menos tu vestido te queda mejor que esa fea falda. —Su voz
actuaba como tijeras, cortando el vestido que él había felicitado, lamiendo
mi piel con fuertes amenazas.
Avanzando lentamente a lo largo del sofá, su sombra se acercó
cuando las luces automáticas se encendieron, el sol se puso.
No mires.
No. Lo. Mires.
Se posó en el extremo del sofá como un cuervo negro de intriga.
—Vamos a firmar el contrato final, ¿de acuerdo? —murmuró el amo
128

A, tomando su bebida.
—En un momento. —El señor Prest le hizo un gesto expresando
Página

impaciencia.
Incluso con mi cabello obstaculizando mi visión y mi firme
obediencia de mantener mi mirada fija en el suelo, no podía dejar de
esforzarme por sentir, escuchar y mirar.
Te odio por lo que me ocurrió.
Entonces, ¿por qué todavía estaba atraída por él?
¿Magia?
¿Destino?
¿Qué?
Sintiendo que escuchaba, el señor Prest se acercó más.
Inclinándose sobre el extremo del sofá con sus dedos entrelazados
alrededor de su copa, sus ojos fijos en mí. —Todavía estás en silencio, ya
veo. —Se río, su cuerpo tenso como cuerdas de violín con intriga en lugar
de prestar atención al amo A.
No hagas eso.
¿No ves lo que me cuestas?
Míralo a él, no a mí.
Inclinándose, colocó su alcohol intacto sobre la mesa de café antes
de poner su mirada en mi cabeza.
Mi cuero cabelludo picaba bajo su mirada, calentándose en
muchos grados a medida que nos quedábamos atrapados en el juego que
él jugaba.
—Señor Prest... —El crujido de papel y un golpecito con el bolígrafo
sobre el cristal señalaron el no muy sutil intento de interrupción del amo
A.
No funcionó.
El Señor Prest simplemente miró con más intensidad, como si
pudiera abrir mi cráneo y arrastrar mis pensamientos sin tener que pasar
por mi boca muda. Cambiando ligeramente, metió la mano en su bolsillo.
Que no sea un centavo.
No de nuevo.
El suave sonido del cobre rebotando en la baldosa, cerca de mi
rodilla, girando con un brillo de bronce opaco antes de caer boca arriba.
—Un centavo por tus pensamientos, silenciosa. Tal vez, hoy hablarás.
¡Deja de hacerme esto!
Maldito sea él y sus centavos.
129

No quería que me pagaran por las palabras que nunca


pronunciaría. ¿Qué tal si me diera un centavo por cada patada que había
Página

soportado, cada hueso roto, cada violación, cada lágrima?


Sería una maldita millonaria con lo necesario para huir lejos de
aquí.
El amo A se puso de pie.
Mis dientes se apretaron en mi labio inferior cuando me doblé en
mí misma.
¡No le hice nada!
¡Hazle daño a él, no a mí!
Pero en lugar de golpearme alrededor de la cabeza o de patearme,
el amo A se interpuso entre el señor Prest y yo. La distancia desde mi
posición junto a la pared y el extremo del sofá no era mucha, y los
pantalones del amo A le dieron un toque del detergente para ropa de
jazmín con el que insistió en que lavara su ropa.
Olía muy diferente al señor Prest, quien apestaba a poder y
crueldad. No sabía qué sabor tenían esos dos rasgos, pero el señor Prest
nadaba en ellos, impregnando cada espacio al que entraba.
—Deja de darle dinero a mi esclava. —Tomando el centavo del piso,
el amo A lo apretó con fuerza en su puño—. En este acuerdo de negocios,
yo soy el que te paga a ti. Lo cual hice, como bien malditamente sabes.
Transferí los fondos completos según nuestro acuerdo. He firmado el
contrato adicional aceptando los últimos arreglos. Nuestra reunión ha
concluido.
Contuve el aliento en tanto el amo A me impedía ver. Dándome la
espalda, permití que mi mirada subiera, solo un poco.
El retraimiento duró unos segundos pesados.
En lugar de levantarse para irse, el señor Prest se reclinó
cómodamente en el sofá. El chirrido de cuero caro actuó como una barra
de coro en la música atroz que seguía sonando. —No me estoy yendo.
Aún no.
¿Qué? ¿Tienes ganas de morir?
¡Solo vete!
Capté un movimiento entre las piernas del amo A, cuando el señor
Prest levantó su brazo, señalándome. —¿Qué le pasó?
—¿Qué diablos quieres decir con qué le pasó? —El amo A se cruzó
de brazos, sin devolver el centavo ni alejarse—. Ella no es de tu
incumbencia.
Me quedé inmóvil cuando el acusador dedo del señor Prest se posó
en mi mano rota y mal vendada. —¿Cómo se hizo eso?
Una extraña burbuja de risa me hizo cosquillas en el interior.
¿A quién le importa?
130

¿Por qué él insistía en provocar a mi dueño? Yo no le importaba a


Página

él. Todo fue un acto para irritar al amo A y de alguna manera obtener
mejores términos para cualquier acuerdo que hubieran alcanzado.
—Se lo hizo a sí misma. —El amo A separó más sus piernas en una
pose amenazante—. No te preocupes por un pequeño accidente.
Preocúpate por haber entregado mi yate en el maldito tiempo.
—Oh, no me preocupo por cosas como esas. —El señor Prest
también se puso de pie, enfrentándose con él—-. Tengo la mayor
convicción de que su compra será de la mejor calidad, con las
especificaciones más altas y se entregará perfectamente a tiempo.
El amo A no tuvo ninguna réplica.
—Entonces, viendo que yo garantizo cumplir mi parte del trato,
¿qué tal si me complaces respondiendo una simple pregunta? —Mirando
alrededor del amo A, el Señor Prest atrapó mí mirada—. Dime.
¡Mierda!
Levanté la mirada, olvidándome de mí misma.
En el momento en que hicimos contacto visual, me quedé sin
aliento y cada vena unida a mi corazón se liberó como una manguera,
rociando sangre caliente en ríos dispersos en mi pecho.
—Dime cómo se lastimó la mano. —Su mandíbula se endureció,
sus ojos parecían piedras preciosas de ónix, mucho más valiosas que
cualquier centavo que pudiera dar—. Miénteme por qué está negra y
jodidamente azul.
Su ira aumentó hasta que su rostro se oscureció y la frente se
arrugó en líneas furiosas.
Él me intoxicó.
Su furia era una manta caliente, que me recordó brevemente cómo
era ser vista con más valor.
Levanté mi mentón, mi boca se abrió a medida que nos mirábamos
y mirábamos.
Se lamió los labios mientras algo tácito y no reconocido se arqueaba
de su cuerpo al mío. No tuve más remedio que dejar que su electricidad
corrupta brillara por mis venas antes de romperme hacia él.
Cuanto más observábamos, más gruesa se hacía la conexión hasta
que cada célula zumbaba por algo más grande que yo, algo más fuerte,
más aterrador, más seguro de lo que me habían dado.
Aparta la mirada…
¡Mira hacia otro lado!
Me quedé mirando demasiado tiempo. Había puesto en peligro mi
dolor por muy poco.
131

Mi cuello discutió mientras forzaba a mis ojos a caer.


Página

Fue tan difícil como sacar una uña, pero lo hice.


Justo a tiempo, cuando el amo A giraba en el lugar, mirándome de
reojo con una expresión dócil y comportándome detrás de él. —¿Su
mano? No es nada. Como dije, se lo hizo a sí misma.
Nunca haría una cosa así...
—¿Cómo? —El gruñido del señor Prest fue agudo y ágil.
Hombre estúpido. Jamás obtendrás la verdad. Vete antes de que me
hagas resbalar de nuevo.
Mirarlo fijamente anuló de alguna manera el odio que sentía por él,
a causa de lo que soporté, quitó la culpa de sus hombros y le rogué que
se quedara.
Era el único con un poder único sobre el amo A. ¿Qué podía hacer
para que me liberara en lugar de destruirme?
El amo A se burló—: Se cayó por las escaleras.
¿En serio?
Dios, qué cliché.
No me moví, esperando la siguiente pregunta del señor Prest.
¿Cómo se cayó? ¿Qué hiciste? ¿Por qué debería creer en tus mentiras?
Solo que no hubo ninguna.
Lentamente, gruñó en comprensión, y eso fue todo.
Moviéndose alrededor del sofá, el Señor Prest apretó sus manos. —
En ese caso, nuestro trato está completo.
¿Qué? ¡No!
¿Cómo se atreve a hacer preguntas de las que ya sabía las
respuestas?
Maldito seas. ¡Te maldigo!
¡Vete! ¡Y nunca vuelvas!
Yo temblaba en el suelo. Llenándome de rabia tan espesa y
violenta, me mordí la lengua.
El amo A se rio, relajándose al instante, sintiendo la victoria a
medida que yo me derrumbaba derrotada. —Excelente. —Avanzando, le
tendió la mano—. ¿Te pondrás en contacto en ocho meses una vez que
se realice la entrega?
—Eso es correcto. —El señor Prest aceptó el apretón de manos, sus
ojos cargando el peso de Hades y el cielo mientras me miraba,
deteniéndose en mi cuerpo oculto en el vestido.
132

Me las arreglé para mantener mi mirada baja incluso cuando mi


mente se llenaba de maldiciones e insultos por su horrible chiste. Me hizo
Página

pensar que sentía lo que brotaba entre nosotros. Me hizo creer que
merecía la atención de alguien.
Estúpida, Pim.
¡Estúpida, estúpida, estúpida!
Él no sintió nada.
¡Nada!
Mi visión se volvió vidriosa cuando las lágrimas furiosas se
desataron. Quería que todo esto fuera olvidado. El amo A tenía razón.
Quería al señor Prest más que a mi dueño… no de forma sexual,
emocionalmente, demonios, no sabía cómo lo deseaba.
Pero lo hacía.
Y ahora, me curé. Sabía mi lugar, nunca me permitirían apartarme
de eso.
Suspirando con toda la decepción y la desesperación que sentía,
me abracé a mí misma, apoyé mi frente en mis rodillas.
Ya no me importaba.
Sólo quería estar sola.
El señor Prest interrumpió con su voz mi depresión—: ¿Todavía
tiene mi chaqueta?
Sí.
Y no te la voy a devolver.
Porque la quemaré mientras pienso en ti.
El amo A asintió. —Sí, todavía la tiene, la buscará si la quieres.
Me acurruqué aún más.
No me hagas esto, bastardo. Eso es mío y haré lo que se me dé la
gana hacer con ella...
—No. Fue un regalo — dice pasando su mano por su mentón, el
señor Prest agregó en voz baja—: Sin embargo, antes de que se concluya
este acuerdo al cien por ciento, tengo un término que agregar.
El amo A no se tensó, creyendo que era algo que él aceptaría de
buena gana. Pensó que había ganado. —¿Oh?
Ya lo sabía.
Mi columna vertebral se puso rígida cuando dejé de respirar…
esperando.
El señor Prest se rio entre dientes, por los nervios de la
anticipación. —Este término debería ser fácil para ti. Algo a lo cual no
tendrás ningún problema en acceder, ya que me lo ofreciste la vez pasada
anterior.
133

No.
Página

Me atreví a levantar la mirada, mi cabeza levantándose mientras el


resto de mi cuerpo se hundía más profundo.
No lo hagas.
—¿Lo hice? —preguntó el amo A.
Detente.
El señor Prest hizo contacto visual conmigo, se dio cuenta de que
yo sabía lo que se encontraba a punto de pedir. Y no tenía elección en
esto. Tendría que obedecer, y al hacerlo, me mataría a mí misma.
¿Por qué me aterrorizaba eso?
Había pensado últimamente sobre su muerte y la mía, la muerte
de todos.
Debería de estar agradecida que después de esta noche, el amo A
me mataría. Solo esperaba que fuera rápido y no doloroso y agonizante.
¿Quizás lo hará el señor Prest?
Cuando lo sacara de mí, podría pedir una cosa. Podría hablar por
primera vez en mucho tiempo, y rogar por la muerte así ganaría al final
del castigo.
El señor Prest alejo su profunda mirada de mí, mirando ahora a su
socio. Sonrío sosteniendo sus labios tensos sobre sus dientes, era
incapaz de ocultar su próxima casi conquista.
Su mano se estiró directamente apuntándome. —Ella.
El amo A se giró agarrando mi cabeza y alejando mi mirada del
señor Prest. —¿Qué?
Inmediatamente dejé caer mi barbilla, apretando mis ojos como si
pudiera convencerlo de que no lo miraba fijamente.
El señor Prest, rápidamente, pasó de estar parado lejos a estar a
mi lado. Pasó junto al amo A con una elegancia y rapidez como un águila
que se alza sobre el condenado conejo antes de que alguien pueda
parpadear.
Me sobresalté cuando su mano fría aterrizó sobre mi cuero
cabelludo, sus yemas de los dedos extendiéndose sobre mi frente.
—La quiero a ella.
Tiró de un montón de mechones de cabello, me peinó, acarició y
me preparó para lo que tenía planeado.
Me estremecí por una razón completamente diferente.
El amo A se atragantó —De ninguna jodida manera.
El señor Prest volvió a tocar mi cuero cabelludo. Tragué un gemido
cuando una vez más me acarició. La manera en la que me acariciaba no
era como un hombre a una mujer. Era más como un cazador a su presa;
134

Un gobernante con su ya derrotada cantera.


—Ofreciste compartirla. Dijiste que podía hacer lo que quería.
Página

Juntando más de mi cabello, estiró un poco, forzando a mi cuerpo


a levantarse del suelo y a sentarme derecha por primera vez en meses.
Mi caja torácica decoraba el vestido ajustado que llevaba como un
xilófono mientras mis pezones se endurecían debajo de la tela.
Me sostuvo como una estatua. —Quiero aceptar esa oferta.
El temperamento del amo A se arremolinaba más caliente, pesado
y loco cada segundo que pasaba.
—Esa parte del trato ya no está en oferta…
—Lo es si quieres que continúe. —La voz del Señor Prest se parecía
a un hacha, cortando todo el aire de la sala—. La quiero toda para mí. Y
la quiero por toda una noche entera.
¿Una noche entera?
El aire se desvaneció en la habitación. Entré en algún vórtice donde
el pánico gobernaba con truenos y huracanes.
Yo… no podía respirar.
Mi mano sana se elevó a mi garganta, aferrándome a los músculos
apretados mientras me impedían aspirar oxígeno. Tenía otro ataque de
pánico, vino de la nada cuando mis ojos se llenaron de incredulidad.
Él no puede estar hablando en serio.
Esperé que fuera una hora. Una petición para follarme y luego irse.
No una noche entera.
Las manchas negras aparecían en mi visión a medida que caía más
y más profunda en mi histeria.
El señor Prest no me ofreció ninguna condolencia, simplemente me
sujetó del cabello. Su atención se hallaba en el amo A, esperando por su
aprobación.
¿Qué me hará?
Mientras mis uñas arañaban mi garganta adolorida, hice mi mejor
esfuerzo para tranquilizarme tocándome el corazón. No importaba. Eso
nunca iba a pasar. El amo A jamás le permitirá reclamarme por una
noche completa.
Nadia había hecho eso.
Nadie.
Me prestó para breves interludios. No me alquilaba por períodos
largos.
No dejará que pase.
Estoy bien… voy a estar bien.
135

No tenía ninguna explicación para el ataque de pánico que sufrí.


Había soportado muchas cosas peores que el señor Prest. Si, él era el
Página

diablo vestido de ángel, pero tenía un veneno refinado del que carecían
otros monstruos.
Era aterrador.
—No hay ningún trato. Encontraré a alguien más que pueda
construir lo que yo quiero.
—Nadie más tiene esos contactos y lo sabes.
El amo A gruño—: No vas a follar a mi esclava.
—Es una esclava por esa razón —dijo el señor Prest, su voz nunca
se elevó, se mantuvo realmente calmada y melódica—, y la tendré… si
quieres tener lo que pediste.
Mi cuerpo sufrió un espasmo a medida que respiraba con
dificultad, odiando la forma en que mi piel se calentó debido a que
peleaban por mí. Nunca pensé que iba a ser tan deseada, incluso aunque
fueran por razones terribles, me sentí como una princesa por unos pocos
segundos.
—Ya te he pagado una jodida fortuna.
—Y quiero algo más.
—De ninguna manera.
Los dedos del señor Prest se apretaron alrededor de mi nuca,
levantándome nada gentil sobre mis pies. No podía pelear por la presión
que hacía con su agarre, encadenándome completamente a su merced.
Estar de pie no ayudó a mi inminente ataque de pánico. Me
tambaleé en el lugar cuando el señor Prest me obligo a mirarlo. Mis ojos
llorosos se abrieron ampliamente bebiendo su rostro como si sostuviera
el futuro, no el final.
Su cabello brillaba, tan negro azulado, parecía un pozo de
alquitrán, listo para apagar mi vida. Su mirada brilló con furia de ébano.
—Sí. Y te diré por qué. —Su voz se convirtió en un silbido—. Sé que eres
tú quien la golpea. Sé que no se lastimó la mano al caerse de las
escaleras, y sé que la castigaste por cosas que yo hice la vez anterior que
estuve aquí. La quiero. La tratas como si fuera una mierda. Lo menos que
puedes hacer es dármela así yo puedo hacer lo mismo.
Mis rodillas se debilitaron.
Mi capricho de niña de querer ser tratada cordialmente se
pulverizó.
Él quería…. no dormir conmigo… pero ¿si lastimarme?
¿Así es como consigue diversión? ¿Golpeando a una mujer que ya
se encuentra muy maltratada?
Mi furia contuvo mi ataque de pánico, dándome un pilar para
sostenerme en tanto arrastraba aire hacia mis pulmones que por el
136

momento lo rechazaban.
¡Cómo se atreve!
Página

Cómo demonios se atreve a cambiar mi cuerpo por eso, sabía que


me iba arruinar más de lo que ya estaba.
¡Púdrete!
El amo A enderezó sus hombros todavía peleando una batalla ya
perdida. —¿Estás olvidando lo que es? No es una humana. Es una
posesión. Mi posesión. Pagué por ella. Es mía para hacer lo que yo quiera,
incluyendo prestársela a las personas que apruebo y negarla a las que
no.
—Sugiero que cambies tu manera de pensar sobre negármela. Sólo
porque es tuya no significa que no la voy a tomar si no me la das.
Arrastrándome hacia adelante, se acercó al amo A. —Soy un ladrón
Alrik, antes de ser un libertador de la guerra. Podría robarla y nunca lo
sabrías. Pero no lo haré, por respeto a nuestro acuerdo. —Entrecerró sus
ojos—. De cualquier manera, haya trato o no, no me iré sin probarla.
¿Probarme?
El amo A sabía que había sido vencido. Su mirada cayó sobre mí
turbulentamente y posesivo. —No vas a salir de la casa con ella.
—Está bien. Me quedaré esta noche aquí.
—¿Dónde?
—¿Ella tiene una habitación?
El amo A dejó escapar un suspiro. —Sí.
—¿Es privada?
Se encogió de hombros. —No tiene una puerta, pero si es lo
suficientemente privada.
—Coloca la puerta, dame la llave y no te molestaremos, y tienes un
acuerdo.
Quería gritar y exigir que me vieran como una humana. Una mujer.
No como una transacción para ser golpeada por una noche.
Ellos querían lastimarme.
Eso era todo lo que yo era para ellos.
Ambos merecían morir.
Manteniendo mis labios apretados me abracé a mí misma, de
nuevo, protegiendo mi frágil pecho y mi mano rota.
Estaría teniendo sexo esta noche.
Sería lastimada esta noche.
Por el amo A o por el señor Prest.
Ya no hacía ninguna pizca de diferencia en mí.
137
Página
18
Traducido por Sahara
Corregido por Anna Karol

Elder
—Malditamente bien. —Alrik miró ferozmente con todo el odio que
pudo conjurar.
Tenía una obsesión con su esclava. Insalubre. Peligrosa. Una
obsesión que eliminaba la racionalidad.
Y acabo de dirigir esa idiotez posesiva hacia mí mismo al exigir la
única cosa que juré que no haría.
No fuiste lo suficientemente fuerte.
Había venido aquí prometiéndome que no haría esto.
Juré una y otra vez que no la miraría ni le hablaría, ni siquiera la
notaría. Durante la primera parte de la reunión, lo logré.
Pero luego mi mente vagó hacia el silencioso ratón magullado en la
esquina. Su silencio me tiró, forzando mi atención a vagar hacia ella cada
vez que arrancaba la misma.
Ahora, había hecho algo de lo que ya me arrepentía.
¿Qué diablos estoy haciendo?
Esto no terminaría bien. Se suponía que tenía que firmar las copias
en papel definitivas, dárselas a Selix para enviarlas a mi abogado y zarpar
en unas pocas horas.
Se suponía que no iba a pasar la noche con una chica que casi se
sumergió en un coma porque la reclamé durante unas horas. No podía
138

confiar en mí mismo. Ya había ido demasiado lejos al tocarla.


Un hombre como yo tenía reglas por una puta razón.
Página

Mis dedos presionaron juntos. Me obligué a olvidarme de los


sedosos mechones de su cabello contra mi piel. Su cráneo había sido tan
pequeño debajo de mi toque, encarcelado por garras que asesinaron a
hombres para mi beneficio y robaron a aquellos que me hicieron daño.
Frotándose la cara con ambas manos, Alrik murmuró—: Dame
veinte minutos para encontrar la puerta. Depende de ti para volver a
colocarla. No voy a ayudar, joder.
—Puedo manejarlo. —Me tragué mi temperamento—. Y no te
molestes en buscar. No quiero que digas que no puedes encontrarla y que
discutamos de nuevo. —Mirando a Pim, sonreí levemente—. Dime dónde
está y Pimlico me ayudará.
La esclava se puso rígida, sus hombros rígidos y afilados.
Una vez más, su silencio estaba lleno de sonido. Si cerraba los ojos
y escuchaba con todos los sentidos en lugar de solo con mis oídos, podría
ser capaz de captar las maldiciones que sin duda había lanzado, y las
súplicas de compasión que trató de ocultar incluso de sí misma.
Por favor no funcionaba conmigo.
Nunca lo hizo.
Jamás lo hará.
Alrik resopló, sacando algunas llaves de un llavero plateado de su
bolsillo trasero. —No te rindes, ¿verdad? ¿Quieres una noche con ella?
Bien. Acaba jodidamente con eso. —Tirándome el metal, gruñó—: Sabe
dónde está la puerta. Está a salvo con un montón de cosas que ha perdido
el privilegio de usar.
Cerrando la distancia entre él y Pimlico, todavía balanceándose en
mis manos, la agarró por las mejillas, apretándola con fuerza.
Sus labios formaron un arco inocente cuando la miró a los ojos. —
Ahora, dulce pequeña Pim. El señor Prest se divertirá contigo. Al igual
que todos nuestros otros amigos, ¿entendido? No quiero que esto suceda,
y tú tampoco. Así que piensa en mí, y no te atrevas a disfrutarlo.
Su cuerpo se sacudió mientras luchaba contra el instinto de
apresurarse y la obediencia para quedarse.
Aparté la mirada con disgusto.
¿Por qué diablos pedí una noche con esta chica? Había sido
abusada demasiado para desearme. No importaba que la tratara mejor
que a los idiotas que la arruinaron. En su mente, yo era igual: alguien a
quien tolerar, fantasear con su muerte y apagar su alma mientras
empujaba entre sus piernas.
No había nada sexy en violarla.
139

Nada estaba bien sobre lo que me hallaba a punto de hacer.


Entonces jodidamente detente y vete.
Página

Ignoré el pensamiento porque eso era imposible.


Tengo que llevarla detrás de puertas cerradas. Tenía que sacarla
de mis pensamientos si quería encontrar la paz de nuevo.
Ya, sentí la corrupción dentro de mí arañando por más. Un sabor,
un toque, un beso, una follada.
Uno era todo lo que me permitía.
Y si quisiera usar mi permitido esta noche, eso podría suceder.
Porque no tenía planes de volver a poner los ojos en ella.
Alrik beso su frente como un padre si su hija se dirigiera a algo que
ella temía. —Compórtate, pero no me pongas celoso. De lo contrario...
recuerda mi promesa anterior de que las últimas noches fueron fáciles.
Mi estómago se tensó.
Él era un jodido embustero; ni siquiera trató de ocultar que sus
moretones multicolores eran de sus puños. Algunos, sin embargo, eran
de otras heridas... ¿un zapato, tal vez?
Mi mirada se posó en mi propio calzado ridículamente caro. ¿De
qué color sería su piel si usara esa artesanía de la misma manera?
¿Serían sus moretones bonitos o más feos? ¿Sería más amable o más
brutal?
Tantas cosas por descubrir.
Si me permito ser un monstruo como él.
Lo cual no ocurriría.
Creo.
Había lastimado a muchas personas antes, pero nunca por placer
egoísta. ¿Sería diferente darle un puñetazo a un hombre que intentaba
lastimarme? ¿Dormir con ella sería mejor que pagar a una prostituta de
clase alta que en general disfrutaba de su trabajo cuando se la trataba
bien?
Tantas preguntas a las que necesitaba responder para poder seguir
con mi vida. Y una vez que obtuviera esas respuestas, lo terminaría por
ella.
La muerte sería el regalo más amable que podría darle.
Sin embargo, ¿podría tomar su última pelea, sabiendo que la
mataría a cambio? ¿Era yo tan frío? ¿O era un maldito bastardo egoísta
que la usaría sin las agallas para asesinarla después?
Supongo que el tiempo lo dirá.
Alrik aplaudió. —Ve por la puerta, Pim. No me hagas pedirlo dos
veces.
La chica se zafó inmediatamente de mi agarre, salió corriendo del
140

salón y entró en el pasillo donde le di mi chaqueta y había visto sus tetas


maltratadas por primera vez.
Página

—Te sugiero que la sigas. —Alrik sonrió—. Es pequeña, pero se


mueve rápido. No quieres perderla. En este lugar hay un montón de
habitaciones en las cuales esconderse.
Mis ojos se entrecerraron, escuchando la amenaza, pero sin
agarrar el anzuelo.
Sin mirar atrás, fui tras la esclava con la que pedí pasar la noche.
Me interesó esta chica desde el momento en que la noté. Mi curiosidad
solo aumentó cuanto más tiempo seguía aquí.
Bajando por el pasillo, giró a la izquierda antes de entrar en un
garaje interno, apresurándose alrededor de un Porsche blanco y
avanzando hacia la parte posterior del espacio.
Allí esperó con los ojos bajos, su cuerpo frente a una jaula cerrada
donde tres puertas, chucherías, cajas de cartón y otros objetos para el
descanso reposaban en la penumbra.
—¿Esa es la puerta? —le pregunté, pasándole las llaves para abrir
el candado. Mi pregunta quedó allí, colgando sin respuesta.
No obtuve una respuesta.
No es que la esperara.
Vacilante, tomó el llavero teniendo cuidado de no tocarme.
Dándome la espalda, intentó unas cuantas veces antes de
encontrar la correcta y abrir la puerta. Su silencio misterioso era aún
más pronunciado en el garaje sin vida.
De sus pies descalzos no salía ningún sonido, ni una oleada de
aliento, ni un susurro de ropa. Era como si estuviera allí solo.
Si no pudiera alcanzarla y tocarla, para asegurarme de que era de
carne y hueso, habría hecho malabarismos con la idea de que fuera un
fantasma.
Mi madre la amaría.
No por su aura golpeada o rota, sino porque era muy raro que
alguien permaneciera completamente en silencio.
Mi polla se endureció cuando la chica se dirigió hacia las tres
puertas que descansaban como guardias retirados junto a la pared. No
sabía de qué procedían las otras dos, pero se paró junto a una de color
blanco, con marcas y rasguños a lo largo de ambos lados, muy
probablemente de su muro desde el interior y su amo haciendo todo lo
posible para alcanzarla.
Imágenes de cómo debió haber sido esa experiencia me inundaron.
¿Se había acurrucado y gritado cuando Alrik se abrió camino hacia ella?
¿O esperó en la cama muerta de terror?
A la mierda esto.
141

Avancé.
Página

Mi mano subió.
El impulso de calmarla me hizo llevar los dedos hasta una de sus
mejillas. Mi piel brotó de su delicado calor. Ya había tenido mi único
toque cuando le acaricié el cabello. No tenía permitido tener un segundo.
Pero no me detuvo.
Un momento, se quedó cerca, inclinando la barbilla hacia la puerta.
Al siguiente, cruzó la jaula, empujando una pila de cajas que
cayeron haciendo ruido; cuchillos de carnicero y de mantequilla, y
tenedores afilados.
Sus ojos se volvieron luminosos en la penumbra, fijándose en los
míos con rabia.
Mierda.
Olvidé el dejar de sentir pena por este fantasma golpeado, pero ella
no olvidó su abrumador odio hacia los hombres.
No aparté la mirada. Pero tampoco me expliqué.
La tomé prestada para pasar la noche. Si quisiera tocarla, podría.
El hecho de que se hubiera escapado significaba que podía reportarla a
su amo y castigarla.
O podrías castigarla en su lugar.
La distancia entre nosotros se hizo más gruesa cuando respiramos.
Esperé... queriendo saber qué tan profundo fluía su educación en
el placer.
Apartando su mirada de la mía, tragó saliva. Pieza a pieza, escondió
su odio, reemplazándolo con una aceptación renuente.
Acercándose más, sus dedos de los pies empujaron las cuchillas
afiladas mientras se acercaba a mí y caía de rodillas sobre el frío cemento.
La mitad de mí se sacudió con una loca lujuria. La mayoría de mí
se alejó con repulsión cuando su cabello desaliñado cubrió su rostro,
pero no antes de ver el retorcido disgusto y el eco de la desesperación.
—Levántate —murmuré. A pesar de que mi voz era baja, el garaje
la amplificó y la estratificó con un mordisco.
Al instante, se abalanzó. El crujido de sus articulaciones y el mal
uso del cartílago en sus huesos sonaron como diminutos disparos.
—No te arrodilles. No aquí.
Su barbilla se inclinó mientras se balanceaba en su lugar. La
incomodidad cayó entre nosotros. No me hallaba acostumbrado a esto.
Jamás compré una esclava. Tendía a que la gente hiciera lo que quería
sin que yo les dijera. Me encontraba demasiado ocupado para hacer
micro gestión.
Tener a esta chica para mandar, cualquier orden, me demostró que
142

no era tan demonio como pensaba. No quería darle una tarea que no
tenía más remedio que obedecer. Quería que usara su libre albedrío y me
Página

eligiera, independientemente de las otras opciones dadas.


