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Alfredo Mac Hale

Por detrás de la ideología de género, las aberraciones de Marx


Como se sabe, “abolir a familia” fue una de las principales
metas de Marx y Engels, que el comunismo durante tres cuartos
de siglo trató de imponer a los países que subyugó. Hoy se
convirtió en el objetivo principal de la izquierda internacional,
en unión con el feminismo radical y con poderosas organiza-
ciones que pretenden controlar la población (tanto o más que el
nazismo o el comunismo), bajo el disfraz de los derechos
humanos y de la promoción de la mujer.
La ideología de género es una reinterpretación de las ideas de
Marx, según las cuales la historia es una continua lucha de clases
entre “opresores” y “oprimidos”, caracterizada, durante el siglo
XX, por la oposición entre obrero y el patrón y el pobre frente al
rico. Hoy esa aberración fue transpuesta, dado su fracaso
mundial, a la familia, donde el hombre sería el “opresor”, y la
mujer o los hijos los “oprimidos”.
Se busca así, imponer cambios, leyes y medidas coercitivas:
aborto para las mujeres, niños libres de la tutela paterna,
“matrimonios” homosexuales, cuotas idénticas para hombres y
mujeres en las empresas, gobiernos, colegios y universidades.
Todo conforme a lo deseado expresamente por Marx, con vistas
a la extinción de las clases y el triunfo de la utopía igualitaria.
La semejanza entre el marxismo y esta forma de pensar ya era
palpable en el libro El origen de la familia, la propiedad y el
Estado, de Engels: “El primer antagonismo de clases coincide
con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer
unidos en matrimonio monogámico, y la primera opresión de
una clase a la otra, con la del sexo femenino por el masculino”
(Cf. Frederick Engels, The Origin of the Family, Property and
the State, International Publishers, New York, 1972, pp. 65-66).
Karl Marx exigía que los medios de “producción y
reproducción” fuesen arrebatados a los opresores y entregados a
los oprimidos. Y afirmaba que las clases desaparecerían cuando
se eliminasen la propiedad privada y la familia encabezada por
un padre; se estableciese el libertinaje sexual; se facilitase el
divorcio unilateral; se aceptase la filiación ilegítima; se
concediese a las mujeres derechos reproductivos que incluyan el
aborto; se forzase su entrada en el mercado del trabajo; fuesen
colectivizadas las tareas domésticas; se colocasen a los niños en
instituciones estatales, libres de la autoridad de los padres; y se
eliminase la religión.
Todo eso trataron de realizarlo las tiranías comunistas. Éstas se
vieron no obstante obligadas a retroceder en los ataques a la
familia a causa del repudio de la población, ciñéndose
primordialmente a la colectivización económica. Y cuando el
régimen soviético se deshizo, tomó fuerza la ideología de género
como un marxismo metamorfoseado, que recogió y lanzó sus
más notorias aberraciones, ya no en Oriente, sino en todo
Occidente.
A ese respecto, numerosas “feministas de género” acusan hoy a
los líderes de la secta roja en el sentido de que el colapso de la
revolución comunista en Rusia se debió a su fracaso en destruir
la familia, que es la verdadera causa de la opresión psicológica,
económica y política (Cf. Dale O’Leary, artículos en
www.catholic-pages.com/dir/feminisn .asp; ver también
Shulamith Firestone, The Dialectic of Sex, Bantam Books,
Nueva York, 1970). Según ellas, el sexo implica clase, y ésta
presupone desigualdad. Para eliminarla, se elaboró la teoría de
que el género no es definido por la naturaleza, sino que es “una
construcción” —es decir, un invento— social o cultural. O sea,
que es inculcado y aprendido; y que por tanto es posible que sea
cambiado, pudiendo una persona del sexo masculino adoptar un
género femenino, y viceversa.
Según esta ideología, no se nace como hombre o como mujer,
sino que se aprende a ser una cosa u otra, como afirma la
existencialista bisexual Simone de Beauvoir. Ella dice también
que la atracción heterosexual es aprendida, y que el instinto
materno no existe. Mientras tales aberraciones recorren el
mundo, organismos internacionales de izquierda imponen a
diversos países subdesarrollados su “agenda de género”,
promoviendo el aborto y la homosexualidad. La ayuda
financiera internacional es condicionada al alineamiento de los
gobiernos a esas posiciones. A Uganda la ONU le cortó los
subsidios, porque aquel país africano resolvió incentivar
oficialmente, en lugar de los preservativos, la castidad y la
fidelidad conyugal como antídotos contra el Sida.
