Por detrás de la ideología de género, las aberraciones de Marx
Como se sabe, “abolir a familia” fue una de las principales metas de Marx y Engels, que el comunismo durante tres cuartos de siglo trató de imponer a los países que subyugó. Hoy se convirtió en el objetivo principal de la izquierda internacional, en unión con el feminismo radical y con poderosas organiza- ciones que pretenden controlar la población (tanto o más que el nazismo o el comunismo), bajo el disfraz de los derechos humanos y de la promoción de la mujer. La ideología de género es una reinterpretación de las ideas de Marx, según las cuales la historia es una continua lucha de clases entre “opresores” y “oprimidos”, caracterizada, durante el siglo XX, por la oposición entre obrero y el patrón y el pobre frente al rico. Hoy esa aberración fue transpuesta, dado su fracaso mundial, a la familia, donde el hombre sería el “opresor”, y la mujer o los hijos los “oprimidos”. Se busca así, imponer cambios, leyes y medidas coercitivas: aborto para las mujeres, niños libres de la tutela paterna, “matrimonios” homosexuales, cuotas idénticas para hombres y mujeres en las empresas, gobiernos, colegios y universidades. Todo conforme a lo deseado expresamente por Marx, con vistas a la extinción de las clases y el triunfo de la utopía igualitaria. La semejanza entre el marxismo y esta forma de pensar ya era palpable en el libro El origen de la familia, la propiedad y el Estado, de Engels: “El primer antagonismo de clases coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio monogámico, y la primera opresión de una clase a la otra, con la del sexo femenino por el masculino” (Cf. Frederick Engels, The Origin of the Family, Property and the State, International Publishers, New York, 1972, pp. 65-66). Karl Marx exigía que los medios de “producción y reproducción” fuesen arrebatados a los opresores y entregados a los oprimidos. Y afirmaba que las clases desaparecerían cuando se eliminasen la propiedad privada y la familia encabezada por un padre; se estableciese el libertinaje sexual; se facilitase el divorcio unilateral; se aceptase la filiación ilegítima; se concediese a las mujeres derechos reproductivos que incluyan el aborto; se forzase su entrada en el mercado del trabajo; fuesen colectivizadas las tareas domésticas; se colocasen a los niños en instituciones estatales, libres de la autoridad de los padres; y se eliminase la religión. Todo eso trataron de realizarlo las tiranías comunistas. Éstas se vieron no obstante obligadas a retroceder en los ataques a la familia a causa del repudio de la población, ciñéndose primordialmente a la colectivización económica. Y cuando el régimen soviético se deshizo, tomó fuerza la ideología de género como un marxismo metamorfoseado, que recogió y lanzó sus más notorias aberraciones, ya no en Oriente, sino en todo Occidente. A ese respecto, numerosas “feministas de género” acusan hoy a los líderes de la secta roja en el sentido de que el colapso de la revolución comunista en Rusia se debió a su fracaso en destruir la familia, que es la verdadera causa de la opresión psicológica, económica y política (Cf. Dale O’Leary, artículos en www.catholic-pages.com/dir/feminisn .asp; ver también Shulamith Firestone, The Dialectic of Sex, Bantam Books, Nueva York, 1970). Según ellas, el sexo implica clase, y ésta presupone desigualdad. Para eliminarla, se elaboró la teoría de que el género no es definido por la naturaleza, sino que es “una construcción” —es decir, un invento— social o cultural. O sea, que es inculcado y aprendido; y que por tanto es posible que sea cambiado, pudiendo una persona del sexo masculino adoptar un género femenino, y viceversa. Según esta ideología, no se nace como hombre o como mujer, sino que se aprende a ser una cosa u otra, como afirma la existencialista bisexual Simone de Beauvoir. Ella dice también que la atracción heterosexual es aprendida, y que el instinto materno no existe. Mientras tales aberraciones recorren el mundo, organismos internacionales de izquierda imponen a diversos países subdesarrollados su “agenda de género”, promoviendo el aborto y la homosexualidad. La ayuda financiera internacional es condicionada al alineamiento de los gobiernos a esas posiciones. A Uganda la ONU le cortó los subsidios, porque aquel país africano resolvió incentivar oficialmente, en lugar de los preservativos, la castidad y la fidelidad conyugal como antídotos contra el Sida. Si se demuele de esa forma a la familia y se inunda la sociedad con la promiscuidad más abyecta, si los peores vicios tienen ciudadanía y la moral es perseguida, ¿cómo podrán formarse los niños y los jóvenes dentro de cierta rectitud, para que lleguen a ser adultos útiles a la sociedad