Suspirando pesadamente, rompí la tensión arqueando una ceja
ante los utensilios dispersos por sus pies. No me importaba el desastre.
Solo esta chica loca y la rabia lívida en su mirada.
Me temía. Detestaba la jaula en la que estábamos.
Pero me odiaba más.
¿Pensó que le haría lo mismo que Alrik?
Tenía razón al pensar eso.
Todavía me encontraba inseguro de por qué pedí pasar la noche
con ella.
Sus ojos aterrizaron en el gran cuchillo de carnicero bajo su pie.
Mis labios se curvaron, siguiendo sus pensamientos. —¿Lo has
intentado alguna vez?
Sus hombros se pusieron rígidos.
—¿Alguna vez has tratado de matarlo?
Un jadeo audible cayó de sus labios. Su rostro se inclinó para
mirar, pero mantuvo los ojos bajos.
Agachándome, levanté el cuchillo, sosteniéndolo por la hoja en
lugar de por la empuñadura. Presionando el mango de madera contra su
estómago, susurré—: Tócalo. Vamos. Tenlo, para lo que me importa.
Ocúltalo y haz lo que quieras con él. —Mi otra mano se envolvió alrededor
de su cuello—. Úsalo en él, pero no te atrevas a usarlo contra mí.
Su mano sana no reclamó el arma. Tomé sus dedos, los envolví
alrededor de la empuñadura y la solté. En el momento en que el peso
pasó de mí a ella, me di la vuelta y agarré la puerta dañada. Sin decir
una palabra más, la saqué de la jaula.
Pimlico aspiró profundamente, temblando donde la dejé. La lujuria
se mostraba en sus rasgos, no hacía mí o al sexo, sino hacia el cuchillo.
Unos pocos pasos la guiaron hacia delante antes de que la disciplina que
adquirió anulara su deseo.
Una sola lágrima rodó por su mejilla a medida que se daba la vuelta
para recoger los cuchillos y tenedores desparramados, metiendo el que le
di en la caja. Cuando el espacio estuvo ordenado, se dirigió hacia mí,
buscando el candado.
Maldita sea.
Por supuesto, no tomaría el cuchillo. ¿Quién lo haría después de
años de abuso, sabiendo muy bien qué pasaría si la atrapaban? ¿Era más
amable ignorar el hecho de que se encontraba demasiado débil para
143

tomarlo o aceptar que era lo suficientemente fuerte como para no


hacerlo? Sin duda, la lógica le llenó la cabeza. No tenía forma de ocultarlo.
Página

No hay forma de que lo lleve a su dormitorio sin que Alrik lo vea.


Probablemente había cámaras en cada lugar al cual íbamos.
Tenía razón en dejarlo.
Pero mi voz se agudizó en una orden de todos modos. —Espera. —
Colocando la puerta contra la jaula, volví y saqué el cuchillo de la caja.
Empujándolo en mi cintura trasera, me aseguré de que mi chaqueta
cubriera la forma antes de agarrar la puerta de nuevo—. Ahora, puedes
cerrarlo.
Sus ojos se llenaron de pensamientos, pero se dio la vuelta y
aseguró el candado.
Quería escuchar sus pensamientos. ¿En qué pensaba? ¿Le
preocupaba que planeara usar el cuchillo sobre ella? ¿Esperaba que
usara el cuchillo con Alrik?
Su silencio fue manejado demasiado bien, dejándome enojado en
busca de respuestas.
Dándome la vuelta, fui a la puerta mientras Pimlico me seguía. El
suave tintineo de llaves retorcía mis labios.
Las llaves sonaban como una campana.
Una campana alrededor del cuello de una oveja inocente
dirigiéndose al matadero.
Simplemente no sabía si era un verdugo despiadado o un pastor
quien la rescataría.
144
Página
19
Traducido por Julie & MadHatter
Corregido por Anna Karol

Pimlico
Estábamos solos.
Mi habitación tenía una puerta.
Por primera vez en más de un año.
Mi cuarto de baño aún no, y la ducha brillaba desde donde me
arrodillé en el suelo al final de mi cama, pero al menos, no se veía desde
el pasillo y la paz caía, aunque fuera brevemente, en mi habitación.
El señor Prest señaló la alfombra blanca arqueando una ceja una
vez que le mostré cuál era mi habitación. Había mirado el espacio
indescriptible con una furiosa decepción.
No sabía por qué se enfadó. La decoración era tan sosa y austera,
que nadie podría ofenderse por eso.
En el momento en que me puse de rodillas en el suelo, el señor
Prest me dio la espalda y se puso a arreglar la puerta. No podía hacer un
trabajo perfecto sin las herramientas necesarias para asegurar las
bisagras, pero la madera bloqueaba la vista, y arrastró el aparador frente
a él, dándonos un elemento de privacidad.
Privacidad.
Bueno... no realmente.
Mis ojos se deslizaron hacia los rincones de la habitación donde
sabía que se encontraban las cámaras.
145

Nunca fui capaz de encontrarlas —aunque miré y sabía que


estaban allí— nunca había visto un destello de un objetivo. Debería
decirle al señor Prest, advertirle, informarle que todo lo que hiciéramos
Página

era visible.
¿Pero cómo podría si me negaba a comunicarme?
El terror con el que el amo A me hizo vivir durante tanto tiempo se
deslizó sobre mi cuerpo. Me rendí estúpidamente a un pequeño segundo
de relajación cuando el señor Prest aseguró la puerta. Finalmente me
había vuelto loca, creyendo que este extraño y una débil barrera me
mantendría a salvo.
Estúpida, Pim. No estás más protegida aquí de lo que estabas
corriendo por la mansión.
Probablemente estoy en más peligro.
Ahora peligraba más porque conocía al amo A. Me lo imaginaba
caminando por las escaleras, golpeando una o dos paredes, mirando al
techo como si pudiera penetrar el suelo y ver mi habitación. No se tomaría
muy bien que me usaran en privado.
Había sido desterrado.
Hará algo... y pronto.
Tragué cuando el señor Prest se volvió hacia mí.
¿Sabía lo peligroso que era esto? ¿Cuán endeble, volátil y
aterrador? En el momento en que negoció una noche conmigo, tomó un
fósforo y lo encendió, humeando y silbando, tomando velocidad hasta que
explotó una bomba.
¿Por qué, oh por qué, no tomaste el cuchillo cuando tuviste la
oportunidad?
Por enésima vez desde que me encontraba en el garaje, con las
llaves de tantas cosas que me quitó, me maldije. Sí, no tenía dónde
esconder el cuchillo. Sí, el amo A lo sabría al momento en que lo tomara,
dónde lo pusiera, y lo más probable es que lo usara como una lección de
que nada era mío para codiciar.
Pero al menos cuando irrumpiera (una vez que su temperamento
se desbordara al vernos), yo podría tener algo con el cual defenderme.
Me castigaría por todo, no solo por el pequeño contratiempo en el
garaje.
Debería estar horrorizada, temerosa, llorando.
Solo que llevaba tanto tiempo esperando ser libre algún día. Si me
quedaba en la víspera, que así sea. Esta noche, o me iría libre o moriría
libre.
Ambas opciones eran muy atractivas.
Mi atención se centró en el señor Prest. Lo odiaba por lo que me
pasó, pero cuanto más tiempo pasábamos juntos, más evolucionaba mi
146

complot.
Pidió una noche conmigo porque sentía lo mismo que yo.
Página

Quería explorar, fuera lo que fuese, esta conciencia crepitante entre


nosotros.
Antes, planeé ignorarlo, bloquearlo y evitar lo que me haría. Pero,
¿y si pudiera manipularlo para que me ayude? Sí, tenía un contrato
multimillonario con el amo A que dudaba que pudiera arruinar... pero
valía la pena intentarlo.
Yo valía la pena, la oportunidad.
Además, no contener mi curiosidad por el hombre que lo había
arriesgado todo.
El señor Prest se limpió las manos en los pantalones tras tocar la
puerta polvorienta. Mi atención se detuvo mientras sacaba el cuchillo
robado y lo colocaba sobre el aparador que bloqueaba la entrada.
Pensó que me tenía para él solo.
Pensó que se encontraba a salvo.
Está equivocado.
Respirando hondo, el señor Prest pasó la palma de su mano por
encima de su mandíbula. Con la cabeza inclinada, sus ojos se posaron
en mi vestido blanco y la posición en la que me acurrucaba. Humilde y
sumisa. El juguete perfecto y bien entrenado.
Cuanto más tiempo miraba el señor Prest, más se cargaba la
habitación con la misma electricidad de antes. Me estremecí, maldiciendo
la piel de gallina que adornaba mis brazos.
No me hallaba acostumbrada a que alguien usara la misma
herramienta que yo.
Me quedaba callada, pero el amo A no. Llenaba mi silencio con
tonterías y amenazas, diciéndome constantemente lo que pasaría si no
obedecía. Su habitual charla me permitía tener un refugio seguro para
estar callada. Hizo cumplir mi promesa de permanecer muda.
Pero el señor Prest no era mi amo.
Y comprendía muy bien el poder del sonido.
Como un asesino, se acercó a mi cama para sentarse en el colchón
duro.
Mi cama era el único lugar donde tenía sábanas para cubrirme.
Pero como todo, el amo A se aseguró de que no tuviera suficiente para
calentarme completamente y tener una buena noche de descanso. No es
que durmiera sin que me molesten en mi propio espacio a menudo, solo
en mi época del mes o si el amo A se encontraba enfermo.
Me sorprendió que hubiera sufrido la gripe dos veces, incluyendo
tres resfriados y dos fiebres estomacales (por las cuales me culpó a mí),
147

pero yo no había estado enferma ni una sola vez.


Incluso en mi estado de desnutrición.
Página

Levantándose sobre la cama, apoyándose en el cabecero blanco


donde metía mis notas para Nadie, el señor Prest dio unas palmaditas en
el espacio que tenía a su lado. —Ven.
En el entrenamiento que me inculcaron sobresalí en obediencia.
Puede que no esté en la universidad como mis amigos, pero eso no
significa que no haya obtenido un doctorado acatando órdenes.
Sin embargo, no fue la docilidad lo que me hizo obedecer... era la
astucia.
Necesitaba descifrar a este hombre para poder engañarlo, ganarlo
y encontrar una manera de usarlo.
Me darás lo que quiero.
Ya lo verás.
Sin levantar la mirada, subí (teniendo cuidado con mi mano herida)
y una vez más me arrodillé sin levantar la mirada. Nunca se me permitió
acostarme o estirarme. Mi cuerpo se hallaba acostumbrado a ser herido
y atado, contorsionado en cualquier placer que los bastardos quisieran.
Los celos me llenaron cuando mi mirada aterrizó en sus piernas
extendidas, largas y elásticas, cruzadas por los tobillos con confianza
indiferente.
No se había quitado los zapatos y el cuero negro absorbía una luz
escasa. No eran brillantes ni ostentosos, combinaban con su guardarropa
de media noche, profundizando las cuevas de sus ojos de ébano y su
cabello de color azabache.
Moviéndose un poco, levantó la palma de su mano sosteniendo un
montón de monedas de un centavo.
¿Qué diablos le pasa a este tipo con las monedas?
Inclinando la mano, una cascada de cobre cayó sobre la sábana
junto a mi rodilla.
No habló cuando el dinero se asentó en los pliegues, apoyándose
en mi piel como si fuera un imán.
—No te lo pediré de nuevo porque ahora veo que tus pensamientos
valen más que un centavo. —Recogiendo una moneda que rebotó hacia
él, la tiró con el pulgar, haciéndola girar en el aire—. Así que te los pediré
sin dar una recompensa. Y tú responderás porque quieres.
Nunca querré hablar contigo ni con nadie.
—Dime lo que quiero saber. Estás aquí conmigo, lejos de ese hijo
de puta, a salvo por el momento… así que habla.
De ninguna manera.
Se me erizaron los pelos, saboreando la trampa, sintiendo ya las
frías pinzas de una trampa alrededor de mi cuello.
148

—Quieres hablar conmigo.


Página

No, no quiero.
—Sí, quieres, niña.
Niña, puf.
¿Por qué no usó mi nombre? A pesar de que no se me dio uno.
¿Era tan indescriptible como para no ganarme un nombre
adecuado? ¿Prefería que no se me diera un sustantivo propio, sino que
siguiera siendo un adjetivo o un verbo?
No me moví.
No me encogí de hombros ni hice un gesto con la cabeza. Mi cuerpo
se hallaba amordazado, así como mi boca.
La voz del señor Prest flotó en el espacio mucho más tiempo de lo
habitual. Las palabras resonaban como el humo de una vela apagada,
aún visible, pero lentamente desapareciendo a medida que pasaba el
tiempo.
Cuando se desvaneció la última sílaba, murmuró—: No te gusta
eso, ¿verdad?
¿Qué cosa?
—Que no usara tu nombre.
Mis ojos se abrieron de par en par hasta que la delicada piel que
los rodeaba se tensó por el shock. ¿Qué demonios...?
Sonrió con suficiencia. —¿Cómo te llamas?
Sabes mi nombre.
—Déjame reformularlo... ¿cuál es tu verdadero nombre?
Me convertí en piedra. Nunca lo sabrás.
—¿De dónde vienes?
No es asunto tuyo.
Lo miré con más atención; sus ojos se entrecerraron, frustrado. —
¿Cuántos años tienes?
Demasiado vieja. Demasiado joven.
La novedad de que me hicieran preguntas amenazaba con fisurar
mi mundo de pesadilla. Eran peligrosas, pero también las más
insustanciales y comunes. Si hubiera tenido más citas, los chicos me
habrían preguntado exactamente lo mismo.
Y en ese entonces, habría respondido.
Pero aquí no.
No ahora.
Riéndose entre dientes, se inclinó. Sus piernas se doblaron para
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mantener su torso elevado; el colchón se meció un poco bajo su peso.


—Sabes, he estado alrededor de muchas personas que no hablan.
Página

—Hizo bailar otro centavo sobre sus nudillos con gracia y sin esfuerzo—
. Entonces, no me molestó, y ahora tampoco. —Agarrando la moneda en
un puño, gruñó—: Obtendré mis respuestas de ti, Pim.
Puedes intentarlo.
Su sonrisa se volvió fría. —Antes de que terminemos, sabré más
que algunas tonterías superficiales. Sabré quién eres... —Se lanzó hacia
adelante, apuñalando mi pecho con un dedo—. Ahí dentro.
Me estremecí bajo su agarre. Había tocado un moretón,
empeorando el castigo. No es que eso fuera difícil, ya que la mayoría de
mi cuerpo se encontraba cubierto con alguna lesión u otra cosa.
Sus ojos se clavaron en los míos.
Quería gritar: ¿Crees que me entenderás? Te conoceré mejor. ¿Qué
te parece un trueque?
Podría enterarse de mis secretos si me sacaba de contrabando de
aquí. Había algo sobre este hombre. Algo desconocido, intrínseco y
necesario. Tan, tan necesario.
Yo era ingenua para su monstruo, pero eso no significaba nada
mientras miraba a los ojos infinitos que se atrevían a ir a la guerra con
él.
Cuanto más nos quedábamos mirando, más profundo se volvía lo
que nos vinculaba. Esa maldita electricidad había regresado, fluyendo
sin límites, silbando en mi sangre.
Sin apartar la mirada, su dedo se convirtió en dos, luego en tres,
luego en cuatro hasta que presionó toda su mano contra mi esternón.
No me moví. No podía moverme cuando se acercó más, sus fosas
nasales se dilataron y su agarre cayó sobre mi pecho.
Las lágrimas brotaron. En parte debido a la invasión de ser tocada
con tanta ternura, pero sobre todo por el peso de su mirada que me
empujaba intensa y profundamente en el colchón. Mi corazón no tuvo
oportunidad, se rindió tratando de vencerlo y simplemente se dejó caer y
jugó a la zarigüeya en su lugar.
—¿Te gusta eso?
Su susurro me sacó de su hechizo.
No.
De ningún modo.
Mordiéndose el labio inferior, parecía más joven y más temerario al
mismo tiempo. Nunca había conocido a alguien como él. No había chicos
en mi pasado, ni hombres en mi presente. Era extraño, fascinante y
demasiado aterrador.
El señor Prest desvió sus ojos hacia donde me sostenía. Su pulgar
150

rozó mi pezón. La maldita cosa se tensó.


Página

Los destellos de perla de sus dientes enviaron más molinillos sobre


mi piel en tanto mordía su labio más fuerte. Jamás pensé que un hombre
mordiendo su labio fuera sexy.
Pero por Dios, él lo era.
De alguna manera, me hizo olvidar que no estaba allí por mi propia
voluntad, que no nos encontrábamos en una cita y que no había un amo
loco a punto de entrar por la puerta en el momento en que el señor Prest
tratara de dormir conmigo.
El recuerdo congeló mi columna vertebral, impidiendo que se
volviera flexible con el deseo. El flujo de conexión de su piel con la mía
cesó tan repentinamente como si lo hubiera cortado.
Retirándome, mantuve mi mentón en alto. Su mano se deslizó de
mi pecho, cayendo pesadamente sobre su regazo. El silencio era un
enemigo en lugar de un amigo, ya que nuestra respiración caía en un
ritmo lento y andrajoso.
—Eres diferente a lo que pensé que serías. —Su voz lamía en donde
había estado su toque.
Y tú eres diferente a quien pensé que eras.
Se pasó la lengua por el labio, en donde se mordió. —¿Sabes por
qué pedí una noche contigo?
Enrosqué mi mano sana alrededor de la rota, con la intención de
protegerla, pero apretándola un poco demasiado fuerte. No.
Miró al techo, reclinándose contra la cabecera de la cama otra vez.
—Yo tampoco. —Tirando otro centavo, lo atrapó como un gato lo haría
con un ratón, encerrándolo de golpe con su puño—. Pero tenemos toda
la noche para averiguarlo.
No, no es así.
Tenemos hasta que el amo A enloquezca y venga por ti.
Lo observé por debajo de mis pestañas. Se tendió en mi cama como
si fuera el dueño de todo en la habitación y no solo de mí. La misma
fragancia exótica para después de afeitar se trenzaba con el aire fresco y
su misma actitud era segura y poderosa, ahuyentando el terror de que el
amo A apareciera en cualquier momento.
Abandonando el centavo, me lanzó una mirada.
Dejé caer mis ojos, enojada porque me sorprendió mirándolo.
Con una leve sonrisa, abrió su chaqueta y sacó un delgado teléfono
celular del bolsillo del pecho. —Casi lo olvido.
Desbloqueando el dispositivo, marcó un número, sus ojos se
clavaron en mí mientras que a quien fuera que llamara, contestaba. —
Selix, no necesitaré el auto esta noche.
La pequeña respuesta resonó, pero no pude distinguir las palabras.
151

—Sí, estoy seguro. Me quedo a pasar la noche. Saldremos con la


primera luz del día.
Página

¿Saldremos? ¿A dónde se va?


Quería que se fuera. Ahora. Antes de que yo pudiera ceder más.
Pero quería que me llevara con él.
Solo llévame.
Para lo que me importa, puedes dejarme en las calles.
Sólo... sácame de aquí.
—Bien, de acuerdo. Quédate afuera. No espero que lo hagas, pero
si quieres dormir en el auto, que así sea. Saldré al amanecer. —Cortando
la llamada, arrojó el teléfono a la parte inferior de la cama.
Mis ojos lo siguieron.
Un teléfono.
Dentro de la distancia de contacto.
Pasaron unos segundos en los que me quedé boquiabierta.
—Supongo que no se te permite acceso a tales cosas. —El señor
Prest se rio suavemente—. No te va a morder.
No, pero podría llamar a mi madre, a mis amigos... a la policía.
Una vez más, su habilidad desconcertante para leer mi lenguaje
corporal me delató. —Ah, estás pensando en llamar a tu familia. —
Usando la punta de un pie, se sacó un zapato, seguido del otro,
pateándolos de la cama y revelando sus pies —. Por todos los medios,
inténtalo. Te daré una oportunidad de llamar a quien quieras. La
contraseña es 88098.
Me sobresalté.
¿Quieres decir... que no me detendrías?
¿Quién demonios era este hombre? ¿Y cuál era su propósito
secreto?
Entrelazando los brazos detrás de su cabeza, susurró—: No lo diré.
—Cerrando los ojos, dándome intimidad de alguna manera extraña,
apoyó el cráneo en sus manos.
Por un minuto interminable, miré el teléfono con el ceño fruncido.
Todo lo que necesitaba era arrastrarme un poco, tomarlo y marcar. Podría
hablar con mi madre después de tanto tiempo. Finalmente podría
informarle a alguien lo que me había pasado, rogarle que viniera y que
terminara con este horror.
—Por supuesto, para usarlo, tendrás que hablar. —La voz del señor
Prest colocó obstáculos en mi camino—. Es tu decisión, Pimlico. Habla y
gana tu libertad. No lo hagas y no usarás el teléfono.
Mis pulmones se expandieron con ira. Ese era su juego todo el
tiempo. Maldito sea. Casi había ganado. Sin embargo... sí me dejaba
152

llamar y hablaba con mi madre... ¿quién ganaba realmente? ¿Él o yo?


Ambos.
Página

Mi cuerpo se decidió antes que mi mente. Extendí mi mano buena,


agarré el dispositivo y me enrosqué alrededor de él como un tigre haría
con su cachorro.
El señor Prest nunca abrió los ojos, pero su mueca se convirtió en
una sonrisa completa. —Espero escuchar tu voz.
Ignorando su burla, deslicé la pantalla e ingresé su contraseña. El
código brillaba en mi cabeza, para nunca ser olvidado. En el momento en
que apareció el menú de llamadas, marqué de golpe mi antiguo número
de casa, cometiendo tres errores debido a un fuerte apretón de manos.
Tenía un teléfono.
Me encontraba a unos segundos de hablar con la madre que me
había metido en este lío.
Mi garganta se cerró ante la imagen del señor Prest agarrando su
móvil y riendo. O que el amo A elegiría este momento exacto para
aparecer. El pánico se arremolinó. ¿Qué le diría a la mujer a la que había
culpado durante tanto tiempo?
Esperé y esperé a que la línea se conectara.
Madre...
Ayuda.
Ring-ring, ring-ring.
Con cada timbre, mi columna se inclinaba más hasta que me
encontré agachada en la cama con los codos clavados en el colchón. No
podía controlar mi temblor, ni el jadeo destrozado cuando contestó un
mensaje automático en lugar de la mujer que me dio a luz.
—Lo siento, el número que ha marcado ha sido desconectado. No
han dejado ningún otro número de contacto para devolver la llamada.
Consulte con otros medios o llame a su directorio local para obtener más
información.
No.
No.
¡No!
El teléfono cayó de mi mano, golpeándose suavemente cuando mi
frente se presionó con fuerza contra la cama.
No solo se había olvidado de mí, sino que siguió adelante con su
existencia. Tuvo experiencias sin mí, había construido un imperio sin mí
a su lado.
Yo no era nada.
¿Por qué no llamaste a la policía?
¡Tenías una oportunidad!
153

La pregunta punzante me saqueó cuando el señor Prest agarró su


teléfono y terminó la llamada.
Página

Mi única oportunidad de llamar para pedir ayuda y había sido una


niña idiota desesperada por hablar con su madre.
Quería abofetearme a mí misma.
Por un fugaz segundo, el señor Prest me acarició el hombro antes
de recostarse contra la cabecera. —Bueno, mierda. Supongo que después
de todo, no te escucharé hablar.
154
Página
20
Traducido por Ivana
Corregido por gabibetancor

Elder
Qué bien, me salió el tiro por la culata.
No planeé darle la opción de hablar de su pasado, simplemente
sucedió. En un momento, mi teléfono era algo tan común, una
herramienta que usaba cada hora, todos los días. Al siguiente, fue el
santo y jodido elixir de esta delicada criatura que tembló como si pudiera
convertirse en un portal y llevarla lejos.
Mis manos se apretaron en puños. —¿A quién llamaste?
Presionó su cabeza más y más profundamente en el colchón. Duro
como un maldito colchón de rocas. No solo fue golpeada, moretones
marcaban su rostro y cada centímetro de su cuerpo, sino que su único
lugar de confort le daría aún más tortura.
Mi mente se descontroló por saber a quién llamó. ¿Su padre?
¿Hermano? ¿Novio? ¿Quién diablos no estuvo allí para ella cuando
finalmente tuvo la oportunidad de pedir ayuda?
No seas tan jodidamente hipócrita.
No tenía derecho a despreciar a sus antiguos seres queridos por no
haberla salvado cuando me hallaba a punto de hacer exactamente lo que
todos los hombres de su presente hacían. Debería darle otra oportunidad,
dejarla llamar a la policía.
Sé mejor que quienes la encarcelaron.
Ese pensamiento debería detenerme.
155

Pero no lo haría.
No después de haber tocado su pecho, y que mi piel detonara como
Página

las armas que traía. Me conocía a mi mismo y a mis límites. Podría


alejarme de otras tentaciones antes de que se hicieran demasiado fuertes
para ser ignoradas. Pero dudaba que pudiera alejarme de ella sin tomar
lo que necesitaba.
—Siéntate..., niñ... Pim. —Arreglé mi error. Anteriormente, cuando
la llamé “niña”, su oleada de indignación me dio una pista. Odiaba ser
poseída, pero quería tener un nombre.
Una contradicción interesante, mostrándome más secretos que
necesitaba robar.
Contuve la respiración, esperando a ver si su desesperación
anularía mi orden.
No lo hizo.
Lentamente, su columna vertebral se desplegó como una jodida y
tentadora flor, levantando los hombros, agachando la cabeza, seguido por
su rostro enojado y triste.
No mentía acerca de estar cerca de otros silenciosos para obtener
talentos en otros lugares. Me habían iniciado en tal castigo.
Desde el día en que llegué hasta el día en que caí en desgracia, los
maestros nunca hablaron, esperando que supiéramos exactamente lo
que querían. Aprendí otro idioma, volviéndome más que bilingüe sino
multilingüe, entendiendo los matices de las cejas arqueadas, leyendo
pistas de sombras musculares. Recurría a esas habilidades cuanto más
tiempo estaba en su presencia.
Carraspeando, miré alrededor de la habitación. No me llamó la
atención que mirara a las esquinas mientras yo cerraba la puerta. Toda
esta jodida casa fue armada hasta los paneles de sus ventanas con
sistemas de seguridad y cámaras.
Podría haber cambiado por una noche ininterrumpida, pero no lo
lograría. Alrik no se mantendría fiel a su palabra. Y la idea de estar
desnudo y con las bolas metidas en su esclava, vulnerable y sorprendida,
no era algo que planeaba que ocurriera.
En el momento en que Pimlico descansó sobre sus rodillas, dije—:
Olvídate del teléfono. No existe nadie más que nosotros.
Sus ojos parpadearon, pero detuvo sus pensamientos internos de
ensombrecerla por completo.
—En esta habitación, no hay pasado ni futuro, solo el presente.
Todo lo que necesitas hacer es comportarte, y te trataré mejor que los
demás.
Su mandíbula se tensó.
156

—¿No me crees?
La contracción de su barbilla dio su respuesta.
Página

—No tienes que creerme. Lo demostraré. —Poniéndome de rodillas,


imité su posición. A diferencia de ella, mis articulaciones no sonaban con
reticencia. Mi cuerpo fue perfeccionado, entrenado y tratado como una
herramienta invaluable porque eso era.
Sin embargo, quieres arriesgar tu salud follando a esta chica.
Bueno, eso y quería algo más.
Quería entrar en su maldita mente... y si tenía que lastimarla para
lograrlo.
Lo haría.
157
Página
21
Traducido por Umiangel & Jadasa
Corregido por Amélie

Pimlico
Me congelé cuando el señor Prest se balanceó sobre sus rodillas
ante mí.
Su traje crujió cuando extendió la mano y colocó sus grandes
manos sobre mis hombros. Sus ojos se posaron en mis pechos como si
la obstrucción del vestido blanco no ocultara lo que había debajo.
Me tensé, esperando que me tocara allí de nuevo. Sin embargo, sus
dedos apretaron la parte superior de mis esqueléticos brazos, agregando
presión hasta que me tambaleé involuntariamente.
Luché contra él, esforzándome por ignorar su empuje.
¿Qué demonios hacía?
—Lo primero que quiero de ti es... —Me empujó, sonriendo
mientras me tiraba de lado, extendí los brazos para detener mi caída y
uní las piernas—. Que dejes de sentarte así.
¿Así cómo?
¿Al igual que una mujer que no tiene elección?
Casi como si escuchara mi sarcasmo, una vez más presionó mis
hombros, forzando mi espalda. —Relájate.
Imposible.
Me retorcí en posición vertical, haciendo una mueca por el dolor y
los huesos palpitantes en mi mano.
158

No confiaba en él para que no me golpeara en el estómago ni se


aprovechara de mi cuerpo cuando quisiera.
Página

No me dejó incorporarme, clavándome al colchón con sus dedos


alrededor de mi garganta.
Déjame ir.
Dejé de respirar.
Mis músculos se tensaron.
La provocación de tocarme allí me llevó a un torbellino de horror.
Está tocando mi cuello.
Mis labios se separaron para respirar, luchando arduamente para
no hundirme.
Él no es el amo A.
Ignora las intenciones.
¡Ignóralo!
Nuestros ojos se encontraron, los míos bien abiertos, los suyos se
entrecerraron a medida que su cuerpo se acercaba.
No lo hagas.
No sabía qué le pedía que no hiciera. Pero se puso rígido con su
boca a solo milímetros de mis labios. —Sigue luchando contra mí, Pimlico
y tendremos un maldito problema.
Su voz me atrapó en una red, impidiendo que me tambaleara en la
despreciable oscuridad.
¿Cómo pudo saber que luchaba contra él?
¿Cómo podía oír mis palabras silenciosas?
No tenía dónde esconderme de él.
Lo odiaba.
De repente, se recostó, aflojando su agarre en mi cuello y pasando
una mano por su cabello.
Aspiré una bocanada de alivio.
—Algo que deberías saber sobre mí, niña. —Mostró sus dientes
ante la palabra abominable—. No soy tu amo. Como dije antes, veo más
que él. Sé más que él. Y escucho cada rechazo que piensas.
Permaneciendo de rodillas, dominando sobre mí, murmuró—: Sé
que temes que te haga daño como él y me aproveche.
Sin embargo, ¿no lo harás? De eso se trata todo esto.
Miré a la pared, evadiéndolo.
El señor Prest agarró mi muñeca y pasó el pulgar por la articulación
ósea. —Mírame.
No lo hice.
159

Su voz se convirtió en un silbido. —Mírame.