Si se demuele de esa forma a la familia y se inunda la sociedad
con la promiscuidad más abyecta, si los peores vicios tienen
ciudadanía y la moral es perseguida, ¿cómo podrán formarse los
niños y los jóvenes dentro de cierta rectitud, para que lleguen a
ser adultos útiles a la sociedad y respetuosos de la moral y de la
Ley? Con muy pocas excepciones, será casi imposible. Será la
realización completa de los designios de Marx.
Por más monstruosa que sea tal ideología, ella cuenta con
numerosos adeptos, muchos de ellos bien colocados, que van
pasando de contrabando sus propósitos. En la mayoría de los
casos, sin que haya una oposición clara y organizada. Algunos
obispos —uno en el Perú, otro en España, aún otro en México,
además de uno en América Central— la censuraron
fuertemente. Pero la inmensa mayoría de los prelados, como es
tan frecuente en relación a temas graves de moral católica, no se
pronunció. En consecuencia, la mayor parte de los católicos
ignora que esa aberración se está volviendo dominante.
Los “derechos humanos”, al sabor del relativismo
Se suma a lo anteriormente dicho otra cadena de aberraciones
doctrinarias, lanzadas con supuesta base en los llamados
“derechos humanos”. En la mayoría de los ambientes, se habla
de ellos sin que siquiera se sepa cuáles son esos derechos, lo que
incluye, cómo deben ser entendidos y jerarquizados, cuáles de
ellos prevalecen cuando entran en conflicto, y qué limitaciones
tienen, en virtud del bien común. Por ejemplo, ¿por qué no
presentan el derecho de propiedad como un derecho humano?
¿Y el derecho a la vida del bebé por nacer?
Claro está que, bajo el rótulo de “derechos humanos”, la
izquierda incluye todo aquello que sirve a los propósitos y
métodos de la Revolución anti-cristiana, y nada de lo que la
contraría, aún cuando se trate del derecho más básico, universal
e indiscutible. O sea, está vigente un concepto relativista, que
proclama hoy como “derechos humanos” actos que ayer no eran
considerados tales, y que mañana tampoco lo serán.
Simplemente porque habrá pasado la hora en que a la
Revolución universal le convenía servirse de ellos, y llegado el
momento de substituirlos por otras fórmulas sofísticas, que
serán la bandera de los nuevos revolucionarios que entren en
escena.
Los ideólogos de los “derechos humanos” afirman sin pudor que
el concepto de éstos es evolutivo, dependiendo de la ideología
cuyo predominio ellos mismos desean. Por ejemplo, cuando
querían ver explícitamente implantado el comunismo stalinista,
consideraban que los supuestos derechos del proletariado —o
sea, las facultades que los marxistas atribuían a éste— eran
fundamentales, y las víctimas no tenían derecho alguno. Como
ahora desean la explosión de las “diversidades” para la
instauración del caos moral, doctrinario, cultural y legal, lo que
califican de indispensable es el “derecho a la diferencia”.
Hace pocas décadas, a nadie en sana conciencia se le ocurriría
pensar que la homosexualidad y la práctica del aborto podrían
algún día ser considerados “derechos humanos”. Hoy, sin
embargo, son relativamente pocos los que se atreven a negarlo.
De modo inverso, durante siglos los derechos de propiedad
privada, de herencia y de libre iniciativa fueron considerados, de
acuerdo con el orden natural y la moral católica, como
absolutamente esenciales a la naturaleza humana. Hoy ellos son
negados de modo ufano y desafiante por demagogos baratos, por
politólogos pedantes, ; por clérigos de avanzada y por feministas
frenéticas.
¿Quién enfrenta tal proceso de descristianización del mundo?
El mundo contemporáneo se sometió al más craso relativismo.
¿Por qué? Sin duda porque gran parte de aquellos que tienen
por obligación proclamar los principios verdaderos —con
validez absoluta y permanente basada en la voluntad de Dios—
raras veces lo hacen. Y cuando lo hacen, es con tales
vacilaciones, timidez y cautelas, que dan la impresión de que
creen muy poco en ellos, y por lo tanto que no los consideran
esenciales. Proceden así porque temen el riesgo de ser calificados
como intransigentes, intolerantes y reaccionarios.
Diversos documentos emanados de la Santa Sede, en los últimos
años, impugnaron el relativismo imperante en el mundo de hoy,
muchos de los cuales firmados por el actual Papa Benedicto XVI
cuando dirigía la Congregación para la Doctrina de la Fe, o ya
en la Cátedra de Pedro. Señálese un sólo pronunciamiento de
alguna Conferencia Episcopal en el mundo que les haya hecho
eco de modo categórico hasta el momento…
¿Habrá algún obispo o sacerdote que lo haya hecho para el bien
de sus propios fieles, en especial de aquellos que no tienen acceso
fácil a los documentos pontificios? Es posible, pero después de
una cuidadosa investigación, no encontramos la menor noticia
que hable en ese sentido. O sea, documentos de gran
importancia —sea por el contenido, sea por la eminencia de la
autoridad que los emitió— caen simplemente en el vacío,
poniéndose en realce ideologías absurdas y siniestras como las
arriba señaladas.