y respetuosos de la moral y de la Ley? Con muy pocas excepciones, será casi imposible. Será la realización completa de los designios de Marx. Por más monstruosa que sea tal ideología, ella cuenta con numerosos adeptos, muchos de ellos bien colocados, que van pasando de contrabando sus propósitos. En la mayoría de los casos, sin que haya una oposición clara y organizada. Algunos obispos —uno en el Perú, otro en España, aún otro en México, además de uno en América Central— la censuraron fuertemente. Pero la inmensa mayoría de los prelados, como es tan frecuente en relación a temas graves de moral católica, no se pronunció. En consecuencia, la mayor parte de los católicos ignora que esa aberración se está volviendo dominante. Los “derechos humanos”, al sabor del relativismo Se suma a lo anteriormente dicho otra cadena de aberraciones doctrinarias, lanzadas con supuesta base en los llamados “derechos humanos”. En la mayoría de los ambientes, se habla de ellos sin que siquiera se sepa cuáles son esos derechos, lo que incluye, cómo deben ser entendidos y jerarquizados, cuáles de ellos prevalecen cuando entran en conflicto, y qué limitaciones tienen, en virtud del bien común. Por ejemplo, ¿por qué no presentan el derecho de propiedad como un derecho humano? ¿Y el derecho a la vida del bebé por nacer? Claro está que, bajo el rótulo de “derechos humanos”, la izquierda incluye todo aquello que sirve a los propósitos y métodos de la Revolución anti-cristiana, y nada de lo que la contraría, aún cuando se trate del derecho más básico, universal e indiscutible. O sea, está vigente un concepto relativista, que proclama hoy como “derechos humanos” actos que ayer no eran considerados tales, y que mañana tampoco lo serán. Simplemente porque habrá pasado la hora en que a la Revolución universal le convenía servirse de ellos, y llegado el momento de substituirlos por otras fórmulas sofísticas, que serán la bandera de los nuevos revolucionarios que entren en escena. Los ideólogos de los “derechos humanos” afirman sin pudor que el concepto de éstos es evolutivo, dependiendo de la ideología cuyo predominio ellos mismos desean. Por ejemplo, cuando querían ver explícitamente implantado el comunismo stalinista, consideraban que los supuestos derechos del proletariado —o sea, las facultades que los marxistas atribuían a éste— eran fundamentales, y las víctimas no tenían derecho alguno. Como ahora desean la explosión de las “diversidades” para la instauración del caos moral, doctrinario, cultural y legal, lo que califican de indispensable es el “derecho a la diferencia”. Hace pocas décadas, a nadie en sana conciencia se le ocurriría pensar que la homosexualidad y la práctica del aborto podrían algún día ser considerados “derechos humanos”. Hoy, sin embargo, son relativamente pocos los que se atreven a negarlo. De modo inverso, durante siglos los derechos de propiedad privada, de herencia y de libre iniciativa fueron considerados, de acuerdo con el orden natural y la moral católica, como absolutamente esenciales a la naturaleza humana. Hoy ellos son negados de modo ufano y desafiante por demagogos baratos, por politólogos pedantes, ; por clérigos de avanzada y por feministas frenéticas. ¿Quién enfrenta tal proceso de descristianización del mundo? El mundo contemporáneo se sometió al más craso relativismo. ¿Por qué? Sin duda porque gran parte de aquellos que tienen por obligación proclamar los principios verdaderos —con validez absoluta y permanente basada en la voluntad de Dios— raras veces lo hacen. Y cuando lo hacen, es con tales vacilaciones, timidez y cautelas, que dan la impresión de que creen muy poco en ellos, y por lo tanto que no los consideran esenciales. Proceden así porque temen el riesgo de ser calificados como intransigentes, intolerantes y reaccionarios. Diversos documentos emanados de la Santa Sede, en los últimos años, impugnaron el relativismo imperante en el mundo de hoy, muchos de los cuales firmados por el actual Papa Benedicto XVI cuando dirigía la Congregación para la Doctrina de la Fe, o ya en la Cátedra de Pedro. Señálese un sólo pronunciamiento de alguna Conferencia Episcopal en el mundo que les haya hecho eco de modo categórico hasta el momento… ¿Habrá algún obispo o sacerdote que lo haya hecho para el bien de sus propios fieles, en especial de aquellos que no tienen acceso fácil a los documentos pontificios? Es posible, pero después de una cuidadosa investigación, no encontramos la menor noticia que hable en ese sentido. O sea, documentos de gran importancia —sea por el contenido, sea por la eminencia de la autoridad que los emitió— caen simplemente en el vacío, poniéndose en realce ideologías absurdas y siniestras como las arriba señaladas. Después