Página

Hicimos contacto visual.


Algo cargó, creció y explotó. La electricidad empeoró, zumbando
lleno de poder.
Mierda.
Aparta la mirada.
¡Hazlo!
Pero no pude.
Como el cemento, su mirada me mantuvo presa, incapaz de no
verlo.
Sus labios se extendieron sobre sus perfectos dientes blancos. —
Ah, finalmente... una respuesta. —Sonriendo con frialdad, dijo—: Acerté,
¿no es así?
No.
—Sí. No tienes que refutarlo. —Moviéndose, se reclinó a mi lado,
su cuerpo no tocaba el mío, pero su calor me quemaba de todos modos.
Sus dedos nunca soltaron mi muñeca, acariciando con pequeños giros
de su pulgar—. ¿Qué tal si empezamos esto de nuevo?
Llevó mi mano a su nariz, oliendo mis nudillos. —Puedes sentarte
como quieras, pero lo que hagas, lo imitaré. Y lo que yo haga, tú lo haces.
—Su pulgar presionó con fuerza la delicada carne entre los huesos
quebradizos de mi muñeca—. ¿Trato?
No hay trato.
Sus dedos apretaron más fuerte.
Me sostuvo de un lugar no sexual, pero mi piel quemaba bajo su
toque.
Dejé de respirar a medida que más electricidad brotaba y era tan
difícil de ignorar.
—¿Quieres que siga apretando? —Sus ojos se entrecerraron
cuando las puntas de mis dedos se pusieron blancas por la pérdida de
sangre—. Porque lo haré si no estás de acuerdo.
Si fuera la mitad de obediente de lo que pensaba que era, asentiría
y permitiría que me manipulara en lo que fuera que eligiera. Pero algo
sobre la forma en que me abrazaba me hizo pensar en cosas que nunca
me habían dado.
Jamás disfruté del sexo ni de los besos ni de las caricias.
Dudaba, después de la vida que viví, que alguna vez encontraría
placer en tales actividades. Lo supe hasta lo más profundo de mi alma.
Pero la forma en que este hombre extranjero me sostenía hizo que me
desesperara y sintiera hambre por cosas que no entendía por qué
esforzarme. Cosas no relacionadas con el sexo y la dominación sino la
160

igualdad y la amistad.
Página

Dios, quería un amigo.


Nadie me acompañaba, pero mis garabatos no eran suficientes.
Ya nada era suficiente.
Se rio por lo bajo, su pulgar presionando el desajuste de los huesos
por donde fluían las arterias y las venas. Su presión aumentó a medida
que avanzaba uno, dos, tres centímetros por mi brazo, haciéndome
temblar.
—Vas a decirme lo que quiero saber.
Mi cuerpo se sacudió cuando sus dedos se enroscaron alrededor de
mi codo, enviando otra inundación de escalofríos.
—Vas a hablar conmigo.
¿Hablar?
Mis ojos brumosos se dirigieron al techo, buscando dónde estaría
espiando el amo A. ¿Sus cámaras también tienen capacidad para
escuchar? ¿Me vio acostada junto al señor Prest y creía que yo hablaba
de una manera que nunca le había hablado?
Mi corazón abrió una puerta y se lanzó al abismo.
Si él creyera que conversé con un hombre al que despreciaba,
simplemente no me mataría. Me rasgaría en terribles pedazos diminutos.
Con dispositivos de escucha o no, no podía permitir que ninguna
imagen insinuara que respondía preguntas.
Me puse de pie, sin importarme la mano rota enterrada en el
colchón. Sin importarme que mi frente se agrietara contra la del señor
Prest, otorgándole agonía y estrellas negras. Todo lo que me importaba
era alejarme de lo que quisiera porque la idea de hablar no era horrible
en ese fugaz y tentador segundo.
Sino buena.
Gimiendo, él se echó hacia atrás, sosteniendo su frente de la misma
manera que yo sostuve la mía. —Maldita sea.
¡Ay!
Le di la bienvenida al dolor, bloqueándolo lentamente.
Sin embargo, el señor Prest me ganó. Frotándose la piel, negó con
la cabeza. —Sabía que serías peligrosa para mi salud, pero no pensé que
intentarías dejarme inconsciente.
Parpadeé, erradicando la lluvia final de estrellas.
Te lo mereces
—No me lo merecía. —Sus ojos negros se estrecharon—. No te hice
daño.
Sí, lo hiciste.
161

Respirando profundamente, se colocó de nuevo en nuestra posición


original de rodillas. Sus pantalones se tensaron alrededor de muslos
Página

poderosos, contra las costuras. El bulto entre sus piernas parecía más
grande que el del amo A, causándome una sensación horrible.
Olvidando lo que acababa de suceder, torció el dedo. —Levántate.
Viendo como prefieres estar sentada de esta manera, haz lo que yo hago.
¿Qué trataba de hacer? ¿Cómo podría adelantarme a su próximo
juego mental cuando él no sabía lo que me haría hacer?
Me sentí como un cachorro siguiendo a su líder cuando lo imité
respirando profundamente, me senté sobre mis rodillas, haciendo lo
posible por centrarme en mí. Sin embargo, no pude evitar la sensación
de inquietud que provocó en mi interior. No quería tener nada que ver
con el palpitante interés que me resultaba tan extraño como las comidas
regulares y salir a la calle.
—Recuerda, Pim. Nuevas reglas. Lo que haces, lo hago. Y lo que yo
hago, tú lo haces. —Con dedos elegantes, extendió la costosa tela de su
chaqueta a los lados, revelando el torso vestido con una camiseta negra
debajo. Lentamente, se encogió de hombros, tirándolo a la cama como si
no tuviera ningún valor, en tanto me observaba como si fuera una
seductora de valor incalculable.
¿Qué ve él en mí para justificar arriesgar su vida?
Debería apartar mis ojos. Dejar de mirar. Pero él quería que yo lo
hiciera.
No puedo negar que quiero mirar.
No importaba que lo encontrara una rareza y confuso. No
importaba que arrinconara mi mente al obligarme a permanecer
presente. El amo A acabó conmigo. Me dio la gracia de apagar mis
pensamientos y abandonar mi cuerpo para hacer lo que quisiera.
El señor Prest no.
Junto con la rebelión, trajo vida y conciencia, y aunque esa
conciencia me hizo apartar la concentración del cosquilleo no deseado en
mi vientre, no podía desconectarme porque la noche era tanto larga como
corta.
Pronto, se acabaría.
Gracias a Dios, todo habrá terminado.
Él se iría.
Me… dejaría.
Mis hombros se hundieron un poco antes de recordar que quería
que se fuera. Lo odiaba por las consecuencias que tendría que afrontar
cuando saliera por la puerta.
El amo A probablemente me mataría, eso era todo lo que tenía que
162

esperar. Una muerte limpia en vez de un castigo infinito.


A menos que mi plan funcione y el señor Prest me robe.
Página

¿Qué tenía que esperar del señor Prest? Un imperio que gobernaba,
un reino que solo podía imaginar, en un palacio que solo podía soñar.
Apartando la mirada, hice mi mejor esfuerzo para silenciar
pensamientos no deseados y volver a caer en mi posición sin vida.
—Puedes mirar —susurró—. Tengo toda la intención de mirarte. —
Sus hombros se encogieron cuando se estiró sobre su cabeza y agarró la
parte trasera de su camiseta. Con una mirada oscura, arrancó la tela,
desvistió un torso que solo había visto en mis fantasías.
Para un hombre con autenticidades mixtas, su cuerpo no ocultaba
qué lo hizo sobresalir en este mundo. Brazos largos y ágiles con bíceps
perfectamente proporcionados y musculosos antebrazos. Pecho ancho,
pero no demasiado, con pectorales y oblicuos, y un paquete de seis en su
estómago que parecía demasiado fuerte para su piel.
Pero nada de eso importaba a medida que mis ojos admiraban la
obra maestra.
Contuve mi aliento con asombro.
Su caja torácica era visible. Su carne abierta, revelando un dragón
escondido debajo de los huesos.
Eso no puede ser.
Pero lo era.
Mis dedos ansiaban demostrarlo, insertar mi mano en su pecho y
acariciar el reptil que siseaba en su interior.
En algún lugar, dentro de mí, sabía que no era real, solo una
excelente ilusión. Quienquiera que hubiera hecho el tatuaje hizo que
pareciera tan tridimensional, tan realista, juro que miré su cuerpo y vi
cómo su corazón latía en tanto el dragón se deslizaba exhalando humo,
protegiendo a su amo como el guardián de su alma.
El señor Prest no se movió. Sentado sobre sus talones, me permitía
inspeccionarlo en tanto me balanceaba hacia adelante, engañándome al
pensar que, si giraba a la izquierda o a la derecha, vería su bazo, hígado
y riñones. El tatuaje era tan real, tan profundo en detalles, me avergoncé
al pensar en huesos reales presionando contra mí en lugar de encerrados
en carne humana.
—No es real. —Pasó la palma de su mano por encima del costado
que parecía cavernoso y boquiabierto. Sus dedos se arrastraron sobre sus
músculos sin sangre de una caja torácica expuesta o fueron mordidos
por el dragón que siseaba en su cavidad—. ¿Ves?
Dejando caer su mano, él levantó su mentón en mi forma
congelada. —Lo que yo hago, tú también debes hacerlo. —Arqueó una
ceja, terminando su oración. Sácate lo tuyo.
163

Me tensé.
No me asustaba el estar desnuda frente a él. La desnudez era solo
Página

otro código de vestimenta. El amo A me curó de considerar partes de mi


cuerpo como privadas o secretas.
Pero eso fue antes de ver su belleza, tanto natural como adornada.
Todo lo que tenía que ofrecer eran moretones descoloridos y piel
privada del sol.
El señor Prest tensó la mandíbula, sus ojos se oscurecieron. —
Obedece.
La palabra onduló de su boca a mis oídos. Causándome enojo,
picazón y aturdimiento.
¿Quiere mirar?
Bien.
Cuanto más tiempo pasaba en su compañía, sentía más vacilación
de su parte. No era como otros que me volteaban y me tomaban sobre la
cama en el momento en que la puerta se encontraba en su lugar.
No se encontraba aquí para tomarme rápidamente.
No se hallaba aquí para tomar algo físico.
¿Qué es lo que desea?
¿Y qué sucederá si lo consigue?
Sentándome sobre mis rodillas, incliné el mentón hacia la esquina
de la habitación, buscando una vez más el portal donde el amo A
observaba. Rechinando mis dientes, esperando que la puerta se abriera
con balas y cañonazos, agarré el dobladillo del vestido blanco y lo estiré
sobre mi cabeza.
La brisa con aire acondicionado lamió mi piel. Sentí un cosquilleo
de conciencia cuando el señor Prest contuvo el aliento, su visión trazó
caminos desde mis labios a los pezones hasta la zona media abdominal.
La forma en que me miraba me causó nauseas.
No era hermosa como él.
Pero por alguna razón, vio algo en mí que perdí hace tanto tiempo.
Inclinándose, me arrebató el vestido de las manos y lo lanzó al
suelo. —Joder, es peor de lo que pensaba. Muchísimo peor.
¿Peor?
Cualquier confianza que me dio se rompió en burbujas llenas de
lágrimas.
¿¡Peor!?
¡Cómo se atreve a decir algo así!
Sin nada con lo que ocultarme, envolví los brazos alrededor de mi
cuerpo, haciendo mí mejor esfuerzo para proteger mi desnudez que él
164

llamaba lo peor que alguna vez había visto.


La ira aplastó mi consternación. Esto no era lo que elegí. No
Página

deseaba estar tan flaca y rota. ¿Cómo se atreve a destruirme tan


cruelmente?
Casi quería que apareciera el amo A. Al menos, sin importar cuán
fea y golpeada me encontraba, siempre me deseaba.
El señor Prest se movió, sus grandes manos ahuecando el bulto
entre sus piernas. —Había planeado encontrar placer en ti esta noche. —
No fue tan sutil cuando el acunar se convirtió en agarre, el contorno de
su polla, una vara gruesa en sus pantalones—. Planeé follarte porque, a
pesar de tu terrible sentido de la moda y cabello salvaje, me excitabas.
Excitabas.
No excitas.
Debería estar agradecida de que su atracción era en pasado.
Significaba que, lo que sea que fueron estos locos minutos, todo terminó
antes de que el amo A irrumpiera.
Echó un vistazo a lo que acariciaba. —¿Eso te asusta?
¿Que me deseabas?
No.
Fui bonita, hace mucho tiempo, pero eso no significaba que mi
cabello castaño oscuro y mis ojos color musgo eran lo que todos los chicos
encontraban atractivos. Sin embargo, en este entorno, podía decir con
seguridad que todos los hombres me deseaban. Porque todos los hombres
con los que entré en contacto eran perros de caza, no me veían por lo que
soy, sino lo que representaba: la libertad de follar y lastimar sin
repercusiones.
Hasta él, por supuesto.
Mi cabeza daba vueltas en tanto la confusión me mareaba.
—Desafortunadamente, ahora que he visto lo que él intentó
esconder debajo de esas horribles ropas. —Su labio superior se curvó con
repugnancia—. Y eso lo cambia jodidamente todo.
No podía levantar la mirada, no soportaba a mirar fijamente a un
hombre que me obtuvo por un contrato y luego me desechó en el
momento en que me desnudé.
Era una esclava.
No tenía nada propio.
Mi confianza en mí misma era una cosa maltratada y endeble, y
simplemente tomó los pequeños restos que quedaban y los pisoteó.
Inhalando con fuerza, el señor Prest se frotó el rostro. —Deja caer
tus brazos, permíteme ver.
165

Obedecí inmediatamente.
¿Quería horrorizarse más al ver mi aspecto grotesco?
Página

Adelante.
Pasaron unos segundos mientras sus ojos vagaban sobre mí.
Finalmente, susurró—: Eres más negra que blanca, y más azul que rosa
saludable, pero no eres tímida para revelarlo.
¿Tímida?
No se trataba de timidez.
Era sobre saber mi lugar y hacer lo que me decían.
¡Hice lo que me pediste!
Este hombre no tenía idea de las reglas y leyes en las que vivía. No
tenía experiencia lidiando con criaturas compradas.
Eso calmó un poco mi ira, saber que yo podría ser lo peor que
alguna vez vio en su vida, pero él no era lo peor que yo alguna vez
encontré.
—¿Qué te ocurrió? —Su voz bajó a un tono frío.
Mis pezones se pusieron rígidos por el frío a medida que sus ojos
ardientes me calentaban.
¿Esperaba que se lo dijera cuando las respuestas estaban a su
alrededor?
Hombre estúpido.
—El silencio no te salvará de mí, Pimlico. —El señor Prest se
apartó, reclinándose de nuevo contra la cama. Apoyó la cabeza contra la
cabecera, sus movimientos suaves y sin prisas. Jamás apartó su atención
de mí, extendió sus piernas y con dedos ágiles se desabrochó los
pantalones.
Tragué saliva.
El suave tintineo de la hebilla de metal sonó fuerte cuando estiró
el extremo de su cinturón hacia el lado opuesto y abrió el botón antes de
que el sonido áspero de una cremallera abriéndose resonara en la
habitación. —¿Crees que no te tocaré solo porque he visto tus heridas?
Mi corazón tomó el control y mis pulmones gruñeron como un
herrero forjando acero.
—¿Crees que soy un buen tipo que te tratará con más respeto que
los hombres que te marcaron? —Estiró la pretina de los calzoncillos
negros de su tatuado estómago, metiendo su mano derecha en sus
profundidades. Su mandíbula se tensó cuando sus caderas se arquearon
un poco, concediendo un poco de holgura a sus dedos para envolverlos
alrededor de sí mismo.
La forma en que su rostro expresaba una profunda concentración
166

y sus dientes mordiendo su labio, era lo más sensual que había visto
desde que me vendieron.
Página

—No lo soy. —Su lengua se deslizó por los dientes que mordieron—
. No soy alguien con quien puedas joder. Cuando pido algo, espero
conseguirlo. Inmediatamente.
Una repentina oleada de miedo y rebelión se estrelló sobre mí
cuando su mano se movió en sus calzoncillos.
—Tienes una opción. Dame lo que quiero o lo tomaré. —Sonrió con
dureza, sus ojos recorrieron la habitación como si esperara compañía en
cualquier momento—. Tú eliges.
Parpadeé.
No entendía este nuevo juego. Ya me dijo que mis moretones lo
cambiaron todo, que ya no me deseaba. Podría haberme tomado en el
momento en que me robó, entonces ¿por qué amenazarme con tener sexo
cuando preferiría estar en una cama diferente con una chica diferente?
Mi barbilla presionó contra mí esternón, haciendo mi mejor
esfuerzo para suprimir ese desconcierto.
—Mírame. —Su voz sonó brusca cuando su mano se movió,
susurrando pecado.
Pellizcándome los muslos para conservar algún tipo de dignidad,
hice lo que me pidió. Esta vez, no pude evitar mi fascinación a medida
que asimilaba todo de él. Desde la manera en que sus labios brillaban,
su estómago subía y bajaba y su dragón se retorcía bajo la ilusión óptica
de los huesos de las costillas.
—Recuerda, lo que yo hago, tú lo haces.
Mi boca se abrió conmocionada.
Él... ¿quiere que me toque?
Nunca me toqué a mí misma.
Primero, porque tenía una madre estricta que irrumpía en mi
habitación a toda hora sin preocuparse por respetar mi privacidad, me
crio y, segundo, porque vivía con un amo que me hizo despreciar todas
las partes inferiores.
¿Por qué querría tocarme a mí misma?
¿Por qué molestar esa parte de mí cuando ya era abusada con
demasiada frecuencia?
Se mordió el labio de nuevo, esta vez succionando la carne húmeda
en su boca en tanto su brazo se abultaba. —¿Quieres que te trate como
a una puta? ¿Prefieres obedecer órdenes humillantes que responder unas
pocas preguntas simples? —gruñó—. Muy pronto aprenderás a tomar
mejores decisiones.
Nuestros ojos se encontraron antes de que un ataque de pánico se
clavara en mis pulmones como un parásito. No puedo creer que me
167

sintiera más segura con este hombre, quien pensé que era diferente.
Su rostro se contrajo con frustración cuando bajé los ojos,
Página

permitiéndole tener autoridad.


—Cuéntame de dónde vienes. Quién te robó y cómo terminó Alrik
contigo. Dame eso y te envolveré con tu sábana, y te protegeré durante
las horas restantes que tengamos juntos. No respondas y desearás
haberlo hecho.
Temblé, odiando la manera en que mi espalda se delató por sí
misma, haciéndome más pequeña, más endurecida, invisible.
El tiempo se extendió.
Finalmente, suspiró pesadamente. —¿Hablar vale tanto para ti? —
Sacó la mano de sus calzoncillos—. En ese caso... veamos cuánto vale tu
voz cuando todo lo demás está en juego.
168
Página
22
Traducido por evanescita, AnnyR’ & amaria.viana
Corregido por Amélie

Elder
Era muchas cosas, pero un abusador, un violador y un maldito
bastardo no formaban parte de mis muchos errores y defectos.
Sí, entré en la casa de Alrik listo para tomar lo que le pertenecía.
Sí, había tenido intenciones impuras de usarla para mi placer.
Incluso me convencí a mí mismo de que ella no era mi problema,
solo un endulzante para nuestro negocio.
Pero luego se quitó el vestido.
Y jodidamente no pude hacerlo.
¿Cómo podría ponerme duro con una chica que tenía tanta fuerza
en su corazón, pero tanto abuso pintado en su piel? Su silencio no era el
desafío que yo creía. Su silencio no era coraje ni agallas. Era la única
maldita cosa que le quedaba.
Y quiero robar eso sobre cualquier cosa que su cuerpo pueda darme.
La amenacé con sexo. Metí la mano en el pantalón, obligándola a
creer que la follaría de todos modos. En lugar de terror y disgusto, me
miró con fría resignación. Llevaba viviendo en un mundo de dolor y sexo
forzado mucho tiempo, que era aburrido para ella. Algo esperado y
desconectado en tanto permanecía oculta en su silenciosa fortaleza,
abandonando su cuerpo para mantener su mente.
Joder, eso se ganó mi respeto.
169

Pero también me molestó.


Meterme con el foso de sus pensamientos no sería un ataque
Página

simple sino un asedio total.


Ignorando mis pantalones abiertos y mi pecho desnudo, me puse
de pie y una vez más resplandeció en sus rodillas. La estrechez de mis
calzoncillos lastimaba mi polla. Despreciaba que, a pesar de mi repulsión
por sus moretones, no podía ignorar mi lujuria.
¿O era aborrecimiento?
No…
Sabía lo que era y contaminaba todo, cada respiración y mirada.
Vergüenza.
Ella me colmó de jodida vergüenza.
Sus ojos me siguieron, escondiendo lo que pensaba. La única
manera de romperla era confundirla. Hacer que diera vueltas en círculos,
con los ojos vendados y enfurecerla. Entonces quizás, rompería su
juramento de guardar silencio y me daría lo que yo quería.
—Pedí una noche contigo porque creí que eras como yo.
Se congeló.
¿Había conocido a alguien que usara la honestidad para su
beneficio mientras escondía su pasado? ¿Le importaba que reconociera
sus pensamientos suicidas y entendiera cómo se sentía? ¿Que una vez
estuve tan herido como ella, pero que había ganado destruyendo a los
que me arruinaron?
No merecía saberlo porque se negó a compartir una sola cosa a
cambio.
Pim se inclinó más en su posición de rodillas. Un feo mechón de
cabello colgaba alrededor de su cara, proyectando sombras sobre sus
ojos, impidiéndome ver sus secretos.
Sin permitirlo.
La vida no siempre fue tan blanca y negra. Justificaba mis medios
incluso cuando cometía un delito, tal como lo hacía ahora.
Me convertía en un ser humano de mierda, pero ¿y qué?
Cuando me moría de hambre y vivía en las calles, nadie me ofreció
una chaqueta para abrigarme del frío de la nieve, ni me compró una
comida para asegurarse de que sobrevivía otro día.
Era un inconveniente. Una monstruosidad.
Ella no era una monstruosidad.
Incluso desnutrida y demasiado delgada, tenía cierta belleza. Sus
ojos verdes eran los más grandes que jamás había visto. Su cabello
oscuro colgaba flojo y sin vida, pero el color aún hablaba de una riqueza
que no se había apagado por completo. Sin embargo, ese cabello me
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impedía leerla.
—¿Tienes una banda elástica? —Inclinándome, recogí sus cabellos
Página

oscuros y los empuñé en su nuca.


Se estremeció, en su piel erupcionó en piel de gallina. Esperé a que
le temblara una ceja o se le torcieran ligeramente los labios. Quería saber
qué pensaba de que la estuviera tocando de esta manera.
Pero no había respuesta.
No es que importara.
Al final de la noche, sabría todo lo que necesitaba.
Ganaré, Pimlico.
Siempre lo hago.
Manteniendo contacto visual, mis dedos separaron en partes su
cabello. Contuvo el aliento cuando envolví la sección más delgada
alrededor de la cola de caballo más gruesa y lo metí por debajo.
—Ahí, no hay otro lugar donde esconderte. —Volviendo a sentarme,
la miré fijamente, y finalmente pude ver los ángulos de sus pómulos, la
severidad de su mandíbula y el tono apagado de su piel maltratada—. No
puedes impedirme que obtenga mis respuestas —murmuré—. Así que,
me rendiría si fuera tú.
Inclinó su mentón con sutileza.
—¿Cómo es que estás todavía viva? —Me reí entre dientes—.
¿Cuándo eres tan malditamente beligerante?
Sus ojos se estrecharon.
—Crees que te comportas y haces lo que se espera de ti, pero he
estado observando. —Bajé la voz—. Te veo fulminarlo con la mirada. Veo
tu odio. Lo siento.
Su mirada se dirigió a los rincones de la habitación, rodando los
hombros.
Seguí su preocupación. —Esperas un visitante no deseado pronto,
¿verdad?
Se puso rígida.
—Tienes razón. Él no permitirá mi presencia por mucho tiempo. —
Miré hacia la puerta—. No sé cuánto tiempo tenemos, por lo que supongo
que tendré que trabajar rápido.
Su cuerpo se arrebató; su estómago magullado revoloteaba.
—No quiero decir que necesito follarte rápido.
Sus ojos se clavaron en los míos.
—Cuando disfrute de ti de esa manera, será después de que haya
171

descubierto tus secretos. No antes.


El fantasma de una sonrisa iluminó sus labios.
Página

Me reí suavemente. —¿Crees que guardar tus secretos te protegerá


de mí?
Su resoplido me complació mientras pasaba una mano por mi
cabello y lentamente me relajé ante esta extraña inquisición. —Los
secretos tienen una manera de salir si las personas adecuadas hacen las
preguntas, Pimlico.
En cierto modo, me alegraba que no hablara. Mi propia historia
estaba a salvo. No sabría las razones por las que me sentía atraído por
ella. No sabría que todavía no podía alejarme porque veía mi pasado en
sus ojos.
Era una pequeña molestia en mi mundo. Mi interés en ella no tenía
nada que ver con su belleza dañada o su inmenso coraje. Nada que ver
con la silueta de lo que yacía escondido entre sus piernas o sus tensos
pezones rosados.
No seas jodidamente ridículo.
Yo tenía autocontrol.
Lo probaré.
Señalando su vendaje, susurré—: Fui la razón de eso.
No se movió, pero su piel violentada con moretones se puso blanca.
Sin dejar que se ahogara en los pensamientos en los que nadaba,
tomé suavemente su mano rota. —Sé que causé esto al tocarte esa noche.
Y sé que, una vez que me vaya, estarás sujeta a más. —Mis dedos
acariciaron los de ella—. Pero no creas que sentiré culpa al saber eso. El
mundo es un lugar jodido, y todos tenemos nuestros demonios que
soportar. No tendrás compasión de mí, pero obtendrás respeto.
Soltando su mano, empujé su hombro. —Acuéstate.
Se tambaleó con imprudencia, pero aumenté mi presión, sin darle
ninguna opción. Cayendo hacia atrás, sus piernas permanecieron
cerradas, ocultando lo que quería ver. Sus pequeños pechos rebotaron
haciéndome agua la boca.
Joder, ¿por qué me lo tomaba despacio con ella?
Era mía para hacer lo que quisiera. Torturarme no era mi idea de
un buen momento.
Sus ojos aprisionaron los míos, muy abiertos, pero sin miedo.
Ella me fascinaba, a pesar de que no parecía sexy con su piel y
huesos, encontré su resistencia tan jodidamente excitante.
La deseaba, quería soltarme y hacer lo que había soñado la noche
anterior.
Pero no lo haría... todavía no.
172

Tenía cosas mucho más importantes que reclamar. Además, por


Página

más que mi vida estuviera llena de pecado (y no pediría disculpas por lo


que era), me negaba a ser como Alrik. Ella tenía bastantes idiotas en su
vida. Mientras me perteneciera, aprendería que un bastardo podría ser
un caballero.
Acostado de lado, me apoyé sobre mi codo y pasé un dedo por su
lado desnudo. Sus pezones endurecidos se convirtieron en guijarros a
medida que su estómago descolorido jadeaba buscando oxígeno. No dije
una palabra en tanto arrastraba mi toque sobre una de sus costillas,
luego dos, arrastrándome más cerca de su pecho.
Con cada centímetro, se apagaba un poco más. La sentí alejarse,
su mente se iba, cualquier mecanismo que tuviera para soportar esta
tortura tiraba de ella hacia su refugio seguro.
Me detuve.
No respiraba.
—Relájate.
Se tensó más fuerte que una cuerda de violonchelo.
—Veo que no te gusta esa palabra.
Volvió la cabeza, mirándome con ojos turbulentos pero rebeldes.
—O tal vez, no confías en esa palabra. —No podría culparla.
Levantando mi mano, la coloqué deliberadamente en la cama en el
pequeño espacio entre nuestros cuerpos—. Está bien, hazlo a tu manera.
No te tocaré más. Pero me debes, Pim, y nunca olvido una deuda.
Su frente se frunció.
No sabía si era negación o confusión, pero la iluminé de todos
modos. —La regla que te di: lo que hago, debes hacerlo. Y lo que hagas,
yo debo hacerlo. —Bajé la cabeza, rozando mi nariz sobre su pómulo—.
¿Estás olvidando que me toqué?
El colchón se meció cuando apartó sus caderas. No era mucho,
apenas perceptible, pero lo noté.
Y no estaba jodidamente feliz por eso.
Si pensaba que podía evitar tocarse entre sus piernas, no conocía
mis expectativas de la mayor obediencia.
—¿Siempre te opones al hombre en tu cama o solo a mí? —Mi mano
se movió, dando vueltas alrededor de su garganta—. Me acabas de hacer
romper la regla de no tocar tan pronto. No me hagas romper las otras
reglas que me mantienen en línea esta noche.
Sus ojos se clavaron en los míos, llenos de pánico e incertidumbre.
—Ah, eso te intriga. —Aflojando mis dedos, no amenacé con
estrangularla, simplemente la sostuve suavemente, atrapando su mente
en su cuerpo en lugar de que volara libremente—. Tengo muchas leyes
que gobiernan mi vida. —Mostré mis dientes—. ¿Quieres saber algunas?
173

Esperé a que asintiera, parpadeara, que hiciera algo que podría ser
Página

una señal de sí.