Después de describir sumariamente el panorama de la
destrucción de la familia, cabe preguntar: ¿dónde están los
defensores de la familia verdadera, que Dios dotó de todos los
atributos y derechos, consignado como está en incontables
documentos pontificios a lo largo de 20 siglos? Son muy escasos,
pues la gran mayoría se redujo al silencio, con temor de
enfrentar el virulento proceso de descristianización en curso.
He aquí el principal campo de batalla de los católicos de hoy:
rescatar del silencio esos principios y orientar a los hermanos en
la Fe, para que sean preservados de la saña revolucionaria,
recordándoles que tal saña no se vence con silencios o
contemporizaciones, y menos aún con concesiones, sino con la
valiente y completa afirmación de la verdad católica. Para
animarlos y orientarlos, debe prevalecer la máxima invencible
“Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hech. 5,
29). Siguiendo esta sentencia, Nuestro Señor Jesucristo reinará
no sólo en nosotros, sino también a nuestro alrededor.
Luego de haber analizado los aspectos generales de la revolución
sexual en curso, continuamos con la segunda parte de este
estudio, donde se apreciará aún más la importancia y actualidad
del tema. Al hacerlo, estamos seguros de proporcionar a
nuestros lectores una contribución sustancial para la formación
de una familia verdaderamente católica, así como valiosos
argumentos contra esta onda de disolución familiar,
aparentemente avasalladora.
Alfredo Mac Hale
La promoción del “matrimonio” entre personas del mismo sexo
Otro aspecto de la revolución sexual es la promoción de la
homosexualidad, exagerando el número de los que se entregan a
esa práctica viciosa. No sólo se realizan actos públicos de
propaganda del vicio contra la naturaleza, aumentando su
verdadera dimensión, sino que se llega a presentar al conjunto
de sus adeptos como un mercado potencial que las empresas
comerciales y los políticos estarían disputando.
Se pide impunidad para ellos, cuando no protección, también
con el argumento de que muchos de ellos “nacieron así”, y que
por lo tanto no tienen culpa; exigen para ellos las condiciones de
vida más ventajosas, lo que equivale a un privilegio para los que
practican el vicio.
Claro está que, por la doctrina católica, los que poseen
tendencias desviadas, pero las combaten y practican la castidad,
son personas dignas. Sin embargo, el primer paso para ello es,
evidentemente, reconocer su mala tendencia. No es ésa,
lamentablemente, la orientación inculcada por esos movimientos
que hacen de la homosexualidad una bandera, induciendo
claramente la práctica del vicio contra la naturaleza.
En suma, se transforma en blanco de admiración social lo que
antes era objeto de justa execración, blindándolo de cualquier
ataque y prestigiándolo tanto cuanto sea posible.
Así, a los grupos sodomitas les es permitido atacar odiosamente
como homofóbicos a personajes de primer plano, incluso altos
prelados y jefes de Estado, como si el vicio tuviese derechos, y la
autoridad no. Algunos ni se esfuerzan en ocultar el odio, porque
sienten a sectores de la opinión pública suficientemente
deteriorados para no rechazar la voz del vicio, prefiriéndolo a la
defensa de la moral.
Actualmente no hay país latinoamericano que no sea escenario
de esa campaña en pro de la homosexualidad, y donde, como
consecuencia, no estén en debate proyectos de ley para
favorecerla. Y constantemente se dan hechos que prueban el
esfuerzo mancomunado de gobiernos y activistas, desarrollando
en ese sentido todos los favores de la tolerancia y los recursos de
la propaganda.
El Estado opresor usurpa la patria potestad
Obviamente, para demoler la familia y pervertir a niños y
jóvenes, es necesario aniquilar la patria potestad, pues en
muchos casos los padres desean que sus hijos se mantengan
dentro de cierta corrección, les dan formación y les imponen
disciplina. Para ello los enemigos de la familia se aprovechan de
casos en que los progenitores no cumplen sus deberes o se
exceden con relación a los hijos. Se van volviendo frecuentes
proyectos de ley que facultan la intromisión de funcionarios
estatales en el ámbito familiar. Se crean organismos de
“protección al menor”; se colocan en los colegios a agentes que
pervierten a los menores, y en seguida los “concientizan” sobre
cómo “defenderse” de sus familias; se promulgan leyes que
garantizan a las adolescentes el acceso a anticonceptivos y al
aborto, sin conocimiento de los padres; se establecen sistemas de
protección a los menores portadores de desvíos sexuales, para
que eviten castigos y se resistan a someterse a los tratamientos
que sus padres les quieran imponer, etc.