de describir sumariamente el panorama de la destrucción de la familia, cabe preguntar: ¿dónde están los defensores de la familia verdadera, que Dios dotó de todos los atributos y derechos, consignado como está en incontables documentos pontificios a lo largo de 20 siglos? Son muy escasos, pues la gran mayoría se redujo al silencio, con temor de enfrentar el virulento proceso de descristianización en curso. He aquí el principal campo de batalla de los católicos de hoy: rescatar del silencio esos principios y orientar a los hermanos en la Fe, para que sean preservados de la saña revolucionaria, recordándoles que tal saña no se vence con silencios o contemporizaciones, y menos aún con concesiones, sino con la valiente y completa afirmación de la verdad católica. Para animarlos y orientarlos, debe prevalecer la máxima invencible “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hech. 5, 29). Siguiendo esta sentencia, Nuestro Señor Jesucristo reinará no sólo en nosotros, sino también a nuestro alrededor. Luego de haber analizado los aspectos generales de la revolución sexual en curso, continuamos con la segunda parte de este estudio, donde se apreciará aún más la importancia y actualidad del tema. Al hacerlo, estamos seguros de proporcionar a nuestros lectores una contribución sustancial para la formación de una familia verdaderamente católica, así como valiosos argumentos contra esta onda de disolución familiar, aparentemente avasalladora. Alfredo Mac Hale La promoción del “matrimonio” entre personas del mismo sexo Otro aspecto de la revolución sexual es la promoción de la homosexualidad, exagerando el número de los que se entregan a esa práctica viciosa. No sólo se realizan actos públicos de propaganda del vicio contra la naturaleza, aumentando su verdadera dimensión, sino que se llega a presentar al conjunto de sus adeptos como un mercado potencial que las empresas comerciales y los políticos estarían disputando. Se pide impunidad para ellos, cuando no protección, también con el argumento de que muchos de ellos “nacieron así”, y que por lo tanto no tienen culpa; exigen para ellos las condiciones de vida más ventajosas, lo que equivale a un privilegio para los que practican el vicio. Claro está que, por la doctrina católica, los que poseen tendencias desviadas, pero las combaten y practican la castidad, son personas dignas. Sin embargo, el primer paso para ello es, evidentemente, reconocer su mala tendencia. No es ésa, lamentablemente, la orientación inculcada por esos movimientos que hacen de la homosexualidad una bandera, induciendo claramente la práctica del vicio contra la naturaleza. En suma, se transforma en blanco de admiración social lo que antes era objeto de justa execración, blindándolo de cualquier ataque y prestigiándolo tanto cuanto sea posible. Así, a los grupos sodomitas les es permitido atacar odiosamente como homofóbicos a personajes de primer plano, incluso altos prelados y jefes de Estado, como si el vicio tuviese derechos, y la autoridad no. Algunos ni se esfuerzan en ocultar el odio, porque sienten a sectores de la opinión pública suficientemente deteriorados para no rechazar la voz del vicio, prefiriéndolo a la defensa de la moral. Actualmente no hay país latinoamericano que no sea escenario de esa campaña en pro de la homosexualidad, y donde, como consecuencia, no estén en debate proyectos de ley para favorecerla. Y constantemente se dan hechos que prueban el esfuerzo mancomunado de gobiernos y activistas, desarrollando en ese sentido todos los favores de la tolerancia y los recursos de la propaganda. El Estado opresor usurpa la patria potestad Obviamente, para demoler la familia y pervertir a niños y jóvenes, es necesario aniquilar la patria potestad, pues en muchos casos los padres desean que sus hijos se mantengan dentro de cierta corrección, les dan formación y les imponen disciplina. Para ello los enemigos de la familia se aprovechan de casos en que los progenitores no cumplen sus deberes o se exceden con relación a los hijos. Se van volviendo frecuentes proyectos de ley que facultan la intromisión de funcionarios estatales en el ámbito familiar. Se crean organismos de “protección al menor”; se colocan en los colegios a agentes que pervierten a los menores, y en seguida los “concientizan” sobre cómo “defenderse” de sus familias; se promulgan leyes que garantizan a las adolescentes el acceso a anticonceptivos y al aborto, sin conocimiento de los padres; se establecen sistemas de protección a los menores portadores de desvíos sexuales, para que eviten castigos y se resistan a someterse a los tratamientos que sus padres les quieran imponer, etc. De ese modo los agentes de la perversión de menores quedan protegidos por la ley, y