Pero era demasiado buena.
O se sentía demasiado aterrorizada.
Se había vuelto blanca como el iceberg, sus ojos tan complejos
como los copos de nieve.
—¿No te gusta que te toquen el cuello? —Quité más peso, pero no
retiré los dedos—. ¿Él te estrangula… es por eso por lo que me miras
como si me hubieran crecido cuernos?
No respondió de ninguna manera, pero su pulso saltó acelerándose
debajo de mi pulgar. —No te concentres en donde te sostengo. Enfócate
en por qué te estoy sosteniendo. —Mi pulgar acarició un lado de su cuello,
enredándose con el cabello que escapó del agarre—. Enfócate en mis
preguntas.
Las sombras se formaron debajo de sus ojos a medida que se
esforzaba por anular cualquier tortura que asociara con su garganta.
Manteniendo su mente activa con otras cosas, le pregunté—:
¿Cuánto tiempo has estado en silencio? Estoy bastante impresionado.
Evitaste mi pregunta e ignoraste la voluntad de respuesta de tu cuerpo,
incluso con el pequeño resbalón que muestra tu temor.
Sus labios se fruncieron, atrayendo cada jodida atención
directamente a su boca. De alguna manera, se transformó de miedosa
congelada a fuerte testaruda. Su piel se tiñó de nuevo con la lucha,
ardiendo bajo mi toque.
El calor aumentó entre nosotros. El deseo de envenenar y consumir
la intoxicación me llenaba el pecho.
No fui el único que lo sintió.
La conciencia casi palpable se hizo más pesada cuando ambos
intentamos ignorar su presencia.
Cualquiera que fuera la parte inhumana de mí, se volvió borracha
y llena de cosas complicadas.
No había venido aquí por una conexión. No le había dicho que
sintiera. La había tomado prestada para robarle sus secretos.
Eso era todo.
Y eso es exactamente lo que planeo hacer.
—Te diré qué. —Lamí mis labios—. Respondes a una de mis
preguntas y yo responderé a una de las tuyas.
Tragó saliva, con el cuello encarcelado bajo mis dedos.
—¿No crees que pueda escuchar tus preguntas? —Arrastrando mi
toque hacia su esternón, presioné un moretón amarillento—. Puedo. Así
como puedo decirte cosas acerca de tu amo. Cosas que no tengo duda de
174

que has querido saber por un tiempo. ¿Sabes por qué me deja usarte,
incluso cuando eso le molesta? ¿Por qué me deja reclamar su preciada
Página

posesión? Es porque podrías ser su juguete favorito por ahora, pero lo


que estoy construyendo para él vale más que una niña, más que dinero,
más que una vida. Es un boleto al poder, y para hombres como Alrik, eso
es lo único que anhela.
Se sobresaltó, incapaz de ocultar su conmoción. Se retorció como
un pez recién capturado y se levantó de la cama. Juntando sus piernas,
sus brazos se amarraron a sus rodillas mientras su espalda chocaba
contra la cabecera.
Realmente no deberías haber hecho eso, Pim.
Me levanté de mi codo, sentándome erguido. —Eso no fue muy
inteligente. —Tomando su tobillo, apreté los huesos oscurecidos de su
pie—. No dije que pudieras moverte. No te haré daño, así que no corras.
Apretó la mandíbula, arrastrándome a una fascinación más
profunda con ella.
He ejercido mi autocontrol mucho esta noche.
Me empujó hasta el borde.
Presionando mi pulgar contra el metacarpiano que conducía a su
dedo gordo del pie donde los huesos mal curados mostraban lesiones,
dije—: Así como él te rompió la mano, te rompió el pie.
Contuvo el aliento en tanto mi toque se detenía en sus dedos y
luego se arrastraba hacia arriba su tobillo a su pantorrilla. —¿Por qué?
¿Es para mantenerte en línea? ¿Eres rebelde y mereces tanta crueldad?
¿O solo es un jodido enfermo que juega contigo?
Una chispa furiosa se encendió en su mirada. Por una vez, no pude
averiguar si estaba enojada de que di a entender que merecía ese castigo
o aliviada de que vi exactamente lo que era Alrik.
—Dejaré que tu mente descanse. Sé que no eres tú. Es él. No
mereces ni uno de los moretones que te haya causado.
Esa maldita conexión se acentuó en espiral cuando ella dejó de
respirar. Sus ojos se clavaron en los míos y el encanto que me había
jodido se volvió más caliente, más fuerte.
No se puede permitir que continúe.
Solo tenía una noche. Solo quería una noche.
No la lastimaría, pero sí le robaría, y luego… me iría.
Porque era jodidamente egoísta y no tenía la fuerza de voluntad
para luchar contra la adicción hacia ella que se formaba rápidamente en
mi interior.
Mi pulgar la acarició suavemente mientras mi constante batalla por
el control vencía mis pensamientos dispersos. —Tengo muchas
preguntas para ti, Pimlico. Preguntas que realmente no me importaban
hasta ahora. Sin embargo, al tratar de disuadir mi interés al negarte a
175

obedecerme, se hace lo contrario —sonreí—. Solo me hizo más decidido.


Apoyándome en mis rodillas, tiré de su pierna. No fui amable ni
Página

suave. Ella se inclinó para recostarse y extenderse, y en el momento en


que estuvo sobre su espalda, cerré mis dedos alrededor de su garganta
de nuevo.
El pánico que había presenciado en la escalera cuando le di mi
chaqueta se desenredó. Su respiración se aceleró, incapaz de evitar el
gatillo cada vez que tocaba su cuello.
Si fuera un hombre más amable, quitaría mi mano y la tocaría en
otra parte.
Pero ya había establecido que tenía mis defectos.
Ella tendría que vivir con ellas.
Esperé a que estallara en un ataque, que se defendiera, pero una
vez más inhaló y exhaló, controlando su pulso gruñendo, bloqueando
todo a la vista.
Joder, ella es mucho más de lo que pensé. Más guerrera, más
herida, más mujer.
Pero nada de eso importó.
Todavía obtendría mis respuestas.
—Tres preguntas. —Cambiando mi cuerpo para recostarme a su
lado, susurré—: Tienes tres preguntas. Si las respondes, te dejaré ir. No
esperaré nada más.
Su mirada se ensanchó cuando mi mano se deslizó de su garganta
para retomar mi posición sobre su esternón. —Sin embargo, si no las
contestas, entonces lo querré todo. Te follaré, solo porque puedo. Te
trataré como a una esclava porque eso es todo lo que serás si no me dejas
entrar en tu mente.
Me quedé mirándola. Mi control gruñó, rogando que se rompiera.
Pero tenía la suficiente disciplina para ignorarlo. —Primera pregunta,
¿hace cuánto tiempo comiste?
Su rostro se aflojó de sorpresa.
Me reí entre dientes en mi pecho. —¿No es algo que esperabas que
te preguntara?
Vamos, sacude la cabeza.
Respóndeme.
Cuanto más tiempo permanecía en silencio, más aumentaba mi
obsesión.
Te voy a romper, Pim.
Empujando su caja torácica rígida, dije—: Quiero saber porque me
aseguraré de que Alrik muera de hambre de la misma manera, una vez
que nuestro trato esté completo.
176

Sus músculos se tensaron, sus ojos volaron al techo, en busca de


cámaras. No necesitaba callar lo que pretendía hacer. Teníamos un
Página

contrato. Ese contrato mantendría la paz hasta la entrega de su yate.


Después de eso, él intentaría matarme, como siempre lo hacían los
imbéciles que compraban mis servicios. Y fallaría, como siempre lo
hacían los imbéciles. Pero al menos habría defendido mi lado del negocio
y mi reputación se mantenía intacta.
Sin embargo, no mataría a Alrik tan rápido. Se lo devolvería, por
ejemplo, le haría vivir la vida de Pimlico antes de terminar con la suya.
¿Qué diría ella si admitiera mi plan? ¿Se regocijaría o se encogería?
Tenía la sensación de que, si tuviera el poder de hacer daño a su amo,
sería quien haría el trabajo sucio. No estaría satisfecha con una persona
extraña cobrando lo que ella tuvo que pagar.
Nuestro silencio mutuo se llenó de pensamientos de venganza y el
más leve descongelamiento en su mirada me dio la bienvenida para
hacerle otra pregunta.
Puede que no lo sepa, pero acaba de perder.
Me dejó entrar.
Estúpida, estúpida chica.
—¿Cuánto tiempo hace desde que has estado libre?
Cualquiera que sea la franqueza que me había dado, se cerró con
el sonido de una puerta de acero. Sus ojos se cerraron mientras tragaba.
—¿Meses o años?
No se inmutó.
Estudiando su cuerpo, contando los descansos, las patadas y los
moretones, respondí por ella—: Al igual que un árbol revela su edad
cuando muestra su tronco, tu cuerpo responde sin palabras.
Frunció el ceño y mantuvo los ojos cerrados.
—Supongo que algunos años.
La ira calentó mi sangre, no por su dolor, sino por su negativa a
responder. Tales preguntas podrían haber hecho que un hombre normal
se preocupe. Podría haberles hecho dudar acerca de estar aquí y hacer
todo lo posible por robar los secretos de una niña.
Pero yo no era como la mayoría de los hombres. Me importaba… en
algún lugar dentro de mí. Pero tenía mis propios traumas y afectó el cómo
veía a los demás.
No tuve un salvador cuando necesité uno.
No tenía intención de ser uno para alguien más.
¿A quién le importaban esas preguntas tan genéricas? Me ganaría
sus respuestas por otros medios. Ella tenía una deuda conmigo. Era hora
de pagarla.
177

La idea de verla tocarse a sí misma engrosó mi polla.


Página

Alrik tenía razón en una cosa. Estar en el mar hacía difícil


encontrar una compañía para follar… a menos que añadiera a alguien a
mi personal a bordo o volara con una acompañante con mi helicóptero.
Sin embargo, ambas opciones no eran atractivas.
No como esta criatura.
No tenía mucho tiempo antes de que regresara al océano. Ya había
perdido bastante tiempo.
—Suficientes preguntas. Es hora de pagarme, Pimlico.
Sus ojos se abrieron de par en par cuando mi mano se extendió
sobre su vientre bajo, subiendo por su caja torácica, siguiendo la ligera
curva de su pecho hasta la vivida clavícula que sobresalía con hambre.
No dejé de tocarla, por su garganta, por sus mejillas donde metí mi
pulgar en un lado y mis dedos en el otro, tirando de su cara hacia la mía.
Dejó de respirar.
Apreté fuerte, forzándola a prestar atención y escuchar cada
instrucción.
—Abre tus piernas.
Sus dientes se apretaron bajo mi agarre.
Apreté más fuerte. —Hazlo.
Por un momento, el mayor aborrecimiento brillaba, entonces, muy
lentamente, sus piernas pasaron de estar muy juntas a ligeramente
extendidas. No lo suficientemente ancho para una mano o lengua, pero
lo suficiente para vislumbrar lo que hay entre ellas.
Mi polla se convirtió en piedra.
Sacudiendo mi cabeza, liberando la lujuria que me presionaba y
concentrándome en mi control y en una vergüenza que nunca
desapareció, gruñí—: Voy a soltarte, pero vas a hacer todo lo que te diga.
¿Entiendes?
Incluso ahora, todavía esperaba que asintiera.
Sin embargo, Pimlico simplemente me miró fijamente sin ofrecer
reconocimiento ni rechazo. Mis ojos se posaron en sus labios, siguiendo
la piel rosada agrietada y luchando contra el repentino deseo diabólico
de besarla.
Tenía tantas malditas ganas de besarla. De obligarle a sus labios a
moverse, incluso si no fuera hablando.
Pero mierda, eso era demasiado personal.
Se me permitía probar uno de todo. Un jadeo, una noche, un
orgasmo.
Pero un beso... jodidamente, no lo haría.
178

Confiando en los años de entrenamiento de Alrik para obligarla a


obedecer, solté su rostro. La cola de caballo, que formé con su cabello
recogido en la cama, se soltó cuando rodó completamente sobre su
Página

espalda y abría sus piernas un poco más.


—Buena chica —murmuré, trazando los moretones en su piel, casi
como rosas en diferentes etapas al florecer. Algunos se extendían, y en
su mayoría, descoloridos como la belleza que se desvanece y otros tan
brillantes y apretados como nuevos brotes.
Al presionar uno verde prácticamente violento, dije—: ¿Recuerdas
por qué fue causado cada uno? ¿O prefieres olvidar?
Miró al techo en tanto seguía los pétalos de otro a medida que se
desvanecía en ocres y marrones. —Cuanto más te estudio, más me
recuerdas a un ratón.
La inhalación brusca y el repentino estremecimiento fueron las
reacciones que había ganado hasta ahora.
Me aferré a la palabra que desentrañó su silencio. —¿No te gusta
que te llamen ratón o fue algo más que dije?
Su barbilla se inclinó. Se cerró de nuevo.
Demasiado tarde.
Había desbloqueado algo. No sabía qué, pero lo descubriría.
—Creo que de ahora en adelante te llamaré... ratoncito. Eres un
ratón silencioso atormentado en una jaula. Sin embargo, no importa
cuán pequeño y vulnerable sea un ratón, tienen el poder de causar
estragos si aceptan quiénes son realmente.
»También tienen dientes increíblemente afilados. —Colocando mi
dedo sobre su boca, inserté la punta más allá de sus labios hacia la cálida
humedad más adelante—. Dime, Pimlico, ¿tienes dientes afilados?
No abrió ni dejó pasar mi dedo debajo de sus colmillos. Pero su
corazón se aceleró, bombeando a través de la vena visible en su cuello.
Mi silenciosa se había convertido en un ratón silencioso, y le
quedaba muy bien.
Emociones destellaron en su rostro como si un recuerdo fuera
demasiado difícil de manejar.
Empujando su barbilla con mis nudillos, la guie de vuelta a mí con
fuerza. —No me conoces, pero necesitas saber que, si estás en la cama
conmigo, te centras en mí y malditamente en mí.
Frunció el ceño.
Arrastré mi mano por su brazo derecho y entrelacé mis dedos con
los de ella. —¿Confío en que eres diestra? —Mirando su mano rota,
sonreí—. Porque de lo contrario, esto no irá muy bien.
Su ceja se movió, pero no pude captar su respuesta. De cualquier
manera, haría lo que yo quisiera. Se tocaría a sí misma. No me importaba
si le tomaba toda la noche.
179

Desenroscando mis dedos de los de ella, los envolví alrededor de su


Página

muñeca, guiando su mano hacia su coño.


Se puso rígida cuando puse su palma sobre ella, ocultando lo que
quería ver. —Tu turno.
Apoyando mi cabeza en mi palma, la miré fijamente. —Adelante.
Tócate como lo harías cuando estás sola. Déjame ver lo que haces,
escuchar que gimes, verte follarte con los dedos.
Se apartó bruscamente, alejó su mano de su coño para agarrar las
sabanas debajo de ella.
Mi irascibilidad enmascaró mis pensamientos. —No desobedezcas
una orden directa, ratón silencioso. Tienes que hacer lo que yo hago,
¿recuerdas? —Tomando de nuevo su mano, la guie de nuevo a su
posición.
Soltándola, sujeté su rodilla, separando sus piernas.
En el momento en que tuve una vista completa de ella, contuve mi
gemido. Había visto muchas mujeres en mis viajes, probé algunas y evité
otras, pero jamás vi algo tan bonito como Pimlico.
¿Podría decir que era bonita la parte inferior de una mujer? Adictiva
y desnuda, sí, ¿pero bonita? Jodidamente no lo sabía, pero Pim lo era.
Todo en ella era delicado y pequeño, escondido como si estuviera
aterrorizada de un abuso aún mayor, pero todavía lo suficientemente
femenina como para contener un toque de sensualidad.
Mordiéndome el labio, cerré mi mano en un puño para evitar
tocarla. Si la tocaba… eso sería todo. No habría juegos ni aperitivos, solo
un jodido banquete en tanto la tomaba una y otra vez.
—Tócate. Vamos. Te ordeno que no seas tímida.
¿Cómo podría una esclava sexual ser tímida? Cada parte de ella
era propiedad de alguien más. No entendí el repentino terror en sus
rasgos.
—Espera… —hice una pausa—, alguna vez has tenido un orgasmo,
¿verdad?
Se congeló.
Ah, mierda.
—¿Nunca… te has venido?
¿Qué se supone que debo hacer con eso?
Cerró los ojos con fuerza, temblando como si se preparara para una
paliza. ¿Alrik la lastimaría por tal cosa?
¿Lo haría yo?
Pasé una mano por mi rostro. —¿Nunca has tenido un orgasmo
con otra persona? ¿Qué tal por tu cuenta, en privado?
180

Todo su cuerpo se puso rosa de vergüenza.


Su respuesta fue ruidosa y jodidamente clara.
Página

Mierda, ¿cuántos años tiene?


¿Cuántos años tenía cuando fue follada por primera vez?
Seguramente, en algún momento, ¿habría encontrado algún alivio? O al
menos, ¿la curiosidad la habría obligado a encontrarlo por su cuenta si
no fuera con otro?
Mi primer orgasmo fue cuando tenía doce años mientras dormía
detrás de un contenedor de basura. Había sido lo único bueno en un mar
de cosas horribles. Después de eso, me volvería un poco adicto a la breve
pero abrumadora felicidad que podría administrar.
Si a Pim nunca se le había dado una herramienta así, ¿cómo
llevaba sobreviviendo tanto tiempo? ¿Cómo no se consumía y metía en
un ataúd cada vez que Alrik la llamaba?
Maldición, esta noche se volvió mucho más complicada de lo que
planeé.
Al menos, esta vez, no movió su mano.
Acerqué mi cuerpo, encajando mi pecho tatuado con un dragón
contra su desnudez y colocando una pierna vestida con un pantalón
sobre su muslo, sujetándola hacia abajo. Mirándonos fijamente a los
ojos, una vez más entrelacé mis dedos con los de ella directamente sobre
su coño. —Tienes que hacer lo que yo hago. Pero por ahora, lo haremos
juntos.
Poniendo presión en su dedo medio, la obligué a acariciar su
clítoris. El calor de su piel se filtró en mí, a pesar de que no era yo quien
la tocaba.
Mi polla se endureció hasta el punto de sentir dolor. Buscando la
salvación, me balanceé contra su cadera.
Sus ojos se encendieron.
Volví a mecerme, odiando que su afilado hueso de la cadera clavara
malditamente mi erección. —Te mostraré cómo. Pero para hacerlo, tendré
que usarte de otras maneras. De lo contrario, me volveré malditamente
loco.
Se apartó a medida que forzaba su mano hacia el sur, encontrando
su entrada.
—No, no vas a huir. No esta vez.
Respirando con dificultad, ordené que mi rápido control que se
estaba desvaneciendo se mantuviera fuerte. Esto pondría a prueba mis
límites. Ella pondría a prueba mis límites.
—Prepárate para tocarte, ratón silencioso. Voy a disfrutar de esto.
181
Página
23
Traducido por Gesi
Corregido por Jadasa

Pimlico
Santa mierda, ¿qué está haciendo?
Me puse rígida cuando su mano forzó la mía, presionando mi dedo
medio, sin darme otra opción que obedecer. Mis nudillos se calentaron
cuando su gran palma me sofocó.
No podía apartar la mirada cuando sus dientes mordieron su labio
inferior. Hizo que me fuera imposible evitar que cada célula se excitara
con la forma erótica en que empujaba contra mi cadera. No se había
quitado los pantalones, pero eso no detuvo el calor de acero de su
erección marcándome.
Estaban sucediendo muchas cosas.
Demasiados estímulos.
No sabía en qué concentrarme: su cuerpo intercalado con el mío,
su mano obligándome a sentirme a mí misma, o su polla complaciéndose
conmigo de la forma más extraña.
Me hizo sentir claustrofóbica y susceptible.
¡Quiero escapar!
Pero entonces, todo lo demás se desvaneció cuando la punta de mi
dedo entró en mí.
¡Detente!
Lo condené.
182

Lo detesté.
Lo… odié, odié, odié.
Página

Mi dedo era tan delgado y pequeño en comparación con los que


normalmente me maltrataban. Mi uña era afilada cuando se deslizó en
mi interior con la ayuda de la dominación del señor Prest. Mi cuerpo se
estiró para acomodar el delgado dedo, y la extraña sensación de sentirme
a mí misma me hizo estremecerme por lo incorrecto que se sentía.
Nunca había tocado algo tan raro en toda mi vida.
Quería que terminara.
¡Ahora!
—¿Se siente extraño? —Inclinó mi mano, empujando más
profundo.
Mi rostro se contorsionó cuando la yema de mi dedo encontró una
extraña cresta en mi interior, algo que no era tan flexible o cálido como
el resto.
¿Era una cicatriz del maltrato que soportaba? ¿Una herida que
nunca sanaría completamente? Lo que sea que haya sido dejó de
importar cuando me obligó a ir más profundo.
Su profunda voz retumbó desde su pecho al mío. —¿Te gusta?
¿Me gusta?
No, no me gusta.
Sentí culpa, vergüenza y confusión.
Se rio suavemente. —Llegará a gustarte… solo espera y verás.
Lo dudo.
Volvió a reírse, su muñeca se movió para capturar mi dedo índice
y también sumergirlo en mi interior. Esta vez, la presión y el estiramiento
eran mayores. Sin embargo, dos de mis dedos aún eran mucho más
estrechos que la polla del amo A.
Me puse rígida cuando su aliento caliente agitó mi cabello, su
erección se atascó contra mi cadera. —Necesitas correrte, Pim. Yo
necesito darte eso, así pago en pequeña medida las cosas que te quitaré.
De ninguna manera.
No hay ninguna posibilidad.
Mental, física y espiritualmente no había forma de que pudiera
hacerlo.
¿Correrme?
¡Ja!
No creí en una fantasía tan escurridiza. De ninguna forma podría
apagar mi auto preservación, entregarme completamente a alguien y
confiar en que no me harían daño en el pináculo de mi rendición.
183

Él era un maldito comediante si creía que yo podría hacer tal cosa.


Página

¡Suéltame!
Me retorcí, fulminando su mirada oscura.
¡Déjame malditamente en paz!
—Cierra los ojos.
Vete a la mierda.
Arqueó una ceja cuando lo desobedecí manteniendo los ojos bien
abiertos.
—¿Quieres ver? —Añadió más presión, tirando mi brazo hacia
abajo para que mis dedos desaparecieran por completo en mi interior—.
Puedo conseguir un espejo si quieres. Hablaré contigo. Te mostraré lo que
está haciendo tu mano traviesa.
Quería sacudir la cabeza desesperadamente, en caso de que
creyera que mi silencio era una petición de cosas tan repugnantes. Pero
simplemente se río de mi incomodidad y liberó mis dedos. —Veamos si
odias esto tanto.
Lentamente, muy lentamente, deslizó mi dedo hacia arriba hasta
que rozó una parte de mí que se desprendió de su adormecimiento
protector y se encendió con un extraño sentimiento.
Mi clítoris.
Me sobresalté en el momento en que mis dedos se deslizaron sobre
el duro brote.
Su sonrisa era el mismísimo infierno. —Ah, ahí estás, ratoncita.
Lentamente cobrando vida.
Una vez más, el nombre “ratón” hizo que mis músculos se tensaran,
anulando todo lo que había vivido. Podría haber tolerado cualquier otro
nombre. Cualquier otro nombre de roedor o alusión de puta, incluso un
temido verbo, habría sido mejor.
Pero, ¿ratón?
¿Cómo podía usar ese?
¿Cómo se atreve a usar algo que significa tanto para mí?
Rechinando los dientes, aparté los recuerdos que hacían todo lo
posible por levantarse. No me había permitido pensar en él en años. Era
jodidamente duro. Mi madre no se hallaba a menudo en mis
pensamientos, pero al menos todavía se encontraba viva y era felizmente
ignorante de en lo que se había convertido su hija.
Mi padre, por otro lado, estaba muerto.
Me miraba desde el cielo, llorando por mis circunstancias y viendo
cada una de las asquerosas actividades que me obligaban a hacer.
El horror y la autocompasión se sentían tan pesados que no podía
respirar. Luché por sentarme, por liberar mi mano del agarre del señor
184

Prest y destrabar mi pierna de debajo de la suya.


Página

Necesitaba espacio.
Necesitaba bloquear ciertos recuerdos antes de que me volvieran
loca.
Pero no me soltó. Su muslo presionó con más fuerza, sus dedos
obligaron a los míos a girar alrededor de mi clítoris. —Odias eso incluso
más que cuando te llamo niña. —Su boca se movió, pero su voz era
silenciosa como una respiración, casi se disculpó mientras persuadía mis
secretos—. Dime por qué.
¿Cómo cuando me niego a hablar?
¿Por qué no te conozco?
Nunca, porque no mereces saberlo.
Odiaba lo guapo que se veía reclinado a mi lado, robándome la
libertad con el arte de su torso expuesto y su tatuaje. Su cabello negro
coincidía con las líneas opacas de la cavidad cavernosa donde deberían
estar sus órganos, sus labios eran tan embriagadores.
Pero la belleza no ocultaba a una bestia, y no me dejaría engañar.
Había terminado con esto.
—Cierra los ojos, Pim. Es mucho más fácil dejarte ir que cuando
estás…
Me resistí, interrumpiéndolo y determinada a eliminar su control.
Me negué a hacer lo que me ordenaba, no cuando no confiaba en
él.
Espera, no confías en el amo A, pero obedeces.
Eso era cierto, pero sabía lo que sucedería si no lo hacía. Era lo
suficientemente inteligente como para elegir el camino menos doloroso.
Con el señor Prest, no sabía lo que él haría en represalia.
Y valía la pena arriesgarse a la agonía para averiguarlo.
Puede que no tenga las pelotas para golpearme. Puede que me deje
salirme con la mía y podría evitar acostarme con él, lo que a su vez
complacería al amo A porque no quería compartirme.
Era un plan complicado… pero un plan, al fin y al cabo.
Levanté mis hombros de la cama cuando luché más fuerte de lo
que había luchado en años.
Su rostro se oscureció a medida que la sorpresa destellaba en sus
ojos. —Sigue luchando y tu noche será diez veces peor, ratón silencioso.
Me sacudí, pero en mi devanado estado no me centré en el apodo.
Sin embargo, jadeé cuando sus dientes se cerraron sin delicadeza sobre
mi clavícula. Me estremecí cuando su lengua lamió la mordida de sus
incisivos.
185

No pude controlar mi escalofrío.


—¿Te atreves a desobedecerme?
Página

¡Sí, me atrevo!
¡Estoy tan cansada de todo esto!
El hocico de su dragón siseó donde su caja torácica se abrió de
golpe mientras sostenía mi forma retorciéndose. Pero eso no me detuvo.
No me asustó. Lo único que podría hacerlo era saber que, sin importar lo
que hiciera el señor Prest, nunca sería tan malo como el amo A.
Tenía que usar a ese hombre para liberarme o demostrarle al amo
A que era leal y sumisa. Si me veía luchando… podría ser más amable
conmigo. Si el señor Prest veía mi fuerza, podría ayudarme a escapar.
Dos escenarios de un movimiento valiente e imprudente.
Se quedó inmóvil, siguiendo mi mirada hacia su tatuaje y donde
nuestros cuerpos se besaban. Incapaz de ocultar su frustración, su rostro
expresó su mal genio. Por su confianza al adivinar mis respuestas
silenciosas, jamás entendería por qué “ratón” era el único nombre que
nunca podría llamarme sin hacer que lo odiara por la eternidad.
La impenetrable máscara que usaba (ocultando todo lo que lo hacía
real), se cayó por un segundo. Desapareció el grosero empresario que
proyectaba, y se convirtió en alguien fascinante y desconocido.
Me observó tanto como yo a él.
Vi a un hombre con problemas de control.
Uno muy acostumbrado a que el mundo se inclinará ante sus caros
pies.
Pero también vi a un hombre que sabía lo que era ser yo. Ser quien
no tiene opción, el que no tiene vida… que no tiene esperanza.
Entonces, como si recordara que yo no era más que una puta que
existía para que la usara como quisiera, su máscara volvió a colocarse en
su lugar.
Su toque se volvió áspero.
—No puedes dirigir la diversión de esta noche, Pimlico. Ese es mi
trabajo.
Me quedé sin aliento cuando obligó a mis dedos a girar más fuerte
sobre mi clítoris, acumulando aún más hormigueo de electricidad.
—Lo descubriré más temprano que tarde. Me responderás. Pero por
ahora, me niego a perder más tiempo.
Encajó su polla contra mi cadera, palpitando debajo de sus
pantalones. —Quiero estar dentro de ti, pero por tu bien, voy a esperar
hasta que estés empapada. —Su nariz rozó la mía—. ¿No es eso justo de
mi parte? ¿No es amable?
Tomando mi mano rota con la suya libre, la llevó de golpe sobre mi
186

cabeza, restringiéndome. Me sujetaba contra el colchón con su puño,


cuerpo y caderas, me hallaba completamente indefensa, desesperanzada
Página

y completamente a su merced.
Tragué saliva cuando su garganta se movió con dureza, su cabello
cayó sobre un ojo mientras presionaba su frente contra mi sien. —Vas a
sentir algo bueno, Pim. Todo está en tu mente. —Sus dedos manipularon
los míos para pasar de mi clítoris a mi entrada, y viceversa. La caricia se
sintió diferente esta vez, menos extraña, pero igual de atroz.
Junté los labios apretadamente cuando un gemido traicionero se
construyó en mi pecho. No de placer, sino de súplica.
Podía herirme, forzarme, ordenarme, pero no me correría.
No puedo.
¿Cómo podría hacer algo que nunca antes había hecho? ¿Cómo
podía arreglar algo que llevaba roto desde el principio?
Jamás disfrutaría de esto.
Nunca.
Jamás desearía esto.
Nunca.
Y si se convertía en Alrik y solo quería follarme… que así sea.
Tenía una forma de protegerme.
Me iría mientras devastaba mi cuerpo.
Y jamás volvería a pensar en él porque destruiría cualquier
sentimiento que pudiera haber desarrollado.
Escapar…
Tragando con fuerza, me tensé y relajé de golpe. Vibré y me
estremecí al mismo tiempo que mi sexo se apretaba por su propia cuenta
y mi soberanía sobre mis extremidades desaparecía.
Me volví flexible, exactamente como la muñeca que preferían estos
bastardos.
Mis músculos se derritieron en la cama, mis piernas se abrieron y
mi mente… esa era la mejor parte.
Escapé.
Desaparecí en mi interior, girando cada vez más rápido hasta que
estuve demasiado profundo como para ser alcanzada, demasiado lejos
como para ser golpeada, demasiado protegida como para arruinarme más
de lo que ya me encontraba.
No me importaba que su dragón arrojara humo por el enojo.
No oí su atormentado gemido.
No sentí mis dedos en mi interior.
187

Me
había
Página

ido.
24
Traducido por Val_17
Corregido por Jadasa

Elder
Ella seguía aquí.
Su cuerpo caliente todavía vivía bajo nuestros dedos entrelazados.
Su respiración todavía me hacía cosquillas en el pecho. Su presencia
todavía me ponía duro.
Pero todo lo que la hacía ser Pimlico desapareció.
Su lucha, su ira justificada, su confusión, su fuerza y coraje.
Todo se desvaneció.
Así que, de esta manera es cómo se protege a sí misma.
Podría no conocer el placer. Podría solo entender el dolor. Pero
había descubierto la manera de proteger su mente. Joder, si eso no me
intrigaba más. Si estuviera más interesado en esta mujer, no sería capaz
de alejarme cuando llegara el momento.
Incluso ahora, nos quedábamos sin tiempo. Me sorprendía que
Alrik no hubiera irrumpido mientras la tocaba. (No era como si la hubiera
tocado, simplemente la guie en su autoexploración).
El hecho de que aún no hubiera entrado me daba una mala
sensación y la cautela recorría mi sangre.
Pero ahora, lo arruiné, perdí a la chica y sus secretos. Lo único que
podía hacer era convencerla de que volviera antes de que fuera demasiado
tarde.
188