De ese modo los agentes de la perversión de menores quedan
protegidos por la ley, y sus defensores naturales inmovilizados,
todo en un clima de extremo permisivismo, completa falta de
formación y apatía general. De ese modo las más importantes
instituciones se van deshaciendo, y las almas se lanzan en tropel
al pecado.
Una verdadera revolución en nombre de la ideología de género
Por detrás de esas audaces reivindicaciones, de esa serie de
pseudo derechos de la mujer —que al mismo tiempo es la
negación de sus más altos atributos—, del deseo de transformar
a los adeptos de las peores aberraciones en una verdadera clase
privilegiada con el fin de difundirlas, se oculta una ideología.
¿Cuál es esa ideología?
Se trata de un marxismo reciclado, que utiliza diferentes
pretextos de los anteriormente empleados en favor del
comunismo, pero que conserva la misma saña para acabar con
la tradición cristiana, la familia, la propiedad privada y toda
forma de jerarquía en el orden social. Es la llamada ideología de
género, surgida en los años 70 en los medios académicos de
vanguardia de los Estados Unidos. Busca dar un apoyo
supuestamente intelectual a la revolución sexual en curso, con
miras a transformar al feminismo en una fuerza revolucionaria
de extrema radicalidad.
Durante años ella fue cultivada en círculos reservados, para
seguidamente tener una difusión progresiva gracias a
importantes universidades norteamericanas, en las cuales se
enquistó, y a poderosas fundaciones privadas que financian su
expansión y actividades. Utiliza ampliamente los medios de
comunicación, que la difunden por todas partes, especialmente
en el mundo llamado desarrollado.
De algún tiempo a esta parte, se comenzó a usar cada vez más la
palabra género en lugar de sexo, pero al comienzo no eran
muchos los que conocían la razón del cambio. En el fondo, se
trata de eliminar la idea de que los seres humanos se dividen en
dos sexos, como fue establecido por Dios y es inherente a la
naturaleza humana.
Según sustenta esa ideología, no existen dos sexos, sino por lo
menos cinco géneros (mientras no aparezcan otros, en virtud de
las nuevas taras que vayan surgiendo): el heterosexual
masculino, el heterosexual femenino, el homosexual, la lésbica y
el bisexual. A todos ellos esta corriente los considera legítimos,
rechazando que unos sean aceptables y otros no.
Peor aún. Tal corriente afirma que los dos sexos serían meras
“construcciones sociales”, o sea, habrían surgido no de la misma
naturaleza humana, sino de convenciones e imposiciones
culturales que ahora comportaría desconstruir —es decir,
eliminar— supuestamente para defender la “dignidad de la
mujer”. Desconstruidos los sexos e impuestos los “géneros”,
cada persona tendría que optar por alguno de los cinco arriba
mencionados o por alguna otra “novedad” que aparezca, sin que
nadie pueda presionarla o condicionarla a favor o en contra de
cualquiera de ellos.
A partir de la IV Conferencia Mundial de la ONU sobre la
Mujer, realizada en setiembre de 1995 en Pekín, la “ideología de
género” se extendió vertiginosamente, favoreciendo el aborto, la
homosexualidad, el lesbianismo y todas las formas de sexualidad
fuera del matrimonio.
Su fin es implantar una nueva cultura sin normas ni principios,
de tolerancia extrema con el pecado, que excluya el matrimonio
y la familia; que acepte las peores prácticas sexuales, en especial
las antinaturales, intentando relegar la fidelidad y la fecundidad
conyugales —en el fondo, la propia familia— a meras
reminiscencias.
Para ello afirma la necesidad de “desconstruir los papeles
socialmente construidos” en materia de sexualidad —o sea,
traduciendo: modificar totalmente los papeles del hombre y de
la mujer tales como se ejercen desde hace siglos— para imponer
otros sin relación alguna con la naturaleza humana, e inclusive
contra ella. Aboga también por la promoción de la “libre
elección en asuntos de reproducción y de estilo de vida”, lo que
significa el aborto libre y la legitimación y promoción de la
homosexualidad, del lesbianismo y de otras formas aberrantes
de sexualidad.
Contra la institución familiar y la religión católica
El “feminismo de género” considera que la familia y el trabajo
en el hogar son “cargas negativas” para los “proyectos
profesionales” de la mujer, queriendo que ella se emancipe y
viva siempre en función de otros papeles en la sociedad. Por eso
desea desconstruir la educación actual e impulsar otra
educación supuestamente liberadora. Esto es visto como una
estrategia importante para cambiar los preconceptos sobre los
papeles del hombre y de la mujer en la sociedad, para asegurar
que niñas y niños hagan una selección profesional “informada”
[por los feministas, obviamente], y no basados en los
tradicionales prejuicios sobre el género —o sea, sobre el sexo—
ahora vigentes. (Cf. Dale O’Leary, “The sacraments and
authentic womanhood” en www.catholic-
pages.con/dir/feminisn.asp).