sus defensores naturales inmovilizados, todo en un clima de extremo permisivismo, completa falta de formación y apatía general. De ese modo las más importantes instituciones se van deshaciendo, y las almas se lanzan en tropel al pecado. Una verdadera revolución en nombre de la ideología de género Por detrás de esas audaces reivindicaciones, de esa serie de pseudo derechos de la mujer —que al mismo tiempo es la negación de sus más altos atributos—, del deseo de transformar a los adeptos de las peores aberraciones en una verdadera clase privilegiada con el fin de difundirlas, se oculta una ideología. ¿Cuál es esa ideología? Se trata de un marxismo reciclado, que utiliza diferentes pretextos de los anteriormente empleados en favor del comunismo, pero que conserva la misma saña para acabar con la tradición cristiana, la familia, la propiedad privada y toda forma de jerarquía en el orden social. Es la llamada ideología de género, surgida en los años 70 en los medios académicos de vanguardia de los Estados Unidos. Busca dar un apoyo supuestamente intelectual a la revolución sexual en curso, con miras a transformar al feminismo en una fuerza revolucionaria de extrema radicalidad. Durante años ella fue cultivada en círculos reservados, para seguidamente tener una difusión progresiva gracias a importantes universidades norteamericanas, en las cuales se enquistó, y a poderosas fundaciones privadas que financian su expansión y actividades. Utiliza ampliamente los medios de comunicación, que la difunden por todas partes, especialmente en el mundo llamado desarrollado. De algún tiempo a esta parte, se comenzó a usar cada vez más la palabra género en lugar de sexo, pero al comienzo no eran muchos los que conocían la razón del cambio. En el fondo, se trata de eliminar la idea de que los seres humanos se dividen en dos sexos, como fue establecido por Dios y es inherente a la naturaleza humana. Según sustenta esa ideología, no existen dos sexos, sino por lo menos cinco géneros (mientras no aparezcan otros, en virtud de las nuevas taras que vayan surgiendo): el heterosexual masculino, el heterosexual femenino, el homosexual, la lésbica y el bisexual. A todos ellos esta corriente los considera legítimos, rechazando que unos sean aceptables y otros no. Peor aún. Tal corriente afirma que los dos sexos serían meras “construcciones sociales”, o sea, habrían surgido no de la misma naturaleza humana, sino de convenciones e imposiciones culturales que ahora comportaría desconstruir —es decir, eliminar— supuestamente para defender la “dignidad de la mujer”. Desconstruidos los sexos e impuestos los “géneros”, cada persona tendría que optar por alguno de los cinco arriba mencionados o por alguna otra “novedad” que aparezca, sin que nadie pueda presionarla o condicionarla a favor o en contra de cualquiera de ellos. A partir de la IV Conferencia Mundial de la ONU sobre la Mujer, realizada en setiembre de 1995 en Pekín, la “ideología de género” se extendió vertiginosamente, favoreciendo el aborto, la homosexualidad, el lesbianismo y todas las formas de sexualidad fuera del matrimonio. Su fin es implantar una nueva cultura sin normas ni principios, de tolerancia extrema con el pecado, que excluya el matrimonio y la familia; que acepte las peores prácticas sexuales, en especial las antinaturales, intentando relegar la fidelidad y la fecundidad conyugales —en el fondo, la propia familia— a meras reminiscencias. Para ello afirma la necesidad de “desconstruir los papeles socialmente construidos” en materia de sexualidad —o sea, traduciendo: modificar totalmente los papeles del hombre y de la mujer tales como se ejercen desde hace siglos— para imponer otros sin relación alguna con la naturaleza humana, e inclusive contra ella. Aboga también por la promoción de la “libre elección en asuntos de reproducción y de estilo de vida”, lo que significa el aborto libre y la legitimación y promoción de la homosexualidad, del lesbianismo y de otras formas aberrantes de sexualidad. Contra la institución familiar y la religión católica El “feminismo de género” considera que la familia y el trabajo en el hogar son “cargas negativas” para los “proyectos profesionales” de la mujer, queriendo que ella se emancipe y viva siempre en función de otros papeles en la sociedad. Por eso desea desconstruir la educación actual e impulsar otra educación supuestamente liberadora. Esto es visto como una estrategia importante para cambiar los preconceptos sobre los papeles del hombre y de la mujer en la sociedad, para asegurar que niñas y niños hagan una selección profesional “informada” [por los feministas, obviamente], y no basados en los tradicionales prejuicios sobre el género —o sea, sobre el sexo— ahora vigentes. (Cf. Dale