Separando nuestros dedos, reacomodé mi polla para no tener las


malditas bolas azules y me senté. La cama se meció, pero Pimlico siguió
mirando fijamente hacia el techo.
Página

No se inmutó cuando mi sombra cayó sobre ella ni se acurrucó en


una bola cuando me estiré y ahuequé su mejilla.
Simplemente se quedó allí, esperando.
Si quisiera robarle a esta esclava, tendría que usar su
condicionamiento contra ella.
No podía hacer más preguntas.
Tendría que exigir respuestas.
Era la forma en que fue enseñada.
La única forma en que respondía.
Pasando ambas manos a través de mi cabello, perdí mi necesidad
de darle un margen de placer y me senté más erguido.
Mis labios se separaron para darle la orden de que regresara. Que
saliera de su propia mente.
Pero algo me detuvo.
Se veía tan inocente y tan malditamente cansada. Las sombras
vivían permanentemente bajo sus ojos en tanto el agotamiento se
asentaba en sus extremidades.
La presioné demasiado.
Lo mínimo que podía hacer era concederle un momento de
descanso. Mi impaciencia se desvió cuando los recuerdos más gentiles de
cuidar a otro humano me dieron la capacidad de ser amable.
—Ponte de lado —susurré, empujando su hombro.
Se movió obedientemente, pero no reconoció haber escuchado.
Una vez que rodó sobre su costado, me deslicé por la cama para
reclinarme contra la cabecera una vez más.
Mi mirada se fijó en la puerta cuando puse mi mano sobre su
espalda desnuda. No se estremeció… no a causa de la confianza y la
aceptación, sino porque dejó su cuerpo atrás.
No importaba lo que le hiciera porque me impidió afectar su mente.
¿Cuánto tiempo pasó desde que durmió a salvo? ¿Cuánto tiempo
desde que soñó con momentos más felices?
Mi palma se movió por su cuenta, acariciándola suavemente,
concediéndole comodidad después de no haberle dado nada más que
dificultades. —Descansa, Pim. Te cuidaré.
No podía ver su rostro, pero su cuerpo permaneció tenso y vacío.
Colocando un brazo sobre mi cabeza, lo pasé por la cabecera y me
preparé para acariciarla hasta que se regresara a mí. Fruncí el ceño
189

cuando mis dedos tocaron algo suave que sobresalía de las tablillas del
marco.
Página

Traté de averiguar lo que era, pero Pim de repente se sobresaltó,


soltando el suspiro más pesado que había oído jamás. Su espalda se
aflojó, sus músculos se relajaron y se hundió en mi caricia como si
finalmente aceptara mi regalo.
Su disposición a darme eso apartó cualquier otro pensamiento y
me acomodé en mi tarea de protegerla, todo mientras la tocaba con
amabilidad.
Los primeros minutos, fui muy consciente de cada inhalación y
exhalación. Pero a medida que pasaba el tiempo y nuestra presencia se
acostumbraba a la del otro, lo encontré reconfortante.
Llevaba mucho tiempo sin estar con otra persona de esta manera;
olvidé lo gratificante que era cuidar de alguien.
También es duro, agotador y desmoralizador.
Eso era cierto.
Cuidar de mi madre y hacer todo lo posible por arreglar lo que
arruiné, era la razón por la que sentía tanta deshonra.
La familia tenía expectativas.
Pimlico no tenía ninguna.
Aceptaría lo que le daba sin desestimar mis intentos de
generosidad. Y a cambio, me hacía querer dar más.
Mucho más.
Mi mente deambuló, y mi mano libre encontró su camino a mi
bolsillo, hacia el billete de un dólar metido dentro del clip del dinero. No
me importaba el silencio en las personas, pero el silencio en mi entorno
no era algo bueno.
Los recuerdos tenían una forma de encontrarme cuando las cosas
se encontraban demasiado silenciosas. Recuerdos que tenían un control
demasiado fuerte a medida que alisaba el billete de un dólar con mi mano
izquierda y con la derecha no dejaba de acariciar.
Se retorcía de vez en cuando, cayendo más profundamente en el
sueño.
Mientras dormitaba a mi lado —sin saber el tipo de hombre que era
yo, pero confiando en que haría lo que prometí y la mantendría a salvo—
doblé el dinero en una forma antigua y dejé que los recuerdos dolorosos
y las esclavas suicidas durmieran.
190
Página
25
Traducido por Anna Karol & Julie
Corregido por Jadasa

Pimlico
Mi reloj de Minnie Mouse anunció que eran las 12.33 a.m.
Mi madre odiaba que me lo pusiera, decía que era demasiado mayor
para esas cosas tan infantiles. Pero me encantaba su frente cutre y su
correa desgastada por el tiempo. Era todo lo que me quedaba de él. El
hombre que me llamaba Ratón desde que podía recordar.
El recuerdo de su apodo para mí resonó con cada tic de las
manecillas sobre las grandes orejas de Minnie. El apodo provenía de mi
verdadero nombre y de alguna manera se transformó en un personaje de
Disney. Tasmin se convirtió en Min, y luego en Minnie, que se convirtió en
Ratón. Tenía muchos apodos, pero solo mi papá me llamaba Ratón
mientras que los demás me llamaban Tas.
Él murió cuando tenía siete años.
Por eso nunca me lo quitaría, sin importar cuán vieja fuera.
Nunca crecería cuando se trataba de mi padre.
Eso volvía loca a mamá.
Según mi reloj, llevaba en esta fiesta con ella durante cinco horas, y
quería irme a casa. Me dolían los pies, me retumbaba la barriga y terminé
de ser cortés con las personas que no lo merecían.
Pero entonces, el señor Kewet sonrió y me pidió que lo acompañará
al balcón; estúpidamente fui con él, aunque lo reconocí como un predador.
Yo era la hija de una psicóloga. Estaba aquí para convencer a sus
clientes y respaldar sus patrocinios. No la decepcionaría.
191

La conversación fue nada especial. El señor Kewet elogió mi vestido,


mi cabello, mi sonrisa. Luego sus ojos se posaron en mi reloj de Minnie
Página

Mouse, y su sonrisa se volvió cruel. Ya no era un hombre rico que llevaba


sobre mí el tótem de la era mundana, sino un asesino que se lamía los
labios frente a su cena.
—¿Por qué una chica tan bonita como tú lleva una cosa fea como
esa?
Los escalofríos de advertencia se dispersaron por mi columna
vertebral cuando se acercó más. Las ganas de salir corriendo se
acumularon en mis piernas, pero prevalecieron mis lecciones de seguir
siendo educada a toda costa. —Significa mucho para mí. No es sólo un
reloj.
—Entiendo. —Se rio—. En ese caso, lo guardaré para que esté
seguro.
Arqueé una ceja. —¿Disculpe? —No tenía la intención de darle a este
hombre el último regalo de mi padre. Envolviendo mis dedos
protectoramente alrededor de la pulsera roja y blanca, negué con la
cabeza—. No planeo dárselo.
—Oh, no es cuestión de dar. —Un segundo sus manos estaban a sus
lados. Al siguiente, se hallaban en mi garganta—. Es cuestión de tomar.
Mis dedos se levantaron para arañar; mi boca se abrió para gritar.
Pero no me estranguló suavemente, no lo hizo para asesinar. Lo hizo con
rapidez y fuerza.
Las afanosas manos me taparon la tráquea. Las lágrimas se
derramaron cuando mi cerebro dio paso a la hipoxia y a la conmoción. Mis
brazos se convirtieron en inútiles miembros. Mis piernas pasaron de patear
misiles a golpear sin sentido. Mi cabeza rugía, y parecía solo un segundo
donde estaba viva y respirando y luego muerta y.… ya no.
Incluso cuando fui consciente de un garaje debajo de la fiesta, con
sus viles labios en los míos soplando aire en mi cuerpo sin vida, todo lo que
noté fue que mi muñeca se hallaba desnuda.
Mi reloj se había ido.
Me despojaron de mi infancia.
No solo me robó la vida, sino también mi apodo, mi padre y mi
felicidad.

Me dormí con suaves caricias en los acogedores brazos de los


recuerdos. Buenos, malos... otros que me recordaron que una vez fui una
192

niña y no esta esclava moribunda.


No tuve palpaciones en el corazón al pensar en otro día en el
Página

infierno. No sentí repentinamente sudoraciones frías, deseando poder


volver a dormirme y no despertarme nunca más.
Sin embargo, no fue así como me desperté.
La pesadilla recurrente me perturbó primero, al llevar mis dedos a
mi muñeca desnuda, la punzada común de la pérdida laceró mi corazón
y la nostalgia abrió un agujero en mi alma.
Pero nada de eso importaba, ya que un ronroneo sensual me salvó
de mi corazón, apuñalándose una y otra vez con el pasado, dándome una
orden a la que podía aferrarme.
—Vuelve, Pimlico. Ahora.
El sueño se desvaneció, cambiando la noche en que perdí la vida
con un colchón duro y una relajación contenta incluso con un extraño
en mi cama.
¿Cuánto tiempo había estado lejos de esta existencia? ¿Cuánto
tiempo me dejó descansar el señor Prest? ¿Y cuánto tiempo antes de que
se terminara la paciencia del amo A y viniera por mí?
Parpadeé cuando el señor Prest balanceó sus piernas al suelo, sus
manos apretadas a su lado. —Levántate. Inmediatamente.
Finalmente, una orden que podía obedecer sin pensarlo dos veces.
No tenía que volver a la plena conciencia, simplemente la
automatización de una esclava.
Dejando caer mi mirada de su dragón, me senté y me preparé para
deslizarme en la alfombra.
Sin embargo, su gruñido me detuvo a mitad del camino—: No en el
suelo. En la cama. Sostente de la cabecera si es necesario.
De acuerdo…
Desplegándome, puse mis pies sobre la cama y me puse de pie.
Él gruñó cuando mi cuerpo entero se abrió hacia él.
El coño desnudo que el amo A exigía que me afeitara. El estómago
cóncavo de una niña hambrienta. Los pechos pequeños de una mujer sin
grasa o caderas de sobra para ser femeninas. No era atractiva. No con
curvas ni trasero como las de las cantantes de pop con las que había
bailado hace unos años.
No me gustaba nada de mí cuando me miraba en el espejo.
Incluyendo los descoloridos moretones morado, verde y azul que me
decoraban de arriba a abajo. Me dolía la mano vendada al extender mis
dedos para mantener el equilibrio, como si el pequeño desplazamiento de
aire me ayudara a elevarme.
Me atreví a mirarlo.
No importa su forma extraña de hacerme daño y los intentos de
193

robarme el sentido, aún temía que se rompiera y fuera como el resto.


Había sido tan extrañamente amable, dejándome dormir cuando podía
Página

usarme para su placer.


No entiendo.
Para él, no era más que una posesión con la que se sentía feliz
jugando. Pero ¿y si se aburría? ¿Qué haría entonces?
Por otra parte, quizás me equivocaba. Tal vez, realmente no quería
violarme y simplemente quería hablar. Puede que me hubiera dejado
descansar porque, bajo su sombrío negocio y contratos de yates
blindados y ojivas, le quedaba algo de decencia.
Caminaba de un lado para el otro en mi habitación, acomodando
su erección sin reparos, pero no miró mi forma desnuda ni mis heridas
ni mis moretones. Sus ojos nunca se apartaron de mi cara, asimilando la
manera en que lo observaba, mordiendo su labio más fuerte mientras iba
en contra de todos mis votos y aspiraba un aliento audible.
No hablamos.
Simplemente, nos miramos fijamente.
De pie, como si yo fuera algo caído de la gracia de Dios, y él como
un devoto del diablo haciendo todo lo posible por encontrar la luz.
El tiempo se alargó, pero no dejó de pasearse. Su mandíbula se
tensó, su garganta tragó, y su cuerpo se contrajo a medida que luchaba
contra los pensamientos que le perseguían.
Cuanto más nos mirábamos, me volvía más consciente.
Cualquiera que sea la química que existía entre nosotros, era
diferente.
Mis ideas de usarlo para conseguir mi libertad parecían ridículas
ahora que no me sentía tan mareada y asustada.
Debería irse antes de que el amo A lo matara. Esta farsa ha durado
lo suficiente.
—Joder. —Su cabeza cayó hacia atrás cuando un gruñido bajo
escapó de sus mordidos labios—. No tengo idea de qué estoy haciendo
aquí.
Me estremecí con una mezcla de disgusto y entusiasmo.
¿Quería que me importara? ¿Quería que simpatizara con su
confusión?
No lo haré.
Me sentía agradecida por el pequeño indulto que me dio, pero no
olvidaría lo que hizo antes. Me hizo retirarme para protegerme. Había
demostrado que no entendía la palabra no, incluso si nunca la dije
verbalmente.
Resoplé, ignorando la necesidad de cruzar mis brazos y levantar mi
194

barbilla en dirección a la puerta.


Página

Puedes irte cuando quieras.


—¿Es jodido que te encuentre impresionante? ¿Es jodido que no
me importe que no estés desnuda porque quieres... sino solo porque te lo
ordené? —Reanudó su caminata—. Mierda, esto fue una mala idea.
Sus ojos volaron a su chaqueta lanzada sobre el borde de la cama.
Eh, debe haberla recogido. Se encontraba en el suelo cuando me
quedé dormida.
Su rostro se contorsionó como si luchara contra el deseo de
ponérsela y marcharse o desnudarse y terminar lo que me amenazó.
Si fuera una chica normal, me habría acostado en el colchón,
cubriéndome de su lasciva mirada. Para responder a su dilema y obligarlo
a elegir la primera opción y salir.
Pero no lo era, ni me dieron instrucciones de retirarme, así que
permanecí de pie, incluso cuando él se alejaba con el pantalón y el
cinturón tintineando, entrando en mi baño para salpicarse la cara con
agua fría.
Sin ninguna puerta que lo ocultara, seguí mirándolo fijamente.
No es que le importara.
¿En qué estuvo pensando mientras yo dormía? Sea lo que sea, lo
puso al borde.
¿El amo A intentó entrar? ¿El señor Prest hizo algo que yo no sabía?
Tantas preguntas sin voz para preguntar.
Después de sacudirse la cara, se frotó el cabello y se abrochó el
cinturón. Sus ojos encontraron los míos en el espejo, negros llenos de
secretos. No se dio la vuelta en tanto se secaba las gotas finales en sus
manos usando la pequeña toalla que estaba junto al fregadero.
Al entrar al dormitorio, se sentó en el taburete que complementaba
el tocador que jamás usé. Entrelazando sus dedos entre sus muslos, se
inclinó, afirmando sus pies sobre la alfombra blanca. —Ven acá.
La rebelión sacudió su cabeza, pero luché contra ella.
Estos juegos que él jugaba comenzaban a intrigarme, a pesar de mí
misma. Mi deseo de desaparecer y evitarlo se desvaneció, obligándome a
permanecer aquí con él… para bien o para mal.
—Pim, ven.
Su pesado tono de voz me obligó a mover mis extremidades. Me
bajé con un salto de la cama, escondiendo mi mueca de dolor mientras
mi cuerpo magullado hacía todo lo posible para amortiguar una actividad
tan estúpida.
Torció el dedo, indicando que me acercara. —No tengas miedo.
No hice ningún ruido a medida que me acercaba desnuda y
195

descalza para pararme ante él.


Mi mano rota colgaba floja a mi lado mientras mi derecha se
Página

cerraba en un puño, forzándome a dejar de lado mi confusión y mis


preguntas, volviéndome muda tanto en pensamientos como en cuerpo.
El señor Prest levantó la mirada.
Con él sentado, quedé unos centímetros más alta. Pero no creí ni
por un segundo que me daría control sobre lo que pasaría después.
Su voz era un susurro seductor. —No te obligaré a hacer algo que
no te gusta si me prometes que no volverás a retraerte. ¿Trato hecho?
No.
Sí.
¿Quién diablos eres?
—Estás confundida por lo que hicimos juntos, pero no te importó
tanto como creías que deberías.
Deja de poner palabras en mi boca.
Los dedos de mis pies se agarraban a la alfombra cuando bajé la
mirada, esperando que no pudiera leerme.
—Ya que no me dices lo que piensas, te diré lo que yo pienso. —Se
movió un poco en el taburete—. Hice un trato con Alrik porque tiene
contactos que quiero. Sin embargo, en mi investigación, descubrí que es
un maldito enfermo que ha matado a otras cuatro mujeres que, según él,
eran sus amantes y nunca ha sido procesado. También ha eliminado a
algunos hombres, pero eso no es asunto tuyo. Cuando profundicé en los
informes de la autopsia, las denuncias de abuso a largo plazo eran
frecuentes, pero aún no se han vengado.
Su mano se movió, enrollándose alrededor de mi cadera. —Viene
de una familia con dinero. Su bisabuelo trabajaba en la fabricación de
acero, su abuelo operó bien en la bolsa de valores, y su padre murió joven,
dejándoselo todo a él. Ha estafado la mayor parte de su vida, y yo hice lo
mío para quitarle una buena cantidad de su dinero. Sin embargo, no
sabía nada de ti. Te mantuvo escondida. Y mierda, eso me molesta. En
mi línea de trabajo, necesito saberlo todo sobre una persona. Ahora, sé
más que suficiente solo por pasar tiempo contigo.
Miró dónde me tocó.
Mi piel se estremecía y calentaba, totalmente confundida si debería
encontrar algún margen de alegría al ser tocada o vomitar al ser
sostenida.
—Vine aquí esta noche queriendo follarte. Pero ahora veo que tengo
todo lo que puedo de Alrik. No te voy a joder a ti también porque por muy
idiota que suene, siento algo. No lo entiendo, y no hace una puta
diferencia, pero hay algo entre nosotros.
Mis fosas nasales se ensancharon.
196

¿Él también lo sintió?


Sosteniendo la palma de su mano lejos de mi cadera, estuvo a unos
Página

milímetros de la conexión. Cuanto más tiempo permanecía allí, más


profundo se hacía el hormigueo de mi piel a la suya.
—¿Sientes eso? —Sus ojos capturaron los míos—. Porque yo sí. Y
me enfurece porque no puedo resistirme a ti. —Su mano agarró de nuevo
mi costado, arrastrándome a la prisión de sus piernas abiertas—. En el
momento en que te vi y supe lo que eras, te deseé. No me importa que
estés encerrada aquí contra tu voluntad. Tampoco que debería hacer lo
correcto y liberarte. —Sus dedos me sujetaron con más fuerza—. ¿Sabes
por qué?
Porque eres como ellos.
—Porque hace mucho tiempo perdí todo lo que me hacía humano.
Me avergoncé a mí mismo. No tengo ningún maldito honor. Tomo, tomo,
tomo y tomo. Robo. Y cuando lo hago, encuentro algo por lo que vale la
pena vivir. Como ves, ratoncita silenciosa, no estoy aquí para ser el
caballero. Quiero mis respuestas, y luego me iré y nunca miraré atrás.
Sus dedos apretaron un moretón naranja en forma de remolino del
zapato del amo A. —Te quiero fuera de mi mente. Fuera de mi cabeza.
¿He sido claro?
Espera... ¿pensaste en mí?
Esos tres días desde que nos conocimos, ¿había estado en su
mente como él en la mía?
Mis labios se torcieron al pensar que ambos habíamos pensado el
uno en el otro, no con afecto o deseo, sino con odio por diferentes razones.
Él odiaba el poco poder que tenía sobre su cuerpo. Yo, por el final que
representaba para mi vida.
Luché contra un escalofrío a medida que me hacía avanzar con una
presión mordaz, presionando mi coño desnudo contra su pecho tatuado.
—Planeaba darte algo a cambio. Así, al menos, no habría robado todo;
habría pagado en alguna pequeña medida. Quería darte un orgasmo.
Pero ahora veo… que no me lo permitirás.
No es que no quiera… es que no puedo.
La costosa tela de sus pantalones me hizo cosquillas en las piernas
cuando apretó las rodillas, manteniéndome atrapada. —Eres la peor
clase de mujer, Pimlico.
¿Qué?
Me aparté, luchando contra su agarre.
Se rio. —No te ofendas. Lo dije como un cumplido.
Apestas con los cumplidos.
—¿Quieres saber por qué eres de las peores?
197

Fruncí el ceño.
No...
Página

Está bien, de acuerdo.


—Eres la peor porque eres una adicción. Tienes tantos secretos que
todo lo que quiero hacer es desenterrarlos. Tienes secretos que ni siquiera
tú conoces. Se necesita toda mi maldita fuerza de voluntad para no hacer
lo que él hace y herirte para liberarlos.
A pesar de su ostentoso juicio sobre las aventuras asesinas del amo
A, él era tan malo, tal vez peor, que el monstruo al que pertenecía.
Eso dolió más de lo que pensaba.
Los hombres son todos iguales.
—Eso te sorprende, veo.
No viste nada.
—¿Te sorprende más que tenga el impulso de golpearte, o que luche
contra el deseo de follarte, o que voy a salir por esa puerta sin ponerte
un dedo encima? ¿O estás más sorprendida de que sea honesto y te diga
lo obsesionado que estoy contigo?
Su toque se extendió desde mi cadera hasta mi ombligo. Sin
apartar la mirada, metió la punta del dedo en la hendidura de mi
estómago, empujando con fuerza, activando de alguna manera un hilo de
placer que no sabía que existía.
Odiaba el sexo.
Solo conocía el dolor cuando se trataba de follar, y el dolor no me
excitaba. Incluso el único caso en el que unos dedos torpes y besos
descuidados habían conjurado cualquier tipo de deseo se vio eclipsado
por el hecho de que Scott (mi primer y único novio de dos semanas) me
había utilizado como cualquier otro hombre.
Puede que él no haya usado mi cuerpo, pero utilizó mi mente.
Copiando mis respuestas en su tarea, pidiéndome que le ayude a hacer
trampa en sus exámenes.
¿Quizás todo esto es mi culpa, y dejo que los hombres me usen?
No solo a los hombres.
Mi madre me había utilizado como su hija perfecta.
Un asesino me usó como una venta conveniente.
¿Por qué el señor Prest debería ser diferente?
Interrumpió mis pensamientos oscuros. —La cosa es que nunca
me entenderás, así como yo no te entenderé a ti. Tampoco hablo mucho.
Prefiero el silencio. Me parece que concede más de lo que quita.
Incliné mi barbilla en desacuerdo.
Estás muy hablador en este momento.
198

Sus párpados bajaron mientras su brazo envolvía mi espalda,


arrastrándome hacia adelante. Su nariz rozó mi vientre. —Tienes razón.
Por algún motivo, hablo lo suficiente por los dos cuando estoy cerca de
Página

ti. Digamos que me gusta hablar cuando estoy en la cama. El sexo es


donde la verdad sale a la luz, sin importar lo que intentemos ocultar.
No estamos en la cama...
Su excusa no tenía sentido.
—Mierda, ¿qué estoy diciendo? —Levantándose del taburete, se
dirigió hacia la puerta—. Tengo que irme.
¡¿Irse?!
Pero no puedes... no hasta que averigüe cómo usarte para liberarme.
El contorno rígido de otra erección se mostraba en sus pantalones.
No se había puesto la camiseta y su tatuaje era tan impresionante con la
cola del dragón parpadeando con impaciencia sobre su hígado como lo
era desde el frente protegiendo su corazón.
—Ah, carajo, no puedo. No hasta que haya... —Pasando una mano
a través de su cabello, exhaló pesadamente—. Mierda, no debería...
Se detuvo junto al colchón, sacudió la cabeza y una vez más torció
el dedo. —A la mierda. Ven aquí. Hay algo que necesito hacer.
Mis pies se pegaron a la alfombra.
¿Hacer qué, exactamente?
¿Importaba? Me quedaba sin oportunidades de hacer que me
deseara lo suficiente para robarme. Ya había admitido que me deseaba
de maneras que no debía. Necesitaba agallas para usar esa adicción
contra él.
Di un paso adelante.
Sonrió, agudo y peligroso como su dragón. —Buena chica. Un poco
más cerca.
Entrecerré los ojos, observándolo a medida que sus manos se
abrían y cerraban junto a sus muslos. Miró hacia atrás y hacia adelante
entre su chaqueta y yo, una vez más la culpa y el desconcierto en su
rostro.
Cualquier cosa que quisiera hacer le dolería tanto como a mí.
¿De qué tiene miedo?
La curiosidad era más fuerte que mi miedo.
Fui de puntillas hacia él.
199
Página
26
Traducido por Jadasa
Corregido por gabibetancor

Elder
¿Qué demonios estás haciendo?
Apagué mi mente.
No podía controlar mi cuerpo o su palpitante lujuria cuando
Pimlico se acercaba más, pero podía desconectar las preguntas
regañadoras de mi cordura.
Me había prometido a mí mismo que no haría esto. Mientras
dormía, aumentaba el deseo de tomar lo que deseaba, encadenándome
con obediencia.
Jodidamente bien resultó ser mi autocontrol.
Se me permite uno de todo.
Y lo quería.
Mucho. Jodidamente. Demasiado.
Pero esto va contra...
Apagué mis pensamientos.
Incluso si estuviera mal, jamás lo volvería a tener. Necesitaba saber
cómo se sentía antes de salir por la condenada puerta y nunca mirar
hacia atrás. Después de esto, me iría. No esperaría a que Alrik irrumpiera
en nuestro santuario y robara su esclava.
Él podría tenerla.
Ella era demasiado para mí.
200

Mucho trabajo, excesiva tentación, demasiada adicción. Me alegré


de que Selix esperara por ahí con el auto porque cuanto antes saliera de
Página

aquí, mejor para todos.


Cuando Pim llegó a mi lado, señalé la cama. —Siéntate.
A diferencia de su otra rebelión, obedeció inmediatamente.
Sus muslos ocultaron el lugar que tocó tan reaciamente, su caja
torácica presionaba contra su piel cuando respiró más rápido con
incertidumbre.
Se veía tan hermosa incluso cuando estaba al límite de romperse.
Acercándome, me detuve.
Si hacía esto, estaría rompiendo más de una ley en mi mundo.
Después lo pagaría por meses.
Pero si no lo hacía, siempre me lo preguntaría, y no me gustaría.
Era una pérdida de tiempo. Tiempo que necesitaba dedicar a mi imperio.
Tomaría esta última cosa de ella y luego... se acabó.
Sin apartar la mirada, me arrodillé.
Jadeó cuando nos pusimos al nivel de los ojos y todo salvajismo en
mi interior me decía que la volteara y follara. Que simplemente tomara lo
que deseaba.
Pero se cerraría como antes.
Se enterraría profundamente.
Y no quería reclamar su cuerpo.
Anhelaba su mente.
Era astuta y flexible, y esta era la única manera en que podría
utilizar parte de ella y hacer que se quedara.
Simplemente no sabía cuánto de mí mismo sacrificaría en el
proceso.
201
Página
27
Traducido por Dakya, Gesi & Beatrix
Corregido por Amélie

Pimlico
Sus manos subieron.
Me aparté de un tirón, pero sus fuertes dedos impactaron alrededor
de mi cabeza, manteniéndome atrapada. El terror familiar me congeló
cuando el botón para el dolor apagó mis sentidos. No pude detenerlo. Me
habían maltratado demasiadas veces para anular un cierre tan instintivo.
—No te haré daño. —Su aliento me besó primero. Su promesa no
hizo nada para calmar mis nervios. La forma en que se arrodilló ante mí
hizo que mi corazón se enroscara como un alambre de púas, haciendo
que sangrara. En esa pequeña posición, él me dio más poder, más respeto
del que nunca me habían dado.
Me destripó.
Pero entonces sus labios se posaron en los míos.
Y el mundo se detuvo de golpe antes de girar violentamente en la
dirección equivocada.
No sabía qué hacer, cómo actuar.
¿Debo retirarme?
¿Morderlo?
¿Ceder a él?
Me quedé inmóvil.
¿Debo huir?
202

¿Esconderme?
Página

¿Hundirme donde no podía tocarme?


Me estremecí.
No pude hacer nada porque sus labios eran el collar perfecto,
manteniéndome atada y temblando.
Primero, sus preguntas me habían agotado, y ahora, finalmente
había tomado algo físico.
Un beso.
Su lengua se deslizó en mi boca.
Mi barbilla se arqueó por su propia cuenta, desesperada por la
pasión incluso cuando no sabía qué era. Burbujeante, un tractor caliente
azotado como carros galopando en mi sangre.
El amo A rara vez me besaba, y si lo hacía, era húmedo y horrible.
Pero esto... no había nada de eso en esto. Peculiar, definitivamente.
Asombroso, absolutamente. Pero horrible, para nada en absoluto.
Mis labios chispearon por un tipo diferente de beso de un tipo
diferente de hombre, pero por alguna razón, el señor Prest se detuvo.
Su boca se posó en la mía como si estuviera probando para ver qué
tan lejos me empujó, qué tan lejos se empujó a sí mismo. Sus ojos ardían
con la necesidad de detenerse. Pero sus labios me indicaron que
comenzara y nunca cesara.
Quería que se detuviera.
Necesitaba que lo hiciera.
Pero una pequeña parte microscópica de mí negó mis mentiras. Mi
corazón negó con la cabeza, buscando más ternura, sabiendo sin que me
dijeran que esta era la única vez que recibiría una cosa así.
Si no me permitía vivir en este segundo, mientras un guapo extraño
me daba algo que siempre había creído perdido, entonces era una idiota.
Yo quería esto.
Necesitaba esto.
Merezco esto.
—¿Quieres que te bese? ¿Me dejas quitarte algo?
Una vez más, su pregunta estaba destinada a hacerme tropezar y
obligarme a responder.
Él era bueno.
Había aturdido mi mente con sueños y besos, y ahora esperaba que
asintiera con permiso.
Pero llevaba mucho tiempo permaneciendo en silencio como para
203

cometer un error.
En lugar de asentir o alejarme, me quedé donde me encontraba.
Página

Nuestras respiraciones se mezclaron, nuestros cuerpos hormiguearon y


la química que nos había hecho conscientes el uno del otro desde el
principio nos arrastró más rápido hacia su encanto.
Medio sonrió, resoplando de impaciencia. —Realmente no vas a
hablar, aunque sabes que no soy como él.
Lo miré a los ojos, ignorando poderosamente la llamada para
responder.
Esperaba que terminara el beso que me dio, que se levantara y se
alejara. Pero su mirada se hundió más profundamente, rompiendo más
allá de mi voracidad, encontrando algo que aceptó.
—Diablos, eres fuerte. —Sus labios se posaron en los míos de
nuevo.
Sus dedos se apretaron alrededor de mi cara, sosteniéndome firme.
Su agarre fue a la vez reconfortante y un grillete.
La mayor parte de mí quería correr.
Pero mientras su lengua una vez más se burlaba de mi boca, solté
lo que debía y no debía hacer. En dos años, nunca me permití pensar que
me hallaba destrozada. No estaba rota. Aún vivía. Pero sabía algo que el
señor Prest no.
Al amo A no le importaría que su invitado no se hubiera acostado
conmigo. No le importaría que nada hubiera pasado realmente entre
nosotros. De todos modos, me mataría.
Había sido su trofeo más caro, pero esta noche era aquella en la
que otro hombre me mancilló, y me había deslizado de la repisa de la
chimenea a la caja.
A un ataúd.
Mi corazón se estremeció como si estuviera atrapado en un frasco
de dinero, desesperado por sentir algo bueno antes de que alguien más
malo pudiera encontrarme. Me incliné hacia el beso y le di una respuesta
silenciosa de que sí, quería que me besara, que sí, me sentía agradecida
por lo que me había dado, a pesar de que todavía lo odiaba por usar el
apodo de mi padre.
El beso cambió de extraño a acogedor; nuestros cuerpos cayeron
juntos. Sus manos se deslizaron de mi cara a mi cabello, tirando de mi
cabeza para besarme más fuerte. Mis dedos, tanto utilizables como rotos,
se enroscaron alrededor de sus muñecas, sosteniéndolo en lugar de
alejarlo.
Nunca pensé que encontraría algo tan singular y dulce.
Pero lo hice.
Él me había encontrado.
204

Me dio una noche de exigencias y aceptación, y se despidió.