Así, las niñas, según esa ideología, deben ser orientadas siempre
hacia áreas no tradicionales, no debiendo exponerles la imagen
de la mujer como esposa o madre, ni tampoco colocarlas para
ejercer las actividades femeninas habituales, pues de lo
contrario muchas escogerían espontáneamente esa forma de ser,
que el feminismo radical pretende erradicar.
Con la intención de equiparar el papel femenino natural y
tradicional con las perversiones contrarias a la naturaleza,
figuran como prioritarios en la agenda del “feminismo de
género” no sólo los “derechos reproductivos” de la mujer
lésbica, sino el “derecho” de las parejas lésbicas de concebir
hijos mediante la inseminación artificial, y la adopción legal de
éstos cuando no los tengan.
Este ataque a la familia y a la maternidad se extiende
obviamente a la religión. Para el “feminismo de género”, aunque
parezca grotesco, la religión no es sino una invención de los
hombres para oprimir a las mujeres. Ataca a muchas religiones,
pero es al catolicismo al que denigra más intensamente,
acusándolo de impulsar el abuso infantil y la supuesta opresión
de la mujer. Es una mal disfrazada “cruzada” anticatólica.
La ideología de género, sea en su forma radical o atenuada,
produjo incontables dramas: ruptura de matrimonios, violencia
doméstica, abusos y violencias sexuales (intra y extra-
familiares), pederastia, esterilizaciones quirúrgicas masivas de
jóvenes, abortos, aberraciones sexuales de toda clase, etc. Y lo
peor de todo: va inspirando la demolición radical de la familia,
principalmente en el mundo cristiano, lanzándolo en una
degradación moral sin precedentes. Por ejemplo, en España,
cada cuatro minutos se deshace un matrimonio y cada siete se
practica un aborto. Como si todo ello no bastase, el Estado lanzó
el pseudo matrimonio homosexual, incluso con la posibilidad de
adopción de niños, los cuales quedan así expuestos a ser
totalmente pervertidos. Esto porque el gobierno socialista
adopta la ideología de género, promoviéndola a través del
aparato estatal. En ese sentido, fue introducida para el año
lectivo una nueva materia obligatoria sobre educación sexual,
basada justamente en la referida ideología.
Utilizar la palabra género, en el habla moderna, no es apenas
señal de moda o de aggiornamento; por detrás de ese término se
esconde una ideología perniciosa, que abre camino en las
conciencias y en la sociedad para instalar una cultura cada vez
más andrógina o unisex. Se trata de una revolución extrema, que
pretende instaurar una contracultura que excluya al
matrimonio, la maternidad y la familia, aceptando todo tipo de
prácticas sexuales.
Es lo que veremos en un próximo número, cuando expondremos
la parte final del presente estudio.

La MISANDRIA es un fenómeno psicológico relacionado con la


aversión u odio a los varones. No debe ser confundido con la
androfobia.
Etimología
Proviene del griego miseín (μισεǐν, "odio" ) y andros (άνδρός,
"hombre" ). Es el equivalente a "misoginia" (‘odio a la mujer’)
para el hombre, aunque la Real Academia Española aun no la
contempla como palabra española y usa el término
"androfobia" (‘horror al varón’), que en realidad es el
equivalente para el hombre de ginefobia. Por lo tanto no debe
confundirse éste término con androfobia, ya que fobos en griego
significa ‘fobia, miedo’, mientras que miseín significa ‘odio’.
Aunque no es exactamente "odio hacia todos los hombres", sino,
como el perfecto opuesto de la misoginia, es rechazo hacia la
pareja, pensado tal vez como bueno para otras mujeres, pero no
para una misma.
La Misandria o Misoandria es una valoración negativa o nociva
de los hombres, potenciadora de aversión, desprecio,
minusvaloración, rechazo u odio hacía la figura masculina y
transmitida culturalmente hasta el punto de convertirse en un
elemento educativo.
Las referencias a este término están en correlación directa con
las demandas de diferentes colectivos defensores de los derechos
de los hombres, como puedan ser las Asociaciones de Padres de
Familia Separados o APFS, los grupos como Mandefender y los
movimientos de hombres de cuño masculinista que se
encuentran actualmente en una etapa de desarrollo incipiente
pero cada vez más organizada y presente en la Sociedad.