O’Leary, “The sacraments and authentic womanhood” en www.catholic- pages.con/dir/feminisn.asp). Así, las niñas, según esa ideología, deben ser orientadas siempre hacia áreas no tradicionales, no debiendo exponerles la imagen de la mujer como esposa o madre, ni tampoco colocarlas para ejercer las actividades femeninas habituales, pues de lo contrario muchas escogerían espontáneamente esa forma de ser, que el feminismo radical pretende erradicar. Con la intención de equiparar el papel femenino natural y tradicional con las perversiones contrarias a la naturaleza, figuran como prioritarios en la agenda del “feminismo de género” no sólo los “derechos reproductivos” de la mujer lésbica, sino el “derecho” de las parejas lésbicas de concebir hijos mediante la inseminación artificial, y la adopción legal de éstos cuando no los tengan. Este ataque a la familia y a la maternidad se extiende obviamente a la religión. Para el “feminismo de género”, aunque parezca grotesco, la religión no es sino una invención de los hombres para oprimir a las mujeres. Ataca a muchas religiones, pero es al catolicismo al que denigra más intensamente, acusándolo de impulsar el abuso infantil y la supuesta opresión de la mujer. Es una mal disfrazada “cruzada” anticatólica. La ideología de género, sea en su forma radical o atenuada, produjo incontables dramas: ruptura de matrimonios, violencia doméstica, abusos y violencias sexuales (intra y extra- familiares), pederastia, esterilizaciones quirúrgicas masivas de jóvenes, abortos, aberraciones sexuales de toda clase, etc. Y lo peor de todo: va inspirando la demolición radical de la familia, principalmente en el mundo cristiano, lanzándolo en una degradación moral sin precedentes. Por ejemplo, en España, cada cuatro minutos se deshace un matrimonio y cada siete se practica un aborto. Como si todo ello no bastase, el Estado lanzó el pseudo matrimonio homosexual, incluso con la posibilidad de adopción de niños, los cuales quedan así expuestos a ser totalmente pervertidos. Esto porque el gobierno socialista adopta la ideología de género, promoviéndola a través del aparato estatal. En ese sentido, fue introducida para el año lectivo una nueva materia obligatoria sobre educación sexual, basada justamente en la referida ideología. Utilizar la palabra género, en el habla moderna, no es apenas señal de moda o de aggiornamento; por detrás de ese término se esconde una ideología perniciosa, que abre camino en las conciencias y en la sociedad para instalar una cultura cada vez más andrógina o unisex. Se trata de una revolución extrema, que pretende instaurar una contracultura que excluya al matrimonio, la maternidad y la familia, aceptando todo tipo de prácticas sexuales. Es lo que veremos en un próximo número, cuando expondremos la parte final del presente estudio.
La MISANDRIA es un fenómeno psicológico relacionado con la
aversión u odio a los varones. No debe ser confundido con la androfobia. Etimología Proviene del griego miseín (μισεǐν, "odio" ) y andros (άνδρός, "hombre" ). Es el equivalente a "misoginia" (‘odio a la mujer’) para el hombre, aunque la Real Academia Española aun no la contempla como palabra española y usa el término "androfobia" (‘horror al varón’), que en realidad es el equivalente para el hombre de ginefobia. Por lo tanto no debe confundirse éste término con androfobia, ya que fobos en griego significa ‘fobia, miedo’, mientras que miseín significa ‘odio’. Aunque no es exactamente "odio hacia todos los hombres", sino, como el perfecto opuesto de la misoginia, es rechazo hacia la pareja, pensado tal vez como bueno para otras mujeres, pero no para una misma. La Misandria o Misoandria es una valoración negativa o nociva de los hombres, potenciadora de aversión, desprecio, minusvaloración, rechazo u odio hacía la figura masculina y transmitida culturalmente hasta el punto de convertirse en un elemento educativo. Las referencias a este término están en correlación directa con las demandas de diferentes colectivos defensores de los derechos de los hombres, como puedan ser las Asociaciones de Padres de Familia Separados o APFS, los grupos como Mandefender y los movimientos de hombres de cuño masculinista que se encuentran actualmente en una etapa de desarrollo incipiente pero cada vez más organizada y presente en la Sociedad. Siguiendo con las valoraciones del tema realizadas por estos grupos, el origen de este fenómeno es dual y se consideran generadoras del mismo algunas tendencias feministas fuertemente influenciadas por un claro sentimiento antivarón, así como diferentes discriminaciones de género vinculadas social e históricamente con los hombres, a partir del rol de género que la Sociedad les asoció desde sus primeras