Todo el control se drenó de mi cuerpo cuando mi cabeza cayó sobre
Página

su agarre. Me rendí por completo. Sea lo que sea esto, no quería que
terminara.
Sus labios presionaron los míos con más fuerza, alentando chispas
ya que nuestras bocas nunca se detuvieron.
Me moví inquieta y desesperadamente en tanto mi atención se
centraba en su hábil lengua y su magistral manipulación.
Me forzó en una marea extraña donde ya no escuchaba al mundo
exterior sino a mi interior.
Con el que había perdido el contacto desde que me asesinaron y
me compraron. El que era mucho más grande que el universo en el que
vivía.
La lenta incineración se aceleró cuando nuestra boca se volvió
hambrienta y desordenada. Ya no había sincronización.
—¿Lo sientes, Pim? —susurró entre besos—. ¿Sientes que tu
cuerpo se prepara para mí? —Su voz cambió a un gruñido, sus labios
brutales en los míos—. Mierda, te deseo.
Mi espalda se arqueó cuando él me empujó hacia adelante en su
abrazo.
Me pasó algo.
Ya no estaba en el mismo camino.
Me alejé.
No, fui arrastrada. Por este hombre.
Este ángel pecador que de alguna manera se convertiría en mi
defensor y liberador, todo en uno.
No lo conocía.
Pero lo deseaba.
Me salvó la vida al darme un segundo de felicidad. Quería que se
quedara en mi vida. Pero sabía que eso no era posible.
Prácticamente siseó con calor. No podía pensar mientras me
miraba así, me besaba de esta manera, me lo robaba todo.
Su lengua se deslizó tranquilamente a lo largo de mi labio inferior,
haciéndome anhelar lo que dio tan imprudentemente. Quería su lengua
sobre mí, dentro de mí, consumiéndome. Quería cosas que no entendía
o nunca pensé que debería considerar.
Su ceño fruncido expresaba furia, llena de lujuria. Gritaba sexo.
Pero no violación. Sexo. Sexo consensual, tan lejos del reino que conocía.
Su pecho se onduló cuando su mano ahuecó mi mejilla de nuevo.
Su vientre se apretó, haciendo a su dragón humear y chisporrotear.
205

—Finalmente te he hecho hablar, Pim. —El brillo en su mirada


bailaba con conocimiento—. Tu cuerpo me desea, incluso si tú no lo
Página

haces.
La oleada de emociones complicadas y desconocidas me golpeó tan
fuerte como los puños del amo A. No sabía por qué, pero en ese segundo
me sentí devastada, no por el placer que me había dado, sino por lo grave
que me golpearía una vez que se fuera.
Quería vivir en este momento por la eternidad.
Quería encontrar la autoestima y la felicidad en esta falsa unión.
Quería compañía, pero al desear eso, me debilité porque quería apoyarme
en él después de apoyarme en mí misma durante tanto tiempo.
Me gustaba él.
Me besó de nuevo, detuvo mis pensamientos y me obligó a
aceptarlo en un nivel más profundo de lo que jamás había pensado.
Ya no era un esclava encarcelada o atrapada.
Me besaron.
Besada.
El señor Prest se alejó lentamente, llevándose su calor, su
amabilidad y su protección.
Eso fue… no tenía palabras.
¿Exquisito?
¿Divino?
¿Espantoso?
Me cerní en la felicidad final de lo mejor que me habían dado en
tanto tiempo, cayendo en un letargo tan pesado y agotador que luché por
mantener mis ojos abiertos. ¿Qué me hizo? ¿Por qué me sentía drogada
y obsesionada y tan, tan cansada?
No se movió.
Su mirada libraba una guerra con cosas demasiado profundas y
peligrosas para solo un beso, y me sentí agradecida cuando sacudió la
cabeza, ocultando cuidadosamente lo que ocurrió.
Sus labios se acomodaron en una sonrisa satisfecha de sí mismo.
—¿Supongo que fue tu primera vez?
Mis mejillas se calentaron.
Cerré los ojos, ya bajando del torrente emocional al que me llevó.
Sus nudillos me dieron un golpe en el mentón, sobresaltándome
para que abriera los ojos.
—¿Cuántos otros primeros te han negado?
¿Que? ¿Qué quieres decir?
206

De pie desde su posición de rodillas, se sentó en la cama y se pasó


una mano por la boca.
Página

Algo caliente y necesitado saltó a la vida dentro de mí. No sabía qué


era, pero era tentativo como fuerte, confuso pero centrado.
Girándose para mirarme, presionó la punta de su dedo contra mi
frente. —¿Alguien te ha hecho mojarte solo por hablar contigo?
¿Diciéndote qué te van a hacer? ¿Dándote detalles explícitos de lo que les
gusta de tu cuerpo, cómo suenas, cómo sabes, cómo suplicas? —Se
inclinó más cerca y su barítono me emborrachó—. ¿Susurrando lo
jodidamente mucho que necesitan estar dentro de ti hasta que te rompas
en el instante en que lo recibes?
Guau…
La conmoción y el poder de su voz casi me hicieron olvidar mi
silencio. Mi cabeza se movió ligeramente de lado a lado en un no muy
claro.
Exhaló pesadamente. —Supongo que esa es otra primera vez.
Finalmente, respondiendo una pregunta. —Sus dientes destellaron en las
luces bajas—. No te preocupes. No lo diré.
Lo extraño fue que le creí. Odiaba al amo A casi tanto como yo. No
correría hacia él y contaría lo que acabábamos de hacer. No lo
beneficiaria de ninguna manera.
Me puse rígida cuando su dedo se alejó de mi frente hacia mi nariz,
mis labios. —¿Qué hay de esta primera? —Su cabeza cayó y su boca se
posó sobre la mía para otro breve beso—. ¿Alguien alguna vez te ha
besado tan malditamente duro que estuviste magullada cuando te
alejaste para tomar aire? ¿Alguien te ha besado durante jodidas horas,
atormentándote hasta que empapaste su polla?
Dios, detente.
Cerré la boca con fuerza. Una ligera ternura existía en sus
acciones.
Esta vez, luché contra las ganas de responder, pero leyó la forma
en que me lamí el enrojecimiento que dejó.
Me estremecí cuando se balanceó lejos, eliminando la tentación de
su beso.
La charla de las primeras veces y la indescriptible forma en que
hablaba sobre ellas alejaron mis circunstancias y me hicieron desear.
Desear una vida para entregarse a las primeras veces. En lugar de
desear que la muerte las termine.
Su dedo volvió a moverse, dejando mi boca para deslizarse a lo largo
de mi mentón y por mi cuello hasta mis pechos. Acunando uno,
murmuró—: ¿Qué hay de aquí, Pim? ¿Alguien ha succionado tan
malditamente duro tu pezón que se ha hinchado y tensado? ¿Alguien lo
207

mordisqueó hasta que suplicaste misericordia o sujetó juguetes en ti para


que obedecieras todas las órdenes? —Su toque hizo rodar mi pezón,
apretándolo solo un poco.
Página

No…
Mi respiración se convirtió en jadeos cuando la punta de su dedo
trazó la suave curva de mi pecho, mi caja torácica y mi cintura hasta
finamente llegar a mi ombligo. Su intensa mirada insinuó que deseaba
tocarme entre las piernas, pero que no lo haría.
Atrapada en la loca red que habíamos tejido, temblé cuando dijo—
: Quería darte otra primera vez. Un orgasmo. Ahora veo que sería
imposible para ti porque nunca sentiste verdadero placer.
Su frente se arrugó. —Hay tantas otras primeras veces que explorar
con tu coño, Pim. ¿Alguna vez has sentido la lengua de un hombre en tu
interior? ¿Su boca en tu clítoris? ¿Qué hay de sus dedos tan
malditamente profundos que te olvidaste de ser humana y en cambio te
convertiste en un animal?
La tensión de mis extremidades me cubrió con una seducción aún
más sensual.
—Quiero darte tantas primeras veces. —Se inclinó hacia mí con los
ojos entrecerrados y la boca a solo milímetros de la mía—. Quiero…
El desastre ocurrió.
La puerta se abrió de golpe.
Las balas traquetearon doblando las bisagras y astillando los
paneles de madera.
¡No!
Los gruñidos de Tony rompieron el silencio mientras destruía la
entrada con un bate de béisbol, demoliendo la única cosa que nos
protegía.
El amo A se hallaba de pie detrás de él, ladrando órdenes.
Mi corazón corrió de la tentativa de vagar en el paraíso y se estrelló
nuevamente en su prisión.
¡No, no, no!
Era por eso lo que nos había dado tanto tiempo. El por qué el señor
Prest tenía el privilegio de acostarse a mi lado ilesamente.
El amo A llamó por refuerzos.
—¿Qué demonios? —El señor Prest se puso de pie con el cuerpo
erguido y listo para una pelea—. Vete de aquí. No he terminado.
Me encogí cuando entró en la habitación. Tenía un arma en la
mano.
Nunca lo había visto con el revolver negro, pero la forma en que lo
208

manejaba con confianza y precisión me dijo que no era ajeno a esas cosas.
Su mirada saltó entre mi desnudez y la forma de los pantalones del
Página

señor Prest. —¿Te divertiste follando a mi esclava? —Inclinó la cabeza


condescendientemente, mirándome—. ¿Te comportaste, Pim?
Bajé la mirada, ocultándome detrás del cabello enmarañado por el
sueño.
¡Vete a la mierda, mutante!
La espada y el escudo proverbiales con los que habitualmente
luchaba habían sido estúpidamente abandonados durante el perverso
beso del señor Prest.
Ya no tenía la fuerza para luchar. Para seguir viviendo en el odio y
el dolor.
Preguntas sin sentido se desataron cuando hice mi mejor esfuerzo
para hundirme en la muda protección.
¿Cuánto tiempo me había dejado descansar mientras trazaba las
caricias más dulces en mi espalda? ¿Cuánto tiempo habíamos
desperdiciado que podríamos haberlo pasado besándonos antes de que
el amo A llegara para separarnos?
No importa.
Se acabó.
Estaba sola nuevamente. Como siempre.
El señor Prest contuvo la respiración. —¿No me has oído? Dije.
Que. No. He. Terminado.
—Oh, sí, jodidamente lo has hecho. —Se puso rojo como un ladrillo
por la rabia mientras su mano temblaba alrededor del arma—. Sal.
Quiero ese yate, señor Prest, pero te he pagado más que suficiente. ¡Vete!
Mis hombros se desplomaron cuando una cristalina conclusión me
golpeó. Mis planes de usar al señor Prest se desvanecieron. Nunca me
liberaría. Tenía un contrato con mi dueño, y ese contrató triunfó sobre
cualquier tonto beso que acabábamos de compartir.
No le pidas más.
Sería tu culpa si muriera.
Lágrimas llenaron mis ojos en tanto el amo A avanzaba. Apenas me
miró, estaba obsesionado con echar al intruso de su casa.
El hecho de que haya esperado a que Tony actuara como apoyo
reafirmó lo cobarde que era. No podía tolerar enfrentar al señor Prest solo.
El cañón de la pistola subió, apuntando directamente a su tatuaje
de dragón.
Recuerdos de él narrándome la cuenta de los asesinatos de mi
cobarde dueño enviaron una catastrófica energía a mis piernas. Conocía
209

mi destino. Lo aceptaba. Pero no dejaría que otro sangrara por mí, incluso
si él no fuera inocente de crimen.
Página

El señor Prest era el único hombre que fue amable conmigo.


No lo veré morir.
El instinto controló mi cuerpo. El impulso anuló la cordura y la
sumisión. Hice algo que nunca había hecho. Y no lo hice por mí.
Lo hice por él.
Corriendo hacia adelante, me coloqué frente al ladrón que me había
besado. Frente al arma. Frente a lo que sea que me pasara debido a mi
atrevida estupidez.
La habitación se quedó en silencio.
Me quedé inmóvil.
El horror por lo que acababa de hacer se combinó con pesos de
plomo, haciendo que me hundiera, hundiera, hundiera con miedo.
La boca de Tony boqueó mientras su mirada acuosa quedó fija. —
Santa mierda.
Los ojos del amo A literalmente se salieron de su cabeza. Balbuceó
con lívido disgusto—: Sal del jodido camino, Pim. Lidiaré contigo más
tarde.
Mis hombros se cuadraron sin importar que mi desnudez no ofrecía
protección. Nadie más me defendería. Moriría. Pero al menos el triste
círculo terminaría.
El terror que había vivido rodó a través de mi columna vertebral
mientras luchaba con el impulso de apartarme y obedecer. No sabía por
qué defendía a un hombre del doble de mi tamaño con muchas más
habilidades para mantenerse vivo que yo.
Pero lo hice.
Era mi último intento de ser Tasmin antes de que Pimlico se fuera.
No le dispares.
Déjalo ir.
El señor Prest me tiró detrás de él, envolviendo su desnudo brazo
a mi alrededor. —Está confundida. Le ordené que me protegiera si
malditamente irrumpías. —Sus dedos se clavaron en mi piel—. No la
lastimes por una orden que le di.
Estás mintiendo.
Está intentando protegerte.
—Oh, va a ser bien lastimada. No te preocupes por eso. Por todo lo
que tienes que preocuparte es por sacar tu jodido trasero de mi casa.
¡Ahora mismo! —El dedo del amo A se burló del gatillo, apuntándole
directamente hacia el tatuaje. Inclinando la cabeza hacia el desastre que
210

Tony había hecho de la puerta, gritó—: ¡Te quiero fuera!


—No está amaneciendo.
Página

—No me importa.
—Ella es mía hasta que me vaya.
—Incorrecto. —Su mano blandió el arma—. Es mía, imbécil. No lo
volveré a pedir.
El señor Prest no se movió. Simplemente se cruzó de brazos.
Me paré en puntillas detrás de él, queriendo estar en posición para
correr o arrodillarme, necesitaba hacer algo para detener la tensa
situación.
El amo A cambió la táctica. Sus ojos azules sonrieron cruelmente
cuando movió el cañón del arma del intruso a mí.
Me puse rígida.
—Tienes algo que quiero, señor Prest. Considérate jodidamente
afortunado, porque si no lo hicieras, te habría disparado en el momento
en que tomaste a mi Pimlico. Sin embargo, querer algo también es tu
problema.
Jadeé cuando todo se ennegreció con un inminente asesinato.
El siniestro agujero de donde me dispararía una bala me hipnotizó.
No podía apartar la mirada.
Si esta era la manera más humana en que terminaría, que así sea.
Tuve mi primer beso verdadero. Fui tratada bien por primera vez en años.
Si este era el epílogo de mi horrible y terrible historia, me parecía bien.
Mis músculos se relajaron, listos para aceptar el desgarro del
lacerante e insoportable plomo.
Por favor, deja que sea un disparo limpio.
—Quieres a esta puta. —Agitó el arma—. La quieres lo suficiente
como para mantenerla viva. Con mucho gusto la mataré si eso hace que
cumplas con nuestro trato.
Hazlo.
Termina con esto.
El rostro del señor Prest se volvió monstruoso. —¿Matarías a tu
propia esclava con tal de no darme un par de horas más?
—Absolutamente. —Su respuesta fue instantánea—. Entonces,
¿qué será? Ella o tú. He sido muy tolerante. Necesita una maldita ducha
para deshacerse de tu inmundicia y luego un recordatorio de a quién le
pertenece.
Sólo dispárame.
No quería un recordatorio. No quería que nadie volviera a tocarme.
El señor Prest se enfureció. —Eres un imbécil.
211

El amo A le enseñó los dientes. —¿Qué será?


Página

—No lo harás.
—¿No lo haré? —Su frente se arrugó de rabia—. ¿Quieres que
malditamente te lo demuestre?
Él lo hará.
Tal vez, ¿ese era el plan del señor Prest? ¿Qué me disparen para
que él pueda alejarse, sabiendo que ya no sufriría más? Dijo que no le
importaría lo que me hicieran, que todos teníamos demonios personales
que soportar.
Era misericordioso eliminarme de esta manera.
El amo A se dirigió hacia mí y me agarró el pelo con un puño,
acercándome bruscamente. —Vamos a ver cuánto sangra, ¿de acuerdo?
El señor Prest dio un paso, olvidándose de sí mismo mientras la
furia cubría sus rasgos. —Quita tus manos de ella.
La fría amenaza de muerte se alojó en mi sien cuando el amo A
gruñó—: Mi paciencia se agota. —Presionó más fuerte el arma contra mí.
El olor fuerte del metal me subía por la nariz.
—Dile adiós a la puta. Mantén tu maldito yate, yo no...
—¡Para! —El señor Prest dejó caer sus brazos, extendiendo sus
manos en señal de rendición—. No la mates. —Su mirada se clavó en la
mía, llena de lívida acritud y disculpa—. Acabas de cometer el peor error
de tu vida, Alrik Åsbjörn.
El arma se retorció contra mi cabeza. El proyectil redondo
entumeció mí cráneo donde una bala rebotaría y terminaría conmigo.
—Incorrecto, Elder. Tú lo hiciste. Dame lo que quiero, por la jodida
mierda que pagué, y me olvidaré de que esto alguna vez sucedió.
El señor Prest se rio. El sonido aterrizó agresivamente en el suelo,
disparando con alegría gélida y promesas árticas. —Cuarta vez que
usaste mi nombre—. Asaltando hacia adelante, dijo bruscamente—: Me
acabas de joder, Alrik y eso no es algo malditamente bueno que hacer.
Recogió la chaqueta y la camisa de la alfombra y me miró. —Pensé
que podía hacerlo. Pensé que podría verte morir. Pero no lo haré. Tu vida
es tuya y ya no me meteré en ella.
Sacudió la cabeza. —Demasiado para más tuteos, Pim. Lo siento.
La cara roja del amo A fluyó como lava mientras arponeaba la
pistola en el aire. —¡Afuera!
—Te arrepentirás de esto. —El señor Prest bajó la mandíbula, con
mirada asesina—. Te haré maldecir todo lo que eres. —Señalando con un
dedo hacia mí, gruñó—: No la lastimes. Es mi culpa, no la de ella. Déjame
arreglar mis propios errores. —Lanzándome una última mirada ilegible,
desapareció por la puerta.
212

¡Espera, no te puedes ir!


Página

En el momento en que desapareció, el amo A sonrió. —Supongo


que gané eso, ¿eh? Mierda, esto me la pone dura. —Me besó en la
mejilla—. Métete en la ducha. Tengo algo especial planeado para ti. —
Con la amenaza persistente en el aire, me apartó y siguió a su invitado
no deseado, dejándome sola con Tony.
Tony, el imbécil que me compartió demasiadas veces, me lanzó un
beso atroz. —Haz lo que él dice, cariño. Los juegos comenzarán tan pronto
como ese bastardo se haya ido. —Se dio la vuelta para irse y luego se
detuvo. Una fuerte carcajada cayó de sus labios. Inclinándose, levantó el
cuchillo que el señor Prest robó del garaje.
Mi corazón se hundió aún más en arenas movedizas.
Mierda.
Tony se giró, golpeando la hoja contra el bate de béisbol con el que
había golpeado la puerta. —¿Escondiendo contrabando ahora, dulzura?
—Su risa me enfermó—. Solo agregaremos eso a la cuenta de tu mal
comportamiento y nos aseguraremos de que aprendas tu lección.
Me hizo un gesto con el cuchillo. —Te veo pronto.
Salió.
Sus pasos hicieron eco cuando se encaminó por las escaleras,
golpeando el bate de béisbol en la barandilla.
Un ataque de pánico se abalanzó tirando a matarme, sofocándome
al instante.
No podía respirar
La habitación se redujo.
La infelicidad estancada se precipitó.
Las lágrimas corrieron por mi garganta mientras les prohibí que
salieran de mis ojos.
Estaba agradecida de que el amo A se hubiera ido.
Pero grité al agujero que dejó el señor Prest. Un agujero que fue
cálido y casi feliz durante unas pocas horas ahora silbadas con
vendavales de miedo cavernoso.
¿De verdad acaba de salir por la puerta?
¿Sin un adiós?
Sin un…
¿Qué?
¿Un gracias?
¿Qué esperabas? Te dio placer. Te dejó dormir tranquila. Te dio más
regalos que nadie, ¿y esperas más de él?
213

Me reí sin hacer ruido. Era una idiota. Una idiota muerta.
Página

Respiré profundamente a medida que mi pulso latía


aceleradamente, tratando desesperadamente de calmarme.
¡No tienes tiempo para esto!
¡Respira!
En el momento en que el señor Prest fue expulsado de la casa, el
amo A regresaría. Y no tendría el arma con él. Tendría formas mucho más
inventivas de matarme. Maneras que le darían entretenimiento y placer.
Si solo hubiera dejado el arma en la cama.
La habría agarrado, me la hubiera puesto en la boca en la boca,
envuelto mis dedos alrededor del gatillo y hubiera dicho adiós.
Habría intercambiado cualquier esperanza del cielo por suicidarme
solo por la burla de estar finalmente libre de este purgatorio. Daría la
bienvenida a la muerte con alas de plumas heladas, con la esperanza de
haber pagado la suficiente expiación para una vida mejor.
¿Cómo sobreviviría a esto?
En tanto mi mente se amotinaba y mi cuerpo seguía asfixiado por
el terror, recuperé una última voluntad y un testamento en mi cabeza.
No es que tuviera nada que dar.
Me apresuré de vuelta al pasado y mi habitación en Londres,
reviviendo cenas con mi madre en nuestra mesa junto a la ventana y
escondiéndome viendo basura en la tv cuando se suponía que hacía la
tarea. Repasé mis escasas pertenencias infantiles que, en ese momento,
me habían parecido tan importantes y ahora eran completamente
intrascendentes.
A mi madre, le dejo mi rara colección de sellos ingleses. A mi amiga,
Amanda, le dejo mi colección de DVD de Anne of Green Gables:
Basta, ratón. Sólo… detente.
Me estremecí
Me llamé Ratón, igual que el señor Prest. Pasé demasiado tiempo
en mis recuerdos, demasiado tiempo con un hombre que me hizo
recordar otra forma de vivir.
Me desplomé en conmoción y horror, tropezando con el colchón,
pero en cambio me puse de rodillas. Mi corazón sacó su batería para
tamborilear y sonar los platillos.
No dejes que me lastime. No otra vez.
Hubiera preferido que me dispararan.
Cien veces más.
Quería que mi primer beso fuera mi último recuerdo. Quería ir a
un sueño sin fin donde encontraba a mi padre y él tenía mi reloj Minnie
214

Mouse. Quería tantas cosas que nunca ganaría.


Pero tanto como me dolía el corazón, y deseaba odiar al señor Prest
Página

por hacerme vivir, aunque solo fuera por un momento antes de la muerte,
no podía despreciarlo. Hizo lo que dijo y me sacó de su sistema. Me besó
para deshacerme de cualquier agarre que tuviera sobre él.
No me prometió nada más. De hecho, su único juramento fue que
me usaría y luego me dejaría.
Lo cumplió.
Yo no era suya.
Era del amo A, y el contrato del acuerdo estaba listo.
Luchando contra el abandono y la insensatez, mucho más
dolorosas que las heridas abusivas que había sufrido, mi mundo se
oscureció una vez más cuando cerré los ojos y me preparé para encontrar
mi final.
Agarré la sábana, tirando de ella para cubrirme. Sin embargo, algo
arrugado revoloteaba con la blancura, aterrizando en el suelo a mi lado.
El choque de algo desconocido interrumpió mi ataque de pánico.
¿Qué demonios?
Hipando, me senté erguida. Me temblaban las manos mientras
recogía el billete de un dólar.
Un billete de un dólar estadounidense.
Pero no se encontraba doblado como el dinero normal. No estaba
plano ni arrugado a la mitad como otras divisas bien tramitadas. Este
tenía la forma de una pequeña mariposa con alas y delicadas antenas.
El verde claro de la nota dio la ilusión de que las alas estaban
hechas de hilo y tinta, mientras que su cuerpo estaba envuelto en el valor
numérico de la riqueza del papel.
Es tan lindo.
¿Pero de dónde vino?
La respuesta fue obvia.
Él.
¿Pero por qué?
Tocando el pergamino de lino, destellé de ira. Mi ataque de pánico
se desvaneció, encontrando fuerza una vez más. ¿Fue esta la forma del
señor Prest de pagarme por lo que hicimos? ¿Sólo valía un dólar?
En lugar de un origami bonito, todo lo que vi fue algo barato. Algo
que me hizo sentir barata.
¿Fue nuestro beso tan poca cosa?
Tirándolo, el destello de la escritura negra me rogó que lo
desplegara.
215

No me gustaba la idea de destruir la creación, incluso si era


degradante, pero la curiosidad ardía demasiado. Tomé la pequeña
Página

mariposa, luego tiré de las líneas dobladas para revelar la nota que había
dentro.
Garabateado con caligrafía masculina, la carta decía:
Vine aquí para sacarte de mis pensamientos. Pero te quedaste
dormida, y estoy empezando a dudar de que alguna vez lograré eso. Para
un hombre como yo, eso es un problema. Por lo tanto, me voy en el momento
en que te despiertes.
Adiós, silenciosa.
Eso fue todo.
No hay promesas de regresar o insinuaciones de que me pediría
compartirme de nuevo. Había tenido su única noche y fue lo
suficientemente sincero como para que yo no fuera suficiente para captar
su atención.
Sus palabras se agudizaron hasta que brillaron con púas
punzantes, entregando veneno en mi corazón.
No lo odies.
No mueras con odio.
Si ese era el único placer que tenía, al menos sabía cómo se sentía.
Tengo que decirle a Nadie.
Tengo que escribirlo para que nunca lo olvide.
El señor Prest se convertiría en un producto de mi imaginación,
encerrado para siempre en mi novela de papel higiénico.
No le diría a nadie sobre él.
No envejecería para conocerlo o cuidarlo.
Solo una razón más por la que me quedaría en silencio para
siempre, guardando mis secretos.
Hasta el final.
216
Página
28
Traducido por Val_17
Corregido por Amélie

Elder
¡Cómo jodidamente se atrevió a echarme!
¿Acaso pensó que nuestro trato se llevaría a cabo según lo planeado
después de tal grosería? ¿Creía honestamente que no lo rompería en
malditos pedazos por la falta de respeto que mostró?
Lo habría lastimado por lo que le hizo a Pim, pero lo mataría por lo
que me hizo a mí. A nadie se le permitía tal intolerable insolencia.
Si me hubiera dado unos minutos más, habría salido por la maldita
puerta por mi propia voluntad.
Habría huido debido a su esclava.
Ese beso… mierda.
Nunca debí hacer eso.
Gran error.
Un error malditamente enorme.
Y ahora, Alrik cometió el suyo.
El amanecer acababa de comenzar, pero quería salir de ese agujero
blanco infernal. ¿Tocarla? ¿Probarla? Joder, era más de lo que podía
manejar. No tenía intención de volver a estar a solas con ella porque
conocía mis problemas y sabía qué pasaría si lo hacía.
Me alegré de que perteneciera a otro.
217

De esa manera, no tenía forma de regresar por unos segundos más.


Por un momento horrible, quise que él le disparara. Me imaginé la
Página

bala desgarrando su cerebro y la luz en sus ojos apagándose. Ella se


habría ido y eso me concedería la absolución.
Si estuviera muerta, era libre de mí y de Alrik.
Estuve tan malditamente cerca de permitirle apretar el gatillo.
Pero a pesar de que lo correcto era sacarla de su miseria, no tuve
las pelotas para tener su muerte en mi conciencia.
Ya tenía bastante vergüenza para devorarme.
No podía lidiar con más.
No, me fui porque ella no era mi problema.
Su vida, sin importar si se encontraba llena de miseria o felicidad,
no era mi problema.
Ella. No. Es. Mía.
Tenía que creer eso y aceptarlo si quería alguna posibilidad de estar
un poco más cuerdo.
Ya tuve mi cuota.
Había.
Terminado.
—¿Señor? —Selix salió rápidamente del auto mientras caminaba
hacia él, poniéndome la chaqueta. Los bolsillos chirriaban con cosas que
saqueé mientras abrochaba el botón central. El pobre tipo (fiel a su
palabra) pasó la noche esperando. Sabía que prefería hacer negocios por
mi cuenta. Podía manejar mi seguridad si alguien decidía traicionarme,
no lo necesitaba para eso. Pero agradecía que estuviera aquí para
llevarme lo más lejos posible de este maldito lugar y de Pim.
Será lastimada.
No es mi problema.
Podría matarla.
No es mi problema.
Cuando la llevé al segundo piso, lo hice con la promesa de matarla
después.
No cumplí esa promesa.
¿Qué importaba si era yo o Alrik quien finalmente lo hacía? ¿A
quién le importaba si me encontraba allí para mirar o de regreso en el
océano donde pertenecía?
¡Mierda!
Selix se aclaró la garganta. —¿Todo bien?
Nada está bien.
218

—Quiero irme. De inmediato. —Me pasé las manos a través del


cabello—. ¿Está listo el yate?
Página

Abrió la puerta trasera. —Sí. Todo preparado y listo para navegar.