Siguiendo con las valoraciones del tema realizadas por estos
grupos, el origen de este fenómeno es dual y se consideran
generadoras del mismo algunas tendencias feministas
fuertemente influenciadas por un claro sentimiento antivarón,
así como diferentes discriminaciones de género vinculadas social
e históricamente con los hombres, a partir del rol de género que
la Sociedad les asoció desde sus primeras etapas de desarrollo.
Entre las tendencias de la ideología feminista que potencian la
misandria o misoandria, destacan fundamentalmente aquellas
más radicales que han equiparado el esquema marxista de la
lucha de clases a la relación social e histórica de los dos sexos
mediante un esquema maniqueísta que equipara lo masculino
con lo privilegiado y opresor, y lo femenino con lo discriminado
y oprimido, favoreciendo así este sentimiento de odio mediante
una descripción básicamente negativa de lo masculino. Al mismo
tiempo el actual Feminismo de Género, hace suya buena parte
de esta interpretación sobre el significado de los dos sexos,
potencia la expansión social de estos tópicos e incluso legisla en
base a ellos desarrollando una Legislación de Género claramente
tendenciosa en contra de los varones, ya que culpabiliza y
castiga más severamente en base a la simple masculinidad de la
parte acusada, dando lugar al desarrollo de leyes de autor en
contra de los hombres.
La Misandria o Misoandria surgida del feminismo tiene
diferentes apariencias y en sus formas más severas ha expresado
un claro posicionamiento a veces utópico en favor de la guerra
de sexos y una apología del exterminio o la limitación
demográfica severa de lo masculino. En sus formas menos
severas favorece mensajes de descrédito, burla o comparación
desmerecedora de lo masculino frente a lo femenino, inculcando
un esquema psicológico y conductual en el que el hombre vea y
considere su imagen como inferior a la de la mujer, asumiendo
inferioridad respecto a esta, y la mujer entienda y acepte su
imagen como superior a la del varón, en todos los campos
fundamentales del desarrollo personal. Esta tendencia al
desprecio y culpabilización de apariencia más moderada da
lugar en ciertos casos a nuevos posicionamientos radicales,
cuando configura una percepción sexista y discriminatoria de la
Humanidad según la cual ésta tendría sus representantes más
aventajadas y evolucionadas en las mujeres, respecto a las cuales
los hombres serían seres de segunda categoría, superados por
ellas en la mayor parte de valores o capacidades, salvo en los
relacionados con la fuerza física o la potencia y resistencia del
esfuerzo muscular, y en los que se defiende la relación
heterosexual a la luz de un nuevo prisma, según el cual el
hombre debe quedar subordinado a la mujer en virtud de sus
supuestas limitaciones intelectuales, biológicas y morales
respecto a esta.
Surge así el llamado Movimiento Ginárquico, o de gobierno de
lo femenino, marginal pero de tendencia internacionalista, el
cual replantea bajo este pilar básico de superioridad femenina
todos los aspectos de la convivencia social, desde el nivel del
poder político a los aspectos más cotidianos o íntimos de la
convivencia familiar, donde el hombre también debería acatar el
mando de la mujer, expresando esta subordinación a partir de
nuevas conductas sexuales, rituales de socialización y relación
entre los dos sexos en los que el domino y privilegio femenino
fuesen más que patentes y frecuentemente reconocidos por los
hombres- que llegan a ser denominados por ciertos sectores
especialmente extremistas de este movimiento como submachos
y a los que consideran pertenecientes a una categoría inferior a
la de los animales desde un punto de vista evolutivo- a través de
diferentes conductas de doblegación, sometimiento, alienación,
humillación, maltrato físico y psicológico, esclavización y control
sexual, discriminación, explotación de lo masculino en beneficio
de la mujer, y en los posicionamientos más radicales dentro de
esta tendencia política la castración, el asesinato de los hombres
no dispuestos a cooperar con los fines y principios de la
ginarquía, la privación de cualquier derecho a los varones
respecto a las mujeres o incluso el exterminio o extinción de lo
masculino en el momento en que esta opción resulte viable para
la sociedad ginárquica.
En su vertiente nacida de las discriminaciones de género
masculinas, ciertos representantes de los movimientos
masculinistas consideran que la misandria ha tenido y tiene
también una significativa influencia social e histórica resultado
de dos de las principales y más atávicas de estas
discriminaciones, por un lado “la competencia extrema entre
varones” y de otro “la vinculación de lo masculino al riesgo”,
fruto ambas de la división de roles asignada por la Sociedad a
ambos sexos en los primeros colectivos humanos en virtud de sus
diferencias biológicas, la cual origino una orientación y
capacitación de lo masculino para el dominio y control del medio
externo, más arriesgado y dañino sobre todo en épocas
pretéritas, de lo que lo era el medio interno o doméstico,
asignado fundamentalmente a la mujer.