etapas de desarrollo. Entre las tendencias de la ideología feminista que potencian la misandria o misoandria, destacan fundamentalmente aquellas más radicales que han equiparado el esquema marxista de la lucha de clases a la relación social e histórica de los dos sexos mediante un esquema maniqueísta que equipara lo masculino con lo privilegiado y opresor, y lo femenino con lo discriminado y oprimido, favoreciendo así este sentimiento de odio mediante una descripción básicamente negativa de lo masculino. Al mismo tiempo el actual Feminismo de Género, hace suya buena parte de esta interpretación sobre el significado de los dos sexos, potencia la expansión social de estos tópicos e incluso legisla en base a ellos desarrollando una Legislación de Género claramente tendenciosa en contra de los varones, ya que culpabiliza y castiga más severamente en base a la simple masculinidad de la parte acusada, dando lugar al desarrollo de leyes de autor en contra de los hombres. La Misandria o Misoandria surgida del feminismo tiene diferentes apariencias y en sus formas más severas ha expresado un claro posicionamiento a veces utópico en favor de la guerra de sexos y una apología del exterminio o la limitación demográfica severa de lo masculino. En sus formas menos severas favorece mensajes de descrédito, burla o comparación desmerecedora de lo masculino frente a lo femenino, inculcando un esquema psicológico y conductual en el que el hombre vea y considere su imagen como inferior a la de la mujer, asumiendo inferioridad respecto a esta, y la mujer entienda y acepte su imagen como superior a la del varón, en todos los campos fundamentales del desarrollo personal. Esta tendencia al desprecio y culpabilización de apariencia más moderada da lugar en ciertos casos a nuevos posicionamientos radicales, cuando configura una percepción sexista y discriminatoria de la Humanidad según la cual ésta tendría sus representantes más aventajadas y evolucionadas en las mujeres, respecto a las cuales los hombres serían seres de segunda categoría, superados por ellas en la mayor parte de valores o capacidades, salvo en los relacionados con la fuerza física o la potencia y resistencia del esfuerzo muscular, y en los que se defiende la relación heterosexual a la luz de un nuevo prisma, según el cual el hombre debe quedar subordinado a la mujer en virtud de sus supuestas limitaciones intelectuales, biológicas y morales respecto a esta. Surge así el llamado Movimiento Ginárquico, o de gobierno de lo femenino, marginal pero de tendencia internacionalista, el cual replantea bajo este pilar básico de superioridad femenina todos los aspectos de la convivencia social, desde el nivel del poder político a los aspectos más cotidianos o íntimos de la convivencia familiar, donde el hombre también debería acatar el mando de la mujer, expresando esta subordinación a partir de nuevas conductas sexuales, rituales de socialización y relación entre los dos sexos en los que el domino y privilegio femenino fuesen más que patentes y frecuentemente reconocidos por los hombres- que llegan a ser denominados por ciertos sectores especialmente extremistas de este movimiento como submachos y a los que consideran pertenecientes a una categoría inferior a la de los animales desde un punto de vista evolutivo- a través de diferentes conductas de doblegación, sometimiento, alienación, humillación, maltrato físico y psicológico, esclavización y control sexual, discriminación, explotación de lo masculino en beneficio de la mujer, y en los posicionamientos más radicales dentro de esta tendencia política la castración, el asesinato de los hombres no dispuestos a cooperar con los fines y principios de la ginarquía, la privación de cualquier derecho a los varones respecto a las mujeres o incluso el exterminio o extinción de lo masculino en el momento en que esta opción resulte viable para la sociedad ginárquica. En su vertiente nacida de las discriminaciones de género masculinas, ciertos representantes de los movimientos masculinistas consideran que la misandria ha tenido y tiene también una significativa influencia social e histórica resultado de dos de las principales y más atávicas de estas discriminaciones, por un lado “la competencia extrema entre varones” y de otro “la vinculación de lo masculino al riesgo”, fruto ambas de la división de roles asignada por la Sociedad a ambos sexos en los primeros colectivos humanos en virtud de sus diferencias biológicas, la cual origino una orientación y capacitación de lo masculino para el dominio y control del medio externo, más arriesgado y dañino sobre todo en épocas pretéritas, de lo que lo era el medio interno o doméstico, asignado fundamentalmente a la mujer. De la primera de