—Bien. Quiero irme de este país de mierda tan pronto como se
pueda.
—Llamaré para adelantar todo. Para asegurarme de que nos
vayamos al momento en que subas a bordo. —Cerró la puerta,
encerrándome en el sedán negro antes de apresurarse hacia el lado del
conductor.
Echando un último vistazo a la prisión de Pim, murmuré—:
Llévame al Phantom. Ahora.
219
Página
29
Traducido por Dakya & Beatrix
Corregido por Amélie

Pimlico
Querido Nadie,
No sé qué paso.
Todas mis notas y confesiones para ti... han desaparecido. ¿Los
tomaste? Por favor, dime que los tomaste. Puedo soportar eso. Dime que
estás harto de que te escriba, y los tiraste al inodoro, los quemaste o los
arrojaste por la ventana.
Dime cualquier cosa siempre y cuando no sea que el amo A te
encontró.
¡No me digas eso!
Estaban allí antes del desayuno de ayer. Lo comprobé.
No verifiqué anoche porque el señor Prest me hizo compañía.
Pero ahora, te he perdido.
¡No quiero perderte!
Oh no. Lo oigo venir.
Mierda, Nadie... y si él...

—Maldita perra. —El amo A irrumpió a través de la habitación,


tomó mi carta y la hizo confeti.
¡No!
220

Mi corazón gritaba como si hubiera asesinado a un amigo vivo que


respiraba.
Página

—¡Todo este tiempo, has estado escribiendo y ocultándomelo!


¡Detente!
Me encogí, deslizándome de la cama para inclinarme en el suelo.
Toda la humanidad y la autoconciencia que gané gracias a unas pocas
horas con el señor Prest desaparecieron. Me deslicé de nuevo en mi papel
de esclava, presionando mi frente contra la alfombra.
No me hagas daño
Sólo mátame.
Deseé la libertad. Le rogué por la felicidad. Pero no encontraría
ninguno de esos aquí, especialmente ahora que mis notas a Nadie se
habían desvanecido y el señor Prest se había ido.
Se había ido, sabiendo lo que sufriría, comprendiendo lo severo que
sería mi castigo si me tocaba.
¡No es justo!
Nada de esto está bien.
—¡Jodidamente me ocultaste esto! —Extendió su mano incluso
cuando las palabras destrozadas goteaban de sus dedos—. Dame el resto.
¡Ahora!
Las lágrimas se deslizaron por mi nariz, filtrándose en las hebras
blancas debajo de mí. Debería estar aliviada. El amo A no había sido el
que las tomó.
No era un buen mentiroso. Prefería regodearse demasiado.
Eso significaba que el ladrón era el señor Prest.
¿Por qué?
¿Cómo pudo hacerlo?
Una bofetada me pintó la mejilla. —Dame las otras páginas, Pim.
No me hagas pedirlo de nuevo.
¡No las tengo, imbécil!
¿Cómo pudo el señor Prest tomar mis últimas posesiones? No
después de que se robó todo con su beso...
¿Cómo las encontró?
Mientras dormías. Mientras confiabas.
Eso no es posible.
¿O sí?
—El silencio no guardará tus secretos esta vez. —El amo A se
paseaba, con su cuerpo exaltado con adrenalina—. No me digas dónde
están. Destruiré tu habitación y las encontraré yo mismo. —Agachándose
221

en cuclillas, siseó: —Y cuando lo haga, el castigo será la segunda cosa


más dolorosa que vivirás.
Página

Espera, un segundo.
¿Cuál fue el primero?
¡Qué pregunta tan estúpida!
Mis fosas nasales se ensancharon cuando mi mente trató de
desenredar el rompecabezas.
La confusión me mantuvo aturdida, propensa a su puño mientras
navegaba por el aire, conectando con un horrible golpe en el costado de
mi cráneo.
Oh Dios…
La agonía de Cristo. La presión. El latido.
Envolviendo mis manos sobre mi cabeza, me caí de lado,
mordiéndome la lengua para evitar llorar.
—Puedes evitar esto, si me dices dónde están las demás. Te daré
una última oportunidad.
Parpadeé viendo estrellas a medida que mis ojos recorrían mi
habitación, haciendo todo lo posible para detectar las páginas antes de
que él pudiera.
Si el señor Prest las había encontrado, ¿por qué las tomó? ¿Tal vez
no sabía qué era el papel y los dejó en mi cómoda o abandonados en el
suelo? ¿Para eso era la mariposa del dólar? ¿Como pago por mis
pensamientos más oscuros, más profundos?
Él es un ladrón
Tomó mi primer beso.
Al igual que mis notas.
¿Pero por qué?
—¡Respóndeme! —El amo A me golpeó de nuevo.
Las estrellas se convirtieron en rayos de sol, destruyendo mi visión
por completo.
Cada centímetro de mí quería arrastrarse, correr, correr a toda
velocidad. No pude detener mi mente corriendo.
¿Por qué robó mis preciadas palabras?
¿Para leer mis emociones y reír? ¿Reírse de mi estupidez y
esclavitud?
Dijo que se olvidaría de mí.
¿Por qué llevarse algo para recordarme?
Mis manos arañaron la alfombra mientras recorría la actual ola de
agonía. La mariposa desplegada en dólares me rozó los dedos, tan rota
222

como yo.
Tomándola, lo usé como un talismán de esperanza. Mientras lo
Página

sostuviera, sobreviviría.
Me levanté, haciendo mi mejor esfuerzo para alejarme del abuso.
En cuclillas junto a mi cabeza, se rio entre dientes. —¿Tratando de
alejarte de mí, dulce Pim? Estúpida. Sabes que no hay a dónde ir; ningún
lugar para esconderse. Unas horas con ese hijo de puta y ya estás
arruinada.
Mi estómago se revolvió de náuseas cuando se levantó de nuevo.
—Pero no te preocupes. Me aseguraré de que recuerdes quién es tu
amo y qué sucede cuando te olvidas.
Mis labios se separaron en busca de oxígeno agrio mientras salía
de la habitación, su risa fría lo seguía.
¿Qué hará él?
No quiero saber
En los pocos minutos que estuve sola, no me molesté en tratar de
sentarme. Me quedé acurrucada de costado, cuidando mi cabeza
mareada, golpeando y agarrando mi único dólar.
Regresó.
Logré ahogar mi sollozo cuando mi mirada se posó en lo que
descansaba en sus manos. Él había cambiado el revólver negro por lo que
más odiaba.
La soga.
La soga que usaba para colgarme como una estrella de cuatro
puntas de su techo. La soga que usaba como correa, collar y herramienta
disciplinaria.
Mi enemigo más odiado.
Me apresuré hacia atrás cuando agarró mi cabello, girándolo
alrededor de su muñeca. —Vas a aprender, Pim. No quieres hablar Bien.
No hables jodidamente. Escribe tus estúpidas notas en un diario al que
no le importas. Incluso miénteme y escóndelo. Todo eso es perdonable
porque eres mía, dulce pequeña Pimlico, y ser mía significa que soy dueño
de tu mente, pero también tolerante.
Sus dedos se apretaron, arrancando algunas hebras de mi cuero
cabelludo. —Pero si crees que puedes pasar la noche con un jodido
extraño, acostarte a su lado, fantasear con tener su puta polla dentro de
ti y mantener en secreto lo que le dijiste, piénsalo de nuevo.
Envolviendo la cuerda gruesa alrededor de mi cuello, tiró con
fuerza. —Vas a decirme lo que pasó. Vas a decirlo, Pim. He sido lo
suficientemente paciente. Hablaste con él, ¿verdad? —Baba salió volando
de su boca cuando me arrastró desde mi habitación y por el pasillo. —
223

¿Quieres que él sea tu amo y no yo? No puedes negarlo.


La alfombra me quemó las manos y las rodillas mientras hacía lo
Página

posible por seguirle el paso, pero fracasé.


Mis dientes chocaron cuando me tiró por la escalera. Perdí el
equilibrio, salté hacia abajo cuando él apretó el nudo, ahogándome
cuando me detuve en una maraña de partes del cuerpo en la parte
inferior. Mis articulaciones bramaban, pero nunca solté mi mariposa del
dólar.
—Vete a la mierda. —Tirando de la cuerda, me obligó a
arrodillarme.
Hojeé el almanaque de mi dolor, viendo si había nuevas entradas
para temer. Mi mano rota gritaba, pero nada más parecía estar
destrozado.
—Te voy a enseñar...
Ding, dong.
Se quedó helado cuando el sonido del timbre de la puerta atravesó
la casa.
Jadeé, incapaz de detener el torrente de lágrimas ahora que
comenzaron.
¡Regresó!
Gracias a todo lo que es santo, regresó.
Sin embargo, mientras celebraba con alivio, el amo A sonrió con
depravación. —Ah, justo a tiempo.
Espera, ¿a tiempo?
¿Quién está en la puerta?
El pánico siseó a través de mi sangre como el terror más grande
que jamás conocí.
¡No!
¡Para!
Mis dedos volaron a mi cuello (mano rota y todo), arañando la
tosquedad apretada.
¡Quítatelo!
¡Ya no puedo hacer esto!
El amo A tiró de la cuerda con fuerza como si fuera un caballo
ingobernable atado con riendas. —¡Detente! —Se dirigió al salón,
arrastrándome detrás de él, cortando el suministro de aire mientras la
soga se hacía más y más apretada.
Mis ojos se llenaron de presión mientras la presión crecía en mí ya
palpitante cabeza.
Empujándome en medio del espacio con tirones pequeños y
224

apretados, me ató a la pata de la mesa de café. —Quédate.


No pude detener mi diabólica esperanza cuando desapareció para
Página

abrir la puerta principal.


Por favor, que sea él.
Cada clic de sus zapatos rogaba que fuera el señor Prest.
¿Estaba mal que hubiera abandonado la esperanza de libertad y
me conformara con un nuevo amo? La libertad era inalcanzable, pero un
nuevo propietario podría ser factible.
Si él regresaba por mí, podría conservarme. No trataría de correr o
matarlo.
Solo sálvame y soy tuya.
Pero yo era estúpida.
Los instintos sabían la verdad. El amo A estaba feliz, no furioso.
Tony acechó en la cocina, mirándome con ojos malvados. —¿Estás
lista para un poco de diversión, Pim?
Agarré mi dólar doblado mientras las voces masculinas se
acercaban a mis oídos, haciendo eco con dos juegos de pisadas.
—Me alegro de que estés aquí. —El amo A apareció, sonriendo a su
amigo.
Cada última esperanza y noción estúpida de un final sin dolor se
evaporaron.
Darryl.
—Hola, amigo. —Tony se deslizó hacia él, golpeando a Darryl en la
espalda.
—Vamos a tener una fiesta, ¿eh? —Darryl sonrió—. ¿Dónde está el
pequeño demonio?
—Justo allí. —El amo A señaló en mi dirección.
La mirada de Darryl se posó en mí, sus dedos se apretaron
alrededor del bolso negro que llevaba. —Hola, Pimlico. He oído que has
sido una niña mala. —Su cabello rubio y sucio combinaba con el del amo
A, haciéndolos hermanos en pecado si no en sangre.
—Muy mal, me temo —murmuró el amo A—. En el minuto en que
ese bastardo me entregué por lo que pagué, está muerto. Si no necesitara
tanto su producto, lo mataría en cuanto ingresara en mi casa.
—¿Qué hay de bueno en lo que puede hacer, de todos modos? —
Tony se limpió la nariz con el dorso de la mano—. Es sólo un yate.
El amo A gruñó—: No es solo un yate. Es una ciudad flotante. No,
es más que eso. Es un arca, idiota. Y necesito jodida protección.
Darryl sonrió. —¿Finalmente te quedas sin dinero, A? ¿Los
tiburones de préstamos vendrán a tocar a tu puerta?
225

—Nada de tu maldito asunto. —El amo A se rio de repente—. Solo


digamos, los únicos tiburones que quiero a mi alrededor son los que están
Página

debajo de mi yate totalmente blindado donde puedo atacarles con mierda


nuclear.
—Bien. —Tony soltó una carcajada.
Sus voces eran tan nauseabundas como las navajas de afeitar
sobre un vidrio.
Odiaba esta parte. La anticipación de lo que harían. La facilidad de
conversación entre amigos antes de lastimarme solo por diversión.
Miré detrás de ellos, tensándome por si Monty se unía. Pero no
hubo más visitantes.
Debería alegrarme. Hoy solo tenía que entretener a tres en lugar de
a cuatro.
Puedes hacerlo.
Lo has hecho cientos de veces antes.
Entonces, ¿por qué esto se sintió mucho peor?
—Bien, suficiente charla. Empecemos. —Deshaciendo la cuerda de
alrededor de la pata de la mesa de café, el amo A me levantó con un tirón
y una patada bien colocada en mi muslo. En el momento en que fui de
ser una pelota para estar recta, dejó caer la cuerda entre mis pechos
desnudos—. No puedo creer a ese bastardo. Tocó a Pim. Él tocó a mí Pim.
Estuvo a punto de follarla, el idiota.
Eso no es cierto.
Y no podía descifrar por qué me sentía frustrada con eso. ¿Por qué
me amenazó con sexo, pero nunca lo cumplió? ¿Había fallado de alguna
manera? ¿Decidió que era un riesgo demasiado alto el dormir conmigo?
Si temía dormir con una esclava debido a enfermedades, no tenía
que preocuparse. Había perdido mi virginidad con este ogro y sus amigos
se sometieron a pruebas antes de que el amo A los dejara cerca de mí.
—Se ha ido ahora. Es hora de que ella pague. —Darryl se lamió los
labios, se alejó con el amo A y Tony, con la cabeza gacha, discutiendo mi
castigo.
Amaban esta parte, inquietándome, construyendo mi terror.
Murmuraron y maldijeron demasiado bajo para la comprensión. De
vez en cuando, un fuerte juramento a través de la habitación, ampliando
mis ojos. Finalmente, cuando el picor de la gruesa cuerda alrededor de
mi cuello se volvió demasiado fuerte para soportar, y mis dedos se
pusieron blancos protegiendo a mi dólar mariposa, el amo A le dio un
golpe a Darryl en la espalda. —Sí, tienes razón. No quería hacerlo, pero
estoy harto de darle tantas oportunidades. —Su mirada se encontró con
la mía, oscura y profunda—. ¿Ella no quiere hablar? Démosle ese deseo.
¿Qué?
226

¿Qué significa eso?


Tony retrocedió, cruzando los brazos cuando Darryl sonrió. —
Página

¿Escuchaste eso, niña? —Caminando hacia el sofá donde colocó su bolso


negro, lo desabrochó—. ¿Qué tan genial es eso? —Liberando algo, lo
mantuvo escondido mientras se movía hacia mí—. Eres quien decidió que
no somos dignos de tu voz. Creo que es justo que los demás tampoco
tengan conocimiento de ello.
El amo A empujó su cara contra la mía. —Hablaste con él anoche,
¿verdad? Le susurraste a ese hijo de puta mientras metía sus dedos
dentro de ti. Suplicaste por más y suplicaste que te rescatara. —Su mano
se disparó en mi cabello, rasgando un par de mechones más en su
indignación—. Contéstame, Pim. ¡¿Le hablaste a él, pero no a mí?! —Una
risa maníaca cayó de sus labios—. Bueno, no por mucho tiempo. Ese
bastardo se ha ido. Nuestro contrato está firmado. Y nunca te volverá a
ver y, por supuesto, nunca te volverá a escuchar.
Riéndose como una bestia loca, chasqueó los dedos.
Darryl se adelantó al instante.
Me sacudí, mirando entre los dos hombres y al horrible artículo en
la mano de Darryl.
Tijeras grandes.
Del tipo para cortar pernos de tela o cortar piezas de metal.
Tragué saliva.
No…
Retorciéndome, traté de escabullirme, pero el amo A me golpeó un
lado de la cabeza ya hinchada y sensible. Caí de rodillas, aferrándome a
la alfombra mientras la habitación se desviaba y se balanceaba. A medida
que mis rodillas sufrían y mi cráneo luchaba contra el agrietamiento, no
podía hacer nada más.
Me perdí desesperadamente cuando manos me rodaron sobre mi
espalda.
Las rodillas inmovilizaron mis caderas.
Y la risa fría llenó mis oídos cuando unos dedos rancios abrieron
mi boca y me pellizcaron la lengua.
La voz del amo A susurró a mi alrededor. —¿Te niegas a hablar, mi
querida dulce Pim? Ahora, nunca volverás a hablar.
227
Página
30
Traducido por evanescita
Corregido por Amélie

Elder
QUERIDO NADIE,
¿Está mal que todavía la odie?
Después de un año de ser el juguete de alguien, no debería albergar
malos sentimientos a aquellos que nunca me hicieron daño. Debería estarle
agradecida a mi madre por darme la vida, incluso si la odio.
Tuve suerte antes de que me vendieran. Llegue a tener alegrías,
escuela y seguridad.
Pero eso se ha ido ahora. Y odio no haber apreciado lo que tenía
antes de que me lo robaran.
Él tomó mi virginidad sin poder cuchichear con mi madre antes de
tener sexo o burlarnos de novios tontos. No es que ella me hubiera
consentido en tales cosas. Sin embargo, ahora nunca volveremos a hablar.
Ella ya no me conoce. No tiene idea de lo que he vivido. Odio que no esté
ahí para mí. Odio que no me haya buscado y me haya encontrado.
Odio que ya no sea su hija.
Soy de él.
Odio haber ido con ella, pero sigo aquí.
Todavía estoy aquí, Nadie.
Desvaneciéndome, desmoronándome, decayendo.
Pero todavía aquí.
228
Página
QUERIDO NADIE,
Hoy, me rompió un hueso por primera vez. Pensarías que tendría
más miedo, más dolor. Pero no.
Esperaba esto al momento en que el señor Kewet me matara a solo
unos metros de mi madre. En el momento en que sus dedos rodearon mi
garganta y me robó el reloj, ya no estaba viviendo, solo era un cadáver que
volvió a la vida para servir.
Él podría haberme dado RCP, nadie más, y salvar algunos años de
vida, pero ese día morí y no volví a levantarme.
Entonces, ¿qué es un hueso roto al lado de la muerte?
No es nada.
No soy nada.
Solo quiero que todo se detenga.

—Detén el auto.
¿Qué diablos estoy haciendo?
Esa pregunta se volvía sumamente vieja.
Mis dedos temblaban a medida que pasaban a través de garabatos
rasgados de papel higiénico, uno tras otro. Cuando pasé las manos por
la cabecera la noche anterior, tratando de acomodarme en el colchón
duro de Pimlico, encontré algo blando que sobresalía de una grieta en la
madera.
Pimlico me distrajo de ese primer toque, y me había mantenido
ocupado escribiendo una nota y plegando el pequeño regalo de origami.
Sin embargo, una vez que se formó la mariposa, no pude evitar que mis
dedos retrocedieran a lo que habían encontrado.
Estiré.
Y un jodido libro de cuentos fue arrojado a mis manos.
Debí guardarlo donde pertenecía. Debí respetar su privacidad. Pero
mientras la niña silenciosa dormía a mi lado, con su respiración tan
229

silenciosa como todo lo demás en ella, leí unas cuantas líneas.


Y jodidamente no pude parar.
Página

Leí sobre su tiempo en el hotel de tráfico y en un local de mercado


llamado QMB. Me enteré de que había perdido su virginidad con el
bastardo violador, Alrik. Aprendí sobre su odio por su madre, su nostalgia
por su pasado y lo desesperado que se había vuelto su mundo.
Mi corazón (que hacía mucho que se hallaba endurecido ante las
dificultades de los demás) latía con fuerza por el dolor que había
soportado. Vivió más de lo que nadie debería enfrentar.
Sin embargo, no cambiaba los hechos.
Había negociado por una noche con ella. Eso era todo lo que quería.
Todo lo que podía tener.
Así que cuando se movió, y la culpa me infestó por leer sus
pensamientos privados, continué acariciando su flaca espalda. Luego
metí un puñado de sus páginas en el bolsillo de mi chaqueta porque no
tenía otra opción. No estaba bien tomar la única posesión que tenía en
un mundo donde no tenía nada, pero eso era lo que yo era.
Un ladrón.
Con problemas más profundos que no podía controlar.
Lo robé porque lo amaba.
Pero también por otra razón.
Su historia era mía ahora.
Justifiqué el robo trazando mis dedos sobre las cuentas de su
columna vertebral, siguiendo contusiones y moretones, dándole dulzura
después de tanto tiempo. Esperaba que se estremeciera y despertara,
pero se había hundido entre las sábanas, murmurando
inconscientemente y dándome tanta confianza.
Encontré tal recompensa en eso. Que buscara consuelo en mi
toque, aunque la había tomado prestada de un amo que la trataba como
una mierda.
La repartición entre Selix y yo se hundió en mí pesadamente con
un suave zumbido. —¿Señor? ¿Acaba de decir que dé la vuelta?
Mis dedos se apretaron sobre el suave papiro donde Pim había
derramado sus confesiones más oscuras. —Sí. Ahora.
—Pero... te perderás...
—No me importa. Hazlo.
Cada centímetro de mí ansiaba volver a casa. Sentir el mar bajo
mis pies y poner este desastre de mierda, incluida la noche que pasé con
Pim, a mi paso. Pero tampoco podía ignorar que ella moriría por mi culpa.
Ya podría estar muerta.
230

Él podría haberle disparado.


Habría sido más amable que otras cosas que podría hacerle.
Página

Acepté su muerte, creyendo que era lo mejor para todos. Pero ella
había pagado demasiado. Le debían algo mejor antes de morir tan
malditamente joven.
Valía más que una maldita tumba.
¿Entonces por qué jodidamente no hubo nadie para mí cuando
había estado en mi peor momento? ¿Por qué nadie me había ayudado?
Yo podría ayudarla.
Podría hacer lo correcto... por primera vez en mi vida abandonada
por Dios.
Su amigo imaginario, Nadie, la había cuidado hasta ahora. Y si no
podía protegerla mejor que una puta entidad ficticia, ¿qué clase de
hombre me hacía eso?
¿Un cobarde?
¿Frío de corazón?
¿Honesto ante lo jodido de la naturaleza del mundo?
Podrías tenerla para ti.
El pensamiento no era nuevo. Ella era una esclava, después de
todo. Y yo, un rico y maldito bastardo. Podría comprársela a él. Podría
mantenerla encerrada para usarla cuando quisiera sin distracciones de
mi compañía.
La idea era demasiado atractiva.
Sería una mascota.
Una invisible y desconocida. No tendría que llevarla a pasear o
darle golosinas especiales. Mientras tuviera comida y un lugar donde
descansar, tendría una mejor calidad de vida conmigo que con Alrik.
Pero ¿por qué la compraría cuando podría robarla?
No debería.
Debería irme antes de lastimarla más de lo que Alrik podría. Pero
mentí cuando doblé la mariposa de origami con mi nota dentro.
No podría olvidarla hasta que hubiera tomado lo que necesitaba de
ella. Y lo que necesitaba aún no lo había tomado.
Quiero follarla.
Una vez.
Una sola vez.
Entonces, podría venderla o liberarla. Una cosa era segura, no la
mantendría por mucho tiempo. No era posible para un hombre como yo.
Pero por un corto tiempo...
231

—Sí, estoy seguro. Regresa.


—En seguida, señor.
Página

A la mierda con mantener el negocio separado del placer.


Era un ladrón.
Y me robaría a la chica silenciosa y la haría hablar.
232
Página
31
Traducido por Gesi
Corregido por Amélie

Pimlico
Mi corazón se traslada a mi boca, rebotando en mi lengua como si
fuera un maldito trampolín y sin importarle que las afiladas tijeras pronto
cortarán la única pieza que desesperadamente quiero conservar.
¿Era extraño que prefiera mi lengua antes que un dedo de la mano
o uno del pie?
¿Estaba mal que los pensamientos de negociación y de ofrecer otras
partes se resolvieran en mi mente?
Toma mi meñique.
No, mi dedo índice.
Espera… toma mi dedo gordo del pie.
¡Simplemente no me toques la lengua!
Me moví violentamente debajo del peso de Darryl cuando el amo A
se movió sobre mi cabeza para sujetarme. Colocando mi cráneo entre sus
rodillas, me miró fijamente, su rostro estaba del revés.
Sus labios se movieron, fundiéndose con la agonía en mi interior.
—Te dije lo que pasaría si un día no me hablabas, Pim. Esto es lo
que sucederá.
Mi mano rota se inflamó mientras golpeaba el suelo y hacía mi
mejor esfuerzo para alejarme. El dólar en mi otra palma no era suficiente
para sobornar mi libertad.
233

Mis sacudidas se volvieron violentas. Pero eran dos hombres y uno


sobre mí, hombres que habían comido en las últimas veinticuatro horas
Página

y que no tenían los músculos atrofiados por la desnutrición.


No tenía oportunidad.
Darryl sonrió mientras abría y cerraba las tijeras con facilidad. Las
cuchillas raspaban juntas en un siniestro siseo. —¿Estás lista?
¡No, no, no!
Sus uñas me pincharon la lengua mientras la mantenía firme sin
dejar que mi saliva le lubricara los dedos. El pedazo de músculo se secaba
cuanto más tiempo lo mantenía fuera de mi boca.
¡No!
La parte de mí que no había usado en tanto tiempo se hallaba en
el corredor de la muerte. Mi silenciosa maldición se haría realidad.
Incluso si quisiera, nunca sería capaz de volver a hablar.
Había usado el silencio como un arma. Una elección de no hablar.
Ahora esa elección sería quitada para siempre.
¿Cómo podría decirle a la policía lo que me hicieron si no podía
hablar? ¿Cómo podría pedir ayudar?
Mi cuerpo tembló en tanto sollozaba silenciosamente, sacudiendo
la cabeza tanto como podía en los confines de las rodillas del amo A.
Por unas pocas horas, había estado bajo la seguridad del control
de otro hombre. Un hombre que incluso puso al amo A en su lugar. ¿Por
qué, oh, por qué no le hablé cuando tuve la oportunidad? ¿Por qué fui
tan malditamente terca? ¿Tan temerosa?
Me lo merecía.
Fui tan estúpida.
Y ahora, nunca diría otra palabra por el resto de mi vida.
Al menos aún tenía mis dedos. Podía escribir. Podía contar mi
historia.
¡Pero mi historia ha desaparecido!
Años de recuerdos robados.
Quizás ese, justo ahí mismo, fue el punto donde me rendí. Dónde
admití que me encontraba rota y acabada. Quizás una vez que me
cortaran la lengua moriría por la pérdida de sangre y finalmente acabaría.
Por favor, finalmente acaba.
Puede que no sea tan indoloro como el arma, pero daría el resultado
deseado.
La pelea de mis extremidades se desvaneció. No por aceptar lo
inevitable, sino porque literalmente no quedaba nada más. No podía
234

ganar. Nunca había sido capaz de ganar. Todo lo que podía hacer era
detenerme y aceptarlo.
Página

Finalmente acepté que Tasmin murió y que Pimlico también muy


pronto lo estaría.
En el momento en que dejé de luchar, Darryl se echó a reír. —
¿Finalmente te diste cuenta de que no puedes pararlo, eh, puta bonita?
Te pudrirás en el infierno.
Mis ojos se entrecerraron cuando me tiró la lengua, alejándola más
de mis labios.
Sonrió. —¿Qué hay de una palabra para tu amo? Una pequeña
palabra…
El amo A se rio entre dientes. —Sí, vamos, Pim. Una palabra y
reconsideraré no cortarte la lengua. —Se inclinó y me besó la frente, su
cabello me hizo cosquillas en la nariz—. Si me gusta tu voz, dejaré que te
la quedes.
El dilema era profundo.
Si lo hacía, él finalmente habría ganado. Mi encarcelamiento
incluiría gritar voluntariamente o responder sus preguntas de tortura. Si
me coaccionaba a pronunciar una palabra, podría hacerlo con dos, tres
y cuatro.
Nunca más me dejaría guardar silencio.
O podría tomar mi silencio autoimpuesto como real. Como una
devota seguidora religiosa que se deshace de toda su riqueza monetaria
y entra en el convento de monjas, ya no solo para practicar su fe, sino
que para convertirse en ella.
Ya no estaría muda por elección, sino por discapacidad.
¿Era lo suficientemente vanidosa como para odiar la idea de ya no
ser perfecta? ¿O era lo suficientemente fuerte como para aceptar que era
el precio que tenía que pagar para ganar?
Los dedos del amo A me pellizcaron las mejillas. —Decídete,
Pimlico. Tienes diez segundos para decidirte. —Miró a Darryl—. Corta en
uno. Si intenta hablar, déjala tener la lengua para hacerlo.
—Lo tengo, A.
Mi corazón comenzó una cuenta regresiva, marcando con dinamita
cada segundo mientras el amo A decía—: Diez…
¿Debería hablar?
—Nueve…
¿Qué debería decir?
—Ocho…
¿Qué palabra me mantendría a salvo?
235

—Siete…
Página

¿Realmente quiero que él gane de esta forma?


—Seis…
¿Qué tan rápido moriría si me rehúso?
—Cinco…
¿Me ahogaré en mi propia sangre?
—Cuatro…
¡Decídete!
Los dedos se Darryl se apretaron, una tenue mancha de cobre llenó
mi boca cuando su uña clavó más profundamente, sacando mi lengua lo
más lejos posible.
¡Hazlo!
Una palabra.
Qué hay de: Ayuda. O piedad. O por favor.
—Tres.
Me llené los pulmones de oxígeno, inhalando profundamente por
primera vez al saber que finalmente transformaría el aire en ondas de
sonido a través de la magia de la ingeniera humana.
—Dos…
Sacudí la cabeza con ojos salvajes por la promesa de que iba a
hablar.
Los hombres se detuvieron con las cejas arqueadas, pero Darryl no
me soltó la lengua. —Vamos, Pim… un pequeño ruido. Demuéstranos
que obedecerás antes de recuperar tu lengua.
Un sonido era más fácil que una palabra. Él ya había arrancado lo
peor de mí antes.
Obedecí.
El andrajoso sonido se levantó con óxido y desuso, vibrando
extrañamente en mi pecho.
El amo A limpió el sudor de terror que manchaba mi piel. —Buena
chica. Finalmente obedeciste. —Besándome la frente, susurró—: Lástima
para ti… realmente no me gusta el sonido de tu voz.
Abofeteándome la mejilla, le asintió a Darryl. —Uno.
Cortó.
236
Página
32
Traducido por Dakya & evanescita
Corregido por Amélie

Elder
El auto se detuvo.
Me bajé.
La puerta de entrada se encontraba cerrada con llave.
Utilicé mis habilidades como ladrón para abrir la entrada en
segundos.
En el momento en que entré, la alarma destrozó mis tímpanos con
una alerta aguda.
Lo ignoré, acechando por pasillos despreciables.
La casa blanca se burló de mí cuando me apresuré desde el
vestíbulo hacia la sala.
Y luego, de repente, ya no vi blanco.
Sino rojo.
Mucho y mucho rojo.
No me detuve a pensar. No hice una segunda suposición. Dejé salir
los instintos que había pasado años tratando de apagar, la ira; la
memoria muscular se hizo cargo.
Junto con mi pasado sórdido, había hecho cosas que me llevaron
de ladrón a convertirme en un asesino, de asesino a despiadado ladrón
de almas. Pelear siempre había sido algo más que un pasatiempo. Había
estado en mi pasado por generaciones. Y debido a mis defectos de
237

personalidad únicos, me convertí en un maestro en eso.