De la primera de estas discriminaciones, “la competencia
extrema entre varones”, han surgido las guerras, la desunión y
el enfrentamiento masculino, la falta de solidaridad entre
varones y de esta la incapacidad transmitida educativamente a
los hombres para configurar un movimiento unitario
masculinista en las actuales sociedades democráticas, handicap
no vivido por las mujeres y que ha facilitado su movimiento
particular encaminado a resolver sus propias discriminaciones,
aumentando este hecho la deuda histórica de la Sociedad con los
hombres, al no facilitar ésta su concienciación como grupo o
movimiento unido de liberación. El feminismo agravaría esta
situación al definir al hombre como privilegiado social e
histórico, mentalizando aun más a la Sociedad para
insensibilizarse ante las discriminaciones masculinas, hacerlas
invisibles y a partir de ahí perpetuarlas.
-Historia-
Sigmund Freud ya contemplaba desde sus análisis del psiquismo
humano un movimiento opuesto a la misoginia, descubierto al
estudiar un caso de homosexualidad femenina o lesbianismo,
pero en su tiempo aún no existía un nombre para definirlo:
"Indignada y amargada ante esta traición, la sujeto se apartó
del padre y en general del hombre. Después de este primer
doloroso fracaso rechazó su feminidad y tendió a dar a su libido
otro destino. En todo esto se condujo nuestra sujeto como
muchos hombres, que después de un primer desengaño se
apartan duraderamente del sexo femenino infiel, haciéndose
misóginos".
Paul Nathanson y Katherine K. Young son los autores del libro
(Spreading Misandry: The Teaching of Contempt for Men in
Popular Culture) ¨Difundiendo la Misandria: La enseñanza del
desprecio de los hombres en la cultura popular¨, publicado en
2001, con el que se convirtieron en los más recientes
investigadores del fenómeno. Según estos autores la misandria
convierte a los hombres en los chivos expiatorios de todos los
males sociales y a las mujeres en las víctimas oficiales
responsables de todo lo bueno.
Otra investigadora del fenómeno, Judith Levine, en su libro de
1992 (My Enemy, My Love: Man-hating and Ambivalence in
Women's Lives) ¨ Mi enemigo, Mi amor: El hombre que odio y
su ambivalencia en la Vida de las Mujeres¨, escribe sobre la
misandria:
"[es] el odio que no se atreve a declinar su nombre [...] el odio al
hombre es un problema emocional en la medida en que crea
dolor y hostilidad entre hombres y mujeres. Pero no es una
neurosis individual [...] El odio al hombre es un problema
cultural [...] un fenómeno cultural [..] y los hombres, en cuanto
objetos de ese odio, son también parte de él".
-Entre una patología tratable y un fenómeno psicológico y
sociocultural-
La androfobia está considerada trastorno mental tratable, a
diferencia de la misandria, que es desarrollada en paisajes
formativos (ya sean culturales o sociales).
Un ejemplo de Misandria es el Manifiesto de SCUM, escrito por
la femilista radical Valerie Solanas, famosa por disparar contra
Andy Warhol. El Manifiesto ha sido traducido al castellano y
comentado por Diego Luis San Román.
La tesis fundamental del Feminismo de la Emancipación, que
tiende a la vindicación de la igualdad entre mujeres y hombres,
tiende también a pretender anular las diferencias de naturaleza
entre los sexos, en contraposición al Feminismo de la diferencia.
Este posicionamiento junto a la tesis central de que es el hombre,
como sexo (y no las condiciones estructurales, sociales,
psicológicas, económicas, biológicas, etcétera) el que ha
mantenido a lo largo de toda la historia de la Humanidad a las
mujeres dominadas y sometidas, lo que se conoce como
Patriarcalismo o Falocentrismo, ha llevado a que en diversos
grados se exprese, experimente y cultive la misandria en el
Feminismo. Identificar al varón como el sujeto del mal y la
causa de los dolores y los sufrimientos de las mujeres de todos
los tiempos es, en cuanto punto de partida y nudo central de
ciertos tipos de feminismo, un posicionamiento misándrico o que
puede generar misandria.