estas discriminaciones, “la competencia extrema entre varones”, han surgido las guerras, la desunión y el enfrentamiento masculino, la falta de solidaridad entre varones y de esta la incapacidad transmitida educativamente a los hombres para configurar un movimiento unitario masculinista en las actuales sociedades democráticas, handicap no vivido por las mujeres y que ha facilitado su movimiento particular encaminado a resolver sus propias discriminaciones, aumentando este hecho la deuda histórica de la Sociedad con los hombres, al no facilitar ésta su concienciación como grupo o movimiento unido de liberación. El feminismo agravaría esta situación al definir al hombre como privilegiado social e histórico, mentalizando aun más a la Sociedad para insensibilizarse ante las discriminaciones masculinas, hacerlas invisibles y a partir de ahí perpetuarlas. -Historia- Sigmund Freud ya contemplaba desde sus análisis del psiquismo humano un movimiento opuesto a la misoginia, descubierto al estudiar un caso de homosexualidad femenina o lesbianismo, pero en su tiempo aún no existía un nombre para definirlo: "Indignada y amargada ante esta traición, la sujeto se apartó del padre y en general del hombre. Después de este primer doloroso fracaso rechazó su feminidad y tendió a dar a su libido otro destino. En todo esto se condujo nuestra sujeto como muchos hombres, que después de un primer desengaño se apartan duraderamente del sexo femenino infiel, haciéndose misóginos". Paul Nathanson y Katherine K. Young son los autores del libro (Spreading Misandry: The Teaching of Contempt for Men in Popular Culture) ¨Difundiendo la Misandria: La enseñanza del desprecio de los hombres en la cultura popular¨, publicado en 2001, con el que se convirtieron en los más recientes investigadores del fenómeno. Según estos autores la misandria convierte a los hombres en los chivos expiatorios de todos los males sociales y a las mujeres en las víctimas oficiales responsables de todo lo bueno. Otra investigadora del fenómeno, Judith Levine, en su libro de 1992 (My Enemy, My Love: Man-hating and Ambivalence in Women's Lives) ¨ Mi enemigo, Mi amor: El hombre que odio y su ambivalencia en la Vida de las Mujeres¨, escribe sobre la misandria: "[es] el odio que no se atreve a declinar su nombre [...] el odio al hombre es un problema emocional en la medida en que crea dolor y hostilidad entre hombres y mujeres. Pero no es una neurosis individual [...] El odio al hombre es un problema cultural [...] un fenómeno cultural [..] y los hombres, en cuanto objetos de ese odio, son también parte de él". -Entre una patología tratable y un fenómeno psicológico y sociocultural- La androfobia está considerada trastorno mental tratable, a diferencia de la misandria, que es desarrollada en paisajes formativos (ya sean culturales o sociales). Un ejemplo de Misandria es el Manifiesto de SCUM, escrito por la femilista radical Valerie Solanas, famosa por disparar contra Andy Warhol. El Manifiesto ha sido traducido al castellano y comentado por Diego Luis San Román. La tesis fundamental del Feminismo de la Emancipación, que tiende a la vindicación de la igualdad entre mujeres y hombres, tiende también a pretender anular las diferencias de naturaleza entre los sexos, en contraposición al Feminismo de la diferencia. Este posicionamiento junto a la tesis central de que es el hombre, como sexo (y no las condiciones estructurales, sociales, psicológicas, económicas, biológicas, etcétera) el que ha mantenido a lo largo de toda la historia de la Humanidad a las mujeres dominadas y sometidas, lo que se conoce como Patriarcalismo o Falocentrismo, ha llevado a que en diversos grados se exprese, experimente y cultive la misandria en el Feminismo. Identificar al varón como el sujeto del mal y la causa de los dolores y los sufrimientos de las mujeres de todos los tiempos es, en cuanto punto de partida y nudo central de ciertos tipos de feminismo, un posicionamiento misándrico o que puede generar misandria. Las mujeres cuya identidad sexual se ha forjado en la dirección de buscar como compañeras a otras mujeres, las lesbianas (nombre que procede de ser frecuentes ese tipo de relaciones en la isla de Lesbos, de la antigua Grecia) pueden caer en la misandria como consecuencia del proceso de reafirmación dialéctica de su identidad. Así como el varón heterosexual se ha definido en relación a su identidad sexual por oposición al homosexual (proceso que puede conllevar a caer en la homofobia u odio a los homosexuales) la mujer homosexual, identificada con el padre y en rechazo de la madre que no es dominante (considerada como sumisa, obediente y dominada) tiende a fortalecer su identidad sexual en detrimento de la del varón y la mujeres heterosexuales, ya que el proceso edípico está cruzado y es el sujeto dominante (madre o padre) que desempeña los roles tradicionalmente asumidos por el varón el que determina la orientación sexual. Dicha forja de identidad homosexual en la edad moderna o a partir de la llegada del cristianismo (recuérdese que en la Grecia clásica la homosexualidad, la bisexualidad y la heterosexualidad no entraban en conflicto y eran identidades socialmente respetadas, admitidas y bien extendidas) fue vista como una anomalía o enfermedad, pero en la actualidad vuelve a ser admitida como un proceso de constitución y desarrollo de la personalidad y la identidad sexual. La misandria, al focalizar el principio y las causas de todo malestar de las mujeres en el varón heterosexual, bajo la rúbrica de la existencia de un falocentrismo a lo largo de la Historia, puede asemejarse con fenómenos como el racismo o la xenofobia, según se pretenda reafirmar la identidad social en virtud del color de piel que se tenga o según se quiera reafirmar la identidad nacional en virtud del nacimiento en un determinado lugar. La misandria es un fenómeno que ya empezaba a explicar el fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, en su estudio “Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina” (1920), en el cual investigó un caso de lesbianismo: "Ya mucho antes del nacimiento de su hermano menor y, por tanto, también de las primeras reprimendas paternas había mostrado un vivo interés por algunas mujeres. Su libido seguía, pues, desde época muy temprana dos distintos cursos, de los cuales el más superficial puede ser considerado, desde luego, homosexual, constituyendo quizá la confirmación directa e invariada de una fijación infantil a la madre. Nuestro análisis se ha limitado a descubrir probablemente el proceso que en una ocasión favorable condujo la corriente libidinosa heterosexual a una confluencia con la homosexual manifiesta. El análisis descubrió también que la muchacha integraba, desde sus años infantiles, un «complejo de masculinidad» enérgicamente acentuado. Animada, traviesa, combativa y nada dispuesta a dejarse superar por su hermano inmediatamente menor, desarrolló, desde la fecha de su primera visión de los genitales del hermano, una intensa «envidia del pene», cuyas ramificaciones llenaban aún su pensamiento. Era una apasionada defensora de los derechos femeninos; encontraba injusto que las muchachas no gozasen de las mismas libertades que los muchachos, y se rebelaba en general contra el destino de la mujer. En la época del análisis las ideas del embarazo y del parto le eran especialmente desagradables, en gran parte, a mi juicio, por la deformación física concomitante a tales estados" En contra de lo que muchas hiperfeministas piensan, Sigmund Freud no compartía los prejuicios de su época sobre la homosexualidad, como demuestra su famosa Carta del 9 de abril de 1935 a la madre de un homosexual en la que dice: La homosexualidad, desde luego, no es necesariamente una ventaja, pero tampoco es nada de lo que haya que avergonzarse. No es un vicio, ni un signo de degeneración, y no puede clasificarse como una enfermedad. Más bien la considero una variación de la función sexual, originada en una detención del desarrollo sexual. Sin embargo la psicogénesis de la homosexualidad resultan de gran importancia para poder desentrañar y comprender el surgimiento a nivel psicológico del fenómeno de la misandria, ya que se conforma como la inversión de la misoginia, como el movimiento dialéctico de sentido contrario.
El presidente de la Conferencia Episcopal de Polonia advierte
que se está usando al Papa para arremeter contra los obispos A pocos días de la visita «ad limina» de los obispos polacos, que comenzará el primero de febrero, el presidente de la Conferencia episcopal, monseñor Józef Michalik, ha advertido que el Papa Francisco está siendo usado como arma por parte de los enemigos de la Iglesia. «Con el Papa se combate hoy en Polonia en contra de los obispos: Papa Francisco bueno, obispos malos; Papa Francisco sí, obispos e Iglesia en Polonia no», indicó el prelado durante la misa para Acción Católica en su diócesis de Przemyśl en el sureste del país. Mons. Michalik añadió que uno de los más graves peligros de hoy es la ideología de género, a la que dedicó recientemente la carta pastoral de Navidad. El segundo peligro es la estabilidad del matrimonio, y el tercero es el aborto. Mons. Michalik explicó que las actuales dificultades de la Iglesia en Polonia están apenas comenzando y que hay que prepararse para las que vendrán. La próxima visita «ad Limina Apostolorum» de los obispos polacos se llevará a cabo a ocho años de la última, que tuvo lugar en 2005, y durará ocho días.