Mi mano formó una hoja, mis dedos apretados y largos, unidos
Página

como un machete. Traje el arma en un arco giratorio hacia el hombre


sentado en la parte superior de Pimlico.
Cayó de lado, inconsciente por el golpe.
Pimlico no se movió cuando la sangre se derramó por su frente,
empapando su desnudez. Un par de grandes tijeras cayeron de la mano
del hombre inconsciente, cayendo al suelo.
—¿¡Qué mierda!? —Alrik se puso de pie, dejando que su chica
sangrara por toda la alfombra. Alejándose, me dio la oportunidad de
acercarme a ella.
El hombre que roto la puerta de la habitación con un bate de
béisbol se abalanzó sobre mí y blandió el mismo cuchillo que traje del
garaje. —¡Estás loco! Eres hombre muerto.
Normalmente, me divertiría con un idiota así. Me detendría y
fingiría, usando al asaltante lentamente hasta que él rogara que
terminara la pelea.
Pero Pim me necesitaba.
Solo necesité un momento.
Un segundo, el hombre apuñaló el aire, haciendo todo lo posible
para destriparme. Al siguiente, el cuchillo se torció de su mano a la mía
y la empuñadura se enterró en su estómago.
Gritó mientras yo cortaba sus entrañas antes de sacar el cuchillo
y empalarlo en su corazón.
Su mirada perdió el foco en el momento en que atravesé el músculo
manteniéndolo vivo. Sin embargo, no impidió que su cuerpo bombeara
sangre y desatara los intestinos cuando se desplomó sobre la alfombra.
Pimlico retrocedió, sus ojos tan grandes como lunas gemelas.
El hombre se encontraba muerto. Ya no valía la pena mi tiempo.
Su mirada se encontró con la mía, salvaje y agonizante. La sangre
fluyó de su boca.
¿Qué le hicieron? ¿Qué maldito monstruo hizo tal cosa?
Has hecho cosas peores.
Sí, lo sabía. No lo negaría.
Pero nunca a una mujer.
Jamás a una mujer inocente.
Cayendo en cuclillas, la senté y la acuné contra mi pecho.
No me importaba la sangre.
Todo lo que me importaba era asegurarme de que sobreviviera más
de unos minutos para poder hacer lo que debería haber hecho al principio
238

cuando este imbécil me contactó.


Matarlo.
Página

Al diablo el contrato.
Al diablo con el maldito dinero.
Él está muerto.
Alrik miró boquiabierto como un pez koi a su amigo muerto con
sus tripas enrolladas en el suelo. Su otro amigo permaneció inconsciente
a su lado. —¡Bastardo! —Sacudiendo la cabeza negativamente, dio un
paso atrás en la cocina.
Lo dejé ir.
Lo más probable es que tuviera otra pistola escondida en alguna
parte. Pensó que tenía poder sobre mí con un arma tan inútil.
Imbécil.
Manejar una pistola no lo salvaría de mí. Las balas no tenían
oportunidad con los métodos de matar que me habían enseñado.
Descartándolo, abrí la boca de Pimlico.
La sangre hizo todo escurridizo y resbaladizo.
Hizo una mueca, las lágrimas se mezclaron con su boca
ensangrentada mientras la forzaba a mostrarme lo que le hicieron.
Por experiencias anteriores, sabía lo que sangraba tan
copiosamente.
La lengua.
Y como no era estúpido, entendí por qué hicieron tal cosa. Se negó
a hablar. Sospecharon que me habló en vez de a él.
¿Por qué no me había hablado?
¿Fue esta la razón? ¿Porque sabía que me iría e hizo todo lo posible
por evitar la brutalidad que se avecinaba?
Esto fue mi culpa.
Yo hice esto.
Pero al menos, regresé para arreglarlo.
Pimlico luchó en mis brazos en tanto observaba el daño en su
lengua. Esperaba encontrar un trozo de carne cortado, pero no había
llegado demasiado tarde.
Una enorme rodaja la había cortado un tercio del camino a través
del músculo.
Le dolería. Seguiría sangrando. Pero no perdería el poder del habla.
Y no moriría... con suerte.
—Estarás bien. —Levantándola, la coloqué en el sofá blanco y me
llevé la satisfacción suprema cuando el carmesí oscuro cayó sobre las
239

superficies prístinas—. Permanece allí. Tengo que terminar algunas


cosas.
Página

Alrik desapareció, pero se oían golpes desde la despensa cuando


agarraba lo que podía para mantenerse a salvo.
Lo dejé. No lo perseguí para comenzar la guerra antes de que
estuviera armado.
Yo no era ese tipo de persona.
Quería una pelea.
Lucharía.
Sin embargo, el imbécil que le había cortado la lengua a Pimlico no
se merecía ese respeto.
Los ojos de Pim se fijaron en los míos cuando me dirigí hacia el
hombre inconsciente y agarré las tijeras de su lado. Mi pulgar se manchó
con la sangre todavía tibia de la chica en la que no podía dejar de pensar
y apreté los mangos de bronce.
Pim se quedó sin aliento, sosteniendo su boca, haciendo todo lo
posible por contener corrientes de rubí mórbidas.
Negué con la cabeza —No tragues. Simplemente deja que fluya. Te
tengo. Solo unos minutos más, luego nos iremos.
¿Irnos a dónde?
¿Mi yate?
¿Un hospital?
Ya decidiría cuando fuera el momento. Por ahora, tenía otras cosas
en mente.
No se relajó. ¿Cómo podría con tal lesión? Pero sus ojos cayeron de
los míos a las tijeras en mi puño.
No habló, pero escuché su pregunta a través del arco de su ceja y
el odio resplandeciente en su mirada.
¿Qué vas a hacer?
Bajé la mandíbula, observándola bajo mi frente. —Voy a matarlo.
Esa fue la única advertencia que le di. Cayendo de rodillas, metí
las pesadas cuchillas en la garganta del hombre que había lastimado a
la mujer que robaría.
Las tijeras eran afiladas.
Su cuello era blando.
Los dos se reunieron e hicieron lo que blando y afilado hacen.
Su garganta se abrió, revelando las entrañas de cartílago y esófago
antes de que la sangre brotara y se uniera al lío de Pimlico en una
avalancha de rojo.
240

Un disparo explotó sobre mi cabeza, silbando al pasar e


incrustándose en la gran ventana oval detrás de mí.
Página

El cristal se hizo añicos, cayendo hacia afuera, dejando que la brisa


del mar entrara en el espacio, por lo demás tranquilo.
—Lárgate de mi casa y no te mataré. —Alrik salió de la cocina, con
las dos manos en la pistola, los dedos temblando en el gatillo.
Aún creía que yo entregaría lo que había pagado.
Incluso después de esto.
Me reí. —Si fueras la mitad del hombre que crees que eres, me
habrías disparado.
Frunció el ceño —Soy un hombre mejor porque no lo hice.
—No, solo eres un bastardo codicioso que aún cree que nuestro
trato se llevará a cabo.
Palideció. —Te pagué. Estuviste de acuerdo. Por supuesto,
cumplirás. ¡Necesito ese maldito yate!
—Necesitar y merecer son dos cosas completamente diferentes. —
Moviéndome alrededor del sofá, arrastré mis dedos brevemente sobre la
mejilla empapada de sangre de Pimlico—. Nuestro trato se anuló en el
momento en que mutilaste a una niña.
—Ella es mía para hacer con...
—Como quieras. —Levantando mi mano, pinté su fuerza vital roja
en mi pómulo, empapándome del dolor de la persona que estaba
protegiendo, como las de mi linaje. Habíamos luchado por emperatrices
y reinas. Dimos nuestras vidas al servicio de los demás y vengamos a los
que nos hicieron daño.
Esto no era diferente.
Las muchas lecciones que había recibido regresaron, fluyendo
como recuerdos mágicos por mis venas. Extrañaba mi espada, pero mis
manos servirían en este caso.
—Fuiste demasiado lejos esta vez, Alrik.
—No tienes autoridad para decirme lo que puedo y no puedo hacer.
—Sí. —Me acerqué a él—. La tengo.
Sus brazos temblaron. —Piensa otra vez.
El estremecimiento de sus músculos me dio toda la advertencia que
necesitaba. Apretó el gatillo y otra bala hizo todo lo posible para romper
la estructura del aire y velocidad.
Me agaché sin esfuerzo y luego cargué hacia adelante,
arremetiendo contra él con mi hombro, aplastándolo contra el banco de
la cocina.
Todo el oxígeno en sus pulmones explotó. El sólido golpe de su
241

columna vertebral al golpear el mármol tenía una buena probabilidad de


dejarlo discapacitado.
Página

Se dejó caer de rodillas, solo para volver rápidamente a ponerse de


pie.
Después de todo, no lo dejé inválido.
Oh bien, no hay pérdida.
Mi cerebro se apagó cuando me acerqué y saqué la pesada pistola
de su agarre. La tiré al sofá junto a Pimlico.
Inmediatamente, se arrastró hacia ella, sujetándose la boca con
una mano y haciendo todo lo posible para soportar el fuerte peso de la
pistola negra con la otra.
Quería decirle que la protegería, la ayudaría, pero mis intenciones
no eran las de un hombre amable. He venido a robar no a liberar.
Ella no necesitaba saber eso. No hasta que la tuviera exactamente
donde la quería. No hasta que estuviera sana.
Alrik se giró y golpeo mi cara ahora que había sido despojado de su
arma.
Su puño conecto solo porque lo deje.
El dolor se usó como poder en mi entrenamiento, dando munición
a mis instintos animales cuando amenazaban con daños corporales.
Podría matarlo rápida o lentamente.
Si fuera a mi modo, sería lento.
Pero Pimlico no duraría las horas que quisiera para torturarlo. No
tenía tiempo para matarlo de hambre durante años con abuso mental y
físico. Se estaba yendo jodidamente fácil.
Por ahora, por su bien, tenía que ser rápido.
Mi mano se elevó hacia su garganta; mis dedos se atascaron en su
laringe.
Se atragantó.
Mientras se retorcía, haciendo todo lo posible por respirar, tomé
sus hombros y golpeé su cara con mi rodilla.
Con manos asesinas, agarré su barbilla, listo para romperle la
columna vertebral.
Me decepcionó la rapidez con que se habían extinguido tres vidas.
Este frío despacho no me satisfacía.
Pero esto no era sobre mí.
Era sobre ella.
Un sonido feroz balbuceo detrás de mí.
Me quedé inmóvil, mirando por encima de mi hombro.
242

Pimlico cubrió el respaldo del sofá, con sangre por todas partes,
ambas manos sostenían el arma. Ella negó, era la mayor respuesta que
jamás había obtenido, cuando sus ojos se posaron en Alrik luchando con
Página

mi agarre.
—¿Quieres hacerlo?
Asintió.
Temblaba demasiado. No podía apuntar.
Pero no le negaría lo único que me había pedido.
—Bien. —Moviéndome alrededor del cuerpo de Alrik, lo levanté
usando su mandíbula y nuca, amenazando con romperle el cuello—. De
pie, saco de mierda sin valor.
Sus pies se deslizaron sobre las baldosas, pero hizo todo lo posible
por obedecer. —No tienes que hacer esto. ¿Quieres más dinero? Tómalo
todo. Tú la quieres, llévatela. No me importa.
—Ya no se trata de eso. —Sonreí—. Se trata del karma y pagar por
lo que has hecho. Si dependiera de mí, sufrirías durante décadas, igual
que hiciste sufrir a Pim y a otras muchas chicas. Pero no tenemos ese
lujo, así que considérate jodidamente afortunado.
Pimlico nunca apartó sus ojos de él, con su dedo apretando el
gatillo. Se atragantó a medida que fluía más sangre, lo que la obligó a
vomitar rojo sobre el respaldo del sofá. Secándose las lágrimas, el arma
se tambaleó mientras se tensaba para disparar.
—Espera —le ordené.
Arrastrando a Alrik hacia ella, asentí mientras le pateaba la pierna
para hacer que se arrodillara y presionara su cabeza sudorosa contra el
cañón de la pistola. —Ahora, puedes matarlo.
Aspiró un suspiro, riachuelos escarlatas manchaban sus pechos
desnudos. La mirada que me dio, tan llena de gratitud y alivio, de victoria
cruel y perversa, me apretó las entrañas. Era insidiosa en su odio;
después de dos años de tortura había ganado.
Mi polla se endureció, reconociendo al conquistador dentro de ella.
Por eso no podía olvidarla. La razón por la que tenía que robarla.
Era única.
Mi igual.
Aunque nunca hubiera admitido tales cosas.
—Hazlo, Pimlico. Mátalo. —Mi voz se quebró por la impaciencia y
la codicia—. Termínalo.
Alrik cerró sus manos en oración. —¡Espera! Pim… dulce y
pequeña Pim. No hagas esto ¡Te amo!
Escupió otro cúmulo de sangre, salpicándolo por toda la cara. Su
odio le dijo exactamente lo que pensaba de su supuesto amor.
243

Alrik se retorció, su mal genio una vez más lo metió en problemas.


—¡Por qué, pequeña perra! Te azotaré tanto...
Página

Mis puños se apretaron para golpear al bastardo. Pero la furia


caliente se apoderó de Pim, dándome una advertencia en una fracción de
segundo para salir de su maldito camino.
Dejando a Alrik, di un paso al costado para evitar un objetivo o
rebote incorrecto. Me sobresalté cuando el arma explotó.
El olor a azufre golpeó mi nariz cuando el estallido de una bala
rasgó el salón blanco.
Por un segundo, Alrik se quedó balanceándose donde lo había
colocado.
Entonces, cayó.
Aturdido y confundido, tropezó cuando sus manos se acercaron
para sostener un agujero recién formado en su vientre.
Pim lo miró fijamente. El shock fusionándose con la incredulidad
de que finalmente lo había recompensado con dolor.
Gritó: —¡Joder, me has disparado! Me dis... disparaste.
Lo hizo, pero no fue suficiente.
No era una herida mortal.
No tenía la más mínima intención de irme de aquí con alguna
posibilidad de que lo encontraran los paramédicos.
Dando un paso adelante, me dolían los dedos por terminarlo.
Pero una vez más, Pim me sorprendió.
Sonrió con una sonrisa espantosa llena de sangre, apretando el
gatillo por segunda vez.
¡Bang!
El disparo entró en su pómulo.
Dos agujeros, pero seguía vivo.
Paso por alto su cerebro y su corazón.
Alrik gritó más fuerte, ya no juntaba palabras concisas, sino que
aullaba por su vida.
Los sollozos le destrozaron el cuerpo cuando la adrenalina se
convirtió rápidamente en estupefacción.
Se desmayaría en cualquier momento, me sorprendió que no se
hubiera caído ya, pero no quería que se desmayara sin verlo muerto.
Necesitaba ver eso.
Me negué a dejar que la persiguiera.
Moviéndome alrededor del sofá, me arrodillé a su lado y tomé sus
manos temblorosas entre las mías.
244

—Aquí te ayudaré.
Página

Alrik dijo—: ¡No! ¡No lo hagas! —La sangre brotó de su mejilla en


tanto hacía todo lo posible por contener ambas heridas.
Ignoré sus súplicas mientras guiaba la fuerza de Pim que
rápidamente se desvanecía y apuntaba el arma directamente a su frente.
—Adelante, ratón silencioso.
Su cuerpo se sacudió ante mi apodo para ella, pero su dedo se
aferró al gatillo por tercera vez.
¡Bang!
El tercero fue el tiro de gracia.
No hubo gritos ni súplicas, nada más que palpitante silencio y el
goteo constante de su sangre que llovía en el sofá.
Alrik pasó de violador a cadáver, haciéndole un favor al mundo al
no respirar.
Ella no se regodeo por su muerte.
No lloró ni cuestionó.
Y no la dejé revolcarse en lo que hizo.
Tenía cosas más importantes de las que preocuparme, no de la
policía o los testigos u otras cosas triviales. No, de algo mucho más
importante que eso.
La mujer que vine a reclamar se estaba muriendo.
No podía permitir eso hasta tomar lo que necesitaba.
Casi como si fuera una señal, Pim dejó caer el arma sobre el
cadáver de Alrik, desvaneciéndose y desmayándose en el sofá.
—Mierda. —La atrapé, envolviéndola en mis brazos y cargándola
del sillón.
Su piel ya no tenía pigmento, se veía azul y sin sangre cuando salí
de la habitación. No presté atención a los tres hombres que convertían el
salón en un lago de sangre. Solo me centré en la pequeña pero formidable
mujer en mi abrazo.
—Quédate conmigo, Pim. Te tengo.
No respondió mientras caminaba por su prisión y la llevaba por el
umbral, robándola de la mansión blanca a la libertad.
245
Página
33
Traducido por amaria.viana
Corregido por Amélie

Pimlico
Duele.
Tanto.
Era todo lo que podía pensar. En lo único en lo que podía
centrarme.
Me desvanecía dentro y fuera de la oscuridad.
Mi cuerpo quería hundirse y hundirse… para calmar el dolor. Pero
mi fuerza de voluntad había esperado demasiado tiempo para esto.
Él está muerto.
¡Lo maté!
No podría dormir ahora.
¡Soy libre!
Pero, oh Dios mío, la agonía.
Los brazos del señor Prest a mi alrededor no podían competir con
el insoportable escozor de mi lengua. El aire fresco después de dos años
de estar encerrada pasó desapercibido. El mundo y todos los que estaban
en él no eran nada, ya que vivía en un infierno tortuoso de sangre caliente
que me asfixiaba y causaba más dolor del que creía posible.
No podía comprender lo que ocurría.
¡Me encontraba afuera!
246

Lejos de la mansión blanca por primera vez desde que el amo A


superó mi millón de dólares para comprarme.
Página

El crujido de las piedras debajo de los zapatos del señor Prest fue
amortiguado. La vista de la casa del amo A encaramada en lo alto del
acantilado con las mejores vistas al mar era confusa. Quería besar el
concreto del camino de entrada y bailar en el suelo donde dormían los
brillantes arbustos verdes.
La brisa. La sal. El chillido de las aves marinas. Tanto caos después
de tanto silencio.
Y me hallaba demasiado envuelta en agonía para disfrutarlo.
Él está muerto.
Darryl, también.
Tony.
Todos muertos.
El señor Prest hizo lo que había soñado durante años.
Incluso ese conocimiento fue silenciado y no del todo real.
Necesitaba que mi lengua dejara de ahogarme en sangre, para poder
centrarme en esta nueva realidad.
Acabo de presenciar un asesinato. Un espantoso y horrible
asesinato.
Acabo de cometer un asesinato. Una muerte vengativa a sangre fría.
¡Y me siento dichosa!
No sentía tristeza por las muertes que sufrieron. Fue su karma. En
todo caso, no soportaron lo suficiente. Sin embargo, no podía averiguar
qué vendría después. ¿Me esclavizaría también el señor Prest? ¿Por qué
regresó? ¿Qué planes tenía para mí, para que le pagara por su rescate?
¿Debería correr, gritar, rogar?
No podía hacer ninguna de esas cosas con mi cuerpo muriendo
rápidamente, pero necesitaba saber, prepararme… ¿cuál es mi nuevo
destino?
Junto con un lavado constante de cobre, luchaba por respirar. Mi
lengua se había hinchado hasta el tamaño de un crucero. No escuchaba
mis órdenes para moverse. Simplemente se quedó inmóvil, parcialmente
cortada y agonizante, distrayéndome de todo.
El señor Prest me llevó a su auto, ignorando la mirada sorprendida
de un hombre de cabello oscuro que estaba inmóvil, con los ojos bailando
arriba y abajo de la entrada como si esperara que la policía apareciera en
cualquier momento.
—Señor…
—No preguntes. —El señor Prest esperó hasta que el hombre abrió
el vehículo y luego entró rápidamente. No volvió a hablar mientras me
247

movía, acomodando todo a medida que me mantenía en sus brazos. Mi


sangre decoró su pómulo donde se manchó como pintura de guerra,
Página

untándolo como el demonio que sospechaba, en tanto carmesí fresco


empapaba como aceite su ropa.
Me estremecí de dolor y frío.
Entendiendo sin preguntar, el señor Prest me deslizó sobre el cuero
negro (ya no más blanco y blanco y más blanco) y se quitó la chaqueta.
Poniéndolo a mi alrededor, me acurrucó en sus brazos, sin importarle
que mi sangre saturara su ropa y su auto.
¿Cuánto había perdido?
¿Cuánto podría permitirme perder antes de morir?
Ya me sentía mareada y ligera. Mi lengua continuó hinchándose,
bloqueando la capacidad de tragar.
Por mucho tiempo había rogado por la muerte.
Y ahora que solo se encontraba a un par de latidos del corazón, no
me quería ir.
Era libre.
Estaba en un mundo de color y no en uno monocromático.
No quiero morir.
Si no estuviera tan confundida y atormentada por el dolor, me
hubiera importado que este salvador, este ángel oscuro, me viera
babeando y con ojos vidriosos. Me vio entrar y salir de la inconsciencia.
—Conduce, Selix.
El sonido sordo de un cierre de puerta ocurrió un nanosegundo
antes de que el auto arrancara con los neumáticos gritando.
—¿A dónde, señor?
—Phantom. Llama antes. Dile a Michaels que esté listo.
—Correcto.
La partición deslizante se levantó cuando el señor Prest arrastró mi
aturdida forma por completo a sus brazos. Me mantuvo apretada,
actuando como un cinturón de seguridad cuando el vehículo se levantó
en las esquinas y chilló bajando por caminos que nunca había visto
antes.
Respirando con dificultad, se pasó una mano sucia de muerte por
la cara, manchándose de sangre sobre su frente y barbilla.
Me acurruqué en su abrazo, tratando de volver invisible todo a
medida que me atragantaba con un flujo metálico.
Oh, Dios, por favor deja que el dolor se detenga.
Por favor, no me dejes morir.
No ahora.
248

El señor Prest bajó la mirada, captando mi visión fuera de foco.


Página

Cierra tus ojos.


Estarás más segura de esa manera.
Fue un truco estúpido, fingiendo que no podía alcanzarme cuando
no podía verlo. Pero mi pérdida de sangre y mi extraña agonía vaporosa
dieron un razonamiento sólido, caprichoso y extravagante.
Curvándome más fuerte en sus brazos, mi piel picaba con
intensidad cuando el señor Prest agachó la cabeza, su aliento caliente
patinó sobre mi cara ensangrentada. Durante mucho tiempo, se quedó
allí, quieto y en silencio, esperando a que abriera los ojos.
Pero no pude.
No podía.
Deseé ser ciega y muda. Sorda también, así nunca escucharía el
sonido de chapoteo de mi lengua cortada o el crujir de los huesos cuando
arrojó al amo A contra el banco de la cocina.
Finalmente, su paciencia se agotó. Tomando mi mentón, levantó
mi cara.
Me hallaba débil y mareada, y no tenía otra opción, pero obedecí
porque acababa de presenciar lo que les había pasado a los que lo
enojaban. Los mató tan rápido, tan fácilmente… no era nada para él.
No quería ser nada.
Quería quedarme con su lado bueno. Allí, podría encontrar una
palabra amable o un golpe suave. No quería más violencia. Había tenido
suficiente para durarme toda la vida.
El señor Prest ahuecó mi mandíbula, sus dedos se deslizaron en
sangre pegajosa. —Merecía morir por lo que hizo.
Estoy de acuerdo.
Merecía morir de cien maneras.
No me moví. Sin asentimiento, sin contracción. Nada.
Frunció el ceño. —Sé que entiendes. ¿A qué le temes? Estás a salvo
ahora.
¿Temerosa?
Te tengo miedo.
No sé qué es peor, tú o la muerte. Y no sé cómo obtener las
respuestas antes de que sea demasiado tarde.
Mis párpados revolotearon cuando la helada oscuridad se apoderó
de mí, cubriendo todo por un momento. ¿Esa era la muerte? ¿O
simplemente shock?
Fui vagamente consciente de que el señor Prest gruñía a su
249

chófer—: Conduce más rápido, Selix.


El vehículo se sacudió con su orden, con el motor rugiendo al
Página

acelerar.
Pasaron unos minutos.
Bailé entre estar despierta e inconsciente.
Su voz me arrastró de vuelta, su pregunta me hizo abrir los ojos.
—¿Estás agradecida? ¿De que te haya salvado?
Cansada, tan, tan cansada.
Lo miré
No.
Sí.
Gracias.
Me devolvió la mirada, incapaz de dejar de esperar una respuesta
que nunca llegaría. Finalmente, resopló. —Bueno, no deberías estarlo.
Mi corazón dio un vuelco.
El auto rebotó sobre un golpe, presionando nuestros cuerpos más
cerca. Sus dedos cayeron de mi mandíbula para envolverse alrededor de
mi muñeca flexible formando una nueva brida, un nuevo amo, una nueva
vida en servidumbre. —No soy el héroe en esta historia, Pimlico. Soy otro
villano. Será mejor que recuerdes eso.
Bajando la mirada al lío que había hecho y las cadenas de su toque,
mis ojos se posaron en el billete de un dólar que me había dado. De
alguna manera me las arreglé para sostenerlo mientras me cortaban la
lengua y me quitaban tres vidas.
También lo notó, robándolo de mi fuerte agarre. El dinero verde
ahora se parecía a una macabra corbata con hilos de sucio carmesí. —
Encontraste mi origami.
Es mío.
No podía apartar mis ojos de la única cosa que me quedaba.
No me importaba que fuera dinero. Solo me importaba que fuera
un regalo y lo quería más que nada.
Sintiendo que lo necesitaba de vuelta como un niño necesitaba su
juguete favorito para su comodidad, abrió su palma.
Lo tomé.
—Es tuyo. Te haré otro cuando estemos en casa.
Casa.
¿Dónde estaba la casa?
¿Qué era Phantom?
250

Nubes oscuras me llenaron la cabeza con lana de algodón y


truenos. Mis párpados se cayeron mientras patinaba en la oscuridad otra
Página

vez. Sin embargo, mientras mi visión tartamudeaba y me aferraba a la


lucidez, algo destelló de color blanco en el bolsillo de la chaqueta que
llevaba.
Al instante, la niebla se levantó.
Lo reconozco.
Mis ojos se dispararon al señor Prest.
Tú las tomaste.
Mis cartas a Nadie.
¡Cómo te atreves!
Metiendo el cabello ensangrentado detrás de mí oreja, sonrió. —Sí,
las robé. Pero ahora, te he robado, para que puedas recuperarlas.
¿Las has leído?
¿Te reías de ellas?
Es por eso por lo que regresaste… ¿porque sentiste pena por mí?
Me estremecí, gustándome y aborreciéndolo. Agradecida y
confundida. Sorprendida y temblando.
Su sonrisa era áspera. —Tienes todo el derecho de mirarme así.
Tomé algo que atesorabas, pero no me disculparé. —Sus piernas se
tensaron debajo de mí. —No me disculparé porque te acabo de robar y
eso no es algo bueno.
Contuve el aliento, ahogándome en la sangre.
¿Por qué?
¿Por qué no es bueno?
Me había rescatado. Me encontraba viva gracias a él. Si él me
quería muerta, no tenía por qué regresar.
Su voz se convirtió en un susurro en tanto acunaba mi mejilla. —
Voy a decir que lo siento por una cosa.
Temblé cuando su pulgar me acarició dulcemente.
—Lamento lo que te voy a hacer. Me disculpo por lo que soy. Vales
centavos, pero te haré valer malditos millones. Sin embargo, lo que espero
a cambio será impagable.
Su rostro se suavizó solo un poco, incapaz de ocultar la ferocidad
que ejercía. La suavidad que él aprovechó. Las amenazas que prometió.
—Nos vamos de este lugar y nunca te encontrarán. Me perteneces.
Sus labios tocaron los míos, derramando mi sangre entre nosotros.
—Oh, y como eres mía ahora, podrías bien llamarme Elder.
251
Página
Playlist
Monsters- Imagine Dragons

Demon - Imagine Dragons

Skyscraper - Demi Lovato

Defying Gravity - Idina Menzel

Time is running out - Muse

Last Hope - Paramore

Safe and Sound - Taylor Swift

Bring me the horizon - Throne

Madness - Muse
252
Página
Dollars
“Nunca debí pedir una noche contigo.
Esto jamás habría sucedido si hubiera tenido
más fuerza de voluntad”.
Érase una vez, una cautiva muda que
deseaba la muerte.
Ahora, estoy oculta ilegalmente en un
yate.
Salvada y tomada; el ladrón que me robó
exige mi voz, mi pasado, mi todo.
No me rendiré.
Pero Elder se niega a aceptar un no por
respuesta.
Presiona y engatusa, descubriendo
lentamente quién soy. Hasta que me entero
que ejecuta el chelo para escapar de sus demonios, todo mientras su
música evoca la mía.
Él es rico, estoy en bancarrota.
Soy muda por elección, él es curioso por naturaleza.
Tantas razones por las que nunca podemos funcionar.
Pero eso no detiene nuestra conexión, nuestra pasión.
Hasta que una noche lo arruina todo.
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Sobre la Autora
Pepper Winters asume muchos roles.
Algunos de ellos incluyen: escritora, lectora, a
veces esposa.
Le encantan las historias oscuras y tabú.
Cuanto más torturado el héroe, mejor, y
constantemente piensa en maneras de romper
y arreglar a sus personajes. Ah, y sexo… sus
libros tienen sexo.
Es considerada un éxito de múltiples
ventas internacionales del New York Times,
Wall Street Journal y USA Today.
Incursiona en múltiples géneros, desde
dark romance hasta ficción. Tras perseguir sus
sueños de convertirse en escritora a tiempo completo, Pepper se ha
ganado el reconocimiento con varios premios, pues sus libros han
alcanzado las listas de éxitos de ventas.
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