Las mujeres cuya identidad sexual se ha forjado en la dirección
de buscar como compañeras a otras mujeres, las lesbianas
(nombre que procede de ser frecuentes ese tipo de relaciones en
la isla de Lesbos, de la antigua Grecia) pueden caer en la
misandria como consecuencia del proceso de reafirmación
dialéctica de su identidad. Así como el varón heterosexual se ha
definido en relación a su identidad sexual por oposición al
homosexual (proceso que puede conllevar a caer en la
homofobia u odio a los homosexuales) la mujer homosexual,
identificada con el padre y en rechazo de la madre que no es
dominante (considerada como sumisa, obediente y dominada)
tiende a fortalecer su identidad sexual en detrimento de la del
varón y la mujeres heterosexuales, ya que el proceso edípico está
cruzado y es el sujeto dominante (madre o padre) que
desempeña los roles tradicionalmente asumidos por el varón el
que determina la orientación sexual. Dicha forja de identidad
homosexual en la edad moderna o a partir de la llegada del
cristianismo (recuérdese que en la Grecia clásica la
homosexualidad, la bisexualidad y la heterosexualidad no
entraban en conflicto y eran identidades socialmente respetadas,
admitidas y bien extendidas) fue vista como una anomalía o
enfermedad, pero en la actualidad vuelve a ser admitida como
un proceso de constitución y desarrollo de la personalidad y la
identidad sexual.
La misandria, al focalizar el principio y las causas de todo
malestar de las mujeres en el varón heterosexual, bajo la rúbrica
de la existencia de un falocentrismo a lo largo de la Historia,
puede asemejarse con fenómenos como el racismo o la
xenofobia, según se pretenda reafirmar la identidad social en
virtud del color de piel que se tenga o según se quiera reafirmar
la identidad nacional en virtud del nacimiento en un
determinado lugar.
La misandria es un fenómeno que ya empezaba a explicar el
fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, en su estudio “Sobre
la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina” (1920),
en el cual investigó un caso de lesbianismo:
"Ya mucho antes del nacimiento de su hermano menor y, por
tanto, también de las primeras reprimendas paternas había
mostrado un vivo interés por algunas mujeres. Su libido seguía,
pues, desde época muy temprana dos distintos cursos, de los
cuales el más superficial puede ser considerado, desde luego,
homosexual, constituyendo quizá la confirmación directa e
invariada de una fijación infantil a la madre. Nuestro análisis se
ha limitado a descubrir probablemente el proceso que en una
ocasión favorable condujo la corriente libidinosa heterosexual a
una confluencia con la homosexual manifiesta. El análisis
descubrió también que la muchacha integraba, desde sus años
infantiles, un «complejo de masculinidad» enérgicamente
acentuado. Animada, traviesa, combativa y nada dispuesta a
dejarse superar por su hermano inmediatamente menor,
desarrolló, desde la fecha de su primera visión de los genitales
del hermano, una intensa «envidia del pene», cuyas
ramificaciones llenaban aún su pensamiento. Era una
apasionada defensora de los derechos femeninos; encontraba
injusto que las muchachas no gozasen de las mismas libertades
que los muchachos, y se rebelaba en general contra el destino de
la mujer. En la época del análisis las ideas del embarazo y del
parto le eran especialmente desagradables, en gran parte, a mi
juicio, por la deformación física concomitante a tales estados"
En contra de lo que muchas hiperfeministas piensan, Sigmund
Freud no compartía los prejuicios de su época sobre la
homosexualidad, como demuestra su famosa Carta del 9 de abril
de 1935 a la madre de un homosexual en la que dice:
La homosexualidad, desde luego, no es necesariamente una
ventaja, pero tampoco es nada de lo que haya que avergonzarse.
No es un vicio, ni un signo de degeneración, y no puede
clasificarse como una enfermedad. Más bien la considero una
variación de la función sexual, originada en una detención del
desarrollo sexual.
Sin embargo la psicogénesis de la homosexualidad resultan de
gran importancia para poder desentrañar y comprender el
surgimiento a nivel psicológico del fenómeno de la misandria, ya
que se conforma como la inversión de la misoginia, como el
movimiento dialéctico de sentido contrario.

El presidente de la Conferencia Episcopal de Polonia advierte


que se está usando al Papa para arremeter contra los obispos
A pocos días de la visita «ad limina» de los obispos polacos, que
comenzará el primero de febrero, el presidente de la
Conferencia episcopal, monseñor Józef Michalik, ha advertido
que el Papa Francisco está siendo usado como arma por parte de
los enemigos de la Iglesia. «Con el Papa se combate hoy en
Polonia en contra de los obispos: Papa Francisco bueno, obispos
malos; Papa Francisco sí, obispos e Iglesia en Polonia no», indicó
el prelado durante la misa para Acción Católica en su diócesis
de Przemyśl en el sureste del país.
Mons. Michalik añadió que uno de los más graves peligros de
hoy es la ideología de género, a la que dedicó recientemente la
carta pastoral de Navidad. El segundo peligro es la estabilidad
del matrimonio, y el tercero es el aborto.
Mons. Michalik explicó que las actuales dificultades de la Iglesia
en Polonia están apenas comenzando y que hay que prepararse
para las que vendrán.
La próxima visita «ad Limina Apostolorum» de los obispos
polacos se llevará a cabo a ocho años de la última, que tuvo
lugar en 2005, y durará ocho días.

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