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Si Latinoamérica puede ser reconocida por algo, es por sus fiestas. Claro está que por
innumerables características más, pero no se puede negar que, al exterior del continente e
incluso muchas veces entre países vecinos, se tiene la imagen de que Brasil es igual a
carnaval, como México es igual al Día de muertos, o como que Cuba es pura salsa y ron. Se
suele atribuir, ya sea por el clima y factores de diversa naturaleza, que el continente
latinoamericano está vestido casi siempre de fiesta.
Y puede que tenga alguna forma de razón. Más allá de los días otorgados festivos en el
calendario por motivos político/civiles o para celebrar a los santos patronos e íconos, los
latinoamericanos encuentran innumerables ocasiones para celebrar, llegando incluso a ser
suficiente el celebrar que no hay ocasión. Lo cierto es que, como se manifiesta en la variedad
de bailes locales y los ritmos musicales que los acompañan, la fiesta en Latinoamérica tiene
dedicada un espacio importante.
Este espacio, que aun cuando varía en intensidad, se extiende por todo el continente; se
remonta a la época del encuentro indígena/español, y se intensifica con la importación de
esclavos africanos como aumento de la mano de obra india, que moría de enfermedades. Este
encuentro sincrético, incorpora a los instrumentos y bailes ya existentes entre los indígenas,
aquellos propios de la población africana. Así, la fiesta se instaura en el continente como
momento de liberación, de expresión de las penas vividas y peticiones u ofrendas para los
dioses.
En vista de lo anterior, la importancia de la fiesta tiene mucho sentido en su origen, sin
embargo, pareciera que no es posible aplicar el mismo criterio para explicar la vigencia de
esta en el continente, cuando las relaciones y la situación social difiere tanto del contexto
originario. Así, es necesario preguntarse ¿qué es lo que hace que la fiesta en Latinoamérica
se mantenga vigente y se manifieste de manera significativa y regular? En las siguientes
páginas se propondrá que la fiesta latinoamericana, desde sus inicios en la conquista hasta
ahora mantiene un carácter ritual que une a una religiosidad originaria que se resiste a la
imposición moderna extranjera.
Para ilustrar la situación, se recurrirá a la novela colombiana ¡Qué viva la música! de Andrés
Caicedo (1982), ya que, mezclando constantemente referencias musicales, esta novela
transmite en primera persona lo que es y significa la fiesta, explicando un fenómeno cultural
mediante un producto de la misma.
En primer lugar, se partirá caracterizando la necesidad de la resistencia de la que se habla un
párrafo más arriba. En Latinoamérica actual, la gente mantiene en su interior la tensión de
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sus raíces originarias, mestizas en su mayoría, pero también negras o indígenas, con la
introducción de este nuevo individuo moderno, que, siendo extranjero, pretende moldear la
forma de vida de los latinos, partiendo desde los niveles más macro de la sociedad: la
economía. Así, el neoliberalismo crea élites burguesas en las zonas acomodadas de los países
latinos. Perteneciente a esta élite, está María del Carmen Huerta, la protagonista de la novela
que, se define así misma como la burguesita (Caicedo, 1982), describiéndose desde lo físico
y económico como una joven distinta de lo que es el común de la juventud colombiana, pero
asume que aquella vida burguesa e intelectual, no es suficiente, no es lo que quiere, no le
acomoda. Y asume su diferencia de sus pares, cuando señala lo que ellas piensan al verla:
“esa es una vulgar. Nosotras somos niñas bien. Entonces, ¿por qué frecuentamos los mismos
lugares?” (Caicedo, 1982. p.8), más no les responde, pues sabe la respuesta: ella es la
encarnación de la tensión en la que están sumidos los nuevos burgueses colombianos, entre
el asceta europeo presionando para quedarse en casa y ser una señorita ejemplar, cuando el
aborigen empuja a salir de juerga, a expandirse en ese espacio de destajo.
Ya que hemos expuesto porqué la fiesta se manifiesta como resistencia, es necesario
proseguir con la afirmación de su carácter ritual. Mujica ya diría que, la visión mitológica
del mundo justifica el rito y el sacrificio en tanto que el hombre se siente parte del universo
natural, reconociendo la manipulación de su destino por parte de la naturaleza en el sacrificio
(2012). A esto se le podría refutar que la definición de religiosidad mitológica y ritual no es
la propia de una sociedad moderna, y según varios autores clásicos europeos, es cierto. Pero
en Latinoamérica, la situación es diferente, y es que la forma en la que se manifiesta esta
modernidad es en la síntesis barroca (Morandé, 2017) que sincretiza elementos modernos y
los expresa a la latinoamericana, caso icónico de esto, es la religión.
Entonces, cuando se tiene en consideración que es posible que haya rastros de una
religiosidad sacrificial, en la Latinoamérica moderna, mirar la fiesta como un rito no parece
tan imposible. Y es que, en la fiesta, se concreta este acto sacrificial en el que se reconoce la
inferioridad del hombre. Es por ello, que en la fiesta se entrega todo. El cuerpo, el habla y la
razón. Y es así porque es una ofrenda completa en el despilfarro, a la vida que otorga la
naturaleza: “Mi talento es una fuerza y una gracia de la vida, y es al mismo tiempo el
agradecimiento” (Caicedo, 1982. p.45) dice María del Carmen. El talento es la capacidad de
fiestear, de poder oponerse a aquella represión moderna, y que es capaz de liberarse en la
inversión total que es la fiesta.
Ahora bien, este carácter ritual tiene la especificidad de que en Latinoamérica se ha
mantenido. Cuando se postula que la fiesta es un rito y se dice que ésta es digna de buscarle
respuesta, es porque no es un fenómeno que ocurra comúnmente, y que, de ocurrir, se
manifiesta de otra forma. Se debe buscar entonces dónde está lo excepcional; la novela de
Caicedo entrega su propio diagnóstico: “Tal costumbre (las noches excepcionales) tiene que
implicar locura. Por eso somos como somos.” (1982. p. 29). Lo que la protagonista señala
como locura, es, lo que, para efectos de este ensayo, se cree que es esa búsqueda de conexión
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carácter ritual, que une a una sociedad mediante su cultura. En el momento que aquello
basado en tradiciones antiguas trasciende y se reproduce a pesar de las brechas temporales,
se convierte en un sustento de comunidad que en la representación dificulta su invasión por
culturas externas, aún cuando las instituciones ya se hayan adaptado a esa evangelización.
Por último, y en vistas que la protagonista de la novela escogida posee la palabra precisa para
explicarlo todo, culmino este trabajo con su propia expresión de la fiesta como resistencia a
la modernidad extranjera:
Me inflé de vida, se me inflaron los ojos al recordar cuánto había
comprendido las letras en español, la cultura de mi tierra, donde adentro
hace un sol, grité descomunalmente: “¡abajo la penetración cultural
yanky!”, y salí de allí corriendo, obligando a mis amigos a que, sin un
segundo de pérdida, me siguieran. (Caicedo, 1982. p.81)
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Bibliografía
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Bolívar, Natalia. (1990). Los Orishas en Cuba. 1st ed. La Habana: Ediciones Unión.
Caicedo Estela, A. (1982). ¡Qué viva la música!. 1st ed. Bogotá: Plaza & Janes.
Morandé, Pedro (2017). La formación del ethos barroco como núcleo de la identidad cultural
iberoamericana en Pedro Morandé, textos sociológicos escogidos, Biehl, A. & Velasco P.
(Eds.). Santiago: Ediciones UC. Págs: 78-105.
Mujica, Francisco. (2012). Crítica, sacrificio y cultura: el universalismo oculto de la
sociología latinoamericana en la obra de Pedro Morandé. Doble Vínculo, [online] 1(1),
pp.61-67. Disponible en: https://doblevinculo.files.wordpress.com/2010/03/7-critica-
sacrificio-y-cultura.pdf [último acceso el 22 Nov. 2017].
Revé, Elio. (2010). Agua pa’ Yemayá. On De qué estamos hablando [CD] Cuba